La Educacion Fisica Del Caballero Medieval

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ISSN: 0212-0267

LA EDUCACIÓN FÍSICA
DEL CABALLERO MEDIEVAL
Physical education of the medieval knight
Buenaventura DELGADO
Universidad de Barcelona

RESUMEN: LOS ejercicios y habilidades físicas exigidos al caballero medieval fueron


semejantes a los que se pedían al militar espartano, ateniense y romano. Debían ser ági-
les, fuertes, rápidos y diestros en el manejo de las armas a pie y a caballo.
Tan importante como una buena forma física era conocer la Historia cantada por
ayos y juglares en los momentos de ocio, a través de la cual se familiarizaban con las
tradiciones, leyendas, héroes nacionales y los paradigmas que distinguían a un pueblo
de otro. El abanico de héroes alabados y ensalzados de generación en generación eran
otros tantos modelos destinados a troquelar la personalidad colectiva de cada pueblo.
San Isidoro de Sevilla, Ramón Llull, el rey Alfonso X el Sabio y Don Juan Manuel
son los principales escritores interesados en ensalzar la figura del caballero y su educa-
ción. En los siglos XII, XIII, XIV y XV, e incluso en pleno renacimiento, se practican
juegos físicos de exhibición, en los que los caballeros buscan la fama y la fortuna: jus-
tas, torneos, juegos de tablados, juegos de cañas y pasos de armas, llamados también
«pasos honrosos», se practican con gran aceptación popular en la Europa occidental, en
la central, en el Imperio Bizantino y en el mundo musulmán.

ABSTRACT: The medieval knight was required to perform the same physical exerci-
ces and have the same capabilities as Spartan, Athenian and Roman soldiers. They had
to be agile, strong, fast and able to use weapons on foot as on horseback.
To be pysically fit was as important as knowing history as explained by tutors and
sung by jugglers in moments of leisure during which they learnt of legends, nationals
heroes and the paradigms that distinguish nations. All the heroes praised through ge-
nerations provide models shaped the collective personality of entire peoples.
San Isidoro de Sevilla, Ramón Llull, King Alfonso X the Wise and Don Juan
Manuel were the principal writers to exalt the figure of the knight and his education.
During the XII, XIII, XIV and XV centuries and including the Renaissance, there we-
re exhibitions of physical games, during which knights sought fame and fortune: jousts,
tournaments, staged games, games using canes and processions of arms called «pasos
honrosos» were undertaken with popular enthusiasm in Western and central Europe in
the Byzantine Empire and throughout the Moslem world.

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L A formación del caballero o militar de cierto rango en la Edad Media no fue


distinta a lo que había sido en siglos anteriores. Los ejercicios y habilidades
exigidos al soldado ateniense, espartano, persa, romano y medieval fueron se-
mejantes. Basta hojear los distintos tratados para comprobarlo. De Homero a
Jenofonte las distintas paideias presentan parecidos ejercicios tendentes a lograr los
mismos objetivos: agilidad, fuerza, rapidez, destreza en el manejo de las armas a pie
y a caballo.
Griegos y persas recomiendan el ejercicio de la caza, la equitación y en ocasiones
la navegación. Otro tanto acontece en la Edad Media en las diferentes culturas tanto
cristianas como musulmanas.
Dos eran las materias más importantes en la formación del caballero medieval: la
historia y la educación física. En la historia cantada por ayos y juglares se recogían
las tradiciones, las leyendas, los héroes míticos y el ethos que distinguía a un pueblo
de otro. El abanico de héroes transmitidos de generación en generación eran otros
tantos paradigmas, que troquelaban la personalidad colectiva, en sus distintas clases
sociales, y la distinguía de los demás. Los héroes nacionales transmitían unos valores
que todos aceptaban, para imitarlos o para admirarlos.

i. El precedente de San Isidoro

El amor a la historia se remonta en España a los tiempos de San Isidoro de Sevilla,


autor de un opúsculo sobre la educación de los príncipes, cuya paternidad se ha dis-
cutido, en el que se insiste en la importancia de los cantares de gesta, en los que se
ensalzaba las hazañas de los antepasados, costumbre propia de los pueblos godos y
germanos. En este tratado se dice lo siguiente:

Sed magis praecinere carmina maiorum quibus auditores prouocati ad glo-


riam excitentur1.

Es la misma idea expresada por Platón en su República, según la cual, los futuros
soldados deberán oir cantar las gestas de los antepasados, a fin de estimularse mejor
para la gloria. Otro tanto hicieron los romanos, los musulmanes y aconseja hacer
Alfonso el Sabio en la segunda Partida, tít. XXI, ley XX 2 .
La importancia de la educación física del caballero es evidente. Podía ser igno-
rante, zafio y analfabeto, pero no torpe en el manejo de las armas, o con una consti-
tución física deficiente. Un rey de León perdió su corona porque su obesidad le im-
pedía montar a caballo. Marchó a Córdoba, se sometió a régimen de adelgazamien-
to y pudo montar a caballo, recuperando con ello su corona.
El programa previsto por San Isidoro en la obra mencionada es el más extenso de
la etapa medieval hispánica. Pide que la educación física sea capaz de configurar una
«adecuada figura varonil de los miembros, un cuerpo endurecido y brazos podero-

1
IsiDORUS, Institutiones disciplinae. Reproducido y comentado por José MARTÍNEZ VÁZQUEZ,
«Sobre el origen hispano-visigodo de las Institutionum disciplinae», en Faventia i (1979) pp. 35-36.
2
Ver B. D E L G A D O , «La educación del caballero en la Edad Media», Las abreviaturas en la enseñanza
medieval y la transmisión del 5¿*¿er.Barcelona, Publicacions Universitat de Barcelona, 1990, pp. 339-345.

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sos», a la vez que un «ánimo esforzado». Para ello habría que acostumbrar al futuro
caballero a subir y bajar montañas, a navegar y remar, a luchar, a correr y a saltar, a
lanzar la jabalina, a montar a caballo y a cazar, actividad muy semejante a la militar
y practicada a lo largo de los siglos, como la mejor manera de mantenerse en forma.

2. La caballería durante los siglos XI-XIII

La irrupción de la burguesía rompió el viejo esquema social de oratores, aratores


y bellatores. En Francia, Inglaterra, Alemania y España aparecieron bandas de iuve-
nes caballeros recién armados, que vagan de un sitio para otro en pandillas, en busca
de aventuras, fama y riquezas, que les conduzcan a un matrimonio ventajoso y una
situación económica estable. Ser caballero como los nobles será el título más apre-
ciado por la «gente nueva urbana»3.
Estas cuadrillas facciosas de caballeros nómadas se convirtieron en un auténtcio
peligro público, que obligó a la Iglesia a intervenir y a suavizar las costumbres de los
caballeros. Superado el siglo X —llamado el siglo de hierro de la Iglesia y los terro-
res milenaristas-, el gran papa Gregorio VII tomó una serie de iniciativas reformis-
tas, apoyándose en la poderosa orden benedictina, a la que él mismo pertenecía. La
caballería también fue reformada, cambiando poco a poco de mentalidad y de cos-
tumbres. Las cruzadas fueron una solución para canalizar el afán de aventuras y las
energías sobrantes de los caballeros.
En el De laude novae militae de San Bernardo, se distinguen dos tipos de caba-
llería: la caballería secular y la caballería eclesiástica, a la que pertenecen los templa-
rios y otras muchas órdenes religiosas, que se dedican al ejercicio profesional de mi-
litares ligados con votos canónicos. «La muerte en batalla —dice— es mucho más
preciosa y gloriosa», «y si la causa del que lucha es buena, el éxito está asegurado»4.
No cabe duda alguna que los cristianos repitieron e imitaron las razones y promesas
teológicas que llevaron a los musulmanes a la guerra santa.
El sermón del papa Urbano II en el concilio de Clermont (1095), en vísperas de la
primera cruzada, enumera con toda crudeza la lista de los desmanes cometidos por
esta caballería pendenciera que asiste al concilio:

«Despedazáis a los demás y os destruís entre vosotros. Abusáis de los me-


nores y robáis a las viudas; sois homicidas, sacrilegos y conculcadores del de-
recho ajeno; derramáis la sangre de Cristo para robar y para cobrar un salario;
así como los buitres huelen los cadáveres, vosotros observáis y seguís las gue-
rras de tierras lejanas (...). Más razón hay para luchar por vuestra Jerusalén que
los antiguos judíos y para que luchéis y expulséis a los turcos, que son más
abominables que los jebuseos (...). Es hermoso morir por Cristo en la misma
ciudad en que Cristo murió por vosotros»5.

3 Franco C A R D I N I , «El guerrero y el caballero», en Jacques LE GOFF, El hombre medieval Madrid,


Alianza Editorial, 1990, pp. 102-103.
4 ML 182, col. 922.
5 ML 151, col. 567.

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En otra arenga pronunciada en el mismo tono les dice el papa:

«Marchad y el Señor estará con vosotros. Volved las armas que ilícitamente
usasteis en vuestros crímenes contra los enemigos de la fe y el nombre de
Cristo. Purificad vuestros hurtos, incendios, rapiñas, homicidios y todo lo que
aparta del reino de Dios y provoca la ira divina, en su servicio, a fin de que es-
tas buenas obras merezcan el rápido perdón a vuestros delitos»6 .

La intervención de la Iglesia puso cierto freno a los desmanes de los caballeros y


suavizó la barbarie y crueldad de su comportamiento: cruzadas, treguas y juicios de
Dios, intervención en la ceremonia de investidura del caballero y en su juramento,
canalización hacia causas justas (servicio a la Iglesia, a la república y a los débiles)
fueron otras tantas iniciativas beneficiosas. En recompensa se dota a los caballeros de
grandes privilegios y se codifican sus derechos y obligaciones, tal como se indica en
el Polycratus de Juan de Salisbury.
El mundo del caballero dio lugar a una extensa literatura en la que se ensalza su
figura, se cantan sus hazañas y se tipifica la formación pedagógica que desde peque-
ño ha de adquirir. Intentaré presentar los autores y textos más significativos relativos
a la educación física, dejando de lado el ejercicio de la caza, que extendería más de lo
razonable este trabajo.

3. Las escuelas de caballeros

La palabra «escuela» en los siglos XIII-XIV, significa, además de lugar donde se


va a aprender, el grupo o séquito de un señor. En algunos casos la schola palatina no
es sino la corte y seguidores de un caballero. Esta schola podía ser de rey o de caba-
llero. En ambas se educaban los futuros caballeros, los criados, las dueñas, adminis-
tradores, etc.. Por debajo de los reyes y de los ricos omnes, existía una segunda no-
bleza llamada en Castilla infanzones y en Aragón mesnaderos?, que solían educar en
su casa a algunos escuderos. El Cid pertenecía a esta clase social y educó en su casa a
Muño Gustioz 8 y a otros muchos jóvenes?.
Ramón Llull propuso en vano la creación de escuelas de formación de caballeros,
en las que se impartiese una adecuada educación cristiana, literaria y militar, inten-
tando casar las armas con las letras y evitando con ello que los caballeros fueran tan
incultos respecto a los letrados. Si estos tenían bien organizadas sus escuelas y uni-
versidades, ¿por qué no debían tenerlas también los caballeros?
De acuerdo con el esquema gremial, los caballeros siguieron aprendiendo su pro-
fesión como el resto de los profesionales, al lado de un maestro en ejercicio, en su ca-
so al lado de otro caballero.

6
Ibid. col. 570.
7 Unos y otros «son caualleros que de luengo tienpo et por sus buenas obras fizieron les los senno-
res mas bien et mas onra que a los otros sus eguales; et por esto fueron mas ricos et mas onrados que los
otros caualleros. Et los que son dichos infanzones derecha mente son de solares ciertos. Et estos casan sus
fijas con algunos de aquellos ricos omnes que desuso vos dixi» (Juan MANUEL, Libro de los estados. I, cap.
X C , Edición de J. Manuel BLECUA, Madrid, Gredos, 1982,1, p. 388).
8
Cantar de Mió Cid, v. 737 y 2902.
9
Ibid., v.2514

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Era costumbre entre los nobles, incluidos los reyes, confiar a sus hijos varones a
un ayo o pedagogo, caballero respetable y leal a su señor, que se dedicaba a educar a
un grupo de muchachos llamados donceles o escuderos. Las Partidas enumeran las
principales virtudes que debe tener el escudero: limpieza, apostura, fortaleza y cruel-
dad en el campo de batalla10.
En el Libre qui és de VOrde de Cavalleria (1275), transmite su autor Llull el códi-
go de conducta del caballero, los valores y las misiones que por su profesión le com-
peten. Sin duda es el tratado más importante de su género en la península por varias
razones: por su antigüedad, por su extensión y por haber influido en autores poste-
riores que escriben sobre el mismo tema, sobre todo, en el rey Sabio y en el infante
Don Juan Manuel.
Estas son las actividades físicas que debe practicar el caballero, según el sabio pe-
dagogo mallorquín:
Deu correr cavall, homar, lançar a taulat, anar ab armes, tornéis, fer taules re-
dones, esgrenir, cacar cervs, orses, senglars, leons, e les otres coses semblants a
aqüestes que son of ici de cavalier; car per totes aqüestes coses se acostumen los
cavaliers afets d'armes e a mantenir Vorde de cavalleria11.
Los distintos ejercicios podían hacerse con o sin armas, a pie o a caballo. Cuando
se hacían con armas, éstas podían ser a ultranza (à outrance), es decir, armas reales, o
«armas corteses» (à plaisance), ésto es, con espadas romas, lanzas sin puntas de hie-
rro, etc., pensadas para no herir al antagonista.
En el Cantar de Mío Cid se dice «tener las armas» y «jugar las armas», refirién-
dose al ejercicio o juegos de exhibición. En este segundo caso hay una fiesta o acon-
tecimiento que celebrar12, una persona importante a la que festejar^ o despedir^. En
una ocasión exclama el autor entusiasmado:
«Dios, qué bien to vieron armas el Cid e sos vasallos! Tres caballos comeó1*
el que en buen ora nascó»16.

Además de estos ejercicios que se hacen por su directa relación con la actividad
guerrera, había otros muchos juegos que se hacían por su exclusiva dimensión lúdi-
ca y que podían ser realizados por todas las clases sociales. Aparecen recogidos en el
Libro de los juegos de este monarca (1283), según veremos enseguida.

4. La aportación de Alfonso el Sabio

El rey castellano transmite en sus distintas obras el ideal de caballero encarnado


en su padre Fernando III. He aquí un texto en el que se enumeran las habilidades

10
Partida II, Tít. XXI, Ley XIII.
11
R. LLULL Obras essentials, Barcelona, Editorial Selecta, 1957 I> Ρ· 531·
12
V. 1602 y 2243
J
3 V. 2887 y 2896
*4 V. 2613 y 2687. Estas observaciones se deben a R. Menéndez Pidal, en su edición, introducción y no-
tas del Poema de Mió Cid, Madrid, Espasa-Calpe, 1966, p. 193, nota 1577.
*5 Cambió,
rá Versos 2243 y 2244.

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propias del caballero: Tras afirmar que era mañoso en todo lo necesario del caballe-
ro, dice:

«El ssabíe bien boffordar e alançar e tomar armas e armarse muy bien e mu-
cho apuestamiente. Era muy sabidor de cacar toda caca; otrosí de jugar tablas e
ascaques e otros juegos buenos de muchas maneras; e pagándose de omnes can-
tadores e sabiéndolo él ffazer; et otrosí pagándose de omnes de corte que ssabí-
an bien de trobar e cantar, e de joglares que ssopiesen bien tocar estrumentos;
ca desto sse pagaua él mucho e entendía quién lo ffazían bien o quién non»1?.

Sin duda esta afición a la música y al canto y a la poesía la heredó su hijo Alfonso.
El Libro de los juegos se escribió en Sevilla, en 1283. Los hombres, nos dice el au-
tor de las Cantigas, han inventado «muchas maneras de iuegos et de trebeios con que
se alegrassen»18. Unos son juegos a caballo, otros a pie y otros sedentarios.

Juegos a caballo
— cabalgar
— boffordar o bohordar1?
— alancear con escudo y lanza
— tirar con ballesta o arco
— otros
Juegos a pie
— esgrimir
— luchar
— correr
— saltar
— lanzar piedras o dardos
— pelota
— otros
Juegos sedentarios
— ajederez
— tablas
— dados

Todos los juegos han de producir alegría sin excluir aquellos que se realizan para
fortalecer los músculos. Todos los juegos, añade el rey son muy buenos, cada uno en
su tiempo y en su lugar conveniente. Los sedentarios poseen la ventaja de que los
pueden realizar las mujeres que viven encerradas y los hombres viejos y flacos, los
prisioneros y cautivos, los marineros, etc..
Al referirse el rey al juego de pelota dice escuetamente «ferir pelota». «Ferir», en
los diversos textos que recoge Martín Alonso en su Diccionario Medieval Español20,

τ
7 ALFONSO E L SABIO, Setenario. Edición e introducción de Kenneth H.Vanderford. Estudio preli-
minar de Rafael Lapesa. Barcelona, Edit. Crítica, 1984, p. 13.
18
En R. M E N É N D E Z PlDAL, Crestomatía del español medieval. Madrid, Gredos, 1966, II, p. 249.
19
Lanzar a un tablero la lanza.
20
Universidad Pontificia de Salamanca. Salamanca, 1986, II, p. 1136.

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tiene el significado de golpear y pegar. ¿De cuántas maneras se podía golpear la pe-
lota?, o dicho de otro modo, ¿cuántos juegos se hacían con pelota?.
Uno de ellos era el béisbol, como se recoge en el Libro de Apolonio, escrito hacia
1250. Como es sabido se trata de una novela de aventuras de tema oriental escrita por
un autor anónimo del mester de clerecía, para el público castellano de la época.
Apolonio, futuro rey de Tiro, es uno de tantos héroes en el que tienen su nido todas
las virtudes: valentía, justicia, lealtad, cultura, cortesía y espíritu deportivo. Un día
juega a la pelota con otros donceles, demostrando gran habilidad, como si hubiera
aprendido el juego desde niño:

«La hacía ir derecha si la da con el palo,


cuando la recibía no sale de su mano;
era para el deporte ágil, era liviano.
Cualquiera entendería que no era villano»21.

El rey, que era «de vuenas mañas» y buen deportista, lo ve jugar:

«Miró a todos y a cada uno cómo jugaba,


cómo da a la pelota, cómo la recobraba;
vio entre la muchedumbre que espesa caminaba
que toda la ventaja el pobre la llevaba»22.

5. Justas y torneos

Las justas y los torneos se hacían en campo acotado ante unos jueces, un público
apasionado y de acuerdo con unas normas establecidas de antemano. La justa era una
pelea o combate entre dos caballeros a caballo con lanza. Los torneos solían ser ba-
tallas con mayor número de participantes. Eran juegos de naturaleza militar en los
que se utilizaban armas de madera^, sin espada ni lanza y con el vestido ordinario.
Probablemente «el torneo nació pronto, como forma de preparación para la guerra
(...). El torneo inunda la literatura caballeresca con las nubes de polvo levantadas por
los cascos de los caballos, con los gritos de los participantes, con el clamor del pú-
blico, con las llamadas de los heraldos, con el fragor de las armas que chocan y de las
lanzas que vuelan hechas pedazos hacia el cielo»24.
En estos ejercicios de exhibición ante un público amante de la fiesta y enamora-
do de sus héroes combatientes, nunca faltaba la carrera de velocidad con caballos li-
geros. Es el correr cavall de Llull y las carreras del Cid con Babieca ante las murallas
de Valencia, en honor de Doña Jimena y sus hijas, o ante Alfonso VI y su corte, en
los prados de Burgos, ante la admiración de todos.
Los torneos no siempre se desarrollaron con deportividad. Debió haber juego su-
cio, venganzas, rencillas, violencia y accidentes mortales. Los abusos obligaron a in-

21
Libro de Apolonio, estrofa 146. Versión de Pablo Cabanas. Madrid, Editorial Castalia, 1982, p. 62.
22
Ibid., est. 148, p. 62
2
3 «Armas de fuste», dice el v. 1586 del Cantar de Mío Cid.
2
4 Franco C A R D I N I , «El guerrero y el caballero», El hombre medieval^ ob. cit., p. 105.

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tervenir a la Iglesia. Inocencio II condenó, en 1130, los torneos ya arraigados en la


Europa occidental, en Palestina, Bizancio y en el mundo musulmán, por considerar-
los ferias de exhibición de fuerza y de temeridad. Pocos años después (1139), el II
Concilio de Letrán confirmó la condena y prohibió enterrar en sagrado a quienes
murieran en torneo. Juan XXII, en 1316, levantó las sanciones contra los torneos, de-
bido a que habían perdido la ferocidad anterior.

6. El juego de los tablados

Los tablados eran castillos de tablas a los que los caballeros debían derribar, lan-
zándoles sus lanzas desde sus caballos. Es el ejercicio del lançar a taulat luliano, jue-
go practicado en el siglo XII, según testimonio de Mío Cid:

«Todas las sus mesnadas en gran deleyt estavan,


armas teníen e tablados crebantavan»2*.

Para celebrar las bodas con los Infantes de Carrión,

«fizo mió Cid fincar siete tablados:


antes que entrassen a yantar todos los crebantaron» 26 .

Suele emplearse la expresión de lanzar o arrojar «bohordos» a los tablados: «E


después de comer caualgaron los caualleros e fueron a jugar e a bohordar como so-
lían»2?. En otro lugar:

«Fizóle armas a su medida, e facíale cabalgar e bohordar


por el campo»28.

En los romances caballerescos se hallan huellas de estos juegos deportivos, en los


que se acrisolaba la fama y habilidad de los jóvenes nobles. La tragedia de los siete
infantes de Lara y de su educador Ñuño Salido comienza en un juego de este tipo:

«En el arenal del río


esa linda doña Lambra,
con muy grande fantasía,
altos tablados armara;
tiran unos, tiran otros,
ninguno bien bohordaba.

Gonzalo, el menor de los infantes de Lara, sale de su palacio e intenta derribar el


castillo que se mantiene en pie, sin que ningún caballero lo derribe. Esta es la des-
cripción del juego:

2
5 Mío Cid, v. 1601 y 1602
26
Ibid., ν. 2249 y 2250. El mismo ejercicio en v. 2613.
2
7 G. Conquista de Ultramar, c.1295. Citado en M. ALONSO, Diccionario..., ob. cit., I, p. 534.
28
Amadís de Gaula, c.1496. En M. ALONSO, Diccionario..., ob, cit., p. 534.

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Llega a la plaza al galope,


pedido había una vara,
y vido estar el tablado
que nadie lo derribara;
alzóse en las estriberas,
con él en el suelo daba»2?.

7. Juego de cañas

Una de las alusiones más antiguas respecto a este juego se halla en el Libro de
ApoloniOy en el que se describe el rey de Tiro como buen deportista que disfrutaba
con las hazañas deportivas conseguidas con sus cortesanos. Uno de los juegos prac-
ticados era éste de cañas, como dice el autor anónimo:

«todos consigo, cañas


y varas rectas traen, muy bien hechas, extrañas»3°

Sebastián de Cobarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana, indica que este


juego es muy popular en España y está minuciosamente descrito en la Eneida. Se lla-
ma «juego troyano», por su origen y es un simulacro de lucha a caballo. «Primero
desembaraçan la plaça de gente, haze la entrada con sus quadrillas distintas, acome-
ten, dan buelta, salen a ellos los contrarios», etx^1.
Abundan los testimonios literarios sobre este juego. Tras la conquista de
Antequera y las treguas firmadas con el rey de Granada, se realizaron fiestas y bodas
en Sevilla con los caballeros que acudieron: «Obo muchos juegos de cañas, e mucho
placer», sintetiza Alvar García de Santa María, en su Crónica de Juan II de Castillan.

Martín Alonso, en su repetidamente citado Diccionario, incluye varios textos re-


lativos a este popular juego:

«Cantava e tañía bien, e aun en el justar e juegos


de cañas se auia bien33.

En el Cancionero de Baena (c. 1406-1445) se dice:

«Trastorné tierras estrañas


con grant cobdicia e deseo
de mirar el grant torneo
justas e juegos de cañas»34 .

29
R. M E N É N D E Z PlDAL, Flor nueva de romances viejos. Buenos Aires, Espasa-Calpe, 13a edic, i962,
9
PP- 5y97-
3° Libro de Apolinio, ob. cit., p. 62
31 S. COBARRUVIAS, Tesoro... Madrid, México, Ediciones Turner, i9y9
3 2 Edición de Juan de Mata Carriazo. Real Academia de la Historia. Madrid, i982, p. 4O8.
33 Pérez de GUZMÁN, Generaciones y semblanzas (145O-55).
34 Citado por M. Alonso, Diccionario..., «caña», p. 611.

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Y, por último, en la Crónica de D. Alvaro de Luna (c. 1453), se alude a treinta ca-
balleros que «jugaron cañas».

8. El Paso de las armas

Una variante de los juegos de exhibición a caballo y con lanza era el «paso de ar-
mas» (pas d'armes en Francia y tournei a sogetto en Italia). Se les llamó también «pa-
sos honrosos». Si en los torneos luchaban grupos de caballeros divididos en equipos,
el paso de armas era una variante de la justa, en la que combatían sólo dos antago-
nistas. Fue famoso el Passo honroso mantenido por Suero de Quiroga a la salida de
la ciudad de León, cerrando el paso a los caballeros que se dirigían a Santiago de
Compostela, en el puente sobre el Órbigo. Hizo un voto de quebrar 300 lanzas du-
rante catorce días, ayudado por diez mantenedores35.
El Paso honroso, afirma Martín de Riquer, nació en la casa del condestable Alvaro
de Luna como respuesta al Passo de la Fuerte Ventura organizado anteriormente por
don Enrique de Aragón.
En estos pasos siempre hay jueces, que son caballeros ancianos experimentados,
reyes de armas, heraldos, trompetas, notarios que levantan acta de lo sucedido y un
nutrido público de damas y caballeros. Son auténticos espectáculos deportivos, lle-
nos de colorido y de alardes viriles, a los que acuden los caballeros jóvenes deseosos
de darse a conocer y los experimentados para conservar y acrecentar su prestigio36.
El cebo suele ser un lugar muy transitado, una fuente, una doncella, un árbol, o un
ave de cetrería, según indica Riquer.
Además de Suero de Quiñones y Lope de Estúñiga, principales mantenedores del
Passo Honroso de León, fueron famosos Juan Niño y Pero Niño, héroe del
Victorial, los catalanes Franci Desvalls y Riambau de Corbera, que midieron valien-
temente sus armas con los castellanos de León, don Alvaro de Luna y Diego Valera.
Este último, según juicio de Menéndez Pelayo, era «aventurero político, en cuya vi-
da andan mezcladas empresas de caballería andante con planes de arbitristas, fecho-
rías de corsario y habilidades de periodista de oposición»37.
Diego Valera, famoso justador y empedernido arbitrista, se crió en la corte de
Juan II de Castilla como doncel. Asistió con los demás donceles a la expedición al
reino de Granada de 1431 y a la batalla de Higueruela. En 1437 inició su etapa de aven-
turas por Europa, llevando cartas de presentación, como era costumbre, de su rey, en
Francia y Praga. Escribió un tratado titulado En defensa de virtuosas mujeres, dedi-
cado a la reina María de Castilla y León38, un Espejo de verdadera nobleza, destina-
do al rey Juan II, apoyándose en materiales de Aristóteles, San Agustín, Santo
Tomás, Valerio Máximo, etc. Es autor también de un Cirimonial de Príncipes y un
Doctrinal de Príncipes dedicado al rey Fernando de Castilla y Aragón39.

35 Sólo se rompieron 177 lanzas frente a 68 aventureros españoles, portugueses y algunos extranjeros.
3 6 M . DE RlQUER, Caballeros andantes españoles. M a d r i d , E s p a s a - C a l p e , C o l . A u s t r a l , i967, p . 59.
37 Antología de poetas líricos, M a d r i d , 1944, I I , p . 22O (según cita de M a r i o P e n n a , B A E , 116, M a d r i d ,
i9 5 9,p.XCIX).
3¿ BAE, 116.
39 Es un breve tratado sobre las principales virtudes del rey.

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LA EDUCACIÓN FÍSICA DEL CABALLERO MEDIEVAL
BUENAVENTURA DELGADO
?!

De esta misma época de mediados del siglo XV son otros numerosos caballeros
amantes de las letras y de las aventuras, en mayor o menor medida, que dejaron tra-
tados sobre la educación del caballero. N o puede olvidarse a Alfonso de Cartagena
(1384-1456), autor del Doctrinal de caballeros (Burgos, 1487), inspirado fundamental-
mente en las Partidas; El VictoriaL Crónica de don Pero Niño (c. 1448), debido a
Gutiérrez Diez Games, que es un verdadero tratado del ideal caballeresco; a Alfonso
de Palencia (1432-1492), amigo y familiar de Alfonso de Cartagena, en cuya casa se
educó y vivió hasta los diecisiete años, en que marchó a Italia, donde aprendió hu-
manidades y griego con el célebre cardenal Bessarión y otros maestros famosos; a
Fernando del Pulgar, a Iñigo López de Mendoza...
En resumen, los caballeros medievales, a medida que avanza el humanismo y se
produce la simbiosis de las armas y las letras, pierden la fiereza de los siglos ante-
riores y se humanizan progresivamente. Siguen, no obstante, conservándose los
ejercicios tradicionales y la permanente puesta a punto, bien para la guerra, siempre
probable, bien para los festivales de exhibición: justas, torneos, pasos de armas, due-
los, etc.
El carácter lúdico y popular de estos juegos deportivos no evitaban el riesgo de
accidentes, en ocasiones, mortales, razón por la que la Iglesia los vio con poca sim-
patía y se opuso a ellos con sus condenas, que la presión social y la afición a los mis-
mos volvieron inútiles.
El mito del caballero andante sobrevivió siglos después de que las nuevas armas
y estrategias militares introducidas en el arte de la guerra lo habían convertido en un
puro anacronismo. Poco podía hacer la bravura del caballero ante el arco, la ballesta
y la pólvora generalizados a lo largo del siglo XV. Sobrevivió, no obstante, con toda
su fuerza en las innumerables novelas de caballería y en la memoria popular. Tirant
lo Blanc y don Quijote de la Mancha sólo podían «meter las manos hasta los codos
en esto que llaman aventuras» para delicia de sus admiradores.

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