El Rol Del Estado en Las Teorias Del Des

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1.

El rol del Estado en las teorías


del desarrollo económico
PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

La teoría del desarrollo económico surge a finales de la Segunda Guerra


Mundial con el propósito de ayudar a los países menos avanzados –deno-
minados “países en desarrollo”– a alcanzar objetivos de desarrollo. En el
contexto de reconstrucción de posguerra, los países vencedores se prepa-
raban para crear las instituciones y políticas económicas que permitieran
un adecuado funcionamiento del sistema económico mundial. El principal
impacto buscado era evitar las recurrentes crisis económicas y garantizar
que las necesidades básicas de la población pudieran ser satisfechas.
Más de medio siglo después, las teorías han evolucionado y han
variado los ejes sobre los que discurren. Si bien existen tradiciones teó-
ricas que lo creen prescindible, en la mayoría de las corrientes el Estado
ha sido considerado central para el proceso de orientación y planifica-
ción del desarrollo. En este contexto, el objetivo del presente trabajo es
revisar el rol que ha ocupado el Estado en la teoría del desarrollo econó-
mico desde sus orígenes hasta la actualidad. El ensayo está organizado
de acuerdo con una revisión cronológica de la literatura.

EL ROL DEL ESTADO EN LOS ORÍGENES DEL DESARROLLO ECONÓMICO

Los orígenes de las teorías del desarrollo económico pueden encontrarse


en un período que abarca desde principios del siglo xx hasta la década de
1940, donde se destacan principalmente cuatro influencias importantes.
La primera viene del aporte realizado por el economista austríaco Joseph
Schumpeter, quien se pronunció largamente acerca de la problemática
del desarrollo, sobre todo en su trabajo Teoría del desarrollo económico
–escrito en 1911– y en Capitalismo, socialismo y democracia –publicado
en 1942–. Para este autor, el capitalismo es un método de cambio econó-
mico dinámico que nunca puede ser estacionario y cuya principal carac-
terística constituye su proceso de “creación destructiva”. Este análisis le
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adjudica a la figura del empresario/a innovador el rol central de impulsor


del proceso, como un agente que consigue imponer sus innovaciones en
un medio ambiente adverso, signado por la competencia y la destrucción
creativa. Schumpeter entendía que el rol del Estado excede al ejercicio
de la política fiscal y debe garantizar las condiciones para que el proceso
se desenvuelva. Schumpeter mostró escaso interés por los problemas
de los países que, con menor nivel de acumulación, muestran una diná-
mica económica muy diferente de los países industriales avanzados y no
logran un ritmo de crecimiento sostenido (Reinert, 2006).1
La crisis económica mundial de 1930 mostró las profundas debi-
lidades del sistema capitalista y puso en duda la capacidad del mercado
de resolver por sí mismo la reproducción de las condiciones de vida de
la sociedad, en el mismo momento en que un sistema económico alter-
nativo parecía consolidarse y convertirse en una seria amenaza para
un capitalismo en crisis. El rol de los estados durante el ascenso del
fascismo y el nazismo en el período de entreguerras, así como su papel
de agente activo del New Deal y de los primeros intentos de sustituir
importaciones en la periferia capitalista, hacía vislumbrar un panorama
muy distinto al de los años anteriores a la crisis. En este contexto, surge
la figura de John Maynard Keynes con su célebre Teoría general de la
ocupación, el interés y el dinero de 1936, que revolucionó la concepción
vigente en los círculos académicos y políticos sobre el papel que debía
cumplir el Estado y su lugar en el proceso económico. Si bien no se ocu-
pó específicamente de los problemas del desarrollo económico, sino que
su objetivo principal era solucionar las dificultades relacionadas con el
desempleo mediante la intervención activa del Estado, su obra modificó
en gran medida el modo de analizar el rol del Estado en el campo de la
economía convencional. Un ejemplo de su influencia puede verse en que
su modelo sirvió de base para los posteriores desarrollos de los modelos
de Harrod y Domar, fundamentales para el surgimiento del crecimiento
económico como una subdisciplina de la economía. Si bien los debates
sobre las potencialidades de crecimiento del producto podían parecer
vinculados con la temática del desarrollo, se verá más adelante que las
preocupaciones eran ciertamente diferentes.2

1 Erik Reinert señala que las ideas schumpeterianas pueden ser usadas para entender la evo-
lución el problema del subdesarrollo, pero reconoce que hasta el momento solo han sido
utilizadas para estudiar los problemas de crecimiento de las naciones industrializadas.
2 Entre otras cuestiones, el rol del Estado –claramente definido en el sistema keynesiano–
aparece en la disciplina del crecimiento económico de forma mucho más difusa.
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 27

Durante la Segunda Guerra Mundial, la preocupación por el de-


sarrollo quedó en suspenso hasta que los acuerdos de Bretton Woods
dieron origen a las Naciones Unidas, una nueva organización que re-
emplazó a la fracasada Sociedad de las Naciones, cuya aparición puede
ser señalada como la tercera influencia importante. En el marco de las
Naciones Unidas surgirán las diferentes comisiones económicas para
las distintas regiones del globo que buscarán atender las necesidades de
los países en desarrollo con arreglo al nuevo orden de posguerra, y en el
marco del mundo bipolar de la Guerra Fría. El Estado será considerado
como el actor llamado a promover el gran empujón que permita a los
países “atrasados” alcanzar los niveles de crecimiento del producto de
los países “desarrollados”. La estrategia habitual será procurar llevar
adelante en los primeros países un proceso de industrialización similar
al que permitió a estos últimos alcanzar sus propios niveles de produc-
ción. La clave del desarrollo se encontraba en este punto y –con el auge
de la naciente macroeconomía y los sistemas de cuentas nacionales– se
podía contar además con la información necesaria a nivel agregado y
sectorial para llevar a cabo con éxito el programa. Las y los economistas
comenzaban a preocuparse por la posibilidad de estudiar la evolución
de las variables macroeconómicas –como el producto, el ahorro y la in-
versión a largo plazo–, lo que constituía la teoría del crecimiento econó-
mico, una disciplina que iba a evolucionar en forma paralela a la teoría
del desarrollo aunque, por cierto, con pocos puntos de contacto.3
Por último, la cuarta influencia que puede ser considerada para
analizar el rol del Estado en el desarrollo económico es la corriente
marxista, cuyos aportes están más vinculados a los análisis de las clases
sociales y de la apropiación del excedente por el capital. Según esta
visión a finales del siglo xix, solo a partir de una economía capitalista
desarrollada –de cuyas contradicciones internas surgiría como necesi-
dad la superación de las relaciones de producción capitalistas– podría
emerger la sociedad comunista. A pesar de este análisis, el primer in-
tento de construcción de una sociedad socialista es el de Rusia en 1917.
La situación de Rusia a principios del siglo xx no se correspondía con
este diagnóstico y la necesidad de superar el “atraso” de la economía
soviética con respecto a los países occidentales llevó al gobierno de la

3 El intento pionero de Harrod (1939) y Domar (1946) de llevar el modelo de Keynes a largo
plazo y las contribuciones de Solow (1956) colocaron los cimientos de una disciplina que
pondrá el énfasis en encontrar las condiciones para incrementar el producto, más que en el
desarrollo económico entendido en un sentido amplio.
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Revolución de Octubre a tratar de acelerar el “desarrollo de las fuerzas


productivas”. Los planes quinquenales de la década de 1920 son los
primeros intentos de conducir la acumulación de capital desde el propio
Estado, mientras que en el resto del mundo el liberalismo económico se
desacreditaba de manera acelerada –la crisis del 29 terminará dándole
el golpe de gracia–. Los debates en torno a las tasas de inversión y de
acumulación de capital necesarias para producir el desarrollo económi-
co en la esfera de los países socialistas representaban un serio desafío a
los principios del capitalismo, en tanto la crisis afectó seriamente a los
principales países capitalistas, que no podían garantizar la continuidad
de la acumulación dejando que el mercado opere libremente. Hasta la
crisis de los años treinta no se había discutido seriamente el lugar que
debía tener el Estado en la economía, aunque en los hechos su presencia
condicionó y encuadró la evolución del capitalismo desde sus orígenes.4
Estaba claro que el Estado, como actor principal de la economía, en tan-
to monopolizador de la fuerza dentro del territorio, impulsor de obras
públicas, generador de empleo, garante de los derechos de propiedad
–es decir, de las relaciones sociales capitalistas–, no podía quedar al
margen de la crisis de la sociedad.
Como puede desprenderse del análisis de las cuatro principales
influencias en los orígenes de la teoría del desarrollo económico, en la
mayoría de las corrientes el Estado debía cumplir con un rol importante y
sus tareas específicas variaban de acuerdo con las particularidades de las
teorías económicas. La única excepción dentro de la teoría provenía de
las ideas pioneras de Schumpeter, según las cuales el rol del Estado no era
relevante y era reemplazado en parte por el empresariado innovador.

LOS AÑOS CINCUENTA: AUGE DE LAS TEORÍAS DESARROLLISTAS

En la década de 1950 surgen múltiples propuestas que tienen como ob-


jetivo prioritario el desarrollo económico y otorgarle un rol central al
Estado. Un punto de partida de estas teorías lo encontramos en la idea
de industrialización planificada, avanzada por el economista de cuño
keynesiano Paul Rosenstein-Rodan, quien defendía la idea del big push
o “gran empujón” del Estado. Según el autor, el Estado debe realizar una

4 La constitución simultánea del Estado y del mercado en la transición del feudalismo al ca-
pitalismo está excelentemente documentada en el trabajo clásico de Karl Polanyi, La gran
transformación, de 1944.
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 29

inversión pública significativa en numerosos sectores para suplantar


la insuficiencia de la demanda, que busque no solo equilibrar el ciclo
económico en el corto plazo –como decía Keynes–, sino un crecimiento
equilibrado que opere en el largo plazo. La baja inversión del sector
privado en el sector moderno, donde se obtienen economías de escala,
debe ser compensada por el Estado (Krugman, 1996: 725). En esa misma
línea encontramos a economistas como Ragnar Nurske, Arthur Lewis,
Hans Singer y Gunnar Myrdal (Arndt, 1981: 64).
En 1952, Ragnar Nurske desarrolla sus argumentos en el artículo
“Some International Aspects of the Problem of Economic Develop-
ment”, publicado en la American Economic Review y luego en 1953 en
Problems of Capital Formation in Underdeveloped Countries. En estos
trabajos señala que el centro del problema del desarrollo es la forma-
ción del capital y que la pobreza es el resultado de un “círculo vicioso”
donde influyen tanto factores relacionados con la demanda como con
la oferta (falta de capital, ahorro insuficiente, baja productividad, etc.).
En línea con Rosenstein-Rodan, propone canalizar los recursos hacia
los sectores modernos y más dinámicos de la economía y aumentar el
tamaño del mercado con vistas a obtener rendimientos crecientes a es-
cala (Bustelo, 1998: 117). El principal factor inhibitorio del desarrollo
será el límite que supone para la industrialización el reducido tamaño
del mercado interno. La expansión del mercado por un aumento de la
productividad debía seguir un crecimiento equilibrado; tampoco debía
quedar reducida a un sector o a una rama industrial, sino apuntar a
lograr un “encadenamiento” entre varias industrias.
En ese mismo momento, el economista Arthur Lewis sostenía que
los países no desarrollados mostraban una economía cuyo rasgo central
era el dualismo entre un sector moderno y un sector tradicional, donde
la productividad marginal del trabajo era muy baja. Sostenía en The
Theory of Economic Growth 5 –y en su artículo “Economic Development
with Unlimited Supplie of Labour”, del mismo año– que el trabajo exce-
dente generado por el sector agrícola podía ser absorbido casi comple-
tamente por las industrias urbanas nacientes.6 La clave principal para

5 Este trabajo es considerado por algunos economistas como “el primer libro sobre desarrollo
económico integral en todos sus aspectos” (Arndt, 1981: 55).
6 Como bien señala Singer a finales de los años ochenta, el modelo de Lewis no se ajustó dema-
siado a los hechos, que parecieron darle la razón a Harris y Todaro, quienes afirmaban que los
flujos demográficos hacia los centros urbanos excederían ampliamente las oportunidades de tra-
bajo disponible mientras existiera un excedente de mano de obra rural (Singer, 1989: 610).
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entender la diferencia entre los países desarrollados y los demás era la


tasa de ahorro, propuesta que coincidía con las teorizaciones de Harrod
y Domar sobre el papel determinante del ahorro para la formación del
capital y el crecimiento del producto, lo que llevaba a que tanto los pio-
neros del desarrollo como del crecimiento no pudieran ser diferenciados
claramente.7 Incrementar la razón capital/producto se había vuelto un
imperativo para los planificadores del desarrollo, como una forma de ga-
rantizar los niveles de inversión que asegurasen el aumento del ingreso
per cápita. Esta variable se constituirá en el indicador clásico del nivel
de crecimiento relativo de los países a partir de la difusión de los Siste-
mas de Cuentas Nacionales de las Naciones Unidas. Ello hacía que fuera
muy difícil por el momento considerar como disciplinas diferenciadas el
desarrollo económico de la teoría del crecimiento. Mientras el objetivo
fuera aumentar la renta per cápita, los medios para hacerlo se centraban
en la industrialización como fórmula para fomentar la acumulación de
capital, la protección del mercado interno y, por supuesto, la interven-
ción del Estado como impulsora o al menos garante del proceso.
Otro destacado economista del momento preocupado por las
cuestiones del desarrollo fue el alemán Hans Singer. Para dicho autor,
el “círculo vicioso” de la pobreza podía convertirse a partir de un “gran
empujón” en un “círculo virtuoso”. La clave estaba en aprovechar las
economías externas, pero no las relacionadas con la demanda –como
sugería Rosenstein-Rodan–, sino las vinculadas con la oferta, es decir,
con la producción económica, sobre todo el transporte y la energía. La
concepción del desarrollo económico como un proceso acumulativo
fue tomada por Singer de la idea de “causalidad acumulativa circular”
de Myrdal, en virtud de la cual un país subdesarrollado puede, a partir
de un “despegue”, generar un crecimiento autosostenido.8 Como se verá
más adelante, en virtud de los resultados limitados de las recomendacio-
nes de los pioneros, Singer irá tempranamente disminuyendo su énfasis
en el capital físico como el núcleo del desarrollo y se irá acercando a
los defensores de la teoría del capital humano. Por último, otro aporte
de este autor fue el “descubrimiento” de la tendencia de los términos de
intercambio comercial a evolucionar a favor de los países productores

7 Pioneros de la teoría del crecimiento económico fueron los trabajos “Essays in Dynamic Theory”
de Harrod (1939) y “Capital Expansion, Rate of Growth, and Employment” de Domar (1946).
8 La noción de “despegue” se asocia al nombre de Walt Rostow, quien en 1960 escribirá Las
etapas del desarrollo económico, texto de marcada influencia en los años sesenta, de la que
nos ocuparemos más adelante.
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 31

de manufacturas y en perjuicio de los productores y exportadores de


productos primarios, noción a la que llegaría por otras vías el economista
argentino Raúl Prebisch.9
Los trabajos de Raúl Prebisch y de la Comisión Económica para
América Latina (cepal) van a ser los pilares sobre los que se construirá
el pensamiento de nuestra región acerca del desarrollo y, en particular, el
estructuralismo latinoamericano. Prebisch avanza sobre la hipótesis del
“deterioro de los términos de intercambio” como uno de los principales
problemas para el desarrollo de América Latina. A partir de las estadís-
ticas del comercio internacional y el trabajo de Singer, Prebisch soste-
nía acertadamente que el ciclo económico –al mostrar la producción de
bienes industriales una mayor productividad– tendía a favorecer a los
países desarrollados. Adicionalmente, la vulnerabilidad del ciclo econó-
mico era mucho mayor para los países agrícolas, lo que explicaba el error
de la teoría neoclásica del comercio que suponía como ley de carácter
universal la igualdad de beneficios para las exportaciones industriales y
agrícolas. La reformulación de la ley ricardiana de la ventaja comparativa
por parte de Heckscher, Ohlin y Samuelson –que justificaba la espe-
cialización internacional– no consideraba la baja elasticidad-renta de
la demanda de productos primarios, ni la inestabilidad de los ingresos
de divisas de los países en desarrollo, ni el deterioro de los términos de
intercambio.
En El desarrollo de América Latina y sus principales problemas de
1950, Prebisch propone la industrialización para revertir el deterioro
de los términos de intercambio y elevar los ingresos de la población,
proceso que reservaba un rol fundamental al Estado para inducir estos
efectos de arrastre por parte de la industria (Dosman, 2001: 101). Más
que la actividad agraria o minera, este sector estaba llamado a impulsar
un ciclo virtuoso autónomo que en los hechos se venía practicando en
la región desde la crisis de la década de 1930, que expuso las debilidades
estructurales del llamado “modelo agroexportador”. El subdesarrollo de
la estructura económica proveniente del modelo agroexportador habi-
litaba la industrialización como estrategia privilegiada de desarrollo en

9 Gunnar Myrdal, por su lado, fue uno de los primeros en señalar que para conseguir el progreso
económico serían necesarias reformas no solo en la esfera de la producción sino en la dis-
tribución, porque este crecimiento acumulativo aumentaría las desigualdades de ingresos.
A conclusiones similares llegaba Kuznets en su texto clásico de 1955, “Economic Growth
and Income Inequality”, en el que destaca que la desigualdad es creciente en las primeras
fases o etapas del ciclo.
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una economía mundial escindida en dos grupos de países –centrales y


periféricos–, cuyos rasgos, de otro modo, tenderían a perpetuarse por
los patrones de especialización derivados de esa división internacional
del trabajo. Los países periféricos que producían y exportaban materias
primas presentaban –por cuestiones relativas a su estructura económi-
ca– una menor productividad del trabajo y un excedente de mano de
obra en el sector agrario, lo que presionaba hacia abajo los precios y
los salarios. Por las mismas razones estructurales, los países centrales
podían mostrar aumentos de productividad –por concentrar el progreso
técnico– con incrementos de salarios en la producción y exportación
de bienes industriales.
De ese modo, para las tesis estructuralistas el mercado no funcio-
naba en tanto asignador eficiente de recursos escasos y de usos alterna-
tivos. El “fracaso del mercado” se atribuía a tres posibles fuentes. En pri-
mer lugar, los precios podían dar señales equivocadas porque responden
a mercados monopólicos –como lo señalaban los trabajos de Pigou sobre
la economía del bienestar y las críticas al supuesto de la competencia
perfecta de Sraffa, Chamberlain y Robinson–. En segundo lugar, ciertos
factores no responden a las señales de precios de la manera prevista,
sino de forma inadecuada o disfuncional –como subrayaba Keynes–. Y
tercero, los factores pueden ser inmóviles, sin poder moverse a pesar
de responder adecuadamente a las señales –como señalaban los teóricos
que discutían en torno a la planificación en la Gran Bretaña de posguerra
como Kalecki, Kaldor y Myrdal– (Arndt, 1981: 133).10 El estructuralismo
proponía al Estado y su política industrial la respuesta a los problemas
estructurales derivados de su condición periférica, fundamental para
crear y proteger el mercado interno, aprovechar las economías de escala
y favorecer la difusión del progreso técnico, así como, luego, promover
la integración regional de las economías latinoamericanas.
Quien se apartó de la estrategia de “crecimiento equilibrado” y
de su insistencia en la acumulación de capital fue el economista alemán
Albert Hirschman. La tentativa de interiorizar todas las economías ex-
ternas mediante la planificación de toda la industria procuraba apro-
vechar las reducciones de precios que desde ese sector se trasladaba a
los sectores que utilizan esos productos como insumos. Pero el planteo

10 Como bien señala Arndt, además de la dependencia surgió una teoría estructuralista lati-
noamericana de la inflación que “debía mucho a los economistas estructuralistas de Gran
Bretaña, tanto por vía de su influencia en el clima general de la opinión como del contacto
directo” (1981: 136).
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 33

tenía, según Hirschman, dos problemas: por un lado, implicaba una re-
nuncia a la especialización, porque se proponía el crecimiento de todos
los sectores de manera simultánea, aun de los menos productivos; por
el otro, requería que todos los sectores obtuvieran economías de escala,
es decir, redujeran sus costos fijos por unidad de producto. Para Hirs-
chman, en cambio, podía darse un crecimiento desequilibrado, puesto
que los desequilibrios a veces cumplen funciones positivas al corregir la
evolución del proceso. Los “desequilibrios estratégicos” pueden promo-
ver la inversión y el crecimiento, ya que algunos sectores son más aptos
para fomentar el crecimiento que otros y tienen mayores “efectos de
arrastre”, como los sectores de bienes intermedios, debido a que generan
efectos de arrastre “hacia atrás” sobre las industrias de bienes de capital,
y “hacia adelante” sobre las industrias de bienes de consumo (Bustelo,
1998: 123). Por ejemplo, al aumentar las existencias de acero y reducir su
precio, la industria siderúrgica facilitaba el desarrollo de otras industrias,
como el ferrocarril –conexión hacia delante–; y, a su vez, podía tener una
conexión hacia atrás con la industria del carbón, por lo que la expansión
de la siderurgia elevaba la demanda de carbón, “tironeando” la demanda.
Las conexiones hacia adelante operaban como “empujones” mientras
que las conexiones hacia atrás operaban como “tirones” de demanda. El
Estado debía considerar estas “conexiones” a la hora de formular una po-
lítica económica con efectos sobre el desarrollo que buscara promover
a uno u otro sector: a las industrias pesadas o a las livianas, al carbón o
al acero, a los ferrocarriles o a la industria automotriz.
Como puede desprenderse del análisis presentado, en todos los
casos –se trate del crecimiento “equilibrado” o “desequilibrado”– la es-
trategia a seguir por los países en desarrollo era la industrialización.
Como este proceso no podía darse “espontáneamente” a causa de –se-
gún el enfoque que se adopte– obstáculos estructurales internos o por
la división internacional del trabajo, debía ser impulsado por el Esta-
do, o al menos implicar una fuerte participación de este en el proceso.
Como bien señala Bustelo:

Para distribuir convenientemente la inversión entre todos los sectores de bie-


nes de consumo (Rosenstein-Rodan o Nurske) o para concentrarla en un nú-
mero reducido de sectores industriales, los que tuviesen más efecto de arrastre
(Hirschman o Perroux), o simplemente para superar el callejón sin salida del
círculo vicioso de la pobreza (Nurske) o para controlar las actividades del sector
exportador (que había que subordinar a los intereses de la industrialización), no
se podía confiar en el libre funcionamiento del mercado (Bustelo, 1998: 128).
34 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

La idea central y el objetivo implícito de Rosenstein-Rodan, Nurs-


ke y sus seguidores era que la modernización podía hacerse de la misma
manera que en los países de industrialización temprana. Sin embargo, ya
en los años cincuenta esta idea era cuestionada por el estructuralismo
latinoamericano y más tarde por otros enfoques, entre ellos por el de
Alexander Gerschenkron. Su trabajo de 1962, Atraso económico en su
perspectiva histórica, es un intento por explicar las razones del atraso
económico, las características económicas que surgen en los países en
desarrollo y cuáles debían ser las políticas a seguir por parte de los es-
tados. En relación con este último actor, Gerschenkron sostenía que su
intervención en la economía de mercado podía compensar la inadecuada
provisión de bienes de capital, trabajo calificado, capacidad tecnológica
y aptitudes empresariales comúnmente presentes en países en desarro-
llo; y establecía que cuanto mayor era el atraso económico en el país,
mayor era la necesidad de intervención.
Finalmente, no se puede dejar de mencionar la postura más clara-
mente crítica de los enfoques sobre el desarrollo económico y la evo-
lución del capitalismo en general, que a finales de los años cincuenta
sentó las bases de lo que luego sería la “teoría de la dependencia”. El
economista marxista Paul Baran escribe en 1957 The Political Economy
of Growth, donde subraya que el capitalismo no puede garantizar un
crecimiento económico indefinido y que el subdesarrollo no es una
etapa previa al desarrollo sino justamente lo contrario, un obstáculo
para su desenvolvimiento en los países de la periferia. El par desarro-
llo/subdesarrollo muestra las dos caras de la acumulación capitalista a
escala mundial, que reserva el primero para los países “imperialistas”
y condena al segundo a los países “dependientes” del Tercer Mundo,
e instala así el viejo debate sobre las teorías del imperialismo de prin-
cipios del siglo xx. En las economías centrales fue posible una acumu-
lación originaria a partir de la apropiación por medios económicos y
extraeconómicos de los excedentes de los países periféricos, que en ese
momento eran transferidos por nuevas vías como la remesa de utilida-
des (Arndt, 1981: 129). Como veremos luego, su trabajo y su idea sobre
la imposibilidad del desarrollo sostenido para la periferia tuvo influen-
cia sobre numerosos pensadores latinoamericanos que se nuclearon
en torno a las diversas teorías de la dependencia, especialmente sobre
André Gunder Frank.
En la década inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mun-
dial no era descabellado encontrar en la acción del Estado la fórmula
para resolver los problemas del desarrollo económico, entendido como
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mero crecimiento económico o aumento del producto. La crisis de los


años treinta había barrido la confianza en los mercados y la experiencia
de los años de entreguerras habían llevado a las principales economías,
además de la Unión Soviética, a convertirse en economías planificadas,
con enormes resultados en términos de aumento del producto bruto.
La confianza en la intervención del Estado ya no solo era necesaria para
estabilizar el ciclo económico –como sugería el keynesianismo–, sino
para inducir el crecimiento acelerado del producto.

LOS AÑOS SESENTA: NUEVAS TEORIZACIONES


Y NUEVOS ROLES PARA EL ESTADO

La década de 1960 fueron años de importantes debates en materia de


desarrollo económico, y los aportes teóricos de estos años pueden agru-
parse en dos grandes grupos: por un lado, el compuesto por los aportes
de Walt Rostow –que dividía en etapas sucesivas el desarrollo econó-
mico– y sus sucesores, como las contribuciones de Schultz y Becker
y la introducción del concepto de capital humano; por otro lado, los
teóricos que analizaban la situación desde el estructuralismo latino-
americano. A continuación se desarrollará brevemente los aportes de
ambos grupos.
Tras varios años de teorizaciones sobre el desarrollo, aparece en
1960 la obra del profesor Rostow Las etapas del desarrollo económico,
texto influido por el contexto de la Guerra Fría y destinado a desacre-
ditar la experiencia soviética de planificación centralizada –atacaba
también el pensamiento de Marx sobre el capitalismo y el desarrollo,
que Rostow asociaba directa y linealmente con el régimen ruso–. Con
ese fin, el profesor del Massachusetts Institute of Technology desarrolló
la noción de “despegue” y consideró que el desarrollo económico era un
proceso que se daba en cinco etapas sucesivas: la sociedad tradicional,
las condiciones previas, el impulso inicial –el mencionado despegue–,
la madurez y el consumo masivo de bienes y servicios; períodos que se
sucedían con independencia de las características particulares de cada
economía. Para Rostow, la principal característica de la sociedad tradi-
cional era su “actitud prenewtoniana con relación al mundo físico”, por
su concepción del mundo ligada al conocimiento de unas pocas leyes,
donde el autor agrupa desde sociedades de la Europa medieval hasta las
dinastías chinas. El pasaje desde esta primera etapa a la del “despegue”
se describe de la siguiente manera:
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Aunque el período de transición –entre la sociedad tradicional y el impulso


inicial– fue testigo de grandes cambios en la propia economía y en el equilibrio
de los valores sociales, el rasgo decisivo fue por lo general de índole políti-
ca. Desde un punto de vista político, la construcción de un Estado nacional,
centralizado y efectivo –fundado en coaliciones influidas por un nuevo na-
cionalismo opuesto a los intereses tradicionales sobre tierras regionales, a la
potencia colonial o a ambos– constituyó un aspecto decisivo del período de
las condiciones previas, y, casi universalmente, fue condición necesaria para
el impulso inicial (Rostow: 1960: 19).

Por último, recalca también que “el impulso inicial (del despe-
gue) tuvo que esperar la formación de capital social fijo, una oleada
de desarrollo tecnológico en la agricultura y la industria, así como la
aparición en el poder público de un grupo preparado para considerar
la modernización de la economía como asunto trascendental y de gran
categoría política”. Y luego agrega: “La estructura económica básica y
la estructura social y política de la sociedad se transforman –en una o
dos décadas– de tal manera que, en lo sucesivo, puede sostenerse con
regularidad un ritmo de crecimiento” (Rostow, 1960: 20-21). Para alcan-
zar la madurez “parecen necesarios algo así como unos sesenta años”
de tomar y sostener las medidas apropiadas, lo que habilitaba la era del
gran consumo de masas.
La teoría de las etapas de Rostow, a pesar de su determinismo
economicista y simplificador, cobró fama entre los teóricos y generó
respuestas desde diferentes lugares. Gerschenkron realizó un estudio
comparativo de las industrializaciones tardías para los casos de Ale-
mania y Rusia en su libro de 1962 y concluyó que existen numerosos
caminos hacia el desarrollo y que en cada contexto el proceso tomará
rasgos particulares, lo que contradecía claramente las tesis de Rostow.
Pero mientras la acumulación de capital físico obsesionaba a los teóricos
del desarrollo como a los del crecimiento económico en la década de
1950, a inicios de los años sesenta Hans Singer movió el eje del análisis
pasando el énfasis de la inversión en capital físico a la necesidad de
concentrarse en la promoción del capital humano de los países como
principal estrategia de desarrollo. En esa línea, fueron sin duda Schultz
y Becker quienes marcaron a la educación como un factor determinante
del crecimiento económico justamente porque es una “forma de capital”,
que implicaba un costo y del cual se espera una renta. De esta forma,
consideraban de manera análoga el desarrollo y el crecimiento econó-
mico. En las teorías del crecimiento económico los modelos de capital
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humano cobraran auge a partir de este momento y aún hoy persisten


en dar cuenta mediante refinamientos matemáticos cada vez más so-
fisticados de las potencialidades de la inversión en educación. Tanto
en esta como en otras teorías, el rol del Estado en este punto no está
claramente definido, y abarca un espectro amplio de posibilidades que
va desde ser indispensable para la provisión de ciencia y técnica o de
educación básica, hasta ser totalmente prescindible.
De forma paralela, durante estos años los principales organismos
internacionales comenzaron a presentar sus diferentes visiones sobre la
cuestión del desarrollo y a proponer las soluciones que creían necesarios
para superarlos, en lo que constituye el segundo grupo de ideas desarro-
lladas en esta década. Tal fue el caso del Fondo Monetario Internacional
(fmi), el Banco Mundial (bm), la Organización Internacional del Trabajo
(oit) y las diferentes Comisiones Económicas de las Naciones Unidas.
En 1961 las Naciones Unidas aprueban la Resolución 1707 que sostiene
que el comercio internacional constituye el principal instrumento para
el desarrollo económico. Economistas como Jacob Viner abogaban por la
libertad de comercio y la disminución de restricciones al comercio y del
uso abusivo de los instrumentos de política comercial. Por tanto, el Esta-
do debía reducir el uso de los instrumentos de política comercial si quería
impulsar el desarrollo económico a través del comercio. Las sucesivas
rondas del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio
(gatt, por sus siglas en inglés), nacido en 1948, procuraban disminuir las
restricciones que los gobiernos imponían sobre el sector externo, ya sea
a través de aranceles, subsidios, cuotas de importación u otras barreras
no arancelarias. Vale la pena recordar que durante los años cincuenta
los teóricos del desarrollo precisamente cuestionaban el libre comercio,
esgrimiendo las tesis de Singer-Prebisch que veían en él un obstáculo al
desarrollo. Es cierto que las sucesivas “rondas” de negociación del gatt
buscaban reducir las restricciones de acceso a los mercados que los paí-
ses desarrollados imponían a los menos desarrollados. No obstante, el
intercambio comercial más importante se seguía dando entre los países
desarrollados y no se observaban concesiones en relación con los pro-
ductos primarios, que contaban con elevados subsidios.
En los años sesenta también surgen las diferentes versiones de la
teoría de la dependencia, inspiradas algunas de ellas en las ideas de Paul
Baran y al calor de los procesos políticos latinoamericanos inspirados en
la revolución cubana. Gunder Frank (1967) discute las ideas de Rostow
sobre el desarrollo como un camino prefijado por etapas hasta alcanzar
la meta de producción y consumo de masas típico de los países desarro-
38 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

llados de los años cincuenta. Para Gunder Frank el desarrollo capitalista


induce al subdesarrollo de la periferia e incluso es su verdadera causa.
La historia no se repite del mismo modo; las burguesías de la periferia
no llevarán adelante la tarea histórica que llevó a Inglaterra o a otros
países desarrollados a romper las viejas relaciones sociales en dirección
al capitalismo. Según Gunder Frank (1970), en América Latina esas cla-
ses son “lumpenburguesías” al servicio del capital externo y que no dan
otra alternativa que el socialismo si se busca el desarrollo.
A diferencia del énfasis en los determinantes externos de la de-
pendencia, Theotonio Dos Santos (1969) intentará distinguir diferentes
casos de dependencia en función de las estructuras internas de las eco-
nomías de la periferia y de la capacidad del Estado de ejercer el control
sobre el capital extranjero y nacional. La posibilidad de mantener un
control nacional sobre la acumulación también condiciona el pensamien-
to de otros autores de la dependencia como Fernando Henrique Cardoso
y Enzo Faletto (1969), quienes, a diferencia de los otros pensadores, avi-
zoraban la posibilidad de desarrollo aun en condiciones de dependencia.
Ellos participaban de un debate sociológico sobre las teorías de la mo-
dernización en las sociedades de América Latina e impugnaban el econo-
micismo dominante en las posiciones que denunciaban el “imperialismo”
del centro y, a la vez, admitían la posibilidad de alcanzar el desarrollo a
partir de inversiones de capital externo y manteniendo el control de la
acumulación. Su trabajo Desarrollo y dependencia en América Latina con-
siste en presentar diferentes opciones en un continuo que pasa desde el
control nacional hasta la economía de enclave como expresión de niveles
crecientes de dependencia. De acuerdo con Cardoso y Faletto, el Estado
y las clases deberían ser estudiadas con mayor detalle, ya que aquel no
sería un mero instrumento del capital sino que, en esa articulación de la
explotación económica y la búsqueda de un consenso nacional, podía
llegar a imponerse al capital nacional o transnacional.
Contemporáneamente, aparece una reformulación de los planteos
de la cepal que, a diferencia de los autores citados, admitía la posibilidad de
crecimiento económico por la vía de un desarrollo nacional. Entre sus
principales exponentes se encuentran Celso Furtado, Aníbal Pinto,
María Concepción Tavares y Osvaldo Sunkel. Estos autores exigían
una mayor carga crítica a los teóricos de la cepal, quienes no podían
superar la teoría neoclásica del comercio al sugerir que los beneficios
en la periferia, aunque menores, eran beneficios al fin de cuentas. En
América Latina el control nacional disminuía en lugar de aumentar, la
industrialización por sustitución de importaciones (isi) agravaba los
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 39

problemas de balanza de pagos, aumentaba el desempleo y empeoraba


la distribución de la renta en lugar de mejorarla. En lugar de la diver-
sificación la economía adoptaba un sesgo industrial. En este contexto
de crisis, es importante destacar que desde comienzos de esta década y
hasta bien entrada la década siguiente se formularán en América Latina
numerosas críticas –tanto teóricas como empíricas– a las políticas de
sustitución de importaciones que se habían empezado a aplicar unos
años antes, así como a la intervención proteccionista del Estado.
En 1957, el estudio histórico de Celso Furtado, El crecimiento eco-
nómico de Brasil, es el que señala no solo la desigual participación de los
beneficios del desarrollo sino la situación de dependencia, dominio y
explotación de los países periféricos por los países centrales. Por otro
lado, el autor completa este trabajo con Desarrollo y subdesarrollo, de
1961, un texto cuyo principal objetivo es explicar las características del
subdesarrollo –al que define como la existencia entre dos o más sectores
de una economía de grandes diferencias en la acumulación de capital
humano per cápita– y establecer los prerrequisitos del desarrollo, que
implican fundamentalmente la formación de un excedente en los bie-
nes que son exportados por el país, controlados y apropiados común-
mente por pequeños grupos económicos que luego deben reinvertirlo
productivamente. Una política efectiva de desarrollo debía consistir
en una planificación efectiva que redefina las tareas del Estado en dos
planos diferentes: en primer lugar, en el “frente interno”, mediante la
planificación como técnica administrativa, neutra y formal, esto es,
la introducción de normas racionalizadoras y principios de organiza-
ción similares a los del sector privado, que buscan obtener objetivos
definidos con eficiencia. El segundo es el “frente externo” del Estado:
racionalizar los procesos económicos para contribuir a la transforma-
ción de la sociedad, analizando la estructura de poder que respalda cada
gobierno (Furtado, 1966: 120).
Para Furtado, el subdesarrollo es un proceso autónomo, no una
etapa por la que necesariamente pasan los países desarrollados. La
expansión del capitalismo europeo desde el siglo xix en adelante se
tradujo en la formación de economías duales, donde un núcleo capita-
lista pasaba a coexistir con una estructura arcaica. Ese núcleo estaba
controlado desde afuera y nunca contribuyó a la modificación de estas
estructuras (Furtado, 1968: 199). El subdesarrollo se caracteriza por
la heterogeneidad tecnológica entre los departamentos o sectores de
una economía. La disponibilidad de factores y recursos en las econo-
mías subdesarrolladas que sustituyen importaciones son incompatibles
40 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

con la tecnología importada que prevalece en el mercado internacional.


Se da un “desequilibrio al nivel de los factores”, entendido como un
desajuste entre los factores productivos y la tecnología “en proceso
de absorción” (Furtado, 1968: 208). Furtado retoma a Nurske cuando
señala que no hay desarrollo sin absorción de la técnica moderna, pero
esta requiere determinadas dimensiones de mercado que no se dan en
los países subdesarrollados. La acción estatal en el plano económico se
justifica porque el empresario individual no puede vencer solo la iner-
cia de la estructura subdesarrollada. La planificación es el instrumento
útil para superar el dualismo estructural y eliminar el subdesarrollo
(Furtado, 1968: 356). Para posibilitar el desarrollo, la acción del Estado
debe disciplinar la demanda y controlar la transferencia de capitales y
tecnología sin desnacionalizar la economía. Sin embargo, algunos años
después Furtado llegará a la conclusión de que el desarrollo económico
es un mito, ya que los niveles de desarrollo del centro no pueden ser
llevados a la periferia. A mediados de los años setenta apunta que el
proceso de “modernización” –esto es, el esfuerzo de los grupos que se
apropian del excedente para reproducir las formas de consumo de los
países centrales, y la consecuente colonización cultural– constituye el
rasgo central de la dependencia. La inversión externa directa profun-
diza la dependencia pero no es la causa determinante. El crecimiento
económico, lejos de traer desarrollo, tiende a perpetuar y agravar el
subdesarrollo y las desigualdades (Cardoso, 1979: 36).
Por otro lado, el economista chileno Osvaldo Sunkel se pronun-
ciaba por un desarrollo auténticamente nacional, concentrado en los
sectores productivos básicos como el acero o la petroquímica –entre
otros–, “sujeto al control multinacional latinoamericano”. La evolución
histórica del capitalismo –el desarrollo global del sistema internacional–
había dado lugar al subdesarrollo como su cara opuesta e invertida.
Mientras Prebisch y la cepal resaltaban la dependencia por la vía del
comercio, Furtado y Sunkel cuestionaban el papel de las multinaciona-
les en la producción para el mercado interno, sobre todo en los países
relativamente más desarrollados de América Latina, como la Argentina,
Brasil, México y Chile (Arndt, 1981: 131-132).
En síntesis, los años sesenta representan un período de profundi-
zación de ciertas ideas surgidas en décadas anteriores, y de un enorme
desarrollo en el ámbito de la discusión económica de América Latina. El
rol del Estado es ambiguo para la teoría del desarrollo que, por un lado,
sostenía un crecimiento “en etapas”, y por otro lado la discusión de los
teóricos latinoamericanistas estaba sesgada por el desarrollo de ideas “es-
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 41

tructuralistas”. Mientras unos abogaban por un Estado que protegiera al


país de la prevalencia del capital extranjero en el sistema económico, los
“dependentistas” implícita o explícitamente señalaban las deformaciones
del capitalismo en la periferia y proponían el socialismo como alternati-
va, aunque la propuesta no tenía la misma fuerza que la crítica.

LOS AÑOS SETENTA: EL ESTADO EN EL FINAL DE “LOS AÑOS DORADOS”

A partir del trabajo de Dudley Seers de 1969, The Meaning of Development,


surgió un consenso entre las instituciones internacionales del desarrollo
sobre el hecho de que se había insistido demasiado en el crecimiento
económico como algo asimilable al desarrollo. Este “error” generó que
en la literatura sobre el desarrollo de los años setenta se asistiera a un
énfasis inédito en los objetivos sociales de disminución de la pobreza y
la desigualdad y de mejora de los indicadores de salud y educación, como
las tasas de alfabetización, mortalidad infantil, entre otros. La oit y la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ocde)
procuraban realizar estudios sobre la desocupación en diferentes países.
David Morse, de la oit, proponía destronar al producto bruto interno
(pbi) y hacer de la ocupación o el empleo el principal objetivo del desa-
rrollo. Se recomendaba a los países en desarrollo –afectados por el uso
de tecnologías inadecuadas, la importación y el “efecto demostración”
del consumo occidental– a adoptar tecnologías intensivas en trabajo en
la industria y en la agricultura, por ser más adecuadas a las “proporcio-
nes reales de los factores de producción” y a promover un desarrollo
“hacia fuera”. Pocos años después, en 1972, el objetivo principal de los
organismos internacionales pasó de la “desocupación” a la preocupación
por la “equidad”, y era la desigualdad en la distribución del ingreso el
centro de los planes de desarrollo, tanto para la oit como para el bm.
Finalmente, ante la constatación de la dificultad política que implicaba
una redistribución de la riqueza, el eje se corrió hacia la pobreza, a eli-
minar la pobreza “incrementando la productividad de los pobres”, es
decir, reducir la pobreza absoluta más que la relativa. Ello se obtendría
al asegurar que la mayor parte del aumento del pbi se destinara a los
pobres, “al 40 por ciento más sumergido” (Arndt, 1981: 109).
Estas ideas se formalizaron cuando en 1975 la oit lanzó su pro-
puesta acerca de las “necesidades básicas” en la Conferencia Mundial
sobre Ocupación, que preparó el camino para que, sobre la base de
Ocupación, crecimiento y necesidades básicas de 1976, se desarrollara has-
42 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

ta finales de la década una literatura específica al respecto. El nivel de


vida mínimo abarcaba las necesidades de alimento, vivienda y vestido,
el acceso a los servicios esenciales de salud y educación, así como un
trabajo razonablemente remunerado. Como la pobreza en los países
era en especial un fenómeno rural, la propuesta vino asociada con pro-
yectos de desarrollo rural y comunitario, antes que con la planificación
centralizada (Arndt, 1981: 112). Sin embargo, la escena de la economía
mundial había cambiado mucho y la propuesta de estos organismos no
tuvo acogida entre los países en desarrollo. El final de los denomina-
dos “años dorados del capitalismo” se manifiesta con la declaración de
inconvertibilidad del dólar decretada por Nixon en 1971 y la Crisis del
Petróleo de 1973, cuando los países petroleros agrupados en la Orga-
nización de Países Exportadores de Petróleo (opep), muchos de ellos
países en desarrollo, deciden aumentar unilateralmente el precio del
petróleo por iniciativa de los países árabes en el marco del conflicto de
Medio Oriente con Israel y los países occidentales.
Con los autores latinoamericanos enfocados centralmente en
analizar los problemas de la isi, en estos años los principales aportes
provienen de los estructuralistas norteamericanos. Entre ellos podemos
destacar al economista Hollis Chenery que, con un pasado neoclásico,
se convierte en uno de los principales autores a la hora de analizar el
rol del Estado. Su trabajo Studies in Development Planning, de 1971, es
un compendio de artículos realizado por los estructuralistas más pro-
minentes del momento y tiene como anhelo principal desentrañar los
secretos de la planificación social y de mostrar con la mayor rigurosidad
matemática posible las opciones que el Estado tiene en términos de polí-
tica cuando en el proceso de desarrollo económico se producen cambios
estructurales. Con este objetivo preciso, se analizan las variantes de
políticas que pueden aplicarse en la planificación de la educación, el uso
de recursos extranjeros y nacionales, el manejo de la ayuda extranjera,
la complementariedad entre el trabajo y el capital, las economías de
escala, los problemas de la inversión y la planificación de los desarro-
llos sectoriales. Para este autor, el proceso de cambio estructural se
produce dentro del desarrollo económico con la suficiente regularidad
como para justificar su inclusión al pensar los problemas económicos
y la intervención del Estado.
Como se ha mencionado en la sección anterior, la versión depen-
dentista de Gunder Frank fue continuada por el egipcio Samir Amin.
Reconociendo que las formaciones sociales son diferentes en el centro
que en la periferia, y apoyándose también en la teoría del intercambio
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 43

desigual de Arghiri Emmanuel, aplicó los conceptos de dependencia y


capitalismo periférico para África Occidental. Este explica el intercam-
bio de bienes entre países del Norte y del Sur que incluyen cantidades
de trabajo distintas, que se producen a valores iguales a pesar de las
diferencias de productividad, y que los países en desarrollo solo pue-
den comerciar porque sus salarios tienden a ser proporcionalmente más
bajos. Amin, en su trabajo La acumulación en escala mundial, de 1974,
niega que los países subdesarrollados puedan asimilarse a los estados
anteriores de los países desarrollados y propone desarrollar una teoría
de la acumulación a nivel mundial en lugar de teorías del subdesarrollo.
Las estructuras de la periferia no se corresponden con las de un centro
retrasado en su desarrollo (Amin, 1975: 30). Amin analiza el desarro-
llo económico como un proceso global y sostiene que la acumulación
del capital en los países centrales previene el desarrollo económico de
los países de la periferia –probó esta hipótesis en un minucioso estu-
dio sobre África y Medio Oriente–. Para el autor, la solución a este
problema no se centraba en el desarrollo sino en la “desconexión”, es
decir, la ruptura de vínculos con la economía mundial; la persistencia
del colonialismo se manifestaba en la virtual obligación de la periferia a
concentrarse en la producción de materias primas agrícolas o minerales,
dada la superior productividad del centro en el resto de las activida-
des. La ruptura con el mercado mundial necesariamente cuestiona las
formaciones sociales de la periferia, que son objeto del “desarrollo del
subdesarrollo”. Según Amin, los trabajos de los marxistas Paul Baran
y Paul Sweezy eran válidos para analizar a los países centrales pero no
suficientes para un adecuado conocimiento de la periferia capitalista. La
tarea del Estado será la de la planificación del desarrollo, tanto de una
estrategia global, con objetivos sectoriales coherentes con dicha estra-
tegia, y a su vez la definición de proyectos macroeconómicos y políticas
“parciales” (políticas de precios, de salarios, fiscales, etc.), coherentes
con dichos objetivos sectoriales (Amin, 1975: 43).
Los enfoques neoliberales sobre la necesidad de un “Estado mí-
nimo” cobran fuerza en estos años con los aportes de James Buchanan
y Anne Krueger. En la visión del primero –Premio Nobel en 1986–, las
opciones colectivas o sociales son interpretadas como el resultado de
la agregación de decisiones de personas que tienen diferentes objetivos
y ambiciones, pero que pueden ser agrupadas bajo el principio de que
todas intentan maximizar sus fines, cualquiera sean ellos (Buchanan y
Tullock, 1952). Y en el contexto de esta sociedad, el Estado debe limi-
tarse íntegramente a proteger a las personas y sus derechos, sobre todo
44 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

el derecho de propiedad, para permitir la maximización de los agentes


económicos. En esencia, el Estado debería cumplir la clásica función
que le asigna el pensamiento liberal: administración de justicia y garan-
tía de los derechos individuales sin intervención en el mercado.
Krueger, por su parte, sostiene que en el seno del Estado los funcio-
narios públicos se aprovechan de su autoridad para repartir prebendas,
subsidios y crear rentas públicas para favorecer a determinados grupos,
lo que erosiona las fuerzas del libre mercado. Ello se produce mediante el
otorgamiento de licencias, el racionamiento de divisas, la imposición de
aranceles para favorecer a determinados sectores, sin dejar de mencionar
las rentas y los beneficios personales que los funcionarios obtienen para sí
(Krueger, 1974: 291-303). La apropiación de rentas públicas (rent seeking o
corrupción) y la incapacidad de proveer bienes públicos serán los rasgos
salientes que buena parte de los teóricos adjudican a los estados de los
países subdesarrollados. Por último, en el trabajo de mediados de los años
setenta, Krueger afirma que la evidencia empírica que puede obtenerse
de India y Turquía muestra que las actividades de rent seeking son cuanti-
tativamente importantes. Unos años más tarde, la visión de Buchanan y
Krueger es rescatada por el denominado Consenso de Washington, cuyo
principal eje será la reforma del Estado.
La coexistencia de altas tasas de inflación y desempleo revelaban
las fisuras del modelo de Estado keynesiano benefactor, allí donde se
había erigido con éxito. Los países centrales verán caer las tasas de creci-
miento después de dos décadas de crecimiento sostenido, al tiempo que
el problema de la inflación se manifestaba como un aspecto fundamental
e irresuelto de las políticas keynesianas. En este contexto se enfrentan
dos corrientes. Por un lado, los enfoques liberales hacen blanco en el
propio Estado desarrollista-benefactor, coronando críticas que habían
comenzado durante la edad de oro. Por el otro, el ámbito de incumbencia
del Estado se amplía a la planificación y al análisis social del desarrollo
económico para los economistas heterodoxos. Por primera vez desde la
Segunda Guerra, la teoría neoclásica lograba jaquear al keynesianismo.

EL ASCENSO DE LAS TEORÍAS SOBRE EL “ESTADO MÍNIMO”


DURANTE LOS AÑOS OCHENTA

La presente década fue testigo de tres fenómenos: el repliegue del en-


foque estructuralista, la consolidación del enfoque neoliberal y los de-
sarrollos teóricos alternativos. En relación con el primero, la prédica
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 45

neoliberal se consolida a partir de la llegada al poder de los regímenes


conservadores de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret That-
cher en Gran Bretaña. El ataque al Estado se vuelve directo. Esta cir-
cunstancia, sumada a las propias dificultades de los modelos desarro-
llistas por dar respuestas adecuadas, precipita la entrada en escena de
las enfoques neoliberales, que asignaban al Estado un papel marginal
o prácticamente nulo en el proceso de desarrollo. Su acción será con-
siderada no solo innecesaria sino contraproducente para el desenvol-
vimiento económico y únicamente será justificable en situaciones de
fallas de mercado.
En los años ochenta, el paradigma estructuralista de la cepal se
vio obligado a hacer un balance crítico, a la luz de las dificultades en
implementar los procesos de isi, que de forma algo improvisada buscaba
objetivos de corto plazo ligados al equilibrio de la balanza de pagos más
que objetivos ambiciosos de largo plazo. Los problemas de balanza de
pagos obstaculizaban el aprovisionamiento de divisas, aspecto que la
cepal identificaba como un gran limitante del crecimiento antes que
la falta de capital o un ahorro interno insuficiente (Rosales, 1988: 23).
En esta década, tres autores realizan aportes significativos que
luego serán retomados por investigaciones de otras autorías. El primero
de ellos es Pranab Bardhan que, con sus trabajos Land, Labor and Rural
Poverty: Essays in Development Economics y The Political Economy of
Development in India, ambos de 1984, presenta una aproximación inte-
resante de la problemática del desarrollo sobre la base de un análisis em-
pírico de la India. El primer trabajo analiza tres principales problemas
que la India enfrenta para alcanzar el desarrollo económico: la tierra, el
trabajo y la pobreza rural. El libro trata de la tenencia, el arrendamiento
y la contratación de la tierra; del análisis de la oferta de trabajo, el des-
empleo y los determinantes de los salarios; y por último de la formación
de la clase rural, la relación entre crecimiento y pobreza y entre esta
última y la tasa de mortalidad. La principal virtud de esta obra consiste
en su capacidad para bajar el análisis del desarrollo económico a los
problemas concretos de la India. Por su parte, en The Political Economy
of Development in India, Bardhan examina las restricciones que la India
enfrenta para alcanzar el desarrollo económico; el objeto de análisis
es el proceso político que gobierna la acumulación. En relación con la
opinión del autor sobre el Estado, sostiene que este es continuamente
“influenciado” por diferentes grupos de poder. En el caso concreto de
este libro, el autor estudia tres clases propietarias que han manipulado
el contexto del país para apropiarse de las instituciones de poder del
46 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

Estado y que han logrado que estas operen a su favor. Sin embargo, el
vínculo entre estas clases es conflictivo y debido a que ninguna de estas
facciones es lo suficientemente fuerte como para imponerse a las res-
tantes, los recursos del Estado suelen ser despilfarrados, porque suelen
usarse para distintos fines. El autor finaliza dudando de la capacidad
que tiene la democracia para resolver estos problemas.
La segunda autora que vale la pena rescatar por su influencia mun-
dial es Joan Robinson, la economista de la Universidad de Cambridge
que incursiona en la problemática del desarrollo en Aspectos del desarro-
llo y del subdesarrollo de 1979. Este trabajo aborda una amplia variedad
de temas, como los problemas en la tenencia de la tierra, el desarrollo
agrícola, la industrialización, el financiamiento externo y la producción
de bienes primarios. El objetivo del libro es desafiar a la teoría neoclási-
ca –práctica que hizo famosa a Robinson– y brindar elementos que sean
útiles a la hora de analizar los problemas del desarrollo desde una visión
cercana al marxismo. Desde esta perspectiva, el énfasis se encuentra en
entender cómo se produce la apropiación y extracción de plusvalía, las
características concretas que tiene el conflicto de clases y la distribución
de los recursos y, además, de qué manera se manifiesta la explotación
entre países de diferentes grados de desarrollo. Si bien en esta obra no
aborda explícitamente la cuestión del Estado, de su análisis puede des-
prenderse que este se encuentra sujeto a la lucha de clases y a la disputa
que genera la extracción de plusvalía.
Por último, resulta transcendental destacar el aporte de Lance
Taylor en su Varieties of Stabilization Experience: Toward Sensible Ma-
croeconomics in Third World, de 1988, donde analiza en el marco del Ins-
tituto Mundial para la Investigación de la Economía del Desarrollo (wi-
der, por sus siglas en inglés) la situación de 18 países que han seguido
las recomendaciones del fmi y del bm. Si bien Taylor es un reconocido
estructuralista que ha hecho aportes teóricos relevantes a dicha escuela,
el presente estudio es importante en cuanto examina diversos casos em-
píricos y obtiene valiosas conclusiones. Las experiencias de los países
son clasificadas en cuatro categorías: bonanza externa, estrangulación
externa, políticas de estabilización ortodoxa con políticas regresivas
de ingresos y políticas de estabilización heterodoxa con distribución
del ingreso progresiva. La principal conclusión del trabajo es que las
políticas aplicadas en el pasado podrían haber sido implementadas de un
mejor modo, en tanto que los programas de estabilización del fmi y del
bm no son óptimos ni para lograr estabilidad ni para lograr crecimiento
y equidad distributiva en los países del Tercer Mundo (Taylor, 1988: 3).
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 47

Para el autor, el Estado tiene un papel significativo que desempeñar ya


que con su accionar debe ayudar a los países en desarrollo a lidiar con
sus problemas estructurales.
Si bien en los años ochenta la teoría neoclásica da pasos decisivos
hacia un consenso sobre la minimización del rol del Estado en el proceso
económico –ampliado con creces en la década siguiente–, aparecen en
estos años trabajos que se ocupan de analizar críticamente la experien-
cia concreta de algunos países y donde intentan rescatar que el uso de
otras doctrinas económicas pueden conducir a mejores resultados que
los experimentados por los países del Tercer Mundo.

EL TRIUNFO DEL MERCADO DURANTE LOS AÑOS NOVENTA

El comienzo de los años noventa recibe a la doctrina neoliberal en un


momento de alza. Quienes defendían el paradigma neoclásico encuen-
tran con la caída de la urss su momento de gloria. El triunfo del mercado
se considera una verdad a todas luces evidente y las políticas neoliberales
de reducción del tamaño del Estado, privatizaciones, apertura comercial
y financiera, desregulación y flexibilización de los mercados laborales
se transforman en el común denominador de las políticas aplicadas por
la mayoría de los países en desarrollo. Sin embargo, a mediados de la
década las sucesivas crisis financieras y el éxito de un grupo de países
del Sudeste Asiático –que precisamente hicieron caso omiso de las reco-
mendaciones del mainstream– obligaron a repensar las supuestas bonda-
des adjudicadas al mercado por sus defensores más acérrimos. Podemos
destacar en la década de 1990 tres elementos a tener en cuenta: la con-
solidación de la doctrina neoclásica, el repliegue de las otras doctrinas
y el rol de las organizaciones internacionales y, por último, la discusión
en torno al desarrollo de los países del Sudeste Asiático. A continuación
se abordará en profundidad cada uno de estos elementos.
Las recetas neoliberales se van a concentrar en el denominado
Consenso de Washington, expresión acuñada por John Wiliamson en
1989, quien resume el decálogo neoliberal en las siguientes medidas,
consideradas sinónimo de un adecuado manejo de la economía y de las
oportunidades de crecimiento: reducir el déficit fiscal –conseguir un
superávit primario de varios puntos del pbi y tolerar déficits operativos
de no más del 2% del pbi–; establecer prioridades en el gasto público,
que debe concentrarse en áreas capaces de generar altos rendimientos
económicos; reformar el sistema tributario –que aumente las bases im-
48 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

ponibles de los impuestos pero que se reduzcan las alícuotas–; liberar el


sistema financiero para obtener tasas de interés reales positivas deter-
minadas por el mercado; mantener tipos de cambio unificados –no múl-
tiples– y competitivos; liberalizar el comercio –mediante la supresión
de cuotas de importación, subsidios y una reducción de aranceles para
alcanzar un mínimo que oscile entre el 10% y 20%–; fomentar la inver-
sión extranjera directa mediante la supresión de las barreras a la entrada
de empresas extranjeras; privatizar las empresas estatales; establecer un
sistema jurídico que garantice los derechos de propiedad; e implementar
políticas de desregulación –entendida en el sentido de eliminar o reducir
las reglamentaciones que restringen la competencia.
Estas medidas involucraban directamente la reducción del tamaño
del Estado y un profundo cambio en la orientación de su actividad. Así,
el Estado –cuyo “gigantismo” era más bien fuente y causa que solución
a los problemas del desarrollo– debía reducir su tamaño y su participa-
ción en la economía y dejar que los mercados actuaran libremente. Algu-
nos años después, en 1996, el propio Williamson ratificará las medidas
mencionadas y ampliará los objetivos, las implicancias y los matices de
sus recomendaciones, y agregó dos nuevas medidas: la necesidad de for-
talecer las instituciones –un banco central independiente y una mayor
independencia del Poder Judicial– y realizar mejoras en la educación
(Williamson, 1998: 60). En cualquier contexto y sin estudiar las parti-
cularidades de cada país, este recetario conducía –siempre en opinión
de sus autores–, al desarrollo y a la consolidación de las economías de
libre mercado propias de un capitalismo triunfante, donde el “efecto
derrame” del crecimiento reduciría los niveles históricos de desigualdad
económica y social.
La caída de la Unión Soviética, el impulso a las ideas neolibera-
les del Consenso de Washington –entre otros factores– dieron nue-
vos bríos a la doctrina neoclásica, y su poder se hizo sentir también en
el ámbito latinoamericano. Las nuevas circunstancias de la economía
mundial, el fracaso económico de la década previa –la llamada “década
perdida”– y la necesidad de considerar ciertas transformaciones recien-
tes derivadas del cambio tecnológico llevaron a una revisión teórica
encabezada por los trabajos de Fernando Fajnzylber y de un documen-
to de la cepal inspirado en ellos, Transformación productiva con equi-
dad, de 1990. Sobre la base de algunos de los debates originados en la
economía evolucionista y neoschumpeteriana acerca de los sistemas
de innovación, el “neoestructuralismo” de la cepal propondrá un nue-
vo tipo de industrialización que sea capaz de aprovechar los cambios
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 49

tecnológicos para incorporarlos en los sistemas productivos y lograr


simultáneamente los objetivos de crecimiento y equidad –el “casillero
vacío” de Fajnzylber–. Para ello, las políticas públicas deben ser dise-
ñadas contemplando la adquisición de capacidades institucionales por
medio del aprendizaje y la retroalimentación de los beneficios derivados
de las políticas industriales, de innovación y de ciencia y tecnología. Se
busca construir competencias de manera endógena para insertarse en
una economía mundial basada en la producción deliberada de conoci-
miento como condición para el desarrollo.
La nueva economía institucional toma fuerza con los trabajos de
Douglas North: Institutions, Institutional Change and Economic Perfor-
mance de 1990 y The New Institutional Economics and Development de
1992. Ambos trabajos tienen como objeto analizar el rol de las institu-
ciones en el desarrollo económico, y la idea principal que ambos libros
comparten es la incapacidad de la teoría neoclásica para explicar dife-
rentes evoluciones económicas. El autor se pregunta cómo es posible
la falta de convergencia de las instituciones de los países en desarrollo
hacia la eficiencia institucional de los países desarrollados y profundiza
su análisis de las instituciones para intentar identificar patrones útiles y
establecer diferencias. Para North, las instituciones tienen tres aspectos
principales: las reglas formales, las reglas informales y los procedimien-
tos establecidos de manera directa; y en el análisis institucional radica
la clave para entender cómo deben ser las instituciones.
Otra postura destacada en esta década es la del economista Pe-
ter Evans. En su análisis sobre la capacidad del Estado en promover
el desarrollo se propone “suministrar un cuadro analítico de las carac-
terísticas institucionales que diferenciaron a los estados que lograron
mayor éxito en esta tarea respecto de los que no lo lograron” (Evans,
1996: 531). Su posición, no obstante, resalta que existe una correlación
en el accionar del Estado: aquellos que fueron capaces de promover un
desarrollo industrial también son capaces de realizar un ajuste exitoso.
El autor se apoya en autores clásicos de la sociología –Émile Durkheim
y Max Weber– para fundamentar las conclusiones de su análisis. Evans
distingue dos casos extremos, los “estados predatorios” y los “estados
desarrollistas”, y casos intermedios. Un ejemplo de los primeros serían
los estados africanos caracterizados a principios de siglo por Weber
como “estados patrimonialistas”, donde prevalecen el personalismo
y el pillaje en la cúpula de los gobiernos, con instituciones débiles y
una fuerte imprevisibilidad de los contratos. Allí las decisiones “están
en venta” para la élite privada y el Estado carece de autonomía. El au-
50 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

tor define autonomía siguiendo –según él– los enfoques neomarxistas


–estrictamente, aunque no la menciona, la obra de Nicos Poulantzas–,
como “autonomía relativa” respecto de las demandas particulares de
los capitalistas. La existencia de estos estados predatorios parece dar
la razón, según Evans, a los neoliberales. Los estados desarrollistas del
Sudeste Asiático, en cambio, contradicen los análisis de estos últimos,
puesto que gozarían de las características propias de las burocracias we-
berianas, operando según reglas y normas establecidas, generando una
administración pública eficiente, y donde, además de ello, los cargos se
ocupan en función de los méritos, no por medio de prebendas, favores
o nepotismo. Para el autor, la mejor prueba la constituye el Ministerio
de Comercio Internacional de Comercio e Industria (miti) de Japón:

Todas las descripciones del Estado japonés destacan lo indispensable que son
las redes informales, externas e internas, para el funcionamiento del Estado.
Las redes internas, sobre todo los gakubatsu o vínculos entre ex condiscípu-
los de las prestigiosas universidades donde se reclutan los funcionarios, son
decisivas para la coherencia de la burocracia. Estas redes informales le brin-
dan la identidad corporativa que, por sí sola, la meritocracia no podría darle.
El hecho de que la competencia formal, más que los lazos clientelistas o las
lealtades tradicionales, sea el principal requisito para ingresar a la red vuelve
mucho más probable que el desempeño efectivo sea un atributo valorado por
los leales integrantes de los diversos batsu. El resultado es una suerte de webe-
rianismo reforzado, en el que “los elementos no burocráticos de la burocracia”
refuerzan la estructura organizativa formal, más o menos del mismo modo en
que los “elementos no contractuales de los contratos” de Durkheim refuerzan
al mercado (Evans, 1996: 538).

El miti sería una entidad cohesiva y excepcionalmente idónea,


portadora de una relativa autonomía. Evans la denomina “autonomía
enraizada” (embedded autonomy), porque es “la contrapartida de la in-
coherente dominación absolutista del Estado predatorio y constituye la
clave organizativa de la eficacia del Estado desarrollista” (Evans, 1996:
540). Luego aclara: “No se trata de una autonomía relativa, en el sentido
estructural marxista de estar constreñido por los requerimientos gené-
ricos de la acumulación de capital, sino que se trata de una autonomía
inserta en una serie de lazos sociales concretos, que ligan al Estado con
la sociedad y suministran canales institucionales para la negociación y
renegociación continua de los objetivos y políticas” (Evans, 1996: 547).
Sin embargo, esta “autonomía enraizada” tiende a debilitarse con su
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 51

propio éxito, ya que a medida que el capital privado se vuelve menos


dependiente de los recursos fiscales, la influencia del Estado disminuye,
como lo prueban las menores atribuciones del miti en los años ochenta
en comparación con las de los años cincuenta y sesenta. La defensa de
Evans del “Estado como solución” es bastante endeble, puesto que se-
gún él mismo nada garantiza que el Estado desarrollista pueda satisfacer
las metas sociales futuras: “Demostraron ser instrumentos formidables
para impulsar la acumulación de capital industrial, pero muy proba-
blemente deberían ser transformados si se pretende abordar con ellos
los problemas y oportunidades generados por el éxito de su proyecto
original” (Evans, 1996: 548).
Una vez establecido y consolidado el dominio de la doctrina
neoclásica, los teóricos tenían un último objetivo para lograr práctica-
mente un consenso absoluto en la doctrina del desarrollo económico:
explicar desde el paradigma neoclásico el desarrollo de los países del
Sudeste Asiático. A continuación, se rescatarán brevemente las prin-
cipales líneas de argumentación en el debate acerca del rol que había
desempeñado el Estado en el desarrollo económico de los países del
Sudeste Asiático.
De acuerdo con la explicación neoclásica, Taiwán y Corea aplica-
ron en un inicio políticas de isi, pero al quedarse sin impulso, rápida-
mente estos países cambiaron a una política de libre mercado. Para ello
introdujeron un tipo de cambio unificado y liberalizaron el comercio, y
estas políticas ayudaron a estos países a aprovechar sus ventajas com-
parativas. El problema con esta explicación es que numerosos estudios
(Taylor, 1988 y 1995; Amsden, 1994; Chang y Rowthorn, 1995) demos-
traron que esta imagen no era cierta, y que los países del Sudeste Asiá-
tico aplicaron numerosas políticas –fundamentalmente de protección
a las importaciones– para facilitar el crecimiento y la consolidación de
las industrias nacientes.
La respuesta neoclásica a estos estudios no se hizo esperar y lue-
go de aceptar que estos países habían aplicado políticas de protección
industrial, establecieron que estas no habían tenido efectos nocivos de
distorsión debido a que el gobierno las contrarrestó con la aplicación
de subsidios a la exportación, lo que implicó un “virtual libre comer-
cio”. Nuevamente, la respuesta heterodoxa comprobó que las políticas
aplicadas no tenían nada de neutral y que, muy por el contrario, su
resultado era diametralmente opuesto al libre comercio. Una vez más
la ortodoxia contraatacó cuando el bm publicó su conocido reporte El
milagro del Sudeste Asiático (1993). Dicho estudio incluía una cantidad
52 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

mayor de países que formaban parte del Sudeste Asiático y aceptaba


que el Estado había intervenido y que en algunos casos dicha inter-
vención había resultado beneficiosa para el país. Sin embargo, sostenía
que la política industrial aplicada por estos países había sido un fracaso
de proporciones, con la excepción del caso de Japón. Asimismo, el bm
sugería que la segunda generación de “tigres asiáticos” había crecido
más rápidamente que la primera y que esta nueva generación no había
aplicado las mismas políticas que sus predecesores, con lo cual ponían
en duda que las políticas tomadas por los primeros tigres asiáticos fue-
sen las apropiadas para garantizar el desarrollo. Los críticos del trabajo
del bm pusieron el énfasis en la inclusión de nuevos países bajo el ala del
Sudeste Asiático y realizaron críticas a la metodología empleada para
obtener dichas conclusiones.
Por último, el debate pasó de ser un debate acerca del rol del Esta-
do para transformarse en un debate sobre la productividad. El principal
referente por el lado de los economistas neoclásicos fue el Premio Nobel
Paul Krugman, que mostró que el crecimiento de los países del Sudeste
Asiático se debió casi exclusivamente a la acumulación de factores más
que al crecimiento de la productividad, y predijo que sus economías al-
canzarían en el corto plazo un alto en su crecimiento. La respuesta vino
de la mano del economista coreano Ha-Joon Chang, quien manifestó que
hay numerosos estudios que contradicen las conclusiones de Krugman,
y estableció que la historia económica revela que en las etapas iniciales
del desarrollo económico, este depende más de la acumulación de fac-
tores que de incrementos en la productividad, y que esta última solo
aumenta una vez que la acumulación de factores se ha llevado a cabo.
Por ende, Chang expuso que la particularidad que Krugman intentaba
establecer asociada exclusivamente a los países del Sudeste Asiático es
común a todos los países desarrollados en su etapa de desarrollo.
En el contexto de estas discusiones, un rol sin dudas relevante
fue desempeñado por el economista, ex jefe y ex vicepresidente del bm
Joseph Stiglitz. Tras ser uno de los principales defensores de la econo-
mía neoclásica y de las políticas aplicadas en los años noventa por la
mayoría de los países en desarrollo, plantea la necesidad de conducir
los objetivos del desarrollo hacia un consenso post-Washington. Según
dicho autor, las políticas del recetario demostraron ser incompletas e,
incluso, equivocadas. Su postura no significaba una crítica sustantiva ni
sus recomendaciones un cambio radical en la posición acerca del rol del
Estado, pero tenía la notable característica de provenir de una persona
claramente identificada con las instituciones que venía a cuestionar. En
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 53

la Conferencia Anual del wider de 1998 Stiglitz señalaba que “hacer


funcionar bien los mercados requiere algo más que una baja inflación:
requiere regulación fiscal, políticas para la competencia, políticas que
faciliten la transmisión de tecnología y promuevan la transparencia, por
solo citar algunos aspectos no tratados en el Consenso de Washington”
(1998: 691-721).
En 1996, Stiglitz había obtenido conclusiones muy optimistas para
la teoría del desarrollo a partir de la experiencia de los países del Sudeste
Asiático. Para Stiglitz, el milagro asiático introduce una tercera opción
en una teoría del desarrollo económico que hasta el momento se había
movido, según él, en el marco de dos paradigmas: uno centrado en el mer-
cado y otro centrado en el Estado y la planificación. “Irónicamente, casi
ninguno de los países industriales que tuvieron éxito siguieron estas dos
estrategias extremas. Se trata de economías mixtas en las que el Estado
desempeña un papel importante. La pregunta que corresponde formular-
se no es si el Estado debe cumplir algún papel, sino cuál y de qué manera
puede desempeñarlo con mayor eficacia” (Stiglitz, 1997: 327). Siguiendo a
Kenneth Arrow y Gerard Debreu, ya Stiglitz afirmaba en los años ochen-
ta que los estados deben intervenir cuando la información es imperfecta
y los mercados son incompletos. Los países en desarrollo, así como los
países de la ex Unión Soviética, se habrían equivocado en querer corregir
las fallas del mercado reemplazándolas por la planificación. Los países del
Sudeste Asiático, en lugar de ello, las promovieron y utilizaron, limitan-
do el rol del Estado a asegurar la estabilidad macroeconómica, regular el
sistema financiero, colaborar con la inversión directa, generar un clima
apto para la inversión privada y a instaurar mercados donde no exis-
tían. Las políticas industriales procuraban estimular diversos sectores
así como desarrollar capacidades tecnológicas, crear capacidad de pro-
ducción de bienes intermedios y promover las exportaciones.
La crisis financiera iniciada en 1997 con la devaluación de la mone-
da tailandesa –que en 1998 estremeció a los países del Sudeste Asiático
y a la economía mundial– imponía una nueva evaluación de aquellas po-
líticas y, de paso, de las recomendaciones del Consenso de Washington.
Los países del Sudeste Asiático en crisis no mostraban signos de déficits
presupuestarios ni de inflación, por lo que la causa de la crisis debía
buscarse en otra parte. Para Stiglitz estaba en la exagerada adhesión a la
liberalización financiera, que el Consenso de Washington fomentó:
“la cuestión clave no debería ser la liberalización o la desregulación sino la
construcción del marco regulatorio que asegure un sistema financiero
efectivo”, lo que puede incluir “regulaciones crecientes que garanticen
54 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

la competencia”. La información incompleta e imperfecta son caracterís-


ticas –y constituyen problemas graves– de los mercados financieros. Las
políticas de transparencia no son suficientes y se requiere “regulación y
supervisión”. Stiglitz desarrolla una serie de argumentos sobre el sentido
deseable de las reformas de los sistemas financieros que sería extenso
reproducir –y que excede los objetivos de este trabajo–, pero podemos
resumir sus ideas en su insistencia de un régimen regulador más sofis-
ticado que una desregulación per se (Stiglitz, 1997: 328-329). Su énfasis
regulador no se limita al sector financiero sino que lo extiende a los más
diversos ámbitos de la política económica, desde la formación de recursos
humanos hasta la transferencia de tecnología, asignando al gobierno el
rol de “complementador de los mercados”, “emprendiendo acciones que
hagan que estos funcionen mejor y corrigiendo las fallas de mercado”. La
llave se encuentra, nuevamente, en mejorar las “capacidades del Estado”:
“Esto significa no solo construir capacidades administrativas o técnicas
sino instituir reglas y normas que provean a los funcionarios de los in-
centivos para actuar en interés de la colectividad, restringiendo a la vez
la acción arbitraria y la corrupción” (Stiglitz, 1998: 716). Vemos aquí nue-
vamente las huellas del discurso sobre la calidad de las “instituciones”,
propio del nuevo institucionalismo, enfoque que desde los años noventa
fue adoptado por los Informes sobre el Desarrollo Mundial del bm.
Agotado el furor por el éxito de los países del Sudeste Asiático,
tras la crisis financiera de 1998, el siglo xxi debía encontrar un nuevo
modelo a imitar, y pronto quienes estudiaban el desarrollo económico
comenzaron a mirar con detenimiento a China y a India, cuyo creci-
miento constante en los últimos veinte años pasó de ser sospechado de
“exageración estadística” de los gobiernos a una visible realidad.

CRISIS Y RESURRECCIÓN DEL ESTADO


A COMIENZOS DEL NUEVO MILENIO

A finales del siglo xx numerosos países en desarrollo llevaban varios años


de aplicación de las políticas neoliberales. Si bien existen diferencias en
cuanto a la profundidad de las políticas aplicadas por cada uno de los
países, es claro que la mayoría de ellos aplicaron políticas ortodoxas y
que los resultados no fueron los esperados. Poco a poco la insatisfacción
fue ganando cada vez más adeptos y la respuesta desde los organismos
internacionales fue sostener que las políticas aplicadas no habían sido su-
ficientes, que no fueron implementadas a fondo y que seguían existiendo
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 55

interferencias en las economías que prevenían a los mercados de funcio-


nar idealmente. Por tanto, se aconsejó profundizar en la liberalización
de mercados y en la apertura económica y financiera, sugerencia que fue
aceptada por un elevado número de países, con pobres resultados.
La reacción fue inmediata y pueden destacarse cuatro autoras y
autores que encabezan en la actualidad la discusión en términos del
rol que debe cumplir el Estado en el desarrollo económico. El prime-
ro de ellos es el economista de Harvard Dani Rodrik, que representa
en buena medida la posición de los neoinstitucionalistas. Según él, “la
idea de economía mixta es posiblemente la herencia más valiosa que el
siglo xx lega al xxi en el reino de la política económica” (Rodrik, 2000:
1). Un conjunto de instituciones caracterizan a los países industriales
modernos: un banco central, una política fiscal estabilizadora, la legis-
lación antimonopólica y regulatoria, la seguridad social y la democracia
política. En el siglo xxi parece claro que los mercados y el Estado son
“complementarios”, y pueden ser combinados de diferente manera; sin
embargo, el autor reconoce que no estarían claras las implicancias prác-
ticas de esto para diseñar estrategias de desarrollo.
Rodrik propone un listado de instituciones que servirían de apoyo
al mercado: derechos de propiedad, instituciones regulatorias, institu-
ciones para la estabilización macroeconómica, instituciones de segu-
ridad social e instituciones para el manejo de conflictos. Esta lista no
pretende ser exhaustiva o cerrada sino que está abierta al surgimiento
de nuevas instituciones compatibles con una economía de mercado.
Asimismo, los incentivos de mercado juegan un rol importante: incen-
tivos de precios, crediticios o fiscales estuvieron presentes en todas las
experiencias exitosas de desarrollo. No obstante, el autor advierte que
se debe tener cuidado con proponer la libertad de mercado de modo
irrestricto, puesto que según él los que liberalizaron parcial y gradual-
mente fueron los que obtuvieron mejores resultados. El énfasis en las
instituciones es algo subrayado desde el Consenso de Washington am-
pliado por las “reformas de segunda generación”, lo que quedaría por
aclarar es de qué manera se lograría la adecuación entre las reformas y
las capacidades institucionales existentes. Este nuevo Consenso estaría
operando en diferentes áreas:

Como resultado de la crisis asiática, por ejemplo, los programas del fmi en la
región proscribieron una larga lista de reformas estructurales en la relación
empresas-gobierno, en el área de bancos, en gerenciamiento empresario, en
cuanto a leyes de quiebras, instituciones del mercado laboral y políticas in-
56 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

dustriales. Un componente clave de la Nueva Arquitectura Financiera Inter-


nacional es un conjunto de códigos y estándares –referidos a transparencia
fiscal, política monetaria y financiera, supervisión bancaria, difusión de datos,
organización y estructura del sector público y estándares contables– diseñados
para su aplicación en todos los países, pero orientados especialmente a los
países en vías de desarrollo (Rodrik, 2000: 10).

Para Rodrik, los países deben concentrarse en la construcción de


las instituciones domésticas adecuadas para el desarrollo, ya que este
depende más de una estrategia interna de crecimiento que de los mer-
cados mundiales.
Joseph Stiglitz continúa con su línea crítica con relación al fmi
y sus políticas. En su Frontiers of Development Economics: The Future
in Perspective, de 2001, compila una serie de trabajos presentados en
una conferencia organizada por el bm y agrega, además, la visión so-
bre el desarrollo que tienen nueve economistas ganadores del Premio
Nobel. Este libro reúne trabajos en varias áreas del desarrollo econó-
mico: los objetivos del desarrollo, la evolución del pensamiento acerca
de la pobreza, conflictos distributivos, acción colectiva y economía
institucional. En este trabajo Stiglitz realiza junto a Shahid Yusuf un
artículo donde expone los desafíos que se le presentan al desarrollo en
el siglo xxi, agrupados bajo dos áreas: gobierno y regulación, por un
lado, y manejo de recursos humanos y naturales, por el otro. Su crítica
del Consenso de Washington se va modificando hacia problemas ma-
croeconómicos y de índole gubernamental.
Otro autor destacado que ha hecho una gran contribución al de-
sarrollo es Ha-Joon Chang, quien mediante una sucesión de trabajos
(Chang, 2002 y 2003) realiza un gran aporte a la teoría del desarrollo. Su
objetivo en estas obras es analizar de qué manera los países que ocupa-
ron la posición hegemónica mundial –primero Inglaterra y luego Estados
Unidos– fueron capaces de hacerlo, y para ello revisa históricamente las
políticas aplicadas por esos países cuando todavía no habían llegado a su
posición de supremacía. Aunque su trabajo podría ser catalogado como
de historia económica más que de desarrollo económico, sus implican-
cias para esta última disciplina son muy elocuentes. Chang encuentra
que tanto Inglaterra como Estados Unidos lograron su desarrollo con
políticas económicas totalmente opuestas a las de libre mercado y que,
una vez que llegaron a las posiciones de élite, “patearon la escalera” –así
denominó a uno de sus libros– e intentaron imponer en el resto de los
países políticas de libre mercado. Para este autor, la principal enseñanza
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 57

de la historia económica es que los países en desarrollo deben seguir


las políticas que han aplicado históricamente los países desarrollados,
opuestas a las defendidas por la tradición neoclásica. En este sentido,
Chang sostiene que el Estado es un activo agente del cambio económico
y su participación no solo debe estar relacionada con cuestiones socia-
les sino que debe influir activamente en las actividades económicas del
país y en la planificación.
La cuarta autora importante para analizar el rol del Estado en el
desarrollo es Alice Amsden, con su The rise of “the rest”: Challenges to
the West from Late-Industrializing Economies de 2001. La obra clasifi-
ca a los países en desarrollo en dos grupos: los sobrantes –países que
han sido poco expuestos a la vida de la fábrica moderna y que no han
sabido cómo diversificarse industrialmente– y el resto –aquellos que
tienen un mediano desarrollo en su capacidad industrial e ingresos per
cápita razonables–. Amsden focaliza su análisis en el segundo grupo de
países, constituido por China, India, Indonesia, Corea del Sur, Mala-
sia, Taiwán, Tailandia, Argentina, Brasil, Chile, México y Turquía; y se
propone explicar de qué modo han logrado proveer un quinto del total
de manufacturas mundiales. Para ello, lo clasifica en dos subgrupos:
integracionistas –que basan su estrategia de crecimiento en la atracción
de capitales extranjeros– e independentistas –que buscan crear sistemas
nacionales de innovación para crear “lideres mundiales” que desarrollen
conocimiento propio– (Amsden, 2001: 25). De acuerdo con Amsden,
este último subgrupo de países, en el que incluye a China, India, Corea y
Taiwán, muestra las políticas económicas que deberían seguir los países
en desarrollo para desarrollarse.
Producto de la crisis actual y de los efectos negativos de las políticas
aplicadas, los nuevos aportes en materia de desarrollo intentan revelar, a
partir no solo de la experiencia histórica de los países del Sudeste Asiá-
tico sino de los países desarrollados, que la aspiración al desarrollo está
relacionada con un rol activo del Estado y con las condiciones que estos
estados deben reunir para poder ayudar a los países a desarrollarse.

CONCLUSIONES

El desarrollo es un proceso de resultado incierto, que asume muy dife-


rentes formas en los distintos países. Al mismo tiempo, se trata de un
proceso inherentemente desigual. La mayor parte de los teóricos del
desarrollo coinciden en que se trata de un proceso contingente, donde
58 PABLO MÍGUEZ Y JUAN SANTARCÁNGELO

no hay recetas mágicas. En algunos países el Estado contribuyó al desa-


rrollo más que en otros, pero en ninguno estuvo ausente. La presencia
del Estado no puede desconocerse, sea para promover el desarrollo o
meramente para garantizar el orden existente y evitar el estancamien-
to. Si bien los teóricos pasan mucho tiempo analizando y comparando
experiencias de diferentes países, cada país es único y su experiencia
difícilmente extrapolable.
A lo largo de este trabajo se ha intentado señalar el rol otorgado al
Estado en el largo recorrido de la teoría del desarrollo desde sus oríge-
nes hasta nuestros días. En los comienzos, el énfasis en el rol impulsor
del Estado venía acompañado del auge del pensamiento keynesiano,
que había teorizado una salida de la crisis a través de dicha interven-
ción y que luego se propuso estudiar las posibilidades de obtener un
crecimiento económico equilibrado a largo plazo. Las teorizaciones de
Harrod, Domar y sus seguidores abonaban este camino.
Influidas en parte por el trabajo de Keynes, las teorías desarro-
llistas de los años cincuenta daban al Estado el lugar principal en el
proceso, de la mano de Paul Rosenstein-Rodan, Ragnar Nurske, Hans
Singer y Gunnar Myrdal. Tampoco es menor la influencia keynesiana
en el estructuralismo latinoamericano de la cepal, donde el deterioro de
los términos de intercambio en el comercio internacional justificaba la
descripción de la economía mundial como un sistema “centro-periferia”,
cuyas desigualdades podían morigerarse solo con la intervención del
Estado sobre la estructura económica. Las tesis de Raúl Prebisch y sus
seguidores fomentaron un intenso debate y permanecen aún hoy en los
aportes neoestructuralistas como parte fundamental de la discusión.
Sin embargo, su optimismo en la intervención del Estado viene dismi-
nuyendo desde los años ochenta hasta la actualidad, donde se encuentra
bastante diluido su aporte original.
La corriente marxista también se expidió sobre el desarrollo
económico y el rol del Estado, sobre todo desde los años cincuenta en
adelante con las obras de Paul Baran y Paul Sweezy, que influyeron
notablemente en las teorías de la dependencia. En los años sesenta, las
obras de Gunder Frank, Theotonio dos Santos y Celso Furtado fueron
atravesadas por el pensamiento marxista en la línea mencionada, así
como también en los años setenta los trabajos de Cardoso y Faletto. No
obstante estos reconocidos aportes, la discusión sobre el Estado en el
marxismo se vinculaba más con la elucidación de su naturaleza que con
el entendimiento de las tareas concretas que se deben llevar adelante en
procura del desarrollo. Para muchos marxistas, la discusión acerca de lo
EL ROL DEL ESTADO EN LAS TEORÍAS DEL DESARROLLO ECONÓMICO 59

que el Estado hace para favorecer o no el desarrollo económico debía ser


precedida por el esclarecimiento de lo que es el Estado en el capitalismo,
es decir, buscar su lugar y su relación con el proceso de acumulación.
La escuela neoclásica no tardó en expresar sus pareceres. En los
años cincuenta, la teoría del crecimiento encuentra en el trabajo de Ro-
bert Solow los argumentos necesarios para mantener el predominio de
los mercados en la asignación de los recursos económicos para garan-
tizar la prosperidad. En los años setenta los trabajos de Anne Krueger
y James Buchanan ponían en jaque la capacidad estatal para conducir
el crecimiento. En la década siguiente, con el avance de los gobiernos
conservadores en Estados Unidos y Gran Bretaña, la consolidación del
enfoque neoliberal se contraponía con el retroceso de los teóricos desa-
rrollistas en América Latina y la poca influencia del marxismo, asociado
en buena medida con la crisis de la planificación centralizada de la Unión
Soviética. En los años noventa, con la caída definitiva de la urss, los en-
foques neoliberales consolidan la percepción de la necesidad de “refor-
mar” el Estado siguiendo los lineamientos del Consenso de Washington.
Las recurrentes crisis en los países que siguieron las recetas neoliberales
y el relativo éxito de países del Sudeste Asiático que hacían caso omiso
de sus recomendaciones planteaban, a finales del siglo xx, una reconsi-
deración de los diagnósticos y de las políticas propuestas. Así lo señalan
entre otros los trabajos de Joseph Stiglitz y Alice Amsden.
Por último, los enfoques institucionalistas, en auge desde los años
noventa, pretenden encontrar en las instituciones que caracterizan a
los estados modernos las claves para el desarrollo económico. Ya no se
trata de ver al Estado como una unidad sino como un conjunto de ins-
tituciones con lógicas diferenciadas cuya articulación puede garantizar
el éxito del proceso. En este sentido, Douglas North, John Williamson,
Peter Evans y Dani Rodrik se encargaron de caracterizar el rol que debía
llevar adelante un Estado exitoso.
En suma, el lugar que se le otorga al Estado en las teorías del de-
sarrollo económico muestra que su acción es ineludiblemente trascen-
dental en la actividad económica. Negarle relevancia es desconocer
los procesos históricos, sociales y económicos que caracterizaron al
capitalismo desde sus propios orígenes. En el caso de los teóricos que
creen que el Estado puede llevar adelante un proceso de crecimiento
económico acompañado del desarrollo social de la población, el debate
y los disensos se dan sobre cuáles son las tareas concretas que debería
desplegar la institución estatal para conseguir o profundizar el anhelado
objetivo del desarrollo económico.

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