Los Defectos de Los Santos - Jesús Urteaga
Los Defectos de Los Santos - Jesús Urteaga
Los Defectos de Los Santos - Jesús Urteaga
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
© 1978 by JESÚS URTEAGA LOIDI.
© 1978 de la presente edición, by EDICIONES RIALP. S. A. Preciados, 34.
MADRID
ISBN: 84-321-1966
Depósito Legal: M-38296-1978
Printed in Spain
Impreso en España
S. Martín Villagroy, Av. Cámara de Industria, 33 — Móstoles
Para los que, conocedores de la bajeza del pecado, queremos saltar
del barro con la ayuda de la gracia, y con otros, con muchos, subir hasta
Dios, mientras trabajamos por mejorar este mundo que nos rodea.
LOS LLAMADOS LIBROS DE SANTOS
«Señor: Tómame como soy, con mis defectos, con mis debilidades;
pero hazme llegar a ser como Tú deseas».
(JUAN PAULO I, Audiencia general del 13-IX-1978)
«¡No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre».
(JUAN PABLO II, Homilía del inicio del Pontificado, 22-X-1978)
Introducción
Algunos libros de santos han pasado por alto, a veces, las debilidades
de sus protagonistas. Probablemente sus biógrafos temían que los lectores
nos escandalizáramos al verlos hombres y mujeres como nosotros.
Y precisamente los que todavía estamos lejos de la amistad que Dios
busca en nosotros, necesitamos comprobar —porque nos estimulará mucho
— que los que están en los altares no son de cera ni de plástico, sino, como
todos los mortales, de carne y hueso, sufren dolores y tienen sus agobios;
son personas corrientes que tienen que tomar pastillas o duermen mal o
necesitan que se les zarandee, de cuando en cuando, porque pueden
distraerse en la oración.
Ciertos libros han puesto a los canonizados tan distantes de nosotros,
que lo único que podemos hacer es admirarlos. Y a veces ni eso. Porque de
uno nos dicen que nunca contempló el techo de su celda, por mortificación;
de otro, que no se atrevía a mirar a su madre por guardar mejor la castidad.
Y llegamos a la conclusión de que el primero estaba lleno de telarañas, y el
segundo, de complejos. Y nosotros somos amigos de la limpieza, por una
parte, y de comernos a besos a nuestra madre, por otra. Los colocan tan
lejos, tan arriba, tan desligados de todo lo nuestro que no hay forma de
imitarlos. Si nos los pintan caminando, no se paran; si ascendiendo, no
decaen; si trabajan, no descansan; si rezan, no conocen la distracción. ¡Y
nosotros que nos detenemos con frecuencia y nos hundimos a veces! ¡A
nosotros que se nos va el santo al cielo y sentimos el peso de la fatiga! ¡Y
nosotros que «tropezamos en tantas cosas…, y hemos de orar todos los días:
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Perdónanos nuestras deudas»! . ¿No será para nosotros la santidad?
Y desde el Cielo nos grita ¡Sí!, quien, cuando estaba todavía de camino
en la tierra, nos advertía: «No nos engañemos: en la vida nuestra, si
contamos con brío y con victorias, deberemos contar con decaimientos y
con derrotas. Esa ha sido siempre la peregrinación terrena del cristiano,
también la de los que veneramos en los altares. ¿Os acordáis de Pedro, de
Agustín, de Francisco? Nunca me han gustado esas biografías de santos en
las que, con ingenuidad, pero también con falta de doctrina, nos presentan
las hazañas de esos hombres como si estuviesen confirmados en gracia
desde el seno materno. No. Las verdaderas biografías de los héroes
cristianos son como nuestras vidas: luchaban y ganaban, luchaban y
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perdían. Y entonces, contritos, volvían a la lucha .
Sí, sí, es así. Tú, amigo mío, y tú, mujer, y ese chiquillo, y aquellos
jóvenes, y los mayores y los ancianos, todos, somos como los santos, y
como ellos habremos de luchar y ganar; a veces pelearemos y perderemos.
Entonces… ¿qué podemos hacer? Pedir perdón, confesarnos, rectificar la
intención, desechar desalientos y volver a la contienda. Ni nos asombramos
por las malas hierbas que llenan nuestros campos, ni dejamos de
arrancarlas.
Todos podemos y debemos ser santos. Todos tenemos que tratar de
conseguir esta meta. Tenemos los medios que nos concede el Cielo.
¡Batallemos por alcanzarlo!
No está bien que intentemos rebajar, empequeñecer, lo que el Señor
espera de nosotros. Jesucristo Nuestro Señor —que permanece con nosotros
en el Sagrario, siendo luz, fuerza, amor y empuje— no solo es el Salvador
que nos libera del pecado. Nos ha traído una vida, la de la Gracia, la de los
hijos de Dios. En nosotros está el acogernos a ella y desarrollarla. Es una
vida sobrenatural que entra en el alma con el Bautismo y habrá de crecer
mientras trajinamos en la calle, en la labor profesional, en el hogar, en el
mundo. Quien combate por conseguirlo y ayuda a que se asiente en los
demás…; aquel que no estorba la acción de Dios en su alma y trata de
cumplir siempre y en todo la voluntad del Señor…, ¡ese es el hombre santo!
En la vida de las almas santas puede haber, y de hecho hay, cosas
extraordinarias, acontecimientos sobrenaturales, intervenciones claras de
Dios, especialmente cuando les impulsa a hacer cosas grandes en la tierra
con pocos o sin ningún medio humano.
Pero, en todo caso, los hombres alcanzan la santidad no solo por esas
acciones, que son del Señor, sino por la generosidad en la correspondencia a
la gracia que Él otorga.
Si hay jornadas en las que Dios se nos manifiesta de modo patente, hay
otros muchos días, muchas semanas, muchos meses, años, muchos años, de
brega, de ocultamientos contra corriente, de vida ordinaria en el claroscuro
de la fe. Un cúmulo de cosas menudas que todos debemos realizarlas y que
los santos las bordan con verdadero amor.
«Involuntariamente quizá, han hecho un flaco servicio a la catequesis
esos biógrafos de santos que querían, a toda costa, encontrar cosas
extraordinarias en los siervos de Dios, aun desde sus primeros vagidos. Y
cuentan, de algunos de ellos, que en su infancia no lloraban, por
mortificación no mamaban los viernes… Tú y yo nacimos llorando como
Dios manda; y asíamos el pecho de nuestra madre sin preocuparnos de
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Cuaresmas y de Témporas…» .
Hay un libro que nos cuenta los pecados, infidelidades y defectos de
sus protagonistas: la Sagrada Biblia. Tendré ocasión de hablarte con detalle,
a lo largo de este escrito, de las sombras en la vida de los Patriarcas,
Profetas, Apóstoles y Amigos de Dios.
No busco sus vicios, sino su conversión. No quiero recrearme en las
caídas, sino en sus recomienzos. No pretendo descubrir sus debilidades,
sino sus lágrimas; no las huidas, sino el regreso. Y como telón de fondo,
lleno de luz, la maravillosa misericordia de nuestro Dios.
¡Y a recomenzar!
Un águila en el barro
El día maldito
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• Te hablo de un hecho histórico, no de un mito , ni de unas
reflexiones piadosas para explicar satisfactoriamente la existencia del mal
en el mundo.
• En las primeras páginas de la Biblia se nos narra la creación de
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nuestros primeros padres, Adán y Eva, a imagen y semejanza de Dios .
• Se les ha constituido gratuitamente en un estado de santidad y
justicia.
• Todas las cosas buenas las tenían recibidas de Dios para ellos, sus
hijos y los hijos de sus hijos.
• Adán las transmitirá por generación a todos los hombres, si
permanece fiel a los mandatos divinos.
• Se les ha dado el don sobrenatural de la gracia santificante, por lo que
participan de la vida divina. Se les ha hecho hijos de Dios y quedan
destinados a la Gloria.
• Se les ha concedido los dones preternaturales de la inmortalidad,
integridad, inmunidad de todo dolor y miseria, y ciencia proporcionada a su
estado.
• Están protegidos contra el cansancio, la fatiga, el desaliento, la
enfermedad, la senectud, la violencia, la amenaza exterior.
• Puestos en el Paraíso, gozan de una singular familiaridad con Dios.
• Adán está libre de todo desorden en sus potencias y pasiones.
• Es el señor de toda la tierra; ha sido colocado por encima de toda la
creación visible.
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• Pero nada de esto implicaba la imposibilidad de pecar .
• Quiere el Señor Dios tener una prueba de su fidelidad, muy fácil de
ser superada, y promulga con claridad un precepto y una sanción.
• Solo le será prohibido comer el fruto del «árbol del bien y del mal».
• Es más, se le amenaza, si desobedece, con una fuerte pena: la muerte.
Muchos santos Padres afirman que Dios arrojó a Adán y Eva del
Paraíso después de haberles concedido la gracia del arrepentimiento y el
perdón de los pecados. Es sentencia común entre los teólogos que
obtuvieron el perdón de Dios y alcanzaron, después de su muerte, la vida
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eterna . Así nos figuramos a Adán: penitente, alcanzando la salvación que
perdió por su rebelión de obstinado orgullo.
La ira de Dios no es una ira que mata y destruye, sino que sana y
santifica, si el hombre se arrepiente.
Y Adán echó a andar, camino adelante, con mucho dolor en el corazón,
pero con la seguridad de Redención debajo del brazo, porque se lo había
prometido su Padre Dios.
A Adán no le debió ser difícil arrepentirse y pedir perdón. La Sabiduría
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«le levantó de su caída» . El hombre puede vivir hoy encerrado en la
prisión del pecado, sin ser muy consciente de su estado de muerte espiritual.
Adán sí sabía lo que había perdido: la amistad con Dios, la alegría de su
presencia, la paz de su compañía.
Había visto la luz y andaba a tientas.
Había conocido el amor y tenía miedo.
Trabajaba con ilusión y ahora lo hacía con sudor.
Gozaba de salud y en el presente tenía que abrigarse contra el frío.
Había sido puesto a prueba y había sucumbido.
Estaba destinado al cielo y este se le había cerrado.
Y comenzó a dar los primeros pasos fuera del Paraíso, errante por el
mundo, con humildad, sin fiarse de sus fuerzas, despreciando engaños
satánicos, acogiéndose al dolor como purificación, pidiendo perdón a su
Padre Dios y pidiéndonos perdón a los hijos de sus hijos, a quienes nos
había privado de un tesoro verdaderamente colosal, sobrenatural.
Todas las penalidades que encuentra en su camino tienen un sentido.
Adán era consciente de que había perdido mucho, pero —a diferencia de los
ángeles caídos—, ayudado por la gracia, Dios le concedió la gracia de
volver de nuevo hacia Él, por el arrepentimiento y las buenas obras.
El pecado de soberbia
Vocación de Moisés
Lamentos de la chusma
Cansancio de Moisés
Grandes acontecimientos tienen lugar en el monte Santo. A los tres
meses de su salida de Egipto han llegado al Sinaí, donde van a permanecer
alrededor de un año. Dios ha empeñado su palabra: guiará a su pueblo a la
tierra de Canaán. Las gentes, por su parte, deben cumplir los mandamientos.
Pero… sí, sí, al día siguiente de su compromiso con Yahvéh el pueblo
estaba adorando a un becerro de oro.
Reiniciar la partida desde el monte Sinaí hacia la Tierra Prometida y
comenzar a llorar todo fue uno. Es una murmuración continua. Es un
pueblo cobardón ante las dificultades, proclive para las revueltas, dispuesto
a volver a la esclavitud «segura» más que a dirigirse, corriendo riesgos, a la
Tierra Prometida, pero lejana.
Te traigo aquí algunas intervenciones del pueblo ingrato en el desierto,
manifestando su falta de confianza en Dios y la fidelidad del Señor a su
palabra. Del Sinaí, donde había estado un año, parte el pueblo, conducido
por Dios, hacia la Tierra Prometida.
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«Moisés oye llorar al pueblo» . Se compadece, una vez más, e
intercede ante Yahvéh. Me conmueve releer este texto de la Biblia. Hay
unos lamentos de los profetas que se repiten en todos los hombres santos
que, como otros Moisés, son llamados a ayudar a las almas en su marcha
hacia Dios.
Moisés, el personaje central de los cuatro últimos libros del
Pentateuco, el amigo de Dios, magnánimo, desinteresado, libertador de
hebreos, juez, legislador, conductor de pueblos, predicador de hombres
rebeldes, intercesor de israelitas, el que se ha enfrentado en cien ocasiones
con el Faraón, el protagonista de una de las manifestaciones más lucidas de
Dios con su pueblo —el paso del mar Rojo—, el hombre humilde, «el más
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humilde de todos los hombres» en frase del Libro Santo , el mediador en
palabras de San Pablo, ese hombre está cansado y llega a decir: —No puedo
más, Señor. No puedo soportar solo a todo este pueblo. Me pesa demasiado
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.
Me encanta —y que él me perdone— ver a Moisés cansado, pidiendo
ayuda al Dios compasivo. Sorprende y anima, al mismo tiempo, ver a los
hombres santos con fatigas y cansancios. Y, efectivamente, el
Misericordioso interviene. Al fin y al cabo, la idea del Éxodo había partido
de Dios: —Reúneme setenta ancianos de Israel… Yo bajaré a hablar
contigo. Tomaré parte del espíritu que hay en ti y lo pondré en ellos, para
que lleven contigo la carga del pueblo y no la tengas que llevar tú solo.
El Señor da setenta hombres a Moisés para que le asistan y aconsejen
en su misión, y hace llover carne de codorniz a los miles y miles de
israelitas, para que se harten los glotones y dejen de quejarse. —Comeréis
no un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte… sino un mes entero, hasta que
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os dé náuseas» . «¿Es acaso corta la mano de Dios?» o «¿es que se ha
debilitado el brazo de Yahvéh?».
Su pecado
Las aguas de Meribá salen a relucir, lodos los días, en la Liturgia de las
horas. Todos los sacerdotes recuerdan, desde el Imitatorio, las palabras del
Salmo 94: «Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis el corazón como en
Meribá… Vuestros padres me pusieron a prueba. Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó».
Y cuando nuestro hombre. Moisés, insista en que le permita llegar a la
Tierra Prometida, el Señor se irritará: «¡Basta ya! No me vuelvas a hablar
de ello… No pasarás ese Jordán. Da tus órdenes a Josué, dale ánimos y
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fortalécele, porque él pasará al frente de este pueblo» .
Y en el monte Nebo, frente a Jericó, a veinte kilómetros del Jordán, sin
poder atravesarlo, murió Moisés, el hombre a quien Dios trataba cara a cara.
Tal vez te pueda parecer desproporcionado el castigo por la falta
cometida, máxime tratándose de un hombre fiel y leal durante tantos años.
Dios sabe lo que hace. ¿Precisaba poner un castigo ejemplar para tocio el
pueblo? Acaso quiso decirnos que a quien mucho se le da se le pide mucho.
Quizá ha querido el Señor hablarnos de esos pecados de los santos. De lo
que sí estamos seguros es que desde la cumbre del Pisgá, Moisés entró en la
definitiva y dichosa Tierra Prometida de la eternidad.
¿CUÁL ES TU BECERRO DE ORO?
• Subid a la montaña.
• Reconoced esos pueblos; ved si son fuertes o débiles, pequeños o
numerosos.
• Examinad la tierra, comprobad si es fértil o pobre.
• Estudiad sus ciudades, si están abiertas o amuralladas.
• Y la consigna: sed valerosos, traednos algunos productos del país.
• Es un país poderoso.
• Es un pueblo más fuerte que el nuestro.
• Las ciudades están fortificadas.
• Tienen murallas que llegan hasta las estrellas.
• Sus torres son inaccesibles.
• La tierra está llena de gigantes.
• Los que la habitan son hijos de Anaq.
• Comparándonos con ellos, somos como saltamontes; nos devorarán.
La figura de Samuel
¿Cuál puede ser ahora nuestra actitud ante estas visitas de Dios? Lo
primero que se me ocurre es decirte —y decirme— que no tengas prisa.
Siéntate a los pies de Jesús, deja que entre el amor en tu alma. Ha
llegado el momento de escucharle. Aparta de tu alma egoísmos, ruidos y
bullas, y decídete a perder el tiempo con Dios.
Persevera en la oración
Dentro de poco, los chicos vuelven a los libros y los hombres al tajo.
Un nuevo curso. Una nueva etapa. Queremos recomenzar con ilusión.
Tenemos otro año por delante. Podemos llenarlo de cosas buenas.
Reemprender la marcha. Me gusta hablar de recomienzos. Me molesta
la tristeza de los estancamientos. ¿Quién no necesita revocar las paredes del
alma? Hay que obstinarse en la aventura. Tras el cansancio de batallas
victoriosas y, con mayor razón, después de salir de los barrizales de las
derrotas.
¡Qué importante es tener grandes esperanzas en la labor de cada día!
Frente a nosotros puede haber impedimentos, inconvenientes, vallas,
escollos y gigantes. Pero todo sale, y sale bien, cuando de verdad, de
verdad, se apoya uno en Dios. Es entonces cuando brota el brío, los valores,
las resoluciones, los atrevimientos, el garbo, la gallardía y la juventud.
Necesitamos cogerte de la mano, Dios. Atérranos a la tuya. No nos
sueltes. Ya tenemos suficientes años como para pensar que solos podemos
lograr algo. ¡Nunca hemos podido conseguir nada!
No, no nos sueltes, Dios, que resbalamos y caemos. Cuantas veces
hemos caminado solos hemos desbarrado. Cuando nos hemos apartado de
Ti hemos cometido muchos disparates y nuestra vida se ha llenado de
desaciertos, de desvaríos, de descaminos, de insensateces, de paparruchas,
de necedades.
Pero también tenemos experiencias espléndidas de triunfos sobre
colosos cuando hemos salido al campo cogidos de tu mano, Señor.
Los ojos del rey están abiertos para la ignominia, pero, ¡qué ceguera la
del soberano a la hora de reconocer sus crímenes! Se hace preciso que
intervenga Dios y lleguen los reproches a través del profeta Natán.
—Hay en la ciudad —dice el enviado— un hombre rico que tiene
abundante ganado, y un pobre hombre que no cuenta más que con una
oveja, a la que mima como a una hija.
Cuando, pasado el tiempo, se presente un viajero en la casa del
ricachón solicitando comida, el potentado soluciona sus hambres
entregándole, como alimento, la oveja del vecino desgraciado.
—Es digno de muerte ese tal —grita David, encolerizado.
—Digno de muerte eres tú —contestará Natán—. Tú eres ese
hombre… Tienes la casa de Israel y de Judá, y has herido a espada a Urías
el jeteo. Has tomado por mujer a su mujer, y a él le mataste con la espada de
los hijos de Ammón.
Por fin se ha hecho la luz en su interior. Ahora percibe la ruina de su
alma. Ha pecado contra el Señor. Ha cometido sus crímenes con alevosía.
Ha traicionado a los suyos.
Las lágrimas del rey
El profeta Elías
¡Eh!, despierta, abre los ojos del alma, levántate y come. Estás sin
fuerzas y necesitas alimentar tu vida. No te duermas. No me repitas la
torpeza de tantos ignorantes que retrasan o abandonan la comunión con la
excusa de no querer recibir rutinariamente al Señor. ¡Dejad la ratina, pero
no me retraséis la Comunión! ¿Y aquellos que no sienten nada? Enteraos de
una vez para siempre que el sentimiento no juega papel alguno en la
recepción de los Sacramentos. Pero «comulgad con hambre, aunque estéis
helados, aunque la emotividad no responda: comulgad con fe, con
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esperanza, con encendida caridad» . «Tan solo quien lo come, lo seguirá
hambreando», nos dice Santa Gertrudis en el Libro de las exhortaciones del
amor divino.
Hay pobrecitos que no asisten a la Misa dominical porque solo lo
hacen cuando les apetece. ¿Pero quién se atreve a pensar que a Cristo le
podía agradar el dolor del Huerto o la sangre del Calvario?
«Habrá quien diga: Por eso, precisamente, no comulgo más a menudo,
porque me veo frío en el amor; y a este tal le responde Gersón diciendo: “Y
¿porque te ves frío quieres alejarte del fuego?”. Cabalmente porque sientes
helado tu corazón debes acercarte más a menudo a este sacramento, siempre
que alimentes sincero deseo de amor a Jesucristo. “Acércate a la Comunión
—dice San Buenaventura— aun cuando te sientas libio, fiándolo todo de la
misericordia divina, porque cuanto más enfermo se halla uno, tanto mayor
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necesidad tiene del médico”» .
«Quería el profeta Isaías que por todas partes se pregonasen las
amorosas invenciones de nuestro Dios para hacerse amar de los hombres
(Notas facite in populis adinventiones eius, Is 12, 4); pero, ¿quién jamás se
hubiera imaginado, si Dios no lo hubiera hecho, que el Verbo encarnado
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quedara bajo las especies de pan para hacerse alimento nuestro?» .
La rutina no entra en el alma por hacer las cosas de siempre, sino que
brota de nuestro interior por llevar a cabo nuestras ocupaciones como
siempre. La rutina es la costumbre de hacer las cosas por mera práctica, sin
razonarlas; es una repetición de actos sin ilusión, con aburrimiento, con
monotonía, a ras de suelo, sin altura, sin fervor, sin ideales, sin alegría.
Aborregados, no
El profeta Eliseo
El milagro
Los ninivitas
Pero los hombres de ahora, como los escribas y fariseos de hace mil
novecientos años, piden que Dios haga primero un milagro llamativo para
poder seguirle, exigen una prueba convincente de la misión mesiánica del
Señor. Cuando entremos en la Cuaresma, tendremos ocasión de leer en el
texto evangélico de la Santa Misa la escena en la que las gentes le piden al
Señor una señal prodigiosa. Pero Jesucristo no es objeto de juego, y dijo de
todos aquellos que le rodeaban, y lo repite de todos nosotros ahora: Sois
una raza mala, adúltera, infiel a Dios. ¿Pedís milagros? No se os dará más
signo que el de Jonás. «El Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres
días y tres noches». Y a continuación se encara con los fríos, los
indiferentes, los apáticos, los que están de vuelta, los que ya se lo saben
todo, pero no hacen nada; los teóricos, los que oyen la palabra de Dios y la
echan en saco roto: Cuando sea juzgada esta generación, los hombres de
Nínive se alzarán contra ella, porque ellos se convirtieron con la
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predicación del profeta, y aquí hay uno que es mucho más que Jonás .
Los ninivitas nos avergonzarán a los incrédulos. Ellos reaccionaron
ante un profeta extranjero e hicieron penitencia. Nosotros permanecemos
impasibles ante el mismo Dios.
Una vez más, nuestra Madre la Iglesia nos volverá a repetir las
palabras de Jesús: convertíos.
«Aun cuando vuestros pecados se amontonen en la tierra hasta el cielo
y fuesen más rojos que la escarlata y más negros que un manto de piel de
cabra, si os convirtierais a mí con toda vuestra alma y me dijerais: “Padre”,
yo os escucharé como a un pueblo santo».
Tu conversión
¿Qué hago, Dios, que no vuelvo a tu casa?
Regresan los pródigos, vuelven los desleales, retornan los
descaminados, se arrepienten las mujeres de sus horas públicas, se levantan
los tibios y perezosos, se enderezan los mediocres. Hasta los hipócritas
desandan los sucios caminos. ¿Será posible que sea yo el pobre miserable
que no se atreve a desatar las cadenas que le aferran a la pobredumbre? Son
muchos los que se convierten, pero yo solo miro a los que se quedan
danzando en las arenas movedizas. Los veo desaparecer. Los contemplo
mientras me hundo en el mismo barro.
Sé que la conversión es el regreso a la Casa del Padre. Sé que desde la
Encarnación, la vuelta a Dios solo es posible a través de Cristo. Sé que a
Cristo lo encuentro en los Sacramentos. Sé que este es el sacramento de la
reconciliación: el sacramento de la Penitencia, la Confesión.
Tendrás que darme un empujón serio, Señor. Llegará como todos los
años ese miércoles de polvo, ceniza y tierra, dándonos aldabazos en el alma.
Quiero portarme como buen hijo, confesar mis pecados, cambiar de
conducta, comenzar a ser fiel y ayudar a otros a serlo. Quiero llamarte con
sinceridad y mirándote a los ojos: ¡Padre!
PEORES QUE EL PRÓDIGO: NOS HEMOS
VUELTO A MARCHAR
El pecado de Jonás
Está bien que por parte de Dios haya siempre misericordia, pero esta
postura divina está exigiendo de nosotros una generosa actitud humana; no
podemos corresponder con tanta deslealtad. ¿Hasta cuándo vamos a estar
marchándonos de casa? ¿Cuándo pararemos en nuestro ir y venir? ¿No
estaremos cansando a Dios? ¿No podrá el Señor decir de nosotros —de ti y
de mí—: lleváis cuarenta años asqueándome? ¿Por qué le hastiamos a Dios
en vez de llevarle alegrías? ¿Por qué tantas infidelidades? ¿Por qué tanto
desprecio de la gracia sacramental? ¿Por qué tan poco fruto de nuestras
confesiones y comuniones? ¿Por qué tantas indecisiones? Da la impresión
de que queremos jugar con Dios hasta agotar su paciencia. Volvemos a casa
un día y otro diciendo con el pródigo «no más, padre, no más», y a la
semana siguiente, tal vez, por aburrimiento, porque nos falla amor, cogemos
el hatillo, damos un portazo y regresamos a la cochiquera.
Decidámonos. Dejemos de una vez esa vida asquerosa. Nos espera
nuestro Padre Dios, y la familia, y los amigos, y el trabajo, y el mundo.
¡Hay tantas cosas por hacer!
Hemos sido pródigos, pero podemos dejar de serlo y ayudar a saltar de
sus pecados a nuestros amigos.
LA CONVERSIÓN DE UN REY PERVERSO Y
CRIMINAL
Historia de Manasés
Pues bien, este es tu tiempo. Estos son los años en los que te ha tocado
vivir. De ti, Jeremías, podríamos decir que nunca un hombre tan sensible y
tímido se ha enfrentado a tareas tan audaces. Mientras vaticinas desgracias,
se te rompen las telas del corazón.
Cuando lo cómodo era quedarse en casa, cuando lo fácil es permanecer
en Anatot, una aldea con familiares, amigos, vecinos, con almendros,
jardines, cielos azules, fiestas de pueblo con danzas y tambores, una vida
tranquila a las afueras de la Ciudad Santa, tú, con querencia a la soledad,
eres impulsado por el cielo a la vorágine de cuarenta años de actividad
profética, casi medio siglo sombrío y doloroso. Tal vez los hombres,
ignorantes de los designios del Señor, hubiéramos elegido para estos
menesteres a un vidente de temperamento recio, de voz atronadora; pero
Dios va por otros caminos. Te ha escogido a ti, que eres entrañable,
afectivo, impresionable y tímido, para que anuncies desdichas, ruinas,
calamidades, invasiones, incendios, destrucciones y destierros. Eres,
Jeremías, posiblemente la figura más trágica que pisa el escenario de Israel.
Impulsado por el Señor has subido al tablado y has comenzado a gritar
a la tierra de Jerusalén: «Un doble crimen ha cometido mi pueblo: me ha
abandonado a Mí, fuente de aguas vivas, para hacerse aljibes, cisternas
rotas, agrietadas, que no pueden retener las aguas». Es un doble pecado: de
apostasía por una parte y de imbecilidad por otra.
«Recorred las calles de Jerusalén: mirad bien; buscad por sus plazas, a
ver si halláis un varón, uno solo, que obre según justicia, que guarde
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fidelidad, y le perdonaré» .
Todos ellos son rebeldes… Todos son moneda falsa.
Pero nadie hace caso de tus sermones. Las gentes se paran unos
instantes, escuchan, cuchichean, sonríen, y se vuelven a sus deslealtades de
siempre: continúan con sus desobediencias, lujurias y opresiones.
Los disgustos de la plebe por los oráculos de Yahvéh van en aumento y
llegan al colmo aquel día en que, puesto en pie en la puerta del Templo,
escandalizaste como nunca:
—Esto dice el Señor: Mejorad de conducta y de obras y Yo me quedaré
con vosotros. Pero no tratéis de refugiaros en esta casa, después de
dedicaros a robar, matar, adulterar e incensar a Baal. Si continuáis en esa
actitud, haré con este Templo lo que hice con Silo —santuario que fue
arrasado por los filisteos— y entregaré vuestra ciudad a la maldición de
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todas las gentes de la tierra .
Tus palabras suenan a chasquidos de tralla. La reacción es inmediata:
El ¡vas a morir! se vocifera por todas las callejas; lo pregonan sacerdotes,
magistrados y gentes del pueblo.
Algunos, muy pocos, te defendieron, y pudiste escapar de las manos de
la muchedumbre que quería matarte.
La cautividad
Tal vez te preguntes: ¿Por qué todo esto? ¿Por qué tanto desastre, por
qué tanto sufrimiento, por qué tanto destrozo, por qué tanto dolor? Amigo,
estas son las consecuencias de los pecados de los hombres. Entonces como
ahora. Y así una generación, y otra, y otra. Nos rebelamos contra el Señor, y
Él —siempre bueno, siempre Padre, siempre misericordioso— nos envía
medios de purificación; permite que haya a nuestro alrededor y en nuestros
adentros, terremotos que nos sacudan y nos hagan mirar al cielo. Y si
nosotros, como el pueblo elegido, pedimos clemencia, recibiremos el
perdón. Y entonces todo habrá servido para mucho y para bien de nuestras
almas, aunque el cuerpo de algunos quede hecho trizas. El mal que hicimos
servirá de estímulo para el bien que tenemos que hacer.
Decíamos que dos generaciones nacerán en Babilonia. Es un largo
tiempo de purificación por sus muchos pecados, por sus continuas
infidelidades, por sus enormes claudicaciones. El exilio aparece como un
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castigo claro por los pecados del pueblo y de sus dirigentes .
Reverdece la esperanza
«Es vivo el lenguaje cuando son las obras las que hablan. Callen las
palabras, hablen las obras. Estamos llenos de palabras, pero faltos de obras
y, por lo mismo, malditos del Señor».
(SAN ANTONIO DE PADUA)
Un banquete sacrílego
Cristo es noticia
Cristo pasa por Jericó y cura. Convierte a Zaqueo y sana a dos ciegos
en la ciudad de las palmeras. Acércate a Él. Son muy importantes tus
disposiciones. Pero no dejes de aproximarte, aunque en tu alma no anide
más que la curiosidad.
¿Te acuerdas de Zaqueo?
No importa que no seas jefe de publícanos, ni hombre rico; tampoco se
precisa que te subas a una higuera.
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Cristo —nos dice San Lucas— «iba a pasar por allí», por Jericó .
Zaqueo es un recaudador de impuestos de un importante lugar
fronterizo, con aduana del fisco de Roma; es un hombre listo, de rango
elevado, con categoría; y como todo profesional del ramo, objeto del
desprecio del pueblo. Pertenece, por su profesión, a la casta de los
«imperdonables» en el sentir de los fariseos.
Zaqueo es un adinerado oliscón que se sube a un árbol para contemplar
el paso de Cristo…, y queda curado. Es el mismo Jesús, que marcha entre la
muchedumbre, quien alza los ojos, y al verlo, le llama por su nombre. La
admiración cunde en el pueblo. Le hace bajar del sicómoro y abrir la puerta
de su casa. Quiere hospedarse en ella. La mansión lujosa de Zaqueo nunca
ha albergado a un personaje tan pobre como Jesucristo. ¡Los comentarios de
los escribas debieron ser jugosos!
Cuando vuelve a abrirse la puerta rica del hogar de Zaqueo todo ha
cambiado: el 50 por 100 de los bienes del despreciable publicano se reparte
entre el despreciado pueblo. Los defraudados por el usurero reciben el
cuádruplo de lo injustamente robado, recordando un texto del Éxodo: «Si
uno roba un buey o una oveja, y los mata o vende, pagarán cinco bueyes por
204
el buey, y cuatro ovejas por la oveja» . La casa de Zaqueo y las calles
adyacentes se han llenado de luz. Sobre todo su alma: pero si es notable la
restitución material que se lleva a cabo, lo verdaderamente importante es la
conversión de su vida, por la que consigue —lo declara Jesús— la
salvación.
Mucho dinero le ha costado a Zaqueo el paso de Cristo por Jericó, pero
ha valido la pena, ¿no te parece?
Si te acercas a Jesús que pasa, aunque sea por solo fisgonear, quedarás
curado.
Hay otra escena en la que, ahora por el evangelista Mateo, se nos narra
un nuevo paso del Maestro por
Jericó. El Señor marchaba, también en esta ocasión, en medio de la
multitud. «En esto, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al
enterarse que Jesús pasaba, su pusieron a gritar:
—¡Señor, hijo de David, ten compasión de nosotros!».
Aquí no hay curiosidad, hay necesidad de encuentro. Por eso cuando la
gente les increpa para que se callen, ellos, lejos de inmutarse, gritan más
fuerte:
—¡Señor, hijo de David, ten compasión de nosotros!
Entonces Jesús se detiene, los llama y dice:
—¿Qué queréis que os haga?
¿Qué podían pedir aquellos pobrecitos?
—¡Señor, que se abran nuestros ojos!
Y movido por compasión, Jesús toca sus ojos y al instante recobran la
205
vista. Y le seguían por el camino .
Había pasado Jesús por Jericó. Zaqueo no había pedido nada, pero hizo
cuanto estaba de su mano por verle…, y quedó curado. Un par de ciegos
comienzan a gritar como locos: ¡ten compasión de nosotros!…, y recuperan
la vista. ¿Ves? Tenemos que acercarnos a Él. ¿Para qué crees que instituyó
los Sacramentos? Estando lejos de Cristo es como no se consigue nada.
Cristo pasa y cura enfermedades del cuerpo y achaques del alma.
Cristo pasa y cura adulterios y monstruosidades a mujeres que no
tienen marido.
Cristo pasa y cura levantando de la muerte a un chico de Naím.
¿En qué categoría podrías incluirte? ¿Un hombre que tiene los ojos
sucios o podrida la carne del cuerpo?, ¿eres ciego o leproso?, ¿te pesan las
miserias?, ¿andas a rastras? Pues mira. Aquel hombre, «cubierto de lepra»,
no sé cómo se las arregló, pero se presentó al Señor, cayó de rodillas y
manifestó con toda la fuerza de su alma: ¡Si quieres, Jesús, puedes
limpiarme! Y Dios, misericordioso, le contesta: ¡Quiero, queda limpio!
¡Cumple con la ofrenda prescrita por Moisés! Pocas veces, pienso yo, ha
206
habido tanto gozo en el «sacrificio» del cordero o de los pichones .
Y si al paso del Señor no reclamas nada, será el mismo Cristo quien
pregunte, como lo hizo al dueño de la desvencijada yacija: ¿Tú quieres ser
curado?
Treinta y ocho años llevaba aquel hombre en Jerusalén, pegado a su
parálisis, a la camilla y al estanque, cerca de la Puerta de las Ovejas. En
aquella ocasión todos los enfermos —los había ciegos, cojos, mancos,
inválidos— esperaban la llegada del Ángel del Señor; pero pasó el mismo
Dios y no lo advirtieron. Nada pidió el paralítico a Jesús, porque no le
conocía. Es Cristo, que sí conoce a todos los lisiados, el que se adelanta a
nuestros deseos.
Es Cristo que pasa y cura a los hombres que no tienen fuerzas.
Ahora nuevamente Cristo pasa junto a nosotros y sana las fantasías
estúpidas de quien piensa en heroicidades excéntricas a la hora de vivir en
cristiano. No necesitas apartarte del mundo. Sí se precisa vivir vida interior,
pero no debes relacionarla con oscuridades de templos o ambientes
enrarecidos de sacristía. La vida de un hombre corriente que ha recibido la
vocación cristiana, se halla en plena calle, al aire libre. «Se engañan los que
ven un foso entre la vida corriente, entre las cosas del tiempo, entre el
transcurrir de la historia, y el Amor de Dios. El Señor es eterno; el mundo
es obra suya y aquí nos ha puesto para que lo recorramos haciendo el bien,
207
hasta arribar a la definitiva Patria» .
El Fundador del Opus Dei nos anima a abandonar «la mentalidad de
quienes ven el cristianismo como un conjunto de prácticas o actos de
piedad, sin percibir su relación con las situaciones de la vida corriente, con
la urgencia de atender a las necesidades de los demás y de esforzarse por
208
remediar las injusticias» . «Seguir a Cristo no significa refugiarse en el
templo, encogiéndose de hombros ante el desarrollo de la sociedad, ante los
209
aciertos o las aberraciones de los hombres y de los pueblos» .
No hay un solo día de un hombre auténticamente cristiano donde no
210
aletee la preocupación por el prójimo . ¿Verdad que comprendes muy
bien las impaciencias, las angustias y los deseos inquietos de quienes no se
resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón
humano? «Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de
la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría»
211
. Este es el toque de atención que hay que dar a los que consideran la vida
como hecha de egoísmos individualistas: «Un hombre o una sociedad que
no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por
aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del
212
Corazón de Cristo» .
No comprendo, no quiero entender la postura de quienes ven en la
religión un conjunto de rezos rutinarios y curiosas genuflexiones; es esa una
actitud falsa por pequeña, mezquina, enana, deforme. El que mira a Cristo
que pasa y no ve más que a un Dios sin pueblo, sin gente, sin
muchedumbres, despreocupado de sus hijos los hombres, no ha visto más
que a un fantasma: ¡ese no es nuestro Dios!
Igualmente errónea es la actitud de quienes en el cristianismo no
aprecian más que masas, rebaños y gentíos, sin alma y sin Dios; «tienden a
imaginar que, para poder ser humanos, hay que poner en sordina algunos
213
aspectos centrales del dogma cristiano» .
«No han sido creados los hombres tan solo para edificar un mundo lo
más justo posible, porque —además— hemos sido establecidos en la Tierra
para entrar en comunión con Dios mismo. Jesús no nos ha prometido ni la
comodidad temporal ni la gloria terrena, sino la casa de Dios Padre, que nos
214
espera al final del camino» .
¿Quieres que repasemos juntos una vez más el Santo Evangelio para
comprobar lo que Dios reclama a los hombres?
A la hora de nacer mendiga en Belén un rincón en un establo; en
Jerusalén pide un borrico y una habitación espaciosa. Antes, había
extendido la mano para que le dieran unos panes, unos peces, unos higos,
una barca. Al final, cuando se le escapa la sangre y la vida, admitirá un
sepulcro prestado.
Como ves, son muy pocas las cosas materiales que solicita para Él. En
cambio, en el plano sobrenatural, contando con que son un derroche de
gracias las que nos concede, lo quiere todo. Mira, las exigencias de Dios —
para todos nosotros, como para los primeros cristianos— corren por estos
caminos:
• Fe inquebrantable.
• Confianza alegre.
• Amor sin medida.
• Desasimiento total.
• Nacer de nuevo.
• Hacerse niño.
• Renunciar a las riquezas.
• Limpiar el corazón.
• Abandonarse en sus manos.
• Rechazar verborreas.
• Presentar hechos.
• No mirar atrás.
• Encaminarse hacia delante.
• Entregarse sin reseñas.
• Todos estos requerimientos no son para unos pocos.
• A todos se nos piden heroísmos y milagros: la heroicidad en las
pequeñas pendencias de cada jornada, y el portento de la perseverancia en
la santificación del trabajo de cada día.
• Toma a Dios en serio.
• Procura descubrir lo que, en concreto, te pide.
• No temas complicarte la vida.
• Gástala, día a día, en servicio del Señor y de los hombres.
• Lucha contra los egotismos.
• Sal del inmovilismo.
• Sacude perezas.
• Combate rutinas.
• Desecha tibiezas.
• Sé generoso. «No basta con dar de lo que se tiene, es necesario dar
215
también lo mejor de uno mismo» .
Sí, verdaderamente. Cristo pasa y cura; Cristo pasa y pide; Cristo pasa
y exige. «Sé que vosotros y yo —dice Mons. Escrivá de Balaguer—,
decididamente, con el resplandor y la ayuda de la gracia, veremos qué cosas
hay que quemar, y las quemaremos; qué cosas hay que arrancar, y las
216
arrancaremos; qué cosas hay que entregar, y las entregaremos» .
«Mira: los apóstoles, con todas sus miserias patentes e innegables, eran
sinceros, sencillos…, transparentes.
Tú también tienes miserias patentes e innegables. —Ojalá no te falte
sencillez».
(Camino, núm. 932)
¿Que qué nos pasa que no entendemos eso del dolor? No os asustéis.
Nos acontece lo mismo que les ocurrió a los discípulos de Jesús. Tampoco
entendieron nada.
¡Mira que las palabras del Maestro eran transparentes! Pues no.
Permanecían obtusos.
Somos todos tan comodones que, cuando leemos el Santo Evangelio,
tenemos tendencia a saltarnos las páginas de la Pasión. Lo mismito que
hacen los que se entusiasman con la vida de San Francisco de Asís, por
ejemplo; se quedan en las Florecillas y pasan por alto todas las escenas que
nos hablan de sus raíces. No conservan del santo más que una imagen
poética.
Con Cristo hacemos lo mismo; pretendemos saltarnos la Cruz, que
tiene una actualidad palpitante.
«Si sabemos ver la orientación que va tomando nuestra educación
moderna, comprobaremos que conduce a un cierto hedonismo, a la vida
fácil, a un cierto esfuerzo por eliminar de nuestros afanes la cruz… Y
cuántas veces también tratamos de eliminar, en la interpretación del
Evangelio, las páginas de la Pasión del Señor, para tomar de él solamente lo
que hace nuestra vida hermosa, serena, poética, lírica, espléndida y
espiritual. Esa página sangrante y trágica de la Cruz nos atemoriza, y no
quisiéramos abrirla nunca… También en estos tiempos modernos, después
del Concilio, ¿no hemos sentido frecuentemente la tentación de creer que ha
llegado el momento de convertir el cristianismo en algo fácil, de hacerlo
confortable, sin sacrificio alguno; de hacerlo conformista con las formas
cómodas, elegantes y comunes de los demás, y con el modo de vida
mundano? ¡Pero no es así…! El cristianismo no puede dispensarse de la
cruz: la vida cristiana no es posible sin el peso fuerte y grande del deber; no
es posible sin ese pasaje, este misterio pascual del sacrificio. Si tratásemos
de quitar esto a nuestra vida, nos crearíamos ilusiones y debilitaríamos el
cristianismo; habríamos transformado el cristianismo en una interpretación
muelle y cómoda de la vida; mientras que nuestro Maestro, el Señor, nos ha
dicho que es menester llevar la cruz con sus asperezas y sus dolores; y con
223
su exigencia absoluta, y, si es menester, trágica» .
Año y medio llevan los Apóstoles de trato diario, continuo con Jesús
que, confidencialmente, les impulsa al desprendimiento total. Pero, a pesar
de todo, no quieren saber nada de cruces. Una, dos, tres veces les habla
Jesús de cómo en Jerusalén habrá dolor y latigazos, y sufrimientos,
ignominia, escándalo y muerte en la cruz, y al final Resurrección. Pero no
le entienden. La primera ocasión que les anunció tales contratiempos, Pedro
vino a decir muy seriamente, reprendiéndole a Dios, que no se preocupara,
que no le ocurriría nada, que para eso estaban ellos. ¿Cómo iban a permitir
que muriera a manos de los enemigos, ahora que el pueblo estaba con Él?
Le querían aún muy a lo humano, pero poco sobrenaturalmente. Había
mucho lastre terreno y ambiciones de gloria y anhelos de felicidades
egoístas, y tal vez temor de tener que seguir ese mismo Vía Crucis que les
anunciaba. En la segunda ocasión en la que les vuelve a predecir su Pasión,
se llenaron de tristeza; no conocían todavía los caminos de Dios. Y en la
tercera, nos dice el evangelista, se colmaron de espanto; continuaban sin
entender absolutamente nada. Les desconcierta la idea de un Mesías
sufriente. Las luces les llegarán después de la Resurrección del Señor. En
Pentecostés verán claro el sendero. Hasta entonces habían ido a
trompicones. Con la llegada del Espíritu, Pedro y los otros Once sí hablarán
de Cruz, y nos exhortarán a todos a que vayamos tras las pisadas de Jesús,
por ese camino del dolor. Más. Pasado el tiempo, Pedro, experimentado en
el sufrimiento, gozoso, nos escribirá: «Cuando Dios os pruebe con el fuego
de las tribulaciones, no lo extrañéis, como si os aconteciese una cosa muy
extraordinaria; antes bien, alegraos de ser participantes de la pasión de
224
Jesucristo» .
«¡No te negaremos!»
El Señor les había predicho hace unas pocas horas: «Todos os vais a
escandalizar». Todos perderéis el valor. Os asustaréis al ver sucumbir sin
resistencia al Hijo de Dios. Y diez hombres con Pedro —¡qué fatuos!—
habían prometido: «Nunca nos escandalizaremos». Ahora recuerda las
palabras del Señor que dirigió a Simón a continuación: «Esta misma noche,
antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces». Y la arrogancia,
la soberbia y el engreimiento, mezclados con amores y cariños, resonaron
en el Cenáculo: «Aunque tengamos que morir contigo, no te negaremos».
No solo lo dijo Simón. El evangelista Mateo puntualiza: «Lo mismo dijeron
todos los discípulos.»
¡Todos lo hemos dicho tantas veces, Señor! ¡Qué tercos, qué
inconscientes hemos sido, y qué tercos, qué inconscientes fueron los
Apóstoles!
Bastará que se haga de noche en el huerto y a la luz de las antorchas
resplandezcan espadas y palos en las manos de los que vienen a prender al
Maestro, para que todos echen a correr. Así los hombres, así los valientes,
los discípulos fieles, los elegidos para acompañarle en la alegría y en el
dolor. «Todos le abandonaron y huyeron». Juan también.
Así me he figurado la escena. Al escapar del huerto Juan corrió a la
casa donde se aloja la Virgen. Le ha contado, compungido, lo que acaba de
ocurrir: el abandono por parte de todos. Nadie se lo explica. ¡Malditos
miedos!
María está inquieta. Decide salir al encuentro de su Hijo. Tal vez sea
muy peligroso salir precisamente en esta noche, pero tiene que hacerlo. Le
acompañan Juan y unas mujeres santas. Las calles están solitarias, con luces
de luna triste. El silencio de la noche se ha roto por los quiquiriquíes de un
gallo. Es un canto que estremece. Suena a risotada. Y no se sabe por qué,
pero la comitiva se dirige hacia el lugar de donde partió el alboroto.
Habla Juan:
—¡Es Pedro, María! Ahí viene Pedro.
A todos les da la impresión de que el Apóstol quiere pasar de largo.
¿Qué está ocurriendo esta noche?
—¡Pedro! —ha gritado Juan—, ¡Pedro! Soy Juan. Estoy con María,
ven.
Pedro se acerca llorando amargamente.
Y pregunta la Virgen:
—¿Qué te pasa, Pedro? ¿Dónde está Jesús?
—Le tienen encerrado allí, en el palacio de Caifás. Acabo de verle.
Está deshecho. Y yo… —no le salen las palabras, apenas se le oye por el
ruido de las lágrimas—. Y yo… acabo de decir en el patio, delante de todos
los que se encontraban junto al fuego, que no conozco al Maestro.
Interviene Ella:
—No, Pedro. Tú no has dicho eso.
—Sí que lo he dicho, María. Te puedo repetir mis malditas frases
cuando me han reconocido como discípulo de Jesús: «No sé de quién
habláis. Yo no soy de ésos». Y he jurado y perjurado que no conozco a
Jesús. Y ha cantado el gallo.
Pedro se aleja llorando. El estupor de María lo rompe Juan diciendo:
—Sí, nos lo advirtió anoche. También nosotros le íbamos a traicionar.
Amores y miedos de Pedro
La fiesta de Pentecostés
Entre esos seguidores del Señor hay campesinos que tienen ovejas,
pescadores con aparejos y barcas, obreros especializados y jornaleros,
pequeños propietarios y gentes a sueldo de sus señores, personajes
importantes, miembros del Sanedrín, ex fariseos, recaudadores del fisco y
hombres sencillos del pueblo, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos.
233
De entre los discípulos de Jesús, hay unos ciento veinte —sin contar
a los Apóstoles y a los ancianos— que se encuentran en Jerusalén el día de
la fiesta grande de la Siega.
Tres eran las fiestas señaladas en las que todo Israel debía peregrinar al
234
templo de la Ciudad Santa. Lo prescribía el Éxodo : En la primavera, en
la fiesta de los Ázimos (la Pascua); en otoño, en la llamada fiesta de las
Tiendas o de los Tabernáculos; y entre las dos, esta, la fiesta de la Siega o
de las Semanas, que se celebraba cincuenta días después de aquella primera
(de ahí precisamente el nombre griego de Pentecostés). En estos días
importantes había que ofrecer al Señor las primicias de la cosecha. «Nadie
se presentará ante Yahvéh con las manos vacías, sino que cada cual ofrecerá
235
el don de su mano, según la bendición que su Dios le haya otorgado» .
Este Pedro que causa consternación con este primer discurso en el que
proclama la resurrección de Cristo es el mismo Pedro que todos conocemos,
pescador de profesión, natural de un pueblo insignificante que se llama
Betsaida, que trabaja con su hermano Andrés y que está asociado en su
oficio con los hijos del Zebedeo.
Este es Pedro, el que se atemorizaba por el ruido de los vientos y la
fuerza de las aguas del lago.
Este es el que negaba ser discípulo de Jesús porque le entraron en el
alma miedos de muerte durante la Pasión.
Este es aquel Apóstol dormilón, revestido de traiciones, de «noes» y
juramentos falsos.
Este es el Pedro que acaba de tomar el timón de la barca de la naciente
Iglesia con toda la fortaleza que se desprende del Espíritu Santo.
Este es el Pedro que ha abandonado ya definitivamente los sueños y se
dedica a despertar a las almas, moviéndolas a penitencia.
Este hombre, que fue arrastrado por las aguas del mar, por falta de fe,
es el que en el presente arrastra a tres mil almas a recibir ese don en las
aguas del Bautismo.
El primer Papa ya no volverá a las flaquezas y las cobardías anteriores,
después de este día grande: ni cuando le pongan con Juan bajo custodia para
ser ajusticiado, ni cuando le amenacen de muerte para que no hable más de
Cristo.
El que se turbaba ante acusaciones femeninas, permanece erguido ante
Anás, Caifás, Jonatán, Alejandro y el resto del gran Sanedrín de Jerusalén.
El iletrado deja atónito al auditorio por su valentía y su doctrina.
El descomedido e intemperante que, cuando no eran horas de trofeos,
cortó una oreja en el ruedo del Huerto, ahora hace andar a un tullido de
cuarenta años junto al Templo.
Los príncipes de los sacerdotes se encorajinan con él porque les echa
en cara la acusación de asesinato. Los saduceos se muestran intransigentes
con la doctrina de la Resurrección. Pero Pedro no tiembla, no se turba, no se
intimida, no tiene miedos.
El que se dormía en momentos tan solemnes como los del monte de la
Transfiguración y la oración en el Huerto; el que pretendía retirarse de la
labor apostólica el mismo día que el Señor le eligió para ser pescador de
hombres; el pusilánime y el parapoco Pedro, se encara en la actualidad con
el Gran Consejo, declarando enérgicamente, sin sobrecogimientos, ante
amenazas de torturas y cárceles, que es preciso obedecer a Dios antes que a
239
los hombres .
El Pedro que no entendía, hace unos pocos meses, que Jesús pudiera
hablar de pasión y muertes, es el que ahora aguantará, dichoso, treinta y
nueve latigazos por predicar a Cristo crucificado.
Este es Pedro, que después de hacer andar al tullido de nacimiento en
nombre de Jesucristo Nazareno, habla al pueblo, preso de estupor en el
Pórtico de Salomón, y se convierten miles de judíos. «Muchos de los que
oyeron la palabra, creyeron; y el número de hombres llegó a los cinco mil»
240
. Así que bien podemos calcular que, con las mujeres y los niños eran ya
unos quince mil, una cifra verdaderamente considerable para los habitantes
que tenía Jerusalén.
El barro se ha transformado en roca. El hundido por el viento y las olas
de días atrás, sostiene en el presente, con la firmeza del espíritu, a toda la
Iglesia. Jesucristo había rezado por la fortaleza de Pedro, y ahora puede
consolidar la fe de los suyos.
Los que tenían su cenáculo cerrado por temor a los judíos, lo abren
para predicar valientemente al Crucificado. Y no solamente lo hace Pedro.
‘Iodos los Apóstoles tienen el valor suficiente para afrontar pruebas
descorazonadoras y la fuerza de persuasión necesaria para difundir la
doctrina de Jesucristo por el mundo.
Vocación de Santiago
Un temperamento fuerte
Profesar íntegra la fe
Eres joven, como los otros Once que ha elegido el Señor. Judío, de
Keriot, en la Judea meridional. En esto te diferencias del resto. Eres el
único judío del grupo, pero de pueblo, como todos ellos. Te llaman, como a
tu padre. Iscariote.
¡Qué noche esta del jueves, apartado de los tuyos! Para unos es Jueves
Santo; para otros, para ti, una jornada fantasmagórica.
Todavía estás a tiempo. ¿Qué te van a dar los sacerdotes? ¿Treinta
siclos de plata? ¡Pero si eso es la indemnización que hay que pagar por un
272
esclavo corneado por el buey propio! . Alguien ha pensado que era el
precio de un esclavo. ¡Qué va! Lo mínimo que hay que pagar por uno son
quinientos denarios; hubieras tenido que pedir a los escribas cuatro veces
más.
¿Qué haces, Judas? Todavía se puede solucionar tu caso. Deja eso. No
organices nada. Si no te atreves a regresar al Cenáculo para pedir perdón, al
menos aléjate de Jerusalén, pero no te quedes ahí, dialogando con la
tentación; métete en la noche y escapa antes de dar a los malvados la señal
para que atrapen a Cristo.
Nunca se había visto a nadie tan diligente en una emboscada. Y hay
soldados que se ponen a tus órdenes, y gentes que preparan espadas,
garrotes, palos y antorchas. Nunca habías estado tan despierto en una
jornada tan larga. Y los sacerdotes han convenido en que te darán el precio
de tu salvaje traición después del prendimiento. No hay escrúpulos a la hora
de sacar unas monedas de la caja del Templo. Luego, no se sabe por qué, sí
los tendrán cuando pretendas devolver el dinero.
Ya sé que es muy fácil decir ahora lo que hubieras tenido que hacer
entonces, pero tal vez estas consideraciones puedan servirnos a muchos.
Roma se había reservado el derecho de la pena capital en todas las
provincias del Imperio. Los judíos recurren al procurador Poncio Pilato para
obtener la confirmación y ejecución de la sentencia del Sanedrín: ¡muerte
en la cruz!
¿Por qué no te acercas al palacio del gobernador romano? Sí, allí están
destrozando a latigazos a Jesús, y puedes acudir para pedirle perdón. Basta
una mirada. Hs suficiente que reces interiormente el conocido salmo de
David: «Contra ti solo he pecado», para que el Señor perdone directamente
tu traición.
¡Qué importante es levantarse en seguida, sin esperar a que nos
quemen los siclos en el bolsillo! ¡Si te hubieras sincerado al menos con
Pedro, o con Juan, o con alguno de tus amigos…! Todos te hubieran
acogido con afecto. ¿No ves que hace unas pocas horas el Señor hablaba de
la importancia que tiene el amor con todo lo que este lleva de cariño, de
comprensión, de servicio a los demás? Todos te hubiesen abierto sus brazos,
porque todos tienen que perdonar setenta veces siete. ¿Cómo se te ocurrió ir
precisamente a los sacerdotes que habían condenado a muerte a la misma
misericordia?
lo que sí se precisa es que tus remordimientos, tus angustias, tus
miedos, tus desasosiegos, tus escarabajeos de conciencia, terminen en
contrición, en arrepentimiento, en dolor con propósito de enmienda, con
espíritu de cambio, con resoluciones sinceras, con deseos de reparar. Y los
diablos hubieran huido de tu alma como apreciaste que saltaban en las
curaciones de los endemoniados.
Pero no; lleno de congojas te presentas ante los sacerdotes. Tienes
necesidad de decir a alguien que Cristo es inocente, que tú le has vendido,
que no quieres saber nada con la sentencia injusta que le ha condenado a
muerte. Y sacas las monedas de la bolsa y las devuelves.
No te las admiten. Aquellos hombres sin escrúpulos a la hora de tramar
contigo la venta de Jesucristo, se llenan de temores a la hora de guardar ese
dinero en el arca de las ofrendas. No te admitieron los siclos de plata. A tus
dolores de conciencia, te contestaron con un despectivo: «¿Y a nosotros,
qué? ¡Allá tú!». Se explica tu reacción. Y arrojaste las treinta monedas
sobre las baldosas del Templo.
Los sanedritas, con mucha parsimonia, las recogieron, una a una, y
compraron «el campo del alfarero» para convertirlo en cementerio de
peregrinos.
¡Claro que hay que preocuparse del puchero! Tenemos que movernos y
mucho, pero sin desasosiegos, sin turbaciones, sin esas trepidaciones que
apabullan al prójimo. Tendremos que bregar con la ilusión que mete Marta
en los cacharros y el corazón que pone su hermana pequeña escuchando al
Señor; con presencia de Dios, con amor, dando primacía a lo espiritual.
«Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de
oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya
alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la
276
labor cotidiana!» .
¿Y si merecemos la represión del Maestro porque nos enfrascamos en
el trajinar diario? No nos asustamos. Rectificamos la intención y…
¡adelante!
Se cuenta en el Tesoro Espiritual que cierto solitario, antes de ejecutar
cualquier obra, se detenía un tantillo y dirigía los ojos al cielo. Preguntado
277
por qué lo hacía, respondió: Es que procuro asegurar la puntería .
Sí, es importante la rectitud de intención, apuntar alto, arriba, a Dios. A
Él le ofrecemos los trabajos, apuros y tramojos que tenemos entre manos.
Procuramos mantenernos en su presencia; toda labor que realicemos, por
intensa que esta sea, es compatible con el recuerdo del Señor al realizarlo.
¿Os acordáis de la actitud de Santa María en la fiesta de las bodas de
Caná? Permanecía pendiente de su Jesús y, al mismo tiempo, se preocupaba
del vino que escaseaba en la mesa de los convidados. María tiene ojos para
el Señor y para los comensales.
Podemos entrelazar las dos posituras de las hermanas de Lázaro:
atender a Dios mientras preparamos la mesa o se limpia la cocina. No hay
inconveniente alguno. Sé de muchas almas que viven vida contemplativa en
medio de los quehaceres domésticos. Dios anda entre los pucheros, nos dijo
la Santa de Ávila, y podemos completar la frase: el Señor anda entre los
escobones, las aspiradoras y los plumeros… (pon tú tu instrumento de
trabajo: capuchas, guirnaldas, papeles, libros, quitasoles, ladrillos, pizarras,
matraces, tenazas o jeringas). En tu profesión, en tu labor, en tu oficio, ahí,
en donde estás, en lo que haces, se puede amar al Señor sirviendo al vecino.
¿Sabías que, también, Dios se ocupa de tu trabajo? Como en definitiva es
cuestión de amores, debemos trabajar con la actitud del enamorado que,
metido en la ocupación más absorbente, está pendiente de la persona
querida.
«Compórtate como los pequeñuelos, que con una mano se agarran a
278
sus padres y con la otra cogen fresas» .
Así debe ser nuestra ocupación, hecha con grandes afanes, con
diligencia, pero sin descomedirse, sin perder los estribos.
Que los reproches que ha podido recibir Marta no nos acobarden o
amilanen. Hay que continuar entre tinas y tinajuelas, con los trabajos de
siempre, hechos no arrastradamente, sino con un poco de fervor, con amor y
con alegría, con el gozo del que se sabe creador («todo trabajador es un
279
creador», nos dice el Papa Pablo VI) , con la generosidad de quien quiere
servir al prójimo.
Hacemos nuestro el elogio de Santa Teresa a Santa Marta, cuando
expone graciosamente que «si se estuvieran todas (como su hermana),
280
embebidas, no hubiera quien diera de comer a este divino Huésped» .
El trabajo es una obligación grave a la par que medio indispensable
para ganarse el sustento, ayudar a la familia, poder ser santo y hacer
apostolado. Su valor no reside en el qué, sino en el cómo. No requiere que
lleve consigo grandes satisfacciones, pero realizado con ilusión profesional,
sí alejará distracciones estúpidas, y liará converger las energías en lo que
hacemos.
Vistas así las cosas, estimo que debemos llegar a la conclusión de que
vale la pena gastarse; lo ridículo seria enmohecerse.
SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO
Mala cosa sería que dijeran de alguien que es un buen cristiano si fuese
un mal zapatero. «Si no se esfuerza en aprender bien su oficio, o en
ejecutarlo con esmero, no podrá santificarlo ni ofrecérselo al Señor».
(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, núm. 61)
Dédalo e Ícaro
No voléis demasiado bajo, a ras del suelo; podéis caer en las aguas del
mar.
Vuelan demasiado bajo:
Tu trabajo no es refugio
Es propio del cristiano volar muy alto, pero no para quedarse en las
alturas del trabajo como en un refugio; el trabajo no es un fin. Corren el
peligro de quemarse con los calores del sol:
Despedida alegre
Acto segundo
Tercer acto
Una carretera de 250 kilómetros de larga. Es una calzada pisoteada por
caballos al galope, bestias conducidas por jinetes furiosos que portan
credenciales de los sumos sacerdotes para apresar a quienes, apostatando
del judaísmo, militan en las filas de la naciente Iglesia.
No contento con asolar la religión en Jerusalén. Saulo pretende
extirparla de Damasco, en cuya sinagoga se encuentra un foco importante
de cristianos. El Sanedrín tiene jurisdicción sobre todos los judíos de la
Diáspora. Y con poderes del Consejo Supremo y soldados de escolta, a
caballo, sale a la carretera.
Y yendo de camino, cerca ya de Damasco, al mediodía, ocurre lo
imprevisto, lo verdaderamente asombroso. Una montaña de luz desciende
de las alturas; hay cabalgaduras que se encabritan, relinchos, sustos y… la
voz de Jesucristo, que llama por su nombre a Saulo. Y todas las ínfulas y las
cartas credenciales caen por el suelo. Las rabias, los odios y las iras se
llenan de polvo de carretera. Todos los orgullos del hombre de Tarso están
pisoteados por las patas de la caballería. Los ojos del llamado quedan
cubiertos de sombras.
El opresor, que marchaba a caballo por la calzada para encarcelar a los
cristianos de Damasco, entra en la ciudad a pie, ciego, por la larga calle
Recta, llevado de la mano por sus compañeros, hasta la posada judía de un
cierto Judas.
Así finaliza el tercer acto. Pregunta Saulo:
—¿Qué quieres que haga, Señor?
Y, mientras cae el telón, se escucha la indicación divina:
—Entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.
Epílogo
Contra corriente
En ambientes descreídos
¿Y cuando el ambiente es tortuoso, o sucio, o descreído, o indiferente?
Y te contesto con otra pregunta: ¿y a estas alturas nos vamos a asustar de
los entorpecimientos, complicaciones, bretes y embarazos que podamos
encontrar? Llevamos por dentro la energía, la luz y la fuerza necesarias para
hacerles frente. ¡Cualquiera diría que un cristiano no lleva a Dios consigo!
¿Entendéis que la atmósfera en la que se han movido los fieles de otras
generaciones ha sido mejor que la nuestra?
Abre el Libro Sagrado de Tobías. Te encontrarás con un joven llamado
Tobit, que, en medio de la prevaricación general, se mantiene leal a la ley
divina. Y esta deserción no solo la hallaba en la calle, sino en su propio
hogar. Toda la tribu de Neftalí, su padre, había apostatado, y así nos podrá
decir este hombre joven: Yo iba, las más de las veces, solo, a Jerusalén,
durante las fiestas, según está mandado a todo Israel por precepto eterno.
Los otros, los más, las gentes, corrían aguas abajo, y entraban en los
templos de Betel y Dan, llenos de becerros de oro que pretendían suplantar
a nuestro Dios. Y no eran precisamente los extraños a su hogar; eran los de
su propia familia, sus hermanos. Sí, sí, eran circunstancias complejas para
quienes querían permanecer fieles. Más: eran momentos —entonces como
hoy había que obedecer al Señor antes que a los hombres— en los que se
precisaba acudir al templo de Jerusalén contra las órdenes del rey.
¡Contra corriente, amigos, contra corriente! Nunca ha sido fácil vivir la
pureza en una sociedad carcomida por el erotismo. Ya se sabe que el
cristianismo exige y nos compromete a marchar a contrapelo.
¿Quién es Marcos?
Estamos a finales del otoño del 45. Saulo, Bernabé y Marcos han
emprendido viaje: Jerusalén, Cesarea, Chipre y… ahora saltan de Pafos al
Asia Menor. Lo que en un principio ha sido acogido por Marcos con fuerza
y entusiasmo, comienza a desmoronarse. Inició bien la marcha, pero… se
ha asustado. La aventura no es una broma. Lo hecho hasta aquí puede pasar,
pero el futuro se ve como algo tremendamente duro.
De la bahía de Atalía, río arriba, llegan a Perge, la capital de Panfilia.
Ahora comienza la andadura montañosa, que es un calvario. Pasos difíciles
en las gargantas de la cordillera del Tauro, donde los puentes están
destrozados por las torrenteras. La travesía puede alcanzar los 150
kilómetros hasta llegar a Antioquía de Pisidia y se hace a través de un
camino de herradura. Las sendas son escabrosas, intransitables. El viaje se
presenta largo, duro, fatigoso, cansino y peligroso. Seguir los andares
presurosos de Saulo no es nada cómodo. Marcos es un muchacho de piso y
se asusta ante las destemplanzas de la intemperie y la posibilidad de quedar
malparado. Y no dejaba de tener razón, porque en Listra, poco después,
lapidarán a Pablo, arrastrándole fuera de la ciudad y dándole por muerto. Le
entran ahogos y desánimos. Comienzan las quejas, siguen disgustos y
enfados y llega el momento de dejar el arado y echar marcha atrás. Los
Hechos de los Apóstoles nos dicen escuetamente que Marcos «se separó de
319
ellos y se volvió a Jerusalén» .
Oportunidades desperdiciadas
Hoy nos topamos con jóvenes que apenas han estrenado la vida, y ya
se encuentran hastiados. No han cumplido veinte años y tienen encima el
aburrimiento de la Sibila, que llegó a los setecientos.
¿Por qué hay tanta vida inútil? La lasitud no es de hoy, pero sí guarda
unas proporciones desconocidas hasta el presente. Hallamos frecuentemente
almas vacías, llenas de sofocos, desilusionadas, insatisfechas. Son muchos
los que están de vuelta sin haber tenido tiempo de estar de ida.
Posiblemente, algunas de estas situaciones correspondan a casos
clínicos propios del estudio y cuidados médicos. Pero en su mayoría
muestran un entramado en sus entrañas que solo lo podría resolver Dios. Se
le ha desplazado del centro de la vida y ha sido sustituido por un «yo» de
proporciones descomunales. Y si se camina por la tierra sin sentido, sin
norte, sin programa, con el peso muerto y desmesurado de ese gigantesco
«yo» a cuestas, el alma se llena de ascos y soserías. Así no hay quien tenga
alegría en el andar. De ese modo, la vida resulta tremendamente pesada,
insulsa, arrastrando —sin ideales— el agotamiento de quien se aleja de un
lugar, solo para llegar a otro. Sin fe, sin esperanza y sin amor, no habrá más
que un ajetreo jadeante, acezoso.
Te quiero hablar del final de esta figura colosal que es San Pablo. Ha
bregado mucho en el servicio de Dios, con un cansancio que está lleno de
paces y desasosiegos, pero donde no falta nunca la luz que ilumina el
sendero, que sirve de antorcha para los que caminan a su lado, que es fuerza
para sobrellevar los achaques personales y empuje a los acompañantes. «Me
aguardan cárceles y luchas —dice—. Pero a mí no me importa la vida; lo
que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el
338
Señor» .
Cuando se tiene un porqué, la vida es muy soportable. Me explico
perfectamente, por el contrario, que haya muchas ruinas en el corazón de
quienes no conocen el para qué están aquí, ni lo que hacen en este mundo
ni lo que dejan de hacer. Y una vida así, sin sentido, es un fardo
inaguantable que se llena de vacíos, de hastíos, de tedios, de angustias, de
neurosis.
Pablo es un hombre fuerte, vigoroso espiritualmente, generoso,
entregado al cumplimiento de los encargos que le ha dado el mismo Dios.
El centro refulgente, luminoso, atractivo, de todos sus discursos es
Jesucristo. No tiene otra preocupación —no es poca— que la de acercarle
almas. Y este servicio arrastra agotamientos, ¡vaya que sí! Las almas pesan.
«Pesa sobre mí —nos dice Pablo— la solicitud de todas las iglesias. ¿Quién
339
enferma que yo no enferme?» . «Cuando se paladea el amor de Dios se
340
siente el peso de las almas» . Es un trabajo el suyo hecho de cuidados, de
paciencias, de aguantes, de preocupaciones por los cristianos en un mundo
pagano, corrompido, que, tal vez como el nuestro, está sumido en el más
tonto de los indiferentismos. Y la lucha en un ambiente de frialdad cansa,
sí, agota. Como buen pastor, ha de cuidar de los comprendidos entre los
noventa y nueve justos y de los cientos y miles de hombres perdidos y
podridos.
Son estas ya las últimas correrías apostólicas de Pablo hacia tierras por
donde sale el sol. Visita Efeso, Creta. Tróade, Corinto y Mileto. Aquí y allá
va dejando a sus hombres de confianza al frente de las iglesias. Eran
tiempos en los que el mundo entero era tierra de misión.
Y poco después le vemos en la cárcel. Estamos viviendo en torno al
año 67. Desconocemos el porqué está encadenado como un delincuente, en
una mazmorra. Su situación es deplorable, difícil, condenado a la
inactividad cuando… ¡queda tanto por hacer! Humanamente no tiene
ningún asidero donde agarrarse.
Se acerca la muerte. La está viendo. No le asusta. Detrás se encuentra
la Vida. Y parte para ella. Se encamina con confianza. Regresa a la casa
paterna. Hacía tiempo que lo había dicho: «Deseo partir y estar con Cristo»
341
.
En estas circunstancias escribe a Timoteo, en quien aprecia lealtad
absoluta, fidelidad, desinterés y entrega incondicional al Evangelio: «Ya
342
sabes tú que todos los de Asia me han abandonado» .
Hay cristianos de la provincia romana de Asia Menor que se han
retraído, se han acobardado y le han dejado en la estacada. Tal vez no han
querido aparecer como amigos de un prisionero y le han abandonado. Saulo
menciona con pena a dos de ellos: Figelo y Hermógenes.
El Apóstol esperaba más de ellos; le han desilusionado. Aguardaba
otro comportamiento. Su infidelidad le ha descorazonado. «Tú… mantente
fuerte en la gracia de Cristo Jesús».
Eran tiempos, aquellos, en que las más pequeñas deslealtades eran
desgarradoras. En los momentos de más lucha, de fuertes peligros, duelen
más las deserciones. Traiciones las ha habido siempre. Recordad la escena
de Cafarnaúm, cuando Jesús pidió fe en el discurso eucarístico. El Señor
permitió entonces que se marcharan los que no veían claro el camino.
Jesucristo ha querido siempre a su alrededor voluntarios, no esclavos.
—¡Timoteo! Mantente firme, fiel en la fe, no pierdas el ánimo, evita
perezas y no te dejes llevar de la timidez. Si eres propenso a ella, lucha, que
Jesús nos ha dado un espíritu de fortaleza. Apóyate en el poder de Dios.
A todos nos propone Pablo tres imágenes cuando se dirige a Timoteo:
Cansancios y apostasías
345
Solo Lucas está al lado del Apóstol. Solo el médico querido . El que
fue compañero de cárceles y correrías evangélicas ahora está con él. Nadie
más. Hay otros a quienes Pablo ha ido enviando aquí y allá para que sigan
predicando por las Galias, por Dalmacia, por Éfeso. Para todos tiene
recuerdos inolvidables. Los quiere con locura. Pablo es un hombre
agradecido.
«Si puedes ver destruida toda la labor de tu vida y, sin pronunciar una
sola palabra, ponerte a edificar de nuevo…».
(R. KIPLING)
«Si puedes ver destruida toda la labor de tu vida y, sin pronunciar una
sola palabra, ponerte a edificar de nuevo.
O perder, de un solo golpe, la ganancia de cien partidas,
sin un gesto ni un suspiro».
La tristeza es cosa mala, para uno mismo y para los demás «es la
351
escoria del egoísmo» . El hombre atristado corre el serio peligro de
convertirse en un murmurador para sus adentros: porque es mucho el
trabajo que tiene, grandes sus achaques, innumerables los problemas… Un
apesadumbrado nos hace la vida insoportable; agobia a todo el mundo.
Malos son los optimistas que pintan de rosa un ataúd, pero peores son
los pesimistas que embadurnan de alquitrán las rosas.
Con estos dos extremistas me he encontrado alguna vez: con el
sonriente que trataba de pescar a la cacea con solo sedal y plomo, sin
anzuelo, y con el atribulado pesimista que lleno de miedos decía: ¡Mira que
si nos quitan lo bailado…!
Los hombres de mal humor van llenando de bocinazos las calles,
mientras conducen el coche; los tristes reparten iras, enojos, impaciencias
por las aceras y nos deprimen el corazón; los de buen humor nos hacen más
fácil el sendero que recorremos todos.
Si es cosa mala en el campo humano, la tristeza en lo sobrenatural es
pésima, porque nos arrastra a buscar compensaciones que nos alían con el
enemigo y nos apartan de los caminos de Dios. «Anímate y alegra tu
352
corazón, y echa lejos de ti la congoja; porque a muchos mató la tristeza» .
Un hombre triste no puede ser ni santo ni apóstol. «Caras largas…,
modales bruscos…, facha ridícula…, aire antipático: ¿Así esperas animar a
353
los demás a seguir a Cristo?» .
¿Se te ha ocurrido mirar lo que hay debajo de la tristeza? Cuando estés
amargado, desganado, desconsolado, intenta levantar el felpudo de ese
pesimismo y te encontrarás con un bicho repugnante que se llama soberbia.
¡Písalo! Santo Tomás lo decía más académicamente: «La tristeza es un vicio
causado por el desordenado amor de sí mismo, que no es un vicio especial,
354
sino la raíz general de todos ellos» . Ya se ve que el remedio para escapar
de esos malos humores es cortar de cuajo esas raíces.
«Un hijo de Dios, un cristiano que viva de fe, puede sufrir y llorar:
361
puede tener motivos para dolerse; pero, para estar triste, no» .
Nuestra andadura ha de ser alegre, como la de la Virgen; pero como la
de Ella, conociendo la experiencia del dolor, el cansancio del trabajo, el
claroscuro de la fe.
Marchemos de la mano de María, la llena de gracia. Dios Padre, Dios
Hijo, Dios Espíritu Santo le han colmado de dones, han hecho una criatura
perfecta; es de nuestra raza y tiene por misión repartir solo cosas buenas.
Más. Ella se nos ha convertido en vida, dulzura y esperanza nuestra.
María, la Madre de Jesús, «signo de consuelo y de esperanza segura»
362
, marcha por la tierra iluminando con su luz al pueblo de Dios
peregrinante.
Ella, nuestra Madre, es el camino, la senda, el atajo para llegar al
Señor. María llenará de alegría nuestras labores, nuestras tinajas, nuestros
andares.
SANTA MARÍA, REFUGIO DE LOS
PECADORES
No temas excederte
Aun cuando todo parezca que está perdido, confía en Dios, que puede
hacer de ti y de mí, pecadores que no valen dos perras gordas, unos
hombres cabales, eficaces, generosos, desprendidos, amigos de Dios y
colaboradores de quienes trabajan por hacer un mundo más cristiano.
Encomiéndate a estas almas santas que les he hecho desfilar con sus
colgajos y miserias para que nos ayuden desde el Cielo. Queremos imitarles
en sus luchas, en su amor a Dios, en su servicio a los hombres, en la
eficacia de su paso por este inundo, en sus afanes apostólicos.
Ya termino. No te impacientes. Déjame que te lea una carta de una
chiquilla de seis años, que confía mucho en Dios y en Santa María. La carta
la escribe su madre, al dictado de su hija.
«Me gustó mucho tu carta. Ya tengo dos. Guardo la correspondencia en
una carpeta azul que me ha dado papá, como una persona mayor.
»Ya he cumplido seis años y pronto te escribiré yo, porque he
empezado a ir al colegio de mayores y me enseñan a leer y a escribir. Así
que entonces te contaré secretos. Ahora no puedo porque escribe mamá y,
aunque es muy buena, hay cosas que no se las digo porque se enfada.
»El día once de mayo voy a hacer mi Primera Comunión. Mamá dice
que te pregunte si te parece que soy todavía muy pequeña; pero yo ya sé
que no lo soy. Desobediente, sí, un poco. Hago rabiar a mamá bastante con
Marilín, que es mi perrita.
»Además, no quiero marcharme de la televisión cuando hay películas
para mayores. El otro día armé la gorda y mamá se enfadó mucho, porque
dice que los niños no deben ver las películas que no son aptas. Abuelita
María es muy pesada y me pone una bufanda muy gorda para ir al colegio.
Ahora reza el rosario todos los días porque estamos en octubre, y yo
también me quedo a rezarlo; pero a veces me tienta el demonio y soy mala.
Mientras abuelita reza el rosario, yo pinto monigotes.
»Quiero mucho a Jesús, pero no puedo remediar ser desobediente. Yo
quiero obedecer pero no puedo.
»Mi amiga Brigitte es íntima mía, pero yo mando siempre. En cambio
Carmen, que es mayor, me trata como pequeña, y a mí me da mucha rabia.
Ya sé comer sola y partirme la carne, además llevo una cartera con libros al
colegio. Mi colegio es alemán y yo hablo mucho alemán como mamá, pero
mi amiga Carmen no sabe nada. ¡Y quiere que yo sea su hija cuando
jugamos a mamás!, ¿qué te parece?
»Tía Juanita es hermana de mamá y es monja; fui a verla y me porté
mal porque me subí a las sillas. Tía Juanita tiene una nariz un poco fea y se
lo dije, y mamá y papá se enfadaron mucho conmigo, pero es verdad que la
tiene fea.
»Adiós. Te mando besos y rezo por ti. Mañana también rezaré por los
negros. Mañana seré buena, el lunes no lo sé. Yo quiero serlo. Margarita».
Este es el quinto libro del autor. Los anteriores, también publicados por
Ediciones Rialp, son: El valor divino de lo humano (24ª ed.), Dios y los
hijos (13ª ed.), Siempre alegres para hacer felices a los demás (9ª ed.), y
Cartas a los hombres (3ª ed.)
Notes
[←1]
CONC. VAT. II, Const. dogm. Lumen Gentium, núm. 40.
[←2]
J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa (Rialp, Madrid, 1973), núm. 76.
[←3]
Ibídem, núm. 9.
[←4]
J. MAUSBACH-G. ERMECKE, Teología Moral Católica (Eunsa, Pamplona, 1971),
vol. I, pág. 478.
[←5]
Manuscritos autobiográficos de Santa Teresita.
[←6]
Ibídem.
[←7]
Cfr. SÁEZ DE TEJADA, Vida y obras principales de Santa Margarita María de
Alacoque.
[←8]
Cfr. J. FABREGUES, El surtió Cura de Ars (Rialp, Madrid, 1975), pág. 54.
[←9]
Cfr. TORRÁS Y BAGÉS, La formación del carácter.
[←10]
Cfr. M. HERRANZ MARCO, San Agustín, maestro de catequistas. En «Cuadernos de
Evangelio», núm. 10, pág. 14.
[←11]
Cfr. J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios (Rialp, Madrid, 1978), núm. 267.
[←12]
Lc 9, 49.
[←13]
Io 13, 15.
[←14]
Cfr. Is 55, 7.
[←15]
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ad Theod. laps., cap. 5. Cit. por J. TISSOT en El arte de
aprovechar nuestras faltas (Palabra, Madrid, 1972), pág. 16.
[←16]
2 Sam 12, 13.
[←17]
Es Cristo que pasa, núm. 75.
[←18]
Amigos de Dios, núm. 94.
[←19]
SAN FRANCISCO DE SALES, Carta a una señora, Cit. por J. TISSOT, o. c., pág. 26.
[←20]
Gen 1, 28.
[←21]
Gen 3, 10.
[←22]
No se puede poner en duda el sentido literal-histórico donde se trata de hechos
narrados… que tocan a los fundamentos de la religión cristiana, en los primeros capítulos del
Génesis. Cfr. Dz. 2123.//Es en las mitologías religiosas del mundo pagano, donde se
encuentran algunos vestigios de este suceso histórico, aunque con muchas deformaciones.
[←23]
Gen 1, 26-28; 2, 7.21-23.
[←24]
Debe quedar claro que la libertad no implica necesariamente la posibilidad de pecar.
Dios es la libertad por esencia y no puede pecar. Tampoco lo pueden hacer los
bienaventurados. El poder pecar es un atributo de la libertad que todavía no ha alcanzado el
estado de perfección final. Cfr. M. SCHMAUS. Teología dogmática (Rialp, Madrid, 1961),
tomo II, pág. 395.
[←25]
Gen 3, 10; Sap 2, 24; Apc 12, 9; 20, 2.
[←26]
Cfr. CONC. DE TRENTO, ses. V, can. 2, Dz. 789 (1512).
[←27]
En las iglesias orientales se les venera con culto público.
[←28]
Sap 10, 1.
[←29]
Amigos de Dios, núm. 99.
[←30]
SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, 3, 5.
[←31]
Camino, núm. 594.
[←32]
Cfr. SAN ISIDORO DE SEVILLA, Sententiae, 2, 38.
[←33]
CARDENAL A. LUCIANI, Ilustrísimos Señores (BAC, Madrid, 1978), pág. 59.
[←34]
SANTA TERESA, Moradas sextas, 10, 7.
[←35]
Ex 3, 12.
[←36]
Cfr. Ex 15, 22.
[←37]
Cfr. Ex 16, 3.
[←38]
Cfr. Ex 16, 35; Num 11, 6; 21, 5.
[←39]
Probablemente había asiáticos esclavos que acompañaban a los hebreos en la huida de
Egipto. Su presencia entre los israelitas podría servir de explicación a muchos episodios de las
rebeldías en el desierto.
[←40]
Num 11, 5.
[←41]
Num 11, 10.
[←42]
Num 12, 3.
[←43]
Cfr. Num 11, 4.
[←44]
Num 11, 20.
[←45]
Cfr. Num 20, 4-5.
[←46]
Cfr. Num 20, 12; 27, 14.
[←47]
Ex 24, 6.
[←48]
Catecismo de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, Con vosotros está
(Madrid, 1976), 1, pág. 166.
[←49]
Amigos de Dios, núm. 215.
[←50]
Dt 3, 26-28.
[←51]
Cfr. Gen 9, 1-17.
[←52]
Cfr. Gen 15 y 17.
[←53]
Os 2, 25; Ier 7, 23.
[←54]
Dt 7, 8.
[←55]
Dios exige de cada miembro del pueblo, y de este en cuanto tal, fidelidad a sus
preceptos. Ex 19, 4.7-8.10-12.
[←56]
Cfr. Ex 24, 6-8.
[←57]
Cfr. Ex 32, 20. El pecado más grave, que Dios reprueba una y otra vez como el más
aborrecible, es un pecado contra la religión: la idolatría [cfr. 2 Reg 22, 16-28; Dt 32, 15-21].
[←58]
Del Comentario a los Salmos de SAN JUAN FISHER, Opera omnia, (ed. 1957), págs.
1588-1589.
[←59]
PABLO VI, Discurso, 23-XII-1966.
[←60]
Ídem, Discurso, 12-II-1975.
[←61]
Camino, núm. 386.
[←62]
PABLO VI, Discurso, 20-III-1974.
[←63]
F. ARCOS, El sentido del pecado, en revista «Palabra», julio 1977.
[←64]
Cfr. 1 Cor 6, 9-20.
[←65]
Dt 1, 6.
[←66]
Num 13, 1-2.
[←67]
Cfr. Num 14, 5-9; Dt 1, 29-31.
[←68]
Cfr. Dt 1, 34-40.
[←69]
Eccli 40, 8-10. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos innumerables casos
en que se manifiesta el carácter personal de la moral, del premio y del castigo merecido.
[←70]
Es Cristo que pasa, núm. 82.
[←71]
Ibídem, núm. 76.
[←72]
Cfr. 2 Tim 2, 5.
[←73]
1 Cor 16, 13.
[←74]
SANTA TERESA, Camino de perfección, cap. 18.
[←75]
Ibídem, cap. 16.
[←76]
SAN BERNARDO, Sermo 5 (PL 183, 556).
[←77]
Es Cristo que pasa, núm. 76.
[←78]
Camino, núm. 240.
[←79]
Cfr. EDDY BAUER, Historia controvertida de la Segunda Guerra Mundial (Rialp,
Madrid. 1967), tomo II, pág. 269.
[←80]
J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Sacerdote para la eternidad. En «Cuadernos MC»,
núm. 9, págs. 16-17.
[←81]
Ex 27, 20-21.
[←82]
1 Sam 3, 4.
[←83]
1 Sam 3, 19.
[←84]
Mt 3, 15.
[←85]
Cfr. Lc 2, 51.
[←86]
Mt 17, 5.
[←87]
Amigos de Dios, núm. 253.
[←88]
J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Lealtad a la Iglesia. En «Folletos Mundo Cristiano»,
núm. 162, pág. 25.
[←89]
PAUL GALLICO, The Poseidon Adventure.
[←90]
Cfr. Lc 16, 16.
[←91]
Mt 11, 28.
[←92]
Amigos de Dios, núm. 104.
[←93]
Mt 7, 11.
[←94]
Lc 11, 9-10.
[←95]
1 Tes 5, 17.
[←96]
Ios 1, 9.
[←97]
Cfr. 1 Sam 16, 7.
[←98]
Cfr. 1 Sam 17, 40.
[←99]
Es Cristo que pasa, núm. 117.
[←100]
Cfr. Mt 14, 31.
[←101]
Cfr. Mt 8, 15.
[←102]
Mt 9, 25.
[←103]
1 Sam 16, 18.
[←104]
2 Sam 11, 15.
[←105]
2 Sam 12, 1.
[←106]
Camino, núm. 216.
[←107]
Ibídem, núm. 183.
[←108]
Mt 5, 28.
[←109]
2 Petr 2, 14.
[←110]
Amigos de Dios, núm. 179.
[←111]
Cfr. 2 Sam 24, 14.
[←112]
2 Sam 7, 8.16.
[←113]
Cfr. Mt 9, 27.
[←114]
Cfr. Mt 12, 23.
[←115]
Cfr. Mt 21, 9.
[←116]
Mt 1, 1.
[←117]
Ps 118, 71-72.
[←118]
1 Reg 2, 1-3.
[←119]
Las dos monarquías terminarán en la deportación. Samaría será conquistada siglo y
medio después, por los asirios (721 a. C.). El reino de Judá —en el Sur— alcanzará su muerte
en el 586 a. C. con la cautividad babilónica.
[←120]
Cfr. 1 Reg 18, 20-40.
[←121]
Cfr. Dt 13.
[←122]
Cfr. Iac 5, 17-18.
[←123]
1 Reg 19, 3.
[←124]
J. BENAVENTE, El amor asusta, Acto único, Escena IV.
[←125]
J. PIEPER, Justicia y fortaleza (Rialp, Madrid, 1972), pág. 201.
[←126]
M. DE CERVANTES, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, II, cap. XVII.
[←127]
Cfr. 2-2, 123, 6.
[←128]
Amigos de Dios, núm. 77.
[←129]
R. A. KNOX, Ejercicios para sacerdotes (Rialp, Madrid, 1957), pág. 212.
[←130]
CONC. DE TRENTO, ses. XII, cap. VIII, Dz. 882.
[←131]
Es Cristo que pasa, núm. 151.
[←132]
Ibídem, núm. 91.
[←133]
SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Práctica del amor a Jesucristo (Rialp, Madrid,
1975), pág. 41.
[←134]
Ibídem, pág. 32.
[←135]
1 Reg 19, 18. San Agustín se apresurará a decirnos que las cuarenta jornadas es un
número simbólico.
[←136]
Es Cristo que pasa, núm. 77.
[←137]
1 Reg 19, 12.
[←138]
Ier 29, 14.
[←139]
SAN AGUSTÍN, Confesiones, 10, 26.
[←140]
Es verdad de fe la existencia de los Ángeles y de los Demonios [cfr. CONC. LATERN.
IV, cap. I, Dz. 428]. Es también una verdad continuamente profesada por la Iglesia que Dios
nos encomienda a la tutela y auxilio de los Ángeles buenos [cfr. Heb 1, 14]. De
«teológicamente cierta» puede calificarse la verdad que todos los hombres gozamos de la
asistencia de nuestro propio Ángel Custodio [cfr. SAN JERÓNIMO, Comm. in Matth., 18, 20].
[←141]
Es Cristo que pasa, núm. 174.
[←142]
Ex 30, 12.
[←143]
Mc 11, 16.
[←144]
Lc 23, 34.
[←145]
Es Cristo que pasa, núm. 87.
[←146]
Camino, núm. 551.
[←147]
Es Cristo que pasa, núm. 159.
[←148]
Ibídem, núm. 174.
[←149]
Lc 4, 27.
[←150]
Cfr. Num 22, 7; 1 Reg 14, 3; 2 Reg 4, 42.
[←151]
Cfr. 2 Reg 5, 11.
[←152]
Es Cristo que pasa, núm. 64.
[←153]
Cfr. Mt 3, 2.
[←154]
Cfr. Act 2, 38.
[←155]
Cfr. Act 3, 19.
[←156]
Act 17, 30.
[←157]
«¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no quiero la muerte de nadie. Convertíos y
viviréis» (Ez 18, 31).
[←158]
Mc 1, 15. Fe, conversión de vida y sacramentos son la finalidad de la evangelización
realizada por la Iglesia desde el principio, cumpliendo así el mandato del Señor (cfr. Mt 28,
19-20; Mc 16, 15-16).
[←159]
Lc 24, 47.
[←160]
PABLO VI, Alocución, 5-XII-1973.
[←161]
Cfr. Lc 11, 32.
[←162]
Cfr. Ion 3, 3; 4, 11.
[←163]
Cfr. Nah 3, 1.
[←164]
Cfr. Ion 3, 5.
[←165]
Ion 3, 10.
[←166]
Es Cristo que pasa, núm. 96.
[←167]
Cfr. Ez 33, 7-11.
[←168]
Cfr. Ion 1 y ss.
[←169]
Ion 4, 2.
[←170]
Cfr. Ion 4, 10-11.
[←171]
Cfr. 2 Reg 21, 6.
[←172]
2 Cro 33, 10.
[←173]
Cfr. 2 Reg 21, 13.
[←174]
FRAY LUIS DE GRANADA, Cuando lloran los buenos.
[←175]
Camino, núm. 675.
[←176]
Cfr. Ier 1, 4-9.
[←177]
Cfr. 2 Reg 21, 6-7.
[←178]
Lv 20, 2.
[←179]
Ier 5, 1.
[←180]
Cfr. Ier 7, 3-15; 26, 4-6.
[←181]
Ier 22, 21.
[←182]
Ier 20, 14-17.
[←183]
Cfr. Ier 20, 9.
[←184]
Según tradición recogida por SAN JERÓNIMO, será apedreado por su pueblo, que te ha
obligado a huir con él a Egipto.
[←185]
2 Mac 15, 14.
[←186]
Cfr, Mt 16, 14.
[←187]
Camino, núm. 404.
[←188]
Ibídem, núm. 406.
[←189]
Segunda lectura del cuarto Domingo de Cuaresma, ciclo B.
[←190]
Cfr. Ps 42, 11.
[←191]
Ier 29, 28.
[←192]
Cfr Is 8, 6; 30, 1; Ex 17, 19; Ier 5, 19.
[←193]
Cfr. Is 40.
[←194]
Is 35, 3-4.
[←195]
Is 43,18-19.
[←196]
Macbeth, acto II, escena 3ª.
[←197]
Cfr. Dan 5, 1-30.
[←198]
Iac 4, 7.
[←199]
Cfr. PABLO VI, Professio fidei, 30-VI-1968.
[←200]
Cfr. CONC. VAT. II, Gaudium et spes, núm. 22.
[←201]
Es Cristo que pasa, núm. 104.
[←202]
Ibídem, núm. 116.
[←203]
Cfr. Lc 19, 4.
[←204]
Ex 21, 37.
[←205]
Cfr. Mt 20, 29-34.
[←206]
Cfr. Lv 14, 1-32.
[←207]
Á. DEL PORTILLO, Presentación de Amigos de Dios, o. c., página 27.
[←208]
Es Cristo que pasa, núm. 98.
[←209]
Ibídem, núm. 99.
[←210]
Cfr. CONC. VAT. II, Gaudium et spes, núm. 43.
[←211]
Es Cristo que pasa, núm. 111.
[←212]
Ibídem, núm. 167.
[←213]
Ibídem, núm. 98.
[←214]
Ibídem, núm. 100.
[←215]
PABLO VI, Carta al secretario general de la O.N.U., 8-VI-1966. En «Folletos Mundo
Cristiano», núm. 43.
[←216]
Es Cristo que pasa, núm. 66.
[←217]
J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amar al mundo apasionadamente. En «Cuadernos
MC», núm. 18, pág. 14.
[←218]
Es Cristo que pasa, núms. 110 y 111.
[←219]
Es Cristo que pasa, núms. 2 y 3.
[←220]
Ibídem, núm. 71.
[←221]
Camino, núm. 211.
[←222]
Cfr. CONC. VAT. II, Gaudium et spes, núm. 10.
[←223]
PABLO VI, Alocución, 8-IV-1966.
[←224]
1 Pet 4, 12-13.
[←225]
Mt 10, 38.
[←226]
Cfr. Camino, núm. 208.
[←227]
G. THILS, Santidad cristiana (Sígueme, Salamanca, 1965), página 300.
[←228]
Es Cristo que pasa, núm. 97.
[←229]
Cfr. Amigos de Dios, núm. 132.
[←230]
Camino, núm. 288.
[←231]
Las primeras páginas de este capítulo corresponden a mi libro Cartas a los hombres.
[←232]
Cristo resucitado se apareció en Galilea «a más de quinientos hermanos a la vez», nos
dice SAN PABLO, 1 Cor 15, 6.
[←233]
Cfr. Act 1, 15.
[←234]
Cfr. Ex 23, 14.
[←235]
Dt 16, 16-17.
[←236]
Act 1, 5-8.
[←237]
Act 12, 12.
[←238]
Act 2, 6-11.
[←239]
Cfr. Act 4, 19; 5, 29.
[←240]
Act 4, 4.
[←241]
Cfr. Act 5, 32.
[←242]
Es Cristo que pasa, núm. 130.
[←243]
Ibídem, núm. 132.
[←244]
Ibídem, núms. 133 y 134.
[←245]
Cfr. Mc 1, 19-20.
[←246]
Mc 3, 17.
[←247]
Cfr. O. HOPHAN, Los Apóstoles (Litúrgica Española, Barcelona, 1957), pág. 103.
[←248]
Ibídem, pág. 140.
[←249]
Lc 9, 53.
[←250]
Cfr. 1 Io 3, 15.
[←251]
Mt 20, 21.
[←252]
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom 65, 2-4.
[←253]
Es Cristo que pasa, núm. 15.
[←254]
Cfr. T. CORBISHLEY, Cronología del NT, en «Verbum Dei», tomo III, 676 d.
[←255]
FRANCISCO DE QUEVEDO, Política de Dios y gobierno de Cristo, parte II, cap. XX.
[←256]
Act 10, 33-34.
[←257]
Cfr. Mt 12, 38-40.
[←258]
Cfr. Mt 27, 62-66.
[←259]
SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 26, 7-9 (PL 76, 1201-1202).
[←260]
Cfr. Io 11, 16.
[←261]
Cfr. Io 14, 1-6.
[←262]
SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Matth. homiliae, 33, 2.
[←263]
SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis sobre la fe y el símbolo (PG 33. 519-523).
[←264]
W. FERNÁNDEZ FLÓREZ, Las siete columnas, cap. III.
[←265]
Cfr. Don Quijote de la Mancha, I, cap. VI.
[←266]
Io 6, 70.
[←267]
Cfr. Mc 14, 9.
[←268]
Cfr. Io 12, 6.
[←269]
Cfr. O. HOPHAN, o. c., pág. 262.
[←270]
Mc 14, 11.
[←271]
Cfr. Mc 14, 18-21.
[←272]
Cfr. Ex 21, 32.
[←273]
Cfr. Lc 22, 47; Act 1, 16.
[←274]
Mc 14, 42.
[←275]
Camino, núm. 725.
[←276]
Amigos de Dios, núm. 67.
[←277]
Cit. en Práctica del amor a Jesucristo, de SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, pág. 100.
[←278]
SAN FRANCISCO DE SALES, Introducción a la vida devota, parte III, cap. X.
[←279]
PABLO VI, Enc. Populorum Progressio, núm. 27. En «Folletos Mundo Cristiano»,
núm. 46.
[←280]
SANTA TERESA, Camino de perfección, cap. XVII, núm. 5.
[←281]
Es Cristo que pasa, núm. 46.
[←282]
«Ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas.
Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema
divino, que Dios escribe con el concurso de nuestra libertad» (Ibídem, núm. 111).
[←283]
Á. DEL PORTILLO, Mons. Escrivá de Balaguer, testigo del amor a la Iglesia. En
«Cuadernos MC», núm. 6, págs. 23-24.
[←284]
Amigos de Dios, núm. 61.
[←285]
Lc 7, 36 s.
[←286]
Cfr. Mt 21, 31-32.
[←287]
Cfr. Ps 126, 5.
[←288]
Lc 8, 3.
[←289]
Camino, núm. 242.
[←290]
Cfr. Cantigas de Santa María, de Don Alfonso el Sabio, publicadas por La Real
Academia Española (Madrid, 1889), CLV, vol. II, pág. 220, col. 2.
[←291]
Cfr. Phil 3, 5-6.
[←292]
Cfr. Act 5, 36-37.
[←293]
Gal 1, 13-14.
[←294]
SAN AGUSTÍN, Sermo 382, cit. por HOLZNER, San Pablo, o. c., pág. 38.
[←295]
J. HOLZNER. o. c.
[←296]
Act 8, 1.
[←297]
Act 26, 9.
[←298]
Io 16, 2.
[←299]
D. J. O’HERLIHY, La vida de San Pablo, en «Verbum Dei», III, 664 f.
[←300]
Act 26, 17-18.
[←301]
Cfr. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. 2 de laudibus sancti Pauli [PG 50, 477-480].
[←302]
1 Tim 1, 12 s.
[←303]
1 Cor 15, 10.
[←304]
Amigos de Dios, núm. 255.
[←305]
Rom 11, 1-5.
[←306]
PABLO VI, Exhortac. apost. Gaudete in Domino, 9-V-1975.
[←307]
Amigos de Dios, núm. 257.
[←308]
Ibídem, núm. 263.
[←309]
Ibídem, núm. 272.
[←310]
Cfr. Nuevas Cartas de San Jerónimo, En «Cuadernos de Evangelio», núm. 16, págs. 53-
58.
[←311]
Phil 2, 15.
[←312]
Cfr. CONC. VAT. II, Apostolicam actuositatem, núm. 17.
[←313]
Cfr. 2 Reg 15, 29.
[←314]
Tob 1, 10-11.
[←315]
Nos dice Cervantes: «era cristiano y… estaba más obligado a su alma que a los respetos
humanos» (Don Quijote de la Mancha, I, cap. XXVIII).
[←316]
Act 18, 9-10.
[←317]
Cfr. Mc 14, 13.
[←318]
Cfr. Mc 14, 51 s.
[←319]
Act 13, 13.
[←320]
Act 18, 9.
[←321]
Act 4, 29.
[←322]
Eph 6, 19-20.
[←323]
2 Tim 1, 6-8.
[←324]
Act 15, 38.
[←325]
Philm 24.
[←326]
2 Tim 4, 11.
[←327]
1 Pet 5, 13.
[←328]
Cfr. Act 24, 24.
[←329]
Lc 21, 25-36.
[←330]
Cit. en «Mundo Cristiano», julio 1975, pág. 6.
[←331]
Cfr. Lc 9, 9; 23, 8.
[←332]
Cfr. Act 26, 2.
[←333]
Cfr. Act 22.
[←334]
Cfr. Io 3, 19.
[←335]
Es Cristo que pasa, núm. 150.
[←336]
Cfr. Ier 11, 3.
[←337]
Lc 23, 27.
[←338]
Act 20, 24.
[←339]
2 Cor 11, 28.
[←340]
Es Cristo que pasa, núm. 122.
[←341]
Cfr. 2 Tim 4, 6; 2 Cor 5, 8.
[←342]
2 Tim 1, 15.
[←343]
Cfr. 1 Tim 1, 20.
[←344]
2 Tim 4, 16-17.
[←345]
Cfr. Col 4, 14.
[←346]
Cfr. Act 14, 22.
[←347]
Ier 2, 13.
[←348]
Cfr. Ier 18, 4.
[←349]
Cfr. Is 35, 3-4.
[←350]
Amigos de Dios, núm. 92.
[←351]
Ibídem.
[←352]
Sap 30, 24-25.
[←353]
Camino, núm. 661.
[←354]
2-2, 28, 4 ad 1.
[←355]
2-2, 28, 36.
[←356]
Es Cristo que pasa, núm. 177.
[←357]
Ibídem.
[←358]
CONC. VAT. II, Nostra aetate, núm. 1.
[←359]
Es Cristo que pasa, núm. 177.
[←360]
Don Quijote de la Mancha, II, cap. XI.
[←361]
J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Las riquezas de la fe. En «Folletos Mundo Cristiano»,
núm. 119, pág. 25.
[←362]
CONC. VAT. II, Lumen Gentium, núm. 68.
[←363]
De las homilías de SAN AMADEO, obispo de Lausana.
[←364]
SAN JUAN DAMASCENO, Encom. in dormit. B. Mariae V.
[←365]
De la Antífona Virgo, Redemptoris Mater.
[←366]
Lumen Gentium, núm. 53.
[←367]
Cfr. Ibídem, núm. 62.
[←368]
Ibídem, núm. 68.
[←369]
SAN FRANCISCO DE SALES, Sermón de Pentecostés. En «Obras selectas de San
Francisco de Sales» (BAC, Madrid, 1953), I, página 406.
[←370]
Cfr. Est 4, 17 h. 17 z.
[←371]
Cfr. Est 7, 1-10.
[←372]
Amigos de Dios, núm. 293.