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FILOSOFIA SOCIAL Y POLÍTICA

TEMA I. INTRODUCCIÓN Y REPASO DE ALGUNOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE ÉTICA


La Ética es la parte de la filosofía que estudia la verdad última a cerca del sentido de la
vida humana, ¿cuál es el fin que perseguimos con nuestro vivir? (definición que sigue un
criterio finalista, presente en la filosofía clásica principalmente en Platón y Aristóteles y
recogida por San Agustín, Santo Tomás y, en la actualidad, por la filosofía personalista).
La respuesta a esta pregunta lleva a determinar los comportamientos buenos
(racionalidad ética) y los comportamientos malos (irracionalidad ética) y establecer así el
orden ideal de la vida buena, cómo se vive bien.
¿Cuál es el sentido de la vida humana? En la experiencia común se constata que el hombre
busca siempre la felicidad que la descubre como una perfección o plenitud de vida. La ética
trata de identificar los caminos que conducen a la verdadera felicidad, es decir, serán
éticamente buenos los comportamientos mediante los cuales el hombre alcanza la verdadera
felicidad, y éticamente malos los que le alejan de ese objetivo o no le acercan a él. Platón:
“Yo digo que quien es honesto y bueno, sea hombre o mujer, es feliz, mientras que el injusto
y malvado es infeliz” (Gorgias 470 E).
En la vida cotidiana nos preguntamos habitualmente ¿qué debo hacer? ¿qué es mejor?,
es decir, nos preguntamos por el deber-ser de nuestras acciones para conseguir la
verdadera felicidad: aquí y ahora yo debo hacer esto. Buscamos los principios éticos que
iluminen la respuesta recta a estas preguntas existenciales del día a día.
Las respuestas de la ética son fundamentalmente positivas. La ética no es prohibitiva: no
harás, no robarás ni mentirás, etc., es positiva pues plantea cómo se puede vivir bien y ser
feliz. Haz el bien y evita el mal (Sindéresis –capacidad natural para juzgar rectamente-,
primer principio ético, moral, inscrito en el hombre). Esto no quiere decir que no existan
acciones intrínsecamente malas, pero lo prevalente es hacer el bien, sabiendo que puede venir
el mal.
Repaso de conceptos fundamentales de Ética general.
El sentido último de nuestra vida -la búsqueda de la felicidad- no es elegido, sino que nos
viene dado con nuestra naturaleza. La persona humana busca con todas sus acciones la
felicidad. En todas nuestras acciones se da la presencia operativa del deseo de felicidad,
palpita en lo más profundo de las decisiones humanas, aún en las desesperadas, ej. el suicidio.
De aquí se concluye un primer principio:
La felicidad es el fin último en el que confluyen intencionalmente los diversos fines
subjetivos a partir de los cuales el hombre decide cómo vivir; el horizonte hacia el cual
apunta el hombre con más o menos puntería en todas las acciones de su vida.
La pregunta para qué ser feliz no tiene respuesta porque la felicidad es fin último.
Kant: fin egoísta/el deber por el deber/. Se equivoca al separar y oponer deber y felicidad.
Realmente el deber no tendría ninguna fuerza de atracción sobre la voluntad si no se nos
presentase como algo de lo que se seguirá la felicidad personal.
La pregunta “y ¿por qué debo hacer x? que tantas veces surge espontánea en la vida
cotidiana, solo encuentra una respuesta racional práctica capaz de inducir la libertad del
sujeto a favor de tal deber cuando se responde a ella en términos de felicidad.
El fin último de la felicidad que nos viene dado no es contrario a la libertad del hombre,
porque su contenido específico no nos viene dado, hemos de buscarlo. Lo muestra la multitud
de proyectos de vida feliz que se da entre los hombres, algunos creen poder encontrarla en el
placer, poder, posesión de la ciencia, amor de Dios, etc.
Al mismo tiempo la experiencia común nos dice que con frecuencia el hombre reconoce a
posteriori que se ha equivocado porque no ha conseguido la felicidad que buscaba, sino que,
por el contrario, siente una profunda tristeza. Es decir, advertimos que no todas las elecciones
conducen a la felicidad verdadera, si no que algunas conducen a una felicidad solo aparente.
La primera es entendida como la felicidad que debe ser la segunda como algo que no
debe ser.
Surge una pregunta importante: ¿es necesario pasar siempre a través de la experiencia
para encontrar la verdadera felicidad? No.
Además de la importancia de la educación ética, es posible descubrir muy pronto en la
experiencia una serie de valiosas indicaciones respecto al camino que conduce a la verdadera
felicidad y al verdadero bien, las cuales contienen en forma seminal todas las verdades éticas.
Notas distintivas de la verdadera felicidad:
1. Deseo de infinito: ningún fin particular o bien parcial la sacia. Todas las culturas lo
han considerado como una “llamada” de Dios a constituirse en fin de nuestras vidas.
2. Principio personalista: Aparición del verdadero deber-ser del comportamiento
libre (ley natural), aun cuando se experimente a la vez un impulso psicológico
más inmediato y “físico” a realizar las acciones contrarias. Este conocimiento
espontáneo está fundado en el primer juicio de la razón practica y mediante la
sindéresis alcanza una serie de preceptos muy variados: respeta la vida, no robes, di la
verdad, a ayuda a los más necesitados, etc., que se pueden recoger en un principio
más general: la persona nunca debe ser tratada como un medio, como un
instrumento del cual yo puedo usar indiscriminadamente para mis intereses
personales; por el contrario la persona debe ser tratada (amada) como un fin en
sí misma, respetando y promoviendo su bien.
Aquí aparece la verdadera noción de deber: impulso humano INTERIOR hacia el
respeto y promoción de los demás, y que al ser el verdadero deber-ser de nuestra vida
constituye el camino de la verdadera felicidad.
Cicerón: “los hombres han sido creados para que cada uno pudiese hacer el bien al otro”
(De oficcis I), Hablamos de una convicción que se alcanza mediante un razonamiento
espontáneo.
3. La felicidad verdadera como ascética. Conflicto, negar al yo lo inmediato y
aparente para alcanzar el bien superior.
NATURALEZA DE LA FELICIDAD VERDADERA A LA LUZ DE LA REFLEXIÓN
FILOSÓFICA
San Agustín (De móribus) parte de la experiencia de una persona que no goza aún de la
felicidad verdadera, sino que la busca. ¿Qué debe hacer?
· Primero buscarla en las realidades exteriores puesto que no la posee y
· Segundo establecer con ellas una relación de amor,
· de forma que pasen a ser parte integrante de su más íntima subjetividad, que es el
lugar propio de la felicidad.
Para entender esto necesitamos recordar algunas ideas básicas sobre los actos de
conocimiento y de amor:
· El conocimiento constituye la puerta de ingreso de la realidad extra-subjetiva en
la subjetividad humana. La realidad se posee mediante una verdad presente en
nuestro conocimiento: “presencia” de lo real en el sujeto cognoscente, que es a la
vez “distancia” ya que el sujeto no se enriquece con la realidad misma ni con sus
perfecciones.
· A la verdad se llega mediante el conocimiento, al bien mediante el amor. Una vez
que la realidad se ha hecho presente mediante el conocimiento, el sujeto tiene la
posibilidad de eliminar de algún modo la distancia que lo separa de ella: puede
mediante la voluntad, conducir progresivamente el propio yo hacia la realidad
conocida, y llegar a la comunión con ella. Ocurre entonces que “las perfecciones
de la realidad amada son también de algún modo perfecciones mías”.
· Santo Tomás: El conocimiento adviene por el hecho de que el objeto se une al sujeto
mediante una similitud suya. Por el contrario, el amor hace que la realidad misma
que se ama se una de algún modo a quien la ama, una unión de coexistencia”.
Se pregunta San Agustín: ¿Cuáles son concretamente las realidades extra-subjetivas que
es necesario amar para encontrar la felicidad? Ante todo, Dios, ya que sólo Él en su
infinitud puede apagar el deseo humano de una felicidad verdadera. Y a continuación el
prójimo.
La felicidad verdadera, el amor y el ser
¿Cuál es el método para determinar la naturaleza de la felicidad verdadera?
¿Examinar atentamente las distintas experiencias humanas felices considerándolas
como algo “ciego” a la realidad que las causa, es decir, como simples resonancias
emocionales o sentimentales del sujeto?
Así encontramos dos tipos fundamentales de experiencia de felicidad: una felicidad
espiritual y más profunda (alegría) y otras físicas y más superficial (placer). Y vemos que aun
gozando de un placer físico podemos sentirnos al mismo tiempo tristes, o por el contrario
podemos sufrir físicamente y a la vez vivir con una intensa alegría. Nadie duda de cuál de las
dos especies de felicidad es para él más importante.
Concluiríamos que la felicidad verdadera consiste en una cierta emoción o sentimiento
positivo de naturaleza espiritual.
¿Hay algo que choca en esta definición? Es parcialmente cierta, pero es hedonista si
pretende expresar lo esencial de la felicidad humana, ya que se fija sólo en el estado
psíquico del sujeto (emoción o sensación positiva) independientemente de la realidad
que causa esa felicidad. No es que sea incorrecto, pero sí sustancialmente incompleto.
La diferencia entre las distintas especies de felicidad es debida sobre todo a su diferente
contenido intencional objetivo. Hay tantas formas posibles de felicidad cuantas realidades
amadas por el sujeto, porque las distintas realidades que causan la felicidad no se quedan
fuera de la experiencia de felicidad, sino que permanecen dentro como objeto de la
inteligencia y de la voluntad, determinando sus características más importantes y peculiares.
Tales realidades son causa formal y no solo causa eficiente de la felicidad humana.
El yo nunca vive la felicidad como una experiencia ciega respecto al ser que lo causa, sino
como una alegría-de-algo, de tal manera que la peculiar naturaleza de ese algo es lo que
mejor define la situación del sujeto.

Conclusión:

La determinación filosófica de la naturaleza propia de la felicidad verdadera puede y


debe proceder atendiendo sobre todo al ser, es decir, a la naturaleza de las realidades
a las que se encuentra unido el sujeto mediante el conocimiento y el amor.

Si estas realidades son proporcionadas a los más profundos y ambiciosos deseos


humanos, podremos concluir que en la comunión de amor con ellas consiste la
verdadera felicidad.

Lo llamaremos Ideal (capacidad de satisfacer los más profundos deseos humanos)


práctico (cuando son amadas). Si no, las consideraremos sólo fuente de bienestar
humano.

El amor de Dios
Según San Agustín la primera conclusión que alcanza su investigación es la siguiente:
“Seguir a Dios es el deseo de la felicidad verdadera, poseerlo la felicidad misma. Pero lo
seguimos amando, lo poseemos, no transformados en él mismo, sino admirablemente
unidos a Él con el espíritu, circundados e inmersos en la luz de su verdad”. Tal
conclusión es inmediata si Dios es el Ser y el Bien, y si por tanto en Él encontramos un
“objeto” de conocimiento y amor perfectamente proporcionado a nuestro deseo de felicidad:
un ser perfecto y eterno.
Estamos presuponiendo la existencia de un Dios con esas características, cuya demostración
y respuesta a las objeciones es tarea de la Metafísica y en concreto de la Teodicea. En nuestro
caso asumimos esas verdades y concluimos que Dios es la primera y más esencial de las
realidades que constituyen el Ideal práctico de toda persona, pures una vez amado es
causa formal de la verdadera felicidad.

El más importante y primer principio de la Ética aplicada:


Para alcanzar la verdadera felicidad toda persona debe, ante todo, buscar
mediante el propio comportamiento (amor) la comunión con Dios.

Si una persona lo conociese sólo de modo confuso, su deber-ser en orden a la


felicidad verdadera es precisamente aplicarse mejor a conocer la verdad sobre Él.

El amor del prójimo: planteamiento de la cuestión


Según San Agustín “ningún paso es más seguro hacia el amor de Dios, cuanto el amor
del hombre hacia el hombre”. ¿Tiene algún fundamento racional esta afirmación, que
amar al hombre es de algún modo como amar a Dios, y por tanto causa de felicidad verdadera
para el sujeto?
En el ámbito metafísico (del ser) la superior dignidad o perfección del hombre en el universo
de los seres creados y de su actividad resulta fácilmente demostrable. También es fácil
afirmar en el ámbito de la racionalidad ética que la realización de la verdadera felicidad
depende en gran parte de los vínculos de amor, de colaboración y recíproco respeto entre los
hombres.
Sin embargo, una cosa es afirmar la emergencia metafísica del hombre y otra distinta
afirmar que posee una perfección o dignidad infinita, la cual parecería ser un atributo
exclusivo de Dios.
Ahora bien, sólo si se llega a demostrar que en toda persona es posible encontrar una
perfección semejante, será éticamente racional incluirá entre las realidades que
constituyen e Ideal práctico.
Es decir, quedará demostrado que el hombre no es verdaderamente feliz sin el amor
incondicional hacia los demás y por tanto si en lugar de tratarlos como fin en sí mismos
los usa como medios para sus intereses.

EL PRINCIPIO PERSONALISTA
Su fundamentación metafísica
¿Posee cada persona una dignidad o perfección ontológica infinita?
¿Y la propia finitud?...
La respuesta es SÍ
Toda persona humana posee una dignidad relacional infinita. ¿Qué significa esto?
1. La persona humana, en virtud de su naturaleza intelectual, es un sujeto
constitutivamente llamado a entrar en comunión con el entero orden del ser, y
actualmente identificado con él en la medida en que lo conoce y lo ama. Por tanto,
el hombre posee relacionalmente (potencialmente, y en la medida en que ama
efectivamente) todas las perfecciones propias del universo.
Hervada (Introducción crítica al Derecho natural): Dignidad esencial: vocación o llamada a
alcanzar los fines, los posee tendencialmente, de ahí su dignidad esencial. Dignidad efectiva:
ser en camino actual hacia su realización
Taylor (La Ética de la autenticidad) Al estudiar el significado de la autenticidad humana, su
conclusión principal es que la formación y el mantenimiento de la identidad del hombre son
dialógicos (o si queremos, relacionales):
“Sólo si existo en un mundo en el que la historia, o las exigencias de la naturaleza, olas
necesidades de mis congéneres, o los deberes de la ciudadanía, pola llamada de Dios, u otras
cosas por el estilo tienen una importancia esencial, sólo entonces puedo definir mi identidad
de una forma no banal”.
2. ¿Cuáles son concretamente los seres que el hombre está constitutivamente
llamado a conocer y amar, y que fundamentan su inconmensurable dignidad?
¿Todos? Sí, pero sobre todo los demás seres humanos, ya que entre todos los entes el
ser personal es el más rico en perfecciones.
El fundamento primero de la dignidad del hombre hay que buscarlo en su capacidad de
establecer relaciones intersubjetivas de conocimiento y amor con otros hombres, y en su
efectiva comunión con ellos.

3. ¿Queda así suficientemente demostrada la dignidad y perfección relacionalmente


infinita de la persona humana? No en último término.
Sólo si se supera la perspectiva horizontal y se reconoce que en el ámbito del ser existe
Alguno que posee en sí mismo una dignidad o perfección infinita, y con el cual toda
persona humana está llamada a entrar en comunión, queda plenamente justificada la
dignidad relacional infinita del hombre.

El pensamiento clásico cristiano habla en este sentido de imagen de Dios, que es lo


que constituye el fundamento último de la dignidad humana, su llamada
constitutiva a la comunión con Dios, plenitud de todo ser.

Su doble formulación ética (del principio personalista)


Principio personalista: todo hombre ha de ser tratado (amado) respetando y
promoviendo su fin propio, del cual deriva su dignidad de persona.
1. Primera formulación: el principio personalista como ideal práctico.
Se basa en la fundamentación de la dignidad absoluta del hombre en su capacidad para
establecer relaciones intersubjetivas de conocimiento y amor con los demás, sin necesidad
de referirla ulteriormente a Dios.
Según esto el orden ideal de la vida buena, es decir la verdadera felicidad, se formula: todo
hombre debe ser siempre tratado (amado) de modo tal que se respete y -en lo posible- se
promueva su fin propio, del que deriva su dignidad de persona, y que consiste
precisamente en su apertura cognoscitiva y volitiva, sea efectiva que meramente
potencial a los demás hombres considerados también en su dignidad de personas.

· Esta formulación expresa una verdad de orden metafísico y de orden ético.


· Quien viva de acuerdo con este ideal practico camina en la dirección justa y
progresa hacia la verdadera felicidad.
· Pero si este comportamiento no desemboca en un reconocimiento al menos
implícito de Dios como Ideal práctico de todo hombre, corre el grave peligro de
desviarse
· y su amor no encontrará del todo un objeto proporcionado a lo que exige la
felicidad verdadera.

2. Segunda formulación: El principio personalista como elemento constitutivo del


Ideal practico.
Cuando el razonamiento metafísico llega hasta sus ultimas consecuencias, descubre en
cada hombre una imagen de Dios y de ese modo en el plano ético se formula:
Todo hombre debe ser siempre tratado (amado) de modo tal que se respete y -en lo
posible-se promueva su fin propio, su dignidad de persona: esto es su apertura
cognoscitiva y volitiva a Dios, sea efectiva que meramente potencial, sea directa
(apertura a Dios en sí mismo) que mediata (apertura al prójimo en cuanto imagen de
Dios).

Esta segunda formulación asume y completa la anterior, haciéndonos ver que nuestro primer
deber para con los demás es ayudarles a conocer y amar a Dios, al mismo tiempo que nos
ofrece el sentido último del comportamiento con los demás.

RESUMEN TEMA

1. La vocación a la felicidad personal constituye el punto de partida y como el motor de


la vida éticamente buena. El amor a Dios y al prójimo son las consecuencias
fundamentales a las que debería llegar todo hombre en virtud de tal impulso interior.

2. El amor de Dios fundamenta plenamente y sintetiza el entero orden ideal de la vida


buena. El reconocimiento práctico de Dios no es “uno” de los temas que deben ser
tratados, ni siquiera el más importante o el primero; al contrario, hablar de
racionalidad ética es hablar de amor de Dios, porque el contenido de la racionalidad
ética solo encuentra una perfecta justificación ética en la relación constitutiva y
efectiva del prójimo con Dios.

3. El principio personalista constituye el criterio más fecundo a la hora de determinar la


racionalidad o irracionalidad ética de los varios comportamientos que pueden integrar
la vida humana.

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