Final Teologia
Final Teologia
Final Teologia
Canticos:
Cánticos (definición según MERCABA): composición poética bíblica con
algunas características propias de los salmos, pero no pertenecientes al
salterio. En la Liturgia de las Horas, además de los tres cánticos
evangélicos, se encuentran cincuenta y cinco: cuarenta y cuatro del AT y
once del NT.
Con ocasión de la visita de María a su prima Isabel de la circuncisión de
Jun y de la presentación de Jesús en el templo, ciertos personajes
alababan a Dios de una forma inspirada en los canticos del antiguo
testamento: tenemos así el:
Magnificat, de María.
Benedictus, de Zacarías.
Nunc Dimittis del anciano Simeón.
Estos canticos reconocen, con su fe llena de gozo, el cumplimiento de las
promesas hechas a Israel. Ya se han cumplido los tiempos, aunque no haya
sido proclamada todavía la palabra. Solo los pobres, los privilegiados, saben lo
que está tramando Dios para la salvación de su pueblo.
Solo los pobres, como los pastores de Belén escuchan los cantos jubilosos de
los ángeles.
Grandes discursos: Parábolas.
Ante todo la parábola se presenta como «relato anfibológico» es decir, como
narración con un doble significado, que transmite continuas referencias a los
acontecimientos o a las situaciones que la han engendrado. Se ha escogido
adrede hablar de «anfibología» más bien que de «ficción» o «falsedad» va que
la misma trama narrativa, presente en la parábola, puede referirse a sucesos
que han acontecido realmente, que no han sido inventados. (SEGÚN
MERCABA)
La parábola es una comparación que se desarrolla en forma de historia. Por ser
comparación expone las diferencias y semejanzas entre dos cosas, por ser
historia lo cuenta a través de acciones. Jesús en sus parábolas relaciona y
compara la vida y el Reino.
El grano de mostaza (Mc 4, 30-32, Mt 13, 31s; Lc 13, 18s) SEGÚN
MERCABA
La parábola tiene un colorido auténticamente palestino. Un grano de mostaza
tiene más o menos el mismo tamaño que la cabeza de un alfiler. Marcos
destaca su tamaño reducido: es la más pequeña de todas las semillas que se
arrojan a la tierra. El arbusto de mostaza, una vez que se ha desarrollado, llega
a alcanzar una altura de dos y medio a tres metros. Nos encontramos, pues, de
nuevo, con una parábola de contraste. Jesús quiere representar el enorme
contraste entre los raquíticos comienzos del Evangelio, de la predicación de
unos pocos pobres discípulos y el esplendor del reinado de Dios, que Dios
mismo saca de la nada. Marcos lo destaca de un modo relevante al afirmar
que, una vez que el arbusto ha crecido, pueden cobijarse a su sombra los
pájaros del cielo. Aparece ya en este caso un rasgo simbólico que del
contenido ha pasado a la expresión gráfica, a la imagen. El cobijarse en el
árbol simboliza la admisión de muchos pueblos en el Reino de Dios, que se
convierte para ellos en su morada. Ya en el libro de Daniel (4, 8s.l7-23)
aparece el árbol en el que los pájaros colocan sus nidos, como símbolo de un
gran reino. Así se representa también aquí el reinado de Dios en la imagen de
un reinado que protege la paz. No se compara, pues, el Reino de Dios con el
grano de mostaza, sino con el potente arbusto que brinda protección a los
pájaros. El grano de mostaza primitivo sólo se menciona para realzar el
contraste entre el comienzo y la plenitud final.
La parábola del sembrador (o de los cuatro tipos de tierras) (Mc 4, 3-9; Mt
13, 1-9; Lc 8, 4-8)
Esta parábola se encuentra casi al pie de la letra en Mt 13, 1-9 y en Lc 8, 4-8,
lo cual es un signo de fidelidad a la tradición y de la importancia que se le
atribuyó en la Iglesia primitiva. Para comprenderla correctamente, hay que
saber cómo se practicaba la agricultura en aquel tiempo en Palestina; si no, la
actitud del sembrador parece muy desacertada. La sementera tenía lugar en
noviembre después de que las primeras lluvias hubieran ablandado algo la
tierra reseca: se sembraba antes de arar. El sembrador avanzaba sobre el
rastrojo y arrojaba también la semilla en la tierra que la gente había pisado
conculcando el derecho del dueño, ya que él pretendía reconvertirlo de nuevo
para el cultivo. También arrojaba la semilla entre los espinos resecos, ya que
quería sepultarlos bajo tierra juntamente con la semilla. Que muchos granos
cayesen en tierras pedregosas se debía a que, a menudo, las rocas calcáreas
estaban recubiertas de una fina capa de humus y, por eso, era muy difícil
distinguirlas del resto del campo apto para el cultivo.
Al narrador no le interesa tanto el sembrador como las cuatro clases diversas
de tierra de labranza sobre las que él arroja la semilla. La vereda pisada, el
terreno rocoso, la tierra llena de zarzas y, finalmente, la tierra buena ofrecen
condiciones muy diferentes para el crecimiento y desarrollo de la semilla. Los
pájaros devoran los granos arrojados sobre el camino antes de que el arado
logre sepultarlos bajo tierra. Al no poder echar raíces consistentes, se agosta
rápidamente la semilla arrojada sobre terrenos rocosos, en cuanto calienta un
poco el sol del verano. Los granos que han caído juntamente con las zarzas
nacen al mismo tiempo que ellas, pero acaban sofocados. Sólo la semilla
esparcida en el campo bueno produce fruto abundante: una dio el treinta, otra
el sesenta y otra el ciento por uno. Sin embargo, se ha comprobado que en
Palestina un único grano puede producir, en circunstancias favorables, 150 e
incluso 350 granos.
Podemos considerar también esta parábola como una parábola de contraste.
Por una parte nos cuenta el trabajo muchas veces estéril del sembrador. Por
otra parte, el campo con el fruto maduro se contrapone al barbecho infecundo.
Aunque mucho trabajo humano parezca ser un fracaso, Jesús está, sin
embargo, poseído de una alegre confianza: A pesar de todo, llega la revelación
del Reino de Dios y juntamente con ella una cosecha tan abundante que
sobrepasa todo lo imaginable. El punto de comparación no es, por tanto, ni el
sembrador ni su actividad, sino el terreno. Aunque éste no sea ideal y muchos
granos germinados no produzcan fruto alguno, la cosecha es igualmente
abundante.
La explicación de la parábola del sembrador (Mc 4, 13-20; Mt 13, 18-23; Lc
8, 11-15) SEGÚN MERCABA
Los tres Evangelios sinópticos cuentan que los discípulos preguntaron a Jesús
por el sentido de la parábola y los tres recogen también una explicación
expresa. Ahora bien, J. Jeremías ha demostrado convincentemente, y todos los
más modernos exegetas apoyan su tesis, que esa explicación no procede de
Jesús, sino de la Iglesia primitiva que la puso posteriormente en boca de Jesús.
Vamos a enumerar una serie de motivos que avalan esta interpretación.
En la explicación de la parábola se encuentran expresiones y giros que no se
hallan en los Sinópticos, aunque sí en San Pablo. Por ejemplo, se equipara la
semilla a la «palabra». Este uso absoluto de la expresión, y no el más amplio
«la palabra de Dios», es una denominación del Evangelio que procede de la
Iglesia primitiva. Designa también la Buena Noticia; véase Hech 6, 4: «Nosotros
nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra»; Gal 6, 6: «cuando
uno está instruyéndose en la palabra» (la traducción ecuménica reproduce
correctamente el mensaje diciendo «en el Evangelio» en vez de «en la
palabra»). También las demás afirmaciones sobre la palabra que encontramos
en la explicación de la parábola como «sembrar» = anunciar la palabra; «recibir
la palabra», «padecer persecución a causa de la palabra», el término «crece»,
refiriéndolo a la palabra, o «produce fruto», son ajenas a la predicación de
Jesús, pero son muy corrientes en la predicación apostólica, especialmente en
San Pablo.
Tiene aún mayor importancia el hecho de que la explicación no corresponde al
sentido objetivo de la parábola. Traslada, más bien, la explicación al ámbito
psicológico. De un impulso animoso para los predicadores, se convierte en una
advertencia a los recién convertidos (cristianos) para que examinen si es
realmente válida y seria su conversión.
3. La explicación convierte la parábola en una pura alegoría; aplica todas las
particularidades del aspecto gráfico a determinadas personas y cosas. El
sembrador es Cristo o el pregonero de la Buena Nueva; el camino simboliza a
los superficiales; el terreno pedregoso a los hombres inconstantes; las zarzas
son las preocupaciones y seducciones de los hombres de este mundo; la tierra
buena significa a los oyentes atentos y abiertos. Es llamativo que sea tan breve
la explicación de la tierra buena, aunque sobre ella recae el peso decisivo de la
parábola. Marcos no explica cómo hay que entender el fructificar; Lucas lo
señala expresamente y, por eso, escribe: «Los de la tierra buena son los que
escuchan la palabra con un corazón noble y generoso y dan fruto con su
perseverancia» (8, 15).
Después de lo dicho, la conclusión es irrefutable: La explicación de la parábola
del sembrador no procede de Jesús mismo, sino de la primitiva comunidad
cristiana que transformó sus palabras de aliento en mensaje de advertencia.
Lo que necesitaban los primeros discípulos de Jesús era, ante todo, aliento
para no desanimarse ante las primeras dificultades surgidas en la
evangelización. La Iglesia naciente necesitaba también algo más: Había que
indicarles a los convertidos las muchas posibilidades que existen para volver a
dejar de pertenecer al círculo de los discípulos de Jesús. Para mostrarles cómo
puede permanecer infructuoso el Evangelio en un hombre, creó la Iglesia
primitiva esta explicación. De esa manera demuestra cómo iba dándose
respuestas a sí misma para las cuestiones de cada situación concreta: y lo
hacía, de alguna manera, por boca de Jesús, su Señor. La explicación
manifiesta también, con todo, que pronto cayó en el olvido lo incomparable de
las parábolas de Jesús, pues esta reinterpretación tuvo lugar ya en la primera
generación. Al recogerla San Marcos en su Evangelio, la ha dado validez para
todas las épocas del cristianismo, sin que por eso se la pueda hacer pasar
como una interpretación auténtica del mismo Jesús.
El fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14)
Esta parábola que nos la refiere sólo San Lucas según el versículo 9, está
dirigida a algunos «que estaban seguros de su propia justicia y despreciaban a
los demás». Casi involuntariamente, al oír esto, pensamos en los fariseos cuyo
representante aparece en la parábola que propone a continuación. Pero quizá
el evangelista quiere dirigirla también a muchos cristianos que rezan al estilo de
los fariseos. Por el lenguaje y el contenido hay que reconocerla como
perteneciente a la antigua tradición palestina.
Dos habitantes de Jerusalén suben a orar al templo a la hora de oración (3 de
la tarde; véase Hech 3, 1). Uno de ellos, que era fariseo, se coloca en un lugar
bien visible para todos. Su oración es pura acción de gracias, no contiene una
sola súplica. Da gracias a Dios, en primer lugar, por su piedad; después, por
sus obras. La piedad se manifiesta en que se mantiene alejado del pecado: no
es ningún ladrón (quizá haya que suavizar un poco el sentido de la palabra: no
es un picaro); no es mentiroso ni adúltero. No vive tampoco en constante
conflicto con la Ley. La observación que él mismo se hace «no como ese
publicano de ahí», permite conocer que desprecia a otros hombres. También el
recuento de sus obras piadosas hay que comprenderlo como contenido de su
oración. Ayuna dos veces por semana, sin duda que de un modo vicario por los
pecados del pueblo. A eso hay que añadir una gran y generosa disponibilidad:
paga el diez por ciento de todos sus ingresos como donación para fines
benéficos, lo que, como el ayuno que practicaba, es bastante más de lo que
exigía la misma Ley.
El otro se queda en el fondo del templo, no se atreve ni siquiera a levantar los
ojos, sino que se golpea en el pecho (con más precisión: en el lugar del
corazón que se considera como la sede del pecado), expresión de su profundo
arrepentimiento. Su oración es sencillamente una súplica de misericordia,
formulada bajo la inspiración del salmo 51, 3: «Misericordia, Dios mío, por tu
bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa».
El verso 14 recoge el juicio de Jesús sobre estas dos personas que oran. El
publicano vuelve a su casa justificada, es decir, como alguien que ha
encontrado la benevolencia de Dios; el fariseo, no. El versículo 14b, que se
encuentra también en Lc 14, 11 no pertenece originariamente a este pasaje,
aunque no cuadra mal con la parábola: «El que se ensalza, será humillado; el
que se humilla, será ensalzado». La forma pasiva es una perífrasis que permite
vislumbrar el nombre de Dios; el futuro hay que entenderlo en sentido
escatológico; es decir, en el Juicio Final humillará Dios a los orgullosos y
ensalzará a los humildes. El fariseo se ha ensalzado a sí mismo en la oración,
el publicano se ha anonadado ante Dios, al reconocerse pecador y pedir
perdón. Por eso, Dios en el juicio, humillará a uno y al otro le concederá su
gracia.
El desenlace de la parábola tuvo que producir gran conmoción entre los
oyentes. ¿Qué se puede censurar en la oración del fariseo? El sabe que debe
a la gracia de Dios ser mejor que los demás. ¿A qué se debe la eficacia de la
oración del publicano? Según la concepción antigua, su situación era
desesperada. Para conseguir perdón, tenía que dejar su profesión y restituir
todo el dinero que había conseguido por la usura; pero ya no es capaz de
recordar a quién y en qué medida ha perjudicado. ¿Cómo lograr, pues, la
gracia de Dios?
Jesús no responde a estas preguntas, sino que quiere decir sencillamente esto:
¡Así de bueno es Dios! Dios se porta, en realidad, tal y como se propone en el
salmo 51 cuyo comienzo lia citado el publicano al decir: «El sacrificio que a
Dios le agrada es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado
tú, Dios, no lo desprecias» (v. 19). Dios dice «sí» al pecador
desesperanzadamente desesperado y dice «no» al fariseo que se autojustifica.
Y así sigue actuando —esto tendremos que completarlo— también ahora a
través de Jesús, su representante.
La parábola pretende, pues, justificar tanto la misericordia de Dios con los
pecadores como la actitud de Jesús para con ellos. Y con el versículo
introductorio desea el evangelista advertirles a sus lectores que no desprecien
dentro de la comunidad a los pecadores que se arrepienten.
El Sermón del Monte
Mateo 5,1-20.28
[1]Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se
acercaron a él.
[2]Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
[3]«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el
Reino de los Cielos.
[4]Felices los afligidos, porque serán consolados.
[5]Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
[6]Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
[7]Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
[8]Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
[9]Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
[10]Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les
pertenece el Reino de los Cielos.
[11]Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los
calumnie en toda forma a causa de mí.
[12]Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran
recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que
los precedieron.
[13]Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la
volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los
hombres.
[14]Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la
cima de una montaña.
[15]Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que
se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la
casa.
[16]Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin
de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
[17]No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a
abolir, sino a dar cumplimiento.
[18]Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que
desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.
[19]El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los
otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos.
En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino
de los Cielos.
[20]Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas
y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos.
[28]Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio
con ella en su corazón.
Explicación: El sermón de la montaña resume toda la moral cristiana entendida
como una invitación a ser perfectos como es perfecto el padre que está en los
cielos. Sienta las bases y señala las pautas de toda verdadera fraternidad, u
nuevo estilo de vida fundado con amor convertido a los discípulos de Jesús en
“sal de la tierra” y “luz del mundo”
La Nueva Ley
La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina,
natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el
Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser
la ley interior de la caridad: ‘Concertaré con la casa de Israel una alianza
nueva... pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo
seré su Dios y ellos serán mi pueblo’.
La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en
Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que
hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo:
El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor
pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo,
encontrará en él sin duda alguna la carta perfecta de la vida cristiana... Este
Sermón contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana.
La Ley evangélica ‘da cumplimiento’, purifica, supera, y lleva a su perfección la
Ley antigua. En las ‘Bienaventuranzas’ da cumplimiento a las promesas divinas
elevándolas y ordenándolas al ‘Reino de los cielos’. Se dirige a los que están
dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los
afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando
así los caminos sorprendentes del Reino.
La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que
infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la
fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad ,
porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos
inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar
de la condición del siervo ‘que ignora lo que hace su señor’, a la de amigo de
Cristo, ‘porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’ , o
también a la condición de hijo heredero.
Más allá de sus preceptos, la Ley nueva contiene los consejos evangélicos. La
distinción tradicional entre mandamientos de Dios y consejos evangélicos se
establece por relación a la caridad, perfección de la vida cristiana. Los
preceptos están destinados a apartar lo que es incompatible con la caridad. Los
consejos tienen por fin apartar lo que, incluso sin serle contrario, puede
constituir un impedimento al desarrollo de la caridad.
(Dios) no quiere que cada uno observe todos los consejos, sino solamente los
que son convenientes según la diversidad de las personas, los tiempos, las
ocasiones, y las fuerzas, como la caridad lo requiera. Porque es ésta la que,
como reina de todas las virtudes, de todos los mandamientos, de todos los
consejos, y en suma de todas las leyes y de todas las acciones cristianas, da a
todos y a todas rango, orden, tiempo y valor.
Fuente: CATIC 498 en adelante.
Acusación religiosa
Acusación política
Llega la pascua y Jesús se reúne con los apóstoles para la cena ritual. Al
término de la misma realiza la institución de la eucaristía: da de comer a los
suyos el sacramento de su cuerpo y su sangre que, ya mismo, va a entregar y
derramar por la salvación de los hombres. Luego, en el último discurso de
despedida, les anuncia su eminente partida, promete enviarles el espíritu santo,
reafirma su gran mandamiento del amor y ora al padre por ellos y los futuros
creyentes.
La resurrección: significado:
Con la resurrección de Cristo, Dios ha querido ratificar el mensaje y la
existencia de Jesús, mostrando el verdadero sentido salvífico de su muerte, al
mismo tiempo que da sentido a la muerte del hombre, como paso a la vida
absoluta. Con ella Dios afirma el actuarse de a salvación y el cumplimiento de
las promesas antiguas.
La resurrección pertenece al acto decisivo de la revelación en cuanto
constituyen elementos fundamentales para la credibilidad.
Lo expresó el apóstol Pablo: “si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación
y vacía también nuestra fe” (I Cor. 15, 14)
Jesús resucitó en cuerpo y alma glorificado. Resucita una vez y para
siempre, ya no está sujeto a las leyes naturales.
El relato de los evangelistas:
No hubo testigos directos de la resurrección, la presencia del ángel
anuncia la resurrección y las apariciones. Las apariciones son la base de la
resurrección ya que no se pueden modificar. Los evangelistas hablan de ello.
Los primeros testigos de la resurrección fueron las mujeres.
CATIC: 639- 655:
Resumen
656 La fe en la Resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez
históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente
con el Resucitado, y misteriosamente transcendente en cuanto entrada de la
humanidad de Cristo en la gloria de Dios.
657 El sepulcro vacío y las vendas en el suelo significan por sí mismas que el
cuerpo de Cristo ha escapado por el poder de Dios de las ataduras de la
muerte y de la corrupción. Preparan a los discípulos para su encuentro con el
Resucitado.
658 Cristo, "el primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18), es el principio de
nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma
(cf. Rm 6, 4), más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo (cf. Rm 8, 11).
I Co 15, 3-4:
Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer
día, de acuerdo con la Escritura.
Lc 24, 5-8
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo,
ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba
en Galilea: «Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de
los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día». Y las mujeres
recordaron sus palabras.
Jn 20, 2-8
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y
les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto». Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos
juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después
llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el
suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con
las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo,
que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Lc 24, 34
… y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a
Simón!».
Hch 13, 32
Y nosotros les anunciamos a ustedes esta Buena Noticia: la promesa que Dios
hizo a nuestros padres.
La resurrección de Jesús predicada en el kerigma apostólico:
(Hch 2, 1-55)
Las herejías
Principales herejías:
2) Ebionismo
Por influencia del mundo judío ingresaron también en la Iglesia algunos errores.
A fines del siglo primero hubo algunos herejes judaizantes: los ebionitas,
también llamados "nazarenos" a causa de su ideal de vida pobre, y que
tomando como base un rígido monoteísmo unipersonal, negaron la divinidad de
Cristo por ser incapaces de concebir una única sustancia divina en varias
personas.
Los ebionitas se extendieron desde Persia hasta Siria. Utilizaban un evangelio
especial, llamado "Evangelio de los hebreos", sobre cuya identidad precisa
discuten en la actualidad los estudiosos. La herejía de los ebionitas afirmaba
que Cristo no es Dios, sino un simple hombre; las corrientes más moderadas,
en cambio, admitían también su origen divino.
Rechazaban las enseñanzas de San Pablo y lo consideraban un apóstata por
haber traicionado el hebraísmo al haber colocado las enseñanzas de Cristo por
encima de la ley mosaica. Muchos ebionitas asumieron errores provenientes
del gnosticismo, entre ellos Cerinto.
Cerinto, probablemente un egipcio judío, sostuvo, asumiendo elementos
gnósticos, que el mundo no había sido creado por el Dios omnipotente, quien
trascendía todo lo existente, sino por un demiurgo inferior a Él que sería el
Cristo. Él aceptaba solamente el Evangelio según San Mateo y sostenía que
Jesús era un ser humano nacido de María y José, que había recibido al "Cristo"
en el bautismo como un tipo de virtud divina que le revelaba a Dios y le daba el
poder de hacer milagros; esta virtud se apartó de su cuerpo en el momento de
su muerte.
Las ideas de Cerinto y sus seguidores fueron fuertemente rechazadas por el
resto de la Iglesia. Según San Ireneo en su Adversus omnes Haereses, San
Juan escribió su Evangelio para refutar los numerosos errores sostenidos por
Cerinto.
3) Arrianismo y semiarrianismo
4) Nestorianismo
Herejía que en el siglo V enseñaba la existencia de dos personas separadas en
Cristo encarnado: una divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María,
unidas con una voluntad común. Toma su nombre de Nestorio, patriarca de
Constantinopla, quien fue el primero en difundir la doctrina.
Los errores del nestorianismo se pueden sintetizar así: El hijo de la Virgen
María es distinto del Hijo de Dios. Así como de manera análoga hay dos
naturalezas en Cristo, es necesario admitir también que existen en Él dos
sujetos o personas distintas.
Estas dos personas se hallan ligadas entre sí por una simple unidad accidental
o moral. El hombre Cristo no es Dios, sino portador de Dios. Por la encarnación
el Logos-Dios no se ha hecho hombre en sentido propio, sino que ha pasado a
habitar en el hombre Jesucristo, de manera parecida a como Dios habita en los
justos.
Las propiedades humanas (nacimiento, pasión, muerte) tan sólo se pueden
predicar del hombre Cristo; las propiedades divinas (creación, omnipotencia,
eternidad) únicamente se pueden enunciar del Logos-Dios; se niega, por lo
tanto, la comunicación entre ambas naturalezas.
En consecuencia, no es posible dar a María el título de Theotokos (=Madre de
Dios), que se le venía concediendo habitualmente desde Orígenes. Ella no es
más que "Madre del Hombre" o "Madre de Cristo".
Se opusieron al nestorianismo importantes prelados, encabezados por San
Cirilo de Alejandría. La herejía fue condenada y la doctrina aclarada en el
Concilio de Éfeso en el año 431: «...habiendo unido consigo el Verbo, según
hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de
modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre, no por sola
voluntad o complacencia, pero tampoco por la asunción de la persona sola, y
que las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que
de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las
naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad
constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la
concurrencia inefable y misteriosa en la unidad... Porque no nació
primeramente un hombre vulgar, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él
el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a
nacimiento carnal... De esta manera [los Santos Padres] no tuvieron
inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen» (Dz 111), y en el
Concilio de Calcedonia en el año 451: «ha de confesarse a uno solo y el mismo
Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo
perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente
hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a
la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la
humanidad, semejante en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr. 4, 15);
engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo,
en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María
Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a
uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin
confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la
diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien,
cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una
sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo
Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo...» (Dz 148). Nestorio contó con el
apoyo de varios obispos orientales que no aceptaron las condenaciones y
rompieron con la Iglesia formando una secta independiente; pero finalmente fue
desterrado en el año 436 al Alto Egipto.
5) Monofisismo
Herejía de los siglos V y VI que enseño que solo había una naturaleza en la
persona de Cristo, la divina. Se oponía a la doctrina del Concilio de Calcedonia
(451) sobre las dos naturalezas de Cristo. Surgido en parte como una reacción
contra el nestorianismo, fue desarrollado por el monje Eutiques (m. 454), quien
fue condenado por un Sínodo en Constantinopla.
A pesar de haber sido condenados en el segundo Concilio de Constantinopla
(553), el Monofisismo encontró apoyo en Siria, Armenia y especialmente entre
los cristianos coptos en Egipto en dónde todavía existe incluso con una
estructura ordenada en las Iglesias Armenia y Copta entre otras.
6) Monotelismo
Herejía del siglo VII que sostenía que Cristo poseía dos naturalezas; pero
afirmaba que tenía una sola voluntad. La herejía se originó de un intento de
reconciliar las ideas de la herejía monofisita con la ortodoxia cristiana. El
emperador Heraclio (610-641), en un encuentro con los monofisitas, formuló
que Cristo tenía dos naturalezas, pero una sola voluntad. Esta idea recibió
apoyo del patriarca de Constantinopla, Sergio. Este punto de vista fue
condenado posteriormente por la Iglesia de Occidente, lo cual generó un
resquebrajamiento con la Iglesia de Oriente. San Máximo el Confesor escribió
una refutación teológica del monotelismo, en la cual sostuvo que la voluntad
era una función de la naturaleza y no de la persona. El Monotelismo fue
condenado definitivamente por el tercer Concilio de Constantinopla (680), en el
cual se afirmó «dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones
naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión»
(Dz 291).
Las palabras de Jesús: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no
le trajere" (Jn. 6:44) y “Nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn. 14:6) expresan
que Dios, el Padre, y Dios, el Hijo, tienen la misma autoridad divina. El Padre
trae al hombre hacia el Hijo, y el Hijo lleva al hombre hacia el Padre.
Sólo como verdadero Dios Jesucristo pudo afirmar: “Yo y el Padre uno somos"
(Jn. 10:30), expresando en un lenguaje simple que es de la misma naturaleza
que el Padre.
El titulo de Hijo del hombre es una de las designaciones mas ricas de Cristo. La
prueba de ello es que Jesús se lo aplica a si mismo. Él nunca afirmo con
claridad que fuese el mesías, sino que utilizó este título de “hijo del hombre”
como medio para indicarlo. Los cristianos reconocieron en él la confesión de la
verdadera humanidad de Jesús y lo entendieron como un nombre mas para
designar el rebajamiento del Hijo de Dios. Es “hijo del hombre” en virtual de la
tarea a la que Dios le ha destinado. Su característica es la de ser humano,
aunque no por ello deja de pertenecer también a un mundo distinto. El hijo del
hombre realiza los designios de Dios sobre el mundo.
Siendo humano, el hijo del hombre goza de privilegios divinos, esta sentado
sobre el trono de gloria, participa de la gloria misma de Dios. Estas cualidades
no lo aíslan del mundo creado, sino que sigue subordinado a Dios; recibiendo
de él su nombre, es su representante y recibe su Espíritu con la finalidad de
llevar a buen fin su misión de revelador y de salvador. El hijo del hombre
pertenece, a dos mundos: al mundo de Dios, por una parte, cuyo único
revelador es; al mundo de los hombres, por otra parte, ya que el ejercicio de su
carrera es terrenal.
El “Hijo del Hombre” es, un titulo de misión: define el papel que Jesús tiene que
desempeñar en la tierra en ósmosis con su papel celestial.
Cristo Mediador
Él no es un simple intermediario, sino que es el Mediador, porque es al mismo
tiempo Dios verdadero y hombre verdadero. El titulo mediador atribuido a Cristo
define el conjunto de su misión en relación con los hombres, ya que abarca a la
vez su oficio de profeta, su tarea de siervo y su función de sacerdote.
Jesucristo sacerdote
El sacerdote es mediador en virtud de la situación divina y humana que posee.
Cristo es el verdadero sumo sacerdote en virtud misma de su condición ante
Dios. El Cristo superior a los sacerdotes de la antigua alianza: es de otro orden
sacerdotal, del orden de Melquisedec. Su condición ante Dios le permite
intervenir en favor de los hombres. El sumo sacerdote tiene por vocación la de
conducir a la humanidad hacia su perfección. La expiación sacrificial es una
condición entre otras varias para conseguir una finalidad más amplia en la
obra sacerdotal de Cristo: restaurar la alianza de tal manera que la
humanidad llegue a su perfección consumada.
Su papel santificador: transforma a los hombres en imágenes de Dios; su papel
de intercesión: ruega a Dios por sus hermanos y muere por ellos, para que
obtenga la salvación. Es sacerdote por toda la eternidad.
Jesús el Profeta
Ser profeta había significado ser el intermediario entre Dios y el pueblo,
recibiendo directamente de Dios su mensaje para transmitirlo de tal modo que
el profeta era como la boca de Dios que ejercía su misión en razón de una
vocación gratuita por parte de Dios. Jesús ungido por el Espíritu Santo para
anunciar el Evangelio a los pobres, la recuperación de la vista a los ciegos y la
liberación a los oprimidos, nos ha entregado en las Bienaventuranzas, llevando
a cumplimiento todo el profetismo, de tal modo que Él es el profeta. En Él,
Dios habla directamente al hombre, porque es la Palabra misma de Dios que
viene a traer la revelación. Como profeta, anuncia el reino de Dios dando a
conocer su misión y revelando su identidad.
Jesús el Maestro
Los evangelios presentan a Jesús no como un maestro religioso más, sino
como el “Rabbí”, el Maestro, que enseña una doctrina llena de poder (Mc.
1,27). No son los discípulos quienes buscan el maestro para recibir la
enseñanza, sino que es Jesús quien llama y convoca a sus discípulos para
enseñarles su doctrina.
Cristo siervo
Como siervo reivindica para si la obra oscura llevada a cabo por el justo que
celebra Isaías: tomas sobre si la condición histórica del hombre con todo lo que
lleva consigo de alejamiento y de oposición a Dios y reconcilia con su muerte
injustificada a Dios y al hombre.
El misterio de la trinidad