Ud 8 Didáctica

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TEMA 8.

EVALUAR EN EL ÁREA DE LENGUA Y LITERATURA (II)


En este capítulo se aborda el tema de la evaluación en el ámbito educativo,
comenzando por presentar su concepto y los diferentes significados y terminología asociada.
Luego se profundizará en las evaluaciones más comunes y relevantes para los docentes, como
la evaluación diagnóstica o externa, la evaluación reguladora y la autoevaluación. Por último,
se analizan aspectos de la evaluación específica en cada uno de los contornos de la didáctica
de la Lengua y la Literatura, incluyendo la lengua oral, la lectura, la composición escrita y los
conocimientos sobre la lengua y la literatura.

Qué entendemos por evaluación: un ámbito extenso y diverso


La evaluación en el ámbito de la didáctica de la Lengua y la Literatura principios
comparte con la evaluación en otras áreas del currículo, pero también tiene características
específicas debido a la naturaleza del objeto de estudio y los procesos de aprendizaje
involucrados en el lenguaje y la literatura. En el contexto escolar, la evaluación educativa se
entiende como un proceso que implica delimitar y observar un objeto, analizarlo en base a
criterios o referencias, y tomar decisiones que se comunican a los involucrados y pueden
impulsar nuevas acciones.
La evaluación en la enseñanza y el aprendizaje busca juzgar y valorar los contenidos
que los alumnos están adquiriendo. Sin embargo, obtener información precisa no siempre es
evidente, por lo que es necesario decidir qué aspectos se observan y cómo se interpretan. En
este sentido, se establece el objeto de evaluación, se recopila información a través de criterios
establecidos y se extraen conclusiones para tomar decisiones pedagógicas.
A menudo se considera que la evaluación debe ser "objetiva", pero es importante
cuestionar si esta objetividad es posible o deseable. Dado que la realidad del proceso de
enseñanza y aprendizaje es compleja, es inevitable que el observador la interprete desde
su perspectiva. Lo que se necesita son instrumentos y procedimientos metodológicos que
ayuden a realizar una evaluación válida y confiable. La confiabilidad implica que el juicio se
mantiene consistente en repeticiones o coincide con otros evaluadores, mientras que la
validez implica que la evaluación realmente mida lo que se propone evaluar.
En el ámbito de la Lengua y la Literatura, se pueden evaluar diferentes aspectos
interconectados de la enseñanza y el aprendizaje. La elección de qué evaluación evidente de
la finalidad que se persiga: una evaluación formativa que busca ayudar a los alumnos a
progresar y tomar conciencia de su proceso, o una evaluación sumativa que verifica los
conocimientos adquiridos para clasificar a los alumnos y orientar su trayectoria educativa o
profesional.
Además, se considera el momento en que se realiza la evaluación, distinguiendo entre
evaluación inicial, formativa y final. Sin embargo, se propone un enfoque más amplio de la
evaluación, que tome en cuenta el contexto, la función, los procedimientos e instrumentos
utilizados, y el objeto o campo de conocimiento que se observa. Esta perspectiva ofrece
diversas posibilidades adaptadas a las necesidades y realidades del sistema educativo y la
tarea de enseñar y aprender.

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Las evaluaciones diagnósticas
En el último decenio, las pruebas diagnósticas nacionales e internacionales han sido
una parte destacada de la evaluación educativa, captando la atención de la opinión pública.
Estas pruebas buscan determinar el nivel de conocimientos de los estudiantes en diversos
ámbitos, con un enfoque en las habilidades lingüísticas y discursivas. Realizadas por
organismos externos a la escuela, permiten la comparación entre centros y territorios, y
pueden detectar la evolución de los resultados del aprendizaje a lo largo del tiempo.
Sin embargo, interpretar los resultados de estas pruebas, que involucran múltiples
factores, es difícil y puede dar lugar a diferentes puntos de vista. En ocasiones, se llevan a
cabo sin el acuerdo de todos los sectores implicados, lo que puede cuestionar su pertinencia.
Además, la falta de consenso y las afirmaciones mutuas en la interpretación de los resultados
pueden generar controversia. Un ejemplo de este tipo de evaluación es el Informe PISA, que
ha puesto de manifiesto las deficiencias del sistema educativo en relación con la competencia
lectora de los jóvenes. Sin embargo, la forma en que se presentan los resultados puede ser
contraproducente si cuestiona sin matices ni explicación la profesionalidad de los
involucrados.
El valor de los resultados de una evaluación no es absoluto, sino que depende del
sentido y la credibilidad que se les otorgue por parte de los implicados. Un factor importante
para generar consenso es el modelo y los descriptores utilizados en la prueba en relación con
la competencia que se evalúa. Es fundamental que la información sea transparente, accesible
y pueda ser cuestionada y considerada al extraer conclusiones. Estas evaluaciones externas
pueden servir para repensar la práctica educativa y señalar nuevas necesidades, como la
formación del profesorado, los materiales didácticos o los currículos. Sin embargo, es
importante tener en cuenta que centrar exclusivamente la enseñanza en superar estas pruebas
puede tener un efecto negativo. Los aspectos que no se evalúan y que pueden ser igualmente
relevantes quedan fuera de la atención.
Además, condicionar la enseñanza a las pruebas de acceso a la universidad, como
ocurre en España, no siempre es deseable, ya que sustituye los objetivos de aprendizaje por la
preparación para superar las pruebas.

La evaluación como proceso de regulación


La evaluación formativa, entendida como un proceso de regulación, representa un
cambio significativo en la concepción tradicional de la evaluación. El término "regulación" se
refiere a la adaptación constante de un proceso para obtener resultados óptimos. En el
contexto de la enseñanza y el aprendizaje, implica ajustes realizados por los diferentes actores
(alumnos, profesores, instituciones) en diversas actividades y niveles. La evaluación
formativa se integra de manera continua en la dinámica de la enseñanza, reafirmará los
resultados de los participantes y contribuirá a optimizar los procesos de aprendizaje y
formación.
Este enfoque de aparición surgió por primera vez en Estados Unidos en 1967, pero se
desarrolló principalmente en Europa en las décadas siguientes. Es importante tener en cuenta
que esta modalidad de evaluación está estrechamente relacionada con el modelo explicativo
de enseñanza y aprendizaje adoptado. Con los enfoques constructivistas que respaldan los
currículos actuales, la dimensión reguladora o formativa de la evaluación ha ganado

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protagonismo. La evaluación ya no se limita a certificar el logro de un diploma al final del
proceso de aprendizaje, sino que se convierte en una herramienta formativa en manos de
estudiantes y profesores, influyendo de manera determinante en el proceso de aprendizaje.
La evaluación formativa se destaca porque:
1. Involucra activamente a los estudiantes en el proceso de evaluación.
2. Proporciona comentarios sobre el proceso de aprendizaje a los participantes.
3. Facilita la comprensión del proceso que se está siguiendo.
4. Fomenta el uso de instrumentos y recursos para gestionar mejor el propio
aprendizaje.
5. Busca la negociación de significados entre estudiantes y profesores en relación
a lo que se está evaluando.
6. Proporcionar espacios de auténtico diálogo entre estudiantes y entre ellos y el
profesor para promover el aprendizaje.
7. Transmite una actitud de confianza hacia las actividades de evaluación y las
presenta como una herramienta para seguir aprendiendo a lo largo de la vida.

El papel de la autoevaluación
La autoevaluación desempeña un papel fundamental en el aprendizaje y está
relacionada con la evaluación formativa. Si la escuela tiene como objetivo enseñar a los
estudiantes a utilizar el lenguaje de manera eficiente en su comunicación y construcción
personal, también debe enseñarles cómo gestionar su propio aprendizaje después incluso de
dejar la escuela secundaria.
La autoevaluación se considera un contenido que debe ser enseñado y aprendido, y
requiere un aprendizaje específico que involucra a maestros y alumnos en diferentes roles en
diferentes momentos. Allal y Michel (1993) identifican tres tipos de autoevaluación: la
autoevaluación propiamente dicha, que es más un objetivo que una realidad en la escuela
obligatoria debido a la guía del profesorado; la evaluación mutua, que se realiza entre
estudiantes; y la coevaluación, en la cual los estudiantes y los profesores confrontan sus
juicios.
La práctica de la evaluación proporciona ejemplos mixtos, como la evaluación de
exposiciones orales en parejas. Los estudiantes valoran las exposiciones y luego cada uno
realiza mejoras en base a la retroalimentación recibida. Tanto la evaluación mutua como la
coevaluación son oportunidades para aprender a evaluar y autoevaluarse, mostrar
retroalimentación y apoyo entre los participantes. Estos procesos de regulación pueden
internalizarse y dar lugar a la autonomía en la regulación del aprendizaje.
La autoevaluación requiere la participación activa del estudiante, es decir, que esté
implicado en las tareas, comparta los objetivos y las motivaciones, encuentre sentido en lo
que hace y acepte las formas de trabajo establecidas. La autoevaluación es un trabajo costoso
y requiere una gran dedicación, por lo que se promueve a través del diseño y la
implementación de secuencias didácticas que otorguen sentido a la actividad propuesta.
Es importante destacar que la autoevaluación no es solo una herramienta para
diversificar el sistema de evaluación, sino que guía el proceso de aprendizaje del estudiante y
requiere una buena planificación por parte del profesor. Se debe enseñar a los estudiantes a
autoevaluarse, es decir, a reflexionar sobre el lenguaje, los textos, los procesos discursivos y

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las estrategias para lograr un buen resultado y un aprendizaje efectivo. La autoevaluación
también permite la diversificación e individualización de la enseñanza, lo cual es
fundamental para una escuela inclusiva que ayude a todos los alumnos a aprender.

Los instrumentos de evaluación


Los instrumentos de evaluación son artefactos utilizados en el proceso de evaluación
en sus diferentes etapas. Estos instrumentos pueden adoptar diversas formas según el tipo de
evaluación que se realice. Para evaluaciones diagnósticas o pruebas externas de gran alcance,
suelen ser pruebas escritas y sumativas. Sin embargo, los instrumentos más relevantes para
los docentes son aquellos de tipo regulador, que suelen ser escritos, como cuestionarios o
pautas a completar. En el caso de la evaluación formativa, los instrumentos o pautas de
evaluación en el aula tienen como finalidad promover un aprendizaje reflexivo, brindar
retroalimentación al profesorado y al alumnado para redirigir el proceso, fomentar la
interacción verbal, desarrollar procesos de reflexión metalingüística y metacognitiva, y
orientar las decisiones y acciones para resolver las tareas de manera satisfactoria. Además,
los datos obtenidos de estos instrumentos formativos pueden ser utilizados en la evaluación
certificativa para determinar si se han alcanzado los objetivos establecidos.
Es importante tener en cuenta que los instrumentos de evaluación son contingentes y
provisionales, es decir, son herramientas útiles en un momento y para un grupo de alumnos
específico, pero pueden no ser adecuados en otro contexto. Su función en el aula está
determinada por factores particulares, por lo que es probable que deban modificarse en otra
ocasión o variar su forma de uso. Además, los efectos de los instrumentos de evaluación
pueden ser diferentes para cada alumno o grupo, por lo que es necesario que el profesor esté
atento a cómo se utilizan las pautas de evaluación para obtener información valiosa sobre el
proceso de aprendizaje y las necesidades de los estudiantes.
Por último, se destaca el uso del portafolio o carpeta del alumno como un instrumento
que sintetiza una nueva concepción de la evaluación e integra muchas de las ideas
mencionadas. El portafolio muestra el proceso de aprendizaje y la producción o comprensión
de textos orales o escritos. Consiste en una recopilación de productos elaborados por los
estudiantes en diferentes momentos y situaciones, organizados con el propósito de ilustrar el
proceso y los objetivos alcanzados. Además de los productos finales, el portafolio puede
incluir escritos y reflexiones realizadas durante el proceso de aprendizaje. También cumple
una función de comunicación e interacción entre los actores involucrados, como profesores,
estudiantes, familias, promoviendo la autoevaluación y el control sobre el propio aprendizaje.

Los objetos de evaluación en el área de didáctica de la Lengua y la Literatura


En el área de didáctica de la Lengua y la Literatura, los currículos actuales se centran
en el desarrollo de la competencia comunicativa de los estudiantes. La evaluación debe tener
en cuenta este enfoque. El objetivo general es que los alumnos adquieran un conjunto de
habilidades, estrategias y conocimientos necesarios para interactuar satisfactoriamente en
diferentes contextos sociales.
Para evaluar el desarrollo de la competencia comunicativa, es necesario considerar el
uso de la lengua y la comprensión e interpretación literaria en situaciones específicas, y

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saber relacionar diferentes tipos de conocimientos para lograr un objetivo. Los criterios de
evaluación establecidos en los currículos indican el nivel de aprendizaje que se debe alcanzar,
así como el contexto discursivo en el que se deben aplicar esos conocimientos.
En cuanto a la forma de evaluación más adecuada para los objetivos del currículo,
existen diferentes perspectivas. Algunos defienden la realización de tareas complejas en las
que los estudiantes demuestran su capacidad utilizando todos sus conocimientos, previamente
identificados a través de criterios e indicadores de calidad observables.
Otros sugieren que, especialmente para los alumnos con más dificultades, es mejor
comenzar con subtareas más limitadas o tareas simples que requieren la aplicación de algunos
de los conocimientos necesarios, y gradualmente abordar la tarea completa.
Los diferentes dominios de contenidos en el área de Lengua y Literatura, así como los
conocimientos y habilidades implicados, pueden evaluarse de manera diferenciada según
modelos y procedimientos propios. Además, se enfatiza la evaluación diaria y reguladora que
realiza el profesorado en su labor docente, sin necesidad de utilizar métodos sofisticados.
En resumen, la evaluación en el área de didáctica de la Lengua y la Literatura se
centra en el desarrollo de la competencia comunicativa de los estudiantes. Se busca evaluar la
aplicación de conocimientos en contextos específicos y se debate sobre la realización de
tareas complejas o la consumación en subtareas más sencillas. Además, se destaca la
evaluación cotidiana y reguladora realizada por el profesorado.

Evaluación de la lengua oral


La evaluación de la lengua oral ha sido un desafío en la tradición escolar debido a sus
características efímeras ya la necesidad de registrarla para su reflexión y trabajo. Aunque en
la sociedad actual se valora cada vez más la capacidad de expresión oral, ha habido poca
experiencia de evaluación formativa limpia en este ámbito.
Existen diversas razones para esta falta de evaluación de la lengua oral. Por un lado,
se requiere cierta instrumentación tecnológica y una organización del aula diferente a la
tradicional. Además, no hay un acuerdo claro sobre el modelo de lengua oral que debe
enseñarse en la escuela, lo que lleva a divergencias en las realizaciones fonéticas y sintácticas
consideradas aceptables. También hay una falta de un modelo didáctico explicativo para
enseñar y aprender el lenguaje oral, lo que contribuye a su escasa presencia en las
evaluaciones del área de Lengua. Las pruebas externas tampoco suelen evaluar la lengua oral,
lo que dificulta la comparación de niveles competenciales.
Sin embargo, se pueden implementar prácticas para evaluar la lengua oral en el aula.
Se pueden preparar actividades orales que sean registradas y evaluadas por los propios
alumnos, ya sea en parejas o en grupos, siguiendo pautas presentadas o elaboradas
conjuntamente con el profesor. Cuando se realicen tareas orales ante la clase, se debe
fomentar una escucha activa y enseñar a los alumnos a evaluar los discursos orales.
Es importante planificar qué géneros orales se trabajarán en cada curso, en qué
contextos sociales y qué secuencias textuales, de modo que se puedan diseñar tareas que
permitan progresar en el aprendizaje y que incluyan evaluaciones reguladoras y certificativas.
Realizar actividades orales que enfoquen aspectos dentro de específicos de la actividad
global, facilitando la autoevaluación y la regulación del progreso, también es beneficiosa.

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Es fundamental explicitar con ejemplos y modelos las características de cada
producción oral requerida, tanto en el producto final como en el proceso para lograrlo.
El uso de un portafolio o carpeta de lengua oral, donde se recopilan muestras y
valoraciones de las producciones propias, permite observar la evolución del alumno a lo largo
del curso. Además, se puede considerar compartir contenidos de aprendizaje entre diferentes
áreas del currículo y planificar una evaluación conjunta.
En resumen, la evaluación de la lengua oral en el aula puede ser promovida a través
de actividades registradas, una escucha activa, la planificación de tareas que fomentan el
progreso, la autoevaluación, la explicitación de criterios y el uso de portafolios. Además, se
puede buscar la integración de la evaluación de la lengua oral con otras áreas del currículo.

Evaluación de la lectura
La evaluación de la lectura presenta desafíos particulares debido a que el resultado de
la lectura no es tan evidente como en el caso de la expresión oral o la escritura. Acceder a
la comprensión e interpretación de un texto requiere un enfoque más indirecto, similar
al que se necesita para comprender los procesos que generan el texto. Esto puede explicar por
qué la evaluación ha prestado más atención a los productos derivados de la lectura, como la
oralización y la comprensión posterior, que al mismo proceso de comprensión.
La evaluación de la lectura debe partir de un modelo explicativo que identifique los
conocimientos, habilidades y estrategias necesarios para llevarla a cabo de manera exitosa.
Diferentes autores han propuesto modelos explicativos del proceso de lectura, como los
trabajos de Alonso Tapia, Solé, Castells y Colomer, que son referencias para las prácticas
evaluativas.
Existen elementos clave que se pueden considerar al organizar las actividades de
evaluación de la lectura. Estos elementos incluyen las estructuras cognitivas, como el
reconocimiento de términos clave y su relación con otras ideas, conocimientos o
experiencias; los microprocesos, como el reconocimiento de vocabulario y expresiones del
texto, así como la identificación de información específica relacionada con las ideas
principales; los macroprocesos, que implican distinguir diferentes tipos de información y su
contribución a la significación global del texto, elaborar resúmenes, reconocer la
organización textual y comprender las finalidades comunicativas; y los procesos de
elaboración, que involucran realizar comentarios personales, contrastar opiniones sobre el
texto y transferir ideas o conceptos a otros contextos.
Es importante tener en cuenta que ningún tipo de cuestionario ayudará a mejorar la
lectura ni proporcionará información completa sobre el dominio de todas las operaciones y
conocimientos involucrados en la lectura. Al igual que en otros ámbitos, la evaluación de la
lectura se centrará en algunos de sus componentes según los objetivos de aprendizaje
establecidos, sin pretender evaluar el proceso lector en su totalidad.

Evaluación de la composición escrita


La evaluación de la composición escrita se basa en modelos explicativos del proceso
de escritura propuestos por diversos autores, así como en la concepción de la escritura como
un fenómeno social y contextualizado. La evaluación de esta habilidad discursiva debe estar

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vinculada a situaciones definidas que permiten poner en práctica los diversos conocimientos
necesarios para producir un buen texto.
Es importante establecer tareas delimitadas o sub tareas que permitan evaluar de
manera específica los diferentes componentes de la competencia escritora, como el dominio
de la ortografía o de los tiempos verbales en la cohesión del texto, en relación con los
contenidos que se están enseñando en clase.
Se plantea la idea de una evaluación de la escritura que vaya más allá de evaluar solo
conocimientos declarativos, como en los exámenes de opción múltiple, y que se enfoque en la
práctica real de la escritura. Esto implica situar a los estudiantes en contextos de
comunicación escrita insertados en actividades sociales con sentido. La hipótesis subyacente
es que los conocimientos que los estudiantes utilizan en actividades contextualizadas no son
los mismos que en una situación de examen. Por lo tanto, para que la evaluación sea válida,
debe tener lugar en un contexto situado.
Para que la evaluación sea formativa y ayude a los estudiantes a mejorar su escritura,
es necesario planificarla y preverla a lo largo de las actividades de escritura, no solo al final.
La evaluación de los textos adquiere más sentido cuando se realiza con los borradores,
cuando todavía hay oportunidad de rehacerlos y mejorarlos, en lugar de evaluar solo los
textos terminados.
Es fundamental que los estudiantes aprendan a evaluar sus propias escrituras con la
guía y asistencia del profesor, utilizando pautas de evaluación y colaborando con sus
compañeros. La capacidad de revisar, evaluar y corregir los textos debe formar parte de los
contenidos de la enseñanza de la composición escrita.
Existen numerosas pautas de evaluación formativa para la composición escrita que
buscan guiar a los estudiantes y ayudarán a seguir en los diferentes aspectos que están
aprendiendo. Estas pautas pueden enfocarse en el texto, en el proceso de composición o en
los conocimientos lingüísticos y los procedimientos para utilizar el lenguaje. Sin embargo, es
importante que las pautas no sean exhaustivas y se centren en los aspectos más relevantes de
la tarea o en aquellos que se han trabajado intensivamente en clase. Se han propuesto
instrumentos de evaluación de textos que integran aspectos textuales, discursivos,
pragmáticos, semánticos, morfológicos, sintácticos y de disposición gráfica y externa. Estos
instrumentos son necesarios para llevar a cabo una evaluación que ayude a los estudiantes a
construir y consolidar sus conocimientos sobre la escritura.

La evaluación de los conocimientos sobre la lengua y la literatura


La evaluación de los conocimientos sobre la lengua y la literatura se puede abordar de
manera integrada con las evaluaciones de otras habilidades lingüísticas o como un objetivo
específico. En cuanto a la gramática, se busca construir un conocimiento sistematizado que
permita explicar el funcionamiento de la lengua, así como promover una actitud reflexiva
hacia su uso. En el caso de la literatura, se plantean objetivos relacionados con la
comprensión de textos literarios y el análisis de sus características y convenciones en
diferentes contextos históricos.
En la evaluación de la lengua y la gramática, se pueden utilizar actividades que
integren estos conocimientos con tareas de producción y recepción verbal, donde los

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estudiantes puedan aplicarlos de manera explícita. Además, se puede evaluar la capacidad de
los estudiantes para razonar de manera organizada y sistemática sobre la lengua y establecer
relaciones entre diferentes conceptos en diversos contextos.
En el caso de la evaluación de la literatura, se pueden realizar actividades centradas en
la lectura y comprensión de textos literarios, así como evaluar el conocimiento de los
estudiantes sobre el patrimonio literario y su capacidad para valorarlo en relación con el
contexto histórico y cultural. En ambos casos, la evaluación se mueve entre la integración de
estos conocimientos en el uso discursivo de la lengua y la capacidad de explicitar y razonar
sobre la lengua y la literatura, estableciendo conexiones entre diferentes conceptos y
contextos.

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