Terceros y Huecos de Buenos Aires (Bruzera)
Terceros y Huecos de Buenos Aires (Bruzera)
Terceros y Huecos de Buenos Aires (Bruzera)
Las páginas que siguen son el fruto de años de vinculación modesta con la
historia argentina y, más precisamente, con el ayer de la Ciudad de Buenos
Aires.
Mucho es lo que se ha escrito sobre los temas que las motivan, quizás la
pregunta que cabe hacerse entonces, es para qué la insistencia en un tema
tan transitado.
La mirada escudriña infatigable y los oídos recogen ávidos, las viejas voces
que ambicionamos.
Los momentos son estos y a la crónica, la iremos narrando.
I
La elección del lugar para fundar por segunda vez Buenos Aires no fue
tarea sencilla para Juan de Garay, vasco nacido en los Caseríos de Garay,
barriada de Orduña, en la Provincia de Viscaya.
Se dice que tardó largos días antes de decidirse en aquella jornada del 11 de
junio de 1580, por un sitio que reuniera las condiciones ideales.
La meseta elegida era elevada unos 20 metros sobre el nivel del río y permitía,
al mismo tiempo, un acceso no muy complicado a la costa de tosca. Para
completar, dos zanjones al norte y al sur, podían perfectamente servir de barreras
naturales de protección. No había dudas para Garay y así lo decía: "el mejor
lugar que hasta ahora se ha hallado".
Lo que no calculó Garay fue que, si bien los zanjones podían llegar a ser muy útiles
como arma defensiva, el costo podía también ser alto.
Sí, el precio no fue bajo si pensamos que a lo descripto se debió que, por muchos
años, los zanjones fueran los principales obstáculos para que la Ciudad no
se expandiera como se deseaba.
Lo dicho hasta ahora nos señala que la cantidad y tamaño de los cursos de agua,
temporarios y permanentes, eran de importancia. Zanjones, "terceros" y
arroyos comenzaron junto con la ciudad a tener presencia y nombres propios.
Zanja deriva de "Zanca", palabra árabe empleada para designar una "calle
estrecha", que eso es lo que justamente quiere decir. En nuestro idioma la
usamos para nombrar a una excavación larga y estrecha. En el caso de zanjón,
lo que pretendemos describir es nada más ni nada menos que una zanja grande y
profunda. Es decir, que no es obligatorio que esta canaleta tenga la virtud de
conducir o contener agua. Perfectamente puede ser una abertura
completamente seca como la célebre "Zanja de Alsina", la que eventualmente
servía como contenedora, al menos, de las aguas de lluvia.
Lucio V. Mansilla también dejó sus recuerdos sobre el tema de las calles "...
inundadas cuando llovía, convertidas en arroyos torrenciales, con sus
muchachos de las mejores familias descalzos, arremangados los calzones,
chapaleando el agua o el barro.. "
Eran tales los pantanos que, en ocasión de una memorable tormenta que duró
35 días allá por 1780, hubo necesidad de poner centinelas a lo largo de la Calle
de las Torres, actual Rivadavia, para evitar que se hundieran y ahogaran los
viandantes.
Si peligrosas podían llegar a ser las calles, ni hablar sobre lo que deparaban los
zanjones. En 1869 dos lecheros al querer cruzar un puente sobre el Zanjón de
Matorras en Paraguay y Florida, perecieron ahogados.
El militar inglés escribe al otro día: "por espacio de dos horas anduve
chapoteando entre pozos y lodazales". Si bien es cierto que durante esos días
llovió torrencialmente sobre la Ciudad, no dejan de ser interesantes las
observaciones de Holland sobre las dificultades de transitar por Buenos
Aires en jornadas tormentosas.
Claro que aparte de las "zancas", abundaban como dijimos los zanjones. La
mayoría de éstos desaparecieron sin que quedara de ellos ninguna mención. Se
torna muy difícil la tarea de ubicarlos, muchas veces una perdida descripción echa
algo de luz sobre el tema como, por ejemplo, lo hace el viajero francés Xavier
Mermier, quien en 1850 recorriera esta parte de América. Sus experiencias y
recuerdos quedaron resumidos en su obra "Lettres Sur l'Amérique", de donde
extraemos el siguiente pasaje referido a sus impresiones sobre el camino que
unía Buenos Aires con el Puerto de La Boca y que no era otro que la actual
calle Defensa:
Pero, aparte de las zanjas estaban los llamados "terceros", mucho más de cuidado
pese a ser también muchos menos. Por supuesto, que entonces nace la obligada
pregunta: qué eran estos terceros y de dónde esa denominación?.
Digamos primeramente que eran arroyos o, más bien, pequeños cursos de agua
de caudal variable según la época. Podían ser polvorientas grietas rellenas de
inmundicias o desbordantes y tumultuosos arroyos llenos esta vez de
peligros.
Muchos autores los confunden con los zanjones convirtiéndolos en una unidad.
Nosotros creemos que no corresponde hacerlo ya que en todos los casos se habla
de "terceros que vuelcan sus aguas al estuario por medio de zanjones". Se
habla del Tercero del Sud y del Zanjón de Granados, de acuerdo al lugar por el
cual la corriente transita y dejando, entonces, la idea de la mencionada unidad.
Pero, por qué ese nombre de terceros?. Tampoco hay uniformidad al respecto
como casi siempre sucede con las voces surgidas del ingenio popular. Para
algunos historiadores el origen del título está en que los más caudalosos
eran tres. Otros opinan que a estos se los llamó primero, segundo y tercero
y al ser este último el más importante, se dió a todos el nombre del mayor
pasando a ser ésta una denominación genérica. Una "tercera" opinión, ve
en ese nombre la figura de los funcionarios encargados de recolectar los
diezmos, llamados "terceros". Se dice que tales empleados también tenían
autoridad sobre el agua y sobre cuanto saliera de esos zanjones casi siempre
cubiertos, como ya dijimos, de inmundicias. La figura familiar de los "terceros"
junto a las cunetas habría, pues, bautizado por extensión a éstas. Como se ve,
todo es confuso desde el momento en que surgió el nombre, hasta el signifícado
que éste tuvo.
En esos días, era común ver a los habitantes arrojar en los cursos cuanto les
molestaba, desde restos de muebles hasta el más ingrato de los
desperdicios. Era entonces que la fuerza de la corriente arrastraba cuanto se
interponía a su paso y todo se convertía en una inmensa laguna pantanosa.
Era cuando los terceros y los zanjones perdían su identidad por largas horas.
Cuando el temporal había pasado, comenzaba el otro sufrimiento. Era el momento
en que hacían su aparición los muchachones de los cuales nos habla Mansilla, y se
dedicaban a divertirse salpicando con barro durante sus alocadas marchas a
caballo, todo lo que encontraban a su paso: personas, paredes y hasta alguna sala
si sus moradores habían olvidado cerrar las ventanas.
III
Verdadero límite Sur de la Ciudad de Garay y luego linde entre los barrios
de San Telmo y Santo Domingo, no impidió que "El Alto" fuera tomando
fisonomía propia y nucleara, finalmente, un importante sector de la
población porteña.
Granados era una familia dueña de los terrenos por donde corría la zanja y
sitio en el que se construyó el puente. La familia de este nombre, era parienta
por línea materna del poeta y escritor Juan María Gutiérrez. Fue famosa no
sólo por el puente, sino también por unos pastelitos de hojaldre que se
convirtieron en la delicia de medio Buenos Aires.
El segundo puente se edificó en el cruce de las calles San José, hoy Perú y
Chile. En ese lugar existía un molino y panadería propiedad de Gregorio
Viera o Rivera, razón por la cual, el puente pasó a llamarse de Goyo Rivera
o Viera o más sencillamente, Vera. Y para no quedar en desventaja con los
Granados, también se hizo extensivo el bautismo al mismísimo zanjón. Tenemos
así explicado el motivo por el cual el tercero tiene tantos apellidos.
El tercer puente estaba situado una cuadra al este del de Goyo Rivera, es
decir, en Santísima Trinidad, luego Santa Rosa y hoy Bolívar, entre San
Bartolomé, actual Méjico y Chile. Se lo conocía como el de "Las Beatitas".
No sabemos el origen preciso de tal denominación, aunque existen crónicas
que recuerdan la fama de que gozaron una masitas llamadas "de las
beatitas", que se vendían en una casa vecina al puente. Es posible que las
reposteras fueran religiosas que con su presencia y arte dieron nombre a la
construcción. Hasta es posible que éstas fueran monjas de la Orden
Dominica, ya que en Defensa y Méjico estuvo, alrededor de 1730 en
construcción, un convento para albergarlas si bien finalmente ocuparon otro
edificio en el barrio "Recio", después de las Catalinas.
Es posible que mantuvieran la tradición de las masitas o bien que alguien las
denominara de ese modo en una añoranza "vivificada" por el paso de los años.
El puente, éste de las beatitas, fue también testigo de cosas no tan gratas
como los dulces de las religiosas: el 14 de abril de 1842, una partida de la
temida "Mazorca" degolló a un joven de apellido Iranzuaga. Se dice que fue
asesinado frente a la casa del Cónsul de Portugal Señor Meyrelles, situada
junto al "Puente de las Beatitas". Se dijo también, que había sido muerto
por una equivocación, pero lo cierto es que el cadáver fue depositado en el
umbral de la casa del diplomático, en donde se estaba efectuando una
recepción a los marinos de Francia e Inglaterra. La tradición recoge la
noticia de que a dicha fiesta concurria la novia del muerto, Isabel Ortiz,
quien infructuosamente había esperado a su prometido, el que esa noche
tenía pensado anunciar públicamente la boda. Al salir la novia, tras una
inútil espera, acompañada por oficiales extranjeros, casi tropezó con el
cuerpo de su infortunado prometido.
IV
Desde la Plaza Suipacha, que supo ser Del Temple, el tercero corría en
busca de la zanja abierta en la calle Paraguay, hasta 1808 Santo Tomé. A
partir de ese lugar la corriente tomaba el nombre de "Zanjón de Matorras".
El motivo de ésto era bien simple e idéntico al caso del "Granados": cruzaba las
tierras de Jerónimo Matorras. Posiblemente este trayecto fue el mas histórico y
famoso.
El Matorras también tuvo sus puentes, uno, el más famoso quizás por ser el
único realmente recordado, estaba en la esquina de Paraguay y Florida,
antes San José. Algunos autores suponen que era portátil siendo utilizado
sólo en días de lluvía. Sin embargo, la importancia que llegó a tener y la
popularidad que lo rodeaba, hacen pensar que no era tan así.
Cuentan los habitantes del pasaje que en horas del día, cuando el trajín de
la ciudad acalla su casi permanente cuchicheo, se puede escuchar el
murmullo, quizás dolorido, del "Tercero del Medio" al transitar entubado
por el subsuelo porteño.
V
El llamado "Manso" era el más importante de los terceros, tanto por extensión
como por el caudal casi permanente que poseía. Tenía su origen en tres lagunas
formadas en lo que hoy es la esquina Saavedra y Belgrano y sus
alrededores. Luego de una serie de zigzags el curso del tercero se encaminaba por
la calle Saavedra y su continuación, Paso. En este lugar, veía aumentada su
corriente gracias al aporte de un extenso bañado que había dentro del perímetro
formado por las actuales calles Corrientes, Anchorena, Córdoba y Pasteur.
Continuando Paso, cruzaba por detrás de La Recoleta desviándose levemente
hacia el Norte en busca de la calle Austria.
Esta zona era otro inmenso bañado cubierto de sauces, juncos y pajones
infestado de mosquitos, moscas y de cuanta sabandija estuviera suelta y,
por ser un paraje bajo, estaba expuesto permanentemente a las crecidas
del Río de la Plata. Ése fue el lugar en el que Rosas hizo construir, rellenados
los terrenos, su residencia entre 1836 y 1638, por el ingeniero José Santos
Sartorio y conocida como "Palermo de San Benito".
El vasto predio estaba limitado al Norte, por el arroyo Maldonado, al Este por
el Camino del Bajo, hoy avenida del Libertador y al Sur, por el Tercero
Manso en su cauce de la calle Austria. Recordamos, antes de continuar, que la
casona de Palermo fue dinamitada el 3 de febrero de 1899.
El río, dejando de lado el nombre "Solís" y hoy Río de la Plata, no es otro que
el Riachuelo, llamado inicialmente Río Pequeño, Río de los Querandíes,
luego Riachuelo de las Canoas o de los Navíos, Río de Buenos Aires,
Riachuelo del Puerto, Chuelo, Río de Barracas y Riachuelo de la Boca. El
que, por si fuera poco, tal chorrera de nombres, desde su nacimiento, más
precisamente desde el Paso de la Horqueta, recibe el título de Río Matanzas.
Los indios lo ignoraron a tal extremo que no le dieron nombre, lo que de por sí,
es una curiosidad de peso.
Desde siempre hizo de límite Sur de la ciudad y cobijó su primer puerto, sus
iniciales astilleros, sus recordadas barracas y saladeros.
Es bueno tener presente que el mal trato humano al Riachuelo viene de lejos,
ya en febrero de 1860, se prohibía arrojar a sus aguas la salmuera y la
sangre de los animales sacrificados en estos últimos establecimientos.
A tal fin, fue atada a un tronco a la vera de una encajonada corriente de agua.
Rodeada por las noches de alimañas, fue defendida por la leona a la que ella había
ayudado. Tres días más tarde volvieron los soldados que contemplaron asombrados
que "La Maldonado" vivía y era custodiada por la fiera y sus dos cachorros.
"Desatada la mujer por los soldados, la llevaron consigo, quedando la leona
dando muy fieros bramidos, mostrando sentimientos y soledad de su
bienechora y haciendo ver, por otra parte, su real ánimo y gratitud y la
humanidad que no tuvieron los hombres", al decir de Ruy Díaz de Guzmán.
Aín queda una última especulación, la que hace Diego A. del Pino en su obra
"Historia y Leyenda del Arroyo Maldonado":
"la puente que estaba hecha sobre la acequia del molino de Hernán Suárez
Maldonado que es una legua desta ciudad por haberla desbaratado y
robado las aguas y ser el dicho camino mui pasagero por haber muchas
chacras por aquella parte".
Manuel Bilbao nos dejó un colorido relato en su obra "Buenos Aires", de los
tiempos en que el Maldonado hacía las veces de límite entre la ciudad y el
Partido de Belgrano. El puente se convertía en el único "vínculo seco" "(...) al
cruzarlo el viajero nocturno se encontraba con el rondín de policía de la
provincia, compuesto de un cabo y dos soldados armados de sus sables al cinto, la
carabina cruzada a la espalda, el quepis colorado con la "P" de la policía en su
frontera, el poncho oscuro por fuera y de colorado forro, montados en sus caballos
respectivos, los que ejercían la vigilancia de la zona(...). El rondín prestaba
auxilio a los que se empantanaban".
El Maldonado no se limitó por otra parte, a ser estorbo y referencia. Así, por
ejemplo, se cuenta que Liniers se refugió luego de sus derrotas durante la
defensa de Buenos Aires en 1807 contra los ingleses, en un ranchito
llamado De Castro, situado a la vera del arroyo en la zona de la actual
Ciudadela.
Por supuesto que todo esto no impidió que el arroyo continuara haciendo de
las suyas en cada tormenta.
Para trasponerlo había que seguir lidiando con los barriales, "(...)
arremangándose al llegar al Puente del Maldonado,para ir a la Capilla de
Regina Coeli", según dice el Padre José Brunet recordando las jornadas de
principio de siglo.
Fue por esto que el 23 de junio de 1911 se aprueba la Ley Nº 8.128 a fin de
efectuar las obras "de defensa de inundaciones y auxilio pecuniarios a los
inundados del Riachuelo y Maldonado". Por esta ley se autorizaba al "Poder
Ejecutivo a invertir hasta la cantidad de cien mil pesos Moneda Nacional
para prevenir en lo posible las inundaciones próximas, realizando las obras
prescriptas en el artículo 4 de esta ley a la mayor brevedad posible". El
citado artículo ordenaba la limpieza de los cauces y, de quedar algún remanente del
aporte de los 100.000 pesos, destinarlos a "dar principio a las obras definitivas
que resulte necesario hacer de los estudios que actualmente se practican".
"La supresión de los antiguos terceros ha sido una de las obras que con
mayor interés ha emprendido el infrascripto en el año anterior. Veinticinco
cuadras de las ocupadas por ellos, que antes imposibilitaban el tráfico y el
tránsito, han sido rellenadas y adoquinadas en el nivel correlativo que les
corresponde (...) Con la terminación de estas obras, habrán desparecido
por completo los inconvenientes de la vialidad ocasionados por el
deplorable estado de esas calles, dejando en perfecto estado las
propiedades en ellas existentes".
Otra curiosidad de Buenos Aires son los llamados "huecos", nombre que
como en el caso de los "terceros", agrega a la curiosidad, la incógnita.
Así se denominaban a los espacios baldíos que, sin tener dueño particular en la
mayoría de los casos, se desperdigaban dentro y hasta los límites de la
Ciudad.
¿Por qué no baldío a secas, que significa terreno inculto y, por su raíz
etimológica, cosa sin valor?
Si en verdad también se los llamó así "baldíos",la voz popular con toda su fuerza
creativa se impuso y lo de "hueco", como el pueblo los bautizó, quedó
incorporado al habla cotidiana.
A partir de allí los estudiosos se dividen en dos corrientes de criterios. Están los que
no opinan sobre el tema quizás por hallarlo sin importancia y los que suponen que
tal denominación viene del propio significado de la palabra: vacío, cavidad. Algo
que no contiene abolutamente nada, por más que en nuestro caso podían encerrar
pajonales, zanjones, lagunas, árboles, animales y alguno que otro desamparado.
Y nada más. A nosotros no nos conforma esto de vacío y tenemos nuestra teoría.
En la llamada Plaza Mayor que en 1803 fue dividida, como sabemos, por la
Recova y convertida en dos, exístían tres "huecos". Estos baldíos tuvieron larga
vida ya que, pese a encontrarse en el corazón de la Ciudad, permanecieron
hasta iniciado el Siglo XIX.
El primero y, sin duda, el más famoso, fue conocido como "De las Ánimas". Al
fundar Buenos Aires, Juan de Garay reservó para sí un lote de terreno
limitado por las actuales calles Reconquista, Rivadavia y la ochava formada
por la 25 de Mayo.
Si bien tampoco en este tema, como parece que debe ser, los cronistas se
ponen de acuerdo en cuanto al origen del nombre dado al "hueco".
Debemos convenir que lo más acertado sería atribuir tal denominación al recuerdo
del Cementerio que supo estar, como vimos, en el lugar. La fórmula baldío,
Camposanto y Leyenda, conviertieron al lugar en salamanca. De allí a
transformarse en el "Hueco de las Ánimas", el camino a seguir fue por
demás breve.
No nos parece que sea la verdad histórica. Si se nos hace difícil imaginarnos a
alguien trazando en una madera las letras,utilizando quizás brea, más arduo nos
parece el aceptar que nadie transitara por aquella esquina tan céntrica a causa de
un letrero amenazante.
Para 1607 la casa fue ocupada por el sin duda primer personaje de Buenos
Aires: "El Hermano Pecador" o "El Gran Pecador". El tal personaje se llamaba
en realidad Bernardo Sánchez, vestía de ermitaño y recorría los villorrios
ayudando a los necesitados y purgando así como un pecador arrepentido,
su penitencia. Se dijo que el sujeto no era otro que el Infante Don Carlos de
Austria, vástago de Felipe II y heredero del Trono Español.
Lo único establecido es que "El Hermano Pecador" saldó sus deudas con este
mundo y partió de él en 1645...
No llegaron hasta nosotros otras crónicas que las comentadas, pero de todos
modos, debió reunir muchas de las características que lucieron los demás huecos.
En 1855 el baldío desapareció para siempre al comenzarse en el terreno la
construcción de lo que sería el anexo de la célebre "Aduana de Taylor".
En este caso el terreno no fue conocido realmente como hueco, por más que
reuniera las condiciones para serlo: baldío, cueva de animales, de desperdicios y de
pordioseros. Estaba ubicado en lo que luego fue el Congreso Nacional y hoy el
Banco Hipotecario y Sede Central de la Dirección General Impositiva, en la
ochava de Hipólito Yirgoyen y Balcarce.
Cuenta José Antonio Wilde que frente a este lugar muchos años más tarde
se vendía carne. Para 1882 ocupó el lugar un batallón de caballería.
Seguía a la "carnicería" otro largo baldío conocido como de "Aspillaga", aunque
sin la particularidad del hueco, entre ellas, la de no ser de acceso público. Este
terreno, y corriendo el riesgo de alejarnos algo del tema, había sido anteriormente
propiedad de Fernán o Hernán Suárez Maldonado, de acuerdo a Molinari según
vimos, se debe al nombre del Arroyo Maldonado.
El baldío fue finalmente adquirido por don Antonio José de Escalada, padre de
Remedios la después esposa del General San Martín, pero ya eso es otra
historia.
El más céntrico de los huecos, fuera de los ya mencionados, fue el de "La basura".
Wilde lo menciona ubicándolo a sólo tres cuadras del Mercado del Centro. Es
ésta la única referencïa que hallamos, ya que en los antiguos planos consultados no
figura. El Mercado del Centro estuvo situado en el perímetro formado por las
calles Alsina, Moreno, Perú y Chacabuco.
Partiendo de ese punto y utilizando un imaginario radio podemos rastrear el
contorno buscando, posible basural que fuera el misterioso hueco. Surge de
inmediato a tres cuadras, la presencia del "Tercero del Sud" nuestro conocido
"Zanjón de Granados". Es posible entonces, visto la nada honorable costumbre
de los habitantes de Buenos Aires de liberarse de desperdicios en zanjas y
baldíos, que el hueco estuviera codeándose con el "Granados", es decir, en los
alrededores de las actuales calles Méjico, Chacabuco y Perú.
Este sitio no era propiedad de la Ciudad, pertenecía allá por 1770 a Don
Pedro de Ochoa y Amarita. Algunos años más tarde al donar Don Pedro el
terreno pare la construcción de una plaza, desaparece el "Hueco de Curro".
Digamos que de paso que en aquel tiempo se denominaba plaza a todo lugar
destinado a la concentración de carretas para el abasto de la Ciudad. Plaza y
mercado eran entonces simples sinónimos.
La media manzana que la conformaba dio origen, con el paso del tiempo, a la
actual Cortada de Carabelas. Allí también tuvo su asiento el Mercado Nuevo o
del Plata.
Este, construído por una sociedad integrada por Esteban Adrogué, Jorge Iraola,
Mariano Saavedra y Jorge Atucha, fue inaugurado el 3 de marzo de 1856. A la
Plaza Nueva llegaban las carretas de la zona de San Isidro, San Fernando y
del hoy Tigre. Cuando la ciudad se extendió, las pesadas carretas fueron
desplazadas hacia los "Huecos de las Cabecitas y el de "Doña Engracia".
Volcándonos apenas hacia el sur, hasta alcanzar la vieja Calle de las Torres, hoy
Rivadavia, avanzaremos hacia el oeste hasta arribar a la contemporánea Plaza
Lorea.
Esto establece otra curiosidad a raíz del poco apego que tiene el porteño a la
nomenclatura tradicional de la geografía de su ciudad. La rareza estriba en que el
lugar ha mantenido su denominación durante dos siglos, aunque físicamente
reducida a su mínima expresión: un cantero.
En este caso, el origen del nombre no nos trae ninguna duda. Se debe a que estos
terrenos pertenecían a don Isidro Lorea, quien fuera muerto junto a su esposa
durante las Invasiones Inglesas defendiendo la ciudad de las tropas de
Whitelocke. Ambos cayeron ultimados a bayonetazos por soldados ingleses que
luego de la hazaña saquearon la casa.
Don Isidro era tallista y dorador de brillantes condiciones; aél se debe la obra
maestra que es el altar Mayor de la Catedral efectuada en 1780. Al Hueco
que llevó su nombre llagaban las carretas procedentes del norte y oeste de la
provincia y aún del país, como así también grupos de indios que se acercaban a
comerciar pacíficamente. Estaba indudablemente en extramuros de la ciudad y lo
estuvo por muchos años aún.
Muy carca del "Hueco de Lorea" se encontraba, a una cuadra y media, el de "Los
Olivos". Estaba limitado por las actuales calles Combate de los Pozos,
Yrigoyen, Rivadavia y Sarandí, espalda de lo que es hoy el Congreso
Nacional. Situado entonces tan alejado de la Ciudad, su existencia pasó casi
desapercibida. Su nombre se debió, sin duda, a los árboles olsáceos que poblaran el
terreno.
Ahora bien, mucho más generoso en sus dimensiones en ese lugar estuvo hasta
1832 el "Hueco de Salinas".
El suelo de esa parte de la Ciudad, aún se presenta como la cima de una gran
lomada cuya falda oeste es pronunciada y extensa. El baldío, receptáculo de
las infaltables basuras, tomaba el nombre posiblemente del dueño inicial de las
tierras.
Así, sin ser Hueco, se lo llamó Hueco y de allí la mención que hacemos de él en
este trabajo. Para completar el cuadro diremos que recién en 1682 el sitio
toma características de paseo público, durante la Presidencia del General
Julio Argentino Roca.
Regresemos ahora al Barrio de San Telmo: el antiguo Alto de San Pedro. Allí
encontraremos un hueco de especial significado, el llamado del "Alto de la
Residencia" y que convertido luego en Plaza, llegó a nosotros con el nombre de
Coronel Dorrego, lugar de Feria Artesanal y de Antigüedades.
Veamos los motivos que lo hacen singular. A él se le debe el nombre del barrio.
No sólo bautizó a la vecindad, sino que el hueco bien puede atribuirse el ser el
más antiguo de la ciudad luego del de "Las Ánimas", más aún, se trata de la
segunda Plaza con que contó Buenos Aires. Además, fue testigo de una
profusa actividad humana a través de la primera "Gran Ruta" del país: la calle
Real, hoy Defensa, presenció la edificación de la Capilla de Belém, actual
Iglesia de San Telmo. En los alrededores de 1734, vió construir la Casa de
Ejercicios, el Hospital de Hombres y el Protomedicato en 1780.
Con cerco de tunas por 1750, despojado de todo ornato, la Plaza continuó
siendo en realidad el "Hueco de la Residencia". Digamos para precisar su
ubicación, que estaba situada en la esquina noroeste de las calles San
Martín, primero conocida como Real y hoy Defensa, y Betlem, luego
Comercio y actualmente Humberto 1º.
Fue así que luego de 38 años, volvió a la vida la Plaza del Alto. Retornamos a
la ciudad dejando el "arrabal" de los Altos de San Pedro y si caminamos por
San Carlos, hoy Alsina, hasta llegar a San Miguel, actual Tacuarí, habremos
arribado al "Hueco de Botello", que poco y nada sabemos sobre él. Su nombre
puede originar una serie de hipótesis más o menos curiosas pero sin mucho
fundamento histórico.
Por una de las cláusulas, el ejército sitiador debía retirarse detrás de una línea
que iba "desde la Iglesia de Balvanera, sigue por la calle exterior del Hueco
de Rodríguez, el Mirador inmediato a lo de Soto, La Convalecencia, Santa
Lucía de Barracas y la Casilla del Camino a la Boca del Riachuelo".
Sin duda que el hueco debió tener alguna importancia ya sea por su extensión
o por su geografía, para haber sido tomado como referencia. Encaminemos
nuestros pasos hacia el Sudoeste para llegar a la zona de la actual Plaza
Constitución.
Paraje casi deshabitado y poco frecuentado, hacia fines del Siglo XVIII los
Padres Betlemitas construyeron un Hospital de Crónicos que llamaron "La
Convalecencia", al oeste de los "Potreros de Langdon" del que ya hemos
hablado.
Al Norte del potrero estaba la quinta "La Noria", actual Plaza Constitución y
a su Oeste, el sitio que nos interesa: el "Hueco de los Sauces". De forma
trapezoide y poblado de salicíneas que le dieron nombre, era extenso y umbrío.
Apenas un año más tarde, vuelve a ser escenario histórico, en este caso, bélico,
durante el Sitio de 1853. El 18 de abril el Mayor Rodríguez de las Fuerzas
Porteñas, desaloja del hueco a tropas sitiadoras luego de una breve lucha.
Para 1857 el hueco desaparece al convertirse en la Plaza 29 de Noviembre,
nombre que en la década del 80 muda por el de "Bolívar". Así seguirá
llamándose hasta 1905 en que se la designa con el nombre de "Garay".
Esta transformación de hueco a plaza tiene su costo ya que le son cercenadas
cuatro manzanas. De trapezoide pasa a ser un rectángulo de dos manzanas.
Hoy se halla entre las calles Solís, Garay, Pavón y Sáenz Peña.
Por un ancho callejón, actual retificada calle Pavón, doblemos hacia el Norte
por Santiago del Estero. Deberemos caminar diecinueve cuadras para arribar al
"Hueco de Zamudio", nuestro próximo destino.
El dueño de las tierras, para la época de ser bautizado, era un tal Zamudio.
Tenía una extensión cercana a las diez manzanas y según la tradición, allí estuvo
el primer matadero con que contó Buenos Aires.
Cuenta Obligado que se temía toparse con la "Viuda del Parque" y sobre ésto,
anota una Copla Popular en boga por entonces: "por la Plaza del Parque no
se puede pasar porque todos te dicen arrincónesela".
Eso de Parque, como comenzó a ser conocido el hueco, le vino de una sencilla
construcción que albergó a batallones de artillería. Ocupaba la manzana en que
actualmente se halla el "Palacio de Justicia".
También se destacó y por varios motivos, la Estación del Primer Ferrocarril que
tuvo el país, inaugurado el 30 de abril de 1857, en el predio donde hoy luce
el Teatro Colón,
Hacia fines del Siglo XIX la Plaza del Parque cambió completamente de
fisonomía al hacerse cargo de la parquetización el Horticultor francés Faier.
Éste dispuso un diagrama ampuloso de jardines adornados con glorietas,
kioscos y arboleda.
Situado entre Santo Tomás, hoy Paraguay; Monserrat, actual Cerrito; Santa
María, hoy Marcelo T. de Alvear y San Pablo, luego Libertad, se lo conoció
como "Hueco de Doña Engracia o Ña Gracia", según lo recuerdan José
Antonio Wilde y el marino Andrés Somellera.
Este último, en las Memorias que escribiera bajo el título de "La Tiranía de
Rosas", en la que narra su huida de Buenos Aires, escribe: "El día 12 de mayo
(1839) fui prevenido por mi amigo que esa noche en el Hueco de Ña
Gracia, hoy Plaza Libertad, me esperaría un paisano de toda confianza que
sería nuestro guía hasta el punto por donde debía efectuar el embarque,
para pasar a la costa del Estado Oriental, teniendo un buen caballo
ensillado a mi disposición".
Así se mantuvieron las cosas con el hueco convertido en Mercado hasta el año
1832 en que las autoridades resuelven, entre otras medidas, lo siguiente: "Que
se traslade el Mercado del Norte desde la Plaza de la Libertad hasta la
vecindad de los Corrales de la Recoleta".
¿Será éste el origen del que -por muchos años y hasta más de la mitad del
presente siglo- funcionó en el cruce de las calles Vicente López y Rodríquez
Peña?.
Luego de tres cuadras, debemos doblar hacia el Norte y caminar otras dos: hasta
Paraná, Pazos en 1808, para encontrarnos con el "Hueco de las Cabecitas".
En el plano que realizó el Piloto Agrimensor Cristóbal Barrientos en 1772
figura con la denominación de "Hornos de Brito". Esto fue debido a la
existencia de una fábrica de ladrillos propiedad, como se desprende de los dichos
de un tal Brito o Britos. Fue tal la actividad de estos hornos que se produjo en el
suelo del después hueco, una pronunciada hoya. Esta como debía suceder en una
zona de frecuentes lluvias, se convirtió gratuitamente en una importante
laguna adonde concurrían las lavanderas y los mozos de corral a lavar sus
caballos.
Hacia este último año, el hueco estaba limitado por Arenales, Montevideo
Paraná y la vaga frontera de la calle Socorro; hoy Juncal. Este indefinido
linde se debía a la falta para esa época, de trazados claros en esa parte de la
ciudad. En la actualidad ese "confín", recibe el nombre de calle Montevideo,
con lo cual la actual Plaza Vicente López ha ganado milagrosamente unos
metros.
Ouizás, quizás, a alguno de ellos se deba el nombre del Hueco. Pero la verdad es
que la esfumada fama que un día gozó el baldío nace, cuando no, a raíz del Sitio
del Coronel Lagos. En el Hueco de Carrasco se produjeron dos combates de
ese nombre. El primero de ellos ocurrió el 10 de marzo de 1853, cuando el
Corenel Emilio Mitre al mando del Batallón Nº 2 de Línea, desaloja del
hueco a tropas sitiadoras. El segundo combate es librado casi cuatro meses
más tarde, el 20 de junio, fecha histórica de por sí, cuando fuerzas del
Coronel Lagos compuestas por Caballería y la Infantería de la División
Cordobesa, atacan la posición de la Legión Española al mando del Capitán
José Jáuregui. Ocurrió entonces que la Artillería porteña a las órdenes del
Coronel Benito Hazar, aquel de la laguna del "Hueco de Zamudio" logró
contener la ofensiva y sostener la posición, después al hueco, antes que a otros; le
tocaron "las generales de la ley". Es posible, por lo menos nosotros lo
intentamos, imaginarnos al Capitán Jáuregui y a la División Cordobesa
deambular por el lugar en una inútil búsqueda de motivos y destinos.
"Allí por las inmediaciones de las calles Paso y Tucumán, donde sólo se
encuentran terrenos baldíos, ha aparecido un individuo disfrazado de
Chancho que a imitación de sus antecesores, espera las misteriosas horas
de la noche para dar sus golpes criminales. El nuevo Hombre-Chancho ha
consumado ya varios hechos punibles y dando algunos sustos a los
timoratos que han tenido la desgracia de tropezar con aquel Caballero por
aquellas alturas".
Como una velada imagen sepia, se agrega ahora la otra evocación, la del paisaje
casi pastoril del "Hueco de Zamudio". Así, es posible que veamos deambular
por él a la casi mítica "Viuda del Parque", con más de fantasma burlesco
que de alegoría malviviente, adosando a los enigmáticos huecos un hálito tal vez
inopinado de inveterado romanticismo.
4/12/92.
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