Terceros y Huecos de Buenos Aires (Bruzera)

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TERCEROS Y HUECOS DE BUENOS AIRES

Carlos Horacio Bruzera

Nota Escrita Especialmente para el PRIMER PORTAL ARGENTINO DE TURISMO MUNDIAL

Las páginas que siguen son el fruto de años de vinculación modesta con la
historia argentina y, más precisamente, con el ayer de la Ciudad de Buenos
Aires.

Mucho es lo que se ha escrito sobre los temas que las motivan, quizás la
pregunta que cabe hacerse entonces, es para qué la insistencia en un tema
tan transitado.

La razón se esconde, o se escondía, en la dispersión de la información.


Hasta ahora no existía un trabajo que reuniera los datos históricos sobre
los terceros y los huecos porteños.

Había que resignarse al arduo trabajo de indagar en las múltiples fuentes


qua fielmente pueblan los anaqueles, para ir armando con infinita
paciencia, la información que anhelábamos.

Esto lleva, consecuentemente, a suponer que nuestro trabajo se limita a


ser un "refrito". Si así lo fuera, la razón de su presencia no se vería
disminuida, toda vez que al compendiar las crónicas su misión se hallaría
satisfecha.

Sin embargo, la intención va mas allá de tal "refrito" al aportar, creemos,


nuevas fuentes documentales y también, personales análisis sobre la
cartografía de la Ciudad, sin dejar de lado la formulación de algunas
hipótesis, de nuestra cosecha, en la búsqueda de las "razones".

Si con este trabajo, por último, logramos despertar en muchos su


aletargado amor por Buenos Aires, habremos superado la más querida de
nuestras ilusiones.

La posibilidad de retornar al pasado es una idea que seduce siempre al


hombre.

Decenas de novelas, cuentos y películas atrapan a lectores y espectadores


generación tras generación. Si a ese de por sí embelesador intento
sumamos el sueño de recorrer los años prístinos de nuestra Ciudad, la
fantasía acrecienta su encanto.

Imaginemos, entonces, que vestidos como caballeros y damas del Siglo


XVI caminamos en una soleada tarde de junio, escribiendo la historia que
contaremos después.

La mirada escudriña infatigable y los oídos recogen ávidos, las viejas voces
que ambicionamos.
Los momentos son estos y a la crónica, la iremos narrando.
I

La elección del lugar para fundar por segunda vez Buenos Aires no fue
tarea sencilla para Juan de Garay, vasco nacido en los Caseríos de Garay,
barriada de Orduña, en la Provincia de Viscaya.

Se dice que tardó largos días antes de decidirse en aquella jornada del 11 de
junio de 1580, por un sitio que reuniera las condiciones ideales.

Por un lado, estaban las Ordenanzas Españolas de 1523, en las que se


especificaban las virtudes que debían guardar los sitios elegidos para
asentamientos de poblaciones y, por otro, los errores cometidos por Don
Pedro de Mendoza, los que no desconocía y tenía muy presentes.

Las Ordenanzas establecían que debían ser: "Sitios sanos y no anegadizos, y


de buenas aguas y de buenos aires y cerca de montes y de buena tierra
para labranzas, adonde se puedan aprovechar de la mar para cargar y
descargar". Pedro de Mendoza había escogido un paraje por cierto sano y como
si fuera poco, alto. La meseta, que era extensa y terminada por barrancas
bien señaladas, no era otra que la luego Quinta de Hornes y hoy Parque
Lezama. Según el Piloto portugués Hernando 8áez, que viajaba con Mendoza,
el Puerto era mejor que el de la Isla de San Gabríel, situado frente a la actual
Colonia de Sacramento, en el Uruguay, y que acababan de dejar.

Sin embargo, la relación entre el río y el poblado no era armónica.

El arcabucero y cronista bávaro Ulrico Schmidt cuenta, al respecto, que quien


quería comer pescado debía andar algo así como cuatro leguas para conseguirlo. Es
posible que el alemán exagerara o se confundiera en el tema de las leguas, pero
esto no deja de señalar que existía entre el villorrio y el agua útil, apreciable
distancia. Por otra parte, indicaba que la protección del naciente asentamiento
distaba de ser el ideal ya que los navíos, verdaderas fortalezas, tampoco estaban lo
suficientemente cercanos. Así que, cuando Garay se dispuso a volver a dar vida
a Buenos Aires, meditó muy bien dónde debía hacerlo. Eligió también una
meseta aunque más alejada del futuro Riachuelo de los Navíos, lugar
inundable y sin muchas defensas salvo la "Punta de Doña Catalina", actual
ángulo sureste del Parque Lezama.

La meseta elegida era elevada unos 20 metros sobre el nivel del río y permitía,
al mismo tiempo, un acceso no muy complicado a la costa de tosca. Para
completar, dos zanjones al norte y al sur, podían perfectamente servir de barreras
naturales de protección. No había dudas para Garay y así lo decía: "el mejor
lugar que hasta ahora se ha hallado".

Para cumplimentar, asimismo, las Ordenanzas, la meseta estaba cubierta de


espeso monte poblado de talas, algarrobos, tunales, zarzamoras, higueras,
duraznillos y abundantes espinillos. Agua, tierras altas y fauna
completaban el generoso escenario bucólico.

Lo que no calculó Garay fue que, si bien los zanjones podían llegar a ser muy útiles
como arma defensiva, el costo podía también ser alto.

Y lo fue. Las cañadas, vacías en tiempo de seca se convertían en verdaderos


torrentes para las épocas de lluvia. Desbordaban e inundaban la meseta
originando múltiples corrientes de agua que barrían el terreno. La tierra se lavaba
y entre agua y pantanos convertían en un páramo el lugar del
asentamiento.

Sí, el precio no fue bajo si pensamos que a lo descripto se debió que, por muchos
años, los zanjones fueran los principales obstáculos para que la Ciudad no
se expandiera como se deseaba.

Lo dicho hasta ahora nos señala que la cantidad y tamaño de los cursos de agua,
temporarios y permanentes, eran de importancia. Zanjones, "terceros" y
arroyos comenzaron junto con la ciudad a tener presencia y nombres propios.

Los "huecos" obligatoriamente necesitaron de la consolidación y expansión del


asentamiento poblacional. Si bien existe no poca bibliografía sobre estos temas,
también es verdad que esta información se encuentra dispersa y en no pocos
casos, se llegan a confundir las ubicaciones y hasta las denominaciones.

Nos proponemos pues, ya esbozada la fundación definitiva de Buenos Aires, ir


presentando y analizando estos zanjones, terceros y huecos de la hoy Gran
Ciudad, en tiempos en que apenas era inicialmente, un villorrio luego, la "Gran
Aldea".
II

Comenzaremos con el agua y con ella, convocaremos a zanjas, "terceros",


lagunas y arroyos porteños como anticipáramos.

Zanja deriva de "Zanca", palabra árabe empleada para designar una "calle
estrecha", que eso es lo que justamente quiere decir. En nuestro idioma la
usamos para nombrar a una excavación larga y estrecha. En el caso de zanjón,
lo que pretendemos describir es nada más ni nada menos que una zanja grande y
profunda. Es decir, que no es obligatorio que esta canaleta tenga la virtud de
conducir o contener agua. Perfectamente puede ser una abertura
completamente seca como la célebre "Zanja de Alsina", la que eventualmente
servía como contenedora, al menos, de las aguas de lluvia.

En Buenos Aires había zanjones y muchos. Si nos atenemos a las Crónicas de


entre 1600 a 1880, debemos decir con justicia, que aparte de los propiamente
llamados zanjones, el 80% de las calles de la Ciudad eran verdaderas zanjas
que hacían honor al significado de la arábiga palabra. José Antonio Wilde señala
en su encantador "Buenos Aires desde 70 años atrás" y refiriéndose a las
calles:

"Volviendo a las calles de aquellos tiempos, ya fuera de la época colonial y


hasta hace no muchos años, se veían aún en los puntos más centrales de la
ciudad, inmensos pantanos, a veces ocupaban cuadras enteras" y agregaba
más adelante: "Muchas veces se veían en los pantanos animales muertos,
aun en nuestras calles más centrales. Sólo se limpiaban de tiempo en
tiempo por los copiosos aguaceros que los convertían en vastos mares (...)
derramándose luego por las calles en raudales hacia el Río de la Plata,
arrastrando la corriente cuanto hallaba en su curso".

Lucio V. Mansilla también dejó sus recuerdos sobre el tema de las calles "...
inundadas cuando llovía, convertidas en arroyos torrenciales, con sus
muchachos de las mejores familias descalzos, arremangados los calzones,
chapaleando el agua o el barro.. "

Eran tales los pantanos que, en ocasión de una memorable tormenta que duró
35 días allá por 1780, hubo necesidad de poner centinelas a lo largo de la Calle
de las Torres, actual Rivadavia, para evitar que se hundieran y ahogaran los
viandantes.

Si peligrosas podían llegar a ser las calles, ni hablar sobre lo que deparaban los
zanjones. En 1869 dos lecheros al querer cruzar un puente sobre el Zanjón de
Matorras en Paraguay y Florida, perecieron ahogados.

En los días de lluvia, algunos vecinos colocaban en las esquinas tablones o


ladrillos, si la profundidad del lodazal lo permitía, a fin de que aquellos pobres
transeúntes pudieran trasponer sin peligro de vida esos zanjones. Aún en tiempos
de sequía no era extraño ver a una vaca o caballo "empantanado" en el
polvo acumulado en los hoyos traicioneros. El panorama no era muy agradable
y predisponía a los visitantes.

E1 23 de junio de 1807, un Ejército Inglés al mando del General


Whitelocke, intentaba por segunda vez la aventura de conquistar Buenos
Aires. En el Ejército venía el Teniente Coronel Lancelot Holland, quien el 2 de
julio anotaba en su diario:
"Atravesando más de tres kilómetros de pantano llegamos al vado.
Inmediatamente la tropa cruzó el río (se trataba del Riachuelo al que
Holland da el nombre de Chuelo) con el agua a la altura de la cadera".

El militar inglés escribe al otro día: "por espacio de dos horas anduve
chapoteando entre pozos y lodazales". Si bien es cierto que durante esos días
llovió torrencialmente sobre la Ciudad, no dejan de ser interesantes las
observaciones de Holland sobre las dificultades de transitar por Buenos
Aires en jornadas tormentosas.

Claro que aparte de las "zancas", abundaban como dijimos los zanjones. La
mayoría de éstos desaparecieron sin que quedara de ellos ninguna mención. Se
torna muy difícil la tarea de ubicarlos, muchas veces una perdida descripción echa
algo de luz sobre el tema como, por ejemplo, lo hace el viajero francés Xavier
Mermier, quien en 1850 recorriera esta parte de América. Sus experiencias y
recuerdos quedaron resumidos en su obra "Lettres Sur l'Amérique", de donde
extraemos el siguiente pasaje referido a sus impresiones sobre el camino que
unía Buenos Aires con el Puerto de La Boca y que no era otro que la actual
calle Defensa:

"A ambos lados del camino, se extienden llanuras pantanosas e incultas


donde pacen los ganados en libre abandono. En medio del camino
encontramos un letrero con esta descripción: "Puente de Rosas". Busqué
por todos lados la construcción señalada. Se trata de una capa de ladrillos
que cubre una zanja. Esta zanja no tiene más de un pie y medio de ancho".
Sin duda que esa insignificante canaleta que tan poco impresionó al viajero, se
convertía con la llegada de una tormenta en un río peligroso y desbocado.

¿Dónde estaría ubicado?. No hemos hallado ningún otro dato sobre él ni


tampoco sobre el pomposo puente. Lo cierto es que el "Camino Real" que delinea
Marmier no fue nunca un dechado de encantos. Tenía problemas y también los
generaba. Así, en la Reunión de la Junta del Consulado del 9 de abril de
1799, el Conciliario Don Agustín García expresaba: "que el camino de
Barracas, se ha destruido a causa de haberse cerrado las zanjas para
donde salían las aguas y, enterada la Junta, acordó se presentase S.E, para
que, instruido, se sirviera determinar lo que hallase conveniente a evitar
los perjuicios a que está expuesto el comercio". El Acta de ese mismo día
expresa a continuación y, en otro punto, derivado de la exposición de García: "Del
mismo modo se acordó que se presente a S.E. sobre la imposibilidad que
presentan las calles por donde entran carruajes a esta Capital para que
entren con comodidad y sin peligros a causa de su descomposición, y por lo
tanto que convendría componer el menos dos para la parte del Oeste y dos
para las del Sur, haciéndolos dar la corriente debida a las aguas".

Pero, aparte de las zanjas estaban los llamados "terceros", mucho más de cuidado
pese a ser también muchos menos. Por supuesto, que entonces nace la obligada
pregunta: qué eran estos terceros y de dónde esa denominación?.

Digamos primeramente que eran arroyos o, más bien, pequeños cursos de agua
de caudal variable según la época. Podían ser polvorientas grietas rellenas de
inmundicias o desbordantes y tumultuosos arroyos llenos esta vez de
peligros.

Muchos autores los confunden con los zanjones convirtiéndolos en una unidad.
Nosotros creemos que no corresponde hacerlo ya que en todos los casos se habla
de "terceros que vuelcan sus aguas al estuario por medio de zanjones". Se
habla del Tercero del Sud y del Zanjón de Granados, de acuerdo al lugar por el
cual la corriente transita y dejando, entonces, la idea de la mencionada unidad.

Pero, por qué ese nombre de terceros?. Tampoco hay uniformidad al respecto
como casi siempre sucede con las voces surgidas del ingenio popular. Para
algunos historiadores el origen del título está en que los más caudalosos
eran tres. Otros opinan que a estos se los llamó primero, segundo y tercero
y al ser este último el más importante, se dió a todos el nombre del mayor
pasando a ser ésta una denominación genérica. Una "tercera" opinión, ve
en ese nombre la figura de los funcionarios encargados de recolectar los
diezmos, llamados "terceros". Se dice que tales empleados también tenían
autoridad sobre el agua y sobre cuanto saliera de esos zanjones casi siempre
cubiertos, como ya dijimos, de inmundicias. La figura familiar de los "terceros"
junto a las cunetas habría, pues, bautizado por extensión a éstas. Como se ve,
todo es confuso desde el momento en que surgió el nombre, hasta el signifícado
que éste tuvo.

Decíamos inicialmente que Juan de Garay funda la ciudad ubicándola entre


dos zanjones, uno al Sur y otro al Norte. Estos corrían, en las proximidades de
sus desembocaduras en el Río de la Plata por las, después calles San Andrés,
hoy Chile,y por la de Santo Tomás, en la actualidad Paraguay. Ya crecida la
Ciudad, a estos canales naturales se los denominó "Zanjón de Granados" y
"Zanjón de Matorras", respectivamente. Dentro de estos límites corría otro
tercero llamado "Manso", que era el más importante. El Manso, luego de
trasponer la cuenca del "Zanjón de Matorras", volcaba sus aguas en el río a la
altura de la actual calle Austria.

Todos ellos convirtiéronse en desagües naturales de Buenos Aires, encargados


de transportar residuos y de servir como aliviadores cuando las lluvias se
encargaban, a su vez, de inundar las tierras pueblerinas.

En esos días, era común ver a los habitantes arrojar en los cursos cuanto les
molestaba, desde restos de muebles hasta el más ingrato de los
desperdicios. Era entonces que la fuerza de la corriente arrastraba cuanto se
interponía a su paso y todo se convertía en una inmensa laguna pantanosa.
Era cuando los terceros y los zanjones perdían su identidad por largas horas.
Cuando el temporal había pasado, comenzaba el otro sufrimiento. Era el momento
en que hacían su aparición los muchachones de los cuales nos habla Mansilla, y se
dedicaban a divertirse salpicando con barro durante sus alocadas marchas a
caballo, todo lo que encontraban a su paso: personas, paredes y hasta alguna sala
si sus moradores habían olvidado cerrar las ventanas.
III

En donde actualmente se encuentra la Plaza Constitución, se ubicaba para


1780, fecha que lleva el plano de Buenos Aires levantado por el Capitán
Martín Boneo, una quinta conocida como "La Noria" y que ocupa hoy la
plaza propiamente dicha. Entre ésta y el Potrero de Langdom, la actual
Estación de Ferrocarril, escenario histórico en donde durante el sitio de 1852 al
53 fue herido en la frente el General Mitre, se hallaba una olla natural convertida
en extenso pajonal que en jornadas lluviosas se transformaba en una laguna. Algún
hístoriador asegura que este pajonal formaba parte de "La Noria". No es muy
aventurado pensar que era así, pero lo cierto y útil a nuestro trabajo es que de tal
laguna nacía el Tercero del Sud: Tercero que al ingresar en el "Alto de San
Pedro" era conocido como "Zanjón de Granados o de Gregorio o Goyo Viera
o Rivera o Vera". Dejando atrás la laguna, el tercero describía una leve curva
hasta el cruce de Bolívar e Independencia, trayecto durante el cual había sido
engrosado por la confluencia de otros cursos menores provenientes del oeste.
Desde ese punto el cauce continuaba en busca de la calle San Andrés, hoy Chile,
como ya dijimos, en donde había horadado una zanja importante.

Ya el bautizado Granados, continuaba en dirección este en busca esta vez, del


Gran Río en el cual desembocaba por dos brazos, uno, la propia calle Chile y
el otro, la actual cortada San Lorenzo. Hay quienes aseguran que existía un
tercer ramal que transcurría por la también cortada Golfarini.

Se conserva un plano de Buenos Aires de mediados del Siglo XVIII, en el cual


el tercero describe una curva pronunciada, no ya breve, partiendo de la calle
Santos Cosme y Damián, hoy Bernardo de Irigoyen, para llegar a la calle
Chile luego de atravesar en diagonal las cuadras intermedias. Pensamos que
existió un error topográfico, ya que salvo este documento, todas las demás
constancias y crónicas señalan el Tercero del Sud en el cauce de la curva leve y
las leves ondulaciones de la calle Chile. Sinuosidad, por otra parte, que el lecho le
imprimiera por antigüedad,a la calle y no lo contrario.

Verdadero límite Sur de la Ciudad de Garay y luego linde entre los barrios
de San Telmo y Santo Domingo, no impidió que "El Alto" fuera tomando
fisonomía propia y nucleara, finalmente, un importante sector de la
población porteña.

El camino al Puerto de la Boca,en el Riachuelo de los Navíos que ya


mencionamos, tuvo antes que vencer el "Zanjón de Granados" para, de esa
manera,ir convocando lo mejor del barrio. El paso del Tercero no fue nunca fácil,
así que para franquearlo se debieron construir puentes. Estas construcciones no
fueron sin duda un dechado de arquitectura e ingeniería y en verdad nunca lo
pretendieron. Su misión era simplemente el poder unir los dos sectores de la
ciudad permitiendo el paso de las carretas cargadas de frutos y de jinetes.
Según la idea generalizada, estos puentes fueron dos, aunque analizando
crónicas creemos que se debe hablar de tres.

El principal se tornó como decíamos una necesidad apremiante al


destinársale a servir al tráfico proveniente del Puerto. Hasta su
construcción, las pesadas carretas hacían un "alto" en el hueco y luego
"Plaza del Alto"; antes de lanzarse crujientes al cruce del zanjón convertido casi
siempre en dificultoso lodazal. Los carromatos tomaban aliento y
resignadamente, iniciaban la marcha lenta llena de tumbos y barro.
El puente fue ajecutado en 1790 en el cruce de la calle San Martín, camino
al Riachuelo, actual defensa y el Zanjón, calle Chile, en el mismo cauce del
Granados.

El Cabildo encomendó la tarea a los maestros Félix de Sosa Andrade y a Juan


Bautista Masella bajo la dirección de Don Francisco Castañón.

La construcción se completaba con la reparación de un tajamar anexo, destrozado


mucho antes en uno de los típicos desbordes del tercero. El puente comenzó a
ser llamado de Granados, denominación que se hizo extensiva al mismo
zajón.

Granados era una familia dueña de los terrenos por donde corría la zanja y
sitio en el que se construyó el puente. La familia de este nombre, era parienta
por línea materna del poeta y escritor Juan María Gutiérrez. Fue famosa no
sólo por el puente, sino también por unos pastelitos de hojaldre que se
convirtieron en la delicia de medio Buenos Aires.

Allí mismo, en la esquina de Defensa y Chile, frente al puente, se edificó


algunos años más tarde, una casa particular conocida como "Altos del
Zanjón".

El segundo puente se edificó en el cruce de las calles San José, hoy Perú y
Chile. En ese lugar existía un molino y panadería propiedad de Gregorio
Viera o Rivera, razón por la cual, el puente pasó a llamarse de Goyo Rivera
o Viera o más sencillamente, Vera. Y para no quedar en desventaja con los
Granados, también se hizo extensivo el bautismo al mismísimo zanjón. Tenemos
así explicado el motivo por el cual el tercero tiene tantos apellidos.

El tercer puente estaba situado una cuadra al este del de Goyo Rivera, es
decir, en Santísima Trinidad, luego Santa Rosa y hoy Bolívar, entre San
Bartolomé, actual Méjico y Chile. Se lo conocía como el de "Las Beatitas".
No sabemos el origen preciso de tal denominación, aunque existen crónicas
que recuerdan la fama de que gozaron una masitas llamadas "de las
beatitas", que se vendían en una casa vecina al puente. Es posible que las
reposteras fueran religiosas que con su presencia y arte dieron nombre a la
construcción. Hasta es posible que éstas fueran monjas de la Orden
Dominica, ya que en Defensa y Méjico estuvo, alrededor de 1730 en
construcción, un convento para albergarlas si bien finalmente ocuparon otro
edificio en el barrio "Recio", después de las Catalinas.

Es posible que mantuvieran la tradición de las masitas o bien que alguien las
denominara de ese modo en una añoranza "vivificada" por el paso de los años.

El puente, éste de las beatitas, fue también testigo de cosas no tan gratas
como los dulces de las religiosas: el 14 de abril de 1842, una partida de la
temida "Mazorca" degolló a un joven de apellido Iranzuaga. Se dice que fue
asesinado frente a la casa del Cónsul de Portugal Señor Meyrelles, situada
junto al "Puente de las Beatitas". Se dijo también, que había sido muerto
por una equivocación, pero lo cierto es que el cadáver fue depositado en el
umbral de la casa del diplomático, en donde se estaba efectuando una
recepción a los marinos de Francia e Inglaterra. La tradición recoge la
noticia de que a dicha fiesta concurria la novia del muerto, Isabel Ortiz,
quien infructuosamente había esperado a su prometido, el que esa noche
tenía pensado anunciar públicamente la boda. Al salir la novia, tras una
inútil espera, acompañada por oficiales extranjeros, casi tropezó con el
cuerpo de su infortunado prometido.
IV

El "Segundo" de los cursos acuáticos, llamado Tercero del Medio o del


Centro, nacía en los alrededores de la actual Plaza de los Dos Congresos.

Su curso, al que trataremos de seguir, era sumamente sinuoso. Originado en


una laguna, corría hacia el norte hasta alcanzar la calle San Nicolás,
Inchaurregui a partir de 1808 y hoy Corrientes. Por ésta, cambiaba de
dirección hacia el este hasta la altura de la calle San Pablo, hoy Libertad,
desde donde viraba nuevamenta hacia el norte hasta alcanzar la actual
calle Tucumán, Santiago hasta 1808 y luego Herrero.

Luego pasaba frente a un espacio abierto utilizado, cuando no, como


basurero y lugar en que se levantara en 1857 la Estación del Ferrocarril del
Oeste y en 1908 el nuevo Teatro Colón. Es interesante detenernos en éste
"hueco", llamado de Zamudio, por unos instantes.

Según recuerdos de Pastor S. Obligado en su obra "Tradiciones


Argentinas", en el centro de este baldío existió una nada pequeña laguna,
la que como la mayoría de las que vimos, aumentaba notoriamente su nivel.
Sucedía entonces lo inevitable el desborde de su caudal y la consecuencia, el
estanque se servía del tercero del Medio como emisario. Cruzar entonces la
zanja era peligroso y nada fácil, situación que obligó la construcción de un
puente de ladrillos. Algunos historiadores, entre ellos Enrique Germán
Herz, ubican el lugar que tuvo la precaria construcción, el cruce de las
actuales calles Libertad y Lavalle, entonces llamada del Parque. De acuerdo
a la trayectoria del tercero ésta sería la ubicación correcta, pero, siempre hay un
pero en temas no muy bien documentados, Víctor Gálvez en "Memorias de
un Viejo", lo traslada una cuadra más al oeste, es decir, a Lavalle y
Talcahuano. Es verdad que muchos de los recuerdos de Gálvez son memorias de
terceros y no hablamos en este caso de cursos de agua, pero no es imposible que
esa aseveración sea al fin de cuentas la correcta. Adelantados ya en este
trabajo, no debe sorprendernos que el Tercero del Medio tuviera por "afluente"
a otro zanjón que corriera por Talcahuano. Demás está decir que este punto
no tiene una importancia vital. Lo cierto es que el trayecto del tercero se
volvía en ausencia de lluvias, un lecho verdoso y putrefacto de aguas
estancadas.

Dejando a un lado el "basurero" frente al hueco de Zamudio, al tercero


continuaba inclinándose algo hacia el noreste hasta alcanzar la calle del
Temple, hoy Viamonte. Desde allí y en sentido este, llegaba a una laguna
que se encontraba en la actual Plazoleta de Viamonte y Suipacha. En el
mismo lugar en donde actualmente se alza el monumento a Dorrego, obra,
dicho sea de paso, del escultor argentino Rogelio Yrurtia.

A mediados del Siglo XIX, por iniciativa de Mariano Billinghurst se construyó


un puente en ese lugar para salvar el Tercero. Por inspiración veneciana se lo
llamó "El Puente de los Suspiros", logrando por sus servicios y su nombre
pasar a sar famoso. Muchos años más tarde fue trasladado a San Isidro en
donde continuó siendo de utilidad.

Desde la Plaza Suipacha, que supo ser Del Temple, el tercero corría en
busca de la zanja abierta en la calle Paraguay, hasta 1808 Santo Tomé. A
partir de ese lugar la corriente tomaba el nombre de "Zanjón de Matorras".
El motivo de ésto era bien simple e idéntico al caso del "Granados": cruzaba las
tierras de Jerónimo Matorras. Posiblemente este trayecto fue el mas histórico y
famoso.

En la inolvidable jornada del 5 de julio de 1807, en ocasión de la Segunda


Invasión Inglesa, parte del Regimiento 87 al mando del General Samuel
Auchmuty se parapetó en el terraplén que formaba el zanjón, antes de
lanzarse a la conquista de la Plaza de Toros.

El Matorras también tuvo sus puentes, uno, el más famoso quizás por ser el
único realmente recordado, estaba en la esquina de Paraguay y Florida,
antes San José. Algunos autores suponen que era portátil siendo utilizado
sólo en días de lluvía. Sin embargo, la importancia que llegó a tener y la
popularidad que lo rodeaba, hacen pensar que no era tan así.

Su construcción tuvo sin duda, y entre otros valederos motivos de comunicación,


la misión de facilitar la concurrencia a las "Fiestas de la Recoleta". Estas
celebraciones se efectuaban en el espacio de la actual plaza, frente al
cementerio y a la Iglesia del Pilar y solían durar una semana.

El historiador Ricardo M. Llanes recuerda en su nota "La Anécdota en la


Calle Florida", aparecida en "La Prensa" en 1965, que el poeta Estanislao del
Campo y su amigo Hilarión Medrano, cayeron una noche al zanjón al querer
trasponer el puente para concurrir a una reunión bailable. Terminaron
embarrados y sin muchos deseos de ir a ninguna otra parte que no fuera una
bañera.

En 1869, un Periódico de Buenos Aires suministraba una curiosa


información: "Es tan malo el estado de los puentes por donde pasa (se
refiere al Zanjón de Matorras) que anoche, al travesar el que se encuentra
en Paraguay y Florida, un Diputado Nacional se cayó enlodándose
horriblemente en el depósito de barro que se halla allí".

Con esto queda probado el estado crítico de los puentes y establecida la


certeza de que había más de una de aquellas precarias construcciones.
Pero éste no fue el últímo accidente sucedido particularmente en este
puente. Ese mismo año de 1869, según relata Ricardo Hogg en su artículo
"Buenos Aires alrededor de 1870", aparecido en el diario "La Prensa" en
1943, se ahogaron dos lecheros al intentar el cruce del terrible zanjón.

El Matorras se desviaba finalmente unos metros hacia el Sudeste y por la actual


cortada Tres Sargentos, desembocaba en el estuario.

Cuentan los habitantes del pasaje que en horas del día, cuando el trajín de
la ciudad acalla su casi permanente cuchicheo, se puede escuchar el
murmullo, quizás dolorido, del "Tercero del Medio" al transitar entubado
por el subsuelo porteño.
V

El llamado "Manso" era el más importante de los terceros, tanto por extensión
como por el caudal casi permanente que poseía. Tenía su origen en tres lagunas
formadas en lo que hoy es la esquina Saavedra y Belgrano y sus
alrededores. Luego de una serie de zigzags el curso del tercero se encaminaba por
la calle Saavedra y su continuación, Paso. En este lugar, veía aumentada su
corriente gracias al aporte de un extenso bañado que había dentro del perímetro
formado por las actuales calles Corrientes, Anchorena, Córdoba y Pasteur.
Continuando Paso, cruzaba por detrás de La Recoleta desviándose levemente
hacia el Norte en busca de la calle Austria.

Esta zona era otro inmenso bañado cubierto de sauces, juncos y pajones
infestado de mosquitos, moscas y de cuanta sabandija estuviera suelta y,
por ser un paraje bajo, estaba expuesto permanentemente a las crecidas
del Río de la Plata. Ése fue el lugar en el que Rosas hizo construir, rellenados
los terrenos, su residencia entre 1836 y 1638, por el ingeniero José Santos
Sartorio y conocida como "Palermo de San Benito".

El vasto predio estaba limitado al Norte, por el arroyo Maldonado, al Este por
el Camino del Bajo, hoy avenida del Libertador y al Sur, por el Tercero
Manso en su cauce de la calle Austria. Recordamos, antes de continuar, que la
casona de Palermo fue dinamitada el 3 de febrero de 1899.

Volviendo al Manso, diremos que éste no contó en su nombre con ningún


aditamento de zanjón ni con otra denominación que no fuera Manso. A
causa de correr algo alejado de la ciudad, no tuvo la fama de sus colegas siendo su
mayor lustre, como ya vimos, el hecho de haber servido de límite a la propiedad
del General Rosas.

Seguramente, el Manso confundía originariamente sus aguas con el bañado del


mismo modo que, ya rellenado el lugar, debió alcanzar el estuario entre algunos de
aquellos 100.000 sauces que don Juan Manuel mandara a traer de las Islas
del Delta.

Hasta aquí hemos presentado a los más importantes "terceros" pero no se


agota el tema, ya que también existían otros zanjones más cortos, situados en
los arrabales de la población y, por tales razones, menos conocidos. Así, por
ejemplo, en inmediaciones de la actual calle Río de Janeiro un tanto alejado del
casco urbano de principios del Siglo XIX, se halla uno de estos anónimos
zanjones.

Otro corría por la Avenida Centenera desembocando en el Riachuelo. Como para


ejemplarizar sobre la existencia de múltiples cañadas recordemos que en la actual
calle Benjamin Victorica, en el barrio de Villa Urquiza, había aún por 1945,
dos hondas zanjas que abrazaban la arteria aún de tierra en una extensión de
varias cuadras. Era costumbre que los vecinos colocaran, como en el viejo
"Matorras", puentes portátiles de madera para facilitar el paso en los días de
lluvía.

La corriente que se formaba entonces no era nada inocente y desbordaba


por sobre la actual Avenida Triunvirato. En ese lugar exacto, Triunvirato y La
Pampa, se formaba una gran laguna que impedía por días el tránsito.
Muchas veces los vecinos solicitaron a través de los diarios y por otros medios, que
la Municipalidad la segara para permitir, por ejemplo, que los escolares pudieran
concurrir a los establecimientos de educación de la zona.
Otro de los arroyos barriales, era el "Vera", el que aún hoy hace de las suyas
en días de tormentas por el Barrio de Belgrano. Corre debajo de la calle
Blanco Encalada, cruza Cramer, esquina a la que se conocía como "El Pozo" y
desemboca detrás de la Ciudad Universitaria, luego de atravesar las vías del
Ferrocarril Bartolomé Mitre.

En el mismo Barrio de Urquiza, sobresalían otros tres zanjones, uno el de la


calle Olazábal desde la actual Burela y hasta Álvarez Thomas, que se convertía
en un rico criadero de ranas y, el tercero, y no justamente llamado
"Tercero", el titulado Arroyo Blanco Encalada; un curso semiseco que en las
épocas de lluvia desbordaba formando un enorme lago con la ayuda del "Zanjón
Olazábal".

A todos estos zanjones, verdaderas bocas de tormenta de la ciudad, habría que


sumarles los bañados o lagunas, algunas de las cuales ya citamos. Así, en el
llamado Barrio de San Juan, al Este de la población y en los alrededores de las
calles Alsina y Piedras se formaban varios bañados a los cuales se los conocía
como "Las Lagunillas".

Más al Noroeste, en el sitio en que a fines del Siglo XVIII se construyó la


histórica Iglesia de San Nicolás, actual Plaza de la República, donde se alza el
sello distintivo de Buenos Aires, el Obelisco, se extendía una vasta laguna o
pantano en donde al decir de los cabildantes "sin exageración puede navegar
en tiempos de lluvia cualquier menor embarcación".

Si bien este trabajo trata de describir y recordar terceros y huecos, pensamos


que no es inoportuno señalar por lo menos la presencia en Buenos Aires, de
un río y dos arroyos que desde siempre están integrados a su historia.

El río, dejando de lado el nombre "Solís" y hoy Río de la Plata, no es otro que
el Riachuelo, llamado inicialmente Río Pequeño, Río de los Querandíes,
luego Riachuelo de las Canoas o de los Navíos, Río de Buenos Aires,
Riachuelo del Puerto, Chuelo, Río de Barracas y Riachuelo de la Boca. El
que, por si fuera poco, tal chorrera de nombres, desde su nacimiento, más
precisamente desde el Paso de la Horqueta, recibe el título de Río Matanzas.

Los indios lo ignoraron a tal extremo que no le dieron nombre, lo que de por sí,
es una curiosidad de peso.

Manso, lento, esmirriado, sistemáticamente castigado por los pobladores


de sus riberas, olvidado y querido, desbordante y oloroso, es posiblemente
uno de los ríos menos considerado y humilde del mundo.

Su extensión no supera los 80 kilómetros en un país en donde sus similares se


miden en centenares. Nace en el Partido de Las Heras en la Provincia de
Buenos Aires.

Castigado también por la naturaleza, con estoicismo soporta las sudestadas


que otrora tornaron pantanosas e intransitables sus costas; recordamos
nomás lo que escribía el Teniente Coronel Lancelot Holland.

Desde siempre hizo de límite Sur de la ciudad y cobijó su primer puerto, sus
iniciales astilleros, sus recordadas barracas y saladeros.
Es bueno tener presente que el mal trato humano al Riachuelo viene de lejos,
ya en febrero de 1860, se prohibía arrojar a sus aguas la salmuera y la
sangre de los animales sacrificados en estos últimos establecimientos.

Rectificado, nauseabundc, escenario de hechos históricos, en el Río de la Plata


frente al actual Canal Sur.

Eduardo Pinasco, seguramente el historiador que más se ha dedicado a


memorarlo, dice de él en su "Biografia del Riachuelo": "Río bohemio,
desaliñado, desprolijo siempre, a veces impetuoso, pero manso, lento,
seguro. Hermano espiritual del Sena, en sus muelles se canta al amor y a la
esperanza y se hacen realidades sueños de pintores y poetas".

Quedan dos arroyos. El más famoso de ellos es otro vilipendiado y nada


estimado accidente geográfico: el "Maldonado". Menos considerado aún que el
Riachuelo y más vergonzante al extremo de haber sido ocultado. Nace en la
Provincia apenas en el hoy Gran Buenos Aires. Cruza los barrios de Liniers,
Villa Luro, Vélez Sársfield, Santa Rita, Villa General Mitre, Villa Crespo, Villa
Malcolm y Palermo.

Se trata de un curso de más de 70 cuadras de extensión que en nada se


manifiesta de importancia. Y en verdad no la tiene. Su lecho profundo coronado
de orillas barrancosas, contenía una serpentina de agua semiestancada.
Todo el conjunto no era nada más que un sumidero de basura, siempre que
no lloviera. Si lo hacía, el arroyo se convertía no ya en un riacho, sino en
un impetuoso y caudaloso río el que salía entonces de madre como un
monstruo malhumorado al ser despertado de improviso. Aún hoy, en tales
ocasiones, se agita en su prisión de cemento y repite la añosa y terca
aventura.

Porque el tema de los desbordes complicó siempre a la ciudad y a la


actividad de sus pobladores. Así lo atestigua Diego A. del Pino citando a la
"Gazeta Ministerial" del miércoles 19 de enero de 1614:

"Buenos Aires, 5 de enero. A las 6 de la tarde de este día salió el General


Alvear con parte de las tropas a su mando a ejercitarlas en el Campo de los
Olivos distante 4 leguas de la Ciudad. La crecida del Río Maldonado retardó
el paso del Ejército y se vieron obligados los soldados a practicarlo en
desfilada de uno a uno".

El motivo de su nombre se pierde en el tiempo y en la leyenda. Tres son las


que han llegado hasta nuestros días. La primera, contada por Ruy Díaz de
Guzmán en su "La Argentina o Historia del Descubrimiento y Conquista del
Río de la Plata", habla de una mujer, "La Maldonado", quien durante los terribles
días del hambre fundacional, deseperada, abandonó el pueblo internándose en la
pampa infinita. Cuenta don Ruy que en su vagabundeo ayudó a una puma a tener
sus cachorros, desmayada al lado de la fiera y sus dos hijos, fue hallada por una
partida de indios, quienes ni lerdos ni perezosos se la llevaron a la toldería. Al paso
del tiempo fue finalmente rescatada por un grupo de soldados pero, a raíz
de su doble pecaminosa acción de abandonar el pueblo y refugiarse entre
los salvajes, es condenada a muerte.

A tal fin, fue atada a un tronco a la vera de una encajonada corriente de agua.
Rodeada por las noches de alimañas, fue defendida por la leona a la que ella había
ayudado. Tres días más tarde volvieron los soldados que contemplaron asombrados
que "La Maldonado" vivía y era custodiada por la fiera y sus dos cachorros.
"Desatada la mujer por los soldados, la llevaron consigo, quedando la leona
dando muy fieros bramidos, mostrando sentimientos y soledad de su
bienechora y haciendo ver, por otra parte, su real ánimo y gratitud y la
humanidad que no tuvieron los hombres", al decir de Ruy Díaz de Guzmán.

La segunda y no tan leyenda, es citada por Ricardo Luis Molinari: "La


acequia recibió más tarde la denominación tradicional de Arroyo
Maldonado por referencia al nombrado y prestigioso vecino Hernán Suárez
Maldonado, dueño del molino y tierras colindantes".

La última, tan leyenda como la primera, es anotada por el escritor Roberto


Boracchia: "En verdad no hay documentos positivos que atestiguen tal
origen del nombre Maldonado, y otro sería el de la otra Maldonado(se
refiere al mito narrado por Diaz de Guzmán), la hermosa nativa, incitante y
cuartelera, que pierde la vida en un tormentoso drama pasional. Su madre,
enloquecida, recorre por las noches las cercanías del apeadero estación
Palermo, llamándola por su nombre de batalla: Maldonado".

Aín queda una última especulación, la que hace Diego A. del Pino en su obra
"Historia y Leyenda del Arroyo Maldonado":

"Maldonado, que tiene mal don... Acaso el destino lo haya asociado al


significado duro y seco del nombre: con un mal don.. Pero, fue así?"

Un arroyo de condiciones tan especiales como era éste, hizo necesaria la


construcción de por lo menos un puente. Felizmente su existencia quedó
registrada en el acta de la sesión del Cabildo del 30 de junio de 1614. Y
decimos felizmente porque atestigua por un lado, que este puente fue el primero
de que tenga memoria Buenos Aires y por el otro, proque en cierta forma
certifica lo expresado por Ricardo Luis Molinari:

"la puente que estaba hecha sobre la acequia del molino de Hernán Suárez
Maldonado que es una legua desta ciudad por haberla desbaratado y
robado las aguas y ser el dicho camino mui pasagero por haber muchas
chacras por aquella parte".

Y dónde estaba?. Es posible que estuviera emplazado en el Camino del


Bajo, dejando atrás el Barrio "Recio", la futura Recoleta, sobre la actual
avenida del Libertador.

Posteriormente se construyó otro más hacia el oeste. De él tenemos noticia


gracias al diario "El Nacional" del viernes 4 de enero de 1896:

"La Comisión encargada de la traza del nuevo pueblo de Belgrano ha


solicitado al Gobierno la construcción de un nuevo puente en el arroyo de
Maldonado frente a Palermo, el cual conduciría directamente al nuevo
pueblo, ahorrando así la vuelta que hay que dar por el puente viejo". El
proyectado se ubicaba sobre el camino a Belgrano, seguramente en el mismo
lugar en el que el hoy famoso "Puente Pacífico" cruza la avenida Santa Fé
sobre nivel, en el cruce con Juan B. Justo. Hasta 1870 fue de madera como
el puente Gálvez situado sobre el Riachuelo. Posteriormente se lo suplantó
por otro de material y por cuyo tránsito se cobraba peaje.

Manuel Bilbao nos dejó un colorido relato en su obra "Buenos Aires", de los
tiempos en que el Maldonado hacía las veces de límite entre la ciudad y el
Partido de Belgrano. El puente se convertía en el único "vínculo seco" "(...) al
cruzarlo el viajero nocturno se encontraba con el rondín de policía de la
provincia, compuesto de un cabo y dos soldados armados de sus sables al cinto, la
carabina cruzada a la espalda, el quepis colorado con la "P" de la policía en su
frontera, el poncho oscuro por fuera y de colorado forro, montados en sus caballos
respectivos, los que ejercían la vigilancia de la zona(...). El rondín prestaba
auxilio a los que se empantanaban".

Otro de los puentes iniciales estaba en el cruce del Maldonado con la


Avenida Corrientes, para facilitar la comunicación con la Chacarita y el
famoso "Camino del Fondo de la Legua", hacia el Norte.

A medida que los asentamientos se fueron propagando en ambas riberas,


se multiplicaron los puentes. Precarios la mayoría, tuvieron múltiples
arquitecturas. Se conserva una vieja fotografía de 1909 que muestra el sólido
y a la vez simple armazón situado sobre el arroyo a la altura de la calle Loyola,
soportando el peso de 18 personas que posan muy serias para el fotógrafo.

El Maldonado no se limitó por otra parte, a ser estorbo y referencia. Así, por
ejemplo, se cuenta que Liniers se refugió luego de sus derrotas durante la
defensa de Buenos Aires en 1807 contra los ingleses, en un ranchito
llamado De Castro, situado a la vera del arroyo en la zona de la actual
Ciudadela.

El 28 de octubre de 1833 y en el marco de la llamada "Revolución de los


Restauradores", se enfrentaron en sus márgenes el Coronel Manuel de
Olazábal y el Jefe Revolucionario, el también Coronel Martín Hidalgo.
La refriega, en la que triunfó el primero, se conoció como "Combate del
Maldonado".

En el Archivo General de la Nación se encuentra un testimonio de compra venta


de un campo por parte de Don Pedro Fernández de Castro quien poseía una
extensión de "1350 varas de tierra de cabezadas para chacra de frente y
media legua de longitud, que corren al frente desde la Cañada (Arroyo
Maldonado) que ha de desembocar al Río de la Plata en el pago de La
Matanza".

El comprador pagó el 14 de mayo de 1703, 506 pesos con 2 reales de plata


por las tierras, pero este documento nos da también el hilo histórico que acabaré
justificando el nombre del actual Barrio de Monte Castro. El campo,
originariamente cubierto de un tupido bosque natural fue conocido como "Chacra
de Castro" o bien "Monte Castro" en alusión a su riqueza arbórea. El último
toponimio acabó incorporándose a la Ciudad definitivamente.
El panorama fue transformándose al ritmo del tiempo.

Veamos así lo que informaba la "Revista de Impuestos Internos" en octubre de


1906: "Se hallan muy adelantadas las obras del viaducto que está
construyendo la Empresa del Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico en la
margen derecha del arroyo Maldonado. Actualmente, se están ajustando
las piezas del puente metálico que permitirá el paso de los trenes por alto
nivel en el cruce de la avenida Santa Fe, y revocándose el edificio de
mampostería en uno de cuyos extremos se apoya una de las cabeceras del
puente".

Por supuesto que todo esto no impidió que el arroyo continuara haciendo de
las suyas en cada tormenta.
Para trasponerlo había que seguir lidiando con los barriales, "(...)
arremangándose al llegar al Puente del Maldonado,para ir a la Capilla de
Regina Coeli", según dice el Padre José Brunet recordando las jornadas de
principio de siglo.

Fue por esto que el 23 de junio de 1911 se aprueba la Ley Nº 8.128 a fin de
efectuar las obras "de defensa de inundaciones y auxilio pecuniarios a los
inundados del Riachuelo y Maldonado". Por esta ley se autorizaba al "Poder
Ejecutivo a invertir hasta la cantidad de cien mil pesos Moneda Nacional
para prevenir en lo posible las inundaciones próximas, realizando las obras
prescriptas en el artículo 4 de esta ley a la mayor brevedad posible". El
citado artículo ordenaba la limpieza de los cauces y, de quedar algún remanente del
aporte de los 100.000 pesos, destinarlos a "dar principio a las obras definitivas
que resulte necesario hacer de los estudios que actualmente se practican".

No se logró nada, si es que algo se intentó hacer.

La solución pareció llegar con el entubamiento que se proyectó en 1936. La


obra consistia en hacer desaparecer al Maldonado construyendo sobre él
una Avenida. El 5 de abril de 1937 se iniciaron los trabajos con un
presupuesto de 4.735.000 pesos y el aporte de mil obreros. Rápidamente
quedó oculto el arroyo bajo una galería de cemento. Se habrá quedado
sorprendido y desorientado el Maldonado. Fue tal la celeridad que el 9 de
julio de 1937 se inauguraban 50 cuadras, las que iban de Santa Fe a Nazca.
El sector que restaba de allí hasta la ya presente Avenida General Paz,
debió esperar hasta e1 9 de mayo de 1950 para ver abrir la
correspondiente licitación.

El objetivo de ocultar el Maldonado se logró con creces; sin embargo, no se


pudo silenciar al viejo arroyo y éste, de tanto en tanto, deja oir aún sus
rugidos, rugidos que se nos ocurre, son un eco de los lejanos reclamos de
la también vieja leona de la leyenda de "La Maldonado"... Basta, ahora,
mencionar al Arroyo Medrano, otra curiosidad en la topografía y la historia
de la Ciudad.

Estaba situado bien al Norte de la Ciudad original en medio de la pampa. Muy al


Norte, corriendo por los actuales barrios de Saavedra, Urquiza, Belgrano y
Núñez. Desembocaba en el Río de la Plata a la altura de la hoy Estación
Rivadavia del Ferrocarril Bartolomé Mitre.

Sabemos de su lejana presencia apenas al sur de la Estación Coghlan. Sin


duda que el hecho de estar tan alejado de la ciudad por muchos años, impidió
contar con cronistas.

Nos lo imaginamos sujeto a los caprichos, cuándo no, de las lluvias,


convirtiéndose así alternativamente en cauce manso y pobre y río desbordado.

Lo que lo trajo a la consideración de la historia fue una ley, la 2.676


dictada el 6 de noviembre de 1889. Tal norma encomendaba a la firma
"Wenceslao Villafañe y Cía." la construcción de un "Puerto de abrigo en el
arroyo Medrano y construcción de dos canales de circunvalación". En el
Puerto se construirían talleres a la vera de los dos canales que unirían el
Medrano con el Riachuelo, de 20 a 30 metros de ancho y de 2 a 5 metros
de profundidad. Se tenderían avenidas empedradas y macadanizadas con
tres hileras de árboles y trazado para tranvías, Puertos de Embarque y
terraplenes de un ancho de 136,80 metros en toda su longitud, la
gigantesca obra qus se daba en concesión por 99 años, jamás se llegó a
iniciar y todo caducó el 6 de abril de 1894. Fue una lástima porque sin duda
que el Medrano perdía la oportunidad que jamás ya se le presentaría de ser
famoso para siempre...

Y llegamos así a 1886 cuando el Intendente Torcuato de Alvear decide en el


Consejo Municipal:

"La supresión de los antiguos terceros ha sido una de las obras que con
mayor interés ha emprendido el infrascripto en el año anterior. Veinticinco
cuadras de las ocupadas por ellos, que antes imposibilitaban el tráfico y el
tránsito, han sido rellenadas y adoquinadas en el nivel correlativo que les
corresponde (...) Con la terminación de estas obras, habrán desparecido
por completo los inconvenientes de la vialidad ocasionados por el
deplorable estado de esas calles, dejando en perfecto estado las
propiedades en ellas existentes".

Sí, la ciudad lo merecía. La "Gran Aldea" iba quedando inexorablemente en


el pasado. Pero, en el pasado también, con su carga de vaporoso
romanticismo, se perdieron ya sin posibilidad de retornos las leyendas, las
anécdotas y hasta el encantador aroma de los dulces del "puente de las
beatitas".
VI

Otra curiosidad de Buenos Aires son los llamados "huecos", nombre que
como en el caso de los "terceros", agrega a la curiosidad, la incógnita.

¿Qué era eso de "hueco"?

Así se denominaban a los espacios baldíos que, sin tener dueño particular en la
mayoría de los casos, se desperdigaban dentro y hasta los límites de la
Ciudad.

¿Por qué no baldío a secas, que significa terreno inculto y, por su raíz
etimológica, cosa sin valor?

Si en verdad también se los llamó así "baldíos",la voz popular con toda su fuerza
creativa se impuso y lo de "hueco", como el pueblo los bautizó, quedó
incorporado al habla cotidiana.

A partir de allí los estudiosos se dividen en dos corrientes de criterios. Están los que
no opinan sobre el tema quizás por hallarlo sin importancia y los que suponen que
tal denominación viene del propio significado de la palabra: vacío, cavidad. Algo
que no contiene abolutamente nada, por más que en nuestro caso podían encerrar
pajonales, zanjones, lagunas, árboles, animales y alguno que otro desamparado.

Y nada más. A nosotros no nos conforma esto de vacío y tenemos nuestra teoría.

En Argentina y en nuestros días, cuanto más en el pasado, llamamos hueco a


un lugar de refugio, de escondite. Una cueva al fin que puede llegar a
cobijarnos como por ejemplo, el "materno hueco".

Aquellos baldíos eran al fin de cuentas cuevas para animales, carretas,


menesterosos y bandidos. Hay algo más, si consideramos la palabra cueva,
advertimos que esta deriva del latín "cava", que significa nada más ni nada
menos que hueco. Es decir, que la acepción hueco se convierte en una palabra
mucho más precisa.

Comenzamos a transitar los huecos de aquel lejano Buenos Aires y como


parecería que toda la historia argentina obligadamente pasa por la Plaza
de Mayo, empezaremos por allí.

En la llamada Plaza Mayor que en 1803 fue dividida, como sabemos, por la
Recova y convertida en dos, exístían tres "huecos". Estos baldíos tuvieron larga
vida ya que, pese a encontrarse en el corazón de la Ciudad, permanecieron
hasta iniciado el Siglo XIX.

El primero y, sin duda, el más famoso, fue conocido como "De las Ánimas". Al
fundar Buenos Aires, Juan de Garay reservó para sí un lote de terreno
limitado por las actuales calles Reconquista, Rivadavia y la ochava formada
por la 25 de Mayo.

Tenía como vecinos a su hijo (natural)"Juan El Mozo" al noroeste y a Don


Gonzalo Martel de Guzmán, el único poblador que ostentaba por entonces el
título de "Don", al Noroeste.
Garay nunca ocupó el solar siendo éste utilizado para construir, allá por
1585, la Primera Capilla de adobe y madera con que contó la Ciudad. Junto
a la Iglesia como era de rigor, se ubicó el Camposanto. Poco duró la situación ya
que en 1593, el Templo fue trasladado al que luego sería su definitivo
emplazamiento: Rivadavia y San Martín.

Si bien tampoco en este tema, como parece que debe ser, los cronistas se
ponen de acuerdo en cuanto al origen del nombre dado al "hueco".
Debemos convenir que lo más acertado sería atribuir tal denominación al recuerdo
del Cementerio que supo estar, como vimos, en el lugar. La fórmula baldío,
Camposanto y Leyenda, conviertieron al lugar en salamanca. De allí a
transformarse en el "Hueco de las Ánimas", el camino a seguir fue por
demás breve.

La denominación popular del predio se mantuvo largamente y así lo comprobamos


recurriendo a viejos documentos que atesora el Archivo General de la Nación.
Citábamos en páginas anteriores a Don Pedro Fernández de Castro dueño de
"Monte Castro", pues bien, de él fue también la propiedad ubicada en la
esquina Noroeste formada por las actuales calles Rivadavia y Reconquista.
En la escritura de fines del Siglo XVII y a efectos de ubicarlo, se lee, "(...) por el
Este donde hace esquina con la casa y sitio que llaman de las ánimas",

Dicen que en el lugar un bromista de aquel entonces, colocó un cartel que


rezaba: "No pasen por esta calle que andan las ánimas".

No nos parece que sea la verdad histórica. Si se nos hace difícil imaginarnos a
alguien trazando en una madera las letras,utilizando quizás brea, más arduo nos
parece el aceptar que nadie transitara por aquella esquina tan céntrica a causa de
un letrero amenazante.

En 1603 pasó a ocupar el terreno la Aduana y esto muy fugazmente, ya que


un año más tarde el Gobernador Hernando Arias de Saavedra la traslada al
Fuerte en donde había estado por 1595.

Para 1607 la casa fue ocupada por el sin duda primer personaje de Buenos
Aires: "El Hermano Pecador" o "El Gran Pecador". El tal personaje se llamaba
en realidad Bernardo Sánchez, vestía de ermitaño y recorría los villorrios
ayudando a los necesitados y purgando así como un pecador arrepentido,
su penitencia. Se dijo que el sujeto no era otro que el Infante Don Carlos de
Austria, vástago de Felipe II y heredero del Trono Español.

Lo único establecido es que "El Hermano Pecador" saldó sus deudas con este
mundo y partió de él en 1645...

Luego la casa se convirtió en seminario y más tarde fue vendida al Consulado


que, a su vez, la enajenó al Cabildo interesado en construir en el lote el Teatro
Coliseo. Los trabajos se iniciaron en 1804 pero, primero las Invasiones
Inglesas y luego la muerte de Tomás Toribio en 1810, el Arquitecto que
estaba dirigiendo la obra, interrumpieron la edificación. En 1832, lo poco
que estaba en pie fue devorado por un incendio. En 1835 fue sacado a remate
y en 1851 se logró que lo reconstruido tuviera techo. Sin ser jamás teatro,
pasó a ser cuartel de los "Candileros" de Buenos Aires.

Así, medio hueco, medio barracón, permaneció la construcción afeando el frente


norte de la Plaza 25 de Mayo hasta 1855, en que se inician los trabajos para
edificar el Teatro Colón. Éste sí, fue finalmente inaugurado el 25 de abril de
1857 con "La Traviata". Desde entonces desapareció formalmente el "Hueco
de las Ánimas" de la historia viva de la ciudad.

Avancemos imaginariamente hacia el río hasta la calle Balcarce y doblemos


por ella hasta el presente Ministerio de Economía. En este sitio encontramos
el segundo hueco de la Plaza de Mayo. A principios del Siglo XIX existía en el
lugar un edificio, construido en la pendiente y rodeado de una tapia de adobe,
conocido como "Barraca de Campana". Le venía el nombre de su propietario,
Don Francisco Álvarez de Campana, comerciante en géneros, filántropo y
español. Había sido el fundador de la Casa de Huérfanas.

No sabemos el momento preciso pero lo cierto es que la barraca fue deshabitada


y ya derruida, pasó el lugar a ser conocido como "Hueco de Campana",
manteniéndose así el recuerdo de su último propietario.

No llegaron hasta nosotros otras crónicas que las comentadas, pero de todos
modos, debió reunir muchas de las características que lucieron los demás huecos.
En 1855 el baldío desapareció para siempre al comenzarse en el terreno la
construcción de lo que sería el anexo de la célebre "Aduana de Taylor".

Pasemos pues a conocer el último hueco de la Plaza.

En este caso el terreno no fue conocido realmente como hueco, por más que
reuniera las condiciones para serlo: baldío, cueva de animales, de desperdicios y de
pordioseros. Estaba ubicado en lo que luego fue el Congreso Nacional y hoy el
Banco Hipotecario y Sede Central de la Dirección General Impositiva, en la
ochava de Hipólito Yirgoyen y Balcarce.

En este hueco, llamémosle así, existió en los alrededores de 1810 un


rancho de adobe al que el Cabildo había reservado para carnicería y un
descampado que algunos sostienen fue también matadero.

La duda en llamarlo hueco o simplemente baldío, surge del reconocimiento


de que para ser hueco le faltó el bautismo: no tuvo nombre, por más que
no faltan historiadores que lo confunden con el de enfrente y le den una
denominación ambigua: "Hueco de la campana".

Cuenta José Antonio Wilde que frente a este lugar muchos años más tarde
se vendía carne. Para 1882 ocupó el lugar un batallón de caballería.
Seguía a la "carnicería" otro largo baldío conocido como de "Aspillaga", aunque
sin la particularidad del hueco, entre ellas, la de no ser de acceso público. Este
terreno, y corriendo el riesgo de alejarnos algo del tema, había sido anteriormente
propiedad de Fernán o Hernán Suárez Maldonado, de acuerdo a Molinari según
vimos, se debe al nombre del Arroyo Maldonado.

El baldío fue finalmente adquirido por don Antonio José de Escalada, padre de
Remedios la después esposa del General San Martín, pero ya eso es otra
historia.

El más céntrico de los huecos, fuera de los ya mencionados, fue el de "La basura".
Wilde lo menciona ubicándolo a sólo tres cuadras del Mercado del Centro. Es
ésta la única referencïa que hallamos, ya que en los antiguos planos consultados no
figura. El Mercado del Centro estuvo situado en el perímetro formado por las
calles Alsina, Moreno, Perú y Chacabuco.
Partiendo de ese punto y utilizando un imaginario radio podemos rastrear el
contorno buscando, posible basural que fuera el misterioso hueco. Surge de
inmediato a tres cuadras, la presencia del "Tercero del Sud" nuestro conocido
"Zanjón de Granados". Es posible entonces, visto la nada honorable costumbre
de los habitantes de Buenos Aires de liberarse de desperdicios en zanjas y
baldíos, que el hueco estuviera codeándose con el "Granados", es decir, en los
alrededores de las actuales calles Méjico, Chacabuco y Perú.

Retomando nuestro camino hacia el norte, tomamos por Cangallo o Sarmiento y


lleguemos hasta Carlos Pellegrini. Allí, en donde actualmente se levanta el
Mercado del Plata, estaba otro antiguo hueco ocupando media manzana.

Se lo conoció como el "Hueco de Curro", El motivo de ese nombre permanece en


la más completa oscuridad aunque no puede estar muy alejado de presencia de
algún caballero pordiosero habitante del lugar, al que por su modo de vestir ,
irónicamente se le diera el nombre sinónimo de desenfado, guapeza y hermosura;
aunque quién sabe si no lo era realmente...

Este sitio no era propiedad de la Ciudad, pertenecía allá por 1770 a Don
Pedro de Ochoa y Amarita. Algunos años más tarde al donar Don Pedro el
terreno pare la construcción de una plaza, desaparece el "Hueco de Curro".
Digamos que de paso que en aquel tiempo se denominaba plaza a todo lugar
destinado a la concentración de carretas para el abasto de la Ciudad. Plaza y
mercado eran entonces simples sinónimos.

El "Hueco del Curro" comenzó a llamarse entonces "Plaza Nueva o de


Amarita".

La media manzana que la conformaba dio origen, con el paso del tiempo, a la
actual Cortada de Carabelas. Allí también tuvo su asiento el Mercado Nuevo o
del Plata.

Este, construído por una sociedad integrada por Esteban Adrogué, Jorge Iraola,
Mariano Saavedra y Jorge Atucha, fue inaugurado el 3 de marzo de 1856. A la
Plaza Nueva llegaban las carretas de la zona de San Isidro, San Fernando y
del hoy Tigre. Cuando la ciudad se extendió, las pesadas carretas fueron
desplazadas hacia los "Huecos de las Cabecitas y el de "Doña Engracia".

Volcándonos apenas hacia el sur, hasta alcanzar la vieja Calle de las Torres, hoy
Rivadavia, avanzaremos hacia el oeste hasta arribar a la contemporánea Plaza
Lorea.

Esto establece otra curiosidad a raíz del poco apego que tiene el porteño a la
nomenclatura tradicional de la geografía de su ciudad. La rareza estriba en que el
lugar ha mantenido su denominación durante dos siglos, aunque físicamente
reducida a su mínima expresión: un cantero.

En este sitio estuvo entonces el llamado "Hueco de Lorea". El baldío ocupaba la


mitad de la manzana situada entre Paraná y Uruguay, como hoy, y hacia el
oeste, la otra mitad de la comprendida entre Paraná y Montevideo. Así figura
en un plano de 1769, en el de Manuel Ricardo Trelles de 1794 y en el de
Nicolás Grondona de 1856.

En este caso, el origen del nombre no nos trae ninguna duda. Se debe a que estos
terrenos pertenecían a don Isidro Lorea, quien fuera muerto junto a su esposa
durante las Invasiones Inglesas defendiendo la ciudad de las tropas de
Whitelocke. Ambos cayeron ultimados a bayonetazos por soldados ingleses que
luego de la hazaña saquearon la casa.

Don Isidro era tallista y dorador de brillantes condiciones; aél se debe la obra
maestra que es el altar Mayor de la Catedral efectuada en 1780. Al Hueco
que llevó su nombre llagaban las carretas procedentes del norte y oeste de la
provincia y aún del país, como así también grupos de indios que se acercaban a
comerciar pacíficamente. Estaba indudablemente en extramuros de la ciudad y lo
estuvo por muchos años aún.

El 4 de enero de 1856, el diario "El Nacional" publicaba un anuncio que nos


ilustra sobre su real ubicación:

"A los amantes de los dulces, Confitería de la Amistad, calle Federación


(Rivadavia) No. 376 y medio, de la Plaza Lorea una y media cuadra para el
campo, frente al "Almacén de la Flecha".

En la ya Plaza se construyó en 1671 el depósito de distribución de agua


corriente. La torre de hierro tenía 60 metros de alto y un tanque con capacidad
para 10.000 litros cúbicos. Mucho más acá, en 1917, allí se instaló al primer
surtidor público de nafta.

Muy carca del "Hueco de Lorea" se encontraba, a una cuadra y media, el de "Los
Olivos". Estaba limitado por las actuales calles Combate de los Pozos,
Yrigoyen, Rivadavia y Sarandí, espalda de lo que es hoy el Congreso
Nacional. Situado entonces tan alejado de la Ciudad, su existencia pasó casi
desapercibida. Su nombre se debió, sin duda, a los árboles olsáceos que poblaran el
terreno.

Ricardo Llanes dice que posteriormente se convirtió en plaza. Terminó su


existencia invadida por edificios como antes lo estuvo de maleza.

Dejando atrás el "Hueco de los Olivos", continuaremos por la Calle de las


Torres siempre en dirección Oeste.

Deberemos doblar a la izquierda antes de llegar a Miserere, en la calle Pasco. Una


cuadra al sur nos encontraremos con la actual Plaza 1º de Mayo..

Esta es delimitada por la mencionada Pasco, Yrigoyen, Alsina y la angosta


edificación que le impide llegar a Pichincha,

Ahora bien, mucho más generoso en sus dimensiones en ese lugar estuvo hasta
1832 el "Hueco de Salinas".

El suelo de esa parte de la Ciudad, aún se presenta como la cima de una gran
lomada cuya falda oeste es pronunciada y extensa. El baldío, receptáculo de
las infaltables basuras, tomaba el nombre posiblemente del dueño inicial de las
tierras.

En ese año de 1832, los residentes ingleses compraron el terreno y


convirtieron el hueco en el "Cementerio Protestante o de Disidentes" es
entonces que tomamos idea real de la extensión del predio. Formaban la
Necrópolis once manzanas, teniendo como límites las calles Alberti,
Yrigoyen, Pasco y Venezuela. En el año 1890 se lo clausura al donarse a la
Colectividad una amplia fracción en el Cementerio del Oeste llamado
popularmente "Chacarita".

En el cerrado de Pasco e Yrigoyen estaba enterrada la esposa del Almirante


Guillermo Brown, Elisa Ghitti. Sus restos se perdieron en el traslado y hoy
sólo una placa colocada en el lugar por la Marina Argentina la recuerda.

Bajando la loma siempre en dirección oeste, no tardaremos en llegar a la calle


Saavedra, un ancho descampado surcado por nuestro conocido "Tercero
Manso" que nacía en el lugar como desagüe de tres lagunas, bordeándolas.
En Saavedra y Méjico, estaba el "Hueco de la Laguna", horrible cueva
repleta de matones y de montones de basura y fogatas.

Su nombre le venía justamente de las lagunas que originaban el Manso. En un


mapa de 1860, la calle Saavedra aparece amplia, pero ya rodeada de
edificación, advirtiéndose el trazado de un camino central y sin la mención
del Hueco. En la actualidad es fácil notar que esta calle es algo más ancha que
sus paralelas resabio de aquel tiempo en el que más se parecía a un potrero que
a una arteria ciudadana.

Retornando hacia la Avenida Rivadavia nos encontramos, en un regreso al


pasado, con un enorme descampado, aún para 1860.

Comenzaba en la calle Paso y finalizaba hacia el Norte un poco más allá de


la calle La Rioja, Al Sur, su límite era Rivadavia pero hacia el Norte llegaba
hasta la calle del Temple, actual Viamonte.

Dentro de ese dilatado perímetro estuvo y está la Plaza Miserere. Si en


verdad nunca fue Hueco, también es verdad que se lo llamó por un buen
tiempo, Hueco.

En 1804 se lo conocía como "Quinta de Miserere"; hacia 1814 como"Matadero


de Miserere"; en el año 1817 "Hueco o Corrales de Miserere"; en 1850
"Mercado del Oeste"; dos años más tarde pasó a ser "Plaza 11 de Septiembre"
en recordación de la revolución que separó momentáneamente al Estado de
Buenos Aires de la Confederación, en 1860 se lo llamó "Mercado 11 de
Septiembre" para, finalmente, casi un siglo después, en 1947, tomar
definitivamente el nombre de "Plaza Miserere".

Así, sin ser Hueco, se lo llamó Hueco y de allí la mención que hacemos de él en
este trabajo. Para completar el cuadro diremos que recién en 1682 el sitio
toma características de paseo público, durante la Presidencia del General
Julio Argentino Roca.

Como lugar histórico fue escenario en 1806 de la concentración de tropas criollas


para la Reconquista de Buenos Aires. Un año después, los Batallones de
Liniers sufren allí un importante derrota en manos de los invasores ingleses.
Derrotado Liniers, la entrada a Buenos Aires estaba libre para las tropas
del General Whitelocke, quien demoró del 1 al 3 de julio en avanzar sobre
la Ciudad. Esto se debió a una razón táctica equivocada del inglés y en
cierta medida, a la lluvia torrencial que cayó esos días sobre Buenos Aires
y que impidió el rápido avance entre el barro... y los zanjones.

Ya independiente nuestro país, en 1820, el Coronel Manuel Dorrego pasa


revista en Miserere a la Caballería del "Escuadrón Cazadores Negros",
antes de enfrentar a las Fuerzas del General Estanislao López.
Matadero, mercado, escenario bélico, estación ferroviaria, alojamiento del bello
mausoleo de Bernardino Rivadavia, el lejano "hueco" es hoy uno de los
lugares más entrañables de la Ciudad.
VII

Regresemos ahora al Barrio de San Telmo: el antiguo Alto de San Pedro. Allí
encontraremos un hueco de especial significado, el llamado del "Alto de la
Residencia" y que convertido luego en Plaza, llegó a nosotros con el nombre de
Coronel Dorrego, lugar de Feria Artesanal y de Antigüedades.

Veamos los motivos que lo hacen singular. A él se le debe el nombre del barrio.

Desde sus orígenes se lo utilizó como lugar de paradero de carretas del


alto antes que bueyes y vehículos se lanzaran a la odisea de franquear el
Tercero del Sud. Era así, el alto obligado de nuestras fuerzas para descansar
y tomar. El constante tránsito de carretas provenientes del Riachuelo y aun
de las estancias ubicadas más al Sur y fuera de la invasión india, hicieron
del hueco refugio y lugar de charlas de conductores y vecinos.

No sólo bautizó a la vecindad, sino que el hueco bien puede atribuirse el ser el
más antiguo de la ciudad luego del de "Las Ánimas", más aún, se trata de la
segunda Plaza con que contó Buenos Aires. Además, fue testigo de una
profusa actividad humana a través de la primera "Gran Ruta" del país: la calle
Real, hoy Defensa, presenció la edificación de la Capilla de Belém, actual
Iglesia de San Telmo. En los alrededores de 1734, vió construir la Casa de
Ejercicios, el Hospital de Hombres y el Protomedicato en 1780.

Gracias a los Jesuitas primero, y a los Padres Betlemitas luego, la


Residencia, como comenzó a llamarse al conjunto de construcciones,
irradió su importancia a toda la ciudad.

La pretensión de convertirla en Plaza puede ser rastreada ya por 1768, año en


que el vecino Don Francisco Ignacio Oliden, por sí y por el resto del
vecindario, solicita al Cabildo su construcción.

Lo cierto es que para 1794, en el Plano de Trelles, se lo ve al hueco limitado a


una mínima expresión, de la dilatada superficie que debe haber tenido en
tiempos más lejanos.

Con cerco de tunas por 1750, despojado de todo ornato, la Plaza continuó
siendo en realidad el "Hueco de la Residencia". Digamos para precisar su
ubicación, que estaba situada en la esquina noroeste de las calles San
Martín, primero conocida como Real y hoy Defensa, y Betlem, luego
Comercio y actualmente Humberto 1º.

Otra curiosidad de la Plaza es que un buen día, desapareció.

Esto ocurrió en 1861, cuando la Municipalidad dispuso la construcción en el lugar


del "Mercado del Comercio". Éste, que llegó a edificarse, tuvo una superficie
cubierta de 2.200 metros cuadrados. Su arquitectura era bien sencilla luciendo
un exterior de arcos de medio punto. Funcionó hasta 1899, año en que el
Intendente Francisco Bullrich ordenó su demolición.

Fue así que luego de 38 años, volvió a la vida la Plaza del Alto. Retornamos a
la ciudad dejando el "arrabal" de los Altos de San Pedro y si caminamos por
San Carlos, hoy Alsina, hasta llegar a San Miguel, actual Tacuarí, habremos
arribado al "Hueco de Botello", que poco y nada sabemos sobre él. Su nombre
puede originar una serie de hipótesis más o menos curiosas pero sin mucho
fundamento histórico.

Más allá de su ubicación, esquina noroeste, tampoco sabemos sobre su


topografía. Debió haber sido pequeño como para albergar sólo basura en
lugar de hechos singulares.

Sigamos hacia el Sudoeste. Pasaremos por frente al "Hueco de Rodríguez" , un


misterioso baldío ubicado entre Balvanera y el ex Hospital Rawson. Sólo
hemos podido encontrar una mención de él en la letra del "Convenio de
Tregua", formalizado en 1853 en ocasión del Sitio de Buenos Aires, entre
los sitiadores comandados por el Coronel Hilario Lagos y los defensores del
Coronel Bartolomé Mítre.

Por una de las cláusulas, el ejército sitiador debía retirarse detrás de una línea
que iba "desde la Iglesia de Balvanera, sigue por la calle exterior del Hueco
de Rodríguez, el Mirador inmediato a lo de Soto, La Convalecencia, Santa
Lucía de Barracas y la Casilla del Camino a la Boca del Riachuelo".

Sin duda que el hueco debió tener alguna importancia ya sea por su extensión
o por su geografía, para haber sido tomado como referencia. Encaminemos
nuestros pasos hacia el Sudoeste para llegar a la zona de la actual Plaza
Constitución.

Paraje casi deshabitado y poco frecuentado, hacia fines del Siglo XVIII los
Padres Betlemitas construyeron un Hospital de Crónicos que llamaron "La
Convalecencia", al oeste de los "Potreros de Langdon" del que ya hemos
hablado.

Al Norte del potrero estaba la quinta "La Noria", actual Plaza Constitución y
a su Oeste, el sitio que nos interesa: el "Hueco de los Sauces". De forma
trapezoide y poblado de salicíneas que le dieron nombre, era extenso y umbrío.

Está presente en el plano de José María Manso efectuado en el año 1817, en


el de Bourdeaux confeccionado alrededor de 1850 y en el del Ingeniero
Nicolás Grondona de 1856. Por el de este último podemos precisar sus
límites sin mayores problemas. Estos eran, por el lado Oeste, la calle Solís y
al Este, San José. Por el lado Sur llegaba hasta la actual Avenida Garay y al
Norte, a la línea hoy corregida por el trazado de la calle Pavón.

El hueco comienza a tener historia cuando el tres de febrero de 1852 llega


a él, luego de su derrota en Caseros, el General Juan Manuel de Rosas
acompañado por su Asistente Lorenzo López. Apeado, bajo los sauces,
escribe en un papel y a lápiz, su renuncia como Gobernador de Buenos
Aires. Luego, vistiendo el poncho y el gorro de su Asistente para no ser
reconocido, emprenderá carrera con destino a la casa del Encargado de
Negocios de Inglaterra, Robert Gore.

Apenas un año más tarde, vuelve a ser escenario histórico, en este caso, bélico,
durante el Sitio de 1853. El 18 de abril el Mayor Rodríguez de las Fuerzas
Porteñas, desaloja del hueco a tropas sitiadoras luego de una breve lucha.
Para 1857 el hueco desaparece al convertirse en la Plaza 29 de Noviembre,
nombre que en la década del 80 muda por el de "Bolívar". Así seguirá
llamándose hasta 1905 en que se la designa con el nombre de "Garay".
Esta transformación de hueco a plaza tiene su costo ya que le son cercenadas
cuatro manzanas. De trapezoide pasa a ser un rectángulo de dos manzanas.
Hoy se halla entre las calles Solís, Garay, Pavón y Sáenz Peña.

Por un ancho callejón, actual retificada calle Pavón, doblemos hacia el Norte
por Santiago del Estero. Deberemos caminar diecinueve cuadras para arribar al
"Hueco de Zamudio", nuestro próximo destino.

Ya en los tiempos de la Segunda Fundación de Buenos Aires, Garay imaginó a


la calle Libertad como límite de la pequeña ciudad. Lo que no se detuvo a
pensar seguramente, es que esta zona se convertiría en rincón de pantanos,
tunales, abrojales y bandidos de todo color.

El dueño de las tierras, para la época de ser bautizado, era un tal Zamudio.

Tenía una extensión cercana a las diez manzanas y según la tradición, allí estuvo
el primer matadero con que contó Buenos Aires.

A medida que avanzó el tiempo fue mermando su superficie hasta quedar


contenido por las calles Santa Catalina, después Del Temple y hoy Viamonte,
San Pablo, actual Libertad, Talcahuano, Santiago hoy Tucumán y Uruguay.

Un predio en forma de "L" invertida. Así figura en el Plano de Trelles de


1794 y en el tan citado por nosotros de Grondona de 1856. En este último caso,
algo disminuido en la manzana sobre la calle Uruguay. Según Pastor S. Obligado
como vimos, el hueco tenía su laguna propia. Allí, de acuerdo al tradicionalista,
iba entre otros cuando niño y en tiempo de rabonas, el futuro General Benito
Nazar a cazar patos. Confundiéndose con la laguna corría nuestro conocido
"Tercero del Medio", contribuyendo a convertir el baldío en un lugar
inhospitalario como maloliente.

Comenzó al fin a rodearse de quintas, pero la soledad de aquellos andurriales,


las tinieblas de sus noches, hacía que muy pocos fueran los que se
aventuraban a transitar por él después del atardecer.

Cuenta Obligado que se temía toparse con la "Viuda del Parque" y sobre ésto,
anota una Copla Popular en boga por entonces: "por la Plaza del Parque no
se puede pasar porque todos te dicen arrincónesela".

Eso de Parque, como comenzó a ser conocido el hueco, le vino de una sencilla
construcción que albergó a batallones de artillería. Ocupaba la manzana en que
actualmente se halla el "Palacio de Justicia".

La fisonomía del hueco había comenzado a cambiar cuando se instaló a su


vera la "Fábrica de Armas". Para algunos en el predio que luego ocuparía el
"Parque de Artillería" y para otros, en la esquina Sudoeste de Lavalle y
Libertad.

Establecido el "Parque", fueron levantándose humildes casas donde habitaban los


proveedores del asiento militar y jornaleros vinculados con las quintas de los
contornos.

Entre otros edificios de categoría que con el tiempo la circunvalaron


adornándola, debemos citar al "Palacio Miró", en la esquina Noroeste de
Libertad y Viamonte y que desalojó a una larga tapia de barro cocido que
rodeaba el terreno. El Palacio fue edificado en 1868 por el Arquitecto italiano
Nicolás Canale.

También se destacó y por varios motivos, la Estación del Primer Ferrocarril que
tuvo el país, inaugurado el 30 de abril de 1857, en el predio donde hoy luce
el Teatro Colón,

Enfrente, en Talcahuano y Tucumán, se construyó el bello edificio clásico de


la Escuela Presidente Avellaneda.

Ya para entonces el "Hueco de Zamudio" comenzó a ser un recuerdo para los


porteños memoriosos.

Hacia fines del Siglo XIX la Plaza del Parque cambió completamente de
fisonomía al hacerse cargo de la parquetización el Horticultor francés Faier.
Éste dispuso un diagrama ampuloso de jardines adornados con glorietas,
kioscos y arboleda.

En 1890, la Plaza se agitó con los cruentos acontecimientos de la Revolución


contra el Presidente Miguel Juárez Celman.

Escenario de encarnizados combates entre el 26 y el 28 de julio, allí mueren


el Coronel Julio Campos y el Dr. Fernández Villafañe luchando por los
revolucionarios entre otro medio centenar de soldados y cívicos de ambos
bandos.

El domingo 27, soldados revolucionarios salen del Parque a aprovisionarse


de vituallas saqueando las casas cercanas, los vecinos se arman entonces para
defender sus propiedades. El lunes 28, el viejo "Hueco de Zamudio" es el
teatro en donde se da por finalizada la fracasada revolución militar. Más
tarde, ya alejado el peligro de nuevas acciones militares en su perímetro y como
en una partida de ajedrez, en un movimiento estratégico, pierde una
manzana, la de Tucumán, Uruguay, Viamonte y Talcahuano y gana otra, la
de Córdoba, Talcahuano, Viamonte y Libertad. Para cumplimentar este ir y
venir, hubo necesidad de demoler en 1937 el "Palacio Miró" con sus
salones y su mirador.

Si nos trasladamos sólo una cuadra hacia el Norte cruzando la Avenida


Córdoba, estaremos en otro famoso hueco. Podríamos decir que aquellos dos
baldíos se codeaban de pura vecindad.

En el Plano de Trelles este segundo hueco no figura; es posible que el


cartógrafo no lo tuviera en cuenta y lo pasara por alto.

Situado entre Santo Tomás, hoy Paraguay; Monserrat, actual Cerrito; Santa
María, hoy Marcelo T. de Alvear y San Pablo, luego Libertad, se lo conoció
como "Hueco de Doña Engracia o Ña Gracia", según lo recuerdan José
Antonio Wilde y el marino Andrés Somellera.

Este último, en las Memorias que escribiera bajo el título de "La Tiranía de
Rosas", en la que narra su huida de Buenos Aires, escribe: "El día 12 de mayo
(1839) fui prevenido por mi amigo que esa noche en el Hueco de Ña
Gracia, hoy Plaza Libertad, me esperaría un paisano de toda confianza que
sería nuestro guía hasta el punto por donde debía efectuar el embarque,
para pasar a la costa del Estado Oriental, teniendo un buen caballo
ensillado a mi disposición".

El nombre de Engracia o Ña Gracia le venía de una mujer que habitaba el baldío


solitaria y rodeada de perros. Dicen que era morena.

El terreno estaba cubierto de los infaltables pajonales, cardos y algunos


ombúes.

En el plano de Felipe Bertrea, 1822, el Hueco aparece luciendo una nueva


denominación: "Plaza de la Libertad" que mantendrá definitivamente: Lo
mismo ocurre más tarde en 1856, como es de imaginar, con el de Nicolás
Grondona. Pero, pese a la imposición de tal rimbombante nombre, la Plaza
continuó siendo un casi virgen hueco sin ningún tipo de consideración.

Volvamos a 1821, el 27 de octubre, el Gobierno dicta el siguiente Decreto:


"Ninguna carreta podrá entrar al centro de la ciudad tirada por más de dos
bueyes, y se designan a las Plazas de Lorea, Concepción, Residencia y
'Hueco de Doña Engracia', como puntos donde podrán entrar con más de
dos bueyes y donde únicamente podrán situarse".

Casi exactamente seis años más tarde, el 20 de octubre de 1827, el


Gobernador Manuel Dorrego disponía: "Queda establecido un mercado de
Frutos de Campaña en la Plaza denominada de la Libertad, que se
distinguirá con el nombre de Mercado del Norte".

Así se mantuvieron las cosas con el hueco convertido en Mercado hasta el año
1832 en que las autoridades resuelven, entre otras medidas, lo siguiente: "Que
se traslade el Mercado del Norte desde la Plaza de la Libertad hasta la
vecindad de los Corrales de la Recoleta".

¿Será éste el origen del que -por muchos años y hasta más de la mitad del
presente siglo- funcionó en el cruce de las calles Vicente López y Rodríquez
Peña?.

Luego de la mudanza, la Plaza Libertad permaneció alejada de la mano de


Dios y convertida por el olvido en el hueco original, pues hueco siguió siendo
hasta alrededor de 1880, cuando la Municipalidad se acuerda de ella y
dispone convertirla realmente en Plaza según la idea que de ellas tenemos
hoy en día.

En 1882 se ubica en su centro la estatua de Adolfo Alsina, obra del escultor


francés Aimé Millet.

Durante los sucesos de 1896, en ella se constituyó el Comando General de las


Fuerzas Gubernistas bajo la autoridad del Dr. Carlos Pellegrini y la dirección
militar del General Nicolás Lavalle y hasta ella arribó en nombre de los
revolucionarios,el Diputado Aristóbulo del Valle a acordar la tregua final.

Tomemos por Marcelo Torcuato de Alvear, antes Charcas, originariamente


Santa María en dirección al Oeste.

Luego de tres cuadras, debemos doblar hacia el Norte y caminar otras dos: hasta
Paraná, Pazos en 1808, para encontrarnos con el "Hueco de las Cabecitas".
En el plano que realizó el Piloto Agrimensor Cristóbal Barrientos en 1772
figura con la denominación de "Hornos de Brito". Esto fue debido a la
existencia de una fábrica de ladrillos propiedad, como se desprende de los dichos
de un tal Brito o Britos. Fue tal la actividad de estos hornos que se produjo en el
suelo del después hueco, una pronunciada hoya. Esta como debía suceder en una
zona de frecuentes lluvias, se convirtió gratuitamente en una importante
laguna adonde concurrían las lavanderas y los mozos de corral a lavar sus
caballos.

El Hueco se encontraba, a todo esto, en los límites mismos de la ciudad ya que


más allá, comenzaban las quintas proveedoras. Así, casi a extramuros, figura en los
planos de Trelles, de Grondona y en otro posterior de 1860.

Hacia este último año, el hueco estaba limitado por Arenales, Montevideo
Paraná y la vaga frontera de la calle Socorro; hoy Juncal. Este indefinido
linde se debía a la falta para esa época, de trazados claros en esa parte de la
ciudad. En la actualidad ese "confín", recibe el nombre de calle Montevideo,
con lo cual la actual Plaza Vicente López ha ganado milagrosamente unos
metros.

Lo de "Cabecitas" se originó en que el hueco sirvió de vaciadero de las


cabezas de las ovejas y corderos faenados en el "Matadero del Norte",
lugar que hoy limitan las calles Pueyrredón, Las Heras, Cantilo y José
Pacheco de Melo, conformando la Plaza Emilio Mitre.

Según algunos cronistas, y no es sorprendente que así fuera, en el lugar también


existía, compartiendo el terreno con los cráneos animales, un descomunal
basurero, destino apartado de cuanta miseria y desperdicio repudiaban los
vecinos. La denominación de "Hueco de las Cabecitas" aparece ya en 1810 y
permanece hasta 1879, pese a que en el interin en el lugar se establece el
"Mercado 6 de junio".

Durante el ya mencionado Sitio de la ciudad por el Coronel Hilario Lagos, el


día 31 de diciembre de 1852, el General Manuel Hornos al frente de la
Caballería porteña integrada por 100 jinetes y un Cuerpo de Infanteria
compuesto por 300 efectivos, lograron luego de duro combate, desalojar
del hueco a tropas sitiadoras que estaban en posesión de la zona. Se
convirtió así en un sitio histórico, escenario de un hecho de armas ya
totalmente olvidado por las nuevas generaciones.

Dijimos que hasta 1879 funcionó en el hueco el "Mercado 6 de Junio". Pese al


papeleo oficial que le impuso tal nombre, el pueblo continuó distinguiéndolo con la
denominación tradicional y así permaneció hasta que en otra embestida
gubernamental, en 1879, terminó por lograr que el hueco pasara a ser
conocido como Plaza Vicente López y con ello se perdiera en el pasado su
condición de hueco con nombre sombrío.

Antes de la despedida, es posible que ustedes quieran acompañarnos a efectuar


dos últimas visitas "fuera de circuito", que nos llevarán a tomar contacto con
los postreros "Huecos".

El primero, conocido como "de las Yeguas", estaba ubicado en inmediaciones de


las actuales calles Pozos y Belgrano.

En el plano de Grondona que sólo se extiende hasta la actual Avenida Entre


Ríos, por supuesto el "Hueco de las Yeguas" no existe o bien lo está, perdido en
la enunciada zona denominada "Suburbios de la Capital". Si por algo pasó a la
historia de Buenos Aires, aunque sólo para afiebrados buceadores del pasado de
la Ciudad, fue por ser él también, escenario de un acontecimiento bélico. Allí, el
30 de mayo de 1853, el Batallón N 4 de Guardias Nacionales al mando del
Coronel Domingo Sosa y la Legión Italiana comandada por el Teniente
Coronel Silvino Olivieri, lograron derrotar a tropas sitiadoras del Coronel Lagos.
Fue tal la bravura con que luchó en esa jornada la Legión Italiana, que mereció
por Decreto de ese mismo día, ser bautizada como "Legión Valiente".

Desde entonces, como si hubiera agotado su buena estrella, el "Hueco de las


Yeguas" entró en un cono de sombras y, finalmente, desapareció fagocitado
por el asfalto ciudadano y por la mala memoria de sus habitantes.

El último Hueco es quizás, de los mencionados en este trabajo, el más ignoto.


Su ubicación no es clara, permanece con un halo de misterio hacia el Sur o
Sudoeste de la Ciudad, algo más alejado de su centro que el "Hueco de los
Sauces" y que el de "Rodríguez".

Se lo conoció como "Hueco de Carrasco" y si su nombre es hoy mencionado en


alguna de las últimas tertulias de "Librería de Viejos", se debe a su vinculación,
como el anterior, al famoso y tan citado por nosotros, Sitio de 1853.

Sabemos el por qué de su nombre?. No. Hemos rastreado crónicas y crónicas,


documentos y documentos buscando un justificativo. En esa búsqueda pudimos
hallar a tres personajes de ese apellido, por otra parte, fueron los únicos,
que bien pudieron dar razón a la denominación. El primero es Sebastián
Carrasco, vecino afincado en Buenos Aires y que en 1724 se convirtió en uno
de los primeros ocho pobladores de la recién fundada Montevideo. El segundo se
llamó Don Pedro Carrasco (1760-1639), médico nacido a la Villa de Oropesa,
Bolivia. Fue cirujano de la 1a. Expedición al Alto Perú, Representante en la
Asamblea del Año XIII y uno de los 15 médicos de la Academia de Medicina
en 1822. El tercero es Eudoro Carrasco, nacido en Buenos Aires en 1824,
periodista y funcionario público. Fue Secretario del General Rosas y asistió a la
Batalla de Caseros. Fue posteriormente Juez de Paz, Secretario del Tribunal
de Comercio, Capitán de Guardias Nacionales y Diputado Provincial.
Escribió, además, una hoy inhallable "Historia de Santa Fe".

Ouizás, quizás, a alguno de ellos se deba el nombre del Hueco. Pero la verdad es
que la esfumada fama que un día gozó el baldío nace, cuando no, a raíz del Sitio
del Coronel Lagos. En el Hueco de Carrasco se produjeron dos combates de
ese nombre. El primero de ellos ocurrió el 10 de marzo de 1853, cuando el
Corenel Emilio Mitre al mando del Batallón Nº 2 de Línea, desaloja del
hueco a tropas sitiadoras. El segundo combate es librado casi cuatro meses
más tarde, el 20 de junio, fecha histórica de por sí, cuando fuerzas del
Coronel Lagos compuestas por Caballería y la Infantería de la División
Cordobesa, atacan la posición de la Legión Española al mando del Capitán
José Jáuregui. Ocurrió entonces que la Artillería porteña a las órdenes del
Coronel Benito Hazar, aquel de la laguna del "Hueco de Zamudio" logró
contener la ofensiva y sostener la posición, después al hueco, antes que a otros; le
tocaron "las generales de la ley". Es posible, por lo menos nosotros lo
intentamos, imaginarnos al Capitán Jáuregui y a la División Cordobesa
deambular por el lugar en una inútil búsqueda de motivos y destinos.

La historia de muchos huecos ha quedado en el olvido, como el esfumado


recuerdo del "de Rodríguez". A otros, ni aún ese consuelo les ha quedado.
La ciudad simplemente los devoró claudicando después la memoria impotente
para guardar tanta información. Quedaron sumidos en el misterio haciendo
honor, quizás, a la aprensión que ellos mismos generaban. Sobre el particular
Ricardo Luis Molinari nos cuenta en su obra "Buenos Aires 4 Siglos".

"Los habitantes del antiguo Buenos Aires eran periódicamente aterrados


con la aparición en los suburbios y los famosos huecos, de un personaje
espectral y monstruoso: el "Hombre Chancho".

En 1876, el diario "La Nación", difundió al respecto, las siguientes noticia:

"Allí por las inmediaciones de las calles Paso y Tucumán, donde sólo se
encuentran terrenos baldíos, ha aparecido un individuo disfrazado de
Chancho que a imitación de sus antecesores, espera las misteriosas horas
de la noche para dar sus golpes criminales. El nuevo Hombre-Chancho ha
consumado ya varios hechos punibles y dando algunos sustos a los
timoratos que han tenido la desgracia de tropezar con aquel Caballero por
aquellas alturas".

Como una velada imagen sepia, se agrega ahora la otra evocación, la del paisaje
casi pastoril del "Hueco de Zamudio". Así, es posible que veamos deambular
por él a la casi mítica "Viuda del Parque", con más de fantasma burlesco
que de alegoría malviviente, adosando a los enigmáticos huecos un hálito tal vez
inopinado de inveterado romanticismo.

Anécdotas y lugares de un lejano, muy lejano Buenos Aires, al que


intentamos retornar aún con las limitaciones de nuestro genio. Hasta la
próxima, si hay oportunidad, y desde Buenos Aires.

4/12/92.
BIBLIOGRAFÍA PRINCIPAL

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"Los Mercados de San Telmo" Cuadernos de San Telmo - 1989
WILDE, Santiago "Buenos Aires desde 70 años Atrás" Ed,
Eudeba -1968

FUENTE DOCUMENTAL

Actas Documentos del Consulado de Buenos Aires


Documentos del Archivo General de la Nación
Revista de Impuestos Internos - año 1906
Diarios "El Nacional" - "La Nación"

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