Burgoa Orihuela Ignacio Derecho Constitucional Mexicano
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III. EL TERRITORIO
A. Consideraciones generales
El territorio no es sólo el asiento permanente de la población, de la nación
o de las comunidades nacionales que la forman. No únicamente tiene una acep-
ción física, sino que es factor de influencia sobre el grupo humano que en él
reside, modelándolo de muy variada manera. Puede decirse que el territorio
es un elemento geográfico de integración nacional al través de diversas causas
o circunstancias que dentro de él actúan sobre las comunidades humanas, tales
como el clima, la naturaleza del suelo, los múltiples accidentes geográficos, los
recursos económicos naturales, etc., y que estudian la sociogeografía como parte
de la sociología, la geografía humana y la economía.
Gomo elemento del Estado, el territorio es el espacio dentro del cual se ejerce
el poder estatal o imperium. En este sentido significa, como lo afirma Burdeau,
un cuadro de competencia y un medio de acciánF" Como esfera competencial
del Estado delimita espacialmente la independencia de éste frente a otros Esta-
dos, es el suelo dentro del que los gobernantes ejercen sus funciones, es el
ambiente físico de vigencia de las leyes y de demarcación de su aplicatividad
-territorialidad- fuera del cual carecen de eficacia normativa -extraterri-
torialidad-. Como medio de acción del Estado, el territorio es un "instrumen-
to del poder", puesto que "quien tiene el suelo tiene el habitante", siendo "más
fácil vigilar y constreñir a los individuos si se les puede asegurar por medio del
territorio en el que viven". "Cuando el hombre no puede escapar a la acción
de los gobernantes sino abandonando la tierra que le nutre, su vulnerabilidad
se vuelve más grande." "Los trabajos públicos, la reglamentación de la pro-
piedad inmueble, la explotación de las riquezas naturales, la defensa nacional
y aún el arreglo del poder conforme a su repartición entre centros locales,
implican la utilización del territorio.Y''"
Entre el Estado y el territorio hay, pues, una relación de imperium mas no
de dominium. lo que significa que la entidad estatal no es "dueña o propieta-
ria" del espacio territorial, es decir, no ejerce sobre éste un "derecho real"222
es el espacio terrestre, aéreo y marítimo dentro del que la entidad estatal ejerce
su poder, al través de las funciones legislativa, ejecutiva y jurisdiccional y por
conducto de sus respectivos órganos o autoridades. Ahora bien, en la estructura
federativa de un Estado existen dos esferas dentro de las que tales funciones se
desempeñan, a saber, la federal y la que corresponde a las entidades federadas.
Estas esferas no se demarcan territorialmente sino por la materia en relación con
la cual las mismas funciones se ejercitan. Así, el orden jurídico fundamental de
un Estado federal, o sea, su Constitución, determina las materias sobre las que
las autoridades de la Federación pueden legislar y realizar sus actividades admi-
nistrativas y jurisdiccionales, incumbiendo por exclusión a los órganos de las
entidades federativas, dentro de su respectivo territorio, la expedición de leyes,
el desempeño de actos administrativos y la solución de controversias en materia
no expresamente imputadas a la potestad federal. Estas ideas no denotan sino
el principio que se contiene en el artículo 124 constitucional, en cuanto que "las
facultades que no están expresamente concedidas a los funcionarios federales, se
entienden reservadas a los Estados." De este principio se infiere que las circuns-
cripciones territoriales de las entidades federales son espacios geográficos donde
ejercen su imperio tanto las autoridades federales como las del Estado miembro
de que se trate dentro' de su correspondiente ámbito competencial. Consiguien-
temente, el territorio de un Estado federal es el espacio donde sus órganos
ejercen las funciones legislativa, ejecutiva y judicial, implicando un todo geográ-
fico independientemente de las porciones territoriales en .que se divida y las
cuales corresponden él cada entidad federativa. Dicho de otra manera, dentro
del territorio que pertenece a cada Estado miembro existen dos ámbitos compe-
tenciales en los que tales funciones se desempeñan, a saber, el federal y el local,
extendiéndose el primero a todo el espacio formado por el conjunto de las cir-
cunscripciones territoriales de las entidades federadas. Ello implica, por ende,
que al territorio de un. Estado federal se le denomine también "territorio na-
cionai" por ser el asiento físico de toda la nación independientemente de las
porciones espaciales que dentro de él se imputen jurídicamente a las entidades
federativas.
b) Su comprensión
El artículo 42 constitucional, en su fracción 1, establece que "El territorio
nacional comprende el de las partes integrantes de la Federación", o sea, el de
los Estados, y el Distrito Federal que la componen, según lo indica el artículo
43 de la Ley Suprema.f" Estas disposiciones de la Constitución deben interpre-
tarse en el sentido que ya expusimos> es decir, en cuanto que el imperio del
Estado federal mexicano se ejerce sobre .todo el espacio geográfico integrado
con las porciones territoriales que pertenecen a cada entidad federativa, al tra-
228 ~te precepto declara que "Las partes integrantes de~1a Federaci6n son los Estados
de Aguascalientes, Baja Califomia,Baja California Sur, ¡Campeche, Coahuila, Colima, ChiapaJ,
Chihuahua, Dur&1l8O, Guanajuato., Hida1¡o.'J.. J.!ilisCo
. ~ M&ico, Michoacán,. Moreloí) Nayarit,
Nuevo Le6n, ·~Pueb1a, Querétaro). \llÜntana ~o R San Luis 'p0!Osf1., Sinaloa,Scmora)
Tabasco, Tamaulipas) 'nascala,. Veraeruz;Yucatá, Zacatecas y el1)18tríto l'edtnaL',
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vés de las tres funciones que también hemos indicado. Huelga decir que la
extensión física de ese espacio resulta de la suma de tales porciones territoriales,
abarcando una superficie total de un millón novecientos sesenta y siete mil
ciento ochenta y tres kilómetros cuadrados, sin incluir el área insular que es
de cinco mil trescientos sesenta y tres kilómetros cuadrados?"
El territorio mexicano comprende también "El de las islas de Guadalupe y
las de Revillagigedo situadas en el Océano Pacífico" (frac. III del arto 42
const.) y el de las islas en general "incluyendo los arrecifes y cayos en los
mares adyacentes" (idem., frac. II). Es lógico qu~, para que las islas, arrecifes
y cayos y sus "zócalos submarinos" (idem., frac. IV), pertenezcan al territorio
mexicano se requiere que estén ubicados dentro de la zona que comprende el
mar territorial de nuestro país, ya que fuera de sus límites no se extiende su
imperio.f"
La plataforma continental también integra el territorio del Estado mexicano
según lo establece la fracción IV del artículo 42 constitucional. Dicha plata-
forma, llamada igualmente "eácalo continental", se ha definido como "el lecho
del mar y el subsuelo de las zonas marinas adyacentes, a las costas, pero
situadas fuera de la zona del' mar territorial, hasta una profundidad de dos-
cientos metros, o más allá de este límite, hasta donde la profundidad de las
aguas suprayacentes permita la explotación de los recursos naturales de dichas
zonas", así como "el lecho del mar y el subsuelo de las regiones submarinas.
análogas, adyacentes a las costas de las islas". Estas definiciones fueron formu-
ladas por la Convención sobre la Plataforma Continental de la Conferencia
sobre el Derecho del Mar, reunida en Ginebra en 1958.
El artículo segundo de dicha Convención "reconoce derechos de soberanía
al Estado ribereño sobre la plataforma continental, a los efectos de su explora-
ción y de la explotación de sus recursos naturales. Este derecho se reconoce en
forma exclusiva en favor del Estado ribereño, aunque éste no explore los recursos
naturales de su plataforma y con independencia de su ocupación real o ficticia,
así como de toda declaración expresa.
"El mismo artículo de la Convención explica el alcance de la expresión 're-
cursos naturales', aclarando que se entiende por tales los recursos mnierales y
otros recursos no vivos del lecho del mar y del subsuelo. También comprende
los organismos vivos pertenecientes a especies sedentarias, es decir, aquellos que
en el periodo de exploración están inmóviles en el lecho del mar o en su sub-
suelo, o sólo pueden moverse en constante contacto físico con dicho lecho y
subsuelo.i'v"
22il Las extensiones territoriales de cada entidad federativa en kilómetros cuadrados, son
las siguientes: Aguascalientes, 5,589; Baja California Norte, 70,113L Campeche, 56,114;
Coahuila, 151,517; Colima 5,455; Chiapas, 73,887; Chihuahua, 247,08/; Durango, 119,648;
Guanajuato, 30,589; Guerrero, 63,794; Hidalgo, 20,987; Jalisco, 80,137; México, 21,461;
Michoacán, 59,864; Morelos, 4,941; Nayarit, 27,621; Nuevo León, 64,555; Oaxaca, 95,364;
Puebla, 33,919; Querétaro, 12,769; San Luis Potosí, 62,848; Sinaloa, 58,092; Sonora, 184,934;
Tabasco, 24,661; Tamaulipas, 79,829; Tlaxcala, 3,914; Veracruz, 72,815; Yucatán, 43,379;
Zacatecas, 75,040; Distrito Federal, 1,499; Baja Calif<>&nia Sur, 73,667; Quintana Roo,
42,030. Estos fueron tomados del Atlas Porrúa de la República Mexicana. p. 104.
2S0 La superficie insular de México abarca cinco mil trescientos sesenta y tres kilómetros
cuadrados, según el dato proporcionado por el Atlas Po.rrúa ya citado, p. 104.
231 Enciclopedia ¡"rEdica Omeba. Tomo XIX. pp. 66 y 67•.
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Al tratar acerca del territorio como elemento del Estado en general, diji-
mos que es el espacio donde se ejerce el imperium o poder público que se
desarrolla mediante las funciones legislativa, .administrativa y judicial que des-
empeñan los órganos estatales respectivos. Esta concepción jurídica la expresa
el artículo 48 de la Constitución al disponer que los diferentes elementos que
integran el territorio nacional --que hemos enunciado y comentado somera-
mente-, "dependerán directamente del Gobierno de la Federación". Debe-
mos anticipar que por "gobierno" no sólo se entiende la actividad pública
directiva del Estado, sino el conjunto de órganos estatales que ejercen las
funciones tantas veces aludidas. Por consiguiente, el citado precepto constitu-
cional, al declarar que las diversas porciones que componen el territorio nacional
dependerán del Gobierno federal, está indicando que es el Estado mexi-
cano mismo o "Federación" el que ejerce el imperium sobre ellas por conducto
de sus diferentes autoridades, sean legislativas, .administrativas o judiciales.
La mencionada declaración constitucional no se refiere, por ende, a la "propie-
dad" del Estado mexicano sobre las indicadas porciones territoriales, debiendo
advertir,sin embargo, que éstas, independientemente de ser partes del espa-
cio terrestre en el que se despliega el imperium, son materia del dominio estatal
en los términos del artículo 27 constitucional que después estudiaremos.
de Santa Anna, La "Mesilla" era una pequeña faja de tierra ubicada en los
límites del Estado de Chihuahua y el entonces Territorio de Nuevo México que
fue cedido a los Estados Unidos por el tratado de Guadalupe Hidalgo, según
dijimos. Mac Lane, gobernador de dicho territorio, pretendía que la Mesilla se
encontraba dentro de la extensión de éste, circunstancia totalmente falsa, ya
que dicha área nunca dejó de localizarse dentro de los límites de la República
Mexicana demarcados en el mencionado tratado de "paz", habiéndolo recono-
cido así el general Roberto B. Campbell, nombrado por el gobierno estadou-
nidense para abocarse al conocimiento de tal cuestión y "en cuyo concepto ni
la Mesilla había dejado jamás de pertenecer a México y de ser gobernada por
las autoridades de Chihuahua, ni su población había manifestado el menor
deseo de pertenecer a los Estados Unidos't.?" Aprovechándose de la sicosis de
temor a una nueva invasión norteamericana tendiente al apoderamiento
de más porciones de territorio mexicano y explotando el hecho de que la Mesilla
se encontraba ocupada por tropas estadounidenses que el gobernador chi-
huahuense, general Trías, estaba incapacitado material y militarmente para
desalojar, Santa Anna fraguó la venta de dicha franja, y habiéndola consu-
mado en el tratado respectivo, recibió la cantidad de diez millones de pesos.
El negocio de la Mesilla fue generalmente vituperado, pues como afirma Al-
fonso Toro, "Esta venta escandalosa, que sólo sirvió para enriquecer al mismo
Santa Anna y a sus favoritos, y para aumentar el despilfarro y la tiranía del
gobierno, acabó por provocar un levantamiento popular contra la dictadu-
ra."247
Es evidente que el territorio de un Estado no sólo se merma por cesiones,
ventas o laudos internacionales que se efectúen o dicten en favor de otro, sino
también cuando el jus imperii que sobre él se ejerce se menoscaba en el sentido
de reconocerlo parcialmente a un Estado extranjero. Este último fenómeno se
ha registrado desafortunadamente en detrimento del Estado mexicano. Así,
debemos recordar que en el artículo VIII del Tratado de la Mesilla a que antes
aludimos y sin relación alguna con la venta de esta porción territorial, se rei-
teró por el Gobierno mexicano la autorización que otorgó al de los Estados
l! nidos el 5 de febrero de 1853 para construir un camino de madera y ferro-
VIario en el Istmo de Tehuantepec. Ahora bien, al establecerse esa reiteración,
ambos gobiernos convinieron en celebrar un arreglo para el tránsito por dicho
Istmo de tropas y material de guerra de los Estados U nidos, obligación que no
surgió felizmente para nuestro país en virtud de que la condición suspensiva
~ que estaba sujeta, es decir, la construcción del mencionado camino, no se rea-
lizó, pues la vía del ferrocarril actualmente existente "no es la autorizada en 5
de febrero de 1853 a que se refiere al artículo VIII del Tratado de la Mesi-
lla:', según sostiene con acopio de datos don Salvador Diego Fernández, distin-
gtudo ínternacíonalista.t"
La aquiescencia para que fuerzas armadas de otros países actúen, bajo
.:ualquier causa, fuera de alianza bélica alguna, dentro del territorio de un
Z66 MlxUO a Travls de los Siglos. Tomo IV, p. 812.
Z67 Historia de México, p. 434.
2'. El Tratado de la M.siU.. Editorial Polis. México, 1937, p. 71.
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Estado, significa un grave atentado al jus imperii de este último. Tal hecho se
autorizó potencialmente en el tratado conocido con el nombre de M cLane
Ocampo celebrado en el año de 1859 y precisamente durante la lucha frati-
cida entre liberales y conservadores conocida como la "Guerra de Reforma".
ComentaIldo dicho tratado, el autor últimamente citado afirma: "Como
pronto se advirtió, pues, que el camino proyectado en 1853 no se construiría, los
Estados Unidos hubieron de aguardar nueva ocasión para el logro de sus deseos
en el Istmo; presentóseles en el año de 1859 cuando negociaron en Veracruz con
el Gobierno de don Benito Juárez el Tratado Macl.ane-Ocompo. Aleccionados
ya por lo vano que les resultara el artículo VIn del pacto de la Mesilla al refe-
rir todas sus estipulaciones a un solo camino, en lo firmado con don Melchor
Ocampo se amplió el concepto expresado: 'Convienen ambas repúblicas en
proteger todas las rutas existentes hoyo que existieren en lo sucesivo a través
de dicho Istmo y en garantizar la neutralidad del mismo' (artículo 29 ) ; Y
naturalmente, los demás artículos también se refieren a cualquier ruta que
atraviese el Istmo; por ejemplo, el artículo quinto que autoriza al ejército
de los Estados Unidos de América a dar protección en las 'precitadas rutas'.
A pesar de la amplitud y sagaces previsiones de este abominable Tratado, Mé-
jico quedó libre de sus compromisos debido al Senado de los Estados Unidos
que rehusó la ratificación, aunque no por favorecernos sino por motivos de
política interna."249
Por otra parte, debemos advertir que cuando nuestra Constitución alude a
la nación como titular del dominio o propiedad de diferentes bienes, se refiere
concomitante o simultáneamente al Estado mexicano como persona moral
suprema en que la comunidad nacional está estructurada jurídica y política-
mente. Aunque entre los conceptos de "Estado" y "Nación" hay una indis-
cutible diferencia desde el punto de vista jurídico y sociológico que impide
confundirlos o identificarlos, en lo que concierne al dominio o propiedad y
atendiendo a la heterodoxa terminología 'COnstitucional, deben tomarse como
eqQ,ivalentes.
b) . La propiedad originaria
250 Estudio publicado en la Enciclopedia l",f.dica Omeba. Tomo IX, pp. 326 Y 327.
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el origen de todos los derechos de la nación mexicana sobre las tierras y aguas
provienen del derecho de soberanía desde el momento en que se constituyó polí-
ticamente o aun desde que se declaró independiente de España."
"El Acta Constitutiva de 31 de enero de 1824, en su artículo 2 previno que
la nación mexicana es libre e independiente para siempre de España y de cual-
quier otra potencia y que no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni
persona. Por virtud de este artículo, la nación mexicana, uno de cuyos elemen-
tos es el territorio con las tierras yaguas, al declarar que no podían ser patrimo-
nio de ninguna familia ni persona, desconoció tácitamente la disposición de Su
Santidad el Papa, quien según los Reyes de España, había dado las tierras y
aguas de Nueva España al patrimonio de los soberanos ibéricos. Desde ese mo-
mento de dictarse el Acta Constitutiva de 1824, no podía reconocerse ningunos
derechos de regalía sobre tierras yaguas de México, a favor de aquellos sobera-
nos. El artículo 3 de la misma Acta de 1824 declaró que la soberanía reside
radical y esencialmente en la nación, y que por lo mismo pertenece exclusiva-
mente a ésta el derecho de adoptar y establecer por medio de sus representantes,
la forma de gobierno y dictar las leyes fundamentales que le parezcan más
convenientes para su conservación y mayor prosperidad, modificándolas o va-
riándolas según lo crea conveniente. En virtud de esta declaración, la nación
mexicana, por efecto de su soberanía, ha tenido perfecto derecho para dictar sus
propias leyes y, como consecuencia, todas las leyes españolas que estuvieran en
pugna con las leyes que se dictaran en la República, no podrían subsistir porque
habría sido contrario al derecho de soberanía dimanado de este artículo ter-
cero."253
sarias para conseguir ó proporcionar el bien espiritual de las almas de los súbdi-
tos fieles cristianos apostólicos. Por consiguiente Alejandro sexto, Paulo tercero y
los otros papas creyéron convenir para el fin espiritual expresado mandar que
los nuevos súbditos suyos espirituales reconociesen por soberano suyo y de sus
propios soberanos al Rey de Castilla, de quien habian recibido el beneficio espi-
ritual del cristianismo, y el temporal de la civilización. Juzgáron que este manda-
to era necesario y conveniente para el fin, porque les pareció que solo así podria
ser permanente la fe católica en los Indios cristianos nuevos; mediante que solo
así habria obispos, sacerdotes, ministros del cuIto, predicadores y catequistas
consolidados y profundamente instruidos en la religion cristiana que quisieran
tomarse la pena de ir á predicar á los Indios, enseñarles el catecismo y la buena
moral, y administrarles los santos sacramentos y otros auxilios espirituales, como
efectivamente lo han procurado los Reyes católicos y el Emperador nuestro se-
ñor en sus instrucciones, reales cédulas, y cartas-órdenes de su consejo de las
Indias.
"Este es el título verdadero de adquisicion de soberania de las Indias que
tienen los Reyes de Castilla. Este concediéron los papas y no tuvieron intención
de conceder otro; porque no podian disponer de la soberanía de los Indios,
miéntras estos no fueran súbditos de la iglesia por el.cristianismo. Y todo esto
hace ver cuan lejos estuviéron los papas de conceder la facultad de hacer gue-
rras contra los Indios; así como tambien cuanto se aparta de la verdad el egre-
gio doctor Sepulveda cuando supone que las guerras hechas á los desgraciados
Indios han sido mandadas por nuestros Reyes y conformes á lo prevenido por
los papas en sus bulas."254
ria" de todas las tierras y aguas comprendidas dentro del territorio nacional,
a fin de excluir todo derecho preferente que sobre ellas alegasen los particulares.
Ahora bien, según lo hemos dicho, la propiedad "de origen" a que alude el
precepto constitucional citado no es sino la atribución al'Estado mexicano de
todo el territorio que integra su elemento físico como ingrediente sustancial
de' su ser y sobre el que desarrolla su poder de imperio.
Con vista a la implicación del concepto "propiedad originaria", la propie-
dad privada constitucionalmente deriva de una supuesta transmisión efectuada
por la nación en favor de los particulares de ciertas tierras y sus aguas com-
prendidas dentro del territorio nacional. Pues bien, respecto de las propieda-
des privadas ya existentes en el momento en que entró en vigor el artículo 27
de nuestra Constitución, este mismo precepto, en sus fracciones VIII, IX y
XVIII, consignó declaraciones de nulidad plenarias en relación con actos, con-
tratos, concesiones, diligencias judiciales, etc., que hubieren entrañado contra-
vención a la Ley de 25 de junio de 1856 2 55 y que se hayan celebrado u otor-
gado con posterioridad al primero de diciembre de 1876; así como facultades
de revisión, en favor del Ejecutivo Federal, sobre todos los contratos y conce-
siones hechos por los gobiernos que hubieren actuado con anterioridad a la
Constitución vigente desde el mencionado año de 1876, "que hayan traído por
consecuencia el acaparamiento de tierras, aguas y riquezas naturales de la na-
ción por una sola persona o sociedad", pudiendo el Presidente de la República
declarar nulos tales contratos y concesiones "cuando impliquen perjuicios gra-
ves para el interés público". Fuera de los casos de nulidad contemplados por
el artículo 27 constitucional en las disposiciones señaladas, nuestra Ley Su-
prema en realidad reconoció la propiedad privada existente con antelación a su
vigencia sobre tierras yaguas no consideradas por dicho precepto de propie-
dad nacional. Dicho reconocimiento, que es de naturaleza tácita, descansa
sobre el supuesto hipotético de que, perteneciendo la propiedad originaria de
las tierras yaguas comprendidas dentro del territorio del Estado mexicano a
la nación, ésta transmitió su dominio a los particulares, constituyendo así la
propiedad privada respecto de ellas. Claro está que las propiedades de parti-
culares que hayan existido con anterioridad a la Constitución de 1917 y cuyos
actos generativos no sean nulos o anulables. conforme a las prescripciones con-
tenidas en su artículo 27 (fracs. VIII, IX y XVIII), para que puedan válida-
mente substituir, no deben entrañar niriguna de las incapacidades adquisitivas a
que el propio precepto se refiere (y a las cuales aludiremos brevemente con
posterioridad), pues de lo contrario la nación puede entablar las acciones judi-
ciales que le competen contra sus titulares para que los bienes respectivos (tie-
rras yaguas por lo general) ingresen al patrimonio nacional (art. 27 const.,
frac. IV, último párrafo) .
Huelga decir, por último, que si alguna persona física o moral afectada por
cualquiera incapacidad constitucional adquiere por transmisién privada los bie-
nes en relación con. los cuales se establece dicha incapacidad, también pueden
ejercitarse tales acciones.
2118 De estas limitaeiones tratamos en nuestra obra Las GarantÍtlS Indj1)jdualu. capitulo
sexto.
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251 Los Der~hos Reales., el Stibsuelo tlé'Mlxic6. Fondo de Cultura Econ6mica. Edi-
ci6n 1948, pp, 200 Y 201.
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"El rápido examen que hemos llevado a cabo de la doctrina relativa al dere-
cho real y de los derechos reales públicos, dice, así como de la naturaleza del que
crea la concesi6n minera y el estudio somero de cada una de las leyes que han
estado en vigor en nuestra República, confrontadas con los datos obtenidos de
las diversas leyes que rigen en los distintos países, nos permiten afirmar sin
vacilación alguna, que las minas se consideran universalmente como inmuebles,
sometidas a las normas de los bienes raíces, y que el derecho nacido de la conce-
sión otorgada al particular para la explotación de la riqueza minera, tiene todos
los atributos de un derecho real, que puede ser gravado por otros derechos reales,
como la hipoteca."~2
La, opinión de Vázquez del Mercado la refuta con atendibles y sólidos ar-
gumentos el jurisconsulto Osear Morineau, quien los expone en su bien docu-
mentada obra que hemos citado.?" Por considerar que el examen de la natura-
leza jurídica de la concesión es una cuestión que no atañe estrictamente al
Derecho Constitucional sino al Administrativo, nos abstenemos de comentar
el pensamiento de tan destacado jurista, conformándonos con transcribir la tesis
conclusiva que opone a la sustentada por Vázquez del Mercado.
"Si partimos de la\Constitución (párrafos cuarto y sexto del artículo 27),
dice Morineau, resulta que la concesión contiene en esencia dos elementos: a)
el derecho otorgado al concesionario, de explotar los minerales que se encuentran
en el subsuelo concesionado, de localizarlos, extraerlos y apropiárselos, entendién-
dose que las leyes secundarias pueden y deben concederle todos los derechos
conexos que sean necesarios o convenientes para el objeto de la explotación; b)
las obligaciones a cargo del concesionario, de establecer trabajos regulares y de
cumplir con las leyes.
"Es evidente que el Gobierno no puede enajenar la propiedad sobre el sub-
suelo, por ser inalienable y por este motivo la concesión no transmite ni el con-
cesionario adquiere la propiedad o derecho real alguno; el subsuelo en México
no es susceptible de propiedad privada. La concesión tampoco transmite la lla-
mada posesión originaria (susceptible de prescribir) en vista de que la propiedad
de la nación es imprescriptible. En virtud de la concesión de explotación, el titu-
lar se convierte en propietario de los minerales, una vez extraídos, una vez que se
convierten en bienes muebles, y éstos con fundamento en el derecho que tiene
de explotar, en la misma forma que el arrendatario de un bosque tiene el dere-
cho de disponer de los árboles y el aparcero de las cosechas. En resumen, la
concesión minera es un acto administrativo mediante el cual la nación, sin trans-
mitir el dominio o un derecho real sobre el subsuelo concesionado, otorga al titu-
lar de la concesión el derecho a explotar el subsuelo, con todos los derechos
conexos que son necesarios o convenientes para que pueda efectuar trabajos de
exploración y explotación, y hacer las construcciones necesarias, otorgándole así
mismo las protecciones más amplias posibles frente a terceros. Frente a la Fede-
ración tiene el concesionario todas las protecciones que son necesarias para
realizar la finalidad de la concesión y el aprovechamiento de la riqueza nacional
por parte de un particular; tiene la misma protección que tiene un arrendatario
frente al propietario arrendador, quien no puede detentar la cosa mientras dure
el contrato, quien está obligado a proteger al arrendatario, etc. Esta es la natu-
raleza jurídica de la concesión en México y yo no veo que pueda existir incerti-
dumbre acerca de los derechos que otorga."264
A este propósito asevera: "El resto de las opiniones citadas por don Alberto
Vázquez del Mercado, en cuanto sostienen que la concesión minera otorga dere-
263 Los Derechos Reales 'Y el Subsuelo de México. Fondo de Cultura Económica. Edi-
ción 1948.
26. op. cit., pp. 252 Y 253. .:
W5 Consúltese la monografía ya citada Concesión Minera 'Y Derechos Reales.
chos reales, no son aplicables a México y solamente tienen interés en cuanto nos
informan que en otros países dicha concesión otorga derechos reales. Esta doc-
trina era perfectamente aplicable a México antes de 1917. Por este motivo el
distinguido especialista en derecho administrativo y en derecho minero, Dante
Callegari, en su obra 'L'Ipoteca Mineraria', 1934, al referirse al derecho compa-
rado, con exclusión del derecho mexicano, asimila el derecho del concesionario
al dominio útil, pero prefiere recurrir a cada legislación, para derivar la natura-
leza de los derechos que otorga la concesión de los preceptos del derecho positivo.
Así, en el Japón, la concesión transmite derechos reales en virtud de que los
artículos 15 y 17 de la Ley de 7 de marzo de 1905 declaran expresamente que el
derecho de explotar es inmobiliario e hipotecable. Por el mismo motivo, en
Francia la concesión es un derecho real porque el artículo 1Q de la Ley de 9
de septiembre de 1919 declara que la concesión constituye un derecho inmobi-
liario susceptible de hipoteca, mientras que el artículo 53, fracción VI expresa-
mente resuelve que es un derecho real inmobiliario. En Alemania el derecho
emanado de la concesión se considera derecho real. Pero cuando Callegari se
refiere al derecho mexicano, no solamente cita textualmente y en español el
párrafo cuarto del artículo 27 de la Constitución (página 143 de la obra de
Callegari) , sino que dice: 'Por el contrario, en el sistema domanial --en la forma
como debe entenderse modernamente-, la minería pertenece al Estado y está
comprendida dentro de sus plenas facultades de disponibilidad. . . y puede con-
ceder el ejercicio de la minería a perpetuidad o por tiempo limitado, a título de
propiedad o como simple derecho de goce. En otras palabras, dispone de las
minas como del resto de los bienes estatales, estableciendo la modalidad de
su ejercicio' (página 141).
"Al preguntarse el mismo autor qué clase de propiedad tiene el Estado sobre
el subsuelo, si propiedad o un derecho diverso, manifiesta: 'También en este
respecto, la mayor parte de las leyes disipan cualquier duda, declarando que las
minas son propiedad del Estado. Así lo disponen las leyes más antiguas, como
la española y la servia, así como las más recientes, tales como la rusa, la mexi-
cana. . .' (página 144).
"Al preguntarse si esta propiedad debe considerarse entre los bienes del do-
minio PÚblico o entre los del dominio privado contesta: 'la inclusión entre los
bienes del dominio público es excepcional y la encuentro, entre todas las leyes
que he examinado, solamente en dos. En la Constitución mexicana, la cual decla-
ra que el dominio de la nación sobre las minas es inalienable e imprescriptible,
carácter que corresponde precisamente a los bienes domaniales en sentido es-
tricto' (página 145).
"Al hablar de los sistemas que no otorgan la propiedad al concesionario,
como el mexicano, dice: 'Por el contrario en el segundo sistema la propiedad
permanece en el Estado, el cual otorga solamente un derecho de goce sobre la
mina.' 'Por el contrario en el caso en que el Estado conserva la propiedad de
la mina y atribuye solamente un derecho de disfrute, no debe sostenerse que sea
posible la hipoteca. En efecto, el concesionario tiene solamente un derecho de
explotación, esto es, de utilización de los productos o sea un bien incorpóreo,
cuya naturaleza jurídica ha sido objeto de controversia, pero el cual ciertamente
no es el de propiedad de la mina.
"Refiriéndose el autor especialmente a México dice: 'La domanialidad se
realiza, según esta disposición (el párrafo cuarto del artículo 27 que cita textual-
mente yen español) ·extendiendo la proi~da dt!l Estado a todo el subsuelo
minero y además incluye las minas entre los bienes del dominio público. Es así
la única' legislación, de las que se han examinado, que hace expresamente e.sta
amplia asignación, ya que la del Código español es mucho menos ampha.'
(Página 203.)
"Por lo expuesto y de acuerdo con el derecho positivo mexicano y con la
doctrina aplicable a México,Jas concesiones mineras otorgan derechos personales
Y' no otorgan derechos reales 'y mucho menos el derecho de propiedad.t'-?"