El Retorno de La Metafísica - Robert B. Pippin

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El retorno de la metafísica:

Hegel contra Kant1,*


El idealismo alemán y el destino de la filosofía

21 de enero 2022

Robert B. Pippin

Evelyn Stefansson Nef Distinguished Service Professor del Comité de Pensamiento


Social y del Departamento de Filosofía de la Universidad de Chicago. Es autor de
varios libros y artículos influyentes sobre el idealismo alemán, el más reciente de los
cuales es Hegel’s Realm of Shadows: Logic as Metaphysics in The Science of Logic.

Contenidos

Introducción ............................................................................................................................. 2

Qué era la metafísica y la crítica de Kant ............................................................................. 3

La resurrección de la metafísica de Hegel ........................................................................... 4

1[N. del t.: Traducido de Robert B. Pippin. The Return of Metaphysics: Hegel vs Kant. Iaia News. 21
de enero 2022. Disponible en: https://iai.tv/articles/the-return-of-metaphysics-hegel-vs-kant-auid-2032.
Última consulta: 31 de octubre 2023.]
* Este artículo forma parte de la serie The Return of Metaphysics, y se ha elaborado en colaboración
con la Essentia Foundation.

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Robert B. Pippin

Durante la mayor parte de su historia la filosofía occidental estuvo dominada por la metafísica,
el intento de conocer las características necesarias del mundo simplemente pensando. Luego
vino Kant, que demostró que la razón por sí sola no puede obtener conocimiento del mundo sin
la ayuda de la experiencia. Muchos consideran que la filosofía de Hegel ignora las lecciones de
la crítica de Kant a la metafísica y retrocede a un estilo filosófico prekantiano. Pero una lectura
más atenta de Hegel muestra que, en realidad, no ignoraba la lección de Kant, sino que seguía
su argumentación: Aunque la razón pura no pueda conocer el mundo, puede conocerse a sí
misma. Y al descubrir la naturaleza del pensamiento, argumentaba Hegel, se descubre también
la naturaleza de cualquier cosa que pueda ser pensada, es decir, la realidad. Así, escribe Robert
Pippin, Hegel pudo cambiar el destino de la metafísica.

Introducción
La filosofía no es una empresa empírica. Su pretensión tradicional es ser una forma de
conocimiento de la realidad, aunque no se base en la observación de esa realidad. Si
hay conocimiento filosófico, es conocimiento a priori, y si es conocimiento afirma algo
cierto sobre la realidad que no es accesible a la observación o confirmación empíricas.
Las pretensiones filosóficas de conocimiento a priori parecen conducirnos
inevitablemente a lo que siempre ha sido, hasta hace unos doscientos cincuenta años,
el centro de la filosofía, su ineludible “gran” pregunta: la metafísica.

¿Qué ocurrió hace doscientos cincuenta años? Sucedió Kant, en 1781. Su Crítica de la
razón pura indicaba por su propio título malas noticias para la tradición metafísica
tradicional. No existía tal poder como una razón intuitiva con acceso a cualquier reino
no sensible de la realidad. La razón, el pensamiento en general, era exclusivamente
una actividad, en ningún sentido un poder perceptivo. Su actividad principal era
inferir, deducir, sistematizar, unificar, y no estaba abierta en ningún sentido al mundo.
La única apertura disponible para los seres humanos finitos era a través de nuestros
poderes sensoriales, y la tarea del pensamiento era discriminar y unificar nuestra
experiencia. Suponer lo contrario era la razón principal por la que la filosofía no había
logrado resultados asentados en más de dos mil años de especulación, y en su lugar
sólo había producido conflictos irresolubles con posiciones igualmente buenas e
igualmente paradójicas a ambos lados de las cuestiones clásicas. Sin embargo, Hegel,
quizá el más influyente de los filósofos postkantianos, se tomó en serio la afirmación
de Kant de que, aunque el pensamiento no pueda conocer el mundo, puede conocerse

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El retorno de la metafísica: Hegel contra Kant

a sí mismo. Esto le condujo a un renacimiento de la misma empresa que Kant pretendía


eliminar: la metafísica, el estudio de las características necesarias de la existencia.

Qué era la metafísica y la crítica de Kant


La metafísica pretende ser el conocimiento de la realidad alcanzado únicamente por la
razón pura, por el “pensamiento puro”, sin ayuda de la observación empírica. Esto
suponía, desde la época de Platón y Aristóteles hasta los grandes metafísicos
racionalistas del siglo XVII, que poseíamos una capacidad, un poder de pensar, capaz

Kant no merecía del todo su reputación de “destructor total” de la


metafísica. Dejó a la razón pura un objeto posible: ella misma.

de hacerlo. La idea era que la razón pura podía determinar “lo que el mundo no podía
dejar de ser”, es decir, cuáles son las condiciones para que exista un mundo posible. Si
hay conocimiento metafísico, se trata de necesidad. El caso más famoso de tal
afirmación fue y sigue siendo la teoría de las Ideas de Platón, pero el realismo
conceptual medieval, la res cogitans y la res extensa de Descartes, las mónadas de
Leibniz y la sustancia de Spinoza son sucesores obvios. Esto suponía a su vez que debía
haber algo así como una “luz de la razón”, una capacidad de captar lo que no podía
captarse en la experiencia sensorial. En Platón, esto significaba “noesis”; en Aristóteles,
la cooperación del intelecto activo y pasivo; en Descartes, “ideas claras y distintas”, y
así sucesivamente.

La crítica de Kant a la metafísica tradicional no fue una buena noticia, y no sólo para
los filósofos. En la herencia cristiana de la tradición metafísica griega había sido de
gran importancia que la razón humana sin ayuda fuera capaz de establecer
afirmaciones como que había un Dios, que existía un alma inmortal e inmaterial y que
los seres humanos eran libres y, por tanto, moralmente responsables como individuos.
Kant admitía que, en efecto, podía existir un reino de realidad no sensible, un “mundo
nouménico”, pero una vez que comenzamos con un examen riguroso de nuestro poder
de conocer tuvimos que concluir que no podíamos saber nada de él.

Pero Kant no merecía del todo su reputación de “destructor total”. Dejó a la razón pura
un objeto posible: ella misma. La razón podría establecer los elementos categoriales de

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Robert B. Pippin

cualquier pensamiento, elementos sin los cuales ninguna experiencia sería posible.
Sólo conocemos las apariencias, no las cosas en sí mismas, pero podríamos saber algo
a priori sobre los objetos de la experiencia. Al menos podríamos tener lo que un
comentarista llamó una “metafísica de la experiencia”: las características necesarias de
la experiencia humana. El trabajo filosófico necesario para establecer todo esto supuso
una demostración de una brillantez y originalidad tan asombrosas que pasaron
muchas décadas antes de que pudiera apreciarse toda su fuerza, pero su efecto
inmediato fue devastador y cambió el curso de la filosofía para siempre. Parecía
significar la muerte de la metafísica, el intento de la razón pura de conocer la realidad
tal como es en sí misma. Y esto dejó muy poco claro lo que le quedaba por hacer a la
filosofía.

La resurrección de la metafísica de Hegel


A pesar del rechazo de Kant de la metafísica tradicional como imposible, era esencial
para esta empresa que la razón pura pudiera conocerse a sí misma; el pensamiento
puro podía determinar lo que el pensamiento puro debe ser de modo que fueran
posibles objetos de pensamiento determinados. Pero cuando el pensamiento puro sabe
algo sobre lo que el pensamiento puro requiere, ¿qué es lo que sabe? ¿Sabe “cómo la
mente humana trabaja, debe trabajar, en la formación del material de la experiencia”?
Eso sería un conocimiento sustantivo sobre … ¿qué exactamente? ¿Una sustancia
mental?

Aparecen los idealistas postkantianos, especialmente Hegel, y un cierto tipo de


recuperación de la metafísica. La afirmación básica de Hegel tenía tres componentes.
El primero es la afirmación de que el conocimiento a priori del mundo, el mundo
espacio–temporal ordinario, es posible; conocimiento sobre ese mundo, pero logrado
independientemente de la experiencia empírica. El segundo componente es donde
comienzan todas las controversias interpretativas. Es la afirmación de que este

Esto es lo que distingue al racionalismo clásico del idealismo: El


primero sostiene que la razón tiene acceso a sus objetos propios
fuera de sí misma; el segundo, que el objeto del pensamiento puro es
ella misma.

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El retorno de la metafísica: Hegel contra Kant

conocimiento a priori, aunque en cierto sentido es en última instancia sobre el mundo,


consiste en el conocimiento del pensamiento o de la razón sobre sí misma; la
comprensión del pensamiento por el pensamiento o, como designa Hegel, una “ciencia
del pensamiento puro”. Esto es lo que distingue al racionalismo clásico del idealismo,
tal como lo entendían Hegel (y Kant). El primero sostiene que la razón tiene acceso a
sus objetos propios fuera de sí misma; el segundo, que el objeto del pensamiento puro
es ella misma. Pero está claro que hay una pregunta que responder: ¿cómo podríamos
tener un conocimiento a priori de la realidad, mientras que el único objeto de nuestro
pensamiento es el pensamiento mismo?

Una interpretación largamente dominante de Hegel sobre esta aparente paradoja


sostiene que estas dos afirmaciones sólo pueden ser ambas afirmables si lo que hay
“realmente”, el “mundo realmente real”, lo que sólo es accesible a la razón pura, son
en sí mismos pensamientos, objetos no sensibles; algo así como el pensamiento mismo
del Absoluto o de Dios, una estructura noética inherente y en evolución que se
despliega en el tiempo desde la perspectiva humana. El pensamiento puro que piensa
en sí mismo es la manifestación de la noesis noeseos, Dios pensándose a sí mismo, o es
la aprehensión divina de la realidad noética que subyace a las apariencias
experimentadas. No puedo hacerlo aquí, pero llevo treinta años sosteniendo que esa
interpretación no se ajusta al texto.

Pero aparte de la cuestión de la interpretación, todas las críticas más importantes al


idealismo sostienen que cualquier proyecto de este tipo está condenado desde el
principio, que no existe ni puede existir tal “pensamiento puro” autosuficiente. Esta
amplia contra–afirmación se resume a menudo como una doctrina de la “finitud
radical”. Se trata de un título adecuado, ya que Hegel insiste en que, para utilizar una
formulación aristotélica, “el pensamiento de pensar pensando” no es el pensamiento
de ningún objeto (ni siquiera “las formas del sujeto”). El objeto del pensamiento puro
es él mismo, pero no como objeto o acontecimiento, sino que su objeto es el
pensamiento que también interroga al pensamiento; un círculo, no una relación
diádica; de ahí la provocadora noción de “infinito”, sin principio ni fin. La crítica anti–
idealista posterior sostiene que el pensamiento siempre debe entenderse como
fundado en, o dependiente de, algún tipo de fundamento no–pensante, o materialidad
o contingencia o el instinto o impulso inconsciente del pensador.

En el tratamiento de Hegel, el tema del pensamiento puro se presenta como algo que
no tiene nada que ver con el pensador humano existente, el sujeto, la conciencia, la

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Robert B. Pippin

mente. El tema más bien plantea como problema la posibilidad de la inteligibilidad


incluso de lo que se pregona como fuente preconsciente u origen oculto del “sujeto”,
la inteligibilidad de lo que se asume en cualquier identificación determinada como una
pretensión de conocimiento. Esa fuente o es algo disponible para algún tipo de
aprehensión o no lo es. Si lo es, debe estar sujeta a algún régimen de inteligibilidad
para que se pueda dar cuenta de esta determinación. Así, el proyecto de Hegel es la
determinación por el pensamiento de lo que el pensamiento debe ser, sus momentos
(Denkbestimmungen) para ser un posible portador de verdad, un resultado que para
Hegel implica inmediatamente lo que podría ser el objeto de cualquier pretensión de
verdad.

Ante esto, si alguien simplemente persiste en preguntar lo que preguntábamos más


arriba: “¿Pero dónde ocurre todo este pensar y explicar?”, lo único que se puede

Al conocerse a sí mismo, el pensamiento sabe de todas las cosas lo


que es ser cualquier cosa, una cualquier cosa determinadamente
inteligible.

responder es “dondequiera que haya pensamiento”. Esto no quiere decir que no haya
siempre un pensador o sujeto del pensamiento; quiere decir que el pensamiento que
puede ser portador de verdad está constituido por lo que es necesario para ser
portador de verdad, por cualquier ser de cualquier tipo capaz de juicio objetivo
(posible verdadero o falso). Cualquier determinación de este tipo de una fuente o
fundamento o sujeto–objeto debe aún, como es el caso de la posible explicación de la
inteligibilidad absoluta, tener sentido dentro de un régimen general de creación de
sentido, o nada ha sido reclamado por la reivindicación putativa de cualquier
fundamento o fuente material. Cualquier crítica de este tipo, en la medida en que es
un pensar, un juzgar, una pretensión de saber, es siempre ya una manifestación de una
dependencia del pensamiento puro y de sus condiciones.

El pensamiento puro, tal como lo entiende Hegel, no depende ni es independiente de


lo empírico, ni de la materialidad, ni del cerebro, ni de cualquier nuevo “absoluto” que
se ponga de moda. Esa cuestión antihegeliana ya manifiesta (para el hegeliano) un
malentendido de la cuestión del pensamiento puro en sí. No se trata de negar que toda
referencia al pensamiento presupone un pensador, un pensador racional vivo,

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El retorno de la metafísica: Hegel contra Kant

intencional, finito y encarnado. Mas bien se trata de defender la autonomía de la


cuestión de “cualquier pensamiento”, sea cual sea el estatus existencial del pensador.
Es decir, es insistir en la prioridad y autonomía de lo que él llamaba “lógica”, y eso
significa para él su completa autodeterminación de sus propios “momentos”.

La empresa de Hegel toma como tema las categorías o “determinaciones del


pensamiento” (Denkbestimmungen) necesarias para que el pensamiento tenga un
contenido objetivo determinado, una empresa que al mismo tiempo especifica las
determinaciones inherentes a la posible determinación del ser mismo. Eso significa que es una
metafísica, en este sentido, una basada en la “identidad” de “pensar y ser”. No es un
conocimiento de cualquier realidad no sensible, es un conocimiento de cualquier
realidad inteligible, la única que existe. Es un renacimiento del gran principio de la
filosofía clásica: ser es ser inteligible. El conocimiento que el pensamiento tiene de sí
mismo es el conocimiento de lo que podría ser inteligible y, con ello, el conocimiento
de lo que podría ser.

Dicho de otro modo, la inteligibilidad de cualquier cosa es justamente lo que es ser esa
cosa, ser determinadamente “esto-tal” (tode ti), la respuesta definitiva a la pregunta
“qué es” (ti esti) de la metafísica desde Aristóteles. Ser es ser inteligible y
determinadamente “lo que es”. Al conocerse a sí mismo, el pensamiento conoce de
todas las cosas lo que es ser cualquier cosa, una cualquier cosa determinadamente
inteligible. En cuanto a Aristóteles, la tarea de la metafísica no es decir de cualquier
cosa en particular lo que es. Es determinar lo que debe ser verdad de cualquier cosa,
de modo que lo que es en particular pueda ser determinado por las ciencias especiales.

Hegel, y en cierta medida Leibniz, fue el primer pensador importante de la


modernidad que intentó tal resurgimiento de Aristóteles (a pesar de todas sus
diferencias) tras el desprecio vertido sobre él por los afines a Hobbes y Descartes, y lo
que logró sigue siendo una opción relativamente inexplorada en el destino de la
metafísica.

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Robert B. Pippin

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