Los Judíos Del Primer Siglo de La Era Cristiana

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Los Judíos del Primer Siglo de la Era Cristiana

I. Introducción

EL PERIODO abarcado en este artículo comienza con la muerte de Herodes el Grande en el


año 4 a. C., y termina con el fin de la segunda revuelta judía en el año 135 d. C. En este
período vivieron y llevaron a cabo su ministerio público Juan el Bautista, Jesús y sus
apóstoles. Todos ellos eran judíos y vivían en Palestina. Por eso la historia judía de este
período es importantísima para la comprensión del cristianismo del Nuevo Testamento. El
judaísmo del primer siglo constituyó el ambiente dentro del cual nació el cristianismo.

La historia judía de este período se caracteriza por la inquietud prevaleciente tanto en los
asuntos religiosos como en los políticos. El judaísmo estaba dividido en varias sectas
antagónicas, cuyas diferencias con frecuencia eran tanto políticas y sociales como
religiosas. Los fariseos defendían un puritanismo legalista; los saduceos representaban a la
aristocracia política y social; los esenios se aislaban en comunidades monásticas para
esperar al Mesías, mientras que los herodianos y los zelotes ocupaban los extremos
opuestos en política: los primeros como colaboradores de los romanos, y los segundos
como rebeldes contra los mismos.

La vida judía durante este período giraba, en gran medida, en torno a la sinagoga local. Allí
se reunían los judíos no sólo para adorar a Dios sino también para leer la ley y los profetas,
y para explicar su contenido. La sinagoga era también, con frecuencia, una escuela para la
instrucción de la juventud judía. Tanto por sus escritos como por su manera de vivir, los
judíos hacían un impacto notable sobre el mundo pagano que los rodeaba. Llevaban a
cabo intensas actividades proselitistas y ganaban muchos conversos de entre los paganos,
ya fuera como simpatizantes o como judíos circuncidados y plenamente asimilados.

La expectativa mesiánica era fuerte entre los judíos durante este período. Muchos creían
que el Prometido estaba por aparecer, y tanto los fariseos como los esenios tenían
doctrinas bastante complejas en cuanto a su advenimiento. Por lo tanto, fue posible que
varios impostores que pretendían ser el Mesías lograran rodearse de seguidores crédulos.
Esta expectativa de un libertador del mundo apareció no sólo entre los judíos sino
también, aunque en menor grado, en los círculos paganos.

El desasosiego político judío se agravó durante este período debido a una sucesión de
inescrupulosos procuradores romanos que gobernaron en Judea. Las condiciones se
agravaron hasta el punto de que en el año 66 d. C. los judíos comenzaron una revolución
contra los romanos, que continuaron hasta el año 73 d. C. Jerusalén y su templo estaban
ahora destruidos y la nación había sido dispersada. Años de silenciosa recuperación
siguieron a esta catástrofe nacional. Durante los primeros años del siglo II los judíos
causaron varias pequeñas insurrecciones en diversas partes del Imperio Romano y,
finalmente, en el año 132 d. C., estalló de nuevo en Palestina una revuelta en gran escala;
pero en un lapso de tres años los judíos fueron otra vez aplastados por el poderío romano.
Para prevenir futuras rebeliones, los romanos prohibieron que ningún judío jamás entrara
otra vez en la ciudad de Jerusalén. De allí en adelante el judaísmo palestino dejó de tener
gran importancia para la historia del cristianismo.

II. Divisiones políticas

La región dada por los romanos a Herodes el Grande y a sus descendientes, comprendía
una cantidad de zonas que tenían costumbres diferentes y diversos dialectos. Esas
diferencias se habían producido a través de un proceso histórico.

Judea.-

Judea ocupaba la región sur de Palestina, al oeste del mar Muerto. Incluía los territorios
ocupados antes por las tribus hebreas de Judá, Benjamín y Simeón, y se extendía por la
mayor parte de la antigua región de Filistea junto al mar Mediterráneo. Su frontera norte
corría hacia el este desde Jope hasta el Jordán, y su frontera sur seguía una línea que
comenzaba muy cerca del sur de Gaza y pasaba por Beerseba hasta el mar Muerto (ver el
mapa frente a la p. 353). Incluía las ciudades de Jope, Jamnia, Gaza, Belén, Jericó y
Hebrón, y la capital era Jerusalén.

Judea comprendía principalmente una meseta montañosa, o una larga serranía que corre
de norte a sur, levantándose abruptamente desde una angosta planicie costera y que en
varios lugares llega a una altura de más de 1.000 m. El declive oriental es muy rápido
hasta el valle del Jordán y el mar Muerto, cuya superficie está a unos 400 m bajo el nivel
del mar. La Judea del tiempo de Herodes medía unos 90 km de norte a sur y más o menos
lo mismo de este a oeste. Sus cerros y valles se prestaban para la agricultura, el pastoreo
de ovejas y el cultivo de vides en pequeña escala.

Samaria.-
Samaria estaba al norte de Judea, en el territorio donde se establecieron las tribus de
Efraín, Manasés occidental y parte de Benjamín. Limitaba al norte con la planicie de
Esdraelón y el monte Gilboa. En su centro estaban los montes Gerizim y Ebal, a cuyo pie
estaba la antigua ciudad de Siquem (cerca de la actual Nablús), próxima al pozo de Jacob.
La ciudad de Samaria, por mucho tiempo la capital del reino del norte de Israel, estaba a
unos pocos kilómetros más hacia el norte. Samaria era un país de colinas y fértiles valles.
La enemistad entre judíos y samaritanos se originó cuando se separaron los reinos del
norte y del sur (t.II, p. 78), separación que duró desde la secesión en los días de Jeroboan
I, en el año 931 a. C., hasta el cautiverio de las tribus del norte en 723/ 722 a. C. Los asirios
deportaron a muchos de los israelitas y los reemplazaron con habitantes que eran una
mezcla de pueblos paganos de otras provincias que habían conquistado (2 Rey. 17: 24).
Esos pueblos trajeron consigo sus dioses paganos; pero cuando sobrevino un desastre a
esos nuevos colonos, los asirios -movidos por su superstición- enviaron a Samaria a un
sacerdote israelita para que les hiciera conocer al Dios del país. La mezcla de los israelitas
que permanecieron en el país con los inmigrantes paganos produjo una religión mixta, que
era en parte un culto a Jehová y en parte un ritual pagano.

Cuando los judíos regresaron de Babilonia a Judea, esta mezcolanza religiosa se convirtió
en una razón muy poderosa para su odio contra los samaritanos. Casi inmediatamente
hubo fricciones entre los dos pueblos (t. III, pp. 71-74, 323-324; ver com. Esd. 4; Neh. 4; 6).
Los samaritanos pusieron estorbos para la reedificación de las ciudades judías, y cuando
hicieron propuestas de alianza, los judíos las rechazaron terminantemente. Los
samaritanos establecieron su propio templo en el monte Gerizim como rival al de
Jerusalén. Esta enemistad nunca mejoró. Durante las luchas de los macabeos, los
samaritanos cooperaron con Antíoco Epífanes (p. 32; ver com. Dan. 11: 14). Entre los dos
pueblos no había trato social de ninguna clase (Neh. 2 a 6; Juan 4: 9).

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