Méndez T.X.+2023
Méndez T.X.+2023
Méndez T.X.+2023
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Artículo de reflexión.
a
Autora de correspondencia. Correo electrónico: mmendez@comillas.edu
Cómo citar:
Méndez Siliuto, María Mercedes.“La santidad: eje vertebrador de la acción pastoral de
la Iglesia”. Theologica Xaveriana vol. 73 (2023): 1-24. https://doi.org/10.11144/javeriana.
tx73.sevapi
1
Francisco. Exhortación apostólica postsinodal Christus vivit 43-48. Para profundizar sobre la presencia de
esta temática en el magisterio del papa Francisco y otros pontífices, véase a Uríbarri, Santidad misionera.
Fuentes, marco y contenido de Gaudete et exsultate.
2
Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium 39-42.
3
Las dos causas más relevantes de este olvido son: “La incorrecta comprensión teológica de la misma,
de carácter voluntarista” y “la presión de un ambiente social que, por lo menos en Occidente, ha bajado
notablemente el listón ético y moral” (Arzubialde, “La vocación universal a la santidad” 27-84).
4
Anónimo, A Diognète, 65.
5
Francisco, Carta encíclica Laudato si’ 216.
6
Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Sobre la llamada a la santidad en el mundo
contemporáneo 111.
7
Ibíd. 112-121.
8
Ibíd. 122-128.
9
Ibíd. 129-139.
10
Ibíd. 140-146.
11
Ibíd. 147-157.
12
La llamada a la “conversión pastoral y misionera” que hace el papa Francisco en su exhortación
programática Evangelii gaudium 25, que desarrolla a lo largo de su magisterio, es pluridimensional. A lo
largo del presente artículo solo insistimos en la centralidad de una pastoral de la experiencia que facilite
el encuentro con Cristo, y que conduzca a la santidad de vida. Para explorar otras dimensiones, véase
a Instituto Superior de Pastoral, UPSA, La conversión pastoral. XXVI Semana de Teología Pastoral.
13
Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate 33.
14
Para mayor profundización, tanto en el recorrido bíblico como histórico, remito a Boesch Gajano,
“La santidad como paradigma histórico”; y a Saranyana, El caminar histórico de la santidad cristiana.
De los inicios de la época contemporánea hasta el Concilio Vaticano II.
15
Véase a Eliade, Lo sagrado y lo profano; Martín Velasco, El fenómeno místico. Estudio comparado; Otto,
Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios.
16
No podemos detenernos en el desarrollo y diferenciación de estas experiencias espirituales, místicas
y/o religiosas que nutren y realizan lo que en el cristianismo denominamos proceso de santificación,
pero que es descrito con características muy similares en otras religiones e incluso desde recientes estu
dios psicológicos. Para profundizar, véase a De Acosta y Martín Velasco, Experiencia religiosa: Actas de
las reuniones de la Asociación Interdisciplinar; Martín Velasco, Introducción a la fenomenología de la religión;
y Miller (ed.), The Oxford Handbook of Psychology and Spirituality.
17
Véase a Blenkinsopp, The Beauty of Holiness: Re-Reading Isaiah in the Light of the Psalms; y Buis, El
Levítico: la ley de santidad.
18
Israel reconoce que Dios se le revela como el Santo (Lv 11,44-45; 19,2), el cual se santifica a sí mismo
y manifiesta su santidad en la elección-liberación-protección de su pueblo santo (Dt 7,6-8), a quien
santifica (Ez 37,28). En el Nuevo Testamento, el Padre es reconocido como fuente de toda santidad que
santifica, por medio del Espíritu, al Hijo. Jesús es llamado “el Santo de Dios” (Lc 1,35; Mc 1,21-39;
Jn 6,69; y con títulos parecidos en Hch 3,14; Ap 3,7; 6,10; 16,5). Para profundizar véase a Albertz,
Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento; Barbaglio, “La vivencia espiritual
de Jesús de Nazaret”, 57-90; Castro, “La santidad de Yahweh alcanza al hombre”; Cipriani, “La expe
riencia espiritual en los escritos de la tradición paulina y judeo-cristiana”, 237-280; Di Sante, El Padre
Nuestro. La experiencia de Dios en la tradición judeo-cristiana, 27-49; Jeremias, Abba. El mensaje central
del Nuevo Testamento, 93-104; 215-258.
19
“Hay una historia de la santificación de Jesús fiel, que aprende la obediencia, que es probado en el
dolor, que hace la oblación de su cuerpo, que así es consumado y consumador de la salvación del hombre”
(González de Cardedal, Cristología, 479). La santificación obrada en Jesús no fue un perfeccionamiento
de sus cualidades éticas o personales, sino una realidad ontológica (Hb 2,10; 5,8; 7,28; 10,14; 12,2).
20
Para ulterior profundización véase a Alexandre, Los grandes profetas, el culto interior y la justicia; y a
Sicre, Profetismo en Israel.
21
En el judaísmo neotestamentario encontramos una separación de la propuesta de santidad que ya
no armonizaba lo ritual y lo moral: por un lado, encontramos a los saduceos congregados en torno del
Templo, que defienden y viven una santidad fiel al más puro ritualismo; y a los fariseos, alrededor de la
Sinagoga, que comprenden la santidad como un vivir la voluntad de Yahveh expresada en la Torá y en sus
interpretaciones. En los diferentes libros del Nuevo Testamento también encontramos personas o grupos
que se consideran más perfectos: los llamados “bautistas”; o los judeo-cristianos frente a los convertidos
del paganismo. Más información en Cavalletti, “Las corrientes espirituales del mundo judío”, 19-36;
y Pikaza, Jesús educador. La escuela cristiana, 19-36.
22
Baste mencionar algunos testimonios. En la Didaché, SC 248bis, se puede comprobar la compren
sión moral de la santidad, en particular en la sección catequética (capítulos I-VI) y en la disciplinar
(capítulos XI-XV). En esta obra y en las cartas de Ignacio de Antioquía, Epistulae VII genuinae (PG 5,
644-728), también se utiliza el apelativo “santos” para designar a los cristianos. Este padre apostólico
se puede considerar el iniciador de la teología del martirio, quien calificaba este como la perfección del
discipulado o seguimiento-identificación con Jesús; al igual que la distinción del ministerio ordenado
en la comunidad. Para profundizar véase a Frend, The Rise of Christianity; Saxer, Pères saints et culte
chretien dans l’Église des premiers siècles.
23
San Ireneo desarrolla esta doctrina fundamentándola en el proyecto creacional y redentor del Padre,
que realiza en el ser humano la semejanza divina por medio de sus “dos manos”, el Hijo y el Espíritu,
haciendo a la persona capaz de cumplir el mandamiento del amor y le otorga el verdadero conocimiento.
Véase a Irenaeus, Adversus haereses, V,6,1. El desarrollo práctico moral de esta doctrina, muy influenciada
por diferentes escuelas filosóficas griegas, pero comprendida en el cristianismo como “vida santa” o proceso
de “santificación”, lo podemos descubrir en Clemente de Alejandría, Paedagogus.
24
Entre el martirio y la vida monástica, debemos considerar la teología y espiritualidad de la virginidad,
vivida, reflexionada y apreciada por muchos padres de la Iglesia. Muy pronto fue considerada más santa
o perfecta que la vida matrimonial. Véase a Eusebio de Cesarea, Demostratio evangelica I, 8; Gregori de
Nisa, De virginitate. Para mayor profundización véase a Alviar, “Christian Vocation and World in Origen
and the Desert Fathers and Mothers”; Colombás, El monacato primitivo.
25
Para más información véase a Delehaye, Sanctus. Essai sur le culte des saints dans l’antiquité.
26
Para profundizar, véase a Álvarez Gómez, Historia de la vida religiosa. Vol. 1: Desde los orígenes hasta
la reforma cluniacense. En la actualidad, nuevas formas de monacato ofrecen estos mismos elementos
de la espiritualidad monástica tradicional para vivir la particular llamada a la santidad, pero abierta a
diferentes estados de vida. Véase a Downey, “Monasticism, Monotheism, and Monogamy: Past and
Present Expressions of the Undivided Life”.
27
En este cambio de mentalidad es esencial la enseñanza espiritual de los reformadores de las grandes
órdenes, como San Bernardo de Clairvaux (1090-1153) y sus cuatro grados de amor o proceso por etapas
que llega a la deificación en la unión con Dios; o los fundadores de las órdenes mendicantes, como San
Francisco de Asís (1181-1226) y su propuesta de tener el Evangelio como única regla de vida. Dichas
órdenes incorporaron ramas laicales de aquellos que deseaban vivir la espiritualidad que proponían desde
otras formas de vida. Véase a Vauchez, La sainteté en Occident aux derniers siècles du Moyen Age: d’après
les procès de canonisation et les documents hagiographiques; y Vauchez, Les laïcs au Moyen Age: pratiques
et expériences religieuses.
28
Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate 12. Véase a Graña; “Santa Hildegarda de Bingen:
una mujer sabia”; Graña, “Las madres espirituales de la Edad Media”, 501-514. Dicho “estilo femenino
de santidad” se enriquece con santas de tiempos pasados, pero también de la época contemporánea, como
Edith Stein (1891-1942), Teresa de Calcuta (1910-1997) y otras tantas fundadoras de congregaciones
y movimientos laicales a lo largo de los siglos XIX y XX, canonizadas o no. Véase a Sgariglia, “Chiara
Lubich y el genio femenino”; Köhler-Ryan. “‘The Hour of Woman’ and Edith Stein”; Graña y Bara (eds.),
Mujeres, mística y política. La experiencia de Dios que implica y complica.
29
En el plano católico conviene destacar la renovación del Concilio de Trento, y la reforma espiritual
que supuso la Devotio moderna y las nuevas formas de vida religiosa que más tarde se llamarán de “vida
activa” (Huerga, “La vida cristiana en los siglos XV-XVI”; e Ipagarraguirre, “Nuevas formas de vivir
el ideal religioso (siglos XV y XVI)”, 141-247.
30
Del siglo XV al XVII, el “deseo de perfección” era común entre los cristianos más fervorosos,
comprendido este como un tender hacia Dios en Cristo valiéndose de unos medios que marcasen
el camino. Entre las obras que ofrecen instrumentos concretos debemos destacar la Imitación de Cristo,
de Tomás de Kempis, que influyó en la vida y obra de maestros posteriores, como los reformadores del
Carmelo, Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, quienes a su vez propusieron itinerarios de santidad
en sus obras Camino de perfección y Subida al Monte Carmelo, respectivamente. También marcaría la
espiritualidad de San Ignacio de Loyola, a quien debemos otra de las obras que ayudaron a cristianos
de ayer y de hoy a vivir el seguimiento de Cristo con su propuesta de Ejercicios espirituales.
31
Saint François de Sales, Introduction a la vie dévote, I, 3.
32
Ya se están sistematizando la propuesta espiritual de los que podemos llamar fundadores de algunos de
los movimientos laicales. Véase a Saranyana, El caminar histórico de la santidad cristiana. De los inicios de la
época contemporánea hasta el Concilio Vaticano II; Illanes, “Llamada a la santidad y radicalismo cristiano”.
33
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata 35-40; Juan Pablo II, Exhortación apos-
tólica postsinodal Pastores dabo vobis 19-20; Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Christifideles
laici 16-17.
34
Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate 2.
35
Véase a Bosch, “El valor programático de la santidad. Una clave hermenéutica del Concilio Vati
cano II, a 40 años de distancia”; Bosch, “La vocación cristiana laical: renovar el mundo con Cristo”;
Espa Feced, “Una pastoral universal de santidad. Del Vaticano II a Gaudete et exsultate”.
36
En nuestra reflexión tratamos de recuperar el concepto bíblico de santidad que parte del misterio del
Dios Santo, ya que “La Trinidad […] es el fundamento inconmovible de todo pensamiento religioso, de
toda piedad, de cualquier vida espiritual y de cualquier experiencia. A ella se la busca cuando se busca
a Dios, cuando se busca la plenitud del ser, el sentido y el fin de la existencia” (Lossky, Teología mística
de la Iglesia de Oriente, 49).
37
Dios se ha manifestado como plenitud de amor en tres personas, que actúan en favor de los hombres
como Padre que crea, en el Hijo que redime, por el Espíritu que santifica (Ladaria, El Dios vivo y verda-
dero. El misterio de la Trinidad, 23-39; 239-397).
38
“Dios se ha hecho hombre para que el hombre pudiese llegar a ser Dios” es la frase en la que ha quedado
sintetizada la doctrina varias veces expuesta por San Ireneo de Lyon, en su obra Adversus haereses, III,18.19;
IV,20, 7; 34; V, 16,2. “La encarnación es, pues, comunión de la persona divina del Hijo con la condición
humana y recapitulación de toda la humanidad –y de todo lo humano– en la divinidad filial del Logos
encarnado. Solo así era hacedero el designio primordial que había presidido la creación del hombre: hacer
de él un ser a imagen de Dios” (Ruiz de la Peña, El don de Dios. Antropología teológica especial, 269).
39
Ladaria, “La unción de Jesús y el don del Espíritu”, 556-567; Uríbarri, La mística de Jesús. Desafío
y propuesta, 91-267.
40
Ruiz de la Peña, El don de Dios. Antropología teológica especial, 351.
Los seres humanos, en virtud del bautismo, son por participación lo que el
Hijo es por naturaleza: “santo”. Todo ello es posible en el Espíritu que es Santo porque
es consustancial al Padre y al Hijo, y procede del Padre en la eternidad y del Hijo en
la historia, en cuanto es enviado al mundo por el Padre y el Hijo, para la santificación
del creyente42. El Espíritu Santo santifica a los creyentes, reproduciendo en cada uno
la obra de santificación realizada en la humanidad de Cristo43, transfigurando a la
persona en todas sus dimensiones, y realizando en ella la perfección de la humanidad,
en tanto la diviniza-cristifica.
Esta transformación –que podríamos llamar santidad ontológica– se manifiesta
en la santidad moral o “vida en Cristo”, de modo que con él, cómo él, por él, el creyente
puede vivir en apertura al Padre, y en obediencia-entrega sin reservas a su Reino. La
identificación con Cristo es la plenitud del ser personal, en cuanto se realiza el plan
primigenio de Dios inscrito en la naturaleza del ser humano. Dios ha querido que
la persona viva descentrada y referida a él, en su comunión, en armonía con todos
los hombres y la creación.
Este plan primigenio, roto por el mal uso de la libertad, puede ser acogido
de nuevo en la opción libre del ser humano, quien decide vivir en Cristo, por el
Espíritu, referidos al Padre, y ya no en la búsqueda de la autorrealización en y por
las cosas creadas, que solo le llevará a perderse en el egocentrismo narcisista. Hasta
la realización plena de este plan, en los últimos tiempos, el ser humano tendrá que
41
Ladaria, Teología del pecado original y de la gracia, 135-301. Aunque la santidad sea la realización plena
de estas tres dimensiones, al mismo proceso se le puede llamar con rigor santificación, pues es obra del
Santo, y lleva a la santidad.
42
“Hacia él (el Espíritu Santo) se vuelve todo lo que tiene necesidad de santificación. Le desean todos los
que viven según la virtud, como refrescados por su soplo y ayudados en orden a su propio fin natural”
(Basile de Césarée, Traité du Saint-Esprit IX, 22).
43
“El Espíritu es el vínculo, la unión amorosa del Padre y del Hijo; por ello en el Espíritu se actualiza
la obediencia del Hijo encarnado, su libre identificación con la voluntad del Padre. […] Este Espíritu
que ha guiado a Jesús en su vida humana, del que está lleno en su resurrección, es el que es comunicado
al creyente. Jesús resucitado no nos da algo ajeno a él, sino el mismo principio de su actuación, en
virtud del cual ha llevado a cabo su existencia histórica y por cuya fuerza ha sido resucitado de entre
los muertos. […] El Espíritu, marcado por el sello de Jesús que nos lo da, puede así obrar en nosotros lo
que de modo ejemplar e inigualable ha realizado en la humanidad de Jesús” (Ladaria, Teología del pecado
original y de la gracia, 252).
44
Ibíd., 260-266. Esta disyuntiva entre el amor a Dios o el amor a sí mismo, recurrente en los textos
bíblicos, se presenta a la persona a lo largo de toda su existencia, y en ella radica su salvación-santificación,
y la realización del proyecto de Dios sobre la humanidad.
45
Existe una synergeia, “cooperación del hombre con Dios” o “de ambas voluntades” para lo consecución
del mismo fin, que dispone las condiciones subjetivas para que se pueda dar la unión con Dios (Lossky,
Teología mística de la Iglesia de Oriente, 146).
46
La doctrina sobre la santidad del Concilio Vaticano II que hemos desarrollado deja de considerar la
consagración religiosa como un determinado “estado de perfección”. Todas las formas de vida deben
conducir a la santidad en cuanto por ellas el creyente alcanza la plenitud de la vida cristiana. Véase a
Fornes, “El concepto de estado de perfeccion: consideraciones criticas”, 681-711. Para la profundización
en la común vocación a la santidad en los diferentes estados de vida remito a este artículo que sintetiza
la teología de von Balthasar desarrollada tras la aprobación de los institutos seculares con la constitución
apostólica del papa Pio XII, Provida Mater Ecclesia, publicada en 1947 (Illanes, “Hans Urs von Balthasar
y los estados de vida del cristiano. Análisis de sus escritos a raíz de la creación de la figura de los institu
tos seculares”, 9-38).
47
Solo señalar algunos autores para percibir la complejidad del concepto: Bissi, Madurez humana. Camino
de transcendencia. Elementos de psicología de la religión; Goya, Psicología y vida espiritual, 169-211.
48
Cuando afirmamos que el Verbo debe ser el patrón de desarrollo humano para la antropología cris
tiana, no nos referimos solo a considerarlo como un modelo ético de conducta o un ideal de perfección
psicológico, sino desde la carga soteriológica contenida en el misterio creído de un Dios que asume
Conclusión
Llegados al final de nuestro estudio podemos afirmar que la vocación común a
la santidad es un don recibido, pero también una tarea por obrar, casi un deber
para el que se ha encontrado con Dios amor, quiere entregarse a él y vivir la vida
plena que le es ofrecida para el bien de la sociedad y la creación entera. La santidad es
la cualidad propia del ser-hacer del Dios amor, de la cual el ser humano, en virtud
de la voluntad salvífica del Padre, es llamado a participar en Cristo, por la acción del
Espíritu Santo. Es una llamada a “vivir en el Espíritu”, en seguimiento de Jesús,
cumpliendo la voluntad del Padre y comprometidos en la transformación del mundo
según su plan de salvación.
Por tanto, esta gracia dada en el bautismo debe ser acogida, cuidada y desarro
llada cada día por la libre adhesión del creyente y la firme determinación a colaborar
con el Espíritu en el crecimiento en el amor, que le configura con Cristo en su doble
dimensión vertical y horizontal: relación filial con el Padre y compromiso con su
Reino. El Espíritu es el principal autor de la santificación del creyente, que reproduce
en él la vida de y en Cristo, engendrando una nueva criatura, un ser nuevo, la persona
la naturaleza humana para salvarla, aportándole dinamismo interno de perfeccionamiento salvífico, que
supera las capacidades humanas o el “hacer” libre de la persona, aunque colabora con ella, y que la tradición
ha llamado gracia. El ser humano no se terminará de perfeccionar hasta la vida eterna, horizonte escatoló
gico y plenitud de vida, implícita en la creación y realizada en la redención. Para mayor profundización,
véase a Uríbarri, La singular humanidad de Jesucristo. El tema mayor de la cristología contemporánea.
49
La teoría de la autotrascendencia en la conciencia de Rulla aporta una visión comprehensiva de la persona
desde el punto de vista psicosocial que a su vez se integra con las visiones de la antropología filosófica y
teológica, al reconocer la convergencia entre la llamada de Dios y las disposiciones y aspiraciones profundas
de la persona, que va integrando todas sus dimensiones en y para unos valores autotranscendentes, en la
medida en que supera las inconsistencias que le impiden un crecimiento vocacional sano. Véase a García
Domínguez, Discernir la llamada. Valoración vocacional; Rulla, Antropología de la vocación cristiana.
50
Desarrollado por Cencini, Amarás al Señor tu Dios. Psicología del encuentro con Dios.
51
Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate 2.
52
Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium 1.
53
Ibíd. 8.
54
Ibíd. 25-33.
55
Ibíd. 14.
Referencias bibliográficas
Albertz, Rainer. Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento.
Madrid: Trotta, 1999.
Alexandre, Dolores. Los grandes profetas, el culto interior y la justicia. Madrid: Funda
ción Santa María, 1990.
Álvarez Gómez, Jesús. Historia de la vida religiosa. Vol. 1: Desde los orígenes hasta
la reforma cluniacense. Madrid: Publicaciones Claretianas, 1990.
Alviar, Joselito José. “Christian Vocation and World in Origen and the Desert Fathers
and Mothers”. Scripta theologica 50/2 (2018) : 379-406.
Anónimo. A Diognète. Introduction, édition critique, traduction et commentaire
Henri Irénée Marrou. Paris: Du Cerf, 1965.
56
Ibíd. 259-283.
57
Ibíd. 176-258.
58
Ibíd. 176.
59
Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate 63-109.