Agustín de Hipona

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 5

Agustín de Hipona (354-430)

Índice.
1. Biografía.
2. El problema del conocimiento en Agustín de Hipona.
3. El problema de Dios en Agustín de Hipona.
4. El problema del ser humano en Agustín de Hipona.
5. El problema de la moral en Agustín de Hipona.
6. El problema de la sociedad en Agustín de Hipona.
1. Biografía.
San Agustín nace en Tagaste, cerca de Cartago en 354. Hijo de padre pagano y madre cristiana fue
educado por ésta en el cristianismo, que
abandonó en su juventud. Sostuvo la filosofía maniquea, contra la que más tarde polemizó. En
Milán su contacto con San Ambrosio le
conducirá a convertirse al cristianismo (386). En esta época lee las obras del neoplatónico Plotino.
Muere en 430 mientras los vándalos
sitiaban Hipona, cuando el Imperio Romano era destruido.
2. El problema del conocimiento en Agustín de Hipona.
El objetivo principal de la obra de Agustín de Hipona es el encuentro con la Verdad: el Dios del
cristianismo. Este conocimiento cura al ser humano de su fragilidad, le hace libre y da sentido y
orientación a su historia. Pero se plantea enseguida un problema: ¿es posible conocer la
Verdad? Durante un tiempo Agustín de Hipona adoptó el escepticismo, según el cual nunca hay
razones suficientes para aceptar algo como verdadero. Pero después el autor consideró que el
escepticismo no podía ser una respuesta definitiva al problema del conocimiento por varias
razones. En primer lugar el escepticismo se contradice al afirmar que no podemos conocer la
verdad y considerar al mismo tiempo que esta afirmación es verdadera. En segundo lugar,
aquella persona que duda de todo no puede negar la verdad de que está dudando y la existencia
de quien duda: “El que no existe no puede engañarse, y por eso, si me engaño, existo”. Por lo
tanto el escepticismo ha de ser superado para ponerse en camino hacia la Verdad.
El camino hacia la Verdad está definido por varias etapas: 1) se inicia en la realidad exterior del
mundo sensible, 2) continúa en la realidad interior de la vida humana y 3) culmina en la realidad
superior de la Verdad con la que el ser humano busca encontrarse.
1a etapa. Agustín considera posible obtener un conocimiento sensible de la realidad (opinión o
doxa) porque los sentidos nos ofrecen información sobre ella. Pero este conocimiento no nos
permite encontrar la Verdad porque todo lo que nuestros sentidos nos muestran cambia sin cesar a
lo largo del tiempo. Las cosas que percibimos son inestables, aparecen, duran un tiempo,
desaparecen y son reemplazadas por otras, mientras que conocer la Verdad es captar algo que
no cambia, algo inmutable. ¿Dónde podremos encontrar tal Verdad? En la experiencia de la vida
interior del hombre.
2a etapa. Para encontrar la Verdad el ser humano ha de volverse hacia sí mismo en vez de centrar
su atención en el mundo exterior porque “en el interior del hombre habita la Verdad”. El examen
de nuestra vida interior descubre en ella recuerdos, inquietudes, deseos, esperanzas pero también
encuentra pensamientos que captan lo que hay de universal y necesario en la realidad temporal
(conocimiento racional inferior o ciencia) y verdades inmutables o Ideas (conocimiento
racional superior o sabiduría): si veo que dos mas dos son cuatro o que hay que hacer el bien y
evitar el mal, estoy captando una realidad cuyo carácter fundamental es su necesidad (no puede
ser de otra manera). Estas realidades son necesarias, inmutables y eternas, y la necesidad, la
inmutabilidad y la eternidad son características de la Verdad. Por lo tanto, en nuestra vida interior
encontramos verdades eternas. En ellas podemos distinguir (siguiendo Agustín de Hipona a
Platón) verdades matemáticas (números y figuras), verdades de orden ético y estético (Bondad,
Justicia, Belleza) y de orden lógico (Verdad, Falsedad, etc).
3a etapa. Ahora bien, la presencia de verdades eternas en el ser humano plantea un problema.
¿Cuál es su origen? No pueden provenir del conocimiento sensible, porque las realidades que
percibimos con los sentidos no son necesarias, sino contingentes y pasajeras. No pueden provenir
de nosotros mismos, porque la naturaleza humana es también contingente y mudable, como la de

las cosas. Por lo tanto, en el interior del hombre hay algo superior al hombre, fuente de las
verdades eternas y Verdad absoluta a la que llamamos Dios.
Dios, como origen de las verdades eternas presentes en el ser humano, es entonces la Verdad
suprema, la realidad plena y perfecta. Pero ¿cómo puede el hombre conocer las verdades eternas
cuya fuente es Dios? Agustín responde mediante su teoría de la iluminación. Al igual que el ojo
puede ver un objeto gracias a la luz, el hombre conoce las verdades inmutables por iluminación
divina. Esta teoría proviene de Platón. Como el Sol, al iluminar las cosas, las hace visibles, la Idea
del Bien ilumina las ideas haciéndolas inteligibles. Pues bien, para Agustín la función iluminadora
viene a corresponder a Dios.
En este camino hacia la Verdad, la razón y la fe colaboran mutuamente. La razón ayuda con sus
argumentos a obtener la fe y la prepara. A su vez, la fe orienta y guía la razón en su búsqueda de
la Verdad. Por eso escribe Agustín: “comprende para creer, cree para comprender”.
3. El problema de Dios en Agustín de Hipona.
Agustín de Hipona busca con su obra y con su vida el encuentro con la Verdad, el Dios del
cristianismo, siendo Dios no sólo la verdad a la que aspira el conocimiento sino el fin al que tiende
la vida del hombre, que encuentra su razón de ser en la beatitud, en la visión beatífica de Dios que
alcanzarán los bienaventurados en la otra vida, para cuya obtención será necesario la ayuda de la
gracia divina. Sin embargo Agustín no elabora un conjunto de pruebas sistemáticas de la
existencia de Dios, aunque propone algunos argumentos que ponen de manifiesto su existencia:
1) la experiencia del orden observable en el mundo sólo se explica en última instancia por la
existencia de un supremo ordenador; 2) la creencia en dioses por parte de todos los pueblos
conocidos es universal; 3) en el interior del hombre hay presentes verdades eternas o Ideas que
no pueden tener como origen las cosas creadas, temporales y cambiantes, ni el propio ser
humano, también sometido al tiempo, sino una realidad inmutable y eterna a la que llamamos Dios.
Agustín describe algunas características de Dios tomadas de los textos bíblicos y de la Idea de
Bien en Platón: Dios es realidad inmutable, creadora y definida como amor. 1) Como realidad
inmutable, Dios “es el que es” (libro del Éxodo), realidad plena y total que es siempre la misma,
necesaria y eterna. 2) Como creador, Dios crea todas las cosas a partir de los modelos o
ejemplares que hay en su mente. A esta teoría se la conoce como ejemplarismo. Pero no todos
los seres han sido creados desde el principio del mundo. En el momento de la creación, Dios
depositó en la materia unas semillas o rationes seminales que, dadas las circunstancias
necesarias, germinan dando lugar a la aparición de nuevos seres que se irán desarrollando con
posterioridad al momento de la creación. 3) Como amor, Dios no es esa realidad perfecta pero
impasible a cuya plenitud aspiran el resto de los seres, como sucede en el pensamiento griego
ejemplificado en Aristóteles. El Dios de Agustín padece de amor por sus criaturas y para salvarlas
se desprende de su condición haciéndose mortal. Su amor cura porque el amor con el que Dios
ama a sus criaturas es el mismo con el que las criaturas pueden amarse las unas a las otras,
haciéndose presente Dios de este modo en ellas y entre ellas.
Según el autor, la creación no es abandonada por Dios una vez creada, sino que Dios la cuida y
gobierna y para ello ha concebido un plan para el mundo expresado en la ley eterna. Por ello, se
plantea Agustín el problema del mal, pues si el mal existiera sería algo creado por Dios siendo así
él mismo malo. La solución, para San Agustín, es considerar que todo lo creado por Dios es bueno,
siendo el mal o la imperfección no algo real, sino carencia de ser o perfección. Además, el mal sólo
lo es en tanto individual y concreto pero no para la totalidad de la creación en donde siempre
resulta de él un bien mayor. Explicará así igualmente el mal moral humano como fruto de un bien
mayor: la libertad.
Para Agustín la voluntad libre nos hace pecar o vivir bien y conforme a la ley de Dios. El mal moral
es el abuso que el hombre comete de su libre albedrío, y por ello, es responsable
personalmente del pecado cometido. Una acción buena será aquella conforme a la ley de Dios.
Sin embargo, la voluntad no es suficiente para ser bueno por culpa del pecado original y el ser
humano necesita la gracia, dada por Dios, para obrar correctamente teniendo a la felicidad, fin
supremo que sólo se consigue con la contemplación y el amor de Dios.
4. El problema del ser humano en Agustín de Hipona.
Para Agustín de Hipona sólo el encuentro con la Verdad es capaz de dar salud, orientación y
plenitud al ser humano. Ahora bien ¿en qué consiste la realidad humana para él? La concepción
sobre el ser humano de Augustín es dualista, como la de Platón. El ser humano es un
compuesto de dos sustancias distintas, el cuerpo y alma. El alma define al hombre y es una
sustancia espiritual e inmortal mientras que el cuerpo es su instrumento y consiste en una
sustancia material y mortal. En el alma Agustín de Hipona distingue tres facultades: el
conocimiento, la memoria y la voluntad. El conocimiento es obtenido mediante la razón inferior,
que tiene como objeto el conocimiento de las realidades sensibles, y la razón superior, que tiene
como objeto el conocimiento de las realidades inteligibles que nos elevan hacia Dios. La memoria
une el presente y el pasado creando la identidad personal. La voluntad lleva al ser humano a
buscar el amor y la felicidad, siendo ese amor lo fundamental.
Como Platón, Agustín piensa que el alma del hombre es inmortal, pero, a diferencia de él, afirma
que no es eterna. Es inmortal porque es simple y sin partes, lo que impide su descomposición.
Pero no es eterna, no preexiste a su unión con el cuerpo ni se reencarna, puesto que tiene un
origen. Para explicar el origen del alma Agustín oscila a lo largo de su obra entre dos teorías.
Según la primera, llamada generacionismo, el alma de los hijos es generada por los padres, del
mismo modo que éstos generan el cuerpo. Para la segunda, llamada creacionismo, Dios crea de
forma inmediata el alma de cada ser humano con ocasión de cada nacimiento. El autor terminó
inclinándose por ésta última aunque ambas teorías planteaban problemas que se confesó incapaz
de resolver.
El ser humano consiste para Agustín de Hipona en un alma inmortal que se sirve de un cuerpo
mortal para realizar sus fines en este mundo. Ahora bien, el fin último de la vida del ser humano
es alcanzar la felicidad. Esta felicidad no se encuentra, según el autor, en los bienes de este
mundo, como las riquezas, los honores y el poder. En ellos encontramos satisfacción pero no
felicidad porque la satisfacción obtenida al poseerlos desaparece enseguida por el temor a
perderlos y donde hay temor no hay felicidad. El ser humano realiza su fin propio en el amor de
Dios. El amor de Dios no pasa nunca, no pone condiciones, disculpa sin límites y confía sin fin.
Sólo participando de ese Amor, es decir, dejándose amar y amando al otro, puede el ser humano
poseer una felicidad plena y libre de todo temor.
Sin embargo, el ser humano puede apartarse del auténtico objeto de su felicidad debido a una
característica que lo define: su libertad. Puede elegir el mal como resultado de una decisión libre
(y no por ignorancia como creía el pensamiento griego). La razón de esta posibilidad se encuentra
en el pecado original. Con el pecado original, el ser humano ha perdido la perfección de su
naturaleza creada por Dios, se ha convertido en un ser caído y tiende a la posesión de aquellos
bienes que le traerán sufrimiento. Carece de fuerzas para sobreponerse a esa tendencia y sólo
puede conseguirlo con la ayuda de la gracia, un acto incondicional de Amor por parte de Dios por
el que llama incesantemente a los hombres a no conformarse y a buscar la verdadera felicidad.

5. El problema del la moral en Agustín de Hipona.


El ser humano consiste para Agustín de Hipona en un alma inmortal que se sirve de un cuerpo
mortal para realizar sus fines en este mundo. Ahora bien, el fin último de la vida del ser humano
es alcanzar la felicidad. Por esa razón el autor se pregunta cómo podemos encontrar una
felicidad verdadera. Una primera respuesta nos dice que alcanzamos la felicidad si llegamos a
poseer todo cuanto queremos. Pero ¿y si aquello que queremos no es un bien para nosotros?
Aunque logremos poseerlo, lo único que conseguiremos es dolor. Por eso debemos averiguar
cuáles son los objetos que más nos conviene amar. En primer lugar tenemos los bienes de
este mundo, como las riquezas, los honores y el poder. En ellos encontramos satisfacción pero no
felicidad porque la satisfacción obtenida al poseerlos desaparece enseguida por el temor a
perderlos y donde hay temor no hay felicidad. En segundo lugar tenemos el amor de Dios. El
amor de Dios no pasa nunca, no pone condiciones, disculpa sin límites y confía sin fin. Sólo
participando de ese Amor, es decir, dejándose amar y amando al otro, puede el ser humano poseer
una felicidad plena y libre de todo temor.
Sin embargo, el ser humano puede apartarse del auténtico objeto de su felicidad. Puede hacerlo
como resultado de una decisión libre por la que elige el mal (y no por ignorancia como creía el
pensamiento griego). Con el pecado original, el ser humano ha perdido la perfección de su
naturaleza creada por Dios, se ha convertido en un ser caído y tiende a la posesión de aquellos
bienes que le traerán sufrimiento. Carece de fuerzas para sobreponerse a esa tendencia y sólo
puede conseguirlo con la ayuda de la gracia, un acto incondicional de Amor por parte de Dios por
el que llama incesantemente a los hombres a no conformarse y a buscar la verdadera felicidad.
Ahora bien, ¿cuál es el origen del mal? Frente a la doctrina maniquea, que afirmaba la existencia
de dos principios creadores , uno del bien y el otro del mal, en eterna lucha, Agustín afirmará a
Dios como único principio creador. La base de su argumento se encuentra en el principio de la
incorruptibilidad divina: si Dios no se puede corromper, entonces tampoco puede recibir ningún
daño, así que carece de sentido combate alguno. Todo lo que es, en cuanto creado por Dios,
posee también la cualidad de la bondad. Es decir, todo lo que es, es bueno.
Pero en ese caso ¿no es Dios mismo como creador el responsable de la existencia del mal?
Siguiendo a Plotino, Agustín afirmará que el mal no es una realidad positiva, sino una privación o
carencia de bien y por tanto, al no ser algo positivo, no puede ser atribuido a Dios.
Estos razonamientos sirven para analizar el problema del mal físico. Sin embargo, Agustín le
interesó sobre todo el problema del mal moral, es decir, aquél que depende de la voluntad de la
persona, cuya realización supone un acto de libre voluntad. El mal moral implica que el hombre
antepone lo efímero y temporal a lo eterno, el mundo a Dios. Agustín define el mal en sentido
estricto como aquél que procede positivamente de la voluntad del hombre y que supone no tanto
el deseo de naturalezas malas —porque todo lo que es, es bueno—, sino el abandono de las
mejores.
6. El problema del la sociedad en Agustín de Hipona.
La reflexión de Agustín de Hipona sobre la sociedad está determinada por su modo de entender la
la naturaleza humana. Para este autor el ser humano es un alma inmortal que se sirve de un
cuerpo mortal para realizar su fin más propio: alcanzar la felicidad. Para Agustín de Hipona la
auténtica felicidad del hombre se encuentra en el supremo bien: el amor de Dios. El mal se
encuentro para el ser humano en alejarse de Dios para encontrar la felicidad en los bienes del
mundo. Ahora bien, el hombre es libre, es decir, puede elegir entre el bien y el mal. Mientras que el
pensamiento griego identificaba el mal moral con la ignorancia, de manera que quien obraba mal
no lo hacía porque eligiera libremente realizar una conducta reprobable, sino porque su ignorancia
le conducía a creer que tal conducta es la mejor, para Agustín de Hipona el hombre sí puede
apartarse del auténtico objeto de su felicidad y es responsable de tal alejamiento que, por tanto, es
resultado de su propia decisión libre.

La experiencia de la libertad es para Agustín una experiencia dramática, ya que la libertad se halla
amenazada por la corrupción de la naturaleza, que inclina al ser humano hacia el mal, y por la
fuerza de la gracia, que lo empuja hacia el bien
Pues bien, Este conflicto entre el bien y el mal no tiene, para el autor, sólo un carácter personal e
individual, sino, ante todo, social e histórico. La lucha entre el bien y el mal se realiza en el
transcurso histórico de la humanidad. Esta es la perspectiva bajo la que Agustín de Hipona estudia
el sentido de la historia humana en su obra “La Ciudad de Dios”, escrita a raíz de la caída de
Roma y la destrucción de su Imperio.
Puesto que la auténtica felicidad del hombre se encuentra en el amor de Dios y la maldad en
alejarse de él para encontrar la felicidad en los bienes del mundo, cabe considerar dos grandes
grupos de seres humanos: el de los que se aman a sí mismos “hasta el desprecio de Dios” y el de
los que aman a Dios “hasta el desprecio de sí mismos”. Los primeros constituyen la “ciudad
terrena”; los segundos, “la ciudad de Dios”. Estas dos ciudades están mezcladas en cualquier
sociedad a lo largo de la historia, manteniéndose una lucha entre sus componentes.
Se han dado dos interpretaciones de esta teoría histórica. La primera identificó la ciudad terrenal
con el Estado y la ciudad de Dios con la Iglesia. Esta teoría sirvió para defender la prioridad de la
Iglesia sobre el Estado, lo que ocurrió en la Alta Edad Media. La segunda, más fiel al pensamiento
de Agustín, consideró que ambas ciudades se hallan mezcladas en cualquier sociedad a lo largo
de la historia, y que su separación solo se realizará al final de los tiempos, con el triunfo de la
ciudad de Dios sobre la ciudad terrena y el término del drama de la salvación.
Con esta teoría Agustín intenta relativizar todo poder temporal así como la función del Estado.
Admite el papel del Estado mientras se mantenga en el ámbito de la organización de la
convivencia, la paz y el bienestar temporal, pero observa que todo poder temporal tiende a
absolutizarse a sí mismo, tratando de eliminar cualquier otro absoluto que entre en competencia
con él para convertirse en objeto de culto religioso. Agustín llama la atención sobre ese peligro,
despejando el camino por el que los seres humanos puedan dirigirse al Dios verdadero.

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy