Burgoa Orihuela Ignacio Derecho Constitucional Mexicano

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Burgoa Orihuela, Ignacio, Derecho Constitucional Mexicano

Derecho Constitucional (Universidad Nacional Autónoma de México)

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158 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

que el ciudadano cumple espontánea y hasta entusiásticamente sus obligaciones


dentro de un régimen democrático que no sólo está implantado normativamen-
te en la Constitución, sino que funciona prácticamente en la realidad política.
.Consideramos que cuando la nación mexicana se sitúe en ese grado evolutivo
y viva realmente en una efectiva y actuante democracia, la suspensión de las
prerrogativas ciudadanas deberá ser eliminada como instrumento sancionador,
ya que en esa anhelada hipótesis todo ciudadano cumpliría con los deberes que
le impone su propia condición política sin compulsión ni amagos o presiones
de ninguna especie, despertando de la apatía que lo ha caracterizado.

III. EL TERRITORIO

A. Consideraciones generales
El territorio no es sólo el asiento permanente de la población, de la nación
o de las comunidades nacionales que la forman. No únicamente tiene una acep-
ción física, sino que es factor de influencia sobre el grupo humano que en él
reside, modelándolo de muy variada manera. Puede decirse que el territorio
es un elemento geográfico de integración nacional al través de diversas causas
o circunstancias que dentro de él actúan sobre las comunidades humanas, tales
como el clima, la naturaleza del suelo, los múltiples accidentes geográficos, los
recursos económicos naturales, etc., y que estudian la sociogeografía como parte
de la sociología, la geografía humana y la economía.
Gomo elemento del Estado, el territorio es el espacio dentro del cual se ejerce
el poder estatal o imperium. En este sentido significa, como lo afirma Burdeau,
un cuadro de competencia y un medio de acciánF" Como esfera competencial
del Estado delimita espacialmente la independencia de éste frente a otros Esta-
dos, es el suelo dentro del que los gobernantes ejercen sus funciones, es el
ambiente físico de vigencia de las leyes y de demarcación de su aplicatividad
-territorialidad- fuera del cual carecen de eficacia normativa -extraterri-
torialidad-. Como medio de acción del Estado, el territorio es un "instrumen-
to del poder", puesto que "quien tiene el suelo tiene el habitante", siendo "más
fácil vigilar y constreñir a los individuos si se les puede asegurar por medio del
territorio en el que viven". "Cuando el hombre no puede escapar a la acción
de los gobernantes sino abandonando la tierra que le nutre, su vulnerabilidad
se vuelve más grande." "Los trabajos públicos, la reglamentación de la pro-
piedad inmueble, la explotación de las riquezas naturales, la defensa nacional
y aún el arreglo del poder conforme a su repartición entre centros locales,
implican la utilización del territorio.Y''"
Entre el Estado y el territorio hay, pues, una relación de imperium mas no
de dominium. lo que significa que la entidad estatal no es "dueña o propieta-
ria" del espacio territorial, es decir, no ejerce sobre éste un "derecho real"222

220 oi, cit., tomo 11, "L'Etat", p. 78.


221 G. Burdeau. Op. cit., p. 80.
222 Véase J. Jellinek. Teoria General del Estado.
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dentro de la concepción jurídica civilista, o sea, como equivalente a "propie-


dad", ya que en todo caso se trataría de un "derecho real institucional" como
la califica Burdeau siguiendo a ]. Dabin. "El Estado, dice, procede de la asig-
nación de un suelo a un pueblo, la institución estatal no tiene por qué despre-
ciar este medio que le es propio para realizar la idea de derecho que
ella encarna. En este sentido existe incontestablemente entre la tierra y el poder
un nexo institucional. Sin embargo, sobre un bien material este vínculo no
debe confundirse con el que traduce la propiedad porque sirve a intereses bien
diferentes en cuanto a su naturaleza y a su extensión. Es, pues, un derecho
real de naturaleza particular cuyo contenido se determina por la exigencia del
servicio de la institución."?"
Independientemente de cómo se conciba al territorio en relación al Estado,
o sea, como elemento de su ser jurídico político o como condición de su exis-
tencia, lo cierto es que no puede haber entidad estatal sin espacio territorial.
Así, según asevera Biscaretti: "En los casos en que falte algún territorio estable
(como sucedió con los hebreos esparcidos por todo el mundo hasta el año de
1948, en que surgió el Estado de Israel), o aquél no aparezca relacionado
permanentemente con el pueblo que vive sobre él (como ocurre con los pue-
blos nómadas), entonces no hay Estado, por lo menos en el sentido que se le
confiere hoy con la indicada expresión. Obsérvese, por lo demás que en la época
moderna, como inconsciente confirmación de tal realidad (y, parejamente,
con la innegable evolución experimentada por el concepto en cuestión a través
de la Historia), suelen designarse precisamente los Estados con el nombre
geográfico de su territorio; mientras que el mismo vocablo que sirve genéri-
camente para nombrarlos se conexiona, evidentemente, con el verbo stare, que
implica el presupuesto de una sede fija y determinada.T''"
Debemos agregar que el territorio del Estado no sólo comprende el terri-
torio que suele llamarse "continental", sino el mar territorial y el espacio aéreo.
En cuanto al primero, su extensión se fija por las normas de Derecho Inter-
nacional Público y por los tratados internacionales cuyo estudio no nos corres-
ponde abordar en esta obra. Por lo que atañe al espacio aéreo, el Estado tiene,
en las capas aéreas existentes sobre su territorio, "derechos de policía y de
sobrevigilancia". como sucede con el mar territorial, sin poder impedir ni el
vuelo de aeronaves que inofensivamente las cruzan ni la práctica de experimen-
tos científicos sin propósitos bélicos o agresivos.?"
. Las consideraciones que anteceden y las' concepciones doctrinales que hemos
Invocado nos llevan a la conclusión de que el territorio, como elemento del
Estado (condición de su existencia según Burdeau) es el espacio terrestre, aéreo
y marítimo sobre el que se ejerce el Imperium o poder público estatal al través
de las funciones legislativa, administrativa o ejecutiva y judicial o jurisdiccio-
nal, o sea, la demarcación geográfica dentro de las que éstas se desempe-

228 Op. cit.• p. 82.


224 Derecho Constitucional. p. 109.
2211 Véase G. Burdeau. os. cit.• p. 85, quien sostiene estas ideas fundándose en las de
Le Puro
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ñan: 2 26 Por esta razón, el ejercicio extraterritorial de las citadas funciones es


jurídicamente inadmisible. Suponer lo contrario equivaldría a aceptar la situa-
ción caótica y conflictiva que se produciría por las continuas interferencias entre
los poderes públicos de dos o más Estados sobre un mismo territorio, con el
consiguiente rompimiento del equilibrio internacional. Es inconcuso, por lo de-
más, que los destinatarios de dichas funciones son los sujetos físicos morales de
variada índole que existen y actúan dentro del ámbito espacial que comprende
el territorio. Además, todos los bienes de cualquier especie que en él se hallen
o que natural o físicamente lo compongan, son susceptibles de ser materia de
las mismas funciones, es decir, del imperium del Estado. Sin embargo, tales
bienes pueden ser igualmente objeto del dominium estatal en una perspectiva
o relación jurídica diferente, esto es, no como materia sobre la que se ejerza
el poder público, sino como elementos que integran el patrimonio del Estado.
Ahora bien, este patrimonio se forma por todos aquellos bienes que el orden
jurídico fundamental imputa en dominio al Estado y que obviamente son
distintos de los que componen la esfera jurídico-económica de los sujetos físicos
o morales, individuales o colectivos, privados o sociales, que existan dentro del
territorio estatal. De esta consideración se infiere que dentro del Estado hay dos
grandes tipos de dominio o propiedad.f" a saber, el estatal y el no estatal,
comprendiendo este último los bienes que pertenezcan a las personas físicas o
morales de carácter privado y a las entidades sociales o socio-económicas que
existan y operen dentro del mismo Estado.

B. El territorio del Estado mexicano


a) O bservaciones previas

Tomando en consideración que México es un Estado federal, es indispensa-


ble formular algunas reflexiones generales sobre la implicación jurídica del ele-
mento territorio en esta forma estatal. Estas reflexiones se suscitan por la cues-
tión consistente en determinar si en un Estado federal existe un territorio
unitario o la suma de los "territorios" pertenecientes a las distintas entidades
federativas. Para dilucidar dicha cuestión es imprescindible, a nuestro enten-
der, reafirmar la idea de que el territorio, como elemento geográfico del Estado,

226 No debe olvidarse que el territorio estatal es susceptible de variar en extensión a


consecuencia de tratados o convenios. internacionales de muy prolija motivación o por causas
naturales que determinan la figura jurídica de la accesión, comprendiéndose en ellas los
fenómenos de avulsión, aluvión '1 mutación del cauce o álveo fluvial. La avulsión consiste
en el desprendimiento, por la fuerza de las aguas, de porciones terrestres del territorio de
un Estado y en su agregación consiguiente al territorio de otro Estado limítrofe, implicando
el aluvi6n el hecho contrario.
221 "Dominio" y «propiedad" son equivalentes, ya que ambos conceptos denotan el
derecho de ~zar, disfrutar y disponer de una cosa. Asi, Es'Zriche, al definir la propiedad
asienta que 'Esta voz tiene dos acepciones: Tan pronto expresa el derecho en si mismo,
qUIJ tambün se llama dominio, y tan pronto significa la misma cesa en que se tiene el dere-
cho" (Diccionario de Legislación 'Y Jurisprudencia, pp. 567 Y 1,392).
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es el espacio terrestre, aéreo y marítimo dentro del que la entidad estatal ejerce
su poder, al través de las funciones legislativa, ejecutiva y jurisdiccional y por
conducto de sus respectivos órganos o autoridades. Ahora bien, en la estructura
federativa de un Estado existen dos esferas dentro de las que tales funciones se
desempeñan, a saber, la federal y la que corresponde a las entidades federadas.
Estas esferas no se demarcan territorialmente sino por la materia en relación con
la cual las mismas funciones se ejercitan. Así, el orden jurídico fundamental de
un Estado federal, o sea, su Constitución, determina las materias sobre las que
las autoridades de la Federación pueden legislar y realizar sus actividades admi-
nistrativas y jurisdiccionales, incumbiendo por exclusión a los órganos de las
entidades federativas, dentro de su respectivo territorio, la expedición de leyes,
el desempeño de actos administrativos y la solución de controversias en materia
no expresamente imputadas a la potestad federal. Estas ideas no denotan sino
el principio que se contiene en el artículo 124 constitucional, en cuanto que "las
facultades que no están expresamente concedidas a los funcionarios federales, se
entienden reservadas a los Estados." De este principio se infiere que las circuns-
cripciones territoriales de las entidades federales son espacios geográficos donde
ejercen su imperio tanto las autoridades federales como las del Estado miembro
de que se trate dentro' de su correspondiente ámbito competencial. Consiguien-
temente, el territorio de un Estado federal es el espacio donde sus órganos
ejercen las funciones legislativa, ejecutiva y judicial, implicando un todo geográ-
fico independientemente de las porciones territoriales en .que se divida y las
cuales corresponden él cada entidad federativa. Dicho de otra manera, dentro
del territorio que pertenece a cada Estado miembro existen dos ámbitos compe-
tenciales en los que tales funciones se desempeñan, a saber, el federal y el local,
extendiéndose el primero a todo el espacio formado por el conjunto de las cir-
cunscripciones territoriales de las entidades federadas. Ello implica, por ende,
que al territorio de un. Estado federal se le denomine también "territorio na-
cionai" por ser el asiento físico de toda la nación independientemente de las
porciones espaciales que dentro de él se imputen jurídicamente a las entidades
federativas.

b) Su comprensión
El artículo 42 constitucional, en su fracción 1, establece que "El territorio
nacional comprende el de las partes integrantes de la Federación", o sea, el de
los Estados, y el Distrito Federal que la componen, según lo indica el artículo
43 de la Ley Suprema.f" Estas disposiciones de la Constitución deben interpre-
tarse en el sentido que ya expusimos> es decir, en cuanto que el imperio del
Estado federal mexicano se ejerce sobre .todo el espacio geográfico integrado
con las porciones territoriales que pertenecen a cada entidad federativa, al tra-

228 ~te precepto declara que "Las partes integrantes de~1a Federaci6n son los Estados
de Aguascalientes, Baja Califomia,Baja California Sur, ¡Campeche, Coahuila, Colima, ChiapaJ,
Chihuahua, Dur&1l8O, Guanajuato., Hida1¡o.'J.. J.!ilisCo
. ~ M&ico, Michoacán,. Moreloí) Nayarit,
Nuevo Le6n, ·~Pueb1a, Querétaro). \llÜntana ~o R San Luis 'p0!Osf1., Sinaloa,Scmora)
Tabasco, Tamaulipas) 'nascala,. Veraeruz;Yucatá, Zacatecas y el1)18tríto l'edtnaL',
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vés de las tres funciones que también hemos indicado. Huelga decir que la
extensión física de ese espacio resulta de la suma de tales porciones territoriales,
abarcando una superficie total de un millón novecientos sesenta y siete mil
ciento ochenta y tres kilómetros cuadrados, sin incluir el área insular que es
de cinco mil trescientos sesenta y tres kilómetros cuadrados?"
El territorio mexicano comprende también "El de las islas de Guadalupe y
las de Revillagigedo situadas en el Océano Pacífico" (frac. III del arto 42
const.) y el de las islas en general "incluyendo los arrecifes y cayos en los
mares adyacentes" (idem., frac. II). Es lógico qu~, para que las islas, arrecifes
y cayos y sus "zócalos submarinos" (idem., frac. IV), pertenezcan al territorio
mexicano se requiere que estén ubicados dentro de la zona que comprende el
mar territorial de nuestro país, ya que fuera de sus límites no se extiende su
imperio.f"
La plataforma continental también integra el territorio del Estado mexicano
según lo establece la fracción IV del artículo 42 constitucional. Dicha plata-
forma, llamada igualmente "eácalo continental", se ha definido como "el lecho
del mar y el subsuelo de las zonas marinas adyacentes, a las costas, pero
situadas fuera de la zona del' mar territorial, hasta una profundidad de dos-
cientos metros, o más allá de este límite, hasta donde la profundidad de las
aguas suprayacentes permita la explotación de los recursos naturales de dichas
zonas", así como "el lecho del mar y el subsuelo de las regiones submarinas.
análogas, adyacentes a las costas de las islas". Estas definiciones fueron formu-
ladas por la Convención sobre la Plataforma Continental de la Conferencia
sobre el Derecho del Mar, reunida en Ginebra en 1958.
El artículo segundo de dicha Convención "reconoce derechos de soberanía
al Estado ribereño sobre la plataforma continental, a los efectos de su explora-
ción y de la explotación de sus recursos naturales. Este derecho se reconoce en
forma exclusiva en favor del Estado ribereño, aunque éste no explore los recursos
naturales de su plataforma y con independencia de su ocupación real o ficticia,
así como de toda declaración expresa.
"El mismo artículo de la Convención explica el alcance de la expresión 're-
cursos naturales', aclarando que se entiende por tales los recursos mnierales y
otros recursos no vivos del lecho del mar y del subsuelo. También comprende
los organismos vivos pertenecientes a especies sedentarias, es decir, aquellos que
en el periodo de exploración están inmóviles en el lecho del mar o en su sub-
suelo, o sólo pueden moverse en constante contacto físico con dicho lecho y
subsuelo.i'v"
22il Las extensiones territoriales de cada entidad federativa en kilómetros cuadrados, son
las siguientes: Aguascalientes, 5,589; Baja California Norte, 70,113L Campeche, 56,114;
Coahuila, 151,517; Colima 5,455; Chiapas, 73,887; Chihuahua, 247,08/; Durango, 119,648;
Guanajuato, 30,589; Guerrero, 63,794; Hidalgo, 20,987; Jalisco, 80,137; México, 21,461;
Michoacán, 59,864; Morelos, 4,941; Nayarit, 27,621; Nuevo León, 64,555; Oaxaca, 95,364;
Puebla, 33,919; Querétaro, 12,769; San Luis Potosí, 62,848; Sinaloa, 58,092; Sonora, 184,934;
Tabasco, 24,661; Tamaulipas, 79,829; Tlaxcala, 3,914; Veracruz, 72,815; Yucatán, 43,379;
Zacatecas, 75,040; Distrito Federal, 1,499; Baja Calif<>&nia Sur, 73,667; Quintana Roo,
42,030. Estos fueron tomados del Atlas Porrúa de la República Mexicana. p. 104.
2S0 La superficie insular de México abarca cinco mil trescientos sesenta y tres kilómetros
cuadrados, según el dato proporcionado por el Atlas Po.rrúa ya citado, p. 104.
231 Enciclopedia ¡"rEdica Omeba. Tomo XIX. pp. 66 y 67•.
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Seguramente, como consecuencia de la mencionada Convención interna-


cional se reformó en enero de 1960 el artículo 42 constitucional, a efecto de
incluir, como perteneciente al territorio mexicano la plataforma continental
en ambos litorales, con el alcance físico y jurídico cuyos términos se acaban de
transcribir.i'" debiéndose recordar, por otra parte, como lo hace Felipe Tena
Ramirez, que por virtud de la reforma practicada al mismo precepto en enero
de 1934, "realizada para acatarun laudo del rey de Italia, pronunciado en un
arbitraje internacional entre México y Francia, desapareció de dicho artículo
el nombre de la isla de la Pasión, conocida internacionalmente con el nombre
de Clipperton, la cual pasó al dominio de Francia't.""
Al referirnos al territorio como elemento del Estado en general, afirmamos
que se compone no solamente del espacio terrestre, sino del aéreo y del marí-
timo. Esta integración la consignan, en cuanto al territorio mexicano, las frac-
ciones V y VI del aludido artículo 42 constitucional, las cuales consideran que
comprende "Las aguas de los mares territoriales en la extensión y términos
que fija el Derecho Internacíonal'V" bis así como "El espacio situado sobre el
territorio nacional (se entiende el terrestre y el marítimo), con la extensión y

232 Al discutirse en .la Cámara de Diputados dicha reforma constitucional, la Primera


Comisión de Puntos Constitucionales consideró que " .. .la noción de plataforma continental
se ll;poya en una nueva concepción del Derecho Marítimo constituido por aquella porción de
territorio perteneciente a una nación y que se encuentra oculta bajo las aguas del océano hasta
una profundidad de doscientos metros en principio, o más allá de este límite hasta donde la
profundidad de las aguas permita la explotación de los recursos naturales de dichas zonas, así
co~ también el lecho del mar y el subsuelo de las regiones submarinas adyacentes a las costas
de Islas, en idénticas circunstancias de profundidad y posibilidades de explotación. Es decir,
~ue tanto las porciones submarinas adyacentes a las costas como los zócalos adyacentes a las
Islas, arrecifes y cayos, representan frente a la potestad del Estado ámbitos espaciales que inte-
,!p'an tanto como el suelo y el subsuelo, el elemento geográfico compositivo del Estado. En con-
secuencia, la Comisión encuentra que la iniciativa del Ejecutivo Federal para reformar los
:u-tículos 27, 42 y 48 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, obedece al
Imperativo jurídico político de acoger en nuestra legislación interna convirtiendo en norma
constitucional las prescripciones del Nuevo Derecho Internacional del Mar, derivado de las
n,!evas convenciones adoptadas en decisivas conferencias internacionales y en las nuevas co-
mentes doctrinales que informan la evolución del actual Derecho Internacional. Por tanto,
esta. Primera Comisión de Puntos Constitucionales se permite opinar que son procedentes las
modIficaciones propuestas por el Ejecutivo a los referidos artículos, en la forma y términos
que ya fueron aprobados por la Colegisladora, a fin de dar actualidad al texto constitucional
y hacer posible que el Estado mexicano ejerza íntegramente su soberanía". (Diario de los
Debates, 22 de octubre de 1959, pp. 5 y 6.)
233 Cfr. Derecho Constitucional Mexicano.
• 233 bis Por lo que concierne a la extenswn del mar territorial, han existido varios crite-
nos. para fijarla. Así, se consideró que dicho mar debía abarcar tres millas náuticas, a las que
eqUivale el alcance de los cañones; en la Conferencia de Ginebra efectuada en 1958 se dijo
que el mar territorial no debería exceder de doce millas, extensión que se reafirmé en el Tra-
~do de Pesca entre México y Estados Unidos celebrado en el año de 1968, así como en el
ratado de limites entre nuestro país y el vecino del Norte de noviembre de 1970. En la
Reunión del Congreso Internacional e Interamericano de Jurisconsultos verificada en 1956
se concluyó "que cada Estado tiene competencia para fijar su mar territorial hasta límites
r~nables, atendiendo a factores geográficos y biológicos, así como a las necesidades econé-
n: ICas de su población y a su seguridad y defensa". Debe advertirse que en 1975 se refonn6
e Párrafo octavo de nuestro artículo 27 constitucional, estableciendo una "zona económica"
o «mar patrimonial" de doscientas millas náuticas, reforma'ue está concebida en los siguien-
tes .términos: "La Nación ejerce en una zona ec6nómica exclusiva situada fuera del mar
::ntorial y adyacente a éste, los derechos de soberanía y las jurisdicciones que determinen
leyes del Congreso."

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164 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

modalidades que establezcan el propio Derecho Internacional". Claramente se


advierte de las disposiciones transcritas que en lo concerniente a la extensión y
otras modalidades del mar territorial y al espacio aéreo, nuestra Constitución,
es decir, el derecho interno fundamental de México, se remite a las normas
jurídicas internacionales establecidas principalmente en los tratados o conven-
ciones de este tipo y cuyo estudio rebasaría el contenido de la presente obra.
\
Sin embargo, debemos observar que la extensión del mar territorial no se ha
delimitado invariablemente en las reuniones y documentos internacionales. Así,
"En la Conferencia de La Haya, 1930, no hubo acuerdo sobre la extensión del
mar territorial, aunque eran mayoría los países partidarios de extender sus lími-
tes más allá de las tres millas marinas",debiendo agregarse que "En tanto que la
Comisión de Derecho Internacional de las Naciones Unidas, en su proyecto del
año de 1956, establece que la soberanía se extiende a la zona del mar adyacente
a las costas de un Estado (art. 1), así como al espacio aéreo situado sobre ese
mar territorial y al lecho y subsuelo de ese mar (art. 2), y agrega en el segundo
párrafo del artículo 3 que el Derecho Internacional más allá de doce millas",
y "en la III Reunión del Congreso Internacional Interamericano de Juriscon-
sultos, realizada en México en 1956, se declaró que cada Estado tiene competen-
cia para fijar su mar territorial hasta límites razonables, atendiendo a factores
geográficos y biológicos, así-como a las necesidades económicas de su población
ya su seguridad y defensa".234

Al tratar acerca del territorio como elemento del Estado en general, diji-
mos que es el espacio donde se ejerce el imperium o poder público que se
desarrolla mediante las funciones legislativa, .administrativa y judicial que des-
empeñan los órganos estatales respectivos. Esta concepción jurídica la expresa
el artículo 48 de la Constitución al disponer que los diferentes elementos que
integran el territorio nacional --que hemos enunciado y comentado somera-
mente-, "dependerán directamente del Gobierno de la Federación". Debe-
mos anticipar que por "gobierno" no sólo se entiende la actividad pública
directiva del Estado, sino el conjunto de órganos estatales que ejercen las
funciones tantas veces aludidas. Por consiguiente, el citado precepto constitu-
cional, al declarar que las diversas porciones que componen el territorio nacional
dependerán del Gobierno federal, está indicando que es el Estado mexi-
cano mismo o "Federación" el que ejerce el imperium sobre ellas por conducto
de sus diferentes autoridades, sean legislativas, .administrativas o judiciales.
La mencionada declaración constitucional no se refiere, por ende, a la "propie-
dad" del Estado mexicano sobre las indicadas porciones territoriales, debiendo
advertir,sin embargo, que éstas, independientemente de ser partes del espa-
cio terrestre en el que se despliega el imperium, son materia del dominio estatal
en los términos del artículo 27 constitucional que después estudiaremos.

2M Enciclopedia Jurídica Omeba. Idem, p. 65~ Debeml>s recordar que en ejercicil> de


este der~o ~ternacio reconocido, -Méxicó hjf. esta,bleei<to que. la extensi6n de su
mar pat~mo!"Jal es de doscaenttU milltú a partir de sus costas; habiMdose practicado larefor-
ma constitucional conducente en el año de 1"975.
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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 165

Por otro lado, el mismo artículo 48 de la Constitución excluye del impe-


rium federal a "aquellas islas sobre las que hasta la fecha hayan ejercido ju-
risdicción los Estados".

Esta curiosa disposición, que debió incluirse en un precepto transitorio y no


permanente, no la contenía el proyecto constitucional presentado al Congreso de
Querétaro por don Venustiano Carranza ni se incluyó en el texto del artículo 48
propuesto por la Comisión dictaminadora respectiva en la que figuraron los
diputados Machorro Narváez, Jara e Hilario Medina. Es más, la misma Comi-
sión reafirmó el imperium federal sobre todas las islas situadas en el mar terri-
torial y sobre las que tradicional e históricamente han pertenecido a México,
aseverando que "El artículo 48 del proyecto emplea la palabra 'adyacentes' para
significar las islas pertenecientes a México. Para hacer constar de una manera
terminante el dominio eminentemente (sic) de la nación sobre otras islas que
no sean precisamente adyacentes, como la de Guadalupe, las de Revillagigedo
y.la de la Pasión; en el proyecto, que sometemos a la aprobación de esta hono-
rable Asamblea se ha suprimido aquella palabra, y, por lo tanto, queda en los
siguientes términos:
"ARTÍCULO 48. Las islas de ambos mares que pertenezcan al territorio na-
cional, dependerán directamente del Gobierno dé la Federación.">"
Ahora bien, la. propia Comisión, tomando en cuenta las objeciones de algu-
nos diputados, volvió a presentar el texto de dicho artículo 48 exceptuando de
la "dependencia directa" del. gobierno federal las islas sobre las que "hasta la
fecha (es decir, hasta la promulgación de la Constitución actual, o sea, el 5
de febrero de 1917) hayan ejercido jurisdicción los Estados". En esta fórmula
quedaron comprendidas todas aquellas islas que por tradición, consenso general
y por causas geográficas y económicas han sido consideradas como pertenecien-
tes a las entidades federativas con costas en ambos litorales del territorio conti-
nental nacional.v"
235 Diario de los Debates. Tomo II, p. 14.
236 Las objeciones a que aludimos se presentaron por los diputados Ramirez Villarreal,
Palavicini, Mom6n 'Y Martí. Cada uno de ellos se refirió a los casos de distintos Estados de
la República para enfatizar que a los mismos han pertenecido diferentes islas situadas frente
a sus respectivas costas. Así, el primero propuso que se adicionara el artículo 48 con la
fórmula ya transcrita . "para dejar a salvo los derechos del Estado de Colima sobre las islas
de. Revillagigedo, los derechos que (entiendo) tiene el Territorio de Tepic -hoy Estado del
mismo nombre- sobre las Marías y los derechos que tienen algunos otros Estados sobre las
lslas que están próximas a su territorio". Palavicini aludió a la isla del Carmen para recordar
que siempre había sido del. Estado de Campeche; Monzón se refirió a la isla del Tiburón
Como perteneciente al Estado de Sonora y Martí a la de San Juan de Ulúa como parte del
territorio veracruzano. Quien resumió dichas objeciones en una proposición acogida por la
Comisión dictaminadora fue el diputado Adame, quien manifestó: "Hay dos clases de islas
en el litoral de nuestros mares: unas islas que están situadas dentro de las aguas jurisdiccio-
nales de la nación, y otras islas que están muy lejos y deben considerarse como posesiones.
Las islas que están dentro de las aguas jurisdiccionales, podrán considerarse de los Estados,
COmo la isla de que nos hablaba el diputado Palavicini y otras; pero las islas que están muy
lejos de nuestras costas, no pueden considerarse como posesiones de los Estados, porque en
las facultades que se conceden en el título 59 de la Constitución a los Estados, no se les
concede ningún derecho de conquista. Por consiguiente, hay que aclarar este punto en los
diversos artículos de la Constitw:ión. CoJlSjder.u- las dos clases de islas ; l&ll que están dentro
¡
¡
de las aguas te.,ntoriales y.las que están alejadas; la adicijSn que 'Propuse yo al artículo 43,
fUe Para que SEi hiciera COl1$tar que se <;onsideraban como territorio nacional, y ~n el título
I*de dejarse a 19sE~8" facultad de poseer las ildas que est~ den~. de sus ~l
5:
(Di4rio d. los ».btlús ddCongr.so Consti~,.nf d. Q.".r.t.ro. TQJD(l' 11, pp. 14a 17).

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c) Breve referencia histórica

El territorio del Estado mexicano, como el de cualquier otro Estado del


orbe, ha experimentado variaciones durante el transcurso de la vida indepen-
diente de nuestro país. A estas variaciones nos referiremos sin aludir al terri-
torio de la Nueva España, punto que abordamos en el capítulo primero de
la presente obra.
Al crearse el Estado mexicano mediante la Constitución federal de 4 de
octubre de 1824, su territorio obviamente tenía la misma extensión que el
de la Nueva España aumentado con los de Yucatán y Chiapas.'?" e En la Consti-
tución de Cádiz de marzo de 1812 el territorio de la Nueva España comprendía
la Nueva Galicia, la Península de Yucatán, Guatemala, Provincias Internas de
Oriente y Provincias Internas de Occidente. (Art. 10.) El Decreto Constitu-
cional sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814 dividió la "América
Mexicana" en diez y siete provincias, que eran México, Puebla, TIaxcala, Ve-
racruz, Yucatán, Oaxaca, Tecpan, Michoacán, Querétaro, Guadalajara,
Guanajuato, Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Coahuila y Nuevo Reino de
León. (Art. 42), habiéndose agregado por Ley de 17 de noviembre de 1821
las de Nuevo Santander, Texas y Nueva Vizcaya.
El Acta Constitutiva de la Federación de 31 de enero de 1824 sustituye el
nombre de "Provincias" por el de "partes integrantes" del territorio nacional,
denominación que recibiría la designación de "estados" o de "departamentos"
respectivamente en los regímenes federal y centralista. Según sostiene el dis-
tinguido historiador don Edmundo O'Gorman, "en los días inmediatos anterio-
res a la promulgación de la Constitución general (de octubre de 1824) el terri-
torio (de nuestro país) quedó dividido en la forma que a continuación se dice:
Estados: Chiapas, Chihuahua, Coahuila de Texas, Durango, Guanajuato, In-
terno de Occidente, México, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla de los
Angeles, Querétaro, San Luis Potosí, Tamaulipas, antes Santander, Tabasco,
TIaxcala, Veracruz, Xalisco, Yucatán y Zacatecas; y en los Territorios de Las
Californias, Alta y Baja, o Nueva y Antigua; el Partido de Colima (sin el pue-
blo de Tonila) y Nuevo México".'?" bis
Según dijimos, al crearse el Estado mexicano mediante la Constitución
Federal de 4 de octubre de 1824, su territorio tenía la misma extensión que
el de la Nueva España aumentado con los de Yucatán y Chiapas. Como afir-
ma don Lucas Alamán, la extensión del territorio nacional a la sazón "desde
la frontera de los Estados U nidos reconocida por el tratado de Onís (Luis de), 237

236 bisCfr. Historia de las Divisiones Territoriales de México.


236 eEl Estado de Chiapas opt6 libremente por anexarse ala República Federal Mexi-
cana mediante proclamación solemne de su Congreso en junta extraordinaria de 14 de
septiembre de 1824, habiéndose decidido su segregación de Guatemala. México 'Y Chiapas.
Bosquejo Hist6rico. Prudencio Boscoso Pastrana. pp. 208 y 209.
237 Por medio de este tratado, celebrado el 22 de febrero de 1819, y ratificado por el
monarca español en octubre de 1820, España cedi6 a los Estados Unidos la Florida, después
de que fue ocupada milt:annente por un genera:! de apellido Jackson. En dicho tratado, ade-
más, se fijaron los límites territoriales de la Nueva España en su frontera norte. Estos límites
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hasta la de Guatemala, contenía 216,012 leguas cuadradas de cinco mil varas


castellanas't.?" En otras palabras, el territorio del Estado mexicano comprendía
en esa época, además de su extensión actual, la de los territorios de Alta Cali-
fornia, de Santa Fé de Nuevo México y la del Estado norteamericano de Te-
xas. Según opinión de tan distinguido historiador, el mencionado tratado fue
una de las causas para que la rica región de la provincia de Tejas se coloni-
zara con grupos de familias cuyos dirigentes, Moisés y Esteban Austin, tenían
el propósito de segregada de la República Mexicana,
"Por el tratado de Onís, dice Alamán, habiéndose cedido á los Estados Uni-
dos las Floridas, se estableció que los vecinos de estas provincias que quisiesen
retirarse al territorio español, podrían hacerlo, con cuyo motivo solicitó de las
Coctes de España Moisés Austin, una concesión de terreno para colonizar con
trescientas familias emigradas de las Floridas, que se habían de radicar en la
provincia de Tejas, una de las internas de Oriente, la mas adecuada para estos
intentos por estar bañada por el golfo de Méjico, en el que desaguan multitud
de nos que proporcionan riegos para la agricultura, comunicaciones para el
comercio interior y fácil explotación de sus frutos por los puertos que en su
desembocadura forman. Aunque Austin obtuvo lo que solicitaba, fué en tiempo
que hecha la independencia, necesitó confirmación por el gobierno mejicano,
pero habiendo muerto Moisés, le sucedió en la solicitud su hijo Estévan, que
lo obtuvo de Iturbide, y para dar mas impulso á la colonización, se formó un
reglamento por la junta instituyente. Establecida la federación, se fijaron por
una ley en 1824 las reglas que habian de seguir los Estados en las concesiones
de terrenos, dejando á estos la facultad de distribuirlos segun los reglamentos
particulares que formasen. Las concesiones se multiplicaron más allá de toda
consideración de prudencia, y como los que las obtenian eran aventureros extran-
jeros ó especuladores mejicanos que no tenian medios de hacerlas valer, las
fueron enagenando á ciudadanos de los Estados Unidos, hasta establecerse en
Nueva York un banco para la venta de tierras en Tejas, que era el punto que
llamaba entónces la atencion, en que tuvo no pequeña parte D. Lorenzo de
Zavala, por las concesiones que se le habian hecho."239

N O está en nuestra intención, por no corresponder el tema respectivo al


contenido de esta obra, hacer referencia a los hechos políticos y militares que
culminaron en el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 2 de febrero de 1848 con
el que concluyó la guerra entre México y los Estados U nidos y mediante el cual
nuestro país se vio obligado a ceder a esta potencia imperialista "más de la
mitad de nuestro territorio", como afirma don Alfonso Toro, "a cambio de
la mísera suma de quince millones de pesos".240 La cesión territorial pactada en
dicho tratado comprendió "además de Tejas, el terreno entre El Nueces y el
Bravo, perteneciente en su mayor parte a Tamaulipas, todo el territorio de
Nuevo México y toda la Alta California" ,241. o sea la mitad del territorio "que la
flueron ratificados por el tratado de 12 de enero de 1828 celebrado entre nuestro país y
os Estados Unidos.
288 Historia d. MI;cico. Tomo V, p. 872.
Oto
239 cit., pp. 873 Y 874.
uo HutorUt d. MI:ei&o, p. 412.
2U MI:cico a Travls d. los Siglos. Tomo IV, p. 708.

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república poseía al hacerse la independencia". 242 Es sobradamente conocida


la múltiple y diversa motivación que obligó al Gobierno mexicano a celebrar
tan tremendo tratado de "paz" bajo la presión terrible y ominosa de las armas
norteamericanas que estaban decididas a apoyar por la fuerza la destrucción
total de nuestro país y la incorporación de todo el territorio nacional a los Es-
tados Unidos. Rebasaría los límites del presente estudio exponer y comentar
los hechos y circunstancias históricas, políticas, económicas y militares que
provocaron nuestra derrota por el invasor estadounidense y la aceptación del
aludido tratado en cuya confección y en condiciones nortoriamente desventajosas
los comisionados mexicanos, encabezados por don Luis de la Rosa, a la sazón
Ministro de Asuntos Exteriores, realizaron loables esfuerzos de dialéctica patrió-
tica para evitar que el león norteamericano se engullera mayores extensiones
territoriales de nuestro suelo. Contra el mencionado tratado se alzaron voces que
no fueron sino iracundas e inútiles lamentaciones frente a una situación fáctica
consumada irreversiblemente, pero que en el fondo no expresaban sino el que-
brantamiento impune de las normas de convivencia internacional por el vecino
poderoso en detrimento del débil. Entre esas voces se escucharon, en el Senado,
la de Otero,243 y fuera de él, ya como diputado saliente, la de Rejón, o sea,
por curiosas coincidencias, las de los próceres de nuestro juicio de amparo.r"
Otra mutilación sufrió el territorio del Estado mexicano en diciembre de
1853 al celebrarse el llamado "Tratado de la MesillaJJ 24 5 bajo el gobierno

U2 Atamán, op, cit., tomo V, p. 876.


243 La Cámara de Diputados aprobó el Tratado de Guadalupe Hidalgo por cincuenta y
un votos contra treinta y cinco y el Senado por treinta y tres contra cuatro (México a Través
de los Siglos. Tomo IV, p. 710).
244 En las "Observaciones" que Rejón formuló con fecha 17 de abril de 1848 al Tratado
de Paz de Guadalupe Hidalgo, el ilustre yucateco volcó su pasión llena de iracundia. No pode-
mos resistir el deseo de transcribir algunas de sus férvidas expresiones considerando que dicho
tratado implicó el sacrificio de "más de la mitad de nuestro inmenso territorio por una mise-
rable cantidad, porque con el plano en la mano ,y con presencia de las concesiones que se
hacen por esos funestos tratados, he deducido, acompañado de otras personas bastante versa-
das en cálculos de esta especie, que son por lo menos ochenta y un mil setecientas treinta leguas
cuadradas mexicanas las que se van a enajenar, lo que forma más de la mitad de nuestro
territorio... Reduciendo ahora los terrenos que se van a traspasar, a acres de los cuales en-
tran cuatro mil setecientos dos, ochenta y seis centavos en nuestra legua cuadrada de cinco
mil varas por lado, tendremos trescientos ochenta y cuatro millones, trescientos sesenta y
cuatro mil setecientos cuarenta y siete acres, que vendidos cada uno a un peso veinte y cinco
centavos, según el valor dado a los terrenos más despreciables por la ley del año de 1830
de esos mismos Estados Unidos, importan cuatrocientos ochenta millones, cuatrocientos cin-
cuenta y cinco mil novecientos treinta y cuatro pesos. Contraído, pues, a esto sólo el cálculo
de lo que va a adquirir la república vecina y sin meter en cuenta los edificios públicos, made-
ras de construcción naval y ebanistería, ricos placeres de oro, minas del mismo metal, plata,
azogue, carbón de piedra y demás preciosidades incalculables que se encuentran en las entra-
ñas de los valiosos terrenos que se quieren enajenar, se verá desde luego la diferencia enorme
que resulta de los $ 18.250,000 que nos dan por ellos, a los cuatrocientos ochenta y medio,
que vale solamente la fecunda superficie. Al contemplar esta inmensa pérdida, este espantoso
sacrificio, esa enorme, esa infinita preponderancia que vamos a dar a un pueblo eminente-
mente invasor para arrollarnos,.arrollar al continenttt con· sus islas, 'Y hacer temblar a Europa,
I no puedo menos que sorprenderme, qué especie de demenciase ha apoderado de nosotros,
y aun del mundo que observa tranquilo el gran trastorno que l~ ~ e n a z " (Carlos A. Echá·
nove Trujillo. La Vida Pasional e Inquieta dtt Crescencio Rejó1i,.pp438 y 439).
245 En los Estados Unidos este documento se conoce c;onelnombtede ''Tratado Gatsen"
tomado del apellido del plenipotenciario n0rteaDlerieano.

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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 169

de Santa Anna, La "Mesilla" era una pequeña faja de tierra ubicada en los
límites del Estado de Chihuahua y el entonces Territorio de Nuevo México que
fue cedido a los Estados Unidos por el tratado de Guadalupe Hidalgo, según
dijimos. Mac Lane, gobernador de dicho territorio, pretendía que la Mesilla se
encontraba dentro de la extensión de éste, circunstancia totalmente falsa, ya
que dicha área nunca dejó de localizarse dentro de los límites de la República
Mexicana demarcados en el mencionado tratado de "paz", habiéndolo recono-
cido así el general Roberto B. Campbell, nombrado por el gobierno estadou-
nidense para abocarse al conocimiento de tal cuestión y "en cuyo concepto ni
la Mesilla había dejado jamás de pertenecer a México y de ser gobernada por
las autoridades de Chihuahua, ni su población había manifestado el menor
deseo de pertenecer a los Estados Unidos't.?" Aprovechándose de la sicosis de
temor a una nueva invasión norteamericana tendiente al apoderamiento
de más porciones de territorio mexicano y explotando el hecho de que la Mesilla
se encontraba ocupada por tropas estadounidenses que el gobernador chi-
huahuense, general Trías, estaba incapacitado material y militarmente para
desalojar, Santa Anna fraguó la venta de dicha franja, y habiéndola consu-
mado en el tratado respectivo, recibió la cantidad de diez millones de pesos.
El negocio de la Mesilla fue generalmente vituperado, pues como afirma Al-
fonso Toro, "Esta venta escandalosa, que sólo sirvió para enriquecer al mismo
Santa Anna y a sus favoritos, y para aumentar el despilfarro y la tiranía del
gobierno, acabó por provocar un levantamiento popular contra la dictadu-
ra."247
Es evidente que el territorio de un Estado no sólo se merma por cesiones,
ventas o laudos internacionales que se efectúen o dicten en favor de otro, sino
también cuando el jus imperii que sobre él se ejerce se menoscaba en el sentido
de reconocerlo parcialmente a un Estado extranjero. Este último fenómeno se
ha registrado desafortunadamente en detrimento del Estado mexicano. Así,
debemos recordar que en el artículo VIII del Tratado de la Mesilla a que antes
aludimos y sin relación alguna con la venta de esta porción territorial, se rei-
teró por el Gobierno mexicano la autorización que otorgó al de los Estados
l! nidos el 5 de febrero de 1853 para construir un camino de madera y ferro-
VIario en el Istmo de Tehuantepec. Ahora bien, al establecerse esa reiteración,
ambos gobiernos convinieron en celebrar un arreglo para el tránsito por dicho
Istmo de tropas y material de guerra de los Estados U nidos, obligación que no
surgió felizmente para nuestro país en virtud de que la condición suspensiva
~ que estaba sujeta, es decir, la construcción del mencionado camino, no se rea-
lizó, pues la vía del ferrocarril actualmente existente "no es la autorizada en 5
de febrero de 1853 a que se refiere al artículo VIII del Tratado de la Mesi-
lla:', según sostiene con acopio de datos don Salvador Diego Fernández, distin-
gtudo ínternacíonalista.t"
La aquiescencia para que fuerzas armadas de otros países actúen, bajo
.:ualquier causa, fuera de alianza bélica alguna, dentro del territorio de un
Z66 MlxUO a Travls de los Siglos. Tomo IV, p. 812.
Z67 Historia de México, p. 434.
2'. El Tratado de la M.siU.. Editorial Polis. México, 1937, p. 71.
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170 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

Estado, significa un grave atentado al jus imperii de este último. Tal hecho se
autorizó potencialmente en el tratado conocido con el nombre de M cLane
Ocampo celebrado en el año de 1859 y precisamente durante la lucha frati-
cida entre liberales y conservadores conocida como la "Guerra de Reforma".
ComentaIldo dicho tratado, el autor últimamente citado afirma: "Como
pronto se advirtió, pues, que el camino proyectado en 1853 no se construiría, los
Estados Unidos hubieron de aguardar nueva ocasión para el logro de sus deseos
en el Istmo; presentóseles en el año de 1859 cuando negociaron en Veracruz con
el Gobierno de don Benito Juárez el Tratado Macl.ane-Ocompo. Aleccionados
ya por lo vano que les resultara el artículo VIn del pacto de la Mesilla al refe-
rir todas sus estipulaciones a un solo camino, en lo firmado con don Melchor
Ocampo se amplió el concepto expresado: 'Convienen ambas repúblicas en
proteger todas las rutas existentes hoyo que existieren en lo sucesivo a través
de dicho Istmo y en garantizar la neutralidad del mismo' (artículo 29 ) ; Y
naturalmente, los demás artículos también se refieren a cualquier ruta que
atraviese el Istmo; por ejemplo, el artículo quinto que autoriza al ejército
de los Estados Unidos de América a dar protección en las 'precitadas rutas'.
A pesar de la amplitud y sagaces previsiones de este abominable Tratado, Mé-
jico quedó libre de sus compromisos debido al Senado de los Estados Unidos
que rehusó la ratificación, aunque no por favorecernos sino por motivos de
política interna."249

c. El dominio del Estado mexicano


a) Consideraciones previas
Hemos aseverado en repetidas ocasiones que el territorio es el espacio en
el que se ejerce el imperium estatal al través de las funciones legislativa, eje-
cutiva y judicial por conducto de los órganos o autoridades correspondientes.
Ese imperium es el poder público mismo del Estado, siendo sus destinatarios
o gobernados todos los sujetos físicos o morales que dentro de dicho espacio
existen y actúan. Por consiguiente, en lo que respecta al imperium, el Estado
obra como persona moral suprema cuya voluntad actuante, expresada me-
diante dichas funciones públicas, somete a sus decisiones a todo lo que se halle
dentro de su territorio.
Independientemente de que el Estado es titular del poder de imperio, es
también sujeto de dominio, o sea, dueño de bienes de distinta naturaleza y cuya
propiedad, por exclusión, no ha reconocido en favor de personas físicas o
morales de diferente índole que dentro de su territorio se encuentren. El con-
junto de bienes de que el Estado es propietario constituye su dominium. Esta
consideración reafirma la personalidad del Estado, es decir, su concepción
como persona moral suprema de derecho público, toda vez que sin esa perso-
nalidad, el Estado no podría ser dueño o titular del dominium ni tampoco,
obviamente, sujeto de los derechos y oblígaciónes inherentes a la mencionada
calidad. , _
2411 Op. cit., pp. 71 Y 72.
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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 171

Se habrá advertido que utilizamos en las ideas anteriormente expuestas los


conceptos y vocablos "dominio" y "propiedad" indistintamente Esta utilización
se funda en la sinonimia que existe entre ambos, a pesar de que, mediante
sutilezas apreciativas, se ha tratado de diferenciarlos.
Según afirma el jurista Mateo Goldstein "contra estas sutilezas jurídicas, que
pretenden introducir diferencias y discriminaciones que la ley no aporta y
que aún permanecen confusas en el desenvolvimiento histórico de la institu-
ción que nos ocupa, se alzan autores modernos como Castán que sostienen que,
entre dominio y propiedad, no hay diferencias de extensión y contenido y
que debe eliminarse una disputa bizantina alrededor de un asunto que carece
de verdadero contenido jurídico y legal.
"Por lo demás, en la doctrina francesa, que tanto gravita aún sobre nuestros
Códigos e instituciones, ni Demolombe, ni Aubry y Rau, ni otros forjadores del
Derecho positivo, establecen una distinción y consideran absolutamente sinóni-
mos ambos términos. En el Derecho alemán ni siquiera se menciona, más que a
título histórico, la palabra dominio, la que se sustituye por la más comprensiva
de propiedad. Los tratadistas romanos, sin entrar en especulaciones de esta índo-
el, al tratar de los derechos, típicamente del dominio, los intitulan directamente
derechos de propiedad o propiedad solamente."250

Por otra parte, debemos advertir que cuando nuestra Constitución alude a
la nación como titular del dominio o propiedad de diferentes bienes, se refiere
concomitante o simultáneamente al Estado mexicano como persona moral
suprema en que la comunidad nacional está estructurada jurídica y política-
mente. Aunque entre los conceptos de "Estado" y "Nación" hay una indis-
cutible diferencia desde el punto de vista jurídico y sociológico que impide
confundirlos o identificarlos, en lo que concierne al dominio o propiedad y
atendiendo a la heterodoxa terminología 'COnstitucional, deben tomarse como
eqQ,ivalentes.

b) . La propiedad originaria

El artículo 27 constitucional, en su primer párrafo, dispone que "La pro-


piedad de las tierras yaguas comprendidas dentro de los límites del territorio
nacional, corresponde originariamente a la nación, la cual ha tenido y tiene el
derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares, constituyendo la
propiedad privada." El concepto de "propiedad originaria" no debe interpre-
tarse como equivalente al de propiedad en su connotación común, pues el Es-
tado o la nación no usan, disfrutan o disponen de las tierras yaguas existentes
dentro de su territorio como 10 hace un propietario corriente. En un correcto
sentido conceptual la propiedad originaria implica lo que suele llamarse el do-
"}-inio eminente que tiene el Estado sobre su propio territorio, dominio que,
sIendo distinto de la propiedad bajo este calificativo, equivale al poder público
de imperio de que hemos hablado. Por consiguiente, la "propiedad originaria"
~ que alude la disposición constitucional transcrita, significa la pertenencia del

250 Estudio publicado en la Enciclopedia l",f.dica Omeba. Tomo IX, pp. 326 Y 327.
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172 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

territorio nacional a la entidad estatal como elemento consubstancial e insepa-


rable de la naturaleza de ésta. Un Estado sin territorio sería inconcebible; por
ello, todas las tierras nacionales forman parte de la entidad estatal mexicana
como porción integrante de la misma. En realidad, es indebido hablar de la
"propiedad originaria" que tiene la nación o el Estado mexicano sobre las tie-
rras yaguas, ya que la propiedad en general implica una referencia de algo
extrapersonal (como el bien o la cosa) a un individuo y, como el territorio
constituye un elemento esencial del Estado, es evidente que no puede haber
entre éste y aquél una relación estrínseca, ya que implican una unidad como
todo y como parte, respectivamente.
En síntesis, el concepto de "propiedad originaria" empleado en el primer
párrafo del artículo 27 constitucional equivale sustancialmente a la idea de
dominio eminente, o sea, a la de imperio que el Estado como persona jurídica
ejerce sobre la parte física integrante de su ser: el territorio.

Semejante consideración formula el jurista M. G. Villers en una interesante


monografía sobre el artículo 27 de la Constitución, al asentar que "el dominio
originario a que se refiere esta primera parte del artículo 27 es el dominio emi-
nente. tal como se reconoce en el Derecho .Internaeiorial, es el ejercicio de un
acto de soberanía de la nación sobre todo el territorio en el cual ejerce actos de
autoridad. El dominio originario que tiene la nación no es el derecho de usar,
gozar y disponer de todas las tierras yaguas existentes en el territorio nacional,
sino facultad potencial o una facultad legislativa respecto de las tierras yaguas
como objeto de los derechos; es la facultad de ejercitar actos de soberanía sobre
todo el territorio nacional, con exclusión de cualquiera otra potencia extranjera,
uno de los cuales actos es transmitir a los particulares el dominio de las tierras
yaguas que no están sujetas a propiedad individual, pues respecto a las que ya
están constituidas en esta última forma, la nación tiene el deber de respetarlas
conforme a otros preceptos también de carácter constitucional". 251
La equivalencia entre "propiedad originaria" y "dominio" se establece, según
se habrá advertido, en el mismo primer párrafo del artículo 27 constitucional
que ya hemos transcrito, pues perteneciendo a la nación dicha propiedad, ésta
se transmite como "dominio" a los particulares para constituir la propiedad
privada.v"

Sin embargo, se ha afirmado constantemente que el origen histórico de la


disposición contenida en el primer párrafo del artículo 27 constitucional se
implica en la famosa bula Inter Coeteris del Papa Alejandro VI de 4 de mayo
de 1493, por medio de la cual otorgó a los soberanos españoles verdaderos
derechos de propiedad sobre las tierras descubiertas al occidente de una línea
ideal trazada a cierta distancia de las Azores. Lógicamente no puede decirse
que el sumo pontífice romano confiriera propiedad alguna a los soberanos espa-
ñoles y de Portugal; lo' que hizo fue dirimir una contienda posesoria surgida

251 El articulo 27 de la Constitución Mexieana de 1917. p. 15.


252 Estas. mismas ideas se contentan en el proyecto de la Comisi6n, integrada por los
diputados Francisco [, Májiell. Alberto Romtfn, Luis G. Monzón,' Enrique Recio y Enrique
Colunga, quienes redactaron el texto del. referido primer ~afo, sin que el CongresoConsti.
tuyentele hubiese inti'óducidó ninpr¡a modificaci6n. .
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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 173

entre los monarcas de ambos países, en la que dichos gobernantes se disputa-


ban el dominio de las tierras descubiertas, ocupadas por la fuerza material de
la conquista.

Sobre este particular, el licenciado Villers dice: "La Bula de Alejandro VI


no habla de transmisión del 'dominio', ni es razonable que confiera dominio en
la acepción que se ha dado a este vocablo con el alcance de un derecho de pro-
piedad, puesto que aun sin discutir los derechos de Su Santidad para dictar la
Bula de que se trata, en derecho no parece admisible que haya tenido facultad
para conceder un derecho de propiedad que no tenía, atento al principio jurí-
dico de que nadie puede transmitir Jo que no tiene." ,
"En las distintas pragmáticas de los reyes de España se encuentra con fre-
cuencia el concepto de que por virtud de haber transmitido a ellos 'el dominio
de las tierras descubiertas', se abrogaron (sic) la facultad de otorgar mercedes,
lo que da idea de que aquellos soberanos interpretaron el alcance de la Bula de
Alejandro VI en el sentido de que les había conferido un derecho de propiedad,
y por eso transmitan derechos de esa clase en las mercedes. Pero tomando en
consideración la gran amplitud de facultades que tenían los reyes de España
después del descubrimiento de México, no se permitía discutir la naturaleza de
estos derechos.
"A juzgar por los términos de la Bula y especialmente la razón o motivo de
su expedición, que era resolver el conflicto entre España y Portugal sobre el
límite de las tierras descubiertas, seguramente que el objeto de la Bula fue confe-
rir un derecho de soberanía en favor de España con exclusión de Portugal. El
conflicto entre España y Portugal era de soberanía y de jurisdicción, y si resol-
ver ese conflicto fue lo que se sometió o sugirió al Sumo Pontífice, por el emba-
jador de España en Roma, no es posible admitir que el Papa haya conferido un
derecho de propiedad que no era objeto de conflicto. La naturaleza de las
resoluciones que determinan los linderos entre Estados, no es atributiva de pro-
piedad, sino de soberanía o jurisdicción y lo mismo se observa tratándose de
Estados soberanos que de Estados comprendidos dentro- de una nación soberana.
Por esto no puede admitirse que al emplear el vocablo 'dominio' en las cédulas
-pragmáticas de España, se haya podido significar 'propiedad', sino 'soberanía',
que se traduce en lo que actualmente se llama 'dominio eminente'."
"La nación mexicana, al constituirse en forma independiente de España,
reasumió su soberanía propia ysurgieron sus derechos sobre el territorio nacional,
prescindiendo de lo que dispusiera el Sumo Pontífice al resolver el conflicto de
límites entre España y Portugal. El concepto de la soberanía no permite reco-
nocer validez a aquella disposición primitiva de Su Santidad; por el contrario,
exige desconocer toda autoridad extraña que menoscabe la soberanía del país y
desvirtúe los derechos que originariamente y en forma fundamental ha tenido la
nación mexicana para constituirse y para dictar toda clase de leyes."
" Desde el momento en que se constituyó y se declaró independiente, sancionó
la nación, implícitamente, que todos los derechos de ella como nación y como
estado soberano e independiente, dimanan de su misma existencia y no de otro
Estado ni por acto de donación o enajenación que le hubieren hecho otros pue-
blos igualmente soberanos u otras autoridades como Su Santidad, aunque enton-
ces tuvieran también poderes temporales."
"Si los derechos de la nación mexicana no están derivados de la voluntad
papal, ni derivados tampoco de los soberanos de España, debemos reconocer que
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174 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

el origen de todos los derechos de la nación mexicana sobre las tierras y aguas
provienen del derecho de soberanía desde el momento en que se constituyó polí-
ticamente o aun desde que se declaró independiente de España."
"El Acta Constitutiva de 31 de enero de 1824, en su artículo 2 previno que
la nación mexicana es libre e independiente para siempre de España y de cual-
quier otra potencia y que no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni
persona. Por virtud de este artículo, la nación mexicana, uno de cuyos elemen-
tos es el territorio con las tierras yaguas, al declarar que no podían ser patrimo-
nio de ninguna familia ni persona, desconoció tácitamente la disposición de Su
Santidad el Papa, quien según los Reyes de España, había dado las tierras y
aguas de Nueva España al patrimonio de los soberanos ibéricos. Desde ese mo-
mento de dictarse el Acta Constitutiva de 1824, no podía reconocerse ningunos
derechos de regalía sobre tierras yaguas de México, a favor de aquellos sobera-
nos. El artículo 3 de la misma Acta de 1824 declaró que la soberanía reside
radical y esencialmente en la nación, y que por lo mismo pertenece exclusiva-
mente a ésta el derecho de adoptar y establecer por medio de sus representantes,
la forma de gobierno y dictar las leyes fundamentales que le parezcan más
convenientes para su conservación y mayor prosperidad, modificándolas o va-
riándolas según lo crea conveniente. En virtud de esta declaración, la nación
mexicana, por efecto de su soberanía, ha tenido perfecto derecho para dictar sus
propias leyes y, como consecuencia, todas las leyes españolas que estuvieran en
pugna con las leyes que se dictaran en la República, no podrían subsistir porque
habría sido contrario al derecho de soberanía dimanado de este artículo ter-
cero."253

Muy interesante resulta, por otra parte, la interpretación que de la bula


alejandrina hace el justamente llamado "padre de los indios", fray Bartolomé
de las Casas, quien deriva la "soberanía" de los reyes de Castilla sobre las
tierras descubiertas y conquistadas, del deber que les impusieron los Papas en
el sentido de incorporar a la religión cristiana a los pueblos indígenas que habi-
taban dichas tierras. Consiguientemente, para el ilustre fraile el Sumo Pontífice
no "atribuyó" a la corona de España la "propiedad" o el "dominio" de los
vastos territorios situados al occidente de la línea a que se refería la mencionada
bula, sino que éstos por necesidad debían quedar bajo la soberanía española
en atención a que estaban poblados por grupos humanos que debían ser
evangelizados.
No podemos resistir el deseo de transcribir el pensamiento de tan egregio va-
rón, expuesto en una época en que las ideas que lo informan se consideraban
peligrosamente heterodoxas. Dice al efecto Las Casas: "Al Papa Alejandro sexto,
su sucesor Paulo tercero, y los demas que han hablado de la concesion de las
Indias á los Reyes de Castilla jamas mencionaron guerras porque sabían que
trataban de personas que no estaban súbditas á la iglesia. Unicamente habláron
de predicación evangélica porque no pasaban de aquí las facultades pontificias;
y por eso lo que llamamos concesión de las Islas y Tierra-Firme á los Reyes de
Castilla no se puede interpretar sino por concesion privativa del derecho de pre-
dicar allí consiguiente á la circunstancia de ser descubridores del país; y conce-
sión que se hizo apreciable, porque la esperanza de la conversion de los habitan- .
253 os. cii., pp. 9 a 14.
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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 175

tes del pais preparaba un derecho para gozar la soberanía de proteccion y de


alto poder sobre lo¡ habitantes y sus gefes gobernantes, por medio de la civiliza-
ción, del comercio, de los conocimientos nuevos, y de otras ventajas que la con-
formidad de culto y costumbres debian producir.
"Mas esos mismos papas previendo la conversion de los Indios, y la recep-
cion del bautismo, pudiéron hablar de ellos desde entónces considerándolos como
súbditos de la iglesia que habian de ser por la profesion solemne de la santa fe
católica, apostólica, romana en el bautismo, y disponer de las facultades ponti-
ficias relativas á todos los cristianos. Los papas son tenidos y reputados como
señores espirituales de todo el mundo cristiano; y como tales se creen autorizados
para mandar todas las cosas temporales y profanas que puedan ser útiles nece- ó

sarias para conseguir ó proporcionar el bien espiritual de las almas de los súbdi-
tos fieles cristianos apostólicos. Por consiguiente Alejandro sexto, Paulo tercero y
los otros papas creyéron convenir para el fin espiritual expresado mandar que
los nuevos súbditos suyos espirituales reconociesen por soberano suyo y de sus
propios soberanos al Rey de Castilla, de quien habian recibido el beneficio espi-
ritual del cristianismo, y el temporal de la civilización. Juzgáron que este manda-
to era necesario y conveniente para el fin, porque les pareció que solo así podria
ser permanente la fe católica en los Indios cristianos nuevos; mediante que solo
así habria obispos, sacerdotes, ministros del cuIto, predicadores y catequistas
consolidados y profundamente instruidos en la religion cristiana que quisieran
tomarse la pena de ir á predicar á los Indios, enseñarles el catecismo y la buena
moral, y administrarles los santos sacramentos y otros auxilios espirituales, como
efectivamente lo han procurado los Reyes católicos y el Emperador nuestro se-
ñor en sus instrucciones, reales cédulas, y cartas-órdenes de su consejo de las
Indias.
"Este es el título verdadero de adquisicion de soberania de las Indias que
tienen los Reyes de Castilla. Este concediéron los papas y no tuvieron intención
de conceder otro; porque no podian disponer de la soberanía de los Indios,
miéntras estos no fueran súbditos de la iglesia por el.cristianismo. Y todo esto
hace ver cuan lejos estuviéron los papas de conceder la facultad de hacer gue-
rras contra los Indios; así como tambien cuanto se aparta de la verdad el egre-
gio doctor Sepulveda cuando supone que las guerras hechas á los desgraciados
Indios han sido mandadas por nuestros Reyes y conformes á lo prevenido por
los papas en sus bulas."254

No justificándose la atribución de la "propiedad originaria" de las tierras y


aguas en favor de la nación por la célebre bula pontificia Inter Coeteris ni por
el régimen jurídico que sobre el particular existió durante la época colonial, la
más acertada explicación que puede darse al párrafo primero del artículo 27
constitucional, desde el punto de vista de su gestación parlamentaria, consiste
en suponer que los constituyentes de Querétaro trataron de fundar, en la de-
claración contenida en dicha disposición, la intervención del Estado en la pro-
piedad privada para solucionar, sobre todo, el problema agrario. En otras pa-
lobras, urgía establecer una base hipotética que legitimase principalmente el
fraccionamiento de los latifundios de acuerdo con un principio teórico prima-
rio, el cual se tradujo en considerar que la nación es la "propietaria origina-
254 Colecci6n de las Obras del Venerable Obispo de Chiapas don BartolomJ de las Casas,
Defensor de la Libertad de los Americanos. Tomo 1, pp. 476 a 479. Edic:i6n-1822. París.
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176 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICA!\l"O

ria" de todas las tierras y aguas comprendidas dentro del territorio nacional,
a fin de excluir todo derecho preferente que sobre ellas alegasen los particulares.
Ahora bien, según lo hemos dicho, la propiedad "de origen" a que alude el
precepto constitucional citado no es sino la atribución al'Estado mexicano de
todo el territorio que integra su elemento físico como ingrediente sustancial
de' su ser y sobre el que desarrolla su poder de imperio.
Con vista a la implicación del concepto "propiedad originaria", la propie-
dad privada constitucionalmente deriva de una supuesta transmisión efectuada
por la nación en favor de los particulares de ciertas tierras y sus aguas com-
prendidas dentro del territorio nacional. Pues bien, respecto de las propieda-
des privadas ya existentes en el momento en que entró en vigor el artículo 27
de nuestra Constitución, este mismo precepto, en sus fracciones VIII, IX y
XVIII, consignó declaraciones de nulidad plenarias en relación con actos, con-
tratos, concesiones, diligencias judiciales, etc., que hubieren entrañado contra-
vención a la Ley de 25 de junio de 1856 2 55 y que se hayan celebrado u otor-
gado con posterioridad al primero de diciembre de 1876; así como facultades
de revisión, en favor del Ejecutivo Federal, sobre todos los contratos y conce-
siones hechos por los gobiernos que hubieren actuado con anterioridad a la
Constitución vigente desde el mencionado año de 1876, "que hayan traído por
consecuencia el acaparamiento de tierras, aguas y riquezas naturales de la na-
ción por una sola persona o sociedad", pudiendo el Presidente de la República
declarar nulos tales contratos y concesiones "cuando impliquen perjuicios gra-
ves para el interés público". Fuera de los casos de nulidad contemplados por
el artículo 27 constitucional en las disposiciones señaladas, nuestra Ley Su-
prema en realidad reconoció la propiedad privada existente con antelación a su
vigencia sobre tierras yaguas no consideradas por dicho precepto de propie-
dad nacional. Dicho reconocimiento, que es de naturaleza tácita, descansa
sobre el supuesto hipotético de que, perteneciendo la propiedad originaria de
las tierras yaguas comprendidas dentro del territorio del Estado mexicano a
la nación, ésta transmitió su dominio a los particulares, constituyendo así la
propiedad privada respecto de ellas. Claro está que las propiedades de parti-
culares que hayan existido con anterioridad a la Constitución de 1917 y cuyos
actos generativos no sean nulos o anulables. conforme a las prescripciones con-
tenidas en su artículo 27 (fracs. VIII, IX y XVIII), para que puedan válida-
mente substituir, no deben entrañar niriguna de las incapacidades adquisitivas a
que el propio precepto se refiere (y a las cuales aludiremos brevemente con
posterioridad), pues de lo contrario la nación puede entablar las acciones judi-
ciales que le competen contra sus titulares para que los bienes respectivos (tie-
rras yaguas por lo general) ingresen al patrimonio nacional (art. 27 const.,
frac. IV, último párrafo) .
Huelga decir, por último, que si alguna persona física o moral afectada por
cualquiera incapacidad constitucional adquiere por transmisién privada los bie-
nes en relación con. los cuales se establece dicha incapacidad, también pueden
ejercitarse tales acciones.

255 Ley de DestJtnorlizaci6ft d,:BüneSexpedida por Comonfort.


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LOS ELEMENToS DEL ESTADO MEXICANO 177

Equivaliendo la "propiedad originaria" de las tierras yaguas en favor de la


nación a la pertenencia que el Estado tiene respecto del territorio nacional
como parte substancial de su ser, el goce, disfrute y disponibilidad de las mis-
mas los ha transferido, o mejor dicho reconocido, a los particulares, surgiendo
de esta guisa de propiedad privada. Al hacerse esta declaración en el artículo
27 constitucional en ejercicio de su facultad auto-limitativa, el Estado y sus
autoridades están obligados jurídicamente a respetar la propiedad privada, como
consecuencia de la sumisión ineludible que se debe al ordenamiento supremo.
Naturalmente que ese respeto a la propiedad privada, que esa intangibilidad
de la misma, no son absolutos, pues el Estado tiene la facultad de imponerle
todas las modalidades que dicte el interés público e inclusive hacerla desapare-
cer en cada caso concreto de que se trate, facultad que debe ceñirse a las limi-
taciones constitucionales que la Ley Fundamental expresamente impone al
mencionado derecho. Fuera de estas restricciones, el Estado y sus autoridades
carecen de todo poder para vulnerar la propiedad privada.f"

c) El dominio o la propiedad de la nación o del Estado mexicano


Si la "propiedad originaria" o "dominio eminente" equivalen al jus imperii
estatal, según dijimos, el "dominio directo" o simplemente el "dominio" a que
alude el artículo 27 constitucional en varias de sus disposiciones, implica la
"propiedad nacional o estatal". La equivalencia e implicación mencionadas las
sostiene el distinguido jurista mexicano Osear M orineau, quien afirma: "De la
lectura cuidadosa del artículo 27 se desprende que dominio, dominio directo
y propiedad de la nación son las misma cosa" y refuta las ideas de destacadas
personalidades de nuestro foro que aseveran lo contrario.
Al respecto, Morineau manifiesta que "Es muy importante advertir que todos
los juristas que rechazan la interpretación anterior se fundan en argumentos
extraños a la Constitución y que ninguno de ellos trata' de conciliar los términos
de la norma qué pretenden interpretar. Este es el error que cometen los licen-
ciados don Miguel Macedo, don Trinidad García, don Carlos Sánchez Mejora-
da, don Alberto Vázquez del Mercado, algunos CC. Ministros de la Suprema
Corte citados textualmente en el apéndice de este libro y todos los juristas mexi-
canos y extranjeros que no respetan el principio de la supremacía de la Consti-
tución cuando fundan sus tesis en principios extraños y opuestos a la disposición
expresa de la mencionada Constitución. Interpretan una norma jurídica sin to-
mar en cuenta la norma interpretada; de aquí se sigue que sus afirmaciones sean
necesariamente antijurídicas e ilógicas. Son antijurídicas por no fundarse en el
principio de la supremacía, por fundarse en normas inferiores que no puedan
derogar el precepto constitucional. Estas normas inferiores en que fundan su
interpretación son algunas veces las leyes secundarias, tales ,como la Ley Minera.
Otras veces se fundan en la legislación española o coloniaf derogada en México
o finalmente, se fundan en opiniones personales. Sus interpretaciones son ilógicas
porque la interpretación de una norma necesariamente debe fundarse en la mis-

2118 De estas limitaeiones tratamos en nuestra obra Las GarantÍtlS Indj1)jdualu. capitulo
sexto.
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178 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

ma norma y no en otra opuesta, porque el descubrimiento de la esencia de un


. objeto debe encontrarse en dicho objeto y no en otro distinto.
"Yo habría deseado interpretar el artículo 27 sin necesidad de mencionar
personas, pero esto es imposible, supuesto que todos los errores cometidos en la
interpretación del precepto se deben, no a la ley interpretada, sino a los intér-
pretes, y es tal el prestigio de estos intérpretes que a nadie se ha atrevido a leer
simplemente el artículo 27 para comprender su alcance, sino que después de
pasar la vista por el precepto lo hacen decir todo lo contrario de lo que dice.
Probaré hasta la evidencia que las interpretaciones de los juristas citados no se
fundan en la ley interpretada, sino que afirman lo contrario de lo que ella es-
tablece. "251
Después de hacer una cuidadosa y bien meditada exégesis del artículo 27
constitucional, concluye Morineau categóricamente que ".. .la única interpre-
tación posible derivada de la letra del artículo 27 nos obliga a: identificar domi-
nio, dominio directo y propiedad de la nación", agregando que "Independiente-
mente de la interpretación gramatical categórica anterior y también indepen-
dientemente de los antecedentes del artículo 27, veamos si es posible dar a las
palabras 'dominio directo' un significado distinto. En primer lugar ,no podemos
decir que dominio directo sea igual a dominio eminente, porque éste es una
manifestación de la soberanía que tiene la nación sobre todo el territorio: es la
facultad de crear normas y de aplicarlas en todo el territorio nacional. Si el
dominio eminente ya lo tiene todo Estado por definición y el nuestro por dispo-
sición expresa de la Constitución, no hay razón para que vuelva el Constituyen-
te a atribuirlo a la nación en forma expresa tratándose del subsuelo. Otra razón
por la cual no podemos equiparar los términos, consiste en que el dominio
eminente no se refiere a un dominio especial del Estado sobre un bien determi-
nado, no es un derecho patrimonial. Decir que el Estado tiene dominio eminente
sobre el subsuelo es igual a decir que lo tiene sobre mi casa, es igual a no decir
nada que no esté ya dicho por definición del Estado y por disposición expresa
de la Constitución. El dominio eminente que tiene el Estado no es el derecho de
propiedad ni derecho real alguno, es su imperio, su facultad de legislar, de
atribuir actividades potestativas, ordenadas y prohibidas a los hombres -y de
hacer que se cumplan-: es el poder legislativo, judicial y ejecutivo. Por este
motivo, cuando la Constitución, en el párrafo cuarto del artículo 27, habla de
dominio directo sobre el subsuelo, necesariamente está tratando de algo comple-
tamente distinto del imperio: está atribuyendo al Estado la propiedad del sub-
suelo. Esta atribución la hace mediante una norma constitucional, no porque
se trate de un precepto constitucional por naturaleza sino precisamente porque
no lo es y para poder darle el rango de norma suprema que no pueda ser violada
ni por el mismo Gobierno se ve obligado a incluirlo expresamente en la Consti-
tución.
"Tampoco podemos darle al dominio directo la acepción que tiene en dere-
cho civil, diciendo que es el dominio que conserva el Estado al otorgar al conce-
sionario el dominio útil, supuesto que. en derecho 'civil el dominio útil en la
enfiteusis se otorga invariablemente a cambio de una prestación pecuniaria de-
terminada y tratándose del Estado éste no recibe a cambio dé los derechos de
explotación que otorga en la concesión, ninguna contraprestación pecuniaria.

251 Los Der~hos Reales., el Stibsuelo tlé'Mlxic6. Fondo de Cultura Econ6mica. Edi-
ci6n 1948, pp, 200 Y 201.
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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 179

Tampoco se pueden equiparar los términos, porque si decimos que la concesión


otorga el dominio útil, fatalmente admitimos que antes de otorgarlo la nación
tenía el dominio pleno y el principio de la inalienabilidad le prohíbe al Gobierno
transmitir cualquier dominio.
"Finalmente, y por la misma razón, tampoco podemos equiparar el dominio
directo al dominio radical de las leyes españolas, supuesto que de acuerdo con
éstas la nación previamente tendría el dominio pleno, antes de la concesión, y
el principio de la inalienabilidad le prohíbe al Gobierno transmitir la propiedad
aunque sea en forma condicional, aunque sea conservado el Estado el dominio
radical. Es decir, el principio de la inalienabilidad obliga al Gobierno a conser-
var todo el dominio que tiene la nación y a no otorgar ninguna clase de dominio
mediante la concesión.i'<"

Las ideas anteriormente transcritas, expuestas reiteradamente por Mori-


neau, explican claramente el sentido y alcance de las disposiciones contenidas
en los párrafos cuarto y quinto del artículo 27 constitucional.i'" Sobre todos los
bienes que estos párrafos, mencionan, la nación, es decir, el Estado mexicano
tiene el dominio directo, que no es posible identificar con el "dominio emi-
nente", el cual, según se ha dicho, equivale al imperium estatal ejercitable so-

258 Opa cit., pp. 222 a 224.


259 Estos párrafos establecen:
"Corresponde a la nación el dominio directo de todos los recursos naturales de la platafor-
ma continental y los zócalos submarinos de las islas; de todos los minerales o substancias que
en vetas, mantos, masas o yacimientos, constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los
componentes de los terrenos, tales como los minerales de los que se extraigan metales y metaloi-
des utilizados en la industria; los yacimientos de piedras preciosas, de sal de gema y las salinas
formadas directamente por las aguas marinas; los productos derivados de la descomposición de
las rocas, cuando .. su explotación necesite trabajos subterráneos; los yacimientos minerales u
orgánicos de materias susceptibles de ser utilizadas como fertilizantes; los combustibles minerales
s?lidos; el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos, líquidos o goseosos ; y el espacio
Situado sobre el territorio nacional, en la extensión y términos que fije el Derecho Internacional.
(Párrafo cuatro.) . .
"Son propiedad de la nacián las aguas de los mares territoriales en la extensión y términos
que fije el Dereco Internacional; las aguas marinas interiores; las de las lagunas y esteros que
se comuniquen permanente o intermitentemente con el mar; las de los lagos interiores de for-
mación natural que estén ligados directamente a corrientes constantes; las de los ríos y sus
afluentes directos o indirectos, desde el punto del cauce en que se inicien las primeras aguas
permanentes, intermitentes o torrenciales, hasta su desembocadura en el mar, lagos, lagunas o
e~tros de propiedad nacional; las de las corrientes constantes e intermitentes y sus afluentes
dIrectos o indirectos, cuando el cauce de aquéllas en toda su extensión o en parte de eUas, sirva
de límite al territorio nacional o a dos entidades federativas, o cuando pase de una entidad
federativa a otra o cruce la línea divisoria de la República; la de los lagos, lagunas o esteros
cuyos vasos, zonas o riberas, estén cruzadas por líneas divisorias de dos o más entidades o entre
la República y un país vecino o cuando el límite de las riberas de linderos entre dos enti-
dades federativas o a la República con un país vecino; las de los manantiales que broten en las
playas, zonas marítimas, cauces, vasos o riberas de los lagos, lagunas o esteros de propiedad
nacional, y las que se extraigan de las minas; y los cauces, lechos o riberas de los lagos y
corrientes interiores en la extensión que fije la ley. Las aguas d ~ subsuelo pueden ser libre-
mente alumbradas mediante obras artificiales y apropiarse-por el dueño del terreno, pero cuan-
do lo exija el interés público o se afecten otros aprovechamientos, el Ejecutivo Federal podrá
reglamentar su extracción y utilización y aun establecer zonas vedadas, al igual que para las
demás aguas de propiedad nacional. Cualesquiera otras aguas no incluidas en la enumeración
anterior, se considerarin como parte integrante de la propiedad de los terrenos por loa que
corran o en los que se encuentren sus depósitos, pero si se localizaren en dos o más predios,
e~ aprovechamiento de estas agUas se considerará de utilidad p6blica, y quedará sujeto a las
dispOsiciones que dicten los Estados." (Párrafo quinto.),
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180 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

bre todo el territorio nacional al través de las funciones legislativa, ejecutiva y


jurisdiccional.

Esta concepción la sustenta el doctor Cabino Fraga al afirmar que "Conside-


rar el dominio directo como un dominio eminente, en realidad viene a ser
contrario al espíritu que se revela en el texto del párrafo 4 9 del artículo 27
constitucional. -,
"En efecto, el dominio eminente se tiene por la Nación sobre todos los bienes
que están sometidos a su jurisdicción; consiste simplemente en la facultad de le-
gislar sobre determinados bienes, en la facultad de expropiarlos cuando son
necesarios para un fin de utilidad pública. En una palabra, el dominio eminente
no es una forma especial de propiedad, sino un atributo de la soberanía, que
consiste en ejercer jurisdicción sobre todos los bienes situados en el territorio en
el que se ejercita dicha soberanía.
"Por lo mismo considerar que el dominio directo es igual al dominio eminen-
te, equivale a considerar a las substancias minerales en la misma situación que
todos los demás bienes que están dentro de la República, e indudablemente,
según antes indicamos, este no pudo haber sido el sentido de la nacionalización
operada por el artículo 27, porque en esta nacionalización, además de tenerse el
propósito de establecer la jurisdicción federal sobre las substancias minerales, se
determina que sobre ellas la Nación tiene una propiedad inalienable e impres-
criptible y que sólo por concesión pueden los particulares hacer aprovechamien-
to."2ilo

Ahora bien, el dominio o la propiedad que la nación o el Estado mexica-


nos tienen sobre los bienes señalados en dichas disposiciones es inalienable e
imprescriptible (párrafo sexto). Estas características implican sendas prohibicio-
nes para los órganos del Estado, integrantes de su gobierno, en el sentido de
que ninguno de los mencionados bienes puede egresar del dominio él propie-
dad nacional o estatal por acto jurídico alguno, así como el impedimento de
que la posesión que sobre' ellos ejerzan los particulares o entidades distintas
del Estado, sociales o privadas, pueda convertirse en propiedad por el trans-
curso del tiempo. No está por demás recordar que la inalienabilidad y la im-
prescriptibilidad de los bienes a que se refieren los citados párrafos del artícu-
lo 27 se justifican plenamente, pues si se atiende a su naturaleza misma, su
enajenación o su conversión en materia del dominio no estatal o nacional, ge-
nerarían la merma del territorio mexicano, por una parte, y el desplazamiento
de recursos naturales de capital importancia económica hacia sectores distintos
y hasta opuestos a los intereses del país, por la otra.

d) Concesibilidad de los bienes del Estado

Los bienes del dominio o propiedad del Estado o de la nación enumerados


en los párrafos cuarto y quinto de dicho precepto, están .sujetos al régimen de
concesión, en cuanto que su explotación, uso o qprovechamiento pueden con-
260 Derecho A.dministrativo. Libro cuarto. Capitu1olll, inciso ajo
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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 181

cesionarse a particulares (personas físicas) o a sociedades "constituidas confor-


me a las leyes mexicanas" (párrafo sexto).261 Del mencionado régimen se exclu-
yen el petróleo y los «carburos de hidrógeno sólido, líquido o gaseosos o de
minerales radiactioost j " : bis así como la generación, conducción, transforma-
ción, distribución y abastecimiento de energía eléctrica "que tenga por objeto
la prestación de servicios públicos" (idem.). Por ende, las actividades técnico-
económicas que se relacionen con dichas materias sólo la nación o el Estado
pueden desempeñarlas al través de órganos centralizados, organismos descen-
tralizados o cualquiera otra entidad estatal, en los términos que se establezcan
por la legislación secundaria respectiva.
Tema que no deja de tener importancia es el concerniente a la determina-
ción de la naturaleza jurídica de la concesión y respecto del cual la doctrina de
Derecho Administrativo ha sido divergente tanto en México como en el ex-
tranjero. Refiriéndonos únicamente a nuestro país, debemos recordar que el
jurista Alberto V ázquez del Mercado considera a la concesión minera (y por ex-
tensión a las demás) como fuente de derechos reales cuyo titular es el conce-
sionario, fundando su apreciación en las siguientes razones.

"El rápido examen que hemos llevado a cabo de la doctrina relativa al dere-
cho real y de los derechos reales públicos, dice, así como de la naturaleza del que
crea la concesi6n minera y el estudio somero de cada una de las leyes que han
estado en vigor en nuestra República, confrontadas con los datos obtenidos de
las diversas leyes que rigen en los distintos países, nos permiten afirmar sin
vacilación alguna, que las minas se consideran universalmente como inmuebles,
sometidas a las normas de los bienes raíces, y que el derecho nacido de la conce-
sión otorgada al particular para la explotación de la riqueza minera, tiene todos
los atributos de un derecho real, que puede ser gravado por otros derechos reales,
como la hipoteca."~2

La, opinión de Vázquez del Mercado la refuta con atendibles y sólidos ar-
gumentos el jurisconsulto Osear Morineau, quien los expone en su bien docu-

~1 La doctora Mar!a Becerra González afirma que el régimen de concesión es el único


medio jurídico para llevar a cabo la explotación de los recursos del subsuelo distintos del pe-
~óleo, de los carburos de hidrógeno sólido, líquidos o gaseosos y de la energía eléctrica. Refi-
I';Iéndose específicamente a la concesión minera estima que ésta entraña "la enajenación parcial,
limitada y revocable.de cosas o derechos pertenecientes al dominio público para aprovechamien-
tos determinados que se subordinan a fines de interés general y se someten a la inspección de
la autoridad", agregando que al otorgarla "el Estado se reserva ciertos derechos de una cosa
que pertenece al dominio público, como es la mina, cuya transmisión se realiza para su apro-
vechamiento por el particular en la forma que se le fije, que ha de realizarse según los fines
d~ interés general, en cuanto a la colectividad está interesada en la explotación de las substancias
~lDeras de interés para la economía nacional, debiendo realizarse bajo la inspección de la auto-
ndad para que en todo momento esté asegurada la racional explotaci6n y el cumplimiento de
las condiciones impuestas bajo pena de caducidad". (Principios de la Constitución Mexicana
de 1917 relacionados con el subsuelo. Edici6n Coordinación de Humanidades. U.N.A.M.,
1967.)
l1l81 bis La exclusi6n a que nos referimos se estableció mediante reformas al párrafo
sexto del artículo 27 constitucional introducidas el 6 de eaero 1, el 23 de diciembre de 1960,
aaí como el 29 del mismo mes del año de 1974, publicada esta última el 6 de febrero de 1975.
162 Concesi6n Minera y Der~os Reales. Edici6n 1946. pp. 144 y 145.

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182 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

mentada obra que hemos citado.?" Por considerar que el examen de la natura-
leza jurídica de la concesión es una cuestión que no atañe estrictamente al
Derecho Constitucional sino al Administrativo, nos abstenemos de comentar
el pensamiento de tan destacado jurista, conformándonos con transcribir la tesis
conclusiva que opone a la sustentada por Vázquez del Mercado.
"Si partimos de la\Constitución (párrafos cuarto y sexto del artículo 27),
dice Morineau, resulta que la concesión contiene en esencia dos elementos: a)
el derecho otorgado al concesionario, de explotar los minerales que se encuentran
en el subsuelo concesionado, de localizarlos, extraerlos y apropiárselos, entendién-
dose que las leyes secundarias pueden y deben concederle todos los derechos
conexos que sean necesarios o convenientes para el objeto de la explotación; b)
las obligaciones a cargo del concesionario, de establecer trabajos regulares y de
cumplir con las leyes.
"Es evidente que el Gobierno no puede enajenar la propiedad sobre el sub-
suelo, por ser inalienable y por este motivo la concesión no transmite ni el con-
cesionario adquiere la propiedad o derecho real alguno; el subsuelo en México
no es susceptible de propiedad privada. La concesión tampoco transmite la lla-
mada posesión originaria (susceptible de prescribir) en vista de que la propiedad
de la nación es imprescriptible. En virtud de la concesión de explotación, el titu-
lar se convierte en propietario de los minerales, una vez extraídos, una vez que se
convierten en bienes muebles, y éstos con fundamento en el derecho que tiene
de explotar, en la misma forma que el arrendatario de un bosque tiene el dere-
cho de disponer de los árboles y el aparcero de las cosechas. En resumen, la
concesión minera es un acto administrativo mediante el cual la nación, sin trans-
mitir el dominio o un derecho real sobre el subsuelo concesionado, otorga al titu-
lar de la concesión el derecho a explotar el subsuelo, con todos los derechos
conexos que son necesarios o convenientes para que pueda efectuar trabajos de
exploración y explotación, y hacer las construcciones necesarias, otorgándole así
mismo las protecciones más amplias posibles frente a terceros. Frente a la Fede-
ración tiene el concesionario todas las protecciones que son necesarias para
realizar la finalidad de la concesión y el aprovechamiento de la riqueza nacional
por parte de un particular; tiene la misma protección que tiene un arrendatario
frente al propietario arrendador, quien no puede detentar la cosa mientras dure
el contrato, quien está obligado a proteger al arrendatario, etc. Esta es la natu-
raleza jurídica de la concesión en México y yo no veo que pueda existir incerti-
dumbre acerca de los derechos que otorga."264

Además, contradiciendo a Vázquez del Mercado, el mismo Morineau


afirma que la doctrina extranjera que invoca tan distinguido mercantilista
en apoyo de su tesis,266 no es aplicable a la naturaleza constitucional de la con-
cesión en México.

A este propósito asevera: "El resto de las opiniones citadas por don Alberto
Vázquez del Mercado, en cuanto sostienen que la concesión minera otorga dere-

263 Los Derechos Reales 'Y el Subsuelo de México. Fondo de Cultura Económica. Edi-
ción 1948.
26. op. cit., pp. 252 Y 253. .:
W5 Consúltese la monografía ya citada Concesión Minera 'Y Derechos Reales.

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LOS ELE.MENTOS DEL ESTADO MEXICANO 183

chos reales, no son aplicables a México y solamente tienen interés en cuanto nos
informan que en otros países dicha concesión otorga derechos reales. Esta doc-
trina era perfectamente aplicable a México antes de 1917. Por este motivo el
distinguido especialista en derecho administrativo y en derecho minero, Dante
Callegari, en su obra 'L'Ipoteca Mineraria', 1934, al referirse al derecho compa-
rado, con exclusión del derecho mexicano, asimila el derecho del concesionario
al dominio útil, pero prefiere recurrir a cada legislación, para derivar la natura-
leza de los derechos que otorga la concesión de los preceptos del derecho positivo.
Así, en el Japón, la concesión transmite derechos reales en virtud de que los
artículos 15 y 17 de la Ley de 7 de marzo de 1905 declaran expresamente que el
derecho de explotar es inmobiliario e hipotecable. Por el mismo motivo, en
Francia la concesión es un derecho real porque el artículo 1Q de la Ley de 9
de septiembre de 1919 declara que la concesión constituye un derecho inmobi-
liario susceptible de hipoteca, mientras que el artículo 53, fracción VI expresa-
mente resuelve que es un derecho real inmobiliario. En Alemania el derecho
emanado de la concesión se considera derecho real. Pero cuando Callegari se
refiere al derecho mexicano, no solamente cita textualmente y en español el
párrafo cuarto del artículo 27 de la Constitución (página 143 de la obra de
Callegari) , sino que dice: 'Por el contrario, en el sistema domanial --en la forma
como debe entenderse modernamente-, la minería pertenece al Estado y está
comprendida dentro de sus plenas facultades de disponibilidad. . . y puede con-
ceder el ejercicio de la minería a perpetuidad o por tiempo limitado, a título de
propiedad o como simple derecho de goce. En otras palabras, dispone de las
minas como del resto de los bienes estatales, estableciendo la modalidad de
su ejercicio' (página 141).
"Al preguntarse el mismo autor qué clase de propiedad tiene el Estado sobre
el subsuelo, si propiedad o un derecho diverso, manifiesta: 'También en este
respecto, la mayor parte de las leyes disipan cualquier duda, declarando que las
minas son propiedad del Estado. Así lo disponen las leyes más antiguas, como
la española y la servia, así como las más recientes, tales como la rusa, la mexi-
cana. . .' (página 144).
"Al preguntarse si esta propiedad debe considerarse entre los bienes del do-
minio PÚblico o entre los del dominio privado contesta: 'la inclusión entre los
bienes del dominio público es excepcional y la encuentro, entre todas las leyes
que he examinado, solamente en dos. En la Constitución mexicana, la cual decla-
ra que el dominio de la nación sobre las minas es inalienable e imprescriptible,
carácter que corresponde precisamente a los bienes domaniales en sentido es-
tricto' (página 145).
"Al hablar de los sistemas que no otorgan la propiedad al concesionario,
como el mexicano, dice: 'Por el contrario en el segundo sistema la propiedad
permanece en el Estado, el cual otorga solamente un derecho de goce sobre la
mina.' 'Por el contrario en el caso en que el Estado conserva la propiedad de
la mina y atribuye solamente un derecho de disfrute, no debe sostenerse que sea
posible la hipoteca. En efecto, el concesionario tiene solamente un derecho de
explotación, esto es, de utilización de los productos o sea un bien incorpóreo,
cuya naturaleza jurídica ha sido objeto de controversia, pero el cual ciertamente
no es el de propiedad de la mina.
"Refiriéndose el autor especialmente a México dice: 'La domanialidad se
realiza, según esta disposición (el párrafo cuarto del artículo 27 que cita textual-
mente yen español) ·extendiendo la proi~da dt!l Estado a todo el subsuelo

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184 DERECHO CONSTITUCIONAL MEXICANO

minero y además incluye las minas entre los bienes del dominio público. Es así
la única' legislación, de las que se han examinado, que hace expresamente e.sta
amplia asignación, ya que la del Código español es mucho menos ampha.'
(Página 203.)
"Por lo expuesto y de acuerdo con el derecho positivo mexicano y con la
doctrina aplicable a México,Jas concesiones mineras otorgan derechos personales
Y' no otorgan derechos reales 'y mucho menos el derecho de propiedad.t'-?"

Desechando la idea de que la concesión entrañe un acto contractual o ex-


clusivamente un acto unilateral del Estado, don Cabino Fraga la considera
como un acto mixto o complejo que comprende "un conjunto de actos jurídi-
cos" en que concurren el interés público estatal y el interés privado del concesio-
nario. "Tratándose de actividades que se relacionan con las atribuciones del
Estado, afirma, el interés público es indudable", ya que "El estado no sola-
mente desarrolla esas actividades en forma directa, sino que las encomienda
a los particulares", agregando que "al lado del interés público exige también
el interés particular del empresario que obtiene la concesión". 267 Por su parte,
don Andrés Serra Rojas, refiriéndose específicamente a las concesiones mineras
y de aguas, asevera que en ellas intervienen dos elementos fundamentales: "por
una parte el Estado-concedente y por la otra el particular-concesionario",
añadiendo que "En virtud de la relación que se establece, el Estado permite
al concesionario el goce de los derechos que las leyes determinan en este tipo
de concesión; por su parte el Estado puede exigir el cumplimiento de las
cláusulas y disposiciones legales, ejerciendo sus derechos de poder público cuan-
do no se cumplan esas obligaciones legales."268
Por nuestra parte, estimamos que la concesión es un acto proveniente de
la voluntad del Estado mediante el cual otorga a sujetos físicos o morales
distintos de él, el derecho de usar, aprovechar o explotar bienes que jurídica-
mente le pertenecen, o de realizar actividades que constitucionalmente le están
asignadas. Consideramos, en consecuencia, que el supuesto jurídico de la con-
cesión se implica en el dominio estatal o en la titularidad que tiene el Estado
para desempeñar ciertas actividades o servicios públicos. En el primer caso,
según se dijo, la materia de la concesión no son los bienes sujetos al dominio
del Estado, sino su uso, explotación o aprovechamiento, que es la hipótesis a
que se refiere el artículo 27 de la Constitución en sus párrafos cuarto, quin-
to y sexto a que ya hicimos alusión; y en el segundo la misma actividad o
servicio público cuyo ejercitante es la propia entidad estatal, a virtud de que
constitucionalmente tal actividad o servicio se segregan de la esfera en que gra-
vita la libertad de trabajo u ocupacional como contenido del derecho público
subjetivo correspondiente derivado de la garantía del gobernado respectíva.?"
En otras palabras, tratándose de las concesiones de servicios públicos, jurí-
dicamente sólo pueden otorgarse por el Estado si éste, conforme a la Consti-
266 Op. cit., pp, 255 Y 256.
261 Derecho Administrativo, pp. 443 Y 444.
268 Derecho Administrativo, p. 594.
2611 El estudio de esta garantía lo emprendemos en el capitulo quinto de nuestra obra
Las GarantEas Individuales. '

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LOS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO 185

tución, es quien deba prestarlos, de donde se infiere que, si el gobernado


quien, dentro del citado derecho subjetivo libertario, puede desempeñar cierta
actividad que se vincule directamente a los intereses públicos, sociales o ge-
nerales, el Estado no le puede expedir ninguna concesión, sino extenderle una
autorización, un permiso o licencia. No es lo mismo, en efecto, conceder que
autorizar. La concesión, en substancia, importa cesión, transmisión o dación,
por lo que necesariamente presupone que quien cede, transmite o da, tenga lo
que sea materia de estos actos, pues ya Aristóteles sostenía que "nema dat quod
non habet". La autorización, en cambio, no entraña dichos actos sino que equi-
vale a permisión para realizar cierta conducta o compartimiento. En conclusión,
el Estado concede lo que tiene como suyo o el desempeño de una actividad o
servicio de que es titular, permitiendo o autorizando a los gobernados que
ejerzan una actividad que como tales les corresponde y siempre que la propia
actividad esté directamente ligada al interés público, social o general, cuya
preservación es un deber estatal.F"
Fácilmente se comprende, aplicando las anteriores ideas a los bienes que
forman el dominio o la propiedad del Estado o de la nación conforme al artícu-
lo 27 constitucional, que la concesibilidad a que alude su párrafo sexto im-
plica la transmisión, cesión o dación a particulares o sociedades mexicanas de
los derechos de uso, aprovechamiento y explotación que como dueño o pro-
pietario de dichos bienes corresponde a la entidad estatal o nacional, actos que
se regulan por diferentes leyes adminístrativas.!" Los derechos que de la con-
cesión se derivan en favor del concesionario no son reales como lo pretende
Vázquez del Mercado, sino personales, o sea no son in re sino ad rem, sin que
tampoco obviamente sean civiles ni contractuales, sino administrativos subjeti-
vos que se. crean por un acto-condición emanado de la voluntad del Estado
aplicativo del status jurídico abstracto que a cada materia concesible corres-
ponde.

IV. BREVE ALUSIÓN A LOS DEMÁS ELEMENTOS DEL ESTADO MEXICANO

En el párrafo 1 de este capítulo dijimos que además de la población y del


territorio figuran como elementos del Estado el poder soberano o soberanía,
el orden jurídico fundamental o Constitución, el poder público y el gobierno.
Estos cuatro elementos, proyectados a la estructura constitucional del Estado
mexicano, los analizaremos en los capítulos subsiguientes.
270 En términos parecidos distingue la doctrina de Derecho Administrativo ambos con-
ceptos. Así, don Alberto Vázquez del Mercado, en su monografía ya citada, considera que las
autorizaciones "no crean nuevo derecho", en tanto que las concesiones "hacen nacer uno
nuevo". "La autorizaci6n administrativa, dice, se define diciendo que es el acto
mediante el cual se hace desaparecer un .obstáculo que impide el ejercicio de un derecho
ya existente, )' transforma éste de potencial e11 actual. Esta definición concuerda en esencia
COn la que también se suele formular en los siguientes términos: se llama autorizaciones los
actos de la Administración Pública que hacen desaparecer los obstáculos impuestos por la le)'
al libre desenvolvimiento de la actividad de los particulares o la libre adquisición de los dn-e·
chos, dando vida actual a un derecho existente sólo en potencia:' (Pp, 7 y 8.)
271 Entre la variedad de dichas leyes deben señalarse la Ley Minera, la de AgutJS de
Propiedad Nacional y la Ley Forestal.

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