BRAILOVSKY
BRAILOVSKY
BRAILOVSKY
Como casi todas las personas han pasado en algún momento de su vida por la
escuela, es frecuente que se compartan con mucha libertad opiniones y
análisis acerca de la educación. Cualquier charla de café es un lugar adecuado
para decir cosas que podrían interpretarse como respuestas posibles a estas
preguntas esenciales que plantea la pedagogía. Así, se dicen cosas tales como:
“Para que mejore la educación hace falta una nueva ley y una reforma
en los programas de estudio”.
“Para ser maestra de primaria o secundaria hay que estudiar más que
para ser maestra jardinera”.
“El problema de la educación es que se han perdido los valores”.
“Los chicos, hoy en día, vienen cada vez más inteligentes”.
“Los chicos, hoy en día, vienen cada vez más irrespetuosos”.
“Antes, se respetaba más”.
“Antes, se estudiaba más”.
“Los castigos, están mal, pero a veces hace falta ser duro con los
chicos”.
“Estudiar de memoria, no sirve”.
“El problema de la educación es que…”
El filósofo esloveno Slavoj Žižek (2004), cuenta en uno de sus libros una
pequeña historia que muestra un ejemplo de este “punto de encuentro” que
brindan las experiencias comunes de la escuela obligatoria:
Podríamos decir que en esa escena mínima que hizo que se tocaran los
universos de estas dos personas, está la mano de la educación escolar: en
algún punto de su historia, ambos tenían algo en común. La asociación entre
esta idea “acumulativa” de lo común como contenidos obligatorios a ser
aprendidos y la idea más general de la convivencia ciudadana es menos nítida,
por supuesto, y para completar el análisis es necesario pensar la cuestión
desde la perspectiva de los métodos de enseñanza.
Por supuesto, cada uno tiene sus propias maneras de decir las cosas, porque
cada experiencia de conocimiento es única e irrepetible. La finalidad de
aprender este vocabulario no es anular o reprimir nuestras formas espontáneas
de hablar, sino brindarle a estas formas espontáneas la posibilidad de
enriquecerse y crecer. Reformular el vocabulario, es decir, cuestionarnos con
qué palabras hablamos de la educación no es una mera cuestión de léxico. El
ejercicio de repensar los conceptos es, de hecho, uno de los ejes centrales de la
pedagogía, porque las palabras tienen un poderoso efecto sobre el mundo, y su
uso abre o cierra caminos para las políticas, las prácticas escolares y los
deseos de las comunidades de construir proyectos.
Veamos ahora una lista posible de palabras e ideas que surgen de (o aparecen
en) el vocabulario de la pedagogía. Para hacerlo, despleguemos un párrafo que
emplea ese vocabulario y procedamos a analizarlo.
La escuela moderna y los sistemas educativos modernos se han constituido en
base a una idea de igualdad que hoy ha entrado en crisis. La suposición de
que una enseñanza homogénea ofrece iguales oportunidades de formación (y
consecuente movilidad social) a los alumnos es falsa, porque ignora que, en
tanto institución normalizadora, la escuela actúa reproduciendo las
diferencias de origen. Las pedagogías críticas han nacido para revisar estos
fundamentos y promover una visión del mundo escolar que permita verlo no
ya como una maquinaria transparente que distribuye conocimientos, sino
como sistemas políticos en los que se dirimen cuestiones sociales.
Apenas tres observaciones acerca de esta frase, una por cada oración del
párrafo. En primer lugar, en ella se emplean algunas palabras que tienen
sentido dentro de teorías y debates más amplios, que hace falta conocer y
comprender previamente para darles sentido. Comienza hablando de la
escuela moderna y los sistemas educativos modernos. ¿Qué es eso? No se
refiere, claro, a las escuelas que se fundaron más recientemente ni a las que
están equipadas con computadoras, sino a las que surgieron en la llamada Era
Moderna, con las ideas de la ilustración, la revolución francesa y los ideales
de la ciencia positivista. Por eso habla en pasado (dice: “se han constituido”) y
opone esa escuela a un “hoy” donde esa forma de pensar la escuela estaría en
crisis.
Las escuelas
¿Qué es una escuela? ¿Porque las escuelas son como son (es decir: separan a
los niños por edades, funcionan dentro de un determinado calendario y
horario, enseñan lo que enseñan y no otras cosas, tienen pupitres y pizarrones
y tizas y cuadernos y libros, y no otros objetos o modos de comunicar)?
¿Cómo llegó la escuela a convertirse en lo que es? ¿Seguirá siendo siempre
así, o irá cambiando? ¿Cómo cambia la escuela, y por qué? ¿La escuela es
un lugar de armonía y entendimiento, o un lugar de luchas y conflictos? ¿O
ambas cosas? ¿Puede educarse sin escuela?
El sentido de educar
¿Para qué existen las escuelas? ¿Para qué una sociedad necesita escuelas y
educación obligatoria? ¿Es cierto, como dicen algunos políticos, algunos
próceres, algunos parientes mientras hacen el asado, que “la educación hace
un país mejor”? ¿Es cierto que mejora la vida de los que se educan? ¿Por
qué? ¿Cómo han ido modificándose los fines de la escuela a lo largo de la
historia? ¿A qué distintos intereses ha respondido la institución escolar?
¿Qué significa la experiencia escolar para los estados, las culturas, las
comunidades, las familias, los individuos?
La justicia educativa
¿Es justa la escuela? ¿Les da a todos los chicos las mismas oportunidades de
aprender y de educarse? ¿Cómo hace un maestro, una escuela, un Estado,
para distribuir la educación con justicia, en forma equitativa? ¿Cómo se
piensa la idea de “ser justos” en la escuela desde la perspectiva del estado?
¿Y cómo se la piensa desde la perspectiva del maestro? ¿Es posible educar
con igualdad, cuando las personas son tan diferentes entre sí? ¿Cómo puede
pensarse una educación que sea, a la vez, igualitaria y respetuosa de las
diferencias?
La relación adulto-niño
¿Cómo se relacionan las ideas sobre la educación con las ideas sobre otros
aspectos de la vida en sociedad? Es decir: ¿pensamos distinto sobre
educación si pensamos distinto sobre política, sobre economía, sobre música,
sobre cine…? ¿Por qué las escuelas son lugares en los que se da tanta
importancia a los rituales patrióticos? ¿Qué rol desempeñan las familias de
los alumnos en la escuela?
Tomaz Tadeu Da Silva, un pedagogo brasileño que estudia las teorías del
curriculum (es decir, que le interesa la pregunta acerca de qué se enseña en las
escuelas, por qué, desde qué supuestos, etc.) plantea tres palabras para ordenar
las teorías sobre educación. Habla de lo tradicional, lo crítico y lo poscrítico.
Y muestra en un cuadro al comienzo de su libro algunas ideas que caben
dentro de cada tipo de respuesta a estas preguntas pedagógicas (1999):
A estas teorías tradicionales, críticas y pos-críticas también se las ha llamado
tecnicistas, críticas y culturales. O positivistas, sociohistóricas y subjetivistas.
O eficientistas, marxistas y psicoanalíticas. En fin, cada denominación se
apoya en algún rasgo o influencia de estas grandes corrientes, pero lo que
tienen todos en común es que reconocen tres grandes energías que se expresan
en ciertas discusiones que vuelven, una y otra vez.
Los nombres elegidos aquí para nombrarlas están poco utilizados, pero son
muy descriptivos de estas grandes esencias: orden fundante, crítica socio-
histórica y crítica cultural-subjetiva. A continuación, algunas observaciones
sobre cada uno.
Orden fundante
Sirva de ejemplo de este modo de pensar en los sistemas educativos una frase
de un pedagogo del siglo XVII llamado Julien de Paris. Él escribió:
Pero la energía del orden fundante no está sólo en los viejos años de la
modernidad. Cada vez que los maestros nos encontramos en una reunión de
personal y necesitamos acordar los modos de planificar la enseñanza, de
organizar los momentos de la jornada escolar, de gestionar los problemas y
desafíos de la vida cotidiana, esta energía surge, imprescindible, como un
espacio instituyente que es un arma poderosa para que le demos a nuestra vida
en común una forma lo más parecida posible a nuestros deseos y utopías. Por
eso no me gusta llamar a esta racionalidad “tradicional”: porque no es algo
superado que haya quedado atrás, sino una forma de pensar el mundo que nos
atraviesa profundamente y sin la cual careceríamos de herramientas para
moldear la experiencia de la vida en común.
Sin embargo, también hay quienes miran esa foto y reconocen en ella algunos
rasgos violentos. Y se preguntan si vale la pena homogeneizar a todos los
alumnos bajo el “disfraz de igualdad” del delantal blanco. Se preguntan
asimismo (y dudan) si es verdad que al enseñarles a todos lo mismo y al
mismo tiempo, se garantiza la igualdad.
Crítica cultural-subjetiva
Un segundo conjunto de críticas al orden fundante tiene que ver con otro
efecto de la homogeneidad que este orden promueve. Esta homogeneidad,
afirman, ignora no sólo las diferencias de origen “injustas” (ser rico, ser
pobre) y las relaciones de poder que existen dentro de la escuela, sino también
algunas diferencias que existen entre los alumnos y que son valiosas e
importantes para ellos. El orden fundante, en su afán de “igualar”,
homogeneiza. O sea: considera y fuerza a ser iguales a todas las personas, aún
cuando no lo sean tanto, ni en todos los aspectos. Porque obviamente todos
sienten distinto, creen distinto y viven su vida de acuerdo a valores diferentes.
Y no se trata de una homogeneidad ingenua, porque decide de antemano cual
es la “verdadera civilización” y cuáles los “funestos trastornos”, retomando
las palabras de Julien de París que citamos antes.
Estas críticas suelen sostenerse desde los llamados estudios culturales, desde
la teoría de género, los movimientos que estudian la multiculturalidad y
también de algún modo desde el psicoanálisis. De lo que se trata es de
recuperar la identidad, la singularidad, la diferencia: salvarla del efecto
“normalizador” de la escuela. Una crítica parecida podría hacérsele a la
industria de la moda, que promueve que todas las personas se vistan del
mismo modo, por ejemplo.
El primer ejemplo apunta a unas palabras que estuvieron muy de moda en las
escuelas hace algunos años, y que se proponían clasificar a los contenidos de
la enseñanza en tres categorías: conceptuales, procedimentales y actitudinales.
Los libros de didáctica nos dirán que se trata de las tres cosas que podemos
esperar que un alumno aprenda: conceptos, procedimientos y actitudes.
Palabras y teorías, por un lado, pero también modos de hacer y disposiciones
del espíritu.
Un poco de historia
Cuando los historiadores se proponen organizar el conocimiento de un tema a
lo largo del tiempo, recurren a una de sus principales estrategias: la
periodización. Como la palabra lo indica, consiste en establecer períodos. De
este modo, partiendo el tiempo en épocas y poniéndole un nombre a cada
época, resulta más sencillo analizar los grandes movimientos de hechos, ideas
y discursos que se fueron modificando a lo largo de la historia.
Muchas veces los nombres que se le da a las épocas tienen que ver con
personas que cumplieron un rol importante dentro de esos procesos, ideas o
discursos. Otras veces, remiten a leyes, guerras o revoluciones. El problema
con las periodizaciones es que al mismo tiempo que ayudan a comprender
grandes procesos de enorme complejidad, pueden terminar simplificando
demasiado las cosas. Podríamos terminar creyendo, por ejemplo, que durante
el peronismo todas las cosas que sucedían respondían a unas idénticas leyes,
emanadas puramente del peronismo. O que en tiempos de la ley 1420 todos
los problemas educativos se limitaban a los planteos que esa ley contenía. Y la
realidad es siempre demasiado rica y compleja como para rotularla bajo un
nombre. En cualquier caso, lo que nos interesa aquí es simplemente identificar
apenas algunos de los más importantes referentes que se han tomado en cuenta
para periodizar la historia de la educación en nuestra región.
Una de las instituciones que comenzó a pensarse en esta época es, claro, la
escuela pública. El pedagogo Jan Amos Comenius, a quien ya hemos
mencionado como el “padre de la Pedagogía”, publicó en 1658 un libro de
ilustraciones que es considerado uno de los primeros libros de texto de la
historia. En el Orbis Sensualium Pictus hay un capítulo dedicado a la escuela,
donde se muestra la siguiente imagen:
Comenius había escrito ya un tratado de Pedagogía llamado Didáctica
Magna unos años atrás. Le interesaba establecer una serie de reglas y un
método para llevar adelante la educación. Su gran utopía era “enseñar todo a
todos”, es decir, que la educación dejara de ser una práctica dispersa e
intermitente y que se convirtiera en un gran sistema regido por reglas lógicas
bien ideadas y llevadas a cabo por maestros idóneos. Ideas que hoy en día nos
resultan absolutamente obvias, como educar a los alumnos reunidos en
grupos, o dividir esos grupos por edades, formaban parte de los planteos de
Comenius, que para aquella época eran muy novedosos. En esa época, a nadie
se le hubiera ocurrido criticar a esta forma de organización escolar por
avasallante u homogeneizante, porque era una idea naciente y, sin dudas,
revolucionaria. Era una idea crítica, en el sentido que hemos dado a este
término.
Ahora bien, este gran abrazo hacia la razón, la ciencia y el progreso generó
movimientos sociales y científicos realmente descomunales. La relación de las
sociedades con el conocimiento cambió. Y ese cambio, con sus procesos
políticos e institucionales, dio lugar a la escuela. Hacia mediados del siglo
XIX los Estados europeos (y no mucho después, los de nuestro continente)
tenían sistemas educativos que, en su estructura, se parecían ya bastante a los
que conocemos en la actualidad. Para esa época aparecieron figuras públicas
que acompañaron y sostuvieron la creación de los sistemas educativos.
Domingo F. Sarmiento en nuestro país, claro, pero también otros países
tuvieron sus “próceres educativos”, como José Pedro Varela en Uruguay o
José Escalada en Paraguay, entre otros. Comenzó en esos años la época de
oro de la educación pública.
Para finalizar, una nota de rigor acerca del alcance de estas reflexiones. Las
breves consideraciones que hemos compartido en estas páginas acerca de la
pedagogía, sus preguntas, sus caminos habituales, ha tenido el propósito de
ofrecer un primer acercamiento al pensamiento que se centra en la educación
escolar para organizar sus desafíos, repensarla, reinventarla. Como todo
panorama general, sin embargo, ha debido omitir muchas cosas importantes, y
ha esbozado, de un modo tal vez demasiado amplio, un escenario que está
repleto de sutilezas, complejidades y sentidos a los que vale la pena llegar a
partir de lecturas más específicas y diversas. El propósito es, finalmente,
tentar la curiosidad para seguir avanzando y alentar el recorrido –
interminable, apasionante – de pensar la pedagogía.
Bibliografía