T2-Leccion 15
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Lección
ORDEN SAGRADO
Siempre que, para hacer algo, sea necesario reunir a muchas personas, es im-
portante que haya alguien o algunos que se ocupen de organizar y ordenar la vo-
luntad de los muchos. Muchísima gente es solo un montón de gente, una multitud,
una masa. Sólo se transforma en pueblo, en ejército, en comunidad, en sociedad,
si está ordenada, si en ella hay orden y alguien que ordene y que, también, dé bue-
namente órdenes.
Como suele haber muchas maneras de hacer las cosas, distintos caminos para
llegar al mismo lugar, es necesario que haya alguien que se ocupe de prestar el ser-
vicio de ordenar, de decidir por qué camino se va, de qué medios nos vamos a valer
para hacer lo que, en conjunto, hemos de realizar. Un club tiene sus dirigentes; una
empresa su gerente y sus jefes de oficinas o secciones; un ejército sus generales y
sus capitanes; una provincia su gobernador y sus ministros; un equipo su director
técnico; un país su rey o su presidente. Si todos estos dirigentes buscan no su pro-
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ORDEN SAGRADO
pio bien, abusando de su cargo y su poder, sino el bien común de la sociedad que
presiden, el oficio de poner orden, de ejercer la autoridad es uno de los servicios
más grandes que se pueda hacer a los demás. También en la familia hay alguien
que tiene que tener la palabra final, generalmente papá; a veces, mamá. Papá y
mamá son el presidente y la vicepresidente, o, mejor, el rey y la reina de la casa. Y,
por eso, mamá quiere siempre que la casa esté ‘ordenada’.
Asimismo la Iglesia tiene que organizarse y debe ser ordenada, dirigida y cuidada
por autoridades que prestan ese servicio a los demás. Pero en la Iglesia hay muchos
tipos de autoridad, de dirigencias, de responsabilidades. Está la de los dirigentes de
ciertas organizaciones parroquiales; los secretarios; los que manejan la economía
de la parroquia o de la diócesis; los asesores legales; los que cuidan de la pulcritud
e integridad de las propiedades eclesiásticas; los que ayudan en tareas de orden
temporal; abogados y contadores y tantas otras funciones que deben existir en
cualquier organización humana... Todos forman parte de la Iglesia y su trabajo es,
ciertamente eclesial. Pero, aunque sus acciones sean meritorias sobrenaturalmen-
te, por ser cristianos, como tales no son formalmente ‘sagradas’.
LAICO
El término deriva del griego laos, que significa pueblo. En el Nuevo Testamento, los cristianos son el
verdadero “Pueblo de Dios”, sinónimo de los ‘elegidos’, los ‘santos’, los ‘hermanos’, ‘reino sacerdotal’,
‘templo espiritual’.
Así el Pueblo de Dios, el laos, se distinguía de los que no formaban parte de la Iglesia.
Pero cuando más adelante quedó clara la distinción, dentro de la misma Iglesia, de obispos, sacer-
dotes, diáconos y religiosos del resto de los que componen el Pueblo de Dios, se les comenzó a llamar,
dentro de la Iglesia, laikos -adjetivo-, ‘popular’.
Dice el VATICANO II en la Constitución Lumen Gentium:
“Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros
que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es
decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en
pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesu-
cristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”.
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quiere decir que puedan hacer cualquier cosa; primero, por-
que solo tienen autoridad divina en las cosas que atañen a lo
sagrado; y, segundo, porque esa autoridad les viene de Dios
y deben ejercerla según Dios, de acuerdo con Su Palabra,
sirviendo a Sus órdenes y en razón de aquello para lo cual les
ha sido conferida: santificar a los fieles.
AUTORIDAD
Autoridad viene del verbo latino ‘augére’ que significa aumentar, hacer crecer, hacer progresar.
El ‘auctor’ o ‘autor’ es el que promueve, crea algo, tiene una riqueza que transmite y por eso hace
crecer. La autoridad es, pues, antes que nada, una cualidad personal, algo que hace que la persona
valga mucho y por eso es respetada por los demás y le hacen caso. ¡Qué feo alguien que manda
porque le han dado el puesto de mandar, pero que no tiene verdadera autoridad, porque no vale
nada, porque no da ejemplo, porque no trata de ser mejor, más competente, más idóneo y más santo
que los demás! ¡Qué lindo tener un padre, una madre, un maestro, una maestra, un dirigente, un
sacerdote, con verdadera ‘autoridad’, no simplemente con ganas de mandotear!
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ORDEN SAGRADO
aguas frescas para alimentarlas y calmar su hambre y su sed y, al mismo tiempo, las
defienden de los lobos, de los enemigos; así obispos, presbíteros y diáconos tienen
que alimentarnos y defendernos a nosotros en las cosas de Dios, de Jesús.
Como la Iglesia, el Pueblo de Dios es enorme, no puede ser gobernado, orde-
nado, por una sola persona. El obispo de Roma, el Papa, aunque de hecho tenga
como ovejitas suyas a todos y cada uno de los cristianos, no siempre puede ocupar-
se de cada uno de nosotros. ¡Sería imposible! (A ver: hacé un cálculo de cuántas
personas podría atender el Papa suponiendo que les dedicara solo media hora a
cada una en 365 días. Y buscá en alguna enciclopedia cuántos católicos hay en el
mundo. ¿Puede atenderlos a todos personalmente?)
Por eso Jesús no solo dejó a su Vicario (¿qué significará esta palabra: Vicario?) a
cargo de su pueblo sino, primero, a los apóstoles, los fundamentos de la Iglesia y
que nunca más serían reemplazados, y, luego, a los sucesores de éstos, los obispos,
para que vigilaran paternalmente a todas Sus ovejas y siguieran siempre las directi-
vas de Jesús y sus apóstoles, sin inventar nada nuevo. ¡Qué responsabilidad vigilar a
las ovejas de Jesús y cuidarlas! ¿No que nos esmeramos más cuando tenemos que
cuidar algo de papá o de mamá que algo propio, mío o tuyo? ¡Lo que será cuidar las
cosas que pertenecen a Dios!
Obispo viene de una
palabra latina ‘episcopus’
–de allí viene el término
“episcopado”- que significa
‘el que mira desde arriba’,
‘el que vigila’ ‘el que ins-
pecciona’. Así, ‘episcopus’
viene a ser casi sinónimo
de ‘inspector’, de ‘vigilante’.
Tiene a cargo generalmen-
te un determinado territo-
rio que se llama Diócesis y
de la cual es el Ordinario.
Claro que él sólo puede ver
las cosas desde arriba. No
Santa Misa en San Pedro, Rom a. puede ocuparse de todas y
cada una de las ‘ovejas’ de
su Diócesis. Y, por eso, recibió de colaboradores y ayudantes a los presbíteros.
Y ¿qué son los presbíteros? Presbítero, en griego quiere decir ‘anciano’. Como
en latín ‘senador’, de ‘senes’, viejo. En todas las sociedades los mayores suelen ser
los que más saben, los más prudentes, los que mejor pueden ordenar y aconsejar.
Por eso cuenta Lucas en el libro de los Hechos que Pablo dejaba a cargo de las
Iglesias que fundaba a un grupo de gente mayor, venerable, a quienes llamaba ‘los
ancianos’, ‘los presbíteros’. ¡Ojo! que, para el hombre de antes, alguien de cuarenta
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años ya era un anciano. El nombre quedó y aunque luego formaron parte de los
ayudantes de los obispos gente no tan grande –la edad mínima para ser ordenado
sacerdote es hoy veinticino años- lo mismo se les siguió llamando ‘presbíteros’, es
decir senadores o ancianos.
También los llamamos ‘sacerdotes’, aunque este nombre todavía no se les apli-
que a ellos en el NT. Se llaman así porque su función es darnos lo sagrado –‘sacrum’
‘do’- especialmente los sacramentos y de manera principal la Sagrada Eucaristía.
Solo ellos están ordenados, entre otras cosas, para presidir y celebrar la Misa, el
sacrificio único de Jesús. Con un poder y una autoridad que de tal manera les viene
de Jesús que, aunque ellos pudieran ser hombres malos o bobos, cuando celebran
la Santa Misa, ésta lo mismo vale y produce sus frutos. De igual manera cuando
nos perdonan en nombre de Dios, en el sacramento de la Penitencia, que solo ellos
pueden administrar.
En realidad tanto los presbíteros como el Obispo son sacerdotes. Pero a los obis-
pos se les dice ‘sacerdotes del primer orden’, a los presbíteros ‘sacerdotes de se-
gundo orden’. Y esto porque sólo los obispos, además de ejercer la máxima auto-
ridad en su diócesis, pueden ‘ordenar’ presbíteros, administrar el sacramento del
Orden, y también el de la Confirmación que, normalmente, está reservada a él.
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oficiando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que no tienen poder alguno para quitar
los pecados, Él, por el contrario, habiendo ofrecido un solo sacrificio [...] se sentó para siempre a la
derecha de Dios [...] Porque por una ofrenda única ha hecho perfectos para siempre a aquellos que
santifica” (10,11-14).
Por eso, en el Nuevo testamento, no se llama nunca sacerdotes a los obispos o los presbíteros,
no fuera que se fueran a confundir o con los sacerdotes paganos o los del Antiguo Testamento o con
Jesucristo. Pero ya vemos que los sucesores de los apóstoles y los presbíteros realizan acciones sa-
cerdotales como ‘bautizar’, ‘imponer las manos’, ‘celebrar la eucaristía’, ‘perdonar los pecados’. De allí
que la Iglesia, más adelante los llamó también sacerdotes, tratando de no confundirlos con los otros.
Por otra parte, en cuanto al sacrificio de Jesús, los sacerdotes no lo ‘repiten’. Solo lo hacen presente
y renuevan entre nosotros. Ya sabemos que toda Misa es el único y mismísimo sacrificio de la Cruz; y
el sumo Sacerdote sigue siendo Cristo. El sacerdote que celebra la Misa lo hace en lugar de Jesús, ‘in
persona Christi’, por eso no dice: “Esto es el Cuerpo de Jesús”, sino “Esto es mi Cuerpo” ni tampoco,
cuando da la absolución en el sacramento de la Penitencia, dice “Jesús te absuelva”, sino “Yo te ab-
suelvo”. ¡El obispo, el presbítero, ambos sacerdotes, toman nada menos que el lugar de Cristo! ¡Qué
papel maravilloso! ¡Hacerse labios y manos de Jesús para los demás! Sublime dignidad, pero también
¡qué responsabilidad! Tenemos que rezar mucho por nuestros sacerdotes para que ellos sean siempre
fieles imitadores de Jesús y nunca se desvíen con malas obras ni con palabras que no digan lo mismo
que quiso decir Jesús.
Los diáconos, finalmente, aunque no haya muchos aquí en Buenos Aires, son
los que en varias diócesis se ocupan de administrar la ayuda de la Iglesia a los más
necesitados y, en las celebraciones litúrgicas, acompañar al obispo y a los presbíte-
ros en la lectura de la palabra y en la administración de la comunión y de algunos
sacramentos. Ellos no han recibido el po-
der de confesar, por ejemplo, ni de cele-
brar la Santa Misa. En ocasiones pueden
predicar, bautizar, distribuir la comunión,
bendecir casamientos y rezar en velorios
y entierros. Diácono es un término que
viene del griego ‘diákonos’ y significa
‘servidor’. Los diáconos eran, en la Igle-
sia de los apóstoles, quienes se ocupa-
ban de servir a la comunidad cristiana en
la distribución de la comida, asumiendo
también la misión de predicar y la tarea
de bautizar. En realidad, como nos dice
Jesús, todos tenemos que ser servidores
de los demás, es decir diáconos, en ese
sentido de la palabra. Cuantas veces, en
una traducción castellana, encuentres la
palabra ‘servidor’, el griego original dice
‘diákonos’.
De todos modos hay que tenerlo claro:
San Lorenzo, diácono, distribuyendo comida a los pobres.
Jesucristo es el Sumo sacerdote de la Nue- Fra Angélico (1400-1455). Capilla Nicolina. Vaticano.
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va Alianza y el único Pastor y Obispo. Él es la cabeza de la Iglesia. Lo que sucede es
que -aunque siempre presente y en comunicación con Su Cuerpo, la Iglesia-, dado su
estado ‘señorial’, ‘resucitado’, no lo podemos ver ni tocar como es ahora. Por eso ha
querido quedar visible entre nosotros mediante la Iglesia y por medio de los sacramen-
tos, entre ellos, el del Orden.
El que los obispos, presbíteros y diáconos siempre representen a Jesús en sus
acciones Sagradas no quiere decir que siempre, aunque deberían hacerlo, se por-
ten igual que Jesús. A veces –como muchos malos cristianos- son malos sacerdotes
y no imitan a Jesús. De todos modos sabemos que, cuando administran los sacra-
mentos lo hacen como instrumentos de Jesús y por eso una Misa vale aunque la
celebre un sacerdote no tan bueno. La absolución, en el sacramento de la Peniten-
cia, es válida aunque el presbítero que me la da sea peor que yo, o no me guste,
o me trate mal. Los sacramentos los confieren en nombre de Jesús, no en nombre
propio.
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ORDEN SAGRADO
santo ingeniero, santo maestro, santo médico, santo estudiante, santo barrendero. Mucho más importante
que cualquier Papa es la Santísima Virgen María. Tanto más importante que un sacerdote cualquiera, es
una Santa Teresa de Ávila, una Santa Teresa de Calcuta, una Santa Clara, una santa mamá de muchos hijos,
una santa mamá de hijos sacerdotes. Ser sacerdote es solo desempeñar un servicio dentro de la Iglesia en
función de los que quieren hacerse santos. Si el sacerdote es santo, mejor. Si no, es un desastre.
La mujer, por otra parte, en la Iglesia siem-
pre desempeña importantísimos papeles ma-
ternos. ¿La mayoría de los catequistas acaso
no son mujeres? Ellas tienen que ser tan após-
toles como los varones. Tan testigos de la fe
como ellos. Pero Jesús, con exquisita delica-
deza, y por motivos que su sagrado corazón
y su sabiduría se ha reservado, no ha querido
imponerles a ellas, como tampoco a su madre,
la carga del sacerdocio ministerial.
Y, a propósito, vos, varón que estás le-
yendo este catecismo ¿no te gustaría servir a
Cristo y a tus hermanos como sacerdote? Por
supuesto que como santo sacerdote. Si no
¡olvídalo! Nos sobran malos sacerdotes.
SAGRADA ESCRITURA
La gente notaba la autoridad con la cual Jesús hablaba y actuaba:
“Cuando acabó Jesús de hablar, la gente quedó sorprendida de su doctrina, porque les
enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus maestros” (Mt 7, 29// Mc 1, 22; Lc
4, 32).
Tanto es así que a toda costa querían saber con qué autoridad hacía lo que hacía:
“Mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo y le
preguntaron: «¿Con qué autoridad haces todo esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?»”
(Mt 21, 23).
Pero esa autoridad Jesús la utiliza para servir a su pueblo y llevarlo a la verdadera Vida. Por eso a algunos
de sus apóstoles que querían usar la autoridad para sentirse superiores a los demás les enseña:
“Ustedes saben que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen
con su autoridad. Entre ustedes no debe ser así, sino que si alguno de ustedes quiere ser
grande que sea servidor de los demás y el que de ustedes quiera ser el primero que sea el
servidor de todos. De la misma manera que el hijo del hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su Vida a muchos” (Mc 10, 42-45).
Jesús sabía que tenía que irse y que sus discípulos, la Iglesia, debería durar hasta el fin del mundo. Por
eso elige de entre sus discípulos a algunos que se ocupen especialmente de proseguir su tarea con de-
dicación completa:
“Por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando
llegó el día, llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también
apóstoles” (Lc 6, 12-13).
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Lección 15
Lean los versículos siguientes y traten de aprender sus nombres. Y
vean cómo aún entre los que Jesús eligió surgió uno indigno, un mal
apóstol, un mal obispo o sacerdote, un mal cristiano: ¡nada menos
que Judas, el traidor! Lean alguna vocación más particular: Lc 5, 1-
11; 27-32, y otros pasajes que te pueda señalar tu catequista.
A estos discípulos elegidos les da el poder de celebrar la Santa Misa
cuando, después de la última Cena, se dirige a ellos diciendo:
“Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19; 1 Cor
11, 24).
También les da el poder de perdonar los pecados, cuando apare-
ciéndoseles luego de la Resurrección se dirige a ellos así:
“«Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a Us- Jesús reza. Andrea Mantegna (1431-1450)
tedes» Después sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el
Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados les serán perdonados; a los que se los
retengan, les serán retenidos»” (Jn 20, 21-23).
También les dice:
“«Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos
míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he ordenado. Y sepan que yo estoy
con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»” (Mt 28, 18-20).
En realidad aunque Jesús llama apóstoles solamente a los doce, también envía a otros discípulos, como
cuenta Lucas:
“Después de esto, el Señor designó a otros
setenta y dos, y los envió de dos en dos
para que lo precedieran en todas las ciu-
dades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo:
«La cosecha es abundante, pero los traba-
jadores son pocos. Rueguen al dueño de
los sembrados que envíe trabajadores para
la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a
ovejas en medio de lobos»” (Lc 10, 1-3).
También les dice:
“El que los escucha a ustedes, me escucha
a mí; el que los rechaza a ustedes, me re-
chaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a
aquel que me envió” (Lc 10, 16).
Sin embargo, cuando esos predicadores vuelven con- La llamada de los apóstoles Pedro y Andrés.
tentos por su importancia y por el éxito que han te- Duccio di Buoninsegna (1255-1315)
nido, Jesús les dice que no se alegren tanto por eso,
sino porque mediante ello se han hecho más santos:
“No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de
que sus nombres estén escritos en el cielo” ( Lc 10, 20).
Jesús es el único Pastor de la Iglesia, Él es el único que nos conoce a cada uno íntimamente “Él llama a
sus ovejas por sus nombres” (Jn 10, 3) y a quien mas allá de cualquier autoridad aquí en la tierra,
tendremos que rendir cuentas. Él es el único que a todas y cada una de las ovejas conoce por su nombre:
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ORDEN SAGRADO
PONTÍFICE
Ya desde la antigüedad a los sacerdotes paganos de los etruscos y los romanos se les llamaba pontífices. El
término, literalmente, quiere decir ‘el que hace puentes’. El puente sobre arcos es un invento que exige saber
matemáticas y, para el hombre antiguo, el que podía calcular números era considerado un sabio. Tanto más que
el puente era algo que se usaba para unir dos cosas separadas, separadas por agua o por un abismo. El que sabía
pues tender sobre el vacío algo que uniera dos cosas distantes y que de otra manera no se podían unir, tenía,
para el hombre supersticioso, algo de mágico. Por eso, estos singulares arquitectos primitivos, los hacedores de
puentes, los ‘ponti-fices’ (de ‘pons’ y
‘facere’, en latín) eran considerados
personajes sagrados, sacerdotes.
Así entre los romanos, el superior
de todos los sacerdotes era llamado
‘Sumo Pontífice’. Augusto, en el siglo
I, era, además de emperador, Sumo
Pontífice.
Este término ‘pontífice’ se
trasladó luego a designar a los
obispos y sacerdotes cristianos
y, especialmente, como Sumo
Pontífice, al Papa. Pero ahora no
porque hagan puentes materiales
que unan dos orillas de roca o de
tierra o arena, sino porque, por su
acción, derivada de la de Cristo,
son capaces de hacernos saltar el
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Lección 15
abismo que separa lo finito de lo infinito, la creatura del Creador, y llevarnos de la tierra al Cielo y de
unirnos entre nosotros a través de los puentes de la Caridad. ¡Esos sí que son puentes maravillosos!
Miren cómo la Iglesia de Antioquía, según Hechos 13, 1-5, ordena obispos a Saulo y a Bernabé, orando e
imponiéndoles las manos:
“En la Iglesia de Antioquía había predicadores y maestros, entre los cuales estaban Berna-
bé y Simeón, llamado el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, amigo de infancia del tetrarca
Herodes y Saulo. Un día, mientras celebraban la Eucaristía y ayunaban, el Espíritu Santo
les inspiró: «Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado». Ellos,
después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Así Saulo
y Bernabé, enviados por el Espíritu Santo, fueron a Seleucia y de allí se embarcaron para
Chipre. Al llegar a Salamina anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos”.
Son los mismos Pablo y Bernabé, obispos, quienes en cada comunidad donde predican ordenan presbíteros
para que cuiden a los cristianos. Nos cuenta Lucas:
“En cada comunidad establecieron presbíteros, y con oración y ayuno, los encomendaron
al Señor en el que habían creído” (Hech 14, 23).
Cuando se produjo una grave disputa sobre si los cristianos nuevos debían o no practicar ritos judíos, para
solucionar el problema, Pablo y Bernabé volvieron a Jerusalén para consultar con los apóstoles y presbíteros:
“Pablo y Bernabé discutieron vivamente con algunos que enseñaban estas cosas en Antio-
quía. Y, por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para
tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros. [...] Cuando llegaron a Jerusalén,
fueron recibidos por la Iglesia, por los apóstoles y los presbíteros, y relataron todo lo que Dios
había hecho con ellos y la duda que se había suscitado. Los Apóstoles y los presbíteros se
reunieron para deliberar sobre este asunto” (Hech 15, 2. 4.6).
Pero no solo Pablo y Bernabé nombran y ordenan presbíteros. También discípulos de Pablo a los cuales él
había hecho obispos, tendrán, a su vez, que nombrar presbíteros. Así le escribe al obispo Tito:
“Te he dejado en Creta, para que terminaras de organizarlo todo y establecieras presbíteros
en cada ciudad de acuerdo con mis instrucciones. Todos ellos deben ser irreprochables
[...] Porque el que preside la
comunidad, en su calidad de
administrador de Dios, tiene
que ser irreprochable”.
Y vean qué cualidades exige para
ellos:
“No debe ser arrogante, ni
colérico, ni bebedor, ni pen-
denciero, ni ávido de ga-
nancias deshonestas, sino
hospitalario, amigo de hacer
el bien, moderado, justo,
piadoso, dueño de sí. Tam-
bién debe estar firmemen-
te adherido a la enseñanza
cierta, la que está conforme San Benito. Ordenación diaconal 2005
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ORDEN SAGRADO
a la norma de la fe, para ser capaz de exhortar en la sana doctrina y refutar a los que la
contradicen” (Tito 1, 5-9).
Mucho más tarde, cuando ya Pablo había dejado a cargo de las diversas parroquias y diócesis que fun-
daba muchos a obispos y presbíteros, escribe a uno de ellos, Timoteo, una carta en la que entre otras
varias cosas le aconseja así:
“Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis
manos” (2 Tim 1, 6).
Más aún, le aconseja que no haga obispo ni presbítero a gente indigna:
“No te apresures a imponer las manos a nadie, y no te hagas así cómplice de pecados
ajenos” (1 Tim 5, 22).
¿Ven como ya en época apostólica el rito para ordenar sacerdotes era la imposición de las manos?
Y ya habla, en esa misma carta, del respeto y agradecimiento que hay que tener a los que aceptan este
servicio a la Iglesia:
“Los presbíteros que ejercen su cargo debidamente merecen un doble reconocimiento,
sobre todo, los que dedican todo su esfuerzo a la predicación y a la enseñanza [...] No
admitas acusaciones contra un presbítero, a menos que estén avaladas por dos o tres
testigos” (1 Tim 5, 17-19).
¡Hay que tratar de no hablar mal de nadie, pero especialmente de los sacerdotes! Y hay que tener des-
confianza de lo que dicen en contra de ellos los enemigos de la Iglesia.
Lee, sobre los diáconos, el pasaje de Hechos 6, 1-6. Consigue alguna historia del diácono San Lorenzo.
MAGISTERIO DE LA IGLESIA
En una Profesión de Fe impuesta a los valdenses por INOCENCIO III en el año
1208 se dice:
“[Los sacramentos] aun cuando sean administrados por un
sacerdote pecador, con tal que esté reconocido por la Iglesia
[son válidos y fructuosos]. Tampoco desestimamos los oficios
eclesiásticos o bendiciones que él celebra; por el contrario, los
recibimos con buena voluntad como si procedieran del más justo
de los sacerdotes. Porque el pecado del obispo o del presbítero,
no daña ni para el bautismo del niño, ni para la consagración de
la Eucaristía, ni para los demás ministerios eclesiásticos que se
celebran para los fieles” (D[H] 793)
Dice el CONCILIO DE TRENTO en 1563:
“El sacrificio y el sacerdocio están tan unidos por ordenación de
Dios, que han existido juntos en toda ley. Así, pues como en el
Nuevo Testamento ha recibido la Iglesia católica por institución del
Señor el santo sacrificio visible de la Eucaristía, hay que reconocer
también que en ella hay un nuevo sacerdocio visible y externo
al cual ha sido transferido el antiguo. Ahora bien, la Sagradas
Escrituras manifiestan, y la tradición de la Iglesia Católica lo ha
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Lección 15
enseñado siempre, que este sacerdocio fue instituido por el mismo Señor Salvador
nuestro y que les fue conferida a los apóstoles y a sus sucesores en el sacerdocio la
potestad de consagrar, ofrecer y distribuir el cuerpo y la sangre del Señor, así como la
de perdonar o retener los pecados” (D[H] 1764).
“Como este santo ministerio del sacerdocio es una cosa divina, fue conveniente, a fin
de que pudiera ejercerse con más dignidad y respeto, que hubiera en la estructura
perfectamente ordenada de la Iglesia varias y diversas categorías de ministros (Mt 16,
19; Lc 22, 19; Jn 20, 22s). En efecto, las Sagradas Escrituras no sólo hacen mención
explícita de los sacerdotes, sino también de los diáconos y enseñan en términos muy
serios las cosas que hay que tener especialmente en cuenta cuando se les ordena”
(D[H] 1765).
En el año 1896 el Papa LEÓN XIII publicó su encíclica “Satis cognitum”, donde decía:
“Aun cuando Dios puede operar por sí mismo todo aquello que efectúan
los seres creados, sin embargo, por designio misericordioso de su
providencia ha preferido servirse de los mismos hombres para ayudar
a los hombres. [...] Pero es evidente que no puede haber ninguna
comunicación entre los hombres que no se efectúe mediante algo
externo que puede percibirse por los sentidos. Por esta razón tomó la
naturaleza humana el Hijo de Dios [...]. De este modo, mientras vivía en la tierra, reveló
su doctrina y sus leyes a los hombres hablando con ellos”.
“Pero como su misión divina debía ser durable y perpetua, tomó como colaboradores
a algunos discípulos a quienes hizo partícipes de su poder. Y una vez que hizo bajar
sobre ellos el Espíritu de verdad, les ordenó que recorrieran la tierra entera y predicaran
fielmente a todos los hombres cuanto él les había enseñado y ordenado; para que el
género humano pudiera conseguir la santidad en la tierra y la felicidad eterna en el cielo,
profesando su doctrina y obedeciendo sus mandatos”. “[Y esta misión] la realizaron por
medio de signos discernibles por la vista y el oído, [...] por medio de palabras y hechos
ciertamente sensibles.” [...] nada hay más íntimo en el hombre que la gracia divina
que produce en él la santidad; pero los instrumentos ordinarios y principales por los
cuales se nos comunica la gracia, son externos: a saber, los sacramentos, que son
administrados con determinados ritos por hombres especialmente escogidos para esa
función. Jesucristo ordenó a los apóstoles y a los sucesores perpetuos de los apóstoles
que instruyeran y dirigieran a los hombres; y mandó a todo el mundo que recibieran su
doctrina y se sometieran buenamente a su autoridad” (cf. D[H] 3300-3310).
Escribía PÍO XII en su encíclica del año 1943 sobre la Iglesia, “Mystici Córporis”:
Por supuesto que la Iglesia no son solamente los que están ordenados
mediante el sacramento del Orden. Ellos solo cumplen la función de
“perpetuar las funciones de Cristo maestro, rey, sacerdote, y esto, ‘pro’
mandato del mismo divino Redentor. Sin embargo, con toda razón los
Padres de la Iglesia, cuando elogian los ministerios, los grados, las
condiciones, los estados los órdenes, los oficios, de este Cuerpo, no
tienen ante los ojos tan sólo a los que han recibido las Sagradas Órdenes; sino también a
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ORDEN SAGRADO
todos aquellos que han abrazado los consejos evangélicos, y llevan una vida de trabajo
entre los hombres, o escondida en el silencio o bien se esfuerzan por seguir ambas
cosas, según su profesión; y a los que aun viviendo en el mundo, se dedican activamente
a las obras de misericordia, bien sean espirituales o corporales; y, finalmente a quienes
viven unidos por los lazos del matrimonio. Más aún, importa hacer notar que, sobre
todo los padres y madres de familia y los padrinos y madrinas y especialmente los laicos
que colaboran con la jerarquía en la dilatación del reino del divino Redentor, tienen un
puesto de honor en la sociedad cristiana [...] y también pueden y deben ellos, con la
inspiración y la ayuda de Dios subir a la cumbre de la santidad que, según la promesa
de Jesucristo, nunca faltará a la Iglesia [...]” (D[H] 3801).
Todo cristiano por el hecho de ser bautizado participa de alguna manera del sacerdocio de Cristo. Lo
enseña bien el Concilio VATICANO II en la Constitución Dogmática de la lglesia de 1964, n 10-.
Ya lo había dicho PÍO XII, en 1947, en la Mediator Dei, al afirmar:
“Que los fieles ofrecen el sacrificio por
manos del sacerdote, eso resulta claro
por el hecho de que el ministro del
altar representa la persona de Cristo en
cuanto Cabeza que ofrece en nombre
de todos los miembros. Por esto puede
decirse con toda razón que la Iglesia
entera presenta la oblación de la víctima
por medio de Cristo. Pero que el pueblo
ofrezca juntamente con el sacerdote,
no se funda en que los miembros de la
Iglesia realicen el rito litúrgico visible de
la misma manera que el sacerdote, lo
cual es exclusivo del ministro delegado
por Dios para ello; sino porque ellos unen
Plano del Vaticano, antiguo barrio de Roma sus votos de alabanza, de impetración,
de expiación y de acción de gracias con los votos o intenciones del sacerdote, más
aún, del mismo Supremo Sacerdote, a fin de presentarlos a Dios Padre en la misma
oblación de la víctima, aun por el rito externo del sacerdote. Porque el rito externo
del sacrificio debe necesariamente, por su naturaleza, manifestar el culto interior.
Ahora bien, el sacrificio de la nueva Ley significa el homenaje supremo por el cual
el principal oferente, que es Cristo, y por él y juntamente con él todos sus miembros
místicos honran y veneran a Dios con el debido honor” (D[H] 3852) [también ver el
número anterior].
Y todo lo resume muy bien el mismo CONCILIO VATICANO II en dicha Constitución Dogmática Lumen
gentium, 28 cuando afirma:
“Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo, ha hecho partícipes de su
consagración y de su misión, por medio de sus apóstoles, a los sucesores de éstos,
es decir, a los obispos, los cuales han encomendado legítimamente el oficio de
su ministerio, en distinto grado, a diversos sujetos en la Iglesia. Así, el ministerio
264
Lección 15
eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que
ya desde antiguo vienen llamándose obispos, presbíteros y diáconos. Los presbíteros,
aunque no tienen el ápice del pontificado y dependen de los obispos en el ejercicio
de su potestad, están, sin embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en
virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes
del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para predicar
el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino. Participando en
el grado propio de su ministerio de la función del único Mediador, Cristo (I Tim 2, 5),
proclaman a todo el mundo la palabra divina. Pero su ministerio sagrado lo ejercen,
sobre todo en el culto eucarístico o sinaxis, en la cual, obrando en nombre de Cristo
y proclamando su misterio, unen las oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza
y representan y aplican en el sacrifico de la Misa, hasta la venida del Señor, el único
sacrificio del Nuevo Testamento, a saber: el de Cristo ofreciéndose una vez al Padre
como víctima inmaculada. Para con los fieles penitentes o enfermos desempeñan
principalmente el ministerio de la reconciliación y del alivio, y presentan a Dios Padre
las necesidades y las preces de los fieles. Ejerciendo el oficio de Cristo, pastor y
cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad que no tiene más que un
alma y la conducen por Cristo en el Espíritu a Dios Padre. En medio de la grey le
adoran en espíritu y en verdad. Trabajan, por último, en el servicio de la palabra y de
la doctrina, creyendo lo que al meditar han leído en la
ley del Señor, enseñando lo que ha creído, imitando
lo que han enseñado” (D[H] 4153).
El mismo VATICANO II en 1965, en su Decreto sobre el “Ministerio
y vida de los presbíteros” n 11, expresa la esperanza de que
siempre habrá sacerdotes en la Iglesia:
“Nuestro Pastor y Obispo, de tal manera constituyó
a su Iglesia, que el pueblo que eligió y adquirió con
su sangre hubiera de tener siempre y hasta el fin del
mundo sus sacerdotes, para que nunca fueran los
cristianos como ovejas sin pastor”.
El CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO de 1983 establece:
CANON 1008: Mediante el sacramento del Orden, por
institución divina, algunos de entre los fieles, por el
carácter indeleble con el que son marcados, quedan
constituidos como ministros sagrados, los cuales son
Obispos entrando al Concilio Vaticano II
consagrados y destinados, cada uno según su grado,
a apacentar el Pueblo de Dios, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las
funciones de enseñar, santificar y gobernar.
CANON 1009, 1: Las órdenes son el episcopado, el presbiterado y el diaconado.
Se confieren por la imposición de las manos y la plegaria consagratoria, que los libros
litúrgicos prescriben para cada grado.
CANON 1012: Es ministro de la sagrada ordenación el Obispo consagrado.
CANON 1024: Sólo el varón bautizado recibe válidamente la sagrada ordenación.
265
ORDEN SAGRADO
REZAMOS
“Oh Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu
Hijo único sumo y eterno Sacerdote, concede a quienes él eligió para ministros
y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del
ministerio recibido. Por Cristo Nuestro Señor”.
(Del Misal Romano, Misa votiva de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote)
En la oración sobre las ofrendas de esta Misa se explicita cómo nosotros mismos nos hacemos
ofrenda a Dios mediante la ofrenda eterna de Cristo y a través del sacerdote celebrante:
EL SEÑOR ES MI PASTOR
El Señor es mi pastor,
¿qué me puede faltar?
En praderas cubiertas de verdor
Él me hace descansar;
me conduce a las aguas de quietud
y repara mis fuerzas.
266
Lección 15
Él me guía por el recto camino,
por su inmensa bondad;
aunque cruce por oscuras quebradas, ningún mal temeré;
Me siento seguro Señor,
porque Tú estas conmigo.
APRENDEMOS
1. ¿Qué es el Orden Sagrado?
Es el sacramento por el que algunos hombres bautizados son llamados a integrarse, mediante la
ordenación sagrada, conferida por la imposición de manos del Obispo y la oración consecratoria
específica, como ministros de Cristo y al servicio de su misión, actuando ‘por la virtud y la persona
de Cristo mismo’ y ‘en su persona’, como Cabeza que es de la Iglesia.
Comprende tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado (Cf. CCE 1536// Com 322
y 325).
267
ORDEN SAGRADO
3. ¿En qué difiere el sacerdocio ministerial del sacerdocio común de los fieles?
El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere
un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el
pueblo de Dios mediante el culto divino, la enseñanza y por el gobierno pastoral (Cf. CCE 1591).
(este tema lo podrás entender más adelante)
4. ¿Quién es el Obispo?
El Obispo es el que recibe la plenitud del sacramento del Orden y hace de él la cabeza visible
de la Iglesia particular que le es confiada. Los Obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles
participan en la responsabilidad apostólica y en la misión de toda la Iglesia bajo la autoridad del
Papa, sucesor de San Pedro (Cf. CCE 1594// Com 326).
268
Lección 15
HACIENDO SE APRENDE
1. RELEE la lección y RESPONDE:
• ¿Qué significa autoridad?
• ¿Quiénes son las autoridades ordinarias de la Iglesia?
• ¿Qué es un obispo, qué es un presbítero y qué es un diácono?
• ¿Qué significa ‘in persona Christi’?
• ¿Por qué Jesús no quiso que las mujeres sean sacerdotes?
• ¿Qué significa pontífice?
Horizontales
1. Paño h _ _ _ _ _ _ el que utiliza el sacerdote sobre los hombros -humeros- para dar la bendición con
el Santísimo Sacramento.
6. Palo o cayado que llevan los pastores y quienes cuidan del ganado, especialmente ovino. Insignia pro-
pia del obispo quien, como pastor espiritual del pueblo creyente, lo lleva en algunas funciones litúrgica
solemnes.
7. Túnica blanca que viste el celebrante para las funciones sagradas.
10. Vestidura sagrada utilizada por los diáconos. Es una túnica con mangas anchas y cortas que cubre
el cuerpo por delante y detrás.
11. Insignia episcopal que, de ser posible, debe llevar una reliquia de la Vera Cruz, y que el obispo lleva
suspendida del cuello, según un anti-
guo y muy extendido uso cristiano. 1 2
13. Vestidura talar -que llega a los ta-
3
lones-, abrochada a veces de arriba o
abajo, que usan los sacerdotes.
14. Cordón o cinta de seda o de lino,
4 5
que sirve para ceñirse el sacerdote el
alba. 6 7 8
9
Verticales
2. Tocado alto y apuntado con que en
las grandes solemnidades se cubren la
10
cabeza los arzobispos, obispos y aba-
des.
3. Vestidura blanca de lienzo fino, con 11 12
mangas muy anchas, que llevan sobre
la sotana los sacerdotes para algunas
celebraciones. También se lo llama so- 13
brepelliz.
4. Vestidura episcopal consistente en 14
269
ORDEN SAGRADO
prelados, negro.
5. Vestidura que se pone el sacerdote sobre las demás para celebrar la misa, consistente en una pieza
alargada, con una abertura en el centro para pasar la cabeza, tipo poncho.
8. Vestiduras litúrgicas propias de los ministros sagrados, de las que éstos se revisten para la celebración
litúrgica.
9. A_ _ _ _ _ pastoral es la insignia episcopal que recibe el obispo cuando es ordenado, como signo de
su potestad sobre una porción del pueblo de Dios.
12. Ornamento sagrado que consiste en una banda larga y estrecha que cuelga del cuello de diáconos
y presbíteros, en éstos por delante y en aquéllos cruzada del hombro izquierdo al costado derecho. Es
signo de la potestad del Orden. Se usan de varios colores, según el color litúrgico del día.Para celebrar la
Penitencia se usa de color morado.
1. A _ _ _ _ _ _ _ _ 9. O _ _ _ _ _
2. A _ _ _ _ _ _ _ _ 10. O _ _ _ _
3. D _ _ _ _ _ _ 11. P _ _ _ _ _ _
4. E _ _ _ _ _ _ _ _ _ 12. P _ _ _ _ _
5. I _ _ _ _ _ _ 13. P _ _ _ _ _ _ _ _
6. L _ _ _ _ _ 14. P _ _ _ _ _ _ _ _ _
7. M _ _ _ _ 15. S _ _ _ _ _ _ _ _
8. M _ _ _ 16. S _ _ _ _ _ _ _
270
Lección 15
4. Escribe el nombre de la cada uno de los siguientes objetos utilizados como insignias
por los sacerdotes y obispos (ver glosario Tomo I y II).
S______
A_____ C______
271
ORDEN SAGRADO
7. BUSCA en un índice del Nuevo Testamento –y del Antiguo- los nombres de mujeres
que desempeñan en ellos importantísimos papeles.
8. Piensa y escribe una oración para agradecer y pedir por el Papa, los obispos y
sacerdotes de la Iglesia de Cristo.
Autoridad
Diácono
Pontífice
Obispo
272
Lección 15
Misa de San Gregorio Magno (1511) Alberto Dudero
Jesús, Pontífice eterno, Pastor verdadero, Fuente de vida, que por singular magnifi-
cencia de tu amable Corazón nos diste a nuestros sacerdotes para que cumplieran en
nosotros aquellos designios de santificación que tu gracia inspira a nuestros corazones,
te suplicamos los ayudes con tu misericordioso auxilio.
Que la fe, Señor, vivifique en ellos sus obras, que la esperanza sea indestructible en
sus pruebas, que la caridad sea ardiente en sus propósitos. Tu palabra, rayo de eterna
Sabiduría, sea, por la continua meditación, el alimento perenne de su vida interior; que
los ejemplos de tu vida y de tu pasión se renueven En su conducta y en su sufrimiento
para enseñaza nuestra, para luz y aliento de nuestros dolores.
Haz, Señor, que nuestros sacerdotes, desprendidos de todo interés mundano y única-
mente celosos por tu gloria, permanezcan fieles a su deber, con pura conciencia, hasta
el último aliento. Y cuando por la muerte del cuerpo, pongan en tus manos la bien
cumplida tarea, hallen en ti, Señor Jesús, que fuiste su Maestro en la tierra, el premio
eterno de la corona de justicia en el esplendor de los santos. Amén.
273
ORDEN SAGRADO
De todo un poco...
EL CURA BROCHERO
Varios miles de metros cuadrados de edificación. Es una obra notable, no sólo por las dimensiones
sino sobre todo por el lugar. Nos hallamos en una pequeña villa serrana, en la provincia de Córdoba. Su
nombre hoy no nos dice nada, porque ya no se llama así: “Villa del Tránsito”. Pocos pobladores, pero
muchos esparcidos por las sierras y la Pampa de Achala. Nos ubicamos en la segunda mitad del siglo
diecinueve, así es que la obra de la que estamos hablando se hace a la antigua. Para poder encarar esta
construcción fue necesario montar una fábrica de ladrillos y traer la friolera de dos mil postes de álamo
para sostener la techumbre. Todo ¡a lomo de mula! Uno de los improvisados albañiles, probablemente
el que más se mueve, es el mismísimo cura párroco de la villa. Su nombre: José Gabriel Brochero. Para
todos “el Cura Brochero”.
La villa queda cerca de la hoy muy conocida localidad de Mina Clavero. Estamos en plena serranía.
Cerquita nomás se levanta el imponente pico más alto de los Comechingones, el Champaquí. Quien lo
sube puede ver desde arriba toda la sierra y con-
templar a un lado la extensión de la provincia de
Córdoba y al otro San Luis. Hoy todavía los que
recorren esas alturas notan los aires bravíos de la
serranía. Es un terruño machazo, pago de hombres
curtidos y de pocas palabras. Y el cura es uno de
ellos. Acostumbrado a recorrer la sierra en su mula
Malacara – regalo de un buen paisano, feligrés suyo
y sabedor de que el cura necesitaba un animal con
aguante para sus largos itinerarios –, con la chala
entre los labios y el poncho como abrigo, tiene el
mismo rostro moreno de sus feligreses, y habla con
su mismo acento. Como que Brochero es cordobés
de pura cepa. Y por más seña, gaucho y serrano por
su cuna. Es verdad que el seminario de Córdoba lo
pulió tanto que fue profesor de filosofía y, en algún
momento, el obispo quiso llevárselo del curato del
Tránsito para hacerlo canónigo de la catedral. Pero
esto duró poco, y se volvió a su villa. Y está bien
dicho esto de “su” villa, porque en honor a él ahora
se llama justamente Villa Cura Brochero (pueden
buscarla en el mapa de Córdoba si no lo creen).
Pero nos hemos ido lejos del relato. ¿Qué era ese
monumento que construía el cura? ¿Un hotel? ¿Un
museo de las antigüedades de los comechingones?
¿Una casa parroquial? Nada de eso. Mucho, muchísimo más. Es la construcción más extraordinaria e
inesperada que pudiera encarar un párroco de una pequeña y pobre villa de habitantes casi (o no casi)
analfabetos. ¡Una casa de Ejercicios Espirituales! ¡Sí! Aunque parezca mentira esa edificación con tantas
habitaciones es una casa de oración. Aunque posea una enorme cocina con un gran fogón central. Allí,
en enormes calderos, cocerán el inacabable locro las niñas del colegio parroquial (fundado también por
Brochero) y que el mismo cura sabiamente condimenta, supervisa y sirve en cada tanda de ejercicios,
en función indelegable de “chef”-. La casona será escenario de convocatorias increíbles de hombres de
la sierra (Brochero sabía juntar hasta novecientos paisanos por tanda) que bajan hasta el Tránsito para
aprender a meditar con San Ignacio, y elegir, para sus vidas, militar bajo la bandera de Cristo, y oír su
274
Lección 15
arenga del Rey Eternal y meditar
en su Santa Pasión y memorizar
el Principio y Fundamento, que es
“amar y servir a Dios en esta vida
para gozar de Él en la eterna”.
En las paredes de la Casa de
Ejercicios del Cura Brochero hoy
pueden verse los daguerrotipos
de los ejercitantes. Ahí está el de
un viejo serrano, don Zenón, que
cumple sus bodas de plata con los
ejercicios espirituales. Veinticinco
años bajando desde su rancho en
la sierra, de su silencio de arriero
pobre al silencio del ejercicio. Lo
imaginamos a él y a tantos otros
arrodillados en la capilla de la Casa
de Ejercicios, ante el Cristo que
Brochero mandó tallar en madera por mano de un jesuita artista, y tocó con una peluca natural de pelo de
parroquianas generosas. Un Cristo de los que gustan a los criollos: doliente, sangrante, amante. Y también
imaginamos a los ejercitantes en sus celdas, la mayoría acostados en los mismos aperos de sus mulas, con
el brasero dispuesto con una pava a la puerta, para amanecer venciendo al frío a fuerza de cimarrones.
Cualquiera puede ver hoy, en la Casa de Ejercicios del Cura Brochero, ese escenario simple y recio, con-
servado tal cual, como testimonio de la también simple y recia cura de almas de aquél pastor bueno.
Brochero sabía predicar muy bien. Sus apuntes de homilías y de pláticas de ejercicios lo demuestran.
Porque era cuidadoso y escribía concienzudamente lo que tenía que decir. Sin embargo también sabía
hablar en un lenguaje criollo. Nunca con groserías
ni menos aún con insultos o juramentos. Pero sí ex-
plotando la sencilla expresividad del lenguaje de sus
feligreses serranos. Haciéndose entender. Así cuenta
uno de los primeros predicadores jesuitas que Bro-
chero llevó a su Casa de Ejercicios, que estando el
dicho misionero, Padre Campos, incitando a los ejer-
citantes a que contemplasen al crucificado, les decía
“acércate a la cruz y contempla cuán lastimado está
Cristo, pagando por tus pecados”. Brochero, que se-
guía él también la meditación desde su reclinatorio,
se acercó y le pidió: “Padre, mis paisanos no entien-
den si así se les habla; permítame a mí la otra parte”.
E hincado ante el santo Cristo exclama: “¡Mira hijo lo
jodido que está Jesucristo, los dientes saltados, cho-
rreando sangre! ¡Mira la cabeza rajada, y con llagas y
espinos! Por ti, que le sacas la oveja al vecino, por ti
tiene jodidos y rotos los labios”. Y añade el testigo que
“aquellos hombres se iban poco a poco encorvando
de vergüenza, e iban subiendo al mismo tiempo los
sollozos”. Comentando esta anécdota decía Hugo
Wast: “Aquella palabra poco académica penetraba
como una saeta en el corazón de los paisanos, que
se enternecían y empezaban a llorar”. En realidad no
275
ORDEN SAGRADO
era una mala palabra como lo es en otros países y entre nosotros -debemos tratar de no decirla- sino del
vocabulario común y llano de la sierra.
Del amor con que predicaba (pues llegó a ser un predicador tan famoso que lo llamaban de todas
partes del país para predicar ejercicios) dan fe sus mismos apuntes, en los que se repite incesantemente
la expresión “mis amados”: “Mis amados, todos estamos actualmente de viaje para la eternidad. Todas
las horas damos un paso más hacia la eternidad. El camino está lleno de peligros y acechanzas. […]
Ahora mirad bien, mis amados, mirad y comparad [si querécis seguir el camino del bien o del mal].
Pero sabed, mis amados, que no se puede seguir a Jesucristo ni vivir según su espíritu, ni practicar sus
virtudes, sin encontrar muchísimas dificultades y contrariedades; por cuya razón os pongo en esta noche
por ejemplar a Jesús, para que no rehuséis – por Dios, ¡no! – lo que Dios ha padecido por nosotros...
Es verdad, mis amados, que nos muestra el estandarte de la cruz bajo el cual debemos militar, pero
juntamente nos avisa que en la cruz está nuestra salud y nuestra vida, la defensa y la gracia, la fortaleza
y el gozo, la perfección de las virtudes y la esperanza de la bienaventuranza eterna... ¡Sí, mis amados!,
las mortificaciones, las penurias y las deshonras que tal vez se padecen por seguir la bandera de Cristo
son recompensadas con tantos regalos del espíritu que siempre corren a las parejas los trabajos y los
consuelos de los soldados que pueden decir con el real profeta: “secundum multitudinem dolorum in
corde meo, consolationes tuae laetificaverunt animam meam” (nosotros traducimos: según la multitud
de los dolores de mi corazón, así tus consuelos alegran mi alma; cita del Sal.94)...”. Y así sigue en este
ejemplo que es su plática de “Las Dos Banderas”, edificando con su buen discurso y poniendo ejemplos
de santos y narrando episodios de la historia de la Iglesia. ¡Qué bien supo predicar aquel cura gaucho!
Así es que fueron de verdad “sus amados” los paisanos de Traslasierra, esparcidos a lo largo de 120
kilómetros. No tenemos aquí ocasión de contar sus esfuerzos por abrir rutas (la que hoy recorremos fue
trazada por él), por traer el ferrocarril, por fomentar el arte y la cultura (al final también abre una escuela
de niños)... Nos queda por decir que, como no podía ser de otra manera, su amor lo arrebató. Y como los
más amados de entre los amados eran sus enfermos, así debió terminar. De tanto atender a los leprosos de
la serranía, contrajo él también la lepra. Y por ella encontró la muerte. Porque Jesucristo sabe premiar con
la imitación suya a los que lo aman.
Ciego y maltrecho por la enfermedad escribe nuestro cura poco antes de morir al obispo de Córdoba, re-
nunciando a la parroquia que ya no puede atender. Y dice: “Como los médicos dijeron que mi enfermedad
era lepra me disparan las Esclavas (las religiosas que había llevado para el colegio de niñas), los jesuitas (los
predicadores que invitaba), y hasta mis amigos... Además, las 116 rodadas que ya llevo me han infundido
temor a las cabalgatas, y aunque cuando hay necesidad lo supero, yo ando las distancias en tres horas
más que las andan los sacerdotes jóvenes... Así que como ahora mi vejez me dice que no puedo soportar
el peso del Curato del Tránsito, le aviso que sólo lo acompañaré en los meses de calor del año entrante...”.
Esto sucede en 1907, siete años antes de morir y con la edad de 67 años.
El último párrafo lo dedicamos a su conmovedora entrega a la voluntad de Dios. Escribe a un gran ami-
go: “Amigo mío, usted, yo y todos los hombres somos de Dios en cuerpo y alma. Él es el que nos conserva
los cinco sentidos del cuerpo y las tres potencias del alma, y el mismo Dios es el que inutiliza algunos o
todos los sentidos y lo mismo hace con las potencias. Yo estoy muy conforme con lo que ha hecho con-
migo en lo relativo a la vista, y le doy gracias por ello. Cuando pude servir me conservó íntegros y robustos
mis sentidos y potencias. Hoy, que ya no puedo, me ha inutilizado uno de los sentidos del cuerpo. En este
mundo no hay gloria cumplida y estamos llenos de miserias... Yo, por mi parte, diría que me he considerado
siempre muy rico, porque la riqueza no consiste en la multitud de miles de pesos que se posea, sino en la
falta de necesidades. Y yo tengo muy pocas, y éstas me las satisface Dios por sí mismo y las otras por medio
de otras personas, como son las relativas a la vista, a vestirme, a prenderme y a lo demás”.
El 26 de enero de 1914 muere el Siervo de Dios José Gabriel del Rosario Brochero. “Lego mi cuerpo
a la tierra de la que fue formado y mi alma a Nuestro Señor Jesucristo que la redimió con su preciosísima
sangre. Así lo declaro para que conste”.
(Colaboración del P. Cristián Ramírez)
276
Lección 15
FRAY MAMERTO ESQUIÚ
Obispo de Córdoba
“Inspiradas y sazonadas con tal virtud sus palabras obraban verdaderas
maravillas, y la fama de su nombre corria por todas partes”
Nació el 11 de mayo de 1826 en La Callecita (Piedra Blanca) al pie del
Ambato nevado, a pocos kilometros de la ciudad Catamarca (mejor: San
Fernando del Valle de Catamarca) bajo un techo de paja. Era el día de San
Mamerto y la iglesia celebraba la fiesta de la Ascensión. Fray Francisco Cor-
tez misionero y amigo de la familia lo bautizó. Sus padres fueron Santiago
Esquiú, soldado catalán enviado por España al Río de la Plata que combatió
en el alto Perú hasta ser hecho prisionero por los patriotas, dedicándose
luego al cultivo de la tierra. Su madre María de las Nieves Medina, criolla
catamarqueña.
EL ESTUDIANTE
La vocación de Esquiú por el saber, se advierte desde niño. En la pobre escuelita de su pueblo natal
lee y escribe mejor que sus compañeritos. Por eso sus padres, lo mandan a la escuela franciscana de
San Fernando del Valle, la mejor de la región, donde según Nicolás Avellaneda “los hijos de los labriegos
aprenden el latin”.
Para asistir a clase con su hermano Odorico, en 1835 se alojan en la casa del sastre Elias Nuñez,
familia amiga de los Esquiú, a pocos menos de 10 cuadras de la escuela. Hacían el recorrido, mañana
y tarde a pie. Cuenta Odorico que Mamerto “iba estudiando la lección de latín, con la capilla calada,
tropezando en las piedras”.
En la misma casa hay otro estudiante cuya contracción al estudio es evidente. Nuñez escribe a San-
tiago Esquiú y le hace saber que Mamerto estudia poco. Su padre va a la ciudad, carta en mano, y con
la ternura que debe usar un padre, le reprocha su poco aplicación por el estudio. Mamerto escucha en
silencio y le responde: “Es cierto que NN estudia mucho más en la casa, pero yo doy mejores lecciones
en la clase, con solo estudiar en la calle”.
Su padre jamás olvido esa contestación, ni el original modo de estudiar latín “pateando piedras”.
EN EL CONVENTO
A los diez años sintió el dolor de la muerte de su madre (15/05/1836) y 12 días más tarde, de la mano
de su padre, llegó al convento de San Francisco (Catamarca), aspirante al sacerdocio; el 13 de julio de
1841, el padre guardián Fray Wenceslao Achával, le dio los hábitos de novicio. A los 12 años inició el
estudio de la filosofía y a los 14 los de teología. A los 17 hizo sus votos, el 14 de julio de 1842, fiesta de
San Buenaventura. No tenía edad para profesar y quedó a la espera de la dispensa que llegaría. Mientras
tanto desempeñó otras tareas conventuales.
DOCENTE
Era el mejor religioso, por su capacidad y virtudes. Los frailes, viendo su talento, dieron a Esquiú ta-
reas docentes. En 1843 es maestro de su querida escuela en San Francisco; y en 1844, su director. Se
desempeña con eficiencia y es llamado “el mejor maestro de su tiempo”.
Reformó el plan de estudios e incorporó nuevas materias. Suprimió el rigor de los castigos, no más
azotes -¡en esa época se castigaba a los chicos que no estudiaban!_, sólo cariño.
Bibliotecario del convento, incorporó nuevos libros, adquiriéndolos con parte de lo que el colegio le
daba como estipendio.
Dejó la enseñanza para practicar filosofía y teología - cátedras logradas con su esfuerzo - no sólo en
el colegio sino también en el Seminario Conciliar La Merced -lugar donde se preparaban los sacerdotes-,
donde colaboró con la redacción del plan de estudios y el reglamento.
En filosofía, reemplazó los textos en uso por otros más modernos. Lo mismo en teología, los tradujo al
277
ORDEN SAGRADO
EL ORADOR DE LA CONSTITUCIÓN
El joven y entusiasta Esquiú, predicaba casi diariamente. Lo citaban los seño-
res curas a sus parroquias; las religiosas a sus capillas y, aun de otras diócesis,
era requerido para la predicación de misiones y ejercicios espirituales.
Hablaba sinceramente tratando de llegar con verdades al corazón de la gente.
Todos reconocen en el padre Esquiú a uno de los más grandes oradores ame-
ricanos -ya que era un ardiente patriota-; pero muy pocos tienen noticia de su
extraordinaria e ingente obra como predicador evangélico.
Debe admirárselo más en sus homilías americanas y en sus pláticas sencillas
que en sus grandilocuentes sermones, porque con ellas hacia más bien a las al-
mas. Esquiú además, recalcaba la función de cada uno dentro de la comunidad
y para poder cumplimentarla se debía tener en cuenta:
Iglesia de San Francisco.
1-Saber y Calcular
2-Dedicarse a sancionar lo justo y lo bueno
3-No flaquear ante las amenazas de la tiranía y el despotismo o ante la seducción de la demagogia
4-Sacrificar las afecciones privadas en aras del bien común.
No ha quedado en Catamarca una capilla donde no se oyeran las divinas verdades expuestas con
sencillez con su serena y atrayente voz. Todos se agolpaban en torno a él para oir al predicador humilde
y apóstolico, que derramaba con sus palabras la caridad, cuyo fuego lo consumía. Fundó la revista El
Cruzado y otras publicaciones religiosas.
Pero el nombre de Fray Mamerto Esquiú adquiere fama nacional e internacional luego de pronunciar
esa joya de la oratoria argentina, como es el Sermón de la Constitución, en la Iglesia Matriz de Catamarca,
el 9 de julio de 1853, donde pidió concordia y unión para los argentinos, discurso que motivó que fuese
llamado oficialmente el “orador de la Constitución”. Dijo Dalmacio Vélez Sars-
field, el redactor del Código Civil Argentino, a propósito de este sermón: “Cuan-
do en un pueblo aparece un orador de la altura del Padre Esquiú, cuando él es
comprendido y se sabe valorar su mérito, ese pueblo es un pueblo civilizado,
aunque sus casas sean chozas”. En 1855 fue vicepresidente de la Convención
Constituyente de Catamarca.
En 1870, luego de la muerte del Arzobispo de Buenos Aires, el Senado de
la Nación coloca a Esquiú en primer término en la terna para la sede vacan-
te. Enterado Mamerto de esta situación y, luego de dos meses de oración en
Bolivia, envía su célebre renuncia, la que concluye así: “Cualquier insistencia
contra esta resolución, inspirada por el amor a mi Patria bien entendido y por
mis deberes con Dios y su Iglesia, no podrá tener lugar, porque me retiro de
este país a otro más lejano”. Y se va a Tierra Santa, donde visita los lugares en
los que caminó Jesucristo. Apenas llegado a Catamarca, otra vez es requerido
para altos honores. Es nombrado Obispo de Córdoba. Renuncia, como la vez
Pulpito desde el que Fray M.Esquiú anterior, pero ahora el Papa no acepta su negativa. Entonces pronunciará su
hablo en 1853 recordada frase: “Si el Papa lo quiere, Dios lo quiere también: cúmplase su
(Iglesia San José - Piedra Blanca) voluntad”. Y fue Obispo de Córdoba desde el 12 de diciembre de 1880 hasta
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Lección 15
el 10 de enero de 1883, día en que la muerte lo sorprendió en la Posta del Suncho, Departamento La
Paz, en plena gira pastoral.
Mientras sus restos mortales descansan en la catedral de Córdo-
ba, el corazón “incorrupto” del religioso permanece en el convento
franciscano de Catamarca.
Si bien Argentina ya tiene a Héctor Valdivieso Sáenz como san-
to autóctono, aunque su martirio se haya producido en España, el
Episcopado auspicia las causas del Padre Brochero, Ceferino Na-
muncurá y Mamerto Esquiú, que nacieron, desempeñaron su tarea
pastoral y murieron en el país.
Argentina tiene, además, como beatos al religioso salesiano Arté-
mides Zatti, la niña chileno-argentina Laura Vicuña y las religiosas Corazón de Fray M. Esquiú en su urna.
María del Tránsito Cabanillas y María Ignacia March Mesa.
Fray Mamerto Esquiú, como dijo Leopoldo Lugones:
Leopoldo Lugones: Escritor Argentino nacido en Rio Seco (Córdoba) (1874 - 1938) uno de los grandes poetas argentinos,
acaso el más importante de su tiempo.
IGLESIA EN ARGENTINA
Estadísticas 2006
Arquidiócesis 14
Diócesis 47
Prelaturas territoriales 3
Prelaturas personales 1
Eparquías 3
Ordinariatos 2
Total de circunscripciones eclesiásticas 68
Cardenales 2
Arzobispos residenciales (con gobierno de arquidiócesis) 14
Arzobispos titulares (sin gobierno de arquidiócesis) 1
Arzobispos eméritos 10
Obispos residenciales (con gobierno de diócesis) 44
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ORDEN SAGRADO
Obispos eparcas 3
Obispos prelados (al frente de prelaturas territoriales) 3
Obispos auxiliares 9
Obispos eméritos 17
Obispos titulares (sin gobierno de diócesis) 1
Total de obispos 104
Sacerdotes diocesanos 3446
Sacerdotes religiosos 2202
Total de sacerdotes 5648
Diócesis permanentes 519
Seminaristas mayores diocesanos 1281
Órdenes y congregaciones religiosas masculinas 77
Casas de religiosos 772
Órdenes y congregaciones religiosas femeninas 223
Casas de religiosas 1803
Monasterios de clausura (monjas) 61
Seminarios diocesanos (mayores) 28
Seminarios diocesanos (menores) 25
Hermanos 751
Hermanas (religiosas) 9113
Parroquias 2674
Iglesias y capillas (aproximadamente) 8742
Santuarios 98
Basílicas 45
Universidades católicas 7
Colegios católicos 2543
Diarios católicos 1
Agencias informativas 1
Publicaciones periódicas 455
Radioemisoras 122
Editoriales 42
Casas de Ejercicios Espirituales 210
Librerías Católicas 142
Centros asistenciales 137
Centros de salud 25
Asistencia de enfermos y en situaciones de riegos 37
Instituciones de ayuda y servicio comunitario 53
(Datos de www.aica.org)
CONCILIOS ECUMÉNICOS
Deriva el nombre del latín ‘concilium’, que significa junta o congreso para tratar alguna cosa. En la
Iglesia la palabra adquirió un significado más restringido y pasó a designar los congresos de los obispos
y otros eclesiásticos para deliberar y decidir en materia de dogmas y de disciplina: lo que se debe creer
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Lección 15
con Fe católica (dogmas) y cómo se debe vivir cristianamente (dis-
ciplina).
El concilio se llama: ecuménico (= universal), cuando, invitados
por el Romano Pontífice, presididos por él, se reúnen los obispos de
todo el mundo.
El primer Concilio Ecuménico de la historia, el de Nicea, fue con-
vocado -sabiéndolo y autorizándolo el Papa de Roma, san Silves-
tre- por el emperador romano Constantino en el 325, para afirmar la
divinidad de Cristo, contra un tal Arrio que la negaba.
Reunidos los padres conciliares, y luego de muchas discusiones
y sesudos estudios de las Escrituras y de la Tradición, proclamaron
que Jesucristo es único Hijo de Dios, de la misma sustancia que el
Padre, Dios verdadero.
Pocos años más tarde, apareció otro hereje que se empecinó en
sostener que el Espíritu Santo no es Dios. Nuevamente se reunieron
los obispos en una ciudad del Imperio de Oriente, esta vez Constan-
tinopla, en el año 381, reinando en Roma el Papa san Dámaso. Este Catedral de San Mauricio, Vienne. Francia.
concilio proclamó solemnemente y recibió la plena confirmación del Lugar donde se celebró el concilio del mismo
nombre.
sucesor de Pedro, que el Espíritu Santo es Dios verdadero.
El conjunto de dogmas compendiados por estos dos concilios, constituyen lo que se denomina Credo
Nicenoconstantinopolitano (y que, vulgarmente, es llamado “Credo largo”), que suele rezarse en algunas
solemnidades.
Pero los problemas no acabaron allí. A esos dos primeros concilios siguieron otros 19, de los cuales,
la mayoría tuvo carácter dogmático, es decir, proclamó dogmas, verdades de fe que es preciso creer y
cuya negación o duda consentida es un pecado contra la fe, llamado herejía.
El último concilio ecuménico se reunió en la Ciudad del Vaticano, en 1962. No fue un concilio dog-
mático sino disciplinar. Se lo conoce como Concilio Vaticano II, pues en 1869 se había reunido otro
ecuménico en el Vaticano, ése sí de carácter dogmático.
ACTIVIDADES
1- APRENDEMOS los concilios:
Los primeros concilios ecuménicos, convocados por emperadores, se reunieron en ciudades de Oriente
y fueron: 1º de Nicea, 325; 1º de Constantinopla, 381; 1º de Éfeso, 432; 1º de Calcedonia, 451; 2º de
Constantinopla, 553; 3º de Constantinopla, 680-681; 2º de Nicea, 787; 4º de Constantinopla, 869-870.
Después de este último concilio en Oriente, un número importante de obispos no quiso aceptar las
decisiones conciliares ni reconocer la autoridad del Romano Pontífice sobre la Iglesia Universal, y se
separó de la comunión con Roma, haciendo definitivo el llamado “Cisma de Oriente”. Las comunidades
separadas, diversas e independientes las unas de las otras, se conocen como “iglesias ortodoxas” y las
hay griega, rusa, copta, siria, etc.
Dos largos siglos después, se reanudaron los concilios, ahora en Occidente. El primero se reunió en San
Juán de Letrán –la catedral del Papa-, en Roma, en 1123. A éste le siguieron otros tres en el mismo lugar:
2º de Letrán, 1139; 3º, 1179 y 4º, 1215. Luego el 1º y 2º de Lyon, en Francia, en los años 1245 y 1274
respectivamente. En 1311-12, el concilio de Vienne, también en Francia y el de Constanza, entre 1414 y
1418. Entre 1431 y 1445 se reunió el conocido como de Florencia. El 5º de Letrán fue entre 1512 y 1517.
También muy largo, suspendido y postergado en varias ocasiones, fue el concilio de Trento o Tridentino,
entre 1545 y 1563. A este concilio debemos la forma definitiva de los Sacramentos, la condena de los
errores protestantes, la doctrina de la Gracia, entre otras cosas. En 1869 se reunió el Vaticano 1º, suspen-
dido al año siguiente, el cual proclamó la infalibilidad del Papa cuando enseña con carácter definitivo algo
que hay que creer con fe católica o algo relativo a la moral. Finalmente, entre 1962 y 1964, se celebró
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ORDEN SAGRADO
el 2º concilio Vaticano.
Si querés aprenderte esta larga lista, podés recurrir a un versito mnemotécnico (=que ayuda a memori-
zar) que, si le ponés música, podés cantar:
NI-CO-E-CAL-CO-CO
NI-CO-LA-LA-LA-LA
LY-LY-VI
CON-FLO-LA
TRE-VA-VA
Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios. Nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios
de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, consubstancial al Padre,
por quien todo fue hecho. Y que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo. Y se
encarnó por obra del Espíritu Santo, de María Virgen, y se hizo hombre. Crucificado por nosotros, padeció
bajo el poder de Poncio Pilato, y fue sepultado. Y resucitó al tercer día, según las Escrituras. Y subió a
los cielos y está sentado a la diestra del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo; que con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para la
remisión de los pecados. Y espero la resurrección de la carne y la vida del siglo venidero. Amén.
We believe in one God, the Father, the Almighty, maker of heaven and earth, of all that is seen and unseen.
We believe in one Lord, Jesus Christ, the only Son of God, eternally begotten to the Father, God from God,
Light from Light, true God from true God, begotten, not made, one in Being with the Father. Through him
all things were made. For us men and for our salvation he came down from heaven: by the power of
the holy Spirit he was born of the Virgin Mary, and became man. For our sake he was crucified under
Pontius Pilate; he suffered, died, and was burried. On the third day he rose again in fulfillment of the
Scriptures; he ascended into heaven and is seated at the right hand of the Father. He will come again in
glory to judge the living and the dead, and his kingdom will have no end.
We believe in the Holy Spirit, the Lord, the giver of life, who proceeds from the Father and the Son. With
the Father and the Son he is worshiped and glorified. He has spoken through the Prophets.
We believe in one holy catholic and apostolic Church. We acknowledge one baptism for the forgiveness of
sins. We look for the resurrection of the dead, and the life of the world to come. Amen.
El Credo se reza de pie; pero, al llegar a las palabras resaltadas, antiguamente todos se arrodillaban. Hoy mantenemos este gesto
de adoración al rezar el Credo en Navidad y Pascua.
¿Te animás a distinguir qué parte del Credo corresponde a lo que definieron los Padres del Concilio de
Nicea y qué parte, al de Constantinopla?
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