La Reconciliación o Confesión

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La Reconciliación o Confesión

Cuando le hacemos algo malo a alguien, algunas veces nos da vergüenza y ya no queremos
acercarnos a esa persona. Nos cuesta mucho trabajo pedirle que nos disculpe, pensamos que debe
de estar tan enojado que no nos va a perdonar y haremos el ridículo. Lo mismo nos pasa con Dios.

Lucas 15, 4-7

Lucas 15, 11-31

Reflexionar

¿Por qué nos cuesta tanto esfuerzo acudir al Sacramento de la Reconciliación?

Cuando cometemos un pecado y nos alejamos de Dios, Él siempre nos busca para perdonarnos,
porque quiere que estemos con Él.

Dios es nuestro Padre que nos ama y está dispuesto a perdonarnos siempre. Cuando acudimos a
pedirle perdón lo hacemos muy feliz. Todos nosotros somos muy importantes para Él y lo que más
desea es que seamos felices junto a Él.

Jesucristo, el Hijo de Dios, sabiendo que somos débiles y que en muchas ocasiones nos alejaríamos
de Él por causa del pecado, instituyó un sacramento muy especial para perdonarnos. Lo instituyó
cuando se les apareció a los apóstoles y les dijo: A quienes le perdonen los pecados les quedarán
perdonados. A quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar.

Este sacramento se llama Reconciliación, o Penitencia, o Confesión. Y es el sacramento por el cual


recuperamos la vida de gracia y la amistad con Dios.

 Nos recupera la gracia santificante.


 Es el sacramento por el cual se nos perdonan los pecados cometidos después del
Bautismo.
 Nos da fuerzas para luchar contra la tentación.
 Es necesario recibirlo cuando cometemos un pecado mortal.
 Es el sacramento por el cual, por medio del sacerdote, Dios nos perdona los pecados.

La confesión es un acto de humildad, lleno de arrepentimiento. En él le decimos a Cristo que


queremos recuperar su amistad y nuestro lugar en su banquete.

1. La confesión es el medio ordinario que ha puesto Dios para perdonar los pecados cometidos
después del bautismo en el día a día. Es un medio maravilloso que renueva, santifica, forma
conciencia y, sobre todo, da mucha paz al alma.

2. Cuesta, o puede costar, porque a la confesión no vamos a decir hazañas, sino pecados y miserias.
Y esto nos cuesta a todos. Es curioso que algunos que ponen dificultades en decir los pecados al
sacerdote confesor los propagan entre sus amigos con risotadas y chascarrillos, y con frecuencia
exagerando fanfarronamente. Lo que pasa es que esas cosas ante sus amigos son hazañas, pero
ante el confesor son pecados, y esto es humillante. Y lo que no tienen tus amigos, secreto, lo tiene
el confesor: él no puede contar ni un pecado tuyo a nadie. A esto se le llama el sigilo sacramental;
ha habido sacerdotes que han dado su vida antes que faltar a este secreto de la confesión.

3. Para confesarse hay que ser muy sincero. Los que no son sinceros, no se confiesan bien. El que
calla voluntariamente en la confesión un pecado grave, hace una mala confesión, no se le perdona
ningún pecado, y, además, añade otro pecado terrible que se llama sacrilegio.

4. Si tienes un pecado que te da vergüenza confesarlo, te aconsejo que lo digas el primero. Este acto
de vencimiento te ayudará a hacer una buena confesión.

5. El confesor será siempre tu mejor amigo. A él puedes acudir siempre que lo necesites, que con
toda seguridad encontrarás cariño y aprecio y mucho comprensión. Además de perdonarte los
pecados, el confesor puede consolarte, orientarte, aconsejarte. Pregúntale las dudas morales que
tengas. Pídele los consejos que necesites. Él guardará el secreto más riguroso.

Los síntomas y raíces de la disminución de la práctica de la confesión en algunas partes:

1. Por el ateísmo e indiferencia religiosa de nuestros tiempos.

2. La pérdida del sentido del pecado.

3. Las interpretaciones inadecuadas del pecado. Hoy se nos quiere hacer creer que el pecado es
algo superado, es un vago sentimiento de culpabilidad, es como una fuerza oscura del
inconsciente, es como expresión y reflejo de las condicionantes ambientales, se les identifican con
el pecado social y estructural. Algunos ya no ven pecado en casi nada, salvo en lo social,
estructural.

4. Crisis generalizada de la conciencia moral y su oscurecimiento en algunos hombres. Esto debido


a la amoralidad sistemática, cuando no inmoralidad.

5. Otra causa que ven los obispos españoles es ésta: indecisión de predicadores y confesores en
materia moral, económica y sexual. Algunos fieles se desconciertan al oír diversas opiniones de
confesores sobre el mismo tema moral. Y claro, muchos optan por hacer caso al más laxo y fácil. Y
al final optan por dejar sus conciencias al juicio de Dios y abandonan la confesión.

PARA PODER HACER UNA BUENA CONFESIÓN ES NECESARIO QUE CUMPLAMOS UNOS
REQUISITOS:

1. EXAMEN DE CONCIENCIA

La confesión no tendrá efecto y fruto si entramos en la Iglesia y rápido nos confesamos, sin haber
hecho primero un buen examen de conciencia sereno, tranquilo, pausado, y si es por escrito mejor,
para que así, no nos olvidemos ni un pecado.

¿Cómo hacer este examen de conciencia?

El examen de conciencia consiste en recordar los pecados que hemos cometido y las causas o
razones por las cuales estamos cometiendo esas faltas.
Deberíamos, como buenos cristianos, hacer examen de conciencia todos los días en la noche,
antes de acostarnos.

Así iríamos formando bien nuestra conciencia, haciéndola más sensible y recta, más pura y
delicada. Los grandes Santos nos han recomendado este medio del examen de conciencia diario

¿Cómo se hace?

1. Pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos recuerde cuáles son los pecados nuestros que
más le están disgustando a Dios.

2. Vamos repasando:

a) Los diez mandamientos.

b) Los cinco mandamientos de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica.

c) Los siete pecados capitales.

d) Las obras de misericordia.

e) Las bienaventuranzas.

f) El mandamiento de la caridad.

g) Los pecados de omisión: el bien que dejamos de hacer: no ayudar, no hacer apostolado, no
compartir los bienes, no hacer visitas a Cristo Eucaristía, no dar un buen consejo.

También es bueno confesarse de la siguiente manera:

a) Deberes para con Dios: mi relación con la voluntad de Dios.

b) Deberes para con el prójimo: caridad, respeto.

c) Deberes para conmigo: estudios, trabajo, honestidad, pureza, veracidad.

d) Deberes para con ese Movimiento o Institución eclesial a la que pertenezco: fidelidad a los
compromisos, apostolado.

2. DOLOR DE LOS PECADOS Y LA CONTRICIÓN DEL CORAZÓN

No basta sólo hacer un buen examen de conciencia para una buena confesión: es necesario un
segundo paso: dolerme interiormente por haber cometido esos pecados, porque ofendí a Dios, mi
Padre. Es lo que llamamos dolor de los pecados o contrición del corazón

Contrición de corazón o arrepentimiento es sentir tristeza y pesar de haber ofendido a Dios con
nuestros pecados.

No es tanto “me siento mal… no me ha gustado lo que he hecho… siento un peso encima…” ¡No!
Este dolor de contrición es otra cosa: “Estoy muy apenado porque ofendí a Dios, que es mi Padre,
le puse triste”.

El Salmo 50 dice: “Un corazón arrepentido, Dios nunca lo desprecia”.


Jesús cuenta, que un publicano fue a orar, y arrodillado decía: “Misericordia, Señor, que soy un
gran pecador” y a Dios le gustó tanto esta oración de arrepentimiento que le perdonó (Lucas 18).

¿Cuántas clases de arrepentimiento hay?

Hay tres:

1. La contrición perfecta: es una tristeza o pesar por haber ofendido a Dios, por ser Él quien es,
esto es, por ser infinitamente bueno y digno de ser amado, teniendo al mismo tiempo el propósito
de confesarse y de evitar el pecado. Es el ejemplo del rey David, o de Pedro.

2. Contrición imperfecta o atrición: es una tristeza o pesar de haber ofendido a Dios, pero sólo por
la fealdad y repugnancia del pecado, o por temor de los castigos que Dios puede enviarnos por
haberlo ofendido. Para que esta atrición obtenga el perdón de los pecados necesita ir acompañada
de propósito de enmendarse y obtener la absolución del sacerdote en la confesión.

3. El arrepentimiento o remordimiento: (morder doblemente) es una rabia o disgusto por haber


hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. Es la conciencia la que nos muerde. No nos da
tristeza por haber ofendido a Dios, sino porque hicimos algo que no nos gusta haber hecho.
Ejemplo de Judas. El remordimiento no borra el pecado.

¿Cuándo debemos tener este dolor de contrición y arrepentimiento de los pecados?

Sobre todo cuando nos vamos a confesar, pues si no estamos arrepentidos, no quedamos
perdonados. Pero es bueno también arrepentirnos de nuestras faltas cada noche antes de
acostarnos. A Dios le gusta un corazón arrepentido.

¿Qué cualidades debe tener nuestro arrepentimiento?

Tres son las cualidades:

1. Arrepentirse de todo los pecados sin excluir ninguno (a no ser por olvido).

2. Que el arrepentimiento no sea sólo exterior sino que se sienta en el alma.

3. Que sea sobrenatural, o sea no sólo por los males materiales que nos trae el pecado, sino
porque con él causamos un disgusto a Dios y nos vienen males para el alma y para la eternidad.

¿Qué ayuda para conseguir el dolor de contrición o arrepentimiento perfecto?

1. Recordar el Calvario y todo lo que Jesús sufrió por nosotros en su Pasión.

2. Recordar el Cielo y pensar en las alegrías y felicidades que allá nos esperan.

3. ¡Todo esto lo perderé, si peco! Ir con la imaginación a los castigos eternos y pensar que allá
podemos ir también nosotros si no abandonamos nuestros pecados y malas costumbres. ¡A
cuantos les ha salvado esto, y les ha alejado de sus pecados!

Una poesía resume este arrepentimiento sincero:

“No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno
tan temido para dejar por ello de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en
esa cruz y escarnecido; muéveme ver tu cuerpo tan herido; muévenme tus afectas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara y aunque no
hubiera infierno te temiera. No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no
esperara, lo mismo que te quiero te quisiera” (Anónimo).

3. CONFESAR TODOS LOS PECADOS

El sacramento de la penitencia o confesión está en crisis en algunas partes porque, como dijo el
Papa Juan Pablo II, “al hombre contemporáneo parece que le cuesta más que nunca reconocer los
propios errores… parece muy reacio a decir ‘me arrepiento’ o ‘lo siento’; parece rechazar
instintivamente y con frecuencia irresistiblemente, todo lo que es penitencia, en el sentido del
sacrificio aceptado y practicado para la corrección del pecado” (Reconciliación y Penitencia n. 26).

Pío XII manifestó en un radiomensaje del Congreso Catequístico Nacional de los Estados Unidos, en
Boston (26 de octubre de 1946): “El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado”.

El tercer paso para hacer una buena confesión es confesar todos los pecados mortales y graves al
confesor.

¿Qué es la confesión de boca? Es manifestar al confesor sin engaño, ni mentira los pecados
cometidos, con intención de recibir la absolución. Dice la Biblia: “No te avergüences de confesar
tus pecados” (Eclesiástico 4,26)

Para que Dios perdone, por medio del confesor, es necesario decir los pecados. Así lo dispuso el
mismo Cristo al instituir el sacramento de la Penitencia. “A quienes se los perdonéis, quedarán
perdonados; a quienes se los retuviereis les quedarán retenidos” (Jn. 20, 23).

Los apóstoles, y sus sucesores, los obispos y los colaboradores, los sacerdotes, para poder
absolver, necesitan conocer lo que perdonan, es decir, necesitan escuchar los pecados del
penitente.

¿Cuáles son las cualidades para una buena confesión de boca?

1. Sincera: no debo ocultar lo que en conciencia es grave.

2. Verdadera: sin ocultar o disimular lo que debo manifestar, ni dar vueltas, tratando de
justificarme.

3. Completa: todos los pecados graves

4. Sencilla y humilde: con pocas palabras y sin rodeos.

Omitir voluntariamente la confesión de pecados graves o circunstancias que cambian la especie o


callar voluntariamente algún pecado grave hace que la confesión sea inválida y sacrílega.

Gravedad del pecado

El pecado varía en su gravedad según quién lo comete, con quién se comete y dónde se comete.

-Una cosa es robar a un rico y otra a un pobre.

-Una cosa es robar por hambre y otra para vender.

-Una cosa es robar en el supermercado y otra en una iglesia.


-Una cosa es insultar a un compañero de clase y otra, a mamá o a un sacerdote o al Papa.

-Una cosa es cometer un acto impuro con un soltero/a y otra con un casado/a.

-Una cosa es mentir en casa y otra en la confesión.

¿Qué pecados estamos obligados a confesar?

Solamente los pecados mortales, pero es bueno y provechoso confesar también los veniales, así
iremos fomentando mejor nuestra conciencia; así también el sacerdote nos podrá guiar con toda
seguridad y sabiduría hacia la santidad.

¿Qué hacer cuando sólo tenemos pecados veniales para confesar?

Conviene recordar también algún pecado mortal ya confesado. Así el recuerdo de un pecado grave
hace más fuerte el arrepentimiento y más serio el propósito. Esto si lo considera oportuno el
confesor, porque hay almas con escrúpulos a quienes no conviene que revuelvan el pasado ya
confesado.

¿Qué sucede cuando uno olvida algún pecado grave en la confesión, sin querer?

Obtiene el perdón de los pecados y puede comulgar, pero en la próxima confesión debe
confesarse de ese pecado que olvidó sin querer.

Una norma muy útil: cuando uno termina de decirle al sacerdote los pecados conviene añadir:
“Pido perdón también de todos los pecados que se me hayan olvidado”. Así queda el alma mucho
más tranquila.

¿Cómo es el rito de la confesión?

1. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo.

2. Se lee una frase del evangelio.

3. Padre hace X días que me confesé, aclaro si cumplí la penitencia o no.

4. Mis pecados son éstos… y me acuso de todos aquellos que en este momento no recuerdo, y de
los pecados de omisión.

5. Después escucho los consejos.

6. Rezo el pésame u acto de contrición lentamente y con dolor.

7. Recibo la absolución del sacerdote.

8. Le agradezco… y voy a cumplir rápido la penitencia.

4. PROPÓSITO DE ENMIENDA

¿Qué es el propósito de enmienda?

Es una firme resolución de nunca más ofender a Dios. Y hay que hacerlo ya antes de confesarse.
Jesús a la pecadora le dijo: “Vete y no peques más” (Jn. 8,11). Esto es lo que se propone el pecador
al hacer el propósito de enmienda: “no quiero pecar más, con la ayuda de Dios”. Si no hay verdadero
propósito, la confesión es inválida.

No significa que el pecador ya no volverá a pecar, pero sí quiere decir que está resuelto a hacer lo
que le sea posible para evitar sus pecados que tanto ofenden a Dios. No se trata de la certeza
absoluta de no volver a cometer pecado, sino de la voluntad de no volver a caer, con la gracia de
Dios. Basta estar ciertos de que ahora no quiere volver a caer. Lo mismo que al salir de casa no sabes
si tropezarás, pero sí sabes que no quieres tropezar.

Estos propósitos no deben ser solamente negativos: no hacer esto, no decir aquello… También hay
que hacer propósitos positivos: rezaré con más atención, seré más amable con todos, hablaré bien
de los demás, haré un pequeño sacrificio en la mesa o en el fútbol, callaré cuando esté con ira, seré
agradecido, veré solo buenos programas en la televisión, hablaré con aquella persona que tanto me
cuesta, etc.

¿Y si volvemos a caer?

Pues, nos levantamos con humildad. La conversión y renovación es progresiva, lenta. Por eso es
necesaria la confesión frecuente, no sólo cuando hemos caído, sino para no caer. Allí Dios nos
robustece la voluntad, no sólo para no caer, sino también para lograr las virtudes.

¿Por qué algunos se confiesan siempre de las mismas faltas?

Es muy sencillo: porque no evitan las ocasiones de pecado. Por eso, el propósito de enmienda
implica dos cosas: evitar el pecado y las ocasiones que llevan a él.

Debemos pedir siempre lo que San Ignacio de Loyola pide en los Ejercicios Espirituales cuando habla
de las meditaciones sobre el pecado: “Dame vergüenza y confusión, dolor y lágrimas,
aborrecimiento del pecado y del desorden que lleva al pecado”.

Debemos apartarnos seriamente de las ocasiones de pecar, porque “quien ama el peligro perecerá
en él” (Eclesiástico 3, 27). Si te metes en malas ocasiones, serás malo.

Hay batallas que el modo de ganarlas es evitándolas. Combatir siempre que sea necesario es de
valientes; pero combatir sin necesidad es de estúpidos fanfarrones.

Si no quieres quemarte, no te acerques demasiado al fuego. Si no quieres cortarte, no juegues con


una navaja bien afilada. Sobre todo esto vale para la concupiscencia de la carne o impureza. La
impureza es una fiera insaciable. Aunque se le dé lo que pide, siempre quiere más. Y cuanto más le
des, más te pedirá y con más fuerza. La fiera de la concupiscencia hay que matarla de hambre. Si la
tienes castigada, te será más fácil dominarla.

Por tanto, si el propósito no se extendiese también a poner todos los medios necesarios para evitar
las ocasiones próximas de pecar, la confesión no sería eficaz; mostraría una voluntad apegada al
pecado, y, por lo tanto, indigna de perdón.

Quién, pudiendo, no quiere dejar una ocasión próxima de pecado grave, no puede recibir la
absolución. Y si la recibe, esta absolución es inválida.
Ocasión de pecado es toda persona, cosa, circunstancia, lugar, que nos da oportunidad de pecar,
que nos facilita el pecado, que nos atrae hacía él y constituye un peligro de pecar.

Jesucristo tiene palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar: “Si tu ojo
es ocasión de pecado, arráncalo… si tu mano es ocasión de pecado, córtala… más te vale entrar en
el Reino de los cielos, manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos, los dos ojos, en el fuego
del infierno” (Mt 18, 8ss).

Una persona que tiene una pierna gangrenada, se la corta para salvar su vida humana, y tú ¿no eres
capaz de cortar esa cosa… para salvar tu alma?

Evitar un pecado cuesta menos que desarraigar un vicio. Es mucho más fácil no plantar una bellota
que arrancar una encina.

Para apartarse con energía de las ocasiones de pecar, es necesario rezar y orar: pedirlo mucho al
Señor y a la Virgen, y fortificar nuestra alma comulgando a menudo.

5- CUMPLIR LA PENITENCIA

¿Qué es cumplir la penitencia?

Es rezar o hace lo que el confesor me diga. Esta penitencia, ya sea una oración, una obra de caridad,
un sacrificio, un servicio, la aceptación de la cruz, una lectura bíblica, es para expiar, reparar el daño
que hemos hecho a Dios al pecar. Es expresión de nuestra voluntad de conversión cristiana.

El pecado, sobre todo si es grave, es ofensa grave a Dios. Mereceríamos las penas eternas del
infierno. Esta penitencia que me da el sacerdote en parte desagravia la ofensa a Dios y expía las
penas merecidas.

La confesión perdona las penas eternas, pero no perdona la pena temporal. Esta penitencia que
hago va satisfaciendo, en parte, o disminuyendo la pena temporal debida por los pecados.

Todos los viernes del año, que el Derecho Canónico llama penitenciales (Cánones 1250-1253) son
ocasión para hacer penitencia, como así también especialmente la Cuaresma, por el ayuno, la
abstinencia de carne o la práctica de obras de misericordia, o a privación de algo que nos cueste
(cigarrillos, dulces, bebidas alcohólicas u otros gustos).

Esta satisfacción que hacemos no es ciertamente el precio que se paga por el pecado absuelto y por
el perdón recibido, porque ningún precio humano puede equivaler a lo que se ha obtenido, fruto de
la preciosísima Sangre de Cristo. Pero quiere significar nuestro compromiso personal de conversión
y de amor a Cristo.

Los Mandamientos, el camino que Dios nos muestra

Pequeño resumen que ayuda a saber si vamos por el camino correcto

Hoy en día, muchas personas han eliminado a Dios de su vida. Como que en ocasiones nos estorba
y preferimos borrarlo, en vez de sentarnos a reflexionar por qué nos pide ciertas cosas. Unas de las
cosas que Dios nos pide es cumplir con los mandamientos que Él nos entregó. Los Mandamientos
son un camino para llegar al Cielo y ser felices. Cuando los cumplimos, vivimos en paz.
Los tres primeros mandamientos de la ley de Dios nos enseñan cómo debe de ser nuestra actitud
para con Dios y los siete siguientes nos enseñan nuestra actitud hacia el prójimo, con los que nos
rodean.

Los mandamientos de la ley de Dios son los siguientes:

1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Este mandamiento nos dice que Dios debe ser lo más importante en nuestras vidas, debemos
amarlo, respetarlo y vivir cerca de Él. Esto lo podemos hacer a través de la oración y los
sacramentos.

Debemos creer, confiar y amar a Dios sobre todas las cosas:

1. Creer en Dios que es mi Padre, me ha dado la vida y me ama.

2. Confiar en Dios porque es mi Padre y me ama infinitamente

3. Amar a Dios más que a nada y a nadie en el mundo.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:

• ¿Estoy amando a Dios como un hijo ama a un padre?

• ¿Vivo sólo para las cosas temporales, de la tierra?

2. No tomarás el nombre de Dios en vano.

Este mandamiento nos manda respetar el nombre de Dios y todas las cosas sagradas.

Para cumplir este mandamiento, debemos usar el nombre de Dios con mucho amor y respeto.
Debemos de cuidar y respetar todas las cosas que tienen que ver con Dios, así como respetar al
sacerdote y a las personas consagradas a su servicio.

Para saber si cumplimos con este mandamiento nos podemos preguntar:

• ¿Uso el nombre de Dios de una manera cariñosa y con respeto, sin jurar en vano el nombre de
Dios?

• ¿Respeto las cosas de Dios (capilla, Biblia, rosario, etc.)?

• ¿Trato de manera respetuosa a los sacerdotes y personas consagradas al servicio de Dios?

• ¿He cumplido con las promesas que he hecho?

• ¿He jurado en falso?

• ¿He cumplido las promesas que he hecho a Dios?

3. Santificarás las fiestas.

Este mandamiento nos manda dedicar los domingos y los días de fiesta a alabar a Dios y a
descansar sanamente.
Para cumplir con este mandamiento, debemos ir a Misa todos los domingos y fiestas que la Iglesia
e indique y celebrar el amor de Dios y todo lo que ha hecho por nosotros. Debemos aprovechar los
domingos para rezar más y estar cerca de Dios, así como para descansar sanamente y ayudar a
que otros descansen. También, debemos dedicar este día a las cosas de Dios y a la familia.

Para saber si cumplimos bien con este mandamiento, podemos preguntarnos:

• ¿Voy a Misa los domingos y fiestas que manda la Iglesia?

• ¿Hago un esfuerzo por estar muy cerca de Dios durante la Misa y escuchar lo que me quiere
decir?

• ¿Pienso en Dios los domingos?

• ¿Ayudo a los demás para que puedan descansar?

Los días en que se debe de asisitr a Misa, además de los domingos, son marcados por la
Conferencia Episcopal de cada país.

4. Honrarás a tu padre y a tu madre

Este mandamiento nos manda honrar y respetar a nuestros padres y a quienes Dios le da
autoridad para guiarnos y ciudarnos en nuestras vidas.

Para cumplir este mandamiento, debemos escuchar, respetar y amar a los padres y a aquellas
personas que tengan autoridad sobre nosotros (abuelos, tíos, sacerdotes, maestros, autoridad
civil).

Esto no quiere decir que los padres deben de olvidarse de sus deberes y obligaciones para con los
hijos.

Para saber si cumplimos con este mandamiento podemos preguntarnos:

• ¿Ayudo material o espiritualmente a mis padres?

• ¿Soy agradecido con mis padres?

• ¿Los acompaño en su vejez?

• ¿Les demuestro amor?

• ¿Soy agradecido con ellos?

• ¿Los acompaño en sus enfermedades?

5. No matarás

Este mandamiento nos manda respetar nuestra propia vida y la del prójimo, cuidando de la propia
salud, porque la vida humana es sagrada. Se trata de no lastimar ni atentar contra la vida propia o
ajena, física o moral.

Para cumplir este mandamiento, debemos servir a la vida cuidando nuestra salud, para no caer en
vicios como el alcoholismo o la drogadicción. El suicidio es un atentado contra la propia vida.
Con respecto a la vida de otros, debo evitar las críticas y el dar a conocer a todos los defectos
ajenos, es decir, las calumnias. El maltratar físicamente a las personas, atenta contra la vida ajena.
El aborto es dar muerte a una vida en el vientre de la madre.

Para saber si estoy cumpliendo con este mandamiento me puedo preguntar:

• ¿He hablado mal de los demás?

• ¿He maltratado a alguien físicamente?

• ¿He caído en algún vicio?

• ¿He atentado contra mi salud?

6. No cometerás actos impuros

Este mandamiento nos manda conservar la pureza del cuerpo y del alma.

Para cumplir con este mandamiento, debemos procurar la limpieza interior de nuestro cuerpo y de
nuestra alma ya que es un tesoro muy grande que debemos conservar. Nuestro cuerpo es un
templo del Espíritu Santo.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:

• ¿He cometido adulterio o fornicado?

• ¿He visto algún tipo de pornografía?

• ¿Me he permitido tener pensamientos y deseos morbosos? ¿He dominado mis pasiones?

• ¿He practicado la homosexualidad?

• ¿He practicado la masturbación?

7. No robarás

Este mandamiento nos manda respetar las cosas de los demás y utilizar las nuestras para hacer el
bien. También, nos manda respetar y cuidar la Creación.

Para cumplir este mandamiento, no debemos apropiarnos de lo que no sea nuestro y debemos
evitar causar daño a lo que tienen los demás. Respetar la Creación y usar las cosas para hacer el
bien. Pagar lo justo a las personas que empleo y cuando soy empleado cumplir con el trabajo para
el que fui contratado.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos preguntamos:

• ¿Devuelvo las cosas que encuentro y no son mías?

• ¿Cuido las cosas que me prestan?

• ¿Cuido las cosas que tengo?

• ¿Cuido y respeto la creación?

• ¿Comparto mis cosas con la gente necesitada?


8. No mentirás

Este mandamiento nos manda ser sinceros y no mentir. Nos pide decir siempre la verdad. Mentir
es decir algo falso, es engañar.

Para cumplir este mandamiento, debemos decir la verdad y no engañar a los demás ni hablar mal
de ellos.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, me puedo preguntar:

• ¿Estoy acostumbrado a ser sincero?

• ¿Acostumbro resolver mis problemas sin mentir?

• ¿Hablo bien de las demás personas?

9. No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

Este mandamiento nos dice que no debemos pensar ni desear cosas inmorales. Nos pide pureza
de corazón para ver todas las cosas con los ojos de Dios. Pureza de corazón, sea yo soltero(a) o
casado(a).

Para poder vivir este mandamiento, necesitamos vivir la virtud de la pureza. Esta virtud nos lleva a
respetar el orden establecido por Dios en el uso de la capacidad sexual a fin de vivir un amor
humano más perfecto. Practicar la castidad, cuidando lo que vemos, lo que oímos, lo que decimos,
etc. Cuidar el corazón de todo aquello que lo pueda manchar.

Para saber si cumplimos con este mandamiento, nos podemos preguntar:

• ¿He tenido pensamientos inmorales?

• ¿He vivido la virtud de la castidad en mi vida?

• ¿He cuidado la pureza de mi corazón?

• ¿He propiciado situaciones que me pongan en peligro para tener pensamientos y deseos
impuros?

10. No desearás los bienes ajenos

Este mandamiento nos manda ser generosos y no dejar lugar a la envidia en nuestros corazones.

Para poder cumplir este mandamiento debemos ser felices con las cosas que tenemos y no tener
envidia si alguien tiene más que nosotros. Disfrutar y agradecer lo que tenemos.

Para saber si estamos cumpliendo con este mandamiento, nos podemos preguntar:

• ¿Soy feliz con las cosas que tengo?

• ¿Agradezco y cuido las cosas que tengo como un regalo de Dios?

• ¿Me pongo feliz por mis amigos cuando consiguen algo que yo no tengo?

• ¿Me pongo feliz cuando a los demás les pasan cosas buenas?
¡Al cumplir los mandamientos vamos a estar cerca de Dios y vamos a vivir más felices! Los Diez
mandamientos son el mejor camino para llegar al Cielo.

Recuerda que para ser feliz nos conviene cumplir con los Diez Mandamientos que Dios le entregó
a Moisés. No olvides que seguir las huellas de Cristo es imitarlo en su perfecto cumplimiento de las
leyes de su Padre. Los católicos, además, seguimos el mandato de Cristo: amar a Dios sobre todas
las cosas y al prójimo como a uno mismo y, predicar el Evangelio a todas las personas.

Los mandamientos de la Iglesia son aquellos preceptos dados por la Iglesia para promover el
acercamiento a los sacramentos y a la vida litúrgica de todos sus hijos y así ayudarles a participar
activamente en la vida de la Iglesia, a cumplir sus deberes con Cristo y beneficiarse de los dones de
salvación que Él nos entregó.

Los mandamientos generales son:

1. Oír Misa entera los domingos y fiestas de guardar

Todos tenemos la obligación de emplear parte de nuestro tiempo para consagrarlo a Dios y darle
culto, esta es una ley inscrita en el corazón. Es ley natural darle culto a Dios, y la Misa es el acto
fundamental del culto católico. De este modo la Iglesia concreta el tercer mandamiento de la Ley
de Dios y el deber de los cristianos es cumplirlo, además de ser sobre todo un inmenso privilegio y
honor.

Este mandamiento exige a los fieles participar en la celebración eucarística, el día en que se
conmemora la Resurrección de Cristo y en algunas fiestas litúrgicas importantes. El no cumplirlo es
pecado grave para todos aquellos que tienen uso de razón y hayan cumplido los siete años. Para
cumplir este precepto hay que hacerlo el día en que está mandado, no se puede suplir. Implica
una presencia real, es decir, hay que estar ahí y hay que escucharla completa.

La Misa o sacrificio eucarístico del cuerpo y la sangre de Cristo, instituido por Él para perpetuar el
sacrificio de la Cruz, es nuestro más digno esfuerzo que podemos hacer para acercarnos a Dios, y
más útil para conseguir el aumento de la gracia.

2. Confesar los pecados graves cuando menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de
comulgar

Hay que acudir a este sacramento – como todos los demás, signo sensible eficaz de la gracia,
instituido por Cristo y confiado a la Iglesia - para asegurar la preparación para la Eucaristía
mediante su recepción que continúa la obra de conversión y perdón del Bautismo. No basta con
acudir, sino que hay que cumplir con todos los requisitos que el sacramento impone. El asistir sin
cumplir con los actos del penitente, se convierte en una confesión sacrílega. Esto no implica que la
confesión frecuente no sea recomendable, sino todo lo contrario, para quienes quieren ir
perfeccionando su vida, confesarse con frecuencia es uno de los mejores medios.

3. Comulgar por Pascua de Resurrección

Este mandamiento garantiza un mínimo en la recepción del Cuerpo de Cristo. Siempre hay que
comulgar en estado de gracia y cumplir con el ayuno eucarístico. Se debe de recibir la comunión
dentro de la Misa, los enfermos incapacitados para asistir a Misa deben de recibir el viático.
4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Iglesia

Esto asegura los tiempos de ascesis y de penitencia que nos preparan para las fiestas litúrgicas y
contribuyen a adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad de corazón. No implica que
hacer penitencia durante todo el año no sea de provecho.

La abstinencia es una práctica penitencial por la que se le ofrece a Dios el sacrificio de no tomar
carne u otro alimento, recordando así y uniéndose a los dolores de Cristo por nuestros pecados.

5. Ayudar a la Iglesia en sus necesidades

El mandamiento señala la obligación de cada uno según sus posibilidades a ayudar a la Iglesia en
sus necesidades materiales, para poder continuar con su misión. Las necesidades de la Iglesia son
muchas.

La Iglesia fue querida por Nuestro Señor Jesucristo, su fundador. Ella vela por el bien de los fieles,
su misión es ayudar a alcanzar la salvación. Como católicos debemos sentirnos parte de Ella,
amándola y defendiéndola siempre.

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