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Aquí, Patroclo alude a la muerte predestinada por la mano de Héctor, y la muerte

predestinada de Héctor por mano de Aquiles. Cada uno acepta el resultado de su vida, sin
embargo, nadie sabe si los dioses pueden alterar el destino. La primera instancia de esta
duda ocurre en el libro XVI. Al ver a Patroclo a punto de matar [a Sarpedon], su hijo mortal,
Zeus dice:
Ah, yo, que está destinado que el más querido de los hombres, Sarpedón,
Debe bajar bajo las manos del hijo de Menoitios, Patroclo.12
Sobre su dilema, Hera le pregunta a Zeus:
Majestad, hijo de Kronos, ¿qué tipo de cosas ha hablado?
¿Deseas traer de vuelta a un hombre que es mortal, uno desde hace mucho tiempo?
condenado por su destino, por una muerte que suena mal y lo libera?
Hazlo entonces; pero no todos los demás dioses lo aprobaremos.13
Al decidir entre perder un hijo o un destino permanente, Zeus, el Rey de los dioses, lo
permite. Este motivo se repite cuando considera a Hector, a quien ama y respeta. Esta
vez, es Atenea quien lo desafía:
Padre del rayo brillante, oscuro empañado, ¿qué es esto que dijiste?
¿Deseas traer de vuelta a un hombre que es mortal, uno desde hace mucho tiempo?
condenado por su destino, por una muerte que suena mal y lo libera?
Hazlo entonces; pero no todos los demás dioses lo aprobaremos.14
Nuevamente, Zeus parece ser capaz de alterar el destino, pero no lo hace, decidiendo en
cambio cumplir con los resultados establecidos; sin embargo, al contrario, el destino ahorra
a Eneas, después de que Apolo convence al troyano superpuesto a luchar contra Aquiles.
Poseidón habla cautelosamente:
Pero ven, déjanos alejarlo de la muerte, por temor
el hijo de Kronos puede enojarse si ahora Achilleus
mata a este hombre Está destinado a que él sea el sobreviviente,
que la generación de Dardanos no morirá ...15
Con la ayuda divina, Eneas escapa de la ira de Aquiles y sobrevive a la guerra de Troya.
Ya sea que los dioses puedan o no alterar el destino, lo soportan, a pesar de que
contradice sus lealtades humanas. Así, el misterioso origen del destino es un poder más
allá de los dioses. El destino implica la división tripartita y primitiva del mundo que Zeus,
Poseidón y Hades efectuaron al deponer a su padre, Cronos, por su dominio. Zeus tomó el
Aire y el Cielo, Poseidón las aguas y Hades el Inframundo, la tierra de los muertos, pero
comparten el dominio de la Tierra. A pesar de los poderes terrenales de los dioses
olímpicos, solo los Tres Destinos establecen el destino del Hombre.

Transmisión textual[editar]
Se conservan papiros con copias de la Ilíada del siglo II a. C., aunque se tiene constancia
de la existencia de uno anterior al año 520 a. C., que se utilizaba en Atenas para recitarlo
en las fiestas en honor de Atenea (las llamadas Panateneas).
Ya en la antigüedad clásica se consideraba este poema como historia real y a sus
personajes como modelo de comportamiento y heroísmo por imitar. Era práctica habitual
su estudio y la memorización de extensos episodios.
Posteriormente su transmisión se generalizó, sobre todo en Europa (a partir del siglo XIII) y
en Bizancio (siglos IX al XV).

Traducciones[editar]
Portada de la primera traducción impresa al español,
por Ignacio García Malo, tomo I, 1788.
Tradujeron la Ilíada en verso castellano Juan de Lebrija Cano, el maestro Francisco
Sánchez de las Brozas, Cristóbal de Mesa, el padre Manuel Aponte, Miguel José
Moreno, Francisco Estrada y Campos y un anónimo. Existe en el Museo Británico una
traducción en prosa castellana de los cinco primeros cantos de la Ilíada, pero no es
directa, sino desde la versión latina de Pedro Cándido Decinibre. Todas estas traducciones
son manuscritas y muchas de ellas perdidas o de localización ignorada, como la de
Manuel Aponte. En español la Odisea tuvo mejor suerte en la imprenta que la Ilíada, ya
que la primera traducción (impresa) de la Ilíada en castellano data de fecha tan tardía
como 1788 y fue realizada por el escritor y dramaturgo neoclásico Ignacio García
Malo (Madrid: Imprenta de Pantaleón Aznar, 1788); la segunda fue en endecasílabos por
el preceptista José Gómez Hermosilla (Madrid: Imprenta Real, 1831). Entre las del
siglo XX, si se deja aparte la incompleta y libérrima de Alfonso Reyes Ochoa, pueden
destacarse la fiel y rigurosa de Luis Segalá (Barcelona, 1908; revisada en Obras
completas en Barcelona: Montaner y Simón, 1927), muy reimpresa;16 la de Alejandro Bon,
en prosa (Barcelona: Ediciones Populares Iberia, 1932); la José María Aguado (Madrid,
1935), que imita la épica medieval castellana en verso octosílabo y rima asonante
(romance); las más recientes de Daniel Ruiz Bueno (Madrid, Hernando, 1956) en prosa
rítmica; Fernando Gutiérrez,17 en hexámetros castellanos (Barcelona, José Janés,
1953); Francisco Sanz Franco (Barcelona: Ediciones Avesta, 1971); Antonio López
Eire (1989); Agustín García Calvo (Zamora: Lucina, 1.ª ed. 1995 2.ª corregida 2003), en
hexámetros asonantados que pretenden recrear el estilo original;18 la versión rítmica
de Rubén Bonifaz Nuño19 (México: UNAM, 1996); y la de Emilio Crespo (Madrid: Biblioteca
básica Gredos, 2000). En el siglo XXI se ha publicado la traducción de Óscar Martínez
García (Madrid: Alianza Editorial, 2010).20

Impacto

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