San Agustín de Hipona

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SAN AGUSTÍN DE HIPONA.


CONOCIMIENTO.

Para San Agustín el ser humano anhela la felicidad y el goce del bien supremo que es Dios. Ahora bien,
disfrutar de la felicidad requiere, ante todo, conocer la verdad. Y el ser humano busca la verdad porque
se encuentra impulsado por el amor.

En este camino hacia la felicidad a través de la verdad deben colaborar la razón y la fe. Así lo expresa San
Agustín con la máxima: “Comprende para creer, cree para comprender”. Es decir, razón y fe no son
incompatibles. Se necesitan mutuamente. Cada una de ellas tiene un papel asignado en la búsqueda de la
verdad:

a) La fe habrá de dirigir nuestra razón en la búsqueda de la verdad.

b) La razón nos permitirá entender los contenidos de la fe.

Establecida pues esta relación entre razón y fe, San Agustín detalla luego la búsqueda de la verdad. Va a
proceder en dicha búsqueda partiendo de lo exterior a lo interior y de lo interior a lo superior.

Pero, primero, San Agustín argumenta en contra de los escépticos porque afirmaban que ninguna
verdad podía encontrarse. Estos que dudaban de todo caían en una contradicción por el hecho de que
dudar ya es una verdad: aquel que duda sabe con toda certeza que está dudando y si duda existe (Si
fallor, sum).

Acaba de encontrar una verdad y la ha hallado en el interior del hombre. Acaba de descubrir que en el
interior del hombre habita la verdad. Pasa entonces a describir tres niveles diferentes de conocimiento.
Solo el último proporcionará la verdad superior o absoluta y la felicidad anhelada.

1) Conocimiento sensible: Es el conocimiento que tenemos de las cosas a través de los sentidos. Es el
grado más bajo del conocimiento. No garantiza ninguna verdad ya que tiene su raíz en el mundo
cambiante del exterior. Sólo genera en el alma imágenes y recuerdos de las cosas y estos pueden ser
falsos. Por tanto, quien busque el conocimiento verdadero deberá dirigir su atención a otra zona más
profunda del alma.

2) Conocimiento racional inferior (ciencia): Es el obtenido con el uso de la razón. Mediante este
conocimiento el alma es capaz de ordenar el mundo que capta por los sentidos gracias a reglas o modelos
(las ideas platónicas). Estas reglas o modelos son inmutables y necesarias. Nos aportan verdades. Por
ejemplo: cuando definimos un objeto como circular, lo hacemos gracias a la idea de círculo que tomamos
como modelo. Dichas reglas o modelos se hallan en el alma y permiten el conocimiento científico. Sin
embargo este conocimiento no da la felicidad.

3) Conocimiento racional superior (sabiduría): Es la contemplación de estas reglas o modelos. Es el


grado más alto del conocimiento. Es el final del proceso de mirada hacia el interior de uno mismo. El
único que aporta la felicidad. Solo es posible gracias a Dios.

Surge entonces la pregunta ¿cómo llegan al alma estas reglas o modelos?

-De ningún modo pueden provenir del mundo externo puesto que en el mundo todo es cambiante y los
modelos o ideas son inmutables.

-Tampoco pueden provenir del hombre que es temporal y finito.

San Agustín los sitúa entonces en la mente de Dios. El hombre los conoce por iluminación divina. En esto
consiste su teoría de la iluminación: la luz de Dios ilumina el alma de los hombres cuando estos nacen y
eso les permite más tarde descubrir en su interior el reflejo de las ideas. Dios es, pues, la verdad superior

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o absoluta. Es la causa de las demás verdades.

Ha sido pues necesaria por parte del hombre una interiorización. Pero esta interiorización le ha llevado
a un autotrascendimiento, es decir, a ir más allá de sí mismo desde las verdades que halló en su alma
hasta la verdad superior que se halla fuera del hombre: Dios.

DIOS Y EL MUNDO.

En lo que se refiere a la cuestión de Dios San Agustín trata dos aspectos: su existencia y su naturaleza
divina.

*La existencia de Dios no es ningún problema; le parece evidente:

-Prueba de las verdades eternas: las verdades universales e inmutables que hallo en mi alma no las he
creado yo que soy mudable y finito sino alguien inmutable e infinito: Dios.

-Prueba del orden del universo: la belleza y el orden mismos del universo necesitan de un ser supremo
ordenador.

-Prueba del consenso universal: la humanidad entera coincide en considerar que hay un ser superior a
todas las cosas.

*La naturaleza de Dios es para San Agustín inefable. Solo podemos decir de Dios lo que no es. Para ello
se basa en los textos bíblicos y en las características del Bien en Platón. Así, Dios es omnipotente,
infinito, omnisciente, eterno, perfecto, inmutable, etc.

-Dios ha creado el mundo de la nada (ex nihilo).

-Ha creado el mundo en un acto libre y movido por amor. El objetivo con ello es hacer participar a las
criaturas de su perfección.

-Ha creado el mundo en función de unos modelos eternos o ejemplares que se hallan en su mente. Esta
teoría se conoce como ejemplarismo.

-No lo ha creado en el tiempo sino con el tiempo. El tiempo empezó en el mismo momento en que el
mundo comenzó a ser.

-Ha creado el mundo de una sola vez. Pero, entonces, ¿cómo se explica la aparición de nuevos seres?

La respuesta la encontramos en la doctrina de las rationes seminales. En el momento de la creación Dios


depositó en la materia una especie de semillas, las rationes seminales, que, dadas las circunstancias
germinarían y darían lugar a la aparición de nuevos seres que se irían desarrollando con posterioridad al
momento de la creación.

ANTROPOLOGÍA.

Para San Agustín, el ser humano es la obra maestra de la Creación.

Está compuesto de alma y cuerpo. El alma es una sustancia espiritual (simple e indivisible) y el cuerpo es
una sustancia material.

San Agustín rechaza las tres almas platónicas: en el hombre solo hay un alma que penetra y vivifica todo
el cuerpo, y está toda ella en todas y cada una de las partes del cuerpo. Tampoco está encerrada en el
cuerpo a consecuencia de un castigo como pensaba Platón por inspiración de los pitagóricos sino que
está unida a él de forma natural.

El cuerpo, a su vez, es en sí mismo algo bueno ya que según el cristianismo todo ha sido creado por Dios.

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Agustín afirma con Platón que el alma es inmortal pero a diferencia de este considera que no es eterna.
Los argumentos para defender la inmortalidad del alma proceden del filósofo ateniense:

a) El alma siendo espiritual es simple pues no tiene partes ni divisiones. Lo que no tiene partes no puede
descomponerse y, por tanto, no puede perecer.

b) El alma es capaz de aprehender las verdades eternas, que son inmortales, lo que prueba que ella
también lo es.

En cuanto al problema del origen del alma, Agustín negó la teoría platónica de la preexistencia y
transmigración de la salmas por ser contraria al dogma cristiano. Dudó entre dos teorías:

a) El creacionismo afirma que Dios ha creado cada alma directamente y de forma individual. Problema:
Dios crea almas con el pecado original y por tanto imperfectas.

b) El traducionismo afirma que el alma se transmite de padres a hijos. Se puede explicar desde esta
teoría la transmisión del pecado original. Problema: una parte del alma de los padres pasaría a ser la de
los hijos; quedando esta fragmentada y dejando de ser simple.

Además de dar vida al cuerpo, el alma posee tres facultades: memoria (hace posible la reflexión),
inteligencia (permite la comprensión; incluye la razón superior y la razón inferior) y voluntad (permite
que amemos). Esta división tripartita refleja la Trinidad: Memoria-Padre, Inteligencia-Hijo, Voluntad-
Espíritu Santo.

Debido a estas tres facultades intelectivas y por el hecho de ser inmortal el alma es imagen de Dios
(imago Dei) y puede encontrar a Dios en el interior de sí misma.

ÉTICA.

La ética de San Agustín es calificada de eudemonista ya que para él todo ser humano aspira a la vida feliz
(vita beata). La felicidad, en sintonía con la religión cristiana, solo podrá alcanzarse en la unión con Dios y
en la otra vida.

Conquistar la felicidad supone:

- practicar la virtud en esta vida terrena.


- necesitar de la gracia divina.

Recordemos que el ser humano está afectado en su naturaleza por el pecado original.[1] Como
consecuencia de esto el alma, cuya naturaleza es dirigirse hacia Dios, se aparta del camino de la felicidad
y se hace esclava del cuerpo y de la ignorancia. Cuando el cuerpo es obstáculo para la felicidad el alma
tiende al mal.

Sin embargo, nos dice Agustín, Dios no es responsable del mal. Dios ha creado todas las cosas y por eso
mismo todas son buenas. El mal no se entiende como una cosa más entre las muchas que hay dentro de la
Creación, pues, como tal, tendría que haber sido creada y entonces Dios sería el responsable. Pero
entonces, ¿qué es el mal?

El mal es ausencia de bien en una naturaleza que podría poseer ese bien.

En el caso del hombre el mal que este realiza (mal moral o pecado) es consecuencia del uso inadecuado
que hace del libre albedrío, es decir, de su capacidad de elegir libremente. A partir del pecado original el
libre albedrío está orientado hacia el mal. Por tanto, el hombre es el único responsable del mal.

Sin embargo, el hombre cuenta con la gracia divina. Es una ayuda especial de Dios en favor del hombre
para que este haga un buen uso del libre albedrío.

Esta ayuda es como una fuerza añadida a la voluntad del alma para querer el bien y realizarlo. Hacer

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buen uso del libre albedrío es hacer el bien y no el mal. Esto es aceptar la gracia. Y a esto San Agustín lo
llama libertad.

Solo mediante la gracia el hombre podrá practicar la virtud.

La virtud es el amor dirigido a Dios y a al bien del prójimo y, además, el ejercicio constante de la razón
por alcanzar la Verdad Eterna.

POLÍTICA.

Igual que a nivel individual se pueden encontrar dos tipos de personas: 1) las que optan por el amor
propio, el pecado, el mal y 2) las que optan por el amor a Dios, la felicidad, el bien las sociedades se
pueden fundar siguiendo uno de estos dos principios.

La Ciudad Terrena, formada por aquellos hombres que se aman exclusivamente a sí mismos llegando
hasta el desprecio de Dios.

La Ciudad de Dios, formada por aquellos hombres que aman a Dios llegando al desprecio de sí mismos.

Estas dos ciudades están mezcladas en una misma sociedad, y ese es el origen de las guerras, los
conflictos, las sucesivas civilizaciones y los diferentes Estados.

Así sucede a lo largo de toda la historia. Sin embargo, al final triunfa la Ciudad de Dios. Este triunfo no es
un triunfo humano conquistado por la fuerza. Se trata de una victoria prevista por la Providencia divina
en el día del Juicio Final. Según esto la historia es un proceso en el que el hombre es movido por Dios
para la consecución del bien universal.

Frente a la concepción griega de la historia en la cual el tiempo es cíclico puesto que el mundo es eterno
y no tiene principio ni fin, Agustín propone una concepción lineal de la historia el tiempo es como una
línea que progresa desde la Creación a la llegada del Reino de Dios.

Este sentido de la historia nos lo presenta San Agustín en una de sus obras más conocidas: La Ciudad de
Dios. Agustín escribió esta obra para criticar a aquellos paganos que afirmaban que la caída de Roma en
manos de Alarico y el desmantelamiento del Imperio romano se debe a los cristianos.

En lo que a la política se refiere, Agustín afirmará que:

1) Ambas ciudades buscan la paz.

2) El Estado deberá procurar la paz promoviendo la justicia.

3) Si los gobernantes que dirigen el Estado se rigen por el amor propio no será un Estado justo sino una
banda de ladrones.

4) En cambio, si los gobernantes que dirigen el Estado se rigen por el amor a Dios y al prójimo estarán
colaborando en la creación de la Ciudad de Dios.

5) Los creyentes tendrán la obligación de respetar la ley de la sociedad civil pero las leyes de la sociedad
civil tendrán que someterse a los mandamientos de la Iglesia. [2]

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