Evaluación Psicológica Forense de La Imputabilidad: January 2014

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Evaluación psicológica forense de la imputabilidad

Chapter · January 2014

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Evaluación psicológico forense de la imputabilidad

Autores: Ramón ARCE, Mercedes NOVO, y Bárbara G. AMADO.

Afiliación: Departamento de Psicología Organizacional, Jurídica-Forense y


Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Universidad de Santiago de
Compostela.

Dirección para correspondencia:


Ramón Arce
Facultad de Psicología
Campus Vida, s/n
15872 Santiago de Compostela
e-mail: ramon.arce@usc.es

Referencia: Arce, R., Novo, M., y Amado, B. G. (2014). Evaluación psicológica forense
de la imputabilidad. En D. B. Wexler, F. Fariña, L. A. Morales, y S. P. Colín
(Comps.), Justicia terapéutica: Experiencias y aplicaciones (pp. 153-160).
México, DF: Instituto Nacional de Ciencias Penales. ISBN: 978-607-9404-
33-8.
Introducción

Para la emisión de un juicio de culpabilidad, de acuerdo con los ordenamientos


jurídicos de los países guiados por un sistema inquisitorial, además de dar los hechos y
autoría por probada, se requiere de la imputabilidad. La imputabilidad es la aptitud de
una persona para responder de los actos que lleva a cabo. Dicha aptitud implica la
capacidad de comprender lo injusto de un hecho (inteligencia), a la vez que la capacidad
de dirigir libremente la conducta (voluntad) (Cabrera y Fuertes, 1997).
Cuando la imputabilidad del acusado está en duda, es preciso proceder a una
evaluación que aclare si ésta está total o parcialmente anulada, o, por el contario, es
imputable. Una resolución judicial carcelaria sobre un no imputable no sólo es
legalmente reprochable, al responsabilizar de los hechos a una persona que no lo es, e
ineficaz, al no proporcionar el tratamiento adecuado al encausado, sino que también es
contraterapéutica ya que no facilita, sino todo lo contrario, el tratamiento y reinserción
social del encausado. Para la evaluación de la imputabilidad, no sólo es necesario
identificar si está presente alguna de las causas recogidas en la jurisprudencia que
mitigan o anulan la responsabilidad criminal del acusado, sino llevar a cabo una
interpretación psicológica de la evaluación y, dado que estamos en un contexto de
evaluación forense, ha de sospecharse simulación (American Psychiatric Association,
2013), esto es, realizar un diagnóstico diferencial de simulación.
Por todo ello, en este capítulo se tratarán una serie de conceptos jurídicos
relacionados con la imputabilidad, y se presentará un protocolo diseñado por Arce y
Fariña para el estudio de la imputabilidad que está adaptado al contexto jurídico
español, pero que es extensible a cualquiera del sistema inquisitorial de impartir justicia
(la evaluación de la imputabilidad es universal, habiendo de cambiar los reglamentos
españoles por los del país en cuestión).

Aproximación legal y psicológica al concepto de imputabilidad

Tres son los conceptos implicados en la emisión de un juicio en el


ordenamiento jurídico español: la culpabilidad, la responsabilidad y la imputabilidad.
La culpabilidad sería la reprobación de una acción que va en contra de la ley. Para la
emisión de un juicio de culpabilidad, además de dar los hechos y autoría por probada, se
requiere de la responsabilidad criminal y de la imputabilidad. La responsabilidad
criminal es la obligación de satisfacer o reparar el daño causado. Por su parte, la
imputabilidad es la aptitud de una persona para responder de los actos que lleva a cabo.
En esta línea, subsecuentes sentencias del Tribunal Supremo han delimitado
que la imputabilidad se operativiza a través de las capacidades cognitivas o volitivas,
habiendo de encontrarse anuladas, en el momento de los hechos (actus rea), una o
ambas para que el individuo sea considerado no imputable (p. e., Sentencia del Tribunal
Supremo de España de 22 de abril de 1982, RA 2104).
Dos son los grados en que la imputabilidad puede modificar la responsabilidad,
eximiéndola o atenuándola. Así, si tales capacidades se encuentran totalmente anuladas
dan lugar a una exención de la responsabilidad, en tanto que si tales facultades se
encuentran parcialmente alteradas procede la estimación de un atenuante con lo que se
aplica la pena en el grado mínimo (Código Penal, 1995, art. 61).
De acuerdo con el Código Penal (CP) la imputabilidad se deduce de la no
concurrencia de enajenación o trastorno mental transitorio, minoría de edad, alteración
de la percepción desde el nacimiento o de la infancia que altere gravemente la
conciencia de la realidad, o sea, es psicológicamente incapaz. Es más, la imputabilidad
no se da por supuesta, sino que debe darse para llegar a la culpabilidad.
En este sentido, el CP establece en su artículo 19 que los menores de dieciocho
años no serán responsables criminalmente con arreglo a este Código.
Cuando un menor de dicha edad cometa un hecho delictivo podrá ser
responsable con arreglo a lo dispuesto en la ley que regule la responsabilidad penal del
menor.
Por otro lado en el art. 20.1 establece que están exentos de responsabilidad
criminal el que al tiempo de cometer la infracción penal, a causa de cualquier anomalía
o alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a
esa comprensión.
El trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido
provocado por el sujeto con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o
debido prever su comisión.
Por consiguiente, el enfermo mental es inimputable. No obstante, no es
suficiente con el diagnóstico clínico, además es necesario relacionar la enfermedad con
el delito en cuestión porque la enfermedad puede no ser la causa directa del acto
delictivo.
Asimismo, también están exentos de responsabilidad criminal:
- El que al tiempo de cometer la infracción criminal se halle en estado de
intoxicación plena por el consumo de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas o
estupefacientes, sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos
análogos, siempre que no haya sido buscado con el propósito de cometerla o no
se hubiese previsto o debido prever su comisión, o se halle bajo la influencia del
síndrome de abstinencia, a causa de su dependencia de tales sustancias, que le
impidan comprender la licitud del hecho o actuar conforme a esa comprensión.
(art 20.2).
- El que, por sufrir alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde la
infancia, tenga alterada gravemente la conciencia de la realidad (art 20.3).

Las alteraciones de la percepción pueden tener su origen en defectos


sensoriales o en una anomalía cerebral; y se requiere que tengan como efecto la no
adquisición de una conciencia crítica sobre la ilicitud de un acto. Además también debe
considerarse que el sujeto no estuviera sometido a una educación especial para corregir
o rehabilitar tales anomalías de percepción.
- El que obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos, siempre que
concurran los requisitos siguientes (art 20.4):
 1º Agresión ilegítima. En caso de defensa de los bienes se reputará
agresión ilegítima el ataque a los mismos que constituya delito o falta y
los ponga en grave peligro de deterioro o pérdida inminentes. En caso
de defensa de la morada o sus dependencias, se reputará agresión
ilegítima la entrada indebida en aquélla o éstas.
 2º Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla.
 3ºFalta de provocación suficiente por parte del defensor.
- El que, en estado de necesidad, para evitar un mal propio o ajeno lesione un
bien jurídico de otra persona o infrinja un deber, siempre que concurran los
siguientes requisitos (art 20.5):
 1º Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar.
 2º Que la situación de necesidad no haya sido provocada
intencionadamente por el sujeto.
 3º Que el necesitado no tenga, por su oficio o cargo, obligación de
sacrificarse
- El que obre impulsado por miedo insuperable (art 20.6).
- El que obre en cumplimiento de un deber o en el ejercicio legítimo de un
derecho, oficio o cargo.

La jurisprudencia ha identificado diversas fuentes de no imputabilidad: la


esquizofrenia (i.e., Sentencia del TS de 22 de diciembre de 1984, RA 6633), la paranoia
(trastorno delirante) (Sentencia del TS de 15 de octubre de 1984, RA 4839), el retraso
mental, sólo para aquellos con un CI < 25 (Sentencia del TS de 13 de diciembre de
1994, RJ 10147), la demencia senil (Sentencia del TS de 24 de junio de 1994, RA
5028), la epilepsia (Sentencia del TS de 28 de septiembre de 1996, RA 6934) y el
trastorno mental transitorio que sólo se considera un eximente completo cuando está
relacionado con una enfermedad mental.
Otras anomalías mentales como el juego patológico, la depresión, trastornos de
personalidad, drogadicción (a no ser que se acompañe de otros síntomas patológicos tal
como la psicosis) o psicopatía no se ha considerado que tengan base suficiente para la
no imputabilidad aunque sí para la atenuación de la responsabilidad (véase, para una
revisión, de la Torre, 1999).
En resumen y de acuerdo con la revisión de Carbonell, Gómez y Mengual
(1987), la no imputabilidad se establece, salvo casos anecdóticos, en función de la
enajenación mental, esto es, la paranoia, esquizofrenia y el Trastorno Mental Transitorio
al que subyazga alguna de estas dos enfermedades. En cualquiera caso, lo aconsejable
es evaluar cada caso de manera única y comprobar el impacto que los síntomas referidos
por el evaluado tuvieron sobre las capacidades cognitivas y volitivas en el momento de
la comisión del crimen.
En suma, la imputabilidad está relacionada directamente con la medida
psicológica de la enajenación mental. Por ello, a los psicólogos y psiquiatras se nos
demanda desde la Sala de Justicia que determinemos, mediante una evaluación, la
enfermedad mental del encausado (según la jurisprudencia, evaluación biológica) y, en
su caso, cómo afecta a las capacidades cognitivas o volitivas (legalmente, evaluación
psicológica).

Capacidad de simulación de trastornos mentales inimputables

La Jurisprudencia ha identificado los estados clínicos generales que pueden


anular la imputabilidad del autor de los hechos objeto de investigación judicial, al
tiempo que los factores subyacentes a éstos. A su vez, corresponde a los expertos en
salud mental la estimación del grado de afectación de las capacidades cognitivas y
volitivas.
No obstante, la tarea del psicólogo o psiquiatra no se limita a la evaluación del
estado clínico del acusado y de la interpretación de los resultados cara a la
imputabilidad, sino que además ha de estudiarse la simulación, dado que la exención o
atenuación de la responsabilidad implica determinados beneficios penales que pueden
llevar a que los acusados y penados a falsificar su estado psíquico. En consecuencia, el
diagnóstico clínico no puede asumirse directamente, sino que previamente ha de
someterse a prueba la hipótesis de simulación. De este modo, si se observa simulación
el diagnóstico no será válido en tanto que si no se encuentra ésta, se asume el
diagnóstico clínico alcanzado.
Para que la hipótesis de la simulación tenga relevancia es necesario que los
potenciales simuladores dispongan de capacidad para la misma. Para conocer de ésta,
Arce y Fariña (Arce, Pampillón y Fariña, 2002; Fariña, Arce y Novo, 2004), en un
estudio con legos en Psicología a los que pidieron que simularan una enfermedad
mental no imputable en el MMPI y en una entrevista clínico-forense, encontraron que el
78,8% de los participantes eran capaces de simular en el MMPI una enfermedad mental
no imputable y el 41,2% en la entrevista clínico-forense.
Aún es más, los legos en psicopatología fueron capaces de discriminar en el
MMPI entre patologías esperadas (paranoia y esquizofrenia) y no esperadas
(hipocondría, depresión, histeria, masculinidad-feminidad, psicastenia, hipomanía e
introversión social).
En consecuencia, estos resultados sugieren la necesidad de emplear
procedimientos y técnicas que controlen la simulación, como los presentados en
capítulos precedentes.

Indicadores clínicos de psicosis simulada

Debido a la necesidad que entraña el estudio de la simulación de trastornos


mentales en relación con la imputabilidad penal, y atendiendo a lo referido previamente
de que el padecimiento de una psicosis exime al individuo de su responsabilidad, es
conveniente conocer algunos indicadores clínicos de la psicosis simulada, que pueden
ser de gran utilidad a la hora de evaluar a un posible simulador.
En este contexto, en 1944, Ossipov afirmó que los simuladores son actores que
representan su psicosis como la entienden. Con frecuencia sobreactúan, bajo la creencia
errónea de que cuanto más extraños se muestren más psicóticos parecerán (Wachspress,
Berenberg y Jacobson, 1953). Bajo estos supuestos, Resnick (1997, 1999) afirmó que
algunos de los errores que cometen los simuladores se basan en dos creencias: nada
puede ser recordado correctamente; y cuanto más absurdo e inconsistente sea el
discurso, mejor será el engaño. Este fenómeno fue constatado por Rogers, Harrell y Liff
(1993) en sujetos simuladores de amnesia, de modo que los simuladores ingenuos
tendían a exagerar al adoptar su rol de enfermo, fallando incluso en tareas muy simples.
La observación de la psicosis simulada llevó a Ritson y Forest (1970) y Kane
(1999) a concluir que los simuladores suelen llamar la atención a través de su
enfermedad, en contraste con los auténticos pacientes con esquizofrenia, a los que no les
gusta discutir sus síntomas. También se ha hallado que los simuladores tienen menos
éxito imitando la forma de la esquizofrenia que su contenido. Así, raramente simulan
descarrilamiento o incoherencia. Si se pide al simulador que repita una idea, lo hace con
exactitud, mientras que un auténtico esquizofrénico, en este caso, “se saldría por la
tangente”. Tampoco simulan perseveración: cuando ésta aparece debemos sospechar
que el individuo padece una lesión orgánica o que se trata de una simulación
excesivamente bien preparada (Sherman et al., 1975).
Otro aspecto frecuente en los simuladores es que tienden a dar mayor número
de respuestas evasivas que los pacientes esquizofrénicos (Powel, 1991), llegando
incluso a repetir las preguntas que se le plantean o contestar lentamente, dándose así
tiempo para elaborar su respuesta. Con mayor probabilidad que los auténticos
esquizofrénicos, los sujetos que fingen una psicosis emiten respuestas inseguras o
contestan con “no sé” cuando se les piden detalles acerca de sus síntomas (Rogers,
2008).
Por último, los simuladores no suelen mostrar síntomas negativos o signos
sutiles de esquizofrenia residual, como afecto embotado o discurso incoherente, sino
que tienden a manifestar síntomas positivos más fácilmente asociables con lo extraño,
como alucinaciones, delirios, etc. (Resnick, 1997).

Protocolo de medida de la imputabilidad y control de la simulación de Arce y


Fariña
Arce y Fariña (Arce, Fariña y Pampillón, 2002; Fariña, Arce y Novo, 2004),
tras contrastar la capacidad de la población general para simular efectivamente
enfermedades mentales no imputables al tiempo que discriminarlas de otras no
relacionadas con la imputabilidad, y analizar los indicadores de control de la
simulación, concretaron el siguiente protocolo de actuación para la medida clínica con
control de la simulación en casos de valoración de la imputabilidad.
Éste se circunscribe en torno a dos tipos de criterios: positivos y negativos.
1) Criterios positivos: la no evitación de respuestas y la deseabilidad social.
Aquellos sujetos que sean evaluados por las escalas de control del MMPI en el
sentido de que se abstienen significativamente de dar respuesta (Escala ?) y que
tienden a dar respuestas de deseabilidad social, no siguen las estrategias típicas
de simulación, lo que debe interpretarse más como indicio de veracidad del
protocolo que un intento de simulación. Es preciso tener en mente que este
criterio se ha interpretado en términos forenses como un indicador fiable de
simulación (v. gr., Rogers, 1992; Lewis y Saarni, 1993; Bagby et al., 1997). No
obstante, esta relación no se puede generalizar a otros contextos legales tales
como la evaluación de daños. Así, a menor tiempo transcurrido entre el daño y
la evaluación, mayor probabilidad de que se produzca un perfil inválido (debido
a un exceso de omisiones) (Kane, 1999). O sea, la evaluación requiere, en este
contexto de evaluación de daños, que éste esté consolidado. Segundo, Samuel et
al. (1994) encontraron que, personas implicadas en litigios por daño personal,
dejaban más preguntas sin contestar que otras personas. Además, si se usa el
MMPI-2 es preciso tener en mente que el número de preguntas que los
individuos dejan sin contestar es menor, debido a que, en esta nueva versión, se
eliminaron cinco de los diez ítems del MMPI que eran omitidos con más
frecuencia.
2) Criterios negativos. Nuestros resultados ponen de manifiesto que existen una
serie de criterios negativos, esto es, que anulan o mitigan la validez del
protocolo. Éstos son: 1) los sistemas de medición, MMPI, entrevista u otros, no
detectan, en protocolos válidos, enfermedad mental (en otras palabras, si los
instrumentos de medida no detectan enfermedad incapacitante alguna no se
puede sostener la misma); 2) las escalas de control de validez y sus
combinaciones detectan simulación; 3) la detección de alguna estrategia de
simulación en la entrevista; y 4) ausencia de concordancia inter-medidas. El
primer criterio es eliminatorio, o sea, si la enfermedad mental no es medible, no
se puede sostener no imputabilidad por causa de enajenación mental (téngase
presente que hemos excluido la oligofrenia o retraso mental). Los restantes, en sí
mismos, no son determinantes, con lo que se requerirá, cuando menos, la
complementación de dos criterios y el estudio de las hipótesis alternativas para
concluir en relación a la no imputabilidad. Para estos últimos indicios de no
validez es para los que formulamos el concepto de “invalidez convergente” que
requiere de, al menos, dos indicios de invalidez para desestimar un protocolo
como válido.

Todo ello nos lleva a formular el siguiente protocolo de actuación:


a. Recurso a sistemas de medida complementarios y concordantes, no fácilmente
simulables y que permitan una evaluación de la simulación (MMPI, SCL-90,
entrevista, entre otros posibles). Se han de combinar, al menos, dos medidas que
impliquen tareas distintas tal como reconocimiento (p. e., MMPI, SCL-90-R) y
de conocimiento (p. e., entrevista clínico-forense). De acudir a instrumentos
psicométricos concordantes, que es muy recomendable, éstos han de contar con
medidas de control de la validez del protocolo (aconsejamos el SCL-90-R que
incluye el índice de severidad global, índice de malestar referido a síntomas
positivos y el total de síntomas positivos que permiten una estimación de una
potencial simulación o disimulación). Con esta segunda medida no sólo se somete
a prueba la validez del protocolo (un único indicador de invalidez no es prueba
suficiente), sino también la consistencia inter-medidas, aunque debe tenerse
presente que la tasa de consistencia no va a ser total. No se nos debe escapar que
incluso las medidas test-retest distan mucho de la perfección.
b. Análisis de la consistencia interna de las medidas (tales como escalas de control,
consistencia temporal en la entrevista, o consistencia interna de la entrevista en
relación con el análisis de las seis estrategias que la literatura ha descrito que
siguen los simuladores: no cooperación con la evaluación, síntomas sutiles,
síntomas improbables/absurdos, síntomas obvios, síntomas (cuasi)raros,
combinación de síntomas y patrones espurios de psicopatología, severidad de
síntomas, inconsistencia de síntomas, estereotipos erróneos, agrupación
indiscriminada de síntomas (Arce y Fariña, 2001; Vilariño, Arce y Fariña,
2013).
c. Es aconsejable que dos evaluadores, por separado, lleven a cabo la evaluación,
con lo que podremos comprobar la consistencia inter-evaluador. Este sistema
nos sirve para controlar posibles sesgos de medida e interpretación en el
evaluador.
d. Estudio de la fiabilidad: consistencia interna, inter-medidas, inter-contextos
(antecedentes, pruebas documentales, etc.), e inter-evaluadores (Wicker, 1975).
e. Control de falsos positivos, esto es, enfermos reales, a través de un estudio de los
antecedentes e historia general del sujeto, de las hipótesis alternativas en cada
indicador de no validez (véase Roig Fusté, 1993, Graham, 2000), y del
cumplimento de los criterios del Modelo de Decisión Clínica para el
establecimiento de la simulación (Cunnien, 1997).
f. Anamnesis o estudio de los antecedentes. Afortunadamente, en la realidad
contamos con más información acerca del sujeto lo cual facilita, si no determina,
la evaluación. Así, podemos reforzar nuestra evaluación con los antecedentes del
sujeto, datos del entorno, un estudio de su comportamiento, el recabamiento de
pruebas documentales, otros testimonios, etc.
g. Estudio psicológico del grado de responsabilidad. Las medidas objetivas
proporcionan datos respecto a la información biológica, pero ésta necesita de
una complementación psicológica que clarifique la relación de la enajenación
mental con la responsabilidad penal. Recordemos que ésta se refleja en las
capacidades cognitivas o volitivas del sujeto que deben estar anuladas para ser
declarado no imputable, o deterioradas para reducir su grado de responsabilidad.
Todo ello referido al momento de los hechos.
h. Finalmente, también se puede poner a prueba la validez discriminante. En otras
palabras, se observan los resultados en otras medidas no relacionadas con el
daño esperado de modo que éstas no deberían estar afectadas.
i. El sistema de evaluación debería ceñirse a la siguientes categorías:
“probablemente simulador o con indicios sistemáticos de simulación”;
“probablemente no simulador o sin indicios sistemáticos de simulación”. Es
importante dejar a un lado la intención de establecer la certeza, y utilizar estos
términos probabilísticos, puesto que nuestros sistemas de evaluación, tal y como
pudo verse en el presente estudio, están sujetos a error. Sin embargo, el TS exige
la seguridad plena, no la alta probabilidad, pero como toda medida está sujeta a
error, debemos reconocerlo, pero absteniéndonos de establecer el grado de
certeza (p. e., sentencia del TS de 29 de octubre de 1981, RA 3902). Finalmente,
debe tenerse en mente la máxima “in dubio pro reo”, también aplicable al
estudio de la imputabilidad, esto es, en caso de duda razonable decantarse a
favor del acusado. Sería recomendable para estos casos recurrir a una tercera
categoría “indefinido”, ya que posicionarse por “probablemente no simulador”
supone la asunción de un riesgo más allá del margen de error científico.

Referencias

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