Notas Sobre El Significado de La Encript

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Notas Sobre el Significado de la Encriptación del Poder Como el Filo de la

Navaja de lo Político i
Ricardo Sanín Restrepo
La teoría original de “la encriptación del poder” fue formulada en un artículo
publicado en castellano en 2012 en co-autoría con Gabriel Méndez-Hincapíe. En los años
siguientes, varios paneles sobre la teoría se realizaron en la “Critical Legal Conference”, en
2014 en la Universidad de Sussex y en 2015 en la Universidad de Wrocław, Polonia, mientras
que otro organizado por Enrique Prieto y Lina Céspedes de la Universidad del Rosario
(Colombia) se llevará a cabo en la conferencia de este año (2017) en la Universidad de
Warwick-Reino Unido. El concepto también ha sido debatido ampliamente en otros foros,
como los tres últimos encuentros de la “Caribbean Philosophical Association”, entre otros.

A continuación, propondré una descripción sencilla del significado central de la


“encriptación del poder” con el fin de arrojar luz sobre su enfoque, pero sobre todo apuntillar
la concreción del concepto y la manera versátil cómo reconfigura profundamente los
vínculos íntimos entre el poder, la política, la democracia y diferencia. En otras palabras, la
“teoría de la encriptación del poder” ofrece una reconsideración esencial de lo político a
través de una refundación ontológica de la diferencia que conduce a una revisión dramática
del significado con el que occidente ha simulado la democracia.

LA ENCRIPTACIÓN DE LO POLÍTICO

El liberalismo como bisagra de la colonialidad y el Imperio del capital, simplemente ha pulido


e intensificado la lógica del poder (potestas) occidental. Esta es sencilla y obstinada y se
renueva simplemente en sus formulaciones estéticas. Podemos formularla con una simpleza
pasmosa: fijar un modelo transcendente (intocable, inapelable) de identidad (formas de vida)
luego someter toda diferencia al principio del modelo (bien sea mediante violencia,
espectáculo o asimilación, o en nuestros tiempos, la asimilación del espectáculo de la
violencia). Ahora bien, el punto clave es que dicha fijación del modelo es lo suficientemente
elástica para ser reformulada siempre de forma retrospectiva, así cuando los seres que
producen diferencia reclaman la inclusión de su diferencia al modelo, éste o bien ya ha
mutado en otra cosa o la inclusión de la diferencia se da en términos de su cooptación
absoluta, donde la diferencia ya se ha tornado en parte operativa del modelo de opresión que
la excluye. La ilustración del caso también es sencilla, “Un modelo trascendente donde la
semblanza se da no de una cosa a la otra, sino de la cosa al modelo. De manera que usted y
yo nos parecemos o diferenciamos, solo cuando el punto de diferenciación es el modelo (y
no nuestras diferencias). Así, la diferencia es anulada en el origen mismo, en el modelo de lo
idéntico que garantiza su infinita reproducción y dependencia” (Sanín-Restrepo 2014, 212).
Desde Platón, la política está predefinida a través de condiciones extremas de
pertenencia al cuerpo político, donde “ser” corresponde a una cualificación preexistente de
vida, allí persiste la imagen especular de la “idea” como una división interior dentro de las
formas de identidad donde algunos son bienvenidos a la política y otros son excluidos según
cualificaciones que no dependen o no se desprenden del ser, pero a las que todo ser debe
conformarseii. Por lo tanto, la relación entre el poder y la vida está mutilada, calificada y
totalmente estandarizada para favorecer modelos particulares de identidad. El origen oculto
es el centro metafísico maleable del discurso occidental. La calificación de la vida y la
reducción de su abundancia y multiplicidad a modelos preestablecidos de identidad ha sido
el escenario de la genealogía occidental del poder situada en la encrucijada entre el
capitalismo, el colonialismo, la colonialidad y el Imperio. Así, tenemos, pues, una primera
definición de potestas: potestas es la negación del poder a través de la estratificación de las
condiciones para ejercerlo mediante la fijación de modelos ocultos de identidad, donde toda
diferencia es reconducida a modelos estáticos de identidad. Ahora bien, con Foucault (1995),
entendemos que el poder no es una cosa o un objeto estático para el conocimiento, no es
una estructura y menos un discurso que pueda ser monopolizado, sino, antes bien, el poder
son acciones mediante las cuales todos los seres afectan (modifican) la propia vida y la de los
demás seres en una infinitud de casos en un mundo. Es decir, el poder es de todos y de nadie,
circula sin intersticios y no puede ser fijado. El gran truco de la potestas consiste en simular
que ha acumulado el “poder” y actuar de conformidad con dicha simulación produciendo la
violencia de la identidad en contra de la diferencia. La potestas es entonces la perversión del
poder, su transformación en una cosa “sólida”.

La perseverancia de los modelos de identidad significa dos cosas interconectadas:


primero, que la política ha servido como una rígida línea de demarcación de la vida; y
segundo, que, para pertenecer a un cuerpo político, todo “agente” (antes de convertirse en
sujeto, antes de ser un ser, antes de ejercitar su propia diferencia) debe ajustarse a las
cualificaciones de identidad establecidas por un modelo invisible (trascendente). Así, el
lenguaje siempre se distancia de la comunicación de las subjetividades impidiendo que la
comunicación se programe y fluya entre ellas al imponer siempre sus proposiciones y
aserciones como única salida a todo conflicto, es decir a toda posibilidad de diálogo.

La política, como la apertura primaria del ser y el punto de definición del lenguaje y
sus significados (donde el poder sobre todo es una relación infinita) ha sido cuagulada en
modelos estrictos de unidad y cualificaciones permanentes de la vida donde un logos oculto
(y un telos invisible como arché) impone y justifica cualquier tipo de jerarquía como natural.
Así, la construcción occidental de la política persiste, como mecanismo cardinal de la verdad,
dependiendo de una sola cosa, la neutralización absoluta, si no la destrucción, de la diferencia.
Bruno Latour utiliza el término “imperio del globo” el cual “define un poder invisible dentro
de la cual todo lo demás podría localizarse, aunque el marco que permite la localización
permanezca totalmente invisible” (Latour 2016, 314).

La exclusividad de la colonialidad como poder de dominación no es sólo que califique


la vida como límite de la política, pues esto simplemente ofrecería una definición tautológica
de potestas. Su singularidad, al menos en esta última etapa de su articulación con el
liberalismo, es que para que la potestas ocupe el lugar central del poder debe entonces
“simular” la democracia y por lo tanto necesariamente encriptar el poder. El poder se
encripta cuando la política y la democracia están separadas una de otra y la democracia se
simula a través de la construcción de falsas totalidades sobre el significado de “pueblo”iii.

LA ENCRIPTACIÓN DE LA DIFERENCIA

La diferencia es la condición esencial de la comunicación: comunicar es comunicar la


diferencia (la ontología fractal de Tarde “existir es diferir”, 2015). El ser existe y puede ser
nombrado y llamado sólo a partir de la diferencia. La diferencia anuncia la ruptura de la
totalidad, la posibilidad del significado sin un contexto trascendente, supone el encuentro
antes de la distinción, el enunciado antes que el lenguaje, la agencia antes que la estructura.
A través de la “Desencriptación del poder” descubriremos que sólo estamos ante lo político
cuando cada ser comunica su diferencia a través de su diferencia inmanente. La condición
ontológica de lo político es que no haya absolutamente ninguna condición o cualificación
más allá de la diferencia para decidir lo que significa la política. Esto último significa que la
democracia es el único lugar de lo político porque es el no-lugar donde el lenguaje todavía
no significa nada y todo está por decidirse. En la democracia, no existe cualificación ninguna
para comunicar la diferencia. La democracia, como única materialidad de lo político, arroja
la más hermosa paradoja de la filosofía: lo político es la cuestión de todas las cuestiones,
porque es la cuestión de quién puede formular preguntas, de quién cuenta. Si la filosofía
posee una esencia en absoluto, y ningún modelo preestablecido de conocimiento, ninguna
estructura vertebral o idea fundadora, entonces su fuerza inmanente es preguntar quién cuenta
y no qué es. Sin esta pregunta la filosofía es pura mística. En estos términos la justicia significa
que todo lo que cuenteiv deben ser tenido en cuenta, o mejor aún, que no hay realidad a
menos que sea la fruición de todo lo que cuente.

En la medida en que sólo tenemos acceso al mundo cuando tenemos acceso a lo


político. (ergo) Es imposible dar una respuesta a lo político si la posibilidad del lenguaje
permanece “encriptado” y su lugar de enunciación estrictamente reservado para sujetos
calificados. La conclusión es simple: el mundo sólo puede existir a través de lo político, y la
única viabilidad de lo político es la democracia como el orden de la diferencia inmanente. La
encriptación es pues la imposibilidad de lo político mediante la imposibilidad del lenguaje.
Cuando lo político y el lenguaje están disociados y el ejercicio del poder depende de las
cualificaciones para la creación y los usos del lenguaje, podemos afirmar que el poder está
encriptado y, por lo tanto, el mundo como tal es un “simulacro”. La encriptación opera
dondequiera que haya exclusión de lo político, y el poder esté elevado a un concepto
trascendente.

En la teoría política occidental, casi todos los esquemas que han emprendido la tarea
de pensar el poder, tarde o temprano, llegan a un modelo trascendente del hombre (Cornell
y Seely, 2014) que impone un modelo intransigente de identidad como su base y pináculo.
Sin embargo, por otro lado, las teorías que han buscado un compromiso divergente contra
la unidad, la identidad y los principios metafísicos llegan a una proposición de la diferencia
que es inofensiva, en tanto la distancia que imponen entre la diferencia y la identidad, y entre
el poder y lo político es tan vasta, que la diferencia se tropieza en su propia irrelevancia y
flota en su propia ingravidez (por ejemplo, Deleuze 2001, Negri 1999). Estamos
familiarizados con la paradoja fundamental del poder constituyente. Cualquier poder que se
produce en obediencia a los modelos trascendentes no es sólo derivado de la dominación,
sino que constituye la completa cancelación de la diferencia. Sin embargo, la diferencia, que
haría inmanente el poder constituyente, cuando es abandonado a sus propios medios es
incapaz de formar una forma política concreta; y si la llegase a formar, lo hará basándose en
una exclusión primaria y en una concentración de poder ilegítima. En últimas, dicha
formación constituye el rechazo transcendente de la diferencia inmanente. El problema
fundamental es que la diferencia, considerada bajo esta luz, reintroduce la trascendencia a
través de la puerta trasera, donde el “modelo del hombre” acecha en las sombras de la
diferencia.

La teoría de la “encriptación del poder” entiende que mientras la diferencia


inmanente y la dominación no se crucen y se enfrenten en un embate constitutivo, lo político,
y por lo tanto el mundo como realidad, es inalcanzable. Así, la teoría de la “encriptación del
poder” ofrece una comprensión de la diferencia inmanente que derrota cualquier “metafísica
del poder” (anclada en modelos trascendentes y ocultos) en su propio terreno, ofreciendo al
mismo tiempo un camino para obtener el poder a través del permanente e infinito ejercicio
de la diferencia. La teoría de la encriptación entiende que cuando la diferencia está en juego
lo que está en juego es el mundo. Por lo tanto, lo que es vital captar, es que el sitio de la
constitución de lo político no puede ser la diferencia inmanente encerrada en su propia jaula
de oro que es de por sí incomunicable. Lo político solo puede ser fruto del embate entre la
diferencia y las formas de dominación que se esconden en modelos trascendentes de
identidad. Lo que la teoría de la encriptación del poder reconoce es que debemos registrar la
influencia fundamental de la potestas al establecer los contornos de nuestra realidad, sólo
entonces, podremos derrocarla a través de la diferencia. Sin esta comprensión crucial, la
disputa por la democracia, como apertura de lo político, seguirá siendo el triste espectáculo
de la diferencia lanzándose desde el vacío de su propia vacuidad. Con Viveiros de Castro
entendemos que “los dualismos son reales y no imaginarios; no son un mero espejismo
ideológico sino el modus operandi de una implacable máquina abstracta de sobrecodificación”
(Viveiros de Castro 2014, 118)

EL SIGNIFICADO DE LA ENCRIPTACIÓN DEL PODER

Cuando cualquier forma de poder comienza a regularizar el acceso al lenguaje y a definir


calificaciones para los encuentros de singularidades, la política se niega en su núcleo, en tal
maniobra se extrae el poder de su libre circulación y se convierte en un “poder en estado
sólido”. La encriptación es una forma primordial de “solidificación” del poder basada en la
prohibición de la creación, el acceso y el uso de cualquier forma de comunicación mediante
el establecimiento de modelos trascendentes y lenguajes inescrutables. La encriptación, es
finalmente la negación de lo político a través de las estratificaciones y la ocultación del
lenguaje. El “poder en estado sólido” es la tecnología que absorbe la energía desde el exterior
y la transforma en una jerarquización rígida de subjetividades; es la contractura de toda
circulación donde cada relación se petrifica al ser definida de antemano. Como consecuencia,
la encriptación del lenguaje se convierte en la forma misma de lo político. La encriptación
aparece en la prohibición impuesta a los muchos de nombrar y comprender el mundo
mediante sus propios términos, a través de su propia producción de diferencias. Por lo tanto,
el poder se fabrica como una cualificación permanente de las capacidades (potentias) para
nombrar el lenguaje y lo político se convierte así en el inflexible cancerbero de jerarquías.
Opuesto al poder en estado sólido está el poder no estratificado, opuesto a la totalidad está
un ensamblaje infinito (en los términos de Manuel DeLanda, 2013).

En la encriptación, el lenguaje se erige como un muro sanitario para mantener


inmunes los sistemas de trascendencia contra la infección de lo liminal, de lo marginal de lo
bárbaro, en últimas para mantener al pueblo “oculto” y fuera de los límites del lenguaje. Este
es el sempiterno espíritu oligárquico instilado en la filosofía como la piel desde la cual respira.

Puesto que la política sólo puede ser considerada cuando todo ser que produce
diferencia es considerado como la condición de su existencia, sin más cualificación, entonces
se sigue que ni siquiera podemos nombrar lo político cuando su significado no está disponible
para ser creado por todos. Lo político no es una precondición de las diferencias, la diferencia
es la precondición de lo político. Dado lo anterior, la democracia como única forma posible
de definir lo político significa entonces que el lenguaje a través del cual definimos el conflicto
y con el cual tratamos su apropiación debe estar disponible para todos (debe estar
desencriptado). A través de la teoría de la encriptación del poder, la democracia no puede ser
considerada mas como un mero proceso, y ciertamente no como en su bruta
correspondencia aritmética con alguna regla de la mayoría, sino, antes bien, como toda
intensidad del “ser en común” constituida a través de la diferencia y entonces como el umbral
mismo de toda posibilidad de lo político.

Ninguna singularidad puede tener un dominio jerárquico del lenguaje o de su uso.


Esto último no sólo significa que el lenguaje es el primer común del ser-en-común de la
política, sino también que cualquier negación de este principio es la prueba de la presencia
del poder como potestas. El primer común interrumpido y encriptado por la potestas es la
posibilidad misma del poder. Cuando el poder deja de ser una práctica sólo la reverencia
hacia el poder permanece y la potestas se eleva como la divinidad de la necesidad de la fuerza,
mientras que la subjetividad se reduce a servidumbre voluntaria (Etienne de la Boétie).

Por lo tanto, la encriptación del poder va mucho más allá de una simple obfuscación
o del ocultamiento deliberado del lenguaje que podría resolverse simplemente aplicando
mejores métodos de interpretación que aclararan la oscuridad o unificarían la polisemia. El
problema es más profundo, el enigma es político. La encriptación no señala una atrofia u
obscenidad en el sistema que podría ser sintonizado por mejores métodos y enderezado por
compromisos normativos más fuertes. Más bien, es lo contrario, la encriptación asegura la
silenciosa perfección de un sistema depredador y garantiza la destrucción de la democracia
en su nombre, con todos los horrores imbuidos en el término: colonización, hambrunas,
guerras, violencia de género, racismo, la expropiación legal y el Imperio del capital.

La encriptación es una prohibición primordial (política, jurídica, racial) al acceso y


usos del lenguaje donde el léxico político está completamente jerarquizado y sus usos
predeterminados completamente. La encriptación no consiste únicamente en esconder el
verdadero significado de las cosas, sino en ocultarlo de una manera en que el significado se
convierte en un no-significado o una absoluta falta de sentido. En la medida en que la
modernidad instancia la negación del lenguaje como el primordial común de lo político, la
encriptación no es simplemente un esquema para ocultar el lenguaje, sino para ocluir y
destruir lo político. El problema del lenguaje al que la encriptación apunta y que modela su
capacidad y alcance es, ante todo, un problema político arraigado en el lenguaje. El propósito
principal de la encriptación es impedir la realización de la verdadera democracia a través de
la confusión del significado de cada sistema de comunicación. Lo que la encriptación niega
es la posibilidad de que la diferencia sea la idea reguladora del mundo.

Sin embargo, lo que se oculta mediante la encriptación no es el lenguaje como tal,


sino el proceso de su transmisión, las normas a través de las cuales opera, los medios por los
que se distribuye, pero primordialmente, la realidad a la que se refiere. Lo que garantiza la
encriptación es un absoluto control jerárquico social y político sobre las áreas de conflicto
que son discutibles y las bases empíricas y normativas que pueden surgir en cualquier
discurso. Al final del túnel serpenteante del lenguaje lo que encontramos es que el alcance
del conflicto y su resolución se ha decidido de antemano, y con él, cada emoción, proposición
y reacción ha sido fijada y predestinada por encima y más allá de nuestra capacidad de sentir
y tocar el lenguaje como propio. Por lo tanto, la encriptación no es sólo una maniobra para
confundir y embolatar el lenguaje, sino el núcleo operativo (machina) del poder como
dominación sobre la realidad.

La encriptación, como una ocultación intencional del significado del lenguaje, es una
característica propia de cualquier lenguaje, no hay disputa sobre tal hecho: no hay lenguaje
sin ocultación, elemental. Sin embargo, la encriptación como medio para separar la
inmanencia de la subjetividad, la subjetividad del lenguaje, la agencia de la estructura y lo
político de la democracia define la geografía moderna del poder. Todas las formas
comunicacionales implican un código, así como modos de codificación y decodificación
(Deleuze y Guattari 1987, 41). Sin embargo, el código es diferente a la encriptación, mientras
que la función de aquel es organizar los significados como estratos (jerarquías), la función de
ésta no es sólo jerarquizar, sino ocultar los estratos, de tal forma que haga aparecer todo
estrato como “no estratificado”.

La encriptación no es un problema comparativo de un tipo de lucha entre otras


muchas luchas por la verdad o la libertad, no, la encriptación es el problema nuclear de lo
político. Otra manera de decir esto es que la dominación, en el seno de la colonialidad y el
liberalismo, depende absolutamente de su poder para negar el lenguaje como el primero
común de la política. Lo que la encriptación logra es que la impenetrabilidad del lenguaje se
convierta en la impenetrabilidad de lo político. Así, lo primero que transmite la encriptación
es la jerarquía del lenguaje. La encriptación, entonces, no sólo sirve para paralizar la
democracia, sino que primordialmente inhibe lo político al privatizarlo y tornarlo en un
dominio exclusivo de los expertos.

El texto encriptado supone una parte que siempre aparece resplandeciente en su


claridad, abierta en su transparencia, esperando simplemente ser tomada, un significado que
es robusto y decible; y una parte oscura, más allá de las regiones de todo significado, un
espejo que petrifica el tiempo, que no proyecta otra imagen sino el rígido dominio de la ley
del status quo. Los expertos están así en una feroz competencia para dominar el significado y
el sentido de la realidad, mientras que al mismo tiempo son sus primeros rehenes. El poder
encriptado aparece cuando los creadores de lenguas calificadas (jueces, programadores,
sabios) se convierten en portavoces del poder como dominación. Ellos diseñan las liturgias
del poder con la intención de someter a los intérpretes de su lenguaje (el pueblo común) a
una realidad fija e impenetrable. La encriptación es finalmente el monopolio de un grupo
hegemónico sobre la realidad. La misión del experto es transformar un problema político en
un problema técnico y de allí en un estatuto rígido de significados que son auto-referenciales
y aislados del lenguaje común, creando así lenguajes inmunes a toda intervención que no sea
desde las técnicas de la ciencia que programaron su impenetrabilidad primera. El poder es
llevado a un lugar inescrutable donde los estratos se organizan de tal manera que son ciegos
a su propio devenir, se convierten por este gesto en un poder metafísico. La encriptación
convierte el conocimiento en un conjunto simple de reglas que encarnan la ciencia secreta
inscrita en él. La encriptación también está siempre presente en el vínculo indivisible entre la
ciencia y la creación de lo humano, y de sublíneas y subgéneros aberrantes que le siguen. La
ciencia, con su coraza blindada de objetividad, publicidad del lenguaje y supresión de la doxa
(mera opinión), desvela la mayor trama para dominar y domar toda diferencia. El gesto está
completo cuando todas las premisas de dicha ciencia se inyectan en el torrente sanguíneo de
lo político y de la cultura a través del derecho y la economía política que simplemente
pretenden reproducir lo que la “neutralidad” de la ciencia ha obtenido en la representación
del universo, desde lo basal hasta su estática estructura universal de previsibilidad y orden.
De ahí en adelante, para establecer de una vez por todas lo que es distintivamente humano,
es sólo una cuestión de la intervención de los técnicos de poder. La teoría de la encriptación
devela un juego coordinado entre ciencia y política, la ciencia establece el modelo universal
de verdad, de lo que realmente significa ser un hombre, una nación, un sujeto de derechos,
un mercado etc. y los técnicos del poder (abogados, economistas, sacerdotes entogados) lo
aplican ex post Facto para crear una perfecta tecnología de la dominación.

DESENCRIPTACIÓN

El propósito y objetivo principal de la desencriptación no es subvertir el significado como si


existiera un significado primordial y puro yaciendo en el fondo del océano del lenguaje, que
está meramente encubierto y que deba ser recuperado a toda costa. No hay un significado
Alfa (Aleph) ocultado por la encriptación que debamos develar, como si algo primordial
hubiera sido expropiado y resignificado, y por lo tanto al invertir (poner los pies de cabeza)
la construcción ella revelaría no sólo el acto de ocultamiento sino la verdad en estado puro.
La desencriptación no trata de extraer el verdadero significado de una proposición controlada
por un contexto dado, sino de descubrir cómo ese contexto dado, ese “juego de lenguaje”,
se construyó a través de una exclusión primordial de la diferencia. Por lo tanto, la
desencriptación tiene como objetivo desbloquear la producción del lenguaje, porque toda
producción del lenguaje es producción del poder y este el único lugar de lo político. El
propósito central de la desencriptación es abrir la política como el lugar donde el significado
todavía está por decidirse. De esta manera, la encriptación reconoce en la filosofía un campo
de batalla emblemático de poder y conocimiento, que debe ser desencriptado y liberado de
los modelos de identidad y unidad que han perdurado en su creación de las dimensiones de
la realidad del mundo. Desencriptar, es revertir la exclusión como forma primordial de
dominación y rehabilitar la democracia como el único espacio concebible de lo político y el
único orden de la verdad.

Desencriptar el poder es invertir la monumental máquina de la privatización de los


bienes comunes que conlleva la despolitización del conflicto como su principal consecuencia.
Por lo tanto, la desencriptación significa no sólo una herramienta crítica o semiótica, sino
fundamentalmente un acto de liberación y el primer ejercicio de lo político. Desencriptar es
hacer posible el lenguaje, es reconocer que el poder como dominación depende
exclusivamente del bloqueo al acceso de lo político. Lo que la desencriptación procura es que
una comunidad recupere el sentido de sí misma no en los escombros del lenguaje, o en los
fragmentos vacilantes de una imagen, sino en la posibilidad misma de que el lenguaje se
reinvente obstinadamente a sí mismo, una y otra vez, sin mas límite que la diferencia misma.
La desencriptación entiende algo sumamente básico: no puede haber lenguaje sin diferencia
y que por tanto este mundo que vivimos a medias es el no-mundo de la negación del mundo
en la negación del leguaje. La desencriptación demuestra que cualquier reivindicación de la
universalidad del lenguaje es simplemente el resultado de lenguas hegemónicas erguidas a
través de una violencia cruda para constituirse a sí mismas en el juez absoluto de cualquier
otro lenguaje. En este sentido, la desencriptación no produce un resultado final, una síntesis,
sino la apertura de la posibilidad de conflicto en el lenguaje. No es entonces una amalgama
de lenguaje lo que la desencriptación busca, sino servir como una bitácora de dialectos y
jergas, como un encuentro en la diferencia que descifra y ordena el pensamiento y el habla
mediante el compromiso inmanente y el reconocimiento del conflicto. La desencriptación
no es, pues, una tabula rasa o una especie de traductor universal, sino el filo de la navaja del
lenguaje, el intercesor entre la política y la democracia, donde podemos declarar la desnudez
del lenguaje y reconocer la fractura y dispersión de toda genealogía.

La desencriptación, lejos de ser un “nuevo método” u otra teoría analítica del


lenguaje, es sustancialmente la teoría de la justicia inmanente a la democracia. A través de la
desencriptación no sólo perforamos las gruesas constelaciones de las macabras alianzas de la
modernidad para encontrar el “tesoro escondido” de la realidad, para desenterrar lo que ha
sido misteriosamente enterrado, o para transgredir un sistema semiótico binario fijo, sino
mas bien, el acto de desencriptar es el acto original de liberación, de puesta en marcha del
devenir de la democracia.

Finalmente, la desencriptación debe forjar una nueva poética, una nueva


espiritualidad política (Cornell y Seely 2014); pues sin esta y aquella la ciencia es una
adscripción ciega a los hechos; la religión es un fanatismo dogmático; el arte se vuelve
inexpresivo y la filosofía se sustenta como anulación de la diferencia. La desencriptación no
es el mundo revelado, sino el mundo re-imaginado, escrito con una nueva luz y una nueva
intensidad. Su función no es simplemente descubrir un texto original, sino el saber que este
último está por escribirse, mas allá, que su escritura es una tarea infinita de la diferencia que
inhibe la posibilidad misma de fijar un punto final a cualquier texto.

Bibliografía
Cornell, Drucilla, and Seely, Stephen D. 2016. The Spirit of Revolution: Beyond the Dead Ends of Man.
Cambridge UK: Polity Press

DeLanda, Manuel. 2013. Meshworks, Hierarchies and Interfaces. In Zero News Datapool.

Deleuze, Gilles. 2001. Pure Immanence: Essays on a Life. New York: Zone books.

Deleuze, Gilles and Guattari, Felix. 1987. A Thousand Plateaus: Capitalism and Schizophrenia.
Minneapolis: Minnesota University Press.

Foucault, Michel. 1995. Discipline and Punish: The Birth of the Prison. Translated by Alan Sheridan. New
York: Vintage Books.

Heidegger, Martin. 2000. Introduction to Metaphysics. New Haven, London: Yale Nota Bene

Latour, Bruno. 2016. Onus Orbis Terrarum: About a Possible Shift in the Definition of Sovereignty.
Millennium: Journal of International Studies 2016, Vol. 44(3) 305–320

Méndez-Hincapíe, Gabriel and Sanín-Restrepo, Ricardo. 2012. ‘La Constitución Encriptada. Nuevas
Formas de Emancipación del Poder Global’. Redhes. Revista de Derechos Humanos y Estudios
Sociales 8. San Luis de Potosí, México.

Negri, Antonio. 1999. Insurgencies. Minneapolis: University of Minnesota Press.

Sanín-Restrepo, Ricardo. 2016. Decolonizing Democracy: Power in a Solid State. London and New York:
Rowman and Littlefield International.

Sanín-Restrepo, Ricardo. 2014. Teoría Crítica Constitucional: La Democracia a la Enésima Potencia.


Valencia, España: Tirant lo Blanch

Tarde, Gabriel. 2015. The Laws of Imitation. New York: The Scholars Choice

Viveiros de Castro, Eduardo. 2014. Cannibal Metaphysics. Minneapolis: Univocal Publishing.

i
Traducción ampliada del artículo publicado originalmente en inglés en:
http://criticallegalthinking.com/2017/08/03/razors-edge-politics-notes-meaning-encryption-power/
ii En palabras de Martin Heidegger “Porque la idea es lo que realmente es, y la idea es un prototipo, toda

apertura de los seres debe ser dirigida hacia el prototipo, a igualar el prototipo, a asemejarse al prototipo, a
dirigirse a sí mismo de acuerdo con la idea” (Heidegger, 2000, 239)
iii
Ver mi libro “Decolonizing Democracy: Power in a Solid State”. En el presente artículo solo se describen
aspectos generales de la encriptación del poder que es uno de los tres componentes que constituyen mi teoría
de una democracia radical como única ontología posible del mundo, siendo los otros dos componentes “el
pueblo oculto” y “la Energeia como actualidad de la diferencia” los cuales no se tratan aquí.
iv
“Cuente” no solo en sentido de contabilidad de los cuerpos y los pensamientos, sino, “cuente” en sentido
de revelación del propio ser, de desvelamiento y narrativa del propio ser.

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