Antropologã - A Libro de Clase-99-117

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INTRODUCCION

5. La ciencia, los valores y la verdad

5.1. EL CONOCIMIENTO TEÓRICO: LA CIENCIA

En los capítulos precedentes hemos empezado a descubrir qué es el hombre


considerando su tener físico y cognoscitivo. El estatuto práctico del tener físico ha
sido desarrollado en el capítulo anterior, mientras que en los dos primeros trata-
mos de las facultades cognoscitivas. En efecto, cuando se ejerce el conocimiento,
éste puede ser de dos clases: teórico y práctico. El primero da lugar a la ciencia;
y el segundo es empleado para llevar a cabo la acción humana. Son dos clases dis-
tintas de conocimiento, aunque íntimamente relacionadas entre sí. Advertir esta
diferencia evita el error, frecuente en el racionalismo 1, de confundir teoría y prác-
tica aplicando el estatuto propio de la primera a la segunda.
En este capítulo vamos a ocuparnos en primer lugar de la ciencia y después
de la acción humana y de los modelos en los que ésta se basa. Son cuestiones que
remiten de modo natural al problema de la verdad teórica y práctica. El conoci-
miento de la verdad, en sus dos vertientes, constituye una gran tarea humana,
sobre la que se funda el uso de la libertad. Mas, antes de hablar de la verdad, es
preciso esclarecer suficientemente el estatuto antropológico del conocimiento teó-
rico y práctico.
La ciencia es la más importante realización del hombre moderno, pues le ha
permitido llevar a cabo la transformación del mundo. Una aproximación a ella
exige el máximo respeto, y la convicción de que quizá alberga en sí lo mejor que
el talento humano ha producido. En el siglo XVII, el descubrimiento y la aplica-

1. El racionalismo ha conformado durante mucho tiempo en Europa, princialmente en los siglos


XVII al XIX, el modo de concebir la ciencia, la moral, el derecho y la política, etc. Cfr. F. CARPINTERO,
Una introducción a la ciencia jurídica, cit., 23-81; G. SABINE, Historia de la teoría política, FCE,
México, 1991, 315-320.

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FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

ción sistemática del modelo físico-matemático dio origen a un cambio de menta-


lidad que ha configurado toda la Edad Moderna europea. Creció entonces en
Europa la confianza en la razón 2 y se desarrollaron de modo más rápido e inten-
so las ciencias físico-experimentales y, a partir del siglo XIX, las ciencias socia-
les.
Importa destacar ahora tres rasgos de la mentalidad que acompañó a ese
desarrollo: 1) la convicción de que en la ciencia se daba un progreso lineal y
ascendente, garantizado por métodos racionales, lo cual nos remite al método
científico; 2) la convicción de que la ciencia era un modo de conocimiento privi-
legiado sobre todos los demás, lo cual nos remite al lugar de la ciencia en el cono-
cimiento humano; 3) la convicción de que aplicando la ciencia era posible conse-
guir un progreso indefinido en el mundo humano, lo cual nos remite a los límites
de ese progreso. Estas tres convicciones han sido hoy en buena parte superadas, y
sustituidas por otras que resumiremos a continuación.

5.1.1. El método científico

Hoy en día parece que no es verdad que en la ciencia se dé un progreso line-


al y ascendente: no avanza por acumulación indefinida de conocimientos, sino
con el auxilio de unos métodos que no siempre dan resultados satisfactorios y en
ella influyen factores aleatorios de todo tipo (económicos, políticos, culturales o
ideológicos).
El método más corriente en la ciencia es el hipotético-deductivo: parte de la
observación, con los datos que adquiere elabora un modelo interpretativo, y pro-
cede a corregir el modelo inicial a partir de nuevas observaciones. La metodolo-
gía de las ciencias experimentales permite alcanzar una explicación de aspectos
de la realidad: los datos de los que se sirve son siempre parte, enfoques, de la rea-
lidad que tiene como objeto. Con la información obtenida se construyen teorías
que deberán ser verificadas por medio de la experimentación. Las teorías no son
un reflejo directo de la realidad; son más bien un entramado abstracto, una red de
modelos. Cualquier teoría es un reflejo de lo real por medio de ecuaciones, canti-
dades, medidas. La realidad no son números, lo conseguido por la ciencia sí. Por
eso hay que insistir en que existe un conocimiento espontáneo y previo a la cien-
cia, y que ésta es parte de ese conocimiento, un desarrollo concreto de él.
Los numerosos partidarios del método hipotético-deductivo están conven-
cidos de que la ciencia no avanza tanto por acumulación progresiva de conoci-
mientos, como siguiendo el método estudiado por Popper de ensayo y elimina-

2. Este proceso, y sus dimensiones culturales, está bien resumido en P. HAZARD, El pensamiento
europeo en el siglo XVIII, Guadarrama, Madrid, 1991, 34-48.

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ción de errores. Según él, un investigador no debe justificar sus nuevas teorías,
sino que está obligado a ser crítico con ellas y a buscar su refutación. Saber que
algo es falso es un avance en el conocimiento, pues se ha evitado una apariencia.
Cuantos más ataques supere, más verdadera será, aunque nunca estaremos segu-
ros de la verdad de nada. La propuesta es más bien negativa, crítica. Parece decir:
«antes de que otros ataquen tus hipótesis, atácalas tú mismo» 3. A fin de cuentas,
la falsedad es posible, mientras que la verdad se acaba convirtiendo en una bús-
queda sin término.
Sin embargo, las teorías científicas tienen cierta validez, pues permiten
alcanzar una explicación de algunos aspectos de la realidad. De un modo positi-
vo, esto quiere decir que la realidad es mucho más rica que el modelo científico
que nos ayuda a conocerla y por eso dicho modelo es modificable. A la hora de
elegir entre dos modelos científicos, debemos elegir el que tenga mayor poder de
explicación de lo observado, mayor poder de predecir las consecuencias que se
seguirán del fenómeno descrito, y mayor capacidad de converger con otras teorí-
as independientes de él 4.

5.1.2. Ciencia y conocimientos: cientifismo

Hoy nadie duda de la extraordinaria importancia de la ciencia. Para muchos


«conocimiento significa conocimiento científico»5. Quizá es conveniente dar
algunas pautas para evitar exageraciones.
La ciencia en el mundo moderno tiene un inmenso poderío que, en buena
parte, procede de que la ciencia permite al hombre intervenir eficazmente en los
procesos físicos cuyas leyes va descubriendo. Esa intervención modifica esos pro-
cesos, poniéndolos bajo el control humano, convirtiendo al hombre en «señor» de
la realidad. Así, la ciencia pasa de ser un saber teórico a ser uno práctico: la téc-
nica. La ciencia es la condición que posibilita el avance de la tecnología.
Fue el entrever ese poder lo que fascinó a los hombres de los siglos anterio-
res. Por eso pensaban que era el conocimiento humano más privilegiado, y con-
cebían la vida humana como un grandioso hacer 6. Así apareció el homo faber. El
descubrimiento de la exactitud y el poder de predicción de este tipo de conoci-
miento lo hizo aparecer a los ojos de estos hombres como el único fiable. Esta últi-
ma idea se ha incorporado en buena medida a la mentalidad actual: «existe en el
mundo científico una reticencia bastante generalizada (...): la desconfianza, la

3. Cfr. J. CORCÓ, Novedades en el universo. La cosmovisión emergentista de K. Popper, EUNSA,


Pamplona, 1996, 59 y ss.
4. N. LÓPEZ MORATALLA, Deontología biológica, cit., 137-143.
5. R. SPAEMANN, Lo natural y lo racional, cit., 65.
6. H. ARENDT, La condición humana, Paidós, Barcelona, 1993, 340 y ss.

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FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

inseguridad ante todo conocimiento, toda argumentación, ante todo aquello que
por su propia naturaleza no es susceptible de un tratamiento científico-experi-
mental; ante lo que de suyo no es verificable midiéndolo o pesándolo» 7.
La ciencia, como conocimiento riguroso, atado a lo empírico, a lo que es
experimentable, puede propiciar el desprecio de otros modos de conocimiento,
que serían considerados «poco serios». Este exceso y unilateralidad en la valora-
ción de la ciencia, fruto en muchos casos de su propia especialización, puede lle-
gar a conformar una actitud explícita que defienda y trate de reducir todo el cono-
cimiento humano a los proporcionados por ella. Eso es el «cientifismo».
El primer despreciado por el cientifismo es el conocimiento espontáneo, la
experiencia precientífica, propia de la vida cotidiana. Tal vez no se dan cuenta de
que sin este conocimiento espontáneo de la situación en la que uno ya se encuen-
tra no se puede vivir ni actuar. La experiencia científica se basa en la experiencia
precientífica. Y es que no todo es ciencia y razón, sino vida y tiempo: «La dife-
rencia fundamental entre ambos niveles es que en la ciencia se buscan conscien-
temente los errores de los modelos científicos. En la experiencia precientífica los
errores aparecen solos, se nos muestran sin que los busquemos» 8. La vida no es
una máquina lógica, que funcione con exactitud milimétrica, sino que en el orden
hay un lugar para el desorden e, incluso, a menudo parece que es este último quien
impera.
Cualquier científico es un hombre que tiene una vida real y concreta, y ade-
más una determinada visión del mundo, unos valores que persigue y que toma
como criterio de sus decisiones libres: la ciencia no es aséptica. Un científico, si
está colaborando en un proyecto nuclear para desarrollar armas de destrucción
masiva, no puede justificarse simplemente diciendo que él se limita a hacer for-
mulaciones de física. Tan es así la influencia de la vida de los propios científicos,
que la creatividad de los genios es un factor de primera magnitud en el avance
científico y en el diseño de nuevas teorías generales que cambian lo tenido hasta
entonces por inamovible (Newton, Einstein, etc.).
Ni siquiera en la ciencia todas las motivaciones son científicas. Así se pone
de relieve la importancia del conocimiento que se pregunta por el sentido de las
cosas y busca la visión global. Preguntas como «¿qué puedo conocer?, ¿qué debo
hacer?, ¿qué me cabe esperar?» no pueden ser respondidas por la ciencia positi-
va; están más allá de la ciencia, por ellas hay que arbitrar otros modos de saber.
La conducta humana no admite un tratamiento puramente científico pues la
persona escapa a sus métodos. Por un lado, la ciencia versa sobre lo general y lo
abstracto. En cambio, lo propio de la persona es lo singular y su intimidad. Las

7. N. LÓPEZ MORATALLA, Deontología biológica, cit., 145.


8. A. LLANO, «Ciencia y vida humana en la sociedad tecnológica», en N. LÓPEZ MORATALLA y
otros, Deontología biológica, cit., 132.

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leyes no reflejan la singularidad de cada quien. Por otro, en la conducta humana


lo primero son los fines; por tanto, a la persona le importa el sentido de las cosas,
su significado natural y propio. Sin embargo, el método científico busca ante todo
la descripción cuantitativa y analítica de sus objetos de estudio, incluidas las situa-
ciones humanas y sus explicaciones, que nos remiten a las condiciones iniciales
de los procesos 9. Esta mirada va hacia atrás, hacia cómo empezaron las cosas, y
no mira hacia adelante, hacia el fin. Así desaparece la teleología (el sentido) de la
explicación de lo humano, quedando estas cuestiones reducidas al ámbito de la
irracionalidad, de lo privado y subjetivo, estableciendo una trágica dicotomía
entre el ámbito científico-técnico y la libertad y la moral de las personas singula-
res.

5.1.3. Progreso y especialización

El sueño del progreso lineal e indefinido producido por el desarrollo cientí-


fico fue generalizado en la segunda mitad del siglo XIX, gracias a un clima de
gran optimismo: desde 1870 a 1914 apenas hubo en Europa conflictos bélicos, la
ciencia avanzó mucho, etc. Sin embargo, en 1914 se produce la quiebra de este
ideal decimonónico, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y de la
nueva situación histórica. La ciencia no asegura el bien del progreso ni la civili-
dad de los pueblos. Incluso su crecimiento puede ser grandemente dañino (armas,
muertes en masa, etc.). Con el abandono del gran mito del progreso indefinido se
genera un problema nuevo: la unidad de la ciencia y su consideración global. Hoy
en día, la ciencia está muy afectada por el fenómeno de la especialización. Ha cre-
cido tanto que resulta completamente inabarcable, no se puede dominar con faci-
lidad, y la comprensión del sentido de los avances científicos resulta difícil.
Este crecimiento de la especialización hace progresar más la ciencia, pero
genera problemas nuevos como la acumulación de conocimientos y su manejo, y
su sentido humano 10. ¿Cómo adquirir una visión global de la ciencia? Se supone
que esa tarea corresponde a la universidad, pero ésta ya no proporciona visiones
globales, sino completamente centradas en aspectos parciales, aislados. La cien-
cia como comunidad de saber desaparece en la especialización y en el exceso de
información a que está sometida la humanidad. «El humanismo es precisamente
ese saber unitario» 11, que permite adquirir una visión de conjunto de todos los
saberes y armonizarlos entre sí 12, a partir de una visión más general del hombre y
del mundo.

9. L. POLO, Introducción a la filosofía, cit., 122.


10. R. YEPES STORK, Entender el mundo de hoy, cit., 93-105.
11. A. LLANO, La nueva sensibilidad, cit., 186.
12. J. H. NEWMAN, The idea of an University, Notre Dame University Press, 1986, 94.

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FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

Se trata, en definitiva, de transmitir no sólo ciencia, sino cultura, en sentido


estricto. El incremento exterior de la ciencia termina perdiendo su sentido si no
hay también un incremento interior al hombre: la ciencia, como la técnica, recibe
su medida del hombre; ha de crecer y transmitirse de modo que éste pueda apren-
derla y darle un sentido.

5.2. EL CONOCIMIENTO PRÁCTICO Y LA ACCIÓN HUMANA

El conocimiento práctico es aquel que versa sobre las acciones humanas:


«esta tarde iré al cine», «quiero irme de vacaciones», «prefiero cerveza», etc.
Tiene una característica especial: es la aplicación del conocimiento intelectual a la
concreta situación en las que cada uno se encuentra. Las acciones humanas tienen
lugar en la realidad concreta y singular, en el hoy y en el ahora. Las grandes teo-
rías, para ser eficaces, han de ser traducibles a la concreción propia de la existen-
cia humana.
Los clásicos acuñaron el concepto de razón práctica 13 para referirse al
empleo de la razón como reguladora de la conducta, por oposición a la razón teó-
rica. El análisis del conocimiento práctico exige mostrar los elementos que inter-
vienen en la acción humana 14. En este proceso tiene un papel principal la volun-
tad: una acción es humana en cuanto que resulta de una elección de la voluntad,
por ser querida por el sujeto que actúa. Respirar no es algo que pertenezca a la
razón práctica; ser fiel a la palabra dada, en cambio, sí. Los elementos de la acción
práctica son los siguientes:
1. El fin. La acción comienza cuando las potencias del hombre tienden a un
determinado fin: llegar a comer a casa, estudiar una carrera, viajar a Barcelona,
buscar la felicidad, etc. Lo primero en la acción es el fin: según lo que elijamos
como fin desarrollaremos una conducta u otra. Así, el fin es lo primero que apa-
rece y lo último que se consigue 15, el motor de arranque de la acción, aquello que
«provoca» que el hombre se ponga en marcha. Si faltan los fines aparecen el abu-
rrimiento, el tedio, el sinsentido. Estar aburrido es tener por delante un tiempo que
no podemos estructurar, al que no podemos dar un sentido, una tarea.
2. La deliberación y la prudencia. Captar el fin produce una deliberación

13. La exposición que sigue se inspira en la visión clásica del conocimiento práctico, de la que se
puede encontrar una síntesis en los libros VI y VII de la Ética a Nicómaco. La visión aristotélica del cono-
cimiento práctico ha sido reivindicada a partir de 1960 por un gran número de autores, entre los cuales
están algunos de los hasta aquí más citados: R. Spaemann y L. Polo. A ellos se podría añadir L. Strauss,
A. MacIntyre, etc.
14. L. POLO, Ética, cit., 213 y ss.
15. «El fin es el principio en las acciones humanas», «es verdad la afirmación de que todo lo que
hace el hombre lo hace por un fin», TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-II, q. 1, a. 1.

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LA CIENCIA, LOS VALORES Y LA VERDAD

acerca de cómo realizar la acción, es decir, de qué medios se dispone para conse-
guir lo querido, qué circunstancias concurren, etc. Aquí se incluye todo lo que
designan términos como consejo, asesoramiento, consultoría, análisis de situacio-
nes, etc. Esta fase de la acción puede tener gran complejidad cuando no se cono-
cen las circunstancias 16.
La prudencia es la virtud que permite llevar a cabo con acierto esta delibera-
ción. Ser prudente es acertar sobre lo que conviene hacer y sobre el modo de
hacerlo. Esta virtud ayuda a captar rectamente qué es en general bueno para el
hombre, qué es lo natural y lo conveniente para él. Además, sirve para captar si
una acción concreta favorece o perjudica a ese hombre concreto y, por último, por
medio de ella podemos valorar las circunstancias que favorecen o dificultan la
acción para modificar el plan que tengamos, para la consecución del fin que se nos
aparece como bueno. Un ejemplo puede ilustrar: quiero estudiar una carrera uni-
versitaria porque me gustaría tener cargos de dirección de empresas en el futuro;
eso me exige un buen expediente y adquirir unos hábitos de trabajo serios; se me
presenta la oportunidad de realizar un viaje turístico poco antes de exámenes; con-
siderando que eso es un fin placentero pero que entra en contradicción con el fin
dominante en este momento de mi vida, decido quedarme a estudiar.
3. La decisión. Es el último paso que hemos señalado en el ejemplo anterior.
Una vez hecha la deliberación acerca de los medios, se elige uno de ellos, se toma
la decisión: me quedo y consigo medios para poder cumplir en el futuro el fin que
me he propuesto o, por el contrario, me voy de viaje, disfruto una semana, y luego
decido aspirar a menos o esperar un milagro académico.
4. La ejecución viene después de la decisión. Mantener la decisión tomada
y ponerla en práctica hasta el final, es algo que cuesta mucho más que decidirse.
La ejecución de las decisiones tiene que ver también con las virtudes morales: la
fortaleza, la constancia, etc.
5. Los resultados. Después de realizar lo decidido, se comprueba que los
resultados casi nunca son exactamente los esperados. Las cosas no suelen salir
como uno había pensado, los fines pueden no alcanzarse, los medios pueden resul-
tar inadecuados, la decisión errónea, etc. Una de las características más claras de
la acción humana es la diferencia entre las expectativas y los resultados. El cono-
cimiento práctico se diferencia del teórico en que tiene que prestar atención a las
contingencias, que pueden echar por tierra los planes teóricamente más perfectos,
y debe tener en cuenta la debilidad humana. La realidad es rebelde a la mejor teo-
ría. Es imprevisible, mudable, aleatoria. La razón práctica tiene que ser conscien-
te de sus límites, modesta, tiene que saber que puede fallar 17. Lo finito es imper-
fecto, y sólo llega a ser perfecto a base de rectificarlo.

16. ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, 1103b 30.


17. D. INNERARITY, «Poética de la compasión», en Comunicación y sociedad, VII/2, 1994, 67.

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FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

6. La corrección. En la acción humana se hace necesario, por tanto, intro-


ducir los resultados obtenidos, hacer balance de la situación y corregir las previ-
siones iniciales. Esos resultados (por ejemplo, un examen con mala calificación,
una operación de venta fracasada, etc.) obligan muchas veces a cambiar el plan de
trabajo y los objetivos. Para ello hay que actuar cibernéticamente, es decir, apren-
der de los propios errores para rectificar el rumbo de la acción. La razón práctica
humana es una razón corregida 18, que vuelve sobre sí para rectificar las decisio-
nes. Quien no sabe rectificar, es un terco o un teórico, pero ni se conoce ni cono-
ce la realidad y chocará con ella. «Rectificar es de sabios», es decir, de prudentes.
El hombre es capaz de aprender de sus errores.
7. Las consecuencias. En la acción hay que tener en cuenta no sólo el resul-
tado, sino también sus consecuencias: las acciones tienen efectos no previstos. La
consideración de los efectos secundarios tiene una gran importancia (basta pensar
en los medicamentos, en la economía, etc.).

5.3. LOS VALORES Y MODELOS DE CONDUCTA

En todas las fases de la acción intervienen unos criterios previos que uno
tiene ya formados antes de actuar, y de los que parte para elegir el fin, escoger
unos u otros medios, etc. Los llamaremos valores. Se caracterizan porque valen
por sí mismos: lo demás vale por referencia a ellos. Son aquello que nos dice lo
que cada cosa significa para nosotros. Por ejemplo, un cordero asado se puede
valorar de varios modos. Un amante de la buena mesa buscará si está bien coci-
nado, si sabe bien, etc. Aquel a quien le preocupa la salud mirará el grado de
colesterol que tiene y las calorías, y quizá se conforme con una ensalada, etc.
Todos actuamos contando ya según unos valores determinados que pueden ser
muy variados.
— la utilidad, que busca ante todo que las cosas funcionen;
— la belleza, que quiere que las cosas estén adornadas, en su sitio, que sean
armónicas, que sean perfectas;
— el poder: tener autoridad y dominio sobre territorios, seres naturales,
cosas y personas;
— el dinero: el que siempre se pregunta ¿cuánto puedo ganar con esa acción,
con ese trabajo, con ese esfuerzo? sólo se mueve cuando hay dinero por
medio;
— la familia: mi hogar y mi gente, los míos son los valores en torno a los
cuales se construyen muchas vidas humanas;

18. F. INCIARTE, El reto del positivismo lógico, Rialp, Madrid, 1973, 183.

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— la patria, la tradición: son valores referidos a la colectividad que nos ha


visto nacer;
— la sabiduría, o el valor de buscar comprender el sentido de las cosas;
— la destreza técnica, o la habilidad para ejecutar determinadas acciones;
etc.
Los valores se toman de los fines de la acción y, a menudo, esos fines son los
valores que cada uno tiene, pues éstos son los distintos modos de concretar la ver-
dad y el bien que constituyen los fines naturales del hombre. Si resulta que de los
valores que yo tenga depende lo que tome por verdad o bien para mi vida, es
máximamente apremiante el preguntarse cuáles son los valores por los que cada
uno se rige. Un error en este campo acabaría siendo fatal: construir la propia vida
sobre un error es el origen del fracaso.
Los valores se suelen materializar en símbolos, que se respetan por lo que
representan: la bandera, las imágenes religiosas, las fotos de familia, los colores
del equipo, etc., son símbolos de los valores que uno defiende. El símbolo hace
presente la realidad valorada. Los símbolos de los valores también pueden apare-
cer en modelos de conducta: a alguien puede gustarle ser enfermera, o actor de
cine, o parecerse a su padre, o tener un ideal que ha visto encarnado en alguien a
quien quiere, etc. Los valores no se transmiten por medio de discursos teóricos y
fríos, sino a través de modelos vivos y reales, que se presentan, se aprenden y se
imitan. No hay valor sin su modelo correspondiente.
El modelo que realiza un valor puede presentarse en primer lugar como
héroe, como ídolo. El hombre necesita tener alguien a quien parecerse, a quien
admirar e imitar 19. Los héroes son personas que vivieron una vida llena de pleni-
tud y significado: llegaron, por así decir, a una cota muy alta de humanidad, y por
eso atraen. El héroe invita a realizar lo excelente: su vida muestra que hay ideales
por los que merece la pena arriesgar, dejar de lado las seguridades grises a cam-
bio de acciones bellas o debidas. Pero esa excelencia no puede ser tan inasequible
que no pueda ser imitada, pues en tal caso ya no servirían como modelos: «la vir-
tud es la democratización del heroísmo» 20, porque con ella todos pueden alcanzar
este estado.
La narrativa suele tratar de héroes. En tiempos de crisis de valores sus per-
sonajes son decostrucciones del héroe, antihéroes 21. La Iglesia también ha conce-
dido gran importancia a los modelos. Los santos no son otra cosa que héroes reli-
giosos, figuras ejemplares que en cada época encarnan el ideal cristiano. Hoy en

19. Cfr. D. INNERARITY, «La nueva tarea del héroe», en id., Libertad como pasión, EUNSA,
Pamplona, 1992, 29.
20. D. INNERARITY, «La nueva tarea del héroe», cit., 41.
21. Un caso arquetípico es el del Ulises: la versión de Homero es puro contraste con la de Joyce.

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FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

día los modelos se han diversificado: deportistas, «famosos» del mundo del espec-
táculo, de la moda, de la política, de la gran empresa, etc. Sin embargo, al cabo
los modelos más influyentes en el hombre no debieran ser esos triunfadores, sino
ejemplos más cercanos a la vida cotidiana, que penetran en la intimidad, porque
encarnan valores más profundos. Los modelos familiares 22, los maestros, los ami-
gos y aquellas personas a quienes llegamos a admirar a través de una relación esta-
ble (familiar, profesional, etc.), son los que tienen real posibilidad de construir
desde su ejemplo, de edificar nuevas vidas. La responsabilidad de la conducta de
esos hombres es, por eso, muy grande.
Los hombres que se constituyen en modelos lo hacen por medio de su histo-
ria, de la narración de su existencia y sus hazañas. Contar historias tiene una
influencia práctica mayor que los discursos teóricos en la configuración de los
tipos de conducta de los pueblos 23. La transmisión oral (el cuento narrado por la
madre a los hijos antes de que les envuelva el sueño), la novela, la épica, el drama,
el cine, etc., son vehículos para la transmisión de esos modelos. Por eso el arte
narrativo tiene una enorme influencia en la vida humana, pues genera conductas
(el niño quiere ser guerrero, el empresario triunfador despierta ilusiones en los
estudiantes de empresa, el gesto desinteresado de una mujer buena mueve a la
atención mundial hacia las carencias del llamado Tercer Mundo).
Todos los pueblos, desde los más remotos orígenes de la humanidad, han
sido educados mediante narraciones (mitos, sagas, leyendas...). En nuestros días,
los grandes narradores son el cine, la televisión, la publicidad. Muchas veces dibu-
jan un mundo idealizado y tratan de inducir al consumidor a repetir el modelo que
ofrece, haciendo que la reacción mimética (de imitación) se provoque sobre todo
a través de la imagen 24.
Por qué imitar unos modelos y no otros tiene que ver con la educación y la
libertad. La pregunta por los valores es la pregunta por los modelos: «dime con
quien andas y te diré quién eres», es decir, «dime qué modelo has elegido, quizá
sin darte del todo cuenta, y te diré qué valores aspiras a encarnar». Insistimos: tener
modelos no es ni bueno ni malo, es algo «simplemente humano». La cuestión está
en que uno puede acertar o equivocarse en ellos. Aquí radica la importancia de las
modas: ¿por qué elegir un modelo de diversión, de conducta o de vestido sólo por
el hecho de que todos lo hacen? ¿Cuál debe ser mi grado de independencia? ¿El
que todos imiten el mismo modelo convierte a éste en acertado? La personalidad

22. A. POLAINO-LORENTE, «La ausencia del padre y los hijos apátridas en la sociedad actual», en
Revista Española de Pedagogía, 196, 1993, 453-458.
23. Sobre la importancia de los saberes narrativos, H. ARENDT, La condición humana, cit., 208-
209.
24. Cfr. R. YEPES STORK, Entender el mundo de hoy, cit., 21-31.
25. La masificación ha sido uno de los temas favoritos del análisis antropológico del siglo XX: cfr.
J. ORTEGA y GASSET, La rebelión de las masas, Espasa-Calpe, Madrid, 1991.

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madura elige por convicción, no sólo por moda. Quien sólo elige los modelos que
triunfan se acerca a la masificación 25 y a dejar que otros decidan por él. La educa-
ción, en buena parte, consiste en trasmitir modelos y valores que guíen el conoci-
miento práctico y la acción, es decir, que permitan que cada uno sea el guía de sí
mismo, desde la verdad del hombre. Claro que, entonces, se nos abre necesaria-
mente la pregunta acerca de la posibilidad de que el hombre conozca —o no— algo
verdaderamente y, más en concreto, la verdad acerca de sí mismo. Desde aquí se
abriría una amplia consideración sobre cómo educar 26.

5.4. LA VERDAD COMO CONFORMIDAD CON LO REAL


La inteligencia busca el conocimiento de la realidad. Cuando lo logra, alcan-
za la verdad. La verdad, por tanto, es el bien propio de la inteligencia, y consiste
en la capacidad de abrirse a lo real. La distinción de dos tipos de conocimiento,
teórico y práctico, implica la distinción de dos tipos de verdad, verdad teórica y
verdad práctica.
Verdadero significa que conocemos algo tal y como es. Es decir, hay verdad
si se da una conformidad entre las cosas y nuestro conocimiento acerca de ellas.
La verdad es la conformidad entre la realidad y el pensamiento 27. Saber la verdad
es no estar engañado, despertar a la realidad. Las cosas son de una determinada
manera: conocer la verdad es conocer la forma de las cosas, saber «cómo» son 28.
Esto supone, por un lado, que las cosas tienen cierta estabilidad, o un deter-
minado modo de ser que hace que unas se distingan de otras (a eso se le puede lla-
mar esencia o forma). En segundo lugar, nuestra mente es capaz de descubrir esa
coherencia interna del universo, por ser una forma cognoscible. Es el sentido aris-
totélico de la verdad: mi mente y la realidad se adecuan. La verdad es interna al
universo y yo tengo acceso a ella. Mi capacidad de razonar es, si se permite el
símil informático, el password que me abre el fichero codificado del cosmos.
Admitir esto tiene indudables ventajas. El universo y la historia se convierten en
algo unitario que puedo entender. El esfuerzo intelectual de la humanidad no sería
una serie discontinua de intentos de creación de sentido en un mundo que no lo
tiene, sino la historia del descubrimiento del sentido que conforma la realidad del
mundo, y de la historia y libertad humanas. Negar que el mundo tiene una lógica,
que sea razonable, conduce al escepticismo y al nihilismo.

26. V. GARCÍA HOZ, «La práctica de la educación personalizada», en Tratado de educación perso-
nalizada, Rialp, Madrid, 1991, vol. 6.
27. La ampliación y precisión de estas nociones en A. LLANO, Gnoseología, cit., 25-35.
28. A. MILLÁN-PUELLES, Fundamentos de filosofía, Rialp, Madrid, 1976, 459. Cfr. TOMÁS DE
AQUINO, La verdad, selección de textos, introducción, traducción y notas de J. García López, Col.
Cuadernos de Anuario Filosófico 19, Universidad de Navarra, Pamplona, 1995.

109
FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

5.5. LA VERDAD COMO INSPIRACIÓN


Una verdad que se convierte en fin o criterio de conducta es un valor. La
conducta se rige por valores (si resulta que me gusta mucho la música de Chopin,
puedo decidir estudiarla, aprender a tocar el piano, pagar para recibir clases, y
llegar así a tocarla, convirtiendo esa música en un valor importante para mí). La
verdad rige la conducta por medio de los valores. Ésta es la dimensión práctica
de la verdad.
La verdad práctica aparece en la vida del hombre como un hallazgo, que
lleva a una conformación posterior de la propia conducta con lo hallado. La ver-
dad cambia al hombre cuando éste la encuentra y le llena de inspiración para su
vida futura 29. Encontrar la verdad supone una sorpresa, rompe la rutina. Encon-
trarse con la verdad es emocionante, sobre todo cuando se trata de verdades
grandes, ésas que determinan la dirección de la propia vida, lo que voy a decidir
qué voy a ser.
La verdad es una realidad con la que nos encontramos, viene experimentada
como un deslumbramiento, pues ella misma —por su elevado contenido de reali-
dad, por otorgar un sentido a la propia vida— puede entenderse como esplendor.
El encuentro con la verdad puede ser más o menos intenso: podemos encontrar la
verdad en un teorema matemático (en este caso equivale a entenderlo), caer en la
cuenta de la importancia de los sentimientos, encontrar una persona de la que nos
enamoramos; descubrir que tenemos una enfermedad incurable y que vamos a
morir; podemos encontrar la verdad en el ejemplo de un sabio, de un santo, de un
hombre de acción; etc. En sentido fuerte es descubrir, identificar y aceptar, con
emoción, cuál es el modelo o la persona conforme a la cual vamos a diseñar nues-
tra vida. La experiencia más clara del encuentro con la verdad es la conversión
religiosa. En ella, se encuentra a Dios, Alguien en quien quizá no se creía, y que
se presenta de pronto como Persona que interpela al sujeto y le sale al encuentro.
La realidad encontrada como verdad conmueve profundamente al hombre.
La primera consecuencia del encuentro es precisamente una cierta conmoción,
pues es un descubrir la realidad que compromete al que encuentra. El ejemplo más
clásico es el enamoramiento. La conmoción del enamoramiento adquiere un ver-
dadero carácter de metanoia, de transformación interior: me transformo interior-
mente, descubro que en mi vida ha faltado esa verdad que he encontrado, verdad
sin la cual mi vida anterior parece vacía, pobre, sin sentido, una pérdida de tiem-
po.
¿En qué consiste ese cambio provocado por el encuentro? En percibir y acep-
tar la tarea que la realidad encontrada me encarga. He de abrirme a una nueva
ocupación. El encargo es novedoso, me cambia. Comienza la aventura: la reorga-

29. Se amplía este planteamiento en R. YEPES STORK, Entender el mundo de hoy, cit., 53-68.

110
LA CIENCIA, LOS VALORES Y LA VERDAD

nización de mi vida para dedicarme a cumplir la tarea que me adviene en el


encuentro con la verdad. Me hago cargo de ella porque se sitúa ante mí: me encar-
ga una misión. La verdad merece ser conquistada, y ésa es la tarea que aparece
como novedad.
Además, el encuentro me dota de inspiración. A partir de entonces «nada es
igual». La inspiración es un impulso para ejercer mi libertad tratando de reprodu-
cir y expresar la realidad con la que me he encontrado, y encarnarla en mi vida o
en mi obra. La verdad tiene un carácter dinamizante respecto de nuestro operar.
Nos hace ver las cosas de otra manera. Seguir la inspiración es actuar conforme
al encargo que ella me da. Si la verdad encontrada es una persona, resulta máxi-
mamente inspirativa. Está el amor por medio. La verdad entonces llama, porque
tiene voz. Es alguien que soy capaz de oír, que está ante mí y efectúa un vocare,
una vocación. Aceptar la propia vocación es dejarse descubrir por la verdad que
inspira, estar dispuesto a aceptar la tarea que se presenta como mejor —como ver-
dadera— para la propia vida 30.
Para que la verdad sea plena, no sólo hay que conocerla, sino también vivir-
la. No se trata sólo de entenderla teóricamente, sino de incorporarla a nosotros, de
vivir la vida desde la inspiración que ella nos otorga. Las grandes verdades trans-
forman nuestra vida. Aquí se puede ver la estrecha relación entre verdad y liber-
tad: la primera es la que da sentido a la segunda, pues la verdad es el bien que
busca una inteligencia libre.
Cuando me encuentro con la verdad, cuando se me manifiesta un trozo del sen-
tido de lo real, también se pone en marcha mi capacidad creadora, pues hace su
aparición la belleza. El hombre encuentra en la verdad un arranque para su capaci-
dad artística porque la verdad hay que expresarla, y en cuanto que tiene esplendor
es bella. La obra de arte nace de «la repentina conmoción producida por lo contem-
plado» 31. Las grandes gestas humanas son fruto de la inspiración que una determi-
nada verdad ha puesto en las vidas de sus protagonistas, verdad que hace de esas
vidas algo digno de ser inmitado, algo bello. Toda vida humana cargada de sentido
tiene una verdad inspiradora. El crecimiento del hombre se realiza gracias a su ins-
piración en la verdad. Es ella la que enciende las alas de las capacidades humanas.
¿Qué relación hay entre la verdad teórica y la práctica, entre lo que se pien-
sa y lo que se vive? Existe hoy una separación entre ambos tipos de verdades.
Antes, si a uno le convencían de algo, tenía que cambiar su modo de vida para
adecuarlo a esa verdad aceptada e incorporada, porque teoría y práctica, formaban
un bloque compacto (D. Innerarity): alguien podía estar equivocado, pero era
coherente con sus ideas. Hoy esta relación ya no es tan evidente: se admite que

30. Para un mayor desarrollo de estas ideas, cfr. R. YEPES STORK, «La persona como fuente de
autenticidad», Acta Philosophica, vol. 6, fasc. 1, 1997, pp. 83-100.
31. H. KUHN, Wesen und Wirken des Kunstwerks, Munich, 1960, 12.

111
FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

uno pueda mostrar unas ideas radicales acerca de la sociedad, y al mismo tiempo
vivir con el lujo y la tranquilidad de un burgués.
En la actualidad, la autenticidad, la influencia de las convicciones en la con-
ducta práctica, han dejado de ser éticamente exigibles. Esto quiere decir que el
encuentro con la verdad es débil, que no llega a inspirar la conducta. La autenti-
cidad o coherencia es la armonía entre la verdad teórica que uno tiene por cierta
y la verdad práctica que se refleja en la propia conducta. Si la verdad teórica y la
práctica no tienen nada que ver, ambas se vuelven triviales y no hay modo de
lograr una inspiración seria. Cuanto aquí se ha dicho sobre el encuentro con la ver-
dad apunta a reforzar la idea de que la verdad encontrada es auténticamente pose-
ída cuando la conducta es coherente con ella. En caso contrario, esa verdad se
vuelve trivial, y no tiene interés alguno más allá de la curiosidad, más allá del
deseo de apariencia de sabiduría que suele rodear a los pedantes o a los frívolos.
La verdad se convierte así en algo susceptible de ser sustituido por otra cosa más
útil. Si la verdad como admiración no impera, lo que queda es un terreno abona-
do para la dictadura de la conveniencia y de la fuerza.

5.6. LAS OBJECIONES CONTRA LA VERDAD

El asunto de la verdad es poco pacífico: no hay nada que provoque mayores


discusiones ni divisiones. En nombre de la verdad a menudo se llevan a cabo
empresas heroicas y sacrificios enormes; pero también se perpetran crímenes y se
han cometido injusticias. Nada puede producir mayor temor que una fuerza polí-
tica que se llame a sí misma «el partido de la verdad», pues en ese caso todos los
que no piensen como ellos empezarán a ser vistos como enemigos y, si tal parti-
do llega al poder, no habrá razones para respetarles. La verdad no es un asunto que
pueda tenerse por evidente y tranquilo. Y el problema se agrava cuando se plan-
tea en el terreno de la práctica. ¿No sería mejor vivir en un mundo sin verdad, sin
exigencias que obliguen a la conciencia de los hombres?, ¿no sería ése un mundo
sin divisiones, aunque fuera al precio de ser un mundo sin contenidos? Así lo
plantea el escepticismo: ¿verdad?, cada uno la suya o, mejor, ninguna. Como
mucho plantearlo como una posibilidad teórica que no comprometa en absoluto.
La pregunta pronunciada por Pilatos «¿qué es la verdad?» 32 sigue repitiéndose sin
cesar. Su actitud de desprecio hacia ella, también.
¿Cabe alguna objeción seria frente a la postura escéptica? Ésta objeta lo
siguiente: lo que es verdad para unos no lo es para otros; por tanto, toda verdad es
una opinión. La primera frase sostiene que «nada es verdad ni es mentira, todo es
según el color del cristal con que se mira». La segunda dice que no hay verdad,

32. Evangelio según San Juan, 18, 38.

112
LA CIENCIA, LOS VALORES Y LA VERDAD

sino sólo apariencia de verdad. Así, se afirma que lo que para unos hombres es
un valor, para otros es un contravalor; por tanto no hay valores universales, comu-
nes para todos, ni tampoco verdades universales. Es como si cada uno tuviera,
desde sí mismo, que decidir sobre qué cosas van a constituir la verdad para él. Se
parte de una desconfianza radical a las capacidades del propio conocimiento, que
nos engaña, nos representa un mundo que es válido sólo para nosotros. Lo que
resulta de ahí es el escepticismo 33, la postura que afirma que la verdad no está al
alcance del hombre: el hombre no es capaz de verdad, debe conformarse con opi-
niones más o menos plausibles, pues su conocimiento es débil y —quizá— la rea-
lidad que está al alcance de su conocimiento, también.
Pero el escepticismo total es muy difícil de mantener, no puede ser riguroso.
¿Por qué? Porque el escéptico actúa contando ya con la verdad, pues al decir esa
doctrina la dice convencido de que los demás entienden lo que él dice, de que
tiene alguna razón al decirlo, de que no es lo mismo decirlo que no decirlo, o de
que quiere abrir los ojos a los que creen que hay alguna verdad para que conoz-
can «la verdad de que no hay verdad alguna». A la hora de actuar uno tiene pre-
ferencias, da por supuesto cosas, funciona contando ya con ciertas certezas 34. Por
eso lo más ordinario es que el escepticismo adopte formas mitigadas 35. La más
corriente es aquella que afirma que la verdad es una realidad estrictamente relati-
va a cada hombre y a cada época. Para el relativista todo son «verdades peque-
ñas», provisionales, en medio de un mar de dudas y de ignorancia.
En cambio, nosotros sostenemos que el hombre puede conocer las cosas tal
y como realmente son, y penetrar cada vez más en el conocimiento de lo real. El
conocimiento espontáneo nos dice esto; la misma presencia de la duda nos habla
de la experiencia del engaño y, por lo tanto, de la verdad; la realidad de un len-
guaje consistente, en el que no es lo mismo decir «perro» que «caballo» que man-
tener la boca cerrada, también nos habla de la fijeza del lenguaje, de nuestro cono-
cer y de las cosas que nombramos al hablar. No hay que tener miedo a la verdad.
A menudo, muchas formas de escepticismo son más bien prejuicios contra verda-
des determinadas, que no se está dispuesto a admitir de ninguna manera.
De todos modos, la objeción más persuasiva contra la verdad es la que esta-
blece el relativismo de los valores: cada quien tiene que tener por bien lo que con-
sidera que es bueno para él, sin tener que someterse a unos criterios subjetivos
que, a fin de cuentas, serían extraños a las capacidades de su propia libertad. Los

33. Ya en la Antigüedad clásica el escepticismo adquirió una notable madurez intelectual. Pirrón,
fundador de esta escuela, lo expresó así: «todo me da lo mismo, porque todo es igual». Cfr. J. CHEVALIER,
Historia del pensamiento, cit., vol. I, 439-445.
34. Aristóteles, hacia el año 330 a. de C., ya hizo una crítica consistente al escepticismo, recogida
en su Metafísica, 1065b 20 y ss.
35. Sobre las clases de escepticismo, defensores y críticos, cfr. A. LLANO, Gnoseología, cit., 71-
91.

113
FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

valores serían algo privado, incluso puras preferencias sentimentales e irraciona-


les. Vayamos por partes.
¿Existen unos valores o criterios de actuación comunes para todos los hom-
bres? El relativismo de los valores contesta negativamente esta pregunta. Es la
aplicación del escepticismo al ámbito de la razón práctica.
Pero, si la persona se define por unas notas que son las que fundan, entre
otras cosas, los derechos humanos, y la naturaleza humana consiste en alcanzar el
bien y la verdad, entonces podemos concluir que el bien y la verdad son los valo-
res o criterios prácticos que presiden siempre la acción humana. ¿Por qué hacer
esto y no otra cosa? Porque dadas tales circunstancias, al sujeto le parece lo mejor,
lo bueno aquí y ahora. Es decir, ese bien, esa verdad, son los criterios últimos de
actuación. Ahora bien, cada ser humano tiene en sus manos la tarea de concretar-
los según su propia situación (en la paz o en la guerra, en la salud o la enferme-
dad, en la riqueza o la pobreza...). No hay ciencia de lo singular, ni de la conduc-
ta personal. En ella el papel de la prudencia (virtud que aplica los principios gene-
rales a lo concreto) es determinante 36.
La proposición «lo que es verdad para unos no es verdad para otros» se
podría aplicar a las decisiones que conforman la conducta, pero no a las premisas
a partir de las cuales se decide la conducta, porque éstas son los principios del
actuar y los valores comunes a todos los hombres. Los derechos humanos brotan
de las exigencias propias de la naturaleza y del ser del hombre. Son los valores
comunes para todos: no son algo negociable, no pueden dejarse a la decisión de
la mayoría, pues no dependen de lo que decidamos acerca de nosotros, sino de lo
que en realidad somos.
Si el relativismo de los valores se mantiene de una forma extrema, se hace
necesario negar que exista una naturaleza humana, pero de hecho las certezas
básicas e iniciales del comportamiento práctico son espontáneas y no demostra-
bles 37, y dan por supuestos esos bienes a la hora de regir la conducta, pues están
ya presentes en todo actuar.

5.7. LA ACEPTACIÓN Y EL RECHAZO DE LA VERDAD

La verdad sólo se incorpora a la vida del hombre si éste la acepta libremen-


te. Así mismo puede rechazarla: no se impone necesariamente. La presencia o
ausencia de la verdad en la vida del hombre y en la sociedad es un asunto fun-

36. Cfr. J. PIEPER, «Prudencia», en Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid, 1990, pp. 33-82.
37. Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I-II, q. 94, a. 2; F. CARPINTERO, Una introducción a
la ciencia jurídica, cit., 311-321.

114
LA CIENCIA, LOS VALORES Y LA VERDAD

damental, que da lugar a una enorme cantidad de situaciones que tienen que ver
con la ética. ¿Cómo lograr esa aceptación? Por medio del respeto hacia ella. La
verdad ha de ser hospitalariamente recibida en la vida humana. Su presencia
ennoblece al hombre. Su ausencia, la mentira y la falsedad, lo envilece. Verdad
significa riqueza, precisamente porque hace a la persona poseedora de aquellas
realidades cuya verdad acepta y reconoce.
La aceptación de la verdad tiene cuatro momentos sucesivos. El primero de
ellos es adquirir la disposición de aprender, que exige ante todo tomar conciencia
de que uno no sabe. Esto es lo que Sócrates hacía con él mismo y con los demás 38.
Esta disposición nos hace ser abiertos a las verdades nuevas con que podamos
toparnos. El más ignorante es el que no sabe que lo es, el que cree que sabe. Esta
adquisición puede hacerse por medio de la curiosidad, del asombro o la admira-
ción, o de la perplejidad, que hace entrar en crisis las seguridades del mundo en
que vivimos.
Una vez dispuestos a aprender algo, se requiere cultivar la atención 39,
mediante la observación atenta de la realidad de que en cada caso se trate. La
mayor parte de los errores que cometemos se deben a falta de atención, que equi-
vale en cierto modo a la inconsciencia. Cultivar la atención significa: estar des-
piertos 40, no dormirse, vigilar. Una forma de cultivar la atención es buscar la ver-
dad.
En tercer lugar, respetar la verdad es aceptarla. Hay verdades que nos pue-
den enfadar, especialmente si hacen referencia a nuestros propios fallos. Pero hay
que aprender a aceptar los propios errores. Quien no sabe aceptar la verdad, se
frustra. Se niega a conocerse. Se niega a conocer a las personas que le rodean si
resulta que tampoco está dispuesto a admitir fallos en ellas. No avergonzarse de
la verdad es síntoma de tener una personalidad madura, que no vacila en aceptar-
la, con sus consecuencias, sean favorables o adversas (por ejemplo, aceptar que
uno tiene cáncer). La verdad hay que encararla, enfrentarse con ella. Aceptarla no
implica no hacer nada por superar el error; más bien, sólo si sé dónde he fallado
puedo rectificar.
Una verdad aceptada genera una convicción. Las verdades de las que uno
está convencido pasan a formar parte de uno mismo, quedan «guardadas» en
nuestra intimidad. Las convicciones nacen de la experiencia, de haberse encon-
trado con verdades determinadas.
Sin embargo, la verdad puede ser rechazada por el hombre. Las razones son
varias. Por un lado, puede pasar inadvertida, por falta de disposición de aprender
o por falta de atención. Quien carece de esa disposición pasa su vida sin que surja

38. PLATÓN, Apología de Sócrates, 20e.


39. D. INNERARITY, «Tras la postmodernidad», en Anuario Filosófico, XXVII/3, 1994, 952.
40. R. SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, cit., 139 y ss.

115
FUNDAMENTOS DE ANTROPOLOGÍA

nada verdaderamente interesante, rotando del aburrimiento a la diversión, y vice-


versa. La causa está en que esa persona se alimenta sólo de verdades pequeñas.
Un ejemplo claro aparece en la figura del «pesado». Siempre cuentan lo mismo,
algo que no tiene por qué tener gracia y que acaba produciendo irritación por su
superficialidad.
Esta situación de inconsciencia respecto de la verdad se parece un poco al
sueño. La rutina consiste precisamente en acostumbrarse a las verdades grandes,
que pasan a ser pequeñas cuando a base de tenerlas delante terminamos por no
verlas. Esto sucede a veces con el amor: la gran pasión con que empezó un matri-
monio puede acabar convertida en domingos de televisión porque no hay ningu-
na verdad en común sobre la que organizar la convivencia.
Una falta de disposición para aprender son los prejuicios, convicciones
inmotivadas a priori, inducidas casi siempre por otros, que nos hacen percibir la
realidad, no como es, sino como nos han dicho que es, o como nosotros nos hemos
imaginado. Los prejuicios hacen poca justicia a la verdad y son poco benevolen-
tes con lo real. Suelen ir acompañados del recelo y la sospecha, y proceden más
de la voluntad particular y los sentimientos que de la razón. Y porque son más
bien irracionales, echan a perder la concordia y la ilusión. Otra falta parecida es
la incapacidad de escuchar.
Eludir la verdad es el segundo grado de su rechazo. Consiste en «retirar fur-
tivamente la mirada» 41 de ella. La vemos un momento, pero hacemos como que
no la hemos visto. La tratamos como al vecino pesado que parece dispuesto a
tomar el ascensor con nosotros —¡seis pisos!—, y cerramos la puerta del ascen-
sor haciendo como que no le hemos visto, aunque él y nosotros sabemos que le
hemos visto, «pero es que molesta», pensamos. «Retirar furtivamente la mirada»
es la manera más corriente de actuar mal, porque no queremos encararnos con la
verdadera situación. Es el caso del que «no quiere darse por enterado», por ejem-
plo, del descontento que causa un jefe a sus empleados por su actitud de poca
comprensión o ayuda.
La forma extrema de eludir la verdad es huir de ella, darle la espalda, esca-
par de sus proximidades. La bebida como refugio, las drogas, son formas de elu-
dir la totalidad de la situación en la que uno se encuentra. La tristeza que provo-
can ese tipo de huidas son señales claras de la necesidad de la verdad para la vida:
sin ella no cabe ser feliz, sin ella lo mejor es no ser consciente de la propia exis-
tencia, pues esta resulta deprimente. En la verdad nace la libertad como afirma-
ción de la belleza del propio ser.
Por último, la forma extrema de rechazar la verdad es negarla, decir que no
existe. Para ello cabe servirse de la manipulación de la verdad, para que parezca

41. R. SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, cit., 273.

116
LA CIENCIA, LOS VALORES Y LA VERDAD

otra cosa o aparente menos de lo que en realidad es. Éste es el riesgo de los perio-
distas, narradores y políticos. O bien, se puede intentar ocultar la verdad median-
te la mentira o la imposición de silencio: echar botes de humo, no dejar hablar a
los que dicen verdades que no queremos oír, castigar a los subordinados que dis-
crepan de la versión «oficial» de la realidad, no dar la palabra, etc. En todos estos
modos de rechazar la verdad hay una ausencia de reconocimiento de lo real. Se
retira la benevolencia hacia las cosas: no quiero saber nada de ellas; me invento
mi propia verdad. Así, el que miente se atribuye falsos poderes creadores.
La actitud ética respecto de la verdad consiste en respetarla, y enfrentarse
con ella, para reconocerla, si bien esa aceptación pueda ser molesta o complicar
la vida. Aunque la verdad traiga problemas, hay que prestarle asentimiento, como
hizo Sócrates. En caso contrario, la convivencia se deteriora, pues se rompe la
confianza. Veritas parit odium, decían los clásicos, la verdad engendra odio. Pero
esto sólo sucede cuando se rechaza, cuando su conocimiento no abre a la correc-
ción. Cuando la verdad se acepta, el hombre se enriquece, y su existencia adquie-
re una dignidad y un brillo inusitados, porque en ella hay más libertad.

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