Subsidio2 Catequesis
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Subsidio2 Catequesis
Tienen en sus manos el subsidio catequístico que contiene las doce catequesis para adultos, preparadas
para las comunidades que se reunirán como fruto de la misión diocesana del año de la fe.
Es la propuesta de un pequeño itinerario que nos permitirá celebrar la iniciación cristiana y renovar la
alegría de la fe con las personas que respondan a la invitación y manifiesten su deseo de ser bautizadas,
confirmadas o celebrar la primera comunión. Estas catequesis fueron preparadas pensando, ante todo,
en ellas, pero también en otras personas adultas que, habiendo celebrado ya todos estos sacramentos,
quieran profundizar su fe.
Este subsidio contiene, entonces, doce encuentros catequísticos centrados en estos temas:
En el camino de la iniciación cristiana de personas adultas, las celebraciones litúrgicas resultan tan
importante como los encuentros catequísticos. Por eso, en otros subsidios, encontrarán propuestas para
las celebraciones dominicales en distintos momentos de los tiempos de Cuaresma y de Pascua.
Encuentros catequísticos y celebraciones comunitarias se complementan mutuamente. Para tener un
visión de conjunto y comprender mejor el dinamismo de la propuesta, les proponemos dar una mirada
al subsidio catequístico 1: Iniciación cristiana de adultos. Propuesta para el Año de la Fe.
Encuentros catequísticos 2
Las catequesis responden a una misma propuesta metodológica. Cada una está orientada por un
propósito, y se ordena en cuatro momentos o pasos.
Al comienzo de cada catequesis encontrarán un PROPÓSITO. En pocas palabras hemos querido resumir
aquello que queremos proponer, compartir e invitar a profundizar. En el desarrollo del encuentro
mismo, es importante no perder nunca de vista este propósito. Nos servirá de orientación y de guía,
para no desviarnos hacia aspectos secundarios o temáticas que serán tratadas en otro momento del
itinerario.
A la luz de este propósito se desarrolla el tema, en cuatro pasos:
Estos cuatro pasos describen el movimiento de cada encuentro, el paso a paso que nos permitirá ir
haciendo camino.
Tal vez algunos catequistas puedan encontrar útil leer las sugerencias para misioneras y misioneros que
aparecen en el subsidio misionero 1, especialmente el apartado: «¿Cómo lo hacemos?», que indica
algunas actitudes fundamentales válidas para toda la misión del Año de la Fe.
En definitiva, lo que verdaderamente cuenta es buscar, en la comunión de todo el pueblo de Dios, ser
fieles al envío de Jesús: «Por el camino proclamen que el reino de los Cielos está cerca... Ustedes han
recibido gratuitamente, den también gratuitamente» (Mateo 10, 7.8).
Encuentro 1
Imagen de Dios
La dignidad de la persona
Invitar a reconocer que nuestra vida y nuestras experiencias son valiosas en el proyecto de Dios.
Cuanto más avanzamos en la vida, más nos interesa descubrir nuestras raíces: ¿De dónde venimos?
¿Cómo vinieron nuestros antepasados? ¿De qué manera nuestra historia y la historia de quienes nos
dieron la vida marcan nuestras experiencias de hoy? En realidad, esas raíces nos muestran quiénes
somos aquí y ahora, y nos ayudan a proyectarnos hacia el futuro.
Lo mismo sucede en la Biblia. Es la palabra de Dios, escrita y compartida por las y los creyentes a lo
largo de las generaciones. Narra la historia de Dios y su pueblo.
También el pueblo de la Biblia, como nosotros, se preguntó por su origen. Quiso encontrar sus
raíces. Y descubrió que esas raíces tenían un origen bien profundo: el deseo de Dios, el amor de Dios
por la humanidad...
Las primeras páginas de la Biblia, en el libro del Génesis, hablan de esas raíces. Y, como esa historia
es también nuestra historia, vamos a leer esas páginas para que nos ayuden a descubrir nuestras raíces
más hondas.
Leemos: Génesis 1, 26 – 2, 3
Este texto contiene afirmaciones que son la base de la visión cristiana del ser humano.
• «Dios creó al ser humano a su imagen». Lo primero que afirma la Biblia sobre el ser humano es su
dignidad. Dicho así puede que no parezca gran cosa, pero pensémoslo de otro modo. Cuando
alguien nos pregunta: «¿Quién sos?», solemos responder hablando de nuestra ocupación (trabajo,
oficio, profesión, estudio, etc.), de nuestra familia (hija/o de tal, esposa/o de tal, etc.), de nuestro
lugar de origen (la ciudad, la provincia, el país de donde vinieron nuestros padres o abuelos) y hasta
de aspectos menos profundos como nuestros gustos (deportes, música, etc.). La Biblia va mucho
5 Encuentros catequísticos
más lejos. Afirma que somos imagen de Dios. La fe nos invita a descubrir esto: En toda la tierra, no
hay nada tan valioso para Dios como el ser humano, porque así lo quiso Dios. Nos quiso únicos,
libres, capaces de comprender y comprendernos, capaces de relacionarnos con los demás y con Dios,
capaces de amar... Todo ser humano tiene esta dignidad única, aún quienes no lo saben y quienes
no pueden creer en Dios.
Por eso, cada ser humano es alguien único y original. No hay dos personas iguales en el universo.
Tenemos como una muestra de esto en nuestras huellas digitales. Pero lo reconocemos, sobre todo,
al darnos cuenta de la diversidad de nuestras historias, nuestras capacidades, nuestros caminos de
vida, nuestras elecciones... En el proyecto de Dios, no hay copia ni duplicado.
Por eso, también, cada persona está llamada a desarrollar su identidad. No somos «algo», sino
«alguien». Dios no nos crea como una cosa, ya terminada y sin posibilidades de cambiar, sino como
seres libres, que van «haciéndose» a lo largo de su vida. A cada una y cada uno le queda entonces esa
tarea: desplegar su originalidad, hacer madurar las capacidades y dones que Dios le ha dado,
responder a su amor amando... Dios no es el enemigo de nuestra libertad. Es Dios quien la hace
posible.
• A los seres humanos, Dios «los creó varón y mujer». En el contexto cultural machista que rodeaba al
pueblo de la Biblia, estas palabras tienen que haber sido sorprendentes. Y siguen siendo
sorprendentes hoy, que todavía vivimos en una cultura que privilegia al varón. La Biblia, por el
contrario, presenta a Dios creando con cuidado y cariño tanto al varón como a la mujer. Diferentes
por ser alguien único, pero iguales en dignidad, varones y mujeres somos la imagen de Dios.
• «Dios los bendijo». Bendecir es tanto como declararse a favor de alguien o algo. Aquí, Dios se
declara a favor del ser humano, mujeres y varones. Dios nos bendice. Desde el comienzo, afirma la
Biblia, Dios se declara como un Dios que ama a la humanidad, que cuida de su vida, que está
constantemente a nuestro lado y hace posible que nos realicemos plenamente. Nuestro Dios es el
Dios que se compromete con la humanidad.
• «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla». Si es cierto que cada persona está
llamada a desarrollar su identidad, no es menos cierto que nadie realiza esta tarea en el aislamiento.
Vivimos en relación con otras y otros, y habitamos una misma tierra. La tarea que Dios nos confía
es un llamado a la fecundidad: reconocer en cada persona un hermano o una hermana,
relacionarnos desde el reconocimiento de nuestras diferencias y nuestra dignidad compartida, amar
y proteger la vida, cuidar de todo lo creado...
• «Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno». El mismo relato de la Biblia dice
que, mientras iba creando las demás cosas, Dios miraba y veía que «todo era bueno». Ahora que hizo
al ser humano, mira y ve que todo es «muy bueno». No solamente bueno, sino «muy bueno». Al
hacernos así como somos, a su imagen y semejanza, Dios corona su obra. Y esto no es algo del
pasado: el Creador sigue actuando en la historia, sigue mirándonos y diciendo: «todo es muy
bueno».
A veces nosotros estamos tentados de mirar las cosas de otro modo. Nos asombra la inmensidad
del cielo, la majestuosidad del mar o las montañas, la belleza de los árboles, sus flores y sus frutos...
¡Parecería que todo lo demás es más grande que el ser humano! Y al ver de cuánta maldad somos
capaces los hombres y las mujeres, llegaríamos a desanimarnos.
Pero a los ojos de Dios las cosas son diferentes: la bondad y la grandeza de su obra está
expresada, sobre todo, en nuestra dignidad, nuestra libertad y nuestra vida. Dios no deja de apostar
por la humanidad, no deja de bendecirla y comprometerse con ella.
Encuentros catequísticos 6
El relato bíblico, que escuchamos y reflexionamos, nos invita a descubrir que nosotras y nosotros, así
como somos, somos únicas y únicos, infinitamente valiosos a los ojos de Dios, que tenemos una
dignidad que nada ni nadie nos puede quitar, y que nuestra historia es una historia en la que ya está
presente Dios.
Después se entrega a cada participante una hoja como la de la página siguiente. Y se invita a escribir:
• El propio nombre. Nuestro nombre nos identifica, dice quién somos y dice que somos personas
únicas.
• Tres palabras que me definen: ¿Cómo soy? Nuestro modo de ser es único, nos identifica. Al decir
cómo somos, en realidad, decimos también quiénes somos. Podrían ser capacidades («tengo
capacidad para escuchar a la gente», «tengo la capacidad de estar al lado de la gente en los
momentos difíciles», etc.), cualidades (generosidad, paciencia, buen humor, entusiasmo, etc.),
dones (esos «talentos» que traemos con nosotros: para la música, para el deporte, para hacer
nuevas amistades, etc.)... A veces, descubrimos todo esto por lo que otras personas nos ayudan a
ver de nosotros mismos.
• Tres experiencias que me hacen único/a: ¿Qué he vivido? Los acontecimientos de nuestra vida
van haciendo de nosotras/os personas únicas. Por eso, la experiencia de vida que trae cada una y
cada uno es única y es una riqueza que podemos compartir con otros. Estas experiencias podrían
ser, por ejemplo, situaciones que cambiaron mi vida, momentos felices o dolorosos que me han
marcado.
• Tres personas que me han marcado en la vida: ¿Qué personas han sido importantes para mí? Las
personas con las que vivimos o hemos vivido marcan, de un modo u otro nuestra vida. Entre
ellas, algunas nos enseñan —con su palabra o con su ejemplo— algo que llega a ser importante
para nosotros, que no olvidamos nunca más y que suele orientar nuestro propio camino en la
vida. En este espacio de la hoja escribimos sus nombres y, al hacerlo, recordamos por qué han
sido importantes para nosotros.
Después de un tiempo de reflexión personal, compartimos lo que hemos escrito. No es necesario
hablar de todo: más bien se trata de compartir lo que cada una/o considera más importante.
Al terminar el diálogo, la persona que anima agradece a cada persona por lo que ha compartido: es
valioso para ella y es valioso para todo el grupo.
¿Cómo soy? ¿Qué he vivido?
• ................................................................... • ...................................................................
• ................................................................... • ...................................................................
• ................................................................... • ...................................................................
Yo soy ..............................................
• ...................................................................
• ...................................................................
• ...................................................................
Encuentros catequísticos 8
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta y una vela encendida.
Hemos dicho que la vida de cada persona es valiosa a los ojos de Dios, y recién compartimos algo
de nuestra vida. En la experiencia de cada una y cada uno, reflejada de algún modo en la hoja que
escribimos, está presente Dios. No es necesario buscar en otro lado la imagen de Dios: está allí, en
nuestras vidas, en lo que hemos compartido.
Por eso, los invito a que pongamos estas hojas junto al Libro de la palabra de Dios. Nuestras vidas
son obra de Dios, creación suya. Nuestras vidas son sagradas. Así que, al lado de cada hoja vamos
a encender también una pequeña vela: En nuestras vidas está Dios.
Mientras se presentan las hojas y se encienden las velas, se escucha algo de música instrumental suave.
Dejar un momento para que cada miembro del grupo pueda expresarse.
Finalmente, esta oración (o alguna semejante) puede ser recitada por un/a catequista o por todo el
grupo:
El encuentro termina con una canción apropiada, por ejemplo: Salmo de la creación (letra y música:
Patrick Richard) o Gracias a la vida (letra y música de Violeta Parra).
Encuentro 2
Historia de un encuentro
Dios sale al encuentro de la humanidad que lo busca
Generar un espacio de diálogo y reflexión que permita descubrir que Dios toma la iniciativa y se hace
cercano a la humanidad, revelándose como el Dios de la alianza, la liberación y la vida.
• ¿En qué momentos de mi vida me he preguntado por la presencia de Dios? ¿Qué he sentido?
• ¿Qué personas me han hablado de Dios o me han permitido descubrir algo de Dios?
¿Qué me trasmitieron?
• ¿He vivido situaciones en las experimenté la presencia de Dios? ¿Cuáles? ¿Qué sentí?
– A su vez, Dios busca a la humanidad: toma la iniciativa, haciéndose cercano a cada persona y
poniéndose al lado de todos los pueblos. Incluso si los hombres y las mujeres no llegaran a
reconocerlo, Dios está allí, a su lado. Acompaña sus vidas. En cada anhelo de libertad y dignidad, en
cada esfuerzo por la justicia y la paz, en cada encuentro vivido en el amor, allí está Dios.
Sí, Dios toma la iniciativa de salirnos al encuentro. La fe cristiana proclama y celebra a un Dios que,
lejos de ocultarse en un cielo lejano, se revela ofreciendo su amor y su vida.
Esa iniciativa de Dios, que sale al encuentro de la humanidad que lo busca, tiene lugar sobre todo en
la historia del pueblo de la alianza. La Biblia narra esa historia. Es fruto del largo camino por el que
Dios fue llamando, formando y guiando a un pueblo que fuera, entre todos los pueblos, un signo de su
amor por el mundo entero: el pueblo de Israel, en cuyo seno nacerá Jesús.
Encuentros catequísticos 10
• Es allí donde Dios interviene nuevamente de un modo bien palpable. Pero no lo hace
mágicamente. Interviene en la historia convocando y enviando a personas concretas. Moisés
experimenta ese llamado de Dios, y recibe una misión. Será Moisés quien tenga que
presentarse ante el Faraón y ante el pueblo para anunciarles el proyecto liberador de Dios.
Será Moisés quien guíe al pueblo en la salida de Egipto y a lo largo del desierto hacia la tierra
prometida por Dios.
• Pero —y esto es lo más importante— la iniciativa es Dios. Es Dios quien está atento al clamor
del pueblo oprimido. Es Dios quien da el primer paso: «Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
Por eso he bajado a liberarlo...».
• La liberación no será fácil. El pueblo tendrá que escapar en medio de la noche, mientras es
perseguida por el ejército del Faraón. Los grandes anhelos de la humanidad, anhelos de
libertad y de justicia, siempre encuentran resistencias y oposiciones. También los anhelos de
Dios.
La salida de Egipto, el cruce por en medio del mar abierto, la marcha de toda una multitud
serán el signo de que, a pesar de todo, Dios convierte nuestra historia humana —con todo el
mal que pueda habitarla— en historia santa, historia de salvación. Sí, Dios se pone al frente de
quienes buscan una tierra sin opresión ni injusticia, una «tierra sin males» (como decían los
pueblos guaraníes). Dios transforma las aguas del mar en un camino abierto hacia libertad...
Imaginen un pueblo que escapa y, de repente, se encuentra acorralado entre el mar y el
ejercito que lo persigue: en apariencia todo se ha terminado, no hay salida... Nuestro Dios es
el Dios que hace posible toda esperanza.
• En el desierto, liberados ya de la esclavitud, Dios hará una alianza con su pueblo. Será un
suerte de compromiso de amor y fidelidad, que se concreta en las palabras —muchas veces
repetidas a lo largo de la Biblia— pronunciadas por el mismo Dios: «Ustedes serán mi pueblo y
Yo seré su Dios» (ver, por ejemplo, Éxodo 6, 6-8). La alianza es el compromiso por el que
Dios se une a su pueblo (prometiendo estar siempre a su lado, guiarlo, liberarlo, sostenerlo) y
el pueblo se une a Dios (escuchando su palabra, confiando en él, viviendo según la Ley de
libertad que él le ofrece, amando a los demás como Dios lo ha amado). Un relato de la
celebración de esta alianza se encuentra en Éxodo 19, 1-8.
11 Encuentros catequísticos
Algún tiempo después, cuando Israel haya olvidado la alianza que lo une a Dios, el profeta Miqueas
volverá a recordarle lo esencial. Sus palabras, breves y profundas, pueden seguir guiando a las y los
creyentes de hoy:
En sus manifestaciones Dios va delineando un proyecto que orienta nuestra vida y nos invita a
colaborar con Dios. Dialogamos a partir de estas preguntas:
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta y una vela encendida. A cada lado se ponen los afiches rojo y verde. Mientras tanto, se
entregan al grupo las hojas con el texto del salmo para rezarlo al final.
Hemos compartido los sueños de Dios para la humanidad... Vemos también que todavía hoy
existen muchas resistencias a ese proyecto: algunas provienen desde otros lugares (los intereses de
unos pocos, las ambiciones desmedidas, el afán de poder), pero otras resistencias están en nosotros
mismos (los cristianos llamamos a eso: «pecado», aquello que se opone a Dios y a su proyecto de
amor para la humanidad y la creación).
Cada una y cada uno tiene en su mano una hoja donde ha escrito lo que cree que puede aportar
para que el proyecto de Dios se haga realidad hoy... Vamos a ponerlas todas junto a la Biblia. Son
hojas de distintos colores y van a formar como un arco iris: el aporte de cada una y cada uno es
diferente pero igualmente valioso e importante... Dios cuenta con nosotros.
Encuentros catequísticos 12
Mientras cada participante deja su hoja junto a la Biblia, se escucha algo de música instrumental suave.
Rezamos con una oración de la Biblia, tomada del libro de los Salmos. Es una acción de gracias a Dios,
porque su amor es eterno pero se manifiesta concretamente en nuestra historia. El pueblo de Israel, el
pueblo de Jesús, todavía hoy canta este salmo en la noche de Pascua, recordando la liberación y la
alianza. (De a uno vamos leyendo cada estrofa, y respondemos todos con las palabras: «¡porque es
eterno su amor!».)
1
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
4
Al único que hace maravillas,
¡porque es eterno su amor!
5
Al que hizo los cielos sabiamente,
¡porque es eterno su amor!
6
Al que afirmó la tierra sobre las aguas,
¡porque es eterno su amor!
11
Al que sacó de Egipto a su pueblo,
¡porque es eterno su amor!
12
con mano fuerte y brazo poderoso,
¡porque es eterno su amor!
13
Al que abrió en dos partes el Mar Rojo,
¡porque es eterno su amor!
14
Al que hizo pasar por el medio a Israel,
¡porque es eterno su amor!
16
Al que guió a su pueblo por el desierto
¡porque es eterno su amor!
21
Al que dio la tierra en herencia,
¡porque es eterno su amor!
22
en herencia a Israel, su servidor,
¡porque es eterno su amor!
23
Al que en nuestra humillación se acordó de nosotros,
¡porque es eterno su amor!
24
y nos libró de nuestros opresores,
¡porque es eterno su amor!
25
Al que da el alimento a todos los vivientes,
¡porque es eterno su amor!
(Cada una/o puede agregar sus propias acciones de gracias a Dios y todos respondemos:
«¡porque es eterno su amor!». Las y los catequistas podrían expresar algunas acciones de
gracias, para ayudar al grupo a desinhibirse, por ejemplo: «Gracias por la salud», «Gracias
por (Nombre), que me invitó a creer», «Gracias por la gente que se compromete por la
justicia», etc. Para terminar, un/a catequista dice la última estrofa:)
26
¡Den gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor!
del salmo 135 (136)
Cada una y cada uno puede agregar sus propias acciones Cada una y cada uno puede agregar sus propias acciones
de gracias a Dios y todos respondemos: «¡porque es de gracias a Dios y todos respondemos: «¡porque es
eterno su amor!». eterno su amor!».
Al final, un/a catequista dice la última estrofa: Al final, un/a catequista dice la última estrofa:
26 26
¡Den gracias al Dios de los cielos, ¡Den gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor! porque es eterno su amor!
Para comenzar el encuentro, entregamos a cada persona un pequeño papel y le hacemos esta pregunta:
Cada persona escribe su respuesta (breve). Después, los catequistas piden que guarden el papel para
volver a usarlo en otro momento. No se comparte lo escrito ni se explica nada más. Simplemente se
pasa a otra cosa, con la actividad siguiente.
Los catequistas presentan unos carteles con palabras de Jesús en los evangelios. Invitan al grupo a
leerlas con atención. Las frases, sin importar el orden, son:
Sean misericordiosos
Les doy un
como el Padre de ustedes Dios amó tanto al mundo,
mandamiento nuevo:
es misericordioso. que entregó a su Hijo único
ámense los unos a los otros.
No juzguen y no serán juzgados. para que todo el que cree en él
Así como yo los he amado,
No condenen no muera,
ámense también ustedes
y no serán condenados. sino que tenga vida eterna.
los unos a los otros.
Perdonen y serán perdonados. (Juan 3, 16)
(Juan 13, 34)
(Lucas 6, 36-37)
• ¿Cuál de todas estas palabras te llama la atención? ¿Cuál resuena en vos? ¿Qué te dicen esas
palabras?
• Todas estas palabras son pronunciadas por Jesús en el evangelio. ¿Conocías todas? ¿Qué te
dicen de Jesús, sobre su persona y su mensaje, todas estas palabras?
En el encuentro anterior hablamos de nuestra búsqueda de Dios. Y descubrimos que Dios sale al
encuentro de la humanidad que lo busca.
Nuestra búsqueda de Dios nos lleva hasta Jesús. En este encuentro queremos hablar sobre él. Lo
hacemos sabiendo que Jesús es alguien siempre buscado, a quien nunca terminamos de conocer. Pero
queremos hablar de Jesús sabiendo también que él es alguien siempre dispuesto a encontrarnos. No se
mantiene a distancia. De hecho, si estamos aquí, creemos que es porque él nos ha reunido y guiado
hasta este día.
Por eso, nosotros —catequistas— no podemos hablarles de Jesús como si fuera alguien distante o del
pasado... Creemos en él, lo reconocemos presente hoy: les anunciamos a un Cristo viviente.
El primer camino que tenemos para acercarnos a Jesús es acercarnos al evangelio. Evangelio es una
palabra griega que significa «buena noticia». Las comunidades cristianas creemos que Jesús es él mismo,
en persona, la buena noticia de Dios para toda la humanidad. La vida de Jesús, sus palabras y sus
gestos, su entrega y la sorprendente noticia de la resurrección, son el evangelio.
El evangelio, esa buena noticia que es Jesús mismo, está presentada en la Biblia por los evangelios.
Dicho de otra manera: los evangelios de la Biblia recogen y nos transmiten la buena noticia de Jesús.
¿Por dónde empezamos? Vayamos al comienzo... La primera aparición pública de Jesús sucedió
cuando él tenía unos treinta años (la edad es aproximada). Había aparecido un hombre, llamado Juan,
que invitaba al pueblo a convertirse para recibir el reino de Dios. Le decían «el Bautista», porque
bautizaba en el río Jordán a quienes aceptaban su mensaje. También Jesús quiso estar cerca del pueblo,
y fue a hacerse bautizar por Juan.
Encuentros catequísticos 16
Pero su bautismo fue único, distinto al de todos los demás. Los evangelios nos relatan esto,
recurriendo a imágenes, símbolos y palabras (muchos de ellos tomados de la gran historia bíblica). Al
escuchar el relato del bautismo de Jesús, trataremos de comprender qué significan esos símbolos y
palabras... Nos ayudarán a comprender mejor quién es Jesús.
Prestemos atención a los signos que rodean el bautismo de Jesús, para descubrir quién es Jesús.
• Los cielos se abren. Si los cielos se abren, es porque estaban cerrados. La humanidad que habita la
tierra se ha distanciado de Dios. Tiene los oídos y el corazón cerrados a su palabra y su obra de
amor. El pueblo de Israel había experimentado esta dolorosa realidad: la humanidad necesita ser
redimida, rescatada, para abrirse nuevamente a Dios. En una conmovedora oración, recogida por el
libro de Isaías (63, 15.16.19), el pueblo de Israel pedía:
Ahora, con Jesús, se abren los cielos. Sí, Dios rasga el cielo y desciende. A la súplica y la oración
del pueblo, Dios responde con una persona: Jesús. No responde con una tabla de mandamientos,
con normas e instituciones, con una demanda de ritos y acciones. A la búsqueda y la espera de la
humanidad, Dios responde rasgando el cielo y descendiendo.
Los cielos abiertos son todo un símbolo: Jesús ha puesto fin a la separación de la humanidad y
Dios; Jesús ha abierto la comunión entre el cielo y la tierra.
• El Espíritu Santo desciende sobre Jesús. Con los cielos abiertos, el Espíritu de Dios puede descender
sobre Jesús. El Espíritu Santo —está claro— no es una paloma, ni tiene aspecto de paloma... La
paloma es un símbolo. ¿Símbolo de qué?
Un antiguo relato bíblico puede ayudarnos a descubrirlo: el conocido relato de la creación. El
libro del Génesis cuenta que, en el comienzo, cuando la tierra era algo sin forma y vacía, «el Espíritu
de Dios aleteaba sobre las aguas» (1, 1-2). Ahora, con la venida de Jesús, el Espíritu vuelve a aletear
sobre las aguas. ¡Es una nueva creación! Al final de la Biblia, el libro del Apocalipsis (21, 1.3-5)
recoge esta esperanza:
Jesús ha venido para hacer nuevas todas las cosas. El Espíritu creador desciende sobre él, está con
él, para que realice esta misión. Ha venido para poner fin a todo lo que envejece la creación: las
«lágrimas» de todos los dolores y todas las injusticias, y hasta la misma muerte.
17 Encuentros catequísticos
Para Jesús, esto no son sólo palabras hermosas. Son una misión concreta, que se hace cargo de
todo el dolor de la historia y trae vida a quienes sufren. Al presentarse en la sinagoga de su pueblo
(Lucas 4, 16-21), Jesús anuncia su propia misión con estas palabras de la Biblia:
El Hijo de Dios ha venido para rescatarnos y salvarnos. Pero no lo hace poniéndose en primer
lugar o con el uso de la fuerza. Nos salva haciéndose Servidor. El mismo Jesús lo declara: «El Hijo
del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud»
(Marcos 10, 45). Haciéndose servidor de las personas que sufren, Jesús «tomó nuestras debilidades y
cargó sobre sí nuestras enfermedades» (ver Mateo 8, 16-17). Acercándose a la humanidad, herida
por el pecado, Jesús mostró ser realmente el Justo que trae justicia, el Inocente que nos devuelve la
inocencia; así lo presentaba Juan Bautista: «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (ver
Juan 1, 29).
Realmente Jesús se hace servidor. Y llega al extremo, libremente y por amor. Se hace solidario
hasta el extremo con los dolores de la humanidad y con las víctimas de la historia. Cuando entregue
su vida en la cruz, quedará de manifiesto la fuerza destructora de nuestro pecado (capaz de dar
muerte al Justo y el Inocente)... pero también la fuerza liberadora del amor de Dios. El bautismo de
Jesús en el Jordán anticipa su verdadero bautismo: el de la pascua. La palabra «bautismo» viene de
una expresión en griego que quiere decir «sumergirse» (como cuando entramos y salimos del agua
de un rio). Sumergiéndose en la muerte, Jesús saldrá victorioso sobre el mal, el pecado y la muerte
en la resurrección.
Los «nombres» con los que proclamamos nuestra fe en el Señor Jesús, el Cristo, dan testimonio de todo
esto que hemos dicho. El nombre «Jesús» significa «Dios salva». La palabra «Cristo», traducción griega
de la palabra hebrea «Mesías», nos recuerda que Jesús es el Ungido de Dios Padre, consagrado por la
unción del Espíritu. El nombre «Señor», que en la Biblia se usa únicamente para referirse a Dios,
expresa nuestra fe en Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, verdaderamente Dios y verdaderamente
humano.
Encuentros catequísticos 18
Abrimos el diálogo, invitando a cada uno/a a releer lo que escribió en la hoja de papel entregada al
comienzo del encuentro. Podríamos leerlo en voz alta.
• Viendo lo que escribí cuando llegué, ¿me aportó algo nuevo lo que hemos compartido?
• Si yo tuviera que decir ahora quién es Jesús, ¿qué diría?
• ¿Qué cosas resuenan en mi interior de todo lo dicho y compartido?
• Conocer y creer son cosas distintas. Conocer es saber, tener noticias sobre algo o alguien.
Creer, en cambio, es confiar; creer compromete. A Jesús lo conoce (en mayor o menor medida)
gran parte de las personas de esta sociedad. Pero no todas creen en él. A la luz de lo compartido
en el encuentro de hoy, ¿qué debería significar, concretamente, en la vida de una persona, creer
en Jesús?
4. Celebramos lo vivido
Finalizamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta y una vela encendida. En el centro, junto a la Biblia, ponemos una imagen de Jesús.
Jesús podría hacernos la misma pregunta: «Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». La invitación de
este tiempo de catequesis es descubrir la fe de los apóstoles y de todas las generaciones de cristianas
y cristianos... Que podamos decirle a Jesús: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y que
descubramos que esa fe en Jesús cambia nuestras vidas.
Podemos ofrecer un tiempo para dar gracias a Cristo por lo que reflexionamos y descubrimos en este
encuentro. Terminamos cantando juntos una canción adecuada, que exprese la fe en Jesús.
Encuentro 4
Dios es Amor
El Dios Trinitario que Jesús nos revela
• ¿Cómo vivieron la celebración del domingo pasado, en la que nos entregaron el Credo?
¿Cómo se sintieron?
• ¿Pudieron leer el Credo que recibieron en estos días?
¿Hay algo que les llama la atención o que resuena en ustedes de un modo especial?
(Es importante que las y los catequistas nos dediquemos simplemente a escuchar. Si surgen preguntas o
interrogantes, todavía no es el momento de dar explicaciones y respuestas.)
El Credo habla de nuestra fe en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Seguramente estas palabras nos
recuerdan la señal de la cruz...
• ¿Recordás quién te enseñó a hacerla? ¿Cuándo fue? ¿Qué te dijo al enseñártela?
• ¿En qué momentos hacés este signo? ¿Qué sentido le descubrís?
Las búsquedas de la humanidad, expresadas en sus muchas culturas y expresiones religiosas, hablan de
Dios de muchas maneras. A veces, esas imágenes de Dios son completamente diferentes. ¿En qué Dios
creen las comunidades cristianas?
El evangelio de Juan comienza con una afirmación que puede guiarnos en este camino:
Es una afirmación sorprendente. Los hombres y las mujeres podemos llegar a imaginarnos a Dios
como un «Ser supremo», como la «Causa de todo lo que existe», como «algo o alguien que está ―allá
arriba‖ y nos dio la vida y todo lo bueno»... Podemos incluso llegar a darnos cuenta de que nos ama.
Pero difícilmente llegaríamos a esa afirmación: «Dios es amor», su vida más íntima es una vida de amor,
su misterio más hondo es misterio de amor...
Y donde hay amor, hay relación: relación entre personas que son distintas (cada una con sus
particularidades y su identidad única), pero están unidas (algo íntimo y profundo las une). Algo
semejante descubrimos sobre Dios cuando miramos a Jesús:
• Una y otra vez, Jesús nos habló de su «Padre, que está en el cielo». Incluso viviendo entre nosotros,
se mantenía unido a su Padre: hacía su voluntad, su deseo de darnos vida, y le dedicaba largos
tiempos a la oración, para estar a solas con él. Tan profundamente está unido a su Padre que, antes
de la pasión, puede decirle con toda franqueza: «Nosotros somos uno» (Juan 17, 22).
• Jesús es el Hijo de Dios. Así lo anunció el ángel antes de su nacimiento, ante el asombro de la Virgen
María: «El niño será Santo y será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1, 35). Los discípulos que
compartieron su camino llegaron a reconocerlo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo», proclama
Pedro (Mateo 16, 16). Y, sobre todo, el propio Padre Dios da testimonio de ello: «Tú eres mi Hijo
muy querido», afirma desde el cielo cuando Jesús está por comenzar su misión entre nosotros
(Marcos 1, 11).
• Jesús estuvo animado y sostenido durante toda su vida por el Espíritu Santo. Se hizo hombre por
obra y gracia de ese Espíritu (ver Mateo 1, 20 y Lucas 1, 34-35). Descendió sobre él el día de su
bautismo (Marcos 1, 10) y lo consagró para anunciar la buena noticia a los pobres (Lucas 4, 16-21).
Antes de su pascua, nos prometió que estaría siempre con nosotros: «Yo rogaré al Padre y él les dará
otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad... El Paráclito, el Espíritu
Santo, les enseñará todo y les recordará lo que yo les he dicho» (Juan 14, 16-17.26; «Paráclito» es
una palabra griega muy difícil de traducir al español, que se refiere a «Aquel que está al lado, para
defender y consolar»). Y, después de la resurrección, cumplió su promesa: se hizo presente entre sus
discípulos, «sopló sobre ellos y añadió: ―Reciban el Espíritu Santo‖» (Juan 20, 22).
Padre, Hijo y Espíritu Santo... ¡Dios es comunión! El Dios en quien creemos no es un Dios solitario,
un «Ser supremo» encerrado en su aislamiento. Creemos en un sólo Dios, que es Amor y Comunión.
A lo largo de los siglos, la Iglesia siguió contemplando y meditando este misterio. En su profesión de
fe (Credo), lo reconoce como el misterio del único Dios en tres personas: el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo. Y acuñó una palabra nueva para tratar de expresar algo de este misterio, que está
siempre más allá de lo que podemos comprender y decir. La Iglesia afirma: «Dios es Trinidad», como si
combinara las palabras «Tres» y «Unidad». Y lo explica: Tres personas y un único Dios. Dios es Amor,
comunión íntima del Padre y el Hijo y el Espíritu. Comunión tan íntima, que no son sino un sólo Dios.
21 Encuentros catequísticos
Siguiendo lo aprendido de Jesús, las cristianas y los cristianos somos bautizados «en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28, 19). Cada año, en la noche de Pascua, renovamos
nuestra profesión de fe bautismal diciendo «¡Sí, creo!», a estas tres preguntas: «¿Creen en Dios Padre?
¿Creen en Jesucristo, su único Hijo? ¿Creen en el Espíritu Santo?». Y, cada vez que hacemos la señal de
la cruz, recordamos nuestro bautismo y proclamamos que todo lo que vivimos, lo vivimos en el nombre
de Dios, Amor y Comunión.
Sí, Dios es amor, su vida es vida de comunión... Y ha querido que también nosotras y nosotros
compartiéramos esa vida:
Podemos dedicar un momento a leer el Credo, que nos fue entregado en la celebración del domingo
anterior, y comentar los puntos más importantes. (Tener en cuenta que en los próximos encuentros
hablaremos de los últimos aspectos mencionados en el Credo: la Iglesia, la comunión de los santos, el
perdón, la resurrección de la carne y la vida eterna. De modo que, si surgen preguntas al respecto,
podemos invitar a esperar a las próximas catequesis.)
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta y una vela encendida. Si tenemos una imagen que represente a la Trinidad, podemos
ponerla en el centro junto a la Biblia. Si no tenemos una imagen, podríamos encender tres cirios (velas).
Para comenzar la oración, invitamos a hacer lentamente la señal de la cruz, prestando atención a las
palabras y tomando conciencia de que toda nuestra vida está marcada por el signo del amor de Dios.
Terminamos el encuentro con un canto apropiado, de los que suelen usarse en la propia comunidad.
Por ejemplo: Gloria a Dios (aire de triunfo, de O. Catena; esta canción, con una letra muy lograda,
dedica una estrofa a cada Personas de la Trinidad), Canción de la alianza (autoría desconocida), o Dios
familia (letra de J. Zini y música de F. Buscaglia y T. Rosas).
Encuentro 5
El reino de Dios
La buena noticia de Jesús es el reinado de Dios
Presentar el anuncio de la buena noticia que hace Jesús: que «Dios quiere que todos los hombres se
salven» (cf. 1Tim 2, 4a) y que «Él sea todo en todos» (cf. 1Cor 15, 28).
Antes de comenzar es bueno recordar que Jesús nació y vivió en un contexto particular: el pueblo de
Israel, con su rica historia de alianza con Dios, bajo la dominación del Imperio Romano. En ese
contexto, el pueblo de Jesús vivía a la espera del Mesías: se esperaba que, de un momento a otro, Dios
viniera a reinar en el mismo Israel e incluso en el mundo entero.
Por eso el movimiento iniciado por Juan, el Bautista, creó mucha expectativa. Se hizo notar en todo
el país. Sobre todo los grupos más marginados se acercan a Juan. Pero el entusiasmo del pueblo se
convierte en inquietud y desconcierto cuando Herodes da muerte a Juan.
Los planes de Dios, sin embargo, no fracasan. En ese momento, comienza «algo nuevo», una nueva
intervención de Dios inesperada y sorprendente. Jesús comienza a recorrer pueblos y aldeas,
anunciando un mensaje nuevo.
«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca». El anuncio de Jesús habla de un aquí y ahora.
Todo lo presente y todo el futuro están desde ahora bajo la luz de este anuncio: Dios se ha hecho
cercano, viene a establecer su reinado.
En las palabras y las acciones de Jesús se va haciendo presente ese Reino. Lo sorprendente, lo
inesperado, es que Dios reina de un modo muy diferente al de los poderosos de la historia:
• Dios no interviene con un poder destructor. Dios reina sanando y rescatando vidas. Por eso Jesús
dedica tanto tiempo a estar con la gente que más sufre y las personas más indefensas. Cura y alivia el
dolor de quienes padecen toda clase de males (Mateo 8, 16-17). Toca a las personas consideradas
intocables y les devuelve su dignidad, por ejemplo a los leprosos (Marcos 1, 40-42) y las mujeres
(Marcos 5, 21-43). Sus discípulos son personas pobres, hambrientas y sufrientes, que encuentran en
Jesús palabras de esperanza (Lucas 6, 20-23). Para Jesús todo esto es el signo más claro de que él es
el Mesías y el Reino de Dios ha llegado (Lucas 7, 18-23).
• Dios no interviene como un juez amenazante. Dios reina actuando con ternura y compasión. Por eso
Jesús da tanta importancia a los gestos que lo acercan a las personas más alejadas, a las menos
tenidas en cuenta o las más despreciadas. Abraza y bendice a los niños y pequeños, que en esa
sociedad prácticamente no cuentan ni tienen derechos (Marcos 10, 13-16). Comparte su mesa —que
en la sociedad de Jesús equivale a compartir la vida y la reputación— con pecadores y publicanos,
recaudadores de impuestos muy mal vistos por su complicidad con el Imperio y por su falta de
honestidad (Mateo 9, 9-13). Y ofrece el perdón de Dios sin condiciones (Lucas 7, 36-50).
• Dios no interviene oprimiendo ni imponiéndose por la fuerza. Dios reina despertando libertad. Por
eso Jesús actúa como hombre realmente libre, que llama a vivir en libertad. Invita a las personas a
seguirlo, pero las deja en libertad de hacerlo o no (Marcos 10, 17-22). Critica duramente las normas
y leyes religiosas que oprimen la conciencia de la gente (Mateo 23, 1-4). Denuncia la esclavitud que
genera el dinero, como una idolatría que se opone al Dios verdadero (Mateo 6, 24). Se opone
decididamente a toda forma de dominación y explotación (Marcos 10, 41-45). Todo el mensaje de
Jesús es un elogio y un anuncio de esperanza para quienes anhelan por un mundo más fraterno, más
justo, más humano, y buscan hacerlo posible (Mateo 5, 1-12).
«Conviértanse y crean en la buena noticia». Jesús nos invita a optar por el Reino de Dios. Creer en la
buena noticia es creer que Dios realmente se ha acercado a nosotros con ternura y compasión, sanando
y rescatando vidas, despertando libertad.
La buena noticia del Reino de Dios es una fuerza transformadora, que va transformando a las
personas y a la sociedad desde dentro. Jesús la comparaba a la levadura que hace fermentar toda la
masa (Mateo 13, 33). Es una fuerza viva, que va engendrando un nuevo modo de vivir y un nuevo
modo de relacionarse:
• la relación con Dios se convierte en confianza, al reconocer que es nuestro Padre,
• la relación con los demás se convierte en fraternidad y justicia, al reconocer que todas y todos somos
hermanas y hermanos,
• la relación conmigo mismo se convierte en libertad llamada al amor, al reconocer mi propia
dignidad de hija o hijo de Dios, y
• la relación con la creación se convierte en asombro y cuidado respetuoso, al reconocer que Dios ama
tanto esta tierra que habitamos, con toda su diversidad y belleza.
Encuentros catequísticos 24
La opción de Jesús es muy clara. También la invitación es clara: no es posible seguir a Jesús y vivir
de un modo completamente ajeno a la buena noticia que él anuncia. Hace falta un cambio de
mentalidad, una renovación de los criterios con los que miramos a las personas, la vida, la sociedad.
Por eso, la buena noticia de Jesús va acompañada de un llamado: «conviértanse». La palabra empleada
en la Biblia significa precisamente: cambiar de mentalidad.
Cuando Jesús recorría los pueblos y ciudades, hubo personas que lo comprendieron muy bien y
respondieron con generosidad a su llamada. Otras se entusiasmaron al comienzo, pero enseguida
cambiaron de rumbo cuando aparecieron algunas propuestas más «tentadoras» (como ganar dinero o
prestigio) o cuando llegaron las dificultades (¡a Jesús le costó la vida!). Otras personas se opusieron y
rechazaron el anuncio de Jesús. (Debemos cuidarnos, sin embargo, de acusar a grupos enteros de
rechazar a Jesús o, peor todavía, de culpar al pueblo judío por su muerte violenta; esas acusaciones son
un pecado que, a lo largo de la historia, ha generado mucho sufrimiento y por el que la Iglesia todavía
hoy pide perdón.)
Todavía hoy sucede lo mismo. Ante la buena noticia del Reino de Dios, anunciada y vivida por
Jesús, hay quienes responden con alegría, hay quienes se entusiasman por poco tiempo, hay quienes se
oponen con todas sus fuerzas.
A quienes creen en su anuncio, a quienes se convierten a la buena noticia del Reino de Dios, Jesús
les asegura que vale la pena dejarlo todo para entrar en esta vida nueva.
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta, una imagen de Jesús, una vela encendida y música instrumental de fondo.
Ante la buena noticia del Reino de Dios, anunciada y vivida por Jesús...
¿qué descubro que tiene que cambiar en mi vida?
¿qué actitudes nuevas me invita Dios a vivir?
¿qué pasos puedo dar?
Las celebraciones de pascua nos permitieron revivir en la fe, contemplar y celebrar la entrega de Jesús y
su resurrección. La pascua de Jesús es el centro de nuestra fe. El propósito de este encuentro es
profundizar lo que hemos vivido en los últimos días.
La muerte y resurrección de Jesús son el fundamento de la fe cristiana. Es el gran anuncio que, desde el
primer momento, las comunidades cristianas hemos hecho resonar por todo el mundo.
Vamos a escuchar cómo anunciaban los apóstoles, que estuvieron con Jesús desde el comienzo, lo
acontecido en los días de la pasión y resurrección...
Las palabras de Pedro son un testimonio apasionado de lo acontecido con Jesús. No son la descripción
fría de un hecho que nada tiene que ver con la propia vida. Todo lo contrario. Son un testimonio:
Pedro, como los demás apóstoles y como todas las comunidades cristianas a lo largo de la historia,
anuncia algo que tiene que ver con su propia vida, un acontecimiento que cambió su vida radicalmente.
Por eso es un anuncio hecho con fe y buscando despertar la fe en los demás.
Es que, cuando se trata de la pascua de Jesús, no alcanza con conocer datos históricos. Sólo la fe
descubre el sentido más profundo de lo acontecido. Sólo para una mirada de fe la pascua deja de ser
algo del pasado, algo que dicen que vivieron unas personas hace dos mil años... Sólo para una mirada
de fe la pascua se convierte en buena noticia hoy en nuestras propias vidas.
27 Encuentros catequísticos
¿Por qué lo mataron? Los hechos son bien conocidos. A medida que Jesús va predicando la buena
noticia del Reino de Dios, cada vez experimenta más oposición, resistencia y hostilidad.
Para las autoridades religiosas, el mensaje de Jesús es una amenaza porque desafía su autoridad:
Jesús denuncia una y otra vez que, en nombre de Dios pero contra la voluntad de Dios, ellos
oprimen al pueblo. Y además Jesús se presenta como el Mesías y el Hijo de Dios... ¡un escándalo,
una blasfemia, una falta de respeto al Nombre de Dios!
Pero también para las autoridades políticas, representantes del Imperio romano, Jesús
representaba una amenaza. La gente lo sigue, lo escucha, pone su confianza en él. Y Jesús habla de
un Dios que, siendo Padre de todas y todos, llama una convivencia fraterna, solidaria, igualitaria y
justa. Anuncia la buena noticia de que ese Dios se ha hecho cercano y viene a establecer su reinado.
Y el pueblo recibe a Jesús gritando: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»... Hasta lo llaman:
«Rey de los Judíos».
El anuncio de Jesús era una amenaza para las autoridad religiosas y políticas. En un juicio hecho
entre gallos y medianoche, se decide su suerte: Jesús sería sentenciado a la pena de muerte más
deshonrosa del Imperio romano.
¿Por qué murió Jesús? Jesús podría haberse escapado de la muerte. Hubiera bastado con guardar
silencio y volverse a casa. Sabía que su mensaje estaba siendo cada vez más molesto, y podía darse
cuenta de que buscarían «sacarlo del medio». Sin embargo, no volvió atrás.
Eso nos hace ver algo importante: aunque fue condenado a muerte, en realidad Jesús entregó
libremente su vida. Enfrentó la muerte para no traicionar la buena noticia que había anunciado. Con
su entrega libre y total, sella definitivamente su anuncio del Reino de Dios. Dios no quiere el
sufrimiento de nadie, y mucho menos la muerte violenta del Inocente. Pero la buena noticia de Dios
despertó tanta resistencia y tanta oposición, que Jesús aceptó la cruz para ser fiel hasta el final. Por
amor, llega al extremo de dar su propia vida.
Se entregó por nosotros. Así se ilumina otro aspecto importante de la muerte de Jesús. El apóstol
Pablo dirá: «el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 20). Y cada creyente puede
hacer suyas estas palabras: «Cristo nos amó y se entregó por nosotros» (Efesios 5,2), por todas y por
todos. El evangelio de Juan lo escribe con palabras grabadas a fuego: «Él, que había amado a los
suyos..., los amó hasta el fin» (Juan 13, 1). El mismo amor con que amó a los pobres y sufrientes, el
mismo amor que lo hizo cercano a las personas consideradas indeseables y a las más indefensas, el
mismo amor que convirtió en gesto de perdón y libertad cada encuentro con personas agobiadas por
el peso del pecado... ese mismo amor lo vivió hasta el extremo. Por eso la entrega de Jesús es su más
profunda identificación con los excluidos, su más radical cercanía a los débiles, su perdón
gratuitamente ofrecido a todo hombre y toda mujer. Y la buena noticia del Dios Amor brilla en toda
su fuerza: «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos
pecadores», escribe san Pablo (Romanos 5, 8).
Si todos somos —de un modo u otro— solidarios en el pecado y responsables —en mayor o
menor medida— del mal provocado en la historia, Jesús nos ha hecho también solidarios en la
salvación: «Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos
Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
Dios nos amó primero, y envió a su Hijo como ofrenda que borra nuestros pecados» (1Juan 4, 9-
10).
Encuentros catequísticos 28
• «Dios lo resucitó... porque no era posible que la muerte tuviera dominio sobre él».
Pero el misterio del amor hasta el extremo, el misterio de una entrega que nos salva y da Vida, el
misterio de la cruz sólo se descubre a la luz de la fe en la resurrección. Para quien no cree en la
resurrección de Jesús, su muerte en cruz fue el fracaso de su mensaje y del incipiente movimiento
iniciado por él. El apóstol Pablo dice: «Si Cristo no resucitó, es vana nuestra predicación y la fe de
ustedes... Seríamos los hombres más dignos de lástima» (1Corintios 15, 17.19) La resurrección es el
hecho decisivo para la causa de Jesús y para quienes hemos puesto nuestra esperanza en Él.
«Dios lo resucitó», dice el apóstol Pedro en su testimonio y lo repiten todas las generaciones de
cristianas y cristianos. ¿Qué se entiende por «resurrección»? Es importante tener en cuenta la
diferencia entre «revivir» y «resucitar». Revivir significa volver a la vida «terrena», la misma vida que
se tenía antes de la muerte; la persona que revive, tarde o temprano, ha de morir. Resucitar, por el
contrario, es vencer definitivamente a la muerte. «No era posible que la muerte tuviera dominio
sobre él», dice Pedro en su discurso. «Cristo , después de resucitar, no muere más, porque la muerte
ya no tiene poder sobre él», escribe san Pablo (Romanos 6, 9). En pocas palabras, resucitando, Jesús
ha vencido para siempre a la muerte. Conservando su identidad, tiene ahora una vida que no está
atada a los límites y fragilidades de la vida terrena. Todo lo que Jesús fue, hizo, dijo, anunció, vivió
y padeció... todo Jesús vive para siempre.
«A este Jesús, Dios lo resucitó». La resurrección de Jesús es, por eso, la señal de su triunfo. Su
amor por los más débiles, su mensaje de vida abundante para todas y todos, su propuesta de
fraternidad, su pasión por el Reino de Dios, su buena noticia no han quedado sepultadas. Dios lo
resucitó, confirmando todo lo que Jesús fue en su vida terrena.
Antes decíamos que sólo la resurrección nos permite comprender el misterio de la cruz. Teniendo
en cuenta lo que acabamos de decir, tendríamos que agregar que también es verdad al revés: sólo la
vida de Jesús nos permite comprender el verdadero sentido de la resurrección. Porque aquél a quien
Dios resucitó es «este Jesús», como dice Pedro. Es decir, este Jesús que anunció, vivió y dio la vida
por la buena noticia del Reino de Dios.
Por eso, la resurrección de Jesús es también causa de esperanza para quienes creen en él. A
quienes confían en él, siguen su mismo camino y aman como él amó, les aguarda el mismo futuro
luminoso: vivir para siempre, vencida la muerte, en Dios.
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. De ser posible, nos reunimos en la
iglesia, junto al Cirio pascual encendido. A cada persona se le entrega una vela. Se prepara un espacio
con un mantel, la Biblia abierta y una imagen de Jesús. Podemos poner música instrumental de fondo.
Hoy podemos reconocer y celebrar que, en cada encuentro y en cada celebración, era el mismo
Cristo resucitado quien estaba a nuestro lado... Y no sólo en este último tiempo, sino en toda
nuestra vida. Cada alegría y cada dolor, cada esperanza nueva y cada paso de libertad, cada
acontecimiento que nos dio vida y cada vez gesto de amor sincero, nuestro bautismo y nuestro
camino de crecimiento en la fe... todo esto nos une a Jesús, es un signo de su pascua en nuestras
vidas, todo está bajo el signo de su cruz y su resurrección.
Hagamos memoria de un acontecimiento festivo o simple (como una charla o un encuentro), que
sea para nosotros un signo de la pascua... un momento en el que el hayamos descubierto que el
amor era más fuerte que el sufrimiento y que la vida se abría camino a pesar de todo...
Las invito y los invito a dar gracias a Dios por esos acontecimientos que recordamos... A medida
que los vamos mencionando nos acercamos al Cirio pascual y encendemos nuestras velas como el
día de nuestro bautismo, como en la noche de Pascua.
Facilitar un tiempo de diálogo y oración que permita redescubrir y profundizar el sentido del
sacramento del bautismo.
Unas semanas atrás algunos fueron bautizados y otros han renovado los compromisos de su bautismo.
Queremos profundizar en estos encuentros algunas cosas de lo que hemos estado celebrando en los días
de la Pascua.
• Con toda franqueza... ¿qué te sucede al recordar tu propio bautismo? ¿Sentís que es algo que
quedó allí, a la distancia, como un lindo recuerdo o un momento de tu infancia del que apenas
sabés algo...? ¿O sentís que realmente tiene que ver con tu vida de hoy, que es un momento que
marca toda tu vida?
Nicodemo, el fariseo, es doctor de la ley, y está bastante bien dispuesto para escuchar a Jesús; va a
visitarlo, aunque lo hace de noche. Viendo lo que Jesús hacía, saca algunas conclusiones: reconoce a
Jesús como maestro que viene de Dios, porque le acompañan los signos que sólo Dios puede realizar.
31 Encuentros catequísticos
Es hermosa la escena. Jesús acoge a Nicodemo. Podríamos imaginarlos a la luz de una lámpara,
dialogando serenamente. Jesús escucha a este hombre, lo va acompañando sin imponerle nada. Con
mucha delicadeza lo conduce hacia lo importante: descubrir el misterio del reino de Dios, profundizar
lo que significa creer que él no es tan sólo un maestro sino el Hijo del hombre, el Salvador prometido...
Y lo invita también a descubrir que esa fe se recibe gratuitamente, como un don o un regalo, y cambia
nuestras vidas.
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Es importante que cada persona tenga la
Biblia en la mano, y se indica el pasaje bíblico que vamos a escuchar para que puedan buscarlo.
De ser posible, nos reunimos en la iglesia, en torno a la fuente bautismal, junto al Cirio pascual
encendido. Podemos poner música instrumental de fondo.
Una persona lee pausadamente esta lectura bíblica, proclamada también en la Vigilia Pascual:
Romanos 6, 3-11.
33 Encuentros catequísticos
Se propone un breve momento de silencio para releer personalmente el texto bíblico. Después un/a
catequista invita a decir en voz alta alguna frase del texto que resuena especialmente en nuestro
interior.
Pasado un tiempo, se invita a meditar: ¿Qué me dicen estas palabras? ¿A qué me siento invitado,
invitada por Dios?
Finalmente, un/a catequista invita a compartir lo que cada una y cada uno ha descubierto...
Para finalizar, se invita a todos a acercarse a la fuente bautismal y hacer el signo de la cruz con agua
sobre la frente de la persona que tienen al lado... Que este sencillo gesto exprese nuestro compromiso
compartido de vivir nuestro bautismo y seguir los pasos de Jesús.
Compartir experiencias en torno a la eucaristía, que nos permitan descubrir su sentido y vivirla más
intensamente.
Preparamos el espacio del encuentro para hacer un tiempo de reflexión silenciosa y meditativa. Es
importante ambientar el lugar para que no haya elementos que nos distraigan. En el centro, sobre una
mesa, poner un pan y una copa de vino (o jugo de uva, por si hay personas que no pueden consumir
alcohol).
Vamos a comenzar este encuentro de un modo un poco diferente... Hemos preparado todo para
tener un momento tranquilo, de reflexión silenciosa, de meditación. No es nada extraño, no hay
porqué inquietarse. Sencillamente vamos a escuchar algo de música suave, que nos ayude a
relajarnos. Y después les voy a ir proponiendo algunas preguntas, no para pensar, sino para
recordar. Quizás nos ayude cerrar los ojos, respirar pausadamente, relajar el cuerpo (especialmente
el cuello y los hombros)...
Para comenzar el tiempo de meditación, poner algo de música instrumental, muy suave, de fondo. Se
puede invitar a relajar el cuerpo, aquietarse, respirar serenamente...
Te invito a recordar una comida compartida, que hayas vivido y haya quedado grabada en tu
memoria... Puede haber sido una fiesta o un encuentro en familia o entre amigos... No importa si
eran muchos o pocos... Simplemente te invito a recordar una comida compartida que haya sido
importante para vos... (pausa) ¿Quiénes estaban presentes? (pausa) Intentá recordar los detalles,
de reconstruir en tu interior una imagen de ese momento: el lugar, el momento, el clima que se
vivía... (pausa) ¿Qué los reunía, qué celebraban? (pausa) ¿Qué sentías en ese momento? (pausa)
¿Hay alguna palabra, algún gesto, algún hecho de ese encuentro que te haya marcado? (pausa)
Tranquilamente vamos abriendo los ojos... mirando a nuestro alrededor... para terminar este
momento.
Dejar que la música suene algunos instantes más.
Una vez terminado el ejercicio, invitar a compartir lo que cada una y cada uno recordó durante este
tiempo.
35 Encuentros catequísticos
Entre las necesidades más básicas de la humanidad se encuentra sin duda la de alimentarse. El hambre,
provocado por la pobreza extrema y que nos pone irremediablemente ante la muerte, es una de la
situaciones más dramáticas que conocemos.
Pero los seres humanos no sólo tenemos necesidad de comer, sino de comer con dignidad. La
comida es el sustento cotidiano, lo que nos permite vivir diariamente. Pero también la mesa compartida
es lugar de encuentro, de amistad, de diálogo, de fiesta...
No es extraño, entonces, que las comidas fueran tan importantes para Jesús. Compartiendo su mesa,
Jesús anuncia y hace visible la buena noticia de Dios, que es amor y comunión. La mesa de Jesús está
abierta a los pecadores, y allí experimentan el perdón y la reconciliación (ver, por ejemplo, Mateo 9, 9-
13 y Lucas 7, 36-50). Jesús elige hospedarse en casa de personas que eran reconocidas como
indeseables, deshonrosas; compartiendo la mesa con ellas, deja ver que también sus vidas son valiosas
para Dios, que con él «ha llegado la salvación» porque vino «a buscar y salvar lo que estaba perdido»
(ver Lucas 19. 1-10). Y, como si fuera poco, Jesús prepara un banquete para alimentar a una multitud
entera, la famosa multiplicación de los panes (ver, por ejemplo, Marcos 6, 30-44): es un signo de que el
reino de Dios ha llegado, ese reino que los profetas habían predicho usando la imagen de un banquete
abundante, de fiesta, en el que las muchedumbres quedarían saciadas.
Pero la más conocida de todas las comidas de Jesús es, sin duda, la última cena que celebró con sus
discípulos antes de la pasión.
Leyendo estas palabras del apóstol Pablo, podemos descubrir algunos aspectos de lo que la Iglesia
celebra en la eucaristía:
• «La noche en que fue entregado». La última cena de Jesús —no podía ser de otro modo— tiene
un tono pascual. Fue celebrada «la noche en que fue entregado», y a través de los gestos y las
palabras Jesús nos deja entrever que él da la vida libremente, para que se cumpla el proyecto
salvador de Dios. En cada eucaristía, la comunidad cristiana celebra la Pascua de su Señor, con
todo lo que ella significa. Compartir esta mesa de Jesús es compartir su vida entregada y
resucitada, es encontrar en él nuestra vida.
• «Mi cuerpo entregado por ustedes... La nueva alianza que se sella con mi sangre». Jesús
pronuncia estas palabras al ofrecer el pan y la copa a sus discípulos. No se trata simplemente de
un cuerpo y una sangre: es el «cuerpo entregado» y la «sangre de la alianza nueva». Mirando la
cruz de Jesús comprendemos la gravedad de nuestro pecado (capaz de engendrar muerte) y
también la profundidad del amor de Dios por la humanidad (Dios es capaz de hacerlo todo, para
que tengamos vida). Contemplando su resurrección, descubrimos que, en Jesús, el amor fue más
fuerte que el pecado y la vida más fuerte que la muerte. Celebrando la eucaristía, las comunidades
cristianas entramos en comunión con Jesús que, con su muerte y resurrección, nos libera del
pecado, nos introduce en la alianza de amor y fidelidad que nos une a Dios, y nos reconcilia para
vivir también nosotros en comunión mutua.
Encuentros catequísticos 36
Aquella última cena antes de la pasión no fue, entonces, la última comida que Jesús compartió con
sus discípulos y discípulas. La Biblia nos narra que, después de la resurrección, Jesús se manifestó a sus
discípulos y ellos lo reconocieron «al partir el pan», el mismo gesto de la última cena (Lucas 24, 35). En
varias ocasiones, Cristo resucitado volvió a comer junto a los suyos (ver, por ejemplo, Lucas 24, 41-43
y Juan 21, 1-14). Y, a lo largo de la historia, cada vez que las comunidades cristianas nos reunimos en
torno a la mesa de la eucaristía sigue sucediendo lo mismo: aunque nuestros ojos no lo vean, nuestros
corazones reconocen al Señor resucitado, que comparte con nosotros su cuerpo, su sangre, su vida.
La riqueza inagotable de esta celebración se expresa mediante los distintos nombres que se le da.
Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
• Eucaristía porque es nuestra acción de gracias a Dios, en respuesta a tantas gracias que él nos
concede (la palabra «eucaristía» proviene del griego y significa precisamente «acción de gracias»)
• Banquete del Señor porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera
de su pasión, y del anticipo de la mesa de fiesta en el reino de Dios (de la que tantas veces habló
Jesús) o el banquete de bodas del Cordero (como la describe el libro del Apocalipsis)
• Fracción del pan porque este gesto, propio del banquete judío y utilizado por Jesús en la última
cena, es el mismo gesto por el que sus discípulos lo reconocerán después de su resurrección, y con
esta expresión los primeros cristianos designaron sus asambleas. Este nombre expresa —como
nos recuerda el apóstol Pablo— que todas y todos los que comemos de este único pan, partido,
que es Cristo, entramos en comunión con él y forman un solo cuerpo en él.
• Se la llama también asamblea eucarística porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los
fieles, expresión visible de la Iglesia; memorial de la pasión y de la resurrección del Señor; santo
Sacrificio, porque hace presente el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la
Iglesia; comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo para formar un solo cuerpo,
unidos por él; y santa Misa, porque la celebración nos conduce a la misión y termina siempre con
el envío a realizar en la vida cotidiana lo que hemos celebrado con fe.
por motivos serios). ¿Por qué creés que le da tanta importancia a la celebración de la Misa? ¿Qué
puede aportarle a tu vida?
La Misa tiene gestos y oraciones que debemos aprender para participar mejor de ella. Será un
compromiso asistir juntos con los catequistas para lentamente ir aprendiendo a participar, sin miedo a
preguntando lo que no entiendas y poniendo atención a cada gesto y palabra. Te encontrarás con un
manantial fresco de enseñanzas y alimento.
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta y una vela encendida. A su lado ponemos el pan y la copa que han estado presentes desde
el comienzo.
Señor Jesús,
que alimentaste a una multitud con cinco panes,
que compartiste tu mesa con pecadores y excluidos,
que en la última cena nos entregaste tu cuerpo, tu sangre, tu vida,
y que quisiste que te reconociéramos al partir el pan:
te damos gracias por nuestro encuentro
y te pedimos que nos bendigas
ahora que vamos a compartir este pan y esta copa.
Que este sencillo gesto nos ayude a redescubrir la eucaristía
para que podamos vivir cada vez más profundamente
el don de amor, de comunión y de vida nueva
que nos ofreces en la mesa de tu altar.
Tú, nuestro salvador crucificado y resucitado,
que vives por los siglos de los siglos. Amén.
Mientras compartimos el pan y la copa, seguimos escuchando música de fondo. (Es importante evitar
todo lo que pueda hacer aparecer este gesto como una «pequeña Misa»; el pan se comparte
sencillamente, pasándolo de mano en mano y sin decir nada; y lo mismo se hace con la copa).
Para finalizar, cantamos Jesús Eucarstía (el himno del X Congreso Eucarístico Nacional, letra y música
de J. Zini, A. Rossi y Pocho Roch) o algún otro canto de comunión habitualmente usado en la
comunidad.
Encuentro 9
Comenzamos el encuentro invitando a tomarse un tiempo personal para responder estas preguntas:
• Recordá un momento de tu vida en el que hayas sentido desaliento, desánimo, falta de fuerzas...
• En los momentos en los que estás desalentado/a, ¿qué o quién te devuelve el aliento?
Después de un tiempo de reflexión individual, se comparte en el grupo lo que cada uno/a ha escrito.
Los seres humanos necesitamos aliento para vivir. No sólo el aire que respiramos. También otro
aliento: esa fuerza que nos reanima, nos devuelve la energía, nos ayuda a seguir adelante después de
momentos difíciles o simplemente en los cansancios cotidianos.
Una persona que cree en Cristo no es ajena a esta experiencia. También las cristianas y los cristianos
necesitamos ese aliento para vivir.
Los evangelios cuentan que el primer don del Resucitado a la comunidad creyente fue precisamente
darles su mismo aliento: su Espíritu. De hecho, la palabra «espíritu» significa originalmente soplo,
aliento vital. El evangelio de Juan narra que Jesús resucitado se hizo presente entre sus discípulos y
sopló sobre ellos diciéndoles: «Reciban el Espíritu Santo» (Juan 20, 22). El libro de los Hechos de los
Apóstoles lo narra de otra manera, con más imágenes simbólicas que nos pueden ayudar a comprender
mejor esa fuerza, ese aliento del Espíritu en la vida cristiana.
Este relato de Pentecostés (el «día cincuenta» a partir de la Pascua) contiene varias pistas muy
sugestivas, que la Iglesia ha leído para comprender mejor el sacramento de la confirmación.
• «Estaban todos reunidos en el mismo lugar». Son los discípulos y las discípulas (porque también
había mujeres: ver Hechos 1, 12-14), que habían compartido todo el camino de Jesús: habían
escuchado su palabra, habían visto sus gestos, los había seducido la buena noticia del reino de Dios...
Habían estado al pie de la cruz, y lo habían visto resucitado. Ahora esperan. Esperan que, según la
39 Encuentros catequísticos
promesa del propio Jesús, venga de Dios la fuerza que los hará a ellos y ellas continuadores de su
misma misión.
• «Vino del cielo ... como una fuerte ráfaga de viento». «Vieron aparecer unas lenguas como de
fuego». En el bautismo de Jesús, la imagen de la paloma simbolizó la venida del Espíritu. Ahora, los
discípulos reciben el mismo Espíritu. Las imágenes del viento huracanado y el fuego ardiendo sirven
para simbolizar la fuerza del Espíritu. Un viento que sacude, resuena, llena el lugar, moviliza,
permite respirar aires nuevos... Semejante al viento es el Espíritu. Un fuego que arde, quema,
devuelve vitalidad (como cuando en las frías noches de invierno nos acercamos a una fogata y
sentimos que el cuerpo recobra la vida)... Semejante al fuego es el Espíritu.
• «Todos quedaron llenos del Espíritu Santo». Así como Jesús estuvo lleno del Espíritu para realizar
su misión (Lucas 4, 16-21), así ahora la comunidad cristiana está llena del mismo Espíritu para
continuar la misma misión.
Notemos que es una experiencia comunitaria: «todos quedaron llenos del Espíritu Santo». No
algunos, no unos pocos. En la comunidad cristiana no hay «iluminados» ni «elegidos», no hay
cristianos de primera y de segunda categoría. Todos recibimos el mismo Espíritu para vivir la misma
misión.
• «Y comenzaron a hablar...». Ahora sí, con la fuerza y el aliento del Espíritu, los discípulos y las
discípulas pueden salir y compartir con los demás lo que ellos mismos han visto y oído. Se les suelta
la lengua para comenzar a anunciar la buena noticia del reino.
El relato de Hechos dice que hablaban en la lengua de la gente que estaba oyendo. No importa
tanto el detalle de hablar lenguas extrañas. Importa que el Espíritu le permite a la comunidad
creyente compartir el evangelio de un modo que sea cercano y comprensible, apasionante y
atrayente para la gente con la que comparte diariamente la vida. La gente que escucha a aquella
primera comunidad lo dice con toda claridad: «Todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las
maravillas de Dios».
Lo que vivieron los primeros creyentes sigue siendo una realidad hoy. El Espíritu que alienta, da
fuerzas y envía en misión sigue estando presente en las comunidades cristianas a lo largo de la historia.
Y la Iglesia lo celebra en los sacramentos de la iniciación cristiana, especialmente en la Confirmación.
El Bautismo nos hace renacer y nos une a Cristo. La Confirmación nos llena con el don del Espíritu. Y
la Eucaristía mantiene viva esa comunión con Jesús, su vida y su misión.
El sacramento de la Confirmación, entonces, es la celebración en la que Dios nos confirma la gracia
que recibimos en el bautismo... y en la que nosotros confirmamos nuestro «sí» al llamado de Dios,
nuestra disponibilidad para vivir y anunciar la buena noticia.
Así cada cristiana y cada cristiano vive algo semejante a aquel primer Pentecostés. Por el bautismo ya
participa de la misión de Jesús y de la Iglesia. En el día de su Confirmación se le encomienda ser, con la
fuerza del Espíritu, un testigo más comprometido y alegre del evangelio, y un miembro cada vez más
activo y maduro de su comunidad.
El signo central de la Confirmación es la imposición de manos y la unción con el Crisma (mezcla de
aceites y perfumes, especialmente consagrada). Al ser ungido, el bautizado escucha estas palabras:
«Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo». De allí nuestro nombre de cristianas y cristianas:
somos discípulas y discípulos del Cristo, el Ungido por el Espíritu.
Encuentros catequísticos 40
En pocas semanas más vamos a ser confirmados/as. Tal vez algunos miembros del grupo ya
celebraron la Confirmación y ese día renovarán su compromiso.
• ¿De qué manera lo que hemos reflexionado y compartido ilumina lo que vamos a celebrar?
• El sacramento de la Confirmación nos llama a vivir con un mayor compromiso y una mayor
participación. Concretamente, ¿cómo podemos vivirlo?
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta, una vela encendida y un pequeño recipiente con aceite perfumado o esencias aromáticas
(pero no el Crisma).
Comenzamos cantando una canción al Espíritu Santo. La canción Viento y fuego, de J. Zini, es
particularmente apropiada.
¿Qué le pedirías hoy al Espíritu Santo para vivir tu vocación de cristiana/o? ¿Aliento para qué...?
¿Fuerza para qué...? ¿Luz para qué...?
Se hace una pausa de silencio y se invita a compartir las oraciones. Después de cada súplica se puede
repetir el estribillo de la canción inicial.
Concluimos rezando juntos la oración de Jesús. Un/a catequista puede introducirla diciendo:
Pueblo de Dios
La Iglesia
Generar un espacio de diálogo, de reflexión y de oración que nos permita reconocer a la Iglesia como
pueblo de Dios, y descubrir el modo en que Dios nos invita a vivir nuestra pertenencia a ese pueblo.
En este encuentro queremos hablar de la Iglesia. Es importante que, desde el comienzo, tengamos
presente que hablamos de la Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios, no sólo de algunos miembros
(los obispos, los ministros ordenados, etc.).
Cada una y cada uno de nosotros tenemos alguna experiencia de la Iglesia, que probablemente haya
cambiado a lo largo de los años. Tenemos una forma de verla y comprenderla a partir de lo que hemos
vivido y también de lo que quisiéramos encontrar en ella.
Hace cincuenta años, el Concilio Vaticano II movilizó a toda la Iglesia con esta pregunta: «Iglesia,
¿quién eres? ¿Qué dices de ti misma?». También nosotros quisiéramos hacernos esta pregunta y
profundizar en la identidad del pueblo de Dios.
La reflexión de los Obispos reunidos en el Concilio, a la escucha de la palabra de Dios y de la voz de
su pueblo, va a ayudarnos en este camino. Un primer paso que el Concilio nos invita a dar es este:
descubrir que la Iglesia no es una institución nacida de nuestros propósitos (buenos o no tan buenos),
sino un pueblo que nace por iniciativa de Dios, de su deseo amoroso y su proyecto de salvación.
La palabra «Iglesia» viene, como muchas palabras del cristianismo, del griego (el idioma en que está
escrito el Nuevo Testamento). Quiere decir: «convocación», y se refiere al pueblo llamado a reunirse en
asamblea. Ya las primeras comunidades de personas que creyeron en Jesús se llamaron a sí mismas con
ese nombre. Y no es casual. Al decir: «Somos Iglesia, convocación», las comunidades cristianas están
reconociendo que su identidad y su vida tienen origen en una llamada: la llamada de Dios, que convoca
y reúne a su pueblo.
Dios es Comunión y crea comunión. Haciéndonos «a su imagen», nos creó capaces de vivir en
comunión. Cuando Dios lo libera al pueblo de Israel de la esclavitud y hace una alianza con él, está
haciendo nacer el pueblo de Dios. Enviándonos a Jesús, hace que ese pueblo se ensanche cada vez más
y llegue a ser tan amplio como su amor por el mundo.
Encuentros catequísticos 42
Ya hemos visto cómo Jesús reúne en torno a él gente de lo más diversa. Donde sea que va, Jesús va
creando «comunidad»: incluyendo a las personas incluidas, reconciliando a las que están divididas,
acercando a Dios a quienes se habían alejado anunciándoles el perdón, recibiendo a todas y todos.
Jesús reúne. Y, reuniendo, va realizando la llamada de Dios: que toda la humanidad viva en comunión.
Después de la pascua, el Espíritu de Dios, así como había descendido sobre Jesús en su bautismo,
descendió también sobre la primera comunidad de creyentes. Y la Iglesia se manifestó al mundo.
La Iglesia nace convocada por Dios, por la fuerza del Espíritu que reúne y anima a quienes creen en
Jesús. Vamos a leer el relato tal como lo narra el libro de los Hechos de los Apóstoles. En un encuentro
anterior, escuchamos el testimonio que dio el apóstol Pedro el día de Pentecostés, anunciando que
Jesús, el Crucificado, había sido resucitado por Dios. Escuchemos lo que sucedió inmediatamente
después.
El relato de Hechos de los Apóstoles nos permite descubrir varios rasgos fundamentales de la identidad
de la Iglesia:
• «Los que recibieron la palabra de Pedro se hicieron bautizar...». La Iglesia —ya lo dijimos— nace de
la llamada de Dios, recibida con fe. La fe es respuesta al anuncio de la buena noticia de Jesús.
Despierta la conversión del corazón. El bautismo es el sacramento de fe, que nos incorpora al
pueblo de Dios.
Por eso no nos cansamos de repetir: Iglesia somos todas las bautizadas y todos los bautizados.
Hay una gran diversidad de dones y de servicios, desde los más escondidos hasta los más visibles.
Pero todas y todos compartimos una misma dignidad: hijas e hijos de Dios, unidos en Cristo,
animados por su Espíritu.
• «Y ese día se unieron a ellos...». Creer en Jesús implica vivir la fe en comunidad. No se puede creer
en Dios, Amor y Comunión, y vivir en el aislamiento. Un viejo refrán logra expresarlo bien: «Un
cristiano solo no es cristiano». Con todas sus luces y sombras, con todas sus fortalezas y debilidades,
la comunidad cristiana es el lugar donde se recibe, se vive, madura y se nutre la fe.
• «Todos se reunían asiduamente...». La permanencia en la comunidad no es algo ocasional o
circunstancial. Requiere adhesión, perseverancia y una integración activa al grupo de los creyentes.
• «...para escuchar la enseñanza de los Apóstoles...». La Iglesia vive en referencia constante al
evangelio de Jesús, trasmitido de generación en generación, desde el tiempo de los Apóstoles hasta
nuestros días. Por eso la Iglesia está siempre «en estado de conversión». Una y otra vez, la
comunidad cristiana tiene que recurrir a la escuela (la escucha) de la palabra de Dios para no perder
el rumbo y redescubrir su identidad de pueblo llamado, convocado, por Dios.
Sólo si escucha atentamente la palabra de Dios, la Iglesia de hoy puede seguir realizando
«prodigios y signos» como en tiempos de los Apóstoles. No se trata tanto de milagros
extraordinarios, sino más bien de la fidelidad a la práctica liberadora de Jesús. La misma misión de
Cristo es ahora la misión de la comunidad cristiana. Llamado y misión son inseparables. Ya sea
anunciando el evangelio o asumiendo responsabilidades al servicio de los demás y de la creación, la
Iglesia vive su identidad en la misión.
43 Encuentros catequísticos
La imagen de esta primera comunidad cristiana, retratada en los Hechos de los Apóstoles,
permanece a lo largo de los siglos como imagen de lo que la Iglesia está llamada a ser y vivir en todo
tiempo y en todo lugar. También aquí y ahora.
4. Celebramos lo vivido
Finalizamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta y una vela encendida. En el centro, junto a la Biblia, ponemos una imagen de Jesús.
Ponemos también los afiches trabajados en el encuentro.
Un/a catequista invita a observar atentamente, en silencio, lo que hemos escrito o dibujado: es la
imagen de la Iglesia que queremos llegar a ser.
Con la oración de Jesús, el Padre nuestro, pedimos a Dios que nos ayude a ser una Iglesia fiel a su
llamada.
Terminamos con una canción apropiada. Un canto especialmente adecuado es Signo de esperanza, de J.
Zini y A. Álvarez (¡cantarlo completo, que vale la pena!).
Encuentro 11
Comprometidos en la historia
Comunidad cristiana y sociedad
Invitar a descubrir que Dios nos llama a ser mensajeros de su reino teniendo un compromiso activo en
la historia, especialmente en favor de los más pobres y desprotegidos.
Comenzamos el encuentro invitando a las y los miembros del grupo a hacer memoria de las últimas
semanas:
Ningún ser humano es una isla. Estamos hechos para vivir con otros. No siempre es fácil, no siempre
sabemos bien cómo... pero lo cierto es que estamos hechos para convivir.
Esa verdad tan evidente, tan simple y cotidiana, no es negada por la fe. Al contrario, la fe cristiana
nos pone en el corazón de la historia. Lejos de apartarnos de la sociedad, con sus fortalezas y
contradicciones, el mensaje del evangelio nos llama a estar presentes en la realidad de nuestro tiempo.
Así como Dios, desde el comienzo, se fue manifestando en la historia de su pueblo y, sobre todo, «se
hizo carne y habitó entre nosotros» (Juan 1, 14), también hoy es el mundo y la historia el lugar donde
encontramos a Dios y da fruto la fe.
Por eso, para las comunidades cristianas, la fe es una vivencia «encarnada», comprometida con la
realidad. Se diferencia, entonces, de otras concepciones de la fe que se distancian de la convivencia
humana, lo barrial, lo social, lo político, lo cultural, como si todas estas realidades fueran lugar de
pecado o de perdición. Creemos en un Dios presente en la historia porque ama al mundo (Juan 3, 16).
Les proponemos leer una parábola de Jesús. Nos ayudará a descubrir lo que Dios espera de cada ser
humano, pero especialmente de quienes creen en él.
No hacen falta demasiados comentarios a este texto del evangelio. Para profundizar su actualidad y
la llamada que nos dirige a nosotros hoy, los invitamos a escuchar estas palabras de los obispos del
mundo entero reunidos en el Concilio Vaticano II (1962-1965):
Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de
los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.
La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el
Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la
salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del
género humano y de su historia.
(Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, n. 1)
4. Celebramos lo vivido
Terminamos el encuentro con un breve momento de oración. Se prepara un espacio con un mantel, la
Biblia abierta, una vela encendida y los afiches utilizados en el momento anterior.
Comenzamos con un canto apropiado, por ejemplo: Signo de esperanza, de J. Zini y A. Álvarez, o
Declaración de domicilio, de E. Meana.
(Se pueden agregar acciones de gracias por cada gozo y esperanza que se mencionan en el
afiche, y súplicas por cada tristeza y angustia.)
Proponemos que el último encuentro sea un espacio de compartir fraterno, preparado por cada
comunidad.
Podría consistir en una comida en el que se pone en común la experiencia del camino recorrido juntos,
las expectativas frente al camino que queda por delante. Tal vez, algunas personas de la comunidad
podrían estar presentes para compartir qué servicios y actividades se realizan, e invitar a los miembros
del grupo a sumarse. O también podría ser un buen momento para dialogar con el grupo cómo seguir
andando...
Es importante que no falte un tiempo de oración en común: acción de gracias por lo vivido,
preparación para la celebración de Pentecostés y las confirmaciones, y súplica confiada ante el camino
que Dios abre delante de nosotros.
Subsidio elaborado en colaboración por distintos equipos de la Vicaría de Evangelización de la Diócesis de Quilmes
Ilustración de portada: Jesús resucitado (detalle del ábside, Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, Ortì, Italia, 2008) por los artistas del Centro di Studi e
Ricerche Ezio Aletti, Pontificio Istituto Orientale, Roma.