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Historia de los Derechos Humanos

FUNDAMENTACIÓN del curso

Los derechos humanos comprenden un conjunto de ideas, representaciones,


prácticas y valores que han modelado parte del pensamiento jurídico y político de
Occidente desde fines del siglo XVIII y que tomaron una nueva impronta a escala
internacional a mediados del siglo XX, tras el genocidio nazi y la experiencia de la
Segunda Guerra Mundial. En ese contexto, los derechos humanos se han convertido en
objeto de estudio y su ejercicio y la denuncia de su violación han presentado nuevos
desafíos y debates al interior y entre las disciplinas, no sólo de las Ciencias Sociales.
Desde la convicción de que los derechos humanos se aprenden como vivencia y no
como fundamento; como “factum” y no como principios “a priori”, este curso de
Derechos Humanos pretende poner el acento en las condiciones histórico/prácticas de su
ejercicio, más que en las nociones atinentes a la fundamentación en términos de razones
del “deber ser”. El objetivo es fomentar la reflexión sobre el sistema de valores de
nuestras sociedades y el análisis de las bases éticas y morales de la legislación en
materia de derechos humanos.
Entonces, además de dar a conocer las normas legales que existen, este Seminario
procura una educación en derechos humanos que intenta comprometer a los futuros
docentes y animarlos a ser ciudadanos activos en materia de derechos humanos
partiendo de la idea de que cada uno de los receptores de la educación tiene un papel
fundamental en el proceso que conduce a garantizar que a ningún ser humano se le
nieguen los derechos fundamentales que establece la Declaración Universal de
Derechos Humanos.
Se ha dado a lo largo de la historia un debate sobre la construcción y fundamentación de
los derechos humanos entre dos corrientes de pensamiento: el iusnaturalismo y el
positivismo.
El positivismo afirma que sólo es derecho aquello que está escrito en un
ordenamiento jurídico. Por lo tanto, la única fuente del Derecho, el único origen de la
norma, se fundamenta en el hecho de que está por escrito y vigente en un país, en un
determinado momento histórico. Es lo que se conoce como la ley positiva.
El iusnaturalismo, por su parte, sostiene que el origen de los derechos humanos
no reside en la ley positiva, sino que parte de la naturaleza propia del ser humano, una
naturaleza que es superior y precedente a cualquier ley positiva. Una definición clásica
de iusnaturalismo es la siguiente: el derecho natural es aquel que la naturaleza da a los
seres humanos por el simple hecho de serlo.
Hay que añadir, no obstante, que no existe un único tipo de iusnaturalismo ni de
positivismo: hablar de positivismo y iusnaturalismo sin mencionar las distintas
corrientes dentro de cada una de las dos tendencias, el desarrollo o evolución de estas
posturas a lo largo de la historia, así como de los intentos de síntesis de algunas
propuestas, implica una simplificación excesiva.
Durante la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de
1948 se produjeron debates acerca de estas cuestiones, optándose finalmente por no
mencionar el tema: en lo que se estaba de acuerdo era en la necesidad de proteger los
derechos de las personas, y entonces no era imprescindible justificar la fundamentación
de esta protección, sino sencillamente proclamarla.
Los orígenes de los derechos humanos no son patrimonio de la cultura occidental,
por el contrario, se pueden rastrear en los distintos continentes, culturas y épocas.1
En 1492 se produce el llamado “descubrimiento de América”, un hecho que alteró
radicalmente el curso de la historia, tanto en el caso de los pueblos colonizados como en
el de los colonizadores. Su misma denominación ya es sintomática de la visión de los
colonizadores y de la consiguiente política intrusiva que se desarrollará a partir de
entonces desde Europa. De hecho, la llegada de Colón a las islas del Caribe sería más
adecuado llamarla el inicio de la conquista o invasión del continente americano,
incorporando así el componente conflictivo y violento que tuvo el encuentro de los dos
mundos.
Los grandes abusos que se cometieron, el genocidio y la explotación de las
poblaciones indígenas que se llevó a cabo, en ocasiones también movieron a la reflexión
sobre aquellos aspectos más inadmisibles de la política colonialista. Por ejemplo, por
parte de la Iglesia, que en esta época tenía no sólo un gran poder religioso, sino también
político, estas contradicciones se reflejaron bendiciendo por un lado las conquistas (en
la medida que contribuían a la difusión del cristianismo), pero promoviendo al mismo
tiempo un relativo respeto hacia los derechos de los habitantes nativos de los nuevos
continentes.
Pero si la población nativa generó debate durante la colonización americana, los
auténticos olvidados fueron los esclavos de origen africano. El caso de Bartolomé de las
Casas es uno de los ejemplos más significativos en este aspecto, en la medida en que, en
su afán de liberar a los indios de los trabajos forzosos y aliviar sus penalidades,
recomendó en distintas ocasiones (al igual que otros representantes eclesiásticos y
civiles) la importación de esclavos africanos, una recomendación que sólo muy
tardíamente llegó a lamentar.
Paradójicamente, durante el siglo XVI, mientras la servidumbre estaba en proceso
de desaparición en Europa, en las colonias renacía la esclavitud, y bajo sus peores
formas.
En pocos años, el comercio de esclavos negros adquirió una importancia económica de
primer orden, y sin mayores escrúpulos los países europeos se fueron sumando a este
comercio de personas: España, Portugal, los Países Bajos, Inglaterra, Francia. En
América se establecieron sociedades esclavistas, basadas en el trabajo de los esclavos
para hacer funcionar su economía y sus sistemas de producción. Así, durante los tres
siglos y medio más de diez millones de personas africanas fueron transportadas a las
colonias americanas.
Además de al continente americano las colonizaciones afectaron también las
regiones de África y Asia hasta entonces desconocidas por los europeos, así como a
Oceanía. De hecho, las colonizaciones promovidas por los estados europeos a partir del
siglo XV son la continuación natural de los expansionismos anteriores de las potencias
dominantes en cada momento histórico.
Será hasta el siglo XX, tras la proclamación de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, que las Naciones Unidas irán desarrollando documentos que niegan
(1 Unejemplo de ello son las culturas precolombinas: "Empezaban a enseñarles: cómo han de vivir, como han de
respetar a las personas, como se han de entregar a aquello que es conveniente y recto, y huir con fuerza de la
maldad, la perversión y la codicia." Tradición azteca. Siglo XV. México.
"No hay hombre en el mundo que no tenga necesidad de comer y beber." Tradición nahuantl. México.)

legitimidad a las políticas colonialistas, cuestionando por primera vez de forma rotunda
el derecho de las naciones a someter a otros pueblos o naciones.
Durante la redacción de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano surgió también el dilema relativo a la inclusión en ella de una relación
complementaria de deberes. Finalmente se decidió por mayoría redactar una declaración
sólo de derechos. El resultado de la votación, a favor los representantes liberales y en
contra los monárquicos, era ilustrativo de los intereses que estaban en juego, en la
medida que los segundos, durante el proceso político que se estaba llevando a cabo, en
todo momento intentaban preservar los privilegios del Antiguo Régimen. El debate
acerca de la oportunidad de detallar también los deberes al elaborar declaraciones de
derechos se reproducirá en otros momentos históricos, por ejemplo durante la
elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.
A la Declaración francesa de 1789, le siguió en 1793 una segunda más radical (tras
el destronamiento del rey y la proclamación de la República, con la llegada de
Robespierre y los Jacobinos al poder). Enunciaba algunos nuevos derechos, como el
derecho a la asistencia, el derecho al trabajo y el derecho a la instrucción. En 1795, a
raíz de la caída de Robespierre, se proclamó una tercera Declaración, más restrictiva
que las dos anteriores y de la que, entre otras cosas, se habían suprimido todos los
nuevos derechos de la Declaración de 1793.
Las declaraciones americanas y francesa suponen un hito fundamental en la historia
de los derechos humanos. Al margen de sus diferencias, los derechos del individuo son
proclamados de forma concreta por primera vez, y la proclamación de la "libertad,
igualdad y fraternidad" de los seres humanos se acompaña con la afirmación de la
separación de los poderes legislativo y ejecutivo, la primacía del poder del pueblo y de
sus representantes y la subordinación del poder militar al poder civil.
Al afirmar que la autoridad legítima del Estado dimana directamente y solamente de
la voluntad de los ciudadanos (ni de una divinidad, ni de un rey, ni de ningún otro
estamento social), quedan enterrados los últimos restos del feudalismo que habían
sobrevivido durante el Antiguo Régimen.
Estas Declaraciones serán la referencia en la que se mirarán posteriores reformas de
otros países, así como las distintas iniciativas en materia de derechos humanos que irán
surgiendo. Hasta el punto que un siglo y medio más tarde la Declaración Universal de
los Derechos Humanos se inicia de la misma forma que la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano francesa:
"Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos." Francia, 1789.
"Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos." Naciones
Unidas, 1948.
El cambio que se ha producido desde la Antigüedad es radical. Desde los remotos
tiempos del Código de Hammurabi o de los Diez Mandamientos, se ha llegado a un
sistema de derechos individuales basados en la razón, sin duda perfectible, pero
insertado en sociedades cada vez más sensibilizadas y capacitadas para reclamar ajustes
y ampliaciones posteriores.
Para alcanzar estos objetivos, así como durante el siglo XVII en Inglaterra, fueron
fundamentales las ideas de Thomas Hobbes y John Locke, durante el siglo XVIII en
Francia fue determinante la Ilustración, con la Enciclopedia como formidable medio de
difusión de las nuevas ideas, entre las que hay que destacar las de Charles Montesquieu,
Jean-Jacques Rousseau y Voltaire. Otros personajes fundamentales del siglo XVIII son
Cesare Beccaria e Immanuel Kant.
El siglo XVIII fue un siglo de logros importantes, pero al mismo tiempo anclado
todavía en costumbres y concepciones atávicas, en la medida que las declaraciones
americana y francesa frecuentemente eran compatibles con la existencia de la esclavitud
(su abolición se llevará a cabo durante el siglo siguiente) o la discriminación de las
mujeres.
Acabada la guerra se creó la Sociedad de Naciones, con el objetivo de fomentar
una política mundial de desarme y seguridad colectiva. Hizo obligatorio para los países
miembros el recurso al arbitraje en caso de conflicto, e intervino en distintos
contenciosos. No obstante, después de 1935 la Sociedad de Naciones no fue considerada
como una amenaza por parte de los proyectos expansionistas de Alemania, Italia (que
había ignorado las reprobaciones de la Sociedad a raíz de la invasión de Abisinia) y
Japón (que también había ignorado la orden de retirarse de la Manchuria China).
Al margen de su labor de arbitraje, la Sociedad de Naciones se distinguió por la
creación en 1921 de la Corte Permanente de Justicia Internacional (el precedente del
actual Tribunal Penal Internacional de la Haya, establecido en 1998), la firma del
Convenio Internacional para la Supresión de la Esclavitud (firmado en 1926 y
completado y ratificado por las Naciones Unidas en 1956) y la creación de la
Organización Internacional del Trabajo.
La Segunda Guerra Mundial finalizó en 1945. Alemania se rindió en mayo, Japón
en agosto tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Dos
meses más tarde, el 24 de octubre, fue fundada oficialmente en San Francisco la
Organización de las Naciones Unidas mediante la firma de la Carta de las Naciones
Unidas por parte de 51 estados. Las Naciones Unidas reemplazaban así a la Sociedad de
Naciones, en la medida que ésta había fracasado en sus propósitos preventivos, al no ser
capaz de evitar el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Con el paso de los años, la Declaración Universal, que como tal no es de carácter
vinculante, se ha ido completando con otros documentos: convenios, convenciones y
pactos, estos sí vinculantes, que van desarrollando, y en algunos casos ampliando, los
contenidos de la Declaración Universal.
Si es verdad que la historia, como en ocasiones se ha dicho, no es más que una
sucesión de crímenes, el siglo más representativo de esta vertiente homicida de la
humanidad sería el siglo XX: dos guerras mundiales, innumerables guerras regionales,
guerras civiles, sangrantes revoluciones, los campos de exterminio nazis, los campos de
internamiento de las dictaduras socialistas, las represiones de las dictaduras militares
hispanoamericanas, los violaciones de los derechos humanos cometidas por los
regímenes dictatoriales africanos...
Al iniciarse el siglo XXI, además de distintos conflictos bélicos y su larga secuela
de violaciones de derechos humanos, siguen persistiendo otras muchas violaciones de
derechos humanos, en general arrastradas desde los tiempos más remotos:
-El azote del hambre padecido por millones de personas, en un mundo globalizado y
con los recursos necesarios para alimentar toda la humanidad.
-La falta de acceso a la sanidad y a la educación de una parte considerable de la
humanidad.
-La persistencia de la esclavitud, en su forma más tradicional circunscrita a casos muy
concretos, pero diseminada por todo el mundo bajo nuevas formas de servidumbre
(prostitución forzada, trabajo esclavo infantil, etc.).
-La persistencia de la tortura (incluso en ocasiones la reivindicación de su
legalización) a socaire (bajo la protección) de la nueva lucha antiterrorista.
-La misoginia y la homofobia, cobijada en prejuicios ancestrales y alentada en
ocasiones por algunas interpretaciones religiosas.
-El racismo y la xenofobia, alentado por los prejuicios o la defensa de privilegios de
sectores sociales de las zonas más prósperas a las que intenta acceder la población de
algunas zonas pobres y sin recursos.
La lista tampoco es exhaustiva. A ella, además, habría que añadir las tensiones y
conflictos relacionados con los llamados derechos de tercera generación, de modo
especial el derecho a un medio ambiente saludable y sostenible, una nueva y urgente
preocupación luego que, tras constatar durante el siglo XX los efectos sobre la salud de
según qué prácticas industriales altamente contaminantes, ya en el siglo XXI cada vez
es más indiscutible la incidencia del comportamiento humano sobre el clima terrestre,
con los peligros que ello conlleva.

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