Documento de Trabajo para La Etapa Continental Folleto
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INDICE
Introducción
4. Próximos pasos
4.1. Un camino de conversión y reforma
4.2. Metodología de la Etapa Continental
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Introducción
1. El Sínodo avanza: podemos afirmarlo con entusiasmo un año después de
su apertura. A lo largo de esta primera parte de la fase consultiva, millones
de personas de todo el mundo se han implicado en las actividades del
Sínodo: algunas participando en las reuniones a nivel local, otras
colaborando en la animación y coordinación de las actividades en los
distintos niveles, otras ofreciendo el apoyo de sus oraciones. «Expresamos
también, nuestra gratitud a las religiosas de vida contemplativa, que acompañaron a su pueblo
con la oración y siguen orando por los frutos del Sínodo» (CE Perú). Los verdaderos
protagonistas del Sínodo son todas estas personas que han participado.
6. Las citas que se intercalan a lo largo de este documento intentan dar una
idea de la riqueza de los materiales recibidos, permitiendo que resuene la voz
del Pueblo de Dios de todas las partes del mundo. No deben interpretarse
como un apoyo a posiciones provenientes de una zona concreta del mundo,
ni como una mera representación de la variedad geográfica, aunque se ha
procurado garantizar un cierto equilibrio en cuanto a la procedencia de las
fuentes. Más bien se han escogido esas citas porque expresan de manera
particularmente vigorosa, afortunada o precisa un sentimiento que se repite
en muchas síntesis. Sin embargo, es evidente que ningún documento podría
condensar la profundidad de la fe, la vitalidad de la esperanza y la energía de
la caridad que desbordan las aportaciones recibidas. Detrás de ellas se
vislumbra la fuerza y la riqueza de la experiencia llevada a cabo en las
diferentes Iglesias, al ponerse en camino y abrirse a la variedad de las voces
que han hablado. El sentido del proceso sinodal es el de permitir este
encuentro y diálogo, cuya finalidad no es producir documentos, sino abrir
horizontes de esperanza para el cumplimiento de la misión de la Iglesia.
12. Por último, el cuarto capítulo lanza una mirada al futuro recurriendo a
dos elementos, ambos indispensables para avanzar en el camino: el espiritual,
que contempla el horizonte de la conversión misionera sinodal, y el de la
metodología para los próximos pasos de la Etapa Continental.
13. El DEC sólo será comprensible y útil si se lee con los ojos del discípulo,
que lo reconoce como el testimonio de un camino de conversión hacia una
Iglesia sinodal que, a partir de la escucha, aprende a renovar su misión
evangelizadora a la luz de los signos de los tiempos, para seguir ofreciendo a
la humanidad un modo de ser y de vivir en el que todos puedan sentirse
incluidos y protagonistas. En este camino, la Palabra de Dios es una lámpara
para nuestros pasos, que ofrece la luz con la que releer, interpretar y expresar
la experiencia vivida.
la Iglesia y llamar por su nombre tanto las luces como a las sombras
existentes. Esta leal valoración ha dado inmediatamente frutos
misioneros: «se constata una fuerte movilización del Pueblo de Dios, la
alegría de reunirse, caminar juntos y hablar libremente. Algunos cristianos,
que se habían sentido heridos y se habían alejado de la Iglesia, volvieron
durante esta fase de consulta» (CE República Centroafricana). Muchos
subrayaron que era la primera vez que la Iglesia les pedía su opinión y
que deseaban continuar este camino: «deben continuar las reuniones en el
espíritu del método sinodal, donde todos los miembros de la asamblea o
comunidad pueden expresar abierta y honestamente su opinión, y también
deben continuar las reuniones con diversos grupos externos a la Iglesia. Este
tipo de cooperación debería convertirse en una de las “leyes no escritas” de
la cultura de la Iglesia, para fomentar el acercamiento entre los miembros de
la Iglesia y los grupos de la sociedad, creando así una disposición por parte
de la gente a entablar un diálogo más profundo» (CE Letonia).
18. Sin embargo, no faltaron las dificultades, que las síntesis no ocultan.
Algunas están vinculadas a la coincidencia de la fase de consulta con la
pandemia, otras derivan de la dificultad de comprender lo que significa la
sinodalidad, de la necesidad de un mayor esfuerzo de traducción e
inculturación de los materiales, de la imposibilidad de organizar reuniones
sinodales en algunos contextos locales o de resistencia ante la propuesta. No
faltan expresiones muy claras de rechazo: «no me fío del Sínodo. Creo que se ha
convocado para introducir más cambios en las enseñanzas de Cristo e infligir más heridas a su
Iglesia» (tomado de una contribución individual del Reino Unido). A menudo
se ha manifestado la preocupación de que el énfasis en la sinodalidad pueda
presionar para que se adopten en la Iglesia mecanismos y procedimientos
centrados en el principio de la mayoría democrática. Entre las dificultades
está también el escepticismo sobre la eficacia real o la intención del proceso
sinodal: «algunos expresaron dudas sobre el resultado del proceso sinodal debido a la
percepción de la Iglesia como una institución rígida que no quiere cambiar y modernizarse, o por
la sospecha de que el resultado del Sínodo esté predeterminado» (CE Canadá).
19. Numerosas síntesis mencionan los temores y las resistencias de parte del
clero, así como la pasividad de los laicos, su miedo a expresarse libremente y
la dificultad de articular el papel de los pastores con la dinámica sinodal: «en
este proceso también ha habido resistencias, falta de participación, comunidades que no se
incorporaron. Ello, en parte, pudo ser por la novedad del desafío planteado, pues muchas
comunidades no están acostumbradas a esta forma de vivir la Iglesia. También, se ha
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debido a que algunos dirigentes y pastores no asumieron el papel animador y conductor que
les correspondía. Varios informes diocesanos se quejan de la falta o del débil
involucramiento de los sacerdotes» (CE Chile). En muchos casos, el proceso
sinodal y los materiales recibidos revelan que existe una percepción
generalizada de separación entre los sacerdotes y el resto del Pueblo de
Dios: «las consultas en las diócesis y a nivel nacional han mostrado que la
relación entre los sacerdotes y los fieles es en muchos lugares difícil. Por un
lado, se critica la distancia que se percibe entre el clero y los laicos; por otro
lado, en algunos lugares los sacerdotes se experimentan incluso como un
obstáculo para una comunidad fructífera. Al mismo tiempo, se mencionan
los desafíos para los sacerdotes: la disminución de su número y del de los
[colaboradores] voluntarios conducen al agotamiento; además, los sacerdotes
no siempre se sienten escuchados, algunos ven cuestionado su ministerio.
¿Qué hace a un buen sacerdote? ¿Cómo puede ser la vida parroquial una
experiencia enriquecedora para todos los implicados? ¿Por qué cada vez
menos hombres sienten la vocación? Es necesario hablar sobre estas
cuestiones» (CE Austria).
22. Las prácticas de la sinodalidad vivida han constituido «un momento crucial y
precioso para darse cuenta de cómo todos, por el bautismo, compartimos la dignidad y la
vocación común de participar en la vida de la Iglesia» (CE Etiopía). Esta referencia
fundacional al bautismo —en términos no abstractos, sino como una
identidad realmente percibida— pone inmediatamente en primer plano el
vínculo entre la forma sinodal de la Iglesia y la posibilidad de cumplir su
misión: «ha crecido la conciencia de la importancia de que quienes han recibido la gracia del
bautismo caminen juntos, compartiendo y discerniendo a qué les llama la voz del Espíritu.
Hay una profunda toma de conciencia de que en una Iglesia sinodal caminar juntos es el
camino para ser una Iglesia misionera» (CE Japón). Muchas Iglesias locales, en
contextos en los que están presentes muchas confesiones cristianas, ponen
de relieve la dignidad bautismal común a todos los cristianos y la misión
común al servicio del Evangelio: un proceso sinodal no está completo sin el
encuentro con las hermanas y hermanos de otras confesiones, sin compartir
y dialogar con ellos y sin comprometerse en acciones comunes. Las síntesis
expresan el deseo de un diálogo ecuménico más profundo y la necesidad de
formación a este respecto.
24. En otros lugares, surgen expresiones que evocan más bien la idea de un
distanciamiento entre los miembros de una misma familia y un retorno
deseado, el fin de una pérdida colectiva de la propia identidad como Iglesia
sinodal. Utilizando una imagen bíblica, se podría decir que el proceso sinodal
ha marcado los primeros pasos del retorno de un exilio, cuyas consecuencias
afectan a todo el Pueblo de Dios: si la Iglesia no es sinodal, nadie puede
sentirse realmente en casa.
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30. Las aportaciones recibidas son alentadoras, porque evitan dos de las
principales tentaciones a las que se enfrenta la Iglesia ante la diversidad y las
tensiones que genera. La primera es la de quedar atrapado en el conflicto: se
estrechan los horizontes, se pierde el sentido de la totalidad y nos
fragmentamos en sub-identidades. Es la experiencia de Babel y no la de
Pentecostés, claramente reconocible en muchos rasgos de nuestro mundo.
La segunda es la de separarse espiritualmente, desinteresándose de las
tensiones en juego, continuando la propia senda sin implicarse con los
cercanos en el camino. En cambio, «la llamada es a vivir mejor la tensión entre la
verdad y la misericordia, como hizo Jesús [...]. El sueño es el de una Iglesia que vive más
plenamente una paradoja cristológica: proclamar con audacia la propia enseñanza auténtica y,
al mismo tiempo, ofrecer un testimonio de inclusión y aceptación radicales mediante un
acompañamiento pastoral basado en el discernimiento» (CE Inglaterra y Gales).
32. En este viaje, las Iglesias se han dado cuenta de que el camino hacia una
mayor inclusión —la tienda extendida— se realiza de un modo gradual.
Comienza por la escucha y requiere de una conversión más amplia y
profunda en las actitudes y las estructuras, de nuevos enfoques en el
acompañamiento pastoral y de la disposición a reconocer que las periferias
pueden ser el lugar donde resuena una llamada a la conversión y a poner en
práctica el Evangelio más decididamente. Escuchar requiere reconocer al
otro como sujeto del propio viaje. Cuando lo conseguimos, los demás se
sienten acogidos, no juzgados, libres de compartir su camino espiritual. Esto
se ha experimentado en muchos contextos y para algunos ha sido el aspecto
más transformador de todo el proceso. La experiencia sinodal puede leerse
como un camino de reconocimiento para aquellos que no se sienten
suficientemente reconocidos en la Iglesia. Esto es especialmente cierto para
aquellos laicos y laicas, diáconos, consagradas y consagrados que
anteriormente tenían la sensación de que la Iglesia institucional no estaba
interesada en su experiencia de fe o en sus opiniones.
Una opción por los jóvenes, las personas con discapacidad y la defensa de la vida
37. Del mismo modo, se destaca el compromiso del Pueblo de Dios por
la defensa de la vida frágil y amenazada en todas sus etapas. Por ejemplo,
para la Iglesia greco-católica ucraniana, forma parte de la sinodalidad
«estudiar el fenómeno de la migración femenina y ofrecer apoyo a las
mujeres de diferentes grupos de edad; prestar especial atención a las mujeres
que deciden abortar por miedo a la pobreza material y al rechazo de sus
familias en Ucrania; promover una labor educativa entre las mujeres que
están llamadas a tomar una decisión responsable cuando atraviesan un
momento difícil de su vida, con el objetivo de preservar y proteger la vida de
los niños no nacidos y prevenir el recurso al aborto; hacerse cargo de las
mujeres con síndrome postaborto».
39. Entre los que piden un diálogo más incisivo y un espacio más acogedor
encontramos a quienes, por diversas razones, sienten una tensión entre la
pertenencia a la Iglesia y sus propias relaciones afectivas, como, por ejemplo:
los divorciados vueltos a casar, los padres y madres solteros, las personas que
viven en un matrimonio polígamo, las personas LGBTQ. Las síntesis
muestran cómo este reclamo de una acogida desafía a muchas Iglesias
locales: «la gente pide que la Iglesia sea un refugio para los heridos y rotos, no una institución
para los perfectos. Quieren que la Iglesia salga al encuentro de las personas allí donde se
encuentren, que camine con ellas en lugar de juzgarlas, que establezca relaciones reales a
través de la atención y la autenticidad, y no con un sentimiento de superioridad» (CE
Estados Unidos). También revelan incertidumbres sobre cómo
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40. A pesar de las diferencias culturales, existen notables similitudes entre los
distintos continentes en lo que respecta a los que se perciben como
excluidos, en la sociedad y también en la comunidad cristiana. En muchos
casos su voz ha estado ausente del proceso sinodal, y aparecen en las síntesis
sólo porque otros hablan de ellos, lamentando su exclusión: «lamentamos como
Iglesia en Bolivia, que no hemos podido llegar de manera efectiva a los pobres de las periferias y
lugares alejados» (CE Bolivia). Entre los grupos excluidos más mencionados
están: los más pobres, los ancianos solos, los pueblos indígenas, los
emigrantes sin pertenencia alguna que llevan una existencia precaria, los
niños de la calle, los alcohólicos y drogadictos, los que han caído en las
manos de la delincuencia y aquellos para los que la prostitución es la única
posibilidad de supervivencia, las víctimas de la trata de personas, los
supervivientes de abusos (en la Iglesia y fuera de ella), los presos, los grupos
que sufren discriminación y violencia por motivos de raza, etnia, género,
cultura y sexualidad. En las síntesis todos ellos aparecen como personas con
rostros y nombres, que llaman a la solidaridad, al diálogo, al
acompañamiento y a la acogida.
44. Las heridas de la Iglesia están íntimamente relacionadas a las del mundo.
Las síntesis hablan de los desafíos del tribalismo, el sectarismo, el racismo, la
pobreza y la desigualdad de género en la vida de la Iglesia y del mundo.
Uganda se hace eco de muchos otros países, señalando que «se escucha más a los
ricos e instruidos». La síntesis de Filipinas señala que «muchos de los que pertenecen a
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las clases bajas de la sociedad y los marginados también se sienten excluidos de la Iglesia».
Otras síntesis señalan la influencia, en la vida de las comunidades eclesiales,
de la discriminación étnica y de una cultura basada en el tribalismo. Estas
realidades no sólo constituyen el trasfondo de nuestra misión, sino que
también definen su objetivo y su finalidad: el mensaje evangélico que la
Iglesia tiene la tarea de proclamar debe convertir también las estructuras de
pecado que mantienen cautivas a la humanidad y a la creación.
Contextos culturales
54. Sin embargo, incluso cuando uno llega a aceptar o hasta a apreciar al
otro, el viaje aún no está completo. El enfoque intercultural de la Iglesia
apunta al horizonte al que Cristo nos llama: el Reino de Dios. En el abrazo
de una diversidad que es riqueza podemos encontrar nuestra unidad más
profunda y la oportunidad de cooperar con la gracia de Dios: «también debemos
prestar atención a los pensamientos e ideas de la familia ampliada y de los compañeros de viaje
(no católicos, políticos, no creyentes). Hay voces a nuestro alrededor que no podemos permitirnos
ignorar si no queremos perdernos lo que Dios está susurrando a través de ellas» (EC
Zimbabwe). Esto constituye un testimonio en un mundo al que le cuesta
ver la diversidad en la unidad como una verdadera vocación: «la comunidad
[... ] debe tener más en cuenta la diversidad, las aspiraciones, las necesidades y las formas
de vivir la fe. La Iglesia universal debe seguir siendo garante de la unidad, pero las diócesis
pueden inculturar la fe localmente: la descentralización es necesaria» (Archidiócesis de
Luxemburgo).
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61. Desde todos los continentes llega un llamamiento para que las mujeres
católicas sean valoradas, ante todo, como miembros bautizados e iguales del
Pueblo de Dios. Es casi unánime la afirmación de que las mujeres aman
profundamente a la Iglesia, pero muchas sienten tristeza porque su vida no
suele ser bien comprendida y sus aportaciones y carismas no siempre son
valorados. La síntesis de Tierra Santa señala: «las más comprometidas con el proceso
sinodal fueron las mujeres, que parecen haberse dado cuenta no sólo de que tenían más que
ganar, sino también más que ofrecer al ser relegadas a una orilla profética, desde la que
observan lo que ocurre en la vida de la Iglesia»; y continúa: «en una Iglesia en la que casi
todos los responsables de la toma de decisiones son hombres, hay pocos espacios en los que las
mujeres puedan hacer oír su voz. Sin embargo, son la columna vertebral de las comunidades
eclesiásticas, tanto porque representan la mayoría de los miembros practicantes como porque se
encuentran entre los miembros más activos de la Iglesia». La síntesis coreana confirma:
«a pesar de la gran participación de las mujeres en diversas actividades eclesiásticas, a menudo
son excluidas de los principales procesos de toma de decisiones. Por lo tanto, la Iglesia necesita
mejorar su conciencia y los aspectos institucionales de sus actividades» (CE Corea). La
Iglesia se enfrenta a dos retos relacionados: las mujeres siguen siendo la
mayoría de quienes asisten a la liturgia y participan en las actividades, los
hombres son una minoría; sin embargo, la mayoría de las funciones de toma
de decisiones y de gobierno están en manos de los hombres. Está claro que
la Iglesia debe encontrar formas de atraer a los hombres a una participación
más activa en la Iglesia y permitir que las mujeres lo hagan más plenamente
en todos los niveles de la vida eclesiástica.
62. Las mujeres piden a la Iglesia que esté de su lado en todos los ámbitos de
su vida. Ante las dinámicas sociales de empobrecimiento, violencia y
humillación a las que se enfrentan en todo el mundo, las mujeres piden una
Iglesia a su lado, más comprensiva y solidaria en la lucha contra estas fuerzas
de destrucción y exclusión. Quienes han intervenido en los procesos
sinodales desean que la Iglesia y la sociedad sean un lugar de crecimiento,
participación activa y sana pertenencia para las mujeres. Algunas síntesis
señalan que las culturas de sus países han avanzado en la inclusión y la
participación de las mujeres, y que este progreso podría servir de modelo
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para la Iglesia. «La falta de igualdad de las mujeres en la Iglesia se considera un obstáculo
para la Iglesia en el mundo moderno» (CE Nueva Zelanda).
72. Sin embargo, para que las estructuras funcionen realmente de forma
sinodal, deberán estar integradas por personas debidamente formadas, en
términos de visión y competencias: «todo el proceso sinodal ha sido un ejercicio de
participación activa a diferentes niveles. Para que continúe, es necesario un cambio de
mentalidad y una renovación de las estructuras existentes» (CE India). Esta nueva visión
deberá apoyarse en una espiritualidad que proporcione herramientas para
afrontar los retos de la sinodalidad sin reducirlos a cuestiones técnico-
organizativas, sino viviendo el caminar juntos al servicio de la misión común
como una oportunidad de encuentro con el Señor y de escucha del Espíritu.
Para que haya sinodalidad, es necesaria la presencia del Espíritu, y no hay
Espíritu sin oración.
Estructuras e instituciones
77. Mucho más que las Iglesias latinas, las orientales ofrecen una gran
riqueza de estructuras sinodales, que hoy están llamadas a renovarse: «las
antiguas estructuras sinodales y los procesos eclesiales existentes en la Iglesia
siro- malabar (Prathinidhiyogam, Palliyogam y Desayogam) expresan la
naturaleza sinodal de la Iglesia a nivel local, regional y universal, y son útiles
para formarnos en la sinodalidad. Están al servicio de las parroquias y
comunidades que descubren el ejercicio colaborativo de los ministerios
pastorales para proceder a la escucha del Espíritu Santo. Aún más, hay
nuevas iniciativas e intentos que buscan fortalecer las estructuras sinodales
de la Iglesia» (Iglesia católica siro- malabar).
Formación
los clérigos para un estilo de vida sacerdotal y no logra capacitarlos para la coordinación
pastoral. La formación teórica y práctica en la colaboración, la escucha mutua y la participación
en la misión son esenciales en la formación sacerdotal» (CE Sri Lanka).
Espiritualidad
Un arraigo profundo
94. Una fuente particular de sufrimiento son todas aquellas situaciones en las
que el acceso a la Eucaristía y a los demás sacramentos se ve obstaculizado o
impedido por diversas causas. Son intensas las peticiones para que se busque
una solución a estas formas de privación de los sacramentos. Se citan, por
ejemplo, las comunidades que viven en zonas muy remotas, o el uso del
cobro de tarifas por el acceso a las celebraciones, que discrimina a los más
pobres. Muchas síntesis también dan voz al dolor que experimentan los
divorciados vueltos a casar por no poder acceder a los sacramentos, así
como los que han contraído un matrimonio polígamo. No hay unanimidad
sobre cómo tratar estas situaciones: «se niega la posibilidad de recibir la Sagrada
Comunión a los divorciados vueltos a casar, que expresan su dolor por esta exclusión. Algunos
creen que la Iglesia debería ser más flexible, mientras que otros piensan que esta práctica debe
mantenerse» (CE Malasia).
4. Próximos pasos
98. Mirar al futuro del proceso sinodal requiere considerar dos horizontes
temporales muy diferentes. El primero es el horizonte a largo plazo, en el que la
sinodalidad toma la forma de una perenne llamada a la conversión personal y a la
reforma de la Iglesia. La segunda, claramente al servicio de la primera, es la que
centra nuestra atención en los encuentros de la Etapa Continental que estamos
viviendo.
99. En las síntesis, el Pueblo de Dios expresa el deseo de ser menos una Iglesia
de mantenimiento y conservación, y más una Iglesia misionera. Surge un
vínculo entre el incremento de la comunión a través de la participación y el
fortalecimiento del compromiso con la misión: la sinodalidad conduce a la
renovación misionera. Como dice la síntesis de España: «consideramos que la
comunión ha de conducirnos a un estado permanente de misión: encontrarnos,
escucharnos, dialogar, reflexionar, discernir juntos son acciones con efectos
positivos en sí mismas, pero no se entienden si no es con el fin de impulsarnos a
salir de nosotros y de nuestras comunidades de referencia para la realización de la
misión que tenemos encomendada como Iglesia» (CE España).
101. Al mismo tiempo, caminar juntos como Pueblo de Dios requiere que
reconozcamos la necesidad de una conversión continua, individual y comunitaria.
En el plano institucional y pastoral, esta conversión se traduce en una reforma
igualmente permanente de la Iglesia, de sus estructuras y de su estilo, siguiendo las
huellas del impulso al aggiornamento continuo, legado precioso que nos ha dejado el
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Concilio Vaticano II, al que estamos llamados a mirar mientras celebramos su 60°
aniversario.
102. En el camino de conversión y reforma, nos apoyamos en los dones que hemos
recibido durante el primer año del proceso sinodal, a partir de la contemplación de
lo que Jesús nos muestra continuamente en los Evangelios: la atención libre y
gratuita al otro, que está en la base de la escucha, no es un recurso limitado que hay
que guardar celosamente, sino una fuente desbordante que no se agota, sino que
crece cuanto más se recurre a ella. La escucha y el diálogo son el camino para
acceder a los dones que el Espíritu nos ofrece a través de la variedad multiforme de
la única Iglesia: carismas, vocaciones, talentos, habilidades, lenguas y culturas,
tradiciones espirituales y teológicas, diferentes formas de celebrar y dar gracias. Las
síntesis no piden uniformidad, sino que aprendamos a crecer en una sincera
armonía que ayude a los creyentes a cumplir su misión en el mundo, creando los
vínculos necesarios para caminar juntos con alegría.
104. Este Documento para la Etapa Continental (DEC) nos invita a dar un paso
más en este camino espiritual “para una Iglesia sinodal: comunión, participación y
misión” y constituye su punto de referencia. «Así como la experiencia de los discípulos de
Emaús fue solo el comienzo de su nueva misión, nuestro proceso sinodal es solo un primer paso» (CE
Federación Rusa). El contexto continental constituye una oportunidad para vivir la
sinodalidad, que aún estamos aprendiendo a captar y que ahora se nos invita a
practicar concretamente.
105. El DEC, que recoge y restituye a las Iglesias locales lo que el Pueblo de Dios
de todo el mundo dijo en el primer año del Sínodo, tiene la finalidad de guiarnos y
de permitirnos profundizar en nuestro discernimiento, teniendo en cuenta la
pregunta básica que anima todo el proceso: «¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el
local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la
misión que le fue confiada; y qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?»
(DP n. 2).
106. El DEC es, pues, el instrumento privilegiado a través del cual se puede realizar
el diálogo de las Iglesias locales entre sí y con la Iglesia universal en la Etapa
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Continental. Para proseguir este proceso de escucha, diálogo y discernimiento, la
reflexión se centrará en tres cuestiones:
▪ «Después de leer el DEC en un clima de oración, ¿qué intuiciones resuenan
más fuertemente con las experiencias y realidades concretas de la Iglesia en
el continente? ¿Qué experiencias parecen nuevas o iluminadoras?»
▪ «Después de leer el DEC y haber estado en oración, ¿qué tensiones o
divergencias sustanciales surgen como particularmente importantes desde
la perspectiva del continente? En consecuencia, ¿cuáles son las cuestiones e
interrogantes que deberían abordarse y considerarse en las próximas fases del
proceso?»
▪ «Mirando lo que surge de las dos preguntas anteriores, ¿cuáles son las
prioridades, los temas recurrentes y las llamadas a la acción que pueden ser
compartidas con las otras Iglesias locales de todo el mundo y discutidas
durante la Primera Sesión de la Asamblea Sinodal en octubre de 2023?»