JJE Cartas Joven Ingeniero

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Cartas a un joven ingeniero Javier Jiménez Espriú

Cartas a un joven
ingeniero
Javier Jiménez Espriú

Cartas a un joven ingeniero


CARTAS A UN JOVEN INGENIERO

D.R. © Javier Jiménez Espriú, 2002

D.R. © De esta edición:


Santillana Ediciones Generales, S.A. de C.V., 2004
Av. Universidad 767, Col. Del Valle
México, 03100, D.F.

Alfaguara es un sello editorial del Grupo Santillana.


Éstas son sus sedes:

Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador,


España, Estados Unidos, Guatemala, México, Panamá, Paraguay, Perú,
Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Primera edición: febrero de 2003


Primera reimpresión en Santillana Ediciones Generales S.A. de C.V.:
marzo de 2004
Sexta reimpresión: mayo de 2011

ISBN: 978-968-19-1174-4

D.R. © diseño de cubierta: Eduardo Téllez

Impreso en México

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma
ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por foto-
copia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.
Índice

Agradecimientos .....................................................11

Advertencia .............................................................13

Carta I
Sobre la verdadera vocación ......................................15

Carta II
Sobre la ética profesional ..........................................23

Carta III
Sobre qué es la ingeniería ..........................................33

Carta IV
De cómo debe ser un ingeniero mexicano ................47

Carta V
De la historia de la ingeniería mexicana ....................67

Carta VI
De la evolución tecnológica, herramienta
fundamental de la ingeniería ................................87

Carta VII
Del área y de la función ...........................................101
Carta VIII
Del futuro de la profesión........................................113

Carta IX
De la cultura del ingeniero ......................................129

Carta X
Del aprovechamiento del tiempo
y la planeación ....................................................141

Carta XI
Del buen ingeniero y la educación permanente .......151

Carta XII
Sobre los idiomas y la informática ...........................165

Carta XIII
Del compromiso social del ingeniero .......................173

Carta XIV
Sobre la sustentabilidad
y los antitecnologistas .........................................181

Carta XV
De la perseverancia, la tenacidad
y otros menesteres ...............................................195

Posdata ...................................................................205

Bibliografía ............................................................211
A mis hijos Javier, Elisa Verónica
y Alejandra, y a todos los jóvenes
que ven en la profesión el medio
para cancelar las diferencias.
Agradecimientos

A todos los que han participado en mi desarrollo pro-


fesional; a mis maestros y a los alumnos que me han
ayudado en mis actividades académicas.
A la Facultad de Ingeniería de la Universidad Na-
cional Autónoma de México.
A quienes encuentren en este libro algo que me di-
jeron, que me aconsejaron, que me corrigieron, que
me criticaron.
Al excelente equipo editorial de Alfaguara, y a Ra-
món Córdoba, quien tuvo a su cuidado la edición de
este libro, por su profesionalismo, su sensibilidad y su
tacto.
A mi esposa Bibis, que me ha acompañado en todo
lo que he hecho, aprendido, gozado y padecido, y lue-
go me ha aguantado cuando pasé a escribirlo.
Advertencia

La serie de cartas que componen este libro fue origi-


nalmente pergeñada por el autor para su hija Veróni-
ca, hoy ingeniera mecánica electricista de la Facultad
de Ingeniería de la UNAM.
Al decidir su publicación, cabía la posibilidad de
adecuar la redacción al título elegido, o titularlas Car-
tas a una joven ingeniera. Se optó por mantener el título
en masculino y la destinataria en femenino —aunque
no a la manera de Flaubert, que escribía a George Sand
como “Querida maestro”—, a pesar de que aparente-
mente, y sólo aparentemente, haya una incongruencia.
Se trató así de conservar la naturalidad de las misivas
y, al mismo tiempo, de ofrecer los mensajes que contie-
nen a todos quienes, sin distinción de género, busquen
en la ingeniería el camino de su dedicación profesional.
El deseo de quien esto escribe, es el de que a los jóve-
nes que pretendan dedicarse a esta carrera profesional,
igualmente apta para hombres y mujeres —aunque
ellas hayan conquistado su “igualdad ingenieril” sólo
recientemente—, les sean útiles las experiencias y opi-
niones de quien ha gozado esta profesión por más de
cuatro décadas.
Carta I
Sobre la verdadera vocación

Querida Vero:

Tu decisión de estudiar ingeniería, que me has co-


municado con esa cara alegre y satisfecha con que
siempre expresas lo que supones me ha de llenar de jú-
bilo, me lleva a algunas reflexiones que plasmo en esta
carta, siguiendo aquella vieja y maravillosa costum-
bre de la comunicación epistolar, tan disminuida por
los adelantos tecnológicos, pero aún no superada ni en
sus características de cosa muy personal y de objeto afec-
tivo y privado, y que tanto nos uniera cuando tú, muy
menor, fuiste a estudiar fuera del país.
La primera de mis reflexiones toca un aspecto de-
licado e importante, fundamental te diría, que es el de
tu vocación para la profesión que has elegido; supera-
do éste, y ratificada en su caso tu decisión, podríamos
iniciar un diálogo que nos permitiera ahondar tanto
en los grandes asuntos de la profesión como, desde lue-
go, en los detalles que le dan sentido y contenido a la
vida profesional.
Quiero expresarte que estaré satisfecho, encanta-
do, si seleccionas la actividad profesional que te ofrez-
ca la posibilidad de realizarte a plenitud; la que sea,
la que te permita colmar tus expectativas, la que te dé
la oportunidad de gozar en su realización, de buscar
Javier Jiménez Espriú

con el ánimo del descubridor caminos nuevos y re-


tos de altura; la que te abra el horizonte de todos los
anhelos y garantice a tu dedicación la proscripción del
tedio; la que te entregue, en suma, al desarrollo y al
goce pleno de tus facultades. Esa es la llave para que seas
una profesional de excelencia, meta que debe tener toda
persona que aspira a un título.
Lamentablemente, no siempre ocurre que se anali-
cen con cuidado las aristas de un asunto tan especial co-
mo es decidir a qué te vas a dedicar profesionalmente
el resto de tus días. Y no sólo eso: a menudo el momento
de la elección está señalado con mensajes inciertos, con
restricciones innecesarias, con desinformación o con in-
formación insuficiente, o incluso con normas, costum-
bres y tradiciones que coartan la libertad.
Hace no mucho, las familias mexicanas aspiraban
a contar entre sus miembros a un militar, a un médico
y a un sacerdote —siempre hablando de los hijos va-
rones, ya que las mujeres estaban claramente limita-
das a atender el hogar, cuando no a consagrarse a
Dios—. Hoy, aunque se han modificado tales patro-
nes, no hemos superado del todo esa consideración
ancestral y, con otros matices pero con criterios muy se-
mejantes, continuamos “orientando” o tratando de orien-
tar a nuestros hijos por los senderos que —a menudo sin
siquiera comentarlo con ellos— juzgamos más seguros,
más dignos o más rentables.
Todos conocemos al padre que exige a su hijo, quien
pretende ser torero, futbolista, violinista o pintor, que
antes de dedicarse a “eso”, le traiga su título de arqui-
tecto o de doctor. Y conocemos también al licenciado, al
ingeniero, al médico o al odontólogo que estudiaron
Cartas a un joven ingeniero

sin vocación, lanzados a esas profesiones sólo porque


en su familia, durante generaciones, alguien las ha
estudiado o porque lo hicieron su padre o su madre, a
quienes admiran o creen que admiran en lo profesio-
nal. También conocemos a quienes se dedican a cosa
diferente a la que estudiaron o, peor aún, se mecen en la
hamaca de la mediocridad profesional y lamentan con
amargura su mala elección.
Yo sé, querida Vero, que tú has demostrado en to-
do instante firmeza en tus decisiones y carácter, pero
considero necesario en este momento preciso —nun-
ca estará de más— subrayar la importancia de acoger-
te, sin cortapisa alguna y únicamente, a tu albedrío;
deshazte de toda atadura, no tomes en consideración,
de ninguna manera ni con ningún matiz, si a tus padres
o a persona distinta de ti les gustaría que fueras una
cosa o la otra. Escucha, pide opiniones, pero que al
final sean sólo tus intereses, tus gustos, tus aspiracio-
nes, tus habilidades, tu sensibilidad, tu vocación, los
que definan tu decisión. Así lograrás también hacer
felices a quienes quieres y ser útil a la sociedad en la
que vives.
Siempre he pensado que para poder darse con ge-
nerosidad —que es uno de los mayores goces en la vi-
da— es necesario ser un tanto egoísta. No se puede
hacer felices a los demás si no se es feliz, como tam-
poco se puede ser feliz sin darse generosamente a los
demás. Y la actividad profesional es muy probable-
mente, si se ha elegido bien y por lo tanto se desem-
peña con gusto, con pasión y con emoción, el mejor
vehículo para darse a los demás; y no sólo a “los de-
más” cercanos y conocidos, sino también a quienes,
Javier Jiménez Espriú

lejos de nuestra vista o de nuestros afectos, resultan


beneficiarios de una profesión bien atendida.
Dedícale un momento de reflexión a estas pala-
bras que te escribo con la intención de invitarte, antes
de emprender la maravillosa aventura de la formación
profesional, a un último examen de conciencia sobre
la realidad de tu vocación; nunca será tiempo perdi-
do y te servirá, además de para reafirmar o reorientar
tu selección, para iniciar el tránsito vital, infinito, apa-
sionante y esencial que los filósofos de la antigüedad
proponían —persuadidos de que tal es la base de la sa-
biduría y la primera de todas las ciencias— en la ins-
cripción “Conócete a ti mismo” que hicieron grabar
en el frontispicio del Templo de Delfos y de la cual Só-
crates hizo profesión de fe.
A ese respecto, Durand-Lasalle escribía en 1873,
en El generalato. O de la educación, de la instrucción, de
los conocimientos y de las virtudes necesarias:

Aquellos hombres sensatos habían conservado


con razón, en el primer plano, ese conocimiento
esencial e indispensable para conocer al resto de
los hombres, lo que resulta insoslayable para aco-
meter cualquier acción trascendente. Estudiar a
los otros y observar lo que hacen; preguntarse lo
que en su lugar nosotros haríamos, interrogar-
nos a solas en el fondo de nuestras cavilaciones,
llegando al fin a lo más íntimo del corazón; allí,
el individuo, separado de los demás, exento de la
influencia del amor propio, logra descubrirse tal
como es.
Cartas a un joven ingeniero

Naturalmente que tu análisis, oteador de futuros,


presenta el reto de múltiples incertidumbres —única
certidumbre, por cierto, que hoy tenemos—. Mu-
chas preguntas se agolpan en la mente de la juventud
cuando debe imaginar horizontes de amplio espec-
tro y de largo plazo y al mismo tiempo escudriñar los
rincones más profundos del propio ser.
A cada pregunta surgirán muchas más, y a mayor
profundidad en el análisis, brotarán nuevas dudas,
nuevas inquietudes, pero también nuevas expectati-
vas. Curiosamente, te garantizo, cada nueva pregun-
ta que te hagas te hará más segura; aunque no tengas
todas las respuestas habrás abierto nuevas ventanas,
entrará más luz, se habrá ampliado tu horizonte, y prin-
cipalmente, desaparecerá el miedo —siempre en todos
presente— a preguntarte cosas trascendentes, y adqui-
rirás la necesaria confianza de inquirirte, de buscar,
de decidir.
El aprendizaje se logra con base en muchas pregun-
tas y de una que otra respuesta, de búsqueda más que
de descubrimientos, de dudas más que de acatamiento.
No quisiera alargarme demasiado en este primer
envío, del que deducirás mi profundo interés en que
aciertes. Pero antes de dar por concluida esta carta,
debo aclararte que mi insistencia en tu reflexión no
la inspira ni la duda en tu decisión original, ni la som-
bra de una idea personal sobre un camino distinto
para ti. (Reitero, esto es asunto únicamente de tu albe-
drío.) Surge de una cierta deformación profesional
de ingeniero —que persiste en mis hábitos, incluso fa-
miliares—, que pide una última revisión del cálculo
de la estructura antes de firmar la responsiva, para ga-
Javier Jiménez Espriú

rantizar que el edificio se mantendrá en pie indepen-


dientemente de la magnitud de los sismos que lo
sacudan, o que el sistema no fallará.
Por otra parte recuerda —y no las olvides nun-
ca— las sabias palabras del Quijote: “La libertad,
Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos: con ella no pueden igua-
larse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encu-
bre. Por la libertad, así como por la honra, se puede o
se debe aventurar la vida.”
Pero por esa libertad, y con esa libertad, tienes que
tomar en cuenta que enfrentarás, aun en este momen-
to, en los albores mismos del nuevo milenio, la resaca
de una vieja costumbre machista, que sugiere que hay
carreras adecuadas para las mujeres, entre las que no
está la ingeniería.
Hace casi cincuenta años —tan sólo cincuenta—,
cuando ingresé a la Escuela Nacional de Ingenieros
—todavía no era Facultad—, en mi generación, que
era de poco más de 800 alumnos, había sólo una mu-
jer. La ingeniería “no era una profesión para las muje-
res”. Corría incluso la especie, por ejemplo, de que una
mujer no podía bajar al tiro de una mina, porque era
de “mal fario”, ¡hazme el favor! Naturalmente que a
las poquísimas que se aventuraban a estudiar ingenie-
ría nunca les pasaba por la cabeza incursionar en esa
especialidad.
Hoy los prejuicios van desapareciendo, e incluso
en algunas especialidades el sexo femenino se impo-
ne ya en número, como desde hace un buen rato lo
ha hecho en cuanto a capacidad; de la misma forma
acabó hace años, con evidencias indiscutibles, con la
Cartas a un joven ingeniero

malévola leyenda que calificaba a las mujeres, según


su belleza, como hermosas, guapas, regulares, feas
y… ¡de ingeniería!
Esto no quiere decir, querida hija, que ya se haya
superado todo en forma definitiva y que vayas a en-
contrar el camino libre de obstáculos machistas. Aún
te toparás con algunos profesores —de todo hay en la
viña del Señor y también en las escuelas de ingenie-
ría— y con algunas profesoras —los celos también
cuentan— que exigen a las mujeres más pruebas que
a los hombres para ver “si de veras las pueden”.
Ya no te tocará, en el caso de que estudies ingenie-
ría, ser solitaria pionera, como mi compañera de la
generación del 54, pero sí seguir pisando fuerte, para
ratificar las capacidades del “sexo débil”. ¡Débil!
En todo caso, si tu vocación se encuentra en algu-
na de las carreras de la ingeniería, esas pruebas adicio-
nales, absurdas, no harán sino reafirmarla y ayudar a
que cada vez sea más “normal”, lo que normal debie-
ra ser: que en cualquier profesión el género no tenga
influencia y sólo la capacidad marque las diferencias.
Mis reflexiones, con las acotaciones que ahora hago,
porque se trata de una realidad vinculada con nues-
tra idiosincrasia, serían igualmente válidas si tú fueras
varón.
Concluyo por ahora este asunto, que reabriremos
si lo consideras conveniente, en espera de tus comen-
tarios; pero en vista de que queda mucha tinta en el
tintero —así se decía antes de que las computadoras
acabaran con los manuscritos, algunos, aunque no
sería mi caso, verdaderas obras de arte de la caligrafía y
el color, y también con los tinteros, algunos también
Javier Jiménez Espriú

piezas bellísimas—, y como hay múltiples y variados


asuntos por abordar, te propongo que al tiempo de tus
cavilaciones, iniciemos ese diálogo al que me referí al
principio sobre el maravilloso tema de tu futuro profe-
sional, para el que te ofrezco el ya cargado acervo de mis
experiencias. Estoy cierto te será útil en tus reflexiones,
como lo fueron para mí los consejos que recibí cuando
pasé, hace ya muchos años, por trance semejante.

Con todo cariño,


tu padre
Carta II
Sobre la ética profesional

Querida hija:

Me da gusto saber que la carta que te escribí hace


unos días te llegó, según dices, en un momento muy
oportuno, y que has recogido con entusiasmo mis pro-
puestas, tanto sobre una última reflexión libre y perso-
nal, como sobre nuestro coloquio epistolar, que desde
luego no sustituye nuestras pláticas, tan frecuentes
como sea posible. Estoy seguro de que ambas se estimu-
larán; además, teniendo estas reflexiones por escrito, las
podrás hojear de vez en cuando y a lo mejor un día
hasta dirás: ¡Caray, era un poco necio, pero no estaba
tan errado el viejo!
Me indicas que tus primeras reacciones ante el reto de
tu análisis personal —una especie de psicoanálisis sin
psicoanalista, práctica siempre conveniente y considera-
blemente más económica—, te confirman tu vocación
hacia la ingeniería. Ello me da pie para iniciar nuestra
incursión en el vasto territorio de esa profesión tan an-
tigua como la humanidad —aunque adquiera su nom-
bre pasados muchos siglos— y tan llena de vericuetos,
matices y posibilidades, que nos exigirá seguramente un
amplio espacio tocar tan sólo sus temas esenciales.
Emilio Rosenblueth, un distinguido ingeniero civil
mexicano recientemente desaparecido, repetía con fre-
Javier Jiménez Espriú

cuencia: “Todo lo que parece estar más allá de la inge-


niería, no es sino sola y pura ingeniería”, y agregaba:
“el ingeniero no puede estar hecho sólo de las cien-
cias de la ingeniería; la cultura, la sensibilidad social,
la ideología, la economía, la política, la filosofía, el
arte, son ropajes de los que no se puede desprender.”
Como ves —estoy de acuerdo con Emilio—, tendre-
mos mucha tela de donde cortar.
Estas cartas pretenden, por ello, corresponder al
menos a dos de las acepciones del vocablo que ofrece la
Real Academia Española: “1. Papel escrito, y ordina-
riamente cerrado, que una persona envía a otra para
comunicarse con ella” y, particularmente: “2. Mapa
en que se describe el mar, o una porción de él, con sus
costas o los lugares donde hay escollos o bajíos”.
No trato con esto de tomar cartas en el asunto, que
es a todas luces personalísimo —recuerda lo del albe-
drío, del que estoy convencido—; te ofrezco, en cam-
bio, poner mis cartas sobre la mesa para que tengas
toda la información posible, y desde luego carta blan-
ca para que en su momento puedas jugar tu mejor
carta; las mías te las propongo como esas cartas de
navegación, esas cartas de rutas que tanto sirvieron a
los viejos navegantes, a los descubridores, a los con-
quistadores, ya que lo que inicias ahora es una aven-
tura semejante a las que acometieron quienes han
escrito páginas épicas de la humanidad. Espero que
los datos que he recogido en mi largo trashumar por
mares agitados, procelosos o tranquilos, pero siempre
interesantes, enriquecedores, provocadores, queden ex-
puestos en estas nuestras cartas, para tu conocimiento
y beneficio.
Cartas a un joven ingeniero

Antes de abrir el cofre de mis recuerdos y experien-


cias, quiero transmitirte una preocupación fundamen-
tal que ha presidido mi existencia, y que encontré
expresada en bella forma y con prístina claridad en
una conferencia que Gabriela Mistral dictó en ocasión
cuya fecha y motivo desconozco, pero que afortuna-
damente leí en mis mocedades. La gran maestra y
poetisa —o poeta, como hoy se dice— chilena, naci-
da Lucila Godoy Alcayaga, escribió:

todo el desorden del mundo viene de los oficios


y las profesiones mal o mediocremente servidos:
político mediocre, educador mediocre, médico
mediocre, sacerdote mediocre, artesano medio-
cre, esas son nuestras calamidades verdaderas.
Conversaba yo una vez con Ramiro de Maez-
tu sobre las diferencias que corren entre sajón y
latino. Él me marcaba, entre otras, que, al igual
de la afirmación anterior, se me quedó hinca-
da en la memoria por la gravedad que arrastra:
el latino sería un hombre que suele desarrollar
sus morales al margen de la profesión de que
vive; el sajón sería casi siempre un hombre que
trenza la moral adoptada con su oficio. Maeztu
se puso a contarme cómo los obreros suizo-ale-
manes de relojería, por ejemplo, consideraban al
reloj construido de su mano como una especie
de testimonio personal, de rúbrica de su honra-
dez y de piezas de su responsabilidad completa.
Verídica y terrible afirmación. Nosotros co-
nocemos tipos bastante opuestos al del relojero
suizo. El abogado defensor de pleitos turbios sue-
Javier Jiménez Espriú

le pensar que su honorabilidad personal sufre


poco o nada de sus defensas deshonestas; el mé-
dico torpe por descuido de sus curaciones, duer-
me, come y vive tranquilamente, encima de su
degradación profesional; el pedagogo que se con-
siente didacta del 1800, estima que el no infor-
marse y el sestear sobre pedagogía relevada, no
tiene gran cosa que hacer con su probidad de
hombre.
Mucho más que el hombre latino, que al cabo
cuenta al sabio francés para salvar su déficit, es el
latinoamericano quien ha hecho una cortadura
traicionera entre oficio y moral, entre función pú-
blica y conducta individual. Hasta tal punto sube
entre nosotros esta falta, yendo desde la culpa al
delito, que ya el grado universitario o el título ofi-
cial dicen bastante poco, y son más bien aproxi-
maciones que afirmaciones. Decimos “licenciado”
y el sustantivo de toda sustantividad no aúna a
nadie; decimos “químico” y el apelativo tan técni-
co no asegura ninguna técnica; decimos “ingenie-
ro” y el jefe de una empresa de minas pedirá al
candidato un noviciado de prueba, antes de entre-
garle la dirección del laboreo.
De tal manera, hemos venido a parar en una es-
pecie de quiebra del crédito universitario en casi
todas partes. Y la Universidad, dondequiera que
exista, debe constituir una institución de calidad
pura, de apretada selección.
Yo pediría a ustedes que mediten sobre este
asunto que sólo dejo apuntado como una indica-
dora, y que se decidan a comenzar una cruzada in-
Cartas a un joven ingeniero

terior y exterior por la dignificación profesional


o gremial. Digo interior, porque cada día creo más
en que las reformas salen del tuétano del alma y
asoman hacia afuera, firmes como el cuerno del
testuz del toro, o bien se hacen en el exterior como
cuernecillos falsos pegados con almidón. El pri-
mer tiempo será pensar la profesión lo mismo
que un pacto firmado con Dios o con la ciencia,
y que obliga terriblemente a nuestra alma, y des-
pués de ella a nuestra honra mundana. El se-
gundo tiempo será organizar las corporaciones o
gremios profesionales donde no existen y donde
ya se fundaron, depurarlos de corrupción y de
pereza, vale decir, de relajamiento.
El tercer tiempo será obligar a la sociedad en
que se vive a que vuelva a dar una considera-
ción primogénita a las profesiones que desdeña
y rebaja.
La tercera grada sube blandamente desde las
otras dos: a la larga siempre se respeta lo respe-
table, y se acaba por amar lo que presta buen ser-
vicio.

Esta terrible y grave aseveración, por cuanto con fre-


cuencia verdadera, querida Vero, debe impulsarnos
en una cruzada por la dignificación del individuo,
de la profesión y del gremio, y a insistir cada día, en
cada función, en cada responsabilidad, en cada foro,
en la obligación de los profesionales, desde que ini-
cian su formación académica, de trabajar por la exce-
lencia en la disciplina que su título ampara y en la
magnitud de su compromiso social.
Javier Jiménez Espriú

Considerar la actividad profesional dentro de un


marco ético único, indivisible e inquebrantable, impli-
ca postular como valores dedicación, estudio, calidad,
lealtad, verdad, equidad, congruencia, y debiera ser
consubstancial al individuo.
Lamentablemente, no siempre se actúa en forma
correcta y ello afecta la confianza en los profesiona-
les y en la profesión. Se llega por ello a decir: “Es un
ingeniero excelente, pero…” (cobra en demasía, sugiere
un equipo por conveniencia personal, se sobreprote-
ge…). Esto es inaceptable. En la excelencia profesional
no hay pero que valga. Aquí sí, la expresión shakespea-
riana: “Ser o no ser”, tiene validez absoluta. Todo en la
profesión es discutible, excepto el comportamiento
ético, en el que debemos ser intransigentes.
Emmanuel Kant, el célebre filósofo alemán del
siglo XVIII, anunciaba así su curso de ética del in-
vierno de 1765:

Ética. La filosofía moral, más aún que la metafí-


sica, tiene el destino peculiar de tomar la apa-
riencia de la ciencia y un aire de profundidad,
aunque nada de eso pueda encontrarse en ella.
La causa es esta: la distinción entre el bien y el mal
en las acciones, y el juicio sobre la rectitud moral
pueden ser fácil y correctamente reconocidos por
el corazón humano a través del llamado sentimien-
to, y pueden ser conocidos directamente y sin el
rodeo de pruebas. Por tanto, dado que la cues-
tión está ya decidida antes de cualesquiera fun-
damentos de la razón —lo cual no sucede en
metafísica—, no es de extrañar que nos empeñe-
Cartas a un joven ingeniero

mos demasiado y demos por buenas razones que


sólo tienen apariencia de certeza. A causa de estos
hechos no hay nada más común que el título de
filosofía moral, y nada más raro que merecer ese
nombre.
[…] Y, dado que en ética considero siempre
histórica y filosóficamente lo que sucede, antes
de indicar lo que debe suceder, explicaré el mé-
todo por medio del cual debemos estudiar al
hombre —no ese hombre que, a través de las for-
mas variables que su condición cambiante le
imprime, se ha deformado y como tal ha sido siem-
pre juzgado equivocadamente aun por los filóso-
fos, sino la naturaleza permanente del hombre y
su posición única en la creación— de manera que
podamos saber qué perfección le es propia en el es-
tado de simplicidad pura y cuál en el estado de sim-
plicidad sabia; y, por otro lado, cuál es el precepto
de su conducta si, excediendo los límites de ambas,
aspira a alcanzar el punto más alto de la excelen-
cia moral y física aunque se desvíe más o menos
de ambas. Este método de investigación ética es
un grato descubrimiento de nuestros tiempos y, si
lo consideramos en su proyecto completo, era del
todo desconocido para los antiguos. (Paul Ar-
thur Schilpp, La ética precrítica de Kant.)

Estoy de acuerdo con Kant: lo ético es fácil de reco-


nocer, ¿no piensas lo mismo? No sólo se nota o se
deduce, se siente; por eso el análisis filosófico, nece-
sario para el conocimiento y para el esclarecimiento de
dudas sobre el comportamiento del individuo y sus
Javier Jiménez Espriú

respuestas vitales, es un apoyo y no una ley inmuta-


ble. Los decálogos éticos, los juramentos profesiona-
les, son útiles como llamadas de atención, como guías
sociales, siempre limitadas y lamentablemente siem-
pre interpretables, pero no pueden sustituir a la úni-
ca norma inalterable, que es la moral propia, la que se
arraiga en el alma, la que nos convierte en jueces de
nuestros actos, la que se resuelve en el único juicio in-
discutible, inapelable, que es el que cada quien hace
de sí mismo.
Con la misma convicción, Confucio aconsejaba:
“Contrólate a ti mismo hasta en tu casa; no hagas,
ni aun en el lugar más secreto, nada de lo que puedas
avergonzarte”, y aquel Lord inglés, cuyo nombre es
cualquiera, definía: “Un caballero es aquel que toma el
té sin azúcar, aunque se encuentre solo.” Piaget, el fa-
moso pedagogo, dejó escrito: “La ética no puede ense-
ñarse de modo temático, como una asignatura más, sino
que debe ejemplarizarse en todas las actividades.”
Interrumpo mi perorata moralizante —que espe-
ro no haya resultado farragosa—, cuya semilla, estoy
seguro, cae en tierra fértil. Sé que muchos de los con-
ceptos que te expongo se riñen con los “valores” que
propone la modernidad materialista en atractivos
spots radiofónicos, en videos musicalizados, en espec-
taculares que ocultan el paisaje, deterioran el ambiente
y agravian el idioma; pero sé también que es fun-
damental para los ingenieros tener claridad en estos
conceptos.
El tema es tan sensible, que en su reciente Decla-
ración mundial sobre la educación superior en el siglo
XXI, la UNESCO señala:
Cartas a un joven ingeniero

dado que tiene que hacer frente a importantes


desafíos, la propia educación superior ha de em-
prender la transformación y la renovación más ra-
dicales que jamás haya tenido por delante, de
forma que la sociedad contemporánea, que en la
actualidad vive una profunda crisis de valores,
pueda trascender las consideraciones meramente
económicas y asumir dimensiones de moralidad
y espiritualidad más arraigadas.

Así, a tu pregunta de si la selección de una profesión


debe ser exclusivamente “por amor al arte” o hay que
considerar las posibilidades del mercado para vivir
bien de ella, respondo que deben considerarse am-
bos aspectos; pero señalo también que, si como espero,
tu ambición en lo material no desborda los límites
de lo razonable y se ubica en los terrenos éticos a los
que me he referido, el “amor al arte” es el que te dará
más satisfacciones y te asegurará, como dice el dicho:
“un buen pasar para irla pasando”.
Demos ahora un rato a tu reflexión. En la próxima
carta entraremos al mundo fascinante de la ingeniería.

Te quiere,
tu padre
Carta III
Sobre qué es la ingeniería

Querida Vero:

Me alegra que te hayan gustado tanto el fondo


como la forma del escrito de Gabriela Mistral; co-
incido contigo en que cuando la expresión es be-
lla, lo dicho tiene mayor impacto y se guarda en la
memoria y en el alma con mayor intensidad. La
estética debiera ser parte consustancial de todas las
cosas.
En este caso, la reunión de la ética y la estética, en
hermosa comunión, ofrece el marco mejor para un
asunto de la mayor importancia: la transformación
de los conceptos que contiene en hábito de vida; la
transfusión de estas ideas en la corriente sanguínea
—donde pienso que deben alojarse los principios—;
su aceptación racional como condición primaria e
insoslayable para un ejercicio profesional y para una
vida respetables, son un paso de la mayor trascen-
dencia. Como Lenin dijo: “Hay que hacer de la éti-
ca una estética”.
Lo expresado hasta aquí es válido para cualquier
oficio o profesión, pero en algunos como la ingenie-
ría, por el efecto multiplicador y profundo que sus
acciones tienen en la sociedad, adquiere una impor-
tancia mayor. Como quieres ser ingeniera, dejemos
Javier Jiménez Espriú

las generalidades de toda profesión y hablemos es-


pecíficamente de la que has elegido.
Querida hija, sería interesante que, sin pensarlo
mucho, trataras de contestar estas dos preguntas:
¿qué es para ti la ingeniería?, ¿por qué quieres estu-
diar esa profesión?
Antes de dar cabida a tus respuestas, que segura-
mente serán varias, debo decirte que sé que las pre-
guntas no son fáciles —yo en tu lugar sudaría frío
para contestarlas—, por más que hayas ratificado la
firmeza de tu vocación. En vista de que mis cartas
no pretenden echarte “toritos” para detectar inconsis-
tencias o crearte complicaciones, sino proponerte
opciones para que elijas la que te atraiga, déjame con-
tarte que, en una encuesta aplicada a cincuenta in-
genieros de distintas edades —desde principiantes
hasta próximos a jubilarse— por Claudine Lange,
autora del libro Être ingénieur aujourd d’hui (Ser in-
geniero hoy), todas las respuestas fueron distintas:
cada uno tenía su propio concepto, su percepción
de lo que era la ingeniería, dependiendo de su acti-
vidad y experiencia: por lo que, a la manera de Orte-
ga y Gasset, podríamos decir: “El ingeniero es él y su
circunstancia.”
Visto con optimismo, como te sugiero ver todas
las cosas, esto no deja de tener su lado positivo. La
flexibilidad que permite irte formando y adaptándo-
te a la profesión de acuerdo con tus deseos, preferencias,
aptitudes, y de conformidad con las oportunidades
que la vida te vaya ofreciendo, tiene en la ingeniería
altos grados de libertad, lo que es un atractivo que
se debe aprovechar, pues abre horizontes a veces insos-
Cartas a un joven ingeniero

pechados y obliga a estar siempre listo para cambiar,


para adecuarse, para “reciclarse”, como hoy se dice.
Decía Flaubert en sus Pensamientos: “Vivimos en
un mundo donde los hombres se visten con trajes ya
confeccionados. Peor para ti que tienes demasiada
talla.” Yo sé que podrás hacerte un hermoso traje a la
medida.
Hay, sin embargo, un marco de referencia común,
características que dan a la profesión singularidad
dentro de la extensa variedad de sus posibilidades, y
que justifican su nominación única; el que muchas
actividades aparentemente diversas sean agrupadas
dentro de la denominación de “ingeniería”. El libro de
Ralph J. Smith Engineer as a Career (Ingeniero como
carrera) recopila una serie de definiciones que reco-
jo a continuación:

Thomas Tredgold (1828): La ingeniería es el arte


de dirigir las grandes fuentes de poder de la na-
turaleza para el uso y conveniencia del hombre.
A.M. Wellington (1887): Sería bueno que la
ingeniería fuese menos generalmente considera-
da, e incluso definida, como el arte de construir.
En cierto e importante sentido es incluso el arte
de no construir; o, para definirla ruda pero no
impropiamente, es el arte de hacer bien con un
dólar lo que cualquier chambón puede hacer, en
cierto modo, con dos.
Henry G. Scott (1907): Ingeniería es el arte
de organizar y dirigir hombres y controlar las
fuerzas y materiales de la naturaleza para el bene-
ficio de la raza humana.
Javier Jiménez Espriú

Willard A. Smith (1908): Ingeniería es la cien-


cia de la economía para la conservación de la ener-
gía, cinética y potencial, proveída y almacenada
por la naturaleza, para el uso del hombre. Es asun-
to de la ingeniería utilizar esa energía en la forma
más ventajosa, a manera de lograr el menor des-
perdicio.
Alfred W. Kiddle (1920): Ingeniería es el arte
o ciencia de utilizar, dirigir o instruir a otros, en la
utilización de los principios, fuerzas, propieda-
des y sustancias de la naturaleza, para la produc-
ción, manufactura, construcción, operación y uso
de cosas […] o de medios, máquinas, implemen-
tos y estructuras.
S.E. Lindsay (1920): Ingeniería es la práctica
de aplicaciones seguras y económicas de las leyes
científicas que gobiernan las fuerzas y los mate-
riales de la naturaleza, a través de organización, di-
seño y construcción, para el beneficio general de
la humanidad.
R.E. Hellmund (1929): La ingeniería es una
actividad distinta al trabajo puramente manual y
físico que se realiza para la utilización de los mate-
riales y leyes de la naturaleza, para el beneficio de
la humanidad.
J.A.L. Wadell, Frank W. Skinner, y H.E. Wess-
man (1933): La ingeniería es la ciencia y el arte de
manejar eficazmente materiales y fuerzas […] com-
prende el diseño y la ejecución más económicos
[…] asegurando, cuando se logra adecuada-
mente, la más ventajosa combinación de preci-
sión, seguridad, durabilidad, rapidez, simplicidad,
Cartas a un joven ingeniero

eficiencia y economía posibles, para las condi-


ciones de diseño y servicio.
Vannevar Bush (1939): La ingeniería […] en
un sentido amplio […] es la aplicación de la cien-
cia en forma económica para las necesidades de
la humanidad.
T.H. Hoover y J.C.L. Fish (1941): La inge-
niería es la aplicación profesional y sistemática
de la ciencia para la utilización eficiente de los re-
cursos naturales para producir bienestar.
M.P. O’Brien (1954): La actividad caracterís-
tica del profesional de la ingeniería es el diseño
de estructuras, máquinas, circuitos o procesos, o la
combinación de esos elementos en sistemas o plan-
tas y el análisis y la predicción de sus compor-
tamientos y costos bajo condiciones de trabajo
establecidas.
L.M.K. Boelter (1957): Los ingenieros parti-
cipan en las actividades que dan a los recursos de
la naturaleza disponibles, formas benéficas para el
hombre y proveen sistemas que las hacen servir óp-
tima y económicamente.
John C. Calhoun, Jr. (1963): Es responsabili-
dad de los ingenieros estar pendientes de las ne-
cesidades sociales y decidir cómo las leyes de la
ciencia pueden ser mejor adaptadas a través de
trabajos de ingeniería para satisfacerlas.
The Engineers Council for Profesional De-
velopment (1963): La ingeniería es la profesión
en la que el conocimiento de las matemáticas y
las ciencias naturales, obtenido con estudio, ex-
periencia y práctica, es aplicado con juicio para
Javier Jiménez Espriú

desarrollar caminos para utilizar los materiales y


las fuerzas de la naturaleza para el beneficio de
la humanidad.

En los años setenta, durante una caldeada discusión


entre ingenieros y economistas ocurrida en la Uni-
versidad, en la que se disputaba la primacía de las ac-
tividades importantes para el desarrollo, un maestro
de la Facultad de Ingeniería concluyó: “Los econo-
mistas se pasan la vida especulando sobre el Produc-
to Interno Bruto. Los ingenieros lo hacemos.”
Otras definiciones, más recientes, ponen énfasis
en alguno de los elementos que concurren en la profe-
sión. El Diccionario Enciclopédico Larousse de 1983
ofrece la siguiente:

Ingeniero: 1. Persona cuyos conocimientos lo ha-


cen apto para realizar funciones científicas o téc-
nicas activas para prever, crear, organizar, dirigir,
controlar los trabajos que de ello derivan (inves-
tigaciones, estudios, fabricación, construcción,
explotación, etc.) así como mantener una fun-
ción de “cuadro”.

Contrástala con la que aparece en la edición de 1865


de la Gran Enciclopedia Larousse, que te transcribo
como curiosidad y como caricia al ego profesional:

Ingeniero. Hombre que inventa construcciones


a hacer, máquinas o instrumentos a ejecutar, y
planos y diseños necesarios para su ejecución: Los
ingenieros son en Francia, un cuerpo que debe su
Cartas a un joven ingeniero

establecimiento al Mariscal Vauban. (Lunier.) El


ingeniero es el rey de la época.

Después de esta “real” declaración enumera y des-


cribe las diferentes ingenierías existentes: civil, militar,
naval, de puentes y caminos, de minas, geólogo, de
aguas y bosques, geógrafo, hidrógrafo, mecánico, óp-
tico, matemático y, ya en esa época… ingeniero para
la cirugía.
El Diccionario de la Real —esa sí— Academia de
la Lengua Española (2001) establece:

Ingeniero, ra (de ingenio, máquina o artificio).


m y f. Persona que profesa la ingeniería o alguna
de sus ramas. MORF. U. t. la forma en m. para de-
signar el f.: Silvia es ingeniero // 2. m. ant. Hom-
bre que discurre con ingenio las trazas y modos
de conseguir algo.

y define a la ingeniería como:

Estudio y aplicación, por especialistas, de las di-


versas ramas de la tecnología. // 2. Actividad
profesional del ingeniero. // —genética. f. Tecno-
logía de la manipulación y transferencia del ADN
de unos organismos a otros, que posibilita la crea-
ción de nuevas especies, la corrección de defectos
génicos y la fabricación de numerosos compues-
tos útiles.

Como ves, no hay acuerdo sobre si es ciencia, arte,


técnica, práctica, actividad, oficio… sencillamente
Javier Jiménez Espriú

porque la ingeniería suele mezclarse todo en dife-


rentes proporciones, según el propósito, el objetivo,
el fondo y la forma, el momento, la idiosincrasia…
incluso el “estilo”.
Por eso, todas las definiciones nos parecen in-
completas; la que no olvida a la persona como fin, la
ignora como medio fundamental; la que da énfasis
al aspecto técnico, minimiza el impacto social o el
económico; y así como las definiciones de años atrás
hacían caso omiso de lo que hoy se llama sustentabi-
lidad —que se refiere al cuidado del ambiente y que
hoy es un ingrediente insoslayable—, sólo las muy
recientes contemplan evoluciones tecnológicas y su
impacto, como pudiera ser la relativa a la ingeniería
genética, y pocas incluyen el componente ético.
En su libro Engineers and Ivory Towers (Ingenie-
ros y torres de marfil), Hardy Cross comenta: “Si los
ingenieros se han de clasificar, deben considerarse
más humanistas que científicos.” Estoy convencido
de que para ser un ingeniero pleno, se debe ser prime-
ro humanista, no referido a una ocupación o activi-
dad, sino a una actitud y a una sensibilidad.
Después de este largo recuento, te sugiero que in-
tentes una definición de la ingeniería, quizá en fun-
ción de lo que te gustaría hacer como ingeniera. Verás
que habrá una nueva propuesta, clarificadora de tus
expectativas e ideales; irás moldeando tu perfil pro-
fesional —el vestido para tu talla— y descubrirás
que esta profesión ofrece herramientas y posibilida-
des para desempeñarse en casi cualquier actividad.
Te convencerás también de que la ingeniería tiene
como objetivo la solución de necesidades del hombre
Cartas a un joven ingeniero

y la búsqueda de su bienestar, a través del uso racio-


nal de los recursos que la naturaleza y la inteligencia
ponen a disposición, y que tiene como infraestruc-
tura de conocimiento las ciencias duras: matemáti-
cas, física, química.
Me alegra saber que el rigor y la dificultad que pa-
ra muchos tienen estas ciencias a ti no te asustan, lo
que te ha permitido elegir tu carrera, como es desea-
ble, en función de lo que te gusta, y no como tantos,
que huyen de lo que creen que no les atrae por las
dificultades que les ha significado en el tránsito esco-
lar, y que deciden por eliminación y no por selección.
Quién sabe cuantos que pudieron haber sido buenos
ingenieros, son malos abogados, o peores economis-
tas; ¡malo para ellos y seguramente peor para todos
los demás!
Déjame insistir: la atención de necesidades es fun-
ción sustantiva de la ingeniería; y me refiero a todas
las necesidades del individuo, de las elementales a las
más sutiles para la existencia; de las que exigen abri-
go y alimento, a las que requieren respuestas estéti-
cas; de las que se refieren a la pobreza del cuerpo, a las
que buscan la belleza y la superación del espíritu; in-
cluso las que se pudieran calificar como triviales.
Aunque este asunto es vasto, sirvan como ejem-
plos de respuesta a necesidades la rueda, la pólvora y
la imprenta; construcciones como el faro de Alejan-
dría, las pirámides de Keops, la Muralla china, el Taj-
Majal, la Torre Eiffel, el puente Golden Gate, la Sala
Nezahualcóyotl; los vuelos interplanetarios, la ciru-
gía remota, la resonancia magnética; la música o la
consulta de una enciclopedia en disco compacto y
Javier Jiménez Espriú

la Internet; el descifre del genoma humano, la inva-


sión de la telefonía celular. La ingeniería está, como
ha estado siempre —y aquí cito la respuesta a la pre-
gunta, ¿dónde está Dios? del catecismo del padre
Ripalda—: “en el cielo, en la tierra y en todo lugar”.
(Desde luego, me refiero a la ingeniería en toda su
evolucionada amplitud, pero sacudida de los excesos
de la modernidad que han usurpado su casto nom-
bre para designar procesos de dudosa legalidad como
“ingeniería electoral”.)
Pero te invito a volver a las definiciones, porque
quiero llamar tu atención sobre la de Wellington an-
tes transcrita, donde se afirma que ingeniería “es en
cierto sentido, también, el arte de no construir”. La
responsabilidad del ingeniero es seleccionar la mejor
opción, y no hay duda que a veces la mejor opción
es, en efecto, “no construir”. Ya verás en tu camino
cuántas “magníficas” plantas, “soberbias” construccio-
nes y “sofisticados” sistemas resultaron espectaculares,
glamorosos, impresionantes, “elefantes blancos” que
causaron la ruina de sus promotores; y si bien algunos
son obras bellísimas que incluso se convirtieron en
atractivos turísticos y puntos de referencia obligada,
otros son sólo monumentos a la soberbia y la vani-
dad, testimonio de ineptitud o falta de ética.
Augusto Dotoeuf, ingeniero de L’École Polytech-
nique de Francia —una de las más reputadas escue-
las de ingeniería del mundo—, escribió: “Hay tres
formas de arruinarse en la vida: las mujeres, el juego
y los ingenieros; las mujeres es la más agradable, el
juego la más estúpida, pero los ingenieros la más
segura.”
Cartas a un joven ingeniero

Por cierto, el libro de Dotoeuf es de gratísima lec-


tura, pleno de humor y sabiduría; su título es Propos
de M. Barenton, confiseur —El propósito de M. Ba-
renton, confitero—. El buen humor, que es síntoma
de salud mental y no debe faltar nunca ni en los mo-
mentos de mayor apuro, no debe servir para tender un
velo que oculte verdades, ni hacer simpáticos vicios,
sino servir para resaltarlos críticamente y combatirlos.
Decir que no es difícil a menudo, porque puede
significar no realizar un proyecto y dejar de percibir
los honorarios correspondientes o malquistarse con
quien lo promueve, pero es parte del compromiso
del profesional consigo mismo, de lealtad con sus prin-
cipios, de ética elemental. Decir que no, o proponer
una solución sencilla frente a una propuesta de alta
tecnología cuando así debe ser, aplicar la tecnología
adecuada al problema y las circunstancias del caso,
es lo que sí merece el nombre de ingeniería, y quien
así la ejerce merece nombrarse ingeniero.
Aplicar a la solución de un problema la última tec-
nología disponible, aunque esté sobrada, porque en
esa forma demostramos “estar al día”, no es sino, en
el mejor de los casos, tecnocracia. Hay que estar al
día para conocer todas las opciones y emplear la más
adecuada, utilizando los recursos más fácil y econó-
micamente disponibles. Este concepto es crucial en
un país como el nuestro, en que muchas de las nece-
sidades por atender requieren de una ingeniería óp-
tima, sin desperdicio ni exceso de gasto.
Sobre este tema, Jacinto Viqueira, maestro de muchas
generaciones de ingenieros mexicanos —entre ellas de
la mía—, escribe en su libro Introducción a la ingeniería:
Javier Jiménez Espriú

Las condiciones climáticas no han variado apre-


ciablemente en Mesoamérica desde la época de
los antiguos mayas. Se caracterizan por una tem-
porada de lluvias que dura aproximadamente la
tercera parte del año, en la cual se tiene agua en
exceso, y una temporada de estiaje, especialmen-
te marcada y larga en las tierras altas, durante la
cual se tiene un déficit de agua.
Sigue existiendo la motivación para el desa-
rrollo de obras hidráulicas que permitan regular el
escurrimiento de las aguas superficiales, mejorar
la agricultura y, en la época moderna, suministrar
energía a la sociedad industrial.
Sin embargo, el México moderno, fascinado
por la imitación de otras culturas, parece mucho
menos capaz de adaptarse a las condiciones climá-
ticas y aprovecharlas eficientemente, que los anti-
guos habitantes de Mesoamérica en sus periodos
de esplendor.
A través de la historia nos llegan una enseñan-
za y una advertencia. Por una parte, la enseñanza
de las posibilidades de florecimiento con que cuen-
ta una cultura que sabe adaptarse a su medio am-
biente y lo aprovecha sin destruirlo. Por otra parte,
la advertencia de las consecuencias catastróficas que
puede causar un desequilibrio entra las caracte-
rísticas naturales y el desarrollo de la sociedad.

Para la siguiente carta me propongo comentarte lo


que considero debe ser un ingeniero mexicano de cual-
quier especialidad, pues estoy convencido de que
todo profesional debe tener en cuenta en forma pre-
Cartas a un joven ingeniero

ponderante, como advierte el maestro Viqueira, las


condiciones del país en el que desarrollará sus acti-
vidades. Desde luego, tus aspiraciones deben ser las
de ser una ingeniera con conocimientos suficientes
para ejercer en cualquier parte del mundo, pero si tus
actividades principales se desarrollarán normalmen-
te en México, su mejor conocimiento te dará venta-
jas competitivas.
En ese nuevo capítulo de nuestra correspondencia
quisiera ir orientando y enriqueciendo mis propues-
tas según tus comentarios e inquietudes; creo que es-
te largo “rollo” —como ustedes dicen— es más que
suficiente por hoy.

Hasta la próxima,
tu padre
Carta IV
De cómo debe ser un ingeniero mexicano

Querida Vero:

Te comentaba al final de la carta anterior mi convic-


ción de que en la selección de una carrera no pueden
dejar de considerarse las condiciones del entorno, y
el nuestro, como país que aún no encuentra el cami-
no del desarrollo equitativo de sus ciudadanos, como
lamentablemente le sucede a prácticamente todos los
países latinoamericanos, presenta rasgos que debe-
mos tener siempre presentes.
Como sabes, nuestra demografía es uno de los gra-
ves problemas que enfrentamos. Los prácticamente
cien millones de habitantes que vivimos en el terri-
torio nacional —número que sigue aumentando a
tasas elevadas a pesar del relativo éxito de los progra-
mas de control demográfico instrumentados en las
últimas décadas—, requerimos de enormes esfuerzos
que no se han podido ofrecer con suficiencia, lo que
ha acumulado graves rezagos.
El marco de referencia de los profesionales de la
ingeniería es el siguiente: nuestro nivel educativo es
muy bajo, la escolaridad promedio de la población
es de 7.5 años y hay una magra atención de la educa-
ción superior, que sólo alcanza al 18% de quienes
están en edad universitaria; el déficit de casas habita-
Javier Jiménez Espriú

ción, con criterios políticos —siempre suaves y excul-


pantes—, se ubica en el orden de los cinco millones; las
condiciones de nutrición de la mayoría de los mexi-
canos son precarias; hay apenas 14 líneas telefónicas
por cada cien habitantes; nuestra infraestructura de
transporte —carreteras, puertos, aeropuertos, vías
férreas— es insuficiente y está mal conservada; la in-
fraestructura hidráulica es igualmente escasa y está
deteriorada; hay un enorme y creciente grado de de-
forestación y pérdida de tierras de cultivo, y un desa-
rrollo industrial precario e inestable; asimismo, hay
una grave dependencia científica y tecnológica, un bajo
cuidado del ambiente y un alto índice de desempleo.
Además, si hoy hiciéramos una radiografía de la
ingeniería mexicana, el resultado no parecería halaga-
dor. Las severas dificultades económicas que el país
ha sufrido en las dos décadas pasadas y algunas deci-
siones nacionales tomadas ante el acoso de la globa-
lización han deteriorado su posición y han afectado
un desarrollo que es necesario retomar.
Esta situación es justamente la que hay que supe-
rar; se trata de un círculo vicioso que es necesario rom-
per. Por una parte, es claro que las necesidades del
país requieren de más y mejor ingeniería, pero la inca-
pacidad económica y política para atenderlas ha afec-
tado a ésta también.
He aquí una más de las responsabilidades de la
profesión: convencer a la sociedad de la trascenden-
cia vital de su existencia, de modo que quienes tienen
a su cargo las decisiones estratégicas del país, den a
la ingeniería y al desarrollo tecnológico la prioridad
que merecen. La relación de necesidades que anoté
Cartas a un joven ingeniero

es la confirmación obvia de la importancia de la pro-


fesión. ¿Cómo resolver estas carencias sin una inge-
niería nacional de primer nivel?
Te darás cuenta de que nuestro país requiere com-
petir en el mundo para sobrevivir, y requiere antes,
sobrevivir para poder competir en el mundo; la in-
geniería juega en ambos asuntos un papel de prime-
ra importancia.
La función del ingeniero mexicano se ubica en
tres planos: atender las necesidades del pequeño Mé-
xico del primer mundo para que pueda competir en
la globalidad, atacar las penurias del enorme México
subdesarrollado para incorporarlo al bienestar que
no conoce, y al mismo tiempo restaurar la propia casa
profesional, que ha quedado maltrecha por las incle-
mencias de los malos tiempos.
Afortunadamente, contamos con importantes re-
cursos, particularmente energéticos, que deben ser,
como reza la mayoría de las definiciones de la profe-
sión, usados con eficiencia y honestidad, explotados
racionalmente y empleados para el bienestar de la so-
ciedad, y desde luego, contamos con los propios mexi-
canos, que tenemos un enorme potencial, tanto en
los renglones de la productividad y la creatividad, co-
mo en el del mercado.
Así pues, lo que aquí te planteo es que debemos
ver las condiciones del país que antes enumeré como
una rica gama de posibilidades. “En medio de las difi-
cultades están las oportunidades”, decía Albert Eins-
tein. Ya te imaginarás que lo que quiero es analizar
contigo todo lo que hay por hacer, seguro de que para
ti, como para los jóvenes que aman a su patria, el co-
Javier Jiménez Espriú

nocimiento de las carencias y las posibilidades los


estimulará en el estudio. Es necesario pagar la hipo-
teca para ser dueños de nuestra casa.
Durante los próximos cuarenta años, que será el
lapso aproximado de tu ejercicio profesional, nues-
tra población crecerá hasta cerca de 140 millones de
habitantes. Requeriremos disminuir nuestros reza-
gos y ampliar las posibilidades de nuestra infraes-
tructura para la competencia global; dar habitación
a 40 millones más de mexicanos —es decir cons-
truir 1,000 viviendas diarias—; más que duplicar el
número de empleos; producir el doble de alimentos;
triplicar al menos el número de líneas telefónicas;
duplicar la capacidad de generación de energía eléc-
trica; y, desde luego, dotar a todos los mexicanos de
obras sanitarias, de agua potable, y sobre todo, de edu-
cación, para citar sólo satisfactores esenciales. Todo
ello con recursos limitados, con el fantasma deshu-
manizado del desempleo en la “lucha global”, en ple-
na era de la información y la inteligencia, y ante la
necesidad vital, hecha ya conciencia universal, de pre-
servar los ecosistemas como condición sine qua non
del desarrollo.
Dibujado con trazos burdos, este es el complejo y
apasionante marco de referencia de los retos de la in-
geniería mexicana. Pero este marco, que como he se-
ñalado, explico en los amplios términos del nuevo
paradigma, requiere de un profesional universal. Hu-
gues de Jouvenel, director de Futurible, una prestigia-
da organización francesa de prospectiva, dijo en una
conferencia que ofreció en la Academia Mexicana de
Ingeniería:
Cartas a un joven ingeniero

El porvenir de México depende, ciertamente,


por un lado, de lo que harán los mexicanos, de lo
que decidan no dentro de 10 años, sino de lo que
decidan hoy y mañana; de las acciones que em-
prendan pero también del contexto internacional
en el que México mantiene relaciones cada vez
más estrechas.
El surgimiento de un nuevo paradigma téc-
nico-económico se debe en gran parte a lo que
podríamos calificar como la revolución de la in-
teligencia, o bien a la referencia de la transición
de la era industrial hacia la era pos-industrial o
hacia la era de la sociedad de la información y de
la comunicación.
Se hace cada vez más estratégica la inversión
inmaterial, la inversión cerebral, la inversión de in-
teligencia y la inversión terciaria que interviene
antes y después de la producción agrícola. Antes,
será el avance genético de las plantas, de los ani-
males, será el mejoramiento en investigación y el
desarrollo de las semillas y los injertos. Después
serán todas las actividades relacionadas con la cues-
tión del almacenamiento, el sistema de distribu-
ción, la cadena de refrigeración, la mercadotecnia,
la publicidad, el servicio financiero, etc.
Este fenómeno que se observó en la agricultura
es todavía más patente en el sector industrial.
Si de la misma forma fracciono el precio de un
automóvil, veo que su precio total no depende
ya tanto del costo de la lámina de acero o del plás-
tico, ni de los salarios del personal, sino que de-
pende cada vez más de los gastos hechos por el
Javier Jiménez Espriú

fabricante en ingeniería de concepción, en inves-


tigación y desarrollo, en publicidad, en servicios
financieros, en distribución, etc.
Si tomamos como ejemplo el famoso micro-
procesador, se estima por lo general que el traba-
jo industrial representa aproximadamente 5%
del precio de ese componente.
Me parece que estamos presenciando un despla-
zamiento de los principales centros de valor agrega-
do, de grandes consecuencias en el funcionamiento
de las economías modernas. Desde ahora lo esen-
cial del valor agregado no vendrá de los productos,
sino de lo inmaterial incorporado al producto.
Pero este fenómeno está ligado también a la
aparición de nuevos materiales que sustituyen a
los anteriores. El caso más evidente es, por ejem-
plo, que hoy 50 kilos de fibra óptica transportan
tantos mensajes telefónicos como ayer una tone-
lada de fibra, y que de paso, se consuma 20 veces
menos energía.
Algunos países han avanzado lejos en esta di-
rección, ya que a producción igual, el Japón entre
1960 y 1985, disminuyó 60% de sus consumos
de materia prima energética y no energética.
Este fenómeno en sí encierra graves conse-
cuencias tanto a nivel macro como a nivel micro-
económico.
La competitividad de nuestras empresas de-
pende cada vez más de inversiones inmateriales y
no de inversiones físicas. La inversión inmaterial
incluye los gastos de programas, de capacitación,
de organización y de administración.
Cartas a un joven ingeniero

Y no hablemos de la esfera financiera:


Sabemos que actualmente se estima el flujo
de capitales intercambiados cada día sobre el pla-
neta, de 80 a 100 veces superior al volumen de
bienes y servicios efectivamente intercambiados.
El premio Nobel Maurice Alles decía, hace
poco tiempo todavía, que en los siete países más
industrializados, el famoso G7, los flujos financie-
ros alcanzan cada día 60 mil millones de dólares,
10 veces la producción física del mundo entero,
y 35 veces más que las transacciones comerciales
reales.
Esto trae también consecuencias en las rela-
ciones Norte-Sur, graves consecuencias también
en el plano macroeconómico: gran número de
empresas con una imagen industrial, en realidad
son empresas que sacan lo esencial de su beneficio
especulando en la esfera financiera.
Otro ejemplo: los grandes comerciantes sacan
más provecho de la administración de su tesore-
ría, que del dinero que obtienen de los productos
que distribuyen.
Otro tema delicado es la disociación entre el
crecimiento económico y la creación de empleos
bajo el efecto de la carrera por la competitividad,
ahora que tenemos una economía que podemos
llamar globalizada.
Asistimos en realidad al surgimiento de una
economía globalizada que se organiza según una
lógica de razón que no corresponde ya en nada a
la lógica territorial sobre la cual se basa el princi-
pio de soberanía nacional.
Javier Jiménez Espriú

Esto viene del hecho de que las fuentes prin-


cipales de riqueza ya no provienen de materias fí-
sicas sino de lo inmaterial. Cuando las principales
fuentes de riqueza son programas, patentes o flu-
jos financieros, la economía se vuelve más volátil
y fugaz.
En 2005, es sorprendente constatar que la po-
blación de los países industrializados representa-
rá muy poca cosa. Para ilustrar esto con cifras, si en
1960 los 27 países que componen los llamados
países industrializados contaban con poco me-
nos de 25% de la población mundial, en el 2005
tendrán un 12%, esto siempre y cuando no sur-
jan importantes cambios de aquí a esa fecha.
El 20% de los países más ricos del planeta de-
tentan aproximadamente 80% de la riqueza mun-
dial. La diferencia entre los ingresos del 20% de
los países más ricos y el 20% de los países más
pobres, se ha incrementado considerablemente.
Quiero insistir en estas desigualdades, que au-
mentan evidentemente desde el punto de vista
financiero. Observen la transferencia financiera
Norte-Sur. Un dólar invertido en los países del Sur,
rinde, grosso modo tres dólares a los países del Norte.
La búsqueda de la competitividad pasa prin-
cipalmente por la innovación.

Desde otra atalaya, Henri Martre, presidente del Gru-


po de Industrias Aeronáuticas y Espaciales de Francia,
opina de la siguiente manera:
Cartas a un joven ingeniero

La nueva dinámica mundial de globalización y re-


gionalización y el surgimiento de una impresio-
nante red de flujos comerciales internacionales y
empresas multinacionales; las nuevas exigencias
sociales para la preservación del medio ambien-
te; la escasez de agua y de energía y su vincu-
lación con la ecología; la generación de nuevos
mercados por la aparición de nuevas tecnologías,
nuevos productos y nuevos métodos de producción,
son el marco general de nuestras preocupaciones.
Los microprocesadores invaden igualmente
los complejos sistemas de comunicación y los ju-
guetes; los materiales compuestos aparecen tanto
en los artículos deportivos como en los satélites;
las nuevas cerámicas componen los artículos de
casa y las turbinas de los aviones supersónicos; la
química extiende por todas partes sus aplicaciones.
Los productos industriales se han convertido en
obras maestras de la imaginación y en maravillas
de la realización.
La propia industria ha cambiado completa-
mente su naturaleza: la informática y la robótica
invaden las oficinas de estudios y los talleres y sus-
tituyen progresivamente a los obreros. La produc-
ción integrada, las cadenas de ensamble robotizado,
los talleres flexibles, se convierten en imperativos
de la productividad y de la competitividad.
Correlativamente, las dimensiones económi-
cas de las unidades industriales crecen ante la presión
de los costos de inversión dedicados al desarrollo de
productos y al equipamiento de las fábricas. Las
concentraciones se multiplican y trascendiendo
Javier Jiménez Espriú

las fronteras encuentran límites que no pueden


ser superados sino por la cooperación. Ya no se en-
cuentran en el mundo sino tres productores de avio-
nes comerciales, una docena de fabricantes de
automóviles y otro tanto para implementos elec-
trónicos.
Sin embargo, a pesar y a menudo en razón de
este progreso, las contradicciones se acumulan,
se promueve la industrialización, pero al mismo
tiempo la protección ambiental que la frena y en-
carece; se propugna por la productividad pero
se habla igualmente del desempleo y de la divi-
sión del trabajo; se pretende liberar el comercio,
pero se permite el establecimiento de caos mone-
tarios que no pueden conducir sino al proteccio-
nismo.

Por eso es necesario insistir en que, además del cono-


cimiento profundo y permanentemente actualizado
de su disciplina, los atributos de honestidad, cultura,
gratitud, compromiso, amor, generosidad, solidaridad,
son esenciales en los ingenieros mexicanos, quienes
deberán responder a los retos que plantean problemas
graves, la mayoría lacerantes, y que no tienen solución
a corto plazo; las soluciones se lograrán —si los jóve-
nes de hoy trabajan en ellas— sólo en el largo camino
de los lustros.
Ustedes, los ingenieros de mañana, deben ser ca-
paces de atender y provocar los cambios requeridos;
de enfrentar los riesgos y la incertidumbre de un
mundo que se hace más complejo cada hora; de dis-
cutir sin cortapisas las tendencias que orientan los
Cartas a un joven ingeniero

pasos de la humanidad; de disertar sobre los temas


que hoy convocan al análisis del porvenir; de cues-
tionar las contradicciones que parecen bloquear nues-
tras hipótesis y nuestros deseos; de polemizar sobre
las paradojas que oponen a las sociedades actuales, y
dentro de ellas a sus diferentes sectores.
Sí, querida Vero, te repito: los ingenieros deben
ser magníficos especialistas en su disciplina, pero al
mismo tiempo sensibles en todo lo demás, y para
serlo, deben saber que hoy no es sino el futuro de di-
versos ayeres; que la historia es elemento fundamental
del porvenir. No deben caer en la arrogancia de igno-
rar la herencia milenaria de las civilizaciones; de si-
glos y siglos de pruebas y errores; de la acumulación
de experiencias y de conocimientos de innumerables
generaciones.
No podemos aceptar, con Jorge Manrique, que
“cualquier tiempo pasado fue mejor”, porque signifi-
caría que vamos hacia atrás, como los cangrejos, pero
se debe admitir que los beneficios de la modernidad
son resultado de un proceso de civilización que de-
bemos continuar, y deben distribuirse con equidad.
Octavio Paz nos dice: “La historia nos da una com-
prensión del pasado y, a veces, del presente. Más que
un saber es una sabiduría.”
En fin, Vero, la ingeniería requiere de inteligen-
cias claras, de espíritus sensibles y generosos. Por eso
la formación del ingeniero no puede restringirse al
aprendizaje de las técnicas de la ingeniería. Debe
comprender todo lo que conduzca a las múltiples res-
puestas de la serie de preguntas que Fernando Savater
plantea así:
Javier Jiménez Espriú

¿Debe la educación preparar aptos competidores


en el mercado laboral o formar hombres comple-
tos? ¿Ha de potenciar la autonomía de cada indi-
viduo, a menudo crítica y disidente, o la cohesión
social? ¿Debe desarrollar la originalidad innova-
dora o mantener la identidad tradicional del gru-
po? ¿Atenderá a la eficacia práctica o apostará
por el riesgo creador? ¿Reproducirá el orden
existente o instruirá a los rebeldes que puedan
derrocarlo? ¿Mantendrá una escrupulosa neutra-
lidad ante la pluralidad de opciones ideológicas,
religiosas, sexuales y otras diferentes formas de
vida (drogas, televisión, polimorfismo estético…)
o se decantará por razonar lo preferible y propo-
ner modelos de excelencia? ¿Pueden simultanearse
todos estos objetivos o algunos de ellos resultan
incompatibles? ¿Hay obligación de educar a todo
mundo de igual modo o debe haber diferentes ti-
pos de educación, según la clientela a la que se
dirijan? ¿Acaso existe obligación o tan siquiera
posibilidad de educar a cualquiera, lo cual supo-
ne que la capacidad de aprender es universal?

Preguntas todas que en una sola: ¿educar para qué?,


trataron de encontrar respuesta en un seminario so-
bre “Educación en el siglo XXI” donde tuve la res-
ponsabilidad de la relatoría y, tratando de sintetizar
lo dicho por un grupo destacado de maestros e intelec-
tuales, al presentar el libro que nació de aquella re-
unión, dije que dijeron:
Cartas a un joven ingeniero

Educarse, para preservar la vida; esa es la primera


respuesta. Pero no sólo para eso, educarse, para
creer en libertad, para acentuar el necesario nivel
de pertenencia, para la tolerancia inaplazable.
Educarse para estar en el mundo y a la vez ser
uno mismo; para no regresar y permanecer en las
supersticiones, para esquivar el dogma, que así se
educará para progresar.
Educarse para la duda que surge de la infor-
mación y no para la afirmación que del dogma
nace. Educarse para satisfacer necesidades; para
la confianza; para imaginar; educarse finalmente
para la rebeldía…
…para alcanzar la felicidad, mejorar la calidad
de la vida, desarrollar el ser, vivir en plenitud…
…para contestar ¿por qué? y ¿para qué? a pre-
guntas fundamentales como: ¿ir a la modernidad?,
¿ser productivos y eficientes?, ¿ser competitivos?
Para buscar la equidad y disminuir las diferencias;
para mantenerse vivos, para ocupar una posición
en el aparato productivo; para atender las necesida-
des del mercado, para generar empleos. Todo eso
está bien, pero no a costa de todo lo demás.
Lo demás, que aquí no es lo de menos, es: para
sobrevivir, para vivir y en algunos casos para revi-
vir; para hacerlo en la globalidad y en la mexica-
nidad; en la universalidad y en la soberanía; en la
identidad individual y en la colectiva, en la na-
cionalidad; para ser hombre o mujer del planeta
sin dejar de ser mexicano; para politizar; para la ver-
dad, la crítica y la tolerancia; para saber y para
saber ser; para conocer el equilibrio del hombre
Javier Jiménez Espriú

con la naturaleza; para el futuro y para la destruc-


ción, esa que nos permite la reconstrucción; para
aprehender y aprender de manera permanente.

En resumen, “educar para la razón”, como propone


Spinoza en su Ética inmortal.
Educar para formar rebeldes frente a la sinrazón
que campea por doquier. Educar para lograr el máxi-
mo de conocimientos y cancelar al mínimo los dogmas
y prejuicios. Prepararse para responder a retos extraor-
dinarios, claros y complejos, como los que se deducen
de estos párrafos de La sociedad digital de Mercier,
Plassard y Scardigli:

Frente a la multitud de las nuevas tecnologías de


la información, ante la insidiosa metamorfosis
de un entorno cotidiano en el que los automóvi-
les se ponen a hablar, las lavadoras a “pensar” y los
tubos catódicos a exigir que se les responda, uno
tiene derecho a preguntarse: ¿a dónde nos lleva
todo esto? “Todo esto” no puede reducirse única-
mente al desarrollo tecnológico. La técnica no es
un fenómeno externo a la realidad social. Sea cual
sea el talento de nuestros modernos Frankenstein,
normalmente se contentan con modelar una criatu-
ra hecha a su imagen y semejanza; y, sea cual sea
la relativa impotencia que experimentamos ante
las máquinas —prótesis que el “progreso” nos im-
pone—, no hemos perdido totalmente la libertad
de elegir qué botón es preciso apretar o no apretar.
Los chips electrónicos ya han invadido nuestra
vida cotidiana, y su fecundidad se anuncia fulmi-
Cartas a un joven ingeniero

nante. En estos momentos sólo nos sorprenden


o irritan. Porque están vacíos, porque carecen de
sentido. El único problema consiste en saber
qué… “alma” les estamos dando.

Como habrás notado por mi vehemencia, soy un con-


vencido de que el ingeniero debe ser primero un ser
sensible, y luego un maestro de la tecnología; si las
herramientas de la ciencia y la técnica se manejan
fríamente, aparece “el aprendiz de brujo” que expe-
rimenta con la inteligencia artificial y un inmenso
poder tecnológico sobre el destino de la sociedad, o
se vuelve a ser, como tantas veces, “el elefante en la
tienda de porcelanas que altera la topografía, modi-
fica el clima, cambia la ecología con el influjo mágico
de su técnica pura y arrogante, como el niño que
recorta una figura de una tela de Rembrandt, sólo
porque sabe usar tijeras” (Maurice Rollier).
Por eso no resisto a la tentación de transcribir aquí,
a pesar de que he pasado una buena parte de mi vida
dedicado a la enseñanza, una de tantas lúcidas re-
flexiones de Oscar Wilde: “La educación es algo ad-
mirable, pero de vez en cuando conviene recordar
que las cosas que verdaderamente importa saber no
pueden enseñarse.”
Te cuento todo esto, te transcribo tantas cosas ex-
celentes que se han escrito sobre nuestros temas, por-
que sería sensacional que desde ahora forme parte
de ti ese sentimiento tan importante, implícito en ellas,
que es el de hacer de la profesión parte inseparable de
la vida, sentirlas una sola cosa. No el convertir tu pro-
fesión en la esencia de tu vida —lo que sería limitarla
Javier Jiménez Espriú

catastróficamente—, sino el considerar tu vida y la


de los demás, como la esencia de tu profesión.
Y a este respecto, quiero decirte con enorme agra-
do que tus comentarios a mi carta anterior sobre la
belleza arquitectónica de la Sala Nezahualcóyotl, tus
inquietudes infantiles sobre su acústica, su propósi-
to cultural, su comodidad, su solución ingenieril, en
fin todo lo que me mencionas sobre la forma y el fon-
do, sobre el fin, el contenido y el continente de una
obra como esa tienen ese sustento, son justamente la
expresión de ese amplio espectro de múltiples dimen-
siones que un profesional debe analizar para toda
acción que emprenda. La ingeniería mexicana es muy
capaz y cuando se le deja en libertad, como en esa
oportunidad y otras que han dejado huella en nues-
tra historia, ha logrado resultados de gran impor-
tancia.
Quiero contarte una de las grandes satisfacciones
que me ha dado mi carrera. Hace algunos años, cuan-
do estábamos a punto de lanzar al espacio los dos
primeros satélites de comunicaciones de México, el
Sistema Morelos, del que yo era responsable, un gru-
po de jóvenes ingenieros e ingenieras, en el que los
mayores no cumplían los treinta años de edad y que,
recién egresados de la escuela habían sido prepara-
dos para el futuro control de los satélites en el espacio,
me propuso que cambiáramos el lanzamiento del se-
gundo satélite —que iba a estar en su posición orbital
durante algunos años, sólo en reserva, como sistema
redundante—, con objeto de dejarlo en una posición
tal que las fuerzas gravitacionales lo llevaran en tres
años a su posición geoestacionaria, en lugar de hacerlo
Cartas a un joven ingeniero

con el procedimiento normal previsto, con el uso de


un segundo cohete impulsor.
Con ello —me explicaron— se ahorraría el com-
bustible necesario para el segundo impulso y para su
posterior control en su posición, prolongando así su
vida útil algunos años —ya que ella dependía del
combustible que tuviera consigo— y garantizando
un uso óptimo al artefacto, con lo que además se ob-
tendría una rentabilidad extraordinaria que no se lo-
graba en el proyecto original.
Entusiasmados con la propuesta, emprendimos
una difícil pero exitosa negociación con la NASA pa-
ra la modificación del lanzamiento, luego de que los téc-
nicos de esa institución confirmaron que todos los
cálculos de dinámica orbital hechos por nuestros jó-
venes ingenieros eran precisos y el proyecto viable.
Se llevó a cabo con éxito el lanzamiento —que
hubo de ser nocturno, lo que además fue maravillo-
so— y la vida del satélite Morelos II, que debía ex-
tinguirse en 1995, continúa hoy vigente, con lo que
el país ha podido ingresar a sus arcas varias decenas
de millones de dólares con los que no contaba, con-
virtiendo un proyecto técnicamente correcto y eco-
nómicamente justo, en un éxito financiero total.
Para esa negociación me acompañó a Washington
el líder de aquel grupo, un “experimentado” ingenie-
ro de 25 años de edad.
Mi permanente confianza en la capacidad de la
juventud bien preparada para enfrentar grandes re-
tos y lograr proezas espectaculares tuvo en aquella
ocasión, no sólo una ratificación contundente, sino
la prueba palpable de que es en la buena formación
Javier Jiménez Espriú

de la juventud en donde está la salida del oscuro tú-


nel de las dificultades nacionales.
Quiero transferir esa confianza a ti y a los jóvenes
como tú, en forma de confianza en ustedes mismos,
porque de ella dependen muchas cosas que pueden
cambiar, para bien, el rumbo de nuestro país.
Me encanta tu otra reflexión —de hecho toda re-
flexión es encantadora—, referente a que te tran-
quiliza que las definiciones de la ingeniería, aun las
propuestas por ingenieros destacados, parezcan siem-
pre truncas, porque no has redondeado una visión
definitiva de la profesión; esto no indica sino que es-
tás iniciando adecuada y oportunamente este diálo-
go contigo misma y con la profesión que has elegido,
para encontrarla y encontrarte con ella y en ella. No
te preocupes por eso; a medida de que avances en tu
análisis, las fichas se irán acomodando para que,
como se dice en el dominó, siempre tengas “la fir-
me”.
Por otra parte, debo confesarte que, a pesar de que
yo ya estoy “en la ladera de la montaña augusta de la
serenidad”, como dice el poeta, sigo modificando, por
hechos como el que te relato y asuntos que surgen a
diario e impiden que se agote la capacidad de asom-
bro, mi visión “total y definitiva” de la profesión.
Al igual que con el conocimiento, en que cada vez
que aprendes una cosa te das cuenta que hay muchas
más que ignoras —por eso al final de su vida Sócra-
tes afirmaba Sólo sé que no sé nada—; que al saber más
de un tema, vamos descubriendo su infinitesimalidad
y la magnitud extraordinaria del conjunto de saberes
que integran el todo, la ingeniería nos ofrece perma-
Cartas a un joven ingeniero

nentemente el reto magnífico de lo inalcanzable. Por


eso, en esta profesión las definiciones no son sino
aproximaciones o insinuaciones a un mundo cuyos
límites se esconden más allá de nuestra imaginación,
por fulgurante que ésta sea.
Te propongo continuar con este hermoso ejercicio
de encuentro, que me parece cada vez más atractivo,
y abordar los antecedentes de la ingeniería mexicana,
para ir de lo autóctono a lo universal y continuar in-
tegrando, organizando, sugiriendo, el bagaje cultu-
ral —cultura es, a diferencia de natura, todo lo que
el hombre hace— que te será necesario en el hermo-
so viaje que ya emprendes.

Hasta la próxima
Carta V
De la historia de la ingeniería mexicana

Querida Vero:

Como te decía en alguna de mis primeras cartas y


reiteré en la anterior, cuando uno se embarca en cual-
quier empresa es importante adentrarse en sus ante-
cedentes, saber lo acontecido y sus causas, lo logrado
y lo fallido, porque así, además de adquirir informa-
ción relevante, disminuyen las posibilidades de repetir
errores —aunque es común que nadie experimente en
cabeza ajena, hay que intentarlo—; se evita invertir es-
fuerzos en resolver lo ya resuelto —no se inventa el agua
tibia— y, sobre todo, se aprovecha el tiempo, ese mara-
villoso recurso cuyo buen uso tendrá una influencia
decisiva en tu vida, asunto del que me gustaría hablar
más adelante.
Pero hoy quiero referirme a la historia de la pro-
fesión, de la que te decía que es tan antigua como la
civilización misma, aunque fuera bautizada muy pos-
teriormente. Te propongo iniciar nuestra incursión
por la paradoja mexicana, cuyo conocimiento y es-
tudio es de la mayor importancia.
Primero debo aclararte que me atrevo a llamarla
paradoja —como verás, a mi edad ya puede uno atre-
verse a muchas cosas—, porque su historia muestra
contrastes y contradicciones formidables, aún no
Javier Jiménez Espriú

suficientemente analizados y menos explicados, ejem-


plos extraordinarios de desarrollos de vanguardia fren-
te a carencias elementales.
Don Jaime Torres Bodet, un destacado intelectual
y maestro notable, hablaba de la necesidad urgente de
educarnos para superar “la dramática asimetría que
—con mayor o menor relieve— demostraron los pue-
blos que la historia asoció dentro de la colectividad
mexicana, entre la abundancia de las manifestaciones
espirituales y la escasez de los medios técnicos”. Nues-
tra situación actual parece confirmar tal visión, pero
aun aceptándola no podemos olvidar que los inge-
nieros mexicanos somos herederos de una antigua y
magnífica historia de hechos y obras impresionantes
y trascendentes.
“La historia —decía Huizinga— es la forma en
que una cultura rinde cuentas de su pasado”; otra ex-
presión de un viejo amigo, filósofo involuntario, dice
que “La experiencia es como una profecía con un es-
pejo retrovisor”. Ambos conceptos hacen aconsejable
y necesario para todo joven que quiera incorporarse
al futuro de la ingeniería, el incursionar en su pasado.
Según Voltaire, “la humanidad evoluciona no de
un modo mecánico, ni porque exista una fuerza su-
perior que se encargue del progreso, sino por el es-
fuerzo continuado de generaciones” y la historia de
ese esfuerzo no debe servir simplemente como una
recopilación de acontecimientos y testimonios, sino
como elemento para el análisis y la búsqueda de las
ideas que los produjeron; para descubrir, como pos-
tulaba Herodoto, “no sólo lo que el hombre ha he-
cho, sino saber por qué lo ha hecho […], porque
Cartas a un joven ingeniero

siendo el hombre criatura plenamente racional, tras


cada acción histórica debe hallarse forzosamente una
voluntad consciente”.
Iniciemos, pues, por lo de casa. Como sabes, nues-
tros antepasados nos legaron el ejemplo de obras
extraordinarias para el estudio de la astronomía, de vi-
vienda, hidráulicas, de caminos, para la práctica de
los deportes, que hoy siguen siendo la admiración
de propios y extraños por su perfección geométrica,
matemática, de uso de materiales, técnicas construc-
tivas, ingenio y arte.
Teotihuacán, El Tajín, Uxmal, Kabah, Edzná, Tula,
Palenque, Chichén Itzá, Tulum, Mitla, Tenochtitlán,
son vestigios de la capacidad de nuestros ancestros,
que construyeron ciudades extraordinarias de vivos y
de muertos, de hombres y de dioses, con espléndida
grandeza tanto en lo que se refiere a las manifestacio-
nes del espíritu como en la originalidad de los medios
técnicos que las hicieron posibles.
Don Alfonso Reyes, otro de nuestros intelectuales
de excepción, comenta con admiración sobre Te-
nochtitlán: “en mitad de la laguna se asienta la me-
trópoli como una inmensa flor de piedra” y “llega a
tener al momento del arribo de los españoles en
1519, dicen algunos, 300,000 habitantes”.
Nuestros antepasados incorporaron el arte a las
construcciones —la pintura y la escultura, fundamen-
talmente—, inventaron procesos de prefabricación
extraordinarios y el uso del ladrillo cocido, lo que aún
se puede observar en las ciudades que edificaron. Co-
mo sabes, no sólo atendían con su ingeniería —que
obviamente no se puede calificar como incipiente—
Javier Jiménez Espriú

las necesidades del cuerpo, sino también las del es-


píritu, desde hace más de diez siglos.
Así construyeron ciudades y sistemas de ciudades
de diseño notable, con emplazamientos privilegiados
y diversidades de ubicación. Así, con técnica y sensi-
bilidad, hicieron surgir grandes urbes, incorporadas
magníficamente al ambiente, con sentido y conciencia.
Bernal Díaz del Castillo relata en su Historia ver-
dadera de la conquista de la Nueva España:

Y otro día por la mañana llegamos a la calzada


ancha y vamos camino de Estapalapa. Y desde que
vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua
y en tierra firme otras grandes poblazones, y aque-
lla calzada tan derecha y por nivel como iba a Mé-
xico, nos quedamos admirados, y decíamos que
parecía a las cosas de encantamiento que cuentan
en el libro de Amadís, por las grandes torres y “cúes”
y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de
calicanto, y aun algunos de nuestros soldados de-
cían que si aquello que veían si era entre sueños,
y no es de maravillar que yo escriba aquí de esta
manera, porque hay mucho que ponderar en ello
que no sé cómo lo cuente: ver cosas nunca oídas
ni aún soñadas, como veíamos.

Si para los españoles aquello era fantástico en el si-


glo XVI, para nosotros no lo es menos en el XXI. La
construcción en el lecho del lago, el Templo Mayor,
las colosales pirámides, observatorios y castillos, el al-
barradón de Nezahualcóyotl, el acueducto de Cha-
pultepec, los juegos de pelota, los diques-calzada, los
Cartas a un joven ingeniero

caminos mayas, las plazas extraordinarias, los centros


ceremoniales, los sistemas hidráulicos, son mues-
tras de la extraordinaria habilidad y del conocimiento
de nuestros antepasados, y magníficos anteceden-
tes de nuestra ingeniería.
Los más de 2,000 años de tradición astronómica
y los más de mil observatorios que se han descubier-
to en nuestro territorio; el cálculo de la duración del
año, que difiere sólo dos diezmilésimas del cómputo
actual; la construcción de relojes cósmicos de piedra
y el desarrollo de un modelo matemático del mundo y
de un sistema numérico propio que comprende la con-
cepción del cero —ausente en el conocimiento de
griegos y romanos—, son realidades que nos deben es-
timular a grandes logros y no sólo a llenarnos de un
orgullo nostálgico.
El ingenio de los mesoamericanos para encontrar
soluciones adecuadas a los problemas de su vida coti-
diana, que incluían ya el aprovechamiento y el cuidado
del medio ambiente, son impresionantes. Sus solucio-
nes en edificación, con cimentaciones en zonas pan-
tanosas y sísmicas; el cálculo estructural para edificios
de varios pisos; sus aplicaciones del talud; el arco maya,
sus sistemas de irrigación; sus acueductos abiertos, ce-
rrados y de doble caño; los desagües urbanos, muchas
de cuyas técnicas perduran en los albores del siglo
XXI, son también hechos de nuestra ingeniería civil
inicial.
Pero no sólo en la construcción hay realizaciones
admirables; en diversos aspectos que hoy se conocen
como desarrollos industriales —esto debe interesar-
te, ya que me dices que te atrae en principio la inge-
Javier Jiménez Espriú

niería industrial—, los indígenas mesoamericanos


dejaron destacados testimonios en varios campos. El
aprovechamiento de recursos minerales; el aislamien-
to de cloruro y de bicarbonato de sodio; sus tecnolo-
gías para extracción, aleación y fundición de metales;
sus técnicas textiles con sus telares de cintura y va-
ra; sus tintes, fijadores y teñidos; la elaboración de
pigmentos y colorantes; la producción de fertilizan-
tes y abonos son sólo algunos de ellos.
Todo esto nos da una idea del estado del arte, en
la época precolonial, de lo que hoy llamamos ingenie-
ría, que no requirió tecnología de importación. Ésta
llegó más tarde, y a nuestra herencia extraordinaria
se sumó la que vino con la Conquista, que sirvió para
conformar la nación plural y multicultural que hoy
somos.
No menos rico es el legado de los años de la Co-
lonia y del México independiente. La infraestructu-
ra hidráulica con sus presas y sus grandes acueductos:
Querétaro, Morelia, Oaxaca, Tembleque o El Sitio;
las obras de introducción del agua del Valle de Ler-
ma a la Ciudad de México, o las obras de desagüe,
desde el Tajo de Nochistongo de don Enrico Martí-
nez y el gran canal, antecedentes del drenaje profun-
do de la ciudad capital.
Y después, la evolución de la ingeniería hidráuli-
ca mexicana hasta la construcción de grandes presas
y sistemas hidroeléctricos en Chicoasén, Malpaso,
Infiernillo, La Angostura, Aguamilpa y Huites, por
citar las más importantes.
El urbanismo, que a partir de las ordenanzas de
Felipe II para la fundación de las grandes ciudades
Cartas a un joven ingeniero

de México, Veracruz, Puebla, Morelia y Tlaxcala, re-


coge la tradición precolonial, que enriquecida con
las nuevas aportaciones crea las ciudades mineras,
portuarias y político-administrativas, hasta los desa-
rrollos de las modernas conurbaciones actuales y
—¡ojo con la creación de monstruos!— “la ciudad
más grande del mundo”.
No podemos dejar de mencionar nuestra ances-
tral tradición caminera, que sigue a los mayas, a tra-
vés de los caminos arrieros, de postas y de diligencias,
hasta nuestra actual red de carreteras y autopistas y
su componente ferroviaria, que se inicia con la ruta
México-Veracruz, construida en 1850, hasta el la-
mentablemente último gran esfuerzo, en la de Chi-
huahua al Pacífico en los años sesenta del siglo XX,
y su vertiente aeronáutica en la red de los más de 60
aeropuertos nacionales.
Y desde luego, la tradición minera que nos dio
nombre a nosotros, oro y plata a los conquistadores,
“el quinto” al Rey —y se dice que con ello el princi-
pio de la decadencia del imperio español— y nuevas
técnicas de amalgamación de metales al mundo, y nos
convirtió en el país exportador de productos mine-
rales por excelencia.
Sobre esto, que es de gran importancia para la
existencia de la ingeniería en México y para el tema
central de nuestras cartas, el ingeniero Gustavo P.
Serrano dice:

De no haber sido por la minería, que logró salvar


las grandes distancias y los enormes obstáculos
que la imponente geografía ofrecía, el esfuerzo
Javier Jiménez Espriú

español habría sido embotado por la acción de la


selva o de la montaña y los pobladores y los co-
lonizadores hubieran caído en un ruralismo ener-
vante.
La minería ha hecho a México —así como a
la América Española—, y si su importancia pre-
tendiera desconocerse, lo gritarían las piedras: las
piedras de las poblaciones, de los caminos, y de las
obras de arte que a ella se deben.

Te ruego reflexiones, querida Vero, en el párrafo an-


terior, porque aunque la expresión absoluta pudiera
discutirse, no hay duda de que, cuando menos, si
no hubiera habido minería en México, no habría
dejado de ser, pero ciertamente sería distinto, tanto
en su vocación como en su idiosincrasia. Este asun-
to es un ejemplo de la importancia y el impacto de
la ingeniería en la conformación de la sociedad, en las
características de una nación, en el destino de sus
moradores.
Sobre nuestra industria, con todas sus debilida-
des y sus altibajos, podemos decir que tiene también
sus orígenes en tiempos precortesianos. Don Marte
R. Gómez, en una conferencia magistral que ofreció
con motivo de la Conmemoración de los 175 años
de la creación del Real Seminario de Minas, lo ex-
presa así:

Vinculada con la agricultura —se pierde la refe-


rencia de quién fue subestructura de la otra—,
fue simplemente aceptando la definición origi-
nal de “maña, destreza o artificio aplicados por el
Cartas a un joven ingeniero

hombre para hacer cualquier cosa”, artesanía, que


independientemente de su eficiencia y su belleza,
no tuvo evolución impresionante; nació, como
en el resto de la historia del hombre, con la colabora-
ción de rudimentarios implementos agrícolas: biel-
dos, rastrillos, arados de palo hasta incorporar con
la conquista, “las yuntas que tiraban, como jalan-
do hacia el porvenir”.
La talabartería, la herrería, la carrocería fueron
los pasos siguientes de nuestra “industrialización”.
Entre la historia y la leyenda, fray Thomas
Goge relata en 1625 que había en México “bue-
nos artesanos que practicaban la alfarería, que
fabricaban mosaicos y azulejos, que eran vidrie-
ros u orfebres; que en los conventos, o para los con-
ventos, se preparaban conservas y confituras, y se
ejecutaba la industria casera que era la conserva-
ción de frutas y legumbres”, pero también, que
existían ya en nuestra patria “estancias en que se
criaba ganado vacuno y mular, y junto con la in-
dustria manual básica, que consistía simplemen-
te en la recolección de la cochinilla o de la miel
de abejas, el establecimiento de los primeros in-
genios azucareros”.
Ya los primeros periódicos que se imprimie-
ron en México relataban los productos que im-
portábamos y cómo “fragatas, bergantes, goletas,
paquebotes y saetías en que venía todo el abiga-
rrado conjunto de productos” que importábamos,
“regresaban cargados, en su mayor parte, con los
de nuestra minería: oro acuñado en sonoros cas-
tellanos o trabajado en piezas labradas; pesos de
Javier Jiménez Espriú

plata acuñada y barras del mismo metal; láminas


de cobre”, así como “sobornales de grana, zurro-
nes de añil, tercios de azúcar, tercios de raíz de
Xalapa, arrobas de ixtle, y a granel: palo de tinte,
tablones de cedro, sacos y fardos de hilo de he-
nequén”.
Esa situación prevaleció hasta el momento de
nuestra independencia. Ya antes del grito de Do-
lores, el padre Hidalgo promovía oficios artesa-
nales, porque señalaba que “deberíamos dejar de
exportar los frutos de nuestra pobreza”.

El desarrollo de nuestra industria hubo de aceptar


el pago de su gran estancamiento, producto de los
movimientos sociales que nos hicieron libres, pago
sin duda importante, pero que habría valido la pena,
aun si hubiese sido más alto.
En la Colonia surgieron, sin embargo, los antece-
dentes de lo que hoy se llama ingeniería: minera, geo-
lógica, mecánica, química e industrial; y evoluciona
la hoy llamada ingeniería civil. Y se da un aconteci-
miento fundamental: la creación de la primera casa
de las ciencias en América. Es así que aquí, en “la
muy noble, insigne y muy leal Ciudad de México”,
hace más de 200 años se establece el Real Seminario
de Minas, primera casa de la ciencia en el continente
americano, primer sitio en el llamado Nuevo Mundo
en que se enseñaron, sistemáticamente, la química,
las matemáticas y la física,

para que nunca falten sujetos conocidos, y edu-


cados desde su niñez en buenas costumbres, ins-
Cartas a un joven ingeniero

truidos para el más acertado laborío de las Minas


y que lo que hasta ahora se ha conseguido con
prolixas y penosas experiencias por largos siglos
y diversas naciones, y aún por la particular y pro-
pia industria de los mineros americanos, pueda
conservarse de una manera más exacta y comple-
ta que por la mera tradición, regularmente esca-
sa y poco fiel, es mi Soberana voluntad y mando
[instruía Carlos III al virrey Antonio María de Bu-
careli en 1783], que se erijan y establezcan y si se
hallaren ya establecidos se conserven y fomen-
ten con el mayor esmero y atención, el Colegio y
Escuelas que para los expresados fines se me
propusieron los Diputados Generales del referido
importante Cuerpo de Minería y en la forma y
modo que se ordena en los siguientes Artículos…

Esto mandan las Reales Ordenanzas que dieron ori-


gen a la Escuela que en 1792 inició sus trabajos en
la casa que hoy ostenta el número 90 de la calle de
Guatemala en nuestro Centro Histórico, y que luego
se trasladó al Palacio de Minería, la obra magna del
neoclásico del arquitecto valenciano Manuel Tolsá:
cuna, sede y símbolo de la ingeniería mexicana.
Al triunfo de la República, cuando el Benemérito
Juárez reorganizó la instrucción pública en 1867, el
Colegio de Minería se transformó en la Escuela Na-
cional de Ingenieros, creándose las carreras de inge-
niero civil, ingeniero mecánico e ingeniero topógrafo y
agrimensor.
Antes, en 1843, apareció en México por primera
vez el título de ingeniero, al convertir a los peritos
Javier Jiménez Espriú

facultativos de minas que salían del Colegio en in-


genieros de minas.

Pero no es sino hasta consumada nuestra inde-


pendencia política que un hombre que tuvo la
característica de sustentar las ideas políticas de un
retrógrada y las ideas económicas de un precursor
[así definía don Marte R. Gómez a Lucas Alamán]
pensara en la industria y en la industrialización y
promoviera, aunque no en todo con éxito, ade-
más de la rehabilitación de las minas anegadas
durante la guerra de independencia, la industria
de hilados y tejidos; la cría del gusano de seda y el
otorgamiento de patentes, que consideraba la pa-
lanca fundamental para el desarrollo de inventores.

Sin embargo, es al ferrocarril —cien por ciento tec-


nología importada—, iniciado con concesiones de
operación subsidiadas, de derecho de vía, de com-
pra de terrenos aledaños, de explotación de bosques,
y que nacionalizara muchos años después el inge-
niero Alberto J. Pani, a quien toca ser el verdadero
detonador de la industrialización del país, a partir de
la construcción de las vías, y desde luego, por la in-
fraestructura de transporte que proveyó.
El telégrafo mexicano —también pura tecnolo-
gía importada— envía su primer mensaje en 1851,
iniciando nuestras telecomunicaciones, y luego cons-
tituyó, con el ferrocarril, la infraestructura del gran
movimiento social que fue la Revolución Mexicana.
Entre 1878 y 1882, se instalan en la Ciudad de
México las primeras redes telefónicas, sólo tres años
Cartas a un joven ingeniero

después del extraordinario descubrimiento de Ale-


xander Graham Bell —a quien hoy se acusa de pla-
gio— y en 1902, las primeras estaciones de telegrafía
sin hilos.
En 1920 llega a México la radio de aficionados y
en 1930 la radiodifusión comercial, precursora de la
televisión, que llega en los años cincuenta, de la co-
municación analógica y digital de las siguientes
décadas y de nuestro sistema satelital de los ochenta,
como preludio de la entrada triunfal de las redes glo-
bales de telecomunicaciones que invadieron al mun-
do para finalizar el siglo XX.
Un punto de referencia para la ingeniería mexicana
es el origen de la televisión en México, que se remonta
a 1935, cuando Guillermo González Camarena rea-
liza transmisiones experimentales con equipo que él
mismo diseñó, patentando en 1940 un sistema de te-
levisión en color, varios años antes de que el uso de la
televisión en blanco y negro se generalizara en el país.
Es también a principios del siglo XX cuando se
inician la industria petrolera y la electrificación del
país y los primeros esfuerzos, malogrados, en la aero-
náutica, y ya recientemente, la industria electrónica, la
nuclear, y el desarrollo de las ingenierías de planea-
ción, de sistemas, de telecomunicaciones, de cómpu-
to, etc.
Pero en muchos ámbitos, en la mayoría de los más
evolucionados, son técnicos y tecnologías del exterior
que vienen a establecerse en nuestra patria, haciéndo-
nos solamente recipiendarios de algunos servicios,
operadores de algunas plantas, trabajadores de algu-
nas empresas, y en el mejor de los casos, comprado-
Javier Jiménez Espriú

res de tecnología en paquetes para la industrialización


nacional.
Es importante conocer, sin embargo, algunos mo-
mentos de nuestro transcurrir, verdaderos hitos en
nuestro desarrollo, entre los que destacan las decisio-
nes de crear las Comisiones Nacionales de Irrigación
y de Caminos en 1925, que permitieron establecer
los cimientos de una ingeniería civil que evoluciona
satisfactoriamente, que sustituye a la cómoda pero
cara e inhibidora adquisición de tecnología y cons-
trucción extranjeras y que logra importantes avances
propios que le permitieron, al transcurrir del tiempo,
colocarse en el nivel de las mejores en el mundo.
Lo mismo sucedió en la década de los treinta con
la creación del Instituto Politécnico Nacional, la Ex-
propiación Petrolera y el establecimiento de la Co-
misión Federal de Electricidad, que dan cauce a las
ingenierías electromecánica y petrolera, las que nos
llevan, en pocos años, a la autosuficiencia en el dise-
ño y operación de las plantas y las instalaciones ne-
cesarias para esas industrias.
La decisión de aprovechar la coyuntura de la Se-
gunda Guerra Mundial y la política de sustitución de
importaciones de los cuarenta, así como el proyecto
económico estabilizador que llega hasta los ochenta,
con su impulso a la construcción de infraestructura
y al desarrollo industrial, dan primero una plataforma
de lanzamiento al equipamiento nacional: carreteras,
puentes, puertos, aeropuertos, presas, desarrollos ur-
banos e industriales, energía, etc., y luego al despegue
de la capacidad industrial: siderúrgica, minera, petro-
lera, química, de bienes de capital, automotriz y de
Cartas a un joven ingeniero

alimentos, por mencionar las principales, y con ello


a la formación y consolidación de la ingeniería mexi-
cana y de ingenieros de alto nivel.
Se diseñan en México todas las obras de infraes-
tructura y se construyen con empresas mexicanas; se
hace la ingeniería completa de generación de energía
eléctrica, transmisión y distribución, y somos autosu-
ficientes en su instalación y operación; importamos
sólo los grandes generadores, y empiezan a fabricar-
se, por la industria de bienes de capital que se esta-
blece, las turbinas hidráulicas.
Esto nos permitió en la época postrevolucionaria,
y con un modelo económico que parecía permanen-
temente válido, integrar una industria y desarrollar
una infraestructura nacionales que nos llevaron a ser
la decimotercera economía mundial y vivir en lo que
se conoció como “el milagro mexicano”.
Sin embargo, las nuevas relaciones internaciona-
les y las decisiones políticas de los ochenta, los nuevos
criterios hacia la competencia global, las decisiones
de menor participación del Estado en la economía y
su retiro brusco, provocan entre otras cosas la inte-
rrupción de los proyectos de bienes de capital, el inicio
del desmantelamiento de la ingeniería en las grandes
empresas nacionales como Petróleos Mexicanos y la
Comisión Federal de Electricidad, y en centros como
el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares,
de la misma forma que sucede en el sector central del
gobierno, en donde se concentraba la ingeniería mexi-
cana, directamente o a través de empresas nacionales
que eran contratadas por el gobierno, en las desapa-
recidas secretarías de Obras Públicas y de Recursos
Hidráulicos y en la de Comunicaciones y Transportes.
Javier Jiménez Espriú

Y se dan, a partir de entonces, una serie de accio-


nes y reacciones que trastocaron la situación de la
ingeniería mexicana, con la apertura indiscrimina-
da, inequitativa y brutal a productos y servicios del
extranjero, que acrecentada después con la firma
del Tratado de Libre Comercio con Norteamérica es
imposible de asimilar en el corto plazo.
Esto provocó, en síntesis, la desaparición de gru-
pos de especialistas del sector público y de empresas
en el privado, la desintegración de los escasos gru-
pos de excelencia en la investigación, la transforma-
ción de los pocos esfuerzos supervivientes en grupos
de maquila y la migración de ingenieros tanto a em-
presas extranjeras que vienen a “hacer el trabajo a Mé-
xico”, como a empresas allende nuestras fronteras, que
nos lo hacen desde allá.
A diferencia de lo que ya hacíamos antes, hoy los
puentes importantes de nuestras carreteras se dise-
ñan en el extranjero, en la misma forma que la ingenie-
ría de proyecto y de detalle de las plantas industriales
se hace en casa del que gana la licitación “llave en
mano” —que es normalmente extranjero—; lo mis-
mo podemos señalar de nuestras presas o de nuestras
plantas de generación eléctrica, y en general de la
mayor parte de las actividades que requieren una in-
geniería avanzada y de calidad, y ahora, además y so-
bre todo, de mecanismos y fondos financieros con los
que no contamos.
El panorama es delicado, pero superable, y es im-
portante que los jóvenes de hoy, a quienes tocará re-
vertir esta situación, sepan que con una preparación
adecuada y una clara conciencia de lo que requiere
Cartas a un joven ingeniero

nuestra sociedad, es factible hacerlo, como lo han he-


cho en diversos momentos de nuestra historia nuestros
ancestros, tal vez con menos conocimientos y medios
técnicos de los que ustedes tendrán a su disposición.
Sin embargo, para participar en esta solución, de-
ben conocer algunos datos de la situación preva-
leciente al inicio del nuevo milenio: invertimos una
cantidad irrisoria de recursos en desarrollo científico
y tecnológico, lo que lleva por un lado a importar
tecnología que viene en “paquete” y que suele no ser
la más adecuada —los países desarrollados general-
mente exportan la que quieren vender y no necesa-
riamente la que conviene a los compradores— porque
nuestra capacidad para seleccionarla está disminui-
da, y por el otro, nos descalifica para competir en el
mundo global.
Lógicamente, el número de posgraduados en in-
geniería es también despreciable —ojalá que lo aumen-
tes un día con tu aportación personal—. El número de
patentes mexicanas, por lo tanto —recuerda lo que
decía Lucas Alamán, a mediados del siglo XXI—, es
tan pequeño, que suena ridículo ante la magnitud de
nuestra economía —la novena del mundo.
Como país, te podrás dar cuenta por el relato, no
hemos aprendido una lección fundamental: la auto-
determinación tecnológica, que no su autosuficien-
cia, y por ende el apoyo al desarrollo de la ciencia y
la tecnología, son cuestiones de supervivencia nacio-
nal; de no lograrla, seguiremos exportando los frutos
del subdesarrollo, e importando, con la ineficiencia de
la ignorancia, lo que nos vendan; y hasta hoy no sólo
no lo hemos logrado, sino que estamos destruyen-
Javier Jiménez Espriú

do lo conseguido en largos años y penosos esfuerzos


y, desde luego, obstaculizando el florecimiento de nue-
vas acciones.
Todo esto hay que cambiarlo radicalmente y tu
generación debe ser consciente de esta necesidad,
porque sin ingeniería propia no habrá opción dife-
rente —azares de la globalización— a ser comprado-
res sin nada que vender, aun cuando compremos y nos
compren lo “Hecho en México”, porque aunque geo-
gráfica y paradójicamente —otra paradoja— se ponga
aquí ese sello, la mayor parte de las veces lo esencial
y lo intangible, es decir, lo de mayor valor —la tecno-
logía y la ingeniería—, está hecho fuera y hacia fuera
se irán los beneficios.
Aunque aquella situación bonancible y de despe-
gue y desarrollo de la ingeniería mexicana, que a los
jóvenes de tu generación no les tocó vivir, introdujo
formas y modelos que han influido en hábitos y cos-
tumbres que es necesario modificar, es claro que la
más antigua tradición constructiva del continente y
la más remota tradición en la enseñanza de la inge-
niería en América sustentan nuestra vocación.
Estas tradiciones, que siento que debemos abra-
zar por cuanto significan como raíz, vínculo e iden-
tidad, y que necesitamos convocar por lo que aportan
para iluminar el futuro —como lo hacen todas las
tradiciones que nacen de los valores superiores de la
humanidad—, deben ser elementos de superación y
constancias de que —permíteme usar la manida ex-
presión— ¡sí se puede!
Son tradiciones que, en lugar de abrumar, deben
constituirse en compromiso y convertirse en el reto,
Cartas a un joven ingeniero

estimulante por extraordinario, de la juventud. Reto


que es, en fin, articulación entre lo tradicional y lo
moderno; reto que es la búsqueda del equilibrio
entre la capacidad de ruptura y la sensibilidad de
arraigo; porque si la primera es necesaria en la pers-
pectiva del progreso y en la obligada relación con
otras culturas y con países con mayor nivel de desa-
rrollo, la segunda es imprescindible para afirmar la
identidad nacional, necesaria e insustituible.
Aunque este recorrido por la historia de lo que
pudiéramos llamar puntos de referencia de la inge-
niería mexicana ha tenido que ser a vuelo de pájaro
y ciertamente me ha obligado a dejar de lado infini-
dad de asuntos importantes, e incluso gestas auda-
ces en que los ingenieros y técnicos mexicanos han
sido valuarte para consolidar un camino de indepen-
dencia y soberanía nacionales, como fue el caso de la
expropiación petrolera, pretende sólo llamar tu aten-
ción para que tomes interés en el tema, profundices en
él, convencida de su importancia, y te sirva para ir
definiendo la plataforma desde la que te gustaría lan-
zar tu proyecto al infinito.
En el momento de escribir esta carta, se debaten
en nuestro país temas de gran importancia que im-
pactan a la ingeniería y a su vez son afectados por
ella. Esto será necesario enfrentarlo, porque no sólo
está en juego el futuro de la profesión, sino las posi-
bilidades de desarrollo de los mexicanos. Sin una in-
geniería nacional, fuerte y participativa, no se podrán
superar muchos problemas que es necesario resol-
ver. Me has oído decir en múltiples ocasiones, y aquí
lo reitero, que sé que la ingeniería no puede resolver
Javier Jiménez Espriú

todos los problemas nacionales, pero que estoy persua-


dido de que ninguno, al menos de los fundamentales,
se podrá resolver sin una ingeniería mexicana con-
sistente. Su deterioro, en cambio, nos podrá llevar,
en pleno siglo XXI globalizado, a volver a cambiar es-
pejitos por los frutos de nuestro trabajo y los produc-
tos de nuestro subdesarrollo, aunque nuestros títulos
y grados ya no sean del Calmécac y ya no adorne-
mos nuestras frentes con penachos multicolores.
Paradójicamente —he aquí otra de las paradojas
de nuestro acontecer—, si con el impulso de su juven-
tud, su entusiasmo y su cerebro, no volvemos a en-
contrar el camino para nuestra ingeniería, estaremos
subsidiando permanentemente el desarrollo tecnoló-
gico de los países que todo lo tienen. Si no inverti-
mos en incrementar nuestra capacidad tecnológica,
en fortalecer nuestra ingeniería, si en esto no gasta-
mos como ricos, como advierte el dicho mexicano,
mejor nos vamos acostumbrando a vivir para siem-
pre como pobres. Confío en que tu generación y las
que vengan sabrán superar este destino inaceptable.
Como puedes ver, querida hija, conociendo nues-
tro pasado y teniendo datos precisos para escribir un
capítulo, breve pero esencial, de la historia de nues-
tro futuro, es necesario ser consciente de todas las
aristas de la profesión a la que te quieres dedicar para
gozar todos sus aspectos y aportar tu granito de are-
na en la conformación del destino de tu patria.

Por lo pronto, basta por hoy,


tu padre
Carta VI
De la evolución tecnológica, herramienta
fundamental de la ingeniería

Querida hija:

Si el rápido recorrido por los antecedentes de la in-


geniería autóctona nos llevó a una larga relatoría, ha-
blar de la evolución de la tecnología universal desde
sus orígenes nos deberá obligar a un esfuerzo formi-
dable de síntesis y a lamentables omisiones, buscando
no la ilustración completa del pasado, sino algunos
asideros históricos de la profesión.
Ya te comenté que el punto de partida de la inge-
niería coincide con el origen de la humanidad y que
la evolución de los seres humanos ha sido un proce-
so acumulativo de experiencias, en el que la tecnología
ha sido la clave. El contexto histórico del desarrollo
tecnológico parte de la Edad de Piedra, cuando se ela-
boraron las primeras herramientas de que se tiene no-
ticia, y desemboca en la era de la Internet, en que las
redes de información a gran escala irrumpen con vér-
tigo irrefrenable en la vida.
Llamo desarrollo tecnológico al proceso a través
del cual los seres humanos diseñan artefactos útiles
para aumentar su control y su conocimiento del en-
torno material, y que tiene sus orígenes en la necesi-
dad de supervivencia del hombre y en su capacidad
para crear herramientas —lo que lo distingue del
Javier Jiménez Espriú

resto de los seres vivos—, que justamente le permite


fabricar nuevas y mejores herramientas, base del pro-
ceso evolutivo de la tecnología.
La ingeniería, si bien requiere de conocimientos
científicos como base de su disciplina, hace uso esen-
cialmente de la tecnología para su desempeño. Los
ingenieros son profesionales de la tecnología y no
científicos; es más, yo diría, siguiendo a Cross, que
deben ser humanistas profesionales de la tecnología,
pero que, naturalmente, deben tener conocimientos
científicos y, desde luego, respetar la ciencia.
La ciencia tiene como valor esencial la búsqueda
de la verdad, por vocación el desarrollo de leyes gene-
rales y poco sentido práctico, a diferencia de la tecno-
logía, que tiene como vocación definir, inventar y
desarrollar artefactos y procesos con un absoluto sen-
tido de utilidad.
A partir de esta convención y de la evidencia de
que una gran cantidad de desarrollos tecnológicos se
ha logrado sin el conocimiento científico de las leyes y
los fenómenos que los hacen posibles, deberíamos
buscar los puntos más importantes de los últimos
250,000 años para entender cómo se ha ido confor-
mando el acervo de que dispone la sociedad moderna.
Pero descuida, daremos brincos colosales para tran-
sitar de la Edad de Piedra a la Era de la Internet en sólo
una carta. Para ello te propongo un ejercicio, que nos
permita llegar a las cuestiones sustantivas del tema
sin dejar de considerar que lo que tenemos a mano no
es obra de descubrimientos fortuitos —que los ha ha-
bido—, o el resultado de un esfuerzo reciente y aisla-
do, sino que se basa en una evolución —como decía
Cartas a un joven ingeniero

Voltaire— realmente explosiva en los últimos tiem-


pos, pero con antecedentes remotos que no debemos
olvidar. Si lográramos acomodar en un año calenda-
rio el desarrollo tecnológico de la humanidad, en el
que el primer momento histórico de la tecnología
—la aparición de las herramientas de piedra— se
diera a las cero horas del 1 de enero y ubicáramos a
continuación los grandes acontecimientos, hasta los
realizados en el año 2000, que se darían a las doce de
la noche de nuestro 31 de diciembre, tendríamos una
primera apreciación de lo que significa la evolución,
y una impresión extraordinaria de la forma exponen-
cial y vertiginosa con que la tecnología se ha desen-
vuelto en la época reciente. Si los astrónomos idearon
los años luz para medir distancias, creo que será vá-
lido, sólo para efectos mnemotécnicos hacer uso del
“año tecnológico”.
Tratemos de imaginarlo, aunque no resisto la idea
de anexarte una pequeña tabla que recoja el relato:

Calendario tecnológico
Fecha equivalente
Momento histórico
en el año tecnológico
250,000 a. C. 1 de enero, 0:00
2000 d. C. 31 de diciembre, 24:00

La Edad de Piedra ocuparía del 1 de enero al 24 de


diciembre —358 de nuestros 365 días disponibles,
ya que aprovecharemos la licencia para trabajar
sábados, domingos y días de guardar—, cuando se
Javier Jiménez Espriú

iniciaría, con el descubrimiento de la aleación del


cobre y el estaño, la Edad de Bronce, que diversos
investigadores ubican entre los años 2300 y 600 an-
tes de Cristo.

El 1 de enero a las cero horas, con la aparición del


Homo sapiens, 250,000 años antes de nuestra era, en-
contramos las primeras herramientas de piedra la-
brada, que utilizó para su defensa y para la caza, y es
sólo hasta el 1 de agosto, o sea 100,000 años antes
de Cristo, que el Homo sapiens sapiens construye he-
rramientas más elaboradas: cuchillos, macanas, lanzas,
hachas, aún de piedra, pero incorporándoles mangos
para su mejor manipulación.
En un párrafo y dos brincos recorrimos 150,000
años, y se nos fue como agua más de la mitad de nues-
tro año tecnológico, detectando sólo una muy leve
evolución. Sin embargo, al elaborar sus primeras herra-
Cartas a un joven ingeniero

mientas, al frotar piedra contra piedra para afilarlas


o darles forma, alguna vez brincó una chispa y en otra
ocasión esa chispa produjo fuego, convirtiendo a aquel
hombre primitivo en un primer Prometeo, aunque
esto haya acontecido sin la presencia de ningún cro-
nista. Así sucede con frecuencia: en toda búsqueda
hay encuentros inesperados que a veces resultan más
atractivos que el objetivo inicial; por eso, la vida debe
ser una búsqueda permanente, que se convertirá en
un constante descubrir.
Al 14 de diciembre, que correspondería al año
10000 a. C., damos otro brinco fantástico hasta en-
contrar los primeros rastros de la agricultura, y unos
tres días tecnológicos después, la domesticación de
animales. Jericó, la primera ciudad de la historia,
nace en diciembre 18, y las primeras noticias de Su-
meria —4500 a. C.—, se tienen el 22 de ese mes.
El 24, como un regalo premonitorio de Navidad,
surge la Edad de Bronce, que ya contaba con algunos
antecedentes extraordinarios como el descubrimien-
to de la rueda —3500 a. C.—, ¡ni más ni menos!, y la
aparición de la escritura en China —3000 a. C.—,
bueno, ¡casi nada!
Como podemos deducir, las pirámides de Keops,
Kefrén y Mikerinos en el desierto egipcio, que se ele-
van hacia el cielo 2600 años antes de Cristo, son obras
que debieron haber contado con herramientas, téc-
nicas, procedimientos, organización del trabajo, en
suma, una ingeniería que en nuestros días —supon-
go que estarás de acuerdo conmigo— sería de todas
formas admirable y que nos resulta, aun ahora, inex-
plicada e inexplicable.
Javier Jiménez Espriú

El 27 y 28 de diciembre corresponden a la Edad


de Hierro. En ese periodo son esculpidas las cabezas
colosales olmecas —más de 1100 años antes de nues-
tra era— y se construyen, por obra y gracia de Fidias
—440 años antes de Cristo—, la Acrópolis de Ate-
nas y su impresionante Partenón. No es sino hasta
pasado el 28 de diciembre— sin que esto sea alusivo,
ya que aún no se celebraba al día de los Santos Ino-
centes— que llegamos a nuestra era.
Recordemos algunas cosas notables —señaladas
sólo como elementos de referencia— que la civiliza-
ción logró en los siguientes días del calendario virtual:

29 de diciembre
5:15, Coliseo de Roma (80 d. C.)
11:53, Brújula china (271 d. C.)
17:15, Teotihuacán (425 d. C.)
19:51, Chichén Itzá (600 d. C.)

30 de diciembre
8:38, Primer libro impreso (868 d. C.)
13:14, Mezquita de Córdoba (990 d. C.)
14:42, Cerámica china (1100 d. C.)
20:11, Primera catedral gótica (1200 d. C.)
23:40, Mitla (1300 d. C.)

El último día del año tecnológico, como te puedes


imaginar, es el día de los grandes descubrimientos,
de los desarrollos tecnológicos que han transformado
radicalmente el planeta y la vida de todos los seres
que lo habitamos, en todos los órdenes; en algunos
aspectos para bien y en otros no tanto. Pero detrás,
Cartas a un joven ingeniero

junto o enfrente, arriba o debajo de cada aconteci-


miento de esta naturaleza, se encuentra, como queda
claro, la ingeniería.
Como recordatorio, te envío un listado de algu-
nos de estos asuntos de último minuto de nuestro
año tecnológico virtual para tu referencia, con obje-
to de que en su recorrido vayas imaginando la forma
en que han influido en la sociedad, y también para que
vayas afinando tu puntería sobre la diana en la que te
gustaría acertar:

Año Desarrollo Autor País de origen


1450 imprenta J. Gutemberg Alemania
1608 telescopio H. Lippershey Países Bajos
1714 termómetro D. G. Fahrenheit Alemania
1765 máquina de vapor J. Watt Reino Unido
1769 automóvil de vapor N. Cugnot Francia
1800 pila eléctrica A. Volta Italia
1803 locomotora de R. Trevithick Reino Unido
vapor
1814 locomotora G. Stephenson Reino Unido
ferroviaria
1821 motor eléctrico M. Faraday Reino Unido
1831 dínamo M. Faraday Reino Unido
1837 telégrafo S. Morse Estados Unidos
1839 fotografía L. Daguerre Francia
1856 acero H. Bessemer Reino Unido
1867 dinamita A. Nobel Suecia
1876 teléfono A. G. Bell Estados Unidos
1877 fonógrafo T. A. Edison Estados Unidos
Javier Jiménez Espriú

1879 lámpara T. A. Edison Estados Unidos


incandescente
1885 motor de G. Daimler Alemania
combustión
1890 computadora H. Hollerith Estados Unidos
1894 proyector de cine F. Jenkins Estados Unidos
1895 rayos X W. C. Roentgen Alemania
1896 telégrafo G. Marconi Italia
inalámbrico
1896 radio G. Marconi Italia
1903 aeroplano F. y L. Wright Estados Unidos
1924 televisión J. L. Blair Reino Unido
1940 televisión a color G. González C. México
1942 reactor nuclear E. Fermi Estados Unidos
1946 computadora J. P. Eckert Estados Unidos
electrónica
1947 transistor Bardeen et al. Estados Unidos
1959 circuitos integrados Kilby y Noyce Estados Unidos
1960 láser C. H. Townes Estados Unidos
1971 microprocesador T. Hoff Estados Unidos
1975 fibra óptica Labs. Bell Estados Unidos
1976 súper Van Tassel y Cray Estados Unidos
computadora
1979 disco compacto Joop et al. Países
Bajos-Japón
1988 internet __________ Estados Unidos
1991 página web __________ Estados Unidos
1993 telescopio Keck Universidad de Estados Unidos
California
2000 genoma humano Cele Genomics Estados Unidos
Cartas a un joven ingeniero

Al hacer esta lista, me ha sacudido de emoción —y


de nostalgia— el imaginar que si alguien me hubie-
se ofrecido la misma reflexión cuando en 1953 aspi-
raba a ingresar a la Escuela Nacional de Ingenieros,
se hubiera tenido que detener en el transistor. Ima-
gínate la frustración de tu padre, que estudió en su
curso de Electrónica I todos los tubos de vacío —los
bulbos—, que integraban entonces los equipos de co-
municación y sonido de vanguardia y las pocas y enor-
mes computadoras existentes —verdadera e inútil
“quemada de pestañas”—, cuando tres años después
aparecieron los circuitos integrados.
Acéptame el retruécano electrónico simplón: sin
actualización permanente e inmediata sobre los tales
circuitos integrados, en sólo tres años se me hubieran
desintegrado mis circuitos. Obviamente, todos los años
de mi ejercicio profesional que he dedicado a las tele-
comunicaciones, incluidos los recientes y actuales, los
hubiera tenido que ocupar en otro muy distinto traji-
nar —a lo mejor me hubiera tenido que dedicar al fut-
bol, lo que me hubiera obligado a vivir “de la patada”.
Perdona la broma, y déjame volver a la seriedad de
nuestra reflexión para decirte que estoy seguro de que
la lectura de cada descubrimiento, máquina, proceso,
etc., estimuló tu imaginación y te fue ubicando vir-
tualmente en una planta, una obra, un laboratorio, un
cubículo, y habrás sentido una reacción interior de
gozo o de rechazo que te irá indicando la senda que te
place; supongo también que la lectura de cada nombre
de quienes han dado a la civilización tales riquezas, te
habrá despertado intereses diversos de curiosidad,
de emulación o de conocimiento. Más aún, si trascen-
Javier Jiménez Espriú

diendo el propio descubrimiento, de suyo extraordi-


nario, recorres la historia de sus efectos, el imaginar
su impacto te resultará sin duda fascinante.
Analiza tan sólo lo que produjeron los tres descu-
brimientos que sir Francis Bacon identificó en el siglo
XVIII como la fuente de las grandes transformacio-
nes del renacimiento europeo: la imprenta, la pólvo-
ra y el compás magnético, por cierto todos originarios
de China. Estas tres aportaciones son responsables,
entre otras muchas cosas, de la revolución de la lite-
ratura, de la guerra y de la navegación, tres cuestiones
que cambiaron para siempre el rumbo de la civiliza-
ción y la cultura de la humanidad.
El impacto de la imprenta en la cultura universal
es tal, que se le considera causante de la aparición de
la conciencia social moderna, de la secularización y la
comercialización de la industria editorial, de la revo-
lución protestante contra Roma, del despegue y uni-
versalización de la ciencia, del florecimiento de la
literatura y de la posibilidad de la educación univer-
sal, por citar sólo algunos de sus efectos.
Debes saber que cuando Gutemberg hizo funcional
el invento chino, se estima que había en toda Europa
alrededor de 30,000 libros, manuscritos esencialmen-
te por clérigos, sobre temas religiosos, y que cincuen-
ta años más tarde el acervo impreso ascendía a nueve
millones de libros de contenido diverso, lo que esti-
muló el renacimiento europeo. Y desde luego, el desa-
rrollo tecnológico no se limitó a la industria editorial,
sino que invadió los territorios más diversos, como
pudieran ser nuevas técnicas artísticas —grabado,
serigrafía—, la elaboración del papel moneda que
Cartas a un joven ingeniero

transformó el comercio, o incluso, ahora, la fabrica-


ción de microcircuitos.
A imagen y semejanza de aquella explosión de la
actividad editorial, hoy podemos decir que Arpha-
net, la primera red de computadoras que nació en
los Estados Unidos en 1962, conectaba cuatro sitios:
la Universidad de California en Los Ángeles, su cam-
pus en Santa Bárbara, el Instituto de Investigaciones
de Stanford y la Universidad de Utah. Cinco lustros
más tarde se crea la Internet, que crece 20 por ciento
cada tres meses. En 1991 nace la página web y para
1994 hay incorporadas a Internet 45,000 redes de
computadoras. Al iniciarse el siglo XXI, la red global
cuenta con cerca de 500 millones de usuarios, aun-
que sólo alrededor de dos están en nuestro país.
La pólvora, que apareció en China en el siglo X y
llegó a Europa en el XIV, fue el detonador —aquí sí se
justifica la designación literalmente— del desarrollo
de la industria del acero, de nuevos conceptos y téc-
nicas de construcción de fortificaciones, y por añadi-
dura de la “guerra moderna”, que con su sofisticada
evolución se ha constituido como una industria par-
ticularmente rentable para algunos.
Y qué decir del compás, que además de dar a los
chinos el conocimiento de la declinación magnética,
permitió a la navegación europea dominar durante
varios siglos los siete mares, conquistar tierras de ultra-
mar y transformar económica, política, social y cultu-
ralmente al mundo.
Cabría preguntarse por qué si los descubrimien-
tos se dieron en China, su aprovechamiento mayor
sucedió en Europa. Una de las respuestas que me in-
Javier Jiménez Espriú

teresa exponerte, aunque no necesariamente sea la


única causa, es que la relación cultura-tecnología no
es de ninguna manera simple; el impacto de una tec-
nología es distinto en una cultura que en otra y cada
una selecciona, asimila o desarrolla las tecnologías
que le son convenientes y aceptables. Por eso es insos-
layable considerar los valores culturales de una so-
ciedad antes de proponerle un desarrollo tecnológico,
y nunca imponérselo.
Hay un ejemplo de esto, a la vez ilustrativo y her-
moso. Durante la segunda parte del siglo XVI, ha-
bía más pistolas en Japón que en el resto del mundo.
Este desarrollo tecnológico que en 1543 les llegó de
Portugal, se abandonó a final del siglo como arma
de guerra y se volvió a la espada, al arco y la flecha y
a la lanza. Para la cultura japonesa, la espada poseía
aspectos simbólicos y artísticos, y valores culturales
que trascendían su función de arma, daban a los gue-
rreros sentido de heroísmo, de honor y estatus, y su
uso estaba ligado a teorías estéticas sobre movimientos
adecuados y elegantes del cuerpo humano, que aún
vemos en las artes marciales japonesas.
De este apunte, por demás acotado, sobre las con-
secuencias de los desarrollos tecnológicos y su rela-
ción con los valores culturales de la sociedad, resulta
obvia la importancia de que al tiempo que te adentras
en la parte básica de la ingeniería, válida para todas
las áreas de la actividad profesional, conozcas a Pla-
tón, a Aristóteles y a Sócrates, que siendo filósofos,
establecieron el origen del pensamiento lógico, del
razonamiento formal, base del método científico y
del desarrollo ulterior de la tecnología; como debes
Cartas a un joven ingeniero

conocer a Demócrito, a Euclides, a Pascal, a Descar-


tes, a Bertrand Russell…
El conocimiento no sólo de las aportaciones, sino
de las vidas de los grandes hombres y la forma en
que enfrentaron su destino, observaron, buscaron y
lograron lo que nos han legado, te servirán sin duda
para iluminar tus ideas y tu sendero. Tales de Mile-
to, Arquímedes, Herón de Alejandría, Vitruvio, Pto-
lomeo, Leonardo da Vinci, Copérnico, Galileo,
Torricelli, Huygens, Newcomen, Watt, Franklin, Cou-
lomb, Oersted, Ampere, Ohm, Faraday, Maxwel,
Edison, Hertz, Marconi, Rutherford, Bohr, De Bro-
glie, Born, Einstein, Planck… deben formar parte de
la élite de tus maestros de siempre. Búscalos, lláma-
los, conócelos, inquiérelos, tenlos cerca de ti; estarán
siempre prestos a ofrecerte su sabiduría, ya despoja-
dos de toda soberbia —si la hubo—, por la gloria de
la inmortalidad.
De ellos podrás aprender que en la vida, a diferencia
de la geometría, el camino más corto entre dos puntos
no necesariamente es la línea recta, y como los ríos que
se estrechan a veces para ensancharse luego, que incor-
poran afluentes o se transforman en tributarios de plá-
cidos lagos, que fertilizan tierras aunque a veces se
desborden en su trayecto hacia el océano, podrás en-
riquecer en diferentes órdenes tu existir y con el cre-
ciente acervo de tu alforja, gozar la vida en plenitud
y ser útil a los demás.
No dejes de hacerlo, porque aunque algo aprende
el que camina, por distraído que sea, si vas siempre
atenta a lo que va surgiendo y cuando descanses lo
haces a la sombra del buen árbol, aprenderás que
Javier Jiménez Espriú

cada paso te dará nuevas luces, nuevos bríos y nuevos


entusiasmos para impulsar tu apasionante andar.
Y así como la rueda, que apareció en Mesopota-
mia 3500 años antes de nuestra era y desde entonces
no ha dejado un solo instante de rodar, la evolución
de la tecnología continuará sorprendiendo al hom-
bre con sus aportaciones, para las cuales el esfuerzo
de quienes, como tú, creen en sí mismos, en su pro-
fesión y en el progreso de la humanidad, habrá de
ser trascendente.
Corto aquí esta ya larga misiva, dejando para tu
reflexión una frase de Leonardo: “Hay que buscar
por el placer de buscar, no por el de encontrar.”
¡Hazlo siempre!, que esa es la única y verdadera fuen-
te de la eterna juventud, la fascinante fuente de Ju-
vencio.

Hasta muy pronto,


tu padre
Carta VII
Del área y de la función

Querida Vero:

Ya hemos hablado de la ingeniería “sin apellido” y


hecho un recorrido, así sea supersónico, por el ámbi-
to del desarrollo tecnológico. Ahora no estaría por
demás dar un paseo, desde luego un poco más pausa-
do, por los diferentes espacios de la ingeniería y por
las funciones que dentro de alguno de ellos te gus-
taría desempeñar.
En una vieja e interminable discusión académica,
que se ha llevado a cabo seguramente en todas las es-
cuelas de ingeniería, las divergencias entre los gene-
ralistas y quienes apoyan la especialización continúan
presentes; las argumentaciones y las posiciones irre-
ductibles de unos y otros se mantienen firmes, en
tanto la evolución tecnológica abre nuevos espacios
de conocimiento y la vorágine de información hace
imposible siquiera el estar al tanto de todas las nove-
dades. El “ingeniero en ingeniería” que en algún mo-
mento se buscaba como solución y que se estableció
en algunas escuelas del extranjero fue derrotado por
la avalancha de especialidades y subespecialidades
que exige el mercado de trabajo, que desea —craso
error— que los egresados de las escuelas empiecen a
“producir” desde el primer día de labor.
Javier Jiménez Espriú

Así, ha sido necesario agrupar en grandes áreas de


especialidad a quienes se inclinan por la construcción
de obras —ingeniería civil y topográfica—; a los in-
teresados en la termodinámica y la manufactura
—ingeniería mecánica—; la que deriva del electro-
magnetismo, que reúne a los amantes de la elec-
tricidad, la electrónica, las telecomunicaciones, las
computadoras, la informática; la que se refiere a las cien-
cias de la tierra, en donde se forman ingenieros geólo-
gos, mineros, petroleros, geofísicos; o la de ingeniería
industrial, que pone énfasis en la organización de
sistemas de producción.
Otras, que la costumbre y la tradición han ubicado
incluso en edificios y escuelas diferentes en las uni-
versidades, ofrecen al futuro ingeniero el amplio es-
pacio de la química o la cultura del agro, donde la
biología se convierte en ciencia fundamental.
El desarrollo tecnológico es tal, que aunque todas
las áreas tienen bases comunes, se ha tenido que caer
en la especificidad, tal vez antes de lo deseable, irre-
misiblemente. Por más que alguien ha dicho que “la
especialización no es sino una forma de renuncia”, y
otros más irónicos dicen que “la especialización es
saber cada vez más de cada vez menos, hasta lograr sa-
ber todo de nada”, la contundencia de la realidad la
ha convertido en una especie de tabla de salvación para
el naufragio, en el inmenso mar del desarrollo tec-
nológico siempre en movimiento.
Además, surgen a diario nuevas opciones, más
profundas pero más estrechas, y la interdisciplina se
convierte también, aunque resulte paradójico, en es-
pecialidad. La bioingeniería y sus múltiples ramas,
Cartas a un joven ingeniero

la ingeniería de materiales o la ingeniería ambiental,


por ejemplo, tienen muchos adeptos, y la llamada
ingeniería concurrente, que exige la participación de
diversas disciplinas y áreas del conocimiento para
enfrentar un problema determinado —claro, con di-
versos ingenieros—, abre nuevos horizontes y obli-
gan al trabajo en equipo.

Ingeniería Ingeniería
de de
Producción Diseño

Ingeniería
Ingeniería concurrente Ingeniería
de de
Mantenimiento Ventas

Ingeniería
de
Posventa

Muchas más habrán de aparecer, pero es previsible


que girarán en torno a un grupo de tecnologías que
integran la microelectrónica, la biotecnología, los
nuevos materiales, las telecomunicaciones, la infor-
mática, la aeronáutica, la robótica y el cómputo. Y en
general, todo alrededor de la revolución biomolecu-
lar, la del quantum y la de la computadora.
“Gran cosa es ser universal” dijo Leonardo da Vin-
ci, sin considerar —y no creo que haya sido por igno-
rancia o por modestia, “sino todo lo contrario”— que
la presencia mundana de un ser como él era irrepe-
Javier Jiménez Espriú

tible. Los demás —mortales más normales—, debe-


mos conformarnos con la “universalidad” que da el
adentrarnos en profundidad en algún tema más o me-
nos especializado y conocer e interesarnos en todos
los demás y desde luego, reitero, en todo lo demás.
Una vez definido el “gran tema” y conocido a fondo
—ese conocimiento te servirá además para hacerte de
un método y formarte un disciplina rigurosa y críti-
ca—, deberás optar por una o dos actividades dentro
del ámbito elegido: diseño, construcción, operación,
producción, investigación, desarrollo, docencia, con-
sultoría, supervisión, administración, divulgación,
etc., como áreas especiales, aunque hay que estar cons-
ciente de que la tecnología de la información ha hecho
evolucionar la práctica de la ingeniería de tal forma que
hoy el diseño y la manufactura o la construcción, por
ejemplo, antes entidades francamente distintas, son en
buena medida funciones interactivas, por no decir par-
tes de la misma función, y los temas de operación,
mantenimiento, organización, administración, con-
trol, se plantean y resuelven en equipos multidiscipli-
narios que trabajan juntos, permanentemente, desde el
inicio del proceso.
El enfoque sistémico, el trabajo en equipo de
grupos de distintas disciplinas, las prácticas de lide-
razgo, es decir, la actividad del ingeniero formado
como “solucionador” de problemas integrales y no sólo
como especialista en un ámbito aislado, en la bús-
queda de menores costos, mejor calidad y mayor
productividad, es la moderna ingeniería.
De ahí que resultan válidos los postulados de la Co-
misión Delors —que por mandato de la UNESCO
Cartas a un joven ingeniero

se dedicó al análisis de la educación en todos los ni-


veles y de los objetivos de la enseñanza—, que seña-
lan la necesidad de que la educación se enfoque a
que el estudiante “aprenda a ser, aprenda a hacer, apren-
da a conocer y aprenda a convivir”.
En tanto lo vas logrando, tendrás que cursar las
ciencias básicas: matemáticas, física, química —en la
dosis adecuada para la carrera que elijas y la que permi-
tan u ofrezcan los programas de estudio—, con todo
rigor y con la conciencia de que es la última oportu-
nidad para consolidar formalmente lo fundamental,
lo permanente, lo esencial.
A pesar de la insistencia de los maestros de esas
ciencias, que en general quieren saturar a los alumnos
con el máximo posible de conocimientos básicos, se
ha impuesto en la enseñanza formal, afortunadamen-
te, entre otras cosas por el tiempo limitado que el es-
tudiante puede dedicarle y por su costo, un cierto
equilibrio entre los conocimientos básicos y los de
aplicación, que ya Ortega y Gasset señalaba en “la eco-
nomía de la enseñanza” de su célebre Misión de la
Universidad en los siguientes términos:

El principio de economía no sugiere sólo que es


menester economizar, ahorrar en las materias
enseñadas, sino que implica también esto: en la
organización de la enseñanza superior, en la cons-
trucción de la Universidad, hay que partir del
estudiante, no del saber ni del profesor. La Uni-
versidad tiene que ser la proyección institucional
del estudiante, cuyas dos dimensiones esenciales
son: una, lo que él es: escasez de su facultad ad-
Javier Jiménez Espriú

quisitiva de saber; otra, lo que él necesita saber


para vivir.
[…] Hay que partir del estudiante medio y
considerar como núcleo de la institución univer-
sitaria, como su torso o figura primaria, exclu-
sivamente aquel cuerpo de enseñanzas que se le
pueden con todo rigor exigir, o lo que es igual,
aquellas enseñanzas que un buen estudiante me-
dio puede de verdad aprender.
[…] ¿Cómo determinar el conjunto de ense-
ñanzas que han de constituir el torso o mínimum
de Universidad? Sometiendo la muchedumbre
fabulosa de los saberes a una doble selección:
1. Quedándose sólo con aquellos que se con-
sideren estrictamente necesarios para la vida del
hombre que hoy es estudiante. La vida efectiva y
sus ineludibles urgencias es el punto de vista que
debe dirigir este primer golpe de podadera.
2. El resto que ha quedado por juzgarlo es-
trictamente necesario tiene que ser aún reducido
a lo que de hecho pueda el estudiante aprender con
holgura y plenitud.
No basta que algo sea necesario. A lo mejor,
aunque necesario, supera prácticamente las posi-
bilidades del estudiante, y sería utópico hacer as-
pavientos sobre su carácter de imprescindible.
No se debe enseñar sino lo que se puede de ver-
dad aprender. En este punto hay que ser inexo-
rable y proceder a rajatabla.

Según este principio, y suponiendo que los planes y


programas de estudio responden satisfactoriamente
Cartas a un joven ingeniero

a lo “estrictamente necesario” para un estudiante


medio, será importante que, en la medida de tus po-
sibilidades y deseos, no te limites a tomar notas, a
seguir un libro de texto y a apegarte a lo que dice el
programa o lo que enseña el profesor. Aquello que
cumplas más allá de tus obligaciones escolares, sin
el reto del examen final, será la diferencia para escalar
más peldaños en esa apasionante escala de la existen-
cia que es la del conocimiento, que te hará más libre
y, naturalmente, mejor profesional.
La profesión no consiste en aprobar, así sea con
excelentes calificaciones, los exámenes finales de cada
curso, sino el estar preparada para aprobar todos los
exámenes que se presentan a diario a un profesional,
y en los que no se puede reclamar al profesor el que
no haya expuesto ese tema en su clase.
El éxito en la vida corresponde siempre a los que
hacen algo más que los demás, y puedes estar segura
de que los frutos del esfuerzo adicional, que no es es-
fuerzo agotador sino dedicación estimulante, pero que
a veces no brotan de inmediato, suelen ser los más
apetecibles y también los más redituables.
Por eso también, cada vez con mayor frecuencia,
los estudios de posgrado se convierten en requerimien-
to para el desarrollo profesional o incluso para la ob-
tención de un puesto de trabajo; lo menciono ahora
que apenas vas a iniciar tu licenciatura, porque aun
sin saber qué harás después, debes desde ahora tener
la convicción de que seguirás estudiando. Y eso te lle-
vará muy seguramente a intentar obtener una beca;
los méritos para ello —cada vez más competido—,
se deben ir forjando desde hoy, a partir de la primera
hora de tu primer curso en la Universidad.
Javier Jiménez Espriú

Volviendo a la licenciatura y a las diferentes op-


ciones de la ingeniería, te será fácil discernir en el
momento adecuado entre la civil, las ciencias de la
tierra, la química, la agronómica, la electromecánica
o la industrial. Sus áreas de trabajo se distinguen de
manera tan clara, que tu incorporación a una de ellas,
la que corresponda a tus gustos, debe ser sencilla y
casi automática. Ya después la subáreas requerirán
un análisis más de detalle y ciertamente un conoci-
miento mayor de sus características, para cuya selec-
ción te ayudará la preparación básica que ahora
inicias.
Y aquí vuelvo a tu pregunta sobre si hay que optar
por lo que te gusta —“amor el arte”, decías— o por
lo que te conviene según el mercado de trabajo. Aquí
también retomo a Ortega y Gasset en aquello de que
“el hombre es él y su circunstancia”. Hay que traba-
jar de manera de que lo que te gusta te convenga.
Perteneces a una generación de jóvenes latinoame-
ricanos a la que le ha tocado vivir permanentemente
en situación de crisis nacionales. En ellas, los reque-
rimientos de ingeniería de todo orden son evidentes,
a pesar de lo cual los profesionales recién egresados pa-
san apuros para obtener un trabajo bien remunerado.
Que eso no te arredre, ni oriente —o desoriente— tu
decisión. No debes dejar de analizar las circunstancias,
pero tu vocación es la que debe dirigir tus pasos y nun-
ca dejarte llevar ni por la moda de alguna profesión
o actividad, por seductora que parezca —generalmen-
te resulta pasajera—, y menos aún por el temor de
que la que te gusta no te permita vivir en forma ade-
cuada.
Cartas a un joven ingeniero

Rescato del ya citado libro de Fernando Savater,


El valor de educar, lo siguiente:

Volvamos a la primariamente estéril contraposi-


ción entre educación e instrucción. Bien enten-
didas, la primera equivaldría al conjunto de las
actividades abiertas —entre las cuales la ética y el
sentido crítico de cooperación social no son las
menos distinguidas— y la segunda se centraría
en las capacidades cerradas, básicas e imprescin-
dibles pero no suficientes. Los espíritus poseídos
por una lógica estrictamente utilitaria (que suele
resultar la más inútil de todas) suelen suponer
que sólo la segunda cuenta para asegurarse una
posición rentable en la sociedad, mientras que la
primera corresponde a ociosas preocupaciones
ideológicas, muy bonitas pero que no sirven para
nada. Es rotundamente falso y precisamente aho-
ra más falso que nunca, cuando la flexibilización
de las actividades laborales y lo constantemente
innovador de las técnicas exige una educación
abierta tanto o más que una instrucción especia-
lizada para lograr acomodo ventajoso en el mun-
do de la producción.

El futuro —ese tiempo en el que vas a pasar el resto


de tus días—, no se prevé, se construye; se trata
—vuelvo a Hugues de Jouvenel—, de “un dominio
de libertad, de poder y de voluntad, que supone la
existencia de un proyecto”. El porvenir está abierto
para muchos futuros posibles, que cada persona va
moldeando según sus intereses y acciones. Si tu pro-
Javier Jiménez Espriú

yecto es ser ingeniera, ¡adelante!, y recuerda que el


viento sopla siempre favorablemente para el que
sabe hacia dónde va.
El destino personal debe forjarse con razón, con
inteligencia, con pasión y sin temores. Cada uno de
nosotros, según Amado Nervo, es “el arquitecto de su
propio destino” —hago esta cita, aunque me expon-
go a crítica por el hecho inusitado de decirle a una
joven que pretende ser ingeniera que es… “arquitec-
to”, aunque me refiera al diseño del destino propio,
porque la considero muy hermosa y orientadora.
Es importante considerar que si existen las necesi-
dades de una profesión —y en nuestro país, como
en toda Latinoamérica, el número de ingenieros de
todas las especialidades es muy bajo— deben existir
los profesionales que las atiendan; y esos profesionales
deben estar conscientes de que su objetivo no debe
limitarse a conseguir un trabajo, sino a buscar la for-
ma de incidir en la atención de las necesidades exis-
tentes, entre las que está el crear empleos, incluyendo,
cuando así lo exigen las circunstancias, el propio.
Así pues, es conveniente que repases, con la mira-
da de tu vocación, los programas de estudio, para
seleccionar el área que mejor se adapte al perfil de
ingeniero que resulte del ejercicio que antes te propu-
se y lanzarte a la conquista de tu título. El par de años
de los primeros estudios, que en general son válidos
para todas las áreas de la ingeniería, serán también un
tiempo magnífico para madurar ideas, ajustar rum-
bos y consolidar tus intereses y vocación.
El tránsito por la carrera, el mejor y mayor cono-
cimiento de la profesión y de las necesidades de tu
Cartas a un joven ingeniero

entorno, el contacto con tus maestros y los profesio-


nales de tu especialidad, y los nuevos horizontes que
se abren para quien camina oteando siempre el por-
venir, te indicarán más adelante qué función te
gustaría desempeñar y qué tipo de estudios deberás
emprender después de tu licenciatura: diplomados,
una especialización, una maestría, un doctorado, o
simplemente la actualización permanente que exige
la ingeniería.
Para todo ello vendrán los tiempos adecuados,
pero siempre debe tenerse la mirada y la mente orien-
tadas a la meta más alta. Independientemente del
área y la función que elijas, la cultura deberá ser con-
dición presente en tu vida, para ser mejor ingeniera
y persona. De esto quisiera contarte en la próxima
carta.
Espero tus reflexiones sobre lo que aquí te he es-
crito.

Hasta la próxima,
tu padre
Carta VIII
Del futuro de la profesión

Querida hija:

Tus comentarios llenos de frescura, tus preguntas


inteligentes y reveladoras, tus dudas equivalentes a
tu interés, y el cúmulo de inquietudes que surgen
de cada dato, de cada nueva experiencia, de cada pro-
puesta, me obligan a posponer mi anunciada carta
relativa al ingeniero y la cultura, para dedicar antes
unas líneas a un par de temas que, aunque subyacen
en todo lo hablado, es conveniente hacer explícitos:
el cambio cualitativo en la función del ingeniero y
cómo éste debe organizarse para atender sus nuevas
responsabilidades con atingencia y efectividad.
Tratemos el primero. Habiendo hablado sufi-
cientemente del pasado, ¿qué te parece que entremos
ahora un poco a la especulación sobre el futuro, aun-
que tomemos algo de vuelo —sólo unas referen-
cias— de nuestros últimos segundos del “año
tecnológico” que estudiamos?
“Hacer pronósticos es siempre complicado, sobre
todo cuando se refieren a futuro.” Esta célebre frase,
que se ha atribuido a múltiples autores, desde los más
serios hombres de ciencia hasta los cómicos de la le-
gua, digna al menos del no menos célebre “filósofo
de Güemes”, es ratificada nueve de cada diez veces
Javier Jiménez Espriú

que alguien se aventura más allá de lo aparentemen-


te razonable, y hace que muchos escépticos de la pla-
neación la comparen con el juego del siete y medio,
que como lo definiera don Pedro Muñoz Seca en su
simpatiquísima obra La venganza de Don Mendo es,
ni más ni menos:

juego vil
que no hay que jugar a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril,
que o te pasas o no llegas.

Si no, que lo digan predicciones que de “acertadas”, se


han convertido en “clásicas”, como la de aquel alto eje-
cutivo de la Western Union, la primera empresa tele-
gráfica norteamericana, que en 1876 sentenció: “El
teléfono tiene demasiadas complicaciones como para
ser considerado en serio un medio de comunicación.”
O la de Lord Kelvin, el famoso físico británico,
quien independientemente de haber propuesto la es-
cala absoluta de la temperatura y descubrir la Se-
gunda Ley de la Termodinámica, dijo: “Máquinas
voladoras más ligeras que el aire, no son posibles.”
Y más recientemente, de otros personajes que no
se quedaron atrás en su atinada visión de futuro como
Thomas Watson, que siendo presidente de la IBM
en 1943, expresó: “Creo que en el mundo habrá mer-
cado tal vez para cinco computadoras.”
Bill Gates, el multimillonario y genial presidente
de Microsoft, a pesar de su indiscutible mente visio-
naria, suponía en 1981 que “640,000 bytes de me-
moria deben ser suficientes para cualquiera.”
Cartas a un joven ingeniero

Robert Metcalfe, inventor de Ethernet, dijo en 1990:


“Internet se colapsará catastróficamente en 1996.”
A pesar de la complejidad de la prospectiva, o tal
vez por eso mismo, siempre es atractivo no sólo saber
qué piensan los que seguirán errando, aproximán-
dose o acertando en el análisis de los futuros posi-
bles, sino aventurar los nuestros, en un apasionante
ejercicio de imaginación, en una práctica de razona-
miento deductivo, en un llamado provocador a nues-
tra inspiración, o en un ejercicio que trate de reunir
todas estas posibilidades a un tiempo.
La aparición de nuevas tecnologías en las comu-
nicaciones y en el cómputo, de nuevos materiales y
de componentes cada vez más eficientes y pequeños, de
paquetes de programas cada vez más poderosos y de la
transmisión vía satélite, las comunicaciones digita-
les, las fibras ópticas y la microelectrónica, por señalar
lo más evidente, obliga a enfocar el análisis no sólo
hacia tendencias cuantitativas, que son impresionan-
tes, sino fundamentalmente a cuestiones de carácter
cualitativo. No es casual que las telecomunicaciones,
la computación y la informática den a nuestra era una
connotación especial.
Cuando se habla de la era de la comunicación, de
la era de la información o la informática, de la era de la
computación; cuando el control tecnológico del Big
Brother del que nos advertía Orwell en su famoso
1984 están ya a la disposición de los poderosos, con
los peligros sociales inherentes; cuando una buena
parte de lo que Toffler llamaba hace 25 años, en los
análisis futurológicos de su Tercera Ola, “la psicósfe-
ra”, “la infósfera” y “la telecomunidad” y que entonces
Javier Jiménez Espriú

parecían ciencia-ficción, son realidad cotidiana en los


países desarrollados; cuando desde los ochenta Nais-
bitt señalaba en su libro Megatrends que la nueva
fuente de poder no sería el dinero en manos de unos
pocos sino la información en manos de muchos; y
cuando ya no se trata con espacios físicos unidos por
transportes, sino con espacios conceptuales comuni-
cados electrónicamente, es evidente que ya no estamos
hablando de tendencias que orienten hacia mo-
dificaciones cuantitativas, sino de transformaciones
profundas que atañen a la médula de la existencia
—suponiendo que la existencia tiene médula.
Remontémonos al pasado, esos segundos que te
proponía de nuestro calendario, para tomar vuelo, y
luego dárselo a la imaginación: 490 años antes de
Cristo, Pheidippides hubo de correr más de 40 kiló-
metros para informar en el Ágora ateniense de la
victoria que 9,000 griegos bajo el mando de Calí-
maco y Miltíades habían obtenido sobre los 20,000
persas de Datis y Artafernes en Marathón. Este es-
fuerzo, según cuenta Tucídides, costó la vida al joven
guerrero, hecho en cuya memoria la carrera de esa
distancia en el atletismo lleva el nombre de la céle-
bre batalla.
Cristóbal Colón llega a América el 12 de octubre
de 1492, y no es sino hasta seis meses después que su
patrocinadora, doña Isabel de Castilla, conoce del
logro. El 25 de mayo de 1783, Carlos III de España
manda expedir las Reales Ordenanzas para la Direc-
ción, Régimen y Gobierno del Importante Cuerpo
de la Minería de Nueva España y de su Real Tribu-
nal General de que ya hablamos, pero sólo hasta
Cartas a un joven ingeniero

enero del año siguiente es posible promulgarlas en


México.
Los ingleses se enteran hasta cinco días después
del magnicidio de Abraham Lincoln en 1865, pero
el mundo ve en sus televisores, un siglo más tarde, el
asesinato de Kennedy unos minutos después de su-
ceder, y en 1969, en vivo y en directo —con 1.3 se-
gundos de diferencia— el arribo de Neil Armstrong
a la luna.
Hoy, como te consta, así como vemos tanto los
deportes como las guerras exterminadoras al tiempo
que suceden, no importa dónde, compramos “futu-
ros” de bienes o servicios que aún no se producen con
sólo apretar un botón de nuestra pequeña computado-
ra personal, o alguien se compromete en matrimonio,
a través de la red, con una persona que no conoce;
incluso —cosas de la vida— hay “enlaces virtuales”.
En un anuncio reciente que vi en los Estados Uni-
dos, se leía: “Los niños requieren buena alimenta-
ción, buena educación y… ancho de banda.” ¿No es
increíble?
¿No ha cambiado todo esto la manera de pensar,
de actuar, de vivir, de ser, vamos, hasta la manera de
andar de una buena parte de la humanidad?, ¿qué nos
puede ofrecer el futuro de la era de la información y
las computadoras?, ¿qué debemos esperar de los in-
genieros de y en ese futuro? No, por cierto, que ya no
aprendan matemáticas, “porque las computadoras
les resolverán todas las operaciones, por simples que
sean”, sino por el contrario, que les quede claro que el
conocimiento de las matemáticas modernas —no las
que estudió mi generación bajo la creencia de que
Javier Jiménez Espriú

eran una ciencia inconmovible—, con su proceso


evolutivo comprendido, es esencial.
Desde luego, nuevos problemas surgen a diario, y
la solución de algunos gracias a la tecnología, no es
óbice, sino a veces es incluso causa, para la aparición
de otros, nuevos y complejos. Como señaló un autor
anónimo: “Las computadoras pueden resolver prác-
ticamente cualquier problema, excepto el del des-
empleo que crean”, y si, según la Ley de Moore, cada
18 meses se duplican su velocidad y su capacidad,
¿que sucederá en poco tiempo, cuando con la vincu-
lación de la computación y la biotecnología sean
una realidad, comercial incluso, las computadoras
de ADN y las memorias holográficas que superarán
ampliamente los índices de Moore?
Según el doctor Shapiro, de la Universidad de Tel
Aviv, las computadoras de ADN podrán almacenar
más información en un centímetro cúbico que la que
hoy se puede guardar en un trillón de discos compac-
tos. Las células vivas contienen máquinas increíbles
que manipulan moléculas con información codifi-
cada como ADN y su primo químico ARN. En for-
ma fundamentalmente similar a la computación, un
trillón de componentes de ADN, que caben en un tu-
bo de ensayo, pueden hacer un millón de operacio-
nes. Y esto tampoco es ciencia-ficción: hace más de
diez años Leonard Adleman usó ADN en un tubo
de ensayo para resolver un problema matemático en
la Universidad del Sur de California.
Pronto el acceso a las capacidades de cómputo será
prácticamente ilimitado y prácticamente gratuito. Agre-
ga a esto que, dentro de 15 años —se comenta— a
Cartas a un joven ingeniero

nadie se le ocurrirá adquirir una computadora “sin


sentido común” —aunque esto parezca algo sin sen-
tido—. Efectivamente, grupos multidisciplinarios
de científicos e intelectuales trabajan para crear, apro-
vechando el poder de las computadoras y sus mega-
memorias, una base de datos con decenas de millones
de respuestas de “sentido común” a preguntas elemen-
tales que, alimentadas a una máquina, la harán reac-
cionar más rápidamente y con más sentido común
que la mayor parte de los mortales, frente al 99 por
ciento de las preguntas que generalmente se ocurren.
Las máquinas seguramente no pensarán, pero res-
ponderán mejor que la mayor parte de la gente que
piensa sin mucha profundidad.
¿Estaremos ya entrando a La era de las máquinas
espirituales? (como titula su último libro Ray Kurzweil,
uno de los más geniales inventores del siglo XX, quien
antes había escrito La era de las máquinas inteligentes,
títulos ambos en los que obviamente las computado-
ras son protagonistas).
Kurzweil escribe que en 2009 la gente portará
cuando menos una docena de computadoras sin pie-
zas móviles y sin teclado, ligeras y pequeñas, de alta
resolución visual, en joyas, vestido, relojes, integra-
das en body LANs que les darán múltiples servicios:
telefonía, páginas web, sistemas de identificación pa-
ra transacciones financieras, monitoreo de las fun-
ciones del cuerpo, navegación en la red, etc. Una
computadora de 1,000 dólares tendrá capacidad para
manejar un trillón de cálculos por segundo. Las su-
percomputadoras igualarán cuando menos la capa-
cidad que tiene el cerebro humano —aunque pocos
Javier Jiménez Espriú

la usan, ciertamente— de 20 millones de billones de


cálculos por segundo, ¿lo puedes creer?
En 2019, según Kurzweil, “las computadoras son
prácticamente invisibles. Están integradas en todas
partes —paredes, mesas, sillas, escritorios, ropa, jo-
yas, y en el cuerpo”. En ese momento, según el autor,
que es un científico de reconocido prestigio y no un
escritor de ciencia-ficción: “La mayor parte de la in-
teracción con las computadoras es a través de gestos
usando las manos, los dedos, las expresiones faciales
y a través de la comunicación verbal de dos vías con
lenguaje normal. La gente se comunica con las compu-
tadoras de la misma forma que se comunica con otro
humano, verbalmente y a través de la expresión visual.”
Con el equivalente a 4,000 dólares actuales se
podrá tener una computadora con una capacidad equi-
valente a la del cerebro humano, pero ésta seguramen-
te te la venderán con un buen manual de operación,
con el que no contamos —como es lamentablemen-
te evidente—, para nuestros propios y humanos ce-
rebros. En 2029, con 1,000 dólares de hoy, podrás
tener una computadora con una capacidad equivalen-
te a 1,000 cerebros humanos.
Kurzweil también relata algunas cuestiones que
pudiéramos calificar de inverosímiles vinculadas con
estos desarrollos, en donde la diferencia entre el hom-
bre y la máquina se minimiza; en que, y de ahí el título
del libro, la sensibilidad humana, la inteligencia ar-
tificial, los componentes electrónicos y el espíritu se
unen, y en momentos se funden y se confunden.
Y ya no te hablo de su visión prospectiva hasta
2099, que se sale un tanto del horizonte de mi ima-
Cartas a un joven ingeniero

ginación —y obviamente de mis posibilidades de


comprobarlo—; mejor lo dejo para que lo leas, segu-
ramente con asombro y deleite, y saques tus conclu-
siones.
Pero independientemente de lo que pueda con-
firmar el futuro, imagínate lo que todo esto o una
parte cercana a ello —ya que se trata de la evolución
de lo que acontece, “de avances inexorables” según la
presentación del libro, y no de elucubraciones fan-
tásticas— podrá significar para la salud, la educación,
la seguridad, la política, la cultura… y desde luego
para la ingeniería.
Jacques Attali, escritor inteligente, financiero, in-
telectual, pero no científico, en su libro Milenio, escrito
varios años antes, dice, entre muchas cosas intere-
santes y provocadoras:

Los signos anunciadores de abundancias son nu-


merosos. Nuevas tecnologías, provocadas por la
competencia, permiten, al automatizar los proce-
sos de producción, reducir los costos de los objetos
industriales existentes, tales como el automóvil o
los electrodomésticos. Más concretamente, la au-
tomatización de la manipulación de las informa-
ciones hace posible reducir el trabajo necesario
para producirlos […] esta automatización lleva a
la producción en serie de objetos nuevos, susti-
tutos de servicios hasta entonces prestados por los
hombres a otros hombres.
A estos nuevos objetos […] los llamo objetos
nómadas, porque tienen en común ser ligeros,
sin lazos, llevados por cada individuo, y no ya,
Javier Jiménez Espriú

como los bienes de consumo dominantes de la


forma precedente, ser medios de desplazamiento
(automóvil), o situados en domicilios (lavadora,
televisor) y unidos a las redes.

Indica después que ya existen algunos de esos “ob-


jetos nómadas”: las armas, el vestido, el reloj, o más
recientemente la computadora personal, micrófonos
y teléfonos portátiles, que si bien han comenzado a
trastornar la organización del trabajo no son sino
“precursores irrisorios” de lo que vendrá.
Continúa:

Pronto aparecerán otros bienes nómadas que


permitirán la transformación de objetos indivi-
duales producidos en serie (y, por tanto, creado-
res de beneficios) de dos servicios particularmente
costosos para la colectividad: la sanidad y la edu-
cación.
En primer lugar, instrumentos de diagnóstico
médico; luego de automedicación, y finalmente
de prótesis médicas. Simultáneamente, las má-
quinas de enseñanza permitirán que cada niño
reciba por sí solo un complemento de lo que
aprende en la escuela. Estos objetos contribuirán
a reducir el costo de la demanda al transformar
servicios a cargo de la colectividad en objetos
creadores de valor, y ayudarán también a exten-
der el campo de la oferta, empujando a los con-
sumidores a desearlos. Serán precisos entonces
menos médicos y profesores, pero más ingenieros
e informáticos para concebir objetos.
Cartas a un joven ingeniero

Así pues, el conjunto de las industrias de la


manipulación informática tiene garantizado un
gran futuro. Todo lo que haga “inteligentes” a
los objetos existentes (automóvil y televisor), lo au-
diovisual (materiales y programas), las máquinas
de diagnóstico y tratamiento médico, y finalmen-
te los órganos artificiales, aparejará producciones
industriales tan importantes como las de las dos
formas anteriores, el coche o la lavadora.
Esta es la forma que se anuncia. No la deseo
pero la preveo. El hombre, al igual que el objeto,
será nómada, sin domicilio, ni familia estables,
portador en él, sobre él, de todo lo que constitui-
rá su valor social.

Y así siguen sus predicciones. ¿Será? ¿Es válido y éti-


co decir: “no lo deseo pero lo preveo”, y ya? Antes
de intentar responder, déjame agregar otras especula-
ciones a nuestro propio “milenio”, no sin antes resal-
tar las enormes semejanzas de las predicciones del
científico experto y del intelectual sagaz.
¿Podríamos pensar entonces en que llegará el mo-
mento de que se supiese de algunos acontecimientos
antes de que se produjeran, y esto no por la existencia
de actos extrasensoriales, sino porque se pueda dar
un día la posibilidad de la comunicación controlada
del pensamiento?, ¿que podamos percibir las sensa-
ciones de la muerte sin pasar por tan trágico trance
—“gracias” a algún amigo que se nos adelantó en el
camino y nos “avisa”—, o disfrutar de emociones
agradables o tristes que activen nuestros sentidos por
la comunicación?, ¿aparatos descendientes de “la
Javier Jiménez Espriú

máquina para crear música” de Juan Nepomuceno


Adorno podrían evolucionar hasta llegar a ser capaces,
con software, computadoras y electrónica sofistica-
dos, no sólo de producir música electrónica, como
ya sucede, sino de componer la Décima Sinfonía de
Beethoven, o terminar la Inconclusa de Schubert? ¿la
fábrica de gobelinos de Bélgica encargará sus nuevos
diseños a la tecnología telemática en lugar de copiar-
los de los flamencos?, o ¿con sólo preguntarle a una
computadora —obviamente con “sentido común”—,
con un lenguaje llano y sencillo, podrá un joven sa-
ber qué carrera profesional debe seguir, sin la mon-
serga de tener que leer y comentar todos los “rollos”
que se le ocurra a su padre endilgarle —cuando me-
nos para darle por su lado—, antes de tomar la de-
cisión?
Y así aunque, afortunadamente para mi tranqui-
lidad personal, no imagino ninguna máquina emula-
dora de Cervantes, de Shakespeare o de Molière, ¿no
habrá todo cambiado?, ¿no estaremos en un mundo
radical y cualitativamente diferente?, ¿no podrá esto,
o algo muy parecido a esto, suceder en el ya muy
próximo tiempo de tu ejercicio profesional?
Suena todo a ficción, es cierto, es ahora una fic-
ción, pero a mi generación y a la de mis padres les ha
tocado, en el tránsito del “radio de Galena” a las haza-
ñas de la microelectrónica, ver convertirse en realidad
muchas ficciones. Ya estamos “curados de espantos”;
ya creemos hasta lo increíble.
Pero dadas las nuevas tecnologías, no debemos
hablar del cambio en términos normales o solamen-
te evolutivos. El futuro nunca ha sido, pero menos
Cartas a un joven ingeniero

hoy y en esto, una extrapolación simple del pasado


o del presente.
“El futuro ya no será como era antes”, dijo Paul
Valéry, y yo me acojo a sus palabras, por mi arraiga-
da convicción de que cuando las respuestas son difí-
ciles o las cosas inciertas hay que recurrir a los poetas,
porque ellos tienen el predominio de la sabiduría
metafísica.
Michio Kaku, físico teórico del City College de
Nueva York, autor de Hyperspace y de Visions, dos li-
bros extraordinarios en los que, incorporando la opi-
nión de decenas de científicos del más alto nivel
—premios Nobel incluidos—, irrumpe en los escena-
rios probables del siglo XXI, asegura que la investiga-
ción científica se dirige a la fusión de las tres grandes
revoluciones de la ciencia contemporánea. Antes de
2050 —nos dice—, “La teoría del Quantum pue-
de proveernos de transistores cuánticos microscópi-
cos, más pequeños que un neutrón. La revolución de
la computadora podrá ofrecernos redes neuronales
tan poderosas como las que contiene el cerebro hu-
mano. La revolución molecular —los especialistas
en ‘inteligencia artificial’ tratan de duplicar el cerebro
humano, neurona por neurona—, nos podrá dar
la habilidad para reemplazar las redes neuronales
del cerebro con redes sintéticas, ofreciéndonos así
una forma de inmortalidad.”
¿Y el cuerpo que aguante?, podríamos preguntar.
Una vez identificados, si existen, los “genes de la
edad”, aislados los “genes de la mortalidad” y con la
posibilidad ya actual de hacer crecer o crear órganos
humanos y reactivar órganos paralizados o inactivos
Javier Jiménez Espriú

con microprocesadores, tal vez estemos en el umbral


de lograr la verdadera fuente tecnológica de la ju-
ventud.
Como puedes ver, pensadores de todos los confi-
nes, de disciplinas diversas y de distintas edades y vo-
caciones, hoy agregan a las preguntas esenciales de
los filósofos: ¿de dónde venimos? y ¿hacia dónde
vamos?, las que provoca el impacto de la tecnología
como cuestión existencial: ¿en qué nos vamos a con-
vertir? o ¿en qué nos estamos convirtiendo? Y yo
pregunto: ¿Qué respuesta tendremos primero? ¿Qué
piensas de todo esto, mi querida Vero?
Vuelvo entonces a la pregunta: ¿es válido técnica
y éticamente decir sobre el futuro: “no lo deseo pero
lo preveo”?; ¿no sería más correcto actuar frente a lo
que no se desea previniéndolo y no asumiéndolo co-
mo inexorable? Si parece bien, adelante; si no, actue-
mos oportuna e inteligentemente para que lo no
deseado no suceda y en cambio orientemos nuestras
acciones al logro del futuro deseado y tratemos de
hacerlo posible.
Esa es una de las misiones del ingeniero en el mun-
do moderno. Adelantarse para resolver los problemas
y prevenir las consecuencias de los cambios necesa-
rios y claro, atender a un tiempo el tema de las diferen-
cias existentes, de las brechas que parecen ampliarse
sin remedio, pues el panorama antes descrito, muy
posiblemente real para algunas sociedades o segmen-
tos de algunos conglomerados, contrasta con otras
realidades cercanas a nosotros, ante las cuales esa fic-
ción realizable parece más ficción. Realidades que,
por otro lado, no pueden ni deben ser ignoradas o
Cartas a un joven ingeniero

desatendidas ante el atractivo de la novedad, la es-


pectacularidad de lo extraordinario o la “inexorabi-
lidad de la tecnología” y el “poder global”.
La gran disyuntiva entre que el futuro nos alcan-
ce y tratar de alcanzar el futuro, diseñarlo y buscar que
sea equitativo, o al menos no tan discriminatorio, de-
berá estar presente, querida Vero, en todas tus refle-
xiones profesionales.
Como se desprende de estos relatos, entre prome-
tedores y fantasmagóricos, el futuro de la ingeniería,
o la ingeniería del futuro, deberá encauzar por el ca-
mino de la ética y la equidad, junto al manejo de las
fuerzas de la naturaleza —como rezan las definicio-
nes clásicas de la profesión—, el control de las nuevas
fuerzas de naturaleza tecnológica —aparentemente
en franco frenesí— en beneficio de la humanidad.
Un reto nuevo, moderno también, pero que hace
evidente y absolutamente necesaria para el ingenie-
ro del siglo XXI es la sensibilidad que da la cultura,
tema ya varias veces pospuesto, que te prometo abor-
dar en mi próxima carta.

Hasta pronto,
tu padre
Carta IX
De la cultura del ingeniero

Querida hija:

Como te prometí, voy a darte mis puntos de vista


sobre la cultura como requerimiento de toda profe-
sión. Creo que el nivel de excelencia profesional
está directamente relacionado con el nivel cultural
del individuo. No es que necesariamente un hom-
bre culto sea buen profesional, ni que no haya pro-
fesionales eficientes con escasa cultura, sino que sin
cultura no se puede ser un profesional excelente. Y
la cultura no se puede inyectar a través de algunos
cursos en los programas de estudio, sino que se logra
viviendo sus ambientes, sus diferentes medios y for-
mas. No se trata de un conjunto de cosas que puedas
comprar y consumir, sino de un enriquecimiento
interno, del alimento del espíritu.
Bibliotecas, libros, revistas, conciertos, discos, ex-
posiciones, museos, simposios, conferencias, teatros,
círculos, peñas… y ahora, desde luego, los medios
electrónicos y sus bases de datos, deben ser vehícu-
los permanentes a disposición de quien ama la vida
y herramientas cotidianas del profesional que se pre-
cia de serlo.
La ingeniería, que es consustancial a la vida mo-
derna, modifica las relaciones personales, impacta
Javier Jiménez Espriú

nuestra comodidad, nuestra salud y nuestra psique,


altera nuestro trabajo, orienta nuestros gustos, nos
induce al goce o a la frustración, estimula o altera nues-
tras capacidades sensoriales; todo ello, las más de las
veces, sin darnos espacio para la consideración de
sus efectos, inexorable ante nuestra ignorancia y ca-
pacidad de discernir.
Si un producto de la ingeniería altera el paisaje,
modifica la ecología, sustituye al libro por la Inter-
net o suplanta a Mozart, afecta la existencia de to-
dos. Si un producto de la tecnología comunica a los
hombres, sana sus enfermedades, regenera la tierra,
incrementa la producción o da acceso a la cultura;
modifica la vida.
La ingeniería es patrimonio de la humanidad,
que la ha creado y acrecentado a través de generacio-
nes. Aunque la sociedad no tenga conciencia de la
magnitud del impacto que sobre ella tienen las accio-
nes de nuestra profesión, es importante que los inge-
nieros sí la tengan, y para ello debe haber un nuevo
paradigma, articulado por mujeres y hombres mejo-
res, que buscan la excelencia en su trabajo y respetan
la cultura; que siempre encuentran tiempo para discutir
sobre pintura y música; literatura y filosofía; escultura
y poesía; historia y genética, economía y política.
Todo eso es cultura; en ella coexisten los campos hu-
manístico, artístico, científico y tecnológico.
La cultura no es sinónimo de actividades y cono-
cimientos aburridos, que no sirven para nada y pro-
ducen urticaria con sólo nombrarlos o sueño cuando
se nos imponen, sino cultura es el resultado del inte-
rés en todo lo extraordinario que ha logrado la huma-
Cartas a un joven ingeniero

nidad, de lo “que el hombre añade al hombre”, como


la define Jean Rostand.
Para adquirirla, la lectura deberá ser uno de tus
hábitos. Afirmaba Edmundo D’Amicis, el célebre au-
tor de Corazón, diario de un niño: “Una casa sin
biblioteca es una casa sin dignidad”. Tu biblioteca de-
berá albergar a los grandes maestros de la humani-
dad; en tus horas libres podrás saber de sus consejos,
abrevar de su sabiduría, nutrirte de su genio, disfrutar
su sensibilidad, conocer los frutos de su creatividad e
inclusive constatar sus errores, que también han servido
para encontrar mejores caminos para la humanidad.
Imagínate en la madurez de tu vida, en la paz de
tu tranquilo atardecer, leyendo a los clásicos: Homero,
Ovidio, Virgilio. Tu disfrute será mayor si empiezas a
conocerlos desde hoy. Igualmente debes aprender
de Moisés, que nos legó invaluables preceptos per-
manentes; de Hesíodo, que escribió sobre los traba-
jos y los días; también debes conocer a Diódoro de
Sicilia y a Herodoto, que dejaron testimonios sobre
la geofísica y la economía de Egipto; a Plinio el Viejo,
que en el siglo primero de nuestra era escribiera la
enciclopedia Naturalis Historia, y que falleció cuando
estudiaba la erupción del Vesubio que destruyó Pom-
peya; y, desde luego, a San Agustín que escribiera
ese libro monumental que son sus Confesiones, don-
de sus disquisiciones sobre el tiempo bastarían para
justificar una obra y una vida.
En una carta anterior mencioné a personajes que,
en función de tus intereses científicos y profesionales,
deberán habitar tu biblioteca; ellos deberán compartir
los estantes con Julio Verne, Alejandro Dumas, Mark
Javier Jiménez Espriú

Twain, Carlos Dickens, Victor Hugo, Rudyard Ki-


pling, Oscar Wilde, Miguel de Unamuno, Honorato
de Balzac. Deberán ser huéspedes también José Orte-
ga y Gasset, León Tolstoi, Rabindranath Tagore, La-
dislao Estanislao Reymont, Fiodor Dostoievsky —que
a más de escritor era ingeniero militar—, Emilio Zolá,
Franz Kafka, Alejandro Manzoni, Stefan Sweig…
Si al español, al inglés y al francés se les llama res-
pectivamente la lengua de Cervantes, la de Shakespea-
re y la de Molière, estos tres genios de la literatura
deberán presidir en tus libreros a quienes han enri-
quecido con sus aportaciones esas lenguas. Ojalá
puedas leerlos en su idioma original.
También debes conocer tu nación; mucho te ayu-
darán Bernal Díaz del Castillo con su Historia ver-
dadera de la conquista de la Nueva España y Hernán
Cortés con sus Cartas de relación de la conquista de
México; fray Bernardino de Sahagún con su Historia
general de las cosas de Nueva España y naturalmente
ese hermoso documento que es La visión de los vencidos
de Miguel León Portilla; Carlos de Sigüenza y Góngo-
ra —científico e ingeniero mexicano del siglo XVII—,
los Ensayos de Alejandro de Humboldt, la Historia an-
tigua de México de Francisco Javier Clavijero y las obras
de Lucas Alamán, así como las de José María Luis
Mora, José C. Valadés y la Historia general de Méxi-
co, que coordinara don Daniel Cossío Villegas.
No deberán faltar a tus solitarios convivios litera-
rios Ignacio Manuel Altamirano, José T. Cuéllar,
Manuel Gutiérrez Nájera, Joaquín Fernández de Li-
zardi, fray Servando Teresa de Mier, Vicente Riva Pa-
lacio, ni Rafael Delgado. Deberán estar contigo
Cartas a un joven ingeniero

también, prestos para todo llamado, Manuel Payno,


Victoriano Salado Álvarez, Martín Luis Guzmán, Ma-
riano Azuela, Salvador Novo, Jaime Torres Bodet,
Justo Sierra y Alfonso Reyes.
Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Fernando del Paso,
Juan José Arreola y Gabriel García Márquez debe-
rán formar parte de quienes guíen tu gusto y tu sen-
sibilidad, lo mismo que Enrique Rodó, José Martí,
Simón Bolívar y José Santos Chocano, Benito Pérez
Galdós, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti y Do-
mingo Faustino Sarmiento; José Vasconcelos, Miguel
Ángel Asturias y Gabriela Mistral deberán partici-
par en la formación de tu sentimiento de pertenen-
cia, tan necesario para la defensa de nuestra latinidad
ante los embates de la modernidad arrasadora… y
desde luego deberás estar al tanto de los escritores
contemporáneos, que le llevan el pulso a los senti-
mientos de la sociedad.
Y si, como deseo, te gusta la poesía, encontrarás
una tranquila profundidad y un concepto sutil de
la belleza; invita a tus tertulias a Sor Juana, Amado
Nervo, José Juan Tablada, Manuel José Othón, Luis
G. Urbina, Salvador Díaz Mirón, Manuel Acuña,
Carlos Pellicer, Octavio Paz, Ramón López Velarde,
Enrique González Martínez, Rubén Bonifaz Nuño,
Jaime Sabines, Rosario Castellanos… y a Pablo Neru-
da, Antonio Machado, Federico García Lorca, Jorge
Luis Borges, Juana de Ibarbourou, Gerardo Diego…
Esta relación, que dista de ser exhaustiva, es sólo
un modesto indicador de lo que un profesional mexi-
cano debiera, cuando menos, aspirar a saber. No es
sino lo que debe tener como inicio tu interés por la
Javier Jiménez Espriú

lectura. Es innecesario citar aquí los nombres de to-


dos los autores por conocer, que por lo demás serían
mi gusto —como en la lista anterior—, y no nece-
sariamente del tuyo.
Lo que es un hecho maravilloso, en el que casi
nunca reflexionamos, es que el todo de la humani-
dad está a nuestra disposición; sería lamentable des-
perdiciar esta oportunidad de crecimiento cultural, de
búsqueda de la verdad, de solaz para la mente y el espí-
ritu. Y más vale empezar cuanto antes, aunque a quie-
nes encuentren el valor extraordinario de la lectura, les
pasará lo que a don Marcelino Menéndez Pelayo, que
en las vísperas de su muerte y frente a los pródigos es-
tantes de su biblioteca dijo con nostalgia: “Qué las-
tima morirse, cuando me queda tanto por leer.”
El libro, ese vehículo fundamental de la cultura
cuya posibilidad nos legara el genio de Gutemberg,
te permite convocar en cualquier momento a un gi-
gante de la historia de la humanidad para dialogar
con él, lo que evita toda posibilidad de tedio y pro-
duce un enriquecimiento invaluable. A este respecto,
se decía refiriéndose a un humilde personaje: “No
hay príncipe que se trate tan bien: desayuna con Aris-
tóteles, almuerza con Cicerón, toma el té con Heli-
cón y cena con Séneca.” Aunque no se trata de tener
necesariamente “apetito clásico”, como el del referi-
do; el menú es vasto y en él hay “para todos los gustos
y para todos los bolsillos”.
No dejo de reconocer que hoy los medios infor-
máticos te puedan llevar a casi cualquier página al
impulso de un golpe de tecla, pero esto no es ni tan
satisfactorio ni tan gratificante —en términos co-
Cartas a un joven ingeniero

munes: ni tan sabroso— como leer un libro. Una con-


sulta, el acceso a la información reciente y oportuna,
nos lo permite con eficiente generosidad una com-
putadora, que es en tal sentido insustituible, pero el
deleite del libro, el goce incluso sensual que ofrece
acariciarlo, hojearlo, ir y volver sobre él, hacerlo tuyo,
viajar entre sus hojas, tenerlo entre tus manos, no lo
ha logrado la cibernética.
El libro, a diferencia de la computadora, no es sólo
un medio “amigable” de información y de cultura,
sino un amante apasionado y apasionante. Hernán
Lara Zavala —también “tocado” algún tiempo por la
ingeniería—, nos dijo en una ocasión:

Siempre he afirmado que existe una gran diferen-


cia entre un ingeniero que tiene el hábito de la
lectura y uno que no lo tiene. Técnicamente am-
bos pueden ser excelentes, pero el que lee tiene la
ventaja sobre el que no, de haberse adentrado en
el ámbito de la posibilidad de muchas vidas coti-
dianas, de plantearse situaciones emocionales y
morales que seguramente nunca llegará a vivir; don-
de el mundo recóndito y especializado de la ciencia
pasa por fuerza a un segundo o tercer plano. Esta
experiencia común, que permite observar la natu-
raleza humana en conflicto, resulta primordial.
[…] Es enorme el beneficio que puede apor-
tar una conciencia humanística dentro de una
carrera científica como la ingeniería […]. Cuán-
to más provecho puede sacarse si a esa disciplina
y a ese conocimiento físico-matemático del típi-
co ingeniero, se la añade una conciencia de la
historia y de la tradición de nuestro pueblo, de
Javier Jiménez Espriú

sus riquezas y sus limitaciones; si se infunde una


ética en nuestro diario proceder, si se nos dota de
la capacidad de expresar nuestras ideas en nues-
tra lengua, con corrección y con claridad.

¿Y qué decir de la música, el arte por excelencia?


Hay estudios que confirman su influencia en el de-
sarrollo mental del individuo y su apoyo a la con-
centración, el relajamiento y la inspiración creadora.
Con una pequeña inversión puedes disponer de la
compañía de cualquier orquesta, de cualquier solis-
ta y de cualquier compositor a la menor invocación,
y gozar de una interpretación perfecta, reproducida
con fidelidad, es una posibilidad cotidiana. Podemos
tener a la mano a Bach, a Mozart o a Beethoven —y
obviamente también a Luis Miguel o a Frank Sinatra.
Debes contar así, de igual manera, con testi-
monios de Vivaldi, Wagner, Tchaikovsky, Brahms,
Schubert, Chopin, Verdi; Ponce, Chávez, Revueltas,
Prokofief, Stravinsky, Mahler… que sean de tu gusto,
así como de los músicos contemporáneos que absor-
ben las emociones de los jóvenes. Como en su tiempo
nos volvía locos Elvis Presley, con sus extraordinarias
interpretaciones y sus sensuales contorsiones que es-
candalizaban a nuestros padres.
Los nuevos adelantos tecnológicos proporcionan
imágenes de alta definición y sistemas de sonido que
reproducen cualquier entorno; así podrás disfrutar
de grandes espectáculos, del ballet o la ópera, con
los mejores elencos y las más extraordinarias pro-
ducciones.
En cuanto a las artes plásticas, cuando puedas
adornar tu casa con pinturas o esculturas hermosas no
Cartas a un joven ingeniero

dejes de hacerlo; entretanto, engalánalas con repro-


ducciones de los grandes maestros o disfruta de ellos
en los libros de arte. Vivir rodeado de expresiones del
Giotto, de Leonardo o de Rafael; de Miguel Ángel, de
Bernini o de Cánova; poder sentir en cualquier mo-
mento la magia de la paleta de Rembrandt, Tin-
toretto, Veronés o Tiziano; recrearse en los suaves
paisajes de Pizarro o de Manet, o entender la vibración
emocional de Rivera, de Siqueiros, de Orozco o de
Picasso; incursionar en la “región más transparente
del aire” —así era en mi juventud el Valle del Aná-
huac— a través de un paisaje de Velasco o del Doctor
Atl, o captar el impacto plástico de Federico Silva, de
Sebastián, de Goeritz, no sólo produce gratificación
a la vida, sino forma el carácter.
Una pintura es más que una obra de arte, es siem-
pre una ventana al infinito y un estímulo permanente
para la imaginación, y por lo tanto para la creación.
Además, decía Leonardo: “La pintura es poesía que
no se escucha; la poesía es una pintura que se escucha
pero que no se ve.”
Naturalmente, cuando tengas la oportunidad de
asistir a un concierto o ver a los grandes maestros y
las grandes expresiones del arte, no lo dejes de hacer.
Pocas emociones tan extraordinarias y experiencias
más enriquecedoras pueden tenerse, como estar fren-
te a alguna de las grandes obras de la humanidad o
ante los genios de excepción, y pocas cosas tan útiles
para un profesional como participar de los frutos de
la cultura.
Me habrás oído decir que lo más cercano a la per-
fección, o a la “calidad total” —para usar un tecni-
cismo acorde con mi “deformación profesional”— de
Javier Jiménez Espriú

que he sido testigo es una representación del Ballet


Kirov o una interpretación de la Orquesta Filarmó-
nica de Berlín. Ya verás qué importante es tener ex-
periencias de esa naturaleza, que aparentemente no
tienen nada que ver con el trabajo cotidiano.
Claro que, aunque la calificación de artes mayo-
res toca fundamentalmente a lo llamado “clásico”, la
cultura comprende múltiples expresiones que, cuan-
do provienen de verdaderos artistas, son igualmente
enriquecedores del alma y del espíritu. Así, la cine-
matografía, la fotografía, las artes escénicas, son parte
inseparable de la cultura. Incorpóralas a tu vivir tan-
to como puedas.
Mi convicción sobre la importancia de un ambien-
te cultural para la formación integral de un ingeniero
no es un acto de fe, o una persuasión teórica y libres-
ca, sino se fundamenta en experiencias vividas. Déjame
contarte una historia que me llena de satisfacción:
Desde hace muchos años me he lanzado a algunas
aventuras culturales, queriendo colaborar a la crea-
ción de un ambiente culto vinculado con nuestra
profesión. Siendo alumno de la Facultad de Ingenie-
ría, varios estudiantes constituimos la Sociedad Cultu-
ral, organizamos una sala de música, con un equipo
estereofónico —era la gran novedad— que nos donó
un fabricante de esos equipos, y presentábamos pro-
gramas de música clásica —obviamente, con discos
de pasta de 33 revoluciones por minuto, también do-
nados— que los estudiantes podían escuchar mientras
estudiaban matemáticas… o resistencia de materia-
les. Fue tal el éxito que le solicité al director de la
Ópera Nacional, amigo mío, que uno de los ensayos
de cada obra que se presentaría en Bellas Artes lo hi-
Cartas a un joven ingeniero

ciera en el auditorio de la Facultad, lo que aceptó


con gran entusiasmo —él acompañaba al piano a los
cantantes—. La primera presentación tuvo un públi-
co que no pasó de los cincuenta alumnos, la segun-
da llenó medio auditorio, la tercera agotó las butacas
y para la cuarta tuvimos que poner un equipo de so-
nido fuera del auditorio, para los que no cupieron
en la “sala”. No sabes cuántos alumnos de la Facul-
tad, desde aquellas experiencias, se incorporaron al
gusto por la música clásica, entre los cuales hay ver-
daderos melómanos… y mejores ingenieros.
Con esos antecedentes, cuando fui director de la
Facultad se fundó la Academia de Música del Pala-
cio de Minería y su Orquesta Sinfónica, que ya tiene
25 años de estar en los primeros planos del arte mu-
sical mexicano, gracias al apoyo de aquellos melóma-
nos y otros más; logramos que el maestro Federico
Silva “forrara” por fuera y por dentro el Auditorio
Javier Barros Sierra con murales y esculturas esplén-
didas; invitamos conferenciantes de alto nivel de todos
los temas habidos y por haber —comparecieron, en-
tre otros: Clementina Díaz y de Ovando, Ionesco,
Miguel León Portilla, Arnaldo Córdova, Juan José
Arreola…— y fundamos la Feria Internacional del
Libro, que también tiene 25 años de reunir en el Pa-
lacio de Minería a grandes escritores y a magníficas
editoriales de todo el planeta. Cuando inauguramos
la Primera Feria Internacional del Libro, un periodis-
ta me preguntó por qué los ingenieros organizábamos
un evento como ese. Mi respuesta fue otra pregunta:
¿por qué no?
Te digo todo esto porque estoy convencido de que
la lectura, la admiración por el arte y el gozo por la
Javier Jiménez Espriú

música refinan el gusto y enriquecen el espíritu. Y


porque la educación, el gusto delicado y una probi-
dad a toda prueba me han parecido siempre cualida-
des esenciales del individuo.
La cultura es, reitero, un asunto fundamental; en
ocasión de una de las conferencias mencionadas, a la
que tuve el privilegio de asistir, Eugenio Ionesco, el
memorable escritor del “teatro del absurdo” dijo algo
parecido a esto: “la cultura es un conjunto de cosas
inútiles, sin las cuales es imposible la vida”.
Para el ingeniero —lo digo sin el menor afán de
enmendar la frase de Ionesco, que me parece ingenio-
sa y provocadora— la cultura es un conjunto de cosas
de absoluta utilidad, sin las cuales no puede ayudar
cabalmente a mejorar la vida de la sociedad y se con-
vierte a menudo en un personaje que puede trastor-
narla de manera brutal e irreversible.
Pero además de importante, la cultura es —pese
a los enormes esfuerzos de los medios masivos de co-
municación para demostrar lo contrario—, diverti-
da, entretenida, ¡padre!
En la cultura, merecen mención especial, como
condiciones necesarias y distintivas de un profesio-
nal de excelencia, el dominio del lenguaje —a pro-
pósito de mi última, entusiasmada expresión—, el
conocimiento de otros idiomas distintos al materno
—y para los ingenieros, especialmente el inglés, que
se ha convertido en el idioma universal de la tecno-
logía y los negocios—, y el manejo de las herramien-
tas de la informática.
Regresaré sobre estos últimos en otra carta.
Hasta ella
Carta X
Del aprovechamiento del tiempo
y la planeación

Querida hija:

Si bien asimilar la información que hemos compar-


tido en estas cartas requerirá tiempo, durante tu
formación profesional entrarás en contacto con co-
nocimientos cuya asimilación requerirá no sólo de
todo tu tiempo —pero finalmente todo es vida y la
vida ocupa todo el tiempo—, sino de su adecuada or-
ganización.

Sabia virtud de conocer el tiempo,


a tiempo amar y desatarse a tiempo,
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…

decía Renato Leduc en un soneto de por sí admira-


ble, pues juega con la palabra “tiempo”, que no rima
con ninguna otra, y donde lamenta:

—ignoraba yo aún que el tiempo es oro—


cuánto tiempo perdí, ¡ay! cuánto tiempo…

y aunque el soneto termina:

…cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo
Javier Jiménez Espriú

yo rescato las frases del poeta filósofo y dejo para la


vejez las del poeta bohemio; ambas válidas, pero…
¡todo a su tiempo!
Traigo esto a colación porque siempre parece di-
fícil encontrar el tiempo para hacer todo lo que ha
menester. En principio puedo decirte que una parte
no despreciable de cualquier problema se resuelve
con buena organización, dando a cada cosa su valor
y su prioridad —lo que debiera ser, prácticamente,
un reflejo condicionado de todo ingeniero.
La planeación y la programación, que son espe-
cialidades, maestrías y doctorados en varias carreras,
incluyendo la ingeniería, deben preceder a toda ac-
ción en la vida, y en ellas la definición de prioridades
es asunto fundamental. Aquí otro encuentro con Emi-
lio Rosenblueth:

Ni el desarrollo tecnológico, ni lo que cueste el


uso del cerebro para llevar a cabo una buena pla-
neación y un diseño tan innovativo como sensato,
son lujos que nos podremos dar cuando seamos
ricos; son hoy necesidades que urge colmar para
que no se agrande la distancia entre nuestro país
y los más prósperos, para que nuestros compatrio-
tas puedan mejorar la calidad de vida, para que
investigadores e ingenieros cumplamos con la mi-
sión que se nos encomienda; con la que ilusionados,
nos asignamos a nosotros mismos: la de servir sig-
nificativa y eficientemente al país que amamos.

Una buena organización de todas tus actividades te


permitirá ahorrar tiempo, que podrás aprovechar
Cartas a un joven ingeniero

para enriquecer tu existencia. No debes olvidar que


el tiempo es un recurso extraordinario si se le emplea
bien, y el tiempo perdido es irrecuperable —aun-
que Marcel Proust nos haya obsequiado con su En
busca del tiempo perdido una obra cumbre de la lite-
ratura.
No pretendo que te obsesiones y te alejes del en-
tretenimiento y del recreo, que son necesarios para
la salud, sino que respetes, cuides y emplees el tiempo
como el recurso maravilloso que es. La expresión “el
tiempo es oro” es válida, pero el tiempo es también
tu campo de juego; como señala el profesor Juan Del-
val: “El manejo del tiempo es la fuente de nuestra
grandeza y el origen de nuestras miserias, y es un com-
ponente esencial de nuestros modelos mentales.”
Esto va también como advertencia contra los im-
pulsos que tantas veces nos llevan a “querer acabarnos
el mar de un buche”, como expresa un sabio dicho
mexicano. Todo a su tiempo; “como dice el refrán,
dar tiempo al tiempo”, escribió Leduc.
Dicen que Napoleón, en los momentos de mayor
presión, previos a sus grandes batallas, solía afirmar:
“Despacio, que llevo prisa”. Y fiel a mi afición tauri-
na, en cuya fiesta el tiempo es sinónimo de maestría,
de arte y de poder, pero también recurso de vida y
preludio de muerte, como en la propia existencia, te
transcribo un párrafo extraído del libro El toro bravo
de don Álvaro Domecq:

Despacio, como planean las águilas seguras de


sus presas. Despacio, virtud suprema del toreo.
Despacio, como se apartan los toros en el campo.
Javier Jiménez Espriú

Despacio, como se doma un caballo. Despacio,


como se besa y se quiere, como se canta y se bebe,
como se reza y se ama. Despacio.

El ingeniero Javier Barros Sierra me dijo una vez que


la palabra recreo se asignaba al tiempo que un indi-
viduo, dedicado a la actividad que fuere, requería
para romper las rutinas a que prácticamente toda ac-
tividad obliga, y recuperar la capacidad de crear que
las propias rutinas inhiben. Agregaba, con la ironía
que siempre lo caracterizó, que además el recreo era
un espacio de descanso también para las víctimas
del individuo alienado por su actividad, ya que al me-
nos durante ese lapso suspendía sus tonterías.
Tú eres de una generación que no leyó, como la
mía, casi como receta educativa, las cartas de Lord
Chesterfield a su hijo, así que lee esta joya:

Nada deseo tanto como que conozcas lo que


muy pocos conocen: el verdadero uso y valor del
tiempo. Esta sentencia se halla en boca de todo
el mundo, pero son muy raros los que la practi-
can. No hay simple, de los que pierden su tiem-
po en nonadas, que no escoja algún proverbio
trillado, entre los miles de ellos que hay, y que no
lo recite para probar el valor y la rapidez del tiem-
po. Los cuadrantes solares, por toda la Europa,
tienen también alguna inscripción ingeniosa al
mismo intento; de suerte que nadie desperdicia
su tiempo sin ver y oír diariamente cuán necesa-
rio es emplearlo bien, y cuán irrecuperable cuan-
do perdido. Pero todas estas prevenciones son
Cartas a un joven ingeniero

inútiles cuando no hay fondo de buen sentido y


de razón, más capaz de sugerirlas que de adop-
tarlas. Por los informes sobre tu manera de emplear
tu tiempo, me lisonjeo de que posees ese fondo,
que es el que te procurará verdaderas riquezas.
En consecuencia no es mi ánimo enviarte un en-
sayo crítico sobre el uso y el abuso del tiempo, sino
que me contentaré con darte algunas ideas, rela-
tivamente al uso de una porción particular del
dilatado tiempo que espero tienes que gozar: me
refiero a los dos años próximos. Recuerda, pues,
que cualquier conocimiento a que no pongas una
base sólida antes de cumplir diez y ocho años, no
te será fácil adquirirlo después, y te quedarás sin
él toda tu vida. Los conocimientos son una espe-
cie de retiro, y una forma confortativa y necesa-
ria en la edad avanzada; y si no la plantamos en
nuestra juventud, no nos obligará cuando seamos
viejos. No exijo, ni espero de ti, una grande apli-
cación a la lectura, desde el momento que te lan-
zares al gran mundo; sé que esto es imposible, y
aun en ciertos casos impropio. Esta es, pues, la
época, y la única época, en que debes aplicarte al
estudio con afán no interrumpido. Si a veces te
pareciere el trabajo algo penoso, reflexiona que la
fatiga es inseparable en un viaje necesario, y que
mientras más horas caminares al día, más presto
llegarás a tu camino; así como mientras más tem-
prano te hicieres apto para gozar de tu libertad,
más pronto la obtendrás; de modo que tu eman-
cipación depende enteramente del modo con que
te manejares de aquí a entonces.
Javier Jiménez Espriú

Y concluye Lord Chesterfield con este párrafo que,


aunque lo puedas y me puedas juzgar algo procaz,
vale como ejemplo:

Conocí a un caballero tan ecónomo de su tiem-


po, que no quería perder ni aun aquella pequeña
porción que la naturaleza le obligaba a pasar en
las secretas, sino que empleaba estos momentos
en repasar todos los poetas latinos. Compró una
edición común de Horacio, de la que arrancaba
un par de hojas que llevaba consigo al lugar ne-
cesario; y después de leídas, las enviaba como un
sacrificio al albañal, aprovechando así momen-
tos que sin eso habría necesariamente perdido;
yo te recomiendo que sigas su ejemplo. Esta ocu-
pación vale más que hacer solamente lo que no
puede dejar de hacerse en aquellos instantes; y de
ello resultará que siempre tendrás en la memo-
ria, todo lo que hubieres leído de esta manera.
Los libros de ciencias y los clásicos deben ser leídos
con continuación; pero hay muchísimos, y aun
muy buenos, que pueden leerse con provecho, a
ratos perdidos, de un modo inconexo; tales son
los buenos poetas latinos, excepto Virgilio en su
Eneida; y tales son también la mayor parte de los
poetas modernos, en los que hallarás muchas pie-
zas dignas de ser leídas y que no requieren arriba
de siete u ocho minutos de atención.

Me habrás oído decir, entre bromas y veras, que una


parte no despreciable de mi humilde cultura la debo
a consejos como el anterior, por lo que lo comparto
Cartas a un joven ingeniero

con gusto, aunque hoy resulte en una “carta preña-


da”. No importa, en alguna ocasión leí una de esas
frases que se quedan grabadas en la memoria: “en
todo libro grueso, hay un buen libro delgado que tie-
ne la intención de salir de él”; de la misma forma,
esta carta de Lord Chesterfield puede salir de la mía
para ofrecer un momento de regocijo y una eterni-
dad de beneficios.
Naturalmente, en la planeación no todo es ni se
refiere al tiempo, independientemente de que todo
en él repercuta, y que él todo lo impacte. La planea-
ción, hija natural del sentido común, a pesar de ello
y tal vez por ello —a los hijos naturales con frecuen-
cia se les discrimina o no se les hace mucho caso—
lamentablemente no ha sido una muy presente entre
nuestras costumbres.
La planeación, dice alguna de las definiciones clá-
sicas, es un proceso de reflexión sobre lo que es ne-
cesario hacer para ir de una situación presente a un
futuro deseado. Aunque es poco común un proceso
de planeación epistolar, lo que hemos estado inten-
tando en nuestra correspondencia no deja de ser un
ejercicio en tal sentido, y el entusiasmo que has mani-
festado me indica tu buena disposición a pensar en
el futuro, en acomodar ideas para luego organizar ac-
ciones, lo que te será utilísimo.
Un buen diagnóstico de la situación presente, cla-
ridad en los objetivos y en la definición de prioridades,
el establecimiento razonable de metas y el conoci-
miento de las opciones que hagan factible lograrlas
—frecuentemente lo deseable no es posible—; una
adecuada instrumentación de las acciones decididas,
Javier Jiménez Espriú

un control permanente de la evolución de las mis-


mas para saber si no se desvían de los objetivos, y en
su caso corregir lo corregible o modificar objetivos y
metas —los planes deben revisarse, corregirse, actua-
lizarse, modificarse permanentemente; ya que todo
es dinámico y cambiante—, son, en apretada sínte-
sis, los pasos de la planeación.
Estarás de acuerdo en que el párrafo anterior sim-
plemente confirma que se trata de una sistematización
de cuestiones de sentido común, pero como el sentido
común es el menos común de los sentidos —como
decía mi padre—, creo importante insistir en él.
El futuro, ese tiempo único en el que el hombre
puede influir a través de sus decisiones, aun cuando
está parcialmente hipotecado por acciones previas,
requiere, para parecerse a lo que desearíamos, de un
proyecto, de un plan. Ese proyecto debe ser definido
por quienes habrán de vivir el futuro que representa
y en cuya construcción participarán. La conciencia
de la necesidad de la planeación y de la participa-
ción democrática en la elección del proyecto debe ser
una condición natural del ingeniero. Pero hay que
ser conscientes, querida Vero, de nuestras limitacio-
nes en relación con nuestra “cultura de planeación”.
¿Tendremos realmente vocación para ella, o definiti-
vamente es una característica que no va con nuestra
idiosincrasia?
Si esto último fuera cierto —mucho me temo que
es así—, tenemos ahí un reto a superar, porque no se
puede subsistir en el mundo actual pensando —co-
mo dice nuestro himno nacional— que “nuestro
eterno destino por el dedo de Dios se escribió”.
Cartas a un joven ingeniero

Hemos sido por tradición —lo dicen las cróni-


cas, lo repetimos orgullosos en cientos de foros, en
reuniones y corrillos—, buenísimos para la improvi-
sación. Nos sobra ingenio y siempre encontramos la
forma de resolver nuestros problemas, “por despre-
venidos que nos agarren”. Hemos ido transcurriendo
por la historia sin la presión de la “ruta crítica”, sin
esa disciplina tan propia de los sajones que todo lo
tienen previsto, calculado, definido. Hemos confiado
en nuestra capacidad de improvisación, esa mágica
virtud que nos caracteriza, pero que ante las realida-
des de la modernidad, las complejidades de la globa-
lización y los retos e incertidumbres del futuro, ha
dejado de ser virtud y ha perdido su magia.
Vivimos una época de grandes cambios, y éstos
están interrelacionados; las transformaciones tecno-
lógicas con las económicas, las económicas con las
sociales y éstas con las económicas, que a su vez pro-
vocan transformaciones tecnológicas que estimulan
la investigación científica, y así sucesivamente. Todo
esto debe obligarnos a todos, y particularmente a los
ingenieros, a educarnos para ver hacia el porvenir, a
formarnos una mentalidad capaz de mirar siempre
más adelante, a un plazo más largo, sobre todo cuanto
más rápidas e interrelacionadas sean las transforma-
ciones que nos interesan. El hacerlo y el convencer a
los demás de la importancia de la planeación, la pre-
visión y la prospectiva son también responsabilida-
des de la profesión.
La lógica nos dice que a mayor incertidumbre,
mayor es la necesidad de la previsión. Siguiendo a
Peter Drucker, uno de los gurúes norteamericanos
Javier Jiménez Espriú

del tema, los ingenieros “deben considerar las áreas de


discontinuidad en la incertidumbre de la moder-
nidad”, donde sobre la económica —magnificada por
las contradicciones de los modelos neoliberales—,
y la política —representada por la crisis de los partidos
políticos y la del Estado benefactor— destacan la dis-
continuidad tecnológica que todo lo trastoca y la del
conocimiento, en las que la ingeniería juega un pa-
pel estelar.
Estos conceptos subrayan la inquietud que te he
expresado sobre el ingeniero como persona culta, por-
que cuando se actúa para modificar el presente, como
sucede en todas las acciones de esta profesión, el prin-
cipio necesariamente integral —holístico, como hoy
se dice— de la planeación requiere de conocimien-
tos universales.
De ello, creo, ya escribí con amplitud suficiente,
y en esta carta, donde te hablo del cuidado y aprove-
chamiento del tiempo, no quisiera abusar más de él
y alargarme como me ha sucedido en casi todas, lle-
vado por el entusiasmo de comunicarte mis experien-
cias. Espera entonces la siguiente, pero no dejes de
hacerme conocer tus reflexiones y no olvides estos
versos de Machado:

Despacito… y buena letra,


que el hacer las cosas bien
importa más que el hacerlas.

Con cariño,
tu padre
Carta XI
Del buen ingeniero y la educación permanente

Vero:

Ya hemos hablado de la importancia de estar siem-


pre al día. Hoy, y sobre todo en las carreras vinculadas
con el desarrollo tecnológico, quien no estudia perma-
nentemente pasa a la obsolescencia en periodos cada
vez más cortos. Podemos decir, sin ninguna exagera-
ción, que los ingenieros no estudiamos una profesión
para ejercerla toda la vida, sino que debemos estu-
diar toda la vida para poder ejercer la profesión.
Aunque Edmundo O’Gorman señala que “estar
al día es sacrificar la imaginación”, en la ingeniería
no estarlo es renunciar a la profesión. Ahora bien, pue-
de buscarse el modo de estar al día sin sacrificar la ima-
ginación, es decir, no aplicar indiscriminadamente
la receta de la última medicina tecnológica de paten-
te, sino la adecuada para el enfermo, para lo cual es
necesario conocer todos los remedios existentes, inclu-
yendo los más recientes, pero sin olvidar los reme-
dios caseros ni la medicina alternativa.
Ingresas a una actividad de actualización perma-
nente. Cuando recibas el título de ingeniera, ello sig-
nificará que el jurado que te examinó te consideró
capacitada para ejercer la profesión ese día y los próxi-
mos; para ratificar ante la sociedad tan honrosa dis-
Javier Jiménez Espriú

tinción, deberás dedicarte a tu constante actualización


y a aprobar el examen diario al que te someterá el
único jurado cuya calificación es inapelable: la vida
misma.
Sobre este compromiso, te transcribo los conse-
jos recibidos de Marte R. Gómez, que luego él escri-
biera para los jóvenes agrónomos de México:

No renuncies nunca a la disciplina del estudio.


Si no fuiste discípulo ejemplar, para que estudies
lo que no hayas aprendido en la vida de la escue-
la; si fuiste alumno destacado, para que no te sien-
tas defraudado más tarde, cuando otro, a quienes
veías menos dotados que tú, te saquen delantera
en la vida, como ejemplifica la conocida fábula
de la liebre y la tortuga.
Seguir cultivando con la mayor amplitud, para
lo venidero, las disciplinas de tu profesión, sobre
todo las de tu especialidad, quiere decir que estés
al día y que sepas siempre, como titulado, todo lo
que vaya surgiendo y que ni siquiera tus maes-
tros te hubieran podido enseñar.
De lo contrario, tus compañeros de estudios,
o tus discípulos, si el destino te conduce a la cá-
tedra, te verán con ojos de sorpresa primero, de
indiferencia más tarde —puede que hasta con
lástima, porque la juventud siempre es implaca-
ble para emitir juicios—, y dirán ¡pobre fulano,
que empolvado está!
Cuando lo que te conviene es estar siempre
terso y brillante, al día y, de ser posible, adornado
con el pavón de conocimientos retrospectivos que
Cartas a un joven ingeniero

permiten ver sumadas en ti las luces brillantes de


los modernos con las suaves tonalidades de los
clásicos.
De momento, te recuerdo que tu visión fun-
damental es la de estar informado de lo que apa-
rece año con año y al decenio que venga por
cuanto a tus previsiones. En otras palabras, que
no te caiga como llovida del cielo ninguna de las
adquisiciones técnicas o científicas con las que se
enriquezca tu profesión, y que de tiempo en tiem-
po trates de compararlas para saber en qué medi-
da podrán modificar tus cálculos con respecto a
tus metas, más o menos como actúan los tripu-
lantes de las naves espaciales, manejando contro-
les que rectifican su trayectoria para cumplir con
la misión que les fue asignada.

En nuestras disciplinas, querida hija, se estima que


en promedio, en menos de cinco años se duplica el
conocimiento, lo que significa que quien no estudia
a lo largo de toda la vida, no tiene que esperar mu-
cho para verse superado por la vorágine de la tecno-
logía.
Nureyev, el extraordinario bailarín ruso, decía
que cuando no entrenaba un día, lo sabía él; cuando
dejaba de hacerlo dos días, lo sentía su cuerpo y cuan-
do faltaba a sus rutinas tres días, lo notaba todo el
público. Yo te puedo asegurar, sin exageración, que
en la ingeniería moderna pasa lo mismo que en el ba-
llet clásico y que, cuando se deja de estar al día, es
muy difícil recuperar la brecha, que se amplía geomé-
tricamente a cada instante.
Javier Jiménez Espriú

Afortunadamente, existen medios agilísimos y


“amigables” —como hoy se dice— para la actualiza-
ción profesional, y su acceso es sencillo y atractivo;
a veces, incluso, económico. La necesidad y la res-
ponsabilidad de estar al día deben ser una satisfac-
ción gustosa que forme parte de nuestra actitud y de
nuestras acciones cotidianas. Naturalmente, se debe
ser selectivo para optar por las mejores formas de ac-
tualización y para los temas de dedicación más acu-
ciosa, pero la preparación para hacerlo con eficiencia
debe empezar de inmediato.
Don Alfonso Reyes, eminente escritor mexicano
dijo en alguna ocasión: “Hoy no podemos conocer
a fondo la historia de los caldeos, por falta de infor-
mación. Los hombres del futuro no podrán conocer
a fondo la de nuestra época, por exceso de informa-
ción”; y eso que don Alfonso murió hace varias dé-
cadas, imaginándose apenas el vertiginoso desarrollo
de los últimos años. No conoció la evolución de las
computadoras, el formidable desarrollo y disponibi-
lidad de las bases de datos y la Internet, pero su ex-
presión no deja de tener sentido a pesar de lo que nos
pueden ofrecer los adelantos de la cibernética.
Por eso también se dice que antaño la escasez de
libros era muy desfavorable para el progreso de la cien-
cia y en cambio ahora lo es la abundancia, porque
confunde e impide el pensamiento propio.
Aquí está uno de los retos fascinantes de la inge-
niería: estar al día sin sacrificar la imaginación y sin
impedir el pensamiento propio. Creo que finalmente,
no resulta tan difícil. Un colega, Carlos Vélez Ocón,
decía que “Cuando la gente se acostumbra a pensar, a
veces se le queda el vicio.”
Cartas a un joven ingeniero

Acéptame un paréntesis a este respecto, para di-


mensionar lo que esto es en la actualidad, según la
información que aparece en el interesantísimo libro
de John Naughton Una breve historia del futuro. El
autor relata que los creadores del índice Altavista,
que pretende contener el listado de las páginas dispo-
nibles en la red, decían en 1995 que si se construyera
un programa que ejecutara sin parar la misma opera-
ción, simplemente para revisar los 100 millones de
páginas que en ese momento tenía el índice, toman-
do alrededor de una página por minuto, se emplearían
más de 182 años. Según el pronóstico que se hacía
en ese año, en el 2000 habría en la red un acervo del
orden de 800 millones de páginas. A eso, sin imaginar-
se seguramente la magnitud, se refería Alfonso Reyes.
Por ello es que te digo que desde ahora debes con-
siderar a las computadoras y a la informática como
elementos literalmente vitales para el ejercicio de tu
profesión y para tu desempeño como estudiante, y su
conocimiento profundo, como basamento y herra-
mienta para tus mayores posibilidades de actualiza-
ción permanente.
Pero, sobre todo, es importantísimo que como es-
tudiante te apliques, desde luego, a aprender, y par-
ticularmente, a “aprender a aprender”. El aprendizaje
durante toda la vida es el nuevo concepto educativo
que revoluciona el conocimiento y que, otra vez, vuel-
ve a traer a la palestra aquello del sentido común. Bue-
no, decir “nuevo concepto” no es más que un nuevo
decir; el hilo negro se inventó —aunque no te lo puse
en la lista de los grandes descubrimientos— hace un
buen rato. Tom Sawyer, el inolvidable personaje de
Javier Jiménez Espriú

Mark Twain, decía que él “había abandonado la escue-


la porque ésta interrumpía su educación permanente”.
En la profesión, a imagen y semejanza de muchas
personas que habiendo aprendido a leer se convierten
en analfabetas funcionales por no ejercer sus capaci-
dades durante un tiempo prolongado, el analfabe-
tismo funcional ingenieril se logra rápidamente y es
difícilmente reversible.
Todo lo anterior no hace más que confirmar que
si es ahora fundamental una nueva concepción del
profesional, lo que hemos llamado antes un nuevo pa-
radigma, lograrlo requiere también una distinta ma-
nera de ser estudiante.
El aprendizaje basado en la memoria y en la in-
formación, por el mismo exceso de ésta, ha dejado de
ser eficaz y debe dar lugar —hablamos siempre de al-
tos niveles de calidad— a un estudiante más activo,
miembro de una “sociedad de aprendizaje” —que
está en construcción— dentro de la “sociedad de la in-
formación” que ya es una realidad.
Esta nueva organización de aprendizaje es la que
Peter Senge define como la que expande su capaci-
dad para lograr los resultados que ella verdaderamen-
te desea; en la que se nutren nuevas y mayores formas
de pensamiento; en donde la aspiración colectiva es
la libertad y “en la que la gente está continuamente
aprendiendo a aprender junta” y cuyos componentes
—concluye en ese clásico que es La quinta disci-
plina— son: la superación personal, los modelos
mentales, la construcción de visiones compartidas,
el aprendizaje de y en equipo y los sistemas de pen-
samiento colectivo.
Cartas a un joven ingeniero

Como la concibe David A. Garbing: “Una organi-


zación con la habilidad de crear, adquirir y transferir
conocimiento y de modificar su comportamiento pa-
ra reflejar conocimiento y perspicacias.” O la muy sim-
ple que propone Graham Guest, como: “aquélla en
que se da prioridad al aprendizaje”.
En la sociedad de la información —estarás de
acuerdo en esta verdad de perogrullo —no podemos
hacer a un lado la información que nos lega la histo-
ria, ignorar la que gracias a los adelantos tecnológicos
nos ofrece el presente, en tiempo real, tanto de los
éxitos como de las tragedias de la humanidad, ni sos-
layar las diferencias que separan a los seres del mis-
mo planeta.
La educación, la educación continua —el apren-
dizaje durante toda la vida—, el desarrollo tecnoló-
gico con sus supercarreteras de información —“the
road ahead”, como las llama Bill Gates—, sus fibras
ópticas, la digitalización mundial, los nuevos mate-
riales, el “justo a tiempo”, la realidad virtual, la biotec-
nología, la calidad total, no son fin en ellos mismos,
sino medios para solucionar los problemas que aún
evidentemente padecemos y los que a diario nos agre-
ga la modernidad.
Por eso estimo pertinente, aun a vuelo de pájaro
—como ha debido ser en nuestra correspondencia—,
reflexionar sobre las consideraciones que emanan de
una nueva visión sobre el “aprendizaje de por vida”
en una “sociedad de aprendizaje”, y que debe nacer
—así parezca utopía— de una alegría y una pasión
por aprender.
“El aprendizaje de por vida” y “la sociedad de
aprendizaje” son a un tiempo arma y alternativa, ne-
Javier Jiménez Espriú

cesidad vital y esperanza cierta. Toda esta concep-


ción de una nueva forma de plantear las cosas para
que el conocimiento produzca los beneficios que in-
trínsecamente contiene no es sino la sistematización
de conocimientos y experiencias que han ido reco-
giéndose en el camino de la humanidad, y que hoy
se antojan más asequibles, porque se han mejorado
los medios de comunicación.
No inventamos el agua tibia: se trata de aprove-
charla antes de que se enfríe. Graham Guest, en su
obra The Learning Organization, nos recuerda que
Henry Adams decía, a fines del siglo pasado: “Saben
suficiente quienes saben cómo aprender.” Y Emer-
son afirmaba: “A menos que trates de hacer algo más
de lo que ya dominas, nunca crecerás.”
De un excelente estudio de Kati Koronen sobre
la formación de ingenieros en Finlandia para el siglo
XXI —tu siglo, mi querida Vero—, recojo concep-
tos que ratifican y sintetizan muchas experiencias que
siento igualmente válidas para nosotros:

¿Qué caracteriza la profesión del ingeniero y qué


clase de rasgos son especialmente típicos en un
ingeniero? Es más, ¿qué diferencia a un buen in-
geniero de un ingeniero promedio? Los ingenieros
deben naturalmente tener un buen conocimiento
básico de las ciencias naturales y un conocimien-
to técnico profundo del campo de su especialidad.
Sin embargo, el conocimiento y las habilidades
técnicas sin habilidades interpersonales y humanís-
ticas, no es suficiente. ¿Es posible ser generalista
y especialista al mismo tiempo?, ¿qué tipo de habi-
Cartas a un joven ingeniero

lidades se esperan en un buen ingeniero? Y fi-


nalmente, pero no al último, ¿cómo puede un
ingeniero enfrentar los rápidos cambios de habi-
lidades que son necesarios?
Considerando que el primer objetivo de la edu-
cación es el desarrollo del individuo como ser
humano cabal, y no el convertirse en sólo un re-
curso económico, la Academia Finlandesa de Tec-
nología resume las cualidades y facilidades de un
buen ingeniero, señalando que debe tener:

• Conocimiento básico en el campo de una disci-


plina técnica.
• Habilidad para buscar y aplicar nuevas facilidades.
• Habilidad para aprender.
• Una mentalidad sistemática y lógica.
• Habilidad para trabajar en equipo.
• Habilidad para trabajar en un ambiente de ne-
gocios global, incluyendo facilidades de idiomas
y sensibilidad en asuntos transculturales.

El Consejo de Acreditación de Ingeniería y Tecno-


logía europeo considera que todo buen ingeniero
moderno debe tener:

• Habilidad para aplicar conocimientos de mate-


máticas, ciencias e ingeniería.
• Habilidad para diseñar y dirigir experimentos,
analizar e interpretar datos.
• Habilidad para diseñar componentes o proce-
sos para atender necesidades específicas.
• Habilidad para funcionar en equipos multidis-
ciplinarios.
Javier Jiménez Espriú

• Habilidad para identificar, formular y resolver


problemas de ingeniería.
• Habilidad para adquirir efectivamente, con to-
da amplitud, la educación necesaria para enten-
der el impacto de las soluciones de ingeniería en
el contexto de la sociedad global.
• Habilidad para incorporarse al “aprendizaje du-
rante toda la vida”.
• Conocimiento de los temas contemporáneos.
• Habilidad para usar las técnicas, habilidades y
herramientas de la ingeniería moderna.

Una buena carrera profesional, como toda “buena


carrera”, requiere de una estrategia y, como en el at-
letismo, para llegar a la meta en forma triunfal debe
empezarse por un “buen arranque”. Las carreras pue-
den perderse desde la salida.
Por eso, como los atletas de alto rendimiento, de-
berás estar atenta desde tu salida, y para lograr de
manera natural incorporar a tu conocimiento lo me-
jor, es necesario que estés siempre, al igual que los
campeones, concentrada.
Desde un principio, siempre que la selección te
sea dable, opta por los mejores maestros, así tengan
fama de duros. Evitarlos como si fuesen obstáculos
y estuvieras en lo que he llamado una carrera de sla-
lom es un craso error. Procúralos, aun cuando esto te
signifique más trabajo ahora, porque así te evitarás
mucho más en el futuro. Esto es particularmente
cierto en las materias básicas, que serán “cimiento”
para todo lo demás. Y no hablemos del caso en que
decidas realizar estudios de posgrado, donde será
condición inevitable.
Cartas a un joven ingeniero

Acércate a los maestros más destacados y procura


su tutoría; su experiencia te significará mucho y am-
pliará el horizonte de tu visión profesional. Cuando
debas cumplir créditos de lo que en los programas de
estudio se llama “materias optativas”, busca las más
útiles y no las más fáciles. Recuerda que tu objetivo es
aprender y aprender a aprender, y no el “pagar crédi-
tos académicos”. Tu misión inmediata no será cumplir
requisitos, sino requerir y adquirir conocimientos.
En igual forma, para el estudio en grupo —que es
muy conveniente—, o en la integración de equipos de
trabajo, reúnete con los compañeros más dedica-
dos. Con más frecuencia de lo imaginable, los equipos
que se forman en la escuela trascienden el tiempo y
las circunstancias, y permanecen unidos a lo largo
de la vida. Es importante entonces escogerlos bien
desde el principio.
Y no es sólo por aquello de “dime con quién an-
das y te diré quién eres”, sino porque en la actualidad
—y lo será más en el futuro— el trabajo en equipo
es la base de las actividades profesionales, y no se ha
encontrado otra fórmula —mucho me temo que no se
encontrará— de lograr un buen equipo, que no sea
a partir de buenos integrantes.
Al término de tus cursos formales de licenciatura,
deberás cumplir un requisito final para sustentar tu
examen profesional. Hoy existen diversas formas de
cumplirlo. En mis tiempos —y continúa siendo una
de las formas— era necesario escribir una tesis. Hay
quienes la consideran innecesaria, una pérdida de
tiempo, una “aportación” que en general no aporta
nada; “tesis” que la mayor parte de las veces no pre-
Javier Jiménez Espriú

senta tesis alguna y que nadie va a volver a leer —con


frecuencia no la leen ni los miembros del jurado del
examen profesional.
Mi punto de vista es diferente. Aceptando la ma-
yor parte de las críticas anteriores —naturalmente,
mi tesis no la leyó nadie nunca más—, pienso que
son experiencias importantes escribir, documentarse,
tratar de plasmar por escrito una idea, comprome-
terse con ella y que resulte en un texto claro, y lograr
algo que deberá someterse al escrutinio, al menos de
un jurado —teniendo el riesgo de que cuando me-
nos uno de los integrantes la lea.
Aunque no estoy contra otras formas de cumplir
el requisito final, te sugiero en su momento optar por
el de la tesis, sola o en grupo, como hoy se permite
también. Verás que de ello obtendrás una gran satis-
facción y una magnífica experiencia. No se trata de
valerse del requisito académico para dar un paso ade-
lante en el camino de la antigua filosofía oriental
que señala al hombre la necesidad, para la plenitud,
de sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un li-
bro. Ese libro vendrá, yo espero, cuando sientas que
puedes ofrecer a los demás algo de lo que has tenido
la oportunidad de recoger, pienses que puede ser de
utilidad y quieras compartirlo.
En este caso se trata sólo de aprovechar el tránsi-
to escolar para ampliar tus capacidades de aprendiza-
je y tus habilidades para batallas futuras. Todo esto
podríamos resumirlo, pero no he querido hacerlo an-
tes de recorrer el camino anterior, en lo siguiente:
El buen ingeniero es el estudiante permanente, el
permanente maestro, el individuo sensible a las cir-
Cartas a un joven ingeniero

cunstancias y a las variaciones de su entorno, el per-


sonaje capaz de adaptarse en actitud y conocimientos
a los cambios bruscos del acontecer, el líder de los equi-
pos de “ingeniería concurrente”, el ciudadano activis-
ta de la “sociedad de aprendizaje”.
Esto hace que la profesión se asuma no únicamen-
te como la obligada y utilitaria condición del traba-
jo remunerado, sino como la oportunidad de gozar
el logro de una vida útil, como una verdadera voca-
ción, entendida en estos términos: “cada vocación es
una forma de amar la vida y un arma para luchar con-
tra el miserable miedo de vivir”.
La única manera de conseguirlo es haciendo efec-
tiva la propuesta de disfrutar el conocimiento, de
encontrar la “alegría de aprender”. La alegría y la pa-
sión que de ella deriva; ya la cantaba Molière en el
siglo XVII, cuando decía: “Ah, la bella cosa que es sa-
ber alguna cosa.”

Te envío mi cariño en tanto


te hago llegar mi próxima misiva.
Tu padre
Carta XII
Sobre los idiomas y la informática

Querida Vero:

“Decíamos ayer…” —permíteme emular a Fray


Luis de León aunque tan sólo sea en el empleo de
esta frase— que el amplio conocimiento de las compu-
tadoras y sus enormes posibilidades, y el de la infor-
mática en general, son esenciales para tu profesión.
Pero debo subrayar que, antes que ello, un adecuado
manejo del idioma, tanto escrito como oral, y el res-
peto por la lengua materna, son prendas de enorme
significación para el ejercicio de cualquier profesión
y para la calificación de cualquier persona.
John Naisbitt, en su libro Megatrends, ponía énfa-
sis en la interdependencia global como consecuencia
ineludible del desarrollo tecnológico, y en la necesi-
dad, para el continente americano, de convertirse en
una región trilingüe: hablar con fluidez la lengua in-
glesa, el español y el lenguaje de la computadora; así
como la necesidad de lograr el balance entre las mara-
villas materiales de la tecnología y las demandas es-
pirituales de la naturaleza humana.
Efectivamente, hoy ya no es posible manejarse con
agilidad en casi ningún campo del conocimiento sin
el dominio de las lenguas que han adquirido preemi-
nencia en los campos tecnológico y comercial. El in-
Javier Jiménez Espriú

glés y el lenguaje de la informática aparecen por


doquier, incluso con expresiones que no tienen tra-
ducción en otros idiomas a pesar de los esfuerzos de
quienes los defienden a ultranza.
Aquí sí, la mejor defensa, que no es asunto tri-
vial, consiste no en el ataque, como reza el refrán,
sino en dominar las lenguas preeminentes para estar
en condiciones de adquirir el conocimiento que se
produzca y nos interese —los “monóglotas” como
los llamaba Pío Baroja, están en clara desventaja—,
y dominar además nuestra propia lengua para pre-
servar nuestra cultura y participar con ellas —cultu-
ra y lengua— en la carrera de la modernidad.
Un profesional hispano-parlante debe entonces
adquirir el dominio de los lenguajes utilitarios para el
ejercicio de su profesión, y hablar y escribir en su
propio idioma con propiedad y, de ser posible, con
elegancia. La forma de expresarse, consecuencia del
conocimiento del idioma, es también resultado de
la cultura de la persona; es, a pesar de que la moda su-
giera a veces que se trata de algo trivial —hablar so-
fisticado, dicen algunos—, asunto definitorio en no
pocos casos de la vida.
Desde luego, Naisbitt se refería a la necesidad del
español como respuesta a una situación de orden cuan-
titativo, considerando el número de habitantes de
los países de habla hispana y la creciente población
de hispano-parlantes —“el mercado”— que se extien-
de por los Estados Unidos. Yo agrego con énfasis el
aspecto cualitativo, pues considero a la lengua esen-
cia de la identidad, y a ésta asidero fundamental de
la existencia individual y colectiva.
Cartas a un joven ingeniero

Por eso subrayo que el nivel de calidad de la co-


municación oral y escrita —el expresarse con clari-
dad, con conocimiento del idioma, con propiedad—,
es asunto tan importante como el contenido del
mensaje. El bien decir y el decir bien, son virtudes
de alto valor.
No hablemos del mal hablar o escribir en nuestro
propio idioma. Los errores de prosodia o de sintaxis
o los horrores ortográficos no entran en mis preocu-
paciones; en un profesional de excelencia los doy
por descartados, simple y sencillamente porque son
imperdonables.
En la carta en la que me refería a la cultura como
elemento indispensable para la excelencia profesio-
nal, me extendí, tal vez más de lo necesario, en el
tema de la lectura de los grandes autores. Lo hice por-
que, independientemente de lo que significa como
fuente de conocimiento, es en ella —estoy persuadi-
do—, en donde se encuentra la mejor manera de
aprender a amar una lengua, a aprehenderla, a cono-
cerla y a manejarla bien; porque es la mejor forma
de enriquecer nuestro vocabulario y descubrir todas
las florituras y sutilezas que la hacen a veces escudo
extraordinario y a veces arma letal, necesarios a me-
nudo para defender valores permanentes, ahora más
vulnerables frente a la tecnología de lo inmediato.
Muchas son las historias que refuerzan la tesis de
la importancia de la palabra precisa, del mensaje opor-
tuno, de la frase ingeniosa, de la expresión clara, en
suma, del buen manejo del idioma; múltiples tam-
bién las que reconocen a la lengua española como
una bella lengua. Dicen que Carlos I de España y V
Javier Jiménez Espriú

de Alemania, a pesar de haber aprendido el español


ya entrada su juventud, decía: “Se debe hablar a Dios en
castellano; a los hombres en francés; a las mujeres
en italiano y a los caballos en alemán.” Es lógico ima-
ginar que no tenía Tratado de Libre Comercio con
Norteamérica, ni acceso a la Internet, ni mayor interés
en el imperio británico, ni por el desarrollo tecnológi-
co, que en aquel momento —principios del siglo
XVI— no ofrecía demasiados avances espectaculares.
El español, cinco siglos después, sigue siendo una
hermosa lengua para hablar con Dios y con los hom-
bres, aprovechando y preservando sus amplias posi-
bilidades y sus bellos recursos. Hemos conversado en
muchas ocasiones, y queda por ahí escrito en alguna
de nuestras cartas que los ingenieros tienen la res-
ponsabilidad de prever y evitar los efectos nocivos de
la tecnología; puedo asegurarte que el deterioro de las
lenguas oriundas es uno de los más graves para la hu-
manidad.
Permíteme traer a colación algunas cifras atrapa-
das en la Internet —¿ves?, la llamamos así las más de las
veces porque irremisiblemente caemos en “la red”—
que hacen evidente una tendencia que es necesario
conocer y analizar para actuar en consecuencia.
Cuando se contaba con alrededor de 400 millones
de usuarios de la red, 180 —el 45%— eran anglo-
parlantes y sólo 26 millones hablaban español, de los
cuales ocho vivían en Estados Unidos. El español ocu-
paba el quinto lugar en número de internautas y el
sexto en páginas web.
La colonización de pueblos y naciones no ocurre
ya a través de la invasión de territorios e imposición
Cartas a un joven ingeniero

de la cultura de los conquistadores a los conquista-


dos —aunque esa práctica no se haya desterrado del
todo y a veces cobre inusitada vigencia—, sino a tra-
vés de la “evangelización” llevada a cabo en el convin-
cente, enorme y efectivo poder de la tecnología y la
mercadotecnia.
El idioma es, ante esto, un escudo formidable que
hay que tener siempre reluciente.
Tal vez juzgues que soy un poco “emisario del pa-
sado”, que estoy un tanto “chapado a la antigua” y,
por ende, lo que digo sobre esto es exagerado; que
basta un lenguaje práctico, económico en palabras y
matices, que sin llegar al extremo del que dice “bo-
rroneado pero me entienden”, nos permita ir por la
vida entendiendo y explicando lo necesario.
Creo que no, pero independientemente de esta
convicción, me reservo el derecho a exagerar, por
dos causas. La primera, porque hace ya varios años
Jorge Luis Borges —uno de esos gigantes que reúnen
la estética de la palabra con la ética del pensamien-
to— me convenció con esta frase, tan bella y oportu-
na como tantas que nos legaran su genio y su ingenio:
“Si no tengo derecho a exagerar, entonces no tengo
nada que decir.” La segunda, porque además de que
se trata de un ejercicio de libertad, cada vez que en
relación con mis avisos precautorios me he tomado
la libertad de hacerlo, me he quedado francamente
corto, lo que me ha llevado al convencimiento de que
exagerar sobre el presente o sobre el pasado es men-
tir, pero hacerlo sobre el porvenir, es simplemente de-
finir una de las opciones conservadoras de futuro.
Desde luego, no soy de aquellos que sugieren en-
cerrarse en la inexpugnable fortaleza del cercado
Javier Jiménez Espriú

propio y cancelar el contacto con el exterior, sino


por el contrario, propongo incorporarnos con am-
plio criterio a la filosofía de lo incluyente, abrevar del
venero de todas las corrientes de la civilización y la
cultura —de los otros lenguajes, desde luego—,
pero a partir del fortalecimiento de los valores nues-
tros que concurren, casi sin excepción, en el respeto,
el fervor y la defensa del idioma.
No quiero con esto decir tampoco que estoy con-
tra el lenguaje sencillo, ni sugiero de manera alguna
que hay que desechar de nuestro hablar los modis-
mos regionales o el decir popular, ni obviamente la
chispa del humor que hace el hablar ameno, ni mu-
cho menos me inclino por una terminología pedan-
te. Nada más alejado de la elegancia y de la estética
y próximo a la estulticia que la pedantería.
Lo que creo importante es, como decía Erasmo,
“lograr una capacidad de expresión escrita y oral flui-
da y cultivada, rica tanto en ideas como en palabras”.
El pensamiento sin la lengua es tan inútil como
un paraguas guardado en el fondo de un clóset. A
esto hay que agregar, aunque no es tema directo de esta
carta, la poco frecuente pero necesaria capacidad de
saber escuchar.
La importancia del conocimiento del inglés, y
mientras mayor, mejor, queda clara. Además de los
datos relativos a su presencia en la red, debes saber
que todos los artículos sobre innovaciones tecnológi-
cas, desarrollos científicos, nuevos productos o nue-
vos procesos, investigaciones en marcha, etc., cuando
el inglés no es su idioma de origen, se traducen a esa
lengua casi en “tiempo real” —prácticamente con
Cartas a un joven ingeniero

“traducción simultánea”— y aparecen en las revistas


más importantes del mundo, en esa lengua, al mismo
tiempo que en su idioma original, cuando no antes.
Hay incluso investigadores cuya lengua materna no
es el inglés, que primero publican en ese idioma, ya
que es el de las mejores revistas del planeta, y algunos
que definitivamente no publican en el suyo. Lo mis-
mo, desde luego, pasa con los libros y las editoriales.
No sucede lo mismo en el caso contrario. Si el
idioma original es el inglés, no es fácil encontrarlo
en español, y menos aún, rápidamente. En suma, para
nuestra profesión —y pienso que para la mayoría—,
todo está en inglés y sólo algunas cosas en la bella
lengua de Cervantes. Así es que a dominarlo, con lo
cual además podrás gozar de su literatura, de sus
grandes autores y obras monumentales, sin la nece-
sidad de traducciones.
En cuanto a la informática, sé que los jóvenes po-
drían darnos consejos a los viejos. Su permanente
contacto con las computadoras y su siempre vivir bajo
el influjo de la “infósfera”, que adelantara Toffler, los
hace ciertamente, de natural, sentir la necesidad im-
periosa de conocer a fondo su manejo. La destreza con
estas poderosas herramientas de la modernidad es
condición necesaria para todo buen profesional, par-
ticularmente para un ingeniero.
El diseño por computadora, la robotización in-
dustrial, el control de gestión, la prevención de desas-
tres, el control de procesos y de proyectos, el manejo
de bienes y servicios “inteligentes”, el análisis de
riesgos, y no digamos el estudio de sistemas comple-
jos de cientos o miles de variables que hoy permiten
Javier Jiménez Espriú

a los ingenieros atacar problemas antes casi irresolu-


bles, son sólo una breve selección de una interminable
lista de aplicaciones que hacen patente la necesidad
de esas habilidades.
El dominio de los tres lenguajes que Naisbitt se-
ñalaba es ya una cuestión de obvia y normal acepta-
ción, y requerimiento para la competitividad y la
excelencia.
Cierro esta carta con la recomendación —exhor-
tación vehemente— de que consideres esenciales esos
tres lenguajes y no te limites a un conocimiento “su-
ficiente”. Un dominio profundo en cada caso te dará
ventajas de muy diversa índole, además de grandes
satisfacciones y goce personales.

Hasta pronto,
tu padre
Carta XIII
Del compromiso social del ingeniero

Querida hija:

Como hemos comentado en cartas anteriores, el in-


geniero no puede soslayar las condiciones del entor-
no, drásticamente cambiantes en los años recientes,
y no solamente por consideraciones nacionales o re-
gionales, sino también como consecuencia de asun-
tos de carácter global.
Las políticas económicas, comerciales, industria-
les, que en el mundo han modificado la participación
de los estados nacionales en múltiples actividades del
desarrollo y en diversos medios de producción en
que anteriormente tenían una presencia principal, y
la conciencia mundial cada vez más presente sobre
el peligro del deterioro del medio ambiente y la pre-
servación y mejoramiento de la calidad de vida de las
sociedades, para citar sólo las más que evidentes, han
trastocado las formas tradicionales de la actividad hu-
mana y han hecho más obvia la responsabilidad de
todos los que tienen injerencia en los usos de la tec-
nología, sean los políticos, los empresarios y, princi-
palmente, los profesionales que, como los ingenieros,
aplican la tecnología.
Estas consideraciones, que en cierto aspecto limi-
tan las “libres fuerzas del mercado” —para bien y
Javier Jiménez Espriú

para mal— y obligan a nuevas consideraciones téc-


nicas, éticas, políticas, económicas y sociales, no dis-
tinguen, aunque afectan en diferente forma y grado, a
los países con diferente condición de desarrollo, nin-
guno de los cuales puede sustraerse a los efectos de
estas nuevas circunstancias globales.
Todo esto es válido para nuestra sociedad nacio-
nal, y sucede al mismo tiempo que una parte amplísi-
ma de sus integrantes aún carece de lo más elemental
para la supervivencia: alimento, habitación, ropa, edu-
cación, en niveles de dignidad.
Todo ello, sin excepción alguna, será parte de tu
responsabilidad futura, apasionante y extraordinaria,
que hay que enfrentar sin eludir preguntas fundamen-
tales como las que Carlos Fuentes nos plantea en ese
libro de obligada lectura que es El espejo enterrado:

¿nos será permitido a todos los pueblos hispano-


hablantes progresar también con un profundo
sentido de la tradición; vivir en un mundo de co-
municaciones instantáneas e integración económi-
ca global, pero sin perder el sentido de la propia
historia, de las propias raíces?”; debemos pregun-
tarnos no sólo quiénes somos, sino en qué nos
estamos convirtiendo.

Don Jaime Torres Bodet sostenía:

La historia demuestra que siempre que una mi-


noría disfruta de una elevada educación frente a
una mayoría totalmente iletrada, surgen indivi-
duos cuyas mentes son una mezcla angustiosa de
Cartas a un joven ingeniero

inteligencia y de rudeza, de salvajismo y de pro-


greso. Una mezcla así constituye el más letal de
los explosivos. Por eso pienso que la división más
inquietante del mundo es la que prevalece entre
las regiones culturalmente privilegiadas y las re-
giones culturalmente desheredadas; es decir, entre
los que tienen y los que no tienen conocimientos
bastantes para triunfar en la lucha por la existencia.
Mientras convivan, en una misma nación, se-
res dotados de todos los adelantos técnicos de la
educación y de la ciencia, y masas carentes hasta
del conocimiento del alfabeto, será un espejismo
la paz social.

Estas palabras de hace cincuenta años siguen siendo


lamentablemente válidas y, ante el impresionante avan-
ce del “progreso”, más evidentes y más graves.
Pero ¿somos los ingenieros responsables de que aún
haya 35 millones de mexicanos de 15 años o más, de
los casi cien que suma nuestra población total, que no
contemplaron su educación secundaria o su educa-
ción primaria, o que son analfabetos funcionales? ¿O
lo somos de que haya en nuestro país grupos humanos
que viven en las mismas condiciones de superviven-
cia que las que privaban hace quinientos años? ¿O de
que se incremente a diario el número de jóvenes que
caen en el alcoholismo o el consumo de drogas?
¿Somos los ingenieros responsables de que resur-
jan en nuestro país enfermedades de la pobreza que
creíamos erradicadas, y de que aumente la delincuen-
cia juvenil y el encono racial? ¿Tienen que ver con
los ingenieros los dramas de los mexicanos en la fron-
Javier Jiménez Espriú

tera con los Estados Unidos, la violencia en nuestras


urbes, la pauperización del campo y los estragos so-
ciales de la corrupción?
Yo contestaría a estas preguntas y a muchas más
que tienen como causa primigenia la ignorancia y la
marginación, afirmativamente, apoyándome en una
frase de Dostoievsky: “Todos somos responsables de
todo, ante todos”, y particularmente en una nación
como la nuestra, quienes tenemos todo o mucho —me
refiero fundamentalmente al aspecto de la educación
—frente a los que nada tienen.
Por eso, Vero, quienes acceden a los beneficios de
la cultura y el progreso están obligados ya no sólo a
seguir buscando soluciones a los graves problemas
que enfrentamos, sino a encontrarlas; ya no queda
tiempo que perder.
Si somos parte de una nación que además cuenta
con múltiples recursos, aunque no sea el cuerno de
la abundancia como alguna vez pudo sugerir nuestra
geografía, nuestros compromisos y responsabilidades
son aún más profundos; debemos pasar de los discur-
sos a las acciones, antes de que el deterioro se vuelva
irreversible. Esos recursos, bien empleados, desde lue-
go que pueden mejorar nuestras condiciones.
Pero para acertar, en todos los casos es necesario
hacerse las preguntas correctas. Hay que hacerlas
con sinceridad y sin temor a las respuestas difíciles y
comprometedoras.
Yo me atrevo a decirte, querida Vero, que hemos
gastado a menudo nuestras fuerzas atacando sínto-
mas sin conocer las causas del problema o siguiendo
modelos, casi siempre ajenos, que no han podido de-
mostrar efectividad.
Cartas a un joven ingeniero

Deberíamos preguntarnos, por ejemplo: ¿Es váli-


da para todos la misma oferta de porvenir? ¿Es dable
para todos el siglo XXI que se pregona como el de in-
greso de la modernidad?, o ¿el túnel de la historia con-
duce en definitiva a muchos conglomerados como
el nuestro, a una cuenta regresiva inexorable?
La carrera hacia “la aldea global”, “el desarrollo
sustentable” y el “libre mercado” que todo lo acomoda,
decididos como dogmas de fe en formas y términos
idénticos, ¿son viables para todos: los del norte, los del
sur, los del este, los del oeste?
¿Se trata efectivamente de la solución para la mar-
ginación y la inequidad que ahogan a las sociedades,
sea la mundial o la de las naciones como la nuestra?
o ¿estamos ofreciendo para nuestros “futuros” un nue-
vo e inalcanzable Shangri-lla?
¿Caben todos los mosaicos culturales que han
surgido y persistido por milenios en la misma propues-
ta global?
¿Podemos entonces, en este mundo de contrastes
y contradicciones, apostar todo a un solo modelo uni-
versal de futuro? ¿Toca esto a los ingenieros?
Sí, afortunadamente sí, por eso estamos obligados a
informarnos, para tener capacidad de anticipación y
poder pasar, con profesionalismo y sensibilidad, de las
preguntas a las respuestas; de las ideas a la instrumen-
tación; de la incertidumbre a la claridad. Y porque no
tenemos derecho ya a construir espejismos y a ser los
alquimistas del nuevo milenio, o a limitarnos a resolver
las ecuaciones matemáticas o las fórmulas que cum-
plan con los procedimientos técnicos a aplicar.
Las siglas salvadoras l.q.q.d. —“lo que queda de-
mostrado”—, que aparecen para tranquilidad de los
Javier Jiménez Espriú

estudiantes de ingeniería luego de la demostración


de un teorema o cuando se acierta en la solución de
un problema, no son ya suficientes, porque lo único
que queda demostrado es que hemos hecho bien las
cosas desde el punto de vista técnico, pero para que
esto sea válido, es necesario demostrar que la aplicación
de la solución propuesta beneficia a la sociedad.
Si no es el caso, l.q.q.d. es que no hemos conside-
rado nuestro compromiso con la profesión y nos hemos
limitado, en el mejor de los casos, a nuestra lealtad
con la técnica.
México necesita para la atención de sus necesida-
des que los profesionales, en su diaria labor, consideren
todos los elementos de la civilización y la cultura, y
todas las aspiraciones y los sentimientos de los hom-
bres que de ellos brotan: libertad, justicia, equidad y
democracia, y sus valores implícitos: amor, patria,
familia, ética, honestidad. Don Justo Sierra advertía
desde su discurso de inauguración de la Universidad
Nacional de México: “No queremos que en el tem-
plo que se erige hoy, se adore una Atenea sin ojos
para la humanidad y sin corazón para el pueblo.”
Te reitero, los jóvenes de hoy, profesionales de ma-
ñana, no sólo se deben al desarrollo de la ciencia y la
tecnología, sino, esencialmente, al progreso de la so-
ciedad, a la superación individual y colectiva y a la
defensa de los valores y las tradiciones nacionales,
amenazadas cotidianamente por todas las formas de
penetración y de dominio. Leopoldo Zea dijo: “Con-
fío en que México no pagará por su futura prosperi-
dad, perdiendo su propio y único carácter cultural”
y exhortó a “no dejarnos seducir por una moder-
Cartas a un joven ingeniero

nidad sin alma […] Por afirmar nuestra identidad,


eliminar el peligro de su anulación, convivir sin re-
nunciar al propio corazón, a la propia e ineludible
identidad.”
Profesionales que en actitud ejemplar actúen per-
manentemente inquiriéndose, provocándose, agui-
joneándose, estimulándose, exigiéndose cumplir su
función social; y siguiendo sin reposo la búsqueda de la
excelencia, no sólo como condición necesaria para
la productividad y la eficiencia, sino como elemento
de supervivencia nacional, de autonomía política, de li-
bertad intelectual y de mexicanidad; de nacionalismo,
de soberanía, que no son conceptos borrosos ni ambi-
guos, ni decadentes ni trasnochados; no son anacronis-
mos, ni aberraciones ni doctrinas decimonónicas.
Estarás de acuerdo conmigo en que el impacto de
la ingeniería no se limita a un ámbito restringido, sino
abarca el espectro más amplio que se puede imagi-
nar. Por eso es importante que concibas tu actuación
profesional no como un asunto de lucro, sino de vo-
cación y de servicio a una sociedad que sufre carencias
enormes que podrás ayudar a mitigar o a resolver.
Formarás parte de una generación de profesionales
que tiene una responsabilidad grande, pero apasio-
nante y llena de retos y estímulos. Sé también que,
como muchos jóvenes, luego de la licenciatura po-
drás continuar estudios en busca de mayores califi-
caciones y grados; para ustedes será bueno y lo será
también para la ingeniería y para la sociedad.
Si esos estudios se realizan en el extranjero, no de-
jes de pensar que tu objetivo es el progreso de tu país
y la superación de tus compatriotas, ni pierdas nun-
ca contacto con tu patria. Ten siempre presentes las
Javier Jiménez Espriú

necesidades nacionales y trata de adquirir capacidad


en las tecnologías que ayuden a resolverlas.
Para atender con mayor eficiencia los problemas
de la sociedad, es necesario actuar con la mente abierta
y los prejuicios desterrados. En beneficio propio —el
de tu comunidad y el de tu persona—, hay que evitar
caer en los excesos de quienes desprecian lo que no-
sotros hacemos y ven con admiración e incluso con
actitud servil todo lo que viene de allende nuestras
fronteras —conducidos por el ancestral síndrome de la
Malinche—, y en los de quienes creen con vanagloria
que sólo lo nuestro debe tener cabida en nuestra casa
y se cierran a las realidades externas de progreso.
El “¡Como México no hay dos!” debe ser grito alegre
y expresión de orgullo y de amor a la patria, aceptable
sólo en quienes a diario ofrezcan sus mejores capacida-
des y esfuerzos para superar nuestras graves carencias.
Si estudias aquí, no te vayas a aislar tampoco en
la paz y la quietud del claustro académico, ni te ol-
vides de que tus fines ulteriores son mucho más altos
que el más sofisticado y fantástico descubrimiento
científico o el más vanguardista de los desarrollos tec-
nológicos, sino que están en el progreso de las mu-
jeres y los hombres de este suelo.
No existe ya, tenlo siempre muy presente, un pro-
fesional respetable sin un claro y definido compro-
miso social. “Los razonamientos sobre la presunta
neutralidad de la técnica no constituyen más que un
intento de exorcizar los riesgos acumulativos de las
desigualdades”, dicen Mercier, Plassard y Scardigli.
¡No lo olvides!

Hasta aquí hoy.


Tu padre
Carta XIV
Sobre la sustentabilidad y los antitecnologistas

Querida hija:

El compromiso social del ingeniero, del que habla-


mos en la carta anterior, está desde luego vinculado
de manera importante, aunque no únicamente, con
el buen uso de la tecnología.
Nunca antes, como en el siglo XX, el hombre tu-
vo que preguntarse si el desarrollo tecnológico ter-
minaría por destruir total o parcialmente lo que la
tecnología había logrado en pro de la civilización hu-
mana porque, tenemos que aceptarlo, su carácter arro-
llador amenaza ciertos valores que tienen que ver
prácticamente con todo: la calidad de vida, la libertad
de elección, el sentido humano de la medida, o la
igualdad de oportunidades ante la justicia y la crea-
tividad individual.
Si bien la tecnología permite al hombre ganar en
control sobre la naturaleza y construir una existen-
cia civilizada, incrementar la producción de bienes y
servicios de toda índole, mejorar su calidad, bajar sus
costos y disminuir la necesidad de trabajo físico de
los humanos, también ha producido severos daños al
medio ambiente —uno de los mayores desafíos de
la modernidad es, por ejemplo, qué hacer con los dese-
chos que la propia tecnología produce—, el agota-
Javier Jiménez Espriú

miento rápido de recursos naturales no renovables,


la extinción de especies de la flora y la fauna, la rup-
tura de la cadena alimenticia por el rompimiento de la
capa de ozono, la contaminación de los acuíferos…
cuando no la destrucción directa de la vida humana
por la tecnología convertida en arma mortífera.
Pocos ejemplos más claros de esto último, que al-
gunas de las expresiones de Einstein, que recogen sus
famosas cartas posteriores a la Segunda Guerra Mun-
dial. En una de ellas, escribía en 1945 a un colega del
Laboratorio de Radiaciones del Instituto Tecnológi-
co de Massachusetts:

Los científicos de Cambridge y de todo el mun-


do necesitamos ayuda urgente en estos momen-
tos de inquietud y de tensión sin precedentes. Lo
que hace que la actual situación de la energía ató-
mica constituya para todos nosotros un motivo
de angustia es la cruel ironía de que uno de los
triunfos más grandes del intelecto humano pueda
dar lugar a una frustración y a una muerte gene-
rales en vez de propiciar una elevación espiritual
y una vida más alegre y audaz. La confirmación
final de su principio E = mc2 debería constituir el
comienzo de una era de luz, pero todos nos sen-
timos perplejos y sólo vemos delante de nosotros
una oscuridad impenetrable.

El mismo año, con motivo del aniversario de Alfred


Nobel, dice:

Alfred Nobel inventó un explosivo más podero-


so que todos los conocidos hasta entonces, es decir,
Cartas a un joven ingeniero

un medio de destrucción terriblemente eficaz.


Para paliar los efectos de esta “realización” y para
tranquilizar su conciencia, instituyó un premio
para la promoción de la paz. Hoy, los físicos que
han participado en la producción del arma más
formidable de todos los tiempos se ven persegui-
dos por un sentimiento de responsabilidad pare-
cido, por no decir un sentimiento de culpabilidad.
En tanto que científicos, hemos de poner cons-
tantemente en guardia a la humanidad contra el
peligro creado por estas armas, no podemos cesar
en nuestros esfuerzos para hacer conscientes a
todos los pueblos del mundo y, especialmente a sus
gobiernos, del indescriptible desastre que provo-
carían si no cambian sus actuales relaciones y no
asumen su responsabilidad en la creación de un
futuro seguro para todos.

Palabras del científico, del hombre ético, del ciuda-


dano consciente y con valor civil; es decir, del inte-
lectual, del humanista, del hombre que no puede
abdicar de sus principios, sus valores y sus responsa-
bilidades, ni ocultarlos tras el frío éxito de la tecno-
logía pura.
En igual forma, hablando política y socialmente
de la tecnología como arma de dominio del podero-
so sobre el débil, habida cuenta de que la nueva tecno-
logía de la dependencia se asienta en la dependencia
de la tecnología, es necesaria la permanente confron-
tación de los desarrollos tecnológicos con la concien-
cia de sus realizadores y sus promotores y con los
resultados de su aplicación.
Javier Jiménez Espriú

Por eso en los sesenta, y ante diversas acciones


tecnológicas devastadoras, concurren dos líneas de
pensamiento a constituirse en modernos quijotes
“desfacedores de entuertos tecnológicos”: la de los am-
bientalistas que luchan por la preservación del medio
ambiente físico, y la de los “antitecnologistas”, que
aseguran que la tecnología está en la raíz de todos los
males de la humanidad y hay que combatirla.
Por parte de los primeros, a quienes asiste en bue-
na medida la razón, se han organizado movimientos
y acciones de toda índole que han logrado resulta-
dos, en algunos casos inesperados, aunque el problema
dista mucho de haberse superado. Sin embargo es ne-
cesario, como en todo, el equilibrio que pondera las
pasiones que de no contenerse, afectan el desarrollo
de manera brutal. No es posible estancarse por el
miedo al deterioro de las condiciones de la naturaleza,
como tampoco podemos considerar como inexorable
el que la naturaleza deba pagar una factura, por leve
que sea, en aras de un progreso limitadamente definido.
No sólo los problemas locales y regionales inme-
diatos y “visibles” —que paradójicamente nos impi-
den ver con claridad nuestros paisajes o nos han hecho
olvidarnos de la flora y la fauna que alguna vez po-
blaron nuestros lares—, como son los de la conta-
minación del aire, del agua, de los alimentos, o los
fenómenos de la deforestación, deben ser el objeto de
nuestras preocupaciones o nuestras ocupaciones, sino
también los remotos y globales como el cambio cli-
mático o el deterioro de la capa de ozono.
Estas inquietudes y el conocimiento de severos
problemas ecológicos en todo el orbe, estimularon a
Cartas a un joven ingeniero

la Organización de las Naciones Unidas a convocar


en 1972, en Estocolmo, a una Conferencia en la que
se discutió el problema ambiental global, el de la ener-
gía, los recursos naturales y su uso, los problemas
demográficos y el impacto del desarrollo sobre los
ecosistemas.
Posteriormente, cientos de foros por todo el mun-
do han continuado una gesta de largo alcance que ha
tocado todos los puntos de interés sobre este proble-
ma. Ha habido reuniones de enorme importancia
que han producido compromisos de las naciones par-
ticipantes —que lamentablemente no han sido cabal-
mente cumplidos por todos— y han adquirido los
nombres del sitio en donde se han desarrollado: el
Protocolo de Montreal, la Cumbre de la Tierra de Río
de Janeiro y el Protocolo de Kyoto, y recientemente
la Cumbre de Johannesburgo, son seguramente los
más connotados.
Los temas en ellos planteados y que desde enton-
ces son parte inamovible de todas las agendas de discu-
sión de problemas nacionales o internacionales casi de
cualquier cosa, son también, como se puede entender
fácilmente, asuntos de la directa incumbencia de los
ingenieros, que deben estar preparados técnica, so-
cial y culturalmente para prevenirlos o detectarlos y
solucionarlos.
La “sustentabilidad” o el “desarrollo sustentable”,
términos acuñados para describir y circunscribir la
evolución de las sociedades humanas, la moderniza-
ción y el progreso de la civilización, sin agredir a la
naturaleza, sin deteriorar el medio ambiente, sin
transgredir los ecosistemas, temas muy cercanos a la
Javier Jiménez Espriú

profesión que has elegido, no deben ser candados


contra el avance de la civilización ni freno para la evo-
lución, sino conciencia, premisa, reflejo condiciona-
do de los ingenieros.
De hoy en adelante y sin dilación se debe trabajar
en dos vertientes: una que se refiere a la prevención
de los efectos sobre el ambiente de todas las nuevas
acciones, para evitar el incremento de los problemas
existentes; la otra, obvio es recalcarlo, en el rescate
de lo deteriorado. Si la tecnología ha sido culpable de
múltiples problemas al respecto, la tecnología debe
ser capaz de restablecer lo afectado a sus condiciones
óptimas y los ingenieros son quienes tienen a su alcan-
ce las armas necesarias para esta batalla por la calidad
de la vida, y por la vida.
Pero también para esto, y fundamentalmente para
esto, que en mucho se ha convertido en bandera polí-
tica, demagógica y manipulable, el conocimiento
sólido y ético y el valor civil, son asuntos fundamen-
tales. Debe estar claro, sobre todo para los ingenieros,
y para que los ingenieros lo hagan del conocimiento
de la sociedad, que no son excluyentes el desarrollo
tecnológico y el uso de la tecnología, y el cuidado y
rescate del medio ambiente. Jacinto Viqueira nos
dice:

Se requiere para ello conocer las interacciones


entre leyes naturales y aquéllas que rigen el desarro-
llo social y económico.
Considérese por ejemplo el caso de las mate-
rias primas. Nuestro planeta es un sistema prácti-
camente cerrado para la materia; la cantidad de
Cartas a un joven ingeniero

materiales es, por tanto, constante. Las materias


primas no se consumen; se transforman, se utili-
zan y después se dispersan en forma de desechos,
haciendo muy difícil y costosa su reutilización.
La solución es por tanto, en principio muy senci-
lla: para aprovechar ese inventario constante de
metales y otros materiales hay que concebir su
utilización teniendo en cuenta su recuperación
después de usados. Al no hacerlo, nos enfrenta-
mos por una parte a la escasez de muchas mate-
rias primas y por otra parte nos vemos inundados
de desechos y desperdicios.

Así en efecto, pero podemos evolucionar, y los inge-


nieros deben tomar la iniciativa, en temas, por ejem-
plo, como el que se ha dado en llamar “producción
limpia”, que si bien no es como dice el maestro Vi-
queira, “en principio muy sencilla”, filosóficamente
—incluidas sus dificultades— debería ser un pro-
pósito permanente de nuestra profesión la aplica-
ción de una estrategia preventiva integrada a los
procesos productivos de cualquier índole, para lograr
la utilización óptima de materias primas y energía y
eliminar al mínimo posible desechos y emisiones tóxi-
cas en el proceso mismo.
Y en lo referente a los productos, debemos tender
hacia la modificación de los hábitos de desperdicio
que ha creado la sociedad de consumo. A este respec-
to te relato otra de mis experiencias. Hace algunos
años, cuando tuve el honroso encargo de dirigir la
Facultad de Ingeniería de la UNAM, promovimos
la creación de un laboratorio de innovaciones tecno-
Javier Jiménez Espriú

lógicas para la solución de problemas de la pequeña


industria, con la divisa del “antikleenex” —aunque
para no traicionar ni un ápice la franqueza con la que
te he expresado todo en nuestras cartas, debo confe-
sarte que “yo sin kleenex no puedo vivir”—. Se tra-
taba de buscar alternativas en contra del desperdicio,
tan estimulado por el mercado de lo desechable, del
“úsalo y tíralo”, pero tan nocivo tanto para las econo-
mías débiles como para la preservación ambiental.
La filosofía de la “producción limpia”, uno de los
enfoques más racionales para el cuidado del ambien-
te, la resumía Kristen Oldenburg, maestra en Cien-
cias, Tecnología y Política Pública de la Universidad
George Washington y de la Universidad de Califor-
nia en Berkeley, siendo coordinadora del Programa
de Protección del Ambiente de la Organización de
las Naciones Unidas con sede en París, en la siguiente
forma:

A diferencia de los métodos tradicionales para


controlar los efectos de las plantas industriales
sobre el medio ambiente mediante el análisis de
los desechos resultantes de la producción, el con-
cepto de producción limpia (CP) se aplica a la
vanguardia de los procesos y en la etapa de desa-
rrollo de los productos, por lo que tiene un ca-
rácter preventivo aplicable a todo el sistema y no
sólo a uno de sus componentes, es decir, el con-
cepto CP abarca tanto a los procesos como a los
productos y los efectos causados por ambos, so-
bre todo en lo que se refiere a los desechos de
cualquier tipo. Es por ello que se considera que
Cartas a un joven ingeniero

los mecanismos para alcanzar una producción


más limpia no incluyen solamente la eficiencia y
la sustitución de tecnología, sino también habi-
lidades y políticas de tipo administrativo.

En otras palabras, no esperemos a deteriorar el am-


biente para después ver qué hacemos para corregir,
lo que a veces resulta casi irreversible, o técnicamen-
te, o cuando menos desde el punto de vista económi-
co. Cuidémoslo previendo las consecuencias; resulta
más barato, eficiente, razonable y humano. También
más lógico y por lo tanto más ingenieril. Es siempre
mejor y más económico cuidar la salud que curar
las enfermedades y las epidemias.
El cuidado del aire, el suelo, el agua; el control
del uso eficiente de la energía, del calor, del ruido, de
las radiaciones y los desechos, particularmente los
tóxicos y la correlación de todo esto con la ineficien-
cia en los procesos, la ignorancia, el desperdicio, la falta
de escrúpulos, son responsabilidad, en buena parte, de
los ingenieros. Dime si no, querida Vero, visto todo
esto, el campo de acción de la profesión que has ele-
gido ofrece una fabulosa variedad de posibilidades.
Estas actitudes, y no los discursos, deben enfren-
tarse a quienes se oponen a la tecnología argumentan-
do que su efecto nocivo supera en todos los órdenes
a los “aparentes” beneficios que ofrece. Esta era la te-
sis de los antitecnologistas de los años sesenta, que
recoge con lucidez Samuel C. Florman en su libro
The Existential Pleasures of Engineering y continúan
teniendo millones de seguidores —aquí considero a
los de buena fe, ya que los intereses económicos que
Javier Jiménez Espriú

apoyan una u otra posición son difíciles de vencer y


los principales responsables de la actual situación—;
sus posiciones no son menos apasionadas que las de
quienes abogan por la tecnología como solución a to-
dos los males, y sus argumentos no son desdeñables.
Jacques Ellul expresaba: “la búsqueda de la efi-
ciencia se convirtió en principio y fin de sí misma, do-
minando al hombre y destruyendo la calidad de su
vida”. René Dubois, biólogo autor de la obra So Hu-
man and Animal, advertía sobre “la necesidad del hom-
bre de escoger otro camino, que lo separara del que
poco a poco lo llevaba a los horrores físicos y psíquicos
de la vida moderna”. Theodore Rozac, autor de Whe-
re the Wastelands Ends, sentenciaba:

Somos prisioneros del estado tecnológico: explo-


tados por su economía, atados a sus metas, regi-
mentados por sus fábricas y oficinas, privados de
todos los aspectos de la vida que no encuentran
utilidad funcional en la maquinaria industrial.
Incluso los tecnócratas están atrapados, traba-
jando en el punto del colapso nervioso.
Nuestros hábitos de consumo son controla-
dos por las grandes corporaciones que, a su vez,
son los agentes de la “tecnología suave” —la que
produce bienes desechables.

Y se hablaba con la misma vehemencia del “totalita-


rismo tecnológico” que había hecho perder su peso
a la democracia, como lo definió Herbert Marcuse,
el célebre filósofo francés, en su libro El hombre uni-
dimensional:
Cartas a un joven ingeniero

porque totalitarismo no es sólo una coordina-


ción política terrorista de la sociedad, sino también
una coordinación técnico-económica no terro-
rista que opera a través de la manipulación de las
necesidades por intereses creados […].
La tecnología, como tal, no puede ser separada
del empleo que se hace de ella; la sociedad tecno-
lógica es un sistema de dominación que opera ya
en el concepto y la construcción de técnicas […].
La razón tecnológica se ha hecho razón polí-
tica.

Y en otro momento de su crítica implacable y demo-


ledora, dice con su asombrosa claridad intelectual:

De nuevo nos encontramos ante uno de los más


molestos problemas de la civilización industrial
avanzada: el carácter racional de su irracionalidad.
Su productividad y eficiencia, su capacidad de
incrementar y difundir las comodidades, de con-
vertir lo superfluo en necesidad y la destrucción
en construcción, el grado en que esta civilización
transforma el mundo de los objetos en extensión
del alma y cuerpo del hombre hace dudosa hasta
la misma noción de la alienación. La gente se re-
conoce a sí misma en sus comodidades; encuen-
tra su alma en su automóvil, en su aparato de
alta fidelidad, su casa, su equipo de cocina […].
Las formas predominantes de control social son
tecnológicas en un nuevo sentido.

Queda claro que la contaminación del ambiente,


no sólo el físico sino el cultural, el social, el político, el
Javier Jiménez Espriú

económico, en fin, el entorno completo de la exis-


tencia, se consideró —yo creo que para bien, por-
que así se está creando conciencia de la importancia
de asumirla con toda su enorme y delicada influen-
cia— resultado de la acción irresponsable e inmoral
del uso de la tecnología.
Poner esto en su justa dimensión, aplicar las me-
didas correctivas necesarias y trazar un camino que no
sólo permita avanzar y comunicarnos, sino ver el pai-
saje, gozar la naturaleza, y por obtener de ella tantos
dones, agradecerlos respetándola y cuidándola, y con
ello respetarnos y cuidarnos nosotros mismos, es uno
de tantos maravillosos temas de la profesión.
Como ves, querida Vero, si desde hoy puedes
comprender o al menos intuir todo el inmenso campo
de influencia de la ingeniería para beneficio de la hu-
manidad, tu realización profesional no tendrá otros
límites que los de tu dedicación, tu entusiasmo y tu
imaginación. Siempre —te lo reitero machacona-
mente— haciendo concurrir el conjunto de los bienes
de la cultura y abrevando lo más posible en las fuen-
tes originales de las que surge el saber.
Aunque aparentemente se refería a otra cosa —yo
estoy seguro de que se refería a eso y a todo al mismo
tiempo—, en su Tratado de pintura, que es un aco-
pio magnífico de sabiduría sobre el hombre, la vida,
la naturaleza, el gran Leonardo dejó escrito:

Yo le digo a los pintores que ninguno de ellos


debe copiar jamás el estilo del otro, porque hacién-
dolo así, será llamado nieto y no hijo de la natu-
raleza. ¡Veamos! Las maravillas de la naturaleza
Cartas a un joven ingeniero

son tan numerosas que es mejor recurrir directa-


mente a ellas, más que a los maestros que se han
inspirado en la naturaleza. Yo no digo esto para
aquellos que desean, por medio del arte, obtener
riqueza, sino a aquellos que buscan honor y gloria.

¡Más claro, ni el agua! ¿Te gusta como reto de la in-


geniería? Ojalá que los jóvenes ingenieros del futuro
logren, con los inmensos recursos de la tecnología y
la cultura, preservar la naturaleza para estar en con-
diciones de recurrir a ella, así, directamente, sin copias
artificiales ni modelos virtuales, pero sin renunciar
a los beneficios del progreso que nos son dables,
también, gracias a la cultura y a la tecnología.

¡Adelante, y que sea para bien!


Tu padre
Carta XV
De la perseverancia, la tenacidad
y otros menesteres

Querida Vero:

Estoy llegando al término de mis consejos y reco-


mendaciones, cosa que lamento, porque debo con-
fesarte que nuestras conversaciones —que me han
permitido al mismo tiempo de reflexionar contigo
sobre tu futuro, abrir el cofre de mis recuerdos y re-
correr nuevamente, con el amable aunque no siempre
fiel recurso de la memoria, caminos que no había
transitado desde hace un buen rato— han significa-
do una maravillosa ocasión para un bello encuentro
contigo —no sólo con tu persona sino con tu ser y con
tu querer ser— y para transmitirte parte de lo que
he aprendido, de lo que he vivido y de lo que soy, y
me gustaría continuarlas tanto como fuera posible,
pero todo tiene su fin, y estas cartas —a lo mejor di-
rás que afortunadamente, porque ya estuvo bueno
de consejos— no son la excepción.
El enorme placer de este nuevo transitar, tratan-
do de mostrarte lo que pienso que te será de utilidad,
me ha obligado, por otra parte, a estar más atento, a
aguzar con más cuidado los sentidos que cuando lo
recorrí por primera vez —a veces distraído, “con la
vista desparramada” como decimos los aficionados
a los toros—, y me ha revelado un sinfín de detalles
Javier Jiménez Espriú

que parecían ausentes; de sitios, de momentos que


creí irrepetibles, de nuevos descubrimientos cuya
experiencia, reflejada en muchos casos varios años
después, he querido transmitirte desde hoy. Quisiera,
igualmente, que desde hoy la pudieras recoger y apro-
vechar, con todos los matices que a veces un poco
tarde aparecieron a mi vista, a mi sensibilidad o a mi
percepción.
Desde luego, parte de ese sentimiento apenado,
de esta ansiedad por el “se va a acabar”, se debe no sólo
a que llega el momento de interrumpir la grata aven-
tura de estas cartas que me han permitido desem-
polvar, en la compañía de tu juventud, algunas viejas
cosas que eran ya sólo remembranzas y que gracias a
ti y por ti pueden volver a ser de utilidad, sino fun-
damentalmente a la certeza inevitable, inexorable,
de que aunque ya mi tintero se encuentra casi seco,
aun quedaron muchos espacios por cubrir, muchos
caminos inexplorados que no pude mostrarte —siem-
pre estará como restricción el límite de la capacidad
de quien trata de orientar o aconsejar—, pero que
espero que la vida pueda ofrecerte con la generosidad
con que corresponde a quien la ama, esto es, a quien la
entiende, la busca, la acoge, la goza, se entrega a ella.
Esto será ciertamente posible si, y sólo si —estoy
seguro que en tu caso no será de otra manera, según lo
has mostrado desde siempre—, eres perseverante y
tenaz.
El estudio de una carrera como la ingeniería, y
después el ejercicio de la profesión, son impensables
sin esa virtud que es la perseverancia; más aun si,
cuando nos referimos a la ingeniería, la entendemos
Cartas a un joven ingeniero

como la síntesis de todo aquello a lo que nos hemos


referido en nuestras cartas, y de algo más que, aun-
que no quedó consignado en ellas, es también parte
de la profesión —recuerda: “todo lo que parece estar
más allá de la ingeniería no es sino sola y pura inge-
niería”—. La perseverancia es la más necesaria de las
virtudes necesarias.
Tomás Alva Edison solía decir, cuando se le inqui-
ría sobre sus descubrimientos geniales, que “El genio
es uno por ciento de inspiración y noventa y nueve
por ciento de transpiración”, y como no falta quien
afirma, con toda razón, que la inspiración llega con más
frecuencia a quienes más trabajan, pienso que con
esa expresión, Edison aprobó mi punto de vista sobre
la perseverancia como una de las virtudes esenciales
del ingeniero.
Y qué decir de la tenacidad, esa fuerza invaluable
para oponerse a las adversidades, la que nos ayuda a
superar los momentos de dificultad, la que nos per-
mite levantarnos de las caídas; convencernos de que
no existen las derrotas, sino los derrotados; que los tro-
piezos son experiencias de las que se debe aprender
y con ello crecer, madurar y continuar, fortalecidos,
el camino.
Una carrera como la ingeniería, con todas sus po-
sibilidades y encantos, no ofrece sólo “miel sobre ho-
juelas”; los momentos difíciles son serios y no poco
frecuentes; son, como todo lo que en la vida da sa-
tisfacciones, pruebas permanentes para el carácter y la
dedicación. El estudio es, por momentos, duro y ago-
tador; la responsabilidad, a menudo, es grande e in-
evitable; se requiere inteligencia, decisión y firmeza
Javier Jiménez Espriú

—“firmeza y luz, como el cristal de roca”, diría Díaz


Mirón—, no para sortear las complicaciones sino para
enfrentarlas; no para detectar los problemas sino
para resolverlos. Perseverancia y tenacidad a veces,
otras tenacidad y perseverancia.
No se trata de una profesión ingrata cuya misión
es de sacrificio; pero desde luego, no está exenta de
pequeños y grandes incidentes que, como en el pro-
ceso de templar el acero —que se logra con la sujeción
sucesiva a altas y bajas temperaturas—, forman el ca-
rácter y la templanza necesarios para abordar las gran-
des empresas que la ingeniería tiene por delante, y para
asumir los riesgos de todo asunto trascendente.
El ingeniero que aspira a la excelencia, y con ella
a su participación en los grandes asuntos de la profe-
sión, ha menester de otras virtudes que lo hagan con-
fiable. La confianza en un profesional es condición
áurea insustituible que se logra en forma muy senci-
lla, o no se logra. Para ello se requiere congruencia y
humildad. En uno de los Libros clásicos de Confucio
—confieso ser su perseverante lector— se lee:

10. Kung-Tsé [Confucio] ha dicho: Observad


con atención la conducta de un hombre, descu-
brid cuáles son sus inclinaciones, examinad cuáles
son sus gustos, ¿podrá, acaso, ocultar tales cosas
a vuestra mirada? ¿Podrá ocultaros la verdad de
su modo de ser?
11. Kung-Tsé ha dicho: Asimilad totalmente
lo último que hayáis aprendido y aprended siem-
pre nuevas cosas; sólo así podréis convertiros en
guías de los demás hombres.
Cartas a un joven ingeniero

12. Kung-Tsé ha dicho: El hombre superior


no es como un utensilio basto que se emplea para
usos vulgares.
13. Tsé-Kong preguntó quién merecía ser ca-
lificado como “hombre superior”. Kung-Tsé le
contestó: El que primero pone en práctica sus
ideas, y después predica a los demás lo que él ya
realiza […].
15. Kung-Tsé ha dicho: Si estudiáis sin esfor-
zaros en comprender, no obtendréis ningún fruto
de vuestro estudio; si, por el contrario, abandonáis
el estudio para entregaros a vuestros pensamientos,
corréis el peligro de graves desviaciones […].
17. Kung-Tsé preguntó a Yue: ¿Sabes en qué
consiste la verdadera ciencia? En conocer que se
sabe lo que se sabe, y que se ignora lo que en verdad
se ignora. En eso consiste la verdadera sabiduría.

Cuando se actúa con congruencia y humildad, cuan-


do se vive como se piensa y no se piensa como se
vive, esto es, cuando predicas con el ejemplo, mues-
tras que sabes lo que sabes y aceptas que ignoras lo
que ignoras, adquieres credibilidad, y por tanto la
confianza de los demás. La confianza en un profesio-
nal es una prenda del más alto valor.
La confianza, querida hija, es una condición que
hay que perseguir sin descanso y cuidar con vigilia;
en ella se apoyan múltiples esfuerzos que no fructi-
fican en logros en su ausencia.
La confianza es como ese punto de apoyo que so-
licitaba Arquímedes para mover el mundo con un
leve accionar de su palanca, con una fuerza mínima.
Javier Jiménez Espriú

Pero a cambio de su inmenso poder, paradójicamen-


te, es un asunto de fragilidad extrema. Es, a diferencia
del cristal de roca de Díaz Mirón, como el delica-
do cristal de Bohemia. Cualquier duda lo empaña, todo
golpe, por suave que parezca, lo rompe, y cuando esto
sucede, no hay forma alguna de restaurar su integridad.
Por eso, por ser fundamental, es menester también
en un profesional, dar y recibir confianza, y ésta se lo-
gra cuando a la autoridad que te da el conocimiento
de los asuntos de tu profesión sumas el que tus relacio-
nes con los demás estén siempre presididas por la con-
gruencia, la sinceridad, el compañerismo y la lealtad.
Lealtad con jefes y clientes, colegas y subordina-
dos. Lealtad que no significa sumisión ni servilismo
frente a tus superiores jerárquicos; lealtad que es si-
nónimo de apoyo y de colaboración con tus iguales
profesionales y con quienes deban seguir tus linea-
mientos. Lealtad que significa además respeto, siem-
pre, frente a todos. En suma, lealtad contigo misma,
con tus principios y con tus valores.
Don Marte R. Gómez —que, como has podido
darte cuenta, era bueno para dar consejos, y que creo
que conmigo no dejó ninguno pendiente, cosa que
le agradezco sobremanera— decía en su mensaje a los
jóvenes agrónomos de México algo que vale para todo
profesional:

Conseguir que la gente humilde con quien trates


ponga su fe en ti —o sea, su confianza— no será,
por lo demás, sino la mitad de tu misión; la otra
mitad, la más difícil de cumplir, quizá depende-
rá de la fe que tú mismo pongas en lo que hagas,
Cartas a un joven ingeniero

de la entereza con que lo lleves a su culminación,


sin vacilaciones ni flaquezas.
Si por momentos sientes que te abandona el
ánimo, no por ello te des por vencido. Hasta los
hombres más esforzados han incurrido en actos
de desfallecimiento. San Pedro, por eso, negó tres
veces a su maestro. Napoleón, por iguales moti-
vos, afirmó que el verdadero valor es el de las tres
de la madrugada, esto es, el de los momentos en
que, sin la preocupación de lo que puedan decir
quienes nos observen, a solas con nosotros mis-
mos, encaramos el peligro y lo afrontamos con
resolución.
Y no aspires a las victorias fulgurantes —casi
siempre inútiles a la larga— con las que han es-
culpido sus pedestales los grandes conquistado-
res; ni busques tampoco, de un momento a otro,
éxitos espectaculares. Piensa, por el contrario que
el triunfo verdadero en la vida, el que con razón
nos llena de legítimo orgullo, no es sino el resulta-
do final de una sucesión de modestas victorias.
[…] Vive en contacto con los libros técnicos
que de tu especialidad vayan apareciendo, y re-
cuerda que la sabiduría no se adquiere ni de una
sola vez, ni para siempre.

La confianza en ti misma, la entereza, que irás ad-


quiriendo a medida que vayas conociéndote más, co-
nociendo mejor la naturaleza humana, adquiriendo
y afirmando tus capacidades profesionales, y todo este
conjunto de virtudes que he ido enhebrando poco a
poco, párrafo tras párrafo, carta tras carta —no con
Javier Jiménez Espriú

el afán de mostrarte un panorama amargo y dificul-


toso, sino de ofrecerte el magnífico paisaje de la pro-
fesión elegida—, no son asuntos de difícil acceso.
El perfil que hay que lograr, mi querida Vero, no
es el de la suma de todas las perfecciones posibles en
el ser humano —¡que horror!—, sino el equilibrio éti-
co del máximo de virtudes.
El nuevo paradigma no es la perfección —que, de
existir, debe ser aburridísima—, sino la superación
permanente del individuo frente a sí mismo, lo que
contrariamente a de resultar difícil, se vuelve grato; su-
perar todos los días nuestra propia marca para poder
participar en mejores concurso, es atractivo y estimu-
lante.
Sin entrar en la discusión del célebre apotegma
hegeliano de que: “El hombre no es lo que es y es lo
que no es”, ni al análisis filosófico de la sentencia de
Edmundo O’Gorman: “El hombre es lo que logró ser,
de lo que quiso ser”, hay que enfrentar uno de los
grandes retos de la vida, que es liberarse de lo que im-
pide la realización propia, para transitar hacia la
propuesta de Píndaro: “Llega a ser el que eres”.
Ser buenos profesionales en el mundo moderno y
“llegar a ser los que somos” no es sencillo. La aspira-
ción de Borges de “ir por la vida ligero de equipaje”
—que ha sido también mi aspiración— y la que He-
gel expresa en la frase: “Ser libre no es nada, devenir
libre es todo”, sólo se logran con el conocimiento, equi-
paje siempre ligero, sobre todo cuando se adquiere
en el camino la alegría de aprender.
Finalizo mis cartas y consejos, querida hija, con
la esperanza de que te hayan servido como postuló
Cartas a un joven ingeniero

Montaigne, quien decía que se debía educar a los jó-


venes considerándolos “no como una botella que hay
que llenar, sino como un fuego que hay que encen-
der”; y formulando dos deseos:
Que estas páginas, que te he escrito con todo ca-
riño y con toda sinceridad, te sean útiles, no porque
te hayan dado “normas” a seguir para la vida o “reglas
para ser buena ingeniera”, sino porque te hayan abier-
to expectativas, ofrecido temas nuevos de interés,
sembrado dudas que te obliguen a buscar respuestas
válidas para ti, propuesto otros temas de análisis; por-
que te hayan ampliado el espectro de tu porvenir.
Deseo también que en la lectura de mis cartas no
hayas considerado nada como válido sólo porque vie-
ne de mí, si no te ha convencido de fondo el plantea-
miento —y así frente a todo lo que leas y oigas,
venga de quien viniere (ya ves, no resistí hacerte otra
recomendación)—, porque a pesar de la honestidad
con que pretendí darte mis opiniones, habrás notado
que en no pocas ocasiones han estado cargadas de
vehemencia y subjetividad. Como Bergamín, no pue-
do ser siempre objetivo “porque no soy objeto; soy
un sujeto lleno de subjetividades” y porque no puedo
sino ser vehemente cuando se trata de ofrecerte tam-
bién la herencia de mis emociones.
Querida Vero: termino esta serie de cartas, como
la inicié, remontándome al tiempo en que este medio
era el único existente para la comunicación a distan-
cia, y recordando que al finalizar una misiva —como
lo hago ahora— había formas clásicas de despedi-
da que subrayaban con cuidadosa corrección el res-
peto que entre sí se merecían las personas.
Javier Jiménez Espriú

No me despediré, desde luego, con la solemne se-


riedad con la que, por ejemplo, don Benito se des-
pedía en sus cartas de su amado “hijo Santa” —don
Pedro Santacilia: “Suyo afmo. Padre y amigo, Beni-
to Juárez.”
Lo hago, traduciendo a la modernidad y con todo
mi amor paterno, la fórmula tradicional de: Quedo
de usted como su atento y seguro servidor, q.b.s.m.”
para decirte, de todo corazón, que te deseo todo gé-
nero de parabienes y espero que tengas una vida fe-
liz en la que tu profesión sea, como ha sido para mí,
motivo permanente de satisfacciones.
Así pues, quedo de ti, siempre atento y siempre dis-
puesto a servirte —espero sinceramente que por mu-
chos años— en lo que requieras.

Con todo mi cariño,


tu padre
Posdata

Para mis lectores:

Cuando en la época de mis abuelos se escribía una


carta, después de firmarla con múltiples y elegantes
rasgos precedidos por caballerosas, respetuosas o ca-
riñosas expresiones de despedida en el más barroco
de los estilos —por no decir de hermosa y empala-
gosa cursilería—, se acostumbraba anotar la fecha.
A menudo, ya cumplido el ritual, cuando había
que agregar algo que se había “quedado en el tinte-
ro” y para no repetir aquella obra maestra —pues no
se tenía la facilidad del corta y pega y otras monerías
de los procesadores computarizados de textos—, se
agregaba una Posdata, un “Después de la fecha”, que
resolvía la omisión o permitía enfatizar algo que se
había dejado intencionalmente para un “cierre cli-
mático”.
Después, la posdata permaneció casi como mo-
mento obligado de las cartas, como ese “remate” que
se acostumbra en algunas actividades, sin el cual pa-
rece que aquello quedó inconcluso; como una “larga
cordobesa después de una artística serie de verónicas
a un toro de casta.”
En este caso, mi posdata —que en estricto sentido
debiera ser postscriptum— responde a otra considera-
Javier Jiménez Espriú

ción y circunstancia. Se trata de una nota final con


la que pretendo extender y dedicar, a la pléyade de
jóvenes que se interesan por la ingeniería, la motiva-
ción de las cartas originalmente dirigidas a mi hija
—ligeramente retocadas y actualizadas para este li-
bro, pero sin posdatas—, con todo mi afecto y mis
deseos más fervientes por su felicidad futura y su éxi-
to profesional, y con los mismos deseos de que las
vivencias de mi vida profesional —rica en experien-
cias de muy diversa índole—, que me han permitido
en su transcurrir, convertirme más que en un inge-
niero exitoso, en un amante de la ingeniería, seducido
por el enorme impacto que esta profesión ha tenido en
el progreso de la sociedad y por su extraordinario po-
tencial como arma para un mejor futuro para todos,
les sean de utilidad. Por lo que la profesión ha signi-
ficado para mí en lo personal y por las oportunidades
que me ha ofrecido para participar en momentos
importantes del desarrollo de mi país.
Al releer y retocar las cartas originales, entré en
un nuevo proceso de análisis retrospectivo que, como
todos, cuando se tratan de hacer sinceramente, fue
otra vez revelador y estimulante. Nuevos y gratísimos
descubrimientos que se suman a los que tuve cuan-
do las escribí en su tiempo.
En el encuentro con mis viejos relatos, aparecí
nuevamente sentado en el pupitre del salón 108 que
me tocó estrenar en Ciudad Universitaria, en el ya
lejano 1954. Pero ahora no fui yo el que contestaba
“presente”, al pasar lista los profesores. Eran ellos, mis
maestros de entonces y de siempre, los que hacían
acto de presencia.
Cartas a un joven ingeniero

Como relámpagos, sus imágenes, reunidas todas


sin respetar tiempos ni espacios, se superponían las
unas con las otras; jóvenes algunos viejos de hoy, con
los viejos jóvenes de ayer y de siempre; cada uno
con la edad que tenía en mis personales momentos
trascendentes, con aquella que los captó la historia
en la mente de los hombres en los que influyeron, o
con la que tenían cuando plasmaron en la historia
sus nombres. Todos reunidos en la intemporalidad
del instante de la reflexión, en la edad de su genero-
sa madurez.
A ratos con sonrisas amables, a ratos con semblan-
tes adustos; con actitudes a veces de aprobación y a
veces con gestos de rechazo me hacían saber el úni-
co juicio indiscutible, inapelable, que es el que uno
hace de sí mismo, en los momentos de sinceridad.
Ahí estaban, en ese mi primer espacio en la Universi-
dad, Rivero Borrel y Pascal, Juárez y Beethoven; Ba-
rros Sierra, Descartes, y Dostoievsky; Miguel Ángel,
Hegel, Avilés, Cervantes, San Agustín, mi padre y
Newton; Cristo, Buda y Gandhi; Morelos y Leonar-
do; Hernández Olmedo, Homero y Mozart; Marte
Gómez, Bolívar y Picasso; Wagner y Rousseau; Bal-
zac, Shakespeare, Einstein, Euclides y Faraday, entre
otros muchos maestros de mi profunda admiración,
para confirmar, con su presencia y con su ejemplo, mi
tesis sobre la importancia del compromiso social del
ingeniero, para reiterarme la necesidad de continuar
su emulación, tratando de ofrecer a los jóvenes el
acervo mejor, para que sean más útiles a una sociedad
que requiere de esfuerzos mayores de quienes han
podido tener el privilegio de la educación. También
Javier Jiménez Espriú

para reconvenirme, ante el reconocimiento de lo lo-


grado, lo poco efectivo de mi esfuerzo ante el estado
de mi comunidad y para alertarme sobre la maravi-
llosa oportunidad de ofrecer a las nuevas generacio-
nes mis experiencias, que podrán ser de utilidad con
su talento.
Para subrayar, en este momento en que “México
está desgarrado en su piel externa” y “el pueblo está
quebrado a la mitad por la pobreza, la memoria y la
esperanza” —lo describo con palabras de Carlos Fuen-
tes—, la importancia de depositar en los jóvenes de
hoy la confianza total.
Para ratificar así que hoy menos que nunca debe-
mos cejar en nuestra lucha personal y colectiva por
la educación y la cultura, que es lo que puede cambiar
para bien el destino de nuestra sociedad.
Para invitarme en coro, con una sola voz idéntica
y severa —que es la voz de la conciencia propia—, a
hablar a la juventud, como Próspero —el viejo maes-
tro que en la memorable obra de Rodó tenía a Ariel
como su numen—, de motivos nobles y elevados, de
la importancia del esfuerzo personal para el desarro-
llo de la colectividad.
Este nuevo recorrido, este nuevo repaso por todo
aquello que me ha servido en mi vida profesional, y
en mi vida toda, me hacía ver, casi en cada capítulo,
el fondo extraordinario de un poema de Torres Bo-
det que toca a mi memoria con frecuencia:

Un ruiseñor perdido
regresa con la sombra…
Es un poco de olvido
Cartas a un joven ingeniero

que de nuevo te nombra.


¿Quién dijo que el recuerdo
sabe más que el olvido?
En la fruta que muerdo
todo un bosque está herido.
Todo un bosque de sombra
se abre en el olvido
sólo por que te nombra
el ruiseñor perdido.

Porque en este recordar sobre las vivencias de un in-


geniero, sus júbilos y sus momentos preocupados y
tristes, se refleja la experiencia de todos; no se trata
de relatos excepcionales, que corresponden a una per-
sona, sino a la vida de la ingeniería vista con una
óptica personal, desde el observatorio que me tocó
construir. Lo que he relatado es lo que nos ha pasa-
do, con más o menos intensidad, a todos los que
hemos vivido y amado la ingeniería —“en la fruta
que muerdo/todo un bosque está herido”—; lo que
podrán vivir, con matices diversos pero con iguales
emociones, quienes a ella se dediquen.
Dicen Jean D’Ormesson en su maravilloso libro
Casi nada de casi todo: “La existencia de cada uno de
nosotros tiene algo de aleatorio y nace del azar. Podría-
mos usted y yo no haber nacido. Es dudoso que el
todo resulte también del azar. Parece que se puede sos-
tener que lo posible y lo real se confunden en el ser.”
El azar, sin embargo, ahí está, presente siempre
para bien o para mal, pero ofreciendo a la vida la opor-
tunidad de las circunstancias, y a las circunstancias
la oportunidad de la vida. Si en lugar de nacer en
Javier Jiménez Espriú

Salzburgo, Mozart hubiera visto la luz primera en


Uganda, no existiría ciertamente La pequeña serena-
ta, ni podríamos deleitarnos con Las bodas de Fígaro,
pero seguramente habría revolucionado la música de
los tambores, las cítaras y las sanzas.
¿Por qué ustedes, jóvenes que han decidido dedi-
carse a la ingeniería, nacieron aquí y ahora? Pregunta
hoy sin respuesta, que irán encontrando día a día en
su actuar profesional y que debe estimularlos a la en-
trega apasionada por su profesión y por la sociedad.
Lo posible, lo real, el ser, el azar, el todo, la nada,
la existencia, son desde luego discutibles, pero lo que
para mí ha sido un hecho indiscutible, y es lo que qui-
siera dejar a ustedes, mis jóvenes lectores en mi pos-
data única a esta serie de cartas, es la convicción de
que en el ejercicio de la profesión que han elegido, se
puede ir recogiendo y compartiendo una serie ilimi-
tada de bienes y de satisfacciones que irán fortale-
ciendo su vocación y justificando su existencia.
Ojalá que para ello, que les deseo de corazón, es-
tas reflexiones, que compartí en su momento con mi
hija y que hoy les ofrezco entusiasmado, les sean de
utilidad.

Octubre de 2002
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Javier Jiménez Espriú
“Un ingeniero es un humanista.”
Los productos del trabajo de los ingenieros están
presentes en todo momento de la vida moderna, ya sea
de manera sutil o espectacular, en obras monumentales
o en pequeños componentes, y de igual modo en la

Cartas a un joven ingeniero


exploración del cosmos que en la del cuerpo humano.
Esta maravillosa profesión, sus diversas áreas y
especializaciones, se describen aquí en quince cartas y
una posdata, bajo la óptica de que, además del
conocimiento profundo y permanentemente actualizado
de su disciplina, los atributos de honestidad, cultura,
compromiso y solidaridad son esenciales para los futuros
ingenieros mexicanos.

Javier Jiménez Espriú ha ejercido como ingeniero


durante cuatro décadas; también ha sido activo maestro,
funcionario y promotor cultural.

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