#3-Loco Por Las Curvas

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Loco por las curvas 3

Cassy Higgins
© CASSY HIGGINS
TÍTULO: Loco por las curvas 3
PRIMERA EDICIÓN: mayo de 2021
SELLO: Independently published
DISEÑO DE PORTADA: Dayah Araujo
IMAGEN: Adobe Stock Images
Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial
de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
de cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia,
grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de la titular de este
copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y
puede constituir un delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y
siguientes del Código Penal).
Contenido
SINOPSIS
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO FINAL
EPÍLOGO
AVANCE
BIOGRAFÍA
SINOPSIS
Cuando Adam Henderson, presidente de una exitosa cadena hotelera,
decidió sucumbir ante la ilógica atracción que le despertaba su nueva
secretaria, una mujer que su celosa novia había decido contratar para
mantenerlo alejado de cualquier modelo de pasarela, no imaginaba que aquel
acuerdo sexual desencadenaría una vorágine emocional que acabaría
poniendo su mundo patas arriba.
Traicionado de la peor manera y enamorado hasta los huesos, Adam se
sumerge en un pozo de oscuridad y desolación infinito. No solo ha expulsado
a Ellie Hawk de su empresa, sino también de su vida para siempre. Lo que no
esperaba era que el destino le tuviera reservada una carta secreta, una muy
especial que pondrá a su exsecretaria de nuevo en su camino.
Pronto, Adam tendrá que aprender una lección, y es que la vida es como
ese autobús que puede trasladar a los pasajeros más inesperados y, en esta
ocasión, esta se encuentra decidida a conducirles hasta la parada más difícil
de hallar: el amor
¿Lograrán eludir la encrucijada que el destino les tiene reservada? ¿Podrá
sobrevivir al peligro que suponen sus curvas?
Descúbrelo en la tercera y última parte de «Loco por las curvas».
PRÓLOGO
Diecinueve años atrás
Las mañanas soleadas de los sábados en casa de la familia Hawk siempre
estaban cargadas de diversión. Papá y mamá trataban de que su primogénita y
única hija hasta entonces, la pequeña Ellie, jugara y se divirtiera correteando
por el jardín de la casa. Mientras tanto, mamá prepararía tortitas y papá se
encargaría de perseguirla o de buscarla allá donde fuera que se hubiera
escondido, el lugar del juego que le hubiera apetecido escoger aquella
mañana. Sin duda, los fines de semana se destinaban al descanso, como
forma de evasión de la carga de trabajo que mantenía ocupado el patriarca de
los Hawk, para quien la familia era lo más importante.
A su corta edad de cinco años, Ellie solo sabía que continuamente debían
estar mudándose por el trabajo de papá. Sin embargo, eso no suponía mayor
problema para ella, pues sus padres siempre se encargaban de escoger casas
que tuvieran jardín en el que poder corretear. Una vez incluso habían vivido
en un chalé en el que había una piscina; resultó una lástima tremenda que
tuvieran que marcharse antes de que llegara el verano para poder disfrutarla,
pero no importaba, vivir en aquella casa había bastado para que a la pequeña
le emocionara contarlo en el jardín de infancia. Quizás el único aspecto que
no le gustaba de viajar tanto, fuera que no terminaba de hacer amigos, ya que
siempre debían estar haciendo las maletas por los negocios de papá, y no
lograba consolidar ninguna amistad. Ellie no estaba segura de en qué
consistía su trabajo con exactitud, pero no importaba siempre y cuando
pudiera estar junto a sus padres, a quienes adoraba.
No obstante, aquella mañana había ocurrido algo diferente. Papá se había
encerrado en el despacho la noche anterior y desde entonces no había salido,
así que Rachel Hawk, su madre, había desayunado con ella a solas y, tras
esto, le había instado a salir al jardín para jugar con sus juguetes. No pasaba
nada, seguro que se le había olvidado hacer algo del trabajo, a ella le ocurría
mucho con sus deberes de la escuela. Mamá solía decirle que era muy
despistada, que tenía que atender más y evitar soñar tanto, pero Ellie, quien
se encontraba en la época de los cuentos, no lograba cumplir con esa
consigna. No, ella soñaba a lo grande, y además los últimos meses lo hacía
con el niño que visitaba de vez en cuando la casa de enfrente. En ella vivía
una pareja de ancianos encantadora, quienes siempre tenían galletas y
palabras bonitas que regalarle a Ellie.
Si alguna vez sus padres no podían encargarse de ella, solía quedarse a
jugar en aquella casita que era tan bonita como la de un cuento, y en cada una
de esas ocasiones la abuela le prestaría muchos juguetes.
Sin embargo, ese día estaba resultando ser muy aburrido, se sentía algo
sola en aquel jardín gigantesco, por lo que se puso a investigar los
alrededores y, tras observar todos los árboles y animales del lugar, reparó en
un pequeño pajarito rojo que se había posado sobre la rama de un árbol
pequeño. Era tan bonito, Ellie no había visto otro igual antes, quería cogerlo e
invitarle a vivir con ella en la casa. ¿Aceptaría? En los cuentos siempre lo
hacían.
Emocionada, lo señaló con sus manos regordetas, intentando atraparlo.
—Pajacito…Soy Ellie. Ven, vamos a casa. Tengo totitas.
Al parecer, al pajarito en cuestión no debió de agradarle su invitación a
comer, porque la miró, alzó las alas y comenzó a volar. ¿No le gustarían las
tortitas? Vaya… Ellie se sentía mal por haberle ofrecido una comida que le
desagradara tanto como para ponerse a huir de ella, pero no se lo permitiría,
por supuesto que no, sería amiga de ese pajarito lo quisiera él o no.
Le persiguió por todo el jardín, incluso cruzó la calle por él. Quizás
también le gustara la casa de sus vecinos y por eso se estaba dirigiendo hacia
ella. A lo mejor prefería las galletas, pero voló tan alto que le perdió.
Destrozada y frustrada, Ellie rompió a llorar moviendo sus bracitos en el
aire.
—PAJACIIITOOOOOOOOOOO, NOOOOOOOO
VUELVEEEEEEEEEEEEE, ¿NO QUIERES TOTITAAAAS?
BUAAAAAAAAAAHHHHHHH….
—¡Qué ruidosa! Por más que llores no va a regresar.
La voz provenía del otro lado de la valla, y Ellie interrumpió su llanto para
prestar atención.
—¿Q-qué? ¿Quién es? ¿EDES TÚ PAJACITO?
Quizás el pájaro hubiera aprendido a hablar y trataba de transmitirle una
información importante. Si no, que se lo dijeran a Alicia, la del país de las
maravillas, que hablaba con gatos y conejos tan variopintos como el mundo
mágico en el que había terminado.
—Aquí.
Ellie dio la vuelta a la valla y se encontró una preciosa casa del árbol en la
que había jugado días atrás. De repente, de la ventana salió una cabeza
pelirroja tapándose los oídos, en la cara llevaba un parche y parecía un poco
enfadado.
—¿Vas a seguir gritando como una loca?
—¡¿Loca?! Oye, mamá dice que es una pala…pala….
—Palabrota.
No le estaba gustando mucho el niño vestido de pirata, que le miraba
desde su casa del árbol. ¿Cómo había podido pensar que era una especie de
príncipe? ¡Se había equivocado por completo!
—¡Eso!
—Soy mayor que tú, así que puedo decirla, y además por si no lo has
visto, soy un pirata.
El niño descendió por la escalerilla del árbol dispuesto encararla. Cuando
estuvo frente a ella, Ellie se quedó sorprendida por su color de pelo. Era un
rojo mucho más intenso de lo que había visto desde su casa. De verdad quería
tocárselo, pues era su color favorito, y poco le importaba lo grosero que
pareciera aquel niño. Se puso de puntillas y le tocó un mechón de cabello.
—Guauuuuuu, ¡lo tienes tan dojo como Nemo!
—No soy un pez, te digo que soy un pirata —negó frunciendo el ceño
mientras se retiraba de su mano—. Además, ¿qué querías hacer con ese
pájaro?
—Quedía llevatlo a casa y darle totitas, así sedía feliz —respondió con
una gran sonrisa imaginándose su futuro, más al recordar la desaparición del
pájaro, hizo un puchero entristecido—. Pe-peto se fue…
BUAAAAAAAAH….
—Claro, es un ave libre, cuando quieres algo o a alguien debes dejarlo ir si
es necesario. No podría ser feliz encerrado en tu casa.
—¿Quién eres tú?
Le sorprendía aquel niño, aunque era demasiado delgado para su gusto,
parecía decir cosas bonitas.
—Eso mismo pregunto yo, tú has sido la que has entrado aquí gritando.
¿Cómo te llamas?
—Ellie.
—No tienes cara de Ellie. Mejor te llamaré gritona.
—¡Eh! No me gusta.
—¿Ves que me importe lo que te guste? Soy un pirata.
Para reforzar su argumento, se señaló el parche en el ojo. Por su parte,
molesta, Ellie se llevó las manos a las caderas.
—¿Y el pitata va a deci su nombre?
—Adam.
—Adam —repitió probando como sonaba en sus labios, después una idea
brillante, le hizo señalarle—. Como el amigo de papá, vive en el suped, y
siempe le damos una moneda ¿sedá un pitata también?
—Oye, eso que describes es un vagabundo —respondió enfadado—. No
un pirata. Lo pagarás. Voy a pedir un rescate por ti, aunque no sé si me darán
algo si quiera.
Sujetándola por vestido de flores que llevaba, trató de cargarla sobre su
hombro, pero era tan delgado que no tenía fuerzas para sostenerla y, apenas la
llevó unos pasos, la volvió a dejar en el suelo. Se tocó el hombro, incómodo y
desvió su mirada hacia la casita.
—Me temo que tendrás que subir tú.
—Ja, menudo pitata.
Todavía le costaba pronunciar la «r», algo que le resultó muy divertido a
Adam, que la observó sujetarse la falda y ascender por la escalera con mucha
dignidad.
Ambos niños estuvieron jugando entre risas y discusiones lo que quedaba
de la mañana. Entre duelos de espadas y asaltos a barcos contrarios, todo
capitaneado bajo el mandato del pirata Adam, Ellie logró ganarse alguna
galleta de chocolate que este tenía en un cofre de juguete a modo de botín.
Cuando se cansaron, comenzaron a jugar con una pelota que Adam guardaba
en la casita del árbol.
Pronto, la media tarde llegó, y los abuelos de Adam le llamaron.
—Adaaaaaaaaam, cuando termines de jugar, entra, hijo, que ya está la
comida.
—Tengo que irme ya.
Indeciso, miró hacia abajo del árbol y frunció el ceño, evaluando las
posibilidades de bajar sanos y salvos.
—No creo que puedas tú sola, pareces algo redonda. Mejor bajo yo
primero y te ayudo.
Con agilidad, descendió por la escalerilla y sujetándole del vestido la
ayudó a bajar.
—Oye, tengo odejas ¿sabes?
Le ofendía que le hubieran llamado “redonda”. Ella se consideraba tan
perfecta como una princesa.
—Se dice tengo oídos, ¿acaso no vas a la escuela? ¿Cómo eres tan torpe?
Al pensar que se reía de ella, Ellie se puso roja del enfado.
—Edes un tonto, Adam el pitata falso, me voy.
El pelirrojo la observó marchar asombrado con su forma de responderle.
Todos sus amigos le respetaban por quien era, pero aquella mocosa se había
atrevido a insultarle. Sin embargo, debía reconocer que lejos de ofenderle, en
secreto le divertía su forma torpe de caminar, se parecía a los patos que el tío
Spark solía ver en la tele. Sin poder resistirse, le gritó:
—Hey, ¿te volveré a ver?
—Solo si tienes más galletas de chocolate.
Acto seguido, se dio la vuelta y se sacó del bolsillo del vestido ocho
galletas. Orgullosa, se las mostró con una sonrisa. Adam se quedó
boquiabierto, aquella enana gritona le había robado todo su botín.
—¡Oye, me has robado!
—Papá dice que compati es vivi.
—Sí, sí, lo que tú digas, pero ¿cómo vas a comerte eso tú sola?
—Hasta la tóxima —se despidió la pequeña imitando a su personaje
favorito de los Loony Tones, Bugs Bunny.
Lamentablemente, esa oportunidad no volvió a darse hasta años después,
pues la vida de cada uno tomaría caminos diferentes.
CAPÍTULO 1

«Hoy jugué con un niño que olía a galletas de chocolate recién hechas. Se
creía pirata, pero yo pienso que se parece más a un tonto, eso sí, un tonto muy
guapo».
E.H

¿Qué es el amor? Existen múltiples definiciones de acuerdo con la


concepción que cada una de las personas realizan de él. La RAE admite hasta
catorce definiciones, tratando de conferirle un significado a este sentimiento
que impulsa al ser humano a experimentar este tipo de vivencias. Todo
individuo actúa en base a empujes de los componentes químicos, que se
desencadenan en el sistema nervioso de un individuo.
Entonces, si se está de acuerdo en que el amor posee múltiples tipos de
acepciones, ¿qué significado le confería Adam Henderson?
Dolor, decepción, desesperación, anhelo, necesidad, oscuridad, soledad,
traición, amargura.
Hubo una época en la que Ellie solía decirle que estaba amargado, a lo que
él le gruñiría y la joven respondería que debería sonreír más e intentar no
tomarse la vida con tanta seriedad. Existió un tiempo en el que creía que era
sincera, honesta y leal. Más aún, había estado dispuesto a dejarlo todo,
arriesgar hasta su maldita empresa y la relación con sus padres por ella. No
obstante, todo eso ya había quedado atrás.
¿La odiaba? Su decimotercera copa de ron le indicaba que no. Le había
mentido sobre su identidad, engañado sobre sus estudios y él se había creído
todo palabra a palabra.
¿Se llamaría Ellie Hawk en realidad? El verdadero currículum decía que
sí, pero entonces ¿por qué? ¿por qué habría tenido que recurrir a eso? Por el
amor de Dios, se había enamorado de una paseadora de perros…. ¿En qué
más había trabajado? ¿Cuidando niños? Para colmo, le había estado
criticando sin pudor alguno con ese ratón de Jeray.
Por si esto no fuera poco, se había atrevido a acusar al padre de Luke.
Adam se negaba a creer que alguien que era como su padre pudiera estar
envuelto en la situación delicada de su empresa, y mucho menos ser la mano
negra detrás del sabotaje a los hoteles.
John Brown era uno de los accionistas mayoritarios de Henderson
Enterprise, así que ¿cómo iba a estar involucrado en una cuestión que le
afectaría a él también? Resultaba impensable.
No, Ellie había vuelto a mentirle tal y como había hecho la primera vez
que se conocieran.
¿Cómo se había atrevido? ¿Quién se creía que era? Nadie jugaba con su
corazón y se marchaba de rositas.
Había transcurrido una semana desde que la pusiera de patitas en la calle,
y desde entonces había eludido a todo el mundo. No soportaba la presencia
de nadie a su alrededor, ni si quiera la de sus propios amigos, quienes se
habían estado esforzando en hablar con él.
Por supuesto, su propuesta empresarial no había llegado a buen puerto por
la duda sembrada en los accionistas, quienes ahora le veían como una persona
poco confiable, y ¿todo a causa de quién? En efecto, una vez más Ellie le
volvía a involucrar en problemas.
¿Cómo iban a verle con buenos ojos si había sido tan idiota de fiarse de
alguien como la señorita Hawk, quien a sus ojos era una barriobajera sacada
de la calle?
Adam no podía reprocharles ni pedirles nada, él mismo tenía mucha
basura emocional con la que lidiar, aunque si debía de ser sincero consigo
mismo, no es como si le importase ya el jodido proyecto. Todo se había
podrido en el momento en el que Ellie se había marchado, recriminándole
que no la consideraba suficiente.
—¿Suficiente? Iba a contradecir todos mis valores y principios inculcados
desde la infancia por ella.
—¿Cómo dice, señor?
El barman que le llevaba atendiendo toda la noche le contempló con
educación. Adam reparó en el brillo de reconocimiento en sus ojos, y eso solo
sirvió para enfurecerle aún más.
—Piensa que estoy borracho, ¿verdad? ¿También cree que no puedo
gestionar nada?
—Eh… yo, no.
—Esa horrible mujer me miraba con esa misma lástima que está
mostrando usted. ¡Todos me toman por un idiota!
—Señor, ¿no prefiere que llame a un taxi?
—¡Puedo desplazarme por mí mismo! Esa se va a enterar, ¿reírse a mi
costa de esa forma? Ni si quiera me ha escrito todavía para mostrar su
arrepentimiento, y le he dado toda esta semana. ¿Cómo voy a perdonarla si
no hace nada para ello?
—¿Disculpe? Perdone, ¿de verdad se encuentra bien?
«Es un auténtico idiota. Un estúpido sin remedio» Manifestó Deseo
reprobatorio.
«He perdido a mi algodón por un majadero borracho. Te atreves a tomar,
¿eh? ¡Si tienes la valentía para estar alcoholizándote aquí como un despojo,
deberías tenerla para ir cagando leches a por nuestra ninfa!»
«A mí ni me mires, yo ya le envié la señal para que no viniéramos aquí.
Esto desde luego no me compete». Informó a duras penas Razón, quien se
encontraba afectado por los efectos del alcohol.
«Tú mejor cállate, fuiste el culpable de que le hablase de esa forma.
¿Cómo crees que volverá a nosotros habiéndola tratado de esa manera?».
«¡Nos engañó! Si tuviera dignidad no debería ni regresar de nuevo».
Apostilló la Razón furiosa.
«Venga, repítelo hasta que te lo creas, a fin de cuentas, tú eres más idiota
que él». Declaró Deseo, señalando despectivo al propietario de su cuerpo.
Ambas emociones entraron en una pelea impetuosa en el sistema límbico que
le generó a Adam sentimientos encontrados en medio de su ebriedad.
—Idiota…
—Creo que voy a llamar a alguien para que venga a recogerle.
—¡Adam! —interrumpió una voz que reconocía a la perfección—. ¿Qué
diablos haces aquí? ¡Te llevo buscando todo el día!
—¿Luuke?
—¿Le conoce?
—Sí, soy su amigo.
—Estupendo, creo que no se encuentra muy bien.
—¿Cuánto ha bebido?
—Tres botellas.
—¡Adam! ¿Cómo puedes estar en este estado? Entiendo que aguantas bien
el alcohol, pero nunca imaginé que terminarías así. Llevas una semana
desaparecido y toda la empresa está hecha un caos.
—Meee importa una mierda —negó llevándose la copa a la boca, más
luego bajó la voz, y preguntó con amargura—. ¿Sabes cómo está ella?
—No empieces, Henderson. Ellie no quiere saber nada de ti.
—¡No me lo quieres decir porque sigues cautivado de ella! Solo déjame
decirte algo, Luke, ella era mía, ¿comprendes? No puedes ir contra el código
de la amistad y meterte en ese fango que no te concierne, serías una escoria si
lo hicieras.
—Tú no estás bien, ¿eh? Mejor voy a llevarte a casa.
—¡No!
—¿Y a dónde quieres ir? No puedes quedarte aquí emborrachándote hasta
morir.
—¿Qué no? Ponme a prueba.
—No. No vas a seguir haciéndote esta mierda. Este no eres tú, tu forma de
actuar es por completo irracional.
—Bueno puede que tengas razón, entonces llévame a su casa.
—¡Ni lo sueñes!
—Pues me cogeré un taxi.
Adam trató de levantarse de la banqueta en la que se encontraba sentado y,
tambaleándose, perdió el equilibrio, por lo que antes de caer al suelo tuvo que
ser sujetado por Luke.
—¡Señor Henderson!
—Idiota ¡que te caes! Si en tu estado no puedes ni andar.
—Necesito verla, tiene que darme muchas explicaciones. Debe pedirme
perdón.
—Lo llevas claro, Ellie no quiere verte ni en pintura.
—¿Desde cuándo me ha importado lo que esa estafadora quiera?
—Te lo juro, Adam, si tan solo hubiera sabido que todo esto iba a terminar
así, jamás te hubiera dejado a solas con ella. ¿Qué diablos le has hecho para
que no quiera saber nada de ti? ¡Conoces a Ellie! Es tan dulce que no
rechazaría a nadie.
—No te atrevas a decir que es dulce delante de mí, no la conoces y yo
tampoco. ¡Nos mintió Luke! Le abrimos las puertas y nos estuvo engañando
todo este tiempo.
—Estoy seguro de que debe haber una razón detrás de todo esto, ya sabes
lo sincera que es.
—¿Qué razón? ¿eh? ¿Te la ha contado a ti?
Al imaginarse la situación de su exsecretaria llamando a Luke en vez de a
él una furia le inundó, y bramó:
—No me digas que te ha contactado.
—Yo lo hice, no pensarías que iba a dejarla tirada, así como así ¿no?
—¿Cómo se te ocurre?
—¡También es mi amiga!
—¡Yo soy tu amigo, Brown! ¡Yo! Ella solo nos ha estado engañando,
¿cómo va a ser alguien así de fiar?
—Te digo que en esta historia hay más que contar.
—Eso me lo tendrá que decir ella misma en persona —gruñó levantándose
a duras penas, más al ver que Luke le impedía el paso, ordenó—. Apártate de
mi camino
—En ese estado no vas a ir a ninguna parte. Si lo haces, acabarás
jodiéndolo más con ella. Tienes razón, soy tu amigo, y como tal, no puedo
dejar que te presentes frente a su casa borracho. ¡El me pateará!
—No la llames así.
—Me importa un bledo que estés borracho o no, Henderson. Ten por
seguro que Ellie seguirá siendo mi amiga, así que ya puedes ir habituándote a
eso.
Luke estudió la expresión de Adam, que se ensombreció ante esa
declaración tan contundente. Conocía a su amigo, sabía que bebía cuando
salían de fiesta o incluso después de una reunión. Sin embargo, jamás le
había visto así, era muy extraño que perdiera su estabilidad emocional hasta
ese punto. Adam era un neurótico del orden y del trabajo, así que si se
encontraba en esa situación significaba que el encontronazo con Ellie le había
destrozado por completo.
El castaño estaba al tanto del tipo de valores que se impartían en casa de
los Henderson, por lo que no le extrañaba que Adam hubiera tardado tanto en
darse cuenta de que su graciosa y dulce exsecretaria había conquistado su
corazón.
Para Luke no había supuesto tanto caos la mentira de Ellie, si bien le había
sorprendido, no había reaccionado de forma tan drástica ante su revelación.
De hecho, creía que el resto eran unos idiotas por prejuzgarla de aquella
manera.
A él tampoco le gustaba que le hubiera mentido, más podía intuir que
había una causa mayor para que alguien como ella tuviera que recurrir a ese
engaño. Sin embargo, comprendía el motivo por el que Adam se sentía tan
traicionado. El heredero de los Henderson había sido un niño solitario, quien
no permitía que nadie más se le acercase aparte de Enzo o de él.
El castaño sabía que todo era culpa de los padres esnobs que tenía, y pese
a que se hubiera criado en una relación de amistad estrecha con los
Henderson, la familia Brown siempre había sido mucho más humilde en lo
que a los valores se refería.
Las primeras interacciones que Enzo y él tuvieron con el pelirrojo habían
resultado complicadas, pues les había tratado de comprar con juguetes. Al
final, solo había terminado aceptándoles, ya que provenían de familias
pudientes como la suya. No es que para Luke esto supusiera un problema,
sabía que sus amigos eran así debido a sus progenitores, pero ese era uno de
los motivos por los que Adam jamás habría confiado en nadie que hubiera
tenido una crianza modesta. Ellie Hawk había representado todo eso para su
mejor amigo.
De hecho, si pensaba en ello con detenimiento, no comprendía del todo
cómo había llegado a verse envuelta con él. Ellie era amable, bondadosa y
muy recurrente, todo lo contrario que el amargado y arrogante de su amigo.
Además, durante su interludio en Roma, la muchacha no había demostrado
más que animadversión hacia Adam, y ese mismo tipo de conducta había sido
exhibida por este último.
¿Qué diablos había sucedido con aquellos dos exactamente?
—Apártate. Ahora.
—Adam, ¿de verdad tiene que ser ahora?
—Sí.
—Bueno, vale. Te llevaré yo para que no te metas en ningún lío.
—¡La única que se ha metido en un problema es esa descarada! ¿Se atreve
a mentirme? No puedo creerlo, una paseadora de perros…
—Si vas a empezar así, me negaré a llevarte.
—¡No necesito que ni tú ni nadie intercedan en mi nombre!
—¿Quién va a interceder por ti, idiota? ¡Lo único que quiero es que no la
cagues más con Ellie de lo que ya lo hiciste!
—Cállate, hablas como si el que hubiera cometido un error fuera yo,
cuando la única que lo ha fastidiado todo ha sido ella.
—Y vuelta con eso… Anda vamos, te llevaré a verla.
—¿Desde cuándo sabes dónde vive?
Sospechoso, su amigo le estudió con los ojos entrecerrados y, en
respuesta, Luke puso los suyos en blanco, lo cual sólo sirvió para que Adam
se impacientase más.
—¡Responde, Brown!
—Ay Dios dame paciencia. Te acabo de decir que es mi amiga.
—Ni se te ocurra ponerle un dedo encima, ¿me has oído?
—Definitivamente te ha dejado muy jodido, amigo mío.
—Señor, ¿necesita ayuda? —preguntó el barman solícito—. Si lo desean,
podría llamar a un taxi para ustedes.
—No se preocupe, ya estoy acostumbrado a recoger sus platos rotos.
—¿Eh? ¿Qué has dicho?
—¡Cállate, Henderson! Deja de dar el espectáculo.
—No puedo creerlo —musitó contemplándole boquiabierto—. Esa era
justo la frase que le decía a esa descarada… ¿Y ahora tú me la dices a mí?
—Pues siendo así no me extraña que se largara por patas, cualquiera te
aguanta.
—¡Brown, no me provoques!
—Maldito Enzo, se ha escaqueado y me ha dejado tirado con este idiota…
—¿Idiota me llamas?
—¡Sí!
Adam gruñó mientras se dejaba hacer por Luke, quien le sujetó del brazo
para ayudarle a caminar. No le agradaba tener que ser asistido por uno de sus
mejores amigos, pero debía reconocer que sentía un ligero mareo a causa del
alcohol, así que no le quedó más remedio que permitirle que le llevara hasta
la casa de la señorita Hawk. Debía de hablar con ella de inmediato. Estaba tan
herido, que se había estado resistiendo toda la semana a contactar con ella. En
secreto, fantaseaba con recibir uno de sus mensajes en los que le asegurase
que todo lo que habían vivido era real.
Ellie no podía haberle engañado de esa forma, no podía haberle usado y
desechado como si valiera menos que una mierda. Entonces, ¿por qué no le
escribía? ¿por qué no le pedía perdón? Y más aún, ¿por qué narices no
regresaba a su lado?
Adam la extrañaba día y noche, soñaba con sus curvas, con su risa y hasta
con su moño horroroso. Incluso echaba de menos todas las desgracias que le
sucedían a su alrededor. Con su partida, su vida se había tornado gris,
alternando entre las botellas de ron y ginebra. Solo desearía borrar toda la
última semana y la reunión de la junta de accionistas para regresar con ella a
París, a Roma y a donde diablos hiciera falta con tal de recuperar su risa y
buen humor.
Ansiaba retornar en el tiempo a la época en la que aún confiaba en ella y
en la que ambos se lo pasaban bien juntos. Mierda, ¿qué habría hecho esa
semana?
Cuando los dos hombres salieron a la calle, el cielo lloraba y Adam trató
de zafarse del agarre de Luke para dejarse empapar por la lluvia. No llegó
muy lejos, ya que el castaño le plantó un paraguas sobre la cabeza que le
había prestado un botones, y le obligó a caminar hacia el coche, que les
esperaba en la entrada del hotel.
El trayecto fue realizado en completo silencio, Adam observaba las gotas
de agua impactando contra los cristales, mientras su corazón volvía a hacerse
añicos, al igual que el día en el que la había encarado frente al ascensor.
¿Qué le diría? ¿Ellie podría darle alguna excusa sobre la situación? Ya se
la había pedido y no había servido de nada.
«No hace falta que lo repita, me ha quedado muy claro que usted siempre
me consideró un error. Prefiere creer lo que le dicen a escucharme. Me
arrepiento de haberle escrito muchos de esos mensajes a Jeray, pero esto solo
confirma que no andaba muy mal encaminada, usted es solo un títere. En
realidad, es mi culpa, debí darme cuenta desde el principio, solo quiere a
alguien que esté a su altura, que colme sus expectativas. Soporté sus
humillaciones, sus estados de ánimo y sus caprichos. Aguanté que se paseara
con su novia delante de mis narices, incluso cuando me prometía
exclusividad. Además, desde el principio me criticó por como vestía, por
cómo era físicamente, que si gorda, que si muslos de tubos de construcción, y
un montón de cosas más. Sin pensar ni por un minuto que podría tener
sentimientos o emociones. ¿Lo hizo solo porque era extrovertida?».
Sus palabras aún ardían, le quemaban por dentro porque sabía que la joven
en el fondo tenía razón. La había tratado de manera pésima desde que la
conociera. No obstante, Adam había creído que todo eso había quedado atrás,
en el momento en el que le había demostrado con acciones y palabras que la
deseaba en todas sus facetas. Al parecer no había sido así, de acuerdo con la
recriminación que le echase en cara siete días atrás.
¿Cómo iba a escucharla? ¿Qué podía ser tan importante para haberle
engañado de aquella manera? No lograba entenderla y, lo que era más
importante, ¿cómo había podido llamarle títere? Ellie había sido consciente
de su disposición a enfrentarse a Sullivan y a los accionistas para estar con
ella. Por el amor de Dios, hasta había cortado cualquier contacto con Sasha
por haberla expuesto de esa forma, humillándola delante de todos.
Adam no se consideraba ninguna marioneta, sabía que lo había hecho mal
con ella en el pasado, pero eso no la eximía de todas las mentiras en las que
le había envuelto. Vale, podía comprender que no le dijera la verdad en
Roma, pues en ese entonces su relación había sido demasiado tirante, pero
¿qué pasaba con París? ¿No había significado nada para ella, que había
permitido que la tomase repetidas veces mientras le engañaba a la cara?
¿Podía una persona ser tan retorcida?
Dolía. Santo cielo, le hería demasiado, se dio cuenta cerrando los ojos con
fuerza. No lloraría, no lo haría por ella. Notó que el coche se detenía y apretó
aún más los párpados negándose a abrirlos. Necesitaba reunir las fuerzas
suficientes si quería encararla.
—¿Adam? —escuchó la voz lejana de Luke llamándole—. Adam, ya
estamos aquí.
Un mareo le sobrevino y apretó los puños. La señorita Hawk no se
marcharía sin una disculpa. No, no se lo consentiría.
«Tremendo estúpido». Susurró la voz de Deseo. «Se supone que eres tú el
que debería estar arrastrándose por su perdón».
Adam apartó el deseo frustrado y se maldijo. Hasta cabreado y bebido
como se encontraba, la anhelaba en todas las malditas facetas.
—Creo que tengo que hacer esto solo, Luke.
—¿Qué dices? Eso no era lo que habíamos acordado.
—Eso lo acordaste por tu cuenta.
El pelirrojo salió sin añadir nada más y, contemplando con impotencia la
fachada de la antigua casa de sus abuelos, se sintió afligido. Las luces estaban
apagadas, ¿estarían durmiendo? No le extrañaría, era lo suficiente tarde para
que alguien que ejercía un rol maternal como ella, hubiera acostado a los dos
diablillos que tenía por hermanos.
Ellie no sabía que le había conseguido aquella propiedad donde había
vivido los momentos más felices de su vida. En cuanto se enteró de que la
joven estaba alojándose en un hotel alejada de sus hermanos, intercedió en su
búsqueda de apartamento, cediéndole la propiedad de sus abuelos, que se
encontraba bajo su nombre. Había sido su plan perfecto, su manera de
demostrarle de forma indirecta lo comprometido que se sentía con lo que
había entre ellos.
Habiendo hecho todo eso por ella, y ¿todavía se lo pagaba así?
¿Traicionándole y mintiéndole? Le había abierto la entrada a su hogar a una
desconocida, a una interesada. Con ese pensamiento en mente, la ira tomó el
control.
Al alcohol que corría por su torrente sanguíneo aún le quedaba un poco
para terminar de diluirse, pero no había tiempo que perder. Tenía que hablar
con ella de inmediato. Con paso más seguro que cuando Luke le sacase del
bar del hotel donde había pasado toda la tarde bebiendo, se encaminó hacia la
entrada principal.
—¡Henderson! ¿Qué diablos haces?
—¡Déjame en paz, Luke!
—Vas a despertarles.
—¡Me da igual!
—Dudo que Ellie piense lo mismo.
—¡Cállate!
Se zafó de sus manos a duras penas y caminó por la entrada principal, que
tantas veces había recorrido de pequeño. Extrañaba a sus abuelos y ahora la
propiedad había adquirido una nueva dimensión con la entrada de la señorita
Hawk en ella. La echaba tanto de menos que creía que podría explotar en
cualquier momento, y Luke ni si quiera se sorprendería.
No obstante, el rencor poseía tales proporciones que abarcó a sus
machacados sentimientos. No le importaba si tenía que despertarla y sacarla a
la fuerza, Ellie tendría que hablar con él. Su osadía de no escribirle aquellos
días no quedaría impune.
Sabía que la había apartado, pero ¿quién iba a pensar que en realidad se
marcharía de esa forma? Adam había pasado toda la semana esperando una
disculpa formal o quizás una imploración por su actitud nefasta de la última
vez. Al fin y al cabo, la joven siempre regresaba a él, no importaba cuánto la
cagase con ella.
Diablos, si hubo una época en la que hasta se habían insultado y todas las
veces había vuelto a hablarle. ¿Por qué estaba tardando tanto en esta ocasión?
—Ellie —comenzó como pudo aporreando la puerta, más al no obtener
contestación, alzó la voz—. ¡ABRE ESTA PUERTA, DESCARADA!
—¿Qué diablos haces, Adam? ¡Vas a despertar a todo el vecindario!
—¿CÓMO TE HAS ATREVIDO? ¡¿EH?! ¿SABES LO QUE ME ESTÁS
HACIENDO DE PASAR?
—¡Por el amor de Dios!
Nada. Las luces no se encendían y ni si quiera parecía haber movimiento
en el interior. Eso le desesperó y enfureció aún más, por lo que, aporreando la
puerta con todas sus fuerzas, dejó salir toda la frustración.
—¿CÓMO HAS PODIDO MENTIRME TODO ESTE TIEMPO? ¿ME
ESTUVISTE TOMANDO POR UN IMBÉCIL IMBERBE?!
—¡Adam! ¡Van a salir los vecinos!
—¿SIGNIFIQUÉ ALGO SI QUIERA PARA TI? ¿EH? ¡¿ALGO?!
¡PARA MÍ SIGNIFICASTE TODO! ¡TODO!
—Santo cielo, tío….
—¿Qué diablos está pasando ahí? ¿Eh?
La voz provenía de una casa contigua por la que aparecieron un
matrimonio, quienes, alertados por los gritos de Adam, salieron embutidos en
una bata.
—Lo lo siento, señores, ya nos vamos…
Avergonzado, Luke sostuvo el cuerpo de un Henderson demasiado
borracho.
—¡Y UNA MIERDA! ¡YO NO ME VOY A NINGÚN LADO HASTA
QUE NO ME LAS PAGUE!
—¡Este es un barrio respetable! —gritó alterada la mujer—. No estamos
habituados a este tipo de escándalos, mucho menos nos relacionamos con
usureros, así que, si vienen a cobrarle algo a la señorita de esa casa, que
sepan que ¡aquí no la encontrarán!
—¿QUÉ? ¡REPÍTALO! ¿QUÉ ES ESO DE QUE ROLLITOS NO ESTÁ
AQUÍ?
—Adam, cállate, qué vergüenza —le susurró furioso Luke. Después
dirigiéndose al matrimonio con una sonrisa tranquilizadora, negó con la
cabeza—. Disculpen el alboroto, mi amigo se encuentra algo afectado por el
alcohol.
—¿CÓMO DICES?
—¡Que te calles! Verán, ha bebido un poco nada más.
—¿Un poco nada más?
—Bueno, un poco bastante. La cuestión es que no somos prestamistas.
—Entonces ¿quiénes son? —indagó sospechosa la mujer—. Cariño, no me
fio un pelo, eso es lo que diría un usurero, llama a la policía.
—No, ¡por favor!
De repente, Adam se echó a reír desquiciado, doblándose en dos, y los tres
le contemplaron como si hubiera perdido la cabeza. El pelirrojo podía ver
reflejado en ellos la misma expresión que compusiera él meses atrás cuando
conociera a aquella mujer y eso solo le hizo carcajearse con más intensidad.
—¡ESTA ES UNA DE LAS SITUACIONES EN LAS QUE ME
HABRÍA METIDO ESA DESFACHATADA!
—Adam, ¿estás bien?
—¿Por qué mejor no llamamos a una ambulancia?
—¡NO, NO!
—Tienen cinco minutos para decirnos quiénes son o llamaremos a
cualquier servicio de emergencia que necesite ese señor.
—Somos amigos de la familia Hawk.
—¿En serio?
—¡MENTIRA! ¡SOY EL HOMBRE QUE ESA VIL MUJER PISOTEÓ
CON SUS CURVAS DE INFARTO! En vez de aplastarme con sus glúteos,
prefirió enterrarme y socavarme en un cúmulo de mentiras y embustes.
—¡Adam que te calles!
—¿Qué diablos dice? —espetó el marido.
—Oh —musitó asombrada la mujer, llevándose una mano a la boca—.
Cariño, creo que le han roto el corazón.
—¡EXACTO SEÑORA! ¡MUY BIEN DICHO!
—Adam, por tu estirpe, será mejor que no recuerdes nada de esto mañana.
—Si solo es un hombre enamorado y no un usurero, bien podríamos
decírselo.
—¿Estás segura?
—¿Decirnos el qué?
—Ay… ¿no lo saben?
Luke negó con la cabeza y Adam retomó su acción inicial de aporrear la
puerta. No había nada que tuvieran que decir esos individuos que a él pudiera
interesarle, solo necesitaba que Ellie saliera de casa y hablasen las cosas. No
obstante, en ese momento escuchó unas palabras que le obligaron a
replantearse toda la situación.
—La joven se marchó esta misma mañana con sus hermanos.
—¿Marcharse?
—¿COMO QUÉ MARCHARSE?
Adam se giró como un resorte y se congeló en mitad del porche,
sintiéndose desprovisto de toda fuerza. Aquello tenía que ser una maldita
broma.
—Sí, se fueron tan rápido que nos sorprendió a todos. Era una familia
bastante agradable y amable. Aunque este es un barrio honorable, al verlos a
ustedes aquí, dimos por sentado que quizás huían de algunas deudas.
—¡¿DEUDAS?!
El pelirrojo se tambaleó alterado. ¿Le habría estado engañando por unas
deudas? No podía ser, esa gente debía de estar equivocándose, si se lo
hubiera dicho la habría ayudado. Bueno, no era cierto, la primera vez que la
vio con toda probabilidad le habría dado un puntapié porque no la conocía,
pero en París debería habérselo dicho.
—Adam tranquilízate —le sujetó Luke preocupado—. ¿Tienen idea de a
dónde habrán podido ir?
—Solo puedo decirle eso, recogieron todas sus cosas y se fueron. No
sabemos nada más.
—Exacto, así que ahora que saben lo mismo que nosotros, por favor, dejen
de gritar.
La pareja se internó de vuelta a su propiedad y desapareció de su campo
de visión.
Henderson no podía creerlo, por mucho que aquella gente le hubiera dicho
que Ellie y sus hermanos habían abandonado la casa, era incapaz de
procesarlo. Le había estado alquilando la casa a un precio irrisorio. Además,
la inmobiliaria le habría comunicado algo al respecto, ¿no?
Exacto, no podía haberse largado. Adam volvió a tocar el timbre y lo
único que recibió fue el eco desgarrador. Lo último que le quedaba por hacer
era comprobar el interior de la casa, por lo que tras constatar que se hubiera
dejado la llave de repuesto debajo de la maceta que había al lado de la
ventana —tal y como la había visto hacer varias veces— la extrajo y abrió la
puerta.
—Adam ¿qué haces ahora?
—Luke.
—No te sientes bien, quizás deberíamos de regresar.
—Solo estoy mareado.
—Bueno, entonces te acompaño.
—Por favor, Luke, necesito hacer esto solo.
El castaño vaciló un segundo contemplándole en busca de una señal que
indicase que dejarle entrar solo en esa casa era una mala idea. Adam jamás
pedía nada por favor, solo lo tomaba y listo, para su amigo eso eran
nimiedades, por lo que, si le estaba implorando de esa forma, no podía
oponerse, de manera que le soltó con cierta renuencia.
—Está bien, si necesitas algo estaré aquí fuera.
Adam no le dio ninguna otra mirada más y se internó al interior de la
propiedad. Tal y como le habían indicado los vecinos estaba vacía, no
quedaba ni rastro del movimiento vertiginoso que caracterizase a la familia
Hawk. Recorrió cada estancia, tratando de captar algún vestigio que le
indicara que aún quedaba algo a lo que aferrarse, más al no hallar nada,
regresó al salón y, cabizbajo, se dejó recaer sobre el sofá.
Los recuerdos de la noche que pasaran juntos en aquel sofá le inundaron y
el dolor impactó contra su sien.
«Señor Henderson es usted más apetecible que este chocolate». Le había
susurrado entre risas y suspiros la joven. «Fuera de formalismos y de su
actitud del siglo XV, que está más bueno que las paraguayas».
Adam se hundió más en el sofá y emitió una risa baja y amarga al
rememorar la voz de Ellie, siendo tan descarada como siempre.
—¿Por qué tuviste que marcharte?
La respuesta a su pregunta fue un auténtico y cruel silencio. El pelirrojo se
percató de un bulto sobresaliendo de entre varios de los cojines que estaban a
su lado. Lo sacó y descubrió un peluche de un pez payaso pequeño, que olía a
algodón de azúcar. Esa esencia bastó para ponerle los pelos de punta,
adivinando con ello la identidad de la propietaria de aquel peculiar juguete.
—Cómo no… no podías resistirte a comprarlo, ¿eh?
A continuación, reparó en una pequeña notita que colgaba de la aleta del
muñeco y con manifiesta curiosidad la abrió.
«Aquí yacen los restos del estúpido que alguna vez fuera el payaso
desgraciado de mi jefe».
Firmado: Ellie Hawk.
—¡¿Me has estado haciendo vudú, descarada?!
Podía imaginársela a la perfección apuñalando al muñequito en los ojos,
así que tras comprobar que el peluche no tuviera ninguna aguja clavada, se
levantó del sofá y salió de la casa acompañado de Nemo.
Una vez fuera, Luke le retuvo preocupado y asombrado de que regresara
con un muñeco. ¿Lo habría robado?
—¿Adam?
De repente, el pelirrojo salió del trance en el que se encontraba y se
desembarazó de su agarre.
—¿Lo sabías? —inquirió con inusitada calma—. Tú… ¿lo sabías?
Luke parecía igual de sorprendido que él cuando se enterasen de su
mudanza. No obstante, no debía dejarse engañar, su amigo había reconocido
que había hablado con ella, así que, permitiendo que la furia le inundase, le
sujetó por la pechera y lo acercó rabioso.
—¡¿Sabías esto, Brown?!
—Yo... yo… Adam…
—¡Maldita sea! ¡Lo sabías!
—¡No sabía que se iría!
—Pero algo te dijo, ¿qué es lo que fue?
—Solo que había vuelto a trabajar y que no estaba segura de poder
mantener la casa. Le quitaste una buena parte de su finiquito.
—¿Dónde?
—¿Dónde qué?
—¿Dónde estuvo trabajando, idiota?
—¡No lo sé! No quiso decírmelo —negó tratando de alejarse de la
influencia del pelirrojo—. Me ha resultado muy difícil acercarme a ella desde
que la echases a patadas de la empresa.
Adam estudió a Luke de hito en hito, intentando hallar la verdad en los
ojos azules de su amigo, más lo único que encontró fue auténtico asombro.
Luke no sabía nada de Ellie. Diablos, ni él mismo sabía nada de ella porque
había preferido priorizar su maldito orgullo, esperando a que se disculpase
por su propia voluntad, pero ¿qué ocurriría si había desaparecido de verdad?
¿Cómo la alcanzaría?
La respuesta era sencilla, no podía, porque no la conocía de nada. Ni si
quiera podía asegurar que el teléfono que aparecía en su currículum real, y
que había observado día tras día desde que se descubriera todo el pastel,
fuese verídico.
Impactado y destrozado, soltó a su amigo y como un robot desprovisto de
aliento vital, salió a la lluvia torrencial.
—¡Adam!
El todopoderoso hombre de negocios que una vez fuera, ni si quiera
escuchó la llamada de Luke, los sonidos se habían apagado para él y lo único
que sentía era el latido frenético de su corazón. Tampoco percibía la frialdad
del agua traspasando su traje de marca. Mareado y afligido, se derrumbó en el
suelo al lado del gnomo de jardín y por primera vez en toda su vida, lloró.
La frustración, la traición, la culpa y la soledad que hubiera sentido
durante esa semana salieron en forma de lágrimas, que se camuflaron con las
gotas de la lluvia.
Ellie había desaparecido. Ya no podría verla, tocarla o reírse con ella.
Diablos, ya no le pondría en ridículo ni le prepararía su chocolate caliente.
A partir de ahora su vida no sabría a algodones de azúcar ni se convertiría
en trending topic mundial.
Ya no montarían en moto.
Ya no usarían un tándem.
Ya no jugarían a las cartas.
Ya no discutirían.
Ya no…
Ya nada.
Vacío.
Oscuridad.
—¡Adam! Levántate de ahí —susurró Luke asombrado con que su
esmerado amigo estuviera sobre el barro sujetando todavía un muñeco—. Te
estás manchando el traje.
—Luke, por favor…. La necesito.
CAPÍTULO 2

«Para el señor Henderson:


Quizás cuando encuentre esta nota ya me haya marchado. Esto es tan de
película, solo recuerde que fue usted el que me echó y, aunque sabía que esto
algún día tendría un fin, que lejos de ser dulce tendría tintes más bien
amargos, quería dejarle este pequeño obsequio que siempre me recordó a
usted. Se enfadaba cuando le llamaba pez payaso, a veces incluso estúpido
pez, pero lo cierto es que no iba desencaminada. ¿Sabía que tienen un veneno
que les recubre para protegerles de los depredadores? Cuando me abrió su
mundo, creía que era un maleducado, un consentido, un idiota, y un sinfín de
adjetivos más, que no pondré aquí porque un pósit tiene un límite y a mí ya
comienza a dolerme la mano (maldito pc), bueno, aun así, no importa. Ahora
acepto que tuvo que crecer de esta forma para protegerse de todo y de todos.
No acepta ni escucha a los demás por miedo a que le hieran. Le dejo este
mini usted para que le acompañe y le permita protegerse de los demás.
Créame, lo necesitará. La verdad es que no tendría problema alguno en
odiarle, pero como el Karma no me deja pasar ni una, y ya convenimos en su
día que es una auténtica perra, estoy segura de que acabaría regresándome
una emoción tan intensa y negativa.
Aquí me despido, no le deseo ningún mal, ya que su vida es de por sí vacía y
superficial. Espero que algún día pueda salir de ese nudo de pretensiones
falsas en los que se encuentra envuelto.
Una vez más, este adiós es definitivo, pues al igual que usted no tuvo
problema alguno en alegar en el pasado: esto no es ninguna novelita rosa
barata.
Adiós Adam Henderson, que la paz sea con usted y con su espíritu».
Pósit encontrado junto al pequeño pececito de madera en un resquicio del
cajón de la señorita Hawk.
Los antiguos griegos consideraban al concepto «tiempo» como un proceso
cíclico, ejemplo de ello podría ser que cada día el sol sale por el Este y se
pone por el Oeste, o que al invierno siempre le sucede la primavera, sobre
todo en aquellos países cuyo clima posee estaciones más marcadas, y es
probable que la vida también trate un poco de eso. Se cierran etapas y
comienzan otras, como nuevos amaneceres con fenómenos atmosféricos
diferentes, pero que en esencia siguen siendo amaneceres, solo que con
distintos matices y, en el caso de las nuevas experiencias, diversos nombres y
características. La felicidad puede terminar en desdicha o en tristeza. la rabia
o el enfado pueden mutar en aceptación y el amor puede apagarse o
intensificarse con el paso del tiempo. Un corazón roto puede curarse o no,
dependiendo de la gestión que se haga del mismo, pero lo que es innegable
son los efectos que la transición del “tiempo” ocasiona en la vida de cada ser
humano.
Y desde luego, dos años era tiempo más que suficiente para que estos
cambios llegaran y calaran en la vida de Adam Henderson.
Dos desde que aceptara el amor que sentía por la señorita rollitos.
Dos desde que todo se pudriera entre ellos.
Dos años desde que echara a Ellie Hawk de la empresa.
Dos desde que se presentara en la casa de sus abuelos a las altas horas de
la madrugada y se diera cuenta de que ella ya no estaba.
Dos desde que su corazón se rompiera irremediablemente.
Dos desde que la echara de menos día y noche.
Dos desde que recordara sus brazos y besos.
Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos. Dos.
Dos. Dos. Dos.
Si le preguntaran qué número odiaba más, respondería que, sin lugar a
duda el dos. Era una jodida mierda. Si su vida continuaba así, el tres iría por
el mismo camino.
El primer año que pasara sin ella había sido duro, demoledor, Adam la
había buscado, incansable, por toda la maldita ciudad y los alrededores.
Incluso había visitado Morristown, la dirección que Ellie había puesto en el
currículum falso, con la esperanza de que hubieran regresado a su vida
anterior.
En el instante en el que Adam se había bajado frente a aquel bloque de
apartamentos diminutos, pudo comprender un poco más la procedencia de la
joven y de sus hermanos. Ellie había estado sola a cargo de dos menores en
aquel barrio de mala muerte, habría recorrido sus calles de regreso de sus
trabajos a medio tiempo. Poco a poco había ido aceptado que se hubiera visto
envuelto con una paseadora de perros. A causa de eso lo primero en lo que
pensó en cuanto vio la fachada de aquel edificio hecho ruinas fue en si ese
tipo de trabajadores volvería tarde a casa.
No lo creía, en ocasiones había visto chicas por la mañana y por la tarde
recorriendo Central Park con las correas atadas a la cintura. No podía evitar
cuestionarse si en su caso con su mala suerte, serían los perros los que la
llevarían a ella en vez de al revés, se preguntó con su humor negro
subyaciendo en lo más profundo de sus cavilaciones. Sin embargo, quizás en
aquel puesto que parecía haber ostentado en la hamburguesería sí hubiera
tenido que regresar a altas horas de la noche a casa. El barrio no parecía muy
seguro de día, ¿cómo habría subsistido en él encargándose al mismo tiempo
de sus hermanos?
Con su torpeza y lengua viperina no le extrañaba del todo que hubiera
estado cambiando de trabajos con tanta regularidad, lo raro habría sido que
conservase alguno. De hecho, hubo un tiempo en el que él mismo había
querido deshacerse de ella.
Adam se daba cuenta de que las tornas se habían invertido, mientras que
en el pasado la había querido fuera de su empresa, desde su partida, lo único
que deseaba era sentirse más cerca de ella y descubrir quién había sido en
realidad.
Su único motivo para levantarse de la cama era comprobar que no le había
mentido del todo. A raíz de su visita al que se suponía hubiera sido su antiguo
barrio, Adam pudo intuir que las razones que se ocultaban tras los embustes
poseían un componente económico. Sin embargo, lo único que no lograba
comprender era su falta de sinceridad. El pelirrojo sabía que se hubiera
enfadado bastante con ella, pero Ellie tendría que haber sabido que después
de un tiempo, la habría terminado perdonando.
Como no concebía una vida en la que no existiera el dinero y los lujos, era
consciente de que su brecha económica había supuesto una diferenciación de
actitudes entre ambos. Aun así, le dolía que no hubiera confiado en él,
recurriendo con ello a una vía en la que el corazón de Adam dolía ante su
solo recuerdo.
La estela de Ellie Hawk había desaparecido de la misma forma en la que la
joven se había abierto paso en su vida, contundente y radical. No había
dejado ningún rastro que pudiera seguir, más allá de un currículum que ya
comenzaba a adquirir cierta tonalidad amarillenta en los bordes, a causa de
las innumerables ocasiones en la que Adam lo había sostenido.
Si el primer año había consistido en una mezcolanza de furia, rencor, que
habían devenido al final en una aceptación y comprensión. La constatación
de la desaparición definitiva de la señorita Hawk había ocasionado que el
segundo viniese acompañado de un vacío existencial, en el que Adam perdió
el rumbo de su vida y sus convicciones bajo la mirada atónita de todos los
miembros de su empresa.
En escasos dos años, Henderson pasó a convertirse en un cascarón vacío,
al que poco le importaba lo que sucediera a su alrededor. Ya no se enfadaba
por nada ni nadie. Todo aliento vital se había marchado con la señorita Hawk.
Por supuesto, esto era una información confidencial que solo gestionaban los
círculos más cercanos al director general. Nadie de la empresa hubiera
concebido jamás que la causa principal del cambio repentino en su jefe se
debiera a una peculiar exsecretaria con curvas generosas.
Por otro lado, su contacto con Sasha había sido reducido a los mínimos, a
pesar de los esfuerzos de la rubia por acercarse a él. Al comienzo el pelirrojo
había tratado de eludirla hasta que no tuvo más remedio que enfrentarse a la
tan temida y engorrosa conversación.
Había tenido que ser directo con ella y dejarle las cosas claras para que no
se hiciera ilusiones o esperanzas. En una charla que duró su buena hora y
media, en la que Adam le reveló la verdad, que no la amaba. Fue justo en ese
instante, en el que mirándola a los ojos se dio cuenta de lo que ella se negaba
a aceptar y comprender; que no lo había hecho jamás. Si bien era cierto que
ambos habían compartido muchísimos años juntos, nunca habían hallado en
el otro esa química y confiabilidad que había desarrollado con Ellie en esos
pocos meses. Ninguno de los dos había buscado al otro si coincidían en una
habitación, al menos no con la misma desesperación y anhelo con la que lo
hubiera hecho con Ellie.
No tardó en comprender que su exnovia solo había estado cegada por las
expectativas que sus padres habían depositado en ella, al igual que le había
sucedido a él, por lo que, frustrada y dolida, se había echado a llorar. La
amargura le había invadido al presenciar aquella incómoda situación.
Al final Sasha, quien también tenía su orgullo, había decidido claudicar en
sus empeños de reconquista y, en la actualidad, se limitaba a contemplarle
con odio cada vez que coincidían en alguna sala. Sería un necio si no supiera
ver que su decisión personal había afectado no solo a la señorita Sullivan,
sino también a su padre. La cuestión era que Adam se encontraba en tal punto
de desazón que hasta eso no le preocupaba o afectaba en ninguna medida.
Si tuviera las fuerzas suficientes para sentir algo que no fuera el vacío al
que había sido arrastrado, la situación se le hubiera antojado hasta graciosa,
incluso podría detectar cierto humor enrevesado en el trasfondo. Él, que se
había plegado a los deseos de sus padres desde pequeño, y una vez había
alcanzado la etapa adolescente al señor Sullivan, ahora no le afectaba nada lo
que ese individuo pudiera pensar, ni si quiera le afectaban —aunque
supusiera casi una traición— sus propios padres.
De hecho, aquella mañana había recibido un mensaje de su madre para
«ponerse al día». Olivia Henderson había preferido describirlo como un
armonioso y encantador desayuno en el que estrechar lazos familiares, pero
Adam conocía a la perfección las intenciones ocultas de su madre. No
importaba con qué palabras bonitas tratase de maquillarlo, aquello suponía
una encerrona en toda regla. Una venganza retorcida por haber estado
eludiendo sus insistentes intentos para retomar la relación con los Sullivan.
Adam se tomó su tiempo —más extenso de lo usual— para anudarse la
corbata frente al espejo. Lo mejor sería que prolongase todo lo que pudiera la
tortura a la que sería expuesto en apenas media hora, que era lo que se
tardaba desde su nuevo apartamento hasta la propiedad de los Henderson.
El teléfono no había parado de sonar desde hacía dos días, y pese a que
conocía quiénes eran, no le apetecía hablar con ellos. Después de que le
permitiera sonar a placer, la voz del contestador se coló por toda la estancia.
—Adam, tío, ¿qué narices te crees que haces al no cogernos el teléfono ni
a Luke ni a mí? ¡Estamos preocupados por ti! Lo de Ellie ya debería ser agua
pasada, ¿por qué sigues empeñado en actuar de esta forma? Solo te estás
dañando a ti mismo. Me estás hartando y yo no soy de pegar a nadie. Estoy
seguro de que con tu afición por el boxeo me dejarías K.O, pero te juro que
siento unas ganas irremediables de pegarte un buen puñetazo, si no levantas
tu maldito culo y…
El italiano fue interrumpido por la voz de Luke, regañándole.
—¡Enzo!
—¿Qué? Es la verdad, mira que yo soy de vive y deja vivir, pero lo de este
gilipollas ni si quiera se le puede llamar vida.
Adam puso los ojos en blanco, ¿gilipollas le llamaba? En otra época eso
podría haberle cabreado, ahora simplemente le resbalaba lo que pudiera decir
el idiota de D’Angelo.
—Adam, por favor, cógenos el teléfono o responde al móvil…
Luke fue interrumpido por Enzo, quien parecía más cabreado que él.
—Escúchame con atención Henderson, me he cansado de tratar de
entenderte, han pasado ya dos malditos años, si no te presentas este sábado en
la dirección que te mandemos Luke y yo, ¡nos rendiremos contigo!
—Enzo, ¿qué mierdas le estás diciendo?
—¿Qué? Tú eres un blando, Luke. Esto lo hacemos para que espabile, no
puede ser tan lamentable, va por la vida como un alma en pena.
—¿Sabes que esto se está grabando, idiota?
—Uy, mierda, lo olvidé. Pues ya me has oído, Henderson, ¡te queremos
ver el sábado allá donde te digamos!
—Adam…
—Luke, para. Recuerda lo que hablamos, duros y contundentes —añadió
en bajito, después alzando la voz, declaró—. Corto y cambio o como sea lo
que se diga esto.
—¡No estamos jugando a los Walkie-Talkies!
—Hmm… idiotas… Como si no tuviera suficiente con mi madre, encima
tengo que soportar que me amenacen.
Adam era consciente de que Luke y Enzo se habían estado esforzando por
animarle. Al comienzo, ambos habían tratado de apoyarle cada uno a su
manera. Luke lo había abordado desde un plano emocional y sospechaba que
incluso estaba leyendo libros sobre psicología, mientras que Enzo, por su
parte, había intentado llevarle de fiesta en fiesta. Sin embargo, en cuanto
ambos vieron que ninguna de ambas opciones surtía el efecto esperado para
que el pelirrojo recobrase su forma de ser originaria, se habían decantado por
aunar esfuerzos en común, por lo que Adam había sido arrastrado a múltiples
lugares de temáticas diversas.
En realidad, no podía reprocharles nada, ni si quiera la actitud enfadada
del italiano, quien estaba cansado de ver a su amigo hundido en la miseria.
Ambos sacaban tiempo de sus apretadas agendas para preocuparse por él, y
eso era algo raro de ver en el mundo de los negocios en el que Adam se había
criado. Pese a que valoraba mucho las riquezas y el poder con el que había
nacido, también sabía que en aquel ambiente las amistades se medían sobre
todo por el interés económico y, en ocasiones, político. Por ese motivo, podía
apreciar que su amistad con esos dos se consideraba una peculiar excepción
que no debía ser desprestigiada. Solo por eso iría a lo que fuera que le
hubieran preparado.
Con esa decisión en mente, se bajó de la moto frente a la casa en la que
había crecido. Hacía mucho que no venía a visitarles. En cuanto había
tomado el control de la empresa, se marchó a un apartamento alejado de
ellos, buscando adquirir mayor dependencia. No obstante, al encontrarse
contemplando aquella propiedad de dimensiones desproporcionadas los
recuerdos le avasallaron.
Estrictas reglas, protocolo y un sinfín de horas invertidas en estudiar
multitud de idiomas. Su casa no se parecía en nada al minúsculo piso de
apartamentos en Morristown en el que se suponía había vivido Ellie. Desde
que lo hubiera visitado hacía ya un año, solía reflexionar a menudo sobre él
y, en la actualidad, no podía evitar realizar comparaciones, ¿cómo hubiera
sido si ella hubiera crecido de la misma forma en la que él lo había hecho?
¿Habría estado tan llena de alegría y amor? O por el contrario ¿se habría
consumido entre tantas etiquetas?
—¡Adam!
Se giró hacia la entrada y observó a su madre embutida en un vestido
blanco vaporoso descendiendo las escaleras. Olivia Henderson era la
definición y reflejo perfecto de la pulcritud y elegancia. Poseía una grácil
figura y una melena rubia hasta la cintura que le hacía parecer un ángel,
Adam había heredado el color de ojos, los cuales eran tan azules como el
cielo.
—Hola, madre.
—Me preocupaba que hubieras tratado de darme esquinazo. Últimamente
te has vuelto un experto en eso.
—Jamás se me ocurriría tal osadía.
—¿Seguro? —preguntó escéptica apretándole la mano con afecto—. Y
entonces ¿qué es lo que pasó la última vez?
—Ya sabes que estuve ocupado con temas de la oficina.
—No me digas…
Adam sabía que su madre no se habría creído ese embuste ni en mil años.
Sin embargo, con toda la discreción que caracterizaba a la matriarca de la
familia Henderson, se limitó a sonreír y a dejarlo estar. Centró su atención en
la motocicleta en la que su primogénito había llegado y no añadió nada más.
Ofreciéndole el brazo a su hijo, ambos se internaron en la casa.
Al cabo de unos pocos minutos en los que Adam fue recibido por los
diferentes sirvientes de la casa con el título de «señor», se encontró sentado
en el extremo más alejado de una imponente mesa de madera de roble.
Aquellas grandes sillas le recordaban a una escena que había acontecido
cuando contaba con escasos cuatro años. El tío Tom, el marido de la señora
Spark, le hacía sentarse en ellas durante largas y tediosas horas en las que
siempre terminaba doliéndole la espalda, mientras le enseñaba lecciones de
etiqueta básica antes de la cena. Era común que le excluyeran del mundo de
los adultos en el que Adam no podría cometer ni un solo error.
«Señorito, no, ese no es el tenedor del pescado, es el de la carne. No, no
debe coger la comida con las manos, es de mala educación».
—¿Adam?
Nada más escucharlo, el pelirrojo levantó la mirada de su plato y
contempló a sus padres con el entrecejo fruncido. Aunque había sacado los
ojos de su madre, su padre tenía el mismo pelo rojizo intenso y la tez
blanquecina de él. Adam era el resultado de una combinación física perfecta
de ambos.
—¿Sí, madre?
—Hijo pareces distraído. ¿No te gusta la comida? Le pedí al personal que
agregase el triple de verdura y tu café solo favorito.
El recuerdo de la expresión incrédula de la señorita Hawk destelló en la
mente de Adam, quien al ver la porción minúscula de la comida de su jefe
procedió a relatarle la importancia de la alimentación. Había sido tan
expresiva, que recordarla le provocó una incipiente sonrisa. Al darse cuenta
de que estaba sonriendo con amargura, el dolor se extendió por su pecho, y
trató de disimularlo carraspeando.
—Tu madre tiene razón.
Adam estudió a su padre, y se obligó a enfocarse en la situación que se le
planteaba.
—Estoy bien, la comida está bien. Todo está bien.
—No lo parece.
—Olivia, déjale. Si dice que todo está bien, será cierto.
Estaba claro que su madre deseaba añadir algo más, pero por la razón que
fuera decidió callárselo y cambiar de tema.
—Adam, le comentaba a tu padre que si bien sabes que tengo predilección
por las motos y más en concreto por las vespas…
—Sí.
—Aun así, me gustaría saber ¿desde cuándo te movilizas en traje con la
moto? ¿No te resulta incómodo? ¿peligroso incluso?
Sabía que esa pregunta, que en principio podía parecer inocente, entrañaba
un significado mucho más profundo. Olivia era más inteligente de lo que la
mayoría de los hombres de negocios pensaban, quienes solo la veían como la
esposa florero de Noah Henderson. Adam tenía la teoría de que aquella era
una fachada que a su madre le convenía mantener. Sin embargo, se resistía a
revelarle la respuesta a aquella cuestión.
—Es más cómodo así. No debes preocuparte, estoy tomando todas las
precauciones posibles.
Dicho esto, procedió a llevarse un trozo de patata a la boca y la masticó
con lentitud, deseoso de que el desayuno terminase cuanto antes. No
obstante, era de que conocimiento común que una vez que su madre
comenzaba un tema resultaría imposible pararla.
—El cuerpo no lo tienes protegido. ¿Qué sucedería si tuvieras un
accidente? No podría soportar perderte.
—Ya no se trata únicamente de perder o no a nuestro hijo, Olivia. No, va
mucho más allá ¿dónde quedarían las responsabilidades y estabilidad
empresarial? No eres una persona común. Tu salud es sagrada, Adam, te lo
hemos dicho desde siempre. Si algo te sucediera miles de empleos
dependerían de ti.
—Concuerdo —afirmó su madre—. Creo que sería conveniente que,
encontrándote en esa posición, volvieras a moverte en coche.
Adam escuchó aquel discurso impasible. No era la primera vez que le
recordaban que no era dueño de su vida, ese había sido su mantra existencial
desde que tuviera uso de razón. Sin embargo, con la marcha de Ellie, Adam
se había aferrado a una de las pocas cosas que le habían unido a ella, y esa
había sido su forma de desplazarse. Desde que descubriera el pánico que le
tenía la joven a viajar en coche, había tratado de recorrer en moto las
diferentes ciudades europeas.
Con su desaparición, Adam había tomado la decisión de mantener ese
hábito que le hubiera forzado a tener la señorita Hawk, y desde que lo hiciera,
la moto se había convertido en su fiel compañera, así que no podía acceder a
esa petición de su madre.
—Sabes cuánto os respeto y entiendo vuestra preocupación, pero debo
declinar vuestra sugerencia.
—¿Cómo?
—Me siento más cómodo viajando con ella.
—Como tu madre, me veo en la obligación de insistir. El heredero de los
Henderson no va a jugarse la vida en post de algo tan banal como la
comodidad.
—Madre, tengo treinta años. No puede seguir tratándome como a un mero
infante.
—Entonces deja de actuar como tal. No quería señalártelo, pero ya que
hemos entrado en esta conversación, no puedo evitar mencionar tus extrañas
actitudes de este tiempo hacia atrás. Tu padre y yo estamos muy
decepcionados con ellas.
—No sé a qué te refieres.
—Oh, Adam, por supuesto que lo sabes.
Resultaba una obviedad más que destacable y su madre no erraba en ello.
Adam era consciente de que no era el mismo, el único problema era que no
sabía volver a ser la misma persona de hacía dos años con la que ya no se
sentía identificado.
—¿Lo sé?
—Sí, sigues eludiendo el tema de Sasha.
—Creía que eso ya estaba hablado. No tengo la intención de regresar con
ella.
—Y sigo sin entender el motivo, hijo. Sasha sería perfecta para tomar mi
rol de aquí a un futuro próximo. Tú mismo lo has dicho, ya no eres un crío,
pese a que te comportes como tal. Debes empezar a tomar decisiones
maduras, como la de asentar la cabeza.
—Sasha es manipuladora, cruel y egoísta, no creo que esas cualidades
sean necesarias para optar al papel de la futura señora Henderson. Desde
luego, eso no es lo que me has enseñado a ser viéndote interactuar con padre,
¿estoy en lo correcto?
—¿Manipuladora, cruel y egoísta?
Su madre se mostraba genuinamente perpleja y Adam no podía juzgarla
por ello. Olivia estaba acostumbrada a ver una versión de Sasha que distaba
mucho de la que hubiera conocido él una vez habían tomado un contacto más
estrecho con ella. No obstante, en aquella época nada de eso le había
importado, porque todo se había producido antes de la entrada de Ellie en su
vida.
—Sí.
—Si te refieres a ese asunto de la junta, me lo explicó. Ella solo buscaba
protegerte, esa mujer…
—No, madre, por ahí no.
Adam pudo observar el asombro reflejado en las facciones angelicales de
su progenitora. Ellie Hawk era terreno vetado para cualquier tipo de
conversación. El pelirrojo se negaba a que nadie que no la hubiera conocido
—entre los que se incluían sus padres— se atreviera a hablar de ella en base a
los rumores maliciosos esparcidos por su exnovia. Además, no era la primera
vez que Olivia había tratado de sacarle el tema, y parecía seguir
sorprendiéndose con la reacción contundente de su hijo, por lo que Adam la
observó tragarse su frustración y cesó en sus empeños por hacerle entrar en
razón.
—Adam ni se te ocurra hablarle así a tu madre.
—Está bien, Noah, no pasa nada.
—Sí que pasa, somos sus padres y nos debe un respeto.
—Y os lo tengo, es solo que me gustaría que respetaseis mi decisión de
evitar tratar este tema, no me apetece hablar de la señorita Sullivan, quien
para mí ya no es más que agua pasada.
—Entonces, si no quieres nada con Sasha, al menos déjame conseguirte
alguna otra mujer decente.
Ahí estaba. Decente. Odiaba esa palabra. ¿Qué era para ella ser decente?
Tenía conocimiento sobre tales características, pero eso no significaba que le
afectasen menos. Sobre todo, porque sabía que la única mujer que podría
cubrir algún día ese puesto jamás cumpliría los estándares que mantenían sus
progenitores y que en antaño había seguido él mismo.
—Verás, la corporativa familiar de los Milton tiene una hija soltera que
podría adecuarse a las características que estamos buscando, podría ponerme
en contacto con ellos…
—No me interesa, ¿podríamos ceñirnos al desayuno que me aseguraste?
—¡Por supuesto que sí! Aunque esto es de vital importancia, Adam. Tu
padre y yo queremos que te estabilices de una vez por todas, y lo cierto es
que no vemos indicios por tu parte de llevarlo a cabo.
Adam deseaba decirle que hacía tiempo que había dejado de perseguir los
mismos objetivos en cuanto a su vida privada se refería. A pesar de ello, era
consciente de que transmitirle eso con tanta claridad y contundencia a su
madre podría herirla en demasía, y eso era lo último que pretendía hacer.
—Lo comprendo y lo tendré en cuenta de aquí a un futuro.
Le hubiera gustado añadir “lejano”, pero sus años de educación estricta
obraron su esfuerzo y se limitó a llevarse el café a la boca.
—Sabia decisión, querido, ¿cierto, Noah?
—Correcto.
El resto de la conversación fue destinado a abordar temas
intrascendentales, en los que Adam se sentía más seguro, aunque también
más aburrido. No es que pudiera extrañase por eso, al fin y al cabo, esa había
sido la cruz con la que había tenido que cargar desde que la señorita Hawk se
marcharse de su lado.
Pesadez, aburrimiento y la más absoluta nada se habían instalado en su
interior inundando cada uno de los resquicios de su vida.
***
El sábado llegó con rapidez. La dirección que le había pasado Enzo no era
otra ni más ni menos que la de un restaurante en el que no creía haber estado
con anterioridad.
—Adam, menos mal que has venido —comenzó Luke saliendo del local a
gran velocidad—. Escucha, antes de nada, quiero que quede claro que yo no
tengo nada que ver con esto, ¿eh?
—¿Con qué?
—Todo esto es culpa de Enzo.
—¿Quieres explicarte con más claridad? No entiendo qué es lo que me
quieres decir.
—¡Henderson, querido amigo! —saludó con una sonrisa lobuna Enzo—.
Por fin te dignas en aparecer.
—¿Qué diablos estás tramando D’Angelo?
—¿Yo? Me ofendes, solo quiero que lo pasemos genial esta noche, por eso
os he invitado a Luke y a ti a este… ¿simposio?
—Eso tiene poco o nada de simposio, Enzo —agregó el castaño
recibiendo una mirada de advertencia del italiano—. No sé si me apetece
participar en esto, yo soy más tradicional.
—¿Para qué cosas? Dejad de actuar tan misteriosos.
—Enzo nos ha metido en un programa de esos de citas a ciegas.
—¡Te pedí que no le dijeras nada, Luke!
—Sí, claro, ¿y pensabas llevarle a ciegas?
—Pues es que en eso consisten este tipo de cosas, ¿no?
—No tiene nada que ver con el nombre, los participantes saben a dónde
van de antemano.
—Espera, espera, ¿qué es eso de citas a ciegas?
—¡Ves! Él también se equivocó y es estadounidense.
—¡Adam!
—Diablos, idiotas. Sé lo que es una cita a ciegas, la pregunta es ¿qué pinto
yo en una?
—Luke y yo creemos que ya va siendo hora de que superes a la señorita
cantante.
—Habla por ti, yo abogué por otro tipo de métodos.
—Eso no es de vuestra incumbencia, Enzo.
—¡Por supuesto que lo es! Han pasado dos años, Adam. DOS. Te estás
consumiendo a ti mismo y ni si quiera nos permites ayudarte. Estoy cansado
de verte tan apagado y diferente. Me preocupas, maldita sea.
—¿Y crees que esto cambiará en algo las cosas?
—Pues no sé si supondrá una diferencia o no, pero al menos me gustaría
verte intentándolo.
—¿También piensas acompañarnos a la cita? ¿Vas a ligar, D’Angelo?
¿Clare te ha consentido eso?
—Sólo vengo para vigilaros y que así no salgáis corriendo. Lo entenderá.
—Ya me gustaría a mí ver eso. Ha venido hasta aquí a sus espaldas.
—¡Luke, no seas bocazas!
—Oh, qué interesante —intervino Adam—. Estaré esperando el trágico
desenlace.
—Bueno, ¿qué? ¿Te apuntas o no?
—Sí, sí, estamos dentro.
—¿Estamos? —graznó Luke anonadado de que le hubieran metido a él
también en el plan—. Adam, ¿de verdad no prefieres hacer esto de un modo
no sé… más tradicional? Creo que aún no estás preparado.
—Pues claro que no lo estoy.
—¿Entonces?
—Enzo está a dos rechazos de contratarme una señorita de compañía.
—Comprendo. Por cierto, Adam, no seas antiguo. Se llaman escorts o
prostitutas.
—No me gusta darle ese uso, es un término demasiado vulgar e
irrespetuoso.
—¿De qué habláis?
—Adam es incapaz de pronunciar la palabra prostituta.
—¡Brown!
—¿De verdad? ¿No puedes decir “puta”?
—¡Qué ordinariez!
Ambos se echaron a reír y se palmearon como si hubieran logrado algún
triunfo en todo ello. En respuesta, Adam puso los ojos en blanco y les siguió
hacia un mostrador en el que Enzo enseñó unos pases. Los tres fueron
acompañados hasta la sala principal, en la que había multitud de mesas y
sillas vacías. En el centro, formando un círculo se hallaban unos doce
hombres y quince mujeres de todas las características.
—¿A dónde me habéis traído a una cita a ciegas o a una secta?
Al escuchar aquella pregunta susurrada por parte de Adam, Luke reprimió
una sonrisa y Enzo soltó una carcajada.
—Aquí llegan los últimos participantes que nos faltaban —informó con
una sonrisa una mujer de mediana edad que no formaba parte del grupo—.
¿Han oído hablar alguna vez del funcionamiento de este tipo de citas?
—No —negó Luke solícito.
—Más o menos.
—Yo es que vine obligado.
—Adam, qué vergüenza, que nos echan.
—¿Y qué? Esta no sería la mayor vergüenza que habría pasado en la vida.
—¿Ah no? —preguntó Luke interesado—. ¿Y cuál sería esa?
—Verás hubo una vez en Roma que Ellie…
—Ejem —carraspeó la organizadora, ganándose su atención—. ¿Señores?
—Sí, perdón.
—Bueno, mejor les explicaré las reglas. Las parejas se asignarán de forma
aleatoria. Eso significa que es probable que terminéis conociéndoos entre
todos. Esta es una sesión heterosexual, por lo que daré por hecho que todos
los participantes tienen esa orientación sexual. Si alguno de los presentes
tiene algún conocido homosexual con deseos de participar en citas a ciegas,
nuestras sesiones son los viernes. Por favor, entended que no es por una
cuestión discriminatoria, como me dieron a entender en el pasado, sino más
bien, logística.
Adam observó que todos asentían a su explicación y la estudió con interés
empresarial. ¿De verdad ese tipo de negocios tenían salida? Para él siempre
lo había sido un lugar al que acudían los perdedores y los desesperados. Sin
embargo, parecía un restaurante caro, así que debían de sacarle rentabilidad,
de lo contrario ningún empresario se prestaría a ello, lo cual le llevaba a otra
pregunta.
—Disculpe —la interrumpió—. ¿La cena quién la paga?
—Será rácano.
Escuchó que intervenía una muchacha a su lado, y el resto de las mujeres
asintieron de forma reprobatoria.
—Ávaro, no, práctico.
—Adam, así vas a espantarlas a todas.
—Señores, por favor —interceptó la organizadora—. La cena, correrá a
cuenta de cada comensal, así no habrá problemas. De eso no deben de
preocuparse, pues cada participante llevará consigo un localizador que le
indicará a los camareros dónde llevar la comanda.
—Ay, mira, qué innovador. Me gusta.
—Adam, te he traído aquí para que conozcas gente, no por tema de
negocios. Eso asustaría a cualquier mujer.
—No a cualquiera.
Ellie no había tenido problemas con eso. Bueno, eso no era del todo cierto,
siempre había insistido en que debía de salir más y no focalizarse tanto en el
trabajo.
—Continuando con mi explicación anterior, pueden sentarse en la mesa
que quieran. Tendrán treinta minutos y tocaremos la campanita principal,
entonces, deberán de cambiar de sitio. En el caso de que una pareja se sienta
cómoda con el otro, se pueden hablar las cosas, y el resto de la velada podrán
permanecer juntos.
—¿Y qué ocurrirá si alguna de las partes se siente incómoda con la otra?
—En tal caso, siempre pueden recurrir a la campanita que tienen sobre la
mesa para indicar que desean marcharse de ella.
—¿Y si no hay una pareja libre cuando eso suceda?
—No habrá problema con ello, siempre podrán disponer de alguna mesa
libre y esperar a que se produzca el siguiente cambio.
Adam consideró bastante tentadora esa opción, más solo le bastó con una
mirada de advertencia por parte de Enzo, quien le conocía a la perfección,
para elevar los hombros restándole importancia.
—¿Qué?
—Ni se te ocurra.
—Ya veremos.
—Henderson, compórtate.
—No eres mi padre, D’Angelo.
—Bueno, si todo ha quedado claro, creo que ya podemos empezar.
—Te quiero ver acompañado en todo momento —aseveró el italiano antes
de dirigirse a una mesa cercana—. A ti también, Luke.
Ambos se miraron con pesar y le insultaron a la vez:
—Idiota.
CAPÍTULO 3

«Ya no tengo cada mañana chocolates calientes y sonrisas formadas con


nubes. Aunque he intentado hacérmelos por mi cuenta, definitivamente no
saben igual que las tuyas. ¿Dónde narices te has metido?».
A.H
El amor produce estragos en el cerebro, despertando ciertas hormonas y
neurotransmisores que se activan y liberan con el enamoramiento. Dopamina,
oxitocina, serotonina, entre otros. Al descubrirse enamorado de la señorita
Hawk, Adam había estudiado por encima la situación como si de una
enfermedad se tratase, tratando de conferirle una explicación científica al
dolor que había invadido todo su organismo.
No era ningún versado en el asunto, más no podía concebir que nadie con
dos dedos de frente se encontrase allí con el objetivo de hallar el amor. Para
él, quien lo había encontrado y posteriormente perdido, con la consecuente
desolación y desazón que aquello implicaba, no comprendía la insistencia de
aquellos individuos por buscar de esa forma algo tan dañino y perjudicial
para la salud mental como era el amor.
¿Estarían chalados? ¿Por qué diablos querrían amar a alguien? ¿Sabrían
acaso lo doloroso de toda la situación? Se preguntaba con curiosidad
observando a cada uno de los participantes dirigirse a una de las mesas libres.
El amor es engañoso, te hace experimentar una felicidad para al final
romperte el corazón, en sentido metafórico por supuesto, dejándote una
tristeza que tardaba en marcharse. A su parecer, aquellas personas que
comercializaban y vivían a costa de vender tal sentimiento perturbador
podían ser más fraudulentas. Esos sí que no eran de fiar, reflexionó
meditabundo estudiando a la mujer sonriente que todavía se situaba en el
centro de la sala. Sí, éstos eran mucho peores que los anuncios de la
teletienda que se había habituado a consumir de manera compulsiva a raíz de
la marcha de Ellie.
Durante unos instantes fantaseó con largarse de aquel lugar, más la
amenaza velada de Enzo desde una de las mesas cercanas —quien le indicó
un sitio donde una de las participantes esperaba pacientemente— le obligaron
a poner los ojos en blanco y, resignado, se acercó hacia el lugar señalado.
Tomó asiento frente a ella y trató de ponerse cómodo.
—Hola —comenzó la mujer masticando un chicle sin pudor—. Es mi
primera vez en esto.
Primera característica negativa: chicle como sinónimo de mala educación.
—Compartimos sentimiento en común, entonces.
—¿Disculpe?
¿Acaso habría terminado la primaria si quiera? Se preguntó disgustado. La
estudió con ojo crítico y determinó que tenía una apariencia demasiado
barriobajera. Era rubia con unas mechas de colores rosáceos, tenía unos ojos
verdes que le hacían parecer un gato, y llevaba un maquillaje muy recargado
con unos labios rosa fosforito a juego con el cabello. La vestimenta parecía
también extraída de un circo, con una minifalda ajustada rojiza y un top
lencero negro.
Su «yo» del pasado sin duda alguna hubiera realizado algún comentario al
respecto. No obstante, logró morderse la lengua y se limitó a mantenerlo en
un simple pensamiento. Había costumbres que estaban tan arraigadas que
eran complicadas de reprimir.
—También es mi primera vez.
—Ah, genial, y bueno ¿cómo se llama?
—Adam Henderson.
Un silencio incómodo se produjo en la mesa. La mujer en cuestión
compuso un globo con el chicle y lo explotó con descaro resonando con
fuerza. Después ladeó la cabeza, esperando su siguiente intervención. Adam
por su parte se limitó a observarse un padrastro de la mano derecha. ¿Cómo
había terminado de esa forma?
—Em, no me diga que es un señoritingo de esos ricachones remilgados.
—¿Cómo dice?
—¿No va a preguntarme cómo me llamo?
—¿Esto es lo que se hace en estos sitios?
—En la vida en general…
—En eso debo disentir, en mi vida diaria no necesito transmitir mi
nombre, la gente suele saberlo.
—¿Cómo dice?
—Verá, soy alguien con mucha influencia.
La imperturbabilidad de la muchacha se destruyó al escuchar tales
palabras y le mostró una expresión horrorizada a la par que asombrada, la
cual divirtió sumamente a Adam. Sabía que estaba siendo un poco
desagradable. Sin embargo, estaba decidido a oponerse a la idea de Enzo a
cualquier costo que fuera necesario.
—¿De dónde se ha escapado? ¿No le enseñó su madre lo más básico?
—Por supuesto que estoy versado en los protocolos conversacionales, más
no lo estimo conveniente de acatarlo en esta situación.
—¿Qué no lo estima conveniente? ¡Al menos debería preguntarme cómo
me llamo!
—Bueno, si insiste tanto, ¿cómo se llama?
—¡Ya no vale!
—No la comprendo, ¿señorita…?
—No puedo creer que vaya a pulsar la campanita antes de lo que había
pensado…
—No entiendo sus motivos para hacerlo, creía que estábamos charlando
amistosamente.
—¿Amistosamente? Mucha escuela cara, palabrería culta y todo eso, pero
es un mierda de manual.
—¡Qué osada!
—¿Qué desean tomar? —intervino un camarero solícito.
—¿La carta, por favor?
—A mi llévemela a la mesa de allí —requirió la mujer señalando una
cercana—. No me junto con tipos así.
Acto seguido se levantó con decisión bajo la mirada atónita del camarero y
tocó la campanilla como si le fuera la vida misma en ella.
—¿Señorita?
—No se preocupe —desestimó Adam—. Estoy seguro de que suele
juntarse más con hombres del Bronx. Por cierto, ¿Tienen champagne?
—Desde luego, caballero.
—Estupendo, quiero una botella del más caro.
Esperó tanto tiempo hasta que sonó la campana que indicaba el cambio de
parejas que para entonces le habían servido el primer plato, mientras las
personas iban trasladándose de mesa en mesa, fue reflexionando sobre su
intercambio comunicativo con la muchacha. Quizás había sido demasiado
directo, no lo había podido evitar, ya que aún seguía molesto con que le
hubieran traído allí engañado. Ya tenía suficiente con su madre, como para
encima aguantar una segunda encerrona por parte de sus amigos. Ninguno
parecía comprender por lo que estaba pasando y no sabía por qué, para él no
resultaba tan difícil.
—Buenas noches. ¿Está ocupada?
Al escuchar la voz femenina, Adam alzó la vista de su plato, y observó a
una mujer que señalaba la silla, que había ocupado la participante anterior. La
analizó con curiosidad, pese a su vestimenta elegante que consistía en un
vestido negro ceñido y sin mangas con corte recto, reparó en que era
demasiado delgada para su gusto.
—No.
—Perfecto.
La desconocida tomó asiento sin esperar nada más y se sentó como si
fuera un robot. Adam recordó sus errores anteriores con la primera candidata
y decidió enmendarlos con esta.
—¿Cómo se llama?
—Katherine.
—Encantado de conocerla, Katherine, mi nombre es Adam.
—Le conozco.
—¿Ah sí?
—Sí, es usted el magnate de la cadena hotelera. ¿Jendre…?
Adam frunció el ceño y la miró reprobatorio. Se notaba que trataba de
luchar por recordar el nombre. Eso le molestó terriblemente.
—Henderson.
—Eso. Sale usted en las revistas de negocios.
—Pues para haberme visto en ellas, no recordaba el nombre.
—Ya.
—Disculpe que les interrumpa —interrumpió el camarero—. Señorita
Shaw, aquí tiene su plato.
—Oh, gracias.
El pelirrojo observó que Katherine se había pedido el mismo plato que él,
ensalada aderezada con frutas silvestres. Ambos comieron en silencio y
Adam respondió a las preguntas que la mujer le hacía de forma superficial.
Cuando el camarero fue a preguntarles por el segundo plato, él pidió salmón
mientras que ella se limitaba a negar con la cabeza. Adam no consideraba que
alguien de su estatura y constitución estuviera adecuadamente nutrido con
algo así. ¿Tendría algún problema alimenticio?
—¿Solo va a comer eso?
—¿Cómo dice?
—La ensalada.
—Ah, sí.
—¿Por qué?
—Por qué ¿qué?
—¿Por qué comería algo cuyo balance nutricional no se ajusta a los
mínimos?
—Perdone, ¿le puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—Eso a usted ¿qué más le da?
—¿Sabe que si solo come la ensalada podría desmayarse? Lo sé muy bien,
me ha pasado con anterioridad.
—Le hacía un empresario de éxito, señor Henderson, no un nutricionista
de poca monta.
—¿Cómo ha dicho?
—Tengo más que suficiente de esto. Si no va a hablarme de algo
productivo e interesante me marcharé. No tengo tiempo alguno que perder.
Dicho eso, tocó la campanita y se levantó airada. Adam se quedó
asombrado ante el rechazo fulminante de aquella señora.
—Pero bueno, y ahora ¿qué diablos he dicho que resulte tan ofensivo?
—Adam —le llamó Enzo cuando tiempo después fue a cambiar de mesa
—. ¿Qué narices estás haciendo? ¡Las estás espantando a todas! Ya han
empezado a cuchichear entre ellas.
—Y yo qué sé, ¡están chaladas!
—Si les estás diciendo eso me parece más que normal que ninguna quiera
acercarse a ti.
—Bueno, las que vi hasta ahora no es que se puedan considerar el culmen
de la normalidad.
—¡Adam! Compórtate hombre, cualquiera diría que no sabes ligar.
—¿Qué no se ligar dices? Quizás no tengo la labia asquerosa esa que
tenéis los italianos, pero yo también sé seducir a una mujer.
—¡Pues demuéstralo! No sé cómo la señorita cantante se pudo fijar en ti.
¿Le hiciste brujería o algo?
—D’Angelo, estás llevando mi paciencia al límite, he accedido a venir
aquí pese a no estar seguro de a dónde querías traerme, así que por una vez en
tu vida ten la decencia de no sacarla en esta conversación.
—¡Y justo por eso tienes que estar aquí! —exclamó y, mirando hacia su
mesa vacía donde al parecer ya se había sentado otra candidata, aseguró—.
Entre tú y yo, esto me está sirviendo para conocer gente interesante.
—Enzo eres un cotilla de tomo y lomo.
—Exacto, esta gente viene aquí a contarte sus movidas sentimentales y yo
me encuentro presto a escuchar. Creo que debería haber estudiado
psicología…
—¿De qué habláis? —intervino Luke, sentándose en el asiento de la mesa
de al lado.
—De nada, me voy.
—¿Qué le pasa? —preguntó curioso estudiando al rubio que se iba con
rapidez a su mesa—. Parece emocionado.
—Sospecho que está haciendo de psicólogo a la gente.
—Uh, no estoy seguro de que Clare vaya a ser tan comprensiva con esto.
—¿Cómo te va a ti, Luke?
—Son muy agradables, pero algunas parecen algo… peculiares.
—Dímelo a mí, me han rechazado las dos con las que he hablado.
—Eso tampoco es de extrañar.
—¿Disculpa? ¿Cómo has dicho, mentecato?
—El sesenta por ciento de los que están aquí son personas a las que le han
roto el corazón, como a ti.
—¡Luke!
—El treinta por ciento son gente como yo a la que han traído obligada.
Supongo que a ti también podríamos meterte en ese porcentaje.
—¿Y el otro diez por ciento?
—Los creyentes en el amor. Mira, ahí parece que te viene una —comentó,
señalando con una mueca divertida hacia la mujer regordeta que se acercaba
—. Suerte, amigo.
En esta ocasión Adam observó con especial interés los atributos de la
muchacha. Parecía tener unos veintipocos, justo de la edad en la que hubiera
conocido a Ellie. Esta última solía vestir más descuidada que la joven que se
presentaba ante él ahora, quien parecía ir a la moda juvenil, que Adam había
observado entre sus trabajadoras más jóvenes.
Eso fue lo primero que le agradó de ella. Si bien le recordaba a la señorita
Hawk, era consciente de que ni en mil años se parecería a ella. No obstante,
eso fue un aliciente más que suficiente para suscitar su curiosidad.
Acomodándose en la silla, la esperó con paciencia.
—Hola.
—Hola, siéntese por favor, está libre.
La muchacha le contempló con suspicacia. Saltaba a la vista que habría
escuchado los rumores del resto de las mujeres, quienes habían comenzado a
dirigirles miradas prejuiciosas y, en su opinión, algo maliciosas. Él no tenía la
culpa de que solo le hubieran tocado raritas. Había tratado de ser amable,
bueno, al menos con la segunda. No obstante, pese a la vacilación inicial, al
final pareció no dejarse guiar por las malas lenguas y tomó asiento frente a él.
Bueno, otro punto a favor se dijo con aprobación. Estaba claro que las
mujeres con sobrepeso preferían juzgar a los demás por sí mismas, ¿sería por
el continuo estigma sobre ellas? Se preguntó recordando la frase que Ellie le
había recriminado sobre todas las ocasiones en las que la había denostado.
—Estoy muy contento.
—Y eso ¿por qué?
—Usted sí que comerá bien.
—¿Disculpe? —indagó con evidente indignación—. ¡¿Me está llamando
gorda?!
—No, no, por favor no me malinterprete. No se trata de eso.
—Entonces ¿de qué? ¿Piensa acaso que soy idiota? ¿Eh? ¿Es eso? Llevo
muchos años lidiando con el sobrepeso para que ahora venga un tipo como
usted a señalarme lo evidente. Tengo un espejo en mi casa, gracias.
—Mi intención inicial distaba mucho de buscar ofenderla.
—Pues bien, lo ha hecho, ¿qué piensa hacer para remediarlo?
—¿Darle una explicación?
—Adelante, y espero que sea convincente. De lo contrario, pensaré que es
usted un psicópata o un maleducado.
—Entre todos los adjetivos que me han llamado en la vida, nunca había
contado con «psicópata».
—¿Va a darme ya una explicación o tendré que esperarle hasta
Nochebuena?
«La maleducada es ella».
—Sí, la señorita anterior apenas comía.
—¿Y? ¿Eso la hace mejor o más mujer? ¡Ya me conozco a los tipos de su
calaña! Siempre prejuzgando a los demás y yo decidida a darle una
oportunidad, creyendo que eran habladurías lo que se contaba por ahí.
—En ningún momento ha sido mi intención juzgarla.
—Oh, claro que no —aseguró con ironía—. Si no lo hacen con palabras,
lo harán con la mirada, pero los tipos como usted siempre se creen superiores
a los demás.
Adam no podía dar crédito a tal situación, ¿le habrían puesto una maldita
cámara? ¿El asqueroso de D’Angelo le habría metido en un reality show?
—Creo que se está equivocando conmigo.
—¿Ah sí? No tiene usted una buena imagen entre las mujeres de aquí.
—Si se refiere a las dos anteriores que estuvieron en esta mesa, no me
dejaron explicarme en ningún momento.
—¿Por qué será?
—Mire, me gustan las mujeres que comen bien, nada más.
Adam trató de mostrarse apaciguador. Con aquella mujer no deseaba
cometer con los mismos errores que hubiera hecho con la señorita Hawk, y
durante aquellos dos años había aprendido por las malas lo sensibles que
podían llegar a ser algunas mujeres con el tema de los complejos. La joven le
estudió aún con recelo, más pareció relajarse un poco.
—Bueno, digamos que le creo, de momento.
—Estupendo, ¿cuál es su nombre?
—Eloise. ¿y el suyo?
«¿También tenía que empezar por E?»
—Adam.
—¿Qué edad tiene?
─Treinta.
—No los aparenta.
—Me conservo bien.
—Con ese traje le echaba más edad. ¿Siempre lo usa?
Adam se puso tan rojo como su pelo y se armó de paciencia. Sabía que le
quedaba como un guante, no por nada se lo confeccionaba a su medida el
mejor sastre de todo Nueva York.
—Disiento en su concepción.
—¿A qué se refiere?
—Tratar de mantener una imagen adecuada y profesional no me hace
parecer un anciano. Ahora el que se siente ofendido soy yo.
—Bueno, discúlpeme.
En ese momento llegó el camarero, a quien Adam empezaba a valorar
como un tipo que olía los malos momentos para intervenir. En las tres
ocasiones se había personado justo en el punto álgido de su conversación.
¿Lo haría aposta?
—¿Desean de postre, señores?
Adam le dirigió una mirada expectante a la joven, esperando que en
cualquier momento Eloise tocase el timbre que se encontraba en el centro de
la mesa y se marchase como las dos mujeres anteriores, más en esta ocasión
se limitó a asentir a la pregunta del camarero.
—¿Usted, señor?
—Sí, por favor.
—Estupendo, les traeré la carta.
El camarero desapareció en post de su mandado y el pelirrojo volvió a
dirigir su atención hacia la muchacha. Estaba en racha, esta era la que más le
había durado, así que tenía que aprovecharlo.
—¿Tiene usted un postre favorito, Eloise?
—Sí, la tarta de queso ¿y el suyo?
—No soy muy de dulces la verdad, estoy adentrándome paulatinamente en
ese mundo.
—Habla de las tartas como si fuera a estudiar una lengua muerta.
—Bueno, supongo que es toda una experiencia.
—Y que lo diga…
El silencio que se produjo entre ellos solo fue roto con la intervención del
camarero, quien les entregó las correspondientes cartas. No obstante, pese a
que Eloise la abrió, Adam no hizo el menor esfuerzo por imitarla.
—Señor, ¿ya sabe lo que quiere?
—Sí. Un chocolate caliente con nubes, por favor.
Tanto el camarero como su acompañante se le quedaron mirando
sorprendidos. El camarero con todos los años de experiencia a cuestas que
llevaba logró disimular mejor su expresión. Después de tomarles las
comandas se marchó y les dejó a solas de nuevo.
—Extraña elección —indagó Eloise—. ¿Suele pedir chocolate de postre?
—Sí, como le dije, me estoy adentrando en el mundo del dulce.
—Es lo que se pide siempre mi sobrino. Tiene cinco años.
—Ah, yo también pensaba al comienzo que solo podían beberlo los
infantes. Ahora he cambiado de idea.
Eso era justo uno de los motivos por los que se había quejado con Ellie,
más se aferraba a las pequeñas cosas que pudieran mantener vivo su
recuerdo. En aquel instante, el camarero llegó con los correspondientes
pedidos y, tras entregárselos, se marchó. Ante el dolor que se extendió por
todo su pecho, Adam carraspeó y trató de redirigir la conversación antes de
que entrasen en un terreno sentimental pantanoso.
—Bueno, ya que estamos dialogando sobre los dulces, he pensado que
quizás tendría a bien guiarme en el mundo de la repostería, salta a la vista que
usted parece tener mucha más experiencia en él que yo.
La expresión de Eloise se transformó en auténtico horror al tiempo que se
llevaba un trozo de tarta a la boca.
—¿Qué sé mucho sobre repostería? Y eso ¿por qué? No recuerdo en
ningún momento haberle dicho que fuera pastelera. Otra vez ¿se debe a que
estoy gorda? Hay muchas formas de insultar a una persona, pero usted se
lleva la palma.
—No me refería a eso.
—¡Ni piense que le voy a dar otra oportunidad para explicarse! Ya le he
dado una y ha tenido la poca decencia de engañarme. De verdad que ya he
tenido que lidiar con suficientes tipos en mi vida como usted y no me apetece
volver a tratar con gente así.
—¿Gente así? No me refiero a que esté gorda…
—¡Oh! Y ahora tiene el descaro de llamarme gorda a la cara, ¿eh? ¿Digo
yo acaso que usted es un tirillas? ¿Lo he dicho en algún momento? Pues no,
porque soy educada y tengo más clase.
Aquello se estaba yendo de madre, y la mesa de al lado en la que se
encontraba Luke le había comenzado a observar. Adam trató de mandarle una
señal de auxilio, pero el traidor de su amigo se limitó a levantar los hombros.
—¡No me diga que está compinchado con su amigo! —exclamó irritada
Eloise al reparar en el intercambio de miradas—. ¿Han apostado sobre mí?
—Creo que tiene demasiada imaginación.
—¿Imaginación? ¡Ahora me llama exagerada! ¡Qué poca vergüenza!
¿Acaso no le he visto hablar antes con su amigo? —demandó saber, y luego
dirigiéndose a Luke le espetó—. ¿Está usted también metido en el ajo?
—No sé de qué me habla, lo cierto es que no le conozco de nada.
—¡Luke! ¿Cómo te atreves a negarme?
El castaño apartó la mirada y sonrió a su propia acompañante, negando
con la cabeza repetidas veces.
—Brown, cuando salgamos de aquí me vas a escuchar bien —susurró
Adam entre dientes inclinándose hacia la mesa de al lado—. Dejarme a
merced de esa loca, no es lo que haría un buen amigo.
Sin embargo, Adam no reparó en que había sido escuchado por la
susodicha, quien, indignada, se levantó de la mesa de golpe.
—¿Loca me acaba de llamar?
—¿Yo?
No logró añadir nada más, la desquiciada alzó su taza de chocolate de la
mesa sobre la que reposaba y le lanzó el contenido a la cara, embadurnándole
con toda la viscosidad. Adam no concebía lo que le estaba sucediendo.
—Eso por llamarme loca y el mal rato que me ha hecho pasar. ¡Idiota!
Dicho eso, tocó la campanita y se marchó con rapidez, sin darle tiempo si
quiera a reaccionar.
—¡¿Cómo diablos se atreve?!
De repente, escuchó la risa de Luke a su lado y Adam le fulminó con la
mirada irritado. Tenía que encontrar inmediatamente un baño, aquel traje era
de Armani.
—¡Ni se te ocurra reírte, Brown! Esto ha sido por tu culpa. No tendría que
haber venido…
—Oh, vamos. Reconoce que ha sido muy gracioso.
—Vete al diablo. Me largo de aquí.
—¿Cómo vas a largarte tan pronto? ¡Íbamos a tomar unos tragos después!
—No, mañana tengo una reunión importante.
—Señor —intervino el camarero servicial—. ¿Está usted bien?
—No, ¿dónde diablos está el servicio?
—Al fondo a la derecha, si podemos hacer algo para ayudarle…
—Sí —asintió sombrío y luego señaló a Luke—. Cárguele mi cuenta a ese
desgraciado.
El camarero los miró dubitativo, alternando entre el castaño y el pelirrojo
empapado de chocolate, más la expresión divertida y el consecuente
asentimiento del hombre injuriado, le tranquilizaron.
─De acuerdo.
***
Una vez en el aseo, Adam se limpió como buenamente pudo. Todo aquello
era culpa de Enzo por meterle en aquella encerrona que no tenía ni pies ni
cabeza. Se marcharía en cuanto pudiera salir del establecimiento tras haber
recompuesto una parte de la dignidad perdida. En ese instante, escuchó la
puerta abrirse con ímpetu, pero no le dirigió ni una sola mirada.
¿Cómo diablos se limpiaban esas camisas? Esa urraca le había puesto tan
perdido, que no salía la maldita mancha.
—No parece que te haya ido muy bien.
—Enzo, no estoy de humor para hablar contigo ahora.
El italiano escaneó el servicio y determinó que, efectivamente, no había
nadie que pudiera escucharlos.
—No colaboras en nada, Adam.
—¿Qué no colaboro en nada, dices?
—No, sigues negándote a avanzar, y así no te podemos ayudar.
—¡Nunca os he dicho que quisiera avanzar! Me has traído aquí contra mi
voluntad.
—Yo no te he puesto ninguna pistola en el pecho.
—No, pero me chantajeaste emocionalmente.
—Pues sí, porque estoy cansado de verte así.
—Así, ¿cómo?
—Destrozado, ya no sales de fiesta con nosotros y te limitas a
emborracharte en tu apartamento como los malditos alcohólicos.
—Si te preocupa eso, no tengo problemas con la bebida. De hecho, la
aguanto bastante bien.
—Lo que tú digas, Luke me ha contado que ni si quiera atiendes
cuestiones relacionadas con la empresa.
—Eso no es cierto.
—¿Ah no?
—Pues no.
—Entonces, ¿tampoco es verdad que no has conseguido olvidarla?
—Eso no te atañe de ninguna manera.
—Por supuesto que lo hace, porque como te dije antes, han pasado dos
años y sigues esperando que vuelva, pero ¿sabes qué, Adam? Ellie no va a
regresar. Tienes que darte cuenta de una vez de la maldita realidad, porque si
no vas a seguir sufriendo de manera innecesaria.
Adam dio un paso atrás, impresionado y dolido a partes iguales con
aquella aseveración. Todo lo que giraba con relación a Ellie le afectaba
sobremanera, por lo que lo último que hubiera esperado de Enzo es que se
hubiera atrevido a utilizarla para exponer su punto y quedar por encima de
él.
—Largo.
—¿Qué? Adam…
—Fuera de mi vista, Enzo.
—Yo…
—¡Ahora mismo!
El italiano negó con la cabeza, pero obedeció de igual forma. Adam solo
escuchó el portazo que indicaba su marcha y, tras contemplarse un segundo
en el espejo, se dio cuenta que al igual que muchas otras veces, no soportaba
su reflejo o sus ojos enrojecidos.
Enzo tenía razón, si hacía honor a la verdad, debía reconocer, aunque
fuera en su fuero interno, que se había obsesionado con el recuerdo de Ellie.
La comparaba con otras mujeres y la buscaba en todas las caras y cuerpos
femeninos que se encontraba a su paso. Con su marcha no había logrado salir
adelante, porque los remordimientos por las acciones tomadas le carcomían
como un veneno lento.
Ardía en deseos poder tener la oportunidad de redimir sus decisiones
erradas del pasado, más Ellie no se lo había permitido. Había desaparecido
para siempre sin dejar ningún rastro que poder seguir. Ni una sola maldita
pista. Le había dejado a solas con sus recuerdos, ansioso por sentirse
culpable. No obstante, eso no era lo único, en el fondo todavía le guardaba un
rencor que no lograba disolver por más que lo intentara.
No se reconocía a sí mismo en aquel reflejo. Le dolía reconocer que se
había convertido en la sombra del hombre que alguna vez fuera. Le había
destrozado con su partida, e iba siendo hora de aceptar que quizás nunca
volviese a su vida. Tendría que soltarla y seguir hacia adelante o terminaría
perdiéndolo todo, incluido su puesto en la empresa, el cual pendía de un hilo
a causa de su estado de ánimo y decaimiento. Luke no se equivocaba, se
había desentendido de la empresa y desde entonces todo iba cuesta abajo.
Una pregunta resonó en su mente con fuerza, ¿cómo lo haría? ¿podría
dejarla marchar sin hablar con ella? Desesperado por unas respuestas
imposibles de contestar, accionó el grifo y metió la cabeza bajo el agua fría.
No deseaba pensar más.
***
Tiempo después, Luke y Enzo salieron a la oscuridad de la calle, la cual
apenas se hallaba iluminada por un par de farolas. El italiano había sacado a
rastras al castaño en cuanto había regresado del servicio en el que Adam le
habría despachado.
—¿Qué pasa, Enzo? ¿Por qué me has hecho salir?
—Creo que me he pasado un poco con él.
Luke se puso en tensión al escuchar esa frase y le prestó toda su atención.
Enzo parecía alterado, más no de la forma en lo que solía hacerlo. Se trataba
de una persona bastante seguro de sí mismo, por lo que encontrarlo
estudiando el suelo sin poder sostenerle la mirada, le preocupó.
—¿Qué es lo que le has dicho?
—La verdad.
—¿Qué verdad es esa?
—Pues que Ellie no va a regresar.
—¡¿Se lo has soltado, así como si tal cosa?!
—Sí.
—¡Enzo! Acordamos ir con cuidado.
—Tú le has visto actuando ahí dentro, es una causa perdida.
—Eso es porque hace años que no ha tenido que ligar con una mujer y ya
sabes lo espacialito que es para algunas cosas.
—Me molestó ¿vale? No soporto verle así. Tú lo llevas de otra forma,
pero me siento un inútil sin poderle sacar de la mierda en la que se encuentra
metido.
—Aun así, eso no justifica que le hayas dicho eso.
—¿Crees que me he pasado mucho?
—Sí.
—¡Podrías ser más empático!
—No me apetece serlo después de lo que has hecho.
—¡Luke!
—¿Qué? No te has puesto en su lugar, Enzo. ¿Cómo te sentirías si Clare se
marchase de la noche a la mañana?
—No es lo mismo, ella es mi pareja.
—Idiota, ¿acaso no lo entiendes? ¿Es que no puedes ver que se enamoró
de ella? Es comprensible la situación en la que se encuentra.
—¿Enamorado?
—Sí. ¿Has visto así alguna vez a Adam? Ni si quiera cuando estuvo con
Sasha actuó así.
—Vale. Tienes razón. Francamente, no creí que pudiera amar a nadie,
siempre ha sido tan frío y distante, parecía casi un robot.
—Pues ya ves que no, Ellie consiguió romper su barrera emocional con la
que nos mantenía a todos apartados, así que es entendible que su marcha le
haya dejado vacío.
—Luke… ¿qué diablos vamos a hacer con él? Y yo que me quejaba de
que tuviera limón en las venas. Ahora echo de menos su parte amargada. Al
menos se quejaba y exteriorizaba las cosas. Dios mío, ¿te has fijado que ni se
afeita? —señaló horrorizado—. ¡Tiene barba pelirroja!
—Ese es el menor de todos sus males. ¿Has visto que le tiraron el
chocolate encima y ni si quiera la denunció? En el pasado hubiera mandado
al restaurante a todo su equipo legal en menos de lo que canta un gallo.
—¿De verdad crees que no volverá?
—No lo sé, con Ellie todo es impredecible.
—Pues entonces mejor que no regrese, ya le has visto, si se la vuelve a
encontrar dudo que lo deje pasar con facilidad.
—Sí, no la dejará tranquila.
—Debemos hallar la forma de que siga adelante.
—Eso o traerla de regreso, creo que hasta que Adam no cierre esa página
con ella, no podrá vivir su vida como antes.
—Estoy de acuerdo, pero ¿cómo lo hacemos? No sabemos dónde se
encuentra, Adam ya la ha buscado por cielo y tierra sin éxito.
En ese instante Enzo se percató de que Luke torcía el gesto, incómodo.
Anonadado, el italiano agrandó los ojos y enderezó la espalda, tratando de
asimilar la nueva información.
—Luke, no me digas…
—¿Qué?
—Es que ¿sabes dónde está?
—No exactamente.
—Tendrás que ser más específico, tío. Nos encontramos ante una situación
crítica, no es tiempo de que te guardes la información importante.
—Cuando se fue le escribí, pero jamás recibí una contestación.
—¿Entonces?
—Hace unos meses me respondió desde otro email.
—¿Qué? ¿Y qué te dijo? ¿No piensa volver?
—Al parecer no, no quiere saber nada de Adam.
—Diablos, sí que está jodida la situación.
—Sí.
—De todas formas, deberías decirle a Adam que hablaste con ella y que
no tiene la intención de regresar.
—No puedo.
—¿Cómo qué no?
—Se lo prometí a Ellie
—Eso da igual, Luke. Le debemos la verdad.
—Además, si te soy sincero, no me atrevo.
—¿Por qué? ¿Desde cuándo le tienes miedo?
—No es miedo.
—¿Entonces?
—Es que no aceptaría mantenerse al margen, va a ir tras ella.
—Madre mía, Luke —murmuró preocupado Enzo, pasándose la mano por
el pelo—. Si se entera nos cortará los cojones y después nos asesinará.
—Nunca lo sabrá, de todos modos, no sospecha nada y lo cierto es que es
mejor así. Tenemos que respetar la decisión de Ellie de querer mantenerse
alejada.
—No lo sé, tío, creo que no lo estamos haciendo bien.
En ese momento, Luke le hizo una señal a Enzo para que se callase al ver
llegar a Adam, quien salió del restaurante todavía empapado y con el
manchurrón de chocolate indemne.
—¡Por fin sales! —intervino Enzo cambiando de tema con rapidez—
Comenzábamos a pensar que te había tragado la taza del váter. Bueno, ¿qué?
Si ya se te ha pasado el mal humor ¿Nos vamos de copas?
—No. Id vosotros.
—¿Y eso por qué?
—No te pongas a la defensiva, Enzo, mañana tiene una reunión
importante.
—Exacto.
—Bueno, vale. Al menos estás sobrio.
—Siempre lo estoy.
—Ja, eso sí que es una mentira.
—Si necesitas algo nos llamas.
—Eso.
—¡Largaos ya!
—Sí, sí…
Adam les observó marchar hablando entre ellos sobre los lugares que
tenían en mente visitar, ajenos a la sombra que se cernía sobre sus cabezas.
—Asquerosos traidores —musitó irritado—. Tener amigos para esto…
Con los pensamientos viajando a mil kilómetros por hora, extrajo su móvil
y tras marcar un número con rapidez, se lo acercó a la oreja.
—¿Señorita Martin? Necesito hackear una cuenta para conseguir una
dirección de email. Te enviaré los datos necesarios por mensaje.
***
Al día siguiente, Adam se encontraba sentado frente a la junta de
accionistas. Su padre, quien rara vez acudía a aquellas reuniones, ocupaba su
anterior asiento, mientras él había tomado lugar a su lado. Allí sentado
presidiendo la mesa principal, Noah Henderson destilaba elegancia, opulencia
y severidad. No obstante, Adam conocía a su padre e intuyó que aquella
imagen solo se trataba de una fachada. A la derecha, se encontraban el señor
Sullivan, el señor Brown, Sasha en calidad de vicepresidenta y a la izquierda
Trixi, la representante de los accionistas minoritarios, Simon Weiss, el
abogado principal de la empresa y su hijo, Ethan.
La presencia de este último fue lo primero que extrañó a Adam, quien no
esperaba que Ethan se personificara allí. No obstante, Simon había asegurado
que venía en calidad de acompañante.
Adam contempló la silla que dos años atrás hubiera ocupado el viejo
cascarrabias de George, y notó un pequeño vuelco en el corazón. El idiota
había fallecido hacía escasos meses, pero antes de eso se había encargado de
venderles sus acciones a una persona allegada, quien al parecer sería
presentada en aquella reunión. Ese sería el segundo punto del día, ya que el
primero lo encabezaba el anuncio horroroso que terminaría por destruir todo
lo que había logrado.
Adam sabía a la perfección el motivo por el que se había llevado a cabo tal
reunión. En realidad, todos los presentes estaban al tanto sobre la propuesta
que se cernía silenciosa esperando su aparición en los siguientes minutos. Se
podía percibir en el ambiente. Tensión, silencio, quietud.
Ethan se llevó un caramelo Smith a la boca y sonrió, parecía encantado
con la situación, se estaba regodeando en su desgracia. ¿Para eso habría
venido? No le extrañaría nada, no habían entablado una bonita amistad
precisamente, al contrario, siempre había existido cierta animadversión
palpable entre ambos. En otra ocasión, Adam habría sentido ganas de
estamparle la cabeza contra la mesa, más en su situación actual se limitó a
contemplar su móvil resignado.
—Bueno, hace algún tiempo que no presenciaba una de nuestras reuniones
—rompió el silencio Noah—. Cuéntame, Patrick, ¿por qué nos habéis
convocado?
Aquella pregunta era trampa y Adam lo sabía muy bien. Su padre conocía
la causa de esa reunión a la perfección. Por un lado, al anunciar a viva voz la
traición, lo único que pretendía con ello era por una parte retar al que hubiera
sido su ex consuegro, el padre de Sasha, y, por otro lado, dilatar más el
momento de su caída inminente.
—Sabes que siempre te he respetado, Noah.
—Pero no estás respondiendo a mi pregunta, ¿o sí? —cuestionó con una
sonrisa, que tras unos segundos se transformó en una expresión pétrea—. Al
grano, Sullivan.
—He convocado esta reunión porque considero que el señor Henderson no
está preparado para seguir ejerciendo su actual cargo.
—¿Y bien? ¿Tienes la intención de decir las palabras mágicas?
—Propongo la destitución de Adam Henderson como CEO de esta
empresa.
Adam cerró los ojos al escuchar la frase estelar. Aquello suponía la
confirmación definitiva, y justo al escuchar tal verbalización, su dolor se
incrementó más. Echó un vistazo rápido a Sasha en busca de un ligero apoyo
en el que se reflejasen los años de amistad y unión compartidos en el pasado,
más la rubia solo apartó la mirada, incapaz de sostenérsela. Tal acción
despertó cierto resquemor en Adam, quien había esperado alguna mínima
defensa por su parte.
—¿Y cuáles son los motivos por los que propone esa medida?
Ese que hablaba era Simon Weiss. Le sorprendió que interviniera de
aquella manera. Simon solía ser un hombre más bien reservado durante las
pocas reuniones de accionistas a las que asistía.
—¿No es obvio? ¡Su gestión hasta ahora ha sido un desastre!
—El señor Henderson ha demostrado desempeñar su cargo con éxito hasta
la fecha.
—No lo puedes decir en serio, lleva dos años que no parece que sea el
presidente de la empresa. Solo hace falta ver su rendimiento, habla por sí
solo.
—¿Y su solución es destituir al accionista mayoritario y heredero principal
de la línea sucesoria?
—Con el debido respeto, señor Weiss, esta empresa no sólo pertenece a la
familia Henderson. Los Sullivan y los Brown hemos invertido mucho dinero
en ella también, por lo que su gestión nos atañe directamente.
—Le recuerdo, que en la actualidad mi familia y yo, aquí está mi hijo
Ethan para dar fe de ello, disponemos también de un porcentaje de acciones,
por lo que su preocupación acerca de los asuntos concernientes de la empresa
también resulta extensible hacia este lado de la mesa.
Los dientes de Sullivan rechinaron. Si estuviera en otra situación, Adam
hubiera encontrado divertido aquel intercambio comunicativo, más se limitó a
mirar a Noah, quien desvió su atención a Brown.
—¿Tú qué opinas, Phil?
—Creo que Adam es muy capaz de ser el presidente.
El padre de Luke le dirigió una sonrisa afable a Adam, quien lo agradeció
con un asentimiento imperceptible de cabeza. La señorita Hawk había
acusado a Phil Brown de ser la mano negra detrás del sabotaje a los hoteles.
No obstante, la joven lo había hecho sin contar con una sola prueba que
probase tal infamia. Sin duda, Ellie se habría equivocado, aquel hombre le
quería y valoraba, no podía ser el autor de la que sería una de las causas de su
próxima ruina.
—¡Phillipe! —exclamó el señor Sullivan asombrado—. ¿De verdad estás
de acuerdo con esto?
—Valoro a Adam como a mi hijo, Patrick, solo Dios sabe que lo hago, le
conozco desde que era un crio. Además, Luke y él han crecido juntos, es un
hombre con grandes aptitudes.
—¿Pero?
—Creo que el factor de la edad ha podido influir en ciertas decisiones
tomadas a lo largo de estos años, y es indiscutible que los gráficos de
rendimiento están ahí, han bajado las ventas y ciertos sectores están algo…
¿caóticos?
—¿Solo caóticos? Usa la palabra adecuada, ¡es un auténtico horror! Si
seguimos a este ritmo podríamos llegar a quebrar.
—Bueno, eso me parece algo exagerado por tu parte, Patrick.
—Concuerdo con el señor Brown —intervino Simon—. Los números no
engañan y el año pasado cerramos tal y como esperábamos.
—Sí, pero no hemos mejorado y en una empresa como la nuestra eso solo
significa una cosa, que hemos empeorado.
—Nos mantenemos.
—Mantenerse es algo que dirían los fracasados y yo no he arriesgado parte
de mi dinero en una empresa que considerase que estaba siendo manejada por
un fracasado.
—¿Fracasado me ha llamado?
—¿Debo de repetirlo? —ironizó Sullivan—. Sí.
—¿Cómo se atreve?
—Bueno, ¿votamos o qué?
En ese momento Ethan emitió un sonoro bostezo, ganándose el gruñido de
Adam y las miradas de incredulidad del resto de accionistas, con la excepción
de su padre y de Noah.
—¿Cómo puede bostezar en un momento así?
—Es que me aburro, yo no he venido aquí a discutir sobre lo fracasado
que pueda ser el señor Henderson.
—Y entonces ¿a qué ha venido? —espetó Adam—. Ni si quiera debería
estar aquí.
En ese instante la puerta de la sala de reuniones sonó con tres golpes secos
y se abrió, su nueva secretaria, la secretaria Martin, se internó y las voces se
acallaron.
—Señores Henderson, ha llegado la persona que esperaban.
—Ah, perfecto, hágala pasar.
—Adelante.
Nada más entrar en la estancia, los murmullos se incrementaron
alcanzando cotas inimaginables y el mundo de Adam Henderson colapsó ante
sus narices. Dejó de respirar y se petrificó. Nadie le hubiera podido juzgar al
respecto, pues envuelta en un vestido negro apretado y unos tacones rojos, se
encontraba la representación física de todas sus fantasías sexuales reprimidas
durante aquellos años de decadencia. Su boca cayó abierta tratando de
asimilar que la imagen que se presentaba ante ellos fuera real y no un mero
espejismo, producto de su imaginación.
Por su parte, Ethan se levantó presto y se acercó hacia la nueva integrante
a la que sujetó de la mano.
—Ah… estupendo, estupendo, justo a tiempo, querida.
—¡No lo puedo creer! —graznó Sasha horrorizada—. ¿Qué hace ella
aquí?
—No te preocupes por ella, las urracas siempre hablan de más —señaló
Ethan divertido y después se dirigió a Adam— Mire, señor Henderson, me
preguntaba usted la razón de mi presencia, ¿no? Pues se la presento, bueno a
usted y al resto de la junta, ella es Ellie Hawk y no solo será la nueva
accionista, sino también mi representada.
Adam no podía percibir nada de lo que otras personas dijesen, los latidos
de su corazón le resonaban en los oídos, silenciándolas. Mientras tanto, su
atención estaba focalizada en la única mujer que había puesto su mundo patas
arriba. La misma que ahora se dirigía hacia el único sitio libre que había en la
mesa, ese que años atrás habría ocupado George. El resto de los hombres y
mujeres se fueron levantando a su paso como un resorte. Todos menos él, que
apenas pudo procesar toda aquella información y se la quedó mirando como
un pasmarote.
—Buenas tardes, señores —saludó la joven con una sonrisa satisfecha—.
Lamento la tardanza. ¿Comenzamos?
CAPÍTULO 4

«¿Cómo se les explica a tus padres que no quieres asistir a más citas
concertadas porque te has enamorado de una loca desfachatada?»
A.H
Nicolas Copérnico con su teoría heliocéntrica dictaminó en su día que,
contrario a lo que hubiera sugerido el geocentrismo del medievo, la Tierra era
la que giraba en torno al Sol, estrella principal de esta galaxia. Si bien esta
nueva concepción revolucionó el mundo científico, poniéndolo patas arriba al
romper con verdades asentadas, hubo otros detractores que se alzaron en
defensa de la primera versión geocéntrica, y es que todo cambio susceptible
de desencadenar conmoción suele alterar la realidad establecida de los seres
humanos, despertando una gran diversidad de reacciones y opiniones. Por lo
tanto, al igual que los contemporáneos de Copérnico, en cuanto la señorita
Hawk tomó asiento entre ellos, en aquella sala de accionistas se estableció el
incómodo silencio que antecedía al caos.
Ante Adam se encontraba la propia destrucción de su teoría geocéntrica.
La alteración de todos sus sentidos en una nueva versión renovada. Con su
partida, el rencor se había asentado de tal modo que había tratado de
engañarse una y otra vez de que él era el único Sol al que debía rendirle
tributo, pero en cuanto el rencor se diluyó en una marea de recuerdos, la
añoranza se abrió paso en su interior, pegándole con una brutalidad que solo
le indicó que, lejos de toda su creencia original, su única estrella en una
galaxia inmensa no era otra que la propietaria de aquellos ojos café, que
todavía no le habían dirigido ni una sola mirada. ¿Sería posible que le
estuviera evitando conscientemente?
Lo mismo daba, de repente, su mundo apagado estalló en nuevos colores
ante la sola presencia de Ellie, y comenzó a girar a la misma velocidad que
los latidos de su corazón. Estaba allí, ante él, de nuevo. No podía creerse que
la persona de la que le hubieran hablado, la nueva accionista fuera otra que su
maldita estrella.
Casi podía escuchar las pulsaciones en su cabeza, todo su sistema nervioso
le estaba avisando de que la única mujer que habría podido alterarle de
semejante forma se encontraba a escasos metros de distancia.
«¡La ninfa! No puedo creerlo, de verdad que no, ¡ha regresado! Pensaba
que este gilipollas la habría espantado para siempre y mi existencia se hubiera
vuelto innecesaria…» Exclamó Deseo, despertando del largo letargo en el
que se había visto sumido desde su ausencia.
—Es un placer estar con ustedes hoy.
Su suave voz rompió el pesado silencio y diversas voces contrarias
comenzaron a alzarse. Sin embargo, Adam no podía salir de su
ensimismamiento, mucho menos dejar de contemplarla tratando de absorber
cualquier cambio que se hubiera podido producir en ella durante aquellos dos
años. Súbitamente, aquello se convirtió en su principal preocupación.
Había perdido peso, se percató preocupado, ¿habría estado alimentándose
bien? Era lo primero que había notado desde que entrase en la sala. Sus
facciones en antaño regordetas y dulcificadas, ahora se encontraban más
pulidas. En cuanto encontrase un tiempo libre después de la reunión, tendría
que comprobar con detenimiento si sus deliciosas curvas seguían presentes,
pues mientras le había noqueado con su repentina y estelar presencia, había
advertido ciertos cambios. De todos modos, la ropa podía engañar, ¿no?
Ellie había entrelazado los dedos con los que una vez le hubiera
acariciado. Parecía estar sopesando qué decir a continuación. Contrario a lo
que hubiera esperado, no parecía demasiado nerviosa pese a todas las miradas
se encontraban sobre ella. Eso le hizo sentir una absurda punzada de orgullo
en lo más profundo de su interior.
—¿Cómo se atreve a presentarse aquí después de todo lo que sucedió?
¿Acaso no tiene decencia?
—¡Correcto! ¿Usted no fue la estafadora que desenmascaró mi hija?
—¿Estafadora? Tenga mucho cuidado con lo que dice, señor Sullivan, es
mi representada y una de las accionistas, así que no dudaré en presentar una
demanda en el caso de que necesite que se lo aclare un juez.
—No pasa nada, Ethan. Tranquilo.
Adam no pudo evitar reparar en que Ellie posaba una de sus manos sobre
la de aquel idiota, intentando tranquilizarle. ¿Qué diablos se traían aquellos
dos?
A continuación, observó aún más sorprendido que la muchacha ni si
quiera parecía molesta con la intervención grosera de Sasha o de su padre.
Durante unos segundos, Ellie arrugó el entrecejo, pero ocurrió tan rápido que
creyó habérselo imaginado. La joven compuso una sonrisa educada y dirigió
su atención hacia Sasha.
—No me haga hablar sobre decencia, señorita Sullivan. No estoy del todo
segura de que si quiera pudiéramos equipararnos en torno a ese asunto en
cuestión. De hecho, si la memoria no me falla, recuerdo que usted se graduó
en honores en cuanto a la mala educación se refería.
«Diablos, voy a arder en llamas con esa rotundidad y claridad» Intervino
Deseo con evidente admiración.
En el rostro de Sasha podía leerse la estupefacción. Adam no podía
culparla, él mismo se sorprendió de que Ellie le hubiera rebatido de forma tan
directa y abierta ante todos los accionistas, y no solo porque en el pasado
Sasha la hubiera desprestigiado delante de aquellas mismas personas, sino
porque la expresión dulcificada de Ellie distaba mucho de las palabras
venenosas que acababan de salir por su boca.
—¿Qué diablos acaba de decir?
—Creo que me ha escuchado bien.
—¡No puedo creer que alguien de su clase se atreva a venir aquí a
insultarme! ¿Por qué ha vuelto? ¿A seguir mintiendo?
—Bien, antes de venir aquí, supuse que mi presencia en la reunión
causaría ciertos estragos por parte de algunos sectores —declaró estudiando a
Sasha y a su padre—. Así que aclaremos desde ahora varios puntos.
—Señorita Hawk.
En el instante en el que Adam pronunció su apellido, notó la tensión
apropiarse de todo el cuerpo femenino. Pudo identificarla con claridad porque
él mismo estaba sintiéndola en el suyo. La joven tomó una respiración
profunda y, cuadrando los hombros, se giró hacia él, sus miradas colisionaron
y el ambiente electrificante se incrementó, amenazando con ahogarlos a
ambos.
El silencio se había instaurado en la sala desde que hablase y los presentes
se habían girado para contemplarle. Ninguno de ellos le importaba, solo le
interesaba que esa mirada castaña, que una vez se había teñido de cariño, se
posara en él de nuevo. Necesitaba que le prestase atención y para ello usaría
las estrategias que hicieran falta.
Cada uno de sus músculos gritaban por tocarla, anticipando la siguiente
reacción de ella. Debía de calmarse, no podía precipitarse. Estaban en un
entorno laboral y lo último que deseaba era montar otro espectáculo como la
última vez. Con todo y con eso, no pudo evitar cruzarse de brazos en actitud
defensiva para no dejarse llevar por el momento. Tragó saliva y planteó el
tema que le había estado rondando desde que la viera aparecer.
—¿Qué hace aquí?
En aquella pregunta subyacían todas las cuestiones que le habían estado
acosando desde hacía dos años: «¿dónde estuvo todo este tiempo? ¿qué
estuvo haciendo? ¿por qué se marchó? ¿a qué ha vuelto? ¿Qué relación tiene
con el idiota de Ethan Weiss?»
Ellie le observó paralizada durante un segundo en el que a él se le volvió a
detener el mundo. Las insidiosas mariposas revolotearon furiosas en su
estómago. Sin embargo, ella pareció recomponerse con rapidez y su
expresión se enfrió. Adam le sostuvo la mirada y ella compuso una mueca de
hastío, que le molestó.
¿Cómo se atrevía a actuar así? ¡Ella también la había cagado con él! Le
había mentido en la cara, incluso había sido incapaz de confesarle la verdad
cuando entraron en confianza y ¿ahora venía con ese tipo de comportamiento
altivo? No podía creerlo.
—Si tiene tanta curiosidad, ¿por qué no trata de averiguarlo?
Aquella respuesta le dejó en shock. ¿Qué trataba de decir con aquello?
¿Por qué tenía que actuar tan misteriosa?
«Oh Dios santo, lo tenemos jodido para navegar de nuevo entre sus
muslos… ¿Por qué siempre me dejan a mí la peor parte con la que lidiar?
¡Voy a pedir un incremento de sueldo!». Aseveró Deseo con amargura. Sin
duda, en lo que a Ellie se refería, era una de las emociones más explotadas a
nivel laboral.
Tras esto, en un acto despreciativo, le retiró su atención y se dirigió al
resto de la mesa con una sonrisa.
—Como decía antes, voy a resolver una serie de cuestiones para evitar que
esta conversación vuelva a repetirse.
—¿Qué cuestiones?
Esta vez ni si quiera le miró, sino que, con lentitud, levantó el dedo índice
y algo que Adam no habría reconocido en ella con anterioridad vibró en las
profundidades de sus ojos: seguridad.
—Punto número uno: sí, mentí, pero eso no es ninguna sorpresa para
nadie, ¿no? Cuando empecé a trabajar para el señor Henderson no había
ejercido de secretaria con anterioridad y alteré mi currículum para conseguir
el puesto.
—Lo dicho, una estafadora.
—Ah, y ahora viene el punto número dos —comentó con satisfacción
levantando el segundo dedo—. No fui ninguna estafadora. Pese a que mentí
en el currículum, me esforcé para cumplir con el trabajo que se me requería,
lo cual me lleva a plantearles la siguiente pregunta. ¿Acaso saben algo de mi
vida más allá de mi currículum? No ¿verdad? Bien, tampoco me dieron la
oportunidad de explicarme, aquí la señorita Sullivan, que tanto habla sobre la
decencia, decidió exponer mis datos personales y lo que es peor, mis
mensajes privados, delante de todos los accionistas con el único objetivo de
arrinconarme y burlarse de mí. Refréscame la memoria, Ethan, querido, ¿eso
no es denunciable?
—En efecto.
—¡Maravilloso! ¿Desea retomar, el argumento de la decencia, señorita
Sullivan?
—Yo no hice nada malo, solo revelé sus mentiras.
—Bueno, aquí todos hemos mentido, señorita Sullivan. Yo en mi
currículum y usted en su motivo para contratarme y no contrastar mis datos,
pero si vamos a hablar de ética, supongo que nuestras razones difieren. ¿Me
equivoco?
El rubor abochornado de Sasha habló por sí mismo. Ellie la tenía contra
las cuerdas. Ella misma había confesado en aquella reunión que tuvieran
hacía dos años atrás, que solo la había contratado por su aspecto físico.
—No tengo la obligación de decirlo, pero ¿de verdad piensan que la gente
no miente en sus currículums? ¡Vamos! Eso es de primero de búsqueda de
trabajo. ¿Acaso creen que estudios superiores y mínimo ocho años de
experiencia son metas realistas para alcanzar? Supongo que todos ustedes con
sus trajes, jamás se han tenido que ver en la tesitura de encontrar un trabajo
porque su familia dependa de ustedes…
—Ellie.
—Ay es cierto, me voy de tiempo. Sigamos, punto número tres,
sintiéndolo mucho por algunos de ustedes, soy la nueva accionista que
sustituirá al señor Morgan, que en paz descanse. Si tienen algo más que
añadir para dejar patente su disconformidad, siempre pueden debatirlo con
los papeles. Ethan por favor, muéstraselo.
—Encantado.
Ethan tocó uno de los botones de su tablet, que estaba conectada al
circuito cerrado de las de los demás accionistas. En cada una de ellas apareció
proyectado el documento que evidenciaba el traspaso de acciones que George
había realizado antes de fallecer.
Adam no lograba entender, qué había sucedido para que aquel viejo
cascarrabias hubiera tomado la decisión de pasarle su parte a Ellie.
Nada de aquello tenía sentido, ya que George había sido una de las voces
que se indignasen con la revelación del currículum original de la señorita
Hawk. Sin embargo, aquella prueba contundente que se encontraba ante ellos
revelaba una verdad con la que Adam jamás hubiera contado, la de que aquel
adepto a la confianza y la estabilidad había dejado la gestión de sus acciones
en manos de alguien con la reputación tan manchada como la de la señorita
Hawk.
No, sin duda, nada de aquello podía entenderse.
—¿Por qué? —escuchó que murmuraba asombrada Sasha.
—Ahora que lo han visto, ¿desean añadir algo más? ¿O podemos seguir
con el motivo inicial de esta reunión?
—Señorita Hawk.
El resto de los presentes enmudeció, aquel que acababa de hablar no era
otro que Noah Henderson, incluso Adam se giró hacia su padre y se dio
cuenta que contemplaba con interés a la joven. Mucho se temía que sus
progenitores no tenían un concepto elevado de ella, por lo que esperaba que
no le realizase ningún comentario mordaz.
—¿Sí, señor Henderson?
—¿Podría explicarnos cómo podremos estar seguros de que será
competente a la hora de gestionar adecuadamente las acciones del señor
Morgan, teniendo en cuenta que, como bien se mencionó la vez anterior, no
tiene ni los estudios superiores?
Adam cerró los ojos, derrotado, no se atrevía si quiera a mirarla. Resultaba
muy propio de su padre actuar tan directo y arrogante. Él mismo la había
tratado así en el pasado.
—Por supuesto entendería su preocupación, ya que en la actualidad usted
solo maneja información negativa sobre mi persona. Por esa razón, he traído
un documento que espero que le suponga de alivio.
—¿Y cuál es ese?
—Por favor, contemplen sus pantallas.
En estas últimas se proyectó el resguardo de una matrícula de la Hodges
University.
—Como pueden observar, estoy en mi tercer año de marketing, así que
estoy a punto de graduarme —comentó con una sonrisa—. Oh, señorita
Sullivan, si desea comprobar la veracidad de mis estudios, siempre le puedo
adjuntar el teléfono de mi tutora, seguro que estará encantada de hablarle de
mi expediente académico.
—¡Trepa insolente!
La sonrisa de Elllie se amplificó y Adam la contempló anonadado. La
estaba provocando delante de todos y había conseguido su objetivo.
—¡Señorita Sullivan! Compórtese como corresponde, estamos en una
reunión de accionistas, este no es su patio de recreo.
Sasha enmudeció y agachó la cabeza derrotada, ni si quiera su padre dijo
nada al respecto, sino que se limitó a apartar la mirada.
—Lo siento, señor Henderson.
—¿Sigues tú, Ethan?
Ellie destilaba un aire altivo que Adam jamás le había visto con
anterioridad. Ahora parecía un tiburón dispuesto a cazar a cualquier presa que
se le pusiera por delante.
—Por supuesto —asintió con una sonrisa satisfecha el aludido—. Pese al
pasado que le une a esta empresa, la señorita Hawk ha trabajado mucho
durante estos dos años para formarse y llegar a ser una persona muy
competente en la que se pueda confiar.
—En dos años no da tiempo a nada.
—Seguro que eso solo lo pensaría alguien que se ha criado bajo el manto
de protección de sus progenitores —repuso con una sonrisa cínica Ethan—.
Veamos, la señorita Hawk se ha hecho ni más ni menos que siete cursos
relacionados con el marketing digital, publicidad y ventas, entre los que
contamos con los afamados estrategia digital y social media, dirección de
marketing. Bueno, en realidad pueden verlo proyectados en sus pantallas.
—¿Qué pasa con los idiomas?
—Sí, se ha formado en ellos, ahora maneja de forma intermedia, español e
italiano.
—También, he comenzado con el francés, aunque es todavía muy básico.
—Correcto, querida.
«¿Querida? ¿Qué es eso de querida? ¿Qué narices se traen entre esos dos?
¡¿Y por qué le sonríe de esa forma?!»
Adam sentía que estaba poniéndose enfermo mirando el intercambio
comunicativo no verbal entre aquellos dos. Le daba ganas de dar un golpe
sobre la mesa y reclamar una respuesta clara sobre las extrañas confianzas
que se traían.
—De nada sirven los cursos si no ha ejercido, ¿Qué sucede con la
experiencia práctica?
—Tiene usted razón, señor Sullivan. Bueno, veamos, mientras estudiaba
sus estudios superiores a distancia, la señorita Hawk estuvo especializándose
en las redes sociales, ha sido la community manager de innumerables
celebridades, haciendo prácticas para una reputada agencia de espectáculos
en Londres.
«Con que ahí era donde se había estado metiendo… Con razón no la había
encontrado antes. ¿Habría estado todo este tiempo en Londres?»
—De todas formas, esto no solventa nada —intervino carraspeando
incómodo Patrick—. Ni si quiera ha terminado sus estudios, y a la vista está
de que no es usted una persona en la que se pueda confiar.
—Supondría que diría eso, señor Sullivan —comentó Ethan revolviendo
en una pila de documentos—. Sin embargo, no es la primera vez que alguien
adquiere acciones en esta empresa sin contar todavía con los
correspondientes estudios superiores.
—¡Eso es una falacia!
—¿Ah sí? —sonrió aún más—. Entonces ¿no es menos cierto que el señor
Henderson adquirió sus acciones actuales cuando apenas contaba con la edad
de dieciséis años?
Adam estudió asombrado a Ellie, quien acababa de alzar una comisura de
sus labios ante aquel ataque tan directo hacia su persona. Parecía estar
divirtiéndose con aquella exposición que estaba haciendo el estúpido de
Weiss a su costa. ¿Tanto deseaba vengarse de él?
—Creo que se está extralimitando al opinar sobre ello, pues el señor
Henderson era el heredero en la línea sucesoria de los Henderson.
—Cierto, por eso me remitiré a otro ejemplo mucho más cercano, ¿por qué
la señorita Sullivan adquirió también sus acciones a la misma edad, si
tampoco había terminado sus estudios superiores?
—¡Cómo se atreve!
—El señor Weiss solo señala lo evidente —añadió Ellie elevando un
hombro—. ¿Qué confianza se puede tener en dos adolescentes encabezando
un negocio multimillonario?
¿De dónde había salido aquella complicidad? ¿Habría pasado algo entre
ellos durante este tiempo? Solo de planteárselo se sentía enfurecer.
—Me ofende, señorita Hawk.
Ellie le estudió con seriedad durante un instante y su expresión se
endureció. Eso molestó sobremanera a Adam. ¿Cómo se atrevía a actuar tan
ofendida?
—Hasta donde sé, no estoy aquí para agradarle, señor Henderson.
—Entonces, ¿a qué ha venido?
Necesitaba saberlo, ¿por qué después de tanto tiempo? ¿Por qué así? ¿Qué
tanto había cambiado en realidad? No podía creerse que en apenas dos años
se hubiera convertido en aquella mujer fría y carente de emociones. Al menos
no ella. Tenía que ser un disfraz.
—Tal y como le respondí antes, le invito a averiguarlo por sí mismo.
Si estaba tratando de decirle algo con eso, Adam no lograba desentrañar el
misterio en sus palabras, en las que se podía entrever cierta rabia y rencor.
Por lo tanto, prefirió optar por callarse, aunque se prometió a sí mismo que en
cuanto terminase la reunión se las ingeniaría para hablar con ella en privado.
Al fin y al cabo, ahora se encontraba en su terreno, y al parecer había
regresado voluntariamente.
—No estoy del todo de acuerdo con usted, señorita Hawk —agregó Trixi,
la representante de los accionistas minoritarios, captando su atención—.
Ambos nacieron y se criaron en familias emprendedoras muy prolíficas.
—Concuerdo con Trixi.
Adam le dirigió una mirada de agradecimiento a John Brown.
—Oh, por favor, ¿van a usar el argumento de la sangre azul? ¿No es
nuestro país una república? ¿No debería premiarse el esfuerzo por igual?
—Por favor, señores, ¿de verdad hace falta discutir? los negocios son así.
No desearía que esto se convirtiera en un campo de batalla, sobre todo
teniendo en cuenta que no nos hemos reunido para discutir sobre nuestras
opiniones acerca de la incorporación de la señorita Hawk. Podríamos
aprovechar ahora que estamos todos para ir al tema que nos atañe.
—Correcto, Simon. Bienvenida señorita Hawk, pero tal y como menciona
el señor Weiss, ya nos hemos desviado suficiente.
Adam percibió que Ellie asentía imperceptiblemente, aceptando las
amables palabras de John Brown. Sin embargo, no daba muestras de la
intensidad con la que le hubiera inculpado antes de marcharse. ¿Se estaría
arrepintiendo de haberle acusado en su día? ¿habría cambiado de opinión? No
estaba seguro del todo, pero se aseguraría de averiguarlo.
—¿No deberíamos ir con la votación?
—Ethan.
—¿Qué? Padre, se supone que vinimos aquí para eso.
Estaba claro que aquel idiota había ido a ponerle en la palestra y se estaba
divirtiendo a lo grande, ¿cómo diablos había dado Ethan Weiss con ella? Y
peor aún, lo había hecho antes que él. Adam se había encargado de remover
cielo y tierra por encontrar a su escurridiza exsecretaria y ¿ese estúpido había
estado en contacto con ella todo este tiempo? ¿Por qué? ¿Buscaba joderle?
Se suponía que aquellos dos solo se conocían de una fiesta. De repente, se
percató de que, si habían estado manteniendo el contacto durante aquellos
dos años, solo significaba que… ¿Ellie también lo vendería? No lo creía,
podían haber tenido sus diferencias, más si de algo estaba convencido era de
que ella jamás iría contra sus intereses.
—¿Estás seguro de que quieres realizar esta votación, Patrick?
—Oh, vamos, Noah. Nada de esto es personal, ya has visto las gráficas, ha
sido un auténtico desastre durante el último año. No puedo arriesgarme a que
mi dinero invertido sea manejado por alguien con tanta carencia de aptitudes.
—¿Aptitudes? Es cierto que mi hijo lleva errando una temporada, y no es
algo de lo que me sienta orgulloso de reconocer, pero aptitudes tiene de
sobra.
—Exacto, en esto Noah tiene razón, Patrick. Creo que eso es de ir
demasiado lejos, Adam puede ser joven, pero es talentoso en los negocios.
—Eso podría ser en el pasado, John, ahora no parece el mismo, algo ha
cambiado en él, y yo debo velar por los intereses de mi familia.
Al escuchar aquellas palabras tan contundentes pronunciadas con la
ignorancia de alguien que no sabe la crudeza detrás de la vida privada de otra
persona, Adam notó que Ellie parpadeaba ligeramente, y sus miradas
colisionaron durante unos breves momentos.
—Todos velamos por los intereses de nuestras familias, señor Sullivan —
agregó Simon—. Sin embargo, esto es excesivo.
Antes de que pudiera retirarle su atención como venía haciendo desde que
se internase en la sala, decidió tomar las riendas de la situación.
Sosteniéndole aún la atención, Adam se aseguró de que todos los presentes
pudieran escucharle.
—¿Quién no ha tenido rachas malas, alguna vez? No debe preocuparse,
señor Sullivan, le aseguro que de ahora en adelante estaré mucho más
concentrado en mi trabajo.
—¿Es que acaso no podemos darle una oportunidad?
—No cuando hablamos de dinero.
—Por si todavía no le ha quedado claro, todos nosotros estamos
invirtiendo en la empresa, señor Sullivan.
—Algunos más que otros.
La señorita Hawk contempló con hastío al padre de Sasha, y Adam notó
desde la lejanía que pese a la expresión desenfadada que deseaba transmitir,
cada uno de sus músculos volvía a ponerse en tensión. Reconocía a la
perfección esa tensión, ya que en el pasado él mismo había despertado una
similar en ellos, aunque por razones muy distintas a las actuales.
—Esto no es ningún juego, Adam —susurró su padre, aprovechando que
Simon y Patrick debatían entre ellos—. Esta gente ha invertido millones de
dólares en nuestra empresa, lo mejor que puedes hacer ahora es pedir
disculpas por el trato.
—Le aseguro padre, que ahora mismo no estoy jugando.
—Hasta hace bien poco no te importaba la situación. De hecho, estabas
muy ocioso con el móvil, ¿y ahora sí? ¿qué es lo que ha cambiado?
—Digamos que ahora tengo un motivo por el que replantearme mis
circunstancias.
—¿Cuál?
Noah meditó durante un instante y tras contemplar a los presentes, pareció
dar con la clave.
—No será…
Adam no estaba dispuesto a permitir que aquella conversación, que en
principio debía de ser privada, se extendiera por más tiempo así que,
contrario a todas las enseñanzas de su madre, cortó a su progenitor.
—No se preocupe por mí, padre, le aseguro que me las ingeniaré bien para
salir de esta.
—Adam…
Adam contempló la escena que seguía desarrollándose en la estancia. La
discusión entre Simon Weiss y Patrick Sullivan había alcanzado cotas tan
altas, que nadie había reparado en la conversación mantenida entre padre e
hijo, sino que mientras que el señor Brown trataba de ejercer de mediador
entre aquellos dos, Trixi parecía encontrarse meditando acerca de los
argumentos que se lanzaban el uno al otro. No obstante, la señorita Hawk y
Weiss junior parecían muy divertidos observando el intercambio
comunicativo, al tiempo que Sasha se limitaba a dirigirle miradas de
animadversión a la primera.
—Señores, señores… —añadió John Brown—. Estoy seguro de que
podemos llegar a una conclusión entre todos sin alterarnos tanto.
—¡No se puede hablar con él!
—Señor Sullivan, con el debido respeto, pero es usted con quien no se
puede debatir. Por si no lo ha visto, llevo un rato argumentándole con toda la
tranquilidad del mundo.
—Me da igual cómo trate de defenderlo, Weiss, remitámonos a los
hechos, por favor, y tomemos conciencia de una vez por todas de que nos
encontramos ante unos hechos cuya gravedad excede sobremanera a
cualquier altercado en el pasado.
—Patrick, por favor, comprendo que parte de tu frustración proviene de la
delicada situación entre los chicos.
El señor Sullivan estudió con ira contenida a Simon, mientras que Sasha
se limitaba a soltar un gritito sorprendido. Ellie y Ethan estaban pasándoselo
en grande. Sin embargo, ante la mención de la relación entre él y su antigua
pareja, Adam notó que la media sonrisa de suficiencia de la joven se tensaba
aún más.
—¡No, John! Esto no tiene nada que ver con el ámbito personal, el señor
Henderson lleva dos años presentándose a trabajar cuando a él le viene en
gana.
—No exagere —arguyó Simon—. Eso solo sucedió durante el primer año.
—¡No estoy exagerando! No es la primera vez que ha dejado tirada a
Sasha cuando estaban a punto de cerrar un contrato. Por no mencionar la
ocasión en la que se presentó borracho en la oficina, ¿o es que nadie pensaba
hacer alusión a ese bochornoso espectáculo? Porque creía que estábamos
tratando con profesionales, no con personas que aún no han madurado lo
suficiente para tomarse su trabajo con la seriedad que se estima oportuna.
Aquello suponía un ataque directo contra Adam y lo cierto era que
tampoco podía culparle de achacarle dichas palabras. Nada de lo que estaba
diciendo era mentira. ¿Había llegado tarde a trabajar? Incontables veces.
Desde que estallase la verdad, se había estado escaqueando de sus
responsabilidades para con la empresa, y, respecto a la borrachera que se
cogió a fin de año, bueno, habría preferido que no se lo hubiera señalado
delante de todos, y mucho menos, frente a ella.
Durante todo el discurso del señor Sullivan, Adam apenas había logrado
sostenerle la mirada a Ellie, quien parecía haber pasado de la diversión a la
sorpresa, y de ahí a una seriedad abrumadora. En cuanto le había dirigido su
atención, Adam se había concentrado en contemplarse las uñas, fascinado.
No obstante, con esa última frase demoledora, y pese a que su puesto
pendiese de un hilo o más en concreto de aquella reunión, hasta la fecha
seguía siendo el CEO de Henderson, y aquel tipo, quien no le cabía ninguna
duda, estaba montando aquella escena por el rencor absurdo que sentía hacía
su relación fallida con su hija, seguía sacando sus trapos sucios delante de
todos.
Su padre tenía razón, tenía que enfrentarse a la realidad. Ya se había
dejado distraer suficiente con la entrada de Ellie en la ecuación, era hora de
meterse en su rol y asumir sus responsabilidades.
—Creo…
—Basta de discusiones.
Ni si quiera fue necesario alzar la voz, incluso Simon, que estaba tratando
de rebatirle, se calló y todas las cabezas se giraron hacia él como un resorte,
mostrando distintos tipos de expresiones. En otro momento en el que su vida
privada no hubiera sido expuesta con esa acritud, le hubiera parecido
divertido, pero debía conferirle la seriedad que aquella reunión ameritaba. El
silencio volvió a instaurarse en la sala y Adam se mentalizó para lo que
vendría a continuación.
—Creo que, en las circunstancias en las que me encuentro, es imposible
negar que mi gestión se pueda caracterizar de cierta precariedad. Sin
embargo, aparte del CEO de esta empresa, considero que soy humano
también y puedo errar en algunos aspectos de mi vida privada —al
pronunciar aquellas palabras miró a Ellie, quien alzó una ceja—. Y es cierto
que eso ha terminado afectando de alguna manera a nuestro negocio, hecho
del cual me avergüenzo profusamente. Solo por eso, accedo a la puesta en
práctica de la votación sobre mi papel para con la empresa.
Ante aquellas palabras, los murmullos no tardaron en incrementarse por
toda la sala. Ahí estaba, acababa de encomendarse a la escasa probabilidad
que suponía su futuro al mandato de la empresa familiar.
—Bueno, entonces ¿podemos ir ya de una vez con la votación?
—Vaya, señor Sullivan, me conmueve lo evidente que resulta.
—¿Quién trata de ser evidente, niño?
—La verdad es que pareciera que está deseando quitarse de en medio al
señor Henderson.
Adam no podía creer que Ethan Weiss acabase de pronunciar esas
palabras, ¿desde cuándo ese tipo estaba dispuesto a defenderle? Bueno, o lo
que fuera que tratase de ser ese precario intento.
—¡Ethan!
—¿Qué?
—Ah, pero estoy de acuerdo con Ethan, Simon. Hasta la reina de
Inglaterra fue más discreta a la hora de cargarse a Lady Di.
—¡Ellie! Esos hechos no se probaron.
—Bueno, es de conocimiento común.
—¿Acaba de dar a entender que quiero matar al señor Henderson?
Adam tuvo que esforzarse por no soltar una carcajada ante la expresión de
incredulidad del padre de Sasha o del horror del resto de los accionistas. De
todas formas, no podía juzgarles por ello, aquella mujer tenía un don para
realizar comparaciones extravagantes en momentos críticos.
—Nada más lejos de la realidad —repuso con una sonrisa—. Solo fue un
comentario al uso.
—¡No lo parecía!
—Volvamos al tema que nos compete.
El resto de los integrantes de la sala, se giraron a mirar con atención a
Noah Henderson, a excepción de la señorita Hawk, que se concentró en
Adam.
—Iniciemos con la votación.
Lucy Martin, la última secretaria del señor Henderson, tecleó con rapidez
en su portátil, registrando las nuevas noticias. Pese a su expresión
impenetrable, sabía que aquello era muy malo, su jefe estaba en graves
problemas. Apenas llevaba trabajando para él cuatro escasos meses, pero
estaba segura de que sus antecesoras no tenían en alta estima a aquel hombre,
como bien le había comunicado la señorita Preston, anterior secretaria, quien
había terminado renunciando. Lucy encontraba satisfactorio trabajar para
aquel hombre excéntrico, pese a su peculiar carácter cerrado.
No era una persona que fuera proclive a creer en los rumores acerca de sus
superiores, a pesar incluso de que el señor Sullivan los acabase de exponer
delante de todos los accionistas.
Sin embargo, el hecho de que el señor Henderson lo reconociera en
persona, sí le había sorprendido, porque, aunque hubieran sido ciertos, Lucy
consideraba que había sido un error reconocerlos delante del resto de
accionistas. El solo hecho de hacerlo, les daba una baza más que suficiente
para hundirle sin consideración. De hecho, estaba bastante segura de que más
de uno de aquellos hombres y mujeres deseaban hacerlo sin piedad. Debido a
esto, no lograba comprender que les diera los motivos para poner en práctica
su destitución.
Desde que entrase a trabajar para Adam Henderson, siempre le había
parecido un hombre que dejaba todo para el último momento, lo cual
implicaba que ella cargase con la mayor parte del trabajo. No es como si eso
le hubiera importado, pues estaba acostumbrada a tratar con jefes mucho
peores, pero descubrir que no siempre había sido así, le hacía preguntarse el
motivo por el que habría cambiado tanto.
Cuestiones aparte, su jefe estaba jodido, necesitaba sumar más del
cincuenta por ciento para poder permanecer en su puesto. Según había
estudiado la repartición de acciones, el señor Henderson y su padre contaban
con el cuarenta por ciento de las acciones, mientras que el señor Sullivan y
Brown poseían cada uno el quince por ciento, la señorita Hawk un once por
ciento, la señora O’Kelly, un diez por ciento y el señor Weiss un nueve por
ciento.
—Se votará en orden de antigüedad —explicó su padre—. Empezaré yo,
votaré en representación a mi hijo.
—¿Puedo hacer yo la pregunta?
—Ethan, compórtate.
—¿Qué? Padre, este siempre ha sido mi sueño.
—No digas idioteces, esto es algo serio.
—Está bien, Simon. Deja al muchacho que me haga la pregunta, si así lo
desea.
Adam puso los ojos en blanco al ver la sonrisa que Ellie le dirigía a Ethan.
Ese idiota siempre tenía que llamar la atención allá donde fuera.
—¿A favor o en contra de la destitución del señor Henderson como CEO?
—En contra. Sigue el señor Brown —retomó el rol de mediador—. ¿A
favor o en contra?
Adam observó al padre de Luke y tragó saliva. Estaba seguro de que
votaría en contra, y con aquello ya tendría la mayoría. No obstante, no podía
confiarse, las palabras de Ellie aún resonaban en su mente. El hombre le miró
con compasión.
—Adam, lo siento mucho, nada de esto es personal, pero es cierto que las
estadísticas están ahí —murmuró arrepentido—. A favor.
La expresión de incredulidad de Adam hizo que el padre de Sasha sonriese
con satisfacción. Aunque entendiera los motivos para votar a favor de su
destitución, no podía evitar sentirse traicionado. Buscó la mirada de la
señorita Hawk a través de la mesa y entrecerró los ojos al constatar que en las
facciones de esta última se podía leer con total claridad un «te lo dije».
«Bueno, diablos, hay una gran diferencia entre votar a favor y estar detrás
del sabotaje a los hoteles. Eso también le hubiera perjudicado a él, e incluso
su propio hijo había estado envuelto en la maldita investigación. Debe de
haberse equivocado».
—Buena decisión, John.
—Nadie puede hablar en el proceso de votación a menos que no se le haya
cedido el turno de palabra, señor Sullivan. Se lo recuerdo para posibles
intervenciones fuera de su turno —reprendió Noah—. Continuemos con
ustedes. ¿Señores Sullivan?
—A favor.
Bueno, aquello no sorprendía a Adam. La familia Sullivan había dejado
claro con su actitud que le querían fuera. Sin embargo, entre ambos ya
sumaban un treinta por ciento frente a su cuarenta por ciento.
—¿Señora O’Kelly? ¿A favor o en contra?
Trixi pareció pensárselo un poco y estudió a Adam con recelo contenido.
Parecía que la más indecisa de la reunión había tomado una decisión en base
a los detalles aportados por el señor Sullivan.
—A favor.
Estupendo, ahora sí o sí, estaban empate. Adam contempló a Simon, sabía
que sería el siguiente en votar. Este había sido el único que se había
posicionado a su favor durante toda la reunión, así que su voto estaría
asegurado, ¿no?
—Señor Weiss, ¿a favor o en contra?
—En contra.
Cuarenta y nueve contra cuarenta por ciento. Tenía que sumar más del
cincuenta, así que aquella encrucijada quedaba a cargo del once por ciento de
la señorita Hawk, pero ¿qué sería lo que votaría esa mujer? Adam contuvo el
aliento. Si lo analizaba con detenimiento, la joven sentía el suficiente rencor
hacia él como para hundirle, aunque quizás con un poco de suerte quedase
algo de ese cariño compartido en el fondo de su corazón.
La cuestión sería ¿qué pesaría más? No estaba seguro, porque en la
actualidad, Ellie Hawk resultaba un auténtico misterio para él. Solo de
pensarlo su pulso se desbocaba.
—Para finalizar, nuestra última incorporación, señorita Hawk. ¿A favor o
en contra de la destitución del señor Henderson?
El resto de los accionistas se giraron hacia ella expectantes. Una sonrisa
satisfactoria se extendió por las facciones de Ellie, y esta cruzó ambas manos,
recostándose contra la silla. Adam notó que le daba un vuelco al corazón ante
las posibles siguientes palabras que pudieran salir de su boca.
—Vaya, vaya, así que ahora le tengo entre mis manos, señor Henderson.
Muy interesante. Veamos… ¿qué es lo que debería votar?
Adam empalideció. Ella tenía razón, todo su futuro se encontraba bajo el
poder de la decisión de aquella desfachatada.
CAPÍTULO 5
«En ocasiones me descubro dibujando un corazón con nuestras iniciales en su
interior, como si hubiera regresado de nuevo a mi adolescencia. ¿El
problema? En ese periodo hormonal, yo no cometía este tipo de estupideces
bobaliconas»
A.H
Diversas investigaciones aseveran que la ejecución de una venganza
retribuye en el individuo que la practica una satisfacción plena, activando
regiones cerebrales relacionadas con los procesos de recompensas. Los
individuos sienten placer ante la posibilidad de contradecir las reglas sociales
o, en el caso de Ellie Hawk, ante la oportunidad de poder aplicarla.
Henderson estaba tragando saliva, visiblemente turbado. Creía que le
dejaría caer, ya la había vuelto a juzgar de nuevo. Sin duda, era lo que se
esperaba, el tipejo no había cambiado nada. Eso la enfureció, y tensó aún más
la sonrisa. Hubo una época en la que Ellie creyó haber llegado a
comprenderle, un tiempo en el que pensó que aquel hombre era mucho más
de lo que aparentaba a primera vista. Aunque también había creído que la
situación sería bidireccional y él podría llegar a entenderla. Nada de eso había
sucedido y el uno al otro habían terminado haciéndose más daño del que ella
hubiera esperado al embarcarse con él en aquel viaje.
No obstante, Ellie podía guardarle rencor —y de verdad lo hacía— pero a
pesar de que se sentía tentada a darle un escarmiento, recordó que estaba allí
con un objetivo claro en mente. Tenía que enfocarse.
—¿Señorita Hawk? ¿A favor o en contra?
Ellie dirigió una mirada hacia Ethan, que la contemplaba expectante,
esperando escuchar su valoración. Cruzó las manos y se apoyó
despreocupada contra su asiento. Sabía que todos la estaban juzgando, podía
notarlo en sus diferentes expresiones. La gran mayor parte de los presentes
creían que no era suficiente para ocupar aquel cargo.
«Pues que os den, vais a tener que soportarme. Esto no acaba más que
empezar».
Con una sonrisa lobuna, se enfocó en cada uno de los presentes, evitando a
Adam. No deseaba tratar con él, no le apetecía tener que rememorar un
pasado en el que había puesto tanto empeño por olvidar.
—Quiero proponer algo a la junta.
Los murmullos se incrementaron y varias voces se alzaron en un grito de
indignación.
—Pero ¿qué dice esta?
—Esto es el colmo, por eso no dejamos entrar a la gente de la calle a una
reunión de esta envergadura, ¿acaso cree que esto es un juego?
Ellie se aguantó las ganas de mandarle a la mierda, con mucha clase eso sí.
No le hacía falta ningún estudio de campo que atestiguarse que todos eran
unos pomposos clasistas.
—Yo no creo ni dejo de creer nada, señor Sullivan.
—Estamos en un momento de votación, señorita Hawk. Las cosas no se
hacen así.
En esta ocasión se dirigió al padre de Adam, quien la contemplaba con el
ceño fruncido. En un pasado aquello le habría hecho gracia, el idiota había
heredado el ceño de pez amargado de su padre. Noah Henderson debía creer
que estaba tratando de arruinar a su hijo, y aunque le importaba más bien
poco lo que pensara aquel hombre, no podían interrumpirla, por lo que tenía
que seguir adelante.
—Sé que no están conformes con mi presencia en la empresa, ya me ha
quedado claro.
—Entonces, ¿por qué no se va?
—Pues por una razón muy sencilla, señor Sullivan.
—Ilumínenos.
—Porque no me da la real gana, ¿le satisface mi respuesta?
Ellie pudo observar las facciones del señor Sullivan alterarse y a Sasha
fulminarla con la mirada.
—¿Cómo se atreve? ¡Es usted una irrespetuosa!
—Ya está bien, Patrick —moderó Noah—. Señorita Hawk.
—¿Sí, señor Henderson?
—¿Por qué cree que deberíamos escuchar su propuesta?
—Porque en el pasado trabajé en esta empresa.
—Sí, y no terminó bien.
—No está dándose cuenta por dónde quiero ir.
—Entonces sea más explícita.
—Está bien. Veamos, esto es un negocio familiar, ha pasado por tres
generaciones.
—¿A dónde quiere ir a parar?
—Trataré de usar una de las expresiones que acaba de lanzarme el señor
Sullivan con tanta amabilidad. ¿Cuántos de ustedes provienen de la “calle”?
Todos los asistentes se miraron unos a otros dudosos con la cuestión
planteada.
—A eso me refiero.
—¿Podría ser más exacta?
Ellie se dirigió hacia Trixie, la representante de los accionistas
minoritarios e hija de un exsenador, quien también se encontraba perdida. La
había estudiado, ni si quiera ella, que se suponía representaba a una porción
de los empleados que habían podido adquirir unas acciones más bien escasas,
había doblado el lomo en su vida. Al enterarse, había sentido verdadera
indignación de que alguien así ostentara tal cargo. ¿Estarían al tanto si quiera
sus representados?
—Claro que sí, ¿cuántos de ustedes no han nacido ricos? ¿cuántos han
heredado una empresa o acciones por parte de algún familiar?
Sabía la respuesta de antemano, y su sonrisa se acentuó en cuanto solo dos
personas alzaron la mano. Simon y ella.
—El problema de esto, es que cuando empiezas desde abajo, tratas de
actualizarte constantemente, porque sabes lo que cuesta llegar hasta dónde
estás.
—¿Está insultándonos?
—No, mucho peor, está queriendo decir que no hemos hecho nada para
ganarnos esta silla.
—No me refiero a eso.
—¿Entonces?
—Lo que quiero decir es que cuando el negocio ya está creado y, más aún,
si proviene de una herencia familiar, se tiende a seguir un modelo más
tradicionalista. Muchas veces, prefieres no tomar grandes riesgos para no
perder capital. De hecho, la propuesta de destitución del señor Henderson,
podría resultar un claro ejemplo de ello.
—Sí tomamos riesgos, señorita Hawk, estamos en continua formación.
—No podemos lanzarnos tampoco a la aventura, las decisiones deben ser
tomadas con cabeza.
—Si eso es cierto, señor Brown, entonces, ¿por qué están planteándose
echar al CEO de la empresa con tanta rapidez?
—¿Cómo se atreve a hablarle así?
—Patrick, cálmate, no pasa nada.
—Solo les pido que me vean como su viento fresco, ese que viene de “la
calle” a mostrarles las cosas desde otra perspectiva. De todas formas, a menos
que tengan alguna rencilla personal contra el señor Henderson, no perderán
nada con ello, ¿cierto?
Ellie sintió la mirada penetrante de Adam posada en ella. Lo último que
deseaba era que aquel idiota se equivocase con aquello. No deseaba verle ni
en pintura. Por lo tanto, prefirió centrarse en su padre, que parecía haber
cambiado su actitud hacia ella y ahora la contemplaba con curiosidad.
—¿Qué es lo que propone, señorita Hawk?
—¡Noah! ¿No pensarás realmente en escucharla?
—¿Y por qué no lo haría? Es la primera que ha propuesto una situación
alternativa. Lo mínimo que podríamos hacer sería oírla.
—Gracias, Simon.
—Tú la has metido en esto, ¿cierto? ¿Qué es lo que estás planeando,
Weiss?
—No sé de qué me hablas, Sullivan. La señorita Hawk ha comprado las
acciones de forma lícita.
—¿Con qué dinero?
—¿Podríamos dejar a un lado las teorías conspirativas y escuchar la
propuesta de la señorita Hawk?
—Estoy de acuerdo con Noah, adelante Ellie.
—Gracias. Veamos, creo que sacar al señor Henderson sería demasiado
precipitado. Supondría riesgos de cara a un futuro. Si tomamos la decisión de
cambiar al CEO ahora, es probable que genere inseguridad en la bolsa.
—Entonces, ¿qué sugiere que hagamos?
—Entiendo que la mayoría ya ha votado, así que podríamos mantener sus
votos tal y como están. Sin embargo, como es el mío el que cambiará la
decisión, propongo que se le proporcione al señor Henderson una última
oportunidad para redimirse.
Al escuchar aquello, Adam sintió que su corazón se aceleraba. Al
principio había dudado de ella, ¿y cómo no hacerlo? Le había engañado en el
pasado, en realidad no tenía ninguna obligación de votar en contra. No
obstante, y a pesar de que había mencionado la posible situación financiera
que entrañaría su destitución, él prefería quedarse con la idea de base.
Ellie le estaba defendiendo, incluso sintiendo animadversión hacia su
persona. Adam notó renacer sus esperanzas de que aquello tuviera alguna
solución.
—La bolsa no caería tanto si decide votar a favor, ¿cuál es su verdadera
intención detrás de todo esto? Sé por mi hija que mantuvo una relación
personal con el señor Henderson.
Los murmullos sorprendidos se esparcieron por toda la sala ante la
revelación ácida del señor Sullivan. Ellie no pareció inmutarse.
—Lo cierto es que, cuando me desperté esta mañana, creía que vendría a
una reunión de accionistas seria, no a un patio de vecinas en el que poder
debatir sobre las cuitas amorosas del resto del vecindario. ¿Pretende
sonsacarme si me acosté con el señor Henderson, señor Sullivan?
Adam casi se sintió atragantar con agua que estaba bebiendo, al escuchar
aquella pregunta tan directa, y lo mismo parecía ocurrir con Patrick Sullivan,
que parecía no saber dónde meterse.
De repente, las imágenes de su pasado en común en París le volvieron a
asaltar como venían haciendo en sus noches solitarias desde hacía dos años y
Adam sintió un escalofrío, recordando el olor característico de la muchacha.
Tendría que acercarse en cuanto aquella pantomima de reunión terminase,
para constatar que este no había cambiado. Esperaba que siguiera oliendo, y
Dios lo quisiera, sabiendo a un algodón de azúcar.
«Ah, por supuesto que nos hemos acostado con ella, y volveremos a
hacerlo, si este idiota no vuelve a cagarla por segunda vez. Por su culpa,
estuve durmiendo dos años, ¿sabéis lo que es eso? ¿eh? ¡Mi existencia casi
desaparece!» Se quejó Deseo.
«¿Crees que a alguien le hubiera molestado? Solo eres un incordio»
«Me importa un comino, Razón, brillo por mí mismo. Tú estás amargado
y no eres capaz de ver la situación»
«Oh, nos engañó, mejor dormidle de nuevo»
—Solo es una broma, señor Sullivan —sonrió Ellie—. De todos modos,
no tenía la menor intención de revelarle tal información. Solo aporto la
opción que de verdad pienso que retribuirá mayores beneficios a la empresa.
Y si se lo está preguntando, no tengo trato de favor, de hecho, el señor
Henderson me resulta indiferente.
Adam estudió cada una de sus facciones, valorando la sinceridad que
escondían aquellas palabras. No podía ir en serio. No, después de haberla
visto rehuir su mirada de forma consciente, incluso ahora parecía tratar de
evitarle. Sabía cuándo alguien le daba igual a la señorita Hawk y, a menos
que hubiera cambiado tanto durante aquellos dos años, como parecía querer
aparentar, él no lo hacía. Todo lo contrario, seguía afectándola del mismo
modo en que su presencia había alterado su mundo interior.
Solo debía encontrar el momento perfecto para pillarla por sorpresa y
demostrarse a ambos que toda aquella frase eran meras patrañas.
—¿En qué consistiría esa oportunidad?
Su repentina intervención produjo que todas las miradas se centrasen en él.
Sabía que la gran mayoría no le deseaba en el puesto, pero si lo que sea que
propusiera Ellie, le servía para hacerles cambiar de parecer, bien valdría la
pena intentarlo.
—Veamos, ¿recuerda el hotel de las Vegas?
—Por supuesto.
—Bueno, el último año nos ha salido un competidor nuevo, los de la
cadena Star, por lo que los registros se han mantenido. La primera parte de
mi propuesta es que usted se haga responsable de duplicar los ingresos de ese
hotel.
—¿La primera parte?
—Correcto. No tengo la intención de ponérselo tan sencillo, señor
Henderson. Mi voto cuesta mucho, y confianza es algo que en la actualidad
no tengo hacia usted.
La respuesta tajante de Ellie, le molestó. ¿Cómo se atrevía a hablar de
confianza habiendo sido ella la que le había engañado? Aquello sí que le
enfurecía. No obstante, su futuro dependía de la decisión de aquella mujer, y
no le quedaba más remedio que tragarse el comentario mordaz que pugnaba
por escapar de su garganta. Estudiándola con intensidad, planteó la pregunta
que se esperaba de él.
—¿En qué consiste la segunda parte?
—Deberá conseguir cerrar el acuerdo tras el que llevamos tres años.
—¿El del magnate de la petrolífera en los emiratos?
—Ese mismo, señor Brown.
Noah asintió satisfecho y puso de manifiesto lo que cada uno de ellos
pensaban.
—Sí, eso sin duda nos reportaría millones de dólares.
—Exacto. Si el señor Henderson consigue ambos objetivos, compensará
los errores, e incluso, hablando desde un plano estadístico, podrá retribuir
grandes ganancias, previniendo las posibles pérdidas que antes mencionaba el
señor Sullivan.
—¿Y qué ocurrirá si no lo consigo?
—En caso contrario, no me quedará más remedio que votar a favor de su
destitución inmediata.
—Pero entonces, la decisión estará en sus propias manos y no habrá
servido de nada esta votación.
—La última palabra la tendré yo, Trixi, aunque si lo quiere ver así, estaría
en lo correcto. Por supuesto, todo esto estará respaldado por un seguimiento
personalizado.
—¿A qué se refiere?
—Yo valoraré de forma personal que el señor Henderson cumpla con
todos los estándares que se esperan de él. Solo entonces me decantaré por una
de las dos opciones.
No le molestaba que ella fuera a hacerle una evaluación personalizada.
Quizás si la situación se terciaba pudieran personalizar aún más sus
intercambios.
—¿Tiene la intención de examinarme, señorita Hawk?
—Al igual que se haría con un infante, señor Henderson. Espero que sepa
estar a la altura.
«No me trate como a un infante» «No soy ningún niño»
Aquellas habían sido las palabras que Adam le hubiera reprochado en el
pasado, cada vez que le daba por actuar de forma excéntrica y, en cada una,
ella siempre había negado que ese fuera su objetivo. Ahora la señorita Hawk
se las devolvía y Adam entendió la referencia. Tras dos años sin saber nada
de ella, quería transmitirle que le veía como a un crío. Percatarse del
significado que subyacía en esas palabras, le crispó los nervios.
—Siempre lo estoy.
—Permítame dudarlo.
—¿Qué insinúa exactamente?
—Nada.
En el pasado habría puesto una sonrisa falsa para hacerse la inocente, una
sonrisa que le habría enfadado innumerables veces al creer que se estaba
riendo de él. Sin embargo, en la actualidad solo le devolvía una expresión
indescifrable. Esa mínima diferencia bastó para ablandarle.
Extrañaba esa maldita sonrisa. Echaba de menos que tuviera la confianza
necesaria para provocarle incluso estando rodeados de gente. Ahora todo
parecía haber cambiado, y Adam se resistía a aceptar dicha metamorfosis. Era
cuanto menos absurdo.
—¿De verdad estáis de acuerdo con esta situación? —graznó el señor
Sullivan—. El tiempo de votar es ahora. ¿Qué es eso de congelar nuestros
votos?
—No es mala idea, la verdad.
—¿Cómo puedes decir eso, Trixi?
—Se trata de una cuestión económica, Patrick. La señorita Hawk tiene
parte de razón, pese a que todavía mantengo mi postura a favor de su
destitución, es muy posible que termine afectando a la bolsa. Mi propio voto
está realizado en base a la inseguridad, ¿cree que mis representados no se
sentirán igual de indecisos se cambie o no? Sus puestos de trabajo dependen
de esta decisión. Quiero ver si el señor Henderson es capaz de remontar la
situación.
—Sí, estoy de acuerdo con Trixi, creo que es una buena oportunidad para
que Adam demuestre su capacidad de liderazgo.
—¿Tú también, Phill?
Adam sonrió, al menos el padre de Luke parecía haber reconsiderado las
circunstancias. En ese instante y, bajo la sorpresa de Adam, Sasha llamó la
atención de Patrick.
—Padre.
—¿Sí?
—Creo que lo más prudente en esta situación sería que veamos qué es lo
que puede hacer el señor Henderson.
—Sasha, ¿estás segura?
—Sí. De cualquier forma, es cierto que esa mujer tiene la última palabra.
Ya hemos hecho lo que pudimos. Vamos a esperar.
El señor Sullivan pareció dudar durante unos instantes, hasta que vio algo
reflejado en la mirada de su hija, que le hizo tomar asiento y quedarse callado
durante el resto de la reunión.
Adam sabía que no estaba conforme y que aprovecharía cualquier
oportunidad para echarle, pero de momento había logrado hacerle recular.
Bueno, en realidad él no había conseguido eso. Todo se debía a la señorita
Hawk, quien parecía haber conseguido convencer de momento a una junta
algo escéptica.
—Creo que iremos con su plan, señorita Hawk.
—Perfecto. Entonces, solo me quedaría añadir que su periodo de prueba,
señor Henderson, tendrá un carácter inmediato.
Periodo de prueba. Acababa de pronunciar las palabras mágicas. Era un
jodido periodo de prueba, justo lo mismo que él le había dicho cuando
empezó a trabajar como su secretaria, así que al final sí que iba a ser una
venganza.
—Está bien, ¿cuándo nos vamos?
—¿No es obvio señor Henderson? Mañana.
***
El ambiente que reinaba en la sala cuando terminó la reunión, no resultaba
demasiado alentador para Adam. Personas como, Trixi, que acababa de votar
a favor de su destitución, se le acercó para entablar una conversación.
—Señor Henderson.
Poco le importaba lo que le tuviera que decir aquella mujer, y más cuando
Ellie estaba levantándose para reunirse con Ethan, quien no tardó en darle la
mano. Adam no podía permitirlo, tenía que librarse de Trixi cuanto antes.
—¿Sí?
—Sé lo que le ha supuesto mi voto, pero lo que dije antes es real, de
verdad espero que usted pueda conseguirlo y solucionemos todos estos
problemas innecesarios.
Solo una palabra se le vino a la cabeza ante aquella escena: hipocresía. Se
había pasado la vida lidiando con elementos que acabarían mostrándole una
doble cara. En realidad, existía muy poca lealtad en su mundo. En ese
momento, se percató de que la señorita Hawk le estaba mirando desde el otro
lado de la sala.
Ella no le había traicionado. Le había mentido, sí, y tenía la intención de
descubrir el motivo tras el cual había tomado aquella decisión, pero ahí se
encontraba de nuevo, tratando de salvarle el culo. No la comprendía del todo,
más se aseguraría de hacerlo.
Ya estaba de pie, dispuesta a largarse. Si perdía más tiempo con
conversaciones absurdas, perdería la oportunidad de hablar con ella en
privado.
—Bueno, gracias por sus palabras de aliento, Trixi.
En otro momento, le hubiera contestado mucho más seco, pero ahora se
encontraba desesperado por librarse de ella.
—Lo cierto es que, salvo estos dos últimos años, el resto ha sido un
presidente excepcional. Solo por eso creo que lo hará bien.
—Sí.
En ese instante, Ellie se marchó de la sala siendo flanqueada por Ethan.
Ninguno se esforzó en hablar con nadie, mientras los demás mantenían
conversaciones entre ellos. Aquello supuso suficiente ánimo para Adam.
Tendría que encontrar una manera para quitarse de encima al idiota de Weiss.
Aunque primero, empezaría con la persona que se interponía entre él y su
camino hacia la salida.
—Disculpa Trixi, pero tengo una reunión urgente.
—Oh, claro, adelante.
Adam trató de aparentar normalidad mientras atravesaba la sala de la junta
hacia la puerta. Aliviado por no haber sido asediado por nadie, salió y
continuó andando por el pasillo. Tenía que encontrarla, había desaparecido
por arte de magia de su vida hacía dos años, y a pesar de que la vería al día
siguiente, debía hablar con ella cuanto antes.
¿Qué tenía aquella mujer con las desapariciones? Se estaba volviendo una
experta en eludirle. No había pasado demasiado tiempo desde que se
marchase, así que resultaba imposible que se hubiera ido muy lejos. Tendría
que estar por allí.
Giró en una esquina y se la encontró, acompañada de Ethan, al lado de los
ascensores. El corazón le dio un vuelco al constatar que ese había sido el
mismo lugar en el que hubieran tenido su última conversación.
La joven estaba de espaldas a él, demasiado ocupada riéndose con Ethan
de algo que este le estuviera diciendo. Aquello le molestó, y no por poder
tener la oportunidad de verla riendo de nuevo, Dios, de verdad había
extrañado escuchar esa risa, no, lo que le alteraba era que lo hiciera con ese
idiota de Weiss.
Sin embargo, aprovechó el momento en el que todavía no habían reparado
en su presencia para contemplarla con detenimiento.
«Dios santo, sigue teniendo un culo estupendo. Con ese vestido negro no
puedo verlo bien, pero hay una alta posibilidad de que incluso le haya
mejorado»
Adam se percató de que, a pesar de haber perdido un poco de peso, Ellie
seguía siendo de constitución grande. La única diferencia residía en que sus
curvas se habían acentuado, y las piernas se habían torneado un poco más.
Allí, de espaldas, se la podía imaginar a la perfección, girándose hacia él y
destinándole una de sus sonrisas plenas.
Ethan, quien fue el primero en percatarse de su proximidad, le hizo una
señal silenciosa a Ellie, alertándole de que no estaban solos. Adam observó
que ella se daba la vuelta y, para su horror, la muchacha no tenía ninguna
sonrisa. Todo lo contrario, un ceño fruncido y una mueca hastiada fueron
todo el saludo que recibió por su parte. Esos labios que ahora arrugaba,
disgustada, le habían dado los besos más dulces de toda su maldita vida.
No podía precipitarse con ella, pero ¿qué diablos se decían en esos casos?
«Hola» sonaba demasiado extraño.
Estaba preciosa, como siempre. Parecía haber aprendido a maquillarse y
ya no llevaba ese moño horroroso. Su cabello, que se había dejado crecer, y
que ahora le llegaba hasta la mitad de la espalda, caía en ondas relajadas por
esta. Algo se había tenido que hacer en él, porque poseía un color chocolate
más intenso que cuando la conociera y que acentuaba la tonalidad de sus
ojos, que parecían más claros, como si fueran auténtica miel.
¿Había dicho preciosa? No, era un idiota, estaba radiante, despampanante
y… distante. Con los brazos entrecruzados, parecía muy alejada de la actitud
cálida que siempre le había demostrado.
—¿Desea algo, señor Henderson?
—Sí.
—Si tiene algún problema con mi representada, podemos hablarlo en otro
momento, Henderson. Ahora tenemos un poco de prisa.
¿Aquel idiota de Weiss se atrevía a pasarle el brazo por la cintura delante
de sus malditas narices?
—¿Podría pedirle al insignificante de su abogado que nos deje a solas?
—¡¿Qué has dicho, Henderson?!
Ellie apoyó su mano contra el pecho de su amigo, impidiéndole
abalanzarse sobre Adam.
—Ethan, tranquilo, no te precipites.
—Pero Ellie…
—No debes preocuparte, solo voy a hablar con él. De todos modos, ambos
sabemos que debía hacerlo tarde o temprano. Ya sabes que mañana
tendremos que irnos con él.
«¿Cómo que tendremos?»
Adam estaba deseando irse donde hiciera falta con la señorita Hawk, pero
ser consciente de que llevarían de remolque a Ethan Weiss, cambiaba toda la
perspectiva que hasta ahora se le había antojado ilusionante.
¿Tan estrecha era su relación que debía venir con ellos? De eso nada,
Adam se negaba a viajar con aquel imbécil a ningún lado y así se lo pensaba
hacer saber a Ellie, en cuanto esta se deshiciera del tipejo en cuestión.
—Está bien, te espero abajo. Si necesitas cualquier cosa me llamas y
vendré en seguida.
—Claro, como siempre.
«¿Cómo siempre? ¿cuántas veces se llamaban?»
Ethan esperó hasta constatar la decisión reflejada en el semblante de Ellie
y, todavía intranquilo, le dirigió una última advertencia.
—Como te pases, aunque sea un pelo con ella, te juro que te las verás
conmigo Henderson.
—Ni te imaginas el miedo que me das, Weiss.
—Lo digo en serio. No pienso permitirte que la insultes de nuevo, ¿me has
oído?
Adam se tensó al escuchar aquella referencia. Hubo una época en la que la
había insultado. De hecho, esa había sido una de las recriminaciones que la
señorita Hawk le hiciera antes de abandonar la empresa, y había tenido razón.
Se había pasado con ella, faltándole al respeto, pero que eso era un asunto
privado que solo les concernía a ellos dos. Ethan Weiss no pintaba nada ahí,
advirtiendo como si fuera alguna clase de familiar cercano a ella.
—¿Por qué no te largas ya?
—Quedas avisado —amenazó internándose en el ascensor, pero antes de
que se cerrase la puerta, declaró—. ¿Sabes? Desde pequeño has sido un
verdadero cretino, Henderson.
—¿Cómo te atreves a insultarme? ¡Tú, vividor despreciable!
Ante la indignación creciente de Adam, Ethan le ignoró y se limitó a
presionar el botón del ascensor.
—Nos vemos abajo, Ellie.
—Hasta ahora.
Una vez se quedaron a solas, Adam se centró en la joven, quien parecía
más disgustada que antes.
—¿Por qué ha tenido que que hablarle así?
—¡Me ha insultado él!
—¿Y qué? ¿No está siempre usted insultando a todo el que no se adecúa a
sus necesidades?
—No he venido a discutir.
—Entonces, ¿a qué ha venido, señor Henderson? Lo que tenía que decirle,
ya lo hice en la reunión de accionistas.
—El problema es que yo no le he comunicado lo que deseaba.
—No me diga…
Estaba adoptando una actitud demasiado a la defensiva, Adam no quería
volver a discutir con ella, pero se lo estaba poniendo muy complicado.
—¿Podríamos ir a hablar a la privacidad de mi despacho?
—Preferiría que me lo dijese aquí. De cualquier forma, Ethan llevaba
razón, tengo mucha prisa.
—Yo no, este sitio no me trae buenos recuerdos.
Ellie se tensó ante aquella frase. La última vez que habían estado allí había
sido cuando todo se había destruido entre ellos. Estudió con detenimiento a
Adam, sin lograr vislumbrar qué intenciones ocultaba. Sin duda, estaba
actuando raro, pero de alguna forma, él estaba en lo correcto. A ella también
le recordaba un pasado con el que había decidido terminar.
—Está bien, señor Henderson. Le concedo solo cinco minutos. Ni uno
más.
—Que sean diez.
—¡Ni se le ocurra aprovecharse de mi buena fe!
El camino se realizó en un silencio incómodo. Ellie no tuvo necesidad de
que Adam le indicase el camino, lo recordaba con precisión. En cuanto entró,
esperó encontrarse una copia exacta a la imagen que reflejase en el pasado,
asociada a la pulcritud y perfección que habían caracterizado a ese hombre.
Por supuesto, ella sabría muy bien que casi todo el trabajo correspondería a
las habilidades organizativas de la pobre alma que se hubiera convertido en
su secretaria.
Sin embargo, el panorama se mostró muy diferente a lo que ella hubiera
creído, cuando al internarse por la puerta en la que habría entrado docenas de
veces, se encontró un sitio demasiado caótico para alguien como Adam
Henderson. Cientos de documentos, que debían estar guardados en los
incontables archivadores que tenía su secretaria, se encontraban
desperdigados por casi todas las mesas, y había un traje colgando de una
percha en el lugar en el que Adam solía poner su abrigo. Eso a ella jamás se
lo hubiera consentido, se suponía que, como secretaria y asistente personal, el
tema del vestuario dependía de quien ostentase ese cargo, por lo que la
señorita Martin —como le había pedido llamar al encontrarse por primera vez
— debería estar custodiando el traje, no siendo exhibido ahí donde cualquiera
pudiera verlo.
Ellie sabía que Adam tenía unas reglas estrictas en cuanto a su imagen y
gestión de la empresa se refería, así que cuando había escuchado del resto de
accionistas que el señor Henderson se había convertido en un desastre, no se
lo había querido creer del todo, más nada de aquello tenía sentido.
Las secretarias de Adam Henderson eran consideradas casi esclavas, de tal
forma, que, si seguían en virgo los mismos requisitos que cuando trabajaba
para él, la actual debería estar despedida solo a causa de ese mantenimiento
en el despacho de su jefe. Sin embargo, la había visto tecleando con
tranquilidad en el ordenador durante la reunión.
Sí, algo grave debía estar pasando en la vida de aquel hombre, aunque ese
ya no era su problema.
Ellie le estudió con atención, le había sorprendido que presentase una
imagen mucho más relajada que en antaño. Ni si quiera llevaba corbata y se
había dejado abierto el cuello de la camisa. Por no mencionar que había
sustituido sus pantalones de traje por unos vaqueros.
Parecía otro, pero una no debía dejarse engañar por aquellos ojos azulados
de mirada penetrante. Conocía a la perfección la clase de tipo que era Adam
Henderson. Se había permitido confiar en su corazón una vez, creyendo ilusa
que él podría ver más allá, pero había terminado siendo ridiculizada delante
de todos.
—¿De qué quería hablar?
Su atención la estaba empezando a incomodar. No había dejado de
observarla desde que entrase a su despacho y todavía no había dicho nada. Si
le apeteciera hacerlo, podría recordar un momento en el que se había sentido
así de observada por él, pero en ese entonces ambos estaban muy lejos de
Nueva York.
—Sea rápido, por favor. Si es por los detalles de nuestro viaje, pensaba
hacérselos llegar a través de su secretaria.
—Eso no me interesa.
—¿Ah no?
—No.
—Entonces, dígame, ¿qué le interesa saber?
—Sobre usted.
Ellie se tensó, aquello no entraba dentro de sus planes. No deseaba tratar
con él nada de su vida personal. Se había prometido que se limitaría a hablar
sobre cuestiones del trabajo.
—He accedido hablar con usted porque pensé que abordaríamos temas
profesionales, así que eso está fuera de lugar.
—¿De verdad creía que podría regresar, así como así y que no le
preguntaría nada al respecto?
—Creí que con la explicación que les proporcioné en la junta sería más
que suficiente.
—No para mí.
Adam la contemplaba con intensidad, deseoso de obtener cualquier
información que pudiera proporcionarle. No le permitiría que le tratase como
a uno más de los accionistas.
—¿Va a decirme dónde estuvo?
—¿Cómo?
—¿Dónde diablos se metió todo este tiempo?
—Y eso a usted ¿qué le importa?
—¿De verdad estuvo en Londres? ¿Los documentos que ha presentado
esta vez son reales?
—Creo que hay una confusión. Parece haberlo olvidado, pero me echó, ya
no le debo ninguna explicación.
—No lo he olvidado.
—Entonces, ¿quién se cree que es? No tengo por qué justificarme ante
usted ni ante nadie, en su día tuvo la oportunidad de escucharme y la rechazó,
así que ahora no venga reclamando una información que no le corresponde.
Adam sintió esa respuesta como una bofetada. Al principio se había
negado a ello, porque no había podido escucharla con el dolor de su mentira
tan reciente, pero le conocía y debía de haber sabido que con el tiempo
querría las pertinentes explicaciones.
—Sabe bien que le di la opción de negarlo todo.
Eso le había hecho mostrarse débil ante ella, Adam se acordaba muy bien,
pero no iba a permitir que quedara ella como la única injuriada.
—¿Cómo iba a negar algo que era real? Traté de explicárselo, pero usted
me insultó de nuevo.
—Bien, entonces dígamelo ahora.
—¿Es que no lo comprende? No le debo ninguna explicación, señor
Henderson. Ya no. En la actualidad, la única relación que nos une solo es
profesional.
Aquella afirmación le enfureció, sobre todo cuando había estado
manteniendo un trato demasiado cercano con una de sus enemistades de la
infancia.
—Ah, ¿no? Entonces ¿a quién se la debe? ¿a Ethan Weiss?
—¿Disculpe?
Estaba tan furioso, imaginando posibles escenarios lujuriosos, que dejó a
un lado los formalismos.
—¿Qué diablos te traes con él, Ellie? ¿A qué mierdas estás jugando?
CAPÍTULO 6

«Luke ha decidido que es buena hora para joderme. ¿Desde cuándo le gusta a
él el algodón de azúcar? ¿Cree que va a conseguir torturarme más de lo que
ya lo hago?»
A.H.
Resulta de conocimiento popular que lo celos son una emoción que parte
de un sentimiento de inseguridad en el que se teme perder a la persona con la
que se quiere estar. Si un individuo se siente inseguro es porque en el fondo
existe una preocupación a no ser suficiente para la otra persona. En las
actuales concepciones del amor se ha asentado un amplio debate sobre si
sentir celos es un indicativo significativo de amar a la otra persona. ¿Cuánto
más celos se sientan más se ama? O, por el contrario, ¿cuántos más celos
menos se ama a uno mismo? ¿Podría ser una combinación de ambas
propuestas?
Estas cuestiones asaltaron a Ellie, quien todavía trataba de reponerse de la
sorpresa. Ese idiota sentía celos de Ethan. ¿Por qué? Apenas y podía creer
que aquella situación se hubiera invertido tanto. No, el Adam que ella había
conocido en el pasado no era una persona que se sintiera inseguro con
facilidad. Aquella situación albergaba un componente más visceral.
Si reflexionaba sobre todo el asunto, y Ellie lo había hecho en incontables
ocasiones durante aquellos años, por mucho que Henderson hubiera
asegurado que quería formalizar con ella el delicado vínculo que una vez les
uniera, la simple realidad era que todo aquello no solo no se había
materializado nunca, sino que, en el pasado, Adam jamás había podido
reconocer en voz alta ante nadie que se acostaba con su secretaria. No, Ellie
había tenido que soporta ver a Sasha colgada de su brazo en base a una
absurda creencia sobre la imagen y los accionistas.
Hubo un tiempo en que aquello le había dolido, pero esa época ya había
pasado. Ahora se encontraba en otra etapa de su vida. Una en la que no
pensaba dejarse arrastrar por Adam Henderson y sus ojos celestes, que lejos
de parecer enfadados, tal y como mostraba toda su expresión facial, estos
últimos parecían rogarle algo que no lograba adivinar. En realidad, poco
importaba la imagen que presentase. Nada de eso debía afectarla.
El señor Henderson estaba furioso, pero no por un sentimiento como
podría haber pensado la Ellie del pasado. No, la nueva Ellie le indicaba que
Adam era un hombre. Un sujeto con el que había compartido sus primeras
experiencias sexuales. Increíbles, por otro lado, pese a que eso no debería ser
relevante en la actualidad. No obstante, los hombres tendían a volverse
irracionales cuando creían que les habían tocado su juguete.
Eso era lo que había sido para él, un juguete con el que pasarlo bien
mientras viajaban. El mero hecho de que su acuerdo se hubiera extendido un
tiempo después de que volvieran de Francia no significaba nada.
Ella había hecho mal no diciéndole la verdad cuando había podido
hacerlo, antes de que todo se fuera al garete en aquella maldita junta de
accionistas, pero todo eso empalidecía ante la única y cruda realidad: ella,
Ellie Hawk, había sido su sucio secreto.
De hecho, ahora se encontraba ante ella reclamándole ¿qué? ¿Cómo si
quiera se atrevía a ello? Ser consciente de aquella situación la enfureció, más
decidió concederle una última oportunidad para redimirse de sus actitudes.
—¿Cómo ha dicho?
Adam ni se inmutó lo más mínimo. No obstante, fue consciente de la
ligera variación en el tono de la señorita Hawk. No sabría bien cómo
definirlo, pero existía cierta amenaza velada en aquella pregunta. La estudió
con detenimiento, parecía alguien diferente.
—Quiero saber qué narices te traes con Ethan Weiss. ¿Te estás acostando
con él? ¿Es eso?
El pelirrojo reparó en que la joven inhalaba aire y casi escuchó el «crac»
en la paciencia de la señorita Hawk. Ellie se cruzó de brazos y ladeó la
cabeza, tratando de fingir una relajación que distaba mucho de sentir. No
obstante, Adam sabía que la había cabreado. ¿Le importaba? No demasiado.
Quería explicaciones cuanto antes. No podía concebir que la mujer inocente y
soñadora que conociera estuviera tirándose a aquel mentecato por excelencia.
—Por supuesto, señor Henderson. En todas las posiciones inimaginables.
¿Sabe qué? Le estamos dando buen uso al Kamasutra que me compré en
Roma.
—¿El qué pagaste con mi tarjeta?
—Ese mismo. Me pregunto si quizás no deberíamos abrirnos un canal de
esos… ¿cómo se llamaba? Ah sí, ¿Onlyfans?
Adam no podía creer lo que estaba escuchando. Sin embargo, ella no
cambió su expresión ni un ápice al decir eso, lo cual le preocupaba aún más.
¿Tendría en realidad un canal de esos? Se moriría si descubriera que mientras
él se había vuelto loco tratando de encontrarla, había estado todo ese tiempo
exponiéndose ante pervertidos en ese tipo web. Ni hablar, no se la imaginaba
poniéndose un pseudónimo raro.
—¿Estás loca?
—Supongo, pero eso me hace plantearme la siguiente pregunta…
—¿Cuál?
—Y esa información a usted ¿qué narices le importa? ¡Es mi vida! ¡MI
VIDA! Si quiero acostarme con Ethan las veces que hagan falta, no dude en
que lo haré, y no tengo que darle ninguna explicación al respecto.
—¿Cómo qué no? ¿Recuerdas quién te inició en esto?
—Oh, sí, muchas gracias por la iniciación y todo eso. Lo hace ver como si
fuera usted los siete días de prueba gratis del Photohop, ahí deseando que se
extiendan para no soltar un dólar. Pero, vale, tomémoslo como referencia,
bien, usted fue mi modo de prueba, ese por el que pasan la mayoría de las
mujeres. Es ley de vida, en la actualidad, yo vuelo sola, tal y como me
enseñó, solo que ahora gracias a la patada que me dio, puedo elegir mi
compañero con libertad. ¿Satisfecho?
—¿Modo de prueba me llamas?
—Yo también fui su juguete, ¿no? Estamos a mano.
—¿De qué mano estás hablando? —ladró Adam anonadado dando un paso
hacia ella—. ¡Tú nunca fuiste mi juguete!
¿De verdad creía que había jugado con ella? ¿En qué se basaba para
pensar eso? Había estado dispuesto a dejarlo todo por ella. Por otro lado,
también estaba el hecho de que el único que había sido engañado era él, y
sobre ese aspecto todavía ni si quiera la había escuchado pronunciar una
mísera disculpa al respecto.
—Lo que usted diga. ¿Por qué si quiera estamos discutiendo sobre esto?
—Ellie.
Adam reparó en que ella abría los ojos sorprendida y, tras una breve
pausa, su mirada se endureció. Apretó un poco los labios, formando una fina
línea inaccesible y él trato de alcanzarla. No obstante, no llegó muy lejos,
Ellie levantó una mano y negó apenas imperceptible.
—No.
—¿Qué…?
—No, señor Henderson. Nos encontramos en esta situación por razones
ajenas a ambos, así que le pediría que no se dirigiese a mí por mi nombre de
pila. Para usted siempre voy a ser la señorita Hawk.
¿Razón ajena? ¿A qué se refería? Ella había aparecido en aquella reunión
por sorpresa. Adam la había buscado durante dos años sin parar y cuando
justo se presentaba ante él, se mostraba así de hermética. Ni si quiera cedía a
pesar de que estuviera intentando hablar con ella.
—Sabes muy bien que eso nunca podría ser verdad. Tú no eres solamente
la señorita Hawk, Ellie. Esa forma implica distancia o repudio, y lo cierto es
que, por mucho que te empeñes, nunca podrás reducirte a ser una mera
desconocida para mí.
—¿Cómo…?
—No cuando conozco cada maldito recoveco de tu cuerpo.
Ellie tragó saliva con fuerza y contuvo la respiración. Debía tener cuidado
con lo que dijera a continuación. De repente, Adam parecía estar demasiado
cerca para su sistema nervioso; lo peor de toda la situación era que ni si
quiera estaba a una distancia tan escasa como le sentía. ¿Por qué se extrañaba
si quiera? siempre era así con él. Sabía a lo que se exponía regresando a la
empresa. Sin embargo, no le había quedado más remedio que hacerlo, pues
todavía le debía una al señor Weiss.
«Tenemos que enfocarnos, no hemos vuelto para perder el tiempo»
—Eso quizás fuera en el pasado, señor Henderson. Usted cree conocerme
por el breve interludio que mantuvimos, pero ya no soy la misma. Aquella
mujer que le dejaba pasar todas sus faltas de respeto murió. Usted la mató
con sus actitudes.
—Yo…
—Si de verdad quiere a su empresa, como estoy segura de que lo hace, se
limitará a enfocarse en el trabajo que nos queda por delante, que, por cierto,
es bastante arduo.
—Todavía tenemos que hablar de nosotros.
—No hay un nosotros. Nunca lo hubo.
—¿Ah no? ¿Y Roma? ¿Y París?
—Usted mismo lo dijo, una iniciación de la que le estaré agradecida, pero
ya está. Le pediría que a partir de ahora no se despistara y me viera como la
persona que va a decidir su futuro en la empresa.
—¿De verdad estás con Ethan? No puedo aceptarlo, sabes muy bien que
ese idiota no es tu tipo. No puede serlo.
La mirada de Ellie brilló con reconocimiento ante sus palabras y Adam
sintió como si algo dentro de su cuerpo comenzara a fundirse.
—Si no recuerda mal, en el pasado le dije que mi prototipo eran los
idiotas.
Adam se quedó sin aliento durante unos segundos. El recuerdo del rostro
sonriente de la Ellie de hacía dos años impactó contra su mente.
«Supongo que me gustan los idiotas, ¿no cree, señor Henderson?»
Él había sido aquel idiota al que se había referido en ese momento. Incluso
le había gruñido por atreverse a llamarle imbécil. La vida podía dar muchas
vueltas, en la actualidad extrañaba que volviera a dirigirse a él con aquella
confianza y humor.
—¿Tan enfadada estás conmigo?
—No. Ya no.
—Entonces ¿por qué actúas así?
—Porque es lo mejor para ambos.
Aquella frase enfureció a Adam. ¿Lo mejor para ambos? Eso ¿quién
narices lo determinaba? Él era el mismísimo Adam Henderson. No
consentiría que nadie decidiera sobre su vida personal, y mucho menos
alguien que todavía le debía muchas explicaciones, por mucho que se negase
a colaborar.
Adam se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros y se
apoyó desenfadado contra la pared más cercana.
—De modo que has decidido adoptar una actitud cuanto menos infantil.
—¿Cómo dice?
—¿Desde cuándo la descarada Ellie Hawk es una cobarde?
—¿Cómo se atreve? ¿Quién es usted para insultarme?
Reconoció el asombro en las facciones de la joven y se echó a reír.
Aquello era demasiado gracioso, tanto que le dolían las costillas.
Ellie arrugó el entrecejo y le observó, llegando a cuestionarse si no estaría
ante un chalado de esos que había visto en la tele como en la película del
Joker.
—¿De qué diablos se ríe ahora?
—Lo siento.
Adam trató de contenerse, sabía que la estaba enfadando, pero la situación
parecía tan surrealista y su humor se había oscurecido tanto con el paso del
tiempo, que por unos instantes se había descontrolado.
—¿Qué es tan gracioso?
—Tú.
—¿Yo?
—Sí.
—¿Puede explicarme qué es lo que le hace tanta gracia?
—Perdona, pero hablas de insulto con demasiada facilidad y hasta donde
recuerdo tú me llamabas pez, y un sinfín de motes más.
Ellie se puso colorada y retrocedió. La joven enmudeció y estudió con
nerviosismo su reloj. Bueno, parecía que con los años había encontrado algo
de la vergüenza perdida. Sin embargo, aquella reacción no le gustó en
demasía. No le estaba siguiendo el hilo de la conversación como había
esperado. ¿De verdad iba a empeñarse en continuar con aquellas formas?
—Creo que ya hemos excedido de los cinco minutos que le prometí.
—Dime, Ellie.
—¿Qué?
—¿Todavía sigues considerándome un pez apestoso?
Adam fue acercándose con lentitud hacia ella, quien no parecía saber
dónde meterse. Aquello le complació, estaba seguro de que jamás hubiera
previsto esa charla y mucho menos sus reacciones. Eso le animó, ya que
suponía que estaba saliendo de los patrones mentales que se había formado
sobre él. Sin duda, podía considerarse un avance.
—Por favor, mantenga la distancia que requiere esta conversación.
—¿Aún sigues pensando que soy un desgraciado?
Tenía que alcanzarla, llegar a esa parte que una vez le hubiera continuado
las discusiones. Sabía que seguía estando en su interior, quizás si se esforzaba
lo suficiente, la tocaría.
—Creo que esta conversación debería finalizar ahora, señor Henderson.
—Contéstame, Ellie. ¿De verdad piensas que soy mala persona?
—No tengo una opinión formada sobre usted. Me resulta indiferente.
—Oh, sigue intentándolo, porque no te creo ni un ápice.
—No estoy aquí para convencerle sobre nada, señor Henderson.
—Entonces, ¿a qué has venido? Podrías haberme mandado a la mierda.
Ambos sabemos que eso se te da muy bien.
Solo le quedaban dos pasos más y la podría tocar. Sin embargo, ella le
había pedido que mantuviera cierta distancia, por lo que respetaría aquella
petición. El único problema era que se moría de ganas por comprobar si
seguía conservando el mismo olor dulzón. Si continuaba siendo su algodón
de azúcar.
—Usted quería hablar, pero, como le digo, ya he excedido de mis cinco
minutos y tengo mucha prisa.
—¿Tienes prisa por correr a los brazos de Ethan Weiss?
—Claro, ahora mismo está esperándome abajo para recogerme en su
corcel blanco.
—No te confundas, Ellie, no es el príncipe que te habrá tratado de vender.
—No busco ningún príncipe, señor Henderson.
—¿Y qué es lo que buscas?
—¿Por qué debería contestarle a eso?
—Esa respuesta es fácil, porque te lo acabo de preguntar.
—Las cuestiones personales que deseaba tratar ya las hemos resuelto, no
creo que haya nada más que se deba añadir. Además, ya se me ha hecho
demasiado tarde, así que me voy a marchar.
Ellie encuadró los hombros y se dispuso a abandonar la estancia con la
dignidad indemne. Jamás lo reconocería en voz alta, pero la presencia que
Adam había ejercido a escasos centímetros de ella todavía le afectaba. No
obstante, en cuanto estaba a punto de subir el primer escalón hacia la salida,
la voz grave de aquel hombre la detuvo.
—Ellie.
Al escuchar su nombre, se giró hacia él molesta. Le había pedido que no la
tutease y el tipo seguía haciéndolo lo que le daba la gana.
—Señorita Hawk, por favor.
—Ellie me gusta mucho más.
La sonrisa satisfecha le erizó la piel y deseó borrársela con un puntapié en
aquel culo pretencioso.
—Me importa un carajo lo que a usted le guste o no.
Aquella expresión complacida se pronunció más, y Ellie maldijo a todos
sus antepasados. ¡No había regresado para divertirle! Ella tendría ser la que
se estuviera divirtiendo, no él.
—Hubo una época en la que no pensabas así.
«Oh, arrogante desgraciado, ojalá y te parta un rayo»
—El pasado, señor Henderson, es algo a lo que no debería volverse con
tanta frecuencia. No por nada recibe ese nombre.
—Y ¿qué es lo que dirías que sucede cuando el pasado vuelve a tu vida?
—Diría que es usted un crédulo, mucho más soñador de lo que hubiera
sido yo hace dos años.
—Si eso me hace ser un soñador, entonces estoy dispuesto a soñar.
¿Quieres saber con qué?
—No.
—Voy a soñar contigo, Ellie.
El señor Henderson sonrió desde el centro de la sala, sabedor de cada una
de las palabras que pronunciaba.
—¿De qué habla? Creo que está usted muy confundido, ¿sabe? Yo no he
regresado para esto. Por favor, espero que en el futuro no vuelva a salir esta
conversación, porque le aseguro, señor Henderson, que no seré tan
magnánima como hasta ahora. Buenas tardes.
Dicho esto, no le dio tiempo a añadir nada más, Ellie Hawk salió de la
estancia con paso acelerado.
***
No mucho tiempo después de que la señorita Hawk se marchase del
despacho de Adam, este último bajó a la cafetería para sorpresa de su
secretaria, quien se lo encontró contemplando pensativo a través de la amplia
cristalera que daba hacia el exterior.
—Señor Henderson, ¿qué hace aquí? Si necesitaba algo siempre puede
pedírmelo.
—No se preocupe.
Curiosa por la escueta respuesta de su jefe, quien de manera general solía
mostrarse parco y distante con ella, siguió la dirección de la atención del
señor Henderson. La imagen que se encontró ante ella la sorprendió.
Ellie Hawk, así se había presentado ante ella antes de irrumpir en la sala
principal, se encontraba caminando con el hijo de Simon Weiss, quien
también había asistido a la junta de accionistas.
No le resultaba raro que caminaran juntos, al fin y al cabo, tenían una
relación comercial, tal y como mencionaran en la reunión, lo que le extrañaba
era que su jefe estuviera observándoles con una expresión demasiado
penetrante.
—¿Señor Henderson? ¿Está bien?
—Perfectamente, ¿podría mandar que me trajesen la moto?
—¿Ahora? Pero tiene usted una reunión dentro de una hora.
—Cancélela.
Lucy asintió asombrada, aunque no se negó ni cuestión dicha petición. No
le importaban las decisiones que tomase su jefe, ella se limitaba a realizar el
trabajo que le encomendaban como si fuera un reloj. De cualquier modo, no
la pagaban para preguntarse por los asuntos personales privados de su jefe.
En la retina de Adam se había quedado grabada la escena que había
acontecido en la calle. Había reparado en que ni Ellie ni ese idiota de Weiss
habían tomado el coche, por lo tanto, estaba claro que había ciertas cosas que
no habían cambiado.
Eso le hizo sonreír. No todo estaba perdido.
La señorita Hawk era una ilusa si de verdad pensaba que todo había
quedado atrás. Estaba muy equivocada, aquello solo acababa de comenzar.
Él iba a ser quien se cantase jaque mate, y si no tiempo al tiempo.
***
El nuevo hogar de la familia Hawk se encontraba a las afueras de la
ciudad, y más en concreto en un descomunal barrio residencial de ricachones.
Al menos así lo había definido Ada Hawk delante de la familia Weiss y ante
la mirada horrorizada de su hermana mayor, el día que se mudaran a ella.
La bonita propiedad pintada de blanco se situaba en el interior de los
inmensos terrenos de los Weiss, quienes vivían en la mansión principal y le
habían prestado de forma temporal —al menos así deseaba verlo Ellie— la
casa que solían destinar a los invitados.
Sus hermanos se habían acostumbrado con demasiada rapidez a vivir en
ella. Esta situación no le gustaba en demasía a Ellie, quien preveía que algún
día tendrían que marcharse de allí y le preocupaba que, sobre todo Chris, se
terminase encariñando demasiado de la señora Weiss. Su hermano no había
estado pasando por la mejor racha desde que descubriera, para su asombro y
horror, que había estado fumando a escondidas de ellas.
Sabía que parte de la culpa de que su hermano frecuentara ese tipo de
sustancias era de los amigos con los que se había juntado durante su ausencia.
Ada ya le había avisado de eso, pero a pesar de que sus amigos fueran en
palabras de su hermana «malas compañías», Ellie jamás le habría creído
capaz de imitarles, pues pensaba que la charla que le diera en su día le había
concienciado de las consecuencias que podían tener sobre su salud.
Sin embargo, poco había importado todo lo que ella se hubiera esforzado
en mantenerle lejos de ese ambiente, Chris había probado el tabaco y a saber
qué más. Lo peor de todo esto era que se sentía culpable de ello. Si no
hubiera estado trabajando con Henderson y se hubiera quedado con sus
hermanos, el pequeño no habría tenido que involucrarse en esas
circunstancias.
Ellie tampoco era una necia, sabía a la perfección que muchos
adolescentes fumaban o bebían, su parte racional le indicaba que pasaban por
la etapa hormonal de la adolescencia de la mejor forma que podían con un
objetivo en mente: encajar. La cuestión principal era que, pese a que conocía
todos aquellos datos, su parte emocional —esa que había visto a su propia
madre destruir su vida y la de ellos— destacaba por encima de la otra,
produciéndole inmensos dolores de cabeza.
No obstante, después del intercambio con Henderson, se sentía tan
removida en el plano emocional, que era incapaz de plantearse las clásicas
preocupaciones que le asaltaban cada dos por tres.
Durante todo el camino a casa, Ethan le había estado preguntando sobre lo
que había sucedido con Adam, pero se sentía tan exhausta que se limitó a
eludir sus cuestiones. No le apetecía hablar de Henderson, ni ahora ni nunca.
Tampoco se sentía mal por evitar el tema, al fin y al cabo, no era como si su
pasado con él debiera de afectarle. Aquella parte era lo único que no le había
desvelado a nadie. Desde que se marchase de la empresa había permanecido
tan callada de lo que sucediera entre ellos, que a veces creía que se lo había
imaginado todo.
Pese a todo, estaba claro que ninguno de sus recuerdos podía ser meras
imaginaciones, al menos así se lo había hecho recordar él aquella tarde. Con
cada frase pronunciada le había resquebrajado un poco más, provocando que
actuase de la única manera que se había prohibido a sí misma: vulnerable.
En cuanto abrió la puerta principal de la casa, lo primero que vio fue a
Chris deslizándose por la barandilla como si fuera alguna clase de macarra.
—¡Chris!
—Ah, hola Ellie.
—¿Hola, Ellie?
—Si que vuelves pronto.
—Te he dicho miles de veces que no puedes deslizarte por la barandilla,
imagínate qué es lo que pasaría si te llegaras a caer. ¡Te podrías matar!
—Tranquila, que yo controlo.
La risa de Ada resonó desde lo alto de la escalera y ambos le dirigieron
una mirada. La mediana de los Hawk acababa de aparecer para apoyarse
sobre la barandilla por la que se acababa de deslizar el pequeño. Ada Hawk
había crecido durante aquellos años, convirtiéndose en una mujercita con
curvas más pronunciadas, que dejaba a los tipos de su edad boquiabiertos. Sin
embargo, en algunos aspectos, Ada le recordaba a Maddie, ya que parecía
esforzarse por evitar llamar la atención.
—Menudo control, si los porros no te dejan tonto, lo hará alguna de las
hostias que te pegues.
—¡Ada!
En ese instante Chris le sacó el dedo corazón y le hizo una mueca
desagradable con la boca, ante la mirada indignada de Ellie. Por su parte, Ada
le correspondió de la misma forma.
—¡Chris!
—¿Qué?
—Déjale, Ellie. Si es que es un idiota.
—¡Tú no tienes menos culpa! ¿Podríais dejar de faltaros al respeto alguna
vez?
—Yo me piro.
—Chris Hawk me importa bien poco que tengas dieciséis años y creas
saberlo todo sobre el mundo. Todavía tienes que darme explicaciones de con
quién vas y a la hora que piensas volver.
—Te lo envío en un WhatsApp.
—Dímelo ahora mismo.
—Hasta luego, hermanita.
—¡Christopher!
No sirvió de nada, su hermano se marchó, ignorando los llamados de Ellie,
quien lo primero que hizo fue coger su móvil para contactarle. Si no había
salido corriendo detrás de él era porque no quería montar un espectáculo en la
propiedad de los Weiss.
—Este se va a enterar.
—Dudo que te lo coja.
—Cállate, esto en parte es por tu culpa.
—No formaba parte de mi responsabilidad impedir que se convirtiera en
ese despojo rebelde.
—Mira quién habla.
—¡Oye! No me ofendas, yo no era así.
—Tienes razón, eras peor.
—¡Ellie!
Al segundo timbrazo, escuchó que le saltaba el contestador de voz.
—¿Me ha colgado? ¡Oh! ¡Me ha colgado! ¿Cómo se atreve?
—Te lo dije.
De repente, Ellie comenzó a agobiarse. Nada estaba saliendo como ella
quería, todo se estaba desmoronando delante de sus narices y se sentía
incapaz de poder hacer nada para remediarlo. Ellie apretó los labios, tratando
de contenerse, más una lágrima se le escapó rodando a lo largo de la mejilla.
Aquel puchero alertó a Ada, quien se puso recta y con cuidado bajó varios
escalones. Había visto esa misma reacción dos años atrás. Ellie no lo sabía
debido a que siempre se había tratado de ocultar de ellos, pero Ada le había
pillado y escuchado derrumbarse noche tras noche.
—¿Ellie…?
—Mi-mira —tartamudeó a duras penas intentando contener las lágrimas
—. Suficientes problemas tengo ya, Ada. No hace falta que le añadáis
ninguno más.
—Ellie, ¿qué ha pasado?
—No quiero hablar de ello. Solo te pediría que, por favor, tuvieras
paciencia con Chris y dejaras de provocarle. Va en serio, quiero que me des
tu palabra.
Estaba tan preocupada por su hermana, planteándose posibles escenarios
que le hubieran podido suceder, que accedió sin pensárselo demasiado.
—Vale.
—Muy bien. Voy a cambiarme, ¿has terminado tus deberes?
Ada la observó ascender hacia los dormitorios de forma mecánica. Ellie
pasó por su lado con los ojos rojos. ¿Si quiera se daría cuenta de que estaba
llorando? ¿Qué narices le había ocurrido? Si se negaba a decírselo, pensaba
sacárselo a golpes a Ethan, que era con quien le había visto llegar.
—¿Ada?
Al ver en aquel extraño estado a su hermana, poco le interesaban en ese
momento a Ada sus deberes, aun así, debía de contestarle.
—Eh… sí.
—Estupendo. Si necesitas ayuda, dímelo.
Ellie siguió andando hacia su dormitorio y Ada le siguió preocupada.
—Oye ¿es que ha pasado algo?
—Nada.
—Mientes.
—Claro que no.
—Sí, lo haces. ¿Crees que soy idiota? Conozco a mi hermana, y sé que
estás mal.
—No sabes nada, Ada.
Ellie comenzó a desvestirse para ponerse más cómoda. Por poco y se
arranca las medias. Odiaba todas aquellas prendas, le apretaban demasiado y
sentía que en el fondo le conferían una imagen que no iba acorde con su
verdadera esencia, aunque esa era la idea que buscaban ¿no?
—Entonces, ¿por qué estás llorando?
—¿Cómo? No estoy llorando.
Extrañada, se tocó la cara y se la notó empapada. Ellie empalideció, se
encontraba tan abstraída recordando la conversación con Henderson, que ni si
quiera se había dado cuenta de que se había echado a llorar.
—Estoy preocupada por ti. ¿Qué ha pasado?
—Yo…
De repente, Ada recordó una de las conversaciones que había escuchado
entre Ethan y su hermana la semana anterior.
—Un momento, ¿no serán esas tonterías de que tenías que volver?
¿Volver a dónde? ¡Siempre tengo que enterarme a escondidas!
—¿Por qué si quiera escuchas a hurtadillas? Encima lo confiesas con esa
tranquilidad. Se trata de mi intimidad.
—No me salgas con esas, Ellie. Si me contaras algo, no tendría que
recurrir a ese tipo de artimañas. Sabes bien lo que me importas.
Ada no tenía en gran consideración a Henderson, por eso no le había dicho
nada, pero ¿de qué le serviría seguir mintiendo? Tarde o temprano se acabaría
enterando. Su hermana pequeña era demasiado sobreprotectora con su
familia, de forma que, si intuía que alguien podía haberles hecho daño de la
manera que fuera, saldría a vengarse por todos los medios.
—Está bien.
—¿Entonces?
—He vuelto a la empresa.
—¿A cuál?
—Henderson.
Ada no podía creer lo que le estaba contando su hermana ¿Acaso era
masoquista? ¿Había olvidado lo ocurrido hacía dos años? No estaba muy al
tanto de la situación, pero sabía que había tenido que ser grave si su hermana
había terminado llorando a escondidas todas las noches.
No le perdonaba la manera en la que le había dejado y no pensaba
consentir que volviera a dañarle de ninguna forma. Así tuviera que cortarle
los huevos, Adam Henderson no heriría una segunda vez a su hermana. No la
dejaría tan rota de nuevo.
—¡¿Cómo?! ¿Estás loca?
—Ojalá.
—¿Qué es eso de que has tenido que volver? Todavía no entiendo qué
diablos estáis haciendo Ethan y tú. Nunca quieres contarme nada al respecto.
—Es complicado, Ada.
—Ellie no ayudas, de verdad que no comprendo nada, ¿podrías ser más
clara, por favor? ¿por qué has regresado?
—Se lo debo a Simon.
—¿Es por esta casa? Porque no hace falta que estemos aquí, y menos si
eso significa que tienes que venderte a esa jodida empresa.
—¡Ada! Cuida ese vocabulario.
—Al cuerno con eso. Espera, eso significa que estás llorando por… ¿Ha
sido ese idiota? ¿Qué te ha dicho? ¡Juro que lo mataré!
—No ha hecho nada.
—Entonces ¿Por qué estás llorando?
Todavía sentada sobre la cama, Ellie se abrazó las piernas desnudas y se
retrajo en su sitio, apoyando la cabeza sobre sus rodillas. Era un buen
momento para sincerarse con ella.
—Supongo que se me ha removido todo.
Ada se acercó para sentarse a su lado y le pasó un brazo alrededor de los
hombros. Ellie depositó la cabeza sobre su pecho y se sintió más ligera.
—¿Te ha dicho algo?
—No, no como tal.
—¿Entonces?
—Es que me he derrumbado.
—¿En qué sentido?
—Sabía que me encontraría con él. No soy tonta, intuía que me alteraría
de algún modo en el momento en el que le viera, es solo que esperaba que no
lo hiciera de la misma forma que antes, o por lo menos que conseguiría
mantener mi dignidad intacta.
—¿Tu dignidad? No te entiendo, ¿crees que has hecho el ridículo?
—Me siento un poco estúpida, he estado esforzándome tanto por no sentir,
y creía que lo había conseguido, pero en cuanto me he quedado a solas con él
ha sido como una erupción volcánica.
—¿Una erupción?
—Bueno, sí, suena absurdo.
—No creo que lo sea, yo pensaba que terminarías superándolo. De hecho,
estos dos últimos años te vi tan bien, aunque supongo que es cierto eso de
que no se puede luchar contra los sentimientos, ¿no?
—No quiero tener estos sentimientos, Ada, los odio, no soporto sentir
esto.
—¿Y qué piensas hacer?
—No lo sé, ahora tengo que trabajar con él.
—Si sigues intentando reprimir tus emociones, te harás más daño, Ellie.
—¿Y qué puedo hacer? ¿eh? Bien sabes que no puedo estar con él.
—Ni pienses que mi deseo es que te inicies en alguna clase de relación
con ese tipo.
—¡No voy a tener ninguna relación con él!
—Por si acaso, te lo recuerdo.
—Bueno, y ¿qué propones?
—Solo digo que, ya que no puedes evitar sentir, aceptes el sentimiento que
tengas hacia él, por lo menos para evitar más dolor.
—Eso no puedo hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque voy a trabajar a su lado, si acepto que le quiero y dejo de
oponerme a él, me comerá viva. No podré mantenerme lejos.
—No tiene por qué ocurrir eso.
—Sí, lo notó dentro de mi corazón, pugna por salir, está esperando
cualquier mísera esperanza para lanzarme sobre él. No puedo permitirme
sentir nada, no ahora.
—Mira que eres cabezona. ¿No podías enamorarte de alguien más
normal? No sé, el butanero ¿quizás?
Ellie se echó a reír, sorbiendo parte de las lágrimas y eso animó un poco a
Ada.
—¡Ada!
—¿Qué? En el porno funciona.
—¿Ahora ves porno?
—No, solo no te comprendo, ¿por qué siempre debes complicarte tanto la
vida?
Ellie suspiró y su hermana la estrechó aún más entre sus brazos, odiaba
verse así de vulnerable ante ella. La mayor siempre se había mostrado muy
potente para sus hermanos, pero había ocasiones como aquella en la que se
encontraba tan desbordada, que no podía evitar abrirse en canal.
—Eso mismo es lo que llevo preguntándome desde hace dos años.
Tenía que retomar las riendas de su vida, no podía seguir consintiendo que
cierto pelirrojo continuase viendo su faceta más débil. Mucho menos cuando
se le había encomendado aquella tarea tan complicada. No destruiría su
futuro por un pasado que ya había demostrado que solo le traería dolor.
Ellie se juró que esta vez sacaría a Adam Henderson de su sistema
nervioso. Si no funcionaba, al menos lo intentaría.
En eso consistía la vida adulta, ¿no? En escalar y salir lo más indemne
posible de las montañas de dificultades que se presentasen.
Exacto, superaría ese escollo de ojos cristalinos y mirada penetrante que
ponía su corazón patas arriba.
«Que te den, Adam Henderson».
CAPÍTULO 7

«Al final he tirado todas las faldas negras y he dicho adiós a mi pasado. Estoy
en proceso de cambio y de reconstrucción interior. Ethan siempre me advierte
de las miradas de deseo que despierto a mi paso, y de las que creo que se
inventa la mitad, pero sea cierto o no, mirándome al espejo sonrío satisfecha,
hasta que recuerdo una vez más las siguientes palabras: “no vista como una
vagabunda, señorita Hawk” o “qué poca clase tiene, rollitos”. De repente,
me encuentro sintiendo auténticas ganas por clavarle este taconazo contra su
cuello. ¿Por qué diablos sigo pensando en ese pez odioso? Así ardas en el
infierno, Henderson».
E.H
Confucio aseveraba que, si se estudia el pasado, se podrá definir mejor el
futuro. Diversos historiadores apoyan esta teoría, afirmando que, si se
conocen los hechos del pasado, se podrá evitar tropezar de nuevo con la
misma piedra. El pasado puede resultar doloroso, confuso e incluso en
ocasiones algo borroso. Quizás sea debido a que muchas veces el ser humano
se niega a recordar, sobre todo si ese recuerdo implica la constatación de una
mala racha. En algunas circunstancias no es raro encontrarse con que cuanto
más se esfuerza en olvidar un individuo determinado, con más frecuencia lo
recuerda.
Desde luego, Ellie Hawk no iba a ser la excepción a esta regla. Por mucho
que el contrato con la compañía Henderson hubiera estipulado muchos ceros
el día que lo firmase, lo cierto era que a raíz de que Adam la hubiera
despedido, aquella cifra inicial descendió de forma drástica. Tampoco había
podido reclamarle nada, no estaba segura de hasta qué punto podían
denunciarla por haber falsificado su currículum, por lo que tomó el exiguo
dinero que le habían tirado a la cara y se marchó.
Una de las decisiones que más le dolió tomar había sido tener que
abandonar la casita en la que había estado viviendo con sus hermanos. No
obstante, no le había quedado más remedio si quería que subsistiesen lo más
holgados posible. De esta manera, los tres se metieron en un apartamento
pequeño, mientras Ellie trataba a duras penas de ahorrar lo que había
conseguido de la empresa.
A pesar de que Ada hubiera insistido en que, ya que había adquirido
experiencia en el sector administrativo, bien podría probar la misma
estrategia en otra empresa, con la excepción de que en esta ocasión no sería
mentira. La gente tendría que valorar su trabajo en la compañía de alguna
manera. Por supuesto, Ellie había descartado esa opción de inmediato, pues si
bien no le había hecho gracia en un principio conseguir el puesto de
secretaria bajo burdos pretextos, después de la experiencia con Adam, no se
veía capaz de incursionar en otra red de mentiras. No, eso se había terminado
para ella.
En su búsqueda de trabajo por la ciudad apenas tenía tiempo para pensar
en nada más que no fuera comer, limpiar el apartamento, cocinar, ducharse y
salir corriendo a patearse las distintas calles. Todo esto lo compaginaba con
su papel a jornada completa de cuidadora principal de sus hermanos, quienes
había días en los que no se lo ponían del todo fácil.
Sin embargo, cuando la noche llegaba y no estaba agotada hasta la
extenuación, su subconsciente hacía acto de presencia y la subyugaba a una
imagen que deseaba olvidar con todas sus fuerzas. Aún podía recordar la cara
de decepción de Adam grabada en su mente, lo único que había deseado era
confesarle la verdad por sí misma. Pese al rencor que pudiera sentir hacia él
por el pasado común que les unía, en el fondo también se odiaba por haber
sido la causante principal de su reacción.
La intervención repentina de la señorita Sullivan había destruido todos sus
planes de revelarle la verdad. Ellie podía comprender en cierto sentido los
motivos por los que esa mujer había actuado de aquella manera. Esto no
significaba que la ex de Henderson le cayese en gracia, no, todo lo contrario,
Sasha le parecía alguien banal y con un ego desproporcionado. Pese a esto,
Ellie sospechaba que la mujer había querido a Adam, de lo contrario, ¿por
qué se habrían visto envueltos en una relación tan duradera? Por lo poco que
sabía, se conocían desde adolescentes, así que habían tenido una larga
relación.
En realidad, no sabía cómo, pero parecía ser que de la noche a la mañana
se había derrumbado su unión, y resultaba evidente que aquel había sido su
burdo intento por recuperarle. Desconocía si le había salido bien o no, y
aunque tampoco quisiera saberlo, le resultaba significativo que, siendo la
clase de mujer que podría tener a cualquier hombre a sus pies o que podría
estar viajando con la inmensa fortuna de su padre, había decidido permanecer
al lado de Adam, trabajando codo con codo.
Eso no era algo que caracterizase a las ricas herederas, al menos no a las
de las películas que había visto. Por todos estos motivos, se negaba a creer
que hubiera estado con él solo a causa de una obligación familiar.
Eso es algo podría suceder en los libros, pero en la vida real, ¿cómo ibas a
soportar a alguien como Henderson si no le querías? Ella misma había estado
en su diana verbal durante una temporada y no había sido demasiado
agradable. No, se había enamorado de él a raíz de que comenzaran a tener un
acercamiento físico y Adam le mostrase otra faceta. Una que escondía con
cautela de los demás. Solo por este motivo podía comprender que Sasha le
hubiera expuesto de aquella forma, lo que no compartía era la manera tan
cruel en la que lo había hecho, invadiendo la privacidad de Jeray para obtener
su objetivo: desprestigiarla.
Si debía ser sincera, Ellie no era ningún alma repleta de pureza, aquel día
en el que la había humillado con su exposición, le odió. Sin embargo, todas
estas reflexiones llegaron después de mucho tiempo sintiendo rencor hacia
ambos. Hasta que un buen día, se dio cuenta de que la verdad se iba a
destapar en cualquier momento, ya lo hubiera hecho ella u otra persona. En el
momento en el que Ellie había decidido incurrir en una mentira de ese
tamaño, tendría que haber sabido que acabaría destapándose. El único
problema era que cuando lo planeó con sus hermanos había esperado trabajar
durante un año para él, coger el dinero y dimitir. La cifra que aparecía en el
contrato era suficiente para pagar todas las deudas que debían y alcanzar una
vida mejor.
Entonces ¿qué había pasado? Todo se había torcido en el momento en el
que aceptara aquel acuerdo. No había querido enamorarse de él, se había
dado de forma tan natural que Ellie no lo había visto venir, hasta que no se
encontró sintiendo cariño por aquel hombre tan gruñón. Había creído
conocerle, así que no era de extrañar que, con su carácter desconfiado,
hubiera actuado así. A sus ojos, Ellie le había traicionado y se había reído de
su persona.
Poco podría comprender que ella lo hubiera hecho por su familia. Adam
Henderson no había tenido problemas financieros nunca, de modo que ¿cómo
iba a poder entenderla? Jamás lo haría. Incluso si la situación se hubiera dado
de otra manera y ella hubiera podido confesarle la verdad, Adam habría
reaccionado de la misma forma.
Cuando llegó a esa conclusión, Ellie sintió que se rompía en dos, pues eso
significaba que habían estado condenados desde el comienzo.
No obstante, a pesar de todo el dolor, le sirvió para reconciliarse un poco
con su pasado. Las lágrimas que había derramado cada noche se redujeron y
desde entonces lo hacían cada dos. A pesar de que se recordaba que así era la
vida, injusta y volátil por naturaleza, algunas mañanas una lágrima solitaria
sorprendía a Ellie, quien se preparaba para salir a trabajar, avisándole de que
no importaba cuál fueran los pasos que diera ese día, Adam Henderson
seguiría clavado en su corazón y, mucho se temía, en el centro de su
mismísima alma.
Bueno, estar enamorada en sus circunstancias era un asco, eso era
innegable, porque lo que le interesaba a Ellie era comer, no suspirar por un
tipo que jamás hubiera podido comprender su situación personal.
La vida en Nueva York era cara, así que no pasó mucho tiempo desde que
la despidieran hasta que se buscase un trabajo en el que no se requiriese una
cualificación. En efecto, Ellie terminó trabajando en un food truck de
hamburguesas. No es que aquel trabajo fuera la profesión de sus sueños, pero
al menos no tenía la presión de estar fingiendo ser alguien que no era.
Allí, entre carne quemada y patatas grasientas, Ellie se había sentido ella
misma. Pese a lo agotador del trabajo, no pretendía tener un currículum con
varios cursos y una carrera impostados. Solo era Ellie Hawk, una mujer
sencilla que había tenido que abandonar los estudios demasiado pronto para
ocuparse de sus hermanos.
De alguna manera, resultaba irónico que fuera en aquella calle en la que la
gente transitaba con demasiada rapidez, donde fuera captada por Ethan y
Simon. Ambos le habían sacado de aquella sensación de seguridad y le
habían expuesto a una vida diferente a la que estuviera acostumbrada a llevar.
Ni si quiera cuando todavía trabajara para Henderson había podido acceder a
los lugares que visitara a raíz de su acuerdo con los Weiss.
No había sido obligada ni nada por el estilo, pero a Ellie le costó tomar la
decisión de aceptar la propuesta de la familia Weiss. No deseaba regresar al
mundo de Adam, pero la realidad era que pagar las facturas en Nueva York y
ahorrar para la universidad de Ada y Chris no resultaban ser opciones
compatibles.
Si le ayudaba, Simon Weiss le había prometido encargarse de los estudios
de sus hermanos. Uno de los miedos de Ellie había sido no poder cubrir los
gastos que requiriesen Ada y Chris, porque ella había estado en esa misma
posición cuando Rachel había comenzado a tontear con la bebida y el dinero
menguó de forma proporcional al contenido de las botellas de alcohol que se
escondían por la casa. Por supuesto, no es que ella fuera a echarse a la
bebida, pero le aterraba no poder sufragar las matrículas escolares o los
gastos médicos. Solo por eso había aceptado la propuesta del señor Weiss.
Todavía resonaba en su cabeza la frase de Simon una vez habían firmado el
contrato.
«Aquí es donde empieza a cambiar tu vida»
Y no se equivocaba, lo primero que hizo la familia Weiss por ellos había
sido acondicionarles una casa dentro de su inmensa propiedad, para que los
tres hermanos pudieran vivir de forma independiente. Ellie había tratado de
rehusarse, pues aquello suponía demasiado dinero —ni si quiera querían que
pagara un alquiler— pero Simon se había mostrado taxativo al respecto,
alegando que era parte del pago por el trabajo que tendría que desempeñar en
un futuro.
Ellie se preguntaba qué trabajo podía ser aquel, que implicase tanto dinero
y por el que todos actuaban tan misteriosos. Al principio había creído que la
contratarían de chica de los recados para el bufete, ya que en el contrato
estipulaba que sería una asistente especial. Debido a eso y a su desesperación
por la carga familiar, terminó aceptando de buen agrado. Los cambios no
terminaron ahí, un buen día, Simon le propuso una oferta que no esperaba ver
venir.
Aquella mañana le había pedido que se reuniera con él en el despacho de
la mansión principal. Se sentía demasiado nerviosa en esa dependencia tan
elegante a la par que ostentosa, aunque no era de extrañar, la familia Weiss
era rica.
Solo habían pasado unos minutos desde que la señora Weiss, tan amable
como siempre, le ofreciera un sustancioso desayuno, que Ellie había
terminado rechazando porque no quería deberles más de lo que ya lo hacía.
Poco importaba que sus tripas rugieran de hambre, contrajo el estómago, y
tuvo ganas de reír al imaginar la reacción de Adam, si se enterase de que
acababa de rechazar una comida.
Por su parte, el señor Weiss se sentó en uno de los grandes sillones que
rodeaban una mesita de salón. Ella se había situado en el extremo opuesto y
se sentía fuera de lugar.
—Ellie.
—¿Sí?
—¿Te sientes incómoda?
—Eh, no. Estoy agradecida por todo lo que me habéis ayudado.
Simon se echó a reír y Ellie le miró sorprendida. Los Weiss eran tan
diferentes a lo que se hubiera acostumbrado con Henderson, que todavía le
chocaba que algunas personas tan ricas pudieran actuar como alguien
«normal».
—Eso lo sé. Te pregunto si te sientes incómoda aquí, en este despacho.
—Ah, entonces sí, solo esta estancia es más grande que mi anterior piso.
El señor Weiss volvió a reír ante la sinceridad de la muchacha y ella se
puso colorada, pensando que quizás había metido la pata.
—Bueno, creo que por eso te elegimos.
—¿Disculpe?
—Para lo que te voy a proponer ahora, es necesario que entiendas ciertos
aspectos del trabajo que vas a desempeñar.
—Se lo agradecería, porque no tengo ni la más remota idea de qué va ese
trabajo.
—Supongo que te ha sorprendido todo el misticismo detrás de nuestra
oferta, ¿no?
—¡Por supuesto! El pedazo de casa que nos habéis proporcionado tiene
más ceros que todas las loterías juntas y no quiero parecer desagradecida,
pero empiezo a pensar que esto tiene algo que ver con el negocio de la droga.
De lo contrario, ¿por qué alguien va a contratar a una persona de mi
posición? Bien sabe que no tengo estudios y que la lie un poco en el negocio
del señor Henderson, así que, por favor, acláreme la situación. Esto no está
relacionado con la droga, ¿cierto?
La carcajada que emitió el señor Weiss resonó por toda la sala y Ellie le
estudió confundida.
—Perdone, pero ¿de qué se ríe?
—Es que me hace gracia que tu conclusión sea que queremos meterte en
el mundo de la droga. Somos abogados, mujer, ¿por qué querría verme
envuelto en esos asuntos tan turbios?
—¿No ha visto el lobo de Walt Street?
—¡Pero esos eran corredores de bolsa!
—Ahí se metía todo el mundo, me extrañaría que no se chutase droga
hasta la pobre limpiadora.
—Puedes estar tranquila, que mi hijo ni yo nos dedicamos a eso.
—Bueno, eso es lo que diría un narco.
Simon soltó otra carcajada y confesó complacido:
—Me agrada tu sinceridad, en mi mundo eso no es muy habitual que
digamos.
—Gracias. Entonces ¿en qué consiste el trabajo?
—Como bien sabes nuestro bufete se encarga de dar cobertura legal al
señor Henderson.
Ellie se puso en tensión. No deseaba hablar de él, era un tema que le
removía demasiado. De hecho, desde que se mudaran a su propiedad, nadie
se lo había vuelto a mencionar, lo cual agradecía en el alma.
—Sí.
—También somos conscientes de que sabes lo que ocurre en la empresa.
—¿Perdone?
—No hace falta que finjas desconocimiento, muchacha. Ethan no fue a esa
fiesta por casualidad.
Ellie recordó la fiesta en la que se había encontrado al hijo del señor
Weiss. Lo había conocido saliendo de la habitación contigua a la terraza, en
la que descubriese la verdad del señor Brown. Asombrada, la joven se llevó
una mano a los labios, sospechaba de algo, pero necesitaba constatarlo.
—¿A qué se refiere?
—Los escuchaste, ¿cierto?
—Usted…
—Mi hijo también lo hizo. Ninguno esperábamos que estuvieras allí.
Quizás no lo sabes, pero lo que oíste te ha puesto en peligro.
Aquello puso en guardia a Ellie, sabía que lo que había escuchado era
demasiado fuerte, incluso había intentado avisar a Adam de que el padre de
Luke estaba detrás del asunto de los hoteles, pero jamás hubiera esperado que
corriera peligro. La angustia le invadió.
—¿Mis hermanos también?
Simon negó repetidas veces, por lo que Ellie se tranquilizó un poco. El
solo hecho de pensar que hubiera puesto en peligro a sus hermanos le
carcomía por dentro.
—Uno de los motivos por los que te hemos traído aquí es por tu seguridad.
—Yo…
—Necesito que me confirmes algo, Ellie.
—¿El qué?
—¿Le dijiste algo a Adam?
—Sí.
—Y ¿qué te respondió?
Ellie cerró los ojos, recordando la mirada de decepción que le había
traspasado y negó con la cabeza.
—No me creyó.
—¿Cuándo fue esto?
—Después de la junta.
—Bueno, no es de extrañar. John es como un padre para él y a ti te
acababan de exponer.
La cabeza de Ellie iba a demasiada velocidad, estableciendo relaciones
temporales. No obstante, un pensamiento primó por encima de los demás y,
preocupada, estudió a Simon.
—¿Por qué estoy aquí en realidad, señor Weiss?
—Porque necesitamos tu ayuda.
—No sé en qué podría serviros de ayuda. Soy persona non grata en esa
empresa.
—No lo entiendes, muy pocas personas han visto la verdadera faceta de
John Brown. La mayoría piensa que es un hombre sencillo y humilde, que ha
apoyado en todo a Noah.
—¿A quién?
—El padre de Adam, Noah Henderson.
—No tuve el placer de conocerle y el señor Henderson habla poco de su
familia. ¿Sabe ese hombre algo de esto?
—No.
—¿Por qué? ¿No le han dicho nada? Estoy segura de que él también
confía en el señor Brown, ¿cierto?
—Justo por eso no le hemos dicho todavía nada.
—No lo entiendo.
—Ahí entra otra de tus tareas.
—¿Cuál?
—Debes recabar pruebas para exponer a John Brown.
—¿Cómo dice?
—Sin ellas, no podemos contarle nada a Noah. Como bien acabas de
señalar, confía demasiado en él. Si no tenemos pruebas sólidas, de nada
servirá lo que podamos revelarle. No nos creerá, al igual que hizo su hijo
contigo.
—Y ¿por qué tengo que ser yo? Sabe muy bien que no quiero ningún tipo
de relación con la familia Henderson.
—Tienes que ser tú porque eres una de las pocas personas que ha podido
escuchar a John confabulando con su mano derecha en la sombra.
—¿Y Ethan?
—Ethan es mi hijo, Ellie, y por si no lo has notado Adam no le tiene en
gran estima.
—No parece muy sorprendido.
—No, no juzgo a Adam por ello. No ha sido fácil para él crecer en un
entorno como el de su familia mientras veía el estilo de vida de mi hijo.
Encima, sé que le hacía de rabiar cuando podía, así es Ethan. Soy su padre,
pero a veces le daba por molestar a otros niños, y no tenía la concepción de
Adam que puedo tener yo como adulto.
—Comprendo.
—Volviendo al tema que nos atañe, si estás aquí es porque has sido en una
de las pocas personas en las que ha confiado Adam.
—Eso sería en el pasado, después de la reunión de accionistas no le caigo
en gracia.
—Eso da igual, eres la única persona que puede llegar hasta él, incluso
aunque sea por medio de la ira. Con los demás solo se cierra, y la realidad es
que en un futuro va a necesitar ayuda.
Ellie comenzó a inquietarse ante esa palabra. ¿Adam estaba en peligro?
No habían terminado en buenos términos, pero el solo hecho de pensar que
pudieran atentar contra su seguridad le aterraba.
—¿Ayuda?
—John Brown no puede conseguir su objetivo.
—¿Y cuál es ese?
Simon carraspeó incómodo y pareció reflexionar durante unos segundos,
antes de confesar en voz alta:
—Quiere arrebatarle la empresa a la familia Henderson.
—¿Cómo dice? Eso no es posible, si son los dueños.
—Ahora eso es improbable, sí, pero no por ello lleva tiempo pergeñando
el complot de los hoteles, que son solo la punta del iceberg. No, si no
actuamos con rapidez, Adam podría perder su puesto y eso sería la antesala a
la caída de la familia Henderson.
—Un momento, y ¿usted qué gana con todo esto?
—Digamos que tengo unos asuntos pendientes con el señor Brown.
Aquello sonaba muy mafioso para la actitud abierta que solía demostrar
Simon, aunque no debía dejarse engañar, el señor Weiss era abogado y uno
de los mejores, por lo que no debía de ser el alma pura que mostraba en
apariencia.
—¿Cuál va a ser mi papel en todo esto?
—Todavía no hemos definido bien el plan, pero en principio tendrías que
volver a la empresa.
—¿Qué ha dicho? ¡Si acaban de echarme como quien dice! El señor
Henderson no querrá verme ni en pintura, y para serle honesta, yo tampoco a
él.
Bueno, eso era una mentira como la copa de un pino. Ellie todavía soñaba
con Adam. En el fondo deseaba verle y poder sentirse tan viva como una vez
lo hiciera entre sus brazos.
—No debes preocuparte, no vas a regresar todavía.
Aquello alivió un poco a Ellie. No se sentía preparada para encararle sin
terminar derrumbándose a sus pies.
—¿Qué es lo que esperan conseguir con esto?
—Exponer a John Brown, para evitar que siga haciendo y deshaciendo lo
que le venga en gana.
—¿Y qué es lo que gano yo?
—Como ya le dije, me encargaré de la educación de tus hermanos, pero,
además, también te aseguro proporcionarles una calidad de vida que no
podrías conseguir con los trabajos de medio tiempo.
—En lo que sea que pretenda que haga… ¿estaré en peligro?
El silencio se instauró entre ellos y Ellie comenzó a preocuparse. Simon
captó esta emoción y quiso tranquilizarla, pero tampoco podía venderle una
mentira. Tenía que saber en lo que se estaba metiendo.
—Desconocemos cómo puede reaccionar el señor Brown si descubre lo
que estamos tramando.
—¿Es violento? ¿Contrataría al tipo ese que estaba con él el día de la
fiesta? ¡Dios mío! ¿Me asesinará y me tirará a un vertedero?
—No creo que llegue a tanto, mujer, pero tenemos que ser precavidos.
John lleva mucho tiempo planeando esto.
—¿Luke lo sabe?
Aquella era una cuestión que se había estado planteando mucho, pues se
negaba a creer que alguien tan dulce como él pudiera estar envuelto en eso.
Sin embargo, necesitaba saberlo, porque no deseaba verse envuelta con
alguien malicioso, y Luke le había estado enviando mensajes con frecuencia
desde que se marchase.
—Hasta ahora no tenemos constancia de que su hijo pueda estar
implicado. Como le dije, pocas personas conocen la verdadera personalidad
de John, y creemos que su familia no es una excepción. No obstante, no
podemos bajar la guardia con esto.
Ellie suspiró aliviada. En realidad, era un peso que se quitaba de encima,
ya que le apreciaba. Había sido uno de sus principales apoyos mientras
trabajase para Adam, y en raras ocasiones Ellie había podido conocer alguien
así.
—¿Qué es lo que quiere que haga?
—Para empezar, tienes que retomar tus estudios.
—¿Estudiar?
La palabra había sonado tan rara en sus labios, que apenas podía
comprender el significado que aquello entrañaba. Hacía años que había
desechado esa idea. Hasta ahora su destino no había sido planteado para que
ella estudiase, y con el tiempo había terminado aceptándolo.
—Sí, ¿hay algo que hayas deseado estudiar alguna vez?
Nadie le había preguntado eso desde que su padre falleciera. Se sentía tan
bloqueada que ni si quiera notó la lágrima que comenzó a rodar por su
mejilla, y que provocó que la mirada de Simon se ablandase.
—Yo…
—No tienes que decidirlo ahora mismo. Solo piénsalo, para este trabajo
vas a necesitar hacerlo.
Ese día no le había dado una respuesta. Hacía años que había olvidado
cómo plantearse aquellas cuestiones menores. No podía reflexionar sobre
ello, porque ¿de qué servía soñar con algo que no podría permitirse? ¿Solo
para revivir un dolor que había aprendido a gestionar? Nada que no tuviera
que ver con sus hermanos captaba su atención, al menos hasta que apareció
Henderson.
Con él, Ellie se había planteado otro tipo de vida, una en la que poder
abrirse de verdad, confiando en él lo suficiente para que la conociera,
revelándole no solo el secreto que le había estado ocultando, sino también
otro que todavía escondía de todo el mundo.
No obstante, nada de eso había podido darse y allí se encontraba, ante el
señor Weiss, quien le planteaba la posibilidad de volver a estudiar, y no como
una muestra banal de caridad. No, necesitaba que ella lo hiciese para poder
abordar el puesto de trabajo. Eso era algo que encantó a Ellie, pues una de las
cosas que más odiaba en el mundo era darle lástima a nadie.
Si de verdad podía ser útil para alguien y para obtener eso se le abrían las
puertas hacia los brazos de la formación, entonces no podía negarse, era una
oportunidad única.
Los días siguientes a aquella conversación los pasó experimentando
mariposas en el estómago. No podía creerse que volvería a estudiar, y,
además, lo que ella quisiera. Bueno, de la charla con el señor Weiss, Ellie
había podido deducir que tendría que elegir una carrera que le resultara
beneficiosa para regresar a la empresa. Nadie de recursos humanos de
Henderson Enterprise aceptaría a alguien que hubiera estudiado Filosofía o
Medicina, y mucho menos, si era ella, Ellie Hawk o también conocida como
la persona más repudiada que hubiera pasado por aquella empresa.
Al final, se decantó por el Marketing Digital y la elección de los cursos
que derivaron de la carrera se basó en la incertidumbre. Como no sabía en
qué condiciones tendría que regresar, prefería hacerlo en un puesto en el que
tuviera el menor contacto con Henderson.
Su formación no se redujo a la universidad. Ethan y Simon invirtieron
serios esfuerzos en enseñarle protocolo, idiomas e incluso un asesoramiento
personalizado sobre su imagen. Entre todas aquellas horas que pasaba con
Ethan fue donde se forjó su verdadera amistad. Él la trataba con cariño, como
si se hubieran conocido durante toda la vida.
En ciertas ocasiones, cuando terminaba agotada hasta la extenuación en
alguna clase de baile que le hubiera dado, Ellie había creído que Ethan era su
alma gemela, ya que la comprendía tan bien, que a veces se adelantaba a sus
propios pensamientos. No le había contado lo sucedido con Henderson, pero
estaba segura de que de alguna forma Ethan lo sabía.
Sin embargo, por extraño que pareciese, cada vez que tenía un
pensamiento sobre su alma gemela, no era el rostro de Ethan el que aparecía
en su mente, y todos los momentos en los que sucedía esto, Ellie lo apartaba,
disgustada consigo misma.
No tenía tiempo que perder, ya que todavía compaginaba la crianza de sus
hermanos con sus estudios. No tardó en demostrarle a la familia Weiss que el
dinero que destinaban a estos últimos estaba siendo bien invertido. Eso no
sorprendió a Ada, quien sabía que su hermana había sido de las mejores de su
clase, cuando todavía podía estudiar, pero entendía que nadie pudiera verla
como ella la conocía. Las circunstancias familiares habían provocado que la
gente tendiera a juzgar a la mayor con demasiada facilidad, sin saber lo
luchadora y valiente que era en realidad.
Ellie podía haberse acostumbrado a las críticas, pero Ada todavía
rechinaba los dientes cada vez que intuía que alguien pudiera estar
metiéndose con su hermana.
Pronto, la mayor de los Hawk destacó tanto, que Simon se vio obligado a
tener que enviarla a Londres con sus hermanos, ya que sabía que no se iría
sin ellos. No deseaba que los círculos de Henderson se enterasen de dónde se
encontraba la señorita Hawk, y estaba al tanto de que Adam había mandado a
sus subalternos más cercanos a buscarla.
El heredero de los Henderson estaba poniéndole en bandeja de plata a
Brown su despido, ante el escrutinio angustiado de Simon, quien sabía que, si
Adam encontraba a Ellie antes de tiempo, la situación se tornaría
desfavorable para el muchacho. De esta forma, envió a Ellie y a sus hermanos
con Ethan.
Adam jamás se imaginaría que su exsecretaria se hallaría en Londres con
su enemigo de la infancia, y mucho menos que terminaría codeándose con
una ingente cantidad de famosos, la mayoría clientes de Ethan, a quienes
comenzó a llevarles las redes sociales.
Durante aquellos años en los que estuvo trabajando, estudiando y criando
a sus hermanos, Ellie no tuvo noticias de Adam. La verdad era que lo
agradecía, estaba segura de que Ethan lo hacía por su bien, ya que estaba
tratando de sanarse a sí misma, recomponiendo las piezas que su contacto con
Henderson había destruido y, aprovechando dicha oportunidad para
conocerse a sí misma.
No fue hasta pocos meses antes de tener que regresar a Nueva York, que
Ellie no empezó a escuchar noticias sobre él. Había acordado con Ethan que
la información que le aportase sobre Henderson se ciñese a lo que se esperaba
de ella a nivel laboral. No deseaba escuchar nada de sus nuevas relaciones o
posibles pérdidas. Tenía que acostumbrarse a verle como un futuro
compañero de trabajo, porque si todo iba bien, esa sería la única manera en la
que lo vería.
De esta forma era como habían comenzado a trazar un plan, que resultaba
incierto para todos y que pondría el mundo de Ellie patas arriba nada más se
comenzase a ejecutar.
***
El mismo día en el que había podido volver a hablar con Ellie después de
dos años, Adam se había sentido feliz, incluso radiante. No importaba si ella
se había limitado a despacharlo, de alguna forma sabía que la había
alcanzado. La muchacha se esforzaba por aparentar una indiferencia que
estaba lejos de sentir, lo sabía bien porque Adam conocía su cuerpo y sus
reacciones. Todavía seguía afectándola y eso le ponía de muy buen humor.
Estaba decidido a hacer de aquel viaje su oportunidad de reconquistarla y
aclarar ciertas cuestiones que habían quedado inconclusas.
Sin embargo, estaba demostrado que su felicidad no estaba destinada a
durar demasiado tiempo, pues aquella misma tarde, a tan solo una hora
después de finalizar la reunión, su madre le contactó, coaccionándole para
que fuera a cenar aquella noche. A pesar de que le había dicho que tenía que
hacer la maleta, ya que emprendería un viaje al día siguiente, Olivia había
desdeñado todo intento de escaquearse.
Adam conocía el motivo por el que le convocaba con tan poca antelación.
Se habría enterado del viaje por su padre, y estaba seguro de que pretendía
darle algunos consejos maternales, por explicarlo de una forma sutil.
Lo mismo daba, Adam odiaba encontrarse sentado en aquella mesa,
pudiendo estar planificando todas las estrategias que desplegaría para
incordiar a la señorita Hawk.
Disgustado, contempló su plato con escepticismo. Otra vez vegetales. No
tenía hambre, pues se estaba preparando para la confrontación que le
depararía.
—Y bien, madre vas a comentarme ¿por qué me has hecho venir con tan
poco tiempo de antelación?
—¿Debe haber algún motivo oculto para que una madre invite a su hijo a
cenar?
—No sé cómo será con otras madres, pero contigo desde luego que sí.
—¡Adam!
—Bueno, no estoy diciendo ninguna mentira, por favor, saltémonos
cualquier introducción intrascendente y, vayamos al grano, tengo un viaje
que preparar. De cualquier manera, estoy seguro de que padre ya te ha puesto
al día sobre la junta.
—Pues sí, lo hizo.
—¿Entonces?
—Solo quiero prevenirte, Adam, lo último que deseo es que salgas herido
de nuevo.
—¿Herido?
La palabra sonaba extraña, su madre ni si quiera reparó en ello. Adam se
había sentido mucho más que herido, le habían destrozado, pero su familia
minimizaba sus sentimientos empleando una palabra tan trivial.
—Sí, no terminaste bien después de que esa chica pasase por tu vida ¿y
ahora vas a verte envuelto en ese viaje con ella? ¿A solas?
—Si padre te ha informado correctamente, sabrás que no me queda más
remedio, es la nueva accionista.
—Y eso es otra cosa que no entiendo ¿cómo ha podido dejarle George sus
acciones a esa mujer? ¿En qué diablos estaba pensando? ¡Es una mentirosa!
Adam compuso una mueca y contempló la salida más cercana, deseoso de
dejarles allí tirados.
—Sé a la perfección lo que hizo, madre. ¿Me has traído aquí para hablar
de una situación que ya conozco?
—Solo quería que cenáramos juntos porque me preocupas, Adam. ¿Por
qué no le das otra oportunidad a Sasha, hijo? Estoy segura de que…
Adam ya había tenido suficiente, le había soltado aquella misma cantinela
en el último desayuno que tuvieran juntos, y solo por eso la cortó a mitad de
la perorata. Ya había vuelto a las andadas.
—Agradezco tu preocupación, de verdad, pero es mi vida. Yo sé muy bien
lo que hacer con ella.
—Pues hasta ahora no lo has demostrado demasiado ¿cómo esperas que
confiemos en ti?
—Ya no espero que lo hagáis. Además, se supone que es algo que
deberíais de hacer por el simple hecho de ser mis padres.
Aquella respuesta dejó asombrada a su madre, quien no se esperaba que
Adam le rebatiera de aquella forma. Noah le puso una mano encima a su
mujer para tranquilizarla, y le dirigió una mirada de advertencia a su hijo.
—¿Estás insinuando que soy mala madre?
—Nunca he dicho eso.
—Yo no te he criado así, Adam. ¿Desde cuándo te has vuelto tan
insolente?
—Supongo que fue a raíz de que un rayo de luz se colase por aquel
resquicio de oscuridad.
Sus padres no escucharon aquel murmullo y aunque lo hubieran hecho, no
habrían comprendido esa referencia. Ellie había sido su rayo de luz, pero no
se sentía capacitado para confesárselo a sus padres. No, al menos hasta que
no la recuperase.
—¿Cómo dices?
—Nada. ¿Tienes que contarme algo más? Tengo algo de prisa.
—Ni si quiera has probado bocado. ¿Qué es lo que te ocurre?
—No tengo hambre.
—Pero…
—Bueno, si no tenéis que añadir nada más. Me marcho.
Dicho esto, se levantó de la mesa, sintiéndose agobiado por toda la presión
que volvían a depositar sobre él.
—Espera, Adam. Antes de que te vayas, necesito pedirte un último favor.
Hazlo por tu madre al menos.
—¿Cuál?
—Por favor, trata de que no vuelva embarazada.
«Pero señora, usted es una desgraciada. Ojalá y atine a conseguirlo, la
última vez le hice unos patucos preciosos» Señaló Deseo, asombrado de
asistir a esa frase.
Ajeno a ese componente emocional, la ira invadió a Adam, quien tuvo que
apretar los dientes para no faltarle el respeto a su propia madre.
—Me largo.
Sin dejarles tiempo para que pudieran añadir algo más, salió de forma
precipitada del comedor. Sabía que si se quedaba un solo minuto más
terminaría desquiciado. Su familia no podía comprenderle, y no era de
extrañar, últimamente ni él mismo lo hacía.
CAPÍTULO 8

«No soy ningún experto en la materia, apenas estoy empezando a comprender


esto, pero creo que el humor es uno de los ingredientes claves para el amor.
Tú eres el ejemplo claro a esta regla. A tu lado, mis mañanas, tardes y noches
brillan cargadas de risas, sueños y amor»
A.H
Al día siguiente Adam Henderson despertó con energías renovadas a las
cinco de la mañana. Lejos había quedado la conversación que hubiera
mantenido la tarde anterior con sus padres. No quería ni pensar en ello, ni en
el camino que tenía por delante en un futuro si pensaba reconquistar a Ellie,
reflexionaba vistiéndose. No podía confiarse, pues a pesar de sus
pretensiones, la realidad era que, si ella decidía rechazarle, tendría que
encajar el duro golpe. No tenía la intención de obligarle a quererle, mucho
menos a amarle, aunque lo desease con cada fibra de su ser.
Si todavía no le había confesado sus sentimientos era porque sabía que
Ellie, con el pésimo concepto que tenía de él, saldría corriendo, negando
cualquier posibilidad de mantener si quiera una mísera amistad. Adam era
consciente de la animadversión que sentía la muchacha hacia él, y a pesar de
que tuviera sus propios motivos para estar dolido con ella, no deseaba
recrearse en ellos, porque su mero regreso le había permitido sentir de nuevo.
Algo que hacía mucho que no ocurría.
No obstante, no podía adelantarse a los acontecimientos, todavía le
quedaba un buen trecho para llegar a esa situación. Primero tendría que
conseguir convencerla de que él había cambiado y que ya no tenía la
intención de faltarla al respeto. ¿Y cómo podría hacerlo? Bueno, aún tenía
que pulir algunos detalles, pero al menos ya contaba con una herramienta
muy valiosa: la intención.
Su secretaria le había pasado todos los datos que necesitarían para ir a las
Vegas. El vuelo saldría a las siete de la mañana, por lo que estaba seguro de
que tanto Ellie como ese idiota de Ethan desayunarían allí. Él no pensaba ser
excluido por aquella dupla extraña. No, tendrían que soportar su presencia.
Con ese objetivo en mente, se reunió acompañado por su secretaria en el
aeropuerto una hora antes. No obstante, comenzó a sentirse nervioso cuando
se percató de que ni Ellie ni Weiss se encontraban por ninguna parte.
—¿Ha comprobado la hora bien?
—Sí, señor Henderson.
—Entonces, ¿por qué no están aquí?
—Yo…
De repente, ante la conmoción de su secretaria, Adam se vio asaltado por
un brazo fornido que le rodeó el cuello, constriñéndole contra un cuerpo
musculado, y un grito horrible le atravesó los tímpanos:
—¿¡QUÉ PASA HENDERSON!? ¿Estás preparado para que nos
volvamos mejores amigos?
«Madre mía, si hasta este tipo es más encantador que tú. De esta manera
¿cómo podremos recuperar a la ninfa?» Recriminó Deseo.
«¿Ya estás molestando desde plena mañana?» Adujo la Razón.
«¿Qué pasa? Yo madrugo para besar el suelo por el que pise mi ninfa».
Adam trató de librarse de su influencia, pero aquel idiota solo reforzó su
agarre.
—Weiss. Suéltame, cretino de primera.
—¡Señor Henderson! ¿Está bien?
Lucy, su secretaria, corrió para tratar de auxiliarle, pero Ethan solo se echó
a reír.
—No te preocupes mujer, no pienso cargarme a tu jefe.
—Juro que te mataré.
—Vaya, no tienes un buen despertar ¿eh? Claro, eso debe ser porque ya no
tienes ninguna mujer que te aguante, ¿no? No como yo.
En ese instante, Adam, que le maldecía estudiándole de reojo, le vio
dirigir una mirada hacia atrás y siguió su dirección con curiosidad.
Craso error. Aquella acción solo sirvió para terminar con el poco buen
humor que no hubiera destruido aquel estúpido, apretando la mandíbula,
observó de arriba abajo a Ellie, quien se veía espectacular embutida en aquel
vestido floreado con esos tacones negros. Parecía ser que había cambiado su
estilo por completo, por lo que lejos quedaba la imagen que había presentado
ante él cuando la conociera. Adam reparó en que sus curvas generosas
rellenaban el vestido de una forma que tendría a cualquier hombre arrodillado
a sus pies, dispuesto a sucumbir ante el placer que aquella mujer prometía
con su sola existencia. Irritado con las palabras de Ethan, pero sin poder
apartar la mirada de Ellie, le ladró:
—¿Qué es lo que estás insinuando?
—¿Quién habla de una insinuación? —murmuró Weiss, apretándole aún
más, después sonrió y se dirigió a la cuarta persona que faltaba—. ¡El! Mira
que tardaste, eh…
«Ese tipo no me cae bien. No me fío un pelo de sus intenciones oscuras»
Señaló irritado Deseo, quien había contemplado todo el panorama.
«Anda mira, por fin coincidimos en algo» Comentó sorprendida la razón.
«¿Debería pedir un deseo?»
«¿Por qué?»
«Es tan raro como ver una estrella fugaz»
«¡Oh, Cállate!»
—Sí, perdona. Tuve que terminar de arreglar unas cosas. Josh no deja de
bombardearme con todos esos mensajes sobre Pierre.
—¿El paparazzi?
—Sí.
—¿Ese tío no se cansa nunca?
—Parece ser que la demanda que interpusimos contra él no ha servido de
nada.
—Tranquila, le echaré un vistazo cuando lleguemos a las Vegas.
—Perfecto
Adam no tenía ni la menor idea de quienes estaban hablando. Aquel
desconocimiento no le gustó ni una pizca, pero lo que más le desagradó
fueron esas confianzas que se traían y que ya había venido observando
durante la reunión.
—No quisiera yo romper esta atmósfera de férrea complicidad que os une,
es que me gustaría señalar el pequeño detalle de que no estáis solos.
Ambos se giraron hacia él y mientras Ellie lo estudiaba con
reconocimiento e intensidad, Ethan amplió su sonrisa, divertido.
—Buenos días, señor Henderson.
—Buenos días, Ellie.
—¡Oh! ¿He oído bien, Ellie? ¿Te ha tuteado?
—¿Ocurre algo, Weiss? ¿Ahora solo tú puedes usar su nombre?
—Oh por favor, ¡esto es tan divertido! Si no te conociera diría que hasta te
has ruborizado…oh… ¿te has ruborizado?
—¡Vete al diablo, Weiss! Nadie se ha ruborizado.
—Tú sí.
—Te digo que no.
«¡Tírale una tostadora a la cabeza! Nos quiere robar a la ninfa» Aconsejó
Deseo, siempre olvidando que Adam no podía escucharle.
—Oye, ¿podríais evitar discutir al menos hasta que lleguemos? Lo digo
porque no tengo la intención de ejercer de madre con ninguno de los dos.
«Mejor calmémonos, que vamos a terminar cabreándola. Hola, ninfa mía»
Susurró Deseo ensoñador.
Justo en ese momento Ellie reparó en Lucy, quien les contemplaba con
evidente incomodidad, y la joven se apiadó de ella, por lo que, ignorando la
animadversión masculina, la sonrió con calidez.
—Tú debes ser su nueva esclava, ¿no?
—¿Disculpe?
—¡Ellie!
—¿Qué? No crea que no sé cómo las trata, señor Henderson —le
recriminó enfadada, y cogiéndole las manos con fervor se las apretó—. Oh,
querida, lo siento tanto, quiero que sepas que el seguro del trabajo te cubre
una terapia psicológica.
Lucy la estudiaba con incredulidad, mientras que Adam ponía los ojos en
blanco y Ethan soltaba una carcajada. Estaba claro que le tenía en muy bajo
concepto.
—Cre creo que no la entiendo….
—Solo toma mi consejo, ¿vale? Te vendrá bien.
—Ellie deja de insinuar que maltrato a mi secretaria.
—No le creo nada.
—Lucy díselo tú, que a mí no me cree.
Ellie se volvió a mirar compasiva a la secretaria y esta se sintió demasiado
expuesta. Su jefe le estaba advirtiendo por gestos que le cubriera.
—¡Oh! Señorita Hawk creo que está malinterpretando la situación, el
señor Henderson me trata bien, es un jefe excelente.
—¿Lo ves?
—No me extrañaría nada que la hubiera coaccionado para mentir como
una bellaca —le espetó—. Mujer, no hace falta que le defiendas… yo he
pasado por ahí. Te acompaño en el sentimiento.
—¿Usted?
—No me he muerto, ¿sabes? ¡Sigo aquí!
—¡Ay, Henderson! Nunca había contemplado una escena tan patética.
—¡Quítame tu brazo de encima!
—Qué aburrido.
—¿Yo?
—¿Quién si no?
—Sois unos pesados, ¿a que sí?
Ellie dirigió una mirada hacia Lucy, buscando su apoyo, pero la joven
desvió su atención, temerosa de las posibles reprimendas por parte de su jefe.
No llegaba a comprender del todo a aquella mujer extravagante. Al fin y al
cabo, no estaba acostumbrada a que una accionista le dirigiera la palabra a
menos que quisiera algo.
—Oye, Ellie, ¿te acuerdas a qué hora salía?
—Mira que eres despistado, eh… A las siete.
Ethan comprobó su reloj y suspiró sintiéndose cansado.
—Si aún queda una hora y cuarenta y cinco minutos. ¿Por qué me
arrastraste de la cama tan pronto? ¡Sabes lo bien que se estaba en el calorcito!
Al escuchar aquello, Adam se puso en tensión, por lo que interrumpió la
respuesta de Ellie.
—¿Lo has sacado de dónde?
—De la cama, Henderson, que no te enteras.
—Ya lo sé idiota —espetó Adam entre dientes, y luego contempló a Ellie
en silencio.
«¡¿De la cama?! Sujetadme que lo mato. ¡Lo mato he dicho!» Gruñó
Deseo enfurecido, mientras Razón le sujetaba a duras penas con una cuerda
imaginaria y trataba de calmarlo.
Bueno, con aquello quedaba confirmado que eran pareja. Adam sintió la
angustia regurgitar en su garganta. Ni si quiera había desayunado y ya sentía
el estómago revuelto. Si era cierto que estaban saliendo, tal y como
apuntaban todos los hechos, significaba que él ya no formaría parte de la
ecuación. ¿Tendría que conformarse tratando de recuperar su simple amistad?
Si fuera cualquier otra persona, sabría que podría hacerlo.
No obstante, por mucho que le costase habituarse a esa idea, no le quedaba
más remedio que aferrarse a la única parte que ella quisiera dejarle, por lo
que, si esta era una mera amistad, Adam trataría de aceptarlo. Lo único que
pedía es que no quisiera expulsarle de forma definitiva de su vida, porque de
lo contrario se sentiría como si estuviera en el mismísimo infierno. Ya había
tenido suficiente quedándose dos años sin su presencia, y la sola reaparición
en su vida había conseguido apaciguar algunos de los demonios que venían
atormentándole durante todo este tiempo.
Ajeno a todos los pensamientos de los presentes, Ethan no cejaba en su
empeño de intentar animar el ambiente.
—Oye, ¿qué os parece si vamos a desayunar y nos ponemos al día?
¡Tengo hambre! ¿Tú qué piensas, Claudia?
—Me llamo Lucy —le corrigió molesta la susodicha—. Y me parece
buena idea, siempre y cuando al señor Henderson se la parezca también.
Su secretaria le miró, pidiéndole en silencio su consentimiento y Adam
asintió de forma imperceptible. Sin embargo, el bocazas de Ethan se le
adelantó antes de que tuviera tiempo a contestar.
—¿A este? —preguntó señalándole despectivo—. Hasta donde sé no le
gusta la comida, pero el resto somos seres humanos, así que ¿qué te parece si
le hincamos el diente a algo? ¿eh?
Ethan entrelazó su brazo con el de Lucy de forma amistosa, y se la llevó
en dirección hacia la zona de restauración. Antes de que se alejasen del todo,
pudo escuchar que su secretaria le defendía.
—Le rogaría que por favor no hablase así de mi jefe.
—¿Qué? ¿Por qué?
La siguiente respuesta no la escuchó, pues estaba demasiado concentrado
en la otra mujer, que les seguía a escasos metros.
—Ellie.
Notó que los hombros femeninos se ponían en tensión, pero de igual
forma se detuvo para girarse hacia él.
—¿Qué pasa ahora, señor Henderson?
—En nuestro último encuentro no te vi bien.
La joven no dio muestras de que le hubiera afectado en algo aquellas
palabras, más Adam quería creer que estaba en lo cierto y que la había
removido parte de sus sentimientos. No sabía si le quería, incluso si alguna
vez lo había hecho, pero de lo que sí estaba seguro era que él todavía la tenía
grabada en su mente, y lo hacía con tanta intensidad, que no quería creer que
fuera el único.
Quizás fuera la pareja de Ethan, pero Adam sabía que pese a lo
extrovertida que pareciese ser Ellie, si solo un uno por ciento de lo vivido
juntos había sido real, la joven tendería a guardarse sus emociones más
profundas.
—El otro día le dejé claro que esperaba que fuera la última vez que
hablásemos de este tema.
—¿Eso es lo que quieres? ¿De verdad?
Fue apenas un segundo, aunque bastó suficiente tiempo para que Adam
captase el momento de vacilación e identificase la duda reflejada en sus ojos
castaños. Estaba a punto de responderle, cuando fue interrumpida.
—¡Ellie! ¡Que te quedas atrás!
La susodicha giró la cabeza un poco para atender a Ethan, que la estaba
llamando con la mano. Mientras tanto, Adam se concentró en observarla con
detenimiento. Su vestimenta había cambiado, ahora iba ataviada con ropa de
diseñador, tan diferente a la que hubiera usado cuando trabajaba para él. Pese
a que se notaba que había bajado de peso, no se había convertido en ninguna
modelo de pasarela. Para el alivio de Adam, sus muslos seguían siendo más
prominentes que la media. No importaba cuanto bajase de peso, Ellie seguiría
siendo el tipo de mujer con curvas pronunciadas. El Adam del pasado
tampoco hubiera aceptado ese físico, y ahora se moría de ganas por poder,
aunque fue una vez, sumergirse en él. Ese pensamiento le enterneció, lo que
no cabía duda alguna era que ella le había cambiado en más de un sentido.
—Creo que deberíamos ir con ellos.
—Bueno, vale.
***
Antes de poder acceder a la parte de restauración y las dependencias que
se destinaban a las salidas y las llegas del aeropuerto, tenían que pasar por la
zona de seguridad. Pese a la relativa velocidad con la que los viajeros iban
transitando por los diferentes escáneres, seguía existiendo cierta cola, que
todo el mundo, con independencia de la clase en la que viajasen, tendría que
pasar.
Los cuatro escogieron la que consideraron que había menos personas
esperando. Ethan encabezaba la marcha, seguido de Ellie, Adam y Lucy, así
que cuando le tocó su turno fue el primero en colocar su maleta en la cinta
transportadora y extraer en una bandeja los objetos tecnológicos.
Ellie estudiaba los movimientos que realizaba y un recuerdo la asaltó. En
esta ocasión no tendrían que viajar en turista, como la primera vez que lo
había hecho con Henderson. Todavía podía vislumbrar a la perfección la
discusión que había tenido con él por ese motivo.
—Quinientos dólares por tus pensamientos.
Escuchó la voz ronca tan cercana a su cuerpo que la sobresaltó. Sin
embargo, no se giró hacia él. No estaba segura de que, en el caso de hacerlo,
se pusiera a temblar. Le costaba concentrarse demasiado las veces en las que
Henderson pululaba a su alrededor, así que tendría que andarse con cuidado.
—Así que es verdad.
—¿El qué?
—Que para usted el dinero no significa nada.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Porque nadie ofrecería esa cantidad de dinero para que le contasen qué
es lo que están pensando.
—Bueno, pero sabes muy bien que yo no soy un donnadie.
—Creo que tiene un concepto de usted mismo demasiado elevado, señor
Henderson.
—¿Ah sí?
—Sí, sin duda.
—Yo prefiero verlo desde otra perspectiva.
Ellie no deseaba preguntar. De hecho, tuvo que morderse la lengua para
evitar hablar y cagarla.
—¿No quieres saberlo?
—No.
—Mentirosa. ¿Crees que no sé qué eres tan cotilla que te mueres de la
curiosidad?
—¿Me acaba de llamar cotilla? ¿Cómo se atreve? ¡Yo no chismorreo!
—Oh, vamos, estoy seguro de que por algún lado tienes la antenita
guardada, ¿dónde está? ¿eh?
Ellie dio un brinco, sorprendida de que el pelirrojo le pusiera una de sus
manos sobre la cabeza, buscando de verdad aquella antena imaginaria. Pese
al escalofrío que la recorrió bajo su contacto, Ellie se obligó a serenarse. No
podía abrirse ante él y su extraña actitud.
¿Qué diablos había estado pasando con aquel hombre todo este tiempo?
—¡Señor Henderson! Sus maneras son inexcusables.
—Vale, vale. Ya paro.
—Se lo agradecería.
—Bueno, sobre lo que estábamos hablando…
En esta ocasión, Ellie se giró y lo encaró. Mala idea. Sus ojos aguamarina
parecían estar divirtiéndose a su costa.
—Venga, suéltelo ya.
Adam sonrió sin hacer el menor esfuerzo por contenerse y Ellie sintió que
todo el aliento se le escapaba de golpe. Mierda, estaba segura de que aquel
idiota lo estaba haciendo aposta.
—Sabía que te morías por enterarte.
—No haga que me arrepienta. ¿Qué quiere decirme?
El pelirrojo elevó una ceja y, cruzándose de brazos, la contempló con la
cabeza ladeada, disfrutando abiertamente del momento.
—¿Y bien?
—Está bien, perdona, es que te ves muy atractiva enfadada.
—¡Señor Henderson!
—Bueno, vale. La verdad es que no sé a cuánto están ahora los
pensamientos en el mercado de valores, pero ¿sabes? Por los tuyos estoy
dispuesto a apostar toda mi fortuna.
Ellie se quedó boquiabierta ante aquella frase salida de la nada y tuvo que
realizar serios esfuerzos para no ruborizarse. ¿De qué iba todo aquello? ¿Qué
era lo que pretendía conseguir con exactitud? ¡Se le había trastocado la
personalidad! Nada de aquello tenía que ver con el Henderson que ella
hubiera conocido en el pasado.
—Te veo un poco afectada, así que, con tu permiso, iré primero.
Y sin añadir nada más, pero esbozando una sonrisa enigmática, Adam
Henderson se le coló en el instante en el que se suponía le correspondía su
turno.
—Oh…. ¿se ha colado?
—Creo que sí, señorita Hawk.
Lucy la observaba impasible, como si su jefe actual no acabase de actuar
como un niño.
—¿Desde cuándo está así? ¿Lo sabes?
—¿Quién?
—El señor Henderson.
—No creo que debiera de hablar sobre eso a las espaldas de mi jefe.
—Ay, Dios mío, ¡¿tú también piensas que soy una cotilla?!
—Por supuesto que no.
—¿Hace cuánto que estás trabajando para él?
—Unos cuatro meses.
Ellie emitió una carcajada, y la señorita Martin la contempló sorprendida.
—Bueno, entonces, felicidades.
—¿Por qué?
—Porque ya has conseguido durar más que yo.
—¿De verdad?
—Sí.
—Vaya… lo siento.
—No, no. Me alegro de que te esté yendo mejor que a mí. ¿En serio se
porta bien contigo?
—Sí, en el fondo el señor Henderson es muy amable.
—Si te refieres al frío fondo en el que se hundió el Titanic, entonces sí.
—Me va a disculpar, señorita Hawk, pero si le soy sincera, no me gusta
que hablen mal de mi jefe en mi presencia.
Ellie se sorprendió ante aquella reacción tan protectora por parte de la
muchacha, aunque le había parecido que se mostraba impenetrable durante
aquel corto tiempo que llevaban juntos, entendía que saliera en su defensa. Al
fin y al cabo, pese a que ella misma había mantenido un rifirrafe con él,
siempre lo había defendido cuando alguien podía haber ido en contra de sus
intereses.
—Tienes razón. Mi pasado con él es mío, así que no debo tratar de influir
en tu opinión. En realidad, te entiendo, esa posición te hace sentir como si él
fuera tu responsabilidad. ¿Verdad?
—Más o menos.
—A pesar de lo que te haya podido decir y de nuestra mutua
animadversión, no creas que le deseo ningún mal.
Lucy la contempló impertérrita y asintió de forma imperceptible, dándose
cuenta por primera vez, de que aquella extravagante mujer no se había
percatado de la manera en la que afectaba a su jefe. Como había firmado un
contrato de confidencialidad, Lucy no podía revelarle nada a la señorita
Hawk, incluso si eso atañía a los sentimientos que parecía tener Henderson
hacia ella. Además, su trabajo no era el de ejercer de celestina ni mucho
menos.
Sin embargo, había una cuestión mucho más importante y era que su jefe
acaba de pitar en el escáner. La señorita Hawk desvió su atención a la escena
que discurría ante ellas.
—Por favor, pase de nuevo.
Henderson obedeció y volvió a pitar nada más traspasarlo.
—Con su permiso, vamos a registrarle.
—¿Cómo dice?
—Estoy seguro de que se trata de algún objeto de metal que ha olvidado
quitarse. Siempre sucede lo mismo, pero mi trabajo es descartar otras
posibilidades.
—Dudo mucho que este hombre lleve alguna droga encima. Si le
pinchasen solo sacarían su eterna amargura.
—¡Cállate, Weiss! Esto es serio.
Henderson se encontraba disparándole miradas asesinas para que no se
metiera donde no le llamaban. Ellie estaba segura de que ser cacheado no le
hacía ninguna gracia a alguien con tanta prepotencia como él, y eso lo volvía
todo más divertido.
—No se preocupe, señor Henderson. Deje al hombre trabajar y todo irá
bien.
Adam puso los ojos en blanco al escuchar a Ellie, pero de igual modo, le
hizo caso. Cuando terminaron con él, sin hallar nada que pudiera ser
indicativo de una amenaza, el guardia le dejó seguir para recoger su maleta y
Ellie no pudo evitar reparar en el gesto indignado de Adam.
¿Quién decía que había cambiado?
—Siguiente.
El guardia de seguridad la contemplaba expectante para que pasara por el
escáner, por lo que Ellie colocó sus pertenencias en la cinta transportadora y
procedió a caminar hacia él. Al superarla con éxito, sonrió victoriosa.
—¿A que al final no era para tanto, señor Henderson?
—Eso lo puedes decir porque no has sido tú a la que han registrado.
—Esas cosas son…
No obstante, no le dio tiempo a terminar de contestarle, pues fue
interrumpida por el guardia de seguridad.
—¿Señorita?
—¿Sí?
—Por favor, abra su maleta.
—¿Qué…? ¿Qué ha pasado? —preguntó nerviosa acercándose con
rapidez a la cinta corredera—. ¿Me han metido droga? Porque si es así, ¡no es
mía!
—Tranquilícese, no pasa nada.
—¿Entonces? ¡Ethan! ¡Ven aquí!
Tanto Ethan como Adam se acercaron con presteza para ver qué era lo que
sucedía.
—¿Qué pasa?
—Tengo que abrir la maleta y yo ya he visto esta misma escena en más de
una película. Ahora la abro y me encuentro con una sorpresita nefasta que
truncará toda mi vida y mi carrera profesional. ¡Seré condenada!
—Por Dios, Ellie no actúes como si de verdad llevases droga en ella.
—¿La llevas? —intervino Adam, pero al recibir dos miradas de
indignación alzó los hombros—. ¿Qué? Ahora te juntas con compañías
dudosas.
—Lo peor es que no puedo responder a esa pregunta, porque ni yo misma
lo sé. Santo cristo, esto es peor que colarme en la cueva de ese oso para
recuperar el muñeco de Chris.
Adam se quedó anonadado al escucharla, por lo que no pudo evitar
resistirse a preguntarla sobre aquel hecho que sonaba tan insólito.
—¿Disculpa? ¿Acabas de decir que te metiste en la cueva de un oso? ¿Qué
clase de vida has estado llevando?
—¿Y a usted qué le importa?
—Bueno, ya está bien, ¿piensa abrir la maleta, señorita?
—Claro, perdón, es que estas cosas me ponen nerviosa.
—No entiendo por qué, la última vez le hiciste creerle a un avión entero
que llevabas una bomba escondida en el sujetador.
El guardia estudió uno al otro con los ojos desorbitados y Ellie negó con la
cabeza, avergonzada. Si seguían así, no saldrían nunca del aeropuerto.
—No le haga ni caso, soy una ciudadana honrada y civilizada, no una
terrorista.
—Abra la maleta de una vez.
—Desde luego.
Con dedos temblorosos, Ellie hizo lo que se le pedía y una vez expuesta
frente a los tres pares de ojos masculinos, observó al de seguridad buscar con
cuidado entre su ropa. No obstante, Ellie creyó morirse en el instante en el
que se detuvo sobre una bolsa negra que conocía muy bien. No, no podía ser
lo que ella estaba pensando… Por favor, que no fuera eso…
Sin embargo, el trabajador pareció leerle la mente, porque recogió el
neceser y lo abrió, dejando caer su contenido sobre una bandeja. Ellie cerró
los ojos abochornada y escuchó un jadeo impresionado provenir de alguno de
sus acompañantes.
—Veamos, señorita, ¿acaso no sabe que no puede transportar envases con
líquidos cuya cantidad exceda de los cien mililitros? Y si lo hace, deben estar
sellados con una bolsa hermética y transparente.
Ellie se atrevió a abrir un ojo, sintiendo la atención de Ethan y Adam
sobre ella. No quiso ni mirarlos, por lo que se limitó a contemplar su pack de
autocuidado personal.
—Son solo cincuenta mililitros más de lo estipulado, es que no encontré
un envase más pequeño…
—Da igual, señorita. Tendremos que tirarlo.
Acto seguido, procedió a lanzarlo sin consideración dentro de una
papelera.
—¡Oiga! ¡Qué me había costado un riñón! ¿Acaso no sabe lo caros que
están este tipo de productos?
—No cumple con los requisitos estipulados.
—¡Claro, como ustedes lo tienen mucho más fácil! —farfullo enfadada—.
Hombre tenía que ser…
Indignada, ignoró los cuchicheos masculinos, y recogió el resto de las
pertenencias que habían sacado de su neceser. Adam curvó los labios,
sonriendo.
—¿Eso era un lubricante?
«¡Por supuesto que lo era! Yo también lo he visto. Oh, por Dios, qué
sensual es esta mujer» Suspiró Deseo ensoñador.
—Sí, señor Henderson, ¿tiene algo que añadir? Porque estoy muy
enfadada, así que, si tanta curiosidad tiene, esto —indicó señalándole con el
objeto reconocible— es un vibrador. ¿Contento?
—Oh… creo que ese fue el que pagaste con mi tarjeta. ¿Lo sigues
teniendo?
—Es una especie de reliquia.
—Ya claro, igualita a las reliquias de la muerte. Al final, el mundo mágico
fue salvado por un vibrador.
Ellie se asombró al escuchar aquella referencia. Él se había burlado de su
inclinación a aquellas películas. Era muy extraño que pareciera conocer ese
detalle en cuestión. Por lo tanto, le dirigió una mirada interrogante.
—¿Ha visto Harry Potter?
—Por favor, señorita, recoja las cosas que le faltan. Se me está formando
mucha cola.
Ellie resopló indignada, maldiciendo para sus adentros al reglamento.
Mientras tanto, Adam estudiaba de reojo a Ethan, jactándose de la situación.
Este último se percató y no le gustó ni lo más mínimo su expresión.
—Y a ti ¿qué te pasa?
—Nada.
—¿Por qué estás tan feliz?
Adam sonrió misterioso, no era de caballeros presumir de esos temas, pero
si hubiera sido educado como un verdadero sinvergüenza, le hubiera gustado
poder reprocharle a ese idiota de Weiss que, con él nunca le había hecho falta
recurrir a un vibrador. Si se había comprado aquel cacharro se debía a que no
se encontraba en Francia.
Además, al haber vuelto a frecuentar ese tipo de compañías mecánicas,
significaba que Weiss no le daba ni una décima parte de placer. Eso le puso
de muy buen humor.
Ethan le ignoró y se apresuró a ayudar a Ellie a recoger el resto de los
objetos.
—Ellie no te olvides de los condones.
En el mismo instante en el que le escuchó pronunciar aquellas palabras, su
ánimo se oscureció. Bueno, si tenían aquella confianza, implicaban que se
estaban acostando. En cuanto ambos terminaron y su secretaria le tocó pasar
por el mismo procedimiento, Adam vio que se acercaban hasta donde se
encontraba, por lo que les espetó ofuscado:
—¿Acaso creéis que esto es alguna clase de excursión del placer?
—¿Cómo dice?
—Por supuesto, Henderson —afirmó Ethan pasándole un brazo por los
hombros de Ellie—. A nosotros nos va la marcha y somos de los que lo
damos todo.
Adam observó el brazo posesivo rodeando a Ellie y, sin añadir nada más,
se marchó gruñendo tan bajo, que ninguno entendió lo que decía. En cuanto
se alejó unos metros, Ellie se desembarazó de su agarre.
—¿A qué viene todo esto, Ethan?
—¿A qué te refieres?
—Ya lo sabes, tú no eres así.
—Pensaba que querías vengarte de él.
—No de esta forma.
—¿Y cómo si no vas a demostrarle que le has superado?
—Me da igual lo que piense de mí Adam Henderson.
—Sabes muy bien que eso es mentira.
—No lo es.
—¿Ah no? Entonces ¿por qué no paráis de haceros ojitos el uno al otro
desde que os habéis encontrado en el aeropuerto?
—¡No estamos haciéndonos ojitos! ¿Estás loco?
—Pues es lo que parece. Yo creo que hasta su secretaria se ha dado cuenta
del rollito raro que existe entre vosotros.
—No hay ningún rollo raro. No digas eso, por favor.
—Claro que sí. Tú sigue diciéndote eso, quizás con un poco de suerte,
consigas convencerte a ti misma.
—Solo señalo la realidad.
Sin embargo, aquella frase salió demasiado débil, pues sabía que Ethan no
iba mal encaminado, por mucho que se resistiera a admitirlo.
Aquel viaje iba a ser un auténtico suplicio.
***
Una vez los cuatro se encontraron frente a sus respectivos desayunos, Ellie
sacó una serie de documentos del interior de su bolso.
—Bueno, veamos, ahora que estamos frente a una taza de café y que ya
puedo pensar un poco mejor que estando sin cafeína en mis venas, vamos a
tratar de abordar el tema que nos espera en las Vegas. Señor Henderson.
—¿Sí?
—Antes de entrar en materia, necesito saber si usted desea seguir en esa
empresa o no.
Adam se sintió nervioso, ya que la joven parecía estar juzgándole por algo
que no lograba discernir.
—¿Qué tontería es esa? ¡Por supuesto que sí! Es la empresa de mi familia.
—Eso es cierto y en condiciones normales no dudaría de ello, pero usted
mismo confesó que no había estado tan comprometido como debería. Por no
mencionar aquella vez...
El pelirrojo enmudeció, sabía muy bien a qué ocasión se refería. Dos años
atrás, él le había confesado estando en la cama, que si hubiera tenido la
posibilidad de elección jamás se hubiera dedicado a ese negocio. No podía
creer que lo recordara, porque si lo hacía significaba que, aunque fuera un
poco todavía le importaba. ¿Le estaba concediendo con esa pregunta una vía
de escape?
—Vamos, en resumidas cuentas —intervino Ethan, ajeno a la tensión entre
ambos—. Que la has estado cagando.
—¡Tú cállate!
Ethan elevó los hombros con indiferencia y siguió cortando su salchicha.
—Me limito a señalar lo evidente.
—¿Y bien, señor Henderson?
—Eso fue porque…
Ellie levantó la mano para interrumpir su explicación y señaló la
documentación.
—No necesito saber los motivos que existen tras esas actitudes, de verdad,
solo quiero tener la certeza de que se va a implicar en esto de la misma forma
en la que lo haremos los demás.
—¿Por quién me tomas? Bien sabes que yo siempre me implico al cien
por cien.
—Creo que no entiendes la envergadura de la situación, Henderson.
—Y ahora ¿qué quieres tú, Weiss? ¡Limítate a comerte tu desayuno!
—Lo que está claro es que no cambiarás nunca.
—Ethan tiene razón, señor Henderson.
—No veo en qué manera iba a poder tener alguien como él razón, ni si
quiera entiendo por qué está aquí. No se encuentra ligado a mi empresa,
Weiss lleva otro tipo de casos, los de las estrellas. ¿En qué podría ayudarme
tener un abogado como él?
—No creas ni por un segundo que estoy aquí por ti.
—¿Entonces? ¿A qué has venido?
—El único motivo por el que me encuentro en este aeropuerto tiene
nombres y apellidos, y se encuentra sentada enfrente de mí.
Ellie suspiró sintiéndose agotada. No podía entender por qué dos hombres
adultos acababan discutiendo como críos.
—¿Podemos retomar el tema que nos atañe?
—Sí.
—Debe tener claro, señor Henderson, que Ethan está aquí como mi
abogado. Ha venido porque yo se lo he pedido.
—Podríamos habérnoslas arreglado solos.
—Ya te gustaría que te dejara a solas con ella.
—Ethan, para.
Adam le miró con un aire de satisfacción que no se le escapó a Ellie, quien
terminó señalándole con un dedo.
—Y en cuanto a usted, señor Henderson. No crea que la tarea que tenemos
por delante es sencilla, ni que estoy aquí como su antigua secretaria.
Lucy se atragantó con los huevos al escuchar esas palabras y tosió con
fuerza, tratando de estudiarla, asombrada. No podía creer que aquella mujer
hubiera ocupado su puesto en el pasado. ¿Cómo habría sido? No parecía tener
pelos en la lengua, y aquel trabajo demandaba ser lo más discreta posible.
De repente, se encontró con que la señorita Hawk le propinaba golpecitos
en la espalda, mostrándose preocupada.
—¿Está usted bien?
Ninguna accionista reaccionaba de esa forma, tratándola como a una
semejante más, aunque por lo visto, la señorita Hawk no era una mujer de
alta alcurnia, sino que había ejercido de secretaria en el pasado. Entonces,
¿cómo diablos se había convertido en accionista? Lucy no podía creerlo.
¿Habrían revelado si quiera eso en la junta? No estaba segura, pues había
estado yendo y viniendo para atender a los accionistas, así que era probable
que se le hubiera pasado por alto.
—S-sí, perdón.
—No se preocupe. ¿Por dónde iba?
—Creo que le ibas a explicar tus límites a Henderson.
—Por si no lo sabéis, sigo aquí. No hace falta que actuéis como si no
estuviera presente.
—Ah sí. No podemos abordar este viaje como si fuera una incursión de
mero disfrute.
—Te recuerdo que la que solía tomarse ese tipo de licencias eras tú, no yo.
—Volviendo al punto que estaba intentando tratar… y espero no ser
interrumpida de nuevo, porque os juro por Dios que quemaré este aeropuerto
con todos vosotros dentro…
—Está bien.
—No tenemos mucho tiempo para resolver los problemas de su gestión.
Mi consejo es que no debe perder la perspectiva, señor Henderson, de su
éxito con el contrato de las Vegas depende su posición en la empresa.
¿Comprende la situación?
Adam se quedó estudiándola pensativo, y tras unos segundos, asintió.
—Sí.
—Estupendo. Entonces, vamos a repasar de forma general los datos de
nuestro objetivo.
—¿El señor Awad?
—Sí. Ethan, características.
Ethan dejó a un lado sus huevos y carraspeó un poco.
—Abdel Hadi Awad, cincuenta y seis años, ¿religión? musulmana, es el
dueño de varias empresas prolíficas de muy diversos tipos. Lleva varios años
pensando invertir en las Vegas, pero siempre se termina retirando de cada una
de las ofertas. Solo se sabe que tiene cierta relación de amistad con los del
Venetian.
—Exacto. A excepción de ese, no habido ningún negocio que haya
captado su atención hasta ahora.
—Todo eso ya lo sabía, el señor Awad es de los que pierde la atención
rápido.
—Muy rápido.
—Correcto, pero también es cierto que en los pocos negocios en los que
ha invertido han terminado generando grandes resultados.
—Y justo por eso es difícil convencerle, posee una característica muy
ambivalente.
—¿A qué se refiere, señor Henderson?
—A que nunca se sabe por qué se va a dejar guiar.
—¿En qué sentido?
—La gente dice que hay veces que invierte tras meditarlo mucho y otras
que se deja llevar por el corazón. Se trata de una persona muy impredecible.
—¿Cómo sabe todo eso, señor Henderson?
—Porque Awad es muy famoso en el mundo oriental, es un jeque árabe.
Le sale el dinero hasta por las orejas, y yo conozco a cualquier persona con
dinero.
—¿Le ha visto antes?
—No me he presentado formalmente a él. Ese negocio trataba de cerrarlo
varios de mis representantes. No teníamos demasiadas expectativas al
respecto, porque como os dije, es una persona muy voluble.
—Bueno, pues en este caso tendrá que confiar y ser más optimista, porque
no importa lo que ocurra, debe cerrar un acuerdo con él en el que invierta en
la empresa.
Adam la estudió, sopesando cada una de sus palabras. Sin embargo, algo
llamó su atención, ni si quiera había tocado su plato de comida desde que se
habían sentado. Solo se había bebido el café y aquello le preocupó.
—¿No tienes la intención de desayunar?
—¿Cómo dice?
—Eh, Ellie, Henderson tiene razón, ¿cómo es que no has comido nada?
—Mierda, se me pasó. Estaba demasiado concentrada en esto.
—Pídelo para llevar.
—No —intervino Adam, ganándose la mirada asombrada de todos los
presentes—. Aún hay tiempo hasta que debamos embarcar, termínatelo todo.
De cualquier modo, quiero preguntarte algo.
Ellie se quedó muda ante aquella muestra deferente, era la primera vez que
la obligaba a comer y no la regañaba por algo relacionado con la
alimentación.
—¿El qué?
—Si es cierto que me odias, ¿por qué te esfuerzas tanto en ayudarme?
—Yo no he dicho que le odie, señor Henderson.
—Bueno, pero sé que no te caigo bien. Entonces, ¿por qué insistes tanto
en que conserve la presidencia? Podrías haber votado en contra de mi
destitución y todo hubiera sido mucho más fácil, ¿no?
La joven se puso en tensión. No podía revelarle la verdad, Adam no tenía
que saber nada hasta que no hubiera reunido las pruebas suficientes, y, de
cualquier forma, cuando eso sucediera y el señor Brown fuera expuesto ante
todo el mundo, Ellie pretendía estar muy lejos de allí.
Al verla nerviosa, Ethan la dirigió una mirada de advertencia, que pasó
inadvertida para todos menos para ella. Tenía que enfocarse.
—Yo… es sencillo, estoy aquí por Simon —informó con más seguridad
—. No es que usted me caiga bien o mal. No tengo sentimiento alguno. Solo
le debo un favor al señor Weiss y esta es mi forma de agradecerle por todo lo
que me ha ayudado hasta ahora.
Adam la estudiaba con tal intensidad, que Ethan decidió intervenir para
echarle una mano a Ellie y que sonase más convincente.
—De verdad, me dejas asombrado.
—¿Qué quieres decir?
—No pretenderías que después de haberla tratado tan mal estuviera aquí
por ti, es más, ¿crees que dejaría toda la vida de lujos y éxitos en el extranjero
para venir a ayudarte a ti? ¡Esto no es ninguna película, Henderson!
Ellie reparó en que Adam cambiaba su expresión y pasaba de la sospecha
a la más absoluta apatía.
—No, claro que no. Soy realista, sé bastante bien que los sueños rara vez
se hacen realidad, y yo, desde luego, nunca he sido el receptor principal de
estos, así que ya no espero nada al respecto.
Un silencio pesado cayó sobre la mesa, tres pares de ojos le estudiaban
asombrados, y Adam carraspeó, sintiéndose fuera de lugar.
—Si me disculpan, os espero en la puerta de embarque.
Dicho esto, se levantó e ignorando las diferentes expresiones, se fue
alejando, cargando con su propio equipaje.
Cuando se quedaron a solas, Ethan fue el primero en romper el hielo al ver
los gestos conmovidos de las dos mujeres.
—Oh, por favor, no me digáis que de verdad os habéis creído ese discurso
propio de un actor de teatro. ¡Está claro que os está manipulando!
La secretaria de Henderson se giró hacia él y, airada, le taladró con la
mirada.
—En mi presencia no le permito que hable así de mi jefe. Muestre más
respeto, descarado.
—¿Qué?
—Lo que oye.
Sin agregar nada más, Lucy se levantó de su silla y, recogiendo sus
pertenencias, se dirigió corriendo hacia el lugar por el que se había marchado
Adam.
—¡Señor Henderson! Espere un momento.
—Mírala y parecía una mosquita muerta. Tiene sus garras, ¿a qué sí,
Ellie?
—Ethan.
—Oh, oh… No me mires así, ¿qué pasa?
Ellie parecía mucho más molesta que la propia secretaria de Henderson, y
aquello sorprendió a Ethan, quien no acostumbraba a verla de aquel humor.
—Te lo voy a pedir por última vez.
—¿El qué?
—No molestes más de esa forma a Henderson o te juro que no responderé
por mis acciones.
—¿Tú también
—Ya lo sabes.
Ethan las observó marchar detrás de Adam, preguntándose qué diablos
tendría aquel tipo para conseguir que dos mujeres se pusieran de su lado, y
más aun teniendo en cuenta que una de ellas no le soportaba. Bueno, eso no
era del todo cierto, Ethan sabía que a pesar de que Ellie se esforzase día tras
día en no sentir nada por él, seguía enamorada de Henderson. Eso no quitaba
el hecho de que le fastidiase que aquello fuera así, pues sabía que Adam no se
merecía a alguien como ella. ¿Por qué nadie más podía verlo? Parecía una
especie de comedia mala. Ethan contempló la mesa repleta de los desayunos,
cada uno en diferentes estados y se percató de su nueva situación.
—Qué desgraciados. No solo me dejan como el malo de la película, sino
que también me obligan a pagar la cuenta. Si es que uno ya no se puede fiar
de nadie…
CAPÍTULO 9
«Últimamente visito muchos acuarios, sobre todo cuando tengo un mal día,
he encontrado una tranquilidad apaciguadora entre los peces. Ayuda Google
respuestas, ¿cómo se olvida a un idiota?»
E.H
Entre los japoneses existe un culto destinado a los siete dioses de la
fortuna: Kotobuki, Fukurokuju, Benzaitén, Bishamoten, Ebisu, Daikokuten y
Nunobukuro. A pesar de la diferenciación en sus procedencias, en la cultura
japonesa se tiende a creer que, si se rinde culto a estas divinidades, cualquier
persona encontrará la fortuna y evitará las desgracias. En realidad, no importa
el culto al que se le rinda tributo, desde un punto de vista histórico, en las
religiones politeístas, siempre han existido las representaciones de figuras
divinas que son los encargados de repartir fortuna entre sus adeptos. Desde
luego, las Vegas sería el lugar predilecto donde se encontrarían este tipo de
creencias. Al fin y al cabo, cualquiera que haya decidido participar en un
juego de azar en el que se haya puesto en juego una porción económica
sustanciosa, se habrá terminado encomendando a cualquiera de los dioses que
le pudieran cumplir dicho milagro: no perder su dinero.
No por nada iban a llamar a las Las Vegas «la ciudad de las segundas
oportunidades». Si una tenía que ponerse exquisita, también era conocida
como «la ciudad de la lujuria». Al menos eso era lo que se reflejaba en la
guía turística que había conseguido Ellie en el aeropuerto nada más llegasen a
las doce de la mañana.
No es que Ellie tuviera la intención de liarse con el primer desconocido
que pasara por la calle, pues no debía olvidar que había venido a las Vegas
con una misión clara: cerrar un trato con Awad y conseguir mejorar la
opinión popular del hotel.
No obstante, debía reconocer que sentía cierta curiosidad por los motivos
que habría detrás de la palabra lujuria, ¿es que allí serían más propensos a
contratar prostitutas? O, al igual que había visto en alguno de los pubs a los
que había ido al visitar a Maddie, ¿habría clubs de esos de strippers?
Ellie se había divertido a lo grande en aquel viaje. Su sorpresa había sido
supina cuando se enterase de que Maddie no vivía en Estados Unidos, sino en
España. Madeline Wright había sido la cuñada de Enzo D’Angelo a quien
tuviera la oportunidad de conocer y entablar una sólida amistad a raíz del
viaje a Venecia, en el que había podido ser presentada a la familia política del
mejor amigo de Adam. Maddie había resultado poseer todos los valores
contrarios a las amistades del señor Henderson, a excepción de Luke, quien
compartía el mismo tipo de opiniones sociales que ellas.
Lo primero que le había sorprendido de Maddie había sido su forma
sencilla de vestir y la cicatriz que surcaba la mitad de su rostro. No obstante,
una vez logró conocerla un poco mejor durante su breve estancia en Venecia,
no tardó en darse cuenta de que una de las características de la muchacha era
tener un enorme corazón. Era dulce, cuidadosa y atenta, se había preocupado
porque Ellie se sintiera cómoda a su lado, así como una integrante más en su
propiedad, a pesar de que en ese entonces solo era la secretaria del señor
Henderson. Con la única persona con la que había cambiado su actitud era
con Enzo D’Angelo, aunque no suponía de extrañar, ya que el tipo se había
comportado como un auténtico idiota cada vez que coincidían en la misma
habitación, quedando patente para todo aquel que estuviera a su alrededor
que no se tenían en alta estima.
Ellie le había tratado de preguntar a Maddie sobre aquella extraña
conducta, pero ella había preferido evitar pronunciarse sobre el tema. No
obstante, la amistad entre ellas se había consolidado durante el viaje a
Venecia, y tras marcharse a Francia, habían seguido manteniendo el contacto.
Aquellas conversaciones tan asiduas no habían mermado ni si quiera
cuando se desatase el escándalo en la empresa. Una tarde, la pequeña de los
Wright la había escrito nada más enterarse de que se había ido a estudiar a
Londres y, tras un buen rato insistiéndola, la había convencido para que la
visitara con sus hermanos durante las vacaciones de verano. Todavía no
podía creerse que hubieran terminado en un local de strippers, sin Ada ni
Chris, que se habían quedado en casa de Maddie. Casi se muere de un infarto
al ver esos cuerpos expuestos ante ellas, por lo que que, si hubieran estado
sus hermanos presentes, les hubiera causado un trauma. Maddie se había
reído a lo grande de sus reacciones, a pesar de que en el fondo Ellie
sospechaba que estaba igual de avergonzada. Los días siguientes habían
transcurrido hinchándose a comer, beber, a excepción de Chris, por supuesto,
y visitar las diferentes ciudades.
Sus hermanos le habían cogido cariño a Maddie de inmediato, lo cual era
bastante extraño en Ada, quien tenía que pasar un tiempo antes de que se
hiciera amiga de nadie. Sin embargo, Maddie le había caído bien. Suponía
que era porque Ada era consciente de que Ellie no contaba con ninguna
amiga como tal, de forma que enterarse que su hermana mayor había logrado
hacer una amistad, que parecía no juzgarla ni reírse de ella, fue un aliciente
suficiente para que la mediana la aceptara sin más miramientos. Es más, Ellie
sabía que Maddie le había dado su teléfono a Ada y que en ocasiones ambas
se escribían para ponerse al día. La pequeña de los Wright había invitado a su
hermana a regresar las veces que quisiera a España.
Ellie la echaba de menos, todavía se mensajeaba a diario con ella. La
última vez que la había visto parecía mucho más feliz de lo que hubiera
estado en Italia. En España, Ellie había podido vislumbrar una faceta de ella
que no había conocido en Venecia. Maddie se había mostrado mucho más
relajada y tranquila, esto le hizo pensar que quizás tuviera algo que ver con
que cierto italiano no estuviera presente. Maddie le había contado que estaba
estudiando diseño en una escuela bastante conocida y le había presentado a
sus dos compañeros de piso, quienes también eran sus amigos.
De repente, su móvil vibró, advirtiéndole de un nuevo mensaje entrante y
Ellie salió de sus cavilaciones.
Mensaje entrante de Maddie:
¿Ya habéis llegado a las Vegas?
Ellie sonrió, muchas veces solo hacía falta pensar en alguien para que
tuvieras noticias de esa persona.
Mensaje enviado:
Sí. ¿Qué haces despierta? ¿No deberías estar durmiendo?
Mensaje entrante de Maddie:
Me voy a ir en nada, aquí son las diez. Mañana tengo que madrugar.
Mensaje enviado:
¿Entonces?
Mensaje entrante de Maddie:
Solo quería saber si ya te habías reunido con Adam. Ayer no te pude
preguntar y estaba preocupada.
Ellie suspiró, se encontraba en la recepción del hotel esperando a que el
resto terminase de deshacer la maleta.
No podía culpar a su amiga por hacerle aquella pregunta, durante su
estancia en España, Ellie se había sincerado con ella y le contó lo acontecido
en la empresa. No es como si Maddie no hubiera estado al tanto de la
situación, pero por respeto hacia Ellie, decidió que no debía indagar en el
asunto, a menos que ella quisiera contárselo. Con ellas todo funcionaba así,
ninguna presionaba a la otra y al final la información surgía de forma natural.
Mensaje enviado:
Si.
Mensaje entrante de Maddie:
¿Cómo te encuentras?
Mensaje enviado:
Creo que bien.
Mensaje entrante de Maddie:
Me alegro, El. Ya sabes que si me necesitas estaré por aquí. Si hace falta
me desvelaré las horas que sean necesarias, pero no consientas que ese
idiota te vapulee de nuevo.
Ellie soltó una carcajada ante la referencia al cambio horario y estudió con
cariño el chat de Maddie. De foto de perfil tenía puesta una playa, lo cual
resultaba bastante significativo, porque había reparado en que Maddie odiaba
tomarse fotos. Tenía la ligera sospecha que se debía a la cicatriz que cubría su
rostro. A pesar del estoicismo con el que la llevaba, era una situación que la
afectaba.
Mensaje enviado:
Gracias.
Mensaje entrante de Maddie:
No tienes que dármelas. Tú harías lo mismo por mí.
Mensaje enviado:
No lo dudes.
La muchacha se lo pensó un poco antes de sacar el tema. Probablemente
no debería hacerlo, su amiga se había mostrado bastante esquiva con aquella
cuestión, pero Maddie seguía en línea y se la imaginaba planteándose cómo
sacarle el tema que siempre se esforzaba por eludir, o quizás no tenía nada
que ver, aunque Ellie sentía la absurda necesidad de comunicárselo.
Mensaje enviado:
¿No vas a preguntarme?
Mensaje entrante de Maddie:
¿El qué?
Mensaje enviado:
Ya lo sabes, sobre él.
Mensaje entrante de Maddie:
No es mi problema.
Mensaje enviado:
No le he visto en Nueva York.
Maddie tardó un buen rato en contestar, y cuando Ellie ya pensaba que
quizás habría metido la pata, su amiga respondió.
Mensaje entrante de Maddie:
No me interesa saber nada de ese imbécil.
El imbécil no era otro más que Enzo D’Angelo, el novio de su hermana, y
también uno de los mejores amigos de Adam. Maddie nunca hablaba de él, ni
si quiera durante su visita a España. Se trataba de un tema tabú para la
muchacha, que Ellie había respetado. Aun así, en el fondo intuía que Maddie
sentía curiosidad por él. Desconocía qué pasado unía a aquellos dos, y
aunque en apariencia parecían llevarse mal, Enzo se preocupaba por ella, de
lo contrario no la habría estado regañando todo el rato como si fuera alguna
clase de hermano mayor.
De una manera o de otra eran familia y Ellie sabía las dimensiones que
aquel concepto significaba e implicaba.
Mensaje enviado:
Está bien.
—¿Con qué estás tan concentrada?
Ellie levantó la mirada de su móvil y reparó en unos ojos aguamarina que
la observaban con interés. ¿Ese hombre se había empeñado en pillarla por
sorpresa?
—Señor Henderson.
—El mismo.
—¿Ya ha desempacado?
—Sí. ¿Y tú?
—Sí.
—Así que, pese al cambio de vestuario, hay cosas que nunca cambian,
¿no?
—Me gusta viajar ligera.
—Lo sé.
Un silencio incómodo cayó sobre ellos y Ellie rogaba porque Ethan o la
secretaria aparecieran cuanto antes. Adam tomó asiento en el sillón contiguo
al suyo. Al parecer no tenía ninguna intención de marcharse.
—Verás, quería hablar contigo.
—¿Otra vez?
—Sí.
—¿Sobre qué?
—Sé que aún tenemos algunas rencillas que resolver.
—Por mi parte, cualquier rencilla a las que refiera ha quedado atrás.
—Eso no es cierto, me sigues guardando rencor.
—Bueno, en algunas cosas sí.
—Por eso mismo, quizás ahora te resulte improbable y no se pueda dar por
ese rencor que dices sentir, pero tengo un objetivo en mente.
—¿Cuál?
—Me gustaría que algún día pudiéramos ser amigos.
Había altas probabilidades de que en el hipotético caso de que Ellie
hubiera estado ingiriendo algún alimento, no cabía duda de que habría
acabado atragantándose. ¿Amigos?
—¿Disculpe?
¿Amistad? ¿Por qué alguien como él querría ser su amigo? Nunca había
sido amiga de Adam Henderson, así que solo el hecho de que se lo plantease
le resultaba surrealista. Ellie tenía claro lo que Adam opinaba sobre ella, él
mismo se lo había hecho saber sin ningún tipo de reparo años atrás. De
hecho, todavía había una frase de las que le había soltado que le seguía
afectando.
«Por eso siempre se nos dice desde pequeños que no debemos juntarnos
con gente como usted».
Aún dolía, ya que, a través de ella Henderson había dejado claro que ni si
quiera se encontraban en el mismo nivel. No es algo que debería de haberle
sorprendido, pues Adam nunca había tratado de ocultar su opinión acerca de
la clase media, en ciertos momentos hasta llegó a justificarle a Luke la
discriminación por razones socioeconómicas.
Entonces, ¿por qué quería ser su amigo? ¿se estaría burlando de ella?
¿Habría alguna cámara oculta?
—Sé que esto puede pillarte de sorpresa.
—¿Por qué?
—¿Cómo dices?
—Que por qué quiere ser mi amigo, usted no se relaciona con gente como
yo.
—¿Cómo tú?
—Sí, como yo.
—No te entiendo.
—Si lo hace, usted mismo me lo dijo. Nuestras clases no deberían
juntarse, ¿cierto?
Adam torció el gesto en cuanto ella le echó en cara aquella frase.
Incómodo, se removió en el sillón.
—Es cierto, lo dije.
—¿Entonces?
—Quiero tratar de resolver nuestros asuntos y empiezo a pensar que la
forma más diplomática de hacerlo sería a través de la amistad.
—¿En serio?
—Sí.
—Y eso ¿por qué?
—No cabe duda de que ambos comenzamos con mal pie.
Ellie soltó una carcajada al ver la ironía que subyacía en lo que estaba
aconteciendo.
—Eso me parece el eufemismo más grande la historia. A punto estuvimos
de tirarnos de los pelos. No crea, de hecho, tuve muchas ganas de hacerlo en
el pasado.
—Estoy tratando de ser cuidadoso y me gustaría que me permitieras
expresarme, por favor.
Ante la sinceridad que parecía destilar aquella petición, Ellie le contempló
asombrada. Henderson jamás pedía permiso, solo decía lo que se le antojaba
en ese momento.
—Está bien, continúe. Le escucho.
—Desde que te presentaste en mi despacho por primera vez, no
empezamos bien. Me dejé llevar por tu apariencia superficial, pero creo que
ya te expliqué los motivos en su día.
—Sí. Me acuerdo.
—Soy consciente de cada una de mis palabras y me responsabilizo por
todas ellas.
—¿Cómo piensa hacerlo?
—El otro día te pregunté si creías que era mala persona.
—Sí.
—¿Podrías responderme a esa pregunta?
—¿Para qué?
—Para tratar de ejemplificar mi punto. ¿Me consideras mala persona?
Ellie no tuvo que pensárselo mucho, aunque fingió hacerlo por unos
instantes.
—No, es decir, en ocasiones puede ser un auténtico idiota grosero, pero no
le considero mala persona.
—Vaya, gracias por los adjetivos calificativos.
La joven contempló su reacción. No parecía ofendido, todo lo contrario,
con las cejas arqueadas, parecía estar divirtiéndose. Por lo tanto, se encogió
de hombros.
—Usted me preguntó y yo me limité a responder con sinceridad.
—Bueno, continúo. No entiendo por qué decidiste mentir en su día,
todavía hoy sigo preguntándomelo y, aunque sospecho que puedo entrever
ciertas causas, no quiero forzarte a decírmelo, porque sé que todavía no te
sientes cómoda conmigo.
Ellie estaba tan impresionada con aquellas palabras, que no sabía qué
responderle. Nunca hubiera esperado que Adam Henderson pudiera
pronunciar aquel discurso. No obstante, había una parte en la que se
equivocaba. A pesar de que habían pasado dos años y aún cargaba con el
rencor de los roces que hubieran tenido, Ellie sospechaba que, si se relajaba,
se sentiría muy cómoda a su lado, y ese era el principal problema. No podía
hacerlo, no claudicaría ante ese hombre. Nunca más le volvería a entregar su
corazón.
—Como veo que te has quedado callada, daré por sentado que este tema te
incomoda. Solo quería decirte una cosa.
—¿El qué?
—Todavía me siento dolido por algunas cosas, pero con todo y con eso me
gustaría que pudiéramos ser amigos.
—¿Por qué? Acaba de decir que está dolido por lo que hice.
—Porque quiero poder comprenderte. Sé que hay algo que estás
ocultando, no sé qué es, pero querría averiguarlo, y si para eso tenemos que
volver a construir la confianza que perdimos el uno en el otro, me gustaría
intentarlo.
—Pero usted no confía en mí.
—Ni tú en mí.
—¿Entonces? ¿Por qué quiere mi amistad si no confiamos el uno en el
otro?
—Porque te aprecio.
—No acaba de decir esas palabras.
—Sí, lo hice y me reafirmo en cada una de ellas.
—¿No me odia? Le mentí.
—Si te soy sincero, durante un tiempo traté de hacerlo. Debo reconocer
que me esforcé mucho por conseguirlo.
—¿Y?
Adam sonrió y Ellie sintió que se mareaba. No quería ser la destinataria de
aquella sonrisa, ni mucho menos que le afectase de ese modo.
—Y ahora estoy aquí, intentando granjearme tu amistad, ¿no debería eso
ser una prueba más que suficiente?
—No sé si voy a poder hacer lo que me pide —murmuró confundida—.
No creo ni que esté bien.
—No necesito una respuesta.
Aquello la puso en guardia, tanta amabilidad y comprensión comenzaba a
hacerla sospechar. Si deseaba algo de ella iba a tener que ser sincero.
—¿Y qué es lo que quiere?
—Una oportunidad.
—¿En qué consistiría?
—Solo permíteme estar a tu lado durante el viaje para demostrarte que
podemos llevarnos bien.
—Va a estar cerca de mi igualmente. Vamos a trabajar juntos.
—Sí, pero me apartas cada vez que trato de hablar contigo de cualquier
cosa que no sea el trabajo.
—Es normal, soy la encargada de supervisar este proyecto.
—Lo sé y no quiero meterme en tu trabajo. Solo desearía que nuestros
temas de conversación no se redujeran al ámbito laboral.
—Tengo que pensármelo.
—Claro. No hace falta que me digas nada. Te decantes por una u otra
decisión, estaré dispuesto a aceptarla.
Ellie le contempló en silencio, valorando la sinceridad de aquella frase y
lo que conllevaba. Tras meditarlo durante un segundo, decidió que por el
momento podría estar tranquila.
—Está bien, pero si le soy honesta, no le puedo asegurar que logre ser su
amiga.
La joven observó cómo sus facciones cambiaban de inmediato y
transmutaban de la diversión a la más absoluta seriedad.
—¿Por qué? ¿Acaso no puedes soportar mi presencia incluso en estas
circunstancias?
La boca de Ellie se secó ante la crudeza de esas palabras y el dolor que
transmitían. Ahí estaba de nuevo la misma mirada que había exhibido en el
aeropuerto, antes de dirigirse a la puerta de embarque.
—No… creo que no lo comprende.
—Explícamelo, por favor.
—No sé si podremos llegar a una amistad por lo que usted significó en mi
vida.
Adam tragó saliva, sintiéndose conmocionado por el significado que
subyacía bajo aquella frase. Desde su posición, la contempló, tratando de
captar aunque fuera un indicio que pudiera darle alguna esperanza.
—¿Signifiqué? Espera, estás queriendo decir que signifiqué algo para ti
en el pasado.
—Sí.
Latido. Latido. Sus sospechas se acababan de confirmar con aquellas
palabras. Tenía que andar con mucho cuidado al emplear la siguiente frase,
pues sabía que se encontraba caminando sobre arenas movedizas y que la
joven podría cerrarse en cuanto cometiera el más mínimo fallo.
—Y yo… Un momento, Ellie. ¿Crees que aparte de rencor pueda quedar
algún resquicio de esos sentimientos?
Los ojos de la muchacha brillaron con reconocimiento contenido. Adam
sospechaba que en cualquier momento se echaría a temblar en relación con la
respuesta que pudiera salir de sus labios.
—Verás, Adam… yo…
—Bueno, bueno, pero sí que habéis sido rápidos, ¿no?
La interrupción provino de Ethan, quien se encontraba detrás de los
sillones en los que se encontraban sentados. Ambos se giraron mostrando
diferentes expresiones. Adam le taladró con la mirada, molesto por haber sido
interrumpido cuando Ellie estaba a punto de darle una respuesta y peor aún,
la joven había utilizado su nombre de pila. Aquello suponía un hecho insólito
para él, pues siempre se esforzaba por mantenerle al margen a través del
vocabulario. Él mismo lo había hecho en el pasado, distanciarse de la
influencia que Ellie ejercía sobre su persona empleando un registro formal.
Por su parte, Ellie le contempló confundida por lo que había estado a
punto de decir ante él y se sintió turbada. Cuando se percató del error que
había estado cerca de cometer, el alivio la invadió.
Como Ethan no era ningún tonto y pudo notar que acababa de interrumpir
algo, se puso serio.
—¿Qué pasa?
«Este tipo es un idiota, ¿eh? Se hace el tonto, pero es bien listo, el
indeseable» Farfulló Deseo.
«¿Quieres un lexatin? Necesitas relajarte» Aconsejó la Razón.
«Descansaré el día que logremos recuperar a la ninfa. Hasta entonces no
quiero saber nada de nadie.»
—Nada, Ethan, ¿qué va a ocurrir? El señor Henderson y yo solo
estábamos conversando.
—¿Por qué no te das una vuelta, Weiss?
—¡Señor Henderson!
—Es que me sentiría muy solo sin vosotros, Henderson.
Adam apretó los dientes ante aquella actitud burlesca, pero se mantuvo en
silencio, intentando gestionar su propia frustración. Diablos, había estado
muy cerca.
—¿Y de qué estabais hablando?
—Del trabajo.
Ellie ni si quiera le dirigió ni una sola mirada al soltar tamaño embuste,
pero aquello no pasó inadvertido para Adam, quien concluyó que no quería
hacer sentir inseguro a Ethan.
Si de verdad estaban saliendo, sabía que Ellie era de aquellas que
protegerían a su forma a las personas que quería. Aquello le dolió, porque
hubo una época en la que ella también le había cuidado a él de alguna
manera.
—Muy bien, y ¿por dónde deberíamos empezar, jefa?
—Bueno, le decía al señor Henderson, que he estado reflexionando sobre
cómo podemos conseguir los objetivos que nos hemos marcado.
—Sí.
—Creo que primero deberíamos comenzar con las posibles mejoras para el
hotel.
—Nuestro equipo especial del área operacional es el encargado del
mantenimiento, así como de los proyectos de mejora y adecuación en todos
los hoteles Henderson.
—Sí, estoy al tanto del funcionamiento, pero he podido observar en el
reglamento interno, que se sigue la misma política en todos los hoteles.
—Así que tenemos que continuar en la misma línea Henderson, ¿no?
—Sí, Weiss, pero con ligeros matices, por supuesto.
—Había pensado que podríamos ampliar esos matices en este hotel —
intervino Ellie—. Adecuarlo un poco más al contexto en el que se encuentra.
—No es mala idea, pero podríamos tener problemas con eso.
—¿A qué se refiere?
—Ayer pudiste ver que aquella reunión era una caza de brujas contra mí,
¿no?
—Sí.
—El señor Sullivan se aferrará a la más mínima incongruencia con tal de
conseguir que se me destituya.
—Ah sí, te guarda bastante rencor, Henderson.
—Bueno, eso es algo que tendré que decidir yo.
—Son políticas de empresa, Ellie. Tampoco podemos salirnos de ellas.
—Por mucho que me pese darle la razón, Henderson no anda mal
encaminado.
—De todas formas, en uno de los documentos que vi —comentó
rebuscando en la tablet que siempre llevaba con ella—, se puede observar
que dicho equipo ya empezó una reforma aprobada, ¿no?
—Sí, hasta donde tengo entendido iban a agregar una nueva zona
recreativa en colaboración con uno de los casinos de la zona.
—¿Cree que podríamos aportar nuevas ideas? Lo pregunto porque ya se
ha aprobado.
—No veo por qué no, siempre y cuando no se salga de las directrices
básicas, en cuanto a la cuestión monetaria, no puede excederse del
presupuesto pactado.
—Exacto —añadió Ethan—. Lo que sí podemos hacer es tratar de revisar
y cambiar opiniones en torno a la decoración y diseño, incluso es posible que
debamos hablar con los ingenieros a ver si es posible adecuar los cambios al
proyecto original.
—Sí, no creo que pongan problemas siempre que exista un precedente que
asegure que se le va a sacar rédito.
—Entonces creo que usted debería quedarse aquí, supervisando el
proyecto que han puesto en marcha, señor Henderson.
—¿Y tú?
—Antes de venir aquí me puse en contacto con el departamento que
mencionó, y les comuniqué sobre la intención de colaborar con ellos.
—Así que están al tanto de que nos encontramos aquí.
—Exacto. Saben que usted va a supervisar al director de ingeniería.
—¿Yo?
—Sí.
—Pero tengo más cosas de las que encargarme.
—No. Su padre ha conseguido que se le despeje la agenda, así que debe
estar pendiente de que todo salga como aparece en el documento del
proyecto. Se lo acabo de enviar al correo de su secretaria para que esté al
tanto de ello.
—Bueno, ¿y vosotros qué haréis mientras tanto?
—Yo iré a investigar qué es lo que más interesa a los turistas.
—Yo también.
—O sea que vosotros vais a estar divirtiéndoos y yo me quedo aquí,
vigilando.
Ellie sonrió por la exposición tan cruda de los hechos, no parecía que le
hiciera mucha gracia.
—Exacto.
—Y ¿por qué no dejamos que Weiss se encargue de eso, y soy yo el que te
acompaña?
—¿Por qué debo amargarme yo con una responsabilidad que es tuya,
Henderson? Yo solo he venido a representar a Ellie, así que mi deber es estar
a su lado.
—Deber…
Adam no podía evitar que le molestase todas las ocasiones en las que
aquel idiota de Weiss se encargaba de recalcar que debía permanecer al lado
de la joven, dando a entender que les unía más que una relación laboral.
Sobre todo, cuando a él se le había rechazado la oportunidad de establecer
una simple amistad.
Ellie rodó los ojos, cansada de aquellas peleas en las que solo imperaba el
ego masculino.
—No empecéis a discutir de nuevo. Y a su pregunta, porque usted es al
que más le interesa que esto salga bien.
—Eso es un golpe bajo.
—Perdón por la tardanza, señor Henderson —intervino una voz agitada—.
Tuve unas cosas que solucionar, ¿es que han comenzado ya?
—¡Camila! ¿Tú también te unirás a nosotros?
—Mi nombre es Lucy, señor Weiss y yo haré lo que me ordene el señor
Henderson.
—No le hagas ni caso, señorita Martin. Solo te está molestando.
—¿Por quién me tomas, Henderson? ¿Por un hombre despiadado?
—Más bien como a un idiota playboy.
—¡Oye! Yo no juego con las mujeres.
Adam dirigió una mirada significativa hacia donde se encontraba Ellie y,
entre dientes, le advirtió:
—Por la cuenta que te trae, espero que eso sea cierto.
***
Después de pasar toda la tarde visitando otros hoteles e incluso los propios
casinos, Ethan decidió que ya era hora de tomarse un descanso. En cuanto
salieron del V-dara, temeroso de que pudiera seguir con la ruta estrictamente
planificada de la muchacha, Ethan paró su avance, sujetándola con suavidad
del brazo.
—Ellie, ¿no podemos hacer una parada?
—¿Por qué? ¡Tenemos que ver el siguiente!
—Llevamos toda la tarde visitando hoteles.
—No seas exagerado, apenas y hemos estado en cuatro.
—Suficiente para que necesite un respiro.
—Bueno, creo que en el siguiente podrías tomártelo.
—¿Y por qué no en este? ¡Tiene spa!
—Porque cuesta un ojo de la cara.
—¿Desde cuándo nos importa eso?
—Habla por ti, a mí nunca me ha dejado de importar.
—Oh, vamos, invito yo.
—Si quieres tomarte algo en el siguiente hotel, por mi bien. Tiene buena
pinta, la verdad.
—¿Y cuál es ese?
—El Venetian.
—Está bien, pero vamos a descansar.
—Sabes que te dejaré consumiendo algo y aprovecharé para mirar.
—¡No seas aguafiestas!
—No lo soy, he venido a trabajar porque tu padre me lo pidió. Solo quiero
terminar mi trabajo y marcharme.
—Es por Henderson, ¿verdad?
—¿Qué estás diciendo ahora?
—Si te está afectando más de lo que acordamos, debes decírmelo.
Ellie carraspeó, intentando ganar tiempo, y emprendió el camino que le
indicaba Google Maps.
—No me está afectando.
—¿Seguro?
—Sí.
—Si tú lo dices… Está bien, vamos a ver ese hotel.
***
Quizás Ellie debería de haber sospechado por el nombre o incluso tendría
que haber realizado una búsqueda exhaustiva en internet, pero lo cierto era
que se había limitado a sacar una lista impresa con los hoteles más icónicos
de las Vegas. En cuanto había visto el nombre de aquel hotel en la lista, se
había sentido incómoda y lo había dejado estar, al fin y al cabo, se suponía
que ahora era una profesional. El plano personal y laboral no debían
coincidir, eso lo había aprendido bien. Entonces, ¿por qué seguía dejando que
le afectara de aquel modo?
En cuanto llegaron a la ubicación que marcaba su móvil, Ellie se quedó sin
aire. El Venetian, era una representación demasiado realista de Venecia. En
cuanto vislumbró cada uno de los monumentos que había tenido el placer de
contemplar dos años atrás, entró en estado de shock. Sin añadir nada más, se
acercó a la imitación del puente de Rialto, sobre el que una vez hubiera
estado acompañada. En su mente se formó la imagen de Adam retirándole el
pelo de la cara mientras la contemplaba con intensidad.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, reviviendo cada una de las sensaciones,
como si no hubiera pasado el tiempo.
—Ellie, ¿estás bien?
—S-sí.
Ethan contempló con curiosidad el agua que discurría por debajo del
puente, y un gondolero captó su atención.
—¿Te apetece montar en góndola?
Ellie negó con la cabeza, luchando por deshacerse del recuerdo y miró
hacia Ethan, aturdida.
—¿Eh?
—Te decía que si quieres que probemos a subirnos en una góndola.
Un nuevo recuerdo la asaltó, ella perdiendo el equilibrio, Adam
aferrándola contra su cuerpo, arrastrándola con él hacia el interior, hasta que
ambos cayeron en las aguas infectadas. Su furia, la risa masculina, la
desconcentración.
—¡No!
—¿No?
—No.
—Bueno, vale, no hace falta que lo niegues con esa insistencia, ni que
fueras a morir en una góndola.
—Casi lo hago.
—¿Cómo dices?
—Ese idiota de Henderson me tiró con él.
La expresión anonadada a la par que horrorizada de Ethan le produjeron
unas ganas terribles de echarse a reír.
—¡No te creo! Adam nunca actuaría así, es demasiado pulcro y va de
caballero perfecto. ¿Me estás queriendo decir que te arrastró con él? ¿Al
agua?
—Sí.
—Oh, con razón te mira así y me amenaza de esa forma.
—¿Qué dices?
—Bueno, piénsalo un poco, te aseguro que con Sasha nunca fue así.
—¿Esperas que me alegre de que me arrastrase con él?
—No es eso lo que quiero decir.
—Entonces déjalo. No me apetece hablar de él.
—Como tú digas.
—¿Entramos?
—¡Oh sí! Yo quiero ir al casino.
—Sí que te gusta despilfarrar el dinero.
—El dinero está para gastarlo.
—¡En cosas básicas!
—La felicidad es un elemento básico.
—Oh, haz lo que quieras. Si luego vienen unos matones buscándote, les
diré que no te conozco.
—¿Te parece bonito negarme?
—Precioso, en realidad. No te dejaré que me uses de señuelo, como esa
vez en el Beafourt.
—Oh, vamos, Ellie, no seas tan dura. Sabes bien que estaba desesperado.
Esa chica no me dejaba en paz, quería que le presentara a mis padres y ¡solo
la conocía de una noche! Si se lo hubiera permitido, me hubiera endosado un
bebé.
—Eso hubiera sido adorable, con tus ojos y mofletes, sin duda sería para
comérselo. Oye, ¿crees que podría llamarme: tita Ellie? Siempre quise un
sobrino, pero espero que mis hermanos puedan formarse antes de eso, así que
solo me quedas tú.
Ethan la miró horrorizado y Ellie se echó a reír. El hombre odiaba todo lo
relacionado con el compromiso.
—No invoques a satanás, mala mujer.
—No lo he dicho delante de Henderson por respeto, pero en realidad sí
que eres un picaflor.
—¡Oye! Si tanto quieres un bebé, tenlo tú misma. Bien podrías pedírselo a
Henderson, estoy seguro de que no se negaría.
Ellie se imaginó a unos bebés pelirrojos y regordetes alzando las manitas
hacia ella, y le dio un vuelco el corazón. ¡Aquello no podía pasar! Se los
estaba imaginando demasiado monos, cuando con toda probabilidad saldrían
vestidos con traje de Hugo Boss.
«Oh, serían como el bebé jefazo, ya los imagino a la perfección. La única
diferencia es que estos serían pelirrojos y repeinados hacia atrás, ¿usarían
gomina? Ni de broma, ese producto estaría prohibido en mi casa»
No obstante, el hipotético papá últimamente no parecía recurrir a ese
hábito, ¿habría sido genético o solo aprendido?
Tampoco podía olvidar que Adam ya no utilizaba traje o gomina, al
contrario, parecía que había modernizado su armario, por lo que las veces que
había coincidido con él desde su regreso, parecía haberse aficionado a los
vaqueros y las camisas, que solía combinar con chaquetas o jerséis holgados.
Sin duda, aquella indumentaria le hacía verse más joven y, maldita fuera su
estampa, mucho más atractivo.
—Ah, así que te lo estás pensando, ¿eh? Mírala, ahí planificando sus
opciones para hacerse un bombo de Henderson.
—¡Oh! ¡Ni de broma estoy pergeñando nada! —se defendió alterada—.
Además, ¿no acabas de pedirme que no mencione al demonio? ¿Qué haces
mentándolo tú ahora?
—Donde las dan las toman, querida. ¿Entramos?
***
En cuanto entraron se quedaron aún más impresionados con el interior de
lo que lo hicieran con el exterior. Cada esquina, pared o mobiliario exudaba
la fastuosidad de la antigua cultura romana. Aquella lámpara gigantesca
formada por auténtico oro captaba la atención de toda la sala.
—Santo cristo.
—Y que lo digas, oye ¿qué habitación tenemos que ver?
—La ochocientos treinta.
—¿La has cargado a la tarjeta de Henderson?
—Sí
—No le hará ninguna gracia.
—Estoy acostumbrada a lidiar con eso.
En ese momento, el móvil de Ethan sonó, así que el propietario primero lo
miró y después a Ellie.
—Tengo que coger esta llamada, ¿te vas adelantando tú?
—Claro, te espero arriba.
Después de hacer el check-in, Ellie se dirigió a la habitación que había
reservado. Era la única forma de poder acceder a las instalaciones, ya que
todos aquellos hoteles eran la competencia de Henderson y no le dejarían
acceder al interior al menos que sacasen algún rédito económico de ello. Su
estrategia era acceder como una turista, que había reservado una habitación y
después marcharse, alegando algún inconveniente.
La muchacha se dirigió hacia la zona de los ascensores y se dio cuenta que
comenzaba a haber menos gente. Quizás asistían sobre todo a las zonas de
recreación y al propio casino, que se encontraba una planta más abajo.
En cuanto las puertas se abrieron, se internó en un ascensor de grandes
dimensiones repleto de oro y mármol. Los espejos no tenían ni una sola
huella, manteniéndose impolutos. Debían de realizar un trabajo excelente de
limpieza, teniendo en cuenta que la habitación costaba mil quinientos dólares
por noche. Un auténtico robo, aunque después de haber visto aquel hotel,
Ellie se dejaría robar con gusto.
Antes de que se cerrasen las puertas del ascensor, entró un hombre que
parecía algo mayor con un sombrero, una barba abundante y gafas de sol. Su
vestimenta no iba acorde con la de las personas que había visto frecuentar el
hotel, todo lo contrario, iba ataviado con un chándal gris de los Bulls y unas
deportivas negras. Sabía que no era su trabajo, pero Ellie siempre había
sentido mucho respeto por la gente mayor, por lo que, señalando los botones
del ascensor, preguntó:
—¿Sube?
—Sí.
—¿A cuál?
—Al piso nueve.
—Ah, genial. Uno por encima del mío.
El hombre se limitó a asentir, mientras se situaba en el centro del ascensor.
Las puertas se cerraron y el típico silencio incómodo que se suele instalar
entre dos desconocidos en un ascensor, se abrió paso entre ellos.
Bueno, ella saldría primero, así que no tendría que preocuparse por iniciar
una conversación banal. El único problema era que siempre había odiado el
silencio, incluso si era en un ascensor.
Sin embargo, no le dio tiempo a pensar en un tema de conversación
plausible que pudiera sacar con un desconocido, ya que cuando estaban a
punto de llegar al piso número cinco, las luces titilaron, claro indicativo de
que algo estaba fallando.
—Qué raro.
De repente, el ascensor se paró en seco y ambos se estudiaron con
reconocimiento.
—Ay, no me diga que se ha estropeado.
Todavía sin responderla, el hombre se acercó a los botones y empezó a
pulsar el de emergencia repetidas veces y a mirar su móvil con insistencia.
—Mucho me temo que sí.
Al escuchar el temblor en su voz y un acento característico, Ellie se volvió
hacia el señor. Este trataba de apoyarse sobre la barandilla dorada del
ascensor, denotando cierta dificultad para respirar.
—¿Se encuentra usted bien?
—N-no lo creo.
—¿Qué le ocurre? ¿Puedo ayudarle en algo?
Ellie se acercó a él con presteza y trató de atenderle, pero el hombre
parecía respirar cada vez más acelerado.
—Te-tengo claustrofobia.
Tras confesar aquello, se dejó caer en el suelo y se cogió de las piernas,
balanceándose como si fuera un niño pequeño. Ellie se arrodilló frente a él, y
se esforzó en que los nervios no la invadiesen.
Ella también sentía miedo, pero debía intentar controlarse por el hombre.
A pesar de su determinación, no tenía mucha confianza en su verborrea, la
cual a pesar de haber tratado de eliminarla en aquellos dos años, no había
desaparecido del todo. Al menos Henderson no estaba presente para tener que
verla en aquella situación. Se suponía que no tenía que ver en ella a la antigua
Ellie, sino a la nueva.
—No sé cómo hacer esto, lo único que puedo decirle es lo que he
escuchado en las películas. Inspire y expire despacio.
El hombre siguió sus torpes indicaciones, tratando de concentrarse en los
aspavientos de aquella joven.
—No soy ninguna experta en la materia, pero creo que lo está haciendo
bien, así es, como si estuviera en un parto y fuera a dar a luz a un precioso
bebé.
«¿Por qué mierdas nos ha dado por hablar y pensar en bebés? Este hombre
me está empezando a mirar raro. Enfócate Ellie, que no se te muera aquí, no
podría soportarlo. Imagínate, el alma de este señor persiguiéndonos en
sueños. No, no y no. Me niego».
—Siga así de bien, voy a tratar de contactar con alguien.
—No funcionará.
Ellie volvió a pulsar el botón de emergencia y las luces del ascensor se
apagaron.
—Mierda, ¿qué es esto? ¿Jurasick Park? ¿Falta algo más? ¿Un
velociraptor?
Comprobó su móvil para encender la linterna y se lamentó al no hallar
cobertura. En ese momento se encendieron las luces de emergencia, así que
suspirando y tratando de insuflarse ánimos, terminó de alcanzar el control de
mando. Presionó al botón amarillo, que servía para hablar por el interfono,
pero no recibió respuesta.
—No me digas que de verdad está roto —bramó indignada—. ¡Pero si te
cobran una pasta por la estancia! ¿Cómo es posible? No me sorprende que
sean unos ratas. Se llenan los bolsillos de dinero y seguro que no le hacen
revisiones al ascensor.
El hombre comenzó a jadear y Ellie corrió a auxiliarle para tranquilizarle.
Mucho se temía que estaba empezando a dejarse invadir por los nervios. Si
seguía así no sería de mucha ayuda para nadie.
—Estoy aquí, no pasa nada. Vamos a salir de esta, créame, me he visto en
otras peores.
En ese momento, el ascensor sonó de forma extraña y Ellie perdió la
compostura.
—Bueno, yo siempre he dicho que de algo tenemos que morir, ¿no? Ya
sea andando o en un ascensor, cuando a uno le llega la hora, le ha tocado
¿cierto?
El hombre jadeó mucho más fuerte con el gesto desencajado por el terror.
—Sí, sí, siga respirando, que como deje de hacerlo entonces sí que la
diñará de verdad.
—¿Q-qué está diciendo?
—No lo sé, estoy muy nerviosa, estamos literalmente colgando de un
quinto piso y dudo que esto tenga algún tipo de paracaídas, ¡no funciona ni el
jodido botón de emergencias! ¿cómo diablos vamos a sobrevivir?
—N-no puedo…
—Perdone, señor, voy a tratar de cambiar de tema. ¿Cree usted en algún
Dios? O ¿predica alguna religión?
—S-sí. Soy musulmán.
—¡Oh qué bien! Entonces, debería ir arreglando sus cuentas con Mahoma,
yo es que sí creo en Dios, pero tampoco soy muy devota. No voy a misa los
domingos y me gusta comprar algún juguete que otro.
—¿Qué dice?
—Mierda, creo que no era ese, ¿Alá? ¿Yahvé? No puedo pensar ahora.
—¡¿Qué está diciendo?!
—No me grite, señor, que entonces sí que no respirará bien. Lo siento
mucho de verdad, tengo un problema severo de verborrea, he intentado
controlarlo, pero siempre termina saliendo en los peores momentos, ¡y este es
uno de ellos!
—Ay, cre-creo que me va a dar un in-infarto.
—¡Eso no lo diga ni de broma! No puedo irme con un trauma nuevo de
aquí, por favor. Ya tengo suficientes en mi vida, no quiero ver un muerto.
De repente, el ascensor se tambaleó y descendió unos pocos metros,
aunque fueron los suficientes para que Ellie emitiera un grito aterrado y se
aferrase al señor, muerta de miedo. El hombre temblaba entre sus brazos y
luchaba por respirar.
—Encomiéndese a cualquier divinidad que recuerde. Por favor, ¡no quiero
palmarla en este ascensor!
Mientras caían, un pensamiento apareció en la mente de Ellie, con total
claridad.
«Debería haber aceptado tu amistad, Adam».
En cuanto el ascensor se detuvo, Ellie sujetaba al desconocido entre sus
brazos mientras intentaba calmar sus propias pulsaciones desbocadas.
—Deme un minuto, si vamos a morir aquí, tengo que hacer una cosa muy
importante antes.
Sin soltarle del todo y aún a sabiendas de que no le funcionaba el internet,
abrió el WhatsApp y seleccionó el chat del «Desgraciado 2.0». Se trataba del
móvil personal de Adam que había registrado en cuanto volviera a la
empresa, por si tenía que contactarle como algo extraordinario y no le
llegaban los mensajes al de trabajo.
Nunca hubiera esperado que ese momento extraordinario fuera ni más ni
menos que su propia muerte inminente. Lo desplegó y deslizó el botón del
micrófono, con la esperanza de que su mensaje al menos le llegase una vez
encontrasen su cadáver y el móvil recuperase la cobertura. A continuación, se
lo aproximó a la boca con las manos temblorosas y comenzó a grabar el
siguiente audio:
—Adam te perdono, es algo que debí decirte antes, pero mi orgullo podía
más conmigo. Dios, qué bien sienta poder decir tu nombre, supongo que la
muerte inminente cambia todas las perspectivas sobre la vida. Ahora puedo
darme cuenta de que no sirve de nada el rencor, que el tiempo no vuelve y
nuestros errores empalidecen ante los contratiempos de la vida. Los
momentos que pasé a tu lado fueron los más hermosos de toda mi vida, y
ahora que estoy a punto de sufrir una muerte tan violenta al lado de un
desconocido, solo quiero darte las gracias y decirte que te quise y,
probablemente, incluso muerta lo seguiré haciendo. Por favor, Adam,
necesito que cuides de mis hermanos, son lo más valioso que tengo en mi
vida. No pueden volver con mi madre y, si tengo que pensar en alguien que
pueda llegar a quererlos tanto como yo, solo se me viene a la cabeza Luke y
tú. No le caes muy bien a Ada, pero sé que con el tiempo te acabará tomando
cariño, no permitas que Chris vuelva a fumar ni a relacionarse con gente
extraña.
No quería imaginarse la angustia de sus hermanos. Ellie contempló la foto
de perfil de Adam, no podía dejar a los niños con los Weiss, pues a pesar de
ser su amigo, solo la habían ayudado porque trabajaba para ellos. Tampoco
podía molestar a Maddie porque tenía su vida en España y sería mucho
trasiego para ellos. Los únicos que quedaban eran Adam y Luke, les conocía
lo suficiente como para saber que les inculcarían buenos valores.
El ascensor volvió a sonar y gritó aterrorizada, creyendo que volverían a
caer y terminarían estrellándose contra la última planta, por lo que las
siguientes palabras fueron pronunciadas con rapidez.
—Adam… Te amo.
CAPÍTULO 10
«Por fin hoy me atreví a probar el chocolate que tanto decías que te gustaba,
lo encontré en una pequeña tiendecita ubicada en un barrio turbio de New
York. ¿Se puede saber por qué tengo que jugarme el pellejo por alguien que
ya no está? Debo cesar en mi intento de dejarme guiar por mis instintos. Por
el amor de Dios, no soy ningún suicida».
A.H
La muerte de Sócrates fue narrada por Platón en el Fedón. En ella se
recalca el estoicismo y la dignidad que exhibió al ingerir la cicuta. Según
Platón, Fedón aseguraba que al ver a Sócrates asimilar su sentencia de muerte
parecía tranquilo enfrentándose a su propio destino fatal, que creyó que
abandonaría el mundo acompañado por los dioses. Por lo tanto, algunos
autores presuponen que, por medio de aquel acto, Sócrates no consideraría
que la vida terminase con el cuerpo.
A Ellie le hubiera gustado contar con la misma dignidad que demostró
aquel pensador, pero la realidad no siempre sucede como se imagina.
Además, en su caso no era la primera vez que se encontraba ante esa tesitura.
Podía afirmar que aquella sensación seguía siendo la misma, no había
cambiado nada. Su cuerpo estaba en tensión a la espera del impacto final, que
segaría su vida con la misma rapidez con el accidente de coche había acabado
con su padre. Su viejo amigo, el terror la sobrevino y se aferró con más
fuerza al hombre, que parecía a punto de desmayarse.
—No se mueva ni lo más mínimo.
«Queridos clientes, somos conscientes de su situación actual. Por favor,
traten de mantener la calma, estamos trabajando incansablemente por sacarles
con seguridad».
La voz inundó todo el ascensor, y Ellie buscó el lugar de dónde provenía.
Al final se percató de una cámara y un altavoz que se situaban en la esquina
derecha, de los que no habían sido conscientes hasta ahora a causa del miedo.
—¿Nos han estado viendo todo este tiempo? ¿Y qué narices han estado
haciendo? ¡Hay una persona con claustrofobia! —espetó hacia la cámara,
después se centró en el hombre—. No se preocupe, señor. ¿Lo ha oído? Van a
sacarnos ya. Eh, ¿qué le parece si interponemos una demanda contra ellos por
daños psicológicos? Seguro que conseguimos sacar una buena tajada.
El desconocido la contemplaba con lo que parecía diversión contenida a
pesar del miedo que todavía experimentaba.
—Mírala, pero si ya está pensando en el dinero.
No tardó en reconocer aquella voz que traspasaba las puertas, y Ellie se
sintió tan aliviada, que no pudo evitar devolverle la broma.
—Por supuesto, Ethan, los traumas deben rentabilizarse. Eso me lo
enseñaste tú.
Su risa tranquilizó aún más a la joven, que se dirigió al señor, quien no
parecía comprender nada de lo que sucedía.
—Es mi amigo. Ya lo verá, con él de nuestro lado, en cuanto nos saquen
de aquí nos volveremos ricos.
El hombre sonrió y asintió. En ese momento las puertas se abrieron y lo
primero que vieron fueron dos pares de calzado diferentes.
—Ah mira, es hablar de soltar dinero y ya parece que se dan más prisa. Si
hubiéramos empezado por eso, quizás no habríamos pasado por todo esto.
—¿Están bien?
El hombre de seguridad y Ethan se agacharon para analizar el interior del
ascensor, ya que este había quedado entre dos plantas. Detrás de ellos,
parecían haberse congregado más personas.
—Sí.
—No sea tan diplomático, señor —le regañó Ellie—. Casi le da un infarto
en el ascensor. ¿Se puede saber qué tipo de revisiones pasa esta cosa?
—En nombre del hotel, lo sentimos mucho. Este hecho no tiene
precedente alguno. En cuanto les saquemos de ahí, prometemos
compensarles.
—Ya podéis untarnos bien, que este buen hombre y yo vamos a necesitar
un psicólogo de calidad. ¿A que sí?
—Venga, venga, no te quejes tanto y dame la mano.
—Primero salga usted, señor.
El hombre le agradeció con un asentimiento imperceptible y entre Ethan y
el de seguridad lograron ayudarle a salir. Mientras tanto, Ellie se preguntaba
con cierta ansiedad si podrían con ella. Había perdido peso, pero no sabía si
podrían aguantarla y mucho menos si tendría la fuerza suficiente para escalar.
—Una cosa, Ethan, ahora que lo pienso, si tú estás ahí, ¡¿significa que
hemos caído cinco plantas?!
—Sí.
—¡Dios mío! ¡Y lo dices con esa frialdad! A punto hemos estado de morir
y ni si quiera podría haber reclamado ni un solo dólar. ¿Cómo hemos podido
sobrevivir? Ahora mismo debería de ser una tortita jugosa.
—No se preocupe, señorita. Sus vidas no corrían peligro en ningún
momento.
—¡Eso dígaselo a mi corazón o al de ese hombre! ¿Qué hubiera sucedido
si se me llega a parar? ¿Eh?
—Comprendo su estado de intranquilidad y terror, pero el ascensor es de
última generación, así que cuenta con un sistema de refuerzo para la caída
completa que hubiera impedido una muerte fatal.
—Espera, entonces ¿no hemos caído del todo?
—No.
—Pues se ha sentido de esa forma.
—¿Piensas quedarte ahí metida para siempre?
—No, no.
—Entonces, danos la mano. Vamos a sacarte.
Ellie se aproximó hacia donde se encontraban con intranquilidad. Uno de
sus temores de siempre se manifestó en su cabeza. Todavía sentía cierta
inseguridad cuando se subía a alguna atracción, su mayor terror era que
hubiera un accidente a causa de su peso.
—No sé si vais a poder conmigo.
—Déjate de tonterías, Ellie. Podremos contigo.
Dudosa, les tomó la mano y se dejó arrastrar hacia el suelo de la planta
baja. No supo bien cómo lo hizo, pero logró sacar fuerzas que desconocía
poseer para terminar de escalar los pocos metros que le quedaban. En cuanto
tocó tierra firme, Ethan la rodeó con sus brazos, fundiéndola en un cálido
abrazo. A pesar de las bromas que no había cesado de hacerle, Ellie notó que
las pulsaciones masculinas se habían acelerado.
—¿Estás bien?
—Ahora sí. Gra gracias… Pensé que tenía los segundos contados,
imagínate que la hubiera palmado ahí dentro.
—Mira que te gusta darnos sustos, ¿eh? Sé de uno que me hubiera
troceado si te hubiera sucedido algo.
—Madre mía, tengo un trébol en el culo, Ethan.
—Disculpe, señorita.
La muchacha se separó de Ethan y observó al hombre con el que acababa
de compartir una de las peores experiencias de su vida, y se dio cuenta de que
parecía algo más joven de lo que había pensado en pleno susto. No pasaría de
los cincuenta años.
—¿Sí?
—¿Puedo hablar con usted?
—Claro.
Mientras su amigo solucionaba las cosas con el guardia de seguridad, Ellie
acompañó al hombre a una esquina.
—Verá, quería agradecerle en persona que me haya asistido ahí dentro.
—¿Está seguro de que no se lo he hecho pasar peor? Mi verborrea siempre
consigue que la termine cagando.
El hombre se echó a reír y negó con la cabeza. En realidad, no sabría
formarse una opinión sobre él, pues pese a la experiencia traumática
compartida, no habían interactuado mucho entre ellos. Ellie se había limitado
a hablar por los dos y ahora resultaba extraño que se estuviera dirigiendo a
ella.
—Oh, no, nada que ver. Si hubiera estado solo, habría sido mucho peor.
—Entonces me alegro de haber podido resultarle útil, pese a las
circunstancias nefastas.
—¿Cree que habría alguna forma en la que pudiera agradecerle?
—No debe agradecerme nada. Bueno sí, denuncie usted también. Me
vendría bien el dinero porque, además estas empresas si no reclamas encima
pareciera que no hubieran hecho nada malo.
—Mucho me temo que tiene usted toda la razón. Esto ha sido una falta
grave. No creo que deba preocuparse por eso, me encargaré de que el hotel la
compense.
—Sería mejor que no nos hiciéramos ilusiones, los poderosos siempre son
los más tacaños. Veo muy complicado que podamos sacarle algo a los dueños
de esto. ¿Ha visto la decoración? Eso es porque manejan mucho dinero, y
quien tiene mucho, despilfarra poco.
El hombre, que en ese momento estaba bebiendo de una botella de agua,
pareció atragantarse y ella se acercó a socorrerle. Esperaba que no se
encontrase al borde de la muerte de nuevo, ya había tenido suficiente para un
día, y no se imaginaba terminar haciéndole una RCP. Sin embargo, el señor
se echó a reír.
—Sí, esa es la actitud, mejor vamos a tomarlo con humor. Mi amigo
siempre lo dice, las clases sociales…
En ese preciso instante, Ellie se acordó de la delicada situación ante la que
se había expuesto.
¡HENDERSON!
El maldito mensaje.
Tenía que impedir que lo viera.
—¡Ay! No, no, no….
—¿Sucede algo?
—Sí, digo ¡no!
Lo primero que debía de hacer era borrar el estúpido mensaje, pues si lo
veía estaría más que muerta. Ellie comprobó si es que se habría enviado y,
para su creciente horror, lo había hecho. Trató de borrarlo, pero se dio cuenta
de que, de todas formas, él se daría cuenta de que lo había enviado. Ella
jamás le escribiría al móvil personal. Mierda, si escuchaba el audio todo su
plan se iría al traste. ¿Cómo había podido mandárselo?
Si tenía que ser sincera, lo había hecho como un acto de desesperación, y
ahora solo deseaba morirse de la vergüenza, aunque, bueno, esa preocupación
era mucho mejor, que haber terminado muriendo en ese dichoso ascensor y
ver desde el más allá a sus hermanos teniendo que elegir las flores de su
funeral.
—Ethan.
—¿Sí?
—¿Sabes dónde está Henderson?
—Creía que le dejaríamos supervisando el proyecto. ¿Por qué?
—Por nada.
Tenía que contactarle cuanto antes. Quizás, si le escribía a su secretaria,
podría preguntarle si llevaba consigo su móvil personal. Lucy debía saberlo
todo sobre su rutina actual. Temerosa de todo lo que conllevaba que Adam
descubriera los sentimientos que había estado tratando de ocultar, Ellie
desplegó el chat de la señorita Martin.
Mensaje enviado:
Señorita Martin, perdone que la moleste, pero ¿sabe si su jefe lleva su
móvil personal encima?
Ellie comprobó ansiosa el chat de Adam, y le tranquilizó que todavía no lo
hubiera visto.
El móvil sonó y Ellie lo estudió cada vez más temerosa.
Mensaje recibido:
Creo que no. ¿Por qué? Si desea contactarle puedo comunicarle lo que
sea que precise.
Al menos seguía teniendo una última oportunidad.
—Lo siento mucho, pero tengo que irme.
Antes de que pudiera marcharse, la voz de Ethan la paralizó, quien se
mostraba sorprendido de su repentina actitud.
—Ellie, ¿a dónde vas?
—Tengo unas cosas que solucionar.
—¿Cómo? ¿Cuáles? Si tenemos trabajo, ¿no?
—¡Me ha bajado la regla!
El señor y Ethan se quedaron observándola atónitos. En circunstancias
normales, se hubiera sentido bastante avergonzada, pero se encontraba ante
una situación crítico y los hombres tendían a evitar preguntar nada más
cuando les endilgabas esa excusa, por lo que sin añadir nada más, salió
corriendo.
Tenía que impedir que Adam escuchase su mensaje.
Diablos, si lo hacía, estaría perdida.
***
Cuando Ellie regresó al hotel, ya estaba anocheciendo. No es como si
hubiera tardado mucho en llegar, sino que toda la expedición a los hoteles
había durado mucho más de lo esperado. Para colmo de males, se había
marchado dejando a medias su propio trabajo. Sin duda, no se sentía
orgullosa de eso, pero su pescuezo dependía de ese maldito audio. Si lo
escuchaba, no habría forma alguna de justificarse. El mensaje era explícito,
por describirlo de una forma sutil.
Por primera vez agradecía que le hubieran dado aquel número de
habitación, el cual colindaba con la de Henderson y Weiss. A pesar de no
haber tenido tiempo de probarla, a Ellie le había resultado curioso, la ironía
de aquella situación. Su estancia se encontraba entre la de los dos hombres.
En su cabeza desbordada se había imaginado que los del hotel querían
transmitirle algún significado retorcido: dos hombres disputándose a una
mujer.
¡Tonterías! Ya iba siendo hora de que dejara de ver tantas películas,
porque luego tendía a imaginar de más. No importaba, Ellie tenía en mente
una única misión fundamental: ese día se convertiría en un ninja.
No había estudiado el terreno del enemigo, pero se imaginaba que sería
como el suyo.
«Muy bien, ¿qué es lo que haría James Bond en estos casos? Analizar su
objetivo: Adam Henderson, treinta años, pelirrojo buenorro, genio del
demonio, cerebro de mosquito, aunque con un culo de infarto, y director de
una compañía hotelera. Me estoy yendo del tema, debo darme prisa o
regresará a prepararse para la cena. Según la informante involuntaria, su
secretaria, el objetivo a alcanzar no se encuentra en posesión del sujeto de
pruebas macizo, así que el móvil debería estar dentro de su habitación.
Tiempo de la operación: no más de diez minutos».
Ellie observó dubitativa las tres puertas del pasillo que daban a cada una
de las habitaciones y se acercó decidida hasta la que le correspondía a Adam.
Una idea se formó en su mente.
«Exacto, primero comprobaremos el perímetro»
Tocó a la puerta de Henderson para descartar que se encontrase en su
interior. Si al final resultaba que estaba en su habitación, trataría de elaborar
una excusa plausible que justificase su presencia. Podría decirle que tenía una
documentación que consultarle. Sí, eso serviría.
No obstante, no recibió respuesta y Ellie se sintió muy aliviada.
«¿Siguiente paso? Colarse».
No tenía la tarjeta de Adam, por lo que tendría que entrar al más estilo
espía rusa. Se dirigió a su propia habitación. Una vez en ella, atravesó todas
las estancias hasta llegar a la terraza. Ambas se encontraban próximas, así
que no debería entrañar demasiada dificultad.
Había visto en las películas que la gente cuando quería escaparse solía
utilizar las cortinas, pero las del hotel eran eléctricas, así que resultaba
imposible recurrir a ese elemento en cuestión. ¿Tendría que columpiarse al
más mero estilo Tarzán? No, la distancia era alcanzable si ganaba suficiente
impulso. Lo único que tenía que hacer era saltar desde su balcón al de Adam.
Al menos no les habían dado unos dormitorios en la última planta, sino en la
baja, ya que se trataba de uno de los edificios anexionados al hotel principal,
que solía reservarse para los directivos y otros altos cargos.
Si se caía, no sería mortal. Aquello le alivió. Sortearía a la muerte por
segunda vez ese día.
«Por favor, muslitos, no dejéis que me estrelle, confío en vosotros y en
nuestras sesiones de fitness».
Ellie cogió impulso desde el extremo del balcón y se encomendó a todos
los entrenadores del gimnasio por los que había pasado. Echó a correr y tras
subir la pared del balcón —que por algún motivo no estaba demasiado alta de
lo normal—, realizó el salto del ángel con todas sus fuerzas, y trató de
engancharse a la barandilla de Henderson. En cuanto la alcanzó, la joven se
quedó resoplando todavía colgando.
Bueno, sorprendentemente, lo había conseguido. A pesar de no ser una
versada gimnasta, escaló como pudo el trecho que le quedaba y cuando
consiguió equilibrarse sobre la piedra de la barandilla, tropezó con un barrote
y se cayó sobre el suelo del balcón. El dolor se extendió por todas sus
posaderas y Ellie se sobó la zona, intentando minimizarlo.
—Auch, mi culo… ¿cómo puede hacer esto la viuda negra de los
vengadores con tanta facilidad? O sea, por favor, que le den un premio a esa
mujer, pero ya mismo.
En cuanto se puso de pie, se percató de que, en medio de la caída, había
dejado recaer todo su peso sobre el tobillo y se había hecho una herida, no
muy grande, pero lo suficiente como para que le escociese.
—Mierda.
Enfocándose en la tarea que le quedaba por delante, ignoró el escozor y
estudió la puerta de vidrio. Al hallarla cerrada, se horrorizó.
—¿Es que no estaba abierta? ¿Este hombre no ventila o qué? Seguro que
ahí dentro huele a pecera turbia.
La CIA no hubiera estado orgullosa de ella, ya que cualquier espía que se
preciase tendría que haber comprobado de antemano el estado de la puerta
por la que no solo tendría que entrar, sino también salir. Sin embargo, ¿qué
más daba? El daño ya estaba hecho, así que ahora solo le quedaba verificarlo
in situ.
Probó a bajar el manillar y la puerta cedió son ningún problema. Bueno,
gracias a la divinidad que fuera, no había terminado teniendo que forzarla. No
comprendía cómo había gente en las películas que lograba abrir puertas con
dos horquillas, si a ella ya le costaba ponerse una en el pelo y que quedase
decente. ¡Qué habilidad más envidiable!
Se internó en la habitación y, al instante, le llegó una fragancia que
conocía muy bien. Sándalo. No había podido olvidarla ni si quiera en
aquellos dos años. La primera vez que él se había acercado a su cuerpo, se
había concedido unos segundos para deleitarse en ella.
Sondeó la estancia con un vistazo general, percatándose de que había
estado en lo correcto y era muy similar a la suya. Le había extrañado que no
se pidiera la suite como solía hacer y, en cambio hubiera optado por una
normal. Tal y como le había dicho él, ya había deshecho la maleta y todas sus
pertenencias se encontraban ordenadas e impecables.
«Menos mal que no ha visto mi habitación, si lo hiciera le daría un
infarto».
No era ninguna mentira, en honor a la más absoluta verdad, había dejado
la ropa de viaje desperdigada por todo el suelo y metido en los cajones las
pocas posesiones que traía consigo. No importaba si ahora contaba con más
dinero, las viejas costumbres de pobre rara vez se olvidaban.
No debía recrearse en esas cavilaciones, se recordó. Había venido con un
objetivo claro en mente, y si perdía más tiempo, Henderson terminaría
descubriéndola y lo que era aún peor, también el mensaje de la discordia.
A simple vista, no halló rastro alguno del móvil en cuestión, ni sobre las
mesas desperdigadas por la habitación ni en los propios cajones.
«¿Dónde narices habrá dejado ese hombre su teléfono?»
Desesperada, decidió llamarle. En esta ocasión, el móvil sonó con una
canción de Coldplay y, curiosa, Ellie siguió la melodía hasta el baño. Una vez
en el interior de este, colgó la llamada. Lo había encontrado, cargándose
sobre el lavamanos. Este se hallaba doblado en un paño azulado con
pulcritud. Ellie sonrió, Adam era lo suficiente hipocondriaco como para
evitar dejar su móvil sobre una superficie en la que habría tantas bacterias. Si
eso ocurría, el pelirrojo tendría auténticas pesadillas.
—Mira que eres tiquismiquis, pececito.
Lo recogió, dispuesta a eliminar tanto la llamada perdida como el chat. De
repente, se dio cuenta de que tenía contraseña y maldijo por lo bajo.
¿Por qué tenían que pasarle estas cosas? Al final en vez de solucionarlo, lo
había empeorado al decidir llamarle. Ahora tendría dos cosas que borrar en
vez de una. Bueno, no importaba, de perdidos al rio.
¿Qué tipo contraseña habría puesto alguien como él? Probó con
Henderson, ya que no solo el apellido de Adam, sino también el nombre su
empresa, y el tipo había sido lo suficiente egocéntrico para ponerse su propio
apellido.
Nada.
Nerviosa, probó con la fecha de su cumpleaños que había memorizado
cuando todavía era su secretaria, y volvió a rechazárselo.
En ese momento recordó que había leído un artículo en el que la gente
tendía a poner contraseñas absurdas, así que probó con «uno, dos, tres,
cuatro».
Error.
Le quedaba un solo intento y sabía que el tiempo se le estaba echando
encima. No quedaría mucho hasta que Adam regresara y lo que estaba claro
era que no podía pillarla allí. Se estrujó los sesos, tratando de averiguarla.
«He tratado de odiarte y al final no lo he conseguido»
«Te aprecio»
Quizás… No habría sido capaz o ¿sí? Solo le quedaba un intento y muy
poco tiempo, bien valía la prueba probarlo. Ellie marcó la palabra que había
destellado en su mente de forma repentina y al comprobar que se
desbloqueaba, se quedó anonadada.
—¿De verdad ha puesto rollitos como contraseña?
Estaba vaciando y borrando su chat, recriminándose por milésima vez
haberle enviado el mensaje, cuando escuchó que alguien trasteaba en la
puerta del dormitorio principal, intentando abrirla.
El mundo se paralizó ante ella. Tenía que esconderse, pero ¿dónde?
«Reacciona, joder»
Envolviendo de nuevo el móvil, lo dejó de la misma forma en la que se lo
había encontrado e hizo lo primero que se le ocurrió. Corrió cojeando a
esconderse debajo de la cama. Al menos había conseguido borrar el chat.
Solo le faltaba resolver el tema de la llamada perdida.
Desde su posición cobijada bajo las sombras que proyectaba la cama, Ellie
pudo observar a Adam entrar y cerrar la puerta a su espalda. Este se llevó una
mano a la frente y la joven se preguntó si se sentiría bien. No se encontraba
en una posición fácil con todo lo que tenía encima, así que no sería de
extrañar que el pelirrojo estuviera la mayor parte del tiempo estresado. Ellie
se compadeció de sus circunstancias. Sentía unas inmensas ganas de
apoyarle. De todas formas, esta sensación duró durante unos breves instantes,
hasta que Adam comenzó a quitarse la camisa y Ellie se quedó boquiabierta.
No pensaría desnudarse ahí, ¿no?
«Oh, oh, oh… Pedazo pectorales, ha aprovechado estos dos años para
ponerse más fuerte el desgraciado. No me hagas esto, Adam»
Ellie no tardó en reparar que sobre uno de los pectorales se había hecho un
pequeño tatuaje de lo que parecía… No, de ninguna manera:
«¿Se ha tatuado una palabra extraña? ¿Qué palitos son esos? ¿ruso?
¿griego? A ver si es que se ha metido a una secta satánica de esas en mi
ausencia. Madre mía, encima a los pelirrojos son los primeros en sacrificar.
Quizás me lleve el diablo, pero le queda sexy, quiero tocarlo»
Adam se pasó una mano por el cuello, tratando de deshacer un nudo
muscular y Ellie tuvo que obligarse a cerrar la boca, porque no deseaba dejar
ninguna prueba de su presencia y la serie CSI Miami le había enseñado que la
saliva podía considerarse una, ya que en ella se encontraba presente su ADN.
«Esto no es nada, Ellie. Debes serenarte, este está igual de bueno que
cualquier otro. Uh, ¿qué diablos hace? ¿Se va a bajar el pantalón? No, no, o
bueno, sí, sí, si a ti te apetece hacerlo, me conformaré con las vistas, y qué
vistas».
Adam estaba desabrochándose el pantalón vaquero, ajeno a la espectadora
silenciosa a quien le acababa de fundir las neuronas con aquella imagen que
le regalaba.
«Tengo que concentrarme, maldita sea. Si sigo así, ya no podré
conformarme solo con el vibrador. Aunque ahora tendré imágenes suficientes
para recrear en mi mente. Joder Adam, podrías haberte puesto calvo y feo en
estos dos años, ¿no? Me parece una falta de consideración desmesurada hacia
la pureza de mis pensamientos»,
En cuanto terminó de deshacerse de la prenda, se quedó solo con un bóxer
negro de Calvin Klein y Ellie notó que se le secaba la garganta.
«Mierda, si continúo en este plan voy a terminar oliendo como los
mismísimos animales y no tengo la intención de practicar con él la danza del
apareamiento. Feromonas, conteneos. Atrás, chicas, atrás».
En ese momento el teléfono sonó y Ellie se santiguó, vería la maldita
llamada. El pelirrojo se dio la vuelta, permitiéndole apreciar el culo de infarto
que seguía teniendo, mientras se encaminaba hacia el servicio.
«Ya está bien, hombre. Esto es una tortura. No vayas calentando a las
féminas por la vida. Aunque claro, a mí no hace falta que te esfuerces
demasiado para conseguirlo. Diablos, tengo que salir de aquí o acabaré
incendiando el hotel. Causa de la muerte: un pez apestoso y fabuloso.
Apareceremos en la BBC».
Nada más desaparecer por el baño, Ellie se preparó para escapar. Sin
embargo, la tonalidad del saludo de Henderson la congeló en el sitio.
—¡Sophie! Me alegro de que me hayas llamado, parece que me has leído
el pensamiento, porque iba a hacerlo yo ahora mismo ¿cómo estás?
Una mujer. Resultaba extraño que Adam se relacionara con personas del
género contrario, y mucho menos de esa forma tan abierta. El tipo tendía a
mostrarse frío y cerrado con los demás, pero a aquella tal Sophie parecía estar
tratándola con alegría. ¿Quién diablos sería?
Para colmo, tenía su número personal y Ellie sabía de buena tinta que muy
pocas personas contaban con él. Ella le había registrado de nuevo, porque
todavía se acordaba de él y había podido cotejarlo con su secretaria.
—No, no, llegué justo esta tarde. Sí, tuve un viaje digamos… interesante.
Bueno, y cuéntame, ¿qué hace mi belleza neoyorkina? Se te echa de menos
por aquellos lares.
¡¿Belleza?! ¿Habría coincido más veces con ella? ¿De qué se conocían? Y
¿cuál era en realidad su relación? ¿Sería su nueva amante?
«No te enfades, Ellie. No nos importa quién sea esa mujer, él es libre de
hacer lo que quiera con su vida, al igual que tú. Seamos razonables. Lo
importante ahora es salir de aquí».
En cuanto trató de abrirse paso hacia la libertad, solo logró avanzar dos
centímetros, pues el pelirrojo volvió a salir y tuvo que quedarse inmovilizada.
«No se te ocurra ni respirar»
Ellie notó que se sentaba en la cama y le concedió una mejor vista de sus
pies desnudos embutidos en unas zapatillas del hotel.
—¿Cómo? ¿Estás aquí? Pensaba que te habrías tomado unos días libres —
pronunció con felicidad—. Claro que podemos quedar. Hace mucho tiempo
que no nos vemos.
«¿Podrías no dejar entrever lo interesado que estás en ella? Así se dará
cuenta. ¡Ahora! Ahora que lo pienso, seguro que eso es lo que pretendes con
ello, al fin y al cabo, ya no somos adolescentes»
—No, claro que no tengo que consultar mi disponibilidad, para ti siempre
tengo un hueco libre.
«Luego le llamabas playboy a Ethan, pero tú eres un picaflor de poca
monta. ¿Por qué narices tengo que estar escuchando esto? Es ridículo».
Ellie sentía que le hervía la sangre, y todas las palabras que él le había
dicho esa tarde, vibraron en su cabeza, como si estuvieran burlándose de ella.
¿Cómo hacía podido dejarse engatusar por unos minutos? Dios era
absurdo, no podía seguir así.
«¿Amigos? ¿Aprecio? ¿De qué? ¿De tirarte a otra?».
«Basta Ellie, él también piensa que te acuestas con Ethan. Tranquilízate y
ten paciencia. La prioridad es salir de este lugar sin ser descubierta».
Adam se rio de algo que le dijo su interlocutora y Ellie apretó los puños,
ofendida. Si pudiera expresarse con libertad y no estuviera escondida como
una ladrona al uso, se encargaría de maldecirle en todos los idiomas que
ahora conocía.
«Desgraciado playboy».
—¿Esta noche? Sí, claro. ¿Quieres ir al restaurante de la última vez?
De forma que ya habían quedado a hacer manitas con anterioridad.
Horrible.
—No, mientas, si te encantó el sushi.
«¿Sushi? Menuda cita, Henderson, quedar a comer pescado crudo.
Planazo. Además, ¿desde cuándo tu comes algo que no insípido como, por
ejemplo, una lechuga?»
—Bueno, entonces, ¿te parece bien en cuarenta y cinco minutos?
«Oh, por Dios, ¿no podéis quedar en otro momento? Me duele todo,
necesito salir».
—Perfecto. Espérame en tu casa, me pasaré a recogerte e iremos al
Dragón.
Con un poco de suerte, tendría su tan ansiada escapatoria. Ellie notó que él
se removía sentado y se contuvo de maldecirle en voz alta para que cortase el
rollo y se fuera a la maldita ducha.
A ese ritmo de ligoteo que llevaba con la muchacha, el tipo pillaría una
pulmonía y a ella la encontrarían disecada debajo de la cama.
De repente, Adam se puso de pie y Ellie agradeció a todos los dioses.
Parecía que iba teniendo mejor suerte.
—Buenas noches, bandida.
«¿Bandida? Por Dios, idiota, que estás en el siglo XXI no en el XII… Eh,
eh ¿qué diablos haces?»
Mientras el pelirrojo colgaba la llamada, sus bóxeres cayeron y Ellie sintió
perdía de golpe todo el aire.
En esta ocasión, Adam le dejó ver su trasero desnudo al tiempo que se
dirigía de vuelta al baño. Por supuesto, Ellie aprovechó para recrearse unos
segundos en las vistas.
«Mierda, ¿acaba de hablar con una mujer sobre una cita y yo estoy aquí
pensando en morderle el trasero? No tengo ni una pizca de dignidad».
Henderson cerró la puerta del servicio tras internarse en él, y Ellie se
quedó esperando hasta que sonó abrirse el grifo de la ducha.
«Ahora sí, vamos, es hora de largarse. Ya he tenido suficiente por una
noche. Al menos he podido ratificar in situ que el tipo es un trotavaginas. La
verdad, no sé de qué me extraño, si se enrolló conmigo poco tiempo después
de conocerme, así que eso del desmayo era puro cuento. Tsé, no, sí iba a ser
cierto eso de que los serios son los peores. Cuánto más callado, más horas de
excavación para la zanahoria. Seguro que es la concentración esa de la que
tanto hablaba Yoda, el poder de la fuerza y todo eso. Bueno, en realidad no
puedo juzgarla, yo también caí en esa red en su día, pero eso se acabó.
¿Enrollarme yo con un mujeriego? Si me despisto pillo una venérea y
entonces adiós mundo cruel».
Ellie terminó de arrastrarse por el suelo y nada más conseguir salir, se
dirigió con extremo cuidado de no ser escuchada hacia la puerta del balcón,
que todavía seguía abierta. Agradecía que Henderson no hubiera reparado en
aquel pequeño detalle, aunque podría haberlo achacado al descuido de una
limpiadora. Pese a la cojera, logró no hacer ningún ruido y salió al balcón.
Le preocupaba saltar, pues en la anterior caída ya se había hecho daño en
el tobillo. No obstante, el miedo y la adrenalina por ser descubierta obraron
su función y consiguió saltar. Como la mala suerte no podía estar alejada de
ella por mucho tiempo, en vez de aterrizar en su propio balcón, cayó sobre un
arbusto que se encontraba bajo sus dormitorios.
Ellie agradeció que no escuchase el grito que había emitido, porque si la
llega a pillar de aquella guisa, le habría dado algo. Avergonzada, miró hacia
ambos lados, comprobando que nadie la hubiera visto. Después de descartar
la posibilidad de tener público indeseado, se puso en pie y, tras quitarse unas
pocas hojas, se dirigió a la cafetería.
No sabía qué diablos habría para cenar, pero quería comer un tentempié
antes de volver a su habitación para prepararse para la cena. Al parecer,
ejercer de espía a medio tiempo abría el apetito, y eso que ni si quiera había
podido empezar a realizar las investigaciones que Simon le había pedido.
Tendría que hablar con Ethan en cuanto encontrasen un hueco.
Después, se tomó una Coca-Cola y un sándwich mientras se ponía la bolsa
de hielo en el tobillo, ignoró las miradas que le dirigía la gente a su paso,
pues estaba tan acostumbrada a hacer el ridículo en su vida, que ya no le
importaba lo que pudieran pensar de ella.
—Mierda, duele.
Si fuera sincera consigo misma, lo que más le dolía no era el pie, sino la
conversación que había tenido la oportunidad de escuchar. Había sido una
imbécil, mandándole aquel audio, se reprochó retirándose el hielo. Al menos
había conseguido eliminar el chat, de lo contrario se hubiera puesto en
ridículo ante él. Justificar una llamada perdida era mucho más sencillo que
una confesión de esa envergadura.
Adam Henderson era un poco como esa herida. Su personalidad
ambivalente podía colarse en tu corazón cuando menos lo esperabas y, su
capacidad para hacerte sentir la única mujer de su vida causaría estragos,
destrozando cada resquicio al tiempo que te arrasaba el dolor.
Tendría que curársela en cuanto llegase a su habitación, ojalá el
procedimiento de sanación fuera tan sencillo con Henderson, que con la
herida. Cuestiones del corazón aparte, había creído ver un botiquín en el
servicio al que tendría que echarle un ojo. En caso de que faltase algo, lo
añadiría a la lista de mejoras del hotel. Al final, no iba a haber mal que por
bien no viniera.
Se encontraba regresando a su habitación por el pasillo, cuando el sonido
de una puerta captó su atención. Adam se hallaba ante ella, perfumado y
arreglado con un traje negro y una corbata roja. Ellie apretó la mandíbula, de
modo que se había arreglado para aquella mujer, y encima iba de esmoquin
como si fuera a casarse con ella.
«Valiente desgraciado».
Por su parte, él se había quedado asombrado a la par que horrorizado,
estudiando a la mujer que venía cojeando por el inmenso pasillo. Había
perdido toda la clase con la que hubiera vestido por la tarde y ahora se
presentaba con el pelo revuelto en lo que parecía tener, ¿ramas? o ¿eran
hojas? Para colmo de males, llevaba el vestido repleto de barro y venía
descalza, como si fuera una persona sin hogar.
¿Le habrían atracado? Con ese peinado, como mínimo la habrían tenido
que arrastrar de los pelos por toda la avenida principal. Uno perdía todos los
principios cuando del dinero se trataba, y en las Vegas la gente borracha y
endeudada podía estar desesperada.
No obstante, no atisbaba a alcanzar qué era lo que le hubieran podido
robar, pues la mujer se preciaba por no tener ni un dólar en su cuenta
bancaria, de lo contrario no le habría reclamado la pérdida del lubricante al de
seguridad en el aeropuerto. Además, si sus cálculos eran acertados, en dos
años resultaba improbable que hubiera construido un imperio millonario,
porque si así fuera, no estaría ahí toda despelucada.
—¿Qué te ha pasado?
Ellie prácticamente le gruñó. ¡Le gruñó! ¡A él!
—Ah, hola, talismán del mal.
—Y ahora ¿qué es lo que he hecho?
—¿Sabe lo que dicen de los pelirrojos?
—¿Ya has vuelto con el tema de las supersticiones?
—Esto no es ninguna superstición, es simple, traen mala suerte.
—Tú ya naciste de fábrica con eso. Venía en tu número de serie.
—¡Oiga!
—Venga, dime, ¿qué te ha ocurrido? Pensaba que te habías convertido en
toda una mujer de negocios, vistiendo de Chanel o Prada, así que dime, ¿qué
haces disfrazada de la loca de los gatos?
—Venía a comprobar si sería factible lanzarle uno a la cara. Cuando las
locas nos frustramos, dicen que viene bien desquitarse.
—Qué irascible. ¿Has probado la terapia? Al menos eso te evitará una
denuncia por mi parte, en el caso de que decidas lanzarme uno de tus
amiguitos.
«Ah, así que ahí ocultabas tu faceta de desgraciado, ¿eh?»
—Estoy cansada, Henderson. Si me disculpa.
—Un momento.
—¿Qué pasa?
—Quería preguntarte si necesitabas algo.
—¿Yo?
Ellie se puso en tensión, pensando que la habría pillado en su cuarto. Si
eso resultaba ser cierto, no sabría cómo podría negárselo.
—Sí, me llamaste por algo ¿no?
«Menos mal, creo que ya puedo volver a respirar»
Encuadró los hombros y, sintiéndose más confiada por los derroteros de la
conversación, le encaró.
—Ah sí, pero ya no importa.
—¿Por qué?
—Solo era para consultarle unos documentos. No debe preocuparse, al
final he podido solucionarlo por mi cuenta.
—Ah vale.
—Bueno, me voy a mi cuarto, tengo que prepararme para la cena con
Ethan.
No pudo evitar meter a su amigo en la conversación. Su parte oscura y
rastrera, esa que permanecía agazapada la mayor parte del tiempo, salió a
relucir y quiso que él sintiera la misma inseguridad que había experimentado
ella al escuchar su conversación con la desconocida.
La expresión de Adam no pareció cambiar y Ellie se frustró. Sin duda, era
un idiota. En pleno resentimiento, olvidó que no debía apoyar el pie y, al
tratar de seguir su camino, lo hizo. El resultado fue inminente. Gritó y se dejó
caer contra la pared.
Henderson se aproximó hacia donde estaba con rapidez y la sostuvo del
codo, el cual, a pesar de estar cubierto por una tela, no evitó que
experimentase una pequeña descarga eléctrica que la recorrió de los pies a la
cabeza ante su breve contacto, recordándole el efecto que seguía ejerciendo
sobre ella.
«Joder».
—Ellie, ¿qué diablos te ha pasado?
Su preocupación parecía genuina, pues había pasado de mostrar un
semblante indescifrable a ese ceño fruncido. Se hallaba estudiando su cuerpo
de arriba abajo, buscando alguna señal del lugar del que proviniese el dolor.
—¿Es el pie?
—Estoy bien.
—No me mientas.
—Bueno, vale, no, pero se me pasará. Esto no es nada, solo me tropecé
con una zona mojada.
—¿Es que no han puesto una advertencia? —tronó irritado, agachándose a
contemplar sus pies—. Dime ahora mismo dónde ha ocurrido.
Temerosa de que pudiera emprender acciones contra alguna pobre
limpiadora por su pésima mentira, se apresuró a aclarar:
—Ha sido mi culpa.
—Pero…
—No vi la señal y me caí.
Adam la observó desde su posición, conteniendo una reprimenda que
pugnaba por escapar de sus labios. Quería regañarla, ardía en deseos de
hacerlo, porque podría haberse herido de forma severa. Sin embargo, ya no
era su responsabilidad, por lo que, obligándose a callarse, se limitó a estudiar
el pie dañado. A pesar del barro, se podía atisbar una herida que, de no ser
curada con propiedad, podría dejarle una marca pequeña.
Aquello era algo que le hubiera podido suceder a la antigua Ellie y eso le
despertó un sentimiento de ternura, que apaciguó un poco su repentina
preocupación inicial. Le tocó con cuidado la zona afectada, y constató
anhelante que seguía siendo igual de suave que en el pasado.
«Mierda».
Pronto se dio cuenta de que no tenía que haberla tocado. La echaba más de
menos que cuando no estaba a su lado. Al menos durante su ausencia había
podido soñar con ella, pero ahora la tenía tan cerca y ni si quiera podía
ayudarla como le gustaría. Carraspeando, trató de reprimir sus
pensamientos.
—Se te puede infectar.
Sabía que estaba a punto de cometer una auténtica locura para su sistema
nervioso, pero no podía irse, dejándola en ese estado. Ellie era una de sus
pocas debilidades, le había costado aceptarlo, pero una vez que lo había
hecho, esas acciones para él resultaban naturales como la propia vida.
Además, el solo hecho de que estuviera tan cerca de él, le hacía imposible
retener aquellos sentimientos que había estado reprimiendo durante dos años.
Mientras estuviera a su lado, le resultaría una tarea hercúlea contenerse, así
que lo mejor sería ayudarla en la medida de lo posible.
Adam deseaba decirle todo lo que sentía por ella, pero sabía que en el
momento en el que lo hiciera, se volvería a marchar. Tampoco podía olvidar
que le había mantenido alejado y lo último que quería era que se sintiera
incómoda, tratando de manejar unos sentimientos que le resultarían
desbordantes. No, tenía que luchar por reprimirlos, aunque lo acabasen
matando por dentro. Era su problema lidiar con ellos, no podía trasladarle una
carga de ese tamaño.
Levantándose de nuevo, la sorprendió cogiéndola en brazos.
—¡Señor Henderson!
Dios, hacía tanto que no lo hacía que pensaba que habría perdido práctica,
pero ella encajaba tan bien entre sus brazos, que aquello solo servía para
constatarle una vez más que esa mujer siempre sería su eslabón perdido. Ellie
le rodeó el cuello con los brazos para ganar estabilidad y él experimentó la
misma sensación que tuvo la noche que la tomara por primera vez.
—Está bien, no te quejes tanto. Solo voy a llevarte a tu habitación.
—¿Por qué?
—Estoy tratando de ganar puntos para obtener tu amistad.
Ellie ignoró el calor extendiéndose por su vientre, y puso los ojos en
blanco. No podía olvidar que había quedado para ir a una cita con otra mujer.
No debía creerse nada de lo que saliera por esa boca sensual. Sin embargo, se
estaba tan bien entre sus brazos, que estaba empezando a preocuparse por su
propia estabilidad mental.
—Pensaba que tenía prisa.
—Y eso ¿por qué?
—Le vi saliendo con mucha rapidez de su habitación, así que supuse que
tendría algún compromiso importante.
—¿Tu tarjeta?
«O sea que ni tratas de negarlo, pedazo de desgraciado mujeriego. La
tarjeta es tu excusa perfecta para omitir la información»
—¿Ellie?
—Aquí tienes.
En cuanto se la tendió, entraron y Ellie se dio cuenta de la delicada
situación ante la que se encontraba.
«Oh, Dios, esta es la segunda vez en el día que me encuentro con
Henderson a solas y al lado de una cama. ¿Qué diablos me pasa? Yo había
venido a evitarle y a poder ser para vengarme un poco, entonces ¿qué es lo
que hago, dejándome arrastrar por él?»
No cabía duda de que de haber sabido que se encontraría imbricada en una
historia de amor y comedia, Ellie Hawk se habría considerado a sí misma la
peor protagonista de telenovelas de drama y venganza.
«Oh, ¿qué pasa si decide curarme la herida y termina sucediendo como en
las películas porno que empieza a subir la mano y acabamos envueltos en
sudor y sexo? Mierda, soy débil ante la carne, bueno, ante la carne y ante una
cama».
Adam la depositó sobre la cama, sentándola con cuidado y el olor dulce
tan característico le noqueó. Seguía oliendo a un maldito algodón de azúcar.
Tuvo que obligarse a separarse de ella para comprobar la herida de nuevo.
—Espérame aquí. Voy a curártela.
—¡No!
Aquella negativa tan efusiva le extrañó, por lo que, frunciendo el ceño,
preguntó:
—¿Qué? ¿Por qué?
—No importa, de verdad. Le agradezco que me haya traído hasta aquí,
pero no hace falta que se encargue de mí. Puedo apañármelas sola.
—Ya lo he visto. Ni te has dado cuenta de esa señal. ¿Qué pasa si te caes
de nuevo?
Adam se reprendió a si mismo por haber terminado regañándola. No
quería discutir con ella, pero le preocupaba en las circunstancias en la que la
metería esa torpeza.
—No me caí porque quisiera, ¿sabe?
—Ya, lo sé, lo siento. No buscaba pelearme contigo.
—Está bien.
—Si no quieres que te lo cure, lo respetaré, pero al menos déjame que te
traiga el botiquín.
—Vale.
Ellie le esperó en la cama con paciencia, mientras él trajinaba en el
servicio. Le había sorprendido mucho que le hubiera dado la razón con tanta
rapidez, más aún, que se hubiera disculpado con ella.
Adam regresó cargando con todo tipo de utensilios, y Ellie se preguntó
divertida si iba a operar a alguien. Depositó su improvisado cargamento sobre
la cama y asintió conforme.
—Aquí tienes.
—Gracias.
—Creo que primero deberías limpiar la herida.
Ellie le observó sentarse a su lado y, tomando el agua oxigenada, aceptó la
gasa que le tendía. En silencio la muchacha se curó la herida, mientras Adam
le asistía entregándole distintos objetos.
—Parece que tienes experiencia.
—Oh sí, mis hermanos tenían accidentes todo el tiempo. No me quedó
más remedio que aprender rápido o se me habrían muerto.
—Así que todos compartís esa torpeza.
—Ah no, eso es una característica mía nada más, aunque bueno, para ser
sincera, una vez Chris se cayó de la bici.
—¿Entonces?
—Ada se metía en peleas todo el rato. Si no venía con el labio partido
sería la ceja, los moratones también era su especialidad.
—¿Era la matona del patio?
—Más o menos —se rio recordando el número de veces que la
convocaron ante el director—. La defensora de las causas perdidas. Supongo
que ese rol provoca que te lleves más de un golpe, ¿no cree?
—No lo sé, salvo en el instituto, toda la primaria tuve un tutor privado. De
todas formas, el día que los conocí, no parecía que defendiera muchas causas
perdidas.
—Porque usted la conoció en su versión muñeca diabólica. Esa en la que,
si le tiras un hueso jugoso, entendiendo por hueso un cotilleo, lo morderá
hasta exprimirle todo el líquido, pero en realidad es muy buena niña. Dios,
me mataría si supiera que me he referido a ella como una niña. Ahora está en
esa época en la que todos nos creemos muy mayores.
—Tu rostro se ilumina cada vez que hablas de ellos.
Ellie sonrió enternecida. Su solo recuerdo o mención la ponía de muy
buen humor. Sin embargo, que Adam hubiera reparado en ese pequeño
detalle, provocó que su corazón latiera un poco más rápido y, tratando de
ocultarlo, asintió.
—Sí.
—Parece divertido eso de tener hermanos. Yo solo tengo a Enzo y a Luke,
que para mí son como si lo fueran, pero ahora que me cuentas esto, me doy
cuenta de que quizás hubiera estado exagerando.
—No lo es, no. No es lo mismo que te haga daño un amigo, que un
hermano. A mí me cuesta comprender sobre amistades, pero en el caso de
que se tuerzan las cosas a veces los amigos se marchan o te dejan en la
estocada. Sin embargo, a tu hermano debes aprender a soportarlo. Supongo
que sucede igual con los hijos.
—¿Hijos?
Al preguntar aquello, su mirada brilló con intensidad y Ellie no supo qué
añadir. Solo se quedó contemplándole en silencio.
Adam reparó en que todavía tenía una hoja en el pelo. Sin dejar de
estudiarla con fijeza, se percató de que la joven estaba tan tensa que no movía
ni un solo músculo.
—¿Qué? ¿qué pasa?
—Nada, solo tienes una hoja en el pelo.
A continuación, ante la conmoción de Ellie, procedió a retirársela del pelo.
Esta última tragó saliva.
—Oh, vaya.
Sin embargo, no apartó la mano por completo, sino que se quedó
fingiendo como si todavía le quedaran otras por quitar. Sin poder evitarlo,
descendió su mirada hacia sus carnosos labios, reparando en que ella los
entreabría ligeramente. Ellie se los humedeció con la lengua, hipnotizada.
—Ellie.
—Adam…
«Te quiero»
CAPÍTULO 11
«A veces trato de escaparme de Ethan, quien me insta a comer más sano,
sufro, no entiendo cómo Henderson podía vivir así, y aunque sigo pensando
que la lechuga es para los conejos, probablemente él se sentiría orgulloso de
mi».
E.H
El psicólogo y propulsor del exitoso libro Inteligencia emocional, Daniel
Goleman, afirmaba en su trabajo que incluso si la sociedad tiene unas reglas
que impiden a un sujeto salirse de la norma establecida, evitando con ello en
mayor o menor medida la población tienda a exhibir un comportamiento
irracional. En muchas ocasiones la razón se verá siendo desbocada por un
sentimiento del que casi todo el mundo ha oído hablar, lo ha sentido o ambas
cosas a la vez: la pasión. Goleman define este significante como un elemento
básico de la propia esencia humana, cuya naturaleza se halla en el mismísimo
centro de la propia mente. Con independencia del resultado, las estimaciones
y respuestas individuales que se realicen en una comunicación —ya sea
verbal o física— interpersonal no se van a hallar supeditadas a una causa o
explicación meramente racional, sino que es probable que contengan una
explicación enraizada en el propio pasado visceral del ser humano.
Un vistazo rápido a la época de las cavernas podría servir de base para
identificar que aquello que unía a Adam y Ellie era una cinta que había ido
sosteniéndose y pasándose de generación en generación a lo largo de la
historia. La raza humana sigue perdurando por innumerables motivos, pero
uno de ellos es que hubo gente que un buen día se sintió atraída hacia otros,
decidieron dar el paso y trajeron al mundo a nuevos semejantes.
Ellie se había visto siendo arrastrada en apenas unos segundos a una
sensación hipnótica que le imposibilitaba retirar su atención del pelirrojo que
una vez trastocase toda su vida. Todavía sentía su mano sobre algunos de sus
cabellos, su mirada azulada clavada en sus labios. Su pulso se desbocó.
No estaba preparada para aquello, tampoco podía discernir con exactitud
el momento justo en el que habían terminado así. Su razón había
desaparecido de la misma forma en la que lo hacía la magia. De repente.
Pillando desprevenidos a todos los integrantes del espectáculo.
La diferencia era que ella no se había ofrecido voluntaria a ejercer el papel
de una protagonista de película romántica propia de Netflix. Bueno, ¿y qué
más daba? Había acabado encima de una cama acompañada de Henderson,
hablando de su familia y ahora se encontraba a escasos centímetros de su
cuerpo. Había pronunciado su nombre y ella, arrollada por sus propios
sentimientos, no se había dado cuenta todavía, pero había hecho lo mismo.
El silencio les rodeaba y la tensión característica del preludio de un hecho
significativo se había impuesto, denotando su presencia con ello. Ellie contó
las pecas imperceptibles que cubrían sus mejillas. ¿Todos los pelirrojos
tendrían unas? En Londres había visto bastantes, y casi todos ellos parecían
contar con unas. No obstante, estas parecían tener algo diferente, eran únicas,
quizás debido a su propietario.
En realidad, poco importaba, le encantaba cada una de ellas, le parecía un
rasgo muy atractivo en él. Los labios, bueno, esos parecían no haber
cambiado en dos años. Su perdición siempre había sido el inferior, que se
veía igual de apetecible que en el pasado. Dios, se moría por poder volver a
hacerlo. ¿La besaría? No sabía cómo tendría que reaccionar a eso, si no
estuviera envuelta en esa nube irresistible, probablemente se negaría, pero
ahora… ah… ahora….
—Ellie… yo…
No sabía qué era lo que iba a decir, aunque aquellos monosílabos le
supieron a gloria. Le cautivaba el movimiento continuo de su mano
acariciándole el cabello, le gustaba hasta la tonalidad de su maldita voz y, ahí
con la camisa semi desabrochada, el movimiento de su nuez al tragar saliva
captó su completa atención, lo que provocó que se sintiera enloquecer. Sin
duda, eso tenía que ser alguna clase de enfermedad, ¿no? Al menos así se
sentía, como cuando pillas un resfriado y la cama se convierte en tu mayor
adicción.
Como si fuera alguna clase de marioneta manejada por algún ser superior
con un exceso de humor macabro, sus ojos se cerraron y estaba tan cerca…
—Ellie, ¿qué es lo que está pasando aquí?
La voz de Ethan rompió la nube en la que había estado flotando y la
empujó de vuelta a su propia conciencia. Impresionada, se separó de él,
jadeando.
Ellie se giró hacia Ethan, quien parecía estar quitándose la camiseta. Sabía
que su amigo lo hacía para ayudarla a no sucumbir de nuevo ante la
influencia de Henderson, por eso sintió mucha vergüenza al ser pillada de
aquella forma. Ethan estaba al tanto de la promesa que se había hecho a sí
misma sobre no acercarse a Adam a menos que fuera por causas
estrictamente profesionales, y, sin embargo, ahí se hallaba, ofreciéndole
nueva munición para burlarse de ella más adelante.
Por su parte, Adam le observó incómodo. Cuando hicieran el check-in le
había aliviado un poco que no compartieran habitación, pues se veía incapaz
de que su cama colindase con el dormitorio de Ellie y la escuchase gemir con
otro que no fuera él. Sabía que, si esa situación se hubiera dado, habría
terminado desquiciado.
No obstante, ahí se encontraba ese desgraciado de Weiss, quitándose la
camiseta como prueba confirmatoria de que a pesar de que tuvieran
habitaciones separadas en ocasiones como aquellas la compartían. Estaban
claros los motivos que le habían traído hasta allí, por lo que el único intruso
en la relación que se traían esos dos era él.
Ellie no parecía saber qué decir y Adam se sintió molesto. Tan solo hacia
un minuto habían estado compartiendo un momento que para él había sido
muy especial, y ahora ella parecía muy lejos de allí, mirando a Ethan como si
le debiera alguna explicación sobre su presencia. No lo soportaba ni un
segundo más y, a pesar de todo, no podía dejarla en la estacada. Si Ethan era
su pareja, no se lo tomaría nada bien, y si osaba a tratarla mal de alguna
forma a él no le quedaría otro remedio que terminar interviniendo, incluso si
eso le apeteciera tanto como meterse en una bañera repleta de pirañas.
—Aquí no está pasando nada, Weiss. Ellie se cayó y me limité a ayudarla.
—Creo que deberías marcharte. Necesito hablar con ella.
Adam apretó la mandíbula, frustrado. Dirigió una última mirada a Ellie y,
al observarla asentir, se dispuso a salir.
—Te acompaño a la salida, Henderson.
Ethan tenía la intención de largarle cuanto antes, más justo cuando estaba
a punto de abandonar la habitación, Adam se paró antes de atravesar la puerta
y, con un murmullo para que solo le escuchase él, le advirtió:
—Quiero que te quede clarita una cosa. Ellie no ha hecho nada malo, así
que no te atrevas a ofenderla de ninguna forma, porque si lo haces, adoptando
el rol de noviete tóxico, te juro por Dios que te las verás conmigo. Si quieres
enfrentarte con alguien, entonces lo harás conmigo, ¿comprendes? Si alguien
tiene la culpa de algo, seré yo. A ella la quiero fuera de esto.
Weiss no respondió de inmediato, sino que se le quedó contemplado con
sorpresa.
—Ella ya no es tu problema, así que no te metas donde no te llaman,
Henderson.
—Ya me has oído. Solo te lo advertiré una vez. Buenas noches.
Sintiéndose más tranquilo de haber hecho lo que debía, decidió
concederles la privacidad que le habían pedido. Ya retomaría su conversación
con Ellie en otro momento, estaba dispuesto a conocer esa parte de ella que
no había tenido la oportunidad de descubrir antes de que todo se
desmoronase.
De todos modos, esa noche tenía sus propios planes por delante. Sophie se
enfadaría si llegaba tarde, no por nada era conocida en su familia por poseer
un genio del diablo.
En cuanto se quedaron a solas, Ellie se dejó recaer sobre la cama,
derrotada. Se sentía demasiado avergonzada para añadir nada más, aunque
eso tampoco es que le importase demasiado a Ethan, que regresó y se sentó a
su lado. Había cambiado su actitud por completo.
—Oye, ¿estás segura de que no siente nada por ti?
—Por supuesto que no.
—Pues cualquiera lo diría por la forma que ha tenido de amenazarme
antes de marcharse con esos aires de matón siciliano.
—¿Amenazarte?
—Sí, por unos segundos he temido por mi preciosa cara.
—Qué dramático.
—Oye, ¿sabes lo que cuesta?
—Si no te la has operado, fantasma.
—Pues claro que no, lo mío es natural, por eso vale mucho más.
—Ay, Dios, te lo tienes más creído que Henderson.
—Y hablando de la furia pelirroja, cuéntame ¿qué ha pasado?
Ellie se tapó la cara con ambos brazos y negó con la cabeza. Ni si quiera
ella sabría explicarlo, el influjo que Adam tenía sobre ella nunca le había
ocurrido con otro hombre. Ni si quiera con todos aquellos con los que había
tratado de superar a Henderson. Esa conexión no la había hallado en ninguno,
de tal modo Ellie había acabado sintiéndose frustrada y molesta con el
pelirrojo.
—No quiero hablar de ello.
—¿No quieres o no puedes?
—¿Ambas?
—Si ya sabía yo que se te caían las bragas por Henderson.
—¡Ethan!
—¿Qué? ¿No te atreverás a negármelo cuando os he pillado en pleno
intento de morreo?
—Eres abogado, ¿de verdad puedes decir usar esas palabras? ¡Ni Ada las
emplea!
—Mientras no las diga en un juicio… Además, ya sabes lo que me afecta
trabajar con estrellas. De todas formas, no desvíes nuestro tema principal.
¿Cómo piensas eludir al idiota? Lo digo porque no sé si la próxima vez podré
ayudarte.
—¿En serio tengo que pensar en eso ahora?
—¿Prefieres hacerlo cuando ya le estés cabalgando a lo Pasión de
Gavilanes?
—¡Ethan! Por favor…
—Ay, si no niega que quiera cabalgarle, qué enternecedor.
—Déjame. ¿No podemos hablar de otra cosa?
—Enfócate Ellie, hemos venido por negocios.
—Tiene narices que seas tú quien me diga eso.
—Oye, vaya por delante de que yo no te juzgo, si quieres tirarte al
pelirrojo, por mi ningún problema. De hecho, puedo ir ahora mismo a decirle
que todo lo nuestro es mera patraña.
—¡No! —exclamó, incorporándose de golpe para sujetarle por la manga,
después bajó la voz—. No.
—¿Entonces?
—Me ceñiré a nuestro plan inicial, pero por favor, no le digas nada.
—Está bien, solo te lo preguntaba porque no sé muy bien si seguir en el
papel de novio tóxico como dijo él o desentenderme por completo.
—No puedes renunciar ahora.
—Desde luego que sí, te recuerdo que la que me pediste el favor fuiste tú,
así que no me puedes dejar como un cornudo. Eso está muy feo, El. Tengo
una reputación que mantener, nena.
Ellie le tiró un cojín desde su posición y Ethan lo esquivó con una sonrisa.
—Tú reputación ya está podrida.
—Lo que tú digas, pero no quiero empeorarla. Gracias, así que decídete,
tienes dos opciones o reprimes esas hormonas que se te descontrolan ante la
presencia del pelirrojo amargado o aquí concluye nuestra relación ficticia.
—¡Ay! No empieces, eres un pesado. Me da lástima la pobre mujer que
acabe contigo.
—Le tocará la lotería, sin duda.
—Largo, quiero ducharme.
—Oh, primero metes a un fulano en nuestra cama y, ¿ahora me echas?
—¿Prefieres que te saque a patadas?
—No, no, ya me voy.
—Estupendo, luego nos vemos.
Ethan se dirigió hacia la puerta, aunque recordando algo, se giró hacia
ella.
—Ah, por cierto.
—¿Sí?
—No te dejes la puerta abierta de nuevo. Debes tener cuidado.
—Sí, estaré más atenta.
—¿Vas a cenar en la habitación o bajarás conmigo?
—No, no, ve tú, estoy agotada.
—No seas aburrida, la noche es joven y en las Vegas aún más.
—Te prometo que el sábado no te fallaré, pero de verdad, ahora solo me
apetece tomar algo ligero y dormir como una semana.
—Está bien, omitiré tu abandono hacia mi persona solo por esta vez. Al
menos espero no tener que coincidir con Henderson y su terrible secuaz, ni
que fueran hermanos. Es absurdo. Bueno, hasta mañana, El.
—Hasta mañana.
En cuanto se quedó sola por completo, Ellie pataleó frustrada con la
situación.
¿Qué había estado a punto de hacer? ¿Se habría vuelto loca? Había sido
una auténtica imprudencia quedarse a solas con él en la habitación. Sabía los
efectos adversos que aquel hombre producía en su sistema nervioso y, ¿le
había permitido trasladarla en brazos a su maldito dormitorio? ¡Era una
insensata! No tenía otro nombre.
Ethan tenía razón. No podía seguir así y mucho menos, cuando con toda
probabilidad ahora el tipejo estaría cenando con otra. Retomaría su plan
original y se metería en el papel de mujer profesional. Incluso si solo estaba
pretendiendo, debía bordar el rol que Simon le había encomendado con tanta
fe. No podía fallarle después de todo lo que había hecho por su familia.
«Mantente alejada de Adam Henderson, concéntrate en la misión»
Se lo repitió varias veces para que su cabeza y su cuerpo se convencieran
de una vez por todas. Resultaba una auténtica lástima que su corazón no lo
sintiera de la misma forma, pues la única palabra que pensó antes de caer en
un profundo sueño se trataba de un nombre propio:
«Adam»
***
Después de cenar, Ethan subió a su dormitorio a darse una ducha. No
podía creerse que Ellie le hubiera dejado tirado en una fiesta. En Londres
siempre había conseguido arrastrarla a cada uno de los eventos, salvo si al día
siguiente debía de madrugar para atender a sus hermanos. Eso era algo que
Ethan siempre había respetado, porque aquellos niños eran el motor de la
muchacha. Sin embargo, Ethan sospechaba que si estaba actuando así se
debía a Henderson.
Era cierto eso de que no la juzgaba por su elección. De hecho, tras verla en
aquel estado, dudaba mucho que si quiera tuviera alguna opción para decidir
sobre sus sentimientos. No sabía cómo podía haber ocurrido, pero Adam
Henderson le había pegado bien. Aquello le preocupaba, conocía a
Henderson desde la infancia y estaba al tanto de su relación con la señorita
Sullivan.
Un hombre como Adam jamás se uniría a alguien por amor, tendría que
haber un componente económico detrás para que él se relacionase en un
sentido amoroso con una mujer y Ellie, por más que se empeñase en negarlo,
buscaba una relación por amor.
Ethan lo sabía muy bien porque los primeros días en Londres la había
visto rechazar a todos los hombres que se habían interesado en ella. Meses
más tarde, había intentado darles una oportunidad a unos pocos, pero no
habían concretado nada, pese a las insistencias de Ethan de que debía
disfrutar más de la vida. La muchacha parecía tener un problema serio con los
besos, porque no pasaba más allá de ellos.
De verdad esperaba que superase esa fascinación por el pelirrojo, porque
si no lo solucionaba terminaría muy mal y, lo que era peor, si se distraía, todo
se iría a paseo.
Tras ponerse más cómodo con un chándal negro que utilizaba para
entrenar en sus sesiones con Ellie, decidió salir al balcón a fumar. Por
supuesto, no esperaba encontrarse con la mismísima señorita Martin, quien al
parecer disfrutaba de su mismo vicio. No sabía que su habitación estaba la
contigua a la suya y, aunque lo hubiera hecho, no habría podido imaginársela
fumando, sino todo lo contrario, la hacía viendo telenovelas baratas.
De hecho, no podía entender cómo Henderson había consentido que se
alojase cerca de sus dormitorios, ya que se preciaba por ser un tacaño, que le
costaba soltar un solo dólar en el personal.
No obstante, Ethan reparó en que en esta ocasión parecía distinta. Se había
soltado el pelo, que caía en ondas rubias hasta los hombros y, vestida con una
bata y un camisón, parecía mucho más relajada.
—Vaya, mira por dónde, si hasta tienes un vicio, qué sorpresa.
Lucy se giró hacia él asombrada y con rapidez apagó el cigarrillo.
—¿Tratando de ocultar la prueba del delito? Ya es algo tarde, te he visto.
—No intento nada.
—¿Seguro?
—Sí.
—Tranquila, tampoco pensaba delatarte ante Henderson. Si lo hiciera, te
despediría en el acto. Odia el tabaco, ¿no lo sabías?
—Sí.
—¿Entonces?
—No es ningún vicio, señor Weiss.
—Ya, eso dicen todas.
Lucy le contempló, tratando de comprender a aquel patán y alzó la
barbilla, indignada.
—¿En qué momento le he permitido que me tutee? Para usted soy la
señorita Martin.
—Oh, por Dios, ¿qué problema tiene el entorno de Henderson para ir
tratándose de usted entre ellos? En serio, eso solo debería reservarse para la
corte.
—¿De verdad es usted abogado?
—Te tengo fascinada, ¿a que sí?
—Me sorprende que si quiera haya podido concluir la carrera. No es nada
profesional.
—No estábamos hablando de mi profesionalidad, querida, la cual si le
preguntas a todos mis clientes es intachable, hablábamos de tus vicios
prohibidos.
—Le he dicho que no es un vicio.
—Ah bueno, fingiré creerte.
—Solo recurro a él cuando estoy estresada y eso se da en contadas
ocasiones.
Ethan dio otra calada al cigarrillo y la contempló con una sonrisa.
—¿Sabías que para el estrés existen otros métodos mucho más efectivos
que ese?
—Pues no parecen funcionar demasiado bien, ya que usted también está
aquí fumando.
—¿Esto? Ah, no te equivoques, esto lo hago porque estoy aburrido y, si
soy sincero, no suelo aburrirme con asiduidad, el único problema es que mi
compañera de juegos me ha dejado colgado —comentó fingiendo tristeza,
después dio una palmada que alertó a Lucy—. Ah, ya lo tengo, ¿te gustaría
sustituirla por una noche?
—¿Suele frecuentar esa tendencia que parece tener, señor Weiss?
—¿Cuál?
—La de coquetear hasta con las piedras.
—Oh, no. Yo no coqueteo, eso solo es para los señores de bata.
—Permítame dudarlo.
—No dudes, querida, tú no dudes de mí.
—Entonces, ¿niega que esté coqueteando conmigo?
—Por supuesto que sí, porque no estoy coqueteando. Estoy tratando de
llevarte al huerto, así con descaro.
—¿Cómo dice?
—No me importaría acostarme contigo, la verdad.
Ethan contempló con interés el escote femenino que se encontraba
expuesto y disfrutó de su sorpresa. La muchacha se puso tan roja, que el
rubor se le extendió por la piel de este último. Reparó en un pequeño detalle
y sonrió encantado.
—Me gustan las mujeres con lunares.
Nada más reponerse, Lucy se lo cubrió con la bata y Ethan alzó las cejas.
Ignorando el comentario de su cuerpo, respondió a su pregunta inicial.
—Pues a mí sí.
—¿Por qué? ¿Acaso no te parezco atractivo?
—No.
—Ay, qué mentirosa.
—No me acuesto con playboys de poca monta y usted cumple con esas
características.
—¿Disculpa? Que sepas que destaco en esas áreas con sobresaliente y
encima no soy de los que luego van reclamándote nada.
—Si sigue así le denunciaré por acoso.
—Bueno, si nos ponemos así, si de verdad te sintieras tan incómoda ya te
habrías largado, Charlotte.
—¡No me llamo Charlotte! Y deje de dirigirse a mí a menos que sea por
un motivo estrictamente laboral.
Se dio la vuelta para abandonar el balcón, pero la voz de él la distrajo.
—Está bien, buenas noches. Corre, ve a tener sueños húmedos conmigo
como protagonista. Cualquier cosa, ya sabes, mi cuarto está al lado. Tengo el
sueño ligero y muchos condones.
—Será imbécil….
Al escuchar el ruido de la cristalera cerrándose con fuerza, decidió que no
había terminado con ella. Todavía no había conseguido su objetivo.
—¡Aceptaré de buena gana un striptease si lo haces sin correr las cortinas!
Ella le observó tras el cristal con gesto fúnebre e hizo justo lo contrario a
lo que le pedía, las corrió en sus narices.
—Váyase a la mierda.
Ethan rio por lo bajo. Vaya, sí que le había costado hacerla de rabiar. Al
final sí que iba a resultar su tipo, él prefería las castañas, pero una rubia con
carácter, bueno, eso sin duda suponía todo un reto y a Ethan Weiss no había
nada que le fascinasen más que los desafíos.
***
Los siguientes días, Ellie se mantuvo alejada de Adam cada vez que podía.
Solo se relacionaba con él si coincidían por motivos laborales. El resto del
tiempo lo dedicaba a encontrar posibles mejoras y a tratar de recopilar
información.
Sabía que John Brown estaba detrás del complot a los hoteles, el problema
era que no había una forma fidedigna de recabar pruebas. Todavía recordaba
preocupada la última conversación que había mantenido con Simon los días
previos a su partida.
—Simon.
—¿Sí?
—¿Qué ocurrirá si no logramos destapar al señor Brown?
—En cuanto a tu primera pregunta, no podemos darnos el lujo de pensar
en eso.
—Lo entiendo, pero ¿cómo podré recabar pruebas en las Vegas? No creo
que haya dejado un rastro allí.
—Todavía.
—¿A qué se refiere?
—A lo que vas a proponer en la junta.
—No le sigo.
—Más o menos podemos intuir sin miedo a equivocarnos qué es lo que
votarán el resto de los accionistas.
—Sí, pero no sabemos si aceptarán mi propuesta.
—Lo harán.
—¿Por qué? Tienen intereses económicos y de liderazgo detrás.
—Sí, pero también existe una parte de lealtad, incluso si esta se encuentra
fundamentada en la más absoluta hipocresía. Si propones una posibilidad de
redención para Adam, ¿crees que el resto no aceptará?
—No tiene por qué, dudo que la familia Sullivan lo acepte.
—Sí, es probable que ellos no lo hagan, pero en el mundo de los negocios
impera la doble cara. Nadie quiere hacer negocios montando un escándalo.
Una cosa es que todos tengan un voto cerrado, pero si realizas esa propuesta
se les abrirá una nueva posibilidad y tendrán que revalorar sus propios
intereses. Eso sin olvidar el hecho de que si sale como esperamos, tú serás el
factor decisivo para que la balanza se incline hacia un lado u otro, así que no
les quedará más remedio que aceptarlo.
—¿Está seguro?
—Por completo.
—Pero Brown y Sullivan se darán cuenta de que apoyamos a Henderson,
¿no?
—De hecho, no tiene por qué pasar.
—¿Y por qué no?
—Porque el señor Awad, que será una de tus propuestas, lleva años
rechazando colaborar con la empresa.
—¿Cómo? Y entonces, ¿cómo va a sernos de ayuda?
—Porque tú tienes que cambiar eso.
—¿Yo? Con todos mis respetos, Simon, yo no conseguiría hacer cambiar
de opinión ni a una mosca, si es que estas tuvieran alguna capacidad de
raciocinio, claro.
—Eso no es cierto, tienes las cualidades perfectas que busca el señor
Awad en sus proyectos.
—¿Yo voy a ser el proyecto?
—No mujer, tú serás la que lo encabece, y eso siempre le interesará
mucho más.
Al escuchar aquella frase, Ellie se había horrorizado y había terminado
cubriéndose el cuerpo con las manos.
—No querrá que me prostituya ¡¿no?!
—Por supuesto que no —respondió entre risas—. Solo tendrás que
ingeniártelas para ser la cara del proyecto.
—Ah, bueno, pero ¿y lo de las pruebas? No creo que sea tan fácil
recabarlas, la verdad.
—No, por eso Ethan y tú tendréis que esperar el momento más propicio
para hacerlo.
—¿Y eso cuándo será?
—Cuando mejoréis el hotel.
—¿Por qué?
—Porque entonces Brown no le quedará más remedio que actuar.
—¿Cree que tratará de sabotearlo como con los otros?
—Sí.
—Entonces esto es una…. ¿encerrona?
—Sí, supongo que podría verse así.
—El señor Henderson, Ethan y yo, ¿correremos algún peligro?
—No sabría decirte, pero no es una opción descartable.
—Dios mío.
—En cualquier caso, si eso ocurriera, lo prioritario son vuestras vidas. ¿De
acuerdo?
—No, no tiene que decírmelo dos veces.
Volviendo al presente, Ellie se sentía frustrada. Según aquella
conversación su objetivo sería esperar a que Brown moviera los hilos. No
obstante, sentía cierto temor, pues se imaginaba como si estuviera
observándole entre las sombras, esperando a actuar. Ese preludio silencioso
la atormentaba, ya que ella se consideraba una persona que decía lo que le
molestaba a la cara, debido a esto, que alguien tuviera que recurrir a ese tipo
de estratagemas para hacerse con el poder y, más aún, que los tres estuvieran
en su punto de mira, le producía escalofríos.
¿Desde cuándo las cosas no se podían solucionar hablando? ¿Por qué
tendría que existir víctimas de por medio? Aún recordaba el caso que
Henderson y ella habían descubierto en su estadía en Francia, aquel pobre
hombre que se había visto siendo arrastrado a ese lío debido a la muerte de su
madre. No es que fuera una víctima completa, por supuesto, el señor Allard
había cometido hechos gravísimos adulterando la comida del hotel, pero
había sido un damnificado más de la mala gestión y de unos deseos de
venganza de gente que no tenía la suficiente valentía para plantarle cara a sus
problemas[1].
Solo de pensarlo, se sentía asqueada. En realidad, agradecía haber dejado a
sus hermanos con los Weiss. Uno de los motivos por los que las Vegas había
sido el destino seleccionado por Simon, Ethan y ella se había debido a los
niños.
Tras haberse enterado de toda la situación, Ellie le había pedido un único
favor a Simon Weiss: quería a sus hermanos fuera de todo aquello. De esta
forma, había logrado que el plan se redirigiera a un lugar en el que no
estuvieran cerca. Desde luego, existían otras causas como las mencionadas en
su conversación con Simon, pero Ellie agradecía en el alma no tener que estar
aterrada por lo que le pudiera pasar a sus hermanos, lo último que deseaba es
que se vieran envueltos en una carrera contrarreloj por la disputa sucia sobre
la gestión de aquella empresa.
Aquella mañana soleada, Ellie se encontraba desayunando en el comedor
principal cuando recibió una videollamada de Ada. Nada más verla, sonrió,
se limpió la comisura de la boca y descolgó. Su hermana apareció en pantalla
y aquello sirvió para ponerla de buen humor.
—Pero bueno, ver para creer, ¿tú madrugando un sábado? ¿Ha pasado
algo?
—¿Qué si ha pasado dices? El idiota de tu hermano no solo no me ha
dejado dormir en toda la noche, jugando hasta las tantas a su consola, sino
que esta mañana me ha despertado con los gritos. Te juro que no podía
creerlo, ¡seguía jugando!
Su felicidad se deshinchó al igual que un globo y el semblante le cambió,
poniendo los ojos en blanco, le ordenó:
—Pásamelo, ahora.
—¡Christopher! Ellie quiere hablar contigo.
—¡Dile que no estoy!
—¡Te he escuchado!
—Serás idiota…
—¡Ada! ¿Ya vais a empezar?
—O le haces entrar tú en razón o lo haré yo a golpes.
—Bueno, ya está bien. Ponme a Chris.
Su hermano entró en pantalla y Ellie suspiró, había tenido aquella
conversación con él mil veces.
—¿Qué es lo que ha pasado, Chris?
—Ada, eso es lo que ha pasado.
—Ni se te ocurra ponerme a parir, mocoso.
Ellie rodó los ojos al escuchar a su hermana replicar y se fustigó de forma
mental porque tuviera que ejercer de mediadora estando a miles de
kilómetros de ellos.
—A ver, a ver, ¿qué es lo que ha ocurrido?
—Ayer me quedé hablando un poco más con mis amigos, y ahora esta
mentirosa se está inventando cuentos y exagerando las cosas.
—¿Y hasta qué hora estuviste?
—Las dos de la mañana.
—¡JA!
—Tú cállate.
—¿Para qué? ¿Para qué sigas mintiendo?
En ese momento Ethan se unió a su mesa con una expresión interrogante
en el rostro, Ellie simuló que cargaba una pistola imaginaria y se disparaba.
Ethan escuchó el vocerío que se traían los otros dos y sonrió, dando la vuelta
para ponerse a su espalda, se agachó un poco para poder verlos bien a través
del hombro de Ellie y les saludó.
—Hey, chicos.
Chris cambió su actitud y sonrió complacido al verle, mientras que Ada
siguió componiendo aquel gesto fúnebre, enviándoles miradas disgustadas a
su hermano.
—¡Ethan!
—Menudo revuelo estáis formando, es que ¿ha pasado algo?
—Nada, solo debatíamos.
—Pufff…
—¿Ada? —intervino Ellie al percatarse de su reacción—. ¿Quieres añadir
algo?
—Sí. Tengo una pregunta para el señor Weiss.
—Oh Dios, Ada, te he pedido mil veces que me llames por mi nombre de
pila.
—Estará protegiendo a mi hermana de la influencia de Henderson, tal y
como me prometió, ¿no?
Ellie se quedó asombrada de que Ethan se hubiera comprometido a eso
con su hermana, por lo que le miró con una expresión interrogante. No
obstante, al susodicho no le dio tiempo a responder, porque fue interrumpido
por otra tercera voz.
—No me diga que tiene algo en mi contra, señorita Hawk.
Todos se quedaron atónitos al ver a Adam Henderson respondiendo a la
mediana de los Hawk. Ellie le estudió con detenimiento. Quiso advertirle de
que no se extralimitase con su hermana, pero le sorprendió darse cuenta de
que, lejos de parecer enfadado o molesto, en sus ojos brillaba la diversión.
Adam se sentó en la misma mesa y extendió la mano solicitándole en silencio
el teléfono. Como no supo qué contestar, se limitó a obedecerle.
Adam se concentró en el móvil y Ellie sintió algo de vergüenza al
escucharlos susurrar entre ellos: «¿Es él?» «Creo que sí»
—Me daría mucha lástima que fuera así. Usted me cayó en gracia cuando
nos conocimos.
En otras circunstancias, Ellie se hubiera echado a reír por dirigirse a su
hermana o, a cualquier adolescente para el caso, de aquella manera tan
formal, pero se dio cuenta de que lo hacía porque era su forma peculiar de
guardarles respeto. Aquello le dejó anonadada. Con su actitud, Henderson no
solo buscaba tratarles con respeto, sino también ganarse el de ellos.
Al ser consciente de ello, se relajó, y le dejó fluir, contemplándole con
renovado interés. La única vez que había interactuado con ellos había sido
cuando fueron a darle una sorpresa a Nueva York para mudarse a la nueva
casa. Ada y Chris les habían pillado en pleno post sexo, por lo que la
conversación había sido cuanto menos vergonzosa. Sin embargo, este nuevo
contacto se había producido a través de un móvil y Ellie tenía muy presente
la opinión de sus hermanos respecto a Adam.
—A mí también, hasta que se rio de mi hermana y la trató como una
mierda. Después de eso le tomé bastante asco.
—¡Ada! Ahora mismo vas a pedirle perdón al señor Henderson por esas
maneras. Yo no te he educado así.
—No se moleste. La joven está en su su derecho a expresarse. Dígame,
¿quiere añadir algo más?
—No, usted no conoce a mi hermana, si le dice eso, le soltará algo peor.
Adam miró durante unos segundos a Ellie, quien parecía apurada por lo
que pudiera añadir su hermana. Sin embargo, él estaba preparado para lo que
fuera que tuviera que decirle aquella muchacha.
El día que la conociera intuyó que no se lo pondría nada fácil, porque a
pesar de que pareciera haberse reído de la situación bochornosa en la que se
había hallado su hermana mayor, también ocultaba una vena protectora, que
estaba saliendo a relucir en ese entrecejo fruncido. No se fiaba de él. Adam
podía entenderlo. Para ellos Ellie era su hermana, no, se trataba de mucho
más que eso, ejercía un rol materno, y a pesar de que él no tenía hermanos
como bien le había hecho saber unas noches atrás, entendía de lealtades.
—No me gusta y no le quiero cerca de mi hermana.
—¡Ada!
—Está bien, admiro a las personas que van de frente, así que le agradezco
su honestidad. Sin embargo, no puedo concederle esa petición, señorita
Hawk.
La castaña arrugó más el entrecejo y, mirándole con evidente
animadversión, alzó la barbilla, indignada.
—¿Y eso por qué?
—Porque tengo que trabajar con ella.
—Entonces, una vez que terminen los negocios que se traen entre sí, ¿la
dejará en paz?
—Me temo que no puedo responder a esa pregunta.
—¿Por qué?
—Porque su respuesta no le va a gustar y prefiero evitarme el decir
mentiras.
Adam observó divertido cómo la versión de una mini Ellie abría la boca
desencajada con su osadía. Resultaba evidente que no estaba acostumbrada a
que la sorprendieran, pues Adam tenía la certeza de que era habitual que la
situación soliera producirse más bien a la inversa.
—¿Cómo…? ¡Ellie! ¿Qué es lo que quiere decir?
—De todas formas, hay algo que sí puedo prometerle, señorita Hawk, y es
que puede tener por seguro de que nunca volveré a hacerle daño de ningún
modo a su hermana.
—¿Acaso su palabra vale algo?
—Bueno, se acabó —ordenó Ellie arrebatándole el teléfono y,
dirigiéndose a sus interlocutores al otro lado de la línea, se despidió—. Ya
hablaré después con vosotros. Estoy muy disgustada con algunas actitudes
que acabáis de mostrar, pero no es el momento ni el lugar, así que por ahora
voy a colgar. Si sucede algo importante contactadme a mi teléfono personal.
—Pero…
—Pero nada. Os quiero, hablamos luego.
—Madre mía, esto está mejor que esa telenovela barata que me hiciste ver
en Londres, El.
Ellie mandó callar a Ethan, que parecía estar pasándoselo en grande con
aquel rifirrafe y posó su atención en Henderson.
—¿Está loco? ¡¿cómo se le ocurre decirle eso a mis hermanos?!
—No dije ninguna mentira.
Aquello la molestó, no, para ser sincera, la enfadó. Tenía suficiente con lo
que lidiar por su cuenta para que hablara por ella ante sus hermanos. Para
Ellie, aquel tema en cuestión suponía palabras mayores, pues en el hipotético
caso de que quisiera meter a alguien en su familia, tendría que decirlo ella y
no él. Aparte, estaba el hecho de que Adam ni si quiera le había consultado y
había dicho lo primero que se le había pasado por la cabeza.
—Creo que no comprende la situación en la que me encuentro.
—Sí, lo hago.
—¿Entonces? ¿Por qué ha tenido que soltarles eso? Deme una explicación
razonable, por favor.
—Porque es cierto.
—¿El qué? ¿Qué depende de mí?
—Sí.
—Si eso fuera cierto, y toda esta situación dependiese de mí, para
empezar, no estaría aquí. Me encontraría con mis hermanos y no habría
tenido que dejarlos al cuidado de la madre de Ethan —espetó irritada—.
¿Cree que me gusta estar lejos de mi familia?
—Entonces, ¿por qué has vuelto?
Ellie apretó los dientes, enfadada. No podía decírselo, pese a que se
muriera de ganas por hacerlo. Ethan posó una mano encima de la suya, en un
vano intento por calmarla.
—Ya está bien, Henderson.
—¿Ahora ni si quiera puedo preguntar?
—Ellie no tiene por qué revelarte los motivos de su regreso.
—Pues yo creo que sí, al fin y al cabo, estoy trabajando con ella. Me
gustaría saber qué intenciones existen detrás.
—Se lo repito por enésima vez, he regresado por él.
—¿Por Weiss?
—Y por su padre.
—Dudo que aquí el patán de Weiss quiera que me ayudes.
—No te equivoques, Henderson, yo no quiero ayudarte. De hecho, si fuera
por mí ya habrías sido destituido hace tiempo.
—Entonces ¿qué es lo que estáis planeando vosotros dos?
«Salvarte ese arrogante trasero que te gastas, pedazo de desgraciado»
Ellie se obligó a tranquilizarse y ver las cosas desde otra perspectiva. Con
un esfuerzo titánico, trató de disimular lo mucho que le había afectado
aquella promesa que le había hecho Henderson a Ada mientras la miraba a
los ojos y se concentró en intentar esforzarse en comprenderle.
Sabía que Adam podía resultar difícil de tratar en ocasiones. A pesar de la
faceta dulce que parecía guardarse para sí la mayor parte del tiempo, también
estaba al tanto de que era desconfiado por naturaleza. Según lo que Simon le
había contado no era culpa suya, sino de las circunstancias en las que se había
criado. Sin embargo, con esa actitud tan a la defensiva, le estaba costando
horrores contemplarle con una mirada más amable.
—Deja de desconfiar de todo el mundo, Henderson. Aquí todos queremos
conseguir lo mismo.
—Si así fuera no me dejaríais de lado cada vez que os interesa.
Aunque Adam hubiera pronunciado la frase en plural, solo estaba
fijándose en Ellie. Llevaba varias semanas ingeniándoselas para darle
esquinazo y en muchas ocasiones había utilizado al bastardo de Weiss para
conseguirlo. No entendía por qué de la noche a la mañana había decidido
alejarse así de él.
Hasta ahora había pensado que habían llegado a algún punto en común,
pero desde aquella noche en la que fueran interrumpidos por Ethan, había
cambiado su actitud con él por completo. Se mostraba fría y distante,
hablándole solo de cuestiones laborales. Cada vez que él pretendía sacarle un
nuevo tema, ella se limitaba a redirigirlo hacia su propio interés, que por lo
general siempre era algún documento. Esa actitud ya había comenzado a
molestarle e inquietarle a partes iguales.
Para colmo, esa mañana había tenido que ser testigo involuntario de cómo
Ethan se metía en sus asuntos familiares, algo que para él había resultado una
acción impensable en el pasado.
Entonces, ¿por qué Weiss tenía que hacerlo con esa facilidad?
Comprendía que fueran pareja y toda esa basura, pero resultaba absurdo
que ella le permitiera tal osadía. Su familia era sagrada, así que ¿por qué le
dejaba intervenir? Podría resultar una absurdez para los demás, pero aquello
le molestaba mucho más que saber que se acostaban juntos. Se sentía
traicionado, porque Ellie jamás le había permitido acceder a su núcleo
familiar como hiciera con Weiss. Durante todo el tiempo que habían estado
en contacto, en ningún momento se había abierto con él, a menos que le
preguntase algo e incluso cuando lo había hecho, en ciertos temas había
alzado una barrera ante él, impidiéndole entrar. Con todo esto pulsando en su
cabeza, en cuanto había visto aquella escena, no había podido evitar
intervenir en esa llamada, incluso si estaba mal hacerlo.
—No le estamos dejando de lado, señor Henderson.
—¿Ah no?
—No, a veces tenemos asuntos privados que discutir.
—¿Por qué le estás dando explicaciones?
—Porque en esto tiene razón. Le mentí una vez, así que entiendo que
pueda sospechar de nosotros si nos ha visto cuchicheando. No obstante, en
esta ocasión, le juro que no estoy engañándole. No voy a revelarle las
conversaciones que tengo con Ethan, pues atañen a nuestro ámbito privado.
Eso no quita que quiera dejarle claro que por nuestra parte no ha sido privado
en ninguna manera de información nueva que ataña al proyecto que tenemos
entre manos.
«Ay, Diablos, idiota, nos la van a quitar» Susurró Deseo frustrado
«Reacciona, haz algo para reconquistarla. ¡No seas tan asno!»
«¿Y qué va a hacer? Tampoco podemos secuestrarla»
La razón ganó al deseo. Adam era consciente que no podía añadir nada
más al respecto, tampoco podía reclamarle sus emociones encontradas, por
mucho que estas le estuvieran amargando vivo. Aquello sería algo que
tendría que dejar correr.
—Está bien.
—Bueno, en vistas de que por ahora hemos arreglado nuestras diferencias
—intervino Ethan—. Voy a aprovechar que estás aquí y que parece haber un
ambiente más sano para comunicarte un dato importante, Henderson.
—¿Y cuál es ese?
—Para que luego digas que solo estorbo…
—¿Podrías ir al grano, Weiss? No tenemos toda la mañana.
—Dios mío, qué susceptible y autoritario, ¿has pensado meterte a
dictador?
—Ethan, venga, dilo de una vez.
—He conseguido concertarte una cita con el señor Awad.
—¿En serio? —preguntó Ellie fascinada—. ¡Maravilloso, Ethan!
Adam albergaba sus dudas al respecto, pues los rumores decían que no se
trataba de un hombre fácil. Su empresa llevaba intentando acceder a él
durante varios años y la respuesta siempre había sido una negativa directa.
Por el motivo que fuera, no le caía en gracia su negocio.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Me ha costado lo mío la verdad, pero un amigo es el vocalista de una de
las bandas favoritas de sus hijas, así que he movido algunos hilos y, a cambio
de unas entradas, ha accedido reunirse contigo.
—¿Cuándo?
—¿No debería agradecérselo, señor Henderson?
—Eso.
Adam puso los ojos en blanco, molesto de tener que rebajarse ante Ethan,
pero Ellie le estaba recriminando a través de gestos su actitud, por lo que,
incómodo, terminó cediendo a las demandas de la joven.
—Está bien, gracias, Weiss —declaró cortante—. Ahora responde a mi
pregunta, ¿cuándo?
—El viernes que viene.
CAPÍTULO 12
«Si la vida son dos instantes, en uno de ellos estoy pensando en ti»
A.H
El placer es una sensación escurridiza. A pesar de que se tiende a
relacionar con la felicidad, esta última es diferente, ya que se mantiene
estable en el tiempo. El primero se relaciona con situaciones positivas, que
surgen a causa de una necesidad o anhelo. Algunos autores consideran que el
placer se presenta en el momento en el que se engaña al cerebro. Quizás fuera
por ese motivo por el que en las Vegas corría el alcohol entre los distintos
sistemas nerviosos a medida que aumentaban el dinero destinado a las
apuestas. El alcohol podía dar esa sensación de euforia, al igual que el
deporte.
Ethan Weiss era la persona más hedonista que había conocido alguna vez,
amaba una buena fiesta tanto como cuidarse. No por nada, casi todas las
mañanas la despertaba para llevarla a entrenar. Al principio, Ellie le había
rechazado, pues se sentía muy cómoda con su estilo de vida y su falta de
restricciones, pero el cambio de vida que le había proporcionado la familia
Weiss había reducido su estrés y en consecuencia los atracones se habían
vuelto menos frecuentes. Como ya no tenía que buscar trabajo y Ethan le
había asegurado que adoptar un modo de vida más saludable le ayudaría a
desempeñar el papel que le habían reservado, Ellie terminó accediendo a su
petición. Se consideraba una persona persistente para según qué cosas. A
pesar de todo, el deporte nunca había sido una de ellas, pues mientras lidiaba
con toda la mierda de su casa había tenido que soportar que en clase se
metieran con su físico repetidas veces.
Durante una temporada había permitido que aquello le afectase hasta el
punto en el que había llegado a odiar su cuerpo. No importaba qué hiciera, y
cuanto hubiera tratado de restringirse en la comida, siempre había acabado
dándose atracones. Se trataba de un círculo vicioso que había sido perpetuado
por las burlas de sus compañeros. Hasta que un día, antes de que su madre se
largara, se la encontró inconsciente contra la puerta. Lo primero que escuchó
tras la puerta había a Ada llamando desesperada a su madre, así que había
tenido apartarla para lograr abrir la madera maciza, porque el peso muerto de
su progenitora le impedía acceder al interior de la casa. En cuanto logró que
venciera, el cuerpo de su madre cayó desmadejado a sus pies.
La desesperación de Ada, el llanto desconsolado de Chris y creer que su
madre estaba muerta, pusieron en relieve la perspectiva de su vida.
No quería terminar así por nadie, en ese estado deplorable y sin esperanzas
de futuro, por lo que, a partir de entonces, se obligó a decirse palabras bonitas
cada mañana, incluso si en realidad no lo pensaba. Poco a poco, los
cuchicheos y malas palabras se apagaron a su alrededor y, no porque la gente
hubiera dejado de insultarla, sino porque ella ya no le daba la misma
importancia que en antaño. Con esa mentalidad reforzada, podía seguir
adelante sin preocuparse de forma habitual por su físico. Por supuesto que
había continuado teniendo inseguridades, pero eran las que siempre habían
estado. No consentía que nadie le crease nuevas, y, para ello, luchaba a diario
con su autoestima.
Sin embargo, el deporte y comer más sano prosiguió siendo su asignatura
pendiente. Hasta que se había ido a vivir a casa de los Weiss. Desde entonces
su alimentación había mejorado un poco, pero todavía tenía algún que otro
atracón. Al fin y al cabo, nadie era perfecto. Además, se había visto envuelta
en una rutina deportiva de la que la mayoría de las veces deseaba escapar, lo
único que le gustaban eran las clases de zumba, porque podía ver a esas
mujeres mayores dándolo todo para montar la cresta de la ola de cualquiera
de las canciones de Britney Spears.
Le fascinaba aquel efecto en el que no importaba a qué gimnasio fueras,
siempre te encontrarías a ese mismo tipo de mujeres. De hecho, esa mañana,
después del desayuno tan animado que le había montado Henderson con sus
hermanos, había tenido que ir a desfogarse a una de las clases colectivas del
hotel. Junto con quince señoras más, había quemado toda la frustración y
sentimientos negativos al ritmo de la Macarena. Al finalizar la clase, todas se
habían dado ánimos mutuos y había salido con una sensación de felicidad
indescriptible.
En cuanto abandonó la estancia en la que se había llevado a cabo la sesión,
se encontró a un grupito de mujeres mayores formando un corrillo mientras,
cuchicheando, observaban a distancia a un hombre que llevaba puesto un
chándal negro y una gorra del mismo color colocada hacia atrás.
—Miradle chicas, tan solo miradle ese trasero.
—Creo que se me va a parar el marcapasos.
—¡Dorothea no digas eso ni de broma!
—¿Qué? Y ¿por qué no? Josie está ahí a punto de meterse a realizarse una
operación de pechos.
—¿Qué no?
—¡No tenemos ninguna decencia!
—¿Y ahora te das cuenta de eso?
—Si tuviera unos años menos iría a por él cual gata en celo.
—¡Iremos al infierno por esto!
—Pues mira, chica, si eso ocurre de verdad, espero que me dejen
revolcarme antes con ese bombón.
—Porque tengo mal la cadera, si no le iba a enseñar yo cómo monta una
texana.
—¡Dorothea!
Ellie se acercó a ellas con curiosidad, las había conocido en la clase y le
parecían mujeres majísimas.
—¿Qué es lo que miran con tanto interés?
—Ay, hija, si solo Dios me diera tus años, iba a ir a por ese hombretón.
La muchacha siguió la dirección que le indicaba la señora y contempló al
hombre que las tenía a todas suspirando. En esos instantes se encontraba
escalando por una cuerda colgada en el techo, ajeno al pequeño corrillo de
admiradoras septuagenarias que se había formado sin su consentimiento.
—Madre mía, ojalá ser cuerda para que me escale y….
Las mujeres se echaron a reír escandalizadas, propinándose golpecitos las
unas a las otras y Ellie sonrió enternecida, debía reconocer que el chico tenía
un cuerpazo. No era ningún armario, pero estaba fuerte y lo más importante
era joven.
—No me digan que están acosando a un hombre.
—Pues sí, la verdad. A nuestra edad te puedes permitir hacer este tipo de
cosas.
—Sí, tú deberías de aprovechar también. La juventud pasa muy rápido, te
lo digo yo que tengo ochenta y tres.
—Pues se conserva usted muy bien.
—Oh, qué encantadora.
—Atención —intervino una de las mujeres—. Chicas, atención, ¡que se
gira hacia aquí! Mantened vuestras dentaduras postizas puestas y subiros los
pechos caídos. Rápido.
El hombre se dio la vuelta para recoger una pesa y se produjeron
diferentes reacciones entre el grupo. Las señoras suspiraron con anhelo
mientras que la boca de Ellie caía desencajada al reconocer al tipo.
—¡Ah! ¡hola, Ellie!
Adam Henderson la estaba saludando a voces con una sonrisa genuina,
incluso estaba moviendo su brazo para captar su atención. Las mujeres se
giraron hacia ella como un resorte.
—¿Le conoces?
—¿Nos lo presentarías?
—Dora, ese chico es para ella. No para ti, que vas para los noventa años.
—Discúlpame, pero hay hombres que les gustan maduritas.
—Sí, les gusta acostarse con maduritas, ¡no con la abuela de Tutankamón!
—¿Cómo te atreves, vieja urraca de poco pelo?
Ellie trató de tranquilizarlas, temerosa de que acabaran saliendo en las
noticias, peleándose por Henderson como si fueran adolescentes. Trató de no
reírse al imaginarse el titular: «lucha de bastones a muerte entre dos
octogenarias por un pelirrojo huidizo»
—No discutan señoras, por favor.
—¿Quién es, muchacha?
—Y lo más importante —agregó Josie—. ¿Qué tipo de mujer le gusta?
La joven sonrió tentativa, no sabía en qué momento había ocurrido, pero
se encontraba rodeada de señoras no menores de setenta años.
—No sabría decirlo con exactitud.
—¿Seguro?
—Sí —asintió con convicción, pero en ese momento una idea cruzó por su
mente y decidió ponerla en marcha—. Pero ¿saben qué?
—Cuéntanos muchacha.
—Tengo entendido que está soltero y que es muy muy rico.
—¿Un rico que esté así de bueno? ¿Has oído eso, Dora?
—¿Qué si lo he oído? ¡Me siento como Rose de Titanic!
—Pero si en esa película la rica era ella, no él.
—¿Y qué? Este es nuestro Leonardo DiCaprio perdido.
—¿Por qué no van a intentarlo? La gente dice que es muy cariñoso
—¿De verdad?
—Oh, sí —aseguró Ellie divertidísima—. Bueno, yo tengo que irme ya.
Espero verlas en las próximas clases y que me pongan al día.
—¡Por supuesto jovencita!
Desde su posición Adam observó que Ellie abandonaba el grupo tras
decirle algo a las señoras con las que se encontraba reunida. No podía creerse
que hubiera ido al gimnasio, ¿ahora entrenaría? Eso le interesaba, porque en
el pasado no habían tenido muchas cosas en común, pero si era cierto que la
joven iba a menudo lo frecuentaba, tendría que dejarse caer más por ahí.
De repente, sin esperarlo venir, Adam vio que su espacio personal mínimo
era invadido por una turba de mujeres mayores totalmente desconocidas.
—Hola, corazón.
—¿Eh?
—¿Cómo te llamas?
—¿Qué edad tienes?
—¿Es cierto que estás soltero?
—¿Te gustan las maduritas?
—¿Se señora?
—¡Dora! No seas tan descarada.
Adam se quedó anonadado mirando de una a otra, mientras le iban
hablando. No comprendía nada. ¿Quiénes eran aquellas señoras y qué
pretendían exactamente?
—Una amiga muy cercana nos ha contado que eres muy cariñoso…
Amiga de ellas. Ellie. ¿Esa descarada le había arrojado ante unas mujeres
extrañas?
«Para lo que has quedado, quién te ha visto y quién te ve… ahora hasta te
hace de celestina de viejas» Murmuró Deseo «Si es que la hemos perdido por
completo por tu incompetencia»
¿Cómo se atrevía? Si no quería saludarle, ¡podría habérselo dicho!
Escaneó toda la estancia en su busca y se la encontró ocultándose tras una
columna, muerta de la risa.
«¿Ah sí? Te vas a enterar»
—¿Puedo preguntarles quién es esa amiga?
—Oh, claro, tú puedes preguntarnos lo que desees.
—La chica joven a la que saludaste hace unos minutos.
—Ah, ¿se refieren a mi mujer?
Las reacciones fueron muy variopintas, una de ellas se llevó una mano al
corazón, a otra se le cayó la dentadura y el resto emitieron un jadeo
asombradas.
—¿Esa jovencita tan agradable era su esposa?
—Podría decirse así.
—Uy, y entonces, ¿por qué nos ha mentido diciendo que estaba soltero?
—Reniega de mí…
—Ay, ay…. Eso es un sacrilegio… Ven aquí, yo te consuelo…
Adam miró incómodo a una de las señoras extender sus brazos hacia él,
pero recibió un codazo por parte de la otra.
—¡Compórtate, Dora! Está casado, y esos nunca se tocan.
—Pero si lo niegan, yo jamás haría eso. Además, en esencia no ha
afirmado que estuviera casado, quizás sea su pareja.
—¿Por qué cree que ha podido decir eso?
—Tuvimos algunos problemas.
—¿La engañó?
«Porque es un inútil» Contestó Deseo.
Un gemido de desencanto se extendió de forma colectiva.
—No, no.
—¿Entonces?
—Bueno, aunque ella también erró, de manera muy sintetizada, mi error
es que no la supe valorar cuando debería haberlo hecho.
—Ay, casi todos los hombres acaban metiendo la pata en algún momento
de sus vidas.
—Sí. Entonces, ¿me harían un favor?
—Claro, somos todo oídos.
Adam contempló con diversión a Ellie, quien ahora fruncía el ceño, al
parecer había comenzado a sospechar en cuanto las señoras se habían alejado
un paso de él.
—La amo, así que ¿creen que podrían ayudarme a recuperarla?
—¡Oh!
***
Tiempo después, cuando las señoras ya se habían marchado, esperó a que
Ellie saliera del vestuario para encararla. Apoyado en una columna de
mármol, vio entrar y salir una ingente cantidad de mujeres, hasta que por fin
la vislumbró. Estaba espectacular, y a pesar de que no estuviera vestida de
marca como le tenía acostumbrado a verla en la actualidad, aquella
indumentaria le gustó mucho más, precisamente porque era una de las que se
había quejado en el pasado: el peto vaquero de cuando todavía trabajaba para
él.
A pesar de que le quedaba un poco ancho, Adam podía entrever sus
deliciosas curvas. Todavía tenía el pelo húmedo de la ducha, esta visión
provocó que Adam deseara pasarle una mano por el mismo, comprobando la
suavidad y el olor dulzón que con toda probabilidad desprendería.
Diablos, todo lo que había despotricado sobre su manera sencilla de vestir
y lo que ahora le gustaba poder verla de nuevo en ella. Se sentía afortunado,
incluso si ella no había esperado encontrarle allí. De hecho, nada más verle,
la joven frunció el ceño, extrañándole.
—¿Señor Henderson? ¿Qué hace todavía aquí? Pensaba que ya se habría
ido.
—¿Cómo podría marcharme si me has vendido a unas señoras de la
tercera edad? Vengo a pedir explicaciones al respecto, por supuesto.
Las comisuras de Ellie se elevaron un poco, denotando la diversión
contenida de la muchacha. Al parecer, todavía consideraba adecuado seguir
riéndose de él. Sin embargo, la observó esforzarse un poco por mostrarse
seria, aunque en sus ojos seguían emitiendo un brillo muy característico.
—Me preguntaron por usted, así que estimé conveniente echarles un cable.
—¿Ejerciendo de celestina para emparejarme con una anciana senil?
—¡No están senil! No se imagina como mueven el trasero en clase de
zumba, mucho mejor que yo se lo aseguró.
—Les dijiste que soy muy cariñoso, descarada.
—Ah sí, tuve que exagerar un poco —rio Ellie, encantada—. De lo
contrario no conseguiría encasquetárselo a ninguna. ¿Amargado y con malas
pulgas? ¡Para eso adoptan un gato!
—Y se puede saber ¿quién te ha pedido que me busques pareja?
—Es que se le veía ahí tan solito y las señoras parecían suspirar por usted,
solo quise ser una buena ciudadana, preocupándome por la población más
desfavorecida sexualmente: los ancianos.
—¿Acaso te has creído mi proxeneta?
—¿Tiene usted proxeneta, señor Henderson? Cualquiera lo diría, aunque
si lo tiene, le aseguro que no soy yo. No estoy percibiendo ni un solo dólar
por los servicios y, si de verdad realizase ese tipo de trabajo, por alguien
como usted pediría millones.
—Bueno, me sorprende ver que me tienes en alta estima, aunque sea para
venderme a las ancianas.
—Oh, no. Pediría mucho dinero porque con toda probabilidad después me
denunciarían por estafa, y tendría que pagar los costes.
—¡Ellie!
La joven se echó a reír y negó con la cabeza, divertida.
—Ya, ya lo sé. Solo era una broma. En realidad, quería vengarme de usted
por lo de esta mañana.
Adam se acercó aún más a ella y, sin pedir permiso, le colocó un mechón
de pelo suelto detrás de la oreja. Después se agachó un poco y bajando la voz,
le susurró:
—De manera que la venganza que buscabas consiste en ni más ni menos
que en exhibirme cual pescado en el supermercado ¿no? Entonces, quizás
deberías haberte ofrecido a ti misma voluntaria. ¿No sería eso interesante?
Para ambos podría resultar delicioso, ¿no crees?
Ellie notó un cosquilleo atravesándola de arriba-abajo. Ni si quiera la
había tocado, pero con su mera presencia y su aliento impactando contra su
piel bastó para que la recorriera un escalofrío. Primero, se quedó boquiabierta
por su osadía, pero al reparar en que lo estaba haciendo para burlarse de ella,
adoptó una expresión de seriedad.
—Así que es verdad eso que se dice por ahí.
—¿El qué?
—Que cuando una tiende la mano, se cogen el brazo entero. ¿Usted no me
dijo que quería ser mi amigo?
—Sí.
—¿Y los amigos ligan entre sí?
—Muchos sí.
—Señor Henderson.
—¿Qué? Te dije que intentaría serlo, no que fuera a conseguirlo. Yo voy
poco a poco, Ellie. Tomaré todo lo que tú quieras darme.
—¿Y si no tengo nada que ofrecerle?
—Eso me rompería el corazón.
—Es que ¿acaso tiene uno?
—Vale, debo reconocer que has conseguido ofenderme.
—La gente que no tiene vergüenza no puede molestarse.
—¿Qué yo no tengo vergüenza?
—Ninguna.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque trata de venderme una amistad falsa, cuando lo único que quiere
hacer es meterme a su cama.
En ese momento, Adam pareció perder toda la diversión que había
mostrado hasta entonces y adoptó una expresión solemne.
—Ellie no puedo negarte que te deseo, que cada vez que te toco me
desvelo por las noches, pero no te confundas, quiero algo más que hacerte
mía. No puedo creerlo, ¿cómo puedes verme como alguien tan banal?
No es que Ellie no le hubiera oído, lo que no comprendía era cómo esas
palabras acababan de salir de su boca.
—¿Qué acaba de decir?
—Me has escuchado bien y, añadiré algo más, el único motivo por el que
no estoy haciendo lo que de verdad quiero es porque te respeto. Sabes muy
bien que he sido educado en conseguir todo lo que desee, así que todo esto no
está siendo fácil para mí, aceptar que me evites, que no quieras hablar las
cosas y, sobre todo, que estés saliendo con otro hombre.
Ellie retrocedió dos pasos, removida por todo lo que dicho mensaje
implicar. A pesar de ello, lo que más le asustó fue la intensidad de aquella
mirada azulada. Podía sentirla, le ponía el vello de punta.
—¿Está usted bien? ¿Acaso tiene fiebre?
—Me encuentro perfectamente, solo te estoy diciendo la verdad.
—Un momento, entonces ¿me está queriendo decir que debo agradecerle
que respete mi decisión personal?
—No, te estoy pidiendo que tengas todo eso en cuenta. Soy una persona
que siempre ha tenido lo que ha querido y tú me lo estás poniendo muy
complicado, e incluso con esas, si no quieres regresar a mi lado, estoy
dispuesto a aceptarlo, por ti.
—¿Debo darle las gracias?
—Yo no te he pedido eso.
—¿Entonces? ¿Por qué me confunde tanto? Se muestra demasiado
ambivalente, señor Henderson, que, si primero quiere recuperarme, luego que
desea una amistad y ahora vuelta a empezar. ¿Pretende reírse de mí?
—En absoluto.
—Pues cualquiera lo diría. Pareciera que se hubiera metido usted en un
círculo vicioso.
—Eso no te lo puedo negar. Desde que te marchases, llevo sintiéndome así
sin poder evitarlo.
—Creo que ha olvidado que no me fui porque quisiera.
—¿Cómo esperabas que reaccionara, Ellie? Tú tampoco lo hiciste bien
conmigo. Ambos cometimos errores, ¿por qué no hablamos las cosas para
poder solucionarlas?
Ellie le contempló indecisa. A pesar de que tuviera los mismos rasgos
físicamente, no parecía ser el mismo, aunque no sabría bien definir en qué se
había convertido, lo que sí tenía claro era que el Adam Henderson que
conociera jamás habría reconocido un fallo propio. Sin embargo, si era cierto
que había cambiado, eso solo entrañaba un significado para ella: peligro.
—Yo…
Adam pudo entrever cierta duda, así que, esperanzado, dio un paso hacia
ella, tratando de animarla a continuar.
—¿Qué? Dímelo.
No solo suponía un riesgo para su corazón, sino para el negocio que se
traía entre manos con los Weiss. Ya había tonteado en el pasado con la falsa
creencia de que podrían estar juntos y había salido mal. Casi todos los
miembros de la junta, entre el que se incluía su propio padre, la odiaban, y
Ellie no quería meterse en problemas, solo deseaba finalizar su trabajo, coger
el dinero que le habían ofrecido los Weiss e irse a vivir muy lejos con sus
hermanos. No volvería a tropezar dos veces con esa piedra.
—Sé que no lo hice bien, señor Henderson. Le aseguro que no haberle
revelado la verdad antes de regresar es uno de los errores de los que más me
arrepiento en mi vida. No cabe duda de que no se trató de una actitud
profesional por mi parte.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Porque me habría odiado.
Impactado de que le hubiera revelado aquel dato, trató de seguir
averiguando nueva información que hasta ahora le había sido negada, pero
Ellie se le adelantó antes de que pudiera formular ninguna cuestión.
—Por favor, no me pregunte nada más, no quiero tener que recurrir a las
mentiras de nuevo.
—¿Por qué lo harías?
Ellie se lo pensó durante unos segundos antes de contestar. Tenía que ser
lo más sincera que pudiera con él. La verdad era que se sentía incómoda
hablando de aquel tema, ya que se había esforzado muchísimo para que le
afectase lo más mínimo, y no es que no pudiera ir de cara con él, sino que aún
le guardaba mucho rencor, porque él le había importado. Había sido la
primera persona fuera de su familia que la hubiera tocado tan profundo en un
plano sentimental.
—Entre otras cosas porque todavía no me siento preparada para hablar de
esto en profundidad.
El corazón de Adam se aceleró un poco, esperanzado. Quizás todavía
quedaba alguna oportunidad de poder solucionar las cosas.
—¿Crees que algún día lo estarás?
—No le aseguro nada, pero si sucede, lo sabrá.
—Está bien.
—Gracias.
Se quedaron durante unos minutos en silencio, sin saber qué añadir, así
que Ellie le echó un vistazo rápido al reloj, deseosa de escapar.
—Debo irme ya. Tengo que terminar de analizar una propuesta.
—De acuerdo.
Adam la observó seguir su camino, sintiendo que a cada paso que daba la
joven, su optimismo se derrumbaba.
¿De verdad podría volver a su vida antes de que todo terminarse y ella se
marchase?
No, sabía que en esta ocasión el que acababa de mentir había sido él, ya
que la realidad era que no podría seguir con su vida como si nada y aceptar
que se alejase de él de nuevo. Si eso volvía a suceder, terminaría destruido en
cuerpo y alma.
***
Ellie bebía en contadas ocasiones. No necesitaba recurrir al alcohol para
divertirse. De hecho, había tenido tan mala experiencia, en honor a la verdad
bochornosa, con él la última vez que lo hubiera hecho en Italia, que le había
servido para concienciarse de cómo le afectaba su ingesta excesiva. Además,
estaba el factor de su madre, Ellie había leído que muchos hijos de padres
alcohólicos repelían esta sustancia, pero ella no había desarrollado esos
problemas. Con el tiempo había aprendido a disociar el impacto que tenía el
alcohol si se recurría a él con asiduidad y las propias decisiones personales de
su madre. No obstante, no descartaba que esa posibilidad se pudiera dar en el
caso de Ada, pues Chris ya había demostrado su tendencia a interactuar con
otro tipo de sustancias perjudiciales.
Ellie no culpaba al alcohol, su rencor solo estaba dirigido hacia la que un
día había sido su figura materna, quien tenía que haber sido la que tomase las
riendas de su vida. De cualquier forma, ese sábado no había podido librarse
de Ethan y al final se había dejado doblegar, ya que estaba un poco cansada
de estar encerrada en la habitación todas las noches.
Por ese motivo, había aceptado la salida al casino del propio hotel que le
había ofrecido Ethan esa noche, solo porque al lado de este, se encontraba
una pista de baile y, como ella no pensaba apostar ni un solo dólar, estaba
dispuesta a desfogar su energía con la música.
Por su parte, Ethan se encontraba sentado enfrente de una mesa
rectangular sosteniendo una baraja de cartas. En el centro de esta, parecía
haber abierto un espacio para que el crupier realizase su trabajo. Situados en
el perímetro, los contrincantes de Ethan se estudiaban unos a otros, tratando
de no resultar demasiado evidentes durante la partida.
—¿De verdad no piensas jugar conmigo?
—A mí me sacas del Uno y me pierdo.
—Vamos, El, yo te enseñaré.
—No me gusta apostar dinero.
—¡Pero si eso es lo divertido! El riesgo de perderlo.
—Ethan, tú no lo entiendes porque no te has visto friendo hamburguesas o
repartiendo panfletos a cambio de unos pocos dólares la hora, pero esas
fichitas que acabas de poner en la mesa representan lo que solía ser mi salario
de medio año. Perdóname si siento cierta repulsión ante este juego.
—Entonces, ¿no quieres ser mi musa por esta noche?
—No acabas de decir eso… ¡Es muy peliculero!
—Venga, por favor… sóplame una ficha…
Con expresión lastimera, la sujetó del brazo desnudo y la obligó a sentarse
a su lado. Ellie contempló la mesa con suspicacia.
—Si lo hago, caerás en bancarrota en menos de lo que este amable señor
reparte las cartas.
El crupier sonrió con afabilidad al ser señalado por la joven del vestido
negro y plateado.
—¿Quiere unirse, señorita?
—Sí.
—¡NO! Ethan, ahora solo quiero largarme a la pista de baile.
En ese momento, su móvil vibró y ella le echó un vistazo.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Dónde estás? Necesito hablar contigo.
—Repártele las cartas, Mitchell.
El crupier obedeció y Ellie le miró asombrada. No podía creerse que la
hubiera envuelto en aquella partida.
—¡Ethan! Me vas a hacer perder un dinero que no tengo.
—Pero si yo invito.
—No pienso sumar a la lista, más dólares de los que ya te debo. Si quieres
jugar a un juego, ¿por qué no saltamos a la comba? ¿Eh?
—¿La comba? —preguntó anonadado, más al imaginarse la situación se
echó a reír—. Oye, pues sí.
—Estaba de broma, pero te juro que estoy a punto de contestar a
Henderson solo para librarme de ti.
—¡Oh! Eso se podría considerar traición en alto grado, porque prefieres
irte con el amante pelirrojo que quedarte a mi lado, trayéndome suerte.
—En ese sentido con él no tendría problemas, ya que es un tacaño con el
dinero. Jamás se encontraría aquí despilfarrándolo como medio de diversión.
—Pues entonces tira con él, venga, ponme los cuernos por millonésima
vez. No importa, ya lo tengo superado. No vas a mandarme al psicólogo por
una relación falsa.
—¿Y luego la dramática soy yo?
Mensaje entrante de el desgraciado:
Por favor, es importante.
Ellie miró el mensaje, debatiendo en su fuero interno si debiera de
contestarle o no. En realidad, quería hacerlo, porque todavía le movía
demasiado, pero sabía que no estaba bien. Sin embargo, aún recordaba la
frase que le había dicho aquella mañana sobre lo de que le excluían, y Ellie,
que se había familiarizado con esa sensación desde la adolescencia, se sentía
mal por hacérselo a Adam. Además, quizás necesitaba verla a causa de una
cuestión laboral impostergable.
Ellie sentía un sentimiento de responsabilidad demasiado grande con el
cometido que le había dado Simon, por lo que no quería fallar en su tarea y
mucho menos por una cuestión personal. Cerrando los ojos para contener
todas sus emociones, decidió responder.
Mensaje enviado:
En el casino.
—Así que al final has caído en sus redes.
—No he caído en ningún lado.
Henderson no tardó demasiado en responder, y Ellie trató de no mostrarse
muy ansiosa ante Ethan en el momento de abrir el mensaje.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Quieres hablar en algún otro lado? No te imagino apostando dinero.
Aquello agradó a Ellie, pues al parecer parecía acordarse muy bien de su
valoración respecto a la economía personal.
Mensaje enviado:
Eso mismo le estaba diciendo a Ethan.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Quieres que te saque de ahí?
Ellie contuvo el aliento ante esa propuesta. Una cosa era hablar con él a
través de mensajes y otra muy distinta era encontrarse de nuevo a solas.
—No puedo creerme que me hayas endosado el rol de sujetavelas de
turno, incluso wasapeándote con él.
—¿Va, señor Weiss?
—Sí.
—No digas tonterías, Ethan.
Mensaje enviado:
Dadas nuestras circunstancias actuales, creo que no sería lo más
conveniente, señor Henderson.
—Oh, ¿le has rechazado? Eso es todo un paso, Ellie. ¡Muy bien!
—¡No cotillees por encima de mi hombro!
—Uno de mis pocos deberes en este viaje es el de cuidarte de los
tentáculos pelirrojos.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Estás segura? Porque la verdad es que yo creo que sería una idea
maravillosa.
—No sabes lo que dices.
Mensaje enviado:
Sí es algo del trabajo podrá decírmelo en presencia de Ethan. Él está de
nuestro lado.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Ahora te manda a ti a dar la cara por él?
—Vaya, no sabía que me podía caer peor de lo que ya lo hacía. Henderson
siempre logra superarse.
—Ethan, ¿te he dicho alguna vez que disfrutas más de un salseo que yo?
—Cientos. Por eso nos llevamos tan bien.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Seguro que no quieres verme?
Mensaje enviado:
Si va a realizarme preguntas incómodas como esta mañana, no.
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Y si te prometo que esta noche no tengo esa intención?
Mensaje enviado:
¿Cuáles son tus pretensiones?
—Está claro, las de meterse debajo de tus bragas.
—¡Ethan!
—¿Qué?
Mensaje entrante de el desgraciado:
¿Por qué no te da la vuelta y te aventuras a descubrirlo por ti misma?
Ellie se giró hacia la entrada, asombrada, y se encontró a Adam
acercándose a su mesa a través de la multitud. Se encontraba guapísimo
embutido en aquellos pantalones vaqueros grises y un suéter negro sencillo.
No obstante, estaba claro que desentonaba con el resto de la multitud, que
habían ido trajeados, aunque ¿quién se atrevería a decirle algo a Henderson
siendo que el hotel y el propio casino llevaba su nombre? Los trabajadores
solo se limitaron a mirarle con asombro.
En cuanto llegó a su mesa, Ethan no pudo evitar carcajearse de la
situación.
—Vaya, ya ha llegado tu carroza, princesa.
—Señor Henderson, buenas noches.
—Buenas noches, Mitchel —correspondió con el saludo al crupier, pero
luego se concentró en Ethan—. ¿Cómo se te ocurre traerla al casino?
—¿No ves que estamos en mitad de una partida, Henderson?
—Ni si quiera ha levantado las cartas de la mesa. La estás aburriendo, ¿a
que sí?
—La verdad es que sí. Ya le he dicho que soy más de otro tipo de juegos,
que no impliquen dinero de por medio.
—¿Ves?
—¿Desde cuándo os habéis compinchado en mi contra? Además, ¿qué
diablos haces aquí con esas pintas, Henderson?
—Ah, mira, eso es algo que me pregunto yo también.
—No pensaba venir esta noche.
—Entonces ¿por qué lo has hecho?
—Por ella.
Ellie se giró hacia él, sorprendida por la convicción con la que
pronunciaba aquella frase. Hubo una época en la que eso hubiera resultado
impensable, ¿qué es lo que había cambiado?
—Tú me dijiste dónde estabas, ¿verdad, Ellie?
—Sí, porque me puso que era importante, así que creía que sería algo
relacionado con el trabajo.
—Bueno, sin duda es algo más importante que eso.
—¿Ha pasado algo?
—Creo que vas a tener que acompañarme.
—¿A dónde?
—Eso Henderson, esa frase ha sonado a lo que diría un secuestrador.
Adam tensó la mandíbula. No podía creer que tuviera que darle
explicaciones a Ethan Weiss. En realidad, ¿qué diablos hacía Ellie con
alguien como él? Conociéndola, Adam jamás la hubiera traído a un sitio en el
que se apostaba.
—Necesito enseñarle una cosa.
—Ni hablar, búscate tu propia chica, Henderson.
—¿Disculpa? ¿Quién eres tú para hablar por ella?
Ethan levantó un dedo, pidiéndole al crupier que se detuviera por un
momento, depositó sus cartas sobre la mesa, ante la mirada fastidiada del
resto de los presentes, que no comprendían por qué debían de ser
interrumpidos por aquellos dos desconocidos. El crupier tuvo que disculparse
en voz baja ante ellos.
Cansada de las peleas sin sentido que se traían aquellas dos imitaciones de
unos trogloditas, Ellie dirigió su mirada al cielo, rogando por una paciencia
que estaba empezando a agotársele. Por supuesto, ninguno de ellos se dio
cuenta de tal acción, estaban demasiado ocupados en esa competición verbal
innecesaria.
A continuación, Ethan se levantó indignado y encaró a Henderson.
—¿Acaso debo hacerte un croquis para explicarte que Ellie y yo ahora
somos pareja? No puedes comprenderlo por ti mismo o ¿qué coño te pasa,
Henderson?
—No te atrevas a hablarme así, y mucho menos en mi maldito casino.
—Siempre has sido un engreído. Al menos deberías tener la dignidad de
aceptar la situación, amigo, deja ya de incordiarnos con tu presencia.
—En primer lugar, tú no eres mi amigo, Weiss, y, en segundo lugar, Ellie
no es tu posesión, así que si debo alejarme de ella no es algo que tú deberías
decidir u ordenarme. Si algún día debo hacerlo, no será por ti, sino por ella.
Eso que te quede bien claro.
—Ahora puedo comprender por qué a tu exnovia no le importaba ponerte
los cuernos.
—¿Qué diablos acabas de decir?
—Ninguno de los dos sabéis cómo respetar a los demás.
La furia recorrió el torrente sanguíneo de Adam. Sus pulsaciones se
incrementaron, Ethan Weiss no era nadie para cuestionar sus relaciones y
mucho menos recriminarle eso delante de todos.
—Te estás extralimitando, Weiss. Te ordeno que retires tus palabras.
—¿Qué tú me ordenas qué? Corta el rollo de príncipe de persa, no soy tu
sirviente, Henderson. Ninguno de los presentes de aquí lo somos.
—Si no cierras la bocaza de inmediato, no me quedará más remedio que
cerrártela de un derechazo.
—Anda, miren por favor, un hecho insólito, el estirado de Adam
Henderson, el gran CEO de este hotel, amenazando cual matón de poca
monta —comentó hacia el resto de los jugadores y del propio crupier, quienes
le miraron sin comprender el lío que se acababa de armar, después se dirigió
a Adam—. Si crees que te tengo miedo, vas listo. No pienso callarme, y
menos cuando el que se está metiendo entre parejas ajenas eres tú.
—Solo le he pedido hablar un momento, ¿tu autoestima está tan baja que
ni si quiera eres capaz de aceptar eso? Si Ellie te deja no será por nada de lo
que yo pueda hacer, sino porque eres un auténtico mamarracho, un cabrón
egocéntrico y un playboy de tercera.
—¿Qué has dicho? Ahora sí que me has cansado. ¿Quién cojones te crees
que eres, Henderson? ¿Eh? Supongo que ya es hora de que alguien te ponga
en tu maldito lugar.
En esta ocasión, Ethan se abalanzó sobre Adam y trató de agarrarle del
jersey, pero Ellie actuó con rapidez y se las ingenió para interponerse entre
ellos, antes de que la cosa fuera a más. Ethan se detuvo en cuanto vio que la
muchacha empujaba a Adam para sustituirle en su lugar.
—Ethan, no te atrevas a tocarle ni un solo pelo, ¿me has oído? Creo que
ya has bebido suficiente. Te estás comportando como un gilipollas. Eres
abogado, por el amor de Dios, si le pegas podrían retirarte la licencia, así que
nos largamos, ahora mismo.
—Pero…
—Ellie.
La joven se giró hacia Adam, enfadada, y le señaló con un dedo.
—Y en cuanto a usted, hágame el favor de mantenerse al margen y
limítese al ámbito profesional. Con este ejemplo, resulta más que evidente
que solo estamos preparados para relacionarnos en ese entorno, lo otro solo
sería demasiado tóxico para ambos, así que, si nos disculpa…
—¿La has oído, Henderson? Espero que te quede claro.
—Cállate de una vez, Ethan. Menuda noche me estáis dando entre los dos,
yo solo quería bailar en la pista y al final he acabado mediando entre dos
viajeros del tiempo del pleistoceno. Estarás contento.
Adam los siguió en silencio, tratando de excusarse. No podía dejarla
marchar sin haberse disculpado de antemano. De lo contrario, el ambiente
entre ellos se tornaría peor aún de lo que estaba y ella se alejaría mucho más
de lo que ya lo hacía.
Los tres salieron del casino por una de las puertas contiguas que separaba
este último del hotel, ya que desde un punto de vista estético y estructural el
primero se hallaba anexionado al segundo. Entretenida en conseguir que
Ethan entrase en razón, Ellie todavía no se había dado cuenta de que Adam
les seguía, así que cuando su amigo entró al ascensor y ella se disponía a
imitarle, le sorprendió verse siendo sujetada por el codo.
—Ellie, lo siento. No sé qué es lo que me ha pasado, durante unos
momentos he perdido la cabeza. No ha estado bien que dijera esas cosas,
yo…
Aquella voz la frustró. Toda esa situación se había producido por el
pasado que la uniera a él, ese que con tanto esfuerzo trataba de olvidar y que
Adam parecía luchar con ahínco para rememorarlo. No entendía el motivo
que existía tras su insistencia, él la había insultado, denigrado y, para
finalizar, había terminado echándola. A pesar de que Ellie ya le había
reconocido el error que había cometido por su parte, ¿por qué seguía ahí?
¿acaso no la odiaba? ¿Qué diablos estaba sucediendo con toda aquella
actitud?
Para colmo, Ethan le preocupaba, pues a pesar de que a simple vista no lo
demostrase, Ellie le conocía bien y estaba en tal estado de embriaguez que
temía que pudiera revelar cualquier dato que supiera de la familia Brown con
tal de machacar aún más a Henderson. Eso no podía consentírselo, Adam no
podía constatarlo de esa manera, con Ethan riéndose de él y de su familia.
Para ello, tendría que conseguir deshacerse de él, por lo que, impidiendo que
las puertas del ascensor se cerrasen, se obligó a enviarse olas inmensas de
paciencia a su sistema nervioso. Después, se dio la vuelta y le encaró.
Joder, estaba tan atractivo, tan sexy, que no quería pronunciar aquellas
palabras tan necesarias como dolorosas.
Resultaba irónico como siempre terminaba diciéndole frases
desagradables frente a diferentes ascensores, tenía que ser una broma de mal
gusto.
—Adam… ya basta, por favor, yo… —dudó unos segundos y encuadró
los hombros para soltar la última frase de sopetón—. Ahora estoy con Ethan
y, bueno, le quiero. Eso es todo lo que importa aquí, así que mantente
alejado.
Adam dio un paso para atrás, herido e impactado con sus palabras, justo
en el momento en el que se cerraban las puertas del ascensor, dejándole con
el mismo sentimiento de soledad que experimentase dos años atrás.
CAPÍTULO 13
«Físicamente soy grande, no rechazo una buena comida, ni me fijo en la
imagen externa que pueda exhibir un alimento, es probable que fuera por ese
motivo por el que me enamoré de tus imperfecciones, porque traté de no
juzgarte de la misma forma en la que lo hicieron conmigo»
E.H

La vida a veces te pone ante situaciones incómodas. Resulta irónico cómo


en los momentos que despiertan un sentimiento de felicidad resulta muy fácil
y natural celebrarlos, mientras que durante las confrontaciones existe una
tendencia general a presentar cierta dificultad para encararlas. ¿Por qué tantas
personas de distintas procedencias demuestran sentir incomodidad para
abordar ciertos temas que podrían tildarse como «inconvenientes»? ¿Tanto
cuesta impartir una educación de calidad en la que se puedan abordar todas
las cuestiones que molestan sin temor a que la otra persona se sienta
agraviada?
Quizás por eso algunas personas prefieren recurrir al alcohol para soltar
verdades dolorosas. Esto se debe a que al poseer una capacidad desinhibidora
siempre pueden recurrir a la frase más escuchada de la historia por todos
aquellos que alguna vez han enviado un WhatsApp incómodo en mitad de la
noche: «iba borracho/a».
En el pasado, Ellie había tenido que utilizar estas mismas palabras para
defender algunas de las actitudes irracionales que demostrara en Italia y que
todavía trataba de que cayeran en el olvido más profundo de su
subconsciente. Por ese motivo, esperaba que aquella borrachera no le pasara
factura a Ethan cuando se despertara al día siguiente, si es que conseguía que
se durmiera.
A Ellie empezaba a molestarle la espalda a causa de que dejara recaer todo
su peso en ella, porque, si bien no lo aparentaba, Ethan estaba demasiado
musculado, así que la muchacha no veía el momento de que llegaran hasta su
habitación y se pudiera liberar de su influjo gravitatorio.
—De modo que todas esas horas que te tirabas en el gimnasio me han
acabado pasando factura a mí —comentó jadeando—. Por favor, trata de
responsabilizarte un poco de tu propio cuerpo, mañana me voy a despertar
molida y no por algo que me gustaría.
—¿De qué te quejas? ¿A quién no podría gustarle alguien tan fuerte como
yo?
—Antes preferiría una clase intensiva de body pump.
—Si no estuvieras suspirando por ese imbécil de Henderson ya te habría
demostrado los beneficios de un cuerpo escultural en la cama.
Ellie negó con la cabeza disgustada. ¿Por qué habría tenido que beber
tanto? Estaba claro que no se encontraba en sus plenas facultades. Ethan dejó
recaer aún más su peso sobre ella, de tal manera que con la fuerza terminó
impactando contra la pared.
—¡Ay! Me haces daño.
—Perdón.
—De todas formas, ¿qué diablos estás diciendo ahora? ¡Déjate de
tonterías! Esta noche no hay quien te aguante.
—¿Por qué? ¿Por decirle las verdades a la cara a ese idiota? ¿De verdad
vas a regañarme por eso?
Ellie se guardó su respuesta. Apenas podía respirar y sus brazos le ardían,
al parecer iba a tener que incrementar sus horas de zumba, porque su
capacidad cardiorrespiratoria dejaba mucho que desear, aunque claro, nadie
le había advertido que tendría que cargar con una especie de Hércules
infiltrado en plena noche.
Si lo hubiera sabido se habría puesto las malditas deportivas y no ese
vestido que por el esfuerzo realizado le había comenzado a apretar.
«La leche, en el sexo también jadeo, pero al menos acabo llevándome una
buena recompensa. ¿Esto qué diablos me da? Ni en una contienda de
gladiadores sudaría de esta manera»
En cuanto vislumbró la habitación de su amigo, la esperanza renació en
ella y se insufló ánimos. Ese le iba a escuchar, pero bien, nada más pudiera
volver a respirar con normalidad.
—¿Ellie? ¿No me contestas?
—Tan solo dame un minuto, necesito recuperarme lo suficiente para que
pueda montarte un buen pollo.
El Ethan que conocía se hubiera echado a reír y le apretaría aún más
contra él solo para hacerla de rabiar, pero esta versión borracha se quedó
callada durante unos segundos hasta que alcanzaron la puerta de su
dormitorio. Ellie se giró preocupada hacia él, pensando que quizás habría
perdido su capacidad de hablar y, para colmo, tendría que llamar a una
ambulancia.
¿El alcohol podía producir esos efectos? No lo creía, su madre tendía a
hablar de más cuando se emborrachaba y a ella le pasaba algo similar, pero
no todos los organismos reaccionaban igual.
No obstante, en cuanto le observó todavía apoyado sobre ella, tendiéndole
la tarjeta de acceso para que la pasara por él, Ellie se inquietó por el extraño
gesto de seriedad en su rostro. Ethan le tenía acostumbrada a las risas y la
diversión, más esa noche mostraba una actitud muy diferente a la habitual.
—¿Qué pasa?
—¿En serio me la vas a liar por Henderson?
—Pues hombre, contenta no estoy precisamente.
—No me hables así, que pareces mi madre, Ellie.
—Si tu madre te hubiera visto actuando de esa manera con Henderson no
habría sido ni la mitad de cuidadosa que yo y lo sabes.
La señora Weiss no parecía una mujer de las altas esferas, incluso aunque
lo fuera por ser la esposa de Simon, Diane Weiss era una irlandesa con un
carácter amable y maternal, que, pese a la reticencia de Ellie, se había
encargado de cuidar a sus hermanos como si fueran sus propios hijos. Había
supuesto de gran ayuda para Ellie en aquellos momentos en los que tenía que
quedarse estudiando hasta las tantas de la noche, y debido a esa implicación y
al cariño con el que les había tratado desde que llegaran a su hogar, Ellie la
tenía en la más alta estima.
Sin embargo, también había podido observar que no se cortaba a la hora
de regañar a Ethan cuando lo creía conveniente y estas reprimendas siempre
iban orientadas hacia su actitud despreocupada hacia la vida. Si Diane
hubiera visto la actitud de su hijo de esa noche, Ethan habría necesitado más
que un ramo de rosas y sus arrolladoras sonrisas para calmarla.
—Me da rabia tenerte que dar la razón.
Ellie sonrió mientras ambos traspasaban la puerta y, con un tono irónico,
no pudo evitar preguntar:
—¿Y cuándo no me la has dado? ¿eh?
—En muchas ocasiones.
—Ya te gustaría.
En ese momento Ethan se soltó de su agarre y Ellie creyó por un momento
que se caería al suelo.
—¡Cuidado!
—Estoy bien.
No es que fuera a fiarse de un borracho, por supuesto, pero al comprobar
que se estabilizaba por sí mismo, suspiró aliviada y retomó la cuestión que se
traían entre manos.
—Oye, no te creas que vamos a cambiar de tema, todavía no hemos ni
empezado.
—Entonces la conversación sobre ese imbécil es inevitable, ¿no?
—Totalmente. Ahora, dime, entiendo que hayas bebido, pero ¿por qué
diablos te has puesto así? Por un momento creía que habías enloquecido.
—¿Acaso importa?
—¡Por supuesto que sí! Hemos venido a mejor la imagen del hotel, me
puedes explicar con ese tipo de actitud de hace unos minutos ¿cómo vamos a
conseguir que progrese? Mira que te he visto muchas veces borracho, pero
esta se lleva la palma.
Ethan le estaba dando la espalda, así que no podía saber cómo se estaría
tomando sus palabras. Ellie odiaba tener que llamarle la atención, pero en
aquellas circunstancias no le quedaba más remedio. Le debía muchas
explicaciones sobre su comportamiento. No obstante, quedó aún más
confundida cuando Ethan comenzó a desnudarse sin preocuparle lo más
mínimo que se encontrase con él todavía en la habitación.
Diablos, no quería verle desnudo, a pesar de que tenía un cuerpo de
infarto, porque si lo hacía, ¿cómo podría mirarle a la cara al día siguiente? En
ningún momento del pasado que les unía en común habían sobrepasado aquel
límite. ¿Debería marcharse y hablar con él en otro momento?
—¿De verdad piensas que me importa lo más mínimo lo que pueda ocurrir
con este hotel?
Aquello le sacó de su ensimismamiento y la dejó anonadada.
—¿Cómo dices?
Ethan se dio la vuelta con el pecho descubierto y Ellie no supo si retirar la
mirada o mantenerla. Tampoco estaba demasiado acostumbrada a
relacionarse con tipos desnudos que parecieran modelos y mucho menos si
este era su mejor amigo. Al final. optó por fijarse en sus ojos, que parecían la
zona más segura de todas. Sin duda, se mostraba distinto, como si algo le
estuviera molestando.
«El alcohol es una mierda».
—Te pregunto si en serio te crees que he vuelto de Europa y me he
cruzado medio país porque me importa lo que pueda ocurrirle a ese estúpido.
¿Acaso no te has dado cuenta ya de que no nos llevamos bien?
—Creo que no sabes lo que estás diciendo, Ethan. Esta noche el alcohol te
ha afectado de forma extraña. Voy a tener que comprobar que no te hayan
echado nada en la bebida…
Ethan tiró la camisa blanca al suelo, frustrado, y Ellie negó con la cabeza,
incrédula.
—¡No es la jodida bebida, El!
—Entonces, ¿qué narices te ocurre? ¿Desde cuándo te pones como un
lunático cuando bebes y te abalanzas sobre otras personas?
—Solo lo hice sobre Henderson.
—Sí, mucho peor me lo pones. ¡Contra el CEO de la empresa! ¿Qué
pensabas hacer si no hubiera intervenido? ¿Partirle la cara?
—Yo había pensado propinarle un buen puñetazo.
—¡Estás loco! El alcohol ha debido cargarse las pocas neuronas que te
quedaban, porque este no eres tú.
—Ya te he dicho que no ha sido el alcohol.
—Pues dame una explicación legítima que pueda explicar todo este
sinsentido.
—No soporto que vaya por la vida actuando con esa prepotencia, como si
estuviera en alguna una maldita película romántica en la que solo él fuera el
protagonista.
—Hablas como si le acabases de conocer, sabías muy bien como era
cuando decidisteis meterme en esto. ¿Qué es lo que ha cambiado para que te
comportes así?
—Tú.
Ellie se quedó boquiabierta ante aquella acusación tan infame, lo decía
como si ella tuviera algo que ver con la forma de ser de Adam Henderson.
Por aquel aro sí que no iba a pasar. Hasta entonces había creído que Ethan la
comprendía, pero si también iba a unirse a toda esa legión de gente que la
acusaba sin contemplar la situación con una visión global, estaba dispuesta a
cantarle las cuarenta, aunque antes le concedería una última oportunidad para
que se explicase.
—¿Cómo? ¿Yo?
—Él me ha acusado de que no eres una posesión, pues bien, desde que
hemos llegado se está comportando como si fuera tu dueño. Ni si quiera
parece entender que estamos en una relación.
—Falsa.
Nada más pronunciar esa palabra, Ellie reparó en que su expresión
cambiaba durante unos segundos, pero no le dio tiempo a analizarla en
profundidad, pues la sustituyó con rapidez por un asentimiento seco.
—Sí, pero incluso si se trata de una mentira, para él se supone que es
verídica. Entonces, ¿por qué tengo que consentir que nos imponga su
presencia cada dos por tres? ¿Por qué tengo que verte mal a causa suya?
—No he estado mal, Ethan.
—A otro con ese cuento, El. Desde que llegaste ya no te ríes, ni gastas
bromas con tanta frecuencia.
—Eso es porque estamos trabajando.
—En Londres también lo hacíamos y jamás te vi tan afectada por nadie.
—Bueno y eso ¿a ti qué más te da?
—Pues sí lo hace, joder.
—¿Por qué? ¿Acaso me metí yo cuando esa cantante francesa te pateó?
¿eh? ¡Me limité a consolarte!
—No es lo mismo.
—¿Ah no? Esta es mi vida personal. Yo no la he elegido, solo acepté la
oferta que me hicisteis tu padre y tú para ayudar a mis hermanos, y eso lo
sabes bien.
—¿Por qué no puedes entender que te has convertido en un pilar
fundamental en mi vida? ¿Qué me afecta verte en esta situación? Tú vales
más. ¿Qué mierdas? ¡Mereces algo más que al gilipollas de Henderson
llorando por las esquinas!
—No hables así de él.
—¿Ves? Incluso en estos momentos le defiendes a capa y espada.
—No le estoy defendiendo, en su día hablé mal de él a sus espaldas y me
prometí que no volvería a caer en eso. Todo lo que tenga que decirle de ahora
en adelante, lo haré a la cara.
—Hablas como si estuvieras saliendo con él. ¿Qué crees que pensará la
gente? ¿Para qué servirá esta pantomima que nos hemos montado?
—Te equivocas. El único motivo por el que no consiento que se hable mal
de él en mi presencia es porque ya tiene suficientes enemigos que monten
conspiraciones absurdas en su contra. Nosotros no debemos rebajarnos a eso,
¿por qué no lo comprendes? Si estamos aquí es para ser diferentes.
—Si Adam Henderson no te importase nada, no te pondrías de su parte.
—Por el amor de Dios, Ethan. Este conflicto no es una guerra en la que
haya que posicionarse. Yo solo quiero que el proyecto salga bien y poder
largarme cuanto antes.
—Me gustaría creerte, de verdad, pero no lo parece.
—Vamos a ver, te juro que no comprendo esta actitud. A pesar de que
estés borracho deberías saber que existen ciertos límites.
—Yo no soy el que se deja faltar al respeto continuamente.
Aquello le dolió. A pesar de que Ethan conocía su historia con Henderson
de forma superficial, se estaba aprovechando de una información que ella le
había transmitido cuando todavía se sentía vulnerable. No solo eso, la estaba
usando como arma arrojadiza por motivos que no alcanzaba a comprender.
—Eso no es nada justo por tu parte.
—¿Y para mí toda esta situación es justa?
—¡Yo no te pedí que vinieras conmigo!
—Pero sí que fingiera ser tu pareja.
—¿De eso se trata todo esto? Si tanto te molestaba ejercer esta mentira,
podrías haberlo rechazado cuando te lo propuse. Sin embargo, solo me dijiste
que sí. ¿Cómo iba a poder saber que en realidad no querías hacerlo?
—No se trata de eso.
—¿Entonces de qué? Vas a tener que explicármelo con detenimiento,
porque te aseguro que me está costando seguirte en toda esta disputa sin
razón.
Ethan se pasó la mano por el pelo denotando inseguridad, aunque Ellie lo
acachó a los efectos del alcohol. Con paso tambaleante se fue aproximando a
ella, y aunque de otra persona hubiera sentido miedo, aquel era Ethan, su
mejor amigo. Ese que le había puesto una manta cuando caía dormida sobre
el escritorio o que de vez en cuando se había presentado en la oficina con
comida china. Ethan no infundía temor, sino preocupación.
—Ya te he dicho que no me importa esta empresa, ni lo que sucede en
ella.
—Sí, eso lo has dejado más que claro.
—Si estoy aquí es por ti, El. Estoy cansado de ver a Henderson rodeándote
como si fuera una mosca. Ya no lo soporto más.
—Ethan creo que no sabes bien lo que dices.
—Oh, lo sé perfectamente. No estoy tan borracho como te piensas, solo he
bebido un poco porque estoy harto de fingir que todo va bien cuando lo que
en realidad quiero es otra cosa.
—Ethan…
—Llevamos dos años juntos, Ellie. Te has convertido en la única mujer
con la que hablo y veo todos los días, ¿cómo puedes extrañarte tanto? ¿acaso
eres tan ingenua?
—Deberías de parar ahora mismo o mañana te arrepentirás de esto que
estás diciendo.
—En realidad me interesa poco lo que pueda suceder mañana. Ahora solo
estoy concentrado en este momento, porque en él puedo decirte por primera
vez que me importas, Ellie —declaró, cerrando los ojos a escasos centímetros
de distancia, suspiró y cuando los abrió de nuevo pudo observar tanto
sentimiento contenido, que la sobrecogió—. Dios, si tan solo pudiera viajaría
en el tiempo, nos llevaría de vuelta a Londres, donde nada de esto era tan
complicado.
—Empiezo a creer que hemos llevado el juego demasiado lejos, lo último
que yo deseaba al pedirte ese favor era empujarte a malinterpretar las cosas.
Eres mi mejor amigo, Ethan. Jamás haría nada que supiera que pudiera
hacerte daño, y si lo hice, lo siento de veras. Me odio a mí misma lo
suficiente por haberte puesto en una tesitura como esta, así que, por favor,
vamos a parar en esto.
Ethan se apartó de golpe como si sus palabras le hubieran herido
físicamente, y la ira tomó el control.
—¿Ahora quieres despacharme?
—Sabes bien que no es así.
—Claro que lo es. Primero me usas y ahora que te enfrentas a esta
situación, huyes como una cobarde, buscando deshacerte de mí.
—¡Ethan! ¿Sabes lo complicado que está siendo esto?
—¿Y para mí no lo es?
—Estás malinterpretando tus sentimientos hacia mí. Has confundido la
amistad cercana con otra cosa, porque no estás acostumbrado a tener una
amiga que te durase tanto sin habértela tirado de antemano. Reconoce por una
vez en tu vida que solo te acuestas con las mujeres y luego no quieres saber
nada de ellas. Si eres mi amigo es porque mi presencia te fue impuesta y no
me veías como un objetivo sexual para ti.
—No es así.
—Sí lo es, y lo peor de todo es que mañana cuando se te pase esa
borrachera, te darás cuenta de que todo esto solo fue un arrebato producto del
alcohol.
—De acuerdo, si de verdad piensas eso, corre, vete. Sigue todo el recto el
pasillo y, ahí estará la habitación de Henderson, tienes el camino libre para
meterte derechita en su cama.
La frase pronunciada con aquel retintín enfureció tanto a Ellie, que tuvo
que recordarse que el hombre no se encontraba en sus cabales para no saltarle
encima como una fiera.
—Ethan no tienes ningún derecho a decirme eso.
—Sí lo tengo, porque ahora eres la persona que más me importa en la
vida.
Resultaba evidente que no iban a sacar nada en claro de aquello. Ellie se
arrepentía de haberle propuesto esa situación. En ese momento había pensado
que sería adecuado porque Ethan tendía a estar con muchísimas mujeres
preciosas, que nada tenían que ver con ella. Por ese motivo, jamás hubiera
pensado que su relación pudiera adquirir un cariz tan desastroso.
Ellie se había acostumbrado a sus charlas sencillas y amenas. Nunca había
creído que esa versión de Ethan alguna vez fuera a estar dirigida a ella. Ahora
podía darse cuenta de que, aunque por su parte hubiera sido injusta, él
también lo estaba siendo, comportándose como un niño malcriado.
—Por el bien de nuestra amistad, creo que deberíamos tomarnos una pausa
de todo esto.
—Está bien, pero cuando Henderson vuelva a hacerte pedazos no digas
que no te lo advertí. No pienso volver a ser tu paño de lágrimas otra vez.
El corazón de Ellie se resquebrajó ante esa recriminación. Había confiado
en él para que la consolara, llevándola de fiesta en fiesta o simplemente
escuchándola, y aunque no le hubiera revelado la magnitud de sus
sentimientos hacia Adam, que se lo echara en cara la destruía mucho más de
lo que pudiera haber dicho con anterioridad.
No podía ni mirarle a la cara, por lo que se dio la vuelta, valorando las
opciones que tenía. Lo mejor sería dejarlo estar, porque a esas alturas nada
bueno podría salir por su boca y no deseaba entrar a su juego.
—Ellie…
Al escuchar su voz atormentada, Ellie encuadró los hombros, cambiando
de opinión de repente. En realidad, no tenía por qué dejarse achantar por las
circunstancias, aunque estuviera ebrio había ido a hacerle daño y por mucho
que su familia la hubiera ayudado, eso no tenía por qué consentírselo.
—Después dices de Henderson, pero ¿sabes qué? tú tampoco te quedas
atrás. Eres un imbécil, Ethan.
No esperó a ver su reacción, sino que salió con dignidad por la puerta. En
cuanto la cerró tras de sí, escuchó un golpe contra la madera, pero en esta
ocasión lo ignoró y caminó por el pasillo solitario hasta su habitación, siendo
consciente por primera vez de como el uso indebido del alcohol le había
vuelto a arruinar su vida, alejando de nuevo a las personas que le importaban.
***
Durante los siguientes días, Ellie se esforzó por evitar a los dos hombres
que le habían puesto la cabeza patas arriba en las semanas que llevaba en las
Vegas. En el trabajo halló la distracción que necesitaba para no volverse loca,
distribuía la mayor parte de las mañanas en visitar a fondo los diferentes
hoteles y las instalaciones propias de su empresa, estableciendo una
comparativa mientras trabajaba de manera incansable con los chicos de
marketing, quienes habían adoptado una actitud diferente a la que tuvieran
los inversores. No habían tardado en aceptarla entre ellos y, a pesar de la
distancia, siempre se mostraban disponibles para ella, además, el trato era tan
agradable que Ellie sabía que en el caso de que su estancia en las Vegas se
extendiera, podría llegar a tomarles cariño. Por las tardes, salía a
experimentar todos los planes recomendados por el hotel para comprobar de
primera mano la posible opinión de los clientes.
De esta forma, se vio envuelta en una programación semanal completa que
le permitía ignorar el ambiente de tensión creciente que se había instalado
entre Ethan y Ella. Los primeros días había creído que las cosas entre ellos se
solucionarían con facilidad, estaba convencida de que en cuanto él se diera
cuenta de que todo lo que le había soltado en pleno estado de ebriedad había
sido resultado de la bebida, lo hablarían y lo resolverían como siempre hacían
cuando sucedía algún malentendido entre ellos, pero no solo no había tenido
noticias de Ethan, sino que su amigo había tomado la decisión unilateral de
comunicarse con ella a través de email. Aquello supuso la primera bofetada
de realidad que se llevó Ellie. Con eso dejaba claro que no deseaba hablar
con ella de forma directa, y para ello había recurrido al correo empresarial.
Había transcurrido casi una semana y todo contacto se había reducido a
cuestiones laborales en las que Ethan le avisaba de documentos legales que
debía firmar y ella se lo reenviaba con un mensaje escueto. Con todos estos
precedentes ante ella, Ellie concluyó que estaba evitándola de la misma forma
en la que ella trataba de hacerlo con él.
Todo ese silencio y proceso esquivo entre ellos le dolía y, aunque
intentaba no pensar mucho en ello, esa sensación se encontraba agazapada en
la profundidad de su mente. A veces esta salía de improvisto, causando
estragos en su estado de ánimo.
Se había acostumbrado con demasiada facilidad a la personalidad fácil y
divertida de Ethan, ya que, pese a la división de clases que les separaba, se
parecían demasiado en la forma de ser. Además, Ethan había saltado en su
defensa en todas las ocasiones en las que algún británico había tratado de
ofenderla con su extrema sinceridad. De esta manera, día tras día se había
convertido no solo en su mejor amigo, sino también en su apoyo principal.
Ellie había renunciado al amor romántico tras la experiencia desastrosa
con Henderson, pero eso no significaba que no le quisiera. Lo hacía y mucho,
el único problema era que no lo hacía de la forma en la que él parecía esperar.
En Londres, se había sorprendido muchas veces, preguntándose en su fuero
interno si quizás podría enamorarse de él, ya que a su lado todo era mucho
más fácil. Aun así, por muy atractivo que fuera, no había conseguido
experimentar lo mismo que le despertara en todo su cuerpo la sola presencia
de Adam Henderson.
En lo que respectaba a este último, Ellie se sentía miserable, ¿cómo podían
aguantar todas esas mujeres que rechazaban a los hombres que querían una y
otra vez? Había escuchado testimonios de algunas chicas que había conocido
en Londres. Estas le contaron que cuanto más intentaban alejarles, más
querían volver con ellas. Ellie lo había achacado al orgullo y a la sensación
de propiedad masculina. Cada una de aquellas mujeres narraba sus
experiencias mostrándose orgullosa, pero nunca le dijeron lo cansado que
podía ser.
Si tenía que ser sincera, para ella resultaba agotador, porque todavía le
quería. Había momentos en los que se cuestionaba qué era lo que deseaba
conseguir con todo ese rechazo.
¿Quería que se alejara de verdad de ella?
No, aunque parecía ser lo mejor para su salud mental.
¿Qué le esperaba al lado de Adam?
Solo sufrimiento y animadversión por parte de su círculo.
En realidad, si alguien pudiera prometerle que terminarían aceptándola sin
problemas y que Adam no estaba detrás de ella debido a un orgullo dañado,
se tiraría a sus brazos en plancha, cabeza, bomba o cualquier posición
alternativa a la que utilizan los niños para lanzarse al interior de una piscina.
Además, estaba el hecho de que experimentaba un terror absoluto ante la
perspectiva de ser abandonada de nuevo. Lo que Disney no te cuenta de
pequeña es que la gente se acababa marchando con una facilidad pasmosa y
que no existe un final feliz eterno, sino solo hay instantes pasajeros. Por este
motivo, Ellie se esforzaba en no encariñarse de los demás, pese a que supiera
que era una lucha perdida de antemano.
«A mí me dicen dos palabras cariñosas y ya estoy montándome el
tenderete de la amistad perfecta»
Aquella noche se sentía tan frustrada. La soledad le embargó, inundando
cada uno de los resquicios de su mente. Había acabado las últimas tareas que
hacer ese jueves y no tenía a nadie con quien compartir sus nuevos
descubrimientos. Si bien había enviado a Ada y Chris un montón de
fotografías de los diferentes lugares, no era lo mismo. Ellie necesitaba hablar
con alguien que pudiera comprender lo que la sucedía y sus hermanos no eran
una opción adecuada. Le tenían tanto cariño a Ethan, que le resultaba
imposible comunicarles la situación delicada en la que se encontraba su
amistad.
Como no conocía a nadie en las Vegas, la única opción viable resultó ser
uno de los bármanes del hotel, quien al parecer estaba pluriempleado y le
había reconocido por ser uno de sus profesores de zumba. Nada más verle,
Ellie se había alegrado y se acercó hasta la barra. Él no tardó en recordarla y
con una sonrisa, asintió.
—¡Ah! Sí, tú eras una de las de ese grupillo que más gritaban en mi clase
¿no?
—Culpable.
—No te juzgo, Beyoncé es una artista para perrear hasta la abajo.
—Oh sí, cada vez que la escucho me dan ganas de incendiar la tarima.
El barman se echó a reír y Ellie sonrió, no podía creer que pudiera hacerlo
después de aquella última semana.
—Por cierto, entiendo que yo esté encerrado por trabajo, pero ¿tú? ¿qué
haces aquí? ¿no has venido de vacaciones?
—Ojalá. También trabajo para el hotel.
El camarero se puso serio de inmediato. No la reconocía entre los
empleados, así que bien podría ser una de las jefas.
—Oh.
—No, por favor, relájate. No soy ninguna jefaza, bueno, quizás sí. No sé
bien cómo definirme.
—¿Sí? ¿No?
—Supongo que es complejo.
—Bueno, mientras no seas tú la que firma mi cheque a final de mes…
—No, no —negó Ellie divertida—. Estoy en la sección de marketing.
—Ah, perfecto. Entonces, ya que solo eres una currante más y como no
soy yo el que paga por esto, esta noche estás invitada.
—Oh, no, muchas gracias de verdad, pero yo no bebo.
—¿Por qué?
—No me sienta bien, pierdo el control.
—Por una no te va a pasar nada, mujer.
Ellie resopló, recordando sus momentos más bochornosos en Italia y en
general en su vida.
—Tú no me conoces.
—¿Sabes que trae mala suerte rechazarle la copa a un barman?
—¿Más de la que ya tengo? —cuestionó horrorizada—. ¡De ninguna
manera! Ponme lo que quieras.
—¡Marchando!
Después de cuatro copas, que pasaban con la misma rapidez con la que
podría hacerlo el agua, Ellie ya empezaba a notar los primeros efectos del
alcohol en su torrente sanguíneo.
—Mira que me había prometido que en este viaje no bebería. Me has
hecho sucumbir a los tonteos baratos del alcohol.
—Dulzura, esto de barato tiene poco.
—¿Me has puesto del caro? Oh, Dios, a ver si te vas a meter en un lío.
Conozco al jefe de esto y es tan tacaño que no le importaría tirarte a la
hoguera por desperdiciar su dinero.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Estamos hablando del dueño?
—Sí, sí. Del jefazo máximo. Mira, si este negocio fuera una mafia italiana,
él sería el padrino.
—Creo que ya lo entiendo y ¿de qué le conoces?
—Fue mi jefe.
—¿Ya no?
Ellie soltó una risa amarga y bebió aún más del coctel que le acababa de
poner frente a ella.
—No, ahora su precioso culo depende de mí.
—Oh, qué curioso giro de los acontecimientos. Mira que me han contado
historias sorprendentes los clientes, pero ninguna parece prometer tanto como
lo que me estás narrando tú.
—Y eso que no sabes ni la mitad. No entiendo por qué todo tiene que ser
tan complejo, ¿sabes lo feliz que estaba yo, pudiendo desmelenarme cada vez
que quisiera? ¿eh? Me sentía libre.
—No estoy muy puesto en el tema este de las empresas, yo solo entiendo
de cócteles y baile, pero pareces encontrarte ante un dilema.
—Para mí un dilema es saber dónde tirar el papel albal, si en el contenedor
del plástico o en el del papel, esto es como…. ¡Uf! Y me siento como ¡boom!
El chico se rio y Ellie frunció el ceño, dispuesta a pedirle explicaciones a
su psicólogo improvisado.
—Es que te explicas muy bien.
—Está bien, ¿sabes esas revistas del corazón que se encuentran encima de
toda mesa de una clínica dental o en su defecto de una peluquería?
—Ajá.
—Pues bueno, en ellas siempre salen noticias del estilo: ¡Brad Pitt y
Jenifer Anniston han comenzado a acostarse juntos!
—Dudo que sucediera eso y en el caso de haber sido de ese modo, no creo
que fuera así el titular.
—Solo es un ejemplo, ser una mujer trabajadora ha provocado que me
haya quedado anclada en el tiempo, pero a lo que voy es que cuando ese tipo
de titular aparece, la gente se pone feliz. ¡Se alegra! ¿Qué diablos?
—Bueno sí, las muestras de amor en público por parte de los famosos son
así.
—¿Por qué? ¿Por qué nos hace tan feliz? ¡Si el amor romántico es una
trampa letal! Una vez te sujeta con sus tentáculos venenosos ya no hay vuelta
atrás, ¿o no?
—No sabría decirte, yo no lo he vivido con tanta intensidad.
—Claro, justo es…
No le dio tiempo a terminar la frase, ya que por el desproporcionado
espejo que estaba tras el muchacho reparó en un hombre que reconoció a la
perfección. El único problema era que no venía solo. Como pudo, se giró
para comprobar que, en efecto, Adam Henderson acababa de entrar
acompañado de una pelirroja preciosa, que se apoyaba su brazo como si fuera
una auténtica princesa.
Los celos tomaron el control y la hundieron más aun en la borrachera
incipiente que ya llevaba. A ella nunca le había llevado así, exhibiéndola con
orgullo ante toda una sala. El único momento en el que podía si quiera
asemejarse a esa escena que acontecía ante ella, había sido durante la
mascarada del amigo de Maddie en Venecia, pero incluso ahí, habían estado
camuflados por las máscaras.
No, aquello era muy distinto y, al ser consciente de eso, el malestar se
incrementó. Él todavía no se había percatado de su presencia. Suponía que se
debía a que estaba demasiado ocupado haciendo caso a la despampanante
pelirroja para si quiera reparar en ella.
En cuanto eligieron una mesa frente a los espectáculos aéreos de esa
noche, él retiró la silla para que la mujer se sentara y Ellie no pudo seguir
contemplándoles más porque la sobrevino un mareo. Frustrada, se dio la
vuelta y se bebió de un trago el último cóctel que le había puesto.
—¿Sucede algo?
—Dime una cosa.
—¿El qué?
—Imagina que tienes a alguien especial en tu vida, despampanante
incluso, que todos los hombres enloquecerían al verla pasar.
—No me pasa, pero sí, sigue.
—¿Te meterías con una mujer que lucha enfurecida contra sus muslitos a
golpe de zumba?
—¿Disculpa?
—Si es que tarde o temprano se les acaba viendo el plumero. En el porno
buscan gorditas por el morbo, pero en la vida real, no son capaces de llevarte
del brazo, presumiéndote ante los demás.
—Es que ¿te han partido el corazón? ¿Es esta alguna borrachera
depresiva?
—Sí, la verdad. ¿Sabes? Tengo un deseo.
—¿Cuál?
—Me gustaría que por cada corazón roto a vosotros se os partiera el
órgano reproductor masculino.
—¡Oye!
Ellie se enfureció y se puso en pie de golpe, sorprendiendo al barman, que
la estudiaba con suspicacia.
—Creo que tengo que ponerle remedio ahora mismo.
—Eh, ¿qué es lo que piensas hacer? No creo que estés en las mejores
condiciones de ponerte a lo Liam Neeson en Venganza.
—¿Yo? Si no soy nada vengativa.
—Mira, salgo en un rato, ¿por qué no me esperas y te acompaño a tu
habitación? No es la primera vez que veo que una mujer termina con dudosas
compañías.
—Muchas gracias, pero me temo que voy a rechazar tu oferta. Tengo algo
muy importante entre manos, así que me marcho ya.
Dicho esto, avanzó unos pasos, dejando a un lado las mesas inferiores y,
poniéndose delante de la plataforma en la que estaban ejercitando un
espectáculo de telas aéreas, se expuso ante la algunas de las mesas más
cercanas, entre las que se encontraba la de Henderson y su acompañante.
Sin más dilación, se lanzó a poner en práctica su propia venganza
personal.
***
Adam la había visto en la barra en el mismo instante en el que hubiera
entrado y, desde entonces, su atención había estado todo el rato sobre ella. Su
prima paterna, Sophie Henderson se encargaba de la gestión del hotel en las
Vegas. Desde siempre, compartían una tradición familiar que consistía en que
cada vez que visitara ese hotel, quedaban juntos a comer para ponerse al día.
—Adam pareces muy interesado en la barra, ¿no?
Sophie era un águila en cuanto a esas cuestiones se trataban, le divertía
sobremanera ver a su primo mostrándose tan diferente a la persona adulta en
la que se había convertido. Por lo general, Adam no solía reparar en nadie
que no fuera él mismo o su negocio. Sin embargo, ahí se encontraba,
despistándose de la conversación que se traían entre manos y lanzando
miradas furtivas hacia esa dirección.
—¿Qué? ¿Perdón?
—Te preguntaba si había algo en la barra que te haya podido cautivar.
Adam carraspeó incómodo y Sophie sonrió, de modo que estaba en lo
cierto.
—Nada. Solo creí ver a alguien que conocía. ¿Cómo están Benjamin y los
niños?
—Muy bien, pero eso ya lo sabes. Solo estás eludiendo el tema a
propósito.
—Yo…
—Vas a contarme ¿qué es lo que te ha cambiado tanto?
—¿De verdad piensas que he cambiado?
—Por favor, Adam, la última vez que nos reunimos no podías ver más allá
de tu propio ombligo y le impartiste una charla soporífera a mi hijo sobre la
importancia del estatus.
—Bueno, algún día le servirá para si quiere meterse en política.
—¡Tiene ocho años!
—Estás exagerando.
—Para nada. Porque somos familia, pero a veces te ponías inaguantable.
—¿Te parece bien insultar de ese modo a tu primo?
—Si yo no te digo la verdad, dudo que mis tíos lo hagan. Y hablando de
eso, ¿cómo han reaccionado a este nuevo Adam?
—Bueno, no les agrada en demasía.
—Lo imaginaba.
Adam volvió a dirigir una mirada hacia la barra y, en esta ocasión, se dio
cuenta de que Ellie se había levantado y parecía decirle algo de forma
acalorada al barman.
¿Se habría vuelto a meter en problemas?
Su pregunta fue respondida en cuanto la vio andando tambaleante hacia…
un momento, ¿estaba acercándose?
Ellie pareció detenerse al lado del espectáculo y, con la atención puesta en
ellos, se aproximó hasta su mesa.
—Vaya, vaya, vaya… ¿a quién tenemos aquí? ¡Pero si se ha montado una
cita usted solo! Creía que, para llegar a esto, la privilegiada tendría que pasar
un examen a conciencia, ¿usted lo ha superado señorita?
Adam no tardó en darse cuenta de que iba muy bebida. Había vivido de
primera mano los efectos que tenía en ella el alcohol y, aunque conservaba
ese recuerdo con cariño, le preocupaba los motivos que existían detrás de su
ingesta desmedida. Sobre todo, teniendo en cuenta el ambiente depresivo y
distanciado de la última semana.
Pese a la diversión contenida de su prima, Adam se sentía bastante tenso,
por lo que señaló la silla más cercana.
—¿Por qué no te sientas y lo hablamos?
—Claro que no, jamás se me ocurriría importunar de ninguna manera su
cita romántica. Faltaría más.
—Ellie…
—Señorita Hawk para usted, pero dígame, ¿acaso no va a presentarme a
su conquista de esa noche, señor playboy? Me sorprende la manera en la que
han cambiado las cosas, porque hasta donde recuerdo, usted se caracterizaba
por contar con el mismo tipo de encanto que podría tener un apio. ¿Cómo es
esto? ¿Ahora va de conquistador por la vida?
Adam se quedó asombrado y la risa cantarina de Sophie captó la atención
de Ellie, quien, en aquel estado de ebriedad, tuvo que apoyarse sobre la mesa.
—¿Se divierte? Hágame caso, corra ahora que tiene la oportunidad. No se
deje engañar por esa mirada azulada de infarto, no es más que un pez payaso
apestoso con mucho veneno oculto bajo las aletas.
Adam se puso de pie y se acercó a ella. La tomó por el codo, sin
importarle lo más mínimo hallarse bajo el escrutinio minucioso de su prima.
—Vas fatal.
—Oh, vaya, gracias por el halago.
—Creo que lo mejor será que te acompañe a tu habitación.
—No hace falta, me conozco el camino a la perfección.
La joven se desasió de su contacto como si le quemase y Adam trató de no
tomarlo por lo personal.
—Ellie…
—Ya, ya lo sé. Ya me marcho —aseveró, girándose hacia Sophie—.
Buenas noches, señorita, ha sido un placer conocerla, por favor, tenga
cuidado con este hombre.
Dicho esto, procedió a alejarse de ellos. Adam la observó marcharse cada
vez más preocupado, era la primera vez que veía en ella una mirada tan vacía
y amarga. La voz de Sophie le obligó a mirarla. Parecía estar pasándoselo en
grande a su costa.
—Bueno, creo que ese espectáculo novelesco tan particular no solo ha
resultado muy divertido, sino también bastante revelador.
—No saques conclusiones precipitadas.
—De modo que ha sido a causa de ella por la que se ha obrado tu
transformación.
—¿Cómo?
—Ya sabes, la animadora del Playboy. Lo que no acabo de entender es
porque te ha llamado así, hasta donde sé tú no eres un hombre de tener
amigas —declaró con firmeza, después realizó una pausa y exclamó—: Oh,
quizás…
—¿Qué?
—Quizás cree que nosotros…
—No.
—Pero entonces…
—No, a ella no le preocupan ese tipo de aspectos sobre mi persona.
—¿Cómo lo sabes?
Adam no se atrevía a revelarle a su prima que había sido rechazado
múltiples veces. Aun así, Ellie les acababa de exponer, de modo que no le
quedaba más remedio que confesárselo a regañadientes.
—Ya me ha dejado claro que no quiere nada conmigo.
—¿Seguro? Porque no lo parecía, ¿no te has dado cuenta de lo celosa que
se ha puesto?
—No, ella no es así.
—Vamos, Adam, no seas memo, hasta un ciego sabría ver que esa mujer
se muere por tus huesos.
—No me digas eso.
—¿Por qué?
—Porque estoy tratando de respetarla y dejarla marchar.
Sophie se llevó una mano a la boca y le estudió de hito en hito,
asombrada.
—Oh… Adam…
—Ni se te ocurra burlarte de mí.
—No, no, me siento orgullosa.
Adam gruñó y contempló con preocupación la puerta por la que se había
marchado Ellie hacia tan solo unos minutos. Sí, no cabía duda de que estaba
borracha.
—Sophie.
—¿Sí?
—¿Te importa regresar tú sola?
Una sonrisa se extendió por las facciones de su prima. Ella, al contrario
que él, poseía unos rasgos más marcados de su ascendencia irlandesa, por lo
que contaba con unos ojos verdosos por los que su actual marido habría
matado.
—Claro que no, anda, ve a hacer de príncipe azul.
Ni si quiera la respondió, si lo hiciera enrevesaría más la situación de lo
que ya lo estaba, aunque su prima se equivocaba. Solo iba a tratar de
solucionar todo el dolor que estaba seguro le había causado.
Aquel sería el último acto de amor que haría por ella: soltar.
CAPÍTULO 14
«Si me preguntaran sobre el primer momento en el que me fijé en ti, me
gustaría poder decir que fue en el instante en el que te vi traspasar el umbral
de mi frío y solitario despacho confundiéndote con una trabajadora más, pero
eso sería una mentira. Seguramente explicaría cómo tu lengua viperina fue
calando en lo más hondo de mi ser, derrumbando pautas que creía veraces,
abriendo mi estrecho mundo a otras perspectivas, a nuevos colores. En
realidad, si tuviera que escoger una ocasión determinada, sería aquella en la
que me descubriste tu forma de ver el universo. Esa que sin querer y aun
creyendo odiarte, fui haciendo mía».
A.H
El amor es un sentimiento que te empuja a estar con la persona que deseas.
Cuando se transita por la etapa de la adolescencia, este se experimenta de una
forma más dramática que hace parecer al ser amado como un individuo
perfecto e idílico. Los ojos de un adolescente conciben su primer amor con
una característica de eternidad. Por supuesto, existen excepciones, pero el
concepto de amor primario va ligado a esa cualidad de permanencia.
Shakespeare lo reflejó muy bien en su célebre obra Romeo y Julieta, en el que
frente las vicisitudes de su amargo destino separados, ambos protagonistas
preferían acabar con sus vidas. La propia corriente del Romanticismo
abogaba por esta idea del amor como un sentimiento imposible ante el cual
giran una serie de catástrofes que impiden a sus protagonistas estar juntos.
Sin embargo, cuando una persona crece y madura por medio de sus
experiencias, se da cuenta de que debe abandonar ese individualismo que,
dependiendo de cómo se gestione, puede llegar a rozar el egoísmo. Cuando se
presenta un amor que en esencia parece unilateral, el primer principio por
parte de la persona que ama debería ser respetar la decisión que haya tomado
el otro, incluso si eso significa dejarlo marchar.
Adam llevaba una semana entera percatándose de los esfuerzos insistentes
de Ellie por evitarle. Después de su pelea en público con Weiss y de la frase
demoledora que ella le había transmitido antes de entrar al ascensor, se había
dado cuenta de que había estado errando todo el tiempo. La verdad era que no
le quería cerca a menos que fuera por cuestiones laborales, por lo que no le
quedaba más remedio que obedecer lo que le pedía y alejarse.
Sería un auténtico mentiroso si negaba que se moría de ganas por
acercarse a ella. Necesitaba hablar las cosas y solucionarlas, deseaba pedirle
perdón por su comportamiento inexcusable, pero Ellie se había mostrado
taxativa al respecto.
Quería a ese idiota de Weiss. Adam no entendía cómo había podido darse
aquel fenómeno sobrenatural en el que ella terminaba enamorándose de aquel
estúpido que desperdiciaba su existencia yendo de fiesta en fiesta, pero al
parecer se había producido y él no podía hacer nada al respecto más que
aceptarlo.
Había estado luchando una batalla que estaba perdida de antemano y ni si
quiera había reparado en ello. Había preferido aferrarse a los momentos que
compartieron en el pasado. Al final el imbécil iba a tener razón y se había
mostrado como un egoísta ante ella, sin tener en cuenta que quizás hubiera
cambiado.
Al fin y al cabo, habían pasado dos años, ¿quién no evolucionaría de algún
modo? Según Sophie, él mismo lo había hecho, así que ¿cómo había
pretendido que Ellie se hubiera mantenido inalterable? Ni si quiera sabía por
lo que habría tenido que pasar para terminar trabajando para los Weiss. Eso
solo demostraba una vez más su pensamiento ególatra. Por supuesto, eso no
lo reconocería en voz alta ni muerto a menos que fuera ante ella, quien era la
única persona a la que le debía una disculpa.
No obstante, no parecía haber sido el único que hubiera salido escaldado
de aquella conversación. No conocía los detalles de lo que habría sucedido
entre ellos, pero el ambiente de esa semana no parecía el de una pareja que
irradiara felicidad.
Resultaba evidente que Ellie había estado evitando cualquier tipo de
contacto con ellos, y, por extraño que fuera, Ethan había actuado del mismo
modo con ella. Desde entonces, Adam se había convertido en un espectador
silencioso, ya que estaba tratando de poner en orden sus propias ideas.
Le había concedido su espacio, tal y como le había pedido. Por ese
motivo, no se había aproximado a ella incluso a pesar de haberla visto sola en
el bar. No quería molestarla con su presencia y últimamente sentía que eso
era lo único que conseguía cuando trataba de permanecer a su lado.
No podía negar que había sentido cierta esperanza cuando se percató de
que se acercaba a su mesa. Antes de constatar por las malas de que estaba
borracha, le hubiera gustado poder presentársela a su prima. Intuía que, a
diferencia de sus padres, a Sophie le encantaría la personalidad extrovertida y
sencilla de Ellie, pero las circunstancias peculiares en la que se encontraban
le detuvieron de seguir soñando. Debía de parar o acabaría haciéndose más
daño y no solo a él, sino a ella.
No consentiría que su actitud egoísta la arrastrase a la miseria, se negaba a
asumir un rol en el que tuviera que esgrimir la batuta del origen de su
sufrimiento. En el pasado ya había tenido que lidiar con el malestar de Sasha,
quien tendía a recurrir a la bebida con una velocidad preocupante.
No, no quería eso para Ellie. No la sacrificaría a costa de su felicidad,
porque ante todo Adam no iba a obligar a nadie a estar a su lado. La amaba y
no sabía bien hasta cuándo lo haría, ya que su corazón había cogido la mala
costumbre de acelerarse en cuanto la veía, pero no iba a imponerle su
presencia, si eso significaba hacerla tan infeliz que no le quedara otra
alternativa que recurrir al alcohol para gestionar sus propias emociones.
Era posible que estuviera metiéndose otra vez donde no le llamaran y que
le mandara a la mierda, pero después de haberla visto comportándose de
aquella manera tan extraña, quería asegurarse de que al menos hubiera
llegado bien a su habitación.
Tenía pocas esperanzas de si quiera poder verla y todavía estaba
planteándose si debería llamar o no a su dormitorio para preguntarle sobre su
estado. Sin embargo, nada le preparó para lo que se encontró en el pasillo.
Ellie estaba sentada en el suelo, sujetándose las rodillas contra el pecho
mientras apoyaba la cabeza entre sus piernas, los tacones que hubiera llevado
habían acabado desparramados en diferentes direcciones, que las escasas
personas que pasaban por allí intentaban evitar pisar al tiempo que le dirigían
miradas extrañadas. A pesar de todo, nadie se paró a preguntarle nada y
siguieron su camino.
Eso le enfadó, ¿y si le hubiera pasado algo? ¿Acaso la gente no podía
tomarse cinco minutos de su preciado tiempo para constatar que no le
hubieran hecho nada malo? ¿En qué mundo vivían? No podía entenderlo y
eso que estaba seguro de que él mismo habría hecho lo mismo que aquellos
desconocidos antes de conocerla.
Todavía cargando con el café que había encargado a los de cocina, Adam
se situó enfrente de ella sin importarle lo más mínimo a quien pudiera
impedirle el paso. Después, se agachó y, tras depositar el vaso de papel en el
suelo, la contempló durante unos instantes. No quería tocarla, porque sabía la
influencia que suponía para él su mero contacto. Sin embargo, suavizó su
tono de voz.
—Eh… ¿qué estás haciendo aquí sentada?
Ellie levantó la cabeza y una ráfaga de aroma a algodón de azúcar hizo
pleno en sus sentidos. No tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre cómo le
seguía afectando su olor, porque la imagen que componía la joven le bloqueó.
Tenía sus preciosos ojos enrojecidos de llorar, y el rímel se le había corrido
por las lágrimas que caían inexorables a lo largo de sus mejillas. No hizo
ningún esfuerzo para limpiarlas, así que Adam se adelantó y extrayendo un
pañuelo impoluto de su bolsillo, las secó con dulzura.
—A-Adam….
Impactado con que hubiera pronunciado su nombre, cesó su movimiento
durante unos segundos, y la estudió con detenimiento. Aunque se mostraba
sorprendida, no parecía molesta, así que siguió con su tarea autoimpuesta.
—¿Por qué estás llorando? ¿eh?
Como no parecía que pudiera pensar de forma coherente por su ingesta
desmedida de alcohol, Adam recogió el café y la instó a sujetarlo, de forma
que mientras que ella trataba de dilucidar su contenido, él seguía limpiando
parte del maquillaje deshecho.
No sabía de qué marca debía de ser el lápiz de ojos, pero sin duda le
habían timado, porque se corría con facilidad a causa de las lágrimas, pero
curiosamente no conseguía limpiarlo del todo con el pañuelo de seda. Quizás
debería ponerle una denuncia a la oficina del consumidor, porque no había
derecho a esa clase de estafa de poca monta. ¿Habría comprado el más barato
como hacía siempre? Podía imaginárselo a la perfección comprándose el
maquillaje en el Walmart más cercano.
—Esto te ayudará a despejarte un poco.
—¿Vaas a dro-hip-garme?
—Malpensada, es café.
Después de que transcurriese un buen rato en el que Adam estuvo
maldiciendo para su interior debido a la parte negra que no había conseguido
eliminar, ambos suspiraron por diferentes motivos. Uno se rindió en su
trabajo de estilista improvisado, mientras que la otra comenzaba a tomar más
consciencia de la situación actual.
—Gracias.
Adam aprovechó la oportunidad para preguntarle lo que le venía
preocupando desde que la viera sola en la barra.
—¿Acaso hay algo tan importante que merezca la pena lo suficiente para
que derrames tus lágrimas?
—La vida.
—¿La vida?
—Sí, es agotadora. Creo que me siento muy cansada.
—¿Solo crees?
—No, es que… no sé si puedo seguir.
—Claro que puedes, ¿cuándo no lo has hecho, Ellie? Eres la mujer más
valiente y perseverante que he conocido jamás.
Un amago de sonrisa pareció reflejarse en las facciones de la muchacha y,
por muy absurdo que sonase, Adam se sintió recompensado.
—¿Ese es tu intento por animarme?
—No, lo creo de verdad, pero si de verdad consigue hacerte sentir mejor,
me alegraré.
—Ah… ya lo recuerdo.
—¿El qué?
—El motivo por el que me enamoré de ti.
Por un momento Adam creyó que se le paralizaría el corazón, era la
primera vez que le escuchaba pronunciar aquellas palabras de forma tan
directa. Ahora que lo pensaba, en realidad nunca la había oído decirle que le
quisiera, solo se lo había dejado entrever en alguna conversación. Le
entristecía tener la oportunidad de asistir a ese despliegue de sinceridad
minutos antes de haber decidido dejarla marchar.
—¿Y ese cuál es?
—Siempre te las ingeniabas para consolarme cuando nadie sabía que
estaba mal.
—¿Echaste de menos mis historias?
Ellie suspiró y, cerrando los ojos, apoyó la cabeza contra la pared. Se
sentía derrotada por todo el peso de la responsabilidad con la que tenía que
cargar.
—La verdad es que sí.
Adam aprovechó el silencio que siguió a su confesión, para tomar asiento
a su lado.
—Bueno, si te sirve de consuelo, yo te eché de menos a ti.
La risa femenina caló en lo más hondo de su alma, aligerando la presión
con la que había estado lidiando durante todo este tiempo.
—No sabía que podías bromear.
—No estoy bromeando. Estos últimos dos años han sido un cómputo de
momentos vacíos para mí.
—No digas eso.
—¿Por qué? Es la realidad. Te he necesitado cada día, Ellie. Bueno, a ti y
a tu mala suerte, que no logro comprender por qué me sacaba tanto de quicio.
—Ah, sí, me regañabas por meterte en líos continuamente.
—Sí, era un idiota. A pesar de que te busqué por todas partes y que me
obsesioné con encontrarte, creo que en realidad nunca tuve la certeza de
poder conseguirlo, así que, aunque sabía que quería decirte muchas cosas, no
supe gestionar bien tu regreso y por eso he terminado volviendo a meter la
pata contigo.
—Supongo que en el fondo los dos lo hemos hecho mal.
—Debo ser sincero, desde el momento en el que volviste a la empresa me
propuse convencerte de que yo era tu mejor opción.
—Ya lo pude comprobar.
—Sí, y ahora puedo darme cuenta de lo estúpido que he estado siendo. Mi
propio egoísmo me cegaba tanto, que no me dejaba percatarme de que todos
mis esfuerzos solo te estaban perjudicando, porque por mucho que me pese,
tú quieres a Ethan.
—Nunca te creí capaz de poder decirme esas palabras e incluso de
reconocer que te has comportado como un estúpido.
—Bueno, tampoco es necesario recalcarlo, ¿no?
Ellie se echó a reír con amargura y, tras negar con la cabeza, le miró y
posó su mano sobre la cabeza pelirroja. Aquel gesto tan cercano confundió a
Adam.
—Sí, eres un idiota, pero eso no significa que no pueda reconocerte el
buen talante que pareces mostrar en esta conversación. Está claro que has
madurado, pececito.
—Así que no me queda más remedio que resignarme a ese mote, ¿no?
—¿Lo dudas?
—Al menos ya no es pez apestoso.
De repente, Ellie reparó en las palabras que le había dicho delante de la
mujer pelirroja y se tapó la cara.
—Oh, por Dios, qué vergüenza. Siento muchísimo haberte jodido la cita.
—En realidad no era una cita.
—¿Sabes? No tienes que mentirme solo por el hecho de que te haya
montado un buen espectáculo delante de ella.
—No lo hago.
—Ya claro, no trates de venderme una amistad, porque todos sabemos que
tú no tienes amigas, Adam.
—Y tú no podrías ser la primera en ejercer ese papel, ¿verdad?
—Sabes bien que eso no es posible. Tenemos un pasado en común tan
complicado que me dificulta que te pueda ver como un amigo.
—Sí, eso creía.
—Aun así, ya que esto va de sincerarse y aprovechando que llevo mucho
alcohol encima, me gustaría decirte algo que con toda probabilidad negaré
mañana al igual que lo haría una desgraciada.
—Está bien, solo por esta noche seré tu confidente.
—En realidad, quería darte las gracias, porque si no fuera porque tu novia
tóxica, ex o lo que sea que tengas con la señorita Sullivan, decidiera
contratarse, fijándose en mi apariencia, nunca hubiera podido conocer ni
Italia ni Francia a tu lado, y eso definitivamente hubiera sido una pena.
—¿Ah sí?
—Ajá.
—¿Por qué? ¿No te lo hice pasar tan mal?
—Oh, sí. Fuiste un auténtico grano en el culo, dando órdenes de aquí para
allá. Una vez hasta te llegué a comparar con una hemorroide, así que figúrate
como sería mi situación esclavizada.
—¡Ellie!
—Pero ¿sabes? Hubo otros momentos muy bonitos que recuerdo con
bastante cariño. Incluso con esa faceta de amargado que te gastabas, me
divertí a tu lado, Adam. De verdad.
—Yo también me lo pasé bien. A veces desearía regresar en el tiempo y
no haber vuelto a Nueva York.
—Nada hubiera cambiado entre nosotros, solo habríamos retrasado lo
inevitable.
Adam se dio cuenta de que antes de dejar marchar todas las esperanzas
sobre ella, debía saber una última información.
—¿Por qué mentiste? Necesito saberlo, Ellie, por favor.
Ellie suspiró. Le daba la sensación de que la joven se encontraba a muchos
kilómetros de distancia. Cuando creía que nunca le respondería y que tendría
que conformarse con la escasa información que le había brindado hasta
ahora, su voz se convirtió en un susurró.
—Puede que no me creas y no te juzgaría por ello, pero la verdad es que al
principio no quise hacerlo.
—¿No?
—No, no era esa la imagen que quería darles a mis hermanos.
—¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
—La supervivencia.
—¿Cómo?
—Tú no puedes entenderlo.
—¿Por qué no me pones a prueba?
—Verás, tenía un montón de facturas que pagar. Debía dinero a mucha
gente y veía que no podía llegar a todo. Perdía todos los empleos que
encontraba y duraba tan pocos días, que algunos ni si quiera me pagaban. Los
pocos que lograba mantener en el tiempo no cubrían ni los gastos más
básicos. Sentía que me estaba ahogando.
Adam recordó el sitio que había visitado tras su partida, ese que en el
currículum original venía reflejado que había sido su casa. En ese momento,
mientras la dueña del piso le había enseñado todo el apartamento, había
podido intuir que su economía era peor de lo que él había creído. Le daban
ganas de patearse a sí mismo cada vez que rememoraba alguno de los
comentarios sobre su manera de vestir o cómo la regañaba por utilizar la
tarjeta de la empresa. Quizás no había contado con el dinero suficiente para
ponerse otro tipo de prendas más elegantes, pero a él no se le había pasado
por la cabeza ni por un momento que existiera una relación directamente
proporcional. Solo la había juzgado y de la peor manera.
—Y entonces alteraste tu currículum.
—Sé que no estuvo bien, que enterarte de esa forma delante de todos los
accionistas, no fue la mejor manera de revelarte mi situación, aunque estos
dos años estuve pensando bastante sobre eso y, la verdad es que incluso si me
hubiera sincerado yo misma, no me habría ganado tu perdón.
—Eso no lo sabes.
—Sí lo hago y tú también, aunque ahora quieras negarlo.
—Pero…
—No me hubieras comprendido porque traicioné tu confianza. Eres un
hombre de hechos, Adam, no de palabras. Para ti la lealtad lo es todo, tú
mismo me lo dijiste durante nuestro viaje. Por mucho que me hubiera podido
disculpar, nunca lo hubieras olvidado y en ese momento actué de forma
egoísta, porque no quería perderte o que me odiaras.
—¿No querías perderme?
—No, si hubiera sabido que me terminaría enamorando de ti, no habría
entrado por medio de engaños, pero también pienso que, de no haberlo hecho,
nunca me hubieras dado ni la hora.
—Bueno, eso es cierto. Antes de conocerte era bastante prejuicioso.
—¿Lo ves? Además, los sentimientos que pudiera tener no era lo
importante en ese momento. No te ofendas, pero tenía a dos personas bajo mi
cargo, así que necesitaba el dinero con urgencia.
—Después de tu marcha, sospeché que existía una cuestión económica
detrás de tu engaño.
—Entonces, si lo sabías, ¿por qué me lo has preguntado?
—Necesitaba confirmarlo.
—¿Y qué? Ahora que te has enterado, ¿me odias un poquito menos?
—Nunca podría odiarte, Ellie. Es cierto que la situación entre nosotros es
compleja y que no ha acabado de la manera en la que me hubiera gustado,
pero aún con todo y con eso, me gustaría que supieras que siempre podrás
contar conmigo para lo que necesites.
—Esto suena como una especie de despedida, ¿lo es?
Adam tragó saliva, nervioso. Le dolía en el alma tener que exteriorizar
aquellas palabras, pero sabía que era lo mejor para ambos. Ya se habían
hecho mucho daño.
—Solo hasta que tú decidas que deseas volver a tenerme a tu lado.
—¿Yo?
—No quieres algo conmigo y es algo que hasta ahora no he respetado
como debería hacer, me he extralimitado hasta el punto de que te he vuelto a
hacer daño y lo siento mucho por eso. Le prometí a tu hermana que no te
heriría de nuevo y ni si quiera logré conseguir cumplir con eso.
Ellie contuvo el aliento. No sabía si era por la borrachera, pero veía a
Adam radiante y, Dios, solo quería besarle. Su mayor deseo en ese momento
era revelarle la verdad, decirle que le seguía queriendo al igual que lo hiciera
dos años atrás, que en realidad estaba luchando para protegerle y que el
problema con Ethan se había producido porque no podía sacarle de su
corazón tal y como su amigo le había pedido, pero con todo y con eso, no
podía traicionar a Simon, porque eso implicaba que tendría que explicarle los
planes que tenía con la familia Weiss y esa había sido la primera norma que
firmase en su contrato. La segunda regla también se hallaba interrelacionada
con la primera: no permitir que sus sentimientos interfirieran en su trabajo.
¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?
—Tranquilo, Ada no se enterará.
—Gracias.
—Entonces, ¿qué harás?
—No te molestaré más.
—Vale.
El silencio se instauró entre ellos y Adam la estudió con indecisión. Tenía
dos gigantescas medias lunas bajo los ojos y parecía bastante cansada. A lo
largo de esa semana había estado viéndola ir de un lado para otro sin parar.
—¿Crees que debería marcharme ya?
—No.
—¿No?
Ellie bostezó y se tapó la boca con la mano, al tiempo que cabeceaba un
poco. A pesar de ello, parecía estar tratando de luchar contra el sueño.
—Quédate unos minutos más, por favor. No sé si pedirte esto será del todo
correcto, pero no quiero quedarme sola todavía.
—De acuerdo.
—No tenemos estrellas, pero ¿me contarías una última historia?
—Está bien. Déjame pensar… ah, la tengo. Esta no es una historia
mitológica, aunque creo que también te gustará. Trata de una aristócrata
llamada Berenice, era la reina de Egipto y la mujer de Evergetes, también
conocido como Ptolomeo III.
Adam escuchó la suave risa femenina por lo bajo y sonrió. Sin duda
aquella reacción era mucho mejor que las lágrimas.
—No me digas que ese mujeriego de Zeus también aparece aquí.
—En esta ocasión no. ¿Te gustaría que lo hiciera? Parecías divertirte
mucho deseándole la muerte.
—No me juzgues, es que es un tipo odioso y aparece en todas partes,
como si fuera un ex tóxico.
—Como si tu hubieras tenido muchos tóxicos que aguantar.
—Cállate y sigue con la historia.
—Entonces limítate a escucharme y no me interrumpas.
—No has cambiado nada.
—Tú parece que tampoco.
—Bueno, sigue, prometo no cortarte más.
—¿Por dónde íbamos? Ah sí, estábamos hablando de esta reina. La
cuestión es que cuando su marido, Evergetes toma el trono decide vengar la
muerte de su hermana y sobrino.
—¿Les asesinaron?
—Sí.
—Si eso le sucediera a cualquiera de mis hermanos, les prendería fuego a
todos. Vamos, no quedaba ni uno vivo.
—Prometiste no hablar.
—Vale, perdona.
—Aparte, estás que te caes del sueño, no sé de dónde sacas tantas energías
para interrumpirme todo el rato.
—No te quejes tanto y sigue contando la historia.
—Tremenda mandona estás hecha.
—Adam.
—Vale, vale. Bueno, las guerras no solo despiertan miedo a los seres
allegados, sino también mucha incertidumbre. Por eso, Berenice, angustiosa
de que su marido pudiera caer en batalla y con su salud mermando a cada día
que pasaba, decidió acudir al templo de Afrodita.
—La diosa del amor. Si fuera posible me gustaría poder discutir ciertas
cuestiones de mi vida con ella, porque algo está haciendo realmente mal en lo
que a mí respecta.
—Hasta donde sé, dudo que Afrodita haya puesto un consultorio amoroso.
—Pues debería, tendría que existir algún sitio para poner una reclamación,
porque yo no puedo con este peso que me carcome las entrañas. Como
mínimo debería de hablar con su amigo Cupido para que deje de flecharme
con peces imposibles.
—Técnicamente, Cupido no es su amigo, sino más bien su hijo. Y,
además, si vas a despotricar sobre mí, al menos no lo hagas conmigo al lado.
En ese momento Ellie bostezó y, cerrando los ojos, declaró arrastrando la
voz:
—Es que prometí no hablar mal de ti a tus espaldas de nuevo.
—Ah, vaya. Eso es un alivio. Retomando mi historia, no te lo he dicho,
pero Berenice tenía una hermosa cabellera.
—Qué envidia, no como yo, que parezco una rata, con cuatro pelos mal
puestos.
—No seas dramática.
—Bueno continúa.
—Todos los allegados a Berenice admiraban su precioso pelo, así que esta
reina consideró que como Afrodita era la diosa de la belleza y el amor, podría
estar interesada en ella. Berenice amaba tanto al rey, que decidió sacrificar lo
más valioso que poseía, casi como si se entregara a sí misma, porque no sé si
lo sabes, pero en ese entonces el pelo simbolizaba la feminidad de una mujer.
De esta forma, realizó un juramento ante la diosa en el que le entregaría su
cabellera a cambio de que su marido regresase sano y salvo.
—¿De verdad hizo eso? ¿Por un hombre? —susurró con evidente
dificultad—. ¿Y su sacrificio valió la pena? ¿Fueron felices?
—Por supuesto, su amor era tan grande que Berenice cumplió con su
palabra y se cortó el pelo el mismo día que debía de regresar Evergetes…
Adam no pudo terminar la historia, dándose cuenta de que él mismo había
decidido hacer un sacrificio por la felicidad de la persona que amaba. Su
mayor deseo actual era formar parte de su dicha, pero al reparar en que eso
bien podría ser una quimera, pues le había estado causando más mal que bien
en la última semana, no le quedaba más remedio que dejarla volar sola. Iba a
doler, podía sentirlo, pues su corazón ya se encontraba retorciéndose ante la
perspectiva de ese hecho inminente. ¿Cómo podría superar su ausencia?
Cuestionaba el pulso rítmico de su sien. Tendría que hacerlo, sobreviviría
como había hecho en la anterior ocasión. Nadia podía morir por amor,
aunque sí enloquecer.
De repente, Adam notó que un peso recaía sobre su hombro y se giró para
observar que Ellie había caído dormida. Aquella era la primera vez que
habría estado tan cerca de ella desde hacía dos años, así que se le antojaba
más bien como una broma de mal gusto en el momento en el que se disponía
a dejar a un lado todas sus ilusiones y expectativas.
¿Quién podría darle droga a un drogadicto que estaba en pleno proceso de
desintoxicación voluntaria? Así se sentía en esos instantes en los que la joven
se encontraba en el mundo sueños. Súbitamente, Ellie emitió un ronquido
ligero y Adam sonrió enternecido. De forma que había ciertas costumbres
que no cambiaban.
No podía creer que en el pasado le hubiera recriminado aquellos pequeños
detalles tildándolos de descortesías o groserías. Ahora le parecían
encantadores, por el simple hecho de que Ellie seguía conteniendo aquella
esencia tan natural, sin pretender ser más o menos que nadie.
Tratando de no despertarla, Adam le sujetó la cabeza con extremo
cuidado, mientras poniéndose de rodillas se giraba para encararla. Al perder
la fuente de calor, la muchacha se removió, despertando una oleada de
esencia dulzona que dejó a Adam embobado, y murmuró en sueños:
—Pececito…
—Muy bien, pequeño algodón, ya es hora de llevarte a tu cama.
Con suma meticulosidad, se aproximó hasta apoyarle la cabeza contra su
pecho y le pasó el brazo izquierdo por los hombros, al tiempo que el derecho
realizó una trayectoria similar, pero en esta ocasión por debajo de las rodillas
y, con lentitud, la alzó en brazos.
Tuvo que realizar auténticos malabares para lograr acceder a su habitación
sin despertarla. Se adentró a ella con paso lento, intentando retrasar la
despedida inmediata. Cuando saliera de aquella habitación volvería a dirigirse
a ella mediante el usted y ya no albergaría más esperanzas de un posible
futuro juntos. Por ese motivo, deseaba tomarse el tiempo suficiente para
acordarse de cada detalle y poder revivirlo en la memoria a la perfección
cuando sintiera que no lo aguantaba más.
A cada paso que daba, notaba que su corazón se resquebrajaba un poco
más. No fue hasta que la depositó con suavidad sobre la cama, que ella se
movió en ella, buscándole y su iniciativa flaqueó durante unos segundos.
Diablos, estaba preciosa incluso con el rímel corrido y ese ceño fruncido,
molesta con su repentina ausencia.
—No, no, no.
Parecía estar teniendo una pesadilla. Mientras había cargado con ella, se
había removido un poco entre sus brazos, pero en cuanto la había soltado ese
movimiento se había vuelto más recurrente. Con el paso del tiempo, se había
percatado de que la joven era mucho más profunda de lo que le hubiera
podido parecer en una primera instancia. Sin embargo, no podía evitar
sorprenderse un poco de que alguien que por lo general desprendía tanta
alegría, estuviera teniendo pesadillas. Siempre había imaginado que sus
sueños estarían cargados de color y escenas divertidas. ¿Le habría pasado
algo durante aquellos años?
Preocupado, Adam apoyó una rodilla sobre la cama y se agachó un poco
para acariciarle la cara, tratando de calmarla. De forma involuntaria, Ellie
apretó su mejilla contra su mano, algo más tranquilizada y, cuando estaba a
punto de separarse de ella, un gemido brotó de su garganta, impidiendo su tan
temida marcha.
—No…
—Shhh, está bien, mi amor, estoy aquí. Lo siento si he sido yo el que te ha
puesto en este estado.
Su sonido lastimero, le angustió. No estaba acostumbrado a tener que
consolar a nadie y mucho menos si esa persona en cuestión se encontraba
durmiendo. Ese era el tipo de situaciones en las que él evitaba envolverse. A
pesar de eso, aquella mujer no era ninguna extraña, sino Ellie. Su Ellie. De tal
modo que siguió prodigando caricias por todo su rostro, hasta que tras unos
minutos en los que había derivado sus atenciones hacia el pelo, la respiración
femenina comenzó a ralentizarse, aunque con algún pequeño aspaviento de
por medio.
—Shh… tranquila, te prometo que a partir de ahora yo te cuidaré.
Y así lo haría, se juró a sí mismo en aquel dormitorio en semioscuridad.
No importaba que para cumplir con su promesa tuviera que hacerlo desde la
lejanía, al igual que una estrella solitaria entre miles.
Con el corazón latiendo furioso contra su caja torácica, Adam constató que
la joven se hubiera apaciguado y, aunque sabía que estaba mal, se tomó una
licencia más con ella. Quizás si alguna vez se enteraba de ello le odiaría, pero
que Dios le perdonara, no podía resistirse, así que le depositó un suave beso
sobre la coronilla, embebiéndose de su esencia por última vez y, acercándose
a su oído, le susurró una frase que no sabía si llegaría a los mundos de
Morfeo, pero que pugnaba por salir de su boca.
—Por favor, no lo olvides, siempre voy a amarte.
***
Al día siguiente, Adam se levantó temprano para desayunar y entrenar en
el gimnasio. Necesitaba descargar las tensiones acumuladas de la noche
anterior. Su contacto estrecho con Ellie le había hecho pasar una mala noche,
sin poder pegar ojo y recurriendo a duchas nocturnas de agua fría. Había
pasado dos años en los que no había sentido ningún deseo sexual por ninguna
mujer, lo había intentado, claro, pues era un hombre muy activo, pero al igual
que en las citas a ciegas, el resultado había sido el mismo: espantaba a todas
las posibles candidatas.
No era como si no pudiera reconocer cuando una mujer era atractiva, lo
hacía. Solo que sus gustos habían cambiado o, quizás nunca lo habían hecho,
y en realidad se había negado a ver lo evidente, que le atraían las mujeres
entradas en carne. No lo sabía con exactitud, la única verdad para él era que a
raíz de probar a Ellie y de su posterior partida, ninguna mujer le había
parecido tan excitante como ella. Además, con su regreso, había avivado la
voz insidiosa del deseo que le indicaba que debía recuperarla a toda costa.
Eso le dejaba ante un auténtico problema y, más aún teniendo en cuenta que
desde la noche anterior su intención era alejarse de su persona todo lo
posible.
Resultó una auténtica suerte que no se la encontrase en el desayuno,
aunque era probable que con la resaca con la que iba a despertar, se terminase
levantando mucho más tarde.
Una vez en el gimnasio, comenzó calentando y después del entrenamiento
con uno de los profesores de boxeo, se quedó un poco más golpeando el saco
al tiempo que el gimnasio iba acogiendo a los huéspedes más rezagados.
«Estoy jodido»
Nada podía borrar su olor característico o sus labios carnosos de su
memoria, parecían haberse grabado a fuego en su interior. Repartió varios
golpes directos al saco, tratando de olvidar y en uno de ellos, se le nubló la
vista y no acertó, por lo que perdió el equilibrio, aunque, gracias a buenos
reflejos no terminó de caerse al suelo y logró estabilizarse.
—¡Joder!
Varias cabezas se giraron hacia él con curiosidad, pero ni si quiera reparó
en ellos. Se quitó los guantes, frustrado, justo en el momento en el que le
sonaba el teléfono.
«Señorita Martin»
Adam descolgó y la voz angustiada de su secretaria se filtró por el
auricular.
—Señor Henderson, ¿dónde está?
—En el gimnasio, ¿por qué? ¿Ha pasado algo?
—Es que ¿lo ha olvidado?
—¿Olvidar el qué?
—Es viernes, tenía usted la cita concertada con el señor Awad.
—¡¿Qué?! ¿A qué hora era?
—De acuerdo con el señor Weiss, se supone que sería en unos veinte
minutos, en la dirección que le envié.
Ante aquella información se quedó patidifuso, por lo que, sintiendo que un
dolor de cabeza le asaltaba, la espetó:
—¡¿Cómo no se le ocurre avisarme de una cosa así?!
—Pero señor Henderson, si le llamé esta mañana y le envié un mensaje.
Adam maldijo en voz alta, había estado tan concentrado en su propia vida
personal que había dejado de lado por completo actuar como el profesional
que se esperaba que fuera.
Al parecer se le empezaba a contagiar la mala suerte de Ellie y estaba a
punto de llegar tarde a la reunión.
—Lo siento mucho, señor Henderson. Debí de insistirle más.
Al escucharla excusarse por su propio error, Adam se sintió culpable y se
reprochó su propia actitud. Desde el despido de Ellie, se había prometido no
ser un auténtico cretino con ellas, si bien le había costado muchas secretarias
de por medio para convertirse en aquel hombre más o menos decente.
—Está bien, no pasa nada. Yo también tengo parte de responsabilidad en
esto.
—¿Señor Henderson?
—Tengo que ducharme y cambiarme, señorita Martin, así que, por favor,
dígale al señor Awad que llegaré un poco tarde.
—Está bien, ya le he dejado preparado el traje en su habitación. Cuando
termine, le espero en el vestíbulo.
—Gracias.
***
La reunión se llevaría a cabo en uno de los restaurantes de lujo del
Venetian. Por supuesto, Adam estaba más que acostumbrado a las reuniones
de negocios. A pesar de todo, había perdido el hábito de ser él quien fuera
detrás de un objetivo específico, ya que nada más sustituir a su padre, se
había acomodado con demasiada rapidez a que dicha tarea recayese en otros.
Por lo general, eran las empresas de todo tipo las que querían cerrar tratos
con él y no al revés. Los empresarios se desvivían para obtener una cita con
el dueño, para que en ocasiones se terminasen presentando sus
representantes. Por eso, no estaba familiarizado con el ruego, incluso si se
encontraba ante una situación tan desesperada como la de perder su puesto en
la empresa.
En su familia, existían tres reglas grabadas a fuego en la sangre de
cualquier miembro y que serían transmitidas de generación en generación:
1º La imagen que se dé lo es todo y esto debe aplicarse a ambas partes de
los participantes de dicho acuerdo.
2º Uno no se debe engañar por las apariencias, hasta el empresario más
amable puede darte una puñalada trapera.
3º Siempre constatar y revisar de forma personal todas las cláusulas que se
vayan a firmar.
Acababa de romper la primera y eso no le dejaba en muy buen lugar. No
había tenido el placer de reunirse con Awad, pero hasta donde sabía el
hombre había estado rechazando durante años llevar a cabo negocios con su
empresa. No era que a Adam le hubiera conferido a aquello una importancia
en demasía, al fin y al cabo, sus emociones hacia Awad no transcendieron
más allá de un ligero resquemor ante su incomprensión, pero tenía su
autoestima lo suficiente alta como para saber que el que más saldría
perdiendo sería el jeque, ya que, si bien estos últimos años habían tenido
ciertos problemillas, su negocio seguía encontrándose entre los mejores desde
un punto de vista histórico.
Sin embargo, con su cuello pendiendo de un hilo o más en concreto de la
decisión que tomase aquel hombre extravagante, aquello le dejaba en una
posición cuanto menos delicada. Por primera vez desde que tomase el lugar
de su padre en la empresa, Adam se sintió nervioso de encontrarse ante
alguien que decantaría la balanza de su futuro.
La señorita Martin se hallaba tras él, de modo que Adam tuvo que tragarse
sus propias emociones y tratar de comportarse como un jefe a la altura de un
imperio multimillonario, a pesar de que hubiera empezado con mal pie.
—¿Cuánto tiempo nos hemos retrasado?
—Solo han sido diez minutos, señor Henderson.
—El problema no son los minutos, señorita Martin.
No le cabía duda de que Ellie le hubiera preguntado cuál era dicho
problema, pero la señorita Martin se retrajo y se limitó a disculparse una vez
más. Adam negó con la cabeza, disgustado consigo mismo y, sin añadir nada
más, se dejó guiar por el metre hacia la mesa que había reservado el señor
Awad. Por supuesto, cuando llegaron, esta ya se encontraba ocupada.
Al principio no mostró su cara, pues estaba tapándosela con un periódico,
aunque tampoco le hacía falta hacerlo. En alguna ocasión le había visto en la
lejanía, charlando con otros empresarios.
—Su invitado acaba de llegar.
El señor Awad no retiró la vista de su lectura matutina, sino que se limitó
a ignorarle. Un hecho que Adam consideró despreciable, teniendo en cuenta
de que ambos eran hombres de negocios. Le habían dicho que era un tipo tan
peculiar, que la gente que le conocía lo tildaba como estrafalario.
Adam lo saludó, empleando la tonalidad formal y fría que reservaba para
los negocios.
—Buenas tardes, señor Awad. Me temo que me ha sucedido un imprevisto
de última hora, por lo que me he tenido que retrasar unos minutos. Espero
que le transmitieran el mensaje de mi secretaria.
Adam tomó asiento mientras que Lucy hacía lo propio en la mesa
contigua, en la que al parecer se encontraba el otro secretario.
Tras unos segundos de silencio, el hombre bajó por primera vez el
periódico y Adam constató que tenía el mismo aspecto con el que le había
visto otras veces. No obstante, en esta ocasión se había recortado la barba y,
lejos de vestir la túnica característica con la que asistía a las veladas, iba
trajeado.
—Usted debe ser el famoso Henderson.
—En efecto.
—¿Tiene por costumbre lanzar a su secretaria a los leones para que le
saque las castañas del fuego y así evitar disculparse usted mismo?
Aquella pregunta tan directa le sorprendió sobremanera. Lo habitual en
cualquier CEO de su categoría era no esperar que se disculpase de forma
personal, sino recibir un mensaje de su mano derecha. Adam estaba bastante
seguro de que aquel hombre también lo haría con los demás y que lo que en
realidad quería hacer era transmitir su evidente e inexplicable animadversión
hacia su persona. A pesar de saber eso, no le quedaba más remedio que
claudicar, ya que toda su familia dependía de aquella reunión.
—Lamento si le ha molestado mi forma de proceder, esa es la manera en
la que se suele disculpar entre nuestros pares.
—Ah, claro, como unos maleducados sin hombría.
—¿Disculpe?
—La verdad es que solo estoy perdiendo mi valioso tiempo con usted
porque su colega, el señor Weiss les consiguió esas entradas de última hora a
mis hijas.
—Bueno, le agradezco que aceptara la cita, pero si le soy honesto, no creo
que hacer negocios con mi empresa sea una pérdida de tiempo. Cualquier
empresario estaría encantado de poder verse envuelto con nosotros.
—Usted solo es un niñato pretencioso, que ni si quiera sabe disculparse
con propiedad.
—Ciertamente lo acabo de hacer, señor Awad y, créame cuando le digo,
que no suelo recurrir a ello con asiduidad.
—Justo por este motivo llevo rechazando las propuestas que me envían
sus trabajadores durante tantos años.
—¿Cómo dice? No veo cuál es el aspecto de la empresa que puede
disgustarle tanto como para que haya reaccionado de tal modo, pero creo que
debería decírmelo para valorarlo con la debida atención.
—No es la empresa.
—¿Entonces?
—Son los valores, chico.
—¿A qué se refiere?
—Henderson Enterprise ya no es lo mismo desde que un niño ha tomado
las riendas.
—Si se refiere a mí, creo que desconoce parte de la información sobre mi
propia formación.
—Conozco a la perfección la formación de todos los CEOS de las
empresas que desean asociarse conmigo.
—Si lo sabe, ¿por qué demuestra tantos reparos? Estoy formado en las
mejores universidades y cuento con una amplia experiencia en el sector
hotelero.
—Mire, se lo dejaré claro. Seré árabe y ya sabe cómo valoramos el tema
de la familia, pero hay algo que odio por encima de todo.
—¿Qué?
—Los niños de papá y, más en concreto, los consentidos que se creen jefes
solo porque su padre les ha cedido su puesto.
Adam se sintió insultado. No podía creerse que estuviera ultrajándole de
aquella forma. Esa conversación no tenía nada que ver con los negocios.
—¿Me está llamando consentido?
—¿Acaso puede negarlo?
—¡Por supuesto que sí! Nadie me ha regalado nada, si tengo este cargo es
porque me he esforzado por llegar a donde estoy hoy.
—¿Ah sí? Entonces ¿ha construido usted mismo la empresa?
—No, pero…
—¿De verdad cree que me ha demostrado tomarse con seriedad esta
reunión, llegando primero tarde y después dejando que se disculpe su
secretaria?
—Ya le he dicho que…
—No me valen sus excusas, señor Henderson, podré tener fama de
excéntrico, pero me tomo muy en serio los sitios donde decido invertir mi
dinero y en lo que más me fijo es en la gente que los dirige. Prefiero destinar
dinero a una empresa pequeña que nadie conozca, pero que su dueño tenga
los valores que estimo pertinentes, a una empresa con una gran reputación
social, cuyos responsables no tengan la mínima educación básica.
—Le aseguro que si de algo me precio es de mi gran educación.
—Pues no lo ha demostrado, además, no crea que no sé qué en vez de
reunirse personalmente con las empresas pequeñas, envía a sus
representantes.
—Eso solo es una cuestión de logística y organizativa. No puedo reunirme
con todos los empresarios, tengo una agenda muy apretada.
—Entonces, ¿por qué si quiera ha venido hoy?
—Porque usted no es como ellos.
El semblante del señor Awad cambió, reflejando auténtica satisfacción,
dejándole claro que había metido la pata. No sabía cómo terminaría la
situación, pero tendría que esforzarse por darle la vuelta de la forma que
fuera.
—Ah, ¿ve?
—¿Qué?
—Este es otro de los valores que mencionaba.
—¿Cómo? La verdad es que creo que está instaurándose entre ambos un
malentendido, señor Awad.
—Yo no lo creo así. Todo lo contrario, por fin he podido constatar una
sospecha.
—¿Y de cuál se trata?
—Que uno siempre debe fiarse de su intuición, así que, si me disculpa,
doy por finalizada nuestra reunión.
Adam no podía creer que tuviera la poca decencia de estar levantándose de
la mesa, después de despacharle como si fuera el juez de un tribunal supremo.
—¿Cómo? Pero si acaba de empezar.
—Solo necesito quince minutos de charla para conocer a una persona,
señor Henderson, y con usted me han bastado diez. Esos diez que ha
estimado conveniente dejarme plantado, de forma que solo me queda desearle
buenas tardes, y recomendarle que vaya usted a tomar el aire, pues ya no
tengo nada más que hablar con usted —concluyó con tonalidad severa, sin
importarle lo más mínimo la indignación evidente de Adam, sino que se
dirigió a su secretario—. ¿Haik?
El susodicho se levantó con rapidez y se acercó hasta donde se
encontraban.
—¿Sí?
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Desde luego, señor Awad.
Y de esta forma, Adam fue rechazado por segunda vez en su vida. La
única diferencia era que en esta ocasión se trataba de un hombre y, más en
concreto, del que tenía en su poder su negocio familiar.
«Estoy muy jodido»
CAPÍTULO 15
«Debo reconocer que, aunque traté de olvidarte, sigues apareciendo en mis
sueños»
E.H
El psiquiatra y psicólogo suizo Carl Jung consideraba que los sueños
suponen la puerta por la que los seres humanos acceden a una representación
simbólica y recóndita de las experiencias que tienen a lo largo de su vida.
Para este autor, todo sueño sería un significado semejante a una especie de
puente que conecta con los requerimientos de la psique, pudiendo llegar a
reconocer cualquier tipo de alteración y concienciar al individuo sobre la
misma. En la psicología junguiana se tiene la creencia de que indagar en los
sueños posibilita el tanteo de problemáticas ante las que la persona no haya
podido reparar.
Por supuesto, tras despertarse con una resaca relevante, Ellie no podía
cuestionarse ninguno de los sueños que hubiera tenido. Sabía que había
pasado mala noche, porque, además, desde que tuviera aquel accidente en el
ascensor, todas sus noches estaban repletas de pesadillas que revivían una
parte de su infancia que tanto se había esforzado por enterrar. No obstante, si
trataba de profundizar en qué era lo que había sucedido más allá de tomarse
los cócteles como si fuera la misma agua del grifo, solo se le venía a la mente
una conversación con Henderson. No podría especificar con exactitud qué era
de lo que habían hablado, pero quizás fuera por la influencia del alcohol que
se había sentido cómoda a su lado, lo cual suponía un peligro para su decisión
de alejarse de él. ¿Quién podría conseguirlo si resultaba tan natural como el
respirar el hecho de permanecer tan cerca? Y más aun teniendo en cuenta que
había ido ebria.
La cruda realidad era que no estaba segura de si deseaba o no recordar lo
que se habrían dicho, pues temía que, de hacerlo, acabara más perjudicada
que por los efectos colaterales del propio depresor. No, antes preferiría seguir
teniendo ese dolor de cabeza incesante, sentía como si un pájaro carpintero se
hubiera situado sobre su frente y la estuviera martilleándola con el pico sin
piedad.
Abrió los ojos a duras penas y, esforzándose por no dejarse vencer contra
la sensación de cansancio general y el propio dolor punzante, le echó un
vistazo al reloj de su mesilla.
Las tres de la tarde.
«¡¿Las tres?! ¿De qué? Vale que me excediera anoche un poco, pero esto
es pasarse, ay, ay… tengo que tomarme algo con urgencia»
Ellie se puso de pie de golpe, acción que solo sirvió para incrementar los
pinchazos.
—Yo me cago en…. Ya ni maldecir puede una sin que le pase nada… ay,
Dios, voy a llegar tarde…
De repente, cayó en la cuenta de que era viernes y que tampoco pasaba
nada por retrasar sus quehaceres. Al fin y al cabo, ese día no tenía ninguna
reunión, ni había concertado ninguna cita, su única obligación sería tratar
sobre algunos aspectos con el community manager de las Vegas.
«VIERNES. REUNIÓN. HENDERSON».
Sin importarle lo más mínimo su propio aspecto desastroso, recogió su
teléfono con rapidez y regresó a la cama, ansiosa por saber cómo habrían
salido las cosas. Era probable que hubieran terminado ya y Ellie necesitaba
estar informada del resultado.
Contempló los mensajes de WhatsApp. Tenía bastantes de sus compañeros
de marketing, pero ninguna de Adam. Aquello le extrañó, ¿todavía seguiría
reunido?
Como sabía que Lucy siempre llevaba encima su móvil de empresa,
decidió escribirle a ella para saber qué habría sucedido al final.
Mensaje enviado:
¿Qué tal ha ido? ¿aceptó? ¿Lo ha manejado bien?

Sin embargo, la mujer no contestó de inmediato, y aquel silencio solo


sirvió para ponerla más nerviosa si cabía.
—Vamos, vamos... Responde, venga.
De repente, le llegó una notificación inesperada. El nombre de Ethan se
reflejaba en la pantalla y Ellie dudó un poco antes de abrirlo. A pesar de que
había estado deseando recibir alguna palabra de él durante toda la semana,
temía las consecuencias que derivarían de iniciarse aquella conversación. No
obstante, como nunca se había preciado de ser una cobarde, desplegó su chat
y leyó el contenido.
Mensaje entrante de Ethan:
Ellie creo que deberíamos hablar.

—Oh, desde luego que deberíamos hacerlo, incluso si nos acabamos


tirando de los pelos como podrían hacerlo dos mujeres discutiendo por una
braga en rebajas, tendríamos que hablar de tu comportamiento desagradable.
Tras despotricar un buen rato contra él, sin importarle ni un ápice la
posibilidad de que pudiera estar escuchándola en el caso de encontrarse al
otro lado de la habitación, decidió contestarle como lo haría una persona que
al menos aparentaba no estar tan chalada como ella.
Mensaje enviado:
De acuerdo.

En ese mismo instante, la secretaria de Adam respondió y Ellie dio un


brinco en la cama con los nervios a flor de piel. Abrió su chat y sintió como
si le hubieran propinado una patada en el estómago.
Mensaje entrante de la señorita Martin:
Me temo que no me compete a mí revelarle esa información, señorita Hawk. Si desea puede tratar
este asunto con el señor Henderson.

—¿Cómo qué no? ¿Acaso no sabes que no soy precisamente la mejor


amiga de tu jefe?
Al principio no pudo entender el misticismo de la secretaria, más tras
pensarlo unos instantes, Ellie recayó en que resultaba más que probable que
si estaba reaccionando así era porque trataba de proteger a Henderson. ¿La
reunión habría ido mal? Esperaba que no, porque si así había sido tendría que
informar a la junta y estaría fuera de su puesto en el acto.
En el caso de que eso ocurriera debería ver cómo se las ingeniaba para
retrasar su reporte todo lo posible.
Mensaje enviado:
¿Podrías darme alguna pista?

De repente recibió una notificación de Ethan, por lo que se fue a su chat


mientras esperaba la respuesta de Lucy.
Mensaje entrante de Ethan:
¿Quedamos en el restaurante en una hora? Sé que no has comido todavía y yo tampoco.

Mensaje enviado:
Claro.

No obstante, en cuanto apareció el aviso de que la secretaria de Henderson


le acababa de contestar, su corazón se desbocó y lo abrió.
Mensaje entrante de la señorita Martin:
Solo puedo decirle que debería contactar con el señor Henderson y, de forma personal, le pediría que
tuviera paciencia con su estado de ánimo.

Ahí estaba la respuesta. Ellie no pudo evitar sorprenderse ante la


inteligencia que demostraba tener su secretaria. Lucy estaba demostrando
saber a la perfección que, si le revelaba la información de una forma tan
directa, ella tendría que dar parte al resto de los accionistas. Por ese motivo,
había decidido dejarlo caer de manera indirecta por medio del humor de su
jefe, evitando que Ellie tuviera que comunicarlo de inmediato, aun así, el
resultado seguía siendo el mismo:
La reunión había ido mal.
Al darse cuenta de esto, el rostro de Adam apareció en su mente y la
angustia la invadió. Le preocupaba que no supiera gestionar aquel revés, pues
estaba acostumbrado a que todo saliera a la perfección. Todavía desconocía
los detalles de lo que habría sucedido, pero tendría que hablar con él cuanto
antes. No podía quedarse solo en un momento como ese.
Ellie se vistió con rapidez, embutiéndose en unos pantalones vaqueros y,
tras ponerse una camiseta básica negra a juego con una americana blanca, se
hizo una coleta alta y abandonó la habitación si tan si quiera echarse un
vistazo al espejo. Ahora tenía una nueva prioridad en mente: encontrar a
Adam.
***
El puente Mike O’Callaghan–Pat Tillman Memorial Bridge, también
conocido como el puente de la presa Hoover, se encuentra situado sobre el río
Colorado, a las afueras de las Vegas. El objetivo principal tras su
construcción era eliminar un tramo que impedía la correcta circulación por la
carretera US 93, que cruzaba el río sobre la propia presa, y que mostraba
curvas muy pronunciadas.
Ellie había recibido el mensaje de Lucy sobre el extraño sitio al que había
ido a reflexionar Adam. La joven había buscado información de dicho lugar y
no podía comprender qué diablos se le habría perdido en aquellos andurriales.
¿Quién iría a desahogar sus penas en ni más ni menos que a un puente de
una presa? Si no le conociera bien, habría pensado que habría ido a hacer
puénting. Debido a la preocupación que sentía y a la imagen de Adam
saltando de un puente ante la probabilidad de haber perdido su empresa que
consiguió subirse a un maldito taxi.
Durante todo el trayecto, los efectos de la resaca unidos a su propio trauma
dieron como resultado que el taxista le estuviera preguntando durante todo el
viaje si necesitaba ir a un hospital. Ellie trató de tranquilizarle al tiempo que
luchaba por recuperar su propia estabilidad emocional y, a pesar de las
reservas que evidenciaba aquel hombre de mediana edad, terminaron
llegando a su destino.
En cuanto vislumbró la moto de Adam estacionada a un lado, Ellie creyó
ver la luz e intentó ubicarle.
—Por favor, pare aquí.
—¿Está segura señorita? ¿De verdad se encuentra usted bien?
—Sí, sí. No se preocupe.
—¿No necesita que me quede a esperarla?
Ellie podía comprender los reparos del hombre, pues al fin y al cabo aquel
lugar estaba perdido en la nada y solo se podía salir de allí en un vehículo.
Sin embargo, si tenía que regresar en coche, prefería arrojarse con Henderson
por la mismísima presa.
—No se preocupe, he quedado con alguien.
El taxista la estudió sin terminárselo de creer, pero como no era su asunto,
decidió claudicar.
—Está bien, son ochenta dólares.
De repente, Ellie reparó en la figura pelirroja dirigiendo su atención a
algún punto del agua que había debajo del puente y le invadió tal alivio que
soltó el dinero que le indicaba el taxista sin realizar ni una sola mueca de
fastidio.
—Buena suerte.
—Gracias.
Nada más salir, le llegó una bocanada de aire seco y caliente, que no le
afectó lo más mínimo, por el simple hecho de haber puesto los pies sobre
tierra firme. Odiaba los coches con toda su alma, no entendía cómo la gente
podía recurrir a un transporte tan peligroso para trasladarse de forma habitual
y aún así ahí estaba ella, dejándose llevar por un sentimiento absurdo de
lealtad hacia Henderson, incluso si eso le suponía su propia ruina emocional.
Una vez comprobó que volvía a oxigenar correctamente, se dirigió hacia
donde estaba Adam. Tan solo fueron unos metros de distancia, pero a Ellie se
le antojaron como miles. Con toda probabilidad le preguntaría qué narices
hacía ahí o si se había convertido en alguna clase de acosadora, y lo cierto era
que ni la propia Ellie sabía la respuesta a esa cuestión. Solo se había dejado
guiar por la inquietud que había experimentado nada más enterarse de que su
reunión había terminado mal.
No obstante, el pelirrojo no pareció reparar en su presencia y siguió
contemplando el vacío. Ellie dio los últimos pasos que le faltaban para llegar
a su lado, mientras pensaba a toda velocidad en lo que podría decirle.
—No me diga que está pensando en saltar.
«Muy aguda, Ellie. Si no lo estaba haciendo, quizás ahora con tu
comentario fuera de lugar hayas metido esa idea en su cabeza. Por favor, que
alguien te dé ya el premio nobel de la paz».
Ellie deseó abofetearse a sí misma por ser tan bocazas, porque ¿qué
pasaba si Henderson estaba contemplando aquella opción? Al fin y al cabo,
no había conocido otra vida que no fuera la riqueza y, si su intuición era
correcta, la pobreza podría pasarse a saludar dentro de poco.
Adam se giró hacia ella, sin pretender ocultarle su evidente sorpresa. La
contempló de arriba-abajo como si fuera un espejismo, aunque tras unos
segundos volvió a recomponerse y adoptó un semblante inescrutable.
—Señorita Hawk. ¿Qué hace aquí?
Al escuchar aquella forma tan antigua de llamarle, Ellie sintió un pinchazo
agudo en el pecho. Dolía. Le había insistido tantas veces que se dirigiera a
ella de usted que sin darse apenas cuenta se había malacostumbrado a que la
tutease. De cualquier forma, no podía reprocharle nada, pues él se estaba
limitando a actuar como le había estado pidiendo todo este tiempo.
—Eso mismo me estaba preguntando yo. ¿Qué narices hace usted aquí?
Tenía que ser más suave con él, estaba segura de que Awad le habría
rechazado y había venido a ese paraje inhóspito y polvoriento por alguna
razón que no lograba explicarse, pero que debía averiguar a toda costa.
—Necesitaba un poco de tranquilidad.
—¿En una carretera? ¿Ha escuchado hablar de la niña de la curva? ¿Eh?
Podría haberse ido a una biblioteca si lo que pretendería era hallar algo de
silencio.
Adam curvó un poco los labios, divertido. Al parecer esa parte extraña de
ella había permanecido inalterable.
—¿La niña de la curva? No, pero creo que conozco a una.
—Mira, no diga nada más, no sé si quiero indagar sobre a quién se refiere.
—¿Estaba preocupada?
—Yo…
Dudó durante unos instantes, pese a que no quería servirle de alimento
para darle un buen espectáculo, hasta hace unos segundos había estado
contemplando la posibilidad de que quisiera matarse, así que debía de
sincerarse. Él la contemplaba expectante por su respuesta.
—¿Sí?
—¡Vale! Sí, sí. Me tenía preocupada. Cuando su secretaria me dijo que
estaba solo ni más ni menos que en el puente de una maldita presa, ¿qué es lo
que cree que pensé? ¿eh?
—¿Qué vine de excursión?
—¡No sea absurdo! Lo primero que se me pasó por la cabeza fue que
pretendía tirarse, encima, para colmo, me bajo de ese dichoso taxi y le
encuentro aquí, mirando hacia abajo. Tenga por seguro que, si su intención es
la de practicar puénting sin cuerda, la mía será la de internarle en algún
hospital, porque créame, la empresa no vale tanto como para poner fin a su
vida.
—¿De verdad me cree capaz de suicidarme?
—Hay que estar siempre atenta a la gente que te rodea, el suicidio es un
fenómeno solitario, nunca sabes cuándo va a tocarle a alguien cercano.
—No puedo creer que estemos hablando de esto.
—Yo no puedo imaginarme qué diablos le ha traído hasta aquí.
—Solía venir con mi padre, señorita Hawk.
Ellie se sintió absurda por haber pensado que quisiera cometer un acto tan
atroz hacia su persona y más sabiendo que Adam Henderson era alguien que
valoraba su pellejo por encima de todas las cosas.
—Ah.
Adam la estudió con evidente interés. La había escuchado pronunciar toda
esa retahíla sobre la importancia de la prevención del suicidio y se sintió
conmovido por su preocupación. No obstante, hubo algo que le llamó la
atención.
—¿Acaba de decir que ha venido hasta aquí en taxi?
—Eh…. Sí.
—¿Por mí?
La joven se puso en tensión, parecía como si estuviera agradecido y
aquello sin duda resultaba peligroso para sus ilusiones, tenía que meter
alguna excusa o el castillo de esperanzas que se iba montando contaría con un
ala nueva.
—Bueno, sí. Usted sigue siendo el CEO de la empresa.
El semblante del pelirrojo cambió, adoptando un gesto de seriedad.
—No por mucho tiempo.
Ellie se temió lo peor, por lo que de forma inconsciente se acercó un poco
más a él.
—¿Qué es lo que ha pasado?
—¿Acaso no está aquí porque se lo ha contado la señorita Martin?
—Estoy aquí porque tiene una secretaria tan leal que me ha dicho que
venga a preguntárselo a la fuente yo misma.
—Tendré que subirle el salario.
—Ah, mire por donde, si tiene principios nuevos para estrenar.
—Siempre me precié por ello.
—Recuerde que conmigo quedó a deber.
Adam compuso una mueca, en el fondo, ella tenía razón, pero no pensaba
exponerse de esa manera.
—Se le pagó lo que le correspondía.
—Menudo tacaño, no suelta un dólar ni así le apunten con una pistola.
—Hace cinco minutos estaba mencionando la importancia de prevenir un
suicidio.
—Sí, un suicidio, que no un asesinato a un esclavista. De cualquier modo,
por favor, no nos despistemos. ¿Va a decirme que es lo que ocurrió?
—No hay mucho que contar, la verdad. Solo acabo de perder mi puesto.
—¿Cómo dice? ¡Eso no puede ser posible!
—Lo es.
—Pero… ¿qué le ha dicho?
Adam rio con amargura por lo bajo, todavía no lo podía creer. Cada vez
que la conversación resonaba en su cabeza, le parecía aún más surrealista.
—Que no le gusto.
—¿Por qué? Si usted es tan clasista como cualquier empresario que se
precie.
—No ayuda, señorita Hawk.
—Perdone, entonces, ¿le ha dado algún motivo específico?
—Sí.
—¿Y bien?
—Al parecer no solo soy un niño de papá, sino que, además, soy un
bastardo misógino que odia todo el estamento familiar.
—¿Cómo?
—Resumiendo, no le gustan mis valores, y para el caso, a mí los suyos
tampoco. Para serle sincero, no hemos terminado muy bien, así que no creo
que haya una forma posible de recuperar cualquier tentativa de posible
alianza.
—Pero, no lo entiendo. ¿Cómo es posible que le haya llamado todo eso?
¿Qué es lo que le ha hecho para que piense de esa manera?
—¿Yo? ¡Nada! Solo llegué diez minutos tarde.
—¿Usted? ¿Tarde?
Parecía anonadada con aquella información, pero Adam no pretendía
revelarle el motivo por el que se había retrasado, ya que había sido debido a
su necesidad de estar con ella. Una cosa era decirle que la quería mientras se
encontraba lo suficiente borracha como para no recordarlo y otra muy distinta
decírselo en un estado de sobriedad y después de haber decidido dejarla
marchar.
—Sí y encima le ha molestado que me disculpase a través de mi secretaria.
—Si eso siempre se hace así, ¿no?
—¡Eso mismo le dije yo!
—Sí, sí, es que las secretarias nos comemos todos los marrones.
—¡Oiga!
—Bueno, y ¿qué más le dijo?
—Seguía insistiendo en que es de poca hombría pedir perdón por medio
de un tercero.
—Hombre, razón no le falta, cuando una persona se disculpa, ya sea
empresario o rey, debería hacerlo por sí mismo.
—¿Acaso tiene la intención de ponerse de su parte?
—Por supuesto que no. Todavía deseo que esto salga bien. Dígame, ¿hay
algo más que deba saber?
—¿Aparte de que me haya ridiculizado delante de mí secretaria?
—Siento que haya tenido que pasar por eso, señor Henderson.
—Ya…
Ambos se quedaron en silencio. Ellie le observó con atención al tiempo
que se levantaba un poco de viento ardiente. Nunca le había visto tan
decaído, se sorprendió al darse cuenta de que deseaba dibujarle otra vez el
entrecejo fruncido que tanto le caracterizaba. Con eso sabría lidiar, mientras
que por el contrario si estaba tan triste, suponía que tendría que aproximarse a
él de manera emocional. Por supuesto, también contemplaba aquella opción,
al menos en lo que a ese día se refería. No veía otra forma de hacerlo, tendría
que pasar a la acción.
Ahora lo importante era animarle. Además, él siempre lo había hecho en el
pasado, dándole ese empujón que necesitaba para recuperarse, no había
manera de que lo dejase tirado.
—¿Sabe qué, señor Henderson?
—¿Qué?
—Este va a ser nuestro día.
—¿Cómo dice?
—Dígale a Lucy que anule todo lo que tenga que hacer.
—¿Eh?
—Sí, hoy le eximo de cualquier responsabilidad laboral.
—Habla como si fuera mi jefa, señorita Hawk.
—No, hablo desde mi rol de supervisora.
—Está bien, y dígame ¿qué se le ha ocurrido?
—Es una sorpresa.
—No sé si me gustan las sorpresas viniendo de usted, es probable que
termine comprometiendo mi imagen pública.
—Bueno, si no se fía de mí, mejor lo dejamos.
Adam reaccionó de inmediato sujetándola por el brazo, lo cual sorprendió
a Ellie.
—No, no. Solo estaba bromeando. Haremos como ha dicho.
La joven sonrió y Adam se dio cuenta de que había hecho lo correcto.
Diablos, ¿eso de estar enamorado siempre implicaba terminar viviendo para
hacer feliz a la otra persona?
—Así me gusta, lo único…
—¿Sí?
—Es que tengo una pregunta.
—Dispare.
—¿Cómo narices ha conseguido hacerse con una moto? Hemos venido en
avión y creía que solo tendría su arsenal de motocicletas en Italia.
Adam no quería revelarle la verdad. A raíz de que ella se marchase había
hecho replicar en todos los hoteles un aparcamiento especial, que habría sido
abastecido con un sinfín de motos y coches de casi todos los modelos del
mercado...
—No, señorita Hawk, siempre las he tenido.
—¿En todos los hoteles? ¿En serio?
—En serio.
—¡Oh, Dios! Creo que esto es mucho mejor que un buffet libre.
—¿Le gusta?
En realidad, no le hacía falta preguntarle sobre ello, pero teniendo en
cuenta que lo había mandado instalar por ella, le gustaba constatar que había
sido una decisión acertada.
—¡Me encanta, señor Henderson!
—Entonces, ¿por qué te noto indecisa?
—Bueno… yo…
—Dilo, ya hay pocas cosas que puedan sorprenderme.
—Es que le mentí.
—¿En qué?
—No ahora, claro.
—Dime.
—Bueno… es que sí sé conducir una moto.
—¿Ah sí? ¿Solo era eso?
—¿No está enfadado?
—No.
—¿Por qué?
—Porque me sé su currículum de memoria. Por supuesto que sé que tiene
el carné, le diría de conducirla, pero solo posee el de cilindrada baja, así que
tendrá que ir de paquete. Lo siento.
—¡Ah! ¡¿No me deja?!
—No, para mí, las reglas son sagradas.
—¿Ni probarla? Vamos, no sea amargado, una vueltecita. Como dice mi
hermana Ada, démonos una putivuelta juntos.
Adam se sintió muy tentado a acceder, porque el puchero que le estaba
componiendo para conseguirlo le estaba volviendo loco, deseaba besárselo y
probarla para saber si seguía sabiendo igual de dulce, pero ni muerto
sucumbiría a ese chantaje emocional.
—Sáqueselo y volveremos a tener esta misma conversación después.
—¿Lo dice de verdad? —preguntó asombrada—. Si me lo saco, ¿me
dejará probar a llevar una?
—Sí, pero de momento, tendrá que conformarse conmigo siendo el
conductor.
—Vale, pero, por favor, trate de dar un meneíto bueno, ¡que sienta toda la
adrenalina!
«Madre mía, meneíto bueno…. yo te haré disparar todos los niveles de
adrenalina, cariño. Hasta aquí mismo si es necesario». Clamó Deseo
emocionado.
«Pareces un viejo verde, hay coches pasando» Adujo Razón.
Adam tragó saliva ante la frase descarada que acababa de soltarle. ¿Acaso
esa mujer no tenía idea de lo mucho que le excitaba su sola presencia? Podría
evitar echar más leña al fuego y dejarle marchar con dignidad.
—Señorita Hawk, por favor, si no desea que le una a mi persona una
relación de índole sexual, le pediría que se contuviera en lo que a su
efusividad respecta.
«¿Qué se contenga? ¡Yo lo mato!» Reprochó Deseo.
De repente, Ellie cayó en la cuenta de lo que le acababa de decir y se puso
colorada. No había esperado que Adam malinterpretase sus palabras.
—¿Có-cómo?
—Supongo que ahora he sido yo el que la dejé sin palabras.
—¿Se divierte a mi costa?
—Mentiría si dijera que no.
—¡Oh! Así que es cierto.
—También lo es lo que le comenté en su día. Ya sabe que la deseo, pero
anoche le prometí no acercarme a usted más de lo preciso.
—¿Me prometió eso?
—¿No se acuerda?
—No tengo muchos recuerdos de la noche anterior. ¿Se la lie mucho?
—Sí, dio un buen espectáculo.
—¿En serio?
—No se preocupe, no ha sido nada a lo que no me tenga ya acostumbrado.
Bueno, si no le había sorprendido, no había podido ser tan malo como
podía parecer. El optimismo de Ellie volvió a renacer.
—¿Acaba de suspirar?
—Sí.
Adam no había cambiado su expresión seria, pero Ellie pudo detectar la
diversión brillando en las profundidades de sus ojos azules.
—Así que se siente aliviada de haber dado un buen espectáculo.
—No, digo sí.
—¿En qué quedamos? ¿La próxima vez desea unas maracas como
acompañamiento?
—¡Se está burlando de mí!
—Por supuesto que sí.
—Bueno, entonces acepto su sugerencia. Si la vuelvo a liar le quiero a
usted disfrazado a mi lado, así montaremos la exhibición juntos. ¿Qué le
parece?
—Yo soy más adepto al método francés.
—¿Y cuál es ese?
—¿Me deja elegir la guillotina?
—Puede.
—Qué caritativa.
—Eso siempre.
Adam siguió a Ellie de vuelta a la moto, que se encontraba estacionada a
unos metros de distancia. Se alegraba de haber tomado la decisión de recurrir
a ella como su único medio de transporte.
La joven emitió un gritito de alegría en cuanto la estudió de cerca y la
señaló con ilusión, a lo que Adam sonrió por primera vez aquel día.
—¡Ay, me encanta! Es una Ducati Superleggera V4 R - 318 kph.
—¿Controla de motos o también es su hermano Chris?
Ellie tuvo la decencia de mostrarse avergonzada y Adam deseó grabarse
en la mente esa expresión para toda la vida.
—Eso… fue otra mentira, señor Henderson. Lo siento, pero la interesada
soy yo, me gustan mucho.
—Está bien, me alegra poder compartir mi afición con usted.
—Conmigo y con todas las chicas, ¿eh? No me extraña que se haya vuelto
un mujeriego. ¡Usted sabe muy bien lo sexy que es un hombre que conduce
una!
—No me interesa lo que otras mujeres puedan opinar al respecto.
La seriedad con la que pronunció esa frase y la intensidad con la que la
contemplaba, provocaron un escalofrío que se extendió por todo su cuerpo.
—Ay, no hace falta que me mienta. No le voy a juzgar por ello.
—No tengo la necesidad de hacerlo. La verdad es que llevo dos años sin
fijarme en ninguna otra mujer.
Ellie dio un paso hacia atrás, impactada. Sus ojos la paralizaron en el sitio,
transmitiéndole un mensaje claro: deseo. Hacia ella. El corazón le martilleaba
contra la caja torácica y podía sentir sus terminaciones nerviosas en alerta.
De forma súbita, Adam apartó su atención de ella y Ellie pudo respirar de
nuevo con relativa normalidad.
—¿Por qué?
No debía haber preguntado eso. Siempre tenía que ir por la vida como una
auténtica bocazas. ¿Por qué no podía callarse por una vez en su vida y
guardarse su propia curiosidad? No cabía la menor duda de que era una
morbosa retorcida.
Adam no contestó de inmediato, sino que, tras abrir el asiento de la moto,
extrajo dos cascos negros, uno lo colgó del manillar y el otro se lo puso con
suma delicadeza, tomándose su tiempo para colocárselo.
Ellie apretó el estómago, no era la primera vez que le ponía un casco, el
único problema era que en aquella ocasión en Roma no había sabido
identificar la tensión sexual que existía entre ellos, ni esta era tan penetrante
como en la actualidad. Notó la palpitación dolorosa entre sus piernas y tuvo
que apretarlas para no dejarse en evidencia.
—Tengo gustos muy exclusivos, señorita Hawk.
Ellie tragó saliva con fuerza. Tenía que controlarse, no podía salivar de
esa forma como si se encontrase frente a un entrecot. Por supuesto,
Henderson era más exquisito que cualquier carne de lujo. Con una sonrisa
que la deslumbró por unos segundos, le bajó el casco, sumiéndola en la
semioscuridad.
—¿Está preparada?
—Siempre. Digo, sí.
—Pues venga, ¿cuál es nuestro destino?
—Antes de eso, respóndame una pregunta.
—Sí.
—¿Quiere usted desahogarse bien?
«¿Eso es una proposición mi amor? Este palurdo de poca monta puede que
no lo comprenda, pero yo la he captado a la primera» Comentó Deseo.
«¿Te quieres callar de una vez? Seguramente se refiera a su estado
lamentable por la reunión» Informó Razón.
«Déjame soñar, asqueroso»
—¿Bien?
—Sí o no.
—¿Supongo?
—Entonces, tiene que confiar en mí y no rajarse a última hora.
—¿A dónde diablos vamos?
—Usted vuelva en dirección a las Vegas y yo le iré indicando, según tengo
entendido tenemos que coger un desvío.
Adam pareció mostrarse dudoso, pero Ellie aprovechó la oportunidad para
subirse primero ella a la moto. Quería evitar ser la causante del choque
magnético que intuía, recibiría en cuanto él se sentase delante.
—Venga, venga. Dese prisa. ¡Solo tenemos un día de juventud!
—¿Un día de juventud?
—Así llamo a los días de alegrías.
—Hm… me gusta.
Tras colocarse su casco correspondiente, Adam se subió con ella en la
moto y en cuanto notó sus muslos rodeándole y el olor a algodón de azúcar
impregnando sus fosas nasales, no pudo evitar murmurar al tiempo que
arrancaba la moto.
—Mierda, esto me gusta mucho más.
—¿Cómo ha dicho?
—No, nada, que nos vamos.
***
—No puede ir en serio.
Ellie se rio al ver el gesto de incredulidad de Adam. Ambos se
encontraban frente al edificio de fachada rectangular situado en el extrarradio
de las Vegas. La muchacha era consciente de que Adam no solía frecuentar
este tipo de sitios y justo por ese motivo consideraba que resultaría idóneo
para desfogar toda su frustración.
El hombre necesitaba una vía para liberar su negatividad y ella era una
experta en esas cuestiones.
—¿Por qué no?
—Yo… no me van este tipo de prácticas. ¿Equitación? Vale, pero esto…
esto…
—Esto, como usted le llama, le vendrá bien para sacar esa sensación que
le está ahogando.
—¿Cómo lo sabe?
—Yo también me frustro a veces, ¿sabe? Además, ¿qué es lo que prefiere
más? ¿esto o el paracaidismo?
—Ninguno de los dos.
Ellie le tomó de la mano y le arrastró al interior. Solo por la espontaneidad
con la que le había tocado, Adam se dejó llevar sin oponer resistencia.
—No sea viejarranco.
—No soy viejo, lo único que me ocurre es que valoro mi propia vida.
—Y justo por eso no voy a hacer que se tire de un avión en marcha.
—¡Ambas cosas son peligrosas! Y si se me para el corazón en las alturas
¿qué? ¿Piensa responsabilizarse por ello?
—Por supuesto, me responsabilizaré de todo su patrimonio.
—¡Descarada! Confiesa, me traes aquí para robarme la herencia, ¿cierto?
—Menudo quejica está hecho. ¡Solo es un globo! Venga…
Después de que ambos fueran llevados a la parte de atrás en donde se
suponía que se hallaría esperándoles su peculiar transporte, Adam se quedó
contemplándolo asombrado por su inmensidad.
Él no estaba acostumbrado a realizar ese tipo de actividades, ya que
apenas y podía hacer nada fuera del despacho. A excepción de los dos
últimos años, en los que había estado frecuentando los bares.
No obstante, claudicó al percatarse de la alegría de Ellie. Durante las
semanas que llevaban en las Vegas, había estado tratando de evitarle y ahora
se encontraba ahí a su lado, dispuesta a pasar algo de tiempo con él. No podía
comprender el motivo que existía tras ese cambio, pero pensaba aprovecharlo
al máximo.
—¡Es enorme, señor Henderson! ¡Dios, no puedo creer que vayamos a
subir ahí!
—¿Tanto le gusta?
—¡Sí! ¿Quién no querría subir en uno? Ah, bueno, sí, usted, pero es que es
más raro que un perro verde.
—No crea que puede ofenderme con esas frases excéntricas.
—Tampoco era mi intención hacerlo.
Adam estaba a punto de responderle algo, cuando fue interrumpido por el
encargado de la empresa, que habían conocido unos minutos atrás.
—Ya pueden venir.
—Ay, ¡es la hora! Vamos, vamos…
—Pero ¿cómo vamos a ir? ¿así sin más? O sea que antes estaba
preocupada porque pudiera tirarme por un puente y ahora desea subirse a un
artilugio de dudosa procedencia.
—¿A qué se refiere?
—Hombre, antes de montarme en ese cacharro me gustaría saber el
protocolo de seguridad, constatar que tiene todos los permisos en regla y que
cumple a su vez con todas las medidas de seguridad posible. Porque es así,
¿no?
El trabajador le miró incómodo con todas las trabas que no había parado
de proferir aquel hombre trajeado desde que llegaran.
—Por supuesto, señor, en nuestra página web puede comprobar todos esos
datos. Cumplimos con toda la normativa y contamos con las licencias
pertinentes. Somos una empresa que llevamos veinticinco años en el sector,
así que tenga por seguro que extremamos todas las precauciones y trabajamos
de forma incansable para que se lleven la mejor experiencia posible.
—¿Lo ve? —intervino Ellie, intentando tranquilizarle—. No se preocupe
tanto, subiremos ahí vivos y bajaremos de la misma forma.
—Aún me falta saber el protocolo, porque de eso no ha mencionado nada.
—No debe preocuparse, señor, su guía Peter, es un experto en primeros
auxilios y en el protocolo de evacuación.
—Ah, me alegro de que saque a relucir eso, ¿es que no nos va a revisar un
médico antes? Para saber si estamos en condiciones de abordar esa altura.
¿Qué ocurre si alguno de nosotros tiene alguna patología cardiaca?
—¡Señor Henderson!
El encargado se puso en tensión ante la sola mención del doctor y asintió
conforme.
—Por supuesto que sí, si así lo estiman oportuno. Esperen aquí un
momento.
—No, no le haga ni caso. No va a revisarnos ningún médico, señor
Henderson. Usted está bien de salud.
—¿Y eso cómo puede saberlo?
—Porque si tuviera algún problema, ya se lo hubiera hecho saber a todo el
mundo. Venga, vamos a divertirnos un poco.
Ellie lo arrastró hasta el globo con el hombre siguiéndoles los talones,
asombrado con aquella extraña pareja. Dentro del globo les esperaba el que
debía de ser Peter, un chico joven que parecía ser de la misma edad de Ellie y
que iba vestido como un hippie con unas rastras. Adam se quedó boquiabierto
al examinar con detenimiento el oufit del muchacho.
—Esto es una inconsciencia absoluta, pretender que me suba a esa cosa en
compañía de un tipo que parece un vendedor de crac. No me fio un pelo,
seguro que viene colocado —le susurró a Ellie aún a unos metros de distancia
—. Y después le preocupaba que saltase de un puente.
—No sea grosero, le puede escuchar y ofenderse, entonces quizás sí
termine tirándonos él mismo del globo.
Adam estudió al muchacho con escepticismo y su temor se incrementó.
—¿Y sí pasa? Estaremos a merced de un desconocido.
—Quizás nos ofrezca un porro a la bajada, al menos nos echaremos unas
risas.
—¡Está loca! —después de unos segundos en los que la joven sonrió,
Adam suavizó su expresión—. Bueno, debo reconocer que extrañaba estar
parte suya tan característica.
Una vez ambos estuvieron instalados en el interior del globo, cerraron la
puerta por la que se salía. En cuanto esto sucedió, el pseudo Bob Marley
indicó que iban a despegar y Adam se agarró a una de las cuerdas, aterrado.
—¡Disfruten de su viaje!
—Dios mío, vamos a morir.
—Señor Henderson, por favor, piense en cosas bonitas.
—¿Cosas bonitas? ¿Se ha estudiado el guion barato de Mary Poppins
antes de subirse a este artilugio?
—Señor, por favor, trate de relajarse, de momento solo estamos
ascendiendo.
—¿Relajarme? ¿Cómo voy a poder relajarme si ni si quiera soy conocedor
del estado mecánico? ¡No me ha enseñado nada! ¿Cuál es el protocolo de
evacuación? ¿eh? ¿Tirarse de cabeza? Porque no he visto ningún arnés.
—El globo se encuentra en perfecto estado, señor, intente disfrutar del
paseo. Por lo demás, no se preocupe, tenemos unos paracaídas.
—Disfrutaría más si no estuviera metido en una canasta gigante a decenas
de metros del suelo. De verdad que no sabía que estas cosas seguían
existiendo, creía que estarían mínimo en los museos como muestra de un
avance hacia los aviones, pero ¿esto? Si esto debiese considerarse casi
medieval. No me puede estar pasando esto, ¿en qué momento decidí acceder
a subir aquí?
El hippie le ignoró y se colocó uno de los cascos de los que parecía salir
una música horrorosa, por lo que Adam se sujetó con más fuerza. Si estaba
escuchando música con tanta tranquilidad mientras trabajaba, podría
distraerse y terminarían muertos en menos de lo que Adam podría si quiera
insultarle.
Ellie trató de no echarse a reír al verle aferrado a uno de los extremos de la
cesta mientras maldecía su propia suerte, pero en cuanto una ráfaga de viento
llegó y le despeinó el pelo rojizo, dejándoselo hecho un desastre, no pudo
evitarlo más, soltó una sonora carcajada.
—¿Se atreve a reírse?
—Perdón, perdón, es que está muy gracioso ahí, agarrado con la misma
fuerza con la que yo cojo la última bandeja de carne en el super.
—No diga tonterías, esto es muy serio, podríamos morir.
—Creo que ya sé lo que necesita.
—Ya no me vuelve a engañar, lo mismo dijo hace unos minutos y ahora
estoy temiendo por mi vida.
—Que no, hágame caso.
Adam la contempló suspicaz, pero decidió ceder tal y como venía
haciendo los últimos días.
—Está bien, plantéeme su sugerencia.
—Hemos venido aquí a descargar nuestras frustraciones.
—No sé si podría utilizar esa misma frase.
—Pues para hacerlo, debería dejarse llevar.
—¿Y cómo pretende que consiga eso? ¿eh? ¡Si ni si quiera puedo
soltarme!
—Gritando.
—¿Gritando?
—Sí, así. Mire —indicó Ellie y cogiendo mucho aire, le ilustró—.
¡SEÑOR HENDERSON NO SEA UN DOLOR EN EL CULO Y DISFRUTE
DE NUESTRO VIAJE!
—No acaba de gritar eso.
—Por supuesto que sí. Ahora le toca a usted.
—Ni de broma, es la mayor absurdez que he escuchado desde que
llegamos y eso que voy encima de un potencial ataúd flotante.
—¿Y luego la loca soy yo? Al menos podría mirar un poco, se está
perdiendo todas las vistas.
Como no recibió contestación, Ellie se acercó hasta donde se encontraba
clavado como una estatua y, situándose detrás de él, sonrió decidida. Se le
había ocurrido un plan perfecto para calmarle.
—¿Me deja intentar una cosa?
—¿El qué?
—Esto.
Adam no logró responder, ya que notó las manos femeninas sobre su
espalda, masajeándosela, tratando de destensar todo el estrés muscular.
Podría suponer una auténtica locura, pero ese mero contacto y su cercanía, le
hizo mermar la fuerza que ejercía sobre la cuerda que todavía sujetaba. La
muchacha siguió ascendiendo hacia el cuello y al sentir su suavidad contra su
piel expuesta, acabó por soltarse del todo.
—¿Lo ve? Ya está, así, lo está haciendo muy bien. Respire hondo el aire
limpio.
Ellie no le soltó de inmediato, sino que siguió destensándole la espalda,
hasta que le escuchó murmurar.
—Gracias.
Al percibir la tensión que todavía existía entre ellos, incluso aunque ella se
encontrase de cara a su espalda, Ellie se sintió turbada y tuvo que alejarse un
poco, por lo que decidió situarse a su lado.
Si bien no pudo notarlo, Adam también experimentó aquella misma
sensación. En un vano esfuerzo por ignorar sus sentimientos alterados, se
concentró en el paisaje rocoso y se quedó embobado.
—Sé lo que le cuesta saltarse las normas sociales, señor Henderson, lo
mucho que persigue demostrar una imagen perfecta, pero aquí no hace falta.
Solo por esta vez, no necesita contenerse tanto, ni cargar usted solo todas sus
frustraciones. Nadie va a juzgarle y aquí nuestro amigo Peter ni si quiera nos
va a escuchar, así que vamos a dejarnos llevar juntos, ¿de acuerdo?
Adam valoró la opción que le proponía la joven. Para él era una auténtica
locura ponerse a gritar como una pescadera en mitad de aquella maravilla de
la naturaleza. Sin embargo, no podía negar que la muchacha tenía razón, se
había pasado toda su vida conteniendo sus emociones hasta que había llegado
un momento en el que se sentía ahogándose en un mar de incertidumbre y
angustia.
Si aquella solución podía ayudarle de verdad, ¿por qué resistirse tanto a
ella? Además, sabía que Ellie jamás le juzgaría por ello.
—Está bien.
La joven sonrió complacida y el latido de Adam se incrementó.
—¡Fenomenal!
—¿Cómo lo hacemos?
—Es muy fácil, inspire profundamente, recogiendo todo el aire que pueda
y cuando gritemos tiene que dejar salir toda la tensión acumulada. ¿De
acuerdo?
—Vale.
—A la de tres, una —pronunció Ellie cogiéndole de la mano para
transmitirle su apoyo—. Dos y… tres.
Agarrados de las manos, gritaron al más absoluto vacío, enviándole todos
sus miedos e inseguridades hasta que se quedaron sin aire, y por primera vez
en su vida, Adam se sintió tan ligero como aquel globo.
***
Tiempo después, Ellie le convenció de comprarse un helado al centro de
las Vegas. Le sorprendió bastante que aceptase con aquella facilidad, cuando
antes Adam se hubiera horrorizado ante dicha propuesta. Tras bromear con él
sobre su extraña elección de pistacho, Ellie se dio cuenta de que en realidad
era un sabor que le pegaba y que el simple hecho de que hubiera dado el paso
de pedir el helado ya era lo suficiente remarcable. Además, ni si quiera le
había realizado ningún comentario despectivo sobre su propia decisión, sino
todo lo contrario, le había preguntado, ante su asombro, si con la tarrina
mediana tendría suficiente.
¿Suficiente? ¿Nada sobre su insalubre elección? ¿Ni si quiera que quizás
terminase recuperando el peso de antes? No, no y no. Adam se había limitado
a cuestionarle si se iba a quedar con hambre. ¡CON HAMBRE!
Si eso no era un cambio, no sabía qué más podría serlo. Se sentía tan
animada a su lado, paseando por las calles bulliciosas y luminosas de las
Vegas, que por unos instantes deseó que el día no terminase nunca.
Mientras Adam le contaba curiosidades sobre la ciudad, Ellie discernió a
lo lejos la inmensa noria en la que se había fijado durante sus visitas
semanales. Debido a la falta de tiempo no había probado a montarse todavía.
Según los panfletos e información general que había obtenido de internet,
esta se llamaba High Roller y era considerada la noria panorámica más gran
grande del mundo.
—Señor Henderson.
—¿Sí?
—¿Podríamos subirnos ahí?
Ellie señaló el lugar en el que se situaba la noria gigantesca y Adam siguió
la indicación de su mano.
—¿Al Roller?
—Sí.
—¿Hoy se ha propuesto montar en lugares de gran altitud?
—Por favor, ¡me gustaría probar qué se siente! Nunca pude montar en una
noria, ni si quiera en Londres lo pude hacer por falta de tiempo.
—¿Es que nunca ha ido a una feria?
—Sí, de pequeña.
—¿Y no se subió?
—No, porque era muy pequeña.
—¿Y después?
—Cuando fui más mayor no tenía dinero para esas cosas.
—¿Sus hermanos tampoco han estado?
—Ah sí, ellos sí, aunque de forma excepcional, ya sabe, si tenían que ir
por ejemplo a algún cumpleaños de algún amigo, les daba el dinero que
ahorraba.
Adam la estudió con intensidad, recordaba que ella le había contado que
no tenían mucho dinero, pero ¿tan grave era en realidad? ¿Cómo era posible
criarse con ese tipo de experiencias que le contaba con tanta facilidad?
¿Cómo habría sido de pequeña?
No estaba seguro de querer entrar en detalles, pues Adam había
descubierto que cuando se enteraba de algo difícil sobre su infancia,
experimentaba un dolor que se expandía por todo su cuerpo y le instaba a
maldecir en voz alta.
Si tan solo podía hacerla feliz aquel día, aceptaría gustoso esa
oportunidad, solo con la esperanza de verla sonreír.
—Está bien, vayamos.
—¡Genial!
Mientras emprendían su camino hacia la High Roller, Adam determinó
que haría de aquella tarde un momento especial para ella.
—¿Sabe? Creo que tienen un reservado exclusivo.
—¿En serio? ¿Cómo es eso?
—Una cabina privada.
—Pero eso como requisito de entrada será el de entregar al primogénito de
un pez gordo, ¿no?
Adam soltó una carcajada ante la comparativa singular y asintió.
—Supongo.
—Pues entonces vayamos en las normales.
—Ni hablar.
—¿Ya está pensando en desperdiciar el dinero?
—Solo por esta noche, le prohíbo que piense en ello.
—No puedo, los pensamientos intrusivos sobre cualquier cuestión
económica son como un chip que se nos implanta a los pobres al nacer.
—No sea dramática.
***
Al final Adam se salió con la suya y, tras pagar la entrada, pese al horror
creciente de Ellie, quien al escuchar la cantidad que pronunciaba el taquillero,
se imaginó hipotecándose su propia vida, subieron a una de las cabinas que
parecía ser el reservado.
Contrario a lo que sucediera en el resto de las cápsulas, el interior se
encontraba vacío por completo. Se trataba de un lugar espacioso que contaba
con amplias cristaleras a través de las que se podía ver toda la ciudad. En el
centro se situaba una barra con bebidas y frente a los inmensos ventanales
había apostados cómodos sillones de cuero desde los que disfrutar las
extraordinarias vistas, que ofrecían los más de ciento sesenta y siete metros
de altitud.
—Dios mío, ¡esto es demasiado grande para nosotros solos!
—Me gusta la privacidad.
—Espere un momento, el pastizal que soltó antes ¿se debía a esto?
—Sí, el silencio y la barra libre se pagan, señorita Hawk.
Ellie contempló cada detalle con detenimiento, incluso no dejó de lado los
carteles que se hallaban colgados en una de las blanquecinas paredes. Al
reparar en uno se echó a reír, lo cual captó la atención de Adam.
—¿Qué le hace tanta gracia?
—Bueno, me da un poco de vergüenza comentarle esto, la verdad.
—¿Usted con vergüenza? No sabía que ambas palabras pudieran darse en
una misma frase.
—Por lo general, suelo tratar de ahorrarme el sentirla, pero es que cuesta
un poco reconocer que una lee ciertos tipos de lecturas.
—Creo que no la sigo.
—Es que me he acordado de un libro que leí hace tiempo.
—Déjeme adivinarlo, el de Cincuenta sombras.
—Oh, ya veo que se acuerda.
—Cómo olvidarlo, sin duda haría bien en sentir esa vergüenza, el libro en
sí la daba.
—No voy a entrar en ese debate, porque estoy de muy buen humor, y,
además, de todos modos, no me refería a ese.
—Entonces ¿a cuál? Ahora me ha dejado con la intriga.
—No recuerdo el nombre, pero respondiendo a su pregunta inicial, me he
acordado de que en este libro hay una escena en la que los empleados de una
empresa se encuentran practicando meditación durante una clase de yoga y
ahí, en plena oscuridad entre las prácticas de la respiración diafragmática, la
protagonista se acostaba con el jefe en una colchoneta.
«¡Colchoneta! Mira que ordeno a este incompetente mandar instalar una
por todo el suelo ¿eh?» Amenazó Deseo.
«Madre mía, ahora le va lo público… ¿qué mal he hecho yo para merecer
esto?» Se lamentó Razón.
Al escuchar la historia, Adam la contempló horrorizado, sin poder creerse
que de verdad eso existiera en un libro.
—¿Delante del resto de los empleados?
—Oh sí, mientras los otros se preparaban para dominar la técnica de la
grulla, su compañera se hallaba a tan solo unos metros de distancia montando
al jefe como si fuera alguna clase de experta cowboy.
—No puede estar diciéndolo en serio.
—Sí. Si me reía es porque ahí viene un cartel que indica que en estas
cabinas se llevan a cabo clases de Yoga los martes, y se me ocurrió que la
autora lo hubiera ambientado aquí delante de todos, ¿se imagina? Ahí dando
vueltas al ritmo del toro mecánico humanoide, creo que este lugar es muy
espacioso para que se empañasen los cristales como en Titanic.
—Porno en una noria —señaló, negando con la cabeza sin poder creerlo
del todo—. ¿Dónde diablos se ha visto eso? Es cuanto menos indigno. ¿Ni
una triste cama se buscaron? ¿Lo hicieron ahí en la esterilla?
—Sí, sí.
—No me diga que encontró eso en una biblioteca, pero ¿qué tipo de
literatura prestan ahí?
Ellie se echó a reír divertidísima con aquella conversación, le encantaba
que Adam le estuviera siguiendo el juego de esa forma y no la hubiera tildado
ya de loca.
—No, no. Peor aún.
—¿Peor? ¡¿Lo compró?!
—No.
—¿Entonces?
—¿Acaso nunca leyó un pdf, señor Henderson?
—Claro que sí, en el trabajo.
—No hombre, me refiero a pdfs literarios.
Ante aquella explicación, Adam se puso muy serio y negó con la cabeza,
sintiéndose molesto.
—Eso es un delito, señorita Hawk, que podría resultar equiparable a un
robo. ¿Cómo es posible que defienda el derecho de los trabajadores y no le
importa robar el trabajo de los autores?
—Sí, es cierto. Por eso, cuando empecé a trabajar ya no lo hice más.
Bueno, para ser sincera, tuve unas pocas recaídas porque no encontraba según
qué libros.
—Busque ayuda, debe salir de ese círculo vicioso.
—Tranquilo, ya me he apuntado a la LIA.
—¿Qué es eso?
—Lectores Ilegales Anónimos, estoy en proceso de desintoxicación.
—No lo dice en serio.
—Por supuesto que no —negó riendo ante su confusión—. Solo bromeo,
pero es cierto que ahora puedo comprarme mis propios libros. De todas
formas, volviendo al tema de antes, lo cierto es que es un libro muy
romántico.
—Claro que sí, en la escena de la colchoneta se demuestra la
profesionalidad del jefe.
— No, de verdad, él se enamora de ella a primera vista y como no sabe
quién es, utiliza las cámaras de seguridad de un lugar en el que se celebran
eventos para rastrearla a través de la matrícula de su vehículo.
Adam se escandalizó al escuchar el resumen que le hizo y la observó con
expresión desencajada.
—¿Disculpe? Eso está sacado del manual de un acosador, ni yo me atreví
a tanto cuando se marchó y eso que me volví loco buscándola por todas
partes.
Ellie le miró asombrada. No sabía si había escuchado correctamente,
quizás se hubiera equivocado, pero tenía que comprobarlo.
—¿Cómo ha dicho?
El pelirrojo recordó la promesa que le había hecho la noche anterior y se
percató de que había metido la pata. No podía seguir insistiendo en esa
información o estaría faltando a su objetivo principal.
—Nada.
Ambos se quedaron en silencio, observando el exterior y, aunque Ellie no
parecía muy convencida, decidió dejarlo estar, disfrutando del acuerdo tácito
de tranquilidad que se acababa de instaurar entre ellos. Mientras tanto la noria
se movía, permitiéndoles contemplar las Vegas cada vez más alto.
Tras unos minutos, Ellie se giró a mirar el perfil de Adam. Le extrañaba
que estuviera tan callado y se dio cuenta de que se hallaba tan abstraído
contemplando los edificios, que era como si se encontrase a millones de
kilómetros de allí.
—Señor Henderson, ¿está usted bien?
—¿Eh?
—Le preguntaba si se encuentra bien.
—Si le soy sincero, señorita Hawk, no creo tener el coraje suficiente para
responder a esa cuestión con honestidad.
Ellie se puso en tensión, preocupada de que se hubiera sentido
importunado de algún modo. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que
discutían porque a él le costaba aceptar su forma de ser.
—¿Le ha molestado algo?
—De usted nada.
Aquello le alivió, pues, aunque no quería reconocerlo ante él, se había
empezado a acostumbrar a ese ambiente de complicidad.
—¿Entonces?
—Estaba reflexionando.
—¿Sobre qué?
—Hasta hace bien poco no me planteaba la dificultad que podría conllevar
la vida.
—¿A qué se refiere?
—Verá, desde mi mismísimo nacimiento he seguido pautas muy
marcadas. Al principio era interiorizar reglas sociales, ya sabe, de etiqueta y
un sinfín de cosas más.
—En realidad no, no me he criado con ese tipo de aprendizajes hasta que
no he sido más adulta.
—Justo por eso, he estado tan ocupado siguiendo las orientaciones de los
demás, que aparte de hoy y de unos pocos momentos más en el pasado, no
recuerdo bien desde cuándo hacía que no me sentía tan libre.
—¿Libre?
—Sí, he pasado toda mi vida tratando de cumplir con las expectativas que
se esperaban de mí, y puede sonar absurdo, pero ahora siento como si hasta
ahora la vida me hubiera estado viviendo a mí y no yo a ella. Creo… ¿sabe?
creo que el hecho de estar con un pie fuera de mi puesto me está haciendo
replantearme toda la situación.
—¿En qué sentido?
—En todos.
—¿Quiere dejarlo?
—No me refiero a eso.
—Entonces ¿a qué?
—Por primera vez en todos los años que llevo dedicándome a esto, no
sé…
Estaba mostrándose tan decaído y negativo, que Ellie se sintió frustrada
por no poderle ayudar como le gustaría.
—¿El qué?
—No sé por qué estoy esforzándome tanto para conservar algo que puede
ser arrebatado con tanta facilidad y, además, a veces no puedo evitar
cuestionarme ¿a qué precio?
—¿Cree que no merece la pena?
—Verá, un pequeño empresario que acaba de comenzar puede establecer
un ambiente más sano, en el que no existan las tensiones. Todos crecéis
juntos, pero aquí… aquí es una carrera individual, te exigen y exprimen hasta
que ya no puedas más y luego te darán la palmadita falsa en la espalda que
vendrá a decir: ¡qué bien lo has hecho! Y luego un día, pasarán a aceptarte
como uno más y, en cuando menos te des cuenta y estés pasando por una
mala racha, entonces ahí te volverán a dar de lado.
Ellie había escuchado su explicación, sintiéndose cada vez más
conmovida. En ella había podido captar los propios sacrificios que había
realizado para llegar hasta donde se encontraba en la actualidad. Para colmo,
ahora el destino había provocado que casi todo el mundo le diera la espalda.
Bueno, el destino o el plan de un tipo con nefastas intenciones, pero de eso
Adam no era del todo consciente todavía.
Incluso cuando se había enterado de forma más profunda de la situación
que ocurría en la empresa por medio de Simon, Ellie había considerado
injusto tal engaño.
No podía imaginar los motivos que existirían para que alguien quisiera
dañarle, pues, aunque Adam podía ser en ocasiones de trato difícil, no se
merecía que le actuasen a sus espaldas.
No obstante, pensarlo a metros de distancia y escucharle abrirse ante ella
con esa crudeza a escasos centímetros de sus cuerpos, conllevaban reacciones
diferentes. Ellie no supo qué podía decir para consolarle, porque tampoco se
veía capacitada para negar lo evidente, así que optó por la forma más sensata
de actuar: callar.
—Y lo peor de todo esto, no es tanto la toxicidad que existe, sino que no
sé quién soy ni cómo actuar a menos que sea el papel que mis padres y la
gente que me rodea me han dado.
El corazón de Ellie se encogió aún más ante la tristeza que existía tras esas
palabras. Podría resultar absurdo para cualquiera, pero tenía la necesidad de
calmarle de algún modo, así que, posando su mano sobre su brazo, le instó a
girarse hacia ella.
—Señor Henderson.
Aunque la obedeció de manera instintiva y quedaron cara a cara, el
hombre no contestó de inmediato, estaba tan metido en sus reflexiones que
parecía que no la había escuchado, lo cual solo sirvió para que la angustia de
Ellie se incrementase aún más.
Odiaba verle así. En público siempre se mostraba como un petulante o un
engreído que le molestaba hasta el aire que respiraba, aunque durante los
momentos que habían compartido juntos en Francia, Adam le había enseñado
que podía tener una actitud dulce y cariñosa.
Sin embargo, esta faceta era distinta, representaba el reflejo de alguien que
acababa de ser hundido. No podía consentirlo.
—Adam.
Por primera vez se fijó en ella, saliendo de sus cavilaciones. ¿Le acababa
de llamar por su nombre?
—¿Sí?
—No importa lo que te hayan estado diciendo, bueno es posible que de
niño lo hiciera, claro, pero ahora eres tú. Tus sentimientos y emociones son
tuyos por completo, nadie puede alterar eso, la forma en la que sientes y
encaras las circunstancias de tu vida, eso es lo que demuestra tu esencia, y
¿sabes? A veces puedes ser difícil de tratar, pero a mi modo de ver, cualquier
persona que te conozca se sentiría afortunada de formar parte de tu vida.
Adam se quedó aturdido con la descripción de la muchacha. ¿Le
consideraba una suerte? Estaba tan cerca de ella, que le llegaba su olor
natural. El pelirrojo analizó la oscuridad de sus ojos castaños. No estaba
burlándose de él, parecía genuino.
A pesar de todo, Adam sabía que lo estaba diciendo para animarle, por lo
que agachó la cabeza sintiéndose avergonzado.
—No creo que eso sea así. He hecho daño a muchas personas que quiero,
sobre todo a ti, Ellie… no soy bueno.
—Yo me siento afortunada de haberte conocido, Adam Henderson, porque
incluso si a veces me dan ganas de ahogarte en una piscina, sé lo dulce, leal y
cuidadoso que puedes llegar a ser, como ahora, que tengo muchas ganas de...
Adam desvió la mirada hacia sus labios y tragó saliva afectado. La tensión
del ambiente no colaboraba a que pudiera concentrarse en un hecho
coherente.
—¿De qué?
—Ada me aconsejó que tenía que aceptar mis deseos y dejar de
reprimirlos.
—T-tú… ¿qué es lo que deseas?
De manera súbita, la mujer le sujetó con ambas manos de la pechera y, sin
poderse creer del todo lo que estaba sucediendo, se vio siendo arrastrado
hacia ella con una fuerza de la que no la habría creído capaz.
Sus bocas impactaron, despertando en ambos un mar revuelto de
sensaciones que los dos rememoraban a la perfección.
CAPÍTULO 16
«En tus besos encuentro mi perdición»
A.H
Los besos son una muestra de afecto que se da de forma general entre las
personas cuando existe un vínculo del tipo que sea, familiar, amistoso o
romántico. Pese a la existencia de ciertas excepciones, las diferentes culturas
practican esta costumbre con mayor o menor asiduidad. No obstante, esta
acción no siempre se consideró con la mera finalidad de demostrar los afectos
hacia otro individuo. Los historiadores aseguran que en la antigua Roma
existía un hábito amparado por la ley en el que cualquier familiar masculino
debía de comprobar a diario que las mujeres de su hogar no hubieran
consumido alcohol, ya que se consideraba una práctica inmoral para ellas.
Como forma de descartar la posibilidad de dicha acción deshonrosa, los
hombres podían y estaban en la obligación de ejercer su «derecho de beso».
Este consistía en que posarían sus labios sobre los de la mujer
correspondiente para comprobar si estos sabían a vino o no.
Resultaba probable que cuando transcurriera su debido tiempo, Ellie Hawk
comenzaría a cuestionarse su decisión de besar a Adam, quien mientras era
acercado a su cuerpo agarrado por la pechera, se preguntó si quizás el helado
de chocolate que se había tomado minutos antes no contendría dicha
sustancia, de lo contrario, ¿por qué lo estaría arrastrando hacia ella?
Por supuesto, ese planteamiento apenas duró cinco nanosegundos. Los
cinco que Ellie tardó en capturar sus labios o los cinco en los que su mundo
dio vueltas al tiempo que le quitaba la capacidad de razonar y quizás fuera él
quien estuviera alcoholizado.
Conmocionado y confundido, le correspondió con incertidumbre, sin
terminar de creerse que eso le estuviera sucediendo a él. El simple hecho de
que le besase suponía la única lotería, que Adam estaba dispuesto a jugar y
eso que en su mente racional este tipo de prácticas solo servían para perder
parte de cualquier patrimonio ya de por sí mermado.
La fragancia dulzona de Ellie le aturdió y excitó a partes iguales, podría
estar cometiendo una auténtica locura, pero la preocupación de que ella
pudiera rechazarle le impidió ahondar en su boca, tal y como todos sus
sentidos le estaban pidiendo de manera desesperada.
La besó con dubitación, temeroso de que pudiera romperse aquel sueño en
cualquier instante. Sin embargo, en cuanto la muchacha le soltó la pechera y
ambos brazos femeninos le rodearon el cuello, apretándole contra su cuerpo
colmado de curvas, su juiciosa y dolorosa contención se desbordó de la
misma forma en la que lo haría un rio de aguas furiosas.
Adam posó ambas manos en sus caderas y, aplicando un poco de presión,
le instó a apoyarse en él. Ellie no necesitó ninguna señal más y respondió
igual que hiciera en el pasado, como si leyera sus intenciones a la perfección,
se impulsó en sus hombros y le rodeó la cintura con sus voluptuosos muslos.
Tras reafirmarla con seguridad contra su musculoso cuerpo, en una señal
silenciosa realizada por su lengua, Adam le exhortó con premura a que
abriera sus dulces labios. Ellie no opuso resistencia y le obedeció de manera
involuntaria. Esa entrega desinteresada, sabiendo todo lo que le había
rechazado hasta entonces, llenó y nutrió el estanque desértico en el que se
habían convertido sus esperanzas.
En su interior se desencadenó la lujuria que había tenido que reprimir en
cada uno de sus intercambios infructuosos con ella.
Introdujo su lengua en la cavidad bucal femenina y por unos segundos se
sintió desfallecer. Un sabor afrutado que identificó a la perfección, le asedió
con tanta fuerza, que su llegada enterró los escalofríos que había
experimentado en cada uno de los sueños lascivos en los que ella era la
protagonista absoluta.
Poco le importaba que estuviera mostrándose como un maldito lunático, se
dijo apoyándola contra la pared de la cabina, la necesitaba en todas sus
facetas, ansiaba embeberse de ella y saciar un deseo que amenazaba con
consumirle si no era satisfecho de inmediato.
La sujetó de la nuca, incitándola a que le permitiera profundizar en su
boca. Tenía que rememorar cada parte y constatar que nada había cambiado
en esos dos años. La exploró con pasión, dejándose llevar por las respuestas
que le iba aportando. Un gemido escapó de su boca cuando le estaba
lamiendo el labio inferior y Adam lo capturó, notándose en el paraíso.
Diablos, la seguía haciendo gemir, aquello resultaba sin duda el mayor
regalo que podían haberle hecho alguna vez. Esa certeza le hizo enloquecer y,
volviendo a penetrar en su interior, la probó y saboreó, deleitándose en cada
una de las sensaciones.
Sus lenguas chocaron repetidas veces, tratando de derrocar la fuerza de la
del otro, pero a su vez ansiando fusionarse la una con la otra para calmar la
tormenta que se había desencadenado en sus interiores.
Si el pecado buscase alguna representante, no le cabía duda alguna de que
la ganadora sería aquella mujer de curvas sinuosas y sabor adictivo. Él, que
siempre había considerado exagerada la historia del pecado original y se
decantaba por los relatos mitológicos, si fuera por ella sucumbiría y
condenaría a la humanidad al completo si tan solo le permitían quedarse a su
lado de por vida.
Con ese beso, la joven le demostró una vez más lo que le había mostrado
la primera vez que la besara en Venecia y que tanto le había costado de
aceptar.
Ellie Hawk era su manzana prohibida, esa por la que estaba dispuesto a
poner en entredicho sus valores y creencias, enloqueciéndole hasta alcanzar
un punto en el que Adam no pudiera lograr sentir dicha conexión con ninguna
otra mujer.
Estaba perdido, arruinado por completo en lo que a ella respectaba. Ellie
podía hacer lo que quisiera con su vida, con su dichosa empresa e incluso con
su mismísima familia y aun así él aceptaría sin ningún miramiento, si eso
suponía que le permitiría besarla cada día de su hastiada vida.
La estaba devorando de una manera en la que no se preciaría ningún
caballero honorable. Adam no podía reconocerse a sí mismo en esa masa de
sensaciones y pulsaciones viscerales en la que se había convertido tras su
contacto.
Él era suyo por completo, quizás Ellie no lo supiera y para ella ese beso no
significara nada, pero lo había conseguido, se había metido bajo su piel y
grabado a fuego no solo en su corazón, sino en sus huesos y en cada una de
sus terminaciones nerviosas.
Por su parte, Ellie notaba que le estaba quitando el aliento, sumergiéndola
en una montaña de sensaciones. Le sentía como hacía años que no había
podido repetirlo.
Desde la lejanía, había tratado de superarle, pero ahora podía darse cuenta
de que todos sus intentos habían sido borrados bajo su contacto. La estaba
arrastrando con él y aunque en esos instantes no era consciente del posible
error que acababa de cometer, durante esos minutos, se detuvo el tiempo para
ella y volvió a la persona que había sido la primera vez que la besara.
La estancia había girado para ella tal y como lo estaba haciendo en esos
mismos momentos. No podía concentrarse en ningún pensamiento coherente
que no fuera el enloquecedor deseo y ansia de tener sus labios sobre todo su
cuerpo.
El tirón que experimentó en el bajo vientre y el consecuente calor y
humedad así lo atestiguaron. No sintió ninguna vergüenza, porque Ellie había
aceptado lo que aquel hombre provocaba en ella y en su sistema nervioso.
Era consciente de que estaba suspirando, pero es que estaba notando entre sus
piernas la dureza de una protuberancia que conocía a la perfección.
El pelirrojo abandonó sus labios para descender a besarle el cuello
expuesto. Si la piel entendiera de idiomas, estaba segura de que la suya
estaría rogando por sus caricias. Ellie se apoyó en la pared para apretarse aún
más contra él, permitiendo que su nombre se deslizase por sus labios como si
fuera el hecho más natural del mundo.
—A-Adam.
Adam abandonó la tierna piel y apoyó su frente contra la de ella. Mientras
ambos luchaban por recuperar el aliento, Ellie pudo observar la pasión
refulgir en las profundidades cristalinas de su mirada. Se sentía tan turbado
como lo hacía ella y eso solo sirvió para que la pulsación entre sus piernas y
de su propio corazón se incrementase.
—Yo…
Le acarició el pelo rojizo con ternura, recreándose en la suavidad que
desprendía y reconociendo para sus adentros que le había echado de menos.
Había sido tan fácil acostumbrarse a la manera en la que aquel hombre tenía
de venerarla en cada una de sus caricias, que, tras marcharse y desterrarlo de
su vida, había deseado borrarlo con todas sus fuerzas.
Por supuesto, el ardor acuciante que percibía entre sus muslos, le
recordaba que, lejos de conseguirlo, su ausencia prolongada solo había
servido para que cuando se dejara llevar por el deseo de besarle, este último
le propinaría una bofetada en la cara.
El suspiro masculino la obligó a analizarle con detenimiento. En su mirada
azulada existía un ruego silencioso y una inseguridad ante su posible
reacción, que a Ellie le encogieron el corazón.
Tuvo que apretar las hebras pelirrojas que se escurrían entre sus dedos,
evitando tirar de ellas para descargar su necesidad de volver a besarle de
nuevo. Se encontraba tan cerca y pegado a ella, que el menor movimiento
supondría un aliciente suficiente para lanzarse de nuevo sobre él.
—Ellie, yo…
Adam tenía el pelo revuelto, las pecas se remarcaban en su tez
blanquecina por el esfuerzo al que se habían sometido y un velo de agitación
teñía sus ojos aguamarina. Se hallaba tan perdida en el gesto de
desesperación que componía toda la visión del hombre del que mucho se
temía seguía enamorada, que por poco y no repara en que estaban
descendiendo hacia tierra firme.
El viaje estaba a punto de concluir y la escena que presentaban era la de
dos personas que parecían a punto de acostarse en esa maldita noria. Tenían
que adecentarse si no deseaban que la gente les volviera a pillar en una
situación comprometida.
Ya tendrían tiempo suficiente después, para lamentarse por haberse dejado
llevar hasta aquel punto tan desastroso.
¿Cómo se había atrevido a reírse de la novela que se había leído?
Aterrada ante la posibilidad de ser descubiertos, como en la ocasión en la
que se habían quedado encerrados en el servicio del avión, Ellie le soltó el
pelo con reticencia y posó sus manos sobre sus hombros.
—Adam tienes que bajarme.
—¿Qué? —preguntó confuso, reafirmando su agarre sin dejar de
contemplarla—. ¿Por qué?
—Porque podemos acabar en una situación cuanto menos comprometida,
venga, bájame.
—Puedo bajarte —le concedió, para después agregar con diversión—.
Pero ¿cómo bajo lo otro?
Ellie le propinó un manotazo en los hombros para reafirmar sus
intenciones.
—No es momento de bromear, nos pueden pillar y tú te morirías de la
vergüenza.
—Si te soy sincero, ahora mismo no me importaría.
—¿Qué narices dices? No te reconozco. Ya estamos descendiendo y
tenemos un aspecto desastroso, como mínimo deberíamos arreglarnos un
poco.
Ellie trató de atusarse el pelo, que también había salido perjudicado por su
aventura, pero la sonrisa masculina la dejó bloqueada.
Mierda, amaba esa sonrisa.
—Yo creo que estás preciosa.
Durante tres segundos no supo qué responderle, había dejado de respirar y
los latidos de su corazón se incrementaron como si estuviera tocando un
tambor. Tuvo que realizar un esfuerzo sobrehumano para recomponerse un
poco. Cuando lo consiguió, le pinchó con un dedo en el pecho.
—¡Oye!
—¿Qué?
—No uses esas técnicas de playboy barato conmigo. Debemos darnos
prisa.
—Me hace especial gracia que me acuses de playboy, cuando hasta hace
bien poco decías que no se me daban bien las mujeres.
Para ganar algo de tiempo, Ellie procedió a peinarle con los dedos el pelo,
intentando eliminar el desastre que le había provocado.
Al notar ese pequeño gesto, Adam deseó sonreír aún más y realizar algún
comentario. Sin embargo, como le preocupaba que la joven volviera a
retraerse si se lo señalaba, se mantuvo callado.
—Me has demostrado que te cuesta desenvolverte con ellas cuando
quieres. Ahora bájame, corre.
Al final, con cierta renuencia, decidió que tampoco podía jugársela más
ese día, tenía que soltarla. De esta forma, la bajó con delicadeza, no sin antes
aprovechar para tocarle de forma casual el trasero por última vez, fingiendo
que le colocaba la ropa. A la joven se le escapó una risita.
—¿Me acabas de tocar el culo?
—Oh, qué mentira más flagrante, ¿me acusas de tan vil estratagema?
—Por supuesto que sí.
—Pues te equivocas. Solo estaba ayudándote con la ropa.
—Ya claro —murmuró con ironía negando con la cabeza—. La ropa, así
bautizaste a tu excusa. No te creo nada, cuentista, los calladitos sois los
peores.
—¡Qué falacia!
En ese mismo instante tocaron tierra y antes de que les abrieran la puerta,
Ellie no pudo evitar realizarle un último comentario en el que subyacía una
evidente diversión.
—Bueno, manoseos aparte, lo que está claro es que treinta minutos no son
suficientes para echar un polvo rápido en una noria, ¿no crees?
La carcajada de Adam resonó por todo el interior de la capsula y asintió
encantado.
—Treinta minutos son suficientes si nos metemos en faena, aunque te
aseguro que si tú lo deseas te puedo llevar en menos tiempo al cielo y traerte
de regreso.
«Ese es mi chico, ¿sabes Razón? Esa frase se la he dicho yo» Se jactó
Deseo, a lo que Razón que se encontraba en otros menesteres, le ignoró.
—¿En quién te has convertido?
***
Después de recoger la moto en uno de los aparcamientos del centro en los
que la habían dejado, Ellie y Adam regresaron al hotel cuando la luna ya se
alzaba en el cielo. Ellie se aferró a la figura masculina, concentrándose en el
horizonte nocturno repleto de estrellas.
No deseaba reflexionar sobre las situaciones surrealistas a las que se había
visto expuesta aquel día, pues desde el momento en el que había decidido ir
en su busca para consolarle, había sabido a lo que se expondría. Había
contado con ello en cuanto tomase la decisión de quedarse a su lado, tras
constatar que no se encontraba bien anímicamente.
Con Adam todo era así, como si fuera una peonza que se moviera de un
lado hacia otro, girando sin cesar, cambiando sus actuaciones y pretensiones
en base a los sentimientos que todavía albergaba por él.
No obstante, el final siempre era el mismo: la peonza acababa volcando y
tirada a un lado, inservible.
Aquel era su desenlace destripado. No necesitaba que nadie se lo avanzase
de nuevo, ya se lo conocía a la perfección y aún con todo y con eso, Ellie
deseaba retrasar esa sensación de vacío que se instalaba en su estómago cada
vez que se planteaba un futuro con él.
Esa fría y desoladora ausencia que resultaba la imposibilidad, le constreñía
las vías áreas de tal forma que en ocasiones le faltaba la respiración. Alejando
los pensamientos negativos, Ellie cerró los ojos y se aferró más a él, quien,
concentrado en deslizarse por las calles de la ciudad, no reparó en el malestar
de la muchacha. Estaba demasiado ocupado tratando de evitar matarlos a
ambos en el trayecto de vuelta a casa, mientras rememoraba una y otra vez el
beso que habían compartido en la noria.
Sin duda, lo primero que haría nada más quedarse solo sería pellizcarse
para comprobar que no era un sueño y que de verdad había podido besarla.
Más aún Ellie todavía le deseaba, porque, aunque lo había podido intuir
por su manera de reaccionar durante los intercambios que habían mantenido
hasta ahora, Adam había llegado a experimentar cierto desasosiego de que su
intervención con otros posibles hombres hubiera podido mermar de algún
modo el deseo sexual hacia él.
Se había odiado a sí mismo por el simple hecho de llegar a planteárselo en
un determinado momento, pero la realidad era que no sabía con certeza si se
habría acostado con otros aparte de Weiss y eso le había generado una
intranquilidad abrumadora. Por ese motivo, le había supuesto un alivio
inmenso que Ellie le hubiera demostrado, aunque fuera solo por unos
instantes, que todavía seguía deseándole de la misma forma en la que él lo
hacía con ella.
Tras unos minutos, llegaron al hotel y descendieron por la entrada
exclusiva que tenía su aparcamiento privado. Este se encontraba anexionado
al que usaban los turistas, pero sus medidas de seguridad habían sido
reforzadas el doble de lo que lo hiciera el otro.
Una vez más, Ellie se maravilló con la cantidad ingente de coches y motos
de todos los modelos que plagaba el lugar. No era de extrañar que aquella
familia fuera multimillonaria.
Nada más bajarse de la moto, Ellie se quitó el casco y se lo tendió para
que lo guardase, sintiéndose de repente incómoda. Ese día estaba a punto de
terminar y debía aterrizar en el mundo real, aunque no sabía cómo
planteárselo sin quedar como una auténtica bicha.
Quizás pensaría que una vez más volvía a utilizarle, primero besándole y
después desentendiéndose de ello, pero la verdad era que Ellie no deseaba
pasar otra vez por todo el dolor que conllevaba hacerse ilusiones con él.
Si se había concedido ese día a su lado no era solo para apoyarle, sino
también con el objetivo de relajarse un poco de toda esa pantomima que
estaba jugando desde que volvieran a verse.
No obstante, a pesar de que le inquietaba que Adam podría pensar mal de
ella, se recordó que, se lo había avisado en la presa y aun así él había
aceptado.
—Gracias por lo de hoy.
—Verás, antes de regresar ahí arriba, me gustaría que tratásemos un tema.
—Ya lo sé.
—¿El qué? Aún no dije nada.
—Sé que esto no cambia nada entre nosotros.
—Tú… ¿lo sabes?
Ellie no podía creer que estuviera tomándoselo de esa forma, pensaba que
tendría que explicárselo, pero él parecía actuar como si no le afectase.
—Sí, soy consciente de que lo has hecho para animarme.
Bueno, no solo lo había besado por eso. Se había dejado llevar por un
momento en el que le había visto tan desolado, cuestionándose hasta su
existencia, que no podía consentir que nadie contribuyese a hacerle sentir
como si fuera una escoria.
—¿No me odias por besarte?
—No.
—¿Tampoco te he ilusionado? Me preocupa un poco eso, porque no sé
qué es lo que va a ser de mi vida dentro de una hora, entonces…
—Ellie —le interrumpió categórico—. Tranquilízate.
—Pero yo…
—Mentiría si te dijera que no me siento ilusionado y que no he disfrutado
de manera inconmensurable de nuestro beso, pero no soy ningún necio, sé
que mis acciones y palabras te hicieron daño, así que es normal que eso siga
estando entre nosotros. Tampoco olvido mi promesa de mantenerme a un
lado. He decidido respetarte y, a pesar de esto, tengo la intención de
cumplirlo. Si me lo permites, me lo tomaré como una forma agradable de
animar a un conocido.
Ellie no daba crédito a su reacción, estaba actuando mucho más maduro
de lo que le recordaba en el pasado. Sin embargo, tampoco resultaba justo
que olvidase que una de las cosas que más valoraba Adam era la sinceridad,
de modo que no era de extrañar que obrase en base a este tipo de valores.
—Vale.
—Si así lo deseas, podemos regresar a los formalismos entre nosotros.
—No.
La negativa de Ellie, sorprendió a Adam por su inusitada rapidez. Este
ladeó la cabeza con evidente curiosidad.
—¿No?
—No, para serte honesta, hablarte de usted todo el rato me cansa un poco.
—¿En serio? No lo hubiera dicho.
—Sí, de todas formas, ya no eres mi jefe y aunque solo nos une una
relación laboral, no resulta coherente que después de todo lo que hemos
hablado sigamos tratándonos como dos desconocidos.
—Entonces, ¿ahora quieres ser mi amiga?
—No, sintiéndolo mucho, me reafirmo en la creencia de que no podría
serlo, pero tampoco somos unos extraños, ¿no crees?
—Estoy de acuerdo con tu percepción, de modo que solo nos queda una
alternativa.
—¿Cuál?
—Veamos, ¿quieres hacer las paces?
Una risa escapó de los labios de Ellie y Adam se quedó estudiándolos con
renuencia durante unos segundos.
—¿Y bien?
—Es que por un momento me he sentido como cuando me tiraba de las
greñas con algún niño en el patio del colegio y después siempre
terminábamos fumándonos la pipa de la paz.
Adam arqueó una ceja, divertido con la anécdota. Se podía imaginar a la
perfección a una pequeña Ellie regordeta, tirándole de los pelos a otro infante,
mientras luchaban por quién llevaba la razón.
—De forma que ya te gustaba pelearte de pequeña.
—Solo cuando era estrictamente necesario, nunca fui una niña demasiado
problemática, la verdad, ya le dije que ese papel estaba reservado para Ada.
—Ah sí, lo recuerdo. Bueno, ¿qué? ¿firmamos una tregua?
—Está bien, pero antes de eso necesito hacer algo.
—¿El qué?
—Oficializarlo.
—¿Cómo?
—Agacha la cabeza, por favor, que sino no llego.
A pesar de no comprender qué era lo que esperaba conseguir con
exactitud, Adam la obedeció e inclinó la cabeza tal y como le indicaba. De
repente, notó que una de las manos femeninas impactaba contra su hombro y
la levantó asombrado.
—¿Qué se supone que estás haciendo?
Ellie mostraba un gesto de seriedad, sin retirar todavía su mano de su
cuerpo.
—Cállate y escucha.
—Bueno, vale.
—Yo, Ellie Hawk, te rebautizó, a partir de ahora ya no serás un pez
apestoso.
—¡Oye!
—Shh, que no he terminado, este es un proceso sagrado.
—Ya claro.
Incluso con aquella actitud irónica, Ellie sabía que en el fondo Adam se
estaba divirtiendo tanto como ella. Para cualquier adulto que se preciase de su
madurez podría resultar una locura y la tacharía de chalada, más la única
verdad que existía tras ese ritual inventado era la de que no deseaba seguir
actuando con esa frialdad que tanto se había esforzado por aparentar.
No iban a ser los mejores amigos ni una pareja, pero se sentía incapaz de
seguir relacionándose con él como si en el pasado no hubieran compartido
varios de los momentos más bonitos de su vida. Con aquellas palabras se
recordaría a sí misma que a partir de ahora asentarían una relación basada en
la cordialidad.
—Como venía diciendo, ya no serás un pez apestoso, solo serás Nemo a
secas.
—¡Ellie! Esto es absurdo, no puedes seguir tratándome como un personaje
de Pixar toda la vida.
—Por supuesto que sí. Tú espera y verás. Bueno, terminando este rito
ceremonial exprés, la universidad de Miami me lo confirmó te acaba de subir
de nivel a la categoría: conocido.
—¿Acabas de mandarme de una patada a la friendzone?
—Uno de mis maestros en este arte de las patadas voladores era Chuck
Norris —comentó con orgullo—. Oye ¿crees que existirá el knownzone?
—¡Estás loca!
—Bueno, que sigo, deja de interrumpirme o no acabaremos nunca.
—¿De verdad hace falta esto?
—Pues claro, ahora vamos a establecer los límites.
—¿Limites?
—Sí, el más importante será el que no volveremos a transgredir nuestro
acuerdo. Somos colegas, así que nada de besos. No llevará a nada bueno. Nos
enfocaremos en comunicarnos desde el más absoluto respeto y amabilidad.
Al escucharla, Adam elevó los hombros, impasible.
—No fui yo el que te besó primero.
—¿Disculpa? —articuló desencajada con su osadía—. Valiente
desgraciado, eso no es nada justo de tu parte, acaso te has quejado, ¿eh?
—Oye, ¿no habíamos acordado tratarnos desde el respeto y la amabilidad?
No han pasado ni cinco minutos, no puedes llamarme desgraciado y por
supuesto tampoco pez apestoso.
—Por eso te acabo de rebautizar, ahora eres Nemo a secas.
—No sé si me convence.
—Eso no importa.
—¿Qué concepto tienes tú sobre el respeto?
—No te estoy faltando. Un pez sigue siendo un pez, no se puede cambiar
su especie con tanta facilidad, va contra las leyes de la naturaleza.
—Eso sería así si viviera en un acuario, pero no soy ningún pez, tengo dos
piernas y puedo caminar.
—Para mí siempre lo serás, por el pelo, es que es tan rojo que es eso o una
zanahoria, tú eliges.
—No, zanahorio no, que bastante tiempo me han llamado así Enzo y
Luke. Prefiero al pez.
—Perfecto, me va a gustar hacer negocios contigo.
—No me digas…bueno y ¿qué más?
—En caso de que alguno de los dos incumpla dicho acuerdo, no habrá
forma posible de recuperarlo y volverás a ser un pez apestoso.
Adam puso los ojos en blanco ante el apelativo tan característico, pero en
ese momento se dio cuenta de que había omitido una parte.
—Oye, y si eso pasa ¿qué ocurrirá contigo?
—¿Yo? —indagó confundida la muy descarada como si fuera inocente por
completo—. ¿Qué pasará conmigo?
—Hasta donde recuerdo no eres ninguna hermanita de la caridad, ¿qué
sucederá si eres tú la que lo incumples?
—Te aseguro que no lo haré.
—Bueno y ¿si lo haces?
—Está bien, ¿qué es lo que quieres a cambio?
El pelirrojo sonrió encantado con la situación. Ellie dio un paso hacia
atrás, sospechando que no podía traerse entre manos nada bueno o positivo
para su persona.
—Me darás una oportunidad más.
—¿Una oportunidad?
—Sí.
—¿A qué te refieres?
—A borrar todo y empezar de cero como ahora.
Ellie se quedó asombrada con aquella petición. Apenas y podía pronunciar
alguna palabra, lo que le estaba pidiendo era que incluso si ella incumplía su
trato, él desearía comenzar de nuevo a su lado.
—¿Quieres decir…?
—Sí. Volveremos a este momento.
—Pero ¿no te enfadarías?
—Quizás sí y tendrás que soportarlo, no puedes salir huyendo.
—Tú…
—Bueno, ¿hay trato o no?
—De acuerdo.
—¿Nos damos la mano o cómo va este ritual que te acabas de inventar?
—Sí, es que no tengo una pila bautismal y no pienso hacer un pacto de
sangre, ¿te imaginas lo que duele? —comentó estremeciéndose—. No
entiendo cómo la gente puede si quiera planteárselo.
—Entonces, ¿no quieres sellarlo con un beso?
—No te aproveches de mí tampoco, ya te dije que somos colegas.
—Es broma —se carcajeó negando con la cabeza—. Es broma.
—¿Desde cuándo has aprendido a bromear?
—Supongo que me enseñaste tú desde que llegaste a mi vida.
La joven se quedó sin aliento al escucharle confesar ese dato con tanta
naturalidad. ¿De verdad ella había influido en él de algún modo? El solo
hecho de imaginarlo le despertaba un cosquilleo molesto en el estómago.
«Malditas mariposas insidiosas, seréis mi desgracia. Despertad de una vez,
no estamos en Disney y este hombre no es nuestro príncipe azul. Parad de una
santísima vez»
—¿Volvemos?
—Cla-claro.
***
El resto del trayecto hasta el vestíbulo del hotel lo hicieron en silencio, no
resultaba incómodo, sino que daba la impresión de que hubiera muchas cosas
que añadir, pero las palabras fallasen o se escapasen para expresar el nuevo
ambiente que se había instaurado entre ellos. Adam la acompañó hasta la
habitación y una vez frente a la puerta, Ellie sacó la tarjeta para abrirla,
mientras él le aconsejaba.
—Es algo tarde, deberías pedir que te traigan la cena al dormitorio.
—Claro, tú harás lo mismo, ¿no?
—Es posible.
—No te olvides de cenar, es importante para la salud.
—Ya, ya lo sé. Entonces, ¿nos vemos el lunes?
—Está bien.
—Si no te veo el fin de semana, espero que lo disfrutes.
—Adam.
Sabía que estaba mal que le interrumpiera cuando ya se estaban
despidiendo, pero todavía había algo que le preocupaba.
—¿Sí?
—¿De verdad estás bien?
—Te lo prometo.
—Si las cosas van mal, no debes refugiarte en ti mismo, lo sabes, ¿verdad?
Adam sonrió, enternecido, ¿cómo no iba a haberse enamorado de aquella
mujer tan dulce a la par que encantadora? Alentado por sus palabras, se
acercó aún más y quedando a escasos tres centímetros de Ellie, estudió con
detenimiento cada uno de los rasgos de la muchacha.
Tenía unos labios tan perfectos, que se moría por volver a besarla. Se
percató de que sus fosas nasales se abrían de más, luchando por respirar
adecuadamente. Era consciente del efecto que tenía sobre ella y no podía
negar que eso le satisfacía sobremanera. Sin embargo, le había hecho una
promesa, así que tenía que permitirla relajarse un poco… o quizás no.
Ellie estaba en tensión, percibiendo cómo su corazón volvía a agitarse ante
su cercanía. Desconocía cómo debía de proceder, si tan solo su cuerpo le
respondiera, habría una posibilidad. Esta última quedó frustrada en el mismo
instante en el que él aprovechó su momento de debilidad para prodigarle un
suave beso en la mejilla, y le susurró:
—Gracias.
—Tú…
Adam se rio por lo bajo, le parecía muy divertida su confusión, hubo una
época en la que ella era la que siempre le pillaba desprevenido.
—No me regañes, esta es mi forma especial de desearte dulces sueños.
Tras soltarle eso como si fuera lo más natural del mundo, Adam se dio la
vuelta y se dirigió directo a su habitación. Ellie podía haberle tachado de
colegas, pero era tan cabezota que no se daba cuenta de que por mucho que lo
negase, su relación se asemejaba más a una estrecha amistad. Al fin y al cabo,
¿con quién más él iba a expresarse con aquella desenvoltura y confianza?
Estaba loca si de verdad creía que se abría con el resto de las mujeres de la
misma forma en la que lo hacía con ella.
Agitada y con las piernas temblando, Ellie le observó entrar en su
correspondiente dormitorio. Una vez cerró su propia puerta, terminó de
internarse en el suyo. Se sentía agotada después de un día cargado de
emociones tan intensas.
No podía creer todavía que le hubiera besado, y lo peor, él había estado a
punto de volver a repetirlo junto al dormitorio. Demonios, ¿desde cuándo se
había convertido en aquello que había jurado destruir?
«Soy peor que un playboy barato».
Lamentaciones aparte, ya iba siendo el momento de volver a comportarse
como una profesional, así que, apartando a un lado sus pensamientos de
autosabotaje, recogió el móvil por primera vez desde que se despertara.
Quería constatar si la habían requerido a pesar de haberle avisado al
community manager de que se reunirían el lunes siguiente.
Once llamadas perdidas de Ethan y diez mensajes recibidos.
¿Cómo era posible que lo hubiera puesto en silencio? La respuesta se
materializó ante ella: su angustia ante la posibilidad de que Adam se
encontrase solo llorando en cualquier lugar. Cuando lo encontró, había
tomado la decisión de que nadie la molestase mientras trataba de resolver sus
asuntos de forma privada. Ahora podía darse cuenta de que había sido un
error, Ellie no podía permitirse el lujo de desatender el teléfono.
¿Habría pasado algo? Preocupada, desplegó el chat y en cuanto leyó cada
uno de sus mensajes, sintió que le bajaba la tensión.
«Mierda, no, no, no»
Mensajes enviados de Ethan:
Ellie, ya estoy aquí.
Oye, ¿te queda mucho? No te veo, aunque quizás es porque hay mucha gente.
Te estoy esperando en el restaurante.
¿Dónde estás?
¿Ha pasado algo? ¿Te encuentras bien?
No me coges el móvil, contesta por favor, me estoy empezando a preocupar.
Ellie estoy subiendo a tu habitación, espero que de verdad estés bien.
No contestas, no te habrás caído en la ducha como la última vez ¡¿no?!
¿Es que no estás en tu cuarto?
Ni te molestes en responderme, imagino por la contestación que me ha proporcionado Lucrecia
dónde te encuentras.
El último mensaje había sido enviado hacia escasas horas y le removió
tanto, que se dirigió hacia las afueras de la habitación en busca de aquel
idiota. Tenía que encontrarlo como fuera para explicarle la situación, aunque
¿qué justificación pretendía darle? La única verdad era que se había
comportado como una amiga deplorable, lo único que deseaba era poder
retractarse del mensaje que le había enviado comprometiéndose a comer con
él.
Solo quedaba una solución, disculparse y esperar que lo aceptase. Le
preocupaba sobremanera las complicadas circunstancias en las que se hallaba
su amistad y ante todo temía que no lograsen superar ese bache.
Ellie tocó a la puerta de su dormitorio, preguntándose si quizás ese era el
mejor proceder. No contestó de inmediato, por lo que tras apoyar la oreja en
la madera para constatar que se encontrase dentro, volvió a aporrearla,
intentando insuflarse ánimos.
—Ethan, no me hagas gritar, sé que estás ahí. Anda ábreme, tenemos que
hablar.
Apenas transcurrieron unos segundos, hasta que un despeinado y
desvestido Ethan le abrió. Ellie intentó no mirar demasiado, como siempre
hacía cuando el tipo consideraba natural desvestirse estando ella presente.
—Anda, hola. ¿Te has divertido?
—Mucho.
Se internó en su cuarto con decisión. Estaba resuelta a solucionar de
cualquier modo ese entuerto, por lo que se sentó en el sofá. Nada más
hacerlo, reparó en un pequeño arete de plata tirado en el suelo junto a la cama
y entrecerró los ojos estudiándole con suspicacia. Ethan no la vio, ya que se
encontraba cerrando la puerta.
«Menudo enamorado del tres al cuarto»
En cuanto se giró hacia ella, Ellie se arrellanó en el sofá y, determinada, le
encaró.
—¿No querías hablar?
Ethan se aproximó y con una fingida despreocupación que Ellie conocía
bien, cruzó los brazos desnudos y se apoyó contra la pared.
—En realidad, si mal no recuerdo te propuse comer juntos.
—Ethan deja de comportarte como un bebé, por favor te lo pido. Esto no
es una discusión de un patio escolar.
—Bueno, no puedes juzgarme porque me haya molestado, has sido tú la
que me ha dejado tirado.
—Sí, sobre eso lo siento mucho, de verdad. Tuve que salir.
—¿Con Henderson?
De nada serviría negarlo, en el mensaje le había dejado claro que Lucy, la
secretaria de Adam, ya se lo había confirmado.
—Sí.
—Ha pasado algo grave, ¿no?
—¿No te lo ha contado la señorita Martin?
—Prefiero que lo hagas tú.
—Awad le ha rechazado la propuesta.
—Bueno, eso sí que no es de extrañar.
—¿Cómo dices? ¿No le conseguiste tú la entrevista?
—Ajá.
—¿Entonces?
—Desde un principio intuí que no le aceptaría.
—¿Por qué?
—Porque a Awad no le cae bien Henderson.
—Espera un momento, lo sabías desde el principio y ¿no se lo dijiste?
—¿Habría cambiado algo?
—¡Por supuesto que sí! Podría haber sabido de antemano a dónde iba y a
lo que se enfrentaría.
—Oh, por favor, suenas igual que esa estirada.
—¿Cómo quién?
—Nada —desestimó esquivo—. Mira, esto no es personal, Ellie, para ser
honesto, de verdad esperaba que pudiera manejarlo.
—Está claro que no.
—No, no te equivoques, que previera que le iría mal no significa que no
tuviera la esperanza de que pudiera convencerle, es solo que…
—¿Qué?
—¿Es que no te lo dijo mi padre?
—¿El qué?
—Henderson no puede convencerle él solo. Debiste intuir que se debía a
que no le caía bien.
Eso lo recordaba, Simon le había dicho que necesitaría un plus para poder
cerrar el trato. En ese momento no había comprendido a qué se refería, pero
ahora todo cobraba sentido.
—Ethan ¿acaso crees que soy adivina? ¿Tengo una maldita bola de cristal
o me ves echando las cartas? ¿Yo qué diablos puedo saber si se llevan mal o
no?
—No es que se lleven mal, solo que Awad es un hombre tradicionalista y
la forma en la que Adam ha estado ejerciendo su cargo de CEO estos últimos
años no le agrada. O sea, piénsalo, ¿salir durante años con la señorita
Sullivan sin casarse ni concretar una boda? Para él definitivamente es un no.
—Entonces, ¿por qué te soporta a ti? Si eres un picaflor.
—Oye, eso me ha dolido. Playboy o no, tengo sentimientos y, respecto a
tu pregunta, la mayoría de mis amigos son artistas.
Aquello indignó a Ellie, quien saltó en defensa de Adam.
—Bueno y ¿a esos no les pide una actitud comprometida?
—Pues no, es más laxo, porque no les toma en serio. Sin embargo, a un
empresario de éxito como Henderson se le pide dar otra imagen.
—Venga ya, esos valores son del pleistoceno como poco.
—Es lo que hay.
—Bueno, y ¿qué hacemos?
—Todavía estoy pensándolo.
—Pues hazlo rápido, porque no sé cuánto más voy a poder aguantar sin
comunicárselo a la junta. Si se enterasen de que ha sido rechazado por Awad,
lo largarán. ¿Esta semana has notado algún posible sabotaje?
—No, todo está demasiado en calma. Quizás sea debido a que todavía no
hemos empezado a hacer cambios como tal.
—No lo sé, pero estar bajo el escrutinio de ese hombre, no me hace la
menor gracia.
—Siento que mi padre y yo te hayamos arrastrado a esto.
—No te preocupes. Bueno, ¿de qué querías hablarme? ¿De tu forma de
ignorarme durante esta semana?
Ethan dejó a un lado su actitud desenfadada y se apartó de la pared para
tomar asiento en la cama. Parecía genuinamente abochornado.
—Sí…
—Creí que no tardarías en escribirme, ¿qué es lo que te pasó?
—Yo… me sentí avergonzado, te solté todo eso borracho, sin pensar en
las consecuencias que tendría para nuestra amistad. Lo siento mucho, Ellie.
—No me gustaría meter el dedo en la llaga, ya que te estás disculpando,
pero Ethan si esto me lo hubieras dicho al día siguiente, me habrías ahorrado
muchas preocupaciones. ¿Sabes lo mal que me sentí? ¡Creí que te había
perdido como amigo!
—Lo siento, Ellie. No te imaginas cuánto me arrepiento de todo lo que te
dije esa noche y de haberte estado evitando el resto de la semana.
—Bueno, para ser justos yo también te intenté dar esquinazo al ver que no
deseabas hablarlo conmigo.
—Aun así, no mentía.
—¿Cómo dices?
—Sí que me sentía confundido.
—Ethan…
—Ya, soy consciente de que estás enamorada de Henderson, por mucho
que eso me repatee.
Ellie no hizo el esfuerzo de desmentirlo, le habría gustado tener la
capacidad de hacerlo, pero con todo lo que habían vivido esa tarde, le
resultaba imposible. Por lo tanto, se limitó a permanecer callada mientras se
ruborizaba, de forma que Ethan continuó con su discurso.
—Esta semana estuve reflexionando mucho sobre eso.
—¿Y? ¿Llegaste a alguna conclusión?
—Sí.
—¿Cuál?
—Tenías razón, me sentía confundido porque eres la primera mujer con la
que no he logrado acostarme y estuvimos compartiendo un montón de planes
y horas juntos.
—Ay, Ethan, puedo entenderte y para ser sincera me hubiera gustado
poder enamorarme de ti. Tenías todos los ingredientes perfectos para ello.
—Pero Henderson llegó primero —moduló con voz entristecida—. ¿No?
—Mucho me temo que sí.
—¿Vas a volver con él?
—No.
—¿Por qué?
—No estamos destinados a estar juntos —suspiró derrotada—. Venimos
de mundos distintos. Podemos pasarlo muy bien durante un rato, pero eso
será todo.
—Bueno, debo reconocer que esa frase no me desagrada.
En respuesta, un cojín volador fue lanzado contra su cara y el hombre
rubio no hizo el menor esfuerzo por esquivarlo.
—¡Ethan!
—¿Qué? Aún me falta un poco más de tiempo para aclarar mis ideas.
—¿No lo habías hecho ya?
—Más o menos, me preocupaba que, si seguía postergando esta
conversación, acabases detestándome.
—En eso no te equivocas, si hubieras dejado pasar otra semana, te habría
tirado de los pelos con gusto. Sabes que conmigo siempre puedes hablar de lo
que sea.
—Ya, lo siento, El.
—Bueno, ¿y ahora qué?
—¿Amigos?
Ellie se echó a reír, justo ese día había acordado dos treguas seguidas. Sin
duda, suponía todo un reto.
Con Ethan no sentía ningún tipo de riesgo Su cuerpo y su corazón se
encontraban a salvo, así que podría considerarlo su amigo sin ningún
problema.
—Por supuesto, idiota.
CAPÍTULO 17
«Tus pecas son mis chips ahoy! favoritas»
E.H

En 1976 el psicólogo estadounidense León Festinger acuñó por primera


vez el término disonancia cognitiva. En su libro Teoría de la disonancia
cognitiva explicaba este concepto con más detalle, pero el resumen general es
que el ser humano experimenta una necesidad de reafirmar y demostrar que
sus ideas intrínsecas, acciones y comportamientos se encuentran dotados de
una coherencia interrelacional. De este modo, si un individuo identifica una
incongruencia en sus ideales y sus conductas, tenderá a afrontar dicha pelea
interna de tal manera que pueda hallar la calma. En la actualidad, algunos
psicólogos consideran que esta contradicción de ideas es plausible debido a la
subjetividad y la historia vital del individuo.
Ellie Hawk llevaba toda la noche sin poder pegar ojo debido a esta
cuestión. Por supuesto, la muchacha no había estudiado este fenómeno, pero
se hallaba viviéndolo en sus propias carnes. Sus creencias y principios claros
le indicaban que no podía seguir relacionándose con Henderson, mientras que
sus acciones cuando se encontraban a solas diferían mucho de este objetivo
marcado.
La idea resultaba apabullante, se sentía frustrada por mostrarse tan débil
ante aquel hombre para terminar besándole en una maldita noria y, aunque ya
no se resistía a afirmar que le quería, eso no significaba que tuviera que
casarse con él y formar una familia. Estaba al tanto de que lo más sensato
sería relacionarse desde la mera camaradería, sin entrar a profundizar en otras
cuestiones carnales.
La cruda realidad era que lo seguía amando y Ellie sabía que, aunque
Adam pareciera haber cambiado, sus antiguos valores habían existido por una
razón y esa era debida a la educación que había recibido. No por nada existía
el refrán ese que le había escuchado decir a algunas mujeres de su clase de
zumba: una se casa con la familia.
Si alguna vez se veía en esa tesitura, el hombre con el que desease pasar su
vida o llegase a formar una familia, ya fuera debido a que se fuesen a vivir
juntos o casarse —se mareaba solo de plantearse esta cuestión— tendría que
comprender que ella venía cargando con una situación familiar compleja.
No aceptaría a nadie que pudiera sentir rechazo hacia sus hermanos, y
sabía bien que para muchos hombres esto podría asimilarse a meterle a la
suegra en casa. No, Ellie no iba a pasar por aquel aro. Tampoco tenía la
intención de soportar una familia que la denigrase por sus raíces y en toda
película que se preciara al respecto, la protagonista siempre terminaba
tirándose de los pelos, con la madre, el padre o, si se preciaba, incluso con
ambos a la vez.
Ellie no tenía la intención de casarse con un hombre a quien su familia
política no la aceptase, porque ella no tenía la necesidad de estar agradando a
unas personas que resultaba evidente, la considerarían inferior. Solo por este
motivo, apartaba a Adam una y otra vez de su lado, y sí, resultaba una
exagerada, al fin y al cabo, solo habían compartido un beso, pero sabía el
peligro que tenían las ilusiones sobre su persona.
Por otro lado, también le molestaba haber acabado enamorada de él, Ada
tenía razón, ¿por qué no había podido enamorarse de un hombre más
normativo? Ella no había esperado demasiado de la vida, solo que sus
problemas económicos se solucionaran lo suficiente para poder disfrutar más
de la infancia y adolescencia de sus hermanos. Se sentía orgullosa de haber
podido conseguir el primer objetivo, lo que no había esperado era que su
obtención implicase viajar y que ellos se tuvieran que mantener lejos.
Bueno, la vida no era color de rosas o eso decían, ¿no?
A pesar de su noche de insomnio en la que había revivido minuto a minuto
el beso que compartieron en la noria y en el que él le había depositado en la
mejilla, Ellie tuvo que hacer auténticos esfuerzos por no irrumpir en la propia
habitación del pelirrojo. No le cabía la menor duda de que habría quedado
como una psicópata, incluso si él mostraba tanto interés en su persona.
Al final, terminó durmiéndose sobre las cuatro de la mañana, tras una
rápida ayudita para desconectar por parte de su maquinita especial. Le había
preocupado que pudiera escucharla, pues su cama daba a la pared de la
habitación de Adam, pero si fue así el tipo no dio muestras de ello.
Por culpa de este desvelo, se despertó ojerosa y con una sensación de
pesadez en todo el cuerpo. Al menos era sábado y ese día no trabajaba. Con
toda probabilidad, Ethan ya habría desayunado, así que tendría que buscarse
la vida.
Una vez a la semana se permitía un antojo y solía reservarlo para los días
que más ansiedad podía tener. Su intención era la de bajar al restaurante y
arramplar con todo el bufé que hubiera quedado, pero cuando estaba
atravesando la piscina para llegar al hotel principal, escuchó una voz
femenina que no reconoció en un principio.
—¡Señorita! ¡Señorita!
Al principio Ellie no asoció ese llamamiento con su persona, por lo que
continuó caminando, serpenteando el bar de la piscina.
—¡Oye! ¡Señorita!
—¡La del zumba!
Esa palabra sí que la reconoció. Desde luego no podían estar refiriéndose a
una camarera, como había pensado en un primer inicio. Ellie se giró hacia la
procedencia de la voz y en cuanto reconoció a dos de las ancianas que
formaban parte del grupillo que participaban con ella en sus clases de zumba,
las sonrió encantadas y se aproximó hacia donde estaban.
—Ah… ¡Hola!
Ambas se encontraban sentadas en una mesa frente a la piscina,
compartiendo un pastel de chocolate y dos bebidas. Por extraño que
pareciera, iban descalzas, pero ataviadas con vestidos de gala. Una era rubia y
la otra castaña, la primera llevaba un vestido rojo y la segunda uno verde
esmeralda con lentejuelas. A pesar de su avanzada edad, tenían un aspecto y
porte envidiables. La combinación le resultó extravagante, aunque no realizó
ningún comentario al respecto.
—Querías ignorarnos, ¿eh?
—¿Y cómo no iba a hacerlo, Marilyn? ¿Quién se divertiría con dos
ancianas?
—No, no. Perdonen, es que no las había visto.
—¿Estás bien, muchacha? Presentas un aspecto atroz.
Ellie estudió su atuendo improvisado, con unos pantalones cortos de tela y
una camiseta básica blanca. No les faltaba razón, estaba desastrosa.
Necesitaba un café, un chocolate o ambas cosas a la vez.
Sin embargo, no tenía la intención de tomárselo en cuenta a aquellas
mujeres.
—La verdad es que se siente peor de lo que parece.
—¿Mucha juerga anoche?
—Dorothea y ¿cómo no va a tenerlo? con ese pedazo de prometido.
Al escucharlas, Ellie frunció el ceño sin comprender. ¿Las bebidas esas
tendrían mucho alcohol?
—¿Disculpen?
La rubia le propinó un codazo a la castaña y se miraron entre ellas como si
compartieran algún secreto, eso la confundió más. ¿Qué se traían aquellas dos
entre manos? Ellie no las conocía mucho, pero siempre las había visto
cotillear en las clases en las que había coincidido con ellas.
—Cállate, Marilyn —le susurró y después se dirigió Ellie—. Perdónala,
querida, la edad ya nos está pasando factura y a veces vemos mal. Te hemos
confundido con otra jovencita de nuestra clase. ¿Cómo se llamaba, Dorothea?
La memoria me falla.
—Loretta.
—Oh, sí, la adorable Loretta.
—No se preocupen.
—¿Tú cómo te llamas?
—¿No me he presentado?
—Seguramente que sí, pero mi hijo siempre dice que nos borran la
memoria como esos personajes de la película que tanto le gusta ver con mis
nietos… ¿cómo era? Usaban un cacharro, creo.
Ellie soltó una carcajada al imaginarse al hijo comparándolas con los Men
in Blacks. Sin duda, resultaba una similitud muy tierna.
—¿Men in Blacks?
—¡Esos!
—Ay, Marilyn, hija, la cabeza.
—¿Digo algo yo de tu marcapasos? ¿eh? ¡Un día lo fundes de tanto babear
por los hombres!
—Oye, no me juzgues, desde que enviudé de ese malnacido, ahora solo
busco un hombre que me macere las partes bajas.
—¡Dorothea!
Ellie se echó a reír ante la audacia, pues la comprendía a la perfección. De
hecho, se imaginaba a ella misma actuando de forma similar que esa mujer.
—Son muy divertidas.
—Oh, por favor, no nos hables de usted.
—¿No?
—No, por Dios, sería como echarnos más años de los que ya tenemos.
—Eso, puede que no lo aparentemos, pero somos jóvenes de corazón.
—¿Quieres sentarte con nosotras, querida?
—No me gustaría importunar vuestro… ¿desayuno?
—No sabes determinar una palabra porque estamos bebiendo alcohol,
¿verdad? Esta es la bebida de los campeones cuando pasas los ochenta.
—A mí no me gusta mucho el alcohol.
—Cuando tengas dos hijos petardos a cuestas, te gustará. ¡Te gustará!
—Venga, mujer, siéntate —le ordenó Marilyn abriendo la silla para ella y
después se dirigió al camarero—. ¡Severo!
Este reaccionó presto, acercándose para atenderlas.
—Me llamo Eric, señora.
—Oh, disculpa, querido, la edad. ¿Podría atender a nuestra nueva amiga?
De esta manera, Ellie acabó entablando amistad con aquellas dos ancianas
cuanto menos peculiares.
—Por supuesto. ¿Qué desea tomar, señorita?
—¿Tienen chocolate caliente?
—Claro, ¿algo más?
—Unas tortitas, por favor.
—Perfecto.
Ellie observó marchar al camarero, preguntándose cómo había acabado
sentándose con aquellas dos mujeres. Estaba claro que pertenecían a una
clase adinerada, las joyas que llevaban así lo atestiguaban, todo lo contrario, a
lo que ella era.
No se sentía incómoda a su lado, pero no podía evitar cuestionarse el
motivo tras el cual dos ancianas invitarían a una desconocida a desayunar.
Las estudió con interés y ambas sonrieron. Bien podía aprovechar y adelantar
la realización del sondeo de huéspedes que tenía pensado llevar a cabo más
adelante.
—Disculpad, ¿os importaría que os hiciera una pregunta?
—Pues claro que sí, querida —comentó encantada Marilyn dándole un
golpecito sobre la mano—. ¿No me has escuchado antes? Ahora somos
amigas.
—Gracias.
—¿Qué deseas preguntarnos?
—Bueno, veréis, trabajo en la sección de marketing del hotel.
—¿En serio? Marilyn, estamos ante un pez gordo, marketing dijo. Suena
muy chic, como dicen los jóvenes de ahora.
—Ah, nada que ver, solo soy una trabajadora.
—Aunque nos veas estas pintas de ricachonas, en realidad nosotras no
entendemos mucho de negocios, si acaso lo hacían nuestros maridos —
informó Marilyn—. De joven era maestra, ¿sabes?
—Espere, eras docente y ¿te casaste con un rico?
Marilyn se rio ante el asombro evidente de la muchacha, que la
contemplaba como si la hubieran salido tres cabezas.
—Podría decirse que sí, sí. Mi marido era muy distinto al hombre
estadounidense promedio, tenía valores mucho más… ¿arcaicos?
—Dilo claro, era un machista de tomo y lomo.
—Bueno, ¿y quién no lo era en esos años? ¡Eso del feminismo es más
reciente! La verdad que ojalá tener la suerte de nacer en esta época, antes
recibíamos otro tipo de educación, ya lo sabes.
—Pero ¿y cómo pudiste entenderse con él? —preguntó Ellie con
curiosidad—. ¿Su familia no te rechazó?
—Por supuesto que sí, muchacha, ¿crees que los ricos entienden de
orígenes humildes? ¡Eso solo es en los cuentos de hadas! La vida real es muy
distinta.
Al final iba a ser cierto eso de las manifestaciones, justo había estado
reflexionado de este tema la noche anterior y ahora salía en esa conversación.
Parecía ser que aquella mujer, Marilyn se había encontrado en una situación
similar a la suya.
—¿Y cómo pudiste soportarlo?
—Ah, es que no lo hice.
—¿Entonces?
—Mi marido supo poner a cada uno en su lugar tal y como correspondía
—comentó con una sonrisa encandilada, se notaba que seguía enamorada de
él—. Era un hombre con mucho carácter. Todos los empresarios de su
tamaño suelen serlo, ¿sabes? De lo contrario se los comerían vivos, eso lo
aprendí muy bien a su lado.
Ellie no pudo evitar recordar a Adam, aunque ella no se había visto
intimidada en un principio, hubo momentos en los que sí le había impuesto
cuando le había visto relacionarse con los demás, como aquella ocasión en la
que salió en su defensa cuando descubrió abochornada, que el maldito de
Leblanc había estado usándola para hundirle.
En ese momento, sentirse apoyada por él, le había transmitido mucha
tranquilidad, pero también había podido reconocer el carácter del que hablaba
Marilyn.
—Sí.
El camarero llegó con la comanda y, tras agradecerle, Ellie comenzó a dar
cuenta de su desayuno. Se sentía famélica. Sin embargo, Marilyn captó su
atención.
—¿Sabes, niña? Si consigues dar con un tipo así de hombre, créeme,
siempre te sentirás protegida. Solo tienes que saber elegir adecuadamente.
—No te olvides de lo más importante.
Ellie y Marilyn miraron a Dorothea, quien masticaba con mucha calma un
trozo de pastel.
—¿Cuál sería ese?
—Esa clase de hombres que menciona Marilyn, requieren de una mujer
con unas cualidades muy específicas. Si no se sabe esto mejor ni intentarlo
con ellos.
—Oh, Dorothea, no empieces de nuevo.
—Tampoco vamos a engañarla, tú le estás poniendo tu caso de ejemplo,
pero eso se da una vez entre un millón.
—¿A qué te refieres?
—No la hagas ni caso, ella no cree ya en el amor, hay hombres
maravillosos ahí fuera.
—Solo una necia total creería en ese cuento para niñitas tontas. Chiquilla,
espero que tú hayas pasado ya por esa etapa ridícula, porque esta de aquí —
señaló despectiva a su amiga—. Sigue atrapada en ella.
—Tú… ¿cómo te atreves? No eres quién para dar lecciones de nada, solo
piensas en el sexo, ¡ya tienes una edad!
—¡La edad perfecta para llevarme a la cama a todo lo que se menea y le
queda energías! Con conseguirme uno que no requiera de cierta ayuda extra
para estimular su amiguito ¡me daré con un canto en la dentadura!
—Perdónanos, querida, vas a pensar que estamos chaladas, es que son
muchos años de amistad. Esto es resultado de la confianza, somos casi
familia. Podría contar con los dedos de una mano las ocasiones en las que nos
hemos peleado en serio.
—No os preocupéis por mí.
—Yo también fui la esposa de un hombre acaudalado y no lo
recomendaría —intervino Dorothea—. Ese idiota de Arnold para lo único que
sirvió en toda su miserable vida fue para dejarme la herencia.
—¿Provienes de una familia rica?
—Oh no, yo era su secretaria.
La muchacha experimentó un tirón en el vientre al establecer la similitud
evidente con su propia experiencia. Parecía que tenían en común más que su
forma directa y extrovertida de ser.
—¿Te casaste con tu jefe?
—Sí y en qué hora lo hice, era la época en la que creía en el amor y
terminé dándome de bruces con la realidad. Todo empezó motivado por una
vorágine sexual, ¿sabes? El típico morbo, que confundí con el amor, el tipo
estaba como decís los jóvenes de ahora, buenísimo. No tardó mucho en
ponerme el anillo y salir a flote su faceta de desgraciado. Créeme muchacha,
eso de que cambian son cuentos chinos.
—Ay, si yo tuviera tiempo para frecuentar el Tinder creo que hubiera
hecho match contigo —señaló Ellie—. Eso que me cuentas me suena a la
perfección.
—No la hagas ni caso, eso no tiene por qué suceder si das con el indicado.
—Oh no, yo ya no me relaciono con ese tipo de hombres.
—¿Ah no?
Ellie captó el tono sabedor que existía en esa pregunta, se mostraban como
si no la creyesen, pero no sabría identificar el motivo.
—¡Déjala en paz, Dorothea!
—Mira, muchacha, si en el hipotético caso de que algún día te relacionaras
con un tipo así debes saber varias cosas.
—¿Cuáles?
—En primer lugar, son infieles por naturaleza.
—¡Eso es una mentira flagrante! No todos lo son.
—Y, en segundo lugar, si te metes en ese brete, debes saber que la mujer
de un millonario debe tener dos rasgos muy desarrollados.
—¿Dos rasgos?
—Fuerza —intervino Marilyn— y valentía.
—¿Por?
—Porque siempre estarás en el punto de mira. A las mujeres que vinimos
de un estrato humilde, nadie nos suele avisar de eso.
—Y por eso es una experiencia que nunca recomiendo a nadie. ¿Por qué
creéis que educan a las ricas para casarse con ellos? ¡Porque se necesitan
muchas tragaderas!
—Cuarenta años de matrimonio y nunca me pusieron los cuernos, ni me
levantaron una sola mano. De mi Rayan solo tengo recuerdos preciosos, el
tipo de amor por el que todas deberíamos de pasar.
—En realidad, te admiro mucho, Marilyn, pero en este sentido comparto la
visión de Dorothea, yo jamás podría casarme con alguien así.
—Ja. Sin duda, una chica lista.
—No digas eso, querida. Dorothea tuvo muy mala suerte, así que es
normal que no conserve un recuerdo bonito, pero se debe generalizar. Mis
hijos se conducen con la misma moral intachable con la que lo hacía su padre
y son muy felices en sus respectivos matrimonios.
—Sí, no niego que eso pueda suceder y les deseo toda la suerte del mundo,
es solo que yo no podría salir con alguien así.
—Exacto, tú enfócate en satisfacer tus propios deseos femeninos y deja
que a los panolis se los coman otras.
—Ay, no puedo con tanta negatividad. Como diría mi profesora de yoga,
me manchas los chacras.
—Ah mira, el yoga es una excelente práctica para conseguir el objetivo
que te mencionaba antes.
—Agradezco vuestros consejos.
—Bueno, muchacha, ¿qué nos querías preguntar antes? ¿algo de no sé qué
encuesta?
Ellie se sintió avergonzada. ¿Cómo había podido dejar a un lado su faceta
profesional y volcarse por completo en aquella conversación de ámbito
personal? Se preguntó sacando su móvil para recoger las respuestas.
—¡Ay sí! Por poco y lo olvido.
—Tenemos ese efecto.
—Sí, veréis, me gustaría saber ¿por qué elegisteis hospedaros en este
hotel? ¿estáis de vacaciones o vinisteis por otros motivos? ¿qué aspectos
resaltaríais y cuáles consideráis que se podría mejorar? ¿os gusta alguna zona
en especial?
—No tantas preguntas a la vez, niña, que me mareo.
—Tenéis razón, perdonad, es que no quería olvidarme de ninguna.
—Ambas venimos de vacaciones —aclaró Dorothea—. Cuando una se
vuelve mayor, tiene la libertad de ir donde quiera, bueno, si puede
permitírselo, claro, así que nos pasamos todos los días de vacaciones.
—¿Cuál era la otra?
—¿Por qué elegisteis este hotel?
—Ah sí. Esto me da un poco de vergüenza, la verdad.
—¿Y eso?
—Lo hizo para joder a su hijo.
—¡Dorothea! ¡No hables así!
—¿Qué? Es la verdad, Abdel odia este sitio.
—No lo odia —añadió con una sonrisa Marilyn—. Es solo que me ha
salido un poco raro.
—¿A tu hijo no le gusta el hotel?
—No es eso —comentó indecisa—. Es que bueno, él es un poco exquisito
a la hora de alojarse en cualquier lugar.
—Vamos, un sibarita de toda la vida.
—Tampoco tanto, pero sí, tiene ciertas preferencias.
—¿Te sientes incómoda hablando de este tema porque te dije que trabajo
para la empresa? Porque no tienes por qué hacerlo, de hecho, me sería de
gran ayuda si pudieras aportarme cualquier dato que nos sirviera para
mejorar, ya sea respecto a las instalaciones o servicios.
—¡Oh no! No, no, no tiene que ver contigo, querida.
—¿Entonces?
—Yo no suelo meterme en los asuntos de mi hijo, pero eso no significa
que no tenga mi propio criterio. Por eso estoy aquí —sonrió entusiasmada—,
porque considero que este hotel es cuanto menos encantador y su trato al
público es excelente.
—Sin mencionar las clases colectivas —aseguró Dorothea—. Creo que en
gran parte acudimos aquí por eso.
—¿Qué es lo que les gusta en especial?
—¿De las clases?
—Sí.
—Que no nos discriminan por la edad.
—¿Cómo? ¿Se han sentido discriminadas en algún momento en otro
lugar?
—Oh sí, mira, no es lo mismo ir a zumba con sesenta y cinco años, que
asistir con ochenta, la gente ya empieza a mirarte como diciendo, ¿usted qué
hace aquí, señora? Y cosas así.
—Sabemos que somos viejas —aseveró Dorothea sin acritud—. Pero
tampoco deseamos que nos entierren antes de tiempo.
—La cuestión es que los encargados de las clases, siempre nos adaptan las
sesiones, si ven que nos cuesta más. Son muy amables.
—Cierto y no solo con nosotras, también lo hacen con todo tipo de
personas, ya asistan niños o mujeres embarazadas. No son clases cerradas de
acuerdo con la edad, eso es lo que nos gusta.
—Y los cócteles —señaló Marilyn alzando su copa mientras mostraba una
sonrisa pícara—. Por supuesto.
—Ah sí —corroboró su amiga con satisfacción, haciendo lo propio—. ¡El
alcohol, ante todo, hermana!
Ellie las contempló brindar, maravillada, preguntándose si algún día
podría tener ese tipo de amistad, que se mantuviera a pesar de los años.
Estaba segura de que ambas mujeres serian consciente de ello, pero más que
todas las grandes joyas y lujosos vestidos, lo verdaderamente valioso era
poder conectar con alguien de la manera en la que lo habían hecho entre ellas.
De repente, ambas la miraron expectantes y Ellie frunció el ceño.
—¿Qué?
—Mujer, no pensarás quedarte fuera de nuestro brindis, ¿no? Sería de
mala educación por nuestra parte. Una exclusión en toda regla.
—Sí, no importa si te estás pimplando un chocolate caliente, tú también
debes unirte.
Ellie sonrió y accedió, recordando a Maddie. Sin duda, a ella le
encantarían esas dos señoras.
—Vale, vale.
Las tres procedieron a brindar con alegría y justo cuando estaban
ingiriendo sus propias bebidas, una voz masculina se abrió paso de forma
estridente.
—¡Madre! ¿Cómo se atreve a ignorar mis llamadas?
Sobresaltada, Marilyn escupió todo el contenido que fue a parar a la cara
de Ellie, quien procedió a limpiarse con una servilleta.
—Lo siento muchísimo, querida.
—N-no te preocupes.
—¡ABDEL!
El alarido que salió de aquella menuda mujer dejó tan anonadada a Ellie,
que le dirigió una mirada rápida a Dorothea. Esta sonrió y le susurró:
—¿Por qué te crees que somos amigas? ¿Eh?
Marilyn no les prestó la menor atención. Se encontraba demasiado
concentrada, estudiando al nuevo integrante que se les acababa de unir y que
todavía no se había presentado.
—¿Cómo te crees con el derecho a sorprenderme a tal punto de hacerme
manchar a mi amiga? ¡¿Eh?!
—Como no me cogía las llamadas, me preocupé por usted.
Al escuchar el enfado de su madre, el hijo de Marilyn pareció apaciguarse.
Ellie no podía verle bien, porque estaba sentada de espaldas al hombre, pero
pudo distinguir que poseía un acento peculiar.
—Si no te respondo las llamadas será por algo, estoy jubilada, Abdel, no
hace falta que sigas persiguiéndome como el polluelo que eras cuando tenías
cuatro años. No me va a pasar nada.
—Eso, cachorro, ¿quién querría hacerle algo a una anciana?
—Tía Dora —saludó con educación—. Lamento haberlas sorprendido.
—Hola, cariño. Tu presencia siempre es una sorpresa para bien.
Ellie pudo reparar en el brillo amoroso que despedían la mirada de
Dorothea, por lo que no le quedó más remedio que girarse hacia el
desconocido. A Ellie se le cortó la respiración. Con un sombrero, unos
pantalones trajeados y una camisa, el que se encontraba ante ellas no era otro
que Abdel Hadi Awad, el jeque árabe que había rechazado a Henderson.
¿Cómo no había podido reparar en eso? Las dos mujeres ricas, el nombre
árabe del marido de Marilyn, y el del hijo también, que además no le gustaba
el hotel. Su madre no había entrado en detalles por el simple hecho de que no
era la empresa la que le disgustaba, sino su dueño. No había relacionado los
hechos, sencillamente porque le recordaba solo por el apellido.
El hombre reparó en ella e, impresionada, Ellie contuvo el aliento. Ahora
sabía a qué se refería su madre cuando le había mencionado esa aura de
imposición. El tipo tenía la misma postura recta que solía adoptar Adam
cuando se hallaba ante extraños. Sin embargo, algo en su mirada y en la
forma de inclinar la cabeza le indicó que estaba buscando algo. Bastó ese
simple gesto para que su madre interviniera.
—Abdel pídele perdón a Ellie de inmediato.
El señor Awad pareció mostrar mucho más interés cuando Marilyn
pronunció su nombre y su gesto cambió por completo, como si la reconociera
de algo, lo cual era absurdo porque si hubiera conocido en algún lugar a ese
hombre, le recordaría.
—¿Ellie?
Recordando de súbito todas las reglas de etiqueta que le había impartido
Ethan, la muchacha se dio cuenta de que ante alguien de esa posición no
podía quedarse sentada. Por lo tanto, se levantó y le encaró abochornada.
—Oh, lo siento mucho, he entablado amistad con su madre y no me he
presentado con propiedad, mi nombre es Ellie Hawk, y usted es…
—Abdel Hadi Awad, pero llámeme, Abdel, por favor, cualquier amistad
de mi madre es extensible a mí. Encantado, lamento haber provocado que mi
madre le empapase.
Por si le había quedado alguna duda al respecto, esa frase la disipó por
completo. Demonios, estaba ante el hombre que había bateado a Adam sin
contemplaciones y le pedía ¿qué? ¿Qué le tutease? ¡¿A un maldito jeque?!
—Yo, señor Awad, digo Abdel, si le soy sincera, yo le conozco.
—Por supuesto que lo hace, y yo a usted, señorita Hawk.
Aquello no solo sorprendió a Ellie, sino a todos los presentes. La joven no
paraba de preguntarse qué diablos había sucedido para que ella conociera a
un jeque sin haberse enterado de ello.
—¿Cómo dice?
—¿Os conocéis, hijo?
—¿De qué?
—Usted probablemente no lo recuerde, señorita Hawk, pero no hace
mucho tuvimos un pequeño problema en un ascensor.
De repente, Ellie rememoró todo. El hombre con las gafas de sol, el acento
peculiar, la barba muy poblada y su humilde manera de vestirse, le habían
hecho confundirle por un huésped más.
Ahora, afeitado y sin las gafas de sol confería una imagen distinta por
completo. Ni en mil años le hubiera podido reconocer.
—No, no puede ser.
—Hijo, ¿ella es la mujer que te ayudó?
—Sí, madre.
—¡Oh, esto es el destino! Muchísimas gracias por servirle de apoyo
emocional, Ellie, mi hijo lo pasa auténticamente mal en los espacios cerrados.
—Es correcto. De hecho, estuve buscando la manera de dar con usted para
poder agradecérselo, pero no logré localizarla hasta ahora.
—N-no tiene por qué hacerlo, señor Awad —murmuró conmocionada,
decidiendo mantener su trato formal—. Actué como hubiera hecho cualquier
otra persona.
—No seas modesta, querida, sé muy bien que mi Abdel iba de incógnito.
Bien podrías haberlo confundido con un vagabundo, y ¿quién ayuda a esa
pobre gente hoy en día? ¡Nadie! Todos miran hacia otro lado.
—¡Madre!
—¿Qué? Es tu salvadora. No pienso callarme sobre esas cosas de empresa
que te traes a escondidas.
—En realidad no quiero meterme donde no me llaman. De hecho, supongo
que esto es una reunión familiar, así que creo que debería de marcharme.
—¡De eso nada! Ayudaste a mi hijo sin saber quién era, de verdad estoy
muy agradecida, así que te ruego que te quedes.
—Estoy de acuerdo. Señorita Hawk, por favor, no se marche por mi
presencia. Como le dije aquel día, y hoy me reafirmo en ello, me gustaría
poder recompensarla.
—No tiene por qué, de verdad. Yo…
—Un momento, ¿le puedo preguntar algo?
—Eh… s-sí.
—Acaba de decir que me conocía, pero no me reconoció del ascensor,
entonces ¿cómo es posible?
El hombre era listo como un águila. De cualquier forma, Ellie no tenía
nada que ocultar y, además, de poco le serviría engañar a alguien como
Awad.
—Verá, yo… la verdad es que trabajo para Adam Henderson, señor Awad.
El semblante de Awad cambió ante aquella nueva información, por un
segundo pareció contrariado y Ellie creyó que la regañaría por el simple
hecho de trabajar para Henderson. Si lo hacía, la muchacha tendría que salir
en defensa de Adam y probablemente acabarían de malas formas. Sin
embargo, el hombre no añadió nada al respecto, sino que se limitó a
corregirla.
—Abdel.
—¿Co-cómo dice?
—Mi nombre es Abdel, por favor, refiérase a mí por él.
—Es que usted es… bueno…
—¿El tipo que rechazó a su jefe?
—No es mi jefe.
—¿No? ¿Y qué es?
—Somos socios.
—Bueno, soy el hombre que le denegó la propuesta a su socio.
—S-sí.
—No tiene que preocuparse por eso.
—¿De verdad?
—Mis problemas con el señor Henderson solo nos atañen a nosotros
mismos.
—Pero yo trabajo con él.
—Sí y justo por eso me agrada que haya sido sincera y no tratase de
ocultármelo desde un principio.
—¡Abdel no asustes a la muchacha!
—¿Yo? Todo lo contrario, valoro a las personas que no demuestran tener
dobleces. Eso escasea bastante por aquí.
—Si se refiere al señor Henderson, le aseguro que es una excelente
persona que siempre va de cara.
A pesar de que Abdel la contemplaba con suspicacia, Ellie no se dejó
amedrentar por ello. Quizás Adam no le cayera bien por las razones que
fueran, pero estaba claro que no le conocía. Si lo pensaba bien, pocas
personas lo hacían.
—¿Considera que me precipité rechazándole?
—La verdad es que sí, lo creo.
—Y eso ¿por qué? Me gustaría saber qué opinión le amerita, y le pediría
que dejase a un lado el hecho de que trabaje con él.
—Verá, sé que puede resultar insufrible cuando se lo propone.
Awad soltó una carcajada que impresionó a su progenitora y su tía postiza,
quienes, acostumbradas al carácter exigente de Abdel, contemplaron a Ellie
con renovados ojos.
—Eso pude deducirlo en la primera conversación que mantuvimos,
señorita Hawk.
—Sí, entiendo qué tipo de impresión puede dar, pero eso no significa que
sea acorde con la realidad.
—¿A qué se refiere?
Durante unos minutos Ellie reflexionó si quizás no estaría metiendo a
Adam en mayores problemas de los que ya se encontraba. En cualquier caso,
se veía en la necesidad de sincerarse con aquel hombre con quien había
compartido una experiencia bastante traumática.
Si para ella había sido difícil, ya que desde entonces casi todas las noches
las pesadillas habían vuelto a ser recurrentes, él, que tenía claustrofobia, no se
sentiría mejor. Resultaba evidente que entre ellos se había asentado esa clase
de vínculo que une a dos personas que han pasado por lo mismo y se
comprenden de alguna forma. Impulsada por una absurda confianza, pudo
dejar a un lado el dato de que se trataba de un tipo importante y le habló
desde la honestidad.
—Creo que me estoy equivocando al señalar esto, porque no hace mucho
su madre y su tía aquí presentes me han dado una serie de recomendaciones
bastante importantes sobre preservar la imagen de un hombre, pero siento que
a usted puedo contárselo.
—Oh, querida, me emocionas. Abdel impone tanto a las mujeres que rara
vez se sinceran de esa forma con él.
—¡Madre! No soy un monstruo.
—Claro que no. No dije eso.
—Dejad hablar a la chica.
—Tía Dora tiene razón, dígame, por favor. ¿Qué era lo que deseaba
decirme?
—Mire, yo mejor que nadie sé el tipo de hombre que puede parecer Adam
Henderson en un comienzo, créame lo he vivido en carne propia, pero
también he sido capaz de ver la otra parte.
—¿Otra parte?
—En realidad preferiría no entrar en detalles, pues sentiría que de alguna
forma estaría traicionando su confianza. Solo le rogaría que no se quedara
únicamente con la imagen exterior que puede dar. Trate de ir más allá. No
digo con esto que le dé una oportunidad y menos si usted no lo considera
pertinente, aun así, le pediría que reconsidere el concepto que se ha formado
de él.
Awad la estudió con detenimiento y un silencio incómodo se instauró
entre los cuatro. Un escalofrío recorrió a Ellie, quien se planteó por primera
vez si quizás no se habría sobrepasado.
—Tendré en cuenta lo que me ha dicho.
La respuesta resultó tan impredecible para ella que frunció el ceño,
extrañada.
—¿De verdad?
En esta ocasión, Awad no respondió y tomó asiento por primera vez con
ellas. Ellie regresó a su sitio, sin saber qué pensar sobre la conversación. No
obstante, aprovechando que el camarero atendía a su hijo, Marilyn le dio un
codazo y le murmuró a escondidas:
—No le presiones más, querida, si ha dicho eso, es que con toda
probabilidad lo hará.
El resto del desayuno transcurrió en una charla animada e insustancial en
la que Dorothea y Marilyn pusieron al día sobre sus divertimentos al señor
Awad, al cual seguía negándose a llamar Abdel, le imponía demasiado para
tomarse esas licencias.
Ellie no podía creerse que las que había considerado al comienzo como
dos extravagantes mujeres mayores, hubieran acabado siendo la familia del
hombre que les traía a todos de cabeza. Para colmo, estaba allí a su lado,
desayunando como si fuera una familiar más.
Sin duda, su día no podía haber comenzado de otra manera más surrealista
que esa.
***
Aquella tarde, Ellie coincidió con Adam en el restaurante. Se encontraba
sentado en una de las mesas lejanas, bebiendo un café y contemplando con la
mirada perdida por la ventana. Esa estampa sirvió para reavivar su
preocupación, no le había visto durante la media tarde, y aunque se había
tratado de consolar diciéndose a sí misma que sería porque habría comido en
su habitación, le conocía y sabía que cuando las cosas iban mal se le cerraba
el estómago. Ella misma había tenido que luchar en el pasado para que
ingiriera algo que no fuera una lechuga.
Ellie se acercó con determinación y tomó asiento enfrente de él, sin tan
siquiera pedirle permiso. Adam la observó con el ceño fruncido, pero al
identificarla, se relajó.
—¿Has comido?
—Hola, a ti también.
—Contéstame, Adam. ¿Has comido?
—Sí.
—No te vi en el restaurante.
—¿Ahora me espías?
—Siempre. Te he puesto un geolocalizador en el trasero como haría una
psicópata, he aprendido muchas técnicas de You.
—¿En serio?
—Relaja el esfínter, es una broma.
—Bueno —comentó con sorna—, si lo hubieras hecho al menos habría
servido para que me tocaras el trasero.
—¡Adam! De verdad estaba preocupada.
—¿Lo dices en serio?
—Sí.
—Entonces no tendrás que preocuparte más por mí.
—¿Por qué?
—Es oficial.
—¿El qué? ¿Qué quieres decir?
—Me voy mañana.
Aquella nueva información dejó en shock a Ellie. No debería sorprenderse
de que tuviera que regresar. Su principal razón para viajar había sido lograr
un acuerdo con Awad y este le había rechazado, pero incluso sabiendo eso,
no pudo evitar que una sensación angustiosa se instalase en su estómago.
—¿Ya tienes los billetes?
—Sí, la señorita Martin los ha sacado para mañana.
—¿Y qué pasará con la junta?
—Sobre eso, sé que todavía no les has dicho nada, lo has estado
postergando por mí, ¿verdad?
Ellie se sonrojó y desvió la mirada al cuello de su camisa.
—Tengo la esperanza de que podamos convencerle.
—Lo veo improbable. De todos modos, quería darte las gracias por eso,
porque tú no me debes nada. De hecho, se trata de tu trabajo, así que te la has
jugado mucho cubriéndome.
—¿Y qué harás ahora? ¿vas a tirar todo por tierra?
—Ya no me queda nada más por hacer aquí, Ellie. Weiss y tú lleváis la
parte del marketing del hotel, el único motivo que me retenía aquí era Awad
y no salió bien. Sin eso, no importa que la imagen del hotel mejore.
—Pero… ¿tienes la intención de rendirte tan pronto?
—No se trata de rendirme, debo afrontar las consecuencias de mis
acciones durante estos dos últimos años. No lo hice bien y debo
responsabilizarme por ello.
No estaba segura de si quería saberlo, pero la curiosidad y la
desesperación por su marcha próxima la animaron a soltarle lo que se llevaba
preguntando desde la reunión de accionistas.
—¿Por qué lo hiciste? Cuando me enteré de ello en la junta, no podía
creerlo. Tú no eras así.
—¿De verdad quieres saberlo?
Con esa pregunta, Ellie se percató de que su respuesta no le gustaría. Sin
embargo, debía saber la verdad. Adam la escrutaba con intensidad, de forma
que Ellie tragó saliva y asintió.
—Sí.
—Por ti.
—¿Cómo dices?
—Que conste que con esta información no te estoy recriminando nada,
pero no daba contigo y no sabía qué hacer.
Ellie se quedó boquiabierta, sus pulsaciones se incrementaron. La boca se
le secó de golpe y tuvo que obligarse a reaccionar para no quedar como una
auténtica idiota.
—¿Dejaste la empresa a un lado por mí?
—Entre otras cosas, sí.
—¡Adam! Estamos en la vida real, ¿cómo pudiste hacerlo?
El pelirrojo emitió una carcajada amargada y Ellie le contempló con
tristeza.
—No lo sé. A raíz de la exposición pública de tu mentira, no me reconocía
a mí mismo. Intenté encontrarte para que me dieras una explicación y al no
hacerlo me perdí aún más. Tú marcha me dejó destrozado, perdí las ganas de
todo, sentía que nada me importaba lo suficiente, ni si quiera la empresa de
mi familia.
Después de aquella horrible reunión en la que se revelase su mentira, se
había sentido tan abochornada, que lo único que había deseado había sido
desaparecer de su vida. Nunca se hubiera imaginado que su ausencia fuera
una de las causas por la que Adam se encontraba allí. La culpa la embargó.
—Lo siento.
—Está bien, Ellie, no tienes que sentirte responsable por mí, el que lo hizo
mal fui yo, tú tenías suficiente con enfrentarte a tus propias circunstancias.
—Pero tú…
—Tranquila. Ya estoy en proceso de aceptación, quizás la empresa
necesita una cara nueva que la represente.
—No.
Adam arqueó las cejas, divertido con la negativa rotunda de la muchacha.
—¿No?
—No lo creo.
—Bueno, mucho me temo que ya no importa nada lo que creamos
ninguno de los dos. Aunque sí que me gustaría pedirte un último favor.
—¿Cuál?
—Sé que eres la responsable de mi desempeño aquí.
—Sí.
—Déjame que lo comunique yo.
—¿Por qué querrías hacer eso? ¡Le estarás dando munición a Sullivan
para que se ría de ti!
—Me da igual, no quiero esconderme detrás de ti, así que me gustaría
poder transmitírselo en persona este mismo lunes.
—¿Cómo? ¿Este lunes? Creo que es demasiado precipitado, Adam.
Todavía podríamos tener una oportunidad más.
—Por favor, ¿podríamos dejar de hablar de esto? Quería proponerte algo.
Ellie no deseaba abandonar ese tema. Estaba convencida de que aún le
podían quedar esperanzas. Si Awad se había negado era por una cuestión
personal. Ellie, quien durante la carrera había tenido alguna asignatura de
estudios de mercado, estudió desde la lejanía la empresa Henderson y sabía
que se trataba de una buena empresa.
Su propia tutora había alabado la manera en la que se había mantenido en
el top cinco de las empresas hoteleras más relevantes a nivel mundial. De
hecho, Ellie aún podía recordar la cara que había puesto cuando se había
enterado de que su alumna había sido la secretaria personal de Adam
Henderson. Desde entonces, había percibido que la contemplaba con otros
ojos, quizás preguntándose qué diablos hacía allí estudiando la ex secretaria
de un empresario de esa talla.
—¿Ellie?
—Perdona, ¿qué decías?
—Que esta noche me gustaría invitaros a una cena de despedida a Weiss y
a ti.
Nada más escuchar la palabra cena, a Ellie se le ocurrió una idea brillante.
De improvisto, dio tal palmada que sorprendió al pelirrojo.
—Adam, ¿te fías mí?
—¿Cómo? No sé qué tiene eso que ver con la cena.
—Contesta, ¿confías en mí?
—Sí.
Aquel asentimiento sin ni una sola duda de por medio, provocó que un
calor se extendiera por su vientre, le había mentido a la cara y todo se había
destruido entre ellos a raíz de su engaño, pero ahí se encontraba él,
asegurando que confiaba en ella. Ellie sonrió.
—Entonces te acepto la cena, pero ponte guapo, porque se unirán a
nosotros unos invitados muy especiales.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes que siempre me echo amigos allá donde voy.
—Ah sí, esa es tu especialidad: hablar hasta con las piedras.
—No te quejes, porque en esta ocasión he dado con una mina de oro.
Acabarás besando por donde piso.
—Eso ya lo hago.
Ellie escuchó los latidos de su corazón con demasiada claridad y se puso
roja. Ese hombre era su flaqueza y, pese a que no pudiera estar con él, eso no
significaba que no estuviera dispuesta a evitar que lo perdiera todo.
CAPÍTULO 18
«En ti hallé ese refugio seguro en el que poder perderme durante días, meses,
años y vidas»
A.H
Desde los filósofos grecolatinos hasta la actualidad, el ser humano ha
sentido una inquietud por reflexionar y descubrir los motivos tras su
existencia. Las diferentes religiones se unieron por esta misma causa,
tratando de aportar su propio significado, justificándolo en base a un Dios
omnipotente o, en el caso de las politeístas, varios. Años después, la ciencia,
estimulada por esta necesidad primaria, utilizó su método científico para
conferir una explicación plausible a dicha cuestión. Por poner un ejemplo
más cercano, nadie puede negar que alguna vez se haya preguntado a qué
vino a esta vida, cuál era su destino si es que estaba determinado de antemano
y qué propósitos los animaban a seguir participando en este espectáculo
continuo denominado vida. Es probable que muchas de esas personas
hallasen la solución a estas preguntas en cualquiera de los mencionados al
comienzo.
Para Adam Henderson ninguno de ellos terminaba de presentarle una
respuesta que le satisficiera. Todavía podía recordar los comentarios que le
habían realizado los amigos de sus padres y estos últimos durante los que
debían de haber sido los momentos más relevantes de su vida.
«Oh, muy bien, aprendiste a caminar antes de tiempo, seguro que será un
gran CEO». «Atento, Adam, eleva la barbilla cuando recibas el título. No te
dejes amedrentar». «Recuerda que eres el mejor, nadie podrá superarte jamás
y quien se atreva a hacerlo tendrás que demostrarle de dónde provienen los
Henderson» «No te atrevas a avergonzar el apellido de la familia, chico».
«Adam, debes comportarte como corresponde en público, no te muestres tan
cerrado».
Sus padres les habían enseñado desde pequeño a alejarse de todos aquellos
que no cumplieran con unos estándares determinados y, una vez ya había
crecido le habían recriminado la conducta que ellos mismos le habían
transmitido desde el principio.
«Los tiempos cambian, Adam. Ahora la plebe también puede opinar. Al
menos debes mantener una imagen. No puedes comportarte de forma tan
directa con los demás. Tienes que tratar de aparentar. Por la familia».
Este había sido uno de los primeros cambios que su padre hiciera en su
discurso, pero había llegado demasiado tarde. En ese entonces ya se había
acostumbrado a mirar a los demás con la dureza que le habían inculcado
desde pequeño, pues, aunque sus padres hubieran alterado sus alegatos sobre
el tema, Adam recordaba esa época con tanta confusión que había terminado
aceptando el primer argumento que le dieron como válido. Este fue
respaldado por el hecho de que la gente que se alejase de él.
El solitario de los Henderson había escuchado innumerables ocasiones
referirse sobre él de boca de algunas mujeres de los socios de su padre,
cuando pensaban que no las estaban escuchando.
De esta manera, toda su infancia había transcurrido entre el colegio y un
sinfín de clases extraescolares rigurosamente planificadas. De todos aquellos
individuos que juraron y perjuraron ser sus amigos, en la actualidad solo
habían permanecido a su lado Enzo y Luke, cuyos progenitores también eran
amigos de sus padres.
No obstante, al menos siendo pequeño todavía podía contar con sus
abuelos maternos. Ellos habían sido diferentes por completo a sus padres.
Quizás se hubiera debido a que su abuela se había graduado en psicología
cuando ya era bastante mayor. En realidad, daba igual el motivo que hubiera
detrás, esa casa —la que le había alquilado a Ellie sin que ella lo supiera—
había sido su única vía de escape de todas sus obligaciones.
En ella, su abuela tendía a mostrarse más laxa y le permitía jugar como un
niño normal, a veces incluso invitaba a sus amigos, pero esos ratos fugaces en
los que Adam pudo jugar con libertad, sin preocuparle quién pudiera mirarle,
no impidieron que cuando se hiciera mayor tuviera que seguir el camino que
había sido trazado para él y dejase poco a poco de ir a esa casa.
Si miraba en retrospectiva su pasado, lo que le había dicho a Ellie no
andaba desencaminado. Se sentía aquejado de un vacío existencial, en el que
se replanteaba toda su vida y sus propias creencias. ¿Qué sería de él si le
destituían? No le preocupaba la cuestión económica, había amasado una
buena fortuna desde que entrase al cargo y sus padres pusieran un fondo de
inversión para él.
No, el dinero no era el problema, se trataba de que antes siempre había
sabido cuál era el siguiente paso que tendría que dar y ahora todo eso había
desaparecido ante sus narices por arte de magia.
Por primera vez en su vida se preguntaba a qué habría venido al mundo si
no era para ser el heredero de la familia Henderson. ¿Cómo debía afrontar la
forma en la que estaba a punto de tambalearse todos los cimientos de su
unidad familiar? Sus padres no iban a estar contentos con él y eso siempre
significaba represalias. En ese sentido no habían cambiado ni un ápice.
Sin embargo, Adam estaba mucho más preocupado por la manera en la
que todo eso repercutiría en su persona. Era consciente de que, aunque le
destituyeran, no podían echarle de su propia empresa, pero con todo y con
eso, la sola posibilidad de que eso pudiera producirse le generaba una
ansiedad difícil de controlar. Tampoco podía olvidarse de otro de los motivos
por los que se sentía tan apático desde la reunión con Awad: Ellie.
Cualquiera diría que se había convertido en un perturbado por reflexionar
sobre eso, y más encontrándose en esa situación tan delicada. A pesar de ello,
Adam no había podido evitar reparar en que una vez que se marchase de allí,
quizás no volvería a verla y eso le había estado atormentando durante toda la
noche. La joven le había rechazado una y otra vez, y, de hecho, hasta donde
tenía entendido por los intercambios comunicativos a los que había podido
asistir, seguía saliendo con Ethan. No había dudas de que hubieran arreglado
sus diferencias. Para más inri, Ellie le había dejado claro que una vez que
pusieran fin a aquel asunto, se marcharía de la empresa.
Le inquietaba y desesperaba a partes iguales que ahora que habían llegado
a una tregua cordial e incluso se trataban con una confianza de corte similar a
la que habían compartido en la cama, tuviera que estropearlo todo y perderla
de nuevo. De solo imaginárselo, Adam sentía que le costaba respirar.
«No pienses en eso, tranquilízate. Estaremos bien por nuestra cuenta…
¿no?»
Se preguntaba aquella noche contemplándose en el espejo del baño
mientras luchaba por anudarse la corbata. Hasta esa mínima acción le costaba
un mundo, sus sentimientos de inutilidad en esta vida estaban interfiriendo en
su concentración. No sabía por qué, pero esa noche se sentía inusitadamente
inseguro. Un golpe seco sonó en la puerta de su habitación y Adam lo tomó
como una excusa perfecta para desistir en su precario intento por mostrar una
imagen perfecta.
Se dirigió hacia la entrada y sin realizar ninguna pregunta —le daba igual
de quién se tratase— procedió a abrirla. La persona que se hallaba en su
umbral le dejó totalmente embelesado.
Ellie iba embutida en un vestido de seda azul oscuro, que remarcaba cada
una de sus fascinantes curvas y alzaba sus pechos cremosos dejándolos
entrever a la vista de todo aquel que deseara contemplarlos. Completaba su
imagen con un recogido sencillo enmarcado por unas horquillas con motivos
de estrellas plateadas y un maquillaje elegante.
—Tú…
Ella sonrió con alegría y le deslumbró aún más si eso era posible. Giró
sobre sí misma como una peonza.
—¿Qué te parece?
Con la corbata todavía a medio anudar, Adam se sintió insuficiente a su
lado. ¿Le estaba preguntando eso a él? ¿Quién podría contradecir a sus
malditas pulsaciones aceleradas o a la emoción reflejada en la protuberancia
contenida de su pantalón?
Él desde luego no.
—¿Adam? No dices nada.
—Yo…
—¿No te gusta? —murmuró formando un pequeño puchero encantador—.
Creí conveniente tratar de esforzarme un poco más esta noche, va a ser
decisiva.
—No perdona, es que por un momento me has dejado sin palabras. Estás
preciosa.
La muchacha sonrió aún más y le regañó por tratar de adularla.
—No seas exagerado.
—¿Cuándo lo he sido?
—En eso tienes razón.
Ellie se internó en la habitación y Adam no se sintió lo suficiente confiado
como para quedarse con ella a solas por completo, por lo que dejó la puerta
entornada.
Una vez en el interior, Adam se dio cuenta de que Ellie se fijaba durante
unos segundos en la maleta a medio hacer que había dejado abierta sobre la
cama. Una expresión de tristeza se instaló en su semblante y se dirigió a él,
como si quisiera añadir algo más.
Al final, pareció replanteárselo mejor y negó con la cabeza. Adam quería
preguntarle sobre lo que había estado a punto de decir, pero quizás la
respuesta fuera demasiado dolorosa, así que lo dejó estar.
De repente, la muchacha reparó en algo y frunció el ceño, acercándose
hasta donde se encontraba. Su aroma dulzón se incrementó y Adam tuvo que
contener la respiración. Desconocía qué diablos se había echado, pero
conseguía potenciar su esencia natural, hecho que suponía un auténtico
peligroso para su razón. Si fuera suya, no le importaría adquirir la empresa
que elaboraba ese perfume para que cada mañana pudiera despertarse con ese
olor impregnando sus fosas nasales.
La muchacha no pareció percatarse de cómo le afectaba, pues inclinó la
cabeza, consternada. Debía estar preguntándose por el aspecto desastroso que
presentaba alguien tan pulcro como él.
—¿Cómo estás así todavía? —murmuró extrañada al tiempo que se
aproximaba para depositar sus manos sobre la corbata—. A ver, déjame
ayudarte.
Ese breve contacto que suponía la acción de anudarle la corbata fue
suficiente para que un pinchazo latiese en la sien de Adam, advirtiéndole de
las sensaciones que Ellie despertaba en su sistema nervioso.
La muchacha se tomó su tiempo en pasar los diferentes extremos de la
corbata y Adam se quedó magnetizado viéndola hacer. Hasta su cara de
concentración le parecía encantadora. Tras unos instantes, la joven finalizó el
nudo correspondiente y le alisó los hombros de la camisa. Durante unos
segundos, dejó las palmas de sus manos en aquel sitio mientras se estudiaban
mutuamente y el silencio pesó entre ellos, la tensión del momento se
incrementó y Adam reparó en que sus pupilas se dilataban y su respiración se
aceleraba. Solo se podía escuchar el tictac del reloj de la habitación.
—Ellie…
Bastó que pronunciara su nombre para que la joven tragase saliva y se
enfocara de vuelta a su camisa.
—Así, muy bien. Ahora estás perfecto.
—Gracias.
En cuanto se separó de él, Adam odió perder el calor de su cercanía. Ella
parecía igual de afectada e intuyó que estaba luchando por recomponerse.
—¿Sabes? Esta es una de las pocas veces en las que te he visto trajeado.
—¿Lo echabas de menos?
—Un poco sí, la verdad, aunque te quedan bien ambos estilos.
—Oh, un halago por tu parte, eso es como una estrella fugaz —comentó
tocándole con tiento una de las estrellas de su peinado, después añadió—.
Pediré un deseo.
Mientras le observaba cerrar los ojos fingiendo pedir su deseo, Ellie se
puso en tensión, a pesar de que solo le estaba rozando una horquilla, se sentía
como si le estuviera recorriendo todo su cuerpo, de forma que consideró
prudente cambiar de tema. Aprovechando, que abría los ojos, formuló:
—¿Estás preparado?
—No estoy del todo seguro.
—¿Qué están escuchando mis oídos? —interrumpió Ethan de improvisto,
aprovechando que la puerta estaba entornada para deslizarse al interior de la
habitación—. ¿Adam Henderson dudando de sus capacidades?
En cuanto reparó en su presencia, Adam, que todavía se encontraba
acariciando una de las estrellas, cesó su movimiento. Sin embargo, a pesar de
que Ethan no añadió nada al respecto, creyó que era el momento oportuno
para retirarla.
—Ethan. Esta noche solo queremos palabras positivas.
Ellie le miró con dureza y su amigo asintió pesaroso. Le sorprendió que
Henderson no le replicase como acostumbraba a hacer, por lo que,
obedeciendo a Ellie, relajó el tono.
—Está bien. Venga ¡Anímate pelirrojo! —le palmeó en el hombro ante el
horror de Adam—. Se dice que a la segunda va la vencida, ¿no?
—Era a la tercera —murmuró Ellie, propinándole una patada nada sutil—.
Idiota.
—Auch.
Ethan se frotó la pantorrilla dando pequeños saltitos mientras le
recriminaba a Ellie su actitud. Por su parte, Adam soltó un gruñido bajo al
escuchar el nivel de confianza que se traían entre ellos.
—Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos? Quiero terminar ya con esto.
—Adam por favor, intenta tener un pensamiento optimista.
—Como si eso fuera posible.
«Es que no aguanto a este tipo… No solo interrumpe todos los momentos
importantes, sino que nos deja en mal lugar». Espetó Deseo.
—¡Ethan!
—Vale, vale. Ya paro. Vaya por Dios, uno ya no puede decir nada.
A pesar de que hubiera sido él el que propusiera aquella cena, Adam no
podía creer que durante la última noche que pasaría allí tuviera que cargar
con Ethan Weiss de remolque y mucho menos llevarle con él a la cena que
compartiría —según le había informado Ellie— con el idiota de Awad y otras
dos ilustres mujeres más.
La muchacha no había entrado en detalles a la hora de informarle cómo
había conseguido que ese pretencioso accediera a cenar con ellos. Adam
dudaba que si quiera supiera que él también iba a estar presente, de habérselo
contado, el jeque volvería a nado a su residencia, sin importarle que estuviera
al otro lado del océano.
Todavía le costaba entender cómo diablos Ellie había conseguido
contactar con él y lo que era más importante, lo había descrito con la palabra
amistad. Santo cielo, aquella mujer sería capaz de entablar amistad hasta con
el mismísimo demonio. No entendía qué hacía trabajando para su empresa,
bien podrían estar enviándola a liderar las misiones de paz del ejército.
Ellie había reservado mesa en uno de los restaurantes más carismáticos de
la ciudad. El Picasso se encontraba ubicado en el hotel Bellagio y recibía su
nombre por el pintor español Pablo Picasso.
Una vez allí y mientras les conducían a su mesa Ellie se dejó maravillar
por los techos de gran altitud, los encantadores rincones y las flores frescas
que había desperdigadas en cada uno de ellos, pero lo verdaderamente
relevante de aquel restaurante era que contaba con óleos y cerámicas
originales del afamado pintor.
—¿Por qué tuviste que reservar en el hotel de la competencia? Creo que
esto podría ser contraproducente.
—El señor Awad es amigo del dueño del Bellagio —agregó Ethan—.
¿No?
—Aparte de eso.
—¿Hay otro motivo?
Ambos se giraron hacia ella con evidente curiosidad y Ellie sintió ganas de
reír, al percatarse de que acababan de componer la misma expresión a la vez.
—Bueno, no solo lo hice por la comodidad del señor Awad, sino por el
pintor.
—¿Picasso?
—No será por ese viaje que hiciste, ¿no?
—Sí.
Aquello molestó un poco a Adam, no cabía duda de que Ethan ahora
parecía conocer aspectos de su vida sobre los que él no estaba informado,
aunque ¿por qué se extrañaba? Eran pareja, por mucho que eso le repatease.
—¿Qué viaje?
—El verano pasado fui a visitar a Maddie.
Madeline Wright, la hermana pequeña de la novia y prometida de su mejor
amigo Enzo. Le daba un poco de rabia que Ellie hubiera estado tan cerca de
sus amistades, mientras él había estado volviéndose loco, tratando de
encontrarla.
Aun así, si Ellie había estado con Maddie, era imposible que Enzo se
hubiera enterado. El italiano solía quejarse de forma habitual de lo
desprendida que era la menor de los Wright con su familia. No llamaba
apenas y parecía no desear tener relación con nadie salvo en días señalados.
Adam no podría reprocharle a Enzo que no le hubiera dicho nada, por la
sencilla razón de que estaba convencido de que ni ese idiota lo sabría.
—¿A España?
—¿Sabías que vivía allí?
—Por supuesto que sí —afirmó Adam solmene—. Todos los hacemos.
—Yo no, al menos hasta que no me escribió, pensaba que residía aquí en
Estados Unidos, fue toda una sorpresa descubrir que tenía su hogar al otro
lado del Atlántico.
—Anda mira, esas mismas palabras serían las que usaría su familia para
describirlo.
—¿A qué te refieres? A mi España me pareció maravilloso.
—¿No te lo ha contado?
—¿El qué?
—La residencia oficial de su familia está en Nueva York, así que su
marcha repentina para estudiar en España resultó una conmoción para todos,
no avisó a nadie de que lo haría.
Ellie reflexionó sobre sus palabras. Maddie evitaba hablar de su familia,
salvo que fuera una necesidad ineludible. Adam podía tener una opinión
negativa de la muchacha, al fin y al cabo, Enzo y ella no se llevaban bien,
pero Ellie sospechaba que había un trasfondo detrás de la decisión tan
contundente de su amiga.
Maddie nunca actuaría de forma tan fría a menos que existieran razones de
peso para ello.
—La verdad es que no tratamos mucho ese tema.
—¿De quién rayos estáis hablando?
—De la amiga que te conté.
—¡¿Compartís amigas en común?! ¿Cómo es eso si quiera posible?
—¡Ellie! ¡Aquí!
La voz de Marilyn les impidió responder, los tres repararon en el fondo de
la estancia a la madre de Awad llamándoles con una mano. Ellie sonrió y se
acercó con rapidez, seguida por los dos otros hombres. En la mesa les
esperaba Dora, Marilyn y Abdel ataviados con opulentes trajes. En cuanto
llegaron, los tres tomaron sus respectivos asientos.
—¿Habéis tenido que esperar mucho? Perdonadnos, nos surgió un
inconveniente.
—¿Por qué será que no me extraña?
—¡Abdel no seas maleducado!
Indiferente, su hijo elevó los hombros y estudió de arriba abajo a Adam
con evidente desprecio:
—Muchacha—intervino Dora, devorando con la mirada a Ethan—, no nos
habías dicho que tenías unos guardaespaldas de tan buen ver.
—Ellos son…
—Mira que eres despistada, Dora —la reprendió Marilyn y luego señaló a
Adam—. ¿Acaso no recuerdas a este hombre?
Ellie recordó de improvisto que tanto Dora como Marilyn habían estado
entre las mujeres que suspiraban por Adam en el gimnasio. Apenas podía
creer que hubiera tratado de emparejar a la madre del jeque con su
archienemigo. Ellie tuvo que reprimir una sonrisa ante lo ridículo de la
situación.
La muchacha intercambió una mirada breve con Adam, quien también
pareció reconocerlas y parecía conmocionado. Por otro lado, al percatarse de
que su progenitora se refería a Henderson, Abdel se mostró asombrado.
—¿Le conoce, madre?
—Por supuesto que sí —asintió y después se dirigió a Adam—. ¿Tú no
eres la pareja de nuestra querida Ellie?
Menos mal que todavía no les habían atendido y que no estaba comiendo o
bebiendo nada, de lo contrario Ellie sospechaba que hubiera acabado
atragantándose. ¿De dónde diablos habían sacado esa información inventada
por completo? No recordaba haberles dicho nada de eso durante su última
reunión.
—¿Cómo has dicho?
La muchacha le dirigió un vistazo a Adam tratando de hallar alguna
respuesta, pero este se limitó a sonreír incómodo.
—Verá… yo.
Ethan, quien había permanecido callado hasta ese momento, identificó el
gesto fugaz de interés y aprobación que había compuesto el señor Awad
desde que su madre soltase esa nueva información. El rubio determinó que
aquella sería una excelente carta para jugar y conseguir sus objetivos, de
modo que decidió que era la hora de intervenir, de lo contrario esos dos
estúpidos enamorados, que odiaban mentir, serían capaces de desmentirlo.
Además, él no había venido hasta las Vegas para que la misión que le
había encomendado su padre fracase de esa forma. No, Ethan no lo
consentiría.
—Sí, lo son.
Tanto Adam como Ellie se giraron a contemplarle como si fueran dos
autómatas sincronizados. Hasta sus semblantes estupefactos eran idénticos.
Parecían dispuestos a pedirle las pertinentes explicaciones, pero él les pisó
los pies para que se callasen. Ambos intercambiaron una mirada,
preguntándose qué diablos estaba planeando ese idiota.
—Oh, ¿y tú eres?
—Ah sí, me llamo Ethan Weiss, soy el abogado de ambos.
—Yo soy Dorothea, pero puedes llamarme Dora. Encantada de conocerte.
Ellie le contempló besar la mano con cortesía, que la mujer sentada a su
lado le tendía, así que estaba dispuesto a practicar su táctica de peloteo
máximo que reservaba para captar a los clientes más complicados, ¿eh?
Ethan había adoptado una actitud de cazador experimentado, después de
haberles vendido con todo el descaro del mundo.
En ese instante, el camarero llegó y les tomó las comandas, por lo que
Ellie se concentró en sus propias reflexiones. La cabeza le iba a mil por hora.
No le gustaba mentir, incluso si de una manera o de otra siempre terminase
haciéndolo.
A ella nunca le salían bien ese tipo de planes y un ejemplo de ello era el
hombre pelirrojo que se encontraba sentado a su lado, por eso prefería ser
sincera en cuanto a los negocios se refería, pero Ethan se acababa de
desmarcar del plan que habían trazado, exponiéndoles a otro embuste más.
«Espera a que te pille por banda. ¡Vendiéndome como si fuera alguna
clase de pescado en exposición! ¿Qué será lo siguiente? ¿Intercambiarme por
unas cuantas vacas y cerdos?».
—Entonces, ¿son pareja? —demandó saber con renovado interés Awad.
Tanto Ellie como Adam se pusieron en tensión, les había preguntado tan
directo, que Abdel tuvo que insistir con cierta reticencia. Ambos volvieron a
intercambiar una mirada en la que acordaron que no mentirían. Al parecer
estaban de acuerdo, ninguno respaldaría el argumento engañoso de Ethan,
incluso aunque con ello se arriesgasen a tener que dar muchas explicaciones.
Sin embargo, cuando se disponían a negarlo, Awad volvió a intervenir.
—Porque déjenme que les diga, que en caso de que lo sean, entonces las
cosas cambiarán bastante.
—¿A qué se refiere?
—Ellie —le advirtió por lo bajo Adam—. No.
—A que existirá una oportunidad de hacer negocios con su empresa.
Aquella frase les dejó asombrados, por lo que Ellie no pudo evitar
preguntar:
—¿Qué? ¿Por qué ese cambio repentino de parecer?
—¿Recuerda nuestro intercambio en el ascensor?
Adam contempló a Ellie sin comprender de qué diablos estaban hablando,
a pesar de que la joven estaba tan confundida como él, asintió.
—Sí.
—Ese día me demostró el corazón tan grande que tiene, usted no me
reconoció, así que no podía saber que el hombre que la acompañaba era
alguien de mi posición. Sé de buena tinta que las personas se muestran como
realmente son ante las crisis o las situaciones peligrosas.
¿Situación de peligro? ¿Ellíe habría corrido algún tipo de peligro y él no
se había enterado? Adam se apuntó como tarea investigar más tarde sobre
aquello, mientras tanto, observaba la conversación que se había instalado
entre aquellos dos.
—Ya, pero señor Awad, esa circunstancia y esta son completamente
distintas. Usted no me debe nada, ya se lo dije. Si decide invertir, creo que
debería ser en base al señor Henderson y su labor para con la empresa.
—Y justo por eso digo que tiene un gran corazón. Sabe muy bien del
dinero que dispongo. Además, le he repetido varias veces que me gustaría
compensarle, y en cada una de ellas lo ha rechazado, asegurando que no
desea nada a cambio. Teniendo todo eso en cuenta, cualquier hombre que
haya conseguido obtener su amor, para mi valdrá la pena, pues significará
que poseen valores similares. ¿Comprende, ahora?
¿Similares? Ambos eran tan diferentes como el día y la noche. Mientras
que Ellie había aceptado a todo el mundo sin importar su procedencia,
incluso a él que se había comportado como un zoquete la mayor parte del
tiempo, por su parte se había encargado de descalificarla en el pasado
continuamente.
No, no se parecían en nada y Adam lo sabía. Ni si quiera compartían el
mismo gusto por la comida, a excepción de una cinta de abdominales y
glúteos de la que habían hablado mientras se conocían.
Tenía que ponerle fin a esa pantomima. No solo por él, sino también por
ella. A Adam le encantaría poder decir en voz alta que salían juntos, siempre
y cuando fuera la verdad, se negaba a entrar en cualquier clase de embuste.
De hecho, todo se había fastidiado con Ellie a raíz de una maldita mentira,
no la arrastraría a mantener ese circo, del que ni si quiera él se veía capaz de
sostener.
Notó que Ellie posaba su mano sobre la suya y se la apretaba, en un vano
intento por transmitirle ánimos. Todo eso era una auténtica locura.
—Verá, señor Awad…
En ese instante, le sonó el móvil con una melodía árabe y, tras comprobar
la importancia de la llamada entrante, Awad levantó un dedo.
—Denme un minuto, por favor, esto es importante.
A continuación, echó la silla para atrás y se levantó, abandonando la mesa
y dejándoles con su madre y su tía, quienes habían permanecido calladas
hasta entonces. Ambas, que ya tenían una vasta experiencia leyendo el
lenguaje corporal de las personas, percibieron la sensación de incomodidad
que existía entre los tres, por lo que acordaron en silencio que sería buena
idea dejarles para que se aclarasen sus ideas.
—Oye Dora, necesito ir al servicio con urgencia. ¿Me acompañas?
—No me digas, ¿quieres que te sujete la puerta como en los viejos
tiempos?
— Y el bolso.
—Vale, ya voy.
En cuanto ambas mujeres se perdieron de camino a los baños y se
cercioraron de que no podrían ser escuchados por nadie. Adam encaró a
Ethan, quien se estudiaba las uñas con fascinación. Aquel pasotismo le
enfureció.
—¿Por qué diablos has dicho eso, Weiss? ¿En qué mierdas estabas
pensando?
Ni si quiera podía comprenderlo. ¿Acaso Ellie no era su pareja? ¿Cómo
podía renunciar a ella en público? Hacía tan solo una semana que se estaba
pegando por ella con él como si fuera un maldito territorio por conquistar y
ahora se atrevía a hacer ese tipo de declaraciones.
Tenía la jodida suerte de que una mujer tan impresionante como ella fuera
suya y ¿se comportaba así? Él jamás podría hacer algo así. Si Ellie le
concediera una nueva oportunidad, gritaría a los cuatro vientos que era su
mujer. ¿Y ese tipo renunciaba a ella? Es que, ¿ni si quiera le consideraba una
posible amenaza? Porque diablos, si la joven tan solo dijera que deseaba
regresar a su lado, Adam aplastaría a ese idiota con tal de tenerla de vuelta.
Es más, Ethan estaba al tanto de los sentimientos que tenía por Ellie, ¿cómo
un hombre podía tener tan poca sangre en las venas para negar a su pareja?
¿Y Ellie? ¿Por qué narices estaba tan pensativa? Es que ¿ni si quiera le
molestaba lo que el tipejo de su novio acababa de hacer?
—Creo que no estás comprendiendo la situación en la que te encuentras
Henderson.
—¿Cómo dices?
—El jeque es uno de esos tipos con un pensamiento arcaico. ¿No lo
dedujiste con su discurso? Le gusta lo tradicional, el compromiso y todas esas
cosas. Eh, no me mires así, yo no soy quien piensa así. Mi mente es más
abierta, pero no es a mí a quien debes convencer para que la junta te permita
mantener el puesto, es a él. De su aceptación depende tu pescuezo como
director.
—Sí lo hice, pero eso no significa que tengas que vender a tu pareja para
eso. ¿Cómo te has atrevido a usarla por algo así? Eres un ser despreciable, no
me rebajaré a esta clase de estratagemas banales. No me importa si para ello
tengo que perder mi puesto, de ningún modo la utilizaré de esta manera.
—Uh, por mucho que me pese reconocerlo en voz alta, Awad tiene razón.
Ambos tenéis el mismo sentido del deber y honradez, pero ¿sabéis cuál es el
problema de todo esto? El mundo no está hecho de buenas intenciones. Se
supone que eres un hombre de negocios, Henderson. Tú mejor que nadie
deberías de saber las consecuencias de desaprovechar este contrato y aquí ya
no estamos hablando solo de tu pescuezo.
—Ya, pero…
—Tu negativa implica pérdidas millonarias. Por no mencionar el del
propio futuro de la empresa, porque no podemos olvidar que, debido a tu
pésima gestión de estos dos últimos años, no os encontráis en vuestro mejor
momento.
—Aun así, esto es cuanto menos inmoral, ¿mentir para obtener un
contrato? Hasta ahora nunca me he visto en la necesidad de recurrir a tamaño
embuste.
—Ethan tiene razón.
Adam se giró hacia Ellie sin dar crédito a que se estuviera poniendo de su
parte. ¿Acaso no veía el problema que eso supondría a la larga?
—¿Cómo has dicho?
—Lo haremos.
El mundo no estaba yendo nada bien, si ella estaba accediendo a formar
parte de aquel sinsentido. ¿Habría escuchado bien? ¡No podía entrarle en la
cabeza aquel disparate!
—¿Disculpa? ¿Qué?
—Piénsalo un poco, Adam, solo deberemos fingir unos días y después
regresaremos a casa. Si esto nos sirve para asegurar la firma del contrato, me
apunto. Solo podemos recurrir a esto para salvaguardar tu posición. No te
preocupes tanto, cuando terminemos aquí, fingiremos que nos hemos
separado. ¿Cuántas parejas no lo hacen al día? ¡Es lo más común!
—Ellie, no… estas cosas nunca salen bien, deberías haber aprendido la
lección. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo y ese hombre ya me tiene
en muy bajo concepto. Si descubre que lo hemos estado engañando, ¿crees
que no deseará venganza?
—Vamos Henderson, deja de vivir en el país de la piruleta y no nos
vengas con estos escrúpulos de última hora. Esto son negocios, uno debe
hacer lo que necesita para obtener sus objetivos.
Nada más escucharle, Adam se enfureció, ¿cómo se atrevía a actuar como
si aquello no le afectase? ¡Ellie era su pareja! Y seguía empeñado en
anteponer los negocios por encima de cualquier cosa. Él estaba al tanto de lo
que conllevaban las ansias de poder, pues había cometido el error
imperdonable de anteponer sus negocios por encima de ella, cuando debería
haber mandado a todos a la mierda.
¿Por qué no había podido acabar con un hombre mejor de lo que él lo
hubiera sido?
—Tú… eres una basura, ¿así es cómo la cuidas? ¿eres su pareja o su
proxeneta?
Hastiado de aquella conversación y sin ningunas ganas de discutir, Ethan
puso los ojos en blanco y se llevó un trozo de pan a la boca.
—Cállate, podrían contratarte en una obra de tragicomedia y no
necesitarías ni el guion. Solo tenéis que fingir que os queréis un poco. Si te
pasas de la raya, juro que te castraré.
—Bastardo…
—Bueno, ya está bien, por favor, ¿podemos centrarnos en lo que importa?
Salvar el puesto de Adam.
—No lo haré de esta forma.
Ethan soltó un suspiro cansado, planteándose si pedir una botella de vino
para bebérsela él solo o estampársela en la cabeza. No aguantaba ni durante
un minuto más a aquel don perfecto.
—Adam —añadió Ellie—. Reflexiona un poco, por favor.
—Ya lo he hecho y la respuesta sigue siendo la misma: no.
Ellie había sospesado mucho los pros y contras de todo aquello.
Comprendía que Adam se negase, a ella misma le había parecido una pésima
idea al principio, no solo por la mentira en sí, sino también por sus
sentimientos. Estaría jugándose su corazón al aceptar entrar en aquel engaño.
Sin embargo, el detonante que la había inclinado a tomar esa elección
había sido la culpa. Su ausencia había sido un aliciente más para que llegase
hasta a encontrase ante esa posición, por lo que, si no le ayudaba en esto,
Ellie intuía que no podría continuar su vida, sintiéndose en paz consigo
misma. No podía dejarlo pasar, una de las cosas que más valoraba en la vida
era irse a dormir tranquila cada noche.
—Sabes perfectamente que esto es algo que te debo.
—¿De qué estás hablando?
—Esta es mi compensación por mis mentiras pasadas.
«Y presentes»
Mientras lo decía, Ellie se dio cuenta de que todavía lo hacía, pues Adam
creía que Ethan y ella estaban juntos. No podía revelarle la verdad, porque
sabía que, si él se enteraba de que seguía amándolo, no cesaría en su empeño
por recuperarla.
—¿Piensas compensármelo metiéndonos a ambos en una nueva? —indagó
con ironía alzando las cejas—. Estoy harto de mentiras, Ellie. Ninguna
empresa, ni si quiera la mía, merece lo suficiente la pena como para permitir
que te usen. Créeme.
—Pero Adam, esto no es como la que te dije en su día, no estaremos
fingiendo ser alguien que no somos, solo pretenderemos estar juntos de
palabra, no lo veo una mala opción, teniendo en cuenta que estamos
desesperados. Además, ¡ni que tuviéramos que casarnos!
—Mentiras son mentiras, Ellie. Da igual lo fáciles que parezcan ser,
siempre acaban mal. No lo haré.
—Naturalmente, tú solo no, así que lo haremos juntos.
—De ninguna…
Adam tuvo que callarse, porque justo en ese momento, vieron a Awad
aproximándose de vuelta a la mesa. Tras llamar al camarero con una mano
para que les trajese las comandas, se dirigió de nuevo a ellos.
—Bueno y ¿desde cuándo están juntos? Si mal no recuerdo, tenía
entendido que al menos hasta hace dos años, su prometida era la hija de los
Sullivan, ¿es correcto?
Ellie sintió una especie de resquemor y tristeza ante la mención de la ex de
Adam. Se obligó a recordarse que ahí no debían importar sus emociones. A
partir de ahora estarían fingiendo y no podía permitir que Adam interviniese
para desmentirlo, al menos que hasta que no consiguiera convencerle en
privado.
Había tomado una decisión y tenía la intención de mantenerla.
—Eso ya es cosa del pasado.
Quiso conferirle seguridad a su tono, pero su confianza la traicionó y
desvió la mirada a su plato. Adam la contempló con atención, dándose cuenta
de lo mucho que todavía le afectaba ese tema. Ethan quien en alguna vida
pasada habría sido un ave rapaz, decidió que si seguían así no convencerían a
nadie.
—Llevan un tiempo juntos.
Al pelirrojo por poco se le salen las órbitas de los ojos. No podía creer que
estuviera participando contra su voluntad en tamaña patraña. Le avergonzaba
solo de pensarlo, prueba de ello era el intenso rubor que se había extendido
por sus mejillas.
Si les pescaban tratando de engañarle, Awad se encargaría de hundir su
reputación por completo y ya estaba suficiente manchada como para que la
acabasen de finiquitar.
—Entonces puedo suponer que es algo serio, ¿no? O ¿son como esas
relaciones esporádicas y promiscuas?
Adam tosió discretamente sobre una servilleta para evitar tener que
pronunciar alguna mentira. En todos los años que llevaba en su profesión
nunca se hubiera imaginado debatiendo sobre su sexualidad y vida privada
con un jeque árabe.
En lo que a Ellie respectaba, decidió que era un buen momento como otro
cualquiera para beber de su vaso de agua. Si tenía que mentir, mejor evitar la
sequedad de garganta.
El señor Awad siguió con su ferviente discurso. Debía de estar
acostumbrado a ser el único que hablase en las reuniones de negocios,
determinó Adam.
—Espero que sea un hombre comprometido, porque si no es capaz de
hacerlo con una mujer, no tiene ninguna honorabilidad.
Para ese momento Adam ya estaba preguntándose dónde debería ubicar su
futura tumba. La familia contaba con un Partenón en el que descansaban los
cuerpos de todos sus antecesores, pero no estaba seguro de que de enterarse
de que había participado en tal enredo con ni más ni menos que un dichoso y
poderoso jeque árabe, sus padres le permitieran unirse a sus antepasados.
—Desde luego —aseguró Ethan, poniendo la guinda final al pastel—. De
hecho, ya están comprometidos, dudo que tarden mucho en contraer nupcias.
CAPÍTULO 19
«A veces cuando voy a una heladería con Ethan veo a un chico pelirrojo que
podrías ser tú. El primer día, me escondí detrás de un camarero. Después me
di cuenta de que tu no frecuentaría este tipo de lugares y respiré un poco más
tranquila, aunque con un sentimiento agridulce por las diferencias que nos
separaban».
E.H
«Pedida de mano», «compromiso». Resulta curioso como ciertas
tradiciones perviven a lo largo de la historia, incluso si estas tienen un
carácter representativo. Este es un tipo de proceso característico que, sin
importar la procedencia de la pareja en cuestión, se sigue manteniendo en la
gran mayoría de las distintas culturas. ¿Quién desconoce su existencia? En
las novelas históricas y en los propios libros de historia se observa la
importancia que tenía para las mujeres —sobre todo las de clase alta—
encontrar un marido, que les pidiera la mano. Este objetivo sería transmitido
de padres a hijos por vía oral desde que eran pequeños. No por nada las
mujeres eran exhibidas como pavos reales en los salones a la espera de cazar
un buen partido que les asegurase una vida más fácil.
Tiempo después, y a medida que las mujeres iban adquiriendo más
derechos, Disney recopiló los cuentos de tradición oral y, reelaborándolos,
consiguió establecerse como uno de los propulsores principales para pervivir
este objetivo social: el matrimonio. A pesar de todo, lo que le diferenciaba de
sus predecesores era que este último les prometía a los infantes un nuevo
aliciente para casarse: el amor verdadero.
Por supuesto, no era lo mismo contemplar a la Cenicienta subiéndose a la
carroza de camino a palacio, que vivirlo en tu propio pellejo, ya fuera esto
debido a otro cuento o no.
Ellie nunca había soñado con casarse, solo deseaba mantener alejada a la
mala suerte. De hecho, si lo pensaba con detenimiento, llevaba varios días
tranquila respecto a esa cuestión. Ahora podía darse cuenta del motivo que
había tras ese silencio. Su suerte había estado esperando el momento idóneo
para rematarla y acabar con ella definitivamente. Cuando creía que todo iría a
mejor, porque había decidido acceder a esa representación improvisada,
Ethan había decidido salirse otra vez por la tangente.
—Desde luego. De hecho, ya están comprometidos, dudo que tarden
mucho en contraer nupcias.
Ellie se atragantó con el agua que había estado bebiendo y Adam acudió
solícito a darle unos golpecitos sobre la espalda, mientras ambos se
contemplaban desencajados. Ninguno podía comprender tal osadía.
¡¿NUPCIAS?! ¿Compromiso? ¿Qué diablos? ¿Qué narices le pasaba a
Ethan por la cabeza para plantear eso si quiera? Una cosa era fingir ser pareja
y otra muy distinta ser su prometida.
«Madre mía, madre mía, que al final voy a terminar con un anillo encajado
en el dedo y comprometida con el CEO de una cadena hotelera. Jodido Ethan,
casi le ha faltado plantarnos aquí al cura. ¿Por quién narices me ha tomado
ese desgraciado? ¿Por el estafador de Tinder? Ni ese tipo se atrevió a tanto.
Diablos, Ethan, juro que te cogeré en privado y te obligaré a comer hasta
reventar».
Mientras Ellie fantaseaba con posibles torturas que realizarle a su amigo,
el pelirrojo le dirigió una mirada a Ethan, y Ellie se percató de que en sus
ojos azules se despedía auténtico hielo. Estaba decidido a intervenir para
desmontar esa patraña, pero la muchacha, temerosa de que todo el acuerdo se
fuera a la mierda en unos instantes, le depositó una mano sobre su brazo,
captando su atención.
La joven negó con la cabeza, recuperándose de la impresión.
—¿Qué es lo que sucede? —demandó saber Awad al reparar en su breve
intercambio—. ¿Acaso no han decidido todavía la fecha?
—No es eso, es que…
—Estamos prometidos.
Ellie se ganó una mirada asombrada de Adam, quien había intentado
impedirlo. Demonios, su «yo» de hacía media hora también se estaría
preguntando qué narices le pasaba. De hecho, la palabra sonaba tan extraña
en sus labios, que se replanteaba si estaba tomando la decisión más acertada.
—¿Entonces? ¿Qué ocurre?
—El problema soy yo.
—¿Usted?
—¿Tú?
Tanto Adam como Awad se echaron un breve vistazo por haberse
pronunciado a la vez.
—Sí.
—No la comprendo.
—Comprendo su pensamiento, de verdad, pero aún somos jóvenes,
tenemos mucho que vivir por delante. Yo acepté su propuesta, estoy
dispuesta a casarme con él cuando llegue el momento propicio, todavía e-
estamos disfrutándonos mutuamente.
«Santo Cristo, ¿qué te parece si lo ponemos en práctica esta noche, mi
dulce algodón?» Susurró Deseo, con rapidez Razón le amordazó. Aquello era
demasiado importante como para que su compañero hiciera acto de presencia.
Al escucharla pronunciar aquellas palabras, Adam se puso aún más rojo de
lo que estaba. ¡¿Le estaba hablando al jeque sobre su sexualidad?! Este
último parecía igual de sorprendido, aunque no por los mismos motivos.
—¿Disfrutándose mutuamente? —interrogó horrorizado—. ¡¿Conviven en
pecado?!
—¿En pecado?
—Ellie —murmuró Ethan—, quiere decir que si estáis acostándoos sin
estar casados.
—Eh sí —respondió con rapidez, más al darse cuenta de que torcía el
gesto, se corrigió nerviosa—. Digo no. ¡No! ¡No!
—Por el amor de Dios…
—¿Está usted de acuerdo con eso, señor Henderson?
—Yo ya no estoy ni dejo de estar.
—¡Adam!
—¿Quiere añadir algo, señor Henderson? Le noto como agitado, un
hombre que está a punto de casarse debería verse más exultante.
—Yo…
—¡¿Casarse?! —gritó emocionada Marilyn quien venía acompañada de
Dora—. ¿Quién va a casarse?
—¿No lo sabía, madre?
—¿El qué?
—El señor Henderson y la señorita Hawk contraerán nupcias en lo que
espero sea a la mayor brevedad posible.
—¡¿De verdad?! ¿Cómo no nos informaste de eso ayer, querida?
«Porque ni yo misma lo sabía».
—Eso —afirmó Dora—. Creía que estabas en mi equipo.
Ellie sintió un escalofrío recorriéndole. Aquella viejecita sospechaba de
ella, ¿y cómo no hacerlo? Solo el día anterior le había dicho que jamás se
casaría con un millonario. No obstante, la mujer se quedó callada,
observándoles con renovado interés.
—Lo que no comprendo es su negativa a desposarse con la mayor rapidez.
—¡Abdel! —le regañó su madre—. Eso no se le pregunta a una mujer.
—Conviven en pecado. ¡Es de una rotunda inmoralidad! ¡Inadmisible!
—Los tiempos han cambiado, muchacho.
—¿Y qué? Pero se supone que están comprometidos.
—Por el amor de Dios, Abdel, ahora las bodas se planifican hasta con dos
años de antelación.
—Y eso ¿por qué? Si quieres casarte con alguien lo haces a la menor
brevedad posible y más alguien de su posición.
—Deja a los muchachos que lo hagan como deseen. No seas tan
metomentodo.
Awad suspiró con hastío y le echó un vistazo a Henderson, quien todavía
no se había pronunciado al respecto.
—Al menos ya le habrá puesto el anillo, ¿no?
Adam se quedó blanco, aquello estaba yendo demasiado lejos. Sin
embargo, fue salvado de nuevo por Ellie.
—Sí. Lo hizo.
¿Es que aquella mujer tenía la capacidad para mentir con tan solo respirar?
Adam no daba crédito a la facilidad con la que les estaba soltando todas esas
trolas sin tan si quiera despeinarse.
—Oh, eso es maravilloso, querida, ¡¿nos lo enseñarías?! Ayer no te lo
vimos…
«Mierda, ¿por qué tendré que meterme en estas historias? No les va a valer
el anillo del chino que me compre en el Walmart»
—Eh… Lo tengo en la habitación. Me lo quité por la piscina y ya no me lo
volví a poner.
—Bueno, bueno, pero ¿qué tenemos aquí? Si es una chica tan práctica
como yo —agregó Dora encantada—. Sabía que no me defraudarías.
Ellie suspiró, no podía creerse que hubiera colado aquella mentira tan
nefasta, pero esa gente era rica y sabría reconocer cualquier imitación barata.
—Ay, es cierto, con razón os parecéis tanto. Tú también te deshacías de él
cada vez que podías, ¿no?
—Era un engorro.
A pesar de que hubiera conseguido cuadrar su historia con la de esa mujer,
Ellie no se quedaba tranquila solo con una mentira tan sencilla.
—No es solo por eso, debo reconocer que soy un poco desastre y pierdo
las cosas con mucha facilidad. Veréis, en Londres tenía un gorro favorito que
llevaba a todas partes, pues bien, no sé bien cómo ocurrió, pero ¡lo perdí en el
metro!
Adam la escuchaba más atónito si cabía, ¿ahora metía hasta ejemplos para
volver más realista su enredo? Diablos, ¿cómo de enrevesado querían seguir
haciéndolo?
De repente, recibió un mensaje en su móvil y le echó un vistazo rápido.
Mensaje entrante de Ethan:
Ya puedes mover el culo y comprarle uno cuanto antes, no te atrevas a jodernos la performance.

¿Hasta dónde pensaba llegar? ¡No tenían ninguna clase de escrúpulos!


Podía entender de cierta manera que actuase así el retorcido hijo de puta de
Ethan, pero Ellie ¿por qué le secundaba? A pesar de que le dijera que se lo
debía, Adam no podía comprender por qué se prestaría a eso por él.
De repente, una palabra destelló en su cabeza, desterrando todas sus
posibles dudas: lealtad. La mujer había demostrado ser muy leal con todos
aquellos a los que apreciaba. Aún recordaba las ocasiones en las que Ellie
había estado sacrificándose por el resto, así que ¿por qué no lo haría por él?
Y más aún desde que se habían acercado mucho más.
—Tía Dora —añadió Awad—. ¿No será que has conocido a tu versión
juvenil?
—¡Cuida tus palabras, muchacho! ¿Me estás llamando vieja?
—No se me ocurriría.
Adam se dio cuenta de que Ellie se estaba esforzando para salvarle el
trasero, por lo que, ya que se había metido en ese fregado por él, no podía
dejarla sola. Por mucho que odiara los engaños, no le habían dejado más
remedio que tener que participar en eso. Insuflándose valor, procedió a
pronunciar una de las primeras mentiras de toda su vida.
—Cariño, no debes preocuparte por esas cosas, si lo pierdes, te compraré
otro.
El semblante de la joven se suavizó, aliviada. Aquella señal sirvió para
animar un poco más a Adam, para quien esas palabras habían supuesto un
paso gigantesco. No esperaba tener que acostumbrarse a ese tipo de
situaciones, pero jugaría el papel que le habían otorgado hasta que firmase
ese maldito acuerdo. De todas formas, si tenía que echarse para atrás los
únicos perjudicados serían ellos, así que ya no había vuelta atrás.
—Sabes que no me gusta hacerte gastar en ese tipo de tonterías.
—¿Tonterías? —graznó horrorizada Marilyn—. No, querida, no te
equivoques, un anillo de compromiso debe serlo todo para una mujer.
—¿Qué narices le estás soltando a la muchacha, Mary? —contradijo Dora
—. ¡Eso sí que son cuentos de vieja! Si al final va a resultar que madre e hijo
estáis anclados en el pasado…
—Oh, vamos, que tú no le tuvieras la menor estima a tu alianza, no
significa que no sea esencial. ¡Yo hasta lloré cuando la introdujo en mi dedo
tu padre, Abdel!
Adam estudió de reojo a Ellie. La joven agachó la cabeza hacia su comida
y se metió una bocanada de pato a la boca, él nunca les había dado
importancia a esos hechos superfluos.
En su anterior relación, ni si quiera regalaba flores a menos que fuera en
contadas ocasiones. Además, Sasha tenía la tendencia a irse de compras por
su cuenta cada vez que quería adquirir prendas o coches nuevos. Ahora podía
percatarse que habían sido demasiado independientes. Las pocas veces en las
que se había planteado pedirle en matrimonio, siempre se había imaginado
haciéndolo en alguna cena. Simplemente deslizaría el anillo de forma natural
por la mesa y le diría las palabras evidentes.
«Ya es la hora de dar el siguiente paso»
Jamás habría esperado ser forzado a comprometerse por las circunstancias
y el entrometido de Ethan Weiss, así que dudaba sobre la manera correcta de
proceder.
Bueno, él no estaba habituado a ese tipo de prácticas deshonestas, pero
había escuchado por las malas bocas, que la mentira más realista era aquella
que parecía más natural. De este modo, procedió a meterse en el rol que le
habían asignado.
—Ellie.
La muchacha se puso en tensión y Adam sintió auténticas ganas de
masajearle el cuello para relajarla o quizás recurrir a otro tipo de prácticas
mucho más placenteras. Estando a solas, por supuesto.
Le contemplaba con esos increíbles ojos castaños que le recordaban lo
mucho que amaba embeberse de ellos cada vez que podía. Adam sabía lo
peligroso que sería hacerse ilusiones en ese engaño, pero resultaba imposible
no dejar volar su imaginación.
—¿Sí?
—¿Qué importancia tiene el dinero cuando se trata de ti?
—¿Cómo dices?
—¿Eres consciente de que por ser tú estoy dispuesto a cualquier cosa?
¿Quieres la luna? Técnicamente no se puede bajar a la tierra, pero te
compraré una nave para viajar a ella, como hizo Jeff Bezos.
Ellie se quedó estupefacta ante su extraña declaración. En otras
circunstancias podría haberse echado a reír, ya que incluso cuando fingía ser
romántico tenía que actuar tan racional, pero por el intenso rubor que teñía las
mejillas del pelirrojo, supo que existía más profundidad de la que podría dejar
entrever. Además, no sabía cuándo había sucedido, pero a pesar de estar
sentados uno al lado del otro, estaban demasiado cerca de lo que la etiqueta
consideraría apropiado.
Una vez más, la tensión que siempre se asentaba entre ellos cuando
estaban a solas, les rodeó, alejándoles de todos los presentes.
—A-Adam.
—Hay opciones que son más realistas, pero creo que la representación
resulta evidente. Haré lo que sea por ti, así que, por favor, no vuelvas a
quitarte el anillo. De lo contrario, ¿cómo iban a saber el resto de los hombres
que eres mi mujer?
El señor Awad asentía complacido con la situación. Para él, Adam ya
estaba comportándose como lo haría un verdadero hombre, poniendo las
verdades sobre la mesa y dejando a un lado los ambages.
Sin embargo, en lo que a él respectaba, sospechaba que en cualquier
momento se moriría de la vergüenza por representar ese teatro. Quizás Ellie
lo mandase a la mierda por tomarse la licencia de mostrarse tan dominante,
pero se encontraba tan cerca de su cuerpo que podía contarle los lunares del
cuello.
—Tú…
Si iba a añadir algo más, murió en sus preciosos labios, pues de manera
repentina, ambos sintieron unos brazos rodeándoles por los hombros. La cara
de Ethan se abrió camino hasta interrumpir la cercanía de sus rostros y Adam
notó como si le lanzaran un jarro de agua fría.
«Este imbécil debe meterse en todo, ¿o qué?». Masculló Razón.
«¡Es lo que te decía!» Señaló Deseo.
«No es solo eso, idiota, el jeque nos va a terminar pillando y nos hará
picadillo».
«Como si eso me importase un bledo»
—Bueno, bueno… tortolitos, va siendo el momento de ir concluyendo esta
magnífica y productiva cena, ¿no creéis?
Mientras fingía abrazarles, apretaba con más fuerza el hombro de Adam,
instándole a separarse de ella. El pelirrojo se enfadó, de forma que ese tipo
despreciable podía hacer lo que quisiera sin ningún tipo de consecuencia.
Había lanzado a su novia a los brazos de un hombre que todavía la quería y
pretendía que no se dieran esos casos.
En cuanto logró apartarle de ella, Ethan aprovechó antes de soltarle para
susurrarle con una sonrisa:
—Ni se te ocurra jugar sucio, Henderson. Te voy a estar vigilando.
—O si no, ¿qué? —murmuró en respuesta—. ¿Qué piensas hacer? ¿eh?
—Oh, te acordarás de mí, eso desde luego. Sonríe Henderson, se supone
que debes estar muy feliz.
Adam experimentaba auténticas ganas de retorcerle el pescuezo a aquel
impertinente. A pesar de sus sentimientos homicidas crecientes, le obedeció
para unirse a la simulación dantesca de felicidad compartida. Al menos con
esa amenaza, el tipo había demostrado tener la sangre en las venas que le
había faltado cuando propusiera esa locura en la que ahora se encontraban
metidos.
No cabía la menor duda de que Ethan Weiss era abogado de pies a cabeza,
le faltaban escrúpulos cuando se trataba de engañar y tergiversar las
circunstancias.
De pequeños, Adam había sido una víctima de ese tipo retorcido, quien se
las ingeniaba para joderle las veces en las que coincidieran en cualquier
estancia y estas habían sido más comunes de lo que le gustaría.
Sin duda, parecía ser que algunas cosas no cambiaban.
—Bueno, esto ya parece otra cosa —asintió satisfecho Awad—. Ah, antes
de acordar nada, me gustaría invitarle a un lugar muy especial.
—Abdel no estarás pensando en…
—Por supuesto que sí, madre.
Desorientada, Ellie frunció el ceño, estaban fingiendo un compromiso,
¿qué más buscaba de ellos?
—¿Qué? ¿A qué se refiere?
—Tengo una tradición antes de firmar cualquier contrato con mis socios.
—¡Ay! —exclamó Marilyn emocionada—. A mí me encanta ese hábito.
—Sí, la verdad que siempre resulta efectivo.
—¿Y cuál es ese?
—¿Por qué no se toman unos días de vacaciones?
—Me temo que nos resultará imposible —negó Ellie —. Tenemos trabajo
por hacer.
—Ah, pero este viaje también será debido a motivos laborales.
—A mi hijo le gusta conocer mucho mejor a sus posibles socios, por lo
que suele invitarle a su residencia oficial.
—Y esa ¿dónde está?
—En Dubái. ¿No les apetecería conocerlo?
¡¿DUBÁI?! Eso estaba en la otra punta del mapa. Ambos sabían que el
hombre era excéntrico, pero ¿tanto? ¿Quién diablos necesitaba convivir con
el empresario para firmar un maldito contrato? ¿Por qué ser tan enrevesado?
—En base a las vivencias que compartáis con él durante esos días suele
decantarse o no por el negocio.
—¿Unos días? —preguntó Ellie con sospecha—. ¿Y cuántos serían esos?
—Una semana.
—¡¿Cómo dice?!
—Entiendo que pueda parecer precipitado. De hecho, la mayoría de las
personas suelen reaccionar del mismo modo, solo digamos que así es como
hago las cosas.
—Puedo preguntarle, ¿por qué?
—Es fácil —comentó elevando los hombros para restarle importancia—.
Jamás invierto sin asegurarme primero en quién lo estoy haciendo, pues
cuando decido hacerlo, me gusta establecer una relación de amistad de por
vida. Aunque sean negocios, los considero como parte de mi patrimonio
familiar.
—Pero, usted ya me conoce, ¿no? —intervino Adam igual de asombrado
—. Al menos disponía de información sobre mí cuando nos reunimos la
última vez.
A su modo de ver, ese tipo estaba saltándose todas las normas. Aunque
estaba acostumbrado al firmar contratos tras comidas, partidos de golf o
invitaciones de fines de semana a diversas mansiones, lo que les estaba
proponiendo resultaba muy diferente.
—Sí. Tiene razón, señor Henderson. Soy consciente de cómo suelen hacer
negocios ustedes los yanquis, pero, aunque mi madre lo sea, eso no significa
que yo no provenga de una cultura en la que los acuerdos se lleven a cabo
con mayor lentitud. Me he criado en unos valores familiares tan férreos que
los extiendo también a mi trabajo.
—Deberíais de aceptar —aconsejó Dora—. Nadie se ha arrepentido de
una de sus invitaciones. Suele tratar a sus invitados como familiares.
Ellie estaba comenzando a plantearse si quizás en vez de firmar un
contrato no estarían uniéndose a una secta, cuando el señor Awad, añadió:
—Por supuesto, no pienso ponerles una pistola en el pecho para venir
conmigo. Esta es mi última oferta. Son libres de tomarla o dejarla.
—En realidad parece buena idea, Adam —afirmó Ellie—. Yo podría
quedarme aquí con Ethan terminando el trabajo que nos queda mientras tú
vas con el señor Awad.
—¿Estás segura, Ellie?
—Creo que no me he explicado con la suficiente claridad —intervino
Awad, ganándose la mirada sorprendida de los dos—. Naturalmente, estoy
invitándoles a ambos, como una pareja.
—¿Qué? Pero…
—Debo confesar que tengo la esperanza de que puedan empaparse un
poco de mi cultura, la encuentren encantadora y eso les ayude a dar el
empujón hacia el paso final.
Tanto Ellie como Adam se quedaron a cuadros, ¿el hombre pretendía…
qué? ¿Qué se casasen en Dubái? ´
—¡Abdel!
—Sin ningún compromiso, por supuesto —se corrigió con una sonrisa que
provocó que el vello de los brazos de Ellie se erizase—. Sobre todo, mi
prioridad es que disfruten de su estancia y hacer negocios.
—Un momento, ¿y cómo solucionamos nuestras responsabilidades aquí?
—No sé si es buena idea todo esto —susurró Adam.
—Mirad que os ahogáis en un vaso de agua, ¿eh? —se mofó Ethan por lo
bajo—. ¿Acaso no recuerdas que para la última filial trabajabas en remoto,
El?
—Ah, eso podría ser una buena opción, sí.
—¿Qué es lo que estáis esperando para aceptar?
—¿Prefieren pensarlo un poco más? Puedo darles hasta el sábado que
viene como máximo, ya que ese día mi avión privado saldrá de madrugada.
Si aceptan, deberán presentarse en la dirección que les enviaré unos días
antes. Como esta proposición les ha podido pillar algo repentina, comprendo
que tendrán que apañárselas para cambiar sus planes. En el caso de que no
vayan, daré por sentado que no estaban tan interesados.
—¡Está bien!
—¡Ellie! —la regañó Adam por ser tan impulsiva, después se dirigió hacia
Awad. Lo mejor sería que hablasen a solas sobre esa decisión, antes de
lanzarse de cabeza a ella—. Discúlpela, señor Awad, a veces puede ser un
poco impulsiva.
—Sí, y justo por eso me estoy planteando llegar a un acuerdo con usted,
señor Henderson. Me gustan las personas sinceras y directas, como dicen
ustedes, sin pelos en la lengua.
Adam se puso en tensión ante esa descripción y, protector, posó una mano
sobre la de Ellie, sosteniéndosela con firmeza. Tenía que concentrarse en lo
que decir a continuación.
Ambos sabían a la perfección que le estaban engañando y que, aunque
Ellie pudiera ser así en la realidad, si supiera que todo aquello no era más que
una patraña, quizás podría tomar acciones no solo contra él, sino también
contra ella.
De los tres, Ellie sería la que menos posibilidades tendría contra Awad en
el caso de que se destapase aquella farsa y decidiera emprender represalias de
forma individual.
El pelirrojo no pensaba permitir que eso ocurriera de ninguna de las
maneras, no importaba si para eso su empresa y su reputación tuvieran que
verse repercutidas. Si esa posibilidad se planteaba, Adam se encargaría
personalmente de que Awad nunca tocase a Ellie.
—Tiene usted razón, esa es una de las cualidades que más valoro de mi
preciosa prometida. Su forma de ser no solo es encantadora, sino tan natural
que la hace muy divertida, ¿no cree?
Ellie le contempló confundida y un poco agitada por sus palabras. Para no
gustarle las mentiras, debía reconocerle que le salía como un talento innato.
Nunca le había escuchado hablar de ella así en público.
—Adam.
—No me malinterprete, es solo que prefiero pensar un poco las cosas
antes de lanzarme a la aventura y, si le soy sincero, aunque yo sea el que vaya
a cerrar el acuerdo con usted, primero me gustaría consultarlo con ella en
privado, para que entre ambos valoremos toda la situación.
La joven se quedó anonadada, ¿consultarle? ¿Cuándo le había preguntado
algo en el pasado? ¿Esa era la actitud que había tenido con Sasha? ¡Con razón
la mujer no deseaba que se lo quitaran! Tampoco sería de extrañar, y menos
teniendo en cuenta que la señorita Sullivan habría sido la vicepresidenta.
Sin embargo, Ellie temía que el señor Awad pudiera enfadarse, con
aquellos valores tan arcaicos, podría considerar insultante que un hombre
debatiese con su “mujer” —postiza en su caso— sobre las decisiones
concernientes al negocio.
Le estudió de reojo, nerviosa de que hubieran podido fastidiarla antes si
quiera de haber podido convencerle y se sorprendió aún más, cuando una
sonrisa lobuna se extendió por sus facciones. A continuación, acompañó su
gesto entusiasmado con un aplauso seco.
—¿Ves? ¡Ese es el tipo de actitudes que me gustan! Por supuesto que les
dejaré tiempo para debatir sobre eso. Podrán confirmarme su asistencia en la
cena de esta noche. Si todo va bien, me plantearé empezar a frecuentar sus
hoteles.
—Ah —suspiró su madre—. Bien sabía yo que el desayuno de ayer no te
había decepcionado.
—¡Y ya verás cuando pruebes las clases colectivas!
—Bueno, anda, terminemos de comer.
***
Después de que finalizase la comida con Awad, los tres se despidió de
ellos en el vestíbulo del hotel. A continuación, Adam, Ellie y Ethan
convocaron una reunión express en la habitación de la segunda, el cual era
territorio neutral entre ambos.
¿El motivo? Llegar a una respuesta común para darle a Awad.
En cuanto se cerró la puerta de la habitación de la joven, Ethan se
encaminó decidido a tumbarse sobre el diván con despreocupación, mientras
que Ellie caminaba nerviosa. Por su parte, Adam se sentó sobre la cama y se
llevó las manos a la cabeza.
—¿Qué narices vamos a hacer ahora?
—¿Por qué haces tanto drama por todo? La respuesta es sencilla: id a
Dubái.
—Tú mejor cállate. No tienes potestad para intervenir en nuestra decisión
después de la que nos has liado.
Ethan puso los ojos en blanco y sacó su móvil. Ellie, que había estado
reflexionando sobre todo lo que había ocurrido, valorando los pros y contras,
se acercó hasta donde Adam se encontraba sentado y le estudió con ternura.
Parecía estar haciendo serios esfuerzos para no tirarse de los pelos.
—Adam tenemos que decirle que sí.
—¿Cómo que sí? —preguntó asombrado, levantando la mirada hacia ella,
después señaló hacia la puerta desesperado—. ¿Es que no le has escuchado
Ellie? Pretende empaparnos de su cultura para que demos el último paso: el
matrimonio.
—No puede obligarnos a casarnos.
—Exacto —afirmó Ethan—. Ha asegurado que no os presionará.
—¿Has estado en los Emiratos, Ellie? ¿Sabes cómo es eso?
—No.
—Yo sí, no trates de vendernos un cuento chino. La gente allí se pega la
gran vida, deberíais aprovechar, firmar el maldito contrato y regresar.
—Pero bueno, ¿tú qué jodido problema tienes para vender con esa
facilidad a tu pareja? Ahí fuera ni si quiera has dudado por unos instantes.
Ofendido por poner en duda sus lealtades “imaginarias”, Ethan se puso de
pie.
—¿Perdona? ¿Te crees que a mí me gusta esta situación, Henderson? Si he
tomado esta decisión ha sido para que podamos terminar aquí cuanto antes.
¡Deja tus estúpidos remilgos a un lado y acepta la maldita propuesta que os
ha hecho! Ya lo has oído, es la única oportunidad que nos dará.
—¿Sabes que si convivimos con ellos será más fácil que nos pille en la
mentira? ¿Por qué te crees que ha dicho de invitarnos a Dubái? ¡Es su
territorio!
—Pero también comentó que lo hace con todo el mundo —aseguró Ellie
con convicción—. Yo creo que el señor Awad es un hombre sincero en ese
aspecto, Adam.
—Ese no es el problema, Ellie. La dificultad principal en esto es que
nosotros no lo estamos siendo.
Ellie le observó agachar la cabeza de nuevo, frustrado. Adam odiaba
mentir, en cuanto le había podido conocer un poco más, la muchacha lo había
descubierto enseguida.
Uno de los motivos por los que no había querido revelarle la cuestión de
su currículum era porque su posible decepción. Sin embargo, ahí se
encontraba él, accediendo a ese engaño porque Ethan y ella le habían metido
en eso. Además, tenía el presentimiento de que, si no fuera porque ella había
participado también en el embuste, Adam ya lo habría desmentido.
Ellie se puso de rodillas ante él y, depositando la mano sobre su cabello
pelirrojo, le acarició los nudillos con cariño. La vista aguamarina se fijó en
ella y Ellie sonrió con tristeza.
—Está bien, Adam. Sé mejor que nadie que esto no te agrada, así que no
haremos nada que te ponga en una tesitura incómoda.
—¡Ellie! No le des alas.
—Cállate, Ethan. Esto no va sobre ti, ahora se trata de nosotros —
comentó, dirigiéndose de nuevo a Adam, quien parecía absorto disfrutando
de sus caricias—. No es fácil hacerse pasar por mi pareja, ¿verdad? No te
culpo, es probable que te ponga en muchas situaciones ridículas.
—No es eso.
—¿Entonces?
Ellie podía pensar que no quería que la relacionaran con él, tal y como
había hecho en el pasado, pero la verdad era que no se fiaba de sí mismo
teniendo que estar con ella tantos días juntos. Además, le había hecho una
promesa, que estaba decidido a mantener. No perdería la única confianza que
habían conseguido construir tras dos años alejados.
—No quiero exponerte.
—Pero yo quiero hacerlo, Adam. ¿Por qué sigues insistiendo tanto en eso?
Adam no podía revelarle sus verdaderas razones, pues estas implicaban
parte de unos sentimientos no correspondidos, que lo único que conseguirían
sería hacerla huir sin mirar atrás.
—Porque es importante, maldita sea —comentó con acidez—. Deja de
darle tantas vueltas, por favor. Ni te preocupes por eso, buscaré la forma de
apañármelas y realizar el viaje solo.
—¿Y cómo lo harás? Dijo que me quería a mí también.
—Me inventaré alguna excusa.
—Ahora que has catado su veneno, le estás cogiendo el gustillo a mentir
—bromeó Ellie—. ¿Eh?
Adam gruñó por lo bajo, no tanto por la muchacha, sino porque mientras
seguía acariciándole el pelo, Ethan había reparado en esa acción tan íntima y
se había acercado a ellos como si fuera alguna especie de perro guardián del
jodido infierno.
—Le diré que te unirás más tarde, una vez estemos allí.
—Dudo que le sirva una excusa laboral.
—Pues mencionaré alguna urgencia familiar.
—¡Oh! Eres bueno.
El sentimiento de incomodidad se acrecentó, le daba la sensación como si
estuviera fuera de lugar o le hubieran asignado el papel del tercero en
discordia. Adam jamás compartiría a sus parejas y mucho menos pensaba ser
el segundo plato. Al menos, Ethan Weiss se las estaba ingeniando con su sola
presencia a hacerle sentir de tal modo.
—Sí bueno —renegó levantándose de improvisto, ganándose una mirada
sorprendida de Ellie—. Mejor me voy a ir ya.
—¿Estás bien?
—Muy bien. Nos vemos mañana.
—Vale —accedió Ellie dubitativa—. Hasta mañana.
—Chaíto Henderson —se mofó el estúpido de Ethan, sujetando de la
cintura a Ellie para acercarla con ímpetu a su cuerpo—. Dulces sueños. Yo
sin duda los tendré.
«¡Está tocando a mi maldito algodón! No, no te vayas. No puedes
consentir esto» Bramó enfurecido Deseo.
Oh, ese tipo era odioso con su mera existencia. ¿Cómo podía triunfar tanto
con las mujeres? Ah sí, debido a esa labia asquerosa que se gastaba.
—Vete al diablo.
—¡Qué malas pulgas!
Aquello fue lo último que escuchó antes de abandonar la habitación y
dirigirse a la suya propia.
No quería saber nada más de aquellos dos.
***
Ellie observó marchar a Adam y, en cuanto se quedó a solas, le metió un
codazo en las costillas a Ethan para que la soltara. Este soltó un gemido
doloroso, aprovechando para montarse su propio dramón griego.
—Auch, auch…
—¿Qué haces molestándole continuamente? Eso es muy cruel, Ethan.
—¿Cruel? ¿Yo? ¿Y tú qué crees que haces protegiéndole tanto? ¿Eh?
—¿Cómo dices?
—Le tienes sobreprotegido como si fuera un bebé.
—De eso nada, es solo que no entiendo por qué te ensañas tanto con él. Tú
no eres así.
—Tú no lo puedes comprender. Desde que era un niño, Henderson
siempre ha sido igual de insufrible. No es de ahora que se crea más digno que
el resto. De hecho, jamás ha permitido que me integrase en su grupito de
amigos. Parecía que solo eran ellos tres contra el mundo, y eso que mi padre
solía llevarme a menudo a su casa. Para colmo, tuve que soportar que me
comparase con don perfecto cada vez que tenía la oportunidad de hacerlo.
—Si tanto le odias, ¿por qué estás ayudándole?
—No le odio —negó levantando un hombro indiferente— En el fondo le
tengo algo de aprecio, es como ese gato que te araña y tú respondes. De todas
formas, ya te dije que sí estoy aquí es por mi padre y por ti.
—Así que te hiciste abogado para nadar en dinero y soltar a los malos,
¿eh?
—Lo que no entiendo todavía es por qué te importa tanto que yo le
provoque. Esto es justicia divina.
—Eres abogado, ¿no está mal tomarse la justicia por tu mano?
—Bueno, en este caso no, porque no se encuentra tipificado.
—Eres un asno. Ah no, mucho peor, hasta los asnos te echarían de su
grupo.
—¡Oh! Encima que miro por tu bien, vas y me increpas. Él te hizo lo
mismo con Sasha, ¿verdad? Jugó a dos bandas, fingiendo estar con ella en
público y en secreto contigo.
—Ethan… no te pases, nuestro trato ya ha terminado, ambos acordamos
que no sería buena idea seguir con esto.
—Pero Henderson eso no lo sabe, ¿no quieres seguir fingiendo delante de
él?
—La verdad es que no lo sé.
—Bueno, en cualquier caso, ¿te puedo pedir un favor?
—¿Cuál?
—No hagáis guarradas en Dubái.
—¡Ethan!
—¿Qué? Ya te dije que no quiero quedar como un cornudo y, mucho peor,
engañado de la peor forma con Henderson. Bajarías muchísimo mi listón.
—No seas idiota, no va a pasar nada.
—Ya claro —comentó con ironía—. Mejor llévate tu vibrador, que no me
fío ni un pelo.
—En qué momento verías a mi Micheal en el aeropuerto…
—Oye, lo digo en serio, al menos espera a que te deje antes de lanzarte
sobre él.
—¿Por qué das por hecho que vas a dejarme tú? ¿Eh?
—Hombre, tengo una reputación que mantener. A mí ninguna mujer me
deja, salvo cuando quiero terminar de forma indirecta.
Ellie puso los ojos en blanco. Estaba al tanto de que lo que decía no era
una broma. No sabía qué secreto tenía aquel rubiales, que muchachas de todo
tipo y de diferentes partes del mundo caían rendidas a sus pies.
Por supuesto, ella no tenía la intención de seguir alimentando su ego, el
cual ya debía de ser igual de grande que China.
—Podría hacerlo. De todos modos, ya has escuchado a Adam. No tiene la
menor intención de que vayamos. Parecía que deseaba librarse de mí.
Además, él no es como nosotros, unos puercos mentirosos y estafadores, que
colgarían en la plaza de cualquier pueblo que se precie.
—Oh vamos, Ellie. ¿Consideras a Adam un imbécil? O sea, no me
malinterpretes, lo es en algunos aspectos de su vida, por supuesto, pero en
realidad no es un idiota total. No va a dejar pasar esta oportunidad de oro.
Créeme cuando te digo que sí iréis, hasta de la mano si hace falta.
—Adam ya no es tan inescrupuloso como tú. No sé qué fenómeno mágico
se ha producido en él, pero ha cambiado. El dinero y el éxito ya no lo son
todo para ese hombre.
—¿Y quién está hablando de dinero o riquezas?
—¿Cómo dices?
—Henderson no va a permitir perderse la oportunidad de estar contigo a
solas. Por mucho que esté tratando de resistirse, acabará sucumbiendo.
—Pues no parecía nada entusiasmado con la idea, más bien todo lo
contrario. Por un momento me he sentido como si estuviera ante un insecto
poderoso y yo fuera el insecticida.
—A veces eres demasiado ingenua, ¿será por esas comparativas raras que
te montas?
—Ay mira, vete ya, que tengo que ducharme e irme a dormir.
—Déjame quedarme un ratito más, anda —pidió, sentándose en la cama
que estaba apoyada en la pared que daba al cuarto de Adam y, navegando en
internet, añadió divertido—. Todavía estoy haciendo sufrir a Henderson.
Ellie puso los ojos en blanco y, sintiéndose agotada, se rindió con él. A
veces, Ethan podía resultarle muy peculiar. Esa forma tan retorcida que tenía
de disfrutar de la vida no terminaba de convencerle del todo.
—No tienes remedio.
Negando con la cabeza, se metió en el cuarto de baño. Se fue
desprendiendo de la ropa hasta desnudarse por completo. Sin embargo, en
cuanto escuchó unos gemidos femeninos estridentes procedentes de su propia
habitación, se envolvió en una toalla suave y sacó la cabeza por la puerta.
¡Ese desgraciado había puesto un video porno y estaba recostado sobre el
diván como si estuviera en alguna sesión de psicoterapia sexual!
—¡Baja eso! Si te vas a poner obscenidades en mi habitación, al menos ten
la decencia de irte al tuyo propio.
—Es que no es lo mismo entonces. No se disfruta igual, aquí está el
hándicap de que al lado duerme Henderson.
—Definitivamente, eres un asqueroso.
Volvió a meterse en el servicio, escuchando el grito de Ethan:
—¡Eeh! Que esto de serte fiel me está matando.
La carcajada escéptica de Ellie llegó hasta la sala principal, y volvió a
sacar la cabeza.
—Sí, claro. Como si fuera a creer que eres célibe por mí, te escucho muy
bien cada noche. Me he comprado unos tapones gracias a ti. ¡Desgraciado!
Dicho esto, ignoró lo que Ethan le respondería y procedió a meterse en la
ducha. Necesitaba desconectar de todo y todos.
CAPÍTULO 20
«A veces trato de escaparme de Ethan, quien me insta a comer más sano,
sufro, no entiendo cómo Henderson podía vivir así, y aunque sigo pensando
que la lechuga es para los conejos, probablemente él se sentiría orgulloso de
mi».
E.H
El psicólogo, epistemólogo y biólogo Jean Piaget en su famosa teoría
psicoevolutiva estableció una serie de características infantiles. Entre ellas, la
palabra egocentrismo sobresale por ser la propiedad que demuestran tener los
infantes entre los tres y seis años. Esta característica es referida a esa fase en
la que los niños solo perciben lo que les rodea, sin poder desvincularse de sus
propias vivencias y perspectivas. De tal forma, que cuando comienzan en su
proceso de socialización, las investigaciones aseguran que al final terminan
superando esta faceta, pudiendo comprender a los demás.
Sin embargo, existen ocasiones en las que un individuo, enfocado en sus
propios problemas personales, no se percata de todos los matices sutiles que
le rodean. Podría decirse que, durante toda su estadía en las Vegas, Adam
Henderson había estado tan concentrado en cerrar el trato con Awad, las
responsabilidades del hotel y su propia diatriba emocional con Ellie, que no
había reparado en nada más. Desde que habían llegado, su vida había girado
en torno a esto, desencadenando un montón de sentimientos guardados.
Notaba la extenuación emocional recorriéndole, extrañaba sentirse en paz
consigo mismo o distraerse con cosas superfluas. A veces, cuando se permitía
un breve tiempo para reflexionar, se planteaba que, si cayera un meteorito en
la tierra, él ni si quiera se enteraría, aunque viéndolo desde otro lado, con
toda probabilidad no lo haría porque estarían todos muertos.
Su reciente cercanía con Ellie le debía estar contagiando parte de las
comparativas extravagantes que le gustaba realizar a la muchacha, se dijo
amargado, ingiriendo un bocado de los huevos revueltos del desayuno. Ese
idiota de Ethan le había estado enviando miles de mensajes tratando de
coaccionarle con diferentes carnes de cebo.
Incluso había tenido la osadía de señalar en uno de sus audios que solo
tendría esa oportunidad de ir cogidito de la mano con Ellie. ¡Cómo si fueran
dos infantes repletos de inocencia! Nadie parecía comprender que él era el
primero que deseaba cerrar ese trato, pero que eso que Weiss señalaba como
un premio, para él se asemejaba más bien a una tortura.
Desde su primer y último intercambio privado en la noria, Adam se había
esforzado por mantenerse alejado de ella y limitarse a tratarla como a una
colega. Pese a lo difícil de dicha situación, se sentía orgulloso por haberlo
conseguido y ahora el tipo le planteaba la oportunidad de actuar con ella
como si fueran algo más, peor aún, como una pareja.
Si aceptaba que Ellie viajase con él, sin plantear la excusa que pensaba
darle a Awad, entonces podría tocarla, abrazarla y a saber qué más. Todo eso
solo serviría para reanudar unas esperanzas que él ya había enterrado y que
sabía pugnaban por salir en cuanto les dieran una mínima prueba de que
habría un futuro.
El problema era que este aliciente sería falso y, tras una semana en las que
podría comportarse como en un primer momento había deseado recuperarla,
eso solo llevaría a un mismo resultado: el dolor de cuando tuviera que
separarse de ella.
Solo de imaginárselo se le removía todo.
Ellie únicamente se comportaría como su prometida durante una semana,
¿y luego qué? ¿qué ocurriría con todos esos momentos compartidos? Adam
tendría que torturarse con ellos toda la vida. Ya tenía suficiente con los que
había vivido a su lado en Venecia y París.
Aquella mañana de martes, estaba planteándose esa cuestión, cuando
vislumbró a su secretaria desayunando a lo lejos. Lucy Martin había sido una
de las pocas que hubiera aguantado tanto desde la señora Spark, todavía
podía recordar cómo había ido despachando a cada una de las secretarias que
tuviera a raíz de la marcha de Ellie.
Todas terminaban renunciando, alegando distintas dolencias. Sin embargo,
Adam sabía la verdad, ninguna había deseado trabajar con la faceta
malhumorada e irascible que habían conocido de él. Tampoco podía juzgarlas
por ello, la verdad era que se había comportado insoportable con ellas. Con la
traición de Ellie, se había encerrado en sí mismo y no había deseado
exponerse a ninguna otra de sus secretarias.
Después de la última renuncia, Adam había exigido a recursos humanos
que le buscasen una secretaria de mediana edad. Estaba harto de jovencitas
con la cabeza llena de pájaros. El problema fue que para entonces ya se había
extendido su mala fama de jefe y ninguna de las secretarias que tenían
experiencia en el sector deseaba trabajar para él. Solo Lucy se había
presentado al cargo, con su espalda siempre recta y su estilo pulcro de vestir,
era todo lo contrario a Ellie.
Durante el breve periodo de prueba, la señorita Martin le había
demostrado que era la discreción personificada, tenía la capacidad de
mimetizarse con el entorno cuando así se precisase. Eso había agradado de
inmediato a Adam, quien lo último que necesitaba era que alguien se
pareciera a Ellie, porque, de hacerlo, habría resultado demasiado doloroso.
Además, la señorita Martin se limitaba a dar su opinión solo cuando se la
preguntaban y mantenía toda su agenda organizada a la perfección.
En ningún momento pareció juzgarle porque cada mañana bebiera un
chocolate caliente antes de empezar el día, ni porque se desplazase en moto,
teniendo que seguirle ella con el coche.
Adam podía darse cuenta de que eso no tenía que resultar fácil y solo por
eso había decidido contratarla. Desde entonces, la señorita Martin se había
convertido en su sombra, esa que le ayudaba cada vez que lo necesitaba,
permaneciendo cerca, aunque no en exceso como para hacerse notar.
No obstante, una cosa era que lo hiciera en Nueva York, donde podía
conocer a más gente de los distintos departamentos y otra muy distinta era en
las Vegas. Allí no conocía a nadie. Adam se sintió mal, a pesar de que fuera
su trabajo, él por lo menos se relacionaba a más conocidos, pero sospechaba
que ella había estado sola todo ese tiempo.
Mientras se levantaba para dirigirse hacia donde se encontraba
desayunando su secretaria, Adam se dio cuenta con un pinchazo de dolor de
que eso también era una influencia de Ellie en su vida. De no ser por ella, él
jamás se hubiera planteado algo así en el pasado.
Depositó su plato y taza sobre la mesa, alertando a la señorita Martin,
quien abrió los ojos desmesuradamente. A continuación, Adam procedió a
sentarse con parsimonia.
—Se-señor Henderson —saludó, levantándose con rapidez—. ¿Ha pasado
algo?
—No, no se preocupe, señorita Martin, siéntese de nuevo.
—Bueno.
Una vez le hubo obedecido, Adam se cuestionó cómo debería plantearle el
tema. A excepción de Ellie, no estaba acostumbrado a conversar con sus
subalternos a menos que fuera para ordenarles o pedirles algo.
—Soy consciente de que no está acostumbrada a desayunar conmigo, pero
relájese. Solo quería hablar un poco con usted.
—Eh, vale… Puedo preguntar ¿sobre qué?
—Con todo el trasiego de trabajo, no he podido preguntarle todavía si se
siente cómoda en las Vegas.
Lucy no parecía dar crédito a lo que estaba escuchando. Ella no solía
hablar de cuestiones personales con su jefe, pero de todos modos se limitó a
asentir.
—Sí.
—Bueno, en el caso de que haya algo que pueda disgustarle hágamelo
saber, no suelo decirlo a menudo, pero sé que ser mi secretaria no es fácil.
—Ah, no, señor Henderson, usted es un jefe competente e intachable, no
tengo nada por lo que que reprocharle.
—No me refería a mí, señorita Martin, sino a las personas que no les
agrada mi forma de trabajar.
Por los breves intercambios que había visto en el aeropuerto, Adam
sospechaba que ese idiota de Weiss estaría molestando también a su
secretaria y, aunque la mujer parecía manejarlo bien, pues hasta entonces no
había hecho ningún comentario al respecto, no por ello quería desentenderse
por completo. Además, sabía bien que no solo podía darle guerra Weiss, sino
algunos de los proveedores e incluso los propios accionistas. Al fin y al cabo,
la señorita Martin era la imagen que le representaba cuando él no estaba
presente y esa gente no resultaba de trato fácil, más aún desde que se hallase
a solo un paso de perder su puesto.
Hasta ahora solo se había planteado los cambios que implicarían esa dura
decisión, y no había recaído en que eso también afectaría de algún modo a la
señorita Martin, ya que no era lo mismo cobrar siendo la secretaria del CEO,
que hacerlo desde una posición inferior.
Ante el silencio de la mujer, Adam se tomó la licencia de continuar con su
argumento.
—No me cabe duda de que en las circunstancias actuales en las que nos
encontramos, la gente se lo pondrá más difícil que antes, ¿cierto?
—No tengo problemas con los demás, señor Henderson, considero que
cuando se está en un ambiente laboral en el que se exige una profesionalidad,
una debe ceñirse a ella, sin recurrir al camino fácil: la queja.
Adam asintió contrariado. Ese era el tipo de actitud que había buscado
siempre en una secretaria, seriedad y profesionalidad. No obstante, ahora era
más consciente de la parte humanitaria, esa de la que no solía hablarse tanto.
—Tiene usted razón, señorita Martin, aun así, me gustaría darle un
consejo.
—¿Usted a mí? —preguntó asombrada—. Por supuesto, dígame.
—No olvide que también es humana, así que no consienta que le ataquen
en lo personal y si alguien la molesta no dude en comunicármelo de
inmediato.
—Está bien. Gracias, señor Henderson.
Ambos cayeron en el silencio que comparten las personas que no se
conocen muy bien. Mientras desayunaban concentrados en sus respectivos
platos, Adam se percató de que en ese momento Ellie, que iba acompañada
del estúpido Weiss, entraba al restaurante.
Ethan le estaba diciendo algo, que la hizo reír y sintió a su estómago arder.
Aunque no se debiera a la comida, dejó el tenedor sobre la mesa con un golpe
sordo, que sorprendió a su secretaria. Al verlos en una actitud tan cercana,
casi como si estuvieran flirteando, Adam gruñó por lo bajo, eso fue suficiente
para que la señorita Martin siguiera la dirección de la mirada de su jefe y se
encontró con una imagen que la asqueó.
Acababan de llegar a una mesa alejada de donde estaban sentados ellos,
por lo que resultaba improbable que se hubieran percatado de su presencia.
Weiss estaba retirando la silla para que la señorita Hawk tomara asiento en
ella y Lucy escuchó el resoplido del señor Henderson.
Podía entender a la perfección la animadversión que tenía Henderson
hacia ese estúpido y, de hecho, en la gran mayoría de las ocasiones coincidía
con él en dicho sentimiento. Al igual que su jefe, Lucy odiaba al tipo de
hombres que representaba Ethan Weiss: libertinos y mujeriegos.
Weiss había llegado a caer tan bajo que se había atrevido a coquetear con
ella, sin permitirse perder ni una sola oportunidad para importunarla,
realizándole comentarios subidos de tono. Desde entonces, Lucy se mantenía
apartada de todo lo que implicase la cercanía excesiva con el señor Weiss.
Por supuesto, el problema de tener ojos y orejas que funcionasen devenía en
la imposibilidad para negar que resultaba demasiado atractivo para la
estabilidad mental de cualquier mujer.
A pesar de todo, Lucy no podía acabar de comprenderlo. ¿Cómo podía ese
idiota estar ligando con todo el mundo? ¿Sabría la señorita Hawk el riesgo
tan grande de contraer sida que conllevaba relacionarse con ese hombre?
Suponía que el señor Henderson también se planteaba esas cuestiones,
aunque por motivos diferentes. Por supuesto, ni muerto hubiera compartido
una información de esa índole con su secretaria, pero Lucy sabía que su jefe
estaba enamorado de la señorita Hawk. Intuía que se habrían enamorado
cuando esta última ocupaba su lugar y, a pesar de que no sabía qué habría
sucedido con ellos, Lucy no podía creer que hubiera sustituido a su jefe por
aquel pazguato donjuán.
Si Lucy hubiera conocido a la señorita Hawk en otras circunstancias
diferentes y se hubiera asentado entre ellas una amistad, le habría gustado
aconsejarle que se alejase de ese tipo. Los hombres como él solo arruinaban a
cualquier tipo de mujer.
Sin embargo, como no se había dado el caso, ni tampoco le importaba
cómo la gente decidiera destrozarse su vida personal, optó por callarse y
contemplarles con la misma aversión que Henderson.
En cuanto su jefe se puso de pie de improvisto, Lucy decidió que ya se
sentía llena y le imitó. Al pasar cerca de ellos, ambos escucharon parte de la
conversación que estaban manteniendo.
—Oh…
—¿Qué pasa?
—Me pitan los oídos.
—¿A quién has provocado ahora?
—¿Yo? Me ofendes, a nadie.
—Sí, claro, si te pitan los oídos puede ser porque alguien esté hablando de
ti o te estén echando un mal de ojo.
—¿Una maldición? ¿Eso crees?
—Bueno, no piloto mucho del tema, pero sí y en tu caso además no me
extrañaría.
—¡Ellie!
La mujer se echó a reír y Adam gruñó de nuevo. ¿Por qué tendrían que ser
tan ruidosos? Al paso que iban todo el restaurante se iba a percatar de que
salían juntos. De hecho, como estuviera por ahí Marilyn o Dorothea, a ver
cómo iban a seguir fingiendo.
—Es la verdad, a veces puedes ser insoportable.
—Pues este insoportable te acaba de ver una mancha de chocolate en la
cara. ¿Ya has vuelto a comerte una tableta?
—No me regañes —pidió limpiándose con una servilleta—. Estoy harta de
tanta dieta, no soy un caracol para estar alimentándome de pura hoja.
—¡Si te la saltas cada vez que me relajo un poco contigo! Ahí no es, más a
la derecha, en la comisura.
—Es duro, ¿vale? —se quejó frustrada, siguiendo sus indicaciones—. Yo
no he venido a este mundo para sufrir.
—¿Alguien quiere hacerlo? Me estás poniendo de los nervios —comentó
arrebatándole la servilleta—. Trae aquí.
Tanto Adam como su secretaria les dirigieron un último vistazo justo para
atisbar cómo Ethan le limpiaba la comisura del labio. El primero se puso en
tensión, luchando por apartar la mirada de esa escena tan dolorosa. Sin
embargo, para él era como contemplar un accidente, no podía retirarla.
—¿Señor Henderson?
—¿Sí?
—Se ha parado.
—¿Cómo dice?
—Estamos impidiendo el paso a la gente.
La señorita Martin tenía razón, ni si quiera se había dado cuenta de que lo
había hecho. Adam se giró hacia donde le indicaba y en efecto, había dos
adolescentes esperando con paciencia mientras cargaban con dos bandejas del
buffet. Como estaban parados entre dos mesas, en las que habían dejado un
carrito para recoger los utensilios, resultaba imposible que avanzasen.
—¿Nos dejan pasar? —preguntó uno de ellos—. Me duelen los brazos.
Avergonzado, Adam dio un paso a un lado y les dejaron el camino libre,
cuando ambos lo hicieron, no pudieron evitar escuchar que uno le decía al
otro.
—Oye Mike, ¿crees que serán dos acosadores?
—No, solo parecían dos raritos.
Ellie volvió a reír y hasta ahí llegó la paciencia de Adam, quien retomó el
paso, no sin antes soltar una retahíla de descalificativos masculinos.
***
Los días iban pasando y Adam se planteaba las diferentes maneras en las
que le diría al señor Awad que Ellie no había podido asistir al viaje. Después
de que su padre le pusiera al corriente sobre las noticias de la empresa y
tuviera una videollamada con él, en la que Noah se aseguró de recordarle la
importancia del resultado que ese viaje tendría sobre su futuro, así como las
posibles consecuencias en el caso de fallar, el ánimo de Adam se había
tornado oscuro.
Dispuesto a distraerse repasando la información que tenía del señor Awad,
llamó por teléfono a su secretaria. Solo quedaban dos días para que se
marchase y todavía no le había dado una respuesta, porque ni él mismo se
había decidido a ir.
—Señorita Martin, ¿podría traerme a mi habitación los documentos que
recopiló del señor Awad? Ah y también necesito información de su familia.
—En cinco o quince minutos los tiene allí.
Adam esperó con paciencia, mientras consultaba en su ordenador las
noticias relacionadas con la bolsa. Le dio tiempo a revisar las primicias sobre
Dubái y sus negocios más destacados. Si iba a marcharse y no conseguía
cerrar el acuerdo, bien podría buscar alguna otra alternativa.
Los minutos pasaron y la señorita Martin no se presentaba. Adam
comenzó a extrañarse, pues la mujer solía ser bastante rigurosa respecto al
tiempo. No obstante, quizás le había surgido algún problema, de ser así,
podría entenderlo, ya que ella nunca actuaba así. Después de cuarenta y cinco
minutos, estaba dispuesto a llamarla, para descartar que hubiera tenido un
contratiempo grave, cuando tocaron a su habitación.
En cuanto abrió la puerta, Adam se quedó de piedra. La señorita Martin se
encontraba despeinada, roja como un tomate y resoplaba como si hubiera
corrido una maratón. Ni si quiera se esforzaba por tratar de mantener la
compostura.
—¡Lo siento muchísimo! Me surgió un inconveniente.
—¿Está usted bien?
—Sí, sí —asintió y procedió a darle el taco de documentos que traía
consigo—. Aquí tiene.
Adam los tomó, frunciendo el ceño por el aspecto desastroso que
presentaba alguien tan pulcra y disciplinada como ella.
—Gracias.
—¿Necesita algo más?
Si el pelirrojo se hubiera considerado un entrometido, con toda seguridad
le hubiera preguntado los motivos tras su aspecto, pero a pesar de lo extraño
que resultaba, no era de su incumbencia.
—No, en el caso de que precise algo más, la llamaré.
—Perfecto.
—Tenga su móvil operativo.
—Sí. Entonces me retiro.
—Vale.
Estaba dándose la vuelta para irse, cuando Adam no pudo evitar llamarla
de nuevo.
—Señorita Martin.
—¿Sí?
—Que esto no vuelva a repetirse.
La señorita Martin se puso aún más roja si eso era si quiera posible y negó
con la cabeza repetidas veces.
—Por supuesto que no, señor Henderson. Una vez más, me gustaría
presentar mis más sinceras disculpas.
Por el fervor con el que lo pronunciaba, Adam temió que la mujer se
pusiera a hacerle reverencias, por lo que procedió a explicarse.
—Me refiero a que, si va a retrasarse de nuevo, me avise con antelación.
—Cla-claro. ¡Lo siento!
—Está bien, puede marcharse.
—Gracias. Hasta luego, señor Henderson.
—Hasta luego.
En cuanto cerró la puerta tras su espalda, Adam contempló los
documentos, confundido. ¿Estaría pasando algo grave en su vida? Bueno, él
ya había cumplido con su parte al decirle que, si la estaban molestando, le
avisara. Si no era eso, no le atañía en nada sus problemas personas.
Levantado los hombros, se dispuso a concentrarse en los negocios que tenía
entre las manos.
Si iba a convivir con Awad durante una temporada, más le valía estar
preparado para adentrarse en su territorio.
***
La noche del viernes, Sophie invitó a Adam a cenar en el restaurante. Al
parecer esa noche tendría más trabajo del habitual y deseaba cenar con
compañía. Adam había aprovechado esa cena para ponerla al día de su
situación laboral con Awad.
Sin embargo, si debía ser honesto, estaba empezando a arrepentirse de
habérselo contado todo. Sophie no podía parar de reír y Adam ya había
pasado a fulminarle con la mirada.
—Así que aquella mujer encantadora por la que te mueres y tú estáis
fingiendo que estáis comprometidos.
—Podrías intentar aparentar que no te lo estás pasando en grande a mi
costa.
—En grande no —negó con una sonrisa pícara—. Eso se queda corto.
—¡Sophie!
—Está bien, debes disculparme, es solo que me resulta tan impropio de ti.
¿Recuerdas el cumpleaños número siete de Luke? Teníamos que representar
un teatro y tú te negaste porque no era honesto fingir ser alguien que no eras.
¡Enzo tuvo que ponerte el disfraz de árbol a la fuerza!
—¿Tenías que sacar eso?
—Por supuesto que sí. A veces se lo cuento a mi marido y nos echamos
unas risas.
—Eso se puede considerar alta traición, Sophie.
—Oh sí, claro.
—Volviendo al tema principal, ¿crees que hice bien?
—¿En qué sentido?
—Mintiendo.
Sophie notó que a su primo le costaba pronunciar si quiera la palabra, por
lo que volvió a echarse a reír. Solo por eso no podía creerse que hubiera
accedido. ¿Quién diablos era esa mujer que estaba obrando semejante cambio
en alguien tan testarudo como Adam? Sophie se moría de ganas por
conocerla en profundidad, cuando esta última no fuera borracha, por
supuesto. Intuía que iba a suponer un soplo de aire fresco para toda su
familia. No obstante, Adam estaba esperando su respuesta, así que debía
contestarle.
—Pues bueno, está claro que supone un riesgo.
—¡Lo sabía! ¿Ves? Eso mismo les dije yo. Por fin alguien lo comprende.
—Pero ¿qué negocio no lo conlleva, Adam?
—No de esta envergadura, no estamos hablando de engañar sobre una
cuestión monetaria.
—Eso sería mucho peor.
—Yo veo mucho más grave fingir ser alguien que no eres —comentó
meditabundo, recordando su situación con Ellie—. Al menos por mi parte,
me sentiría mucho más traicionado si me hicieran eso, que si me robasen
dinero.
—Eso eres tú, porque eres muy recto, pero no todo el mundo es igual. Por
ejemplo, yo preferiría que no me robasen, la verdad.
—¿Entonces? ¿Cuál es la respuesta?
—Tú quieres una contestación de bien o mal, Adam.
—Naturalmente.
—Pero es que no te puedo orientar en eso.
—Y eso ¿por qué? Tú eres la más racional de la familia. Desde pequeña
has tenido mejor olfato que yo para los negocios, por supuesto, esto no te lo
reconoceré en público jamás.
—Me halagas —comentó irónica, siendo consciente de lo orgulloso que a
veces era su primo—. Veamos, no puedo decirte si hiciste bien o mal porque
no sé cómo concluirá la situación, solo hay una cosa de la que estoy segura.
—¿De qué?
—Ahora tienes una probabilidad de cincuenta-cincuenta, antes de esto
¿con qué porcentaje contabas para firmar el contrato?
—Cero —murmuró Adam por lo bajo.
Su prima le señaló con la copa de vino tinto, triunfante.
—Exacto.
—A pesar de todo no quiero exponerla.
—¿Exponerla? ¿Van a hacerle un book de fotos?
—No seas tonta, ya sabes a lo que me refiero.
—Pues sí, pero me parece una soberana gilipollez, Adam. Por el amor de
Dios, ¿no ha sido ella la que te ha dicho que quería ayudarte?
—Sí.
—Y entonces ¿para qué la rechazas? ¿Quieres ir de caballero de brillante
armadura por la vida? Vale, te lo paso porque me gusta hacia dónde se dirige
tu cambio, pero la realidad ahora es que no puedes permitirte ser tan
romántico.
—No estoy actuando romántico —negó con convicción, más al ver el
gesto de desconfianza de su prima, su confianza flaqueó—. ¿Lo hago?
—Sí, es que es probable que ni tú mismo te hayas dado cuenta, pero los
que te conocemos podemos ver cómo este nuevo Adam antepone la seguridad
de esa muchacha a sus propios intereses e incluso, si nos ponemos más
exquisitos, también a los míos.
—Bueno…
—No te estoy juzgando, Adam. El amor nos cambia y nos impulsa a
pensar, comportarnos y a exteriorizar de formas que antes no lo hubiéramos
hecho, puedes llegar a no reconocerte a ti mismo o a sentirte perdido.
—¿Pero? Sé que ahora viene un «pero».
Sophie asintió con una sonrisa enternecida, le tenía un inmenso cariño a
Adam, sabía lo duro que había sido para él crecer con sus tíos y lo solitario
que se había debido de sentir.
—Cómo me conoces. La cuestión es que estás pasando por un momento
de tu carrera que es crítico, de ti depende que el negocio familiar siga
llevando el apellido Henderson. Siento decírtelo y mostrarme tan dura, pero
debes enfocarte en tus intereses personales sin dejar a un lado los
profesionales.
—Supongo que tienes razón.
—Si te soy sincera me gustaría poder animarte y apoyarte en estos
momentos más de lo que lo estoy haciendo, porque si te soy sincera me siento
muy orgullosa y contenta con tu progreso. Hasta hace unos años jamás
hubiera imaginado que te llegarías a convertir en este hombre enamoradizo
hasta las trancas.
—¿Ah no? Y eso ¿cómo lo sabes, listilla?
—Porque cuando aún estabas con Sasha, nunca te vi mirarla y mucho
menos buscarla por toda la estancia como lo hiciste con esa mujer en el
restaurante. Tampoco me habrías dejado tirada en mitad de la cena por ir a
buscarla.
—Lo siento por eso.
—No, no quiero que te disculpes, solo quiero señalarte lo evidente.
—Está bien.
—¿Sigue pensando que tú y yo somos algo más que no sea familia?
—Creo que sí.
—Uh, pues deberías contárselo cuanto antes.
Adam suspiró, no había podido a aclararle a Ellie acerca de esa cuestión.
No obstante, eso ya no importaba, pues ahora se limitaban a ser colegas
estrechos. Además, dudaba que a ella le importase algo el tipo de relaciones
que él tuviera. Parecía estar encandilada con Weiss y no podía reprochárselo,
porque el idiota tenía tan pocos escrúpulos que podía actuar encantador
cuando deseaba fingir ser alguien que no era.
—Ya veremos.
***
Ellie había bajado esa noche a cenar, le dolía un poco la cabeza, pero sabía
que, si se acostaba sin ingerir ningún alimento, le resultaría imposible
conciliar el sueño. A pesar de que podría haber pedido que le subieran la cena
a su habitación, consideró que quizás andar un poco le serviría para aliviar la
presión que notaba.
Por supuesto, no podía figurarse que bajar al restaurante solo empeoraría
su malestar. En lo primero en lo que reparó después de traspasar las puertas
de acceso principal fue en que estaba comenzando a venir la gente más
rezagada. Lo segundo fue una cabeza pelirroja, la cual podría haber
pertenecido a cualquier otra persona, ¿el inconveniente? Ella habría podido
distinguir a la perfección ese color de pelo en cualquier lado. Además, el
perfil elegante y varonil no eran unos rasgos que poseyeran todos los
hombres, Ellie lo había sabido bien, pues cada vez que encontraba con un
desconocido, no podía evitar realizar una comparativa involuntaria.
Sin embargo, no se encontraba solo. Enfrente de él, se situaba la hermosa
mujer pelirroja de la última vez, resultaba curioso que ambos fueran unos
pelirrojos inalcanzables, la única diferencia evidente era que no compartían el
mismo tono. Mientras que el de Adam era más claro, llamativo e intenso, el
de la mujer era oscuro. A excepción de esa característica resultaban diferentes
por completo, así que Ellie no logró intuir ningún parentesco posible.
El dolor de cabeza se intensificó y se llevó una mano a la sien, intentando
apaciguarlo. Odiaba sentirse así, su corazón latía indicándole que la situación
estaba mal con ellos, pero su cabeza, algo más racional, señalaba que no
podía hacer nada al respecto.
Por mucho que le fastidiase, ella había rechazado todos los intentos de
acercarse por parte del pelirrojo e incluso estaba fingiendo salir con Ethan
para mantenerle a raya. No podía molestarse por algo así, él estaba en su
derecho de rehacer su vida como así lo creyese oportuno. Ellie debería
alegrarse porque alguien pudiera hacerle… ¿sonreír?
Mierda, por mucho que tratase de engañarse a sí misma, la simple verdad
era que ardía como si le estuvieran introduciendo un clavo en su corazón y lo
retorcieran a placer.
El mundo no es tan idílico como a la sociedad le gustaría, los sentimientos
humanos prevalecen en muchas ocasiones sobre la razón y al parecer, lo que
también hacían era quitar el hambre.
El estómago de Ellie se cerró y, sin dirigirles ni una sola mirada más,
abandonó la estancia.
***
Esa misma noche, ya entrada la madrugada, Adam regresó de camino a su
habitación. No había vuelto a coincidir con Ellie desde la discusión que
mantuvieran por la propuesta de Awad y eso le preocupaba. Por supuesto,
extrañaba hablar con ella, incluso si era de temas superficiales como el
trabajo. Le gustaba demasiado la confianza que habían desarrollado a raíz de
su acuerdo.
Ahora podía darse cuenta de que era lo mejor que podía haberle ocurrido.
Si hubiera seguido insistiendo en recuperarla, la habría acabado perdiendo.
Estaba enamorada de Ethan y Adam no pensaba interponerse más entre ellos,
ya que lo último que deseaba ser era una piedra en su zapato, que no sabía
cuándo debía abandonar su objetivo.
No, a pesar de que fuera un tipo que no tenía ningún problema en venderla
para alcanzar sus metas, Adam no tenía a Ellie por ninguna necia, por lo que,
si había decidido salir con él, tendría sus motivos. Solo esperaba que
obtuviera la felicidad al lado de Weiss. De lo contrario, si ese tipo se atrevía a
herirle de algún modo y él se enteraba… bueno, dado el caso, Adam esperaba
que Ethan Weiss cruzase el Atlántico de regreso a Reino Unido, aunque
mucho se temía no habría mundo suficiente para huir de su furia.
Mientras caminaba por los pasillos con un par de las copas que se había
tomado en compañía de su prima, las palabras de esta última todavía
resonaban en su cabeza.
«El amor nos hace actuar de formas muy diferentes a las que estamos
acostumbrados. Podemos sentirnos perdidos».
Sophie había definido a la perfección sus sentimientos. Se sentía varado,
como si todo el mundo avanzara en su vida menos él, que parecía haberse
quedado estancado en los recuerdos del pasado. Adam sabía que no podía
vivir en él, que tendría que ser más como sus amigos y Ellie. A pesar de eso,
él siempre había sido así. No por ello todavía le guardaba rencor a ciertas
personas, que le habían hecho daño.
Si reflexionaba con detenimiento sobre ello, se dio cuenta de que, por
curioso que pudiera parecer, no sentía ni una pizca de rencor hacia Ellie.
Desde que ella le confesara borracha los motivos que había tenido para
recurrir a esa patraña, Adam se había notado más ligero. Si aquello no
resultaba un avance para alguien como él, no sabía bien qué podría
representarlo.
Respecto al tema laboral que había abordado en la conversación con su
prima, Adam era consciente de que Sophie tenía razón, tal y como se lo había
hecho saber, pero comprender ese argumento racional no implicaba que su
parte emocional dejase de fustigarle sobre la importancia de la protección.
Lo que estaba claro era que cuando uno se enamoraba y no era
correspondido resultaba un auténtico asco para la parte que lo padecía.
Cansado, Adam estudió su reloj de muñeca: las dos de la madrugada. Se le
había hecho muy tarde. Como estaban quedándose en un edificio separado
del hotel principal, que se destinaba a los altos ejecutivos de la empresa y sus
trabajadores, los pasillos estaban vacíos.
Solo le quedaba girar en una esquina, caminar unos metros más y ya
estaría en su dormitorio. Súbitamente, escuchó una risa femenina y gruñó, lo
último que le apetecería era toparse con una parejita fogosa de última hora.
Al fin y al cabo, todavía tenía que llegar a su habitación.
Al día siguiente Awad saldría por la madrugada hacia Dubái y él todavía
tenía que buscar alguna excusa plausible. En sus expedientes había leído que
el tipo era inflexible respecto a los acuerdos, así que intuía que no iba a
tomarse bien la ausencia de Ellie.
No obstante, un sonido le obligó a detener en seco su avance. La expresión
de Adam demudó a un total desconcierto al darse cuenta de que reconocía esa
voz masculina.
—Ni sueñes con escaparte esta noche de entre mis garras.
No podía ser cierto. De verdad ¿iba a tener tan mala suerte que había ido a
coincidir con Ellie y Weiss en plena escena pasional? ¿Desde cuándo el
universo había decidido que era buen momento para conspirar contra él? El
agobio y la ansiedad por tener que encontrarse con ambos le embargó. No se
sentía capacitado para asistir a un intercambio amoroso de esa índole. Una
cosa era ser amigo de Ellie y otra muy distinta tener que verla de esa guisa
con otro.
Quizás debería regresar al restaurante, pero estaba seguro de que ya
habrían cerrado y la cocina no era una opción, porque le recordaría a la vez
en la que estuvo con ella y le preparó pasta. ¿El bar? Descartado, no quería
beber más de lo que ya lo había hecho para no despertarse al día siguiente
con resaca. Adam cerró los ojos y cuando creía que ya no los oía, se asomó
con discreción todavía apoyado en la columna.
Pronto se arrepintió de su decisión. No estaba seguro de qué era lo que
había esperado hallar, pero lo que no dejaba lugar a dudas era que lo que se
encontró difería por completo de todos los posibles escenarios concebidos en
su mente.
Ethan había acorralado a una mujer contra la pared, la sujetaba de las
muñecas con fuerza y la cubría todo el cuerpo con el suyo propio al tiempo
que devoraba su boca con una pasión irrefrenable y acariciaba con los
pulgares sus muñecas. La figura femenina parecía haberse rendido por
completo a ese contacto arrollador.
Por supuesto, eso no le importaba lo más mínimo a Adam. En lo único en
lo que pudo fijarse de esa dantesca escena, era que, por mucho que el pelo le
tapase el perfil de la cara y Ethan impidiera distinguir su identidad con su
cuerpo, aquellas curvas no eran las mismas que Adam conocía a la
perfección.
Esa mujer no era Ellie. No sabía quién narices sería, pero lo único
relevante era que no se trataba de Ellie.
Al procesar con rapidez la situación, una furia helada y salvaje como
nunca había experimentado se abrió paso recorriendo cada una de sus
terminaciones nerviosas. Adam apretó los puños, fantaseando estampárselos
contra la cara de ese cretino las veces que hicieran falta hasta hacerle recobrar
el juicio.
La mente se le nubló y un único objetivo nació y ascendió a velocidad
vertiginosa en la lista de sus prioridades actuales: matar a Ethan Weiss.
Adam se vio a sí mismo como un autómata saliendo de la esquina para
destrozar a ese cabrón despreciable. Pese a su rapidez, no llegó a tiempo,
pues en el momento en el que giró la esquina para masacrarle, el tipejo ya se
había encargado de continuar su fiesta particular en el interior de su
habitación.
—Hijo de puta. Espero que no tengas la intención de darte un festín esta
noche, porque en ese caso, vete preparando, que de la paliza que voy a darte,
te cambiaré hasta de nacionalidad.
Con paso decidido, Adam se aproximó hacia la habitación y procedió a
caer tan bajo como cualquier cotilla de barrio. No le hacía falta poner la oreja
para intuir lo que se estaba fraguando en ese dormitorio, pero quería
comprobarlo por última vez.
Adam reprimió la urgente necesidad de abrir la puerta con una patada y
sacar a ese gilipollas a golpes de la habitación. Sin embargo, no supo bien
cómo lo consiguió, pero logró contenerse lo suficiente como para apoyar la
oreja sobre la fría madera.
Al principio no escuchó nada tras ella, lo cual solo sirvió para incrementar
su rabia contenida. Cuando estaba a punto de retirarse para abrir la puerta con
su llave maestra, escuchó un golpe fuerte contra la puerta y dos segundos
después, un gemido femenino traspasó la puerta.
El calor sofocante de la ira le estaba consumiendo las entrañas y este se
extendió como un veneno por todas sus extremidades, hasta que llegó un
momento en el que se volvió duro y pesado, obligándole a ver todo rojo.
¿Llave maestra? Y una mierda. Todo su cuerpo gritaba por derribar esa
maldita puerta y sacar a ese despojo humano de la habitación para molerle a
palos hasta que no pudiera levantarse de nuevo. A esas alturas le importaba
una mierda su reputación o la empresa familiar. Ethan Weiss se había pasado
de la raya y se iba a enterar, todavía no sabía lo que había hecho.
No estaba pensando en las consecuencias cuando se disponía a echar la
puerta abajo para descargar toda su ira. No obstante, antes de llegar a realizar
lo que se proponía, el recuerdo de Ellie sonriendo con él en el restaurante
paralizó su mano y dirigió una mirada hacia su habitación, la cual se
encontraba al lado.
¿Estaría escuchando a su novio poniéndole los cuernos con otra? La rabia
fue sustituida por una emoción aún peor. Adam se puso más blanco si cabía y
el terror le noqueó en el sitio, obligándole a contemplar como un pasmarote
la puerta por la que solía acostumbrar a ver entrar y salir a la joven.
Con un poco de suerte, podría estar durmiendo ya y no se tendría que
enfrentar al hecho despreciable de que su estúpido novio estuviera
poniéndole los cuernos, tirándose a una desconocida en su propia habitación.
Sin embargo, sus esperanzas no duraron demasiado tiempo en pie, ya que
en ese mismo instante la puerta de la muchacha se abrió y Adam dirigió una
mirada pavorosa al dormitorio del cabrón de Weiss, permitiendo que la
ansiedad se apoderase de todos sus sentidos.
—No, no, no, por favor.
Sin pensárselo dos veces y con el corazón en un puño, apenas dio dos
zancadas rápidas hasta situarse frente a la única puerta que le interesaba: la
del amor de su vida.
No consentiría que nadie volviera a herirla de nuevo y mucho menos ese
hijo de puta de Ethan Weiss.
—¿Adam?
CAPÍTULO 21
«¿Creéis que en el futuro inventarán un tarrito en el que se puedan capturar
nuestros mejores recuerdos? Sería genial contar con un recipiente pequeño
que contuviera los momentos más bonitos a tu lado»
E.H
A raíz del bofetón que le metió el actor nominado Will Smith al
presentador de los Oscar de dos mil veintidós, Chris Rock, tras una «broma»
que este último realizó hacia su mujer Jada Pinkett, quien estaba diagnostica
de alopecia a causa de los ingentes tratamientos que llevaba a cuesta sobre su
pelo durante años, las redes se incendiaron y se asentó entre la sociedad un
debate en el que las personas fueron adoptando diferentes posturas.
¿La intervención de Will en nombre de su mujer podía considerarse
machista? ¿Tenía que haber mantenido las formas? ¿Era necesario el tortazo?
O entre los argumentos de las posturas contrarias, ¿quién no hubiera actuado
de la misma forma al tratarse de un familiar del que estaban burlándose en
público? ¿El amor de verdad justifica los comportamientos irracionales?
Aunque este fuera el ejemplo perfecto para abrir un extenso debate, una de
las preguntas a las que tratan de dar respuesta todos esos argumentos es la
siguiente: ¿cómo debemos concebir el amor?
Por supuesto, Adam no tenía la capacidad de reflexionar sobre esa
cuestión. Estaba demasiado ocupado tratando de controlar sus emociones.
Una necesidad visceral de protegerla de ese daño innecesario se instaló en su
mente, relevando al lugar más alejado cualquier otro tipo de tema que hubiera
sopesado con anterioridad.
Para él, durante los instantes en los que Ellie terminó de abrir la puerta, lo
más importante era protegerla al costo que se requiriese. No podía enterarse
en esas circunstancias de que Ethan estaba acostándose con otra en la
habitación contigua a la suya. Todavía no había analizado la manera en la que
se lo diría, pero él prefería morirse antes de consentir que se enterase de esa
forma tan violenta.
—¿Adam?
Ellie se mostraba extrañada y sorprendida de verle en su entrada y Adam
no podía juzgarla por eso, eran las dos de la madrugada, bien podría parecer
un acosador ahí parado ante su puerta. Sin embargo, la imagen que presentase
le daba igual. Estaba un poco despeinado, porque de los nervios que sentía se
había pasado la mano por el pelo, en un vano intento por contenerse.
Adam la estudió de arriba-abajo, buscando alguna señal que indicase que
se había enterado de que el malnacido de su novio estaba poniéndole los
cuernos al lado. Se encontraba vestida con un chándal gris y llevaba una
coleta sencilla. Al reparar en los cascos en sus orejas, Adam suspiró aliviado.
En cuanto le había visto, Ellie se había retirado uno de ellos y entrecruzó
los brazos, todo su lenguaje no verbal demandaba una explicación. El cerebro
de Adam trabajaba a gran velocidad, tratando de pergeñar una excusa
plausible, que no le hiciera ver como un auténtico psicópata.
—Adam. ¿Qué haces aquí?
No entendía bien el motivo, pero parecía estar algo molesta, lo cual solo
sirvió para confundirle aún más.
—Yo…quería hablar contigo.
—¿A las dos de la madrugada? —preguntó incrédula—. ¿No deberías
estar durmiendo con… digo en alguna parte?
A Adam no le pasó desapercibido su cambio brusco de palabra, por lo que
arqueó las cejas, decidido a aferrarse a ese tema.
—¿Alguna parte?
—Ya lo sabes bien.
—La verdad es que no.
Ellie frunció el ceño, disgustada por tener que abordar esa conversación.
No iba a reprocharle nada, pero quería ser sincera con él.
—Bueno, es que antes bajé a cenar.
—¿Sí? Y ¿qué?
—Te vi de nuevo con esa mujer preciosa.
Adam reparó en la dificultad que parecía presentar la muchacha al
pronunciar esa frase. Estaba claro que no sabía cómo tratar aquella cuestión.
Ser consciente de eso, le provocaron unas inmensas ganas de sonreír. A pesar
de ello, se contuvo y se hizo el inocente.
—¿Cómo es que te acercaste a saludarme? Podríamos haber cenado los
tres.
—¿Y joderte la cita? No, no recuerdo mucho de lo que hice estando
borracha, pero no quería volver a fastidiártela.
—Entiendo.
—Vosotros…
El pelirrojo hubiera dado una parte de su fortuna con tal de que Ellie
terminase su frase, por lo que le insistió.
—¿Sí?
—Quería felicitarte.
—¿Por qué?
—Parecéis ir bastante en serio —comentó insegura—. Es raro verte con
una mujer demasiado tiempo.
—En eso tienes razón.
Quizás se estaba pasando. Su novio se encontraba al otro lado tirándose a
otra y él estaba intentando impedir que se enterase, pero en realidad no había
esperado tratar ese tema con ella durante esa noche. Aun así, por su forma de
comportarse tan extraña, deseaba seguir estirando ese momento. Sentía
auténtica curiosidad para ver por dónde saldría ella. Sin embargo, la
muchacha cambió su expresión y frunció aún más el ceño.
—Bueno, pues felicidades.
—No pareces muy convencida.
—Oh, sí, claro que lo estoy. Me siento muy feliz por ti.
—¿No habíamos acordado que se acabarían los secretos entre nosotros?
—No te miento, realmente me alegro. Espero que seáis muy felices.
Adam no la creía, incluso si ella estaba tratando de componer esa sonrisa
impostada. La conocía mucho mejor de lo que él había pensado a raíz de su
engaño. El pelirrojo experimentó un alivio inmenso al darse cuenta una vez
más de que su esencia había sido real todo el tiempo, por lo que todavía podía
leerla.
—¿Por qué no me dejas entrar y lo hablamos? ¿Eh?
Ellie se puso en tensión y se situó más aún entre la entrada y él,
impidiéndole el paso.
—No.
—¿No?
—No.
—¿Por qué?
—Es muy tarde, no deberíamos estar en una habitación a solas y mucho
menos cuando ambos tenemos pareja.
Ahí estaba la confirmación a sus sospechas. De modo que Ellie creía que
estaban saliendo. Había pensado que se lo aclaró cuando habló con ella
borracha, pero la muchacha había reconocido que no se acordaba de mucho.
Adam le volvió a echar un vistazo a su indumentaria, mientras se
planteaba diversas opciones para evitar que se enterase del escarceo amoroso
de su novio.
—¿Y dónde pensabas ir con esas pintas?
—¡Oye! Voy muy cómoda en chándal.
—No lo niego, pero me extraña tu elección a estas horas de la madrugada.
—No podía dormir bien y había pensado ir a dar una vuelta para
despejarme.
Adam se preocupó de inmediato. ¿Estaría en ese estado porque los habría
escuchado? En el caso de ser así y hubiera sido una práctica recurrente,
¿cuántas noches habría tenido que pasar por eso? ¿se debería a eso su
separación momentánea? ¿Ellie le habría perdonado y él había vuelto a serle
infiel?
Intuía que, si se lo preguntaba de forma abierta, ella lo negaría, porque
¿qué mujer reconocería algo así? Ni si quiera con su forma espontánea de ser,
lo haría, así que juiciosamente decidió no abordar ese tema y retomar el
anterior.
—Muy bien, entonces si no quieres dejarme entrar, hablémoslo aquí.
—¿Sobre qué?
—Sobre mi relación con Sophie.
—¿Sophie?
—La pelirroja que viste durante la cena.
—Adam, de verdad, no tienes que darme ninguna explicación. Ahora solo
somos amigos, lo único que deseaba era decirte: buena suerte con ella.
—Bueno, pues entonces tómatelo como si te lo estuviera contando un
amigo.
—Está bien.
Ellie no parecía muy convencida y mucho menos deseosa de saberlo, pero
Adam sentía que, aunque no les uniera nada, quería compartirlo con ella.
—Creo que ha habido un malentendido.
—¿Malentendido?
—Sí, porque no sé bien cómo ha sucedido, pero estás aquí deseándome
suerte para salir con mi prima.
El rostro de la joven demudó a un auténtico aturdimiento al pronunciar
esas palabras. Estaba procesando la nueva información, así que Adam
continuó con su discurso inicial.
—A menos que esperes de verdad que sea una persona tan inmoral como
para juntarme con alguien de mi propia sangre, entonces deduzco que has
malinterpretado la situación.
—¿Prima?
Ellie apenas podía creer que hubiera confundido la relación que les unía,
pero eso podría pasarse si no hubiera exhibido ante él sus celos. Si esa mujer
de verdad era su prima, significaba que ella había quedado en ridículo
deseándole suerte con ella. No sabía cómo reaccionar a continuación, porque
se sentía tan tonta, que temía cometer alguna locura más.
—Sí, mujer —asintió divertido por su reacción y se señaló el pelo—. ¿No
viste que ambos somos pelirrojos?
La diversión que brilló en sus ojos fue la señal que necesitó para
reaccionar y se indignó por estar siendo objetivo de su burla.
—¡No es el mismo tipo de pelirrojo!
—Ah, ¿te fijaste en eso?
Ellie se puso roja, Adam estaba dándole a entender que acababa de volver
a exponer todas sus cartas: estaba tan interesada, que reparaba en aquellos
detalles. Como de nada serviría negarlo, se limitó a tomarlo con naturalidad.
—Por supuesto que sí. Tengo ojos en la cara. Era imposible que lo supiera,
así que deduje que tendríais una relación. Siempre has sido un tipo muy
solitario.
—Oye, amiga, que eso duele.
—Tienes razón, fue un golpe bajo.
—Bueno, ¿qué? ¿ahora me dejarás entrar?
—Quizás tú no tengas pareja, pero yo sí. Sería una falta de respeto para
ella que te dejase acceder a mi dormitorio, la última vez que lo hice,
sobrepasé todos mis límites.
«Sí, una que se está acostando ahora mismo con una desconocida».
No obstante, no podía decirle eso, porque había ido a proteger durante un
día más su corazón.
—Prometo no tocarte ni un solo pelo de tu preciosa cabellera.
—¡Adam! Así no me convences precisamente.
—Está bien, sabes que estoy dispuesto a cumplir con mi promesa.
Ellie le evaluó durante unos segundos, determinando si decía la verdad o
no. Al final se decantó por la primera opción. Adam era un hombre de
palabra, que odiaba mentir.
De hecho, la única que había faltado a su petición había sido ella misma,
cuando le besó en la noria. Decidida, se apartó de la puerta, dejándosela
abierta en una silenciosa invitación.
—Vale, venga. Entra.
—Muchas gracias.
Una vez ambos se encontraban en el interior, Adam se percató en las
sábanas arrebujadas y en algunas prendas de ropa que se hallaban
desperdigadas por el suelo.
En una esquina llegó a atisbar lo que creyó un tanga y sus ojos se
recrearon en él.
«¡Es un tanga! ¡Huélelo! No sé cómo lo haremos, pero tienes que
ingeniártelas para robársela. Razón busca todos los episodios que haya visto
de la serie esa del ladrón de guante blanco» Rogó Deseo emocionado.
«Estás enfermo, algún día provocarás que termine preso, déjales
tranquilos» Gruñó Razón en respuesta.
Ellie, que siguió el recorrido de su mirada y, aunque se dijo que lo más
sensato sería que se horrorizase, contrario a lo que pudiera sentir, solo tenía
ganas de reír. Le daba más vergüenza que viera su habitación hecha un
desastre.
No obstante, se acercó hasta donde estaba tirado y lo recogió para echarlo
al cesto de la ropa que después llevaría a la lavandería.
—¿Acaso nunca has visto un tanga?
—Por supuesto que sí, pero creía que te resultaban incómodos.
—Estos son de otra tela, mucho más confortable.
—Ah, sí, tienen pinta de ser más suaves al tacto —comentó fascinado—.
Seguro que es porque son de marca.
—En realidad es un tanga del chino.
«No importa, gente, ese culo es Balenciaga, Gucci y Prada» Afirmó con
rotundidad Deseo.
Al darse cuenta de cómo se había instaurado entre ellos ese tema de forma
tan natural, soltó un gritito.
—De todas formas, ¡¿cómo diablos hemos terminado hablando de mi ropa
interior?!
—Si no dejaras la ropa tirada por el suelo… ¿es que por aquí no pasa la de
la limpieza?
—¡Adam! —le reprendió cruzándose de brazos—. Ya sabía yo que no te
morderías la lengua y me daría la turra sobre esto.
—No puedo evitarlo, pareciera que por aquí hubiera ocurrido un
terremoto.
—Puede que consideres que está desordenado, pero la verdad es que sé
dónde está cada cosa.
—¿En serio? Permíteme dudarlo.
—No te lo permito. Bueno ¿no querías hablar de algo?
«¿Qué excusa puedo soltarle ahora?»
Había conseguido entrar de pura casualidad y ahora se enfrentaba a la
verdad. Como no estaba acostumbrado a soltar excusas, su cerebro parecía
estar anestesiado. Sin embargo, Ellie se le adelantó.
—No me digas, ¿te has replanteado lo del viaje?
—El viaje… claro.
Su decisión de dejarla en las Vegas se tambaleó. Quizás debería hacer
caso a su prima y llevársela con él, ya no por su futuro, sino porque no
deseaba dejarla a merced de aquel imbécil que se hacía llamarse llamarse su
novio, pero que la engañaba con otra a la mínima de cambio. Weiss no se la
merecía, solo era un desgraciado infiel. Por lo menos, el viaje le serviría para
despejarse de esa tóxica relación.
Adam estaba a punto de pedirle que le acompañase a Dubái, pero fue
interrumpido por un gemido proveniente de la otra habitación. Ambos se
estudiaron atónitos y un silencio incómodo se adueñó de ambos. Nervioso,
Adam recurrió a lo primero que se le ocurrió.
—¿Sabes por qué debemos mejorar la publicidad de este hotel?
—¿Por qué?
—Bueno, algunos trabajadores están convencidos de que algunas noches
pueden oírse lamentos de un alma en pena.
—Con lo racional que eres tú, no puedes creerte eso.
—Dudaría de ello, si no acabase de vivirlo.
—¿Dices que eso es un lamento?
—Sí, de una mujer atormentada.
—Pero eso sería en el edificio principal, no en este, ¿no?
—Quizás vaga por todo el complejo.
—En ese caso deberíamos contratar a los cazafantasmas.
—No digas tonterías, esos no existen. ¿No se estilaría más una bruja?
—Ah, pues sí, es posible. No estoy muy puesta en este tema, la única
magia que conozco es la de Harry Potter.
—Ya veo.
En ese momento, el cabecero de la cama dio un golpe fuerte contra la
pared y un grito femenino resonó en la habitación. Adam se dio cuenta de que
no importaba lo que intentara ocultarlo, la verdad se había destapado.
Definitivamente, mataría a ese gilipollas. Cerró los ojos, atormentado sin
desear ver del todo su reacción decepcionada y destrozada.
—Ellie —murmuró pasándose una mano por el rostro—. Tú…
—Está bien, Adam.
El pelirrojo la contempló con una expresión interrogante y Ellie maldijo a
Ethan. ¿Acaso no podría ponerse a follar en otro momento? ¿Justo tenía que
elegir ese en el que Adam había ido a visitarla para dejarla en evidencia?
«Piensa, Ellie. Piensa, joder. Te está mirando como si se compadeciera de
ti».
—¿A qué te refieres?
—Ya lo sé.
Ellie desvió la mirada hacia el suelo y comenzó a ordenar la habitación de
forma errática. Tenía que pensar una excusa que darle a Adam.
—¿El qué es lo que sabes?
Estaba claro que Adam no quería pronunciar las palabras mágicas, pero
Ellie era consciente de que no podría ni debía dilatar más esa cuestión. Por lo
tanto, evitando concentrarse en él, procedió a soltar lo primero que se le pasó
por la cabeza.
—Ethan y yo tenemos una relación abierta.
«Diablos, creo que me he pasado un poco. Por Dios, me está
contemplando como si me acabase de salir una nueva extremidad».
No andaba mal encaminada. Adam se había quedado estupefacto. Ni si
quiera estaba seguro de que la hubiera escuchado bien. A lo mejor tenía un
tapón de cera en el oído y por eso la había oído mal, porque no podía ser real
lo que le estaba contando.
—¿Cómo has dicho?
—Nosotros somos de esos… ya sabes.
—Oh, créeme. No lo hago, así que explícate mejor.
—Somos poliamorosos.
—Pero si acabas de decirme que no podía entrar porque tienes pareja.
Ellie reparó en su error y se maldijo por no haber caído en eso. Mierda, se
sentía tan presionada por culpa de Ethan, que ahora estaba diciendo sandeces.
—Bueno… sí, es que tú eres una excepción.
—¿Eh?
—Los ex no entran en el menú.
Adam no daba crédito a lo que escuchaba. Aún podía recordar que ella le
había recriminado por seguir fingiendo con Sasha. Ese día se lo había dejado
claro, no pensaba ser el segundo plato de nadie y ahora se suponía ¿qué?
¿Qué se podía acostar con varios saliendo con Ethan?
Sin embargo, por mucho que le chocase con los valores que Ellie le había
demostrado tener en el pasado, la verdad era que esa explicación le cuadraba
con las últimas experiencias que habían compartido. ¿Por eso le habría
besado en la noria sin parecer arrepentirse después? No encontraba otra
explicación creíble que no fuera esa.
De cualquier forma, en el caso de que se debiera eso, ¿qué narices le había
sucedido? ¿Se habría debido a su nueva vida en Europa? Eso podría ser una
respuesta, prueba de ello era que Enzo les tenía acostumbrados a quejarse de
lo cerrados que eran los estadounidenses.
—La verdad es que no te reconozco. Tú jamás hubieras dicho eso en el
pasado. ¿Qué narices te ha pasado? ¿Cómo has cambiado tanto?
—Adam… por favor, sé que tú eres un hombre más tradicional en ese
sentido, pero por favor, estamos en una nueva era, ya sabes… open-mind y
todo eso. Los tríos, orgías y demás están a la orden del día.
En ese momento, como si el destino quisiera apoyar ese argumento, se
escuchó con más fuerza otro grito femenino y Adam señaló horrorizado hacia
la pared de procedencia del escándalo.
—Piensa lo que quieras de mí, pero yo jamás podría tolerar que otro te
tocase de esa forma. Antes prefiero que me den soga.
Ellie se puso roja al escucharle defenderla con esa fiereza y la palabra
«tocar» despertó el recuerdo de sus manos recorriendo con parsimonia y
cariño cada una de las partes de su cuerpo, mientras le aseguraba lo preciosa
y valiosa que era. Ellie se quedó sin aliento. En su vientre bajo se fue
fraguando el calor, al imaginarle repitiendo esas sesiones maravillosas que
una vez compartieran.
Joder, deseaba a ese hombre con todo su cuerpo y que le dijera ese tipo de
frasecitas solo servía para despertar en ella un torbellino pasional.
Se quedó paralizada con la ropa en la mano y, dándose cuenta de lo
evidente que podría estar resultando, se giró en un vano intento por disimular
su excitación. Los gemidos al otro lado de la pared se incrementaron y les
maldijo por hacerle eso en un momento tan crucial.
—¿Tanto le quieres para permitir que te haga eso? ¿Eh? —demandó saber
furioso, acercándose unos pasos más—. ¡No te mereces esta mierda!
No podía comprender la impasibilidad de Ellie, si estuvieran saliendo y él
fuera el que la escuchase gemir con otro, no sabría lo que haría.
Probablemente enloquecería en el acto y mataría al tipo que osase a ponerla
un solo dedo encima. Ahora se daba cuenta de lo protector que siempre había
sido con ella.
Para él, Ellie era sagrada, merecedora de todo lo bueno que le pasase. No
un objeto al que usar y desechar después de haberse desahogado con ella. El
hombre que lograse estar a su lado sería el más afortunado de ese maldito
universo y Ethan Weiss era un desgraciado por no saber valorar la suerte
inmensa que tenía a su lado.
Él, que había estado buscando mujeres que se parecieran lo más mínimo a
ella, tenía que soportar ver como ese gilipollas tiraba por tierra todo por lo
que en el pasado él hubiera matado por conseguir.
—¿Ellie?
Como no le había dicho nada, pues se encontraba fantaseando sobre la
posibilidad de ponerse a hacerle la competencia a Ethan con aquel pelirrojo
sexy, su respuesta sonó más ronca de lo que hubiera pretendido.
—¿Sí?
—¿No dices nada?
—Perdón —se disculpó pasándose una mano por el pelo—. Es que no me
encuentro muy bien.
Nada más escucharla, Adam dio un paso hacia ella, alarmado. Ellie no era
de esas personas que siempre se estuvieran quejando sobre su salud, por lo
que si decía eso debía ser algo serio.
—¿Qué pasa?
—Últimamente no duermo nada bien.
—No me extraña. Con el concierto gratuito que se pegan esos dos —
comentó señalando despectivo—. ¿Cómo vas a lograr conciliar el sueño?
Podrás intentar venderme el cuento de que no te molesta, pero no te voy a
creer. ¿Te has bien visto las ojeras que tienes?
—No es eso y sí, tengo un espejo, muchas gracias. Además, esto ni si
quiera lo hacen todas las noches.
De modo que al parecer sí tenían una relación abierta, por la forma tan
natural de explicárselo, la muchacha hablaba como si estuviera más que
acostumbrada. Podría haberlo esperado de Ethan, pero ¿de ella? Nunca lo
hubiera dicho.
Él no concebía con esa misma facilidad ese tipo de noviazgo. ¿Si quiera
podría llamarse así? Ellie podía haber cambiado en su físico, pero ¿también
habría afectado a sus valores? Eso sí que lo veía complicado.
—Lo siento, pero no me trago que aceptes gustosa este tipo de situación.
—Esto no es de tu incumbencia, Adam. En todo caso sería mi problema y
como no me estás viendo hacer un drama de todo esto, puedes ir en paz.
Aunque estaba intentando fingir seguridad, Adam reparó en la ligera
vacilación que se produjo en su tono y tomó una decisión.
—Si eso es cierto, entonces no considero que exista una equidad total en
vuestro acuerdo relacional.
—¿A qué te refieres?
—A que mientras ese idiota de Weiss está ahí dándose el lote con otra y a
saber qué otras cosas que se pueden intuir por los malditos sonidos que
emiten, tú estás aquí a dos velas. Sin pegar ojo y encima con problemas de
pesadillas. Desde mi punto de vista resulta muy injusto para ti. De modo que,
si ese es el caso y sois tan abiertos, considero que debería existir una
reciprocidad.
A cada palabra que pronunciaba, iba acercándose un poco más hasta
donde se encontraba, mientras tanto, Ellie iba retrocediendo a su vez,
confundida con su cambio de actitud. Su vientre ardía por la tensión sexual
insatisfecha y el ambiente en la que estaba tratando de envolverla.
—¿Desde cuándo te importan a ti m-mi…?
Adam arqueó una ceja, estaba mostrando serios esfuerzos para
concentrarse en hilar una frase coherente. No obstante, reconocía esa mirada
a la perfección. Cuando se excitaba sus iris se dilataban y la respiración se le
aceleraba, tal y como estaba haciendo en ese momento. Adam apostaría toda
su fortuna a que estaba tan caliente como él.
—¿Tus intereses dices?
—Eso.
—Desde siempre, Ellie —comentó con la voz ronca, recogiendo un
mechón de su pelo y jugueteando con él—. ¿Acaso no lo sabes? Todo lo que
te pueda afectar a ti, me repercute a mí.
Ellie experimentó un escalofrío recorriéndola de arriba abajo ante el solo
contacto de su mano sobre aquella porción de su cabello. Estaba demasiado
cerca para si quiera poder razonar que esa cercanía era muy peligrosa.
—A-Adam, ¿qué es lo que estás haciendo?
—Equilibrando la balanza —murmuró enronquecido, apoyando ambas
manos contra la pared, encerrando a Ellie entre sus brazos—. Tengo la
intención de hacer justicia.
Adam observó que la joven abría los labios tan sorprendida como para
añadir nada más. Él aprovechó para apoyar su frente contra la de ella. Ambas
respiraciones se entremezclaron, deleitándoles con la esencia de sus
respectivos alientos. Apenas y les separaban unos dos centímetros para
contactar. Sin embargo, aunque se moría por besarla de nuevo, Adam se
contuvo, necesitaba su consentimiento.
—Ellie —gruñó con desesperación—. Por favor, ¿podría besarte?
Al escucharle pedírselo con tanto desespero, Ellie no se lo pensó más
veces. Deseaba a ese hombre más que a sus principios. Había estado mucho
tiempo intentando actuar como se suponía que debería de hacer, reprimiendo
sus emociones y pasiones.
Su corazón latía por él y su ansía carnal le azuzaba con intensidad. La
muchacha acabó cediendo al impulso de sus instintos desaforados. Le rodeó
con los brazos como hiciera días atrás y le obligó a besarla.
En cuanto sus labios contactaron, se desató la pasión. Ambos soltaron un
gemido ante la calidez que desprendía el otro, al tiempo que sus lenguas
jugueteaban con intensidad la una con la otra. Adam la guio como sabía que
le gustaba, tocando las zonas del interior de su boca que la volverían loca. Le
pasó las manos por todo el cuerpo, deseando recordar cada curva, así como la
suavidad de su piel que se hallaba bajo la sudadera gris.
Sujetándola del pelo, Adam la pegó a su cuerpo con urgencia, la cercanía
de sus sexos mandó una pulsación hacia la protuberancia de su pantalón. Era
consciente de que estaba jugando con fuego, pues pedirla que situase su
vagina tan próxima a su pene, por mucho que ambos llevasen ropa, le estaba
haciendo perder la razón. A pesar de que todos sus sentidos le instaban a
tomarla ahí mismo, sin pensar en las repercusiones posteriores, Adam trató de
aguantar y soportarlo. Al fin y al cabo, aquello era todo un avance para ellos.
Todavía acariciándola y sin dejar ni un solo segundo de besarla, se
concentró en saquear su boca, demostrándole que aún podía hacerla suspirar
como hubiera hecho en el pasado. Olió su esencia natural mientras seguía
embebiéndose de ella y tras un rato en el que estuvieron besándose con
frenesí, Adam introdujo la mano por los pantaloncillos de la muchacha, quien
se puso en tensión en cuanto sintió la repentina invasión.
—Shhh…—susurró mirándola con pasión—. Tranquila, cariño. No te
asustes. Solo voy a ayudarte.
—A-Adam.
La resistencia delicada que brillaba en las profundidades de la mirada
femenina angustió a Adam. Sentía tal urgencia por poner en práctica una de
las escenas que tantas veces había recreado en su cabeza cuando se
encontraba a solas, que por un momento le aterró que ella le pidiera que
parase.
—Déjame hacerlo, por favor, confía en mí.
Ellie asintió, claudicando, se relajó debajo de su cuerpo y cerró los ojos,
dejándose besar. El alivió embargó a Adam, quien retomó sus besos, al
mismo tiempo que se adentraba debajo de la ropa interior de Ellie y constató
el estado en el que se hallaba. Cuando comprobó que estaba tan húmeda que
podría abarcarle con facilidad, Adam gimió atormentado. No podía tomarla
de esa forma, su objetivo no tenía que ser satisfacerles a ambos.
De repente, una idea destelló en su mente obnubilada por la pasión y
abandonó su boca. Siguiendo el recorrido de su cuello, se puso de rodillas y
le rompió el pantalón. exponiendo ambos muslos bajo su detallado escrutinio.
Tuvo que contener el aliento, admirando la belleza de estos.
Se encontraba rendido a sus pies porque era la primera vez que podía
tocarlos y besarlos tras haber pasado dos años alejados. Los acarició y lamió
con devoción, mientras se aproximaba hacia la zona genital femenina.
Llevaba puesto uno de esos malditos tangas y Adam se sintió enloquecer por
enésima vez esa noche. Ellie se removió, impaciente. Adam le apretó las
piernas contra la pared, obligándola a detenerse e inspiró aire, refrenándose.
Diablos, tendría que ser un maldito santo, que se habría ganado el cielo
con lo que estaba dispuesto a hacer. Poco a poco fue dejando un camino
húmedo hasta que llegar a su vulva. Ellie no cesó ni un solo instante de
removerse nerviosa a pesar de que todavía la sujetaba con fuerza. La joven
pronunciaba su nombre con anhelo, enloqueciéndole. Un deseo que le haría
perder el juicio por completo.
En plena desesperación, le rasgó el tanga. Ellie emitió un gritito de
sorpresa, que le supo a gloria y con cuidado le separó los labios vaginales con
ambas manos, descubriendo el centro de su feminidad, que le obligó a tragar
saliva.
Temeroso de que pudiera desaparecer el escaso control que le quedaba, se
humedeció los labios y acercó su boca al clítoris caliente. Comenzó a lamerla
con fruición, dejándose maravillar por su delicioso sabor. Luego, introdujo
dos dedos en su canal, llenándola para tocar el punto G, que había
descubierto durante una de sus exploraciones hacia dos años y le satisfizo
constatar que seguía respondiendo de la misma manera.
—Ahh…
Los gemidos y jadeos empezaron a escapar de la boca femenina,
sirviéndole de orientación para acelerar o reducir la velocidad de las caricias
que prodigaba su boca. Los fluidos se fueron mezclando con su saliva, dando
como resultado una combinación de sabores maravillosamente excitantes.
El gruñido bajo de Adam enloqueció a Ellie, quien se encontraba tratando
de resistirse todo lo posible a las sensaciones sofocantes que despertaba en
todo su cuerpo. Él podía estar arrodillado ante ella, pero la realidad era que se
sentía como si su cordura dependiera por completo de él. Estaba torturándola
sin permitirle ninguna tregua, cuando notó que se valía de la punta de la
lengua para penetrar el conducto vaginal al tiempo que realizaba
movimientos ascendentes hasta capturar de vuelta su clítoris, Ellie gimió con
fuerza, sujetándose a su pelo rojizo.
—Joder, Ellie, cariño, sabes increíble.
Solo hizo falta esa frase y la firmeza del movimiento de sus dedos
deslizándose en su vagina, para lanzarla al abismo. Durante unos segundos,
Ellie perdió la visión y fue asaltada por una decena de sensaciones que le
nublaron la mente.
Los músculos de las piernas se le pusieron tan en tensión que pensó que se
rompería. Solo sentía como si cayera en un vacío infinito de placer, Adam se
encargó de prolongárselo durante unos segundos más, en los que se valió de
su lengua para seguir asaltándola, hasta hacerla gritar su nombre y
experimentar una sensación en la que no solo perdía su cuerpo, sino también
su propia alma.
—¡Adam!
Después de superar el increíble orgasmo que le acababa de dar. Ellie se
quedó con las piernas temblando y la dignidad por los suelos. Había
sucumbido a sus propios deseos y ahora no sabía qué añadir. Se preguntaba
una y otra vez si él necesitaría ayuda con su propio deseo, que había notado
nada más pegarla a su cuerpo. Sin embargo, cuando estaba a punto de
preguntárselo, Adam se le adelantó. Tras depositar un beso sobre su piel
externa, se incorporó y, con las pupilas dilatadas por la pasión contenida, la
sujetó por la barbilla y le aseguró con intensidad:
—Esto es solo un ejemplo de lo que yo te haría si fueras mía. Me quedaría
aquí contigo, todas las noches, dándonos placer hasta que amaneciera, sin la
necesidad de tener que recurrir a otra, porque nadie se te puede comparar. No
te conformes con menos.
Ellie se quedó anonadada al escucharle pronunciar aquellas fieras
palabras, mientras la firmeza de su mano se convirtió en una caricia. Sin
añadir nada más, abandonó la habitación, dejándola todavía con las piernas
temblorosas y, tambaleándose hasta la cama, se dejó caer sobre esta
desmadejada, tratando de procesar lo que acababa de suceder.
Pasaron unos minutos desde su marcha y Ellie todavía no lograba dar
crédito a lo que había ocurrido entre ellos. Había experimentado el mayor
orgasmo que hubiera tenido desde hacía dos años, ni si quiera su vibrador
había podido obrar tal milagro. Aún sentía las piernas temblando y, resentida,
recogió su móvil de la mesita de noche y le envió un mensaje a Ethan.
Mensaje enviado:
Te juro que te mataré.

Estaba a punto de cerrar el WhatsApp, cuando recibió un nuevo mensaje,


pero contrario a lo que hubiera esperado no se trataba de Ethan.
Mensaje entrante de El Desgraciado:
Ten preparada tu maleta, mañana de madrugada nos vamos a Dubái.

***
Los rayos de sol despuntaron a primera hora de la mañana y, a pesar de
que estaba agotado por los acontecimientos de la noche anterior, ya ni si
quiera le resultaba posible dormir en su propia cama. Después del momento
que había compartido con Ellie, le había sido imposible conciliar el sueño.
Desde que había vuelto a probarla, se sentía como un maldito drogadicto,
deseoso de tomarla por completo.
Ellie no podía saberlo, pero abandonar su habitación había sido un
esfuerzo hercúleo para él. Tuvo que tomarse una ducha bien fría de tres
cuartos de hora en la que había intentado masturbarse para relajar su nervio,
pero con todo y con eso todavía se notaba nervioso e incómodo. Necesitaba
desfogar y no con cualquier persona, la ansiaba a ella. Maldita sea, el
recuerdo que había tenido de sus encuentros empalidecía con la realidad.
Quizás no tendría que haber sucumbido a sus encantados, porque ahora se
sentía perdido y frustrado.
Su reloj biológico le tenía acostumbrado a madrugar para ir a entrenar, así
que antes de visitar el restaurante para desayunar, decidió pasarse por el
gimnasio. El ejercicio le serviría para despejarle la mente y enfocarse en el
día que le esperaba por delante.
Con la rapidez que podría tener un perezoso, se desprendió de las ropas de
la noche anterior y las sustituyó por unos pantalones cortos de boxeo y una
sudadera negra de Nike. En el espejo, se peinó el pelo, intentando conferir un
aspecto menos desastroso. Había dejado la gomina a un lado, por lo que su
cabello estaba tan revuelto como su vida.
Una vez llegó al gimnasio, su ánimo decayó a la misma velocidad a la que
corría una gacela. Ese gilipollas de Weiss estaba dándole al saco. Adam
recordó el beso que había presenciado. Ellie podría tratar de convencerle de
lo que fuera, sobre el poliamor y esas chorradas, pero su intuición le indicaba
que en eso no podía creerla. Debía haber algo más, Adam no se la imaginaba
accediendo a entrar en ese tipo de relación. Entonces ¿qué podía ser? Esa
mañana no se sentía lo suficiente capacitado para resolver ese misterio, pero
algo que tenía muy claro era que le tenía muchas ganas a Ethan Weiss, de
modo que le venía perfecto que estuviera allí justo cuando él necesitaba
descargar su frustración.
El tipejo ni se imaginaba las ganas que tenía de partirle la cara. Adam se
acercó con decisión hasta donde se hallaba.
—Weiss.
No necesitó añadir nada más, Ethan le reconoció por el espejo y le saludó
con alegría fingida.
—Buenos días, Henderson, pero qué cara traes —señaló sin parar de
golpear el saco—. Estás hecho mierda.
—¿Y de quién es la culpa? —murmuró molesto en apenas un gruñido.
—¿Cómo dices?
—Nada. Oye, ¿quieres practicar un poco?
—¿No me ves? Ya lo estoy haciendo.
—Me refiero conmigo, estúpido.
Ethan miró al ring y ladeó la cabeza. Le resultaba muy tentador poder
descargar el resentimiento que sentía hacia él y, además, en el pasado, Adam
jamás se hubiera rebajado a tener un combate con él, mucho menos
proponérselo tal y como estaba haciéndolo ahora.
Sin duda, Ellie le había cambiado y eso le divertía sobremanera. Mientras
que en el pasado Henderson pasaba de él no importaba lo mucho que le
intentase molestar, desde que había regresado con Ellie de Londres,
Henderson parecía tener un petardo metido en el trasero por el simple hecho
de verlos juntos.
—Claro.
—Espérame ahí un momento, caliento y en seguida estoy contigo.
Ethan se encaminó hacia el ring y al mismo tiempo aprovechó para
soltarle con jocosidad:
—Así que me tienes tantas ganas que has decidido dejar a un lado tu
orgullo para ofrecerme subir aquí, ¿eh?
—Cállate, Weiss.
—No puedes juzgarme, Henderson. Siento mucha curiosidad por lo que ha
podido suceder para que este hecho casi histórico se haya producido.
—Solo era cuestión de tiempo.
Weiss comenzó a saltar en el ring para evitar enfriarse, mientras Adam
terminaba de calentar con el saco. Una vez finalizó, se subió al ring y le
encaró.
— Vamos a resolver aquí nuestros problemas.
Ambos se pusieron en guardia y tras la señal que indicó Adam,
comenzaron a golpearse. El pelirrojo le metió un derechazo con saña, que
Ethan paró con el brazo. Al principio, Weiss se limitó a defenderse, lo cual
no hizo más que incrementar la rabiar de Adam. ¿Por qué diablos no se la
devolvía?
De repente, Ethan soltó una carcajada y la sangre le hirvió.
—No te tengo en tan alta estima para contar con un asunto pendiente
contigo, lo cual me hace plantearme qué diablos te ha molestado tanto.
—Tú mera existencia lo hace.
—Pues en eso no voy a poder ayudarte, amigo, vas a tener que seguir
aguantando, porque no pienso morirme para darte a ti el gusto.
—No soy tu amigo, idiota. Háblame con más respeto, estoy en una
posición superior a la tuya.
Esas palabras tuvieron más efecto, ya que consiguió encajarle un golpe
recto después de hacerle un amago. Humillado, Ethan se enfadó.
—No soy tu maldito empleado, Henderson. Mi representada es Ellie, no
tú.
—Tú padre trabaja para mi familia.
En esta ocasión Ethan se puso más serio, apretó los dientes y la ira le
invadió. Adam sonrió satisfecho, así que solo le había hecho falta decir la
frase mágica para hacerle reaccionar y sacar la verdadera personalidad de
Weiss. Ethan atacó por primera vez con un crochet del que se zafó por los
pelos. Desde hacía tiempo Adam tenía la sospecha de que de ahí provenía su
animadversión. Ethan Weiss odiaba que Simon trabajase para él.
—¿Te crees que esto es el apartheid, gilipollas? —demandó saber furioso
—. Que mi padre trabaje para ti, ¡no significa que yo lo haga!
—Ah, entonces me lo pones mejor, no eres mi empleado directo, no, solo
eres el subalterno de tu padre.
Adam sabía que le estaba pinchando y que su actitud era cruel, pero estaba
harto de ostentar siempre en el rol de víctima de sus mofas. Esquivó otro
golpe y no supo bien en qué momento algo cambió la actitud de Ethan,
porque recibió un swing de pleno en la mandíbula.
—Mira, Henderson, te voy a dejar una cosa bien clara —comentó con
esfuerzo, tratando de recuperar el aire—. Nunca trabajaría para alguien como
tú. Antes me mato.
—Bueno, está bien saberlo, teniendo en cuenta que jamás contrataría a un
tipo tan desentendido de sus funciones.
—Tú ¿quién coño eres para juzgar mi forma de trabajar?
—Me importaría una mierda, si no fueras el abogado de Ellie.
—Ellie es mi pareja, ¿por qué te metes en los asuntos de otros?
El pelirrojo consiguió encajarle un cross y Ethan tuvo que recuperar el
aliento. Estaba demasiado enfadado por las licencias que estaba tomándose
con él.
—Esa es otra, ¿no crees que es inmoral ejercer para tu novia?
—No lo es, si no tienes ni idea de derecho, mejor no opines.
—Aunque no me extraña y más si entramos a valorar el tipo de relación
impúdica que se supone mantenéis.
Ethan frunció el ceño, sin comprender a qué se refería.
—¿Qué narices estás diciendo?
—¿Vas a negarlo? Porque eso te dejaría en peor lugar del que estás ahora.
—No sé a qué te refieres.
—Estás usando a Ellie y déjame decirte que no te lo voy a consentir.
Ethan no estaba comprendiendo nada, ¿él? ¿usando a Ellie? Aun así, la
tonalidad altiva con la que se lo dijo, le sacó de quicio.
—¿Ah no? ¿Y qué es lo que piensas hacer?
—Ya no me voy a contener más, Ethan.
De la impresión porque le hubiera llamado por primera vez en la vida por
su nombre. Ethan dio un paso hacia atrás.
—Que tú… ¿qué bicho te ha picado, Henderson?
—Ellie se vendrá conmigo a Dubái.
—Pues bien, me alegro por eso, así podremos terminar con esto de una
santísima vez. Demonios, si estoy deseando regresar a Londres.
—Pues tendrás que hacerlo solo.
—¿Qué?
En la fría mirada de Adam, brillaba la más absoluta determinación. Si iba
a abordar esa situación, lo haría desde el lado correcto, no se limitaría a fingir
a causa de Awad. Adam le había prometido limitarse a ser amigos, pero le
carcomía la culpa de haber favorecido con su actitud de mierda que hubiera
acabado metida en esa relación de mierda, le demostraría a Elllie que merecía
que la quisieran mucho mejor.
—A partir de hoy, tengo la intención de mostrarle cómo se siente que la
amen de verdad.
—¿Qué diablos quieres decir con eso?
—Voy a ir a por Ellie, quiero recuperarla.
Ethan torció el gesto, disgustado con esa nueva información. ¿De qué
narices iba ahora aquel tipo?
—Eso me gustaría verlo, aunque dudo mucho que lo consigas, ya la
perdiste una vez por imbécil.
—Me importa una mierda el concepto que alguien como tú pueda tener de
mi persona, voy a recuperarla por el simple hecho de que tú no te la mereces
y ella lo vale todo. Si Ellie decide aceptarme de vuelta, nada más va a
detenerme, porque la necesito en mi vida.
En esta ocasión, Ethan aprovechó que se había parado, para soltarle un
derechazo con tanta fuerza que lo tiró al suelo, dejándole inconsciente. Para
cuando quiso darse cuenta, la oscuridad arrastró a Adam a su interior.
CAPÍTULO 22
«La gran mayoría de las veces, resistirse a tu mirada anhelante no es una
opción»
A.H

En la novela histórica se lee de forma habitual el término «duelo». En la


actualidad ha ido variando este concepto hacia el proceso de pérdida de un
ser querido. Sin embargo, en épocas pasada, el duelo se trataba de un
combate entre dos hombres, en el que uno de ellos desafiaba al otro al
reunirse en algún lugar alejado de la civilización para restablecer el honor que
habría sido mancillado a causa de un insulto u ofensa. Por supuesto, los
objetivos podían cambiar con relación a la ofensa cometida, pero existían
duelos en los que no se buscaba acabar con el oponente, sino la obtención de
la satisfacción al recomponer la honorabilidad.
Al igual que un combate de boxeo, el duelo tenía su propio reglamento,
aunque a diferencia del primero, este tipo de costumbre se llegaba a ejercer
cuando existía una enemistad previa nacida de los motivos anteriormente
señalados.
En cualquier caso, gracias al progreso social, este tipo de acontecimientos
cayeron en desuso hasta desaparecer. No obstante, tal y como había sucedido
durante el combate entre Ethan y Adam, todavía podía existir ciertas
similitudes adaptadas a la época, aunque ellos habían sustituido las armas por
dos guantes. Si el honor o la satisfacción de algunas de las partes había sido
restaurada, aún quedaba por determinar.
De momento, Adam se encontraba inmerso en una oscuridad
apaciguadora. No sentía nada, ni si quiera tenía la capacidad de pensar en
nada que no fuera flotar en las tinieblas. Allí todo era silencioso y cómodo. Si
estaba muerto, no hubiera elegido otro lugar mejor para pasar el resto de su
eternidad.
No obstante, una fuerza mayor indeterminada todavía tenía que decir su
última palabra, porque, de forma súbita, sintió una calidez en la mejilla y un
pinchazo en la cabeza le terminó de despertar del letargo en el que se hallaba
sumido. En cuanto abrió los ojos, la luz solar que se colaba por las ventanas
impactó contra su retina, cegándolo por un momento.
—Ahh…
—¿Ya se ha despertado? Disculpe si le he molestado.
La voz provenía de una esquina. Adam tuvo que enfocar con mucho
esfuerzo en aquella dirección. Para su asombro se encontró a una mujer de
mediana edad entrada en carnes, ataviada con el uniforme de limpiadora,
barriendo la estancia.
—Está en su habitación o eso creo, claro, yo solo soy la limpiadora.
Adam la estudió extrañado, lo último que podía recordar era que ese
cabrón de Weiss había aprovechado el instante en el que le estaba
comunicando su determinación de recuperar a Ellie para asestarle un golpe
definitivo. Adam se llevó una mano a la sien, tratando de contener el dolor.
Ese tirillas había resultado ser más fuerte de lo que Adam hubiera esperado.
—¿Cómo he llegado hasta aquí?
—Estaba a punto de ponerme a limpiar la habitación, cuando un hombre
encantador le trajo en brazos.
—¡¿En brazos?!
El pelirrojo se quedó de piedra, ¿había sido cargado por ese imbécil como
si fuera una princesa de cuento?
—Sí, es que no se tenía usted en pie. Le depositó sobre la cama y me dijo
que si seguía aquí para cuando se despertase, le explicase la situación.
—¿Qué hora es?
Adam trató de mirar su propio reloj, pero le sobrevino un mareo y se
volvió a tumbar. Diablos, ¿cómo iba a pasar así lo que quedaba del día?
Tenía que preparar su maleta y recoger varias cosas para viajar por la noche.
—Las cuatro.
—¡¿Las cuatro?!
Se incorporó con rapidez, temeroso de que no le diera tiempo a finalizar
sus responsabilidades en las Vegas y el pinchazo doloroso le indicó que
quizás no solo le hubiera dejado inconsciente.
La limpiadora pareció ponerles palabras a sus pensamientos.
—Tiene un moratón feísimo en el ojo, quizás debería usted ir a curarse.
Tenemos una sala de enfermería.
—Ya lo sé. Gracias.
—¿Le importa si finalizo aquí mi trabajo? No se suele hacer con los
huéspedes en el edificio principal, pero esta parte se destina a cierto tipo de
personal y a veces hacemos la excepción.
—Está bien —cedió, poniéndose en pie—. Si de todas formas ya me
marchaba.
—Oh, no, por favor. ¡No era mi intención echarle!
—No se preocupe, si tengo muchas cosas que hacer hoy.
—Bueno, gracias.
Adam se dirigió a la salida y cuando abrió la puerta, al otro lado se hallaba
la señorita Martin, que estaba con la mano levantada, al parecer con la
intención de tocar.
—Ah, hola, señorita Martin.
Lucy empalideció al reparar en el moratón que teñía el ojo de su jefe. En
el tiempo que llevaba trabajando con él, nunca le había visto de ese modo.
—¡Señor Henderson!
No estaba segura de si debía hacer mención sobre este, pues no solo era su
secretaria, sino también su asistente personal, pero de todas formas quizás
atañía a su vida privada, en la que Lucy trataba de no inmiscuirse.
—He decidido partir con la señorita Hawk a Dubái —informó impasible
—. El avión privado del señor Awad saldrá de madrugada, por favor,
infórmese con su secretario de los detalles.
Lucy tuvo que recurrir a su agenda para ignorar el moratón del señor
Henderson. Si él no le había dicho nada, tendría que respetar su privacidad.
—Está bien.
—Ah y señorita Martin.
—¿Sí? ¿Precisa de alguna cosa más?
—Sí, consígame unas gafas de sol de inmediato.
Bueno, con eso quedaba claro que al menos el tipo era consciente de su
situación. A veces, Lucy tenía la impresión de que su jefe, por muy ordenado
y pulcro que pudiera ser, tendía a ser un poco despistado con ciertos aspectos
de su vida. Por ejemplo, ante el hecho de que no se hubiera dado cuenta de lo
mucho que parecía quererle la señorita Hawk.
Un momento, ¿esa mujer habría tenido algo que ver con el estado
lamentable de su empleador?
—Pero señor Henderson, ¿no sería mejor que se lo curase primero? No
creo que sea conveniente que salga usted en ese estado.
Adam sopesó sus opciones. Su secretaria tenía razón, el CEO de la
compañía no podía dar la impresión de haber estado envuelto en una pelea
callejera, incluso si esta había sido unos golpes en el gimnasio con el idiota
de Weiss. Todavía podía recordar los avisos de su madre cuando había
empezado a practicar boxeo.
«Ni se te ocurra venir con la nariz partida, no sabes lo feo que hace eso en
la imagen de un empresario de alta alcurnia»
—Está bien, consígame algo de pomada para hematomas.
—Por supuesto.
—Y las gafas de sol.
—Claro.
Nada más marcharse su secretaria, Adam se metió dentro del baño.
Parecía que la limpiadora ya se había encargado de esa zona, porque todo
estaba ordenado como siempre a excepción de la fragancia que el padre de
Adam había pedido que se utilizara en todos los hoteles Henderson.
No estaba demasiado ansioso por ver el destrozo que Weiss le habría
hecho en la cara, pero ya habían sido dos las personas que se habían
horrorizado al verlo. Adam se expuso ante el crítico escrutinio que le
devolvía su reflejo en el espejo, y se escandalizó. Tenía la mejilla inflamada
del golpe, por lo que el calor que había sentido sería a causa de su
circulación.
Por otra parte, la ceja la tenía ensangrentada, aunque parecía que ya se
había secado un poco. Con la adrenalina por las nubes, no había notado que
se la había abierto en uno de los puñetazos. El párpado estaba rodeado por un
color morado-rojizo, que como había dicho la limpiadora, resultaba feísimo.
—Demonios, ¿cómo narices voy a conquistar a Ellie con este aspecto? Si
doy pena.
No, no podía verle en ese estado deplorable. Adam estaba seguro de que
ese gilipollas lo había hecho a propósito. Más allá del rencor que pudiera
sentir hacia su persona, no le cabía duda de que en parte había deseado
dejarle horrible tras la confesión de sus intenciones. Si pensaba que con eso
iba a claudicar en sus pretensiones, lo llevaba claro.
—Hijo de puta retorcido —maldijo tocándose con cuidado la mejilla para
estudiar mejor el desaguisado—. ¡Ay! Como pierda mi ojo, te mataré.
Tras un rato en el que trató a duras penas de lavarse la cara para
limpiarse la sangre, preso de la mezcla entre el dolor y el escozor que le
atenazaba, Adam claudicó con en sus esfuerzos. Tendría que ocultar el
horrible moratón delante de Awad, de lo contrario estaba seguro de que le
pediría explicaciones al respecto.
Adam tenía las mismas ganas de aportárselas, que de meterse al océano a
servir de carne para los tiburones. De repente, la voz de la señorita Martin se
abrió paso a través de la puerta que separaba el servicio del pasillo principal.
—¿Señor Henderson?
—Aquí.
—¿Puedo?
El pelirrojo abrió la puerta, concediéndole la entrada.
—Claro, no se preocupe.
—Aquí tiene la pomada y las gafas de sol que me ha pedido.
Su secretaria le dejó sobre una mesa auxiliar los utensilios que necesitaría
para ocultar su pequeño rifirrafe con Weiss.
—Gracias.
—He logrado contactar con el señor Haik, el secretario del señor Awad.
—Qué rápida.
—Gracias, señor.
—Y ¿qué le ha dicho?
—No será necesario que le reservemos un vuelo, el señor Awad ha pedido
expresamente que le acompañen en el suyo.
Adam procedió a aplicarse la pomada, ayudándose del espejo. Si le dejaba
alguna marca, aniquilaría a Weiss.
—Bueno, eso ya me lo imaginaba. ¿Qué más?
—El clima que se espera en Dubái para la próxima semana será cálido, así
que sería conveniente empacar un vestuario más veraniego.
—Eso me da más igual, puedo adquirir todo lo necesario allí. ¿Sabría
decirme si la señorita Hawk está al tanto de estos aspectos?
—No estoy segura, no he tenido la oportunidad de contactar con ella hoy.
—Está bien, antes de marcharnos, cédale a su disposición una tarjeta
ilimitada en caso de que necesite ropa nueva o le surja algún improvisto. A
veces es tan cabezota que con toda seguridad no recurrirá a mí.
Ante el breve silencio, Adam contempló a la señorita Martin a través del
espejo, parecía bastante sorprendida por sus palabras. No obstante, a
excepción del evidente gesto asombrado, consiguió reponerse con rapidez y
sin añadir nada al respecto, procedió a apuntarlo en su libreta.
—Vale.
—Ah sí, no le informe que es de mi parte, dígale que se trata de un regalo
que se les da a todos los accionistas como bienvenida.
—De acuerdo, señor Henderson ¿algo más?
—Sí, verá, esto que le voy a pedir sonará precipitado, pero como Ellie y
yo nos vamos a ir, así que el encargado de quedarse aquí cubriendo el trabajo
de la señorita Hawk será el señor Weiss.
—¿Desea que permanezca aquí?
Adam recordó una vez más por qué no había despedido a la señorita
Martin tras su periodo de prueba. La mujer parecía leer sus necesidades sin
necesidad de verbalizarlas.
—Sí. No me fío de lo que pueda salir con ese idiota a cargo y usted es mi
representante cuando no puedo encontrarme presente en algún sitio.
—Está bien, señor Henderson. Me encargaré de que todo vaya a pedir de
boca, pero ¿usted no precisará de asistencia allí?
—No creo que surja ningún problema. Además, me resultará mucho más
útil que se quede aquí en el hotel para que supervise y colabore con Weiss,
así podrá mantenerme informado de todos los cambios que se lleven a cabo o
si el tipo hace algo raro. De todas formas, a pesar de que vaya a cerrar un
acuerdo, es probable que no vaya a trabajar mucho —comentó con una ligera
vacilación—. Creo que será un viaje de entretenimiento.
La expresión demudada de su secretaría era un auténtico poema, Adam
carraspeó incómodo.
—¿Sucede algo, señorita Martin?
—No, no, nada —negó con nerviosismo por haberse puesto en evidencia
—. Usted nunca viaja debido a esos motivos.
—Pues ya va siendo hora —señaló, toqueteando su cepillo de dientes—.
¿No cree?
—Claro, señor.
—Otra cosa, mantenga a Weiss entretenido, que no nos moleste lo más
mínimo. A menos que sea por motivos laborales, por supuesto.
La señorita Martin se puso roja ante su petición, lo cual extrañó a Adam,
quien frunció el ceño.
—¿En-entretenido?
—Sí, claro, con el trabajo. ¿Con qué si no iba a ser?
—Desde luego, señor —aseguró aliviada, con una sonrisa temblorosa—.
¡Por supuesto!
***
El avión despegaría a la una de la madrugada, de modo que Adam y Ellie
estuvieron una hora antes en el aeropuerto particular del que saldrían. Era la
primera vez que se encontraban a solas desde que habían compartido la noche
anterior y Ellie no sabía qué debía de decirle al hombre que la última noche le
había hecho un sexo oral maravilloso.
«¿Gracias? ¿Repetimos? ¿Te aprovechaste de mi debilidad, sexy pelirrojo
con aires de príncipe? ¿Ese movimiento de la lengua no era nuevo?»
Todas esas preguntas bullían en su cabeza, deseosas de exponérselas en la
cara. Por supuesto, plantearle todas aquellas cuestiones supondría un
auténtico descaro, y más teniendo en cuenta que había sido ella la que le
había besado primero. Le analizó la cabeza con fijeza, buscando señales que
indicasen que pudiera haberle dejado calvo, al fin y al cabo, le había tirado
del pelo como si montase una yegua, temerosa de caerse.
Ellie le estudió de reojo, estaban sentados en un banco del pequeño hangar
privado, esperando a Awad. Adam se mostraba demasiado serio y llevaba
puestas unas extrañas gafas de sol, peculiares, porque era una noche cerrada y
no había motivo alguno para que las usase.
—¿Te agrada lo que ves?
—Estoy buscando señales.
—¿Señales?
—Sí.
—¿De qué tipo?
—Arañazos o posibles entradas. Creo que te destrocé y no quiero tener
que hacerme responsable de soltar una pasta en las reparaciones de tu cara.
Estoy completamente segura de que tienes asegurado hasta el culo, como los
ricos.
Adam curvó los labios, divertido con su comparativa. Contra todo lo que
ella pudiera pensar, no se había asegurado el trasero, aunque su madre le
había sugerido que lo hiciera con el cerebro, para que en caso de que hubiera
un accidente, recibir una compensación.
No le interesaba entrar en ese tipo de temas, le preocupaban más otros
aspectos, que no dudó en abordar.
—¿Ya se lo has contado?
—¿El qué? Y, lo que es más importante, ¿a quién?
—A tu noviecito.
—¿Sobre qué?
—Lo sabes bien, ¿todavía no le has dicho que te comí entera anoche?
Ellie se quedó boquiabierta con aquella salida descarada a la vez que se
ponía roja. Tuvo que ingeniárselas para inventarse alguna excusa.
—Solo necesito decírselo cuando la relación sexual es completa.
—Ah mujer, eso tendrías que habérmelo dicho y podríamos habérnoslas
apañado. ¿Quieres que lo intentemos de nuevo en el jet? Ya estamos
acostumbrados a los aviones y este seguro que tiene habitación privada.
Ni si quiera la estaba mirando mientras pronunciaba esas palabras, aunque
tampoco podía estar segura porque llevaba las gafas de sol.
—¿Qué demonios te pasa, Adam? Estás actuando raro, no me miras
cuando te hablo, llevas esas extrañas gafas de sol y ahora sueltas esas frases
tan poco características en ti.
—Supongo que será la pastilla que me he tomado para el viaje.
—No me mientas, tú nunca te mareas en el avión.
—Ellie, llevo sin dormir más de veinticuatro horas, estoy muy cansado, no
es tan improbable que pueda marearme en el avión.
—Un momento, no te habrás drogado, ¿no? —demandó saber horrorizada
—. Cuando te sugerí drogarnos si al final íbamos a Holanda, lo decía de
broma, ¿qué diablos te has metido? ¿hierba? ¿coca? ¿speed?
A pesar del dolor que sentía, Adam no pudo evitar sonreír. Le estaba
saliendo la parte maternal y eso en cierto modo le enternecía.
—Claro, ¿quieres un poco?
Ellie le propinó un golpe y Adam se echó a reír. Sin embargo, la joven no
controló la fuerza y del impactó a Adam se le cayeron las gafas.
—¡No lo digas ni en broma!
—Solo es un tranquilizante, no te preocupes.
El pelirrojo trató de ponérselas de nuevo, pero ya era demasiado tarde. Lo
había visto. Ellie se las arrebató de las manos, impidiéndole cubrirse el
moratón. Al reparar en el corte de la ceja, Ellie se horrorizó. Debía doler
como el infierno. ¿Por qué había tratado de ocultárselo?
—¡¿Qué diablos te ha pasado en la cara?!
—No es lo que parece.
—¿No es lo que parece? Por el amor de Dios, Adam. ¿Podrías ser más
cliché? Primero te drogas, después te metes en una pelea, que a saber si era
callejera por el aspecto de esa ceja, tampoco usas gomina y ya no te pones
trajes. ¿Qué es esto? ¿After?
—¿El qué?
—Nada, olvídalo, concentrémonos en lo importante, me debes muchas
explicaciones.
—Por favor, Ellie, me duele la cabeza.
—¿Quién coño te ha hecho esto?
—Nadie.
—Ah, no. A mí no me vas a dar la típica excusa que daría un adolescente
camorrista.
—Deja de preocuparte por mí y enfócate en el problema más grave que
pareces tener.
—¿Cuál?
—¿No ha venido tu novio a despedirte?
Ellie percibió el retintín en su pregunta, sin comprender a qué venía eso.
—No, es extraño, porque se despidió por llamada. Decía estar indispuesto.
—¿Ah sí?
La joven relacionó el moratón de Adam con la excusa tan singular que le
había dado Ethan. Quizás no se había tratado de un pretexto para librarse de
ir y en realidad había ocurrido algo más grave con Adam.
—Tú…
No obstante, no le dio tiempo a agregar nada más, porque ambos
escucharon el sonido del motor de un coche acercándose. Debía de tratarse
del señor Awad. Temerosa, Ellie estudió el moratón de Adam.
—Adam, ¿cómo piensas explicarle eso a Awad?
—Por eso tenía las gafas de sol, para no darle explicaciones.
—No seas idiota, es un vuelo nocturno, no va a colar. Ah, ¡lo tengo! Ven
conmigo —ordenó agarrándole de la pechera—. Vamos al servicio, te lo
maquillaré.
Adam se vio siendo arrastrado por la voluptuosa y seductora mujer que le
traía de cabeza. Ellie le metió a la fuerza en el baño de las mujeres y Adam
estudió el lugar con incomodidad.
—¿No podías haber elegido el de caballeros?
—No, porque en ese podría entrar Awad. Déjame verlo —comentó
obligándole a agacharse para examinárselo mejor—. Ufff, debe dolerte
mucho, ¿no?
El pelirrojo no estaba pensando en el dolor, solo estudiaba con fascinación
los labios femeninos.
—Ya no tanto.
Ellie carraspeó, al percatarse de que Adam se encontraba mirándola con
fijeza. Entre ellos existía todavía mucha tensión no resuelta y, además, ella no
había podido ayudarle a llegar la noche anterior. Tenía que cambiar de tema o
ambos acabarían muy mal.
—Adam, ¿qué diablos está pasando contigo? ¿por qué te has peleado con
Ethan? ¿desde cuándo eres un matón?
—Oye, que el que me ha dejado la cara así ha sido él, ¿acaso no merezco
que te preocupes por mí también?
—¿Por qué te crees que estoy aquí maquillándote? ¿eh? Si no me
preocupases, dejaría que fueras hecho un cuadro abstracto por la vida. A ver
entonces, qué explicación ibas a darle a ese jeque de ahí afuera, porque dudo
que él pueda comprender las peleas de gatos en las que ahora te ves envuelto.
—No me he peleado como un gato.
—¿Cómo dices?
—Esos se arañan, lo nuestro ha sido a puñetazo limpio.
—¡Peor aún! ¿Qué te crees que es esto? ¿Bonanza? No estás en el salvaje
oeste, Adam Henderson.
Tras un rato en el que le estuvo maquillando, Adam aprovechó para
recrearse en la concentración de sus facciones. Incluso preocupada como
estaba, no cabía la menor duda de que era malditamente preciosa. Deseaba
tomarla ahí mismo.
—¿Te preocupa algo?
—¿Eh? ¿Qué?
—Me estás mirando todo el rato, así que me preguntaba si estabas
disconforme con algo.
—Solo te pediría que, ya que tienes mi rostro en tus manos, no me dejases
muy afeminado.
Ellie puso los ojos en blanco y apretó un poco más, lo cual solo sirvió para
que Adam guiñase el ojo sano, componiendo una mueca rara.
—¿Afeminado? ¿Acaso no sabes que hay hombres que se maquillan todos
los días? Tengo amigos que tienen que hacerlo debido a su trabajo y otros
porque les gusta.
—A mí eso me da igual, no soy prejuicioso al respecto.
—¿Entonces?
—Lo decía por Awad. En su cultura esto no está bien visto, así que, si
considera que soy raro, no me dejará subir al avión. Ya tiene un concepto
pésimo de mí, no me gustaría darle más motivos.
—Sobre eso, tenemos que hablar seriamente, Adam.
—¿En qué tipo de lenguaje?
—En el que estamos hablando ahora, por supuesto.
—¿No prefieres el braille?
—Ah, así que ahora te gusta gastar bromas, ¿eh?
—Pero solo a ti. Te juro que con otras personas no lo disfruto del mismo
modo.
Ellie sintió que algo flaqueaba en su interior. Esa última frase parecía ir en
serio, ya que la estaba mirando con una intensidad arrolladora. Amaba verse
reflejada en esos ojos azulados, por lo que, aunque no lo verbalizó en voz
alta, le dolía que el párpado de uno de ellos hubiera adquirido esa tonalidad
morada.
Ethan se iba a enterar bien cuando le pillase por banda.
—¿Por qué te has peleado con Ethan?
—¿Quieres saber la verdad?
—Sí.
—Porque odio que se esté riendo de ti.
—¿A qué te refieres?
—Todo eso del poliamor es por mi culpa, ¿verdad?
—Adam…
—Porque no supe valorarte en su momento, por eso has terminado con ese
idiota en una relación abierta.
¿Adam se sentía culpable de su supuesta relación? Ellie se conmovió,
desde joven había estado tan acostumbrado a echarse encima
responsabilidades tan grandes, que ahora también quería cargar con la suya.
¿No sería algo parecido a lo que ella le sucedía con sus hermanos?
—No estoy haciendo nada que no desee, tranquilo.
—Ya claro —murmuró irónico, sin creer ni una palabra lo que decía—.
Por cierto, hablando de preguntas incómodas, viniendo hacia aquí no te ha
afectado demasiado. ¿Estás superando tu fobia a los coches?
—Eso se debe a que no fue un trayecto muy largo —comentó indecisa, no
estaba segura de hasta dónde debería contarle. A pesar de todo, aquel era
Adam—. Bueno, también es que estos dos últimos años he estado trabajando
en ello con una psicóloga.
—¿Y qué tal?
El alivio la embargó por la forma tan natural con la que se había tomado la
nueva información. No era un tema que fuera contándole a todo el mundo,
pero estaba segura de que Adam no pensaría en ningún momento que
estuviera loca, incluso si nunca le hubiera explicado los motivos que habían
desencadenado su fobia, siempre se había mostrado muy comprensivo al
respecto. Desde el comienzo, incluso aunque se llevasen mal, Adam había
tratado de facilitarle el viaje.
—Había mejorado mucho.
—¿En serio?
—Sí, pero el otro día, mientras exploraba varios hoteles, sufrí un accidente
en el Venetian.
Adam se puso en tensión ante la mención de un posible accidente. Si Ellie
había estado en peligro y él no se había enterado, no le gustaría un pelo.
—¿El que mencionó Awad?
—Sí.
—¿Qué es lo que sucedió?
—Estábamos en el ascensor y, de repente, se descolgó, caímos en picado
y, bueno, Awad tiene claustrofobia, así que fue horrible. Traté de calmarle,
pero yo también sentía miedo. Por unos segundos, creí que íbamos a morir de
verdad. Desde entonces, no logro conciliar el sueño y siento más ansiedad.
Al escucharle relatar el incidente, Adam se sintió sobrecogido,
experimentando una necesidad de protección arrolladora. En cuanto terminó
de contar su vivencia, la atrajo hacia su cuerpo con fuerza y la rodeó con los
brazos, envolviéndola en un abrazo.
—¿Adam?
—¿Por qué no me lo contaste en su momento?
—¿Y qué ibas a hacer tú?
—Demandar al hotel, por supuesto.
Ellie notó que se quedaba sin aliento. Adam la estaba abrazando con
demasiada energía. ¿Estaría preocupado? Iba a preguntárselo, cuando fueron
interrumpidos por alguien que tocó a la puerta del servicio.
—Soy Haik, el señor Awad me ha enviado a buscarlos, ¿siguen ustedes
ahí? Les aviso de que estamos a punto de partir.
Ambos se separaron y tras comprobar que todo estuviera bien con el
maquillaje cobertor de Adam, salieron de vuelta al hangar. En él, se
encontraron al señor Awad acompañado de su madre y Dora. El buen humor
de Ellie aumentó de inmediato, le encantaban esas dos mujeres.
—¿Vosotras también venís?
—Por supuesto, muchacha, ¿acaso pensabas que nos perderíamos toda la
diversión?
—Eso, disfruto mucho de las reuniones que organiza mi hijo.
—Bueno, ¿qué? —interrumpió Awad—. ¿Nos vamos?
***
La duración del vuelo se estimaba en unas diecinueve horas, de manera
que lo que primero que le enseñaron al internarse en el avión, fue una
habitación en la que poder descansar hasta que el sol volviera a salir.
Como era de madrugada, Ellie no tardó en coger el sueño y, en esta
ocasión, agradeció que estuviera libre de pesadillas. Varias horas después, se
levantó y se dirigió hacia la estancia principal. Adam y el resto ya se
encontraban despiertos y compartían un ameno desayuno. Tomó el asiento
que le había guardado su supuesto prometido al lado de la ventana y, tras
responder a la pregunta sobre lo que le apetecía desayunar, procedió a
contemplar a través de la ventanilla.
La última vez que Ellie había viajado en otro avión privado, había sido en
el de Enzo D’Angelo cuando los cuatro habían volado hasta Venecia, pero
ese trayecto había sido muy corto y, ahora podía decirlo sin morirse,
divertido. Todavía podía recordar la vergüenza que había sentido al
encontrarse a Adam desnudo en el baño privado. El idiota de Enzo no le
había avisado de que la cerradura había estado rota y esa había sido la vez
que Ellie conociera al que más adelante sería su más estrecho amiguito. Al
recordarlo, una sonrisa se formó en su rostro.
—¿Te diviertes, querida?
Ellie admiró el interior del avión recubierto en cuero blanco, oro y madera.
Ni si quiera el avión de Enzo había parecido tan ostentoso como aquel.
—Ah sí. Todo resulta diferente a lo que estoy acostumbrada.
—Los vuelos privados son muy distintos a los abiertos al público.
Ellie estudió con diversión a Adam, que se había sentado a su lado para
continuar con la pantomima de los enamorados, el pelirrojo le devolvió una
mirada interrogante.
—Oh, sí. Una puede conocer datos muy curiosos en un jet.
Al caer en la cuenta de lo que se estaba refiriendo, Adam se quedó
patidifuso. No le pensaría contar a esa anciana su aventura en el avión de
Enzo, ¿no?
—¿En serio? Es que ¿ya has viajado en algún otro, Ellie?
—¿De qué te extrañas, Mary? —intervino Dora señalando a Adam—.
¡Está comprometida con un millonario!
El pelirrojo carraspeó incómodo con la mentira. Diablos, si no conseguía
habituarse a eso, acabarían metiendo la pata y el acuerdo se iría al traste.
—Bueno, el avión en cuestión no era mío.
—¿No?
Tres pares de ojos, incluidos los del señor Awad, les observaban con
interés. De forma que Ellie decidió que no podía dejarle solo en la historia en
la que le había metido ella.
Con confianza, posó una de sus manos sobre la de Adam, tal y como había
visto hacer en algunas películas a las mujeres comprometidas y aseguró:
—No, era de un amigo de Adam.
—¿Y qué tal fue la experiencia?
—¡Me lo pasé en grande! —declaró entusiasmada con un brillo malicioso
en la mirada—. ¿A que sí, cariño? ¡Aprendimos mucho el uno del otro!
Adam entrecerró los ojos, se lo estaba pasando en grande a su costa, pues
lo llevaba claro si creía que era la única que podía divertirse.
—Por supuesto, mi amor, una de las cosas que aprendí ese día sobre ti era
cuánto te gustaba la comida.
—¿Tiene alguna preferencia?
—Verá…
—Ah, sí, sí la tiene. Le fascina la zanahoria.
«¡Doy fe de eso!» Agregó Deseo emocionado.
La cara de Ellie era un auténtico poema, había tratado de jugársela y el
desgraciado se la acababa de devolver con esas palabras malintencionadas.
Sin embargo, Marilyn no pareció percatarse de su intercambio.
—Oh, Abdel, querido, creo que deberíamos informarle de esto al chef,
para que incluya muchas zanahorias para nuestra invitada.
—Por supuesto, madre. ¿Ha escuchado eso Haik?
—Claro, señor.
Dora, que sí se había fijado en las miradas cómplices que se dirigían, se
rio por lo bajo y le dio un codazo a su amiga.
—¿Qué pasa?
—Eres una ingenua —susurró Dora—. Creo que no se refieren a la
hortaliza.
Asombrada, Mary se llevó una mano a los labios y regresó su atención a la
pareja. Sin embargo, su hijo tomó la palabra principal.
—Quizás debería conseguirse uno nuevo, señor Henderson. Su futura
esposa se verá en la necesidad de viajar con asiduidad y alguien de su
posición se expondría a un riesgo innecesario en el caso de realizarlo en
solitario.
Adam le echó un vistazo rápido a Ellie. Nunca había pensado comprado
un avión, pero si conseguía recuperarla, le entusiasmaba la idea de poder
viajar con ella a solas en él. Sin duda, se lo pasarían en grande. Cabía la
posibilidad hasta de que instalase una cama de matrimonio como la de Enzo.
—Es posible.
—Ah, ¡ya lo tengo! Hijo, ¿por qué no se lo regalas por su boda?
—Pues es una idea excelente, madre.
Ellie no daba crédito a lo que escuchaba, ¿le acababan de endosar un
regalo de bodas? Fingió estudiar el móvil y después se dirigió al resto de
presentes.
—¿Nos disculpáis un momento? Necesito hablar de un asunto laboral con
él.
—Claro, pero una vez que aterricemos, espero que tengáis tiempo para
disfrutar.
Tras asentir, Ellie arrastró a Adam a lo que parecía ser una habitación
privada y, tras comprobar que no pudieran escucharlos, cerró la puerta y le
señaló con el dedo.
—¡¿Avión?!
—¿Por qué? ¿No quieres vivir una aventura a gran altura?
—No me refiero a eso, ya están hablando sobre regalos de bodas y nada
menos que de un maldito jet.
—Claro, ¿tú qué es lo que te crees que nos regalamos entre millonarios?
—Vale, pero ¡¿un avión?!
—Y hasta islas privadas.
—¡No te creo!
—Pues empieza a acostumbrarte a eso, porque si vamos a tener que actuar,
vas a escuchar muchas cosas similares.
—¡Eso es una pasta Adam! ¿Sabes cuánto debe costar un avión? Esta
gente parece ir en serio. Si nos pillan, tendré que hipotecarme mi vida y la de
mis hermanos para pagarlo. Tienes que rechazar el avión, ya.
Adam se estaba divirtiendo a lo grande al verla tan desesperada. De
improvisto, le puso una mano en la cabeza y, dándole toquecitos cariñosos,
trató de tranquilizarla.
—No te preocupes tanto. Tú fuiste la que decidiste fingir desde el
principio.
—Vale, sí, porque no esperaba que se pusieran a hablar de aviones tan
pronto.
—Ellie, sé que no has estado antes en Dubái, pero esta gente lleva un tren
de vida muy diferente al que hayas podido vivir con Weiss en Londres.
—Pues no sé qué diferencia iba a poder haber. Ethan me arrastraba a sitios
super pijos con sus amigos ricachones.
—Sí, y no dudo que no tengan un nivel de vida elevado, pero esto es
diferente por completo. Puede que le veas así de fácil acceso, pero Awad es
un jeque, Ellie.
—Pero si vamos a seguirles…. ¡¿Tendremos que pagar?!
—Es posible que no nos deje —comentó y al reparar en la expresión de
pánico de Ellie, le prometió—. Tranquila, voy a intentar que lo hagamos.
—¡Eso me preocupa aún más! Vale que ahora gano mucho más que antes
y mi sueldo es muy generoso, pero dudo mucho que pueda costearme la vida
de alguien como ese señor.
—¿No te ha dado la señorita Martin una tarjeta de crédito?
Ellie frunció el ceño y recordó que la secretaria de Adam se le había
acercado de la nada, ofreciéndole una tarjeta negra. Al parecer se trataba de
un regalo de bienvenida por ser una nueva accionista, pero no se fiaba un
pelo.
—Eh sí.
—Pues ahí tienes tu vía de escape.
—La he aceptado, pero no quería usarla.
—Y eso ¿por qué? No te importaba tirar de mi tarjeta como te daba la
gana en París.
—Ah, es que eso era distinto. Gasté parte del dinero que me debías.
—¿Y en qué difiere?
—¡En que es ilimitada!
—La mía también.
Adam no entendía nada de a lo que se refería, Ellie podía verlo reflejado
en su expresión. Cómo se notaba que durante toda su vida había sido rico.
—Sí, pero ¿qué pasa si después me hacen devolverlo? ¿eh?
—Ellie eso no va a pasar.
—Claro, eso mismo dicen los mafiosos en las películas y luego quince
minutos después te están echando la boca abajo.
—No digas tonterías, utilízala con libertad. Los responsables de esas
tarjetas somos mi padre y yo.
—Por supuesto, como debo caerle tan bien a tu padre —comentó con
escepticismo—. La verdad es que me siento un poco mal en caso de tener que
utilizarla, pero me preocupa un poco los lugares a los que planea llevarnos
ese hombre.
—La vas a usar para un viaje de negocios, Ellie. No puedes tener tantos
reparos. ¿Acaso ahora no eres una mujer de negocios? Pues tómatelo como si
entrase dentro de las dietas.
—Sí… Tú no puedes entenderlo porque nunca has sido pobre y le has
debido dinero a usureros.
Adam la veía tan nerviosa, conociéndola, con toda probabilidad temiera
que unos matones fueran a pegarla una paliza si se atrevía a utilizarla. La
realidad era que no podía culparla por ello, el día que la echase, había
ordenado que le dieran una cantidad cuanto menos irrisoria.
Tenía sus razones para pensar así, ella podía haberle engañado, pero él no
se había comportado del todo correcto. Siendo consciente de esto, Adam
suavizó su expresión al reparar en la manera en la que se frotaba el brazo.
Siguiendo un impulso, posó sus manos sobre sus hombros y la acercó con
fuerza a su cuerpo, propinándole un beso rápido, que pilló por sorpresa a la
joven.
Se permitió disfrutar unos segundos de su boca con intensidad, hasta que
se dio cuenta de que, si no cesaba de besarla, la acabaría metiendo lengua y
eso resultaría ser su perdición. Nada más separarse de ella, Ellie le
contemplada asombrada.
—Y esto ¿a qué ha venido?
—Tenía que quitarte esa expresión de la cara. Sin duda, prefiero mucho
más esta nueva.
—¿Cuál?
—Mírate en el espejo —le indicó con cariño, señalando hacia uno de la
pared contigua—. Estás preciosa.
Ellie obedeció como un autómata y se giró hacia donde le señalaba. Lo
primero en lo que se percató fue en que se encontraba totalmente despeinada.
—¡Adam! ¿Cómo es que no me has dicho nada hasta ahora? Tengo tales
pelos de loca, que pareciera que nos hubiéramos acostado juntos. ¡No puedo
salir así!
—¿Quieres hacerlo?
La joven lo miró atónita a través del espejo. Aquel pelirrojo ex amargado,
quien le había rechazado acostarse con ella en el avión a pesar de haber
terminado haciéndolo igualmente, ¿estaba proponiéndole tener sexo en el
avión de un jeque?
—¡Adam!
—¿Qué? Solo estaba pensando en que quizás podría despeinarte un poco
más.
—¡No bromees conmigo!
—No lo hago, Ellie, echaba de menos verte así, de verdad que para mí
eres una auténtica preciosidad.
Al escucharle pronunciar tales palabras sobre su persona, Ellie se puso
roja y se observó con detenimiento. Estaba sonriendo como una estúpida y en
la profundidad de sus ojos brillaba unos destellos que conocía a la perfección,
eran los mismos que se reflejaban cada una de las veces en las que compartía
con él un momento íntimo.
Carraspeó, tratando de no resultar demasiado evidente, aunque sabía a la
perfección que él ya había notado sus emociones.
—¿Me podrías prestar tu peine?
—No.
—Oye, sabía que los ricos eráis de la cofradía del puño, pero esto es
pasarse, Adam. Es un peine.
—No me entiendes, no puedo dejártelo porque no lo llevo conmigo.
—Espera, ¿cómo has dicho? ¿y qué pasa con el que llevabas siempre para
repeinarte y mantener tus greñas impolutas?
Adam desvió la mirada, incómodo y Ellie se mantuvo en silencio,
esperando una respuesta.
—Ya no lo utilizo.
—¡Oh! Eso sí que es una mentira flagrante. Si no podías vivir sin ese
peine.
Ellie dio un paso hacia él, divertida con su reacción evasiva, a su vez él la
estaba imitando, dando otro hacia atrás. El pelirrojo negó con la cabeza y con
las manos.
—Que no, no lo tengo.
A pesar de la negativa, se acercó aún más hacia él y, con una sonrisa
hilarante, tuvo que pincharle con un dedo en la cintura para hacerle
cosquillas, de manera que pudiera acceder al bolsillo de su chaqueta.
Adam pegó un brinco, al verse siendo repentinamente atacado y, tratando
de contener las cosquillas que había sentido, la acusó:
—¿Qué te crees que haces?
Ellie se echó a reír, mucho más divertida y le rebuscó en los bolsillos. No
importaba si el tipo intentaba esquivarla, volvía a repartirle cosquillas sin
cesar. En esta ocasión una carcajada salió de Adam, que negaba repetidas
veces.
—No te creo nada. ¿Dónde está? ¿eh?
—Ellie ¡Para!
—Ah, así que sigues teniendo cosquillas.
—¡Ay!
Desde que le había conocido de forma más cercana, no solo se había
enamorado de él, sino de su risa, era tan extraño que lo hiciera que, cuando
ocurría, a Ellie le gustaba tomarse su tiempo para grabarlo en su retina.
En ese momento dio con el objeto en cuestión y sonrió encantada.
—¡AJÁ! —exclamó emocionada—. Lo tengo, ya sabía yo que no podía
ser verdad, puede que hayas dejado la gomina, pero de siempre has tenido
una relación extraña con tu peinecillo, casi tóxica.
—Eso ha sido a traición.
—No tienes derecho a decirme eso cuando me has mentido.
El pelirrojo se rascó la nuca, mostrándose avergonzado por haber sido
pescado en el acto. Todavía no comprendía cómo era posible que no le
hubiera cazado Awad.
—Está bien, está bien, la verdad es que algunas costumbres son difíciles
de abandonar.
Ellie se echó a reír, mientras se giraba hacia el espejo para adecentarse un
poco. Por este último advirtió de que el pelirrojo había decidido dejar a un
lado su indignación para dedicarse a otros menesteres mucho más
interesantes, como el de estudiarle el trasero cuando creía que no se daba
cuenta.
—¡Adam!
En esta ocasión una risa masculina escapó de sus labios, había sido pillado
infraganti. ¿Le importaba? Ciertamente no.
«Madre mía, pedazo culo, si es que me lo comía entero» Suspiró Deseo.
—¿Crees que soy de piedra, mujer? Ese pantalón te hace un trasero de
infarto. Si hasta el tripulante de cabina se ha quedado mirándotelo, y eso que
creo que es bisexual, porque también se fijó en el mío.
—¡Mentira!
—¿El qué? ¿Qué tienes un trasero maravilloso o que el azafato sea
bisexual?
—Lo del azafato.
—Ah, me fascina que reconozcas la parte de tus posaderas.
—¡Por supuesto que sí! —afirmó con felicidad acariciándoselo—. No por
nada he incrementado mis sesiones al bodypump.
—¿De verdad?
—¿Estás salivando?
—No —negó, tosiendo huidizo—. ¿Ya has terminado?
—Sí.
—Anda, volvamos allí y sigamos fingiendo ser una pareja feliz.
En realidad, en su caso bien podría ser una verdad a medias, porque Adam
no recordaba otro momento en el que se hubiera sentido tan feliz como
entonces. Lo único que le faltaba era ser una pareja de verdad.
Adam le instó a darse la vuelta hacia la puerta por la que tendrían que salir
y, sujetándola de los hombros, la guio con ligereza.
Era definitivo, había echado de menos viajar con ella a solas o al menos,
sin la intervención continua de ese idiota de Weiss.
***
Para cuando aterrizaron en Dubái, ya estaba anocheciendo. Ellie
contempló con asombro los edificios despuntando en el cielo y se sorprendió
porque algunos de los rascacielos le recordaban un poco a Nueva York. No
obstante, a simple vista la distribución arquitectónica de esa ciudad daba la
impresión de no encontrarse tan concentrada como pudiera haberlo hecho la
neoyorquina. A pesar de todo, se notaba que se había invertido una cantidad
ingente de dinero en ella, pues, a diferencia de lo que había esperado
encontrar, destilaba auténtico lujo.
Al igual que hubiera ocurrido en Las Vegas, aterrizaron en una pista
también privada, alejada del centro y en cuanto descendieron les estaba
esperando una limusina.
Nada más reparar en ella, Adam le dirigió una mirada rápida a Ellie,
preocupado por su reacción. La joven se encontraba hablando animadamente
con Marilyn y Dora, por lo que todavía no se había dado cuenta de ella. Sin
embargo, en cuanto lo hizo, Adam se percató de que tragaba saliva.
—Disculpa.
El señor Haik, que se encontraba a escasos metros de distancia siguiendo a
su jefe, se paró y se giró hacia Adam.
—¿Sí, señor?
—¿Hay mucha distancia entre el hangar y el lugar donde vayamos a
quedarnos?
—El señor Awad ha tenido la amabilidad de dispensarles un ala en su
hogar.
—Vale, pero ¿el trayecto es muy largo?
—Aproximadamente media hora, se trata de una zona restringida a las
afueras de la ciudad.
«Mierda».
Adam buscó a Ellie, quien, al escuchar dicha respuesta, había
empalidecido de forma considerable. La angustia inundó al pelirrojo, que
empezó a pensar a toda velocidad la posible alternativa para solucionarlo.
Antes de que saliesen de Las Vegas, Ellie le había confesado que había
vuelto a empeorar y le preocupaba que le afectase de la manera en la que
fuera.
—¿No podrían proporcionarnos una moto?
—¿Cómo dice, señor?
—Adam —le interrumpió Ellie con una sonrisa tensa y un apretón
repentino en el brazo—. No es necesario, cariño.
—Pero…
La joven intensificó su agarre y, negó con la cabeza, indicándole que no
dijese nada al respecto. Adam se calló, aunque con un gesto interrogante en el
semblante.
—Puedo apañármelas con esto.
—¿Estás segura? Porque podemos pedir otro transporte. Será muy rápido.
La expresión de Ellie se dulcificó al darse cuenta de la manera tan
sobreprotectora con la que la trataba. Esa actitud no podía ser fingida, porque
a raíz de que se hubieran vuelto más cercanos, Adam siempre había mirado
por sus intereses.
—Sí. Tranquilo.
Después de meterse en el interior de la limusina y arrancar rumbo hacia la
propiedad del señor Awad, la conversación se volvió animada en cuanto las
ancianas mandaron descorchar una botella de champán.
Por su parte, Ellie intentó aplicar varias de las técnicas que le había dado
su psicóloga para soportar esas situaciones, que para ella eran traumáticas.
Mientras realizaba los ejercicios de respiración correspondientes, sintió sobre
su cuerpo la mirada de Adam. A pesar de que participaba en la conversación
y se mostraba calmado, no había dejado ni un segundo de estar pendiente
silenciosamente de ella.
De alguna forma, que se encontrase a su lado, le transmitía una sensación
de calma dentro de toda la tormenta. Se estaba agarrando las manos con
fuerza para intentar aplicar presión suficiente en ciertos puntos y poder
concentrarse en ellos, cuando una gota de sudor descendió por su rostro. Ellie
ni si quiera se había dado cuenta de su existencia, por lo que solo se enteró en
el momento en el que sintió un pañuelo de seda sobre su piel.
Sorprendida, la muchacha se giró hacia Adam. En sus ojos azules aparecía
reflejada la más genuina preocupación.
—Estás sudando.
—Gracias.
—¡Oh querida! ¿Cómo no nos has dicho nada? ¿Tienes calor?
Ellie sonrió con debilidad y Adam frunció el ceño, disgustado con su
decisión tan innecesaria de sobreexponerse.
—S-sí, un poco.
—Creo que está puesto el aire, ¿no?
—Sí, pero muy bajo. Debe ser la menopausia, chico, pero yo también
estoy muerta de calor. ¡Haik! —le llamó Dora por el interfono—. Sube el
aire, esto es un horno.
—Pues yo no siento tantos calores como dices.
—Eso es porque en otra vida tuviste que ser alguna santa.
Las dos amigas siguieron hablando entre ellas, haciendo partícipe a Awad.
Mientras tanto, Adam decidió que no podía quedarse cruzado de brazos, así
que la cogió de la mano, ganándose una mirada desconcertada de la
muchacha.
—Aprieta si lo necesitas.
A pesar del terror que sentía, con esas palabras, Ellie sintió que algo en su
corazón se calentaba. No le hizo falta añadir nada más, se concentró en esa
sensación y luchó por mantenerla hasta que llegaron a su destino.
CAPÍTULO 23
«Cada una de las veces en las que paso por enfrente de una tienda de
golosinas londinense, me fijo en esos pequeños dulces duros denominados
Love Hearts. Me recuerdan mucho a ti, porque cuando me encontraba todavía
a tu lado, sentía ganas de decirte esas estúpidas frases empalagosas que
aparecen reflejadas en ellos. Menos mal que no estás aquí conmigo, de lo
contrario no sería capaz de aborrecerte».
E.H
Existen muchos tipos de amores diferentes. El amor de la amistad, el
fraternal, el familiar, el idílico y el animal, visceral o romántico, que araña las
paredes del corazón de todas las personas que tienen la capacidad de
experimentarlo. Ese que te consume el alma de pies a cabeza y alborota
cualquier pensamiento coherente, despojándolo de una causa tangible. Te
eleva sin comprender el motivo y te ciega, permitiéndote ver un único
objetivo: la persona que se ha adueñado de tu corazón. Su ánimo te afecta de
formas en las que jamás habrías imaginado con anterioridad, si dicho
individuo ríe, te inundará la felicidad, si llora, la angustia te carcomerá y si le
aterra algo, te infundirán unas ganas locas de arremeter contra lo que sea que
le haya desprovisto de su tranquilidad.
En esa limusina Adam podía escuchar tronar su corazón al mismo ritmo
que el de Ellie, si bien los motivos que le embargaban eran muy distintos que
los que habían ocasionado el malestar de la joven. Le carcomía el alma verla
así, siempre lo había hecho.
La primera vez que la viera bloquearse al entrar en un coche, le había
extrañado. No había comprendido que la secretaría que le habían endosado
hubiera temido a los coches y mucho menos cuando él mismo solía
desplazarse en ellos. No habría nada más incómodo que cargar con alguien
así, al menos ese había sido el primer pensamiento que le hubiera embargado
antes de poder conocerla en realidad.
Cuando logró darse cuenta de la envergadura del peso con el que parecía
cargar la joven, este suscitó su curiosidad y un sentimiento protector surgió
en él con naturalidad. Le daba ansiedad contemplar a alguien tan viva y
alegre como ella desmoronarse cada vez que tenía que subirse a uno. Por eso,
había intentado acompañarla a cada lugar al que fuera y traer consigo la
motocicleta.
No obstante, ahora se hallaban muy lejos del que hubieran sido un terreno
en el que él hubiera tenido la libertad suficiente para socorrerla en un caso
como ese. Ellie le había pedido que no dijera nada, parecía querer mantenerlo
en secreto a toda costa y Adam había decidido respetar dicha decisión.
El problema era que la angustia que una vez había experimentado en el
pasado, no tenía parangón con el acongoje que sentía en ese momento. Adam
deseaba encerrarla entre sus brazos y susurrarle que todo iría bien, ansiaba
desesperadamente calmar todas sus inquietudes y temores, pero no podía
hacerlo delante de todos esos desconocidos. Tendría que esperar para hablar
con la joven. Solo debería aguardarla con paciencia. Eso podía hacerlo, por
ella.
Cuando llegaron a la mansión despampanante, esta ni si quiera le llamó en
lo más absoluto la atención, Adam suspiró aliviado porque el coche se
hubiera detenido y le dirigió una mirada intranquila a la mujer que inundaba
cada uno de sus pensamientos.
Era su deber cerciorarse de que se encontraba bien o de que al menos lo
haría nada más bajarse de esa tortura que había resultado ser para ambos.
Ellie parecía descompuesta, su tez por lo general iluminada por la alegría
había empalidecido bastante. Adam admiró su templanza para aparentar
seguridad, cuando podía intuir que su mundo interior estaba hecho un caos.
—Espérame aquí sentada.
Un gesto de confusión cubría el rostro de Ellie, y Adam se adelantó a
Haik, que en ese momento abría una de las puertas de la limusina y se quedó
asombrado al reparar en que el siempre imponente señor Henderson salía
precipitado del interior y rodeaba el vehículo con decisión hacia la puerta de
la joven. Ignorando las exclamaciones femeninas provenientes de dentro, la
abrió para ella y le tendió la mano para que se bajase del coche, apoyado en
él. Adam reconoció la conmoción de Ellie, quien le estudiaba con intensidad.
—Adam…
—¡Ay por Dios! ¡Qué romántico! Tú padre hacía eso mismo conmigo.
Todavía un poco temblorosa, Ellie sujetó su mano y se dejó ayudar. Una
vez sus pies tomaron tierra firme, notó que sus pulsaciones paulatinamente se
estabilizaban. Adam podía estar fingiendo ser su pareja, pero Ellie sabía que
en el fondo el pelirrojo se preocupaba por ella de verdad.
Ninguno de sus acompañantes reparó en el malestar de Ellie, solo Adam lo
había hecho. Quizás fuera por el pasado que les unía en común o la manera
en la que sus vidas se habían entrecruzado como si fueran dos tranvías, que
hasta entonces habían recorrido caminos muy distintos y que por razones del
destino habían terminado colisionando. Desconocía el por qué y el cómo
había sucedido, pero Adam la leía de una manera en la que ni ella podría
haberlo descrito.
Si en realidad existía un escritor detrás del destino, le debía de estar
chivando todo a Adam Henderson, porque de otra forma, Ellie no podía
comprender que su cálida mano rodeándola se le antojase como una tabla de
salvación dentro de un mar embravecido.
En otro momento, se hubiera dedicado a contemplar y admirar los lujos de
la mansión en la que se encontraban, pero ahora no podía apartar su atención
de la mano masculina que no la soltó hasta que llegaron al interior.
Una vez estuvieron en la entrada, fue el momento de quitarse los zapatos,
imitó las acciones del resto y se calzó unos nuevos con motivos dorados de su
talla. A continuación, Adam volvió a cogerla de la mano.
El calor ascendió hasta sus mejillas y se reprochó su manera de actuar. No
debía comportarse como una adolescente enamorada por algo tan nimio,
cuando se suponía que el hombre que la estaba guiando por todos esos
pasillos lujosos y sinuosos era su prometido —falso— pero, al fin y al cabo,
prometido ante los ojos de los demás.
Adam solía emplear un paso rápido cuando habían viajado por Europa,
recordaba que a veces tenía que ir detrás de él y que la regañaba cuando no
andaba lo suficientemente rápido. Al principio había culpado a sus muslitos,
después se había resignado a llevarla casi siempre detrás.
Sin embargo, en la actualidad, se mantenía a su lado, siguiendo su ritmo,
permitiéndola que fuera ella quien marcase la velocidad. Nadie podía darse
cuenta de esos detalles, porque ninguna de esas personas los había conocido
hacía dos años, pero Ellie era consciente de cada uno de ellos y le sorprendía
que él actuaba con esa naturalidad.
Para cuando llegaron a un fastuoso salón recubierto, más grande que el
que sus hermanos y ella habían compartido en la propiedad de los Weiss,
Ellie se sentía tranquila y más calmada, a excepción de ese revoloteo
insidioso en su pecho por estar siendo sujetada por Adam.
En cualquier otro momento, Ellie habría retirado su mano, pero se suponía
que estaban actuando, así que la mantuvo donde se encontraba. Esa fue la
excusa que prefirió darse a sí misma en vez de prestarle la debida atención a
la renuencia que sentía cada vez que se imaginaba apartándose de él.
—Bueno, ahora que nos encontramos aquí, espero que mi hogar resulte de
vuestro agrado.
—Por supuesto, señor Awad.
Adam se limitó a asentir, apretando la piel de la muchacha. Le encantaba
poder tenerla de nuevo tan cerca de él y sin temor a ser interrumpidos por
molestos moscardones con apellidos irritantes.
—He mandado preparar…
El señor Awad interrumpió su frase ante la presencia de su asistente Haik,
quien, en silencio, le tendía un móvil en alto.
—¿Qué sucede, Haik?
—Los del proyecto Levenson requieren hablar con usted.
—¿Ahora?
Haik asintió con gesto culpable por haber interrumpido a su jefe.
—Sí, al parecer es urgente.
—Está bien —accedió y después se dirigió a Marilyn—. ¿Madre?
—¿Sí?
—¿Podría encargarse de ellos por mí?
—¡Por supuesto que sí! Ya sabes lo que me gusta hacer de anfitriona.
—De acuerdo, se los dejo a su cuidado.
Todos le observaron marchar por uno de los múltiples pasillos infinitos,
seguido de Haik, quien antes de girarse les despidió con una reverencia
escueta. Mientras tanto, Ellie reflexionaba sobre la posibilidad de adquirir un
GPS para orientarse por esa mansión.
La voz repentina de Marilyn captó sus atenciones.
—Como habréis visto, Abdel siempre está muy ocupado. De forma que, a
partir de ahora, me encargaré yo. Por supuesto, no soy mi hijo, pero os
aseguro que conmigo será mucho más divertido.
—Creo que primero deberías informarles de las reglas, Mary.
—¿Reglas?
—Oh, sí. Bueno, de comportamiento.
—Debéis de saberlas porque, aunque estéis prometidos, seguís siendo una
pareja, y yo ya cometí varias imprudencias en mi juventud.
—Es cierto.
Ambas ancianas sonrieron, ante la mención de Dora. Por su parte, Ellie no
podía imaginarse qué tipo de normas serían esas, más allá de la prohibición
de la convivencia en el pecado, llevar la cabeza cubierta o respetar su
religión.
—¿Por qué no los acompañamos a sus respectivas habitaciones y mientras
tanto les informamos sobre ellas?
—Buena idea, venid con nosotras.
Al indicarles que no compartirían el mismo dormitorio, el pelirrojo no
pudo evitar reparar en que Ellie suspiraba aliviada y una punzada de dolor
atenazó su corazón.
Ambos obedecieron y tomaron el pasillo opuesto al que se había marchado
el jeque minutos antes.
—Veamos, ¿por cuál debería empezar?
—Por la del código de vestimenta, seguro que nuestra joven amiga cree
que debe cubrirse la cabeza.
—¿No debemos hacerlo?
—No necesariamente. Solo si visitáis algún sitio donde debáis mostrar
respeto, como una mezquita. Ahí sí deberás hacerlo.
—Además, no debes olvidar que en Dubái el respeto es clave. Esto
implica que, aunque tengas la libertad para vestir como quieras, debes hacerlo
teniendo consideración por esos valores.
—Vamos, que si vais a algún lugar de ocio tipo centro comercial, parque o
lo que sea, no es correcto que lleves escotes, pantalones muy cortos o ropa en
la que pueda haber frases o imágenes irrespetuosas. Dubái es una ciudad
cosmopolita, en la que se mezclan diversas culturas, pero la religión principal
sigue siendo la musulmana.
—Ah, sí, si vistáis una dependencia pública lo correcto sería que fuerais
con un estilo más bien formal
—¿Y la playa?
—Puedes usar bikinis, aunque deberías llevar algo decente por encima.
—Tranquila, tampoco ardo en deseos de mostrar carne.
«¡Yo sí! Díselo, inepto» Hostigó Deseo.
—¿Por qué no?
—¡Adam!
Las risas de ambas mujeres resonaron por los pasillos al percatarse de que
Ellie le propinaba un codazo y en respuesta el pelirrojo la sonreía
enternecido.
—Ay el amor, ¡el amor!
—De igual forma no está del todo prohibido, pero nosotras siempre
aconsejamos llevar algo por encima.
—También necesitáis autorización para consumir drogas, alcohol y para
fumar.
—Estos desgraciados no permiten ni fumar en la vía pública. Solo
podemos hacerlo en los restaurantes de los hoteles y lugares así.
—¡Dora!
—Bueno ¿qué? Yo no tengo la culpa de que vivan amargados.
—Se trata de respetar su cultura.
—Ya, claro.
Tras un rato en el que tuvieron que subir unas escaleras hasta la tercera
planta y retomar otro pasillo interminable, Ellie estuvo escuchando un
resumen de reglas protocolares, así como diferentes curiosidades sobre la
ciudad.
Al final, tomaron un pasillo algo distinto a los que habían pasado. Las
paredes estaban recubiertas de tapices en los que había una serie de dibujos
irreconocibles para Ellie.
—Creo que era este pasillo.
—Si no lo sabes tú…
—¡La memoria de una ya no es lo que era! Y, además, de todas formas,
viniendo hacia aquí, he cambiado de opinión.
—¿Cómo dices?
—Este país ya tiene suficientes reglas sociales.
—No te sigo.
—Estos dos están comprometidos, por el amor de Dios, puede que de
puertas hacia afuera deban de respetar las normas que les he mencionado
antes, como, por ejemplo, restringirse las muestras de afecto desmedidas,
pero no voy a tenerles prisioneros en mi propia casa. ¡Faltaría más!
Compartiréis una habitación.
Ellie sintió que se quedaba de nuevo sin aire. ¿Iba a dormir en la misma
habitación que Adam? Había tenido la esperanza de poder disponer de su
propio espacio personal antes de seguir aparentando ser una pareja idílica.
Creía que con los valores tradicionales del señor Awad, jamás tendrían que
coincidir a menos que estuvieran en público, pero Marilyn, creyendo que les
estaba haciendo un favor, acababa de frustrar cualquier posibilidad de
libertad.
Los sentimientos encontrados se adueñaron de cada uno de sus sentidos. Si
iba a dormir con él, estaba segura de la manera en la que acabarían, por el
simple hecho de que ya había sucedido hacía dos noches. No iba a ser una
hipócrita, dentro de ella podía reconocer que ansiaba que sus manos la
recorrieran de arriba abajo, pero le aterraba la incertidumbre de cómo ese
intercambio afectaría a su corazón.
La noche en la que le había probado en el hotel, las sensaciones que había
creído estar reprimiendo a duras penas, se habían desatado con una fuerza
desmedida durante los minutos que duró la tortura a la que fue sometida por
su lengua.
¿Qué ocurriría si daba un paso más allá con él? Y lo que era peor, ¿qué iba
a suceder si sus verdaderos sentimientos se imponían sobre la farsa que
estaban tejiendo ante aquel público? ¿La ahogarían, consumiéndola hasta las
mismísimas cenizas de su ser? ¿Podría volver a respirar su propio aire,
después de volver a probar los labios de Adam?
No sabía la respuesta exacta a cada una de esas cuestiones, lo único que
experimentó fue un tirón expectante en su bajo vientre, que le indicó el
camino hacia todos los riesgos que conllevaba el deseo largamente
insatisfecho.
—Y ¿qué pasa si se entera Abdel, Mary?
—Eso —intervino esperanzada Ellie—. No creo que al señor Awad le
haga demasiada gracia que Adam y yo durmamos juntos, por todo eso de la
religión y sus costumbres.
—Me mudé a esta casa mucho antes de su concepción y os puedo asegurar
que en ella se ha probado el pecado varias veces. Además, Abdel no se
enterará jamás, esta es otra ala de la casa y él está demasiado ocupado como
para dejarse caer por aquí.
—¿Y los trabajadores?
Marilyn se echó a reír, parándose frente a la última puerta del pasillo, y
Dora la siguió no sin antes dirigirles una mirada sabedora.
—Como os digo, llevo mucho más tiempo viviendo aquí que mi hijo. ¿No
es evidente? Los tengo comprados.
—Nadie rechaza unas vacaciones extras —intervino Dora con una sonrisa
—. ¿Cierto?
—Ah, pues en eso tienen ustedes razón.
—Anda, venid a ver vuestra nueva habitación.
Las dos mujeres les hacían gestos con las manos para que se acercasen. A
Ellie no le hacía la menor gracia guardarle otro secreto más a Awad, ya
tenían suficiente con tener que fingir ser una pareja, como para también
compincharse con su madre y su tía en otra mentira.
Ellie le echó un último vistazo a Adam. Parecía imperturbable, como si
estuviera acostumbrado a hacer eso todos los días. Sin embargo, por la forma
en la que apretaba su mano, sabía que se encontraba igual de afectado que
ella.
Era un hecho. Pasarían esa noche juntos.
***
Después de compartir una cena en la que Ellie aprovechó para beber más
de la cuenta al tiempo que sorteaba preguntas incómodas sobre la forma en la
que se habían conocido y un sinfín se cuestiones más.
Al menos tendría que agradecer que el señor Awad no se encontraba allí,
de lo contrario habría tenido que apañárselas para hacer creíbles dos mentiras
diferentes. No recordaba que le hubiera costado tanto con Adam, aunque se
lo había pasado tan bien en ciertos momentos, que a veces se le había
olvidado. No obstante, ahora se encontraban en una situación muy distinta a
esa. Ya no eran jefe y empleada, sino socios tratando de convencer a un jeque
árabe y su familia de que estaban comprometidos.
Tras haber dado cuenta de los postres y realizar un comentario de
despedida jocoso en el que Dora insinuó que se lo pasaran bien esa noche,
Ellie se sirvió otra copa más. Minutos más tarde, las risas femeninas se
perdieron por los pasillos, propinándose codazos y miradas que no pasaron
desapercibidas para ninguno de los dos.
Adam se giró hacia ella. Se encontraba sentado a su lado y había sido
testigo de primera mano de cómo la botella de vino que habían insistido en
descorchar las ancianas bajaba con cada comentario subido de tono que las
mujeres les planteaban. El pelirrojo había decidido que no bebería demasiado
esa noche, pues Ellie ya había decidido hacerlo por los dos.
Le preocupaba su estado alcoholizado porque en el pasado, la muchacha
había demostrado que no gestionaba bien sus emociones con el alcohol.
—Ellie.
La susodicha ni le miró, sino que volvió a servirse otra copa más. Adam
arqueó una ceja al reparar en que se lo rellenaba hasta arriba.
—No puedo creerme que hayan prohibido el alcohol, las drogas y todo
eso, ¿qué se pensarán? ¿Qué los adolescentes no lo consumirán? Eso mismo
creía yo hasta que mi hermano se hizo más mayor, Chris se escaparía por la
ventana o sobornaría a algún guardia con tal de que le permitieran empinar el
codo.
—Ellie —comentó sujetándole de la muñeca con delicadeza antes de que
se lo llevase a la boca—. Ya está bien.
Por primera vez en esa noche, la mirada castaña de la joven se posó en él y
Adam percibió una sensación anhelante invadiendo cada recodo de su alma.
Demonios, no debería haberla tocado su suave piel. Apartó la mano como si
le quemase su mero contacto.
—Madre mía, Adam. ¿Qué vamos a hacer? —murmuró agitada— ¡Nos
han estado preguntando un montón de cosas y eso que ni el jeque estaba
presente!
—¿Eso es lo que te preocupa?
—Bueno no, no del todo. Ahora tendremos que subir al dormitorio y
dormir juntos, porque por las frases que nos soltaron estoy segura de que será
una cama doble. Quizás deberías dormir en el sofá o podría hacerlo yo.
«Si este señor pone un solo pie en mi cama, le saltaré encima cual gata
salvaje. Una tiene paciencia y contención, pero eso ya sería pasarse»
—Por ahora no pienses tanto en eso.
Adam le retiró la copa de las manos, para a continuación bebérsela él.
—¡Oye! Yo lo necesito más que tú.
—Que te crees tú eso… —susurró y tras tragar todo el vino, la contempló
con intensidad—. Nos vamos al dormitorio ya.
—¿Cómo dices?
Ellie pudo identificar un temblor en su voz. ¿Por qué estaba mostrándose
tan imperturbable? En un principio había creído que estaba igual de nerviosa
que él, pero tras la cena, solo exhibía un talante decidido.
—Esto es como destapar una tirita, Ellie. Tiremos de ella y destapemos la
herida.
—No acabas de comparar esto que sucede entre nosotros —comentó
señalando a la nada— con una lesión.
—No seas tan dramática. ¿Crees que te haría algo que tú no quisieras?
—Ese no es el problema.
Ellie quería responderle que la dificultad residía en el extremo opuesto de
aquella cuestión. Su principal problema era justo lo que quería y más en
concreto el deseo desmedido que sentía hacia ese hombre, el cual no había
logrado experimentarlo con ningún otro. Por supuesto, Adam no podía
enterarse de eso o todo por lo que se había esforzado hasta entonces se
derrumbaría con su presencia.
—Entonces ¿cuál lo es? Solo somos dos personas adultas que van a
compartir una habitación.
De improvisto, Adam la sujetó por la muñeca y la instó a levantarse. Aún
un poco afectada por el alcohol, le obedeció y siguió por los innumerables
pasillos.
—¿Si quiera sabes por dónde estamos yendo?
—¿Por quién me tomas? Por supuesto que sí, estuve prestándoles atención
cuando nos acompañaron hasta aquí, solo debemos realizar el recorrido
inverso.
—Yo necesitaría un mapa para no perderme.
—Por suerte me tienes a mí, te prometo que conmigo nunca lo harás.
Adam no lo podía saber, pero esas palabras encerraban mucha más verdad
que con las que las había pretendido cargar. Pudiera ser que estuviera
refiriéndose a ese contexto particular, sin embargo, hacia un tiempo que Ellie
se había percatado de que por mucho que se esforzarse en evitarlo, a su lado
siempre tendía a sacar a la vieja Ellie.
El resto del trayecto fue realizado en completo silencio. La joven trataba
de reprimir sus emociones, ambos habían dejado sus pertenencias en la
habitación con rapidez y desde entonces no habían vuelto a subir. Resultaba
evidente que habían estado eludiendo coincidir en ella a solas y lo habían
conseguido. Hasta entonces.
En el momento en el que Ellie reconoció el pasillo tapizado de dibujos,
supo que la puerta de su dormitorio se hallaba al final de este. A medida que
avanzaban, su corazón se desbocó.
—Espera Adam, espera, vamos a hablarlo antes.
—¿El qué?
A pesar de la pregunta, el pelirrojo la obedeció y, para alivio suyo, detuvo
su caminar.
—¿Estás de broma? ¿Piensas entrar sin más?
—¿Prefieres iniciar un debate aquí mismo?
Adam señaló las puertas que les rodeaban, transmitiéndole un mensaje
claro: no era el momento ni el lugar. Desconocían quién podría estar
alojándose en los otros dormitorios, por lo que no sería prudente revelar
ninguna información que pudiera comprometer su estancia en la mansión.
—Vale. Tienes razón.
Una vez se encontraron en el interior de la inmensa habitación, Ellie se
dejó deslumbrar por segunda vez en aquel día por la decoración árabe. Desde
los azulejos dorados con motivos geométricos cubiertos por una alfombra
berebere hecha de lana de oveja, hasta los frisos de las paredes y del techo
conferían una imagen como si estuvieran en un palacio. Otro de los
elementos arquitectónicos que destacaba tanto en las ventanas como en las
puertas del interior era que estaban construidas en forma de arco de medio
punto. Todo el mobiliario hacía juego con los colores dorados del suelo,
aunque lo que más le había llamado la atención a Ellie era la bañera con
hidromasaje.
«Diablos, si no tuviera que compartir la misma estancia con Adam, podría
sentirme como la maldita princesa Jasmín, solo me falta el tigre Rajah. Ay
no, por la forma en la que me está mirando bien podría ser un felino»
Ellie carraspeó incómoda y le dirigió una mirada rápida a la cama
gigantesca. La colcha dorada invitaba a cualquiera a dejarse caer sobre ella.
Si no estuviera tan nerviosa por la presencia de Adam, Ellie ya se habría
lanzado a esta con ímpetu. Se moría de ganas por probarla, tenía pinta de ser
muy mullida. No obstante, todavía quedaba un escollo por delante.
—¿Quieres que la sorteemos? Podemos echarlo a piedra, papel o tijera.
—¿Por quién me has tomado? ¿Ahora somos infantes?
—Pues es el mejor azar.
—No voy a disputarme la cama contigo. No soy el monstruo que me
crees.
—¿Entonces? ¿Qué hacemos?
—Yo dormiré en el sofá y tú te quedas con la cama.
—¿Tú? ¿En un sofá?
—Sí, ¿qué pasa?
—No nada.
—Venga, suéltalo.
—Es que me extraña que con lo exquisito que eres para ciertas cuestiones
como el descanso, quieras dormir en el sofá.
—No es mi sueño de niño, la verdad. Si hago esto es por ti.
—¿Por mí?
—Sí.
—No me importa quedarme con el sofá, Adam. Parece más cómodo de lo
que era mi antigua cama. Yo estoy acostumbrada a otro tipo de vida diferente
a la tuya.
—Me da igual a lo que te hayas habituado, no dejas de ser una mujer y no
voy a permitirte que te dejes la espalda en el maldito sofá.
Las mejillas de Ellie se enrojecieron por la fiereza con la que defendía tal
argumento. Sin embargo, se veía en la obligación de insistirle una última vez.
—No digas tonterías, Adam, ese pensamiento es muy anticuado y, de
todas maneras, he sido yo la que te ha embarcado en este viaje.
—No has sido tú el artífice de esta mentira, sino el idiota de tu novio.
Al pelirrojo le dolía conferirle ese apelativo a la escoria de Weiss. El único
motivo por el que lo hacía era para no lanzarla sobre la cama y tomarla
repetidas veces, como había deseado hacer desde que traspasaran la puerta.
Pudiera ser que fueran una pareja abierta y toda esa basura que predicaba,
pero Adam no iba a aprovecharse de ella, pues se la veía bastante incómoda y
nerviosa desde que habían llegado.
—Aun así…
—Ellie, déjalo ya. No pasa nada. Prepárate y vete a dormir.
Quizás era el momento de hacerle caso y permitirle dormir en el sofá. De
todos modos, no le queda otra alternativa, que no supusiera un riesgo. Ellie se
dirigió hacia donde había dejado su maleta, no sin antes realizarle un
comentario mordaz antes de pasar por su lado.
—Eres un mandón.
Adam sonrió y la observó depositar su equipaje sobre la cama. A
continuación, escarbó en su interior abierto y extrajo varios de los enseres del
aseo.
—¿Acaso te extraña?
—La verdad es que no.
Sin añadir nada más, Ellie se encerró en el baño. Con media botella de
vino en el organismo se sentía un poco mareada, pero tenía que seguir la
misma rutina de noche que se basaba en contactar con sus hermanos. No
importaba si les había llamado hacia pocas horas. En la medida de lo posible
le gustaba realizarles un seguimiento continuado a sus pequeños.
La primera en contestar fue Ada, su imagen inundó el móvil de Ellie y el
buen humor embargó a la muchacha.
—¡Ada! ¡Buenas tardes!
—Ellie, si solo han pasado dos horas. ¿Ha sucedido algo?
—No, no, es que como tenemos ocho horas de diferencia quería
aprovechar a llamaros todo lo que pudiera.
—¡CHRIS! —gritó, girándose hacia atrás—. Ven aquí, Ellie ha llamado.
Ellie observó que su adolescente venía corriendo hacia el móvil y sonrió.
Al cuerno con el amor romántico, el verdadero querer se encontraba en el
corazón que se le aceleraba cada vez que veía a alguno de sus diablillos.
—¡Ellie! ¿Qué tal por Dubái? ¿Cuándo vuelves? Por favor, no tardes
mucho. Te echo de menos.
—Deja de dorarle la píldora a nuestra hermana, eso no va a eximirte de tus
pecados.
—¿Pecados? —graznó Ellie horrorizada—. Chris, ¿qué has hecho ahora?
—¡Cállate, Ada!
—Ada, ¿qué es lo que hizo? Suéltalo todo. ¿Le habéis estado dando guerra
a la señora Weiss?
—¿Yo? A mí no me metas en ese saco.
—¿Y a mí sí?
—¿A quién si no? —espetó Ada, sacándole la lengua—. ¿A Papá Noel?
—Oye, pues quizás.
—Os voy a pedir por infinita vez que os comportéis bien. Recordad que no
estamos en nuestra casa.
—Si yo me porto estupendamente bien.
—Tranquila, Elllie, yo le meteré en vereda.
De repente, una alarma sonó, sobresaltando a las dos muchachas.
—¿Qué es eso?
—¡Mi alarma!
—¿Para qué?
—He quedado con mis colegas para jugar unas partidas.
—¿Otra vez al Overwatch?
—¡Sí! —exclamó, algrándose de que su hermana mayor recordase ese
dato tan superfluo—. Mañana hablamos más, Ellie no olvides traerme algo
chulo de Dubái. ¡Te quiero!
En cuanto el pequeño desapareció escaleras arriba, Ada le dirigió una
última mirada y murmuró negando con la cabeza:
—Con razón después se zurra con esos malotes.
—¡¿Se ha peleado?!
—No, no. Me refería en el videojuego. Tranquila, a pesar de sus muestras
de rebeldía, se está portando bastante bien.
—Entonces ¿por qué no le refuerzas? Ya te dije antes de irme que le venía
bien escuchar cosas positivas y no todo negativo, lo leí en ese artículo el otro
día.
—Porque ya se lo tiene suficiente creído como para inflarle más el ego.
Los tipos no necesitan que les estemos bailando el agua cada dos por tres y
no olvides que Chris es un hombre, por mucho que sea nuestro hermano.
Necesita mano dura.
—¿Tú dándole mano dura? Déjame reírme, eras la primera en necesitarla.
—¡No estamos hablando de mí! Lo que me recuerda que quizás
deberíamos centrarnos en ti.
—¿En mí?
—Claro, no creerás que no me he percatado, ¿no?
—¿De qué?
—He notado ese ligero ceceo que solo puede ser característico de
cualquier marinero borracho, pero como soy tu hermana y te quiero,
igualmente te lo preguntaré ¿Has bebido?
Ellie tragó saliva nerviosa. No era ese el ejemplo que quisiera darle a Ada,
por mucho que se apoyase en ella para cuestiones relacionadas con
Christopher, seguía siendo su pequeña.
—No, por supuesto que no —negó a duras penas, más al observar que Ada
subía una ceja, cuestionándose la veracidad de sus palabras, claudicó por lo
bajo—. Bueno, un poco sí, es que estoy nerviosa.
—¿Por qué? ¿Te está costando mantener la farsa esa que te has montado
con el idiota?
—Ese es solo uno más de los problemas.
—¿Entonces?
—¿No se supone que esto son los Emiratos Árabes?
—Supongo, tú eres la que está allí.
—Pues es que yo creía que dormiríamos en habitaciones separadas, por
todo eso de la religión.
—¿Y no es así?
—¡No! —exclamó mortificada—. Resulta que la madre del jeque nos ha
asignado una para compartir.
—¿Y su hijo lo sabe?
—¡Por supuesto que no!
—Ay, mira qué interesante. ¿Sabes? Creo que deberías aprovechar esta
nueva oportunidad como una forma de seguir adelante.
—¿Y eso cómo lo hago?
—Tu problema es que quizás idealizaste los momentos que compartiste a
su lado, ¿no?
—No lo sé. ¿Qué es lo que propones?
—Tíratelo.
Ellie trastabilló y tiró una cajita que se encontraba sobre un mueble
cercano. Con rapidez, se agachó a comprobar su estado.
—¡Ay no! ¡Seguro que cuesta una pasta!
El estruendo y su grito alertaron a Adam, quien llamó a la puerta con
evidente preocupación.
—¿Ellie? ¿Va todo bien?
—Sí, sí. Salgo en un rato.
—¡Anda mira por dónde! Si está ahí ya el pelirrojo amargado —exclamó
Ada y Ellie la mandó callar por señales—. Reconocería esa voz en cualquier
lado ¿Por qué no me haces caso y te lo…
—¡Hablamos mañana! —la interrumpió ansiosa de que pudieran ser
escuchadas—. ¡Te quiero! ¡Adiós!
Dicho esto, la colgó, temerosa de que se hubiera filtrado la voz por la
pared y que este se hubiera enterado de todo. En esta ocasión, ni se sintió mal
al despedirse con esa rapidez de Ada, a pesar de haber sido una de las
cuestiones por las que más había regañado a Chris. Al menos sus motivos
eran más loables que irse a jugar con los amigos.
Con un suspiro, se desvistió y procedió a tomar una ducha. A veces Ada
podía pecar de ser demasiado práctica en sus asuntos privados, pero ella era
totalmente opuesta a la mediana.
Si sucumbía a sus deseos por Adam, no lo superaría, sino que lo haría con
todo, incluso si al hacerlo se arrasaba buena parte de su corazón.
***
Mientras Ellie utilizaba el servicio, Adam la esperaba paciente
preparándose la improvisada cama. Había encontrado unas sábanas en un
cajón de la cómoda, así que para cuando la joven salió, le había dado tiempo
a cubrir el sofá con estas e incluso se había hecho con un almohadón bastante
cómodo. También le había dado tiempo a deshacer la maleta por completo.
Aquella noche iba a resultar un sufrimiento para él. La frasecita famosa
«tan cerca, pero a la vez tan lejos» se aplicaba a la perfección en su caso.
Resignado, se sentó en él para probarlo.
—¿Es cómodo?
«Está más duro que una piedra»
Descalza, Ellie estaba terminando de cepillarse el pelo humedecido por la
ducha. Adam tuvo que inspirar aire con profundidad, había reparado en que
iba ataviada con un pijama negro de estrellas cortísimo, que permitía atisbar
cada una de sus deliciosas curvas. Adam ansiaba depositar pequeños besos en
el ombligo expuesto y la carne que lo rodeaba. El top de tirantes a juego
revelaba un precioso cuello que había tenido la oportunidad de lamer y besar
en el pasado.
Adam tragó saliva, anhelante por poder acariciar de nuevo esa piel
cremosa. En un esfuerzo titánico, se forzó a sí mismo a sonreír, mientras se
preguntaba cómo diablos había acabado envuelto en esa odisea.
—Sí, mucho.
La joven no parecía muy convencida de que le estuviera diciéndole la
verdad, pero la otra alternativa sería cambiárselo y él la había rechazado
múltiples veces.
—Está bien. Puedes usar ya el baño.
—Vale. Gracias.
Ellie huyó en dirección a la cama y se subió en ella. Esta era tan blanda,
que se sentía como si estuviera en una nube. No estaba disfrutándolo tanto
como debería, pues en su mente aparecía reflejada los ojos aguamarina de
Adam.
No era ninguna ingenua, se había percatado en que no había dejado de
estudiarla de los pies a la cabeza, aunque hubiera intentado fingir que no lo
hacía. Quizás no tendría que haber metido ese pijama, pero era el más
cómodo y fresquito que poseía. Además, no había esperado dormir en la
misma habitación con él.
Aún recordaba el motivo por el que lo había comprado en aquella tienda
londinense: le recordaba a esa parte de su vida que había compartido con él,
en la que Adam le había contado historias sobre las constelaciones.
Cerró los ojos, dejándose llevar a duras penas por los recuerdos, y no fue
hasta que tiempo después Adam apagó la luz y le escuchó tumbarse en el
sofá, que trató de conciliar el suelo.
Nerviosa, comenzó a dar vueltas en la cama. Era gigantesca para ella, ni si
quiera en la casa de Ethan tenía una cama de esas dimensiones. Asimismo, la
presencia silenciosa de Adam la angustiaba.
¿Estaba siendo una estúpida, guiándose por los prejuicios? Él mismo le
había dicho que iban a ser dos adultos compartiendo dormitorio. ¿Por qué
tendría que creer que ocurriría al igual que en las películas o novelas? ¿No
era ese un pensamiento muy infantil? ¿Y si cabía la posibilidad de que ambos
consiguieran mantener al margen las emociones que le despertaba el otro?
Estas cuestiones no cesaban de asaltarle, preocupándose de que él pudiera
pasar una mala noche durmiendo en el sofá y ella no lograse pegar ojo por
montarse una serie de castillos imaginarios.
Decidida, Ellie se incorporó en la cama y encendió la luz. Adam reaccionó
en el mismo instante. Lo primero que vio fue la cabeza pelirroja, y después su
expresión confundida.
—¿Qué es lo que sucede?
—Yo…
—¿Sí?
—Me siento culpable.
—¿Por qué?
—Bueno, tú estás ahí y yo en este pedazo de cama para mi sola. Si fuera
alguien rencorosa, podría consolarme el hecho de que la primera noche que
pasamos en Roma me asignaste una habitación horrible, pero no lo soy,
entonces me siento mal.
—Ellie, ya te he dicho que no pasa nada.
—No, escúchame, esta cama es muy grande. Quizás podríamos dormir sin
tocarnos. ¿Qué te parece si construimos un fuerte de almohadas y dividimos
la cama?
Adam se obligó a serenarse, lo que le estaba ofreciendo era una auténtica
tentación y no estaba del todo seguro de que ella supiera si quiera sobre los
efectos que había ocasionado en su interior dicha propuesta.
—Ellie.
—Si hace falta construiré la mismísima muralla china por dentro.
—Ellie.
—¿Sí?
—¿Te has mirado en el espejo esta noche?
Ellie frunció el ceño, sin comprender a qué diablos venía esa frase.
—¿Cómo?
—Te lo pregunto, porque creo que no te has dado cuenta de lo preciosa e
irresistible que estás con ese pijama. Si estoy rechazando tu amable
invitación, no es porque no desee dormir contigo, daría a la beneficencia todo
mi patrimonio con tal de poder hacerlo, pero ambos sabemos muy bien qué es
lo que sucederá si acepto entrar en esa cama contigo.
—Tú…
—No importarán los metros que existan entre nosotros, ni las sábanas que
puedan separarnos. Si me tumbo ahí contigo esta noche, se acabó para los
dos.
La muchacha se ruborizó profusamente. Las palabras se esfumaron de su
mente en el acto y le temblaban las piernas descontroladamente. Como ella se
mantuvo en silencio, Adam tomó la voz cantante.
—Anda, voy a apagar la luz, trata de dormir un poco. Te vendrá bien
descansar, tienes que empezar a regular el jetlag o mañana estarás como si
fueras una zombi.
A pesar de que Adam les sumió en la oscuridad —a excepción de la luz de
la luna que se colaba por la ventana— Ellie se sentía incapaz de dormir esa
noche y mucho menos, después de esa declaración tan sincera.
Los recuerdos difuminados de las noches compartidas juntos estallaron
contra su raciocinio, sepultándola en la frustración de un deseo insatisfecho.
***
Al día siguiente, el jeque volvía a estar ocupado en sus negocios. Al
parecer había surgido un problema de última hora con un proyecto, por lo que
le había encargado la presentación de la ciudad a su madre y su tía.
Ellie tenía sentimientos encontrados sobre la noche anterior, pues si bien
no había pasado nada entre ellos, estarían compartiendo habitación durante
una semana. Su parte más racional le indicaba que era una locura dormir con
él sin que pasara nada, pero esa fracción más visceral y primitiva, la instaba a
ir a por aquello que deseaba y lo cierto era que le ansiaba a él.
Al menos, agradecía que en los sitios públicos a los que los llevaron, se
veían obligados a restringir al máximo las muestras de afecto, de tal manera
que, para no llamar la atención, se habían limitado a pasear agarrados de la
mano en ciertas ocasiones.
No obstante, al caer la noche, el jetlag y las horas de sueño perdidas la
noche anterior, hicieron mella en Ellie, quien, al llegar de vuelta a la
mansión, les comunicó a ambas mujeres que no se encontraba bien y que, si
la disculpaban, preferiría tomar algo ligero en la habitación.
Ninguna puso reparo alguno y, de hecho, instaron a Adam a acompañarla
en el caso de que requiriera de asistencia.
Al final, ambos terminaron en la habitación por segunda noche
consecutiva.
—¿De verdad te encuentras mal?
—Sí, me duele la cabeza.
—Quizás deberíamos llamar a un médico.
—No, no. Supongo que será por el jetlag.
—¿No conseguiste dormir anoche?
Ellie desvió la mirada, incómoda. Quería gritarle que no había conseguido
pegar ojo por culpa de las palabras que le había lanzado a la cara sin ninguna
consideración hacia su persona. ¿Qué se creía ese hombre? ¿Qué era de
piedra?
—No mucho.
—¿Qué te ocurre?
—Yo…
Adam la vio dudar y se acercó aún más. La intranquilidad que
experimentaba con su silencio le estaba matando.
—Ellie. Dime.
La joven tuvo que improvisar, porque decirle «no estoy bien ni puedo
dormir porque me pones caliente como una maldita perra» no parecía ser del
todo correcto o educado. Como no deseaba mentirle de nuevo, procuró que su
excusa se ajustase todo lo posible a la realidad.
—Me da miedo dormirme.
—¿Por qué?
—Estos últimos días he estado teniendo pesadillas y me despierto todo el
rato. No quiero arrastrarte conmigo también.
El pelirrojo suspiró aliviado. Bueno, al menos era algo normal con lo que
sí se sentía capaz de lidiar.
—Está bien. Prepárate.
Ellie frunció el ceño, perdida. Él se mostraba con tal seguridad, que Ellie
ni comenzaba a cavilar qué era lo que pretendía hacer.
—¿Cómo?
—¿Las mujeres no tenéis una rutina de skincare o algo así?
—Adam, jamás te hubiera imaginado preguntándome eso, ¿desde cuándo
te interesan esas cosas?
—Desde que has vuelto. Ahora, venga —le animó moviendo la mano
hacia su rostro para imitarla—. Haz lo que sea que tengas que hacer y
avísame cuando termines.
—¿Por qué?
—Te voy a ayudar a dormir.
—¡De ninguna manera! —negó ferviente tapándose el cuerpo con las
manos—. Dijiste que no dormirías conmigo por precaución, ya sabes, por
todo eso del posible sexo desmedido.
—Eso era anoche, cuando llevabas ese dichoso pijama. Ahora con ese
chándal es otra cosa —indicó señalando la camiseta de manga corta blanca y
los pantalones Nike beis que se acababa de embutir—. De todas formas, no te
equivoques, con ropa deportiva, pijama o lo que fuera, te haría eso y más de
lo que estás imaginando, pero la verdad es que te hice una promesa.
Lo que le acababa de decir se trataba de una excusa, que la muchacha
necesitase de sus cuidados funcionaba bastante bien regulando sus bajos
impulsos. No obstante, no podía transmitírselo de ese modo, pues era tan
cabezota e independiente que, si aseguraba en voz alta que tenían que
atenderla, se cerraría como el caparazón de una ostra.
—Si acabas de decirme eso, significa que no estaba muy equivocada sobre
tus intenciones.
—¿Cuándo te he hecho algo que no me has pedido, Ellie? Todo lo que
hicimos en el pasado fue con tu consentimiento de antemano. Yo me muevo
desde el respeto, no concibo otra cosa. Ahora deja de ser tan cabezota, confía
en mí y ve al baño si lo necesitas.
—E-está bien.
Indecisa sobre si estaba haciendo lo correcto, pero cansada por no poder
dormir bien, fue al servicio a hacer pis y, después de lavarse las manos,
regresó a la habitación. La imagen que se encontró ante ella la deslumbró.
Adam se hallaba tumbado en la cama —vestido gracias a todos los cielos
— y parecía estar esperándola. No, no, no. De ninguna maldita manera se
metería en esa cama. Pudiera ser que ella misma se lo hubiera propuesto la
noche anterior, pero eso era algo diferente por completo, ya que había
ofrecido llenar la cama de almohadas de por medio. Sin embargo, en ese
momento esta última se encontraba desprovista de cualquier elemento
separador y eso solo significaba que ninguno de los dos terminaría bien,
porque en su mente todas las fantasías que se habían montado con él siempre
concluían en lo mismo, sexo desenfrenado.
—¿Ya está? Sí que has sido rápida.
—¿Qué se supone que haces ahí tumbado?
—Ven aquí.
—Creo que tenías razón, no deberíamos coincidir en la misma cama.
—A ver Ellie, si estamos fingiendo ser una pareja feliz, vas a tener que
acostumbrarte a esto.
La joven entrecerró los ojos, sin fiarse de sus intenciones y Adam tuvo que
reprimir una carcajada por lo dulce que podía ser sin ni si quiera darse cuenta
de ello.
—¿A dormir contigo?
—A estar muy cerca de mí, así que ven aquí de una vez. Tenemos que
practicar.
Ellie se acercó un poco más, vacilante. La imagen que confería le recordó
a un cervatillo perdido.
—De verdad, venga, ven. Juro que no te tocaré de la manera en la que
estás pensando.
Al final, la joven claudicó, se subió sobre la cama y se metió bajo las
sábanas deshechas, tratando de poner distancia entre ellos. Adam, que
permanecía sobre la colcha, se acercó a ella y le acarició el pelo.
—Oye, dijiste que no me tocarías.
—De la forma viciosa en la que estabas imaginándote.
—Ah.
Después de un rato, masajeándole el cuero cabelludo, escuchó un suspiro
que escapaba de su boca.
—Verás, hace un tiempo, leí un estudio sobre los beneficios relajantes que
tiene acariciar el pelo, el estrés no solo se acumula en el cuello y la espalda,
sino también aquí. Además, las mujeres que lleváis la coleta tan apretada, es
probable que tengáis dolores de cabeza.
—¿Lees sobre ese tipo de artículos? —preguntó extrañada—. Ay, la
verdad es que sienta bien.
—¿Sí? ¿Te gusta?
—Mucho.
—Mira que eres desconfiada —la regañó apretando en una zona,
guiándose por el sonido que emitía ella. Tras unos segundos, se atrevió a
preguntarle en un murmullo—. ¿Quieres hablarme sobre esas pesadillas?
Adam notó en sus manos, que se ponía en tensión y procedió a masajearle
el cuello, buscando aliviarla.
—Otro día.
—Está bien. Entonces, ahora cierra los ojos.
Como no le respondió, Adam intuyó que le había obedecido, por lo que
prosiguió acariciando y masajeando a partes iguales. De inmediato, la voz de
la muchacha volvió a llamarle.
—Adam.
—¿Sí?
—Gracias.
No mucho tiempo después, la respiración irregular de la muchacha le
indicó que había caído dormida entre sus brazos. Adam cesó en sus caricias y
con extremo cuidado de no despertarla, alejó sus manos, reflexionando sobre
su siguiente paso. Quizás debería marcharse de allí, no tenía la intención de
propasarse con ella de ningún modo, así que trató de levantarse con lentitud.
Sin embargo, no llegó muy lejos, pues Ellie le pilló desprevenido,
girándose hacia él y abrazándole de improvisto por la cintura.
«Mierda, y ¿ahora qué se supone que debo hacer?»
Adam trató de desprenderse de su agarre con sutileza, pero tampoco
funcionó esa acción. La mujer reforzó su agarre y suspiró complacida. Su
aroma natural le llegó de improvisto y Adam se recreó durante unos segundos
en él. No la tocaría, no. Por mucho que el aliento cercano de su boca
impactase contra él, desbordándole los sentidos, Adam se comportaría como
el caballero que se preciaba de ser.
Entre sueños, Ellie había pegado su cuerpo al de él y al pelirrojo le estaba
costando razonar. Con un esfuerzo sobrehumano del que podría considerarse
un santo, se puso boca arriba y, todavía siendo abrazado por la muchacha,
exhaló derrotado. Esperaba que, a lo largo de la noche, decidiera moverse de
manera que pudiera aprovechar ese momento para huir. Mientras tanto, se
sometería gustoso a esa tortura que le había impuesto sin ni si quiera ser
consciente de ello.
Al menos, había conseguido lo que se había propuesto: ayudarla a dormir.
CAPÍTULO 24
«Algunas de mis nuevas secretarias me miran extraño por pedirles que cada
mañana me preparen chocolate con nubes, supongo que piensan que me van a
estallar las arterias y, para ser franco, yo también lo creo, aunque por motivos
muy distintos al colesterol»
A.H
Marlise Hofer y Frances Chen, investigadoras de la Universidad Britsh
Columbia, llevaron a cabo un experimento en el que tomaron como muestra a
ciento cincuenta y cinco participantes que se encontraban en una relación
romántica estable. A cada pareja se le entregaron dos camisetas, uno de los
individuos dormiría con una prenda nueva y el otro tendría que hacer lo
mismo con una camiseta que hubiera llevado puesta su pareja durante
veinticuatro horas y que había sido congelada para preservar el olor.
Los resultados extraídos de esta investigación demostraron que aquellos
integrantes de la pareja que habían dormido con la camiseta usada por su
compañero/a habían logrado conciliar el sueño más rápido y con mejor
calidad de lo que solían hacerlo normalmente. Lo curioso de ello, era que
muchos de ellos aseguraban que no habían logrado distinguir cuál era la
nueva de la usada. Por lo tanto, se evidenció que la esencia de la persona
amada podía tener el efecto de un poderoso somnífero y supondría un
potencial remedio contra el insomnio.
Hubiera sido interesante que Ellie participase en ese estudio, de esa forma
quizás le habría permitido descansar un poco más a un pelirrojo ojeroso, que
escuchaba latir su corazón con la paciencia de un monje budista. Con el paso
del tiempo, se había resignado a la delicada situación en la que se había visto
envuelto por tratar de ayudarla.
Adam se sentía como si le hubieran metido una paliza entre siete
mafiosos. Con Ellie aferrada a su cintura y su dulce aliento impactando
contra su rostro, Adam no había logrado conciliar el sueño.
Se había pasado toda la noche esperando a que la joven le soltase en
alguno de los giros que solía dar. Sin embargo, nada se había dado como
Adam había previsto y había acabado con todos los músculos agarrotados del
sobreesfuerzo que tuvo que realizar para no tocarla ni lo más mínimo.
De vez en cuando, Ellie murmuraba el diminutivo del mote con el que le
gustaba hacerle de rabiar y Adam, a pesar del agotamiento que
experimentaba, la contempló con diversión. ¿Desde cuándo soñaba con él?
No es que tuviera queja alguna por eso, pero al menos podría no recurrir con
tanta asiduidad a ese dichoso mote. Él no era ningún pez, tenía muy buena
memoria. Si iba a compararle con algo, ¿no podría ser con una mantis
religiosa? Aunque bueno, los machos de esa especie no tenían buen final con
sus respectivas parejas. Entonces quizás lo más adecuado sería un león, que
solía ser bastante protector y territorial. Sí, eso mejor.
En esas se encontraba, tratando de definir cuál sería el mote más idóneo,
hasta que tuvo que ser el sol el que lo rescatase, pues al impactar contra el
rostro de Ellie, molestándola, provocó que esta se removiera y le soltase
mientras se giraba, evitando de manera inconsciente la luz. Adam sonrió
extenuado. Lejos había quedado la época en la que le ordenase nada a Ellie,
en la actualidad se veía incapaz hasta de negarle su presencia incluso si con
ello atentaba contra sus propias horas de sueño.
Al levantarse de esa cama, Adam sintió como si se rompiera algo en su
interior. ¿Quién podría entenderle? Había estado toda la noche tratando de
huir de ahí y cuando podía hacerlo, notaba como si un hilo imaginario tirase
de él hacia ella. Pasándose una mano por la cara, luchó por espabilarse. Era
buen momento para dejar las tonterías a un lado. Con toda probabilidad el
estudio ese del sueño se podría aplicar a su persona también, ya que la
esencia dulzona de Ellie le estaba impidiendo despejarse la mente como
debería.
Sin hacer el mínimo ruido, se bajó de la cama como pudo, determinado a
regresar al sofá que se había convertido en su nueva cama improvisada, pero
justo en ese mismo instante, sonó el teléfono de la mesilla de noche. Adam
trató de correr hacia él para que no despertase a la joven, aunque llegó
demasiado tarde.
Una muy despeinada y dormida Ellie se incorporó de improvisto,
emitiendo un grito sonoro, al tiempo que agarraba con ambas manos a la
nada.
—¡NO! ¡Ethan suelta mi pastelito!
Sin embargo, en cuanto su mirada somnolienta recayó sobre Adam, que
estaba intentando cesar el estruendoso ruido del teléfono, se contemplaron
con confusión. El pelirrojo sonrió a duras penas.
—Me alivia un poco que ese sea el tipo de sueños que sueles tener con ese
idiota.
—¿Cómo dices?
—¿Te estaba robando comida? ¿Por qué? ¿No será por la estúpida dieta
que te obliga a hacer?
Ellie no le reconocería ni muerta que estaba en lo correcto y que había
estado reviviendo en sueños una de sus peores experiencias en Londres, en la
que Ethan le había pillado su arsenal de pasteles escondido en una de las
aberturas que había tras uno de los cuadros de Joachim Beuckelaer.
Ethan le había regañado por la obviedad del escondite. Al parecer,
esconderlo detrás del cuadro Mujer del mercado frutas, verduras y aves no
era la gran idea que ella había creído que sería. A pesar de todo, Ellie lo había
considerado muy divertido por la ironía que suponía que todos esos alimentos
saludables mimetizasen el tipo de comida que le ayudaban con su estado
anímico, aunque no con su peso. «Ojos que no ven, corazón que no siente» y
todo eso.
Por supuesto, su buen humor se le fue al garete, en el mismo instante en el
que tiró los pasteles por el retrete. Faltó muy poco para que ese día Ellie
asesinase a Ethan, quien había tenido que huir de su propia casa, después de
que la muchacha se convirtiera en una terminator vengativa, que le perseguía
al grito de: «desgraciado, ¿cómo te atreves a tirar cincuenta libras en comida
por el cuarto de baño? Te voy a destrozar y después presentaré tus huesos
como muestra de respeto a la reina. Seguro que ambas nos reímos mucho
tomando el té sobre tus restos».
Sin duda, no era una anécdota que contarle. El estridente sonido de una
llamada entrante volvió a inundar la estancia y Ellie señaló el cacharro que le
había interrumpido el sueño.
—El teléfono.
—¿Quién debería cogerlo? ¿Tú o yo?
—¿Y eso qué más da?
—Bueno, ¿y si es el jeque? No debe enterarse que estamos quedándonos
juntos.
—Si piensa que esta es mi habitación dile que me asignaron otro cuarto.
—Así que has decidido tú sola que sea yo quien coja el teléfono.
—¡Va a dejar de sonar! Hazlo.
—Está bien.
Adam obedeció como un impulso, preguntándose en qué momento se
habían invertido las tornas y ahora era esa mujer quien le daba órdenes como
si de una pequeña dictadora se tratase.
—¿Sí?
—Siento llamaros tan pronto, espero no haberos despertado.
La voz de Marilyn se abrió paso por el auricular y Adam suspiró aliviado.
—Sobre eso…
—¿Lo hice? ¡Lo siento mucho! Es que ayer Ellie parecía no encontrarse
muy bien y creo que lo mejor para combatir el jetlag sería empezar a
acostumbrarse al nuevo horario. Os esperamos abajo para desayunar.
Sin dejarle opción a réplica, le colgó, dejando solo a Adam para
enfrentarse a una Ellie ansiosa.
—¿Era el señor Awad?
Estaba tan malditamente atractiva recién levantada, que el pelirrojo se
permitió recrearse un momento en contemplarla. No importaba que hubiera
dedicado los primeros minutos del día a eso, nunca se cansaría de tenerla
cerca.
—¿Adam?
—¿Qué?
—¿Quién era?
—La señora Awad.
—¿Marilyn? ¿Y qué quería a estas horas?
—Que bajemos a desayunar.
Ellie contempló su reloj de muñeca con el ceño fruncido.
—Pero si son las ocho de la mañana.
—Ya.
De repente, la joven le estudió con fijeza, extrañada.
—Tienes muy mala cara. Has dormido mal en el sofá, ¿verdad? Si ya
sabía yo que tu culo no acostumbra a los sitios humildes, aunque claro, es
posible que el mobiliario de esta habitación sea más caro que todos los
estudios de mi vida. Entonces, debe ser que como te has criado con una
cuchara de oro bajo la boca, seas como el cuento ese de la Princesa y el
guisante.
¿Sofá? Si hubiera coincidido con el antiguo Henderson, Adam se habría
tirado de los pelos con frustración. Había dormido con ella toda la noche y
¿ni si quiera había reparado en su presencia? Estaba tan cansado que no tenía
ganas ni de sentirse insultado.
—Será eso…
—Mira, hagamos una cosa, como me ayudaste anoche a dormir tan bien,
sin una sola pesadilla, esta noche te dejaré la cama para ti.
—¿Volvemos a eso?
—Sí y no admito réplica. Detestaría que dentro de unos años me llamara
tu seguro médico reclamándome una exorbitante cifra de dinero para operarte
de la espalda, que los ricos sois muy raritos y lo aseguráis todo.
—Creo que ahora debería preocuparnos otro asunto más urgente.
—¿Cuál?
—Hasta ahora no hemos coincidido con el jeque, pero ¿qué haremos si lo
hacemos y nos hace preguntas incómodas que no sabemos responder?
—Contestarle como hicimos con su madre y su tía.
—Tú puede que acostumbres a mentir hasta sobre el aire que respiras…
—¡Adam! Eso es un golpe bajo.
—Tienes razón, perdona, es que ese hombre me conoce mejor que las dos
ancianas. Si nos equivocamos en algo, estaremos muertos.
—Creo que deberíamos ceñirnos a la más absoluta verdad como
acordamos, ya que, si vamos a hacer acuerdos con él, podría terminar
enterándose de lo que sucedió en la empresa. ¿Quieres repasar alguna de las
respuestas mientras nos arreglamos?
—Vale.
De este modo se fueron vistiendo cada uno en el baño. A su vez se iban
recordando a gritos varios de los momentos que habían compartido en el
pasado. Intercambiaron por segunda vez los colores favoritos y los gustos
musicales. A Ellie le gustaba el rojo, mientras que Adam se decantaba por el
verde esmeralda. En cuanto a los gustos musicales no coincidían demasiado,
pues el pelirrojo amaba la música clásica y Ellie no entendía nada de ella, a
pesar de que se había acostumbrado a escuchar de todo en los innumerables
trabajos de cara al público y los propios clientes que Ethan le había
proporcionado. Ojalá y hubiera podido conocer a alguno que se dedicara a
ese género concreto.
—¿Qué le decimos a la cuestión sobre cómo nos conocimos?
—La verdad.
Adam alzó una ceja, escéptico con esa respuesta. Si le informaban de eso
al jeque, podría considerarle un idiota en el que no se podía confiar, al
haberse tragado tamaño embuste.
—¿En serio? ¿Quieres que le contemos que alteraste tu currículum para
conseguir el trabajo?
—No, tonto, me refiero a la parte en la entré como tu secretaria y que
trabajé excelente bajo tu cargo.
—Sin los títulos correspondientes.
—Bueno, sí. Podemos agregar que te dio un ramalazo caritativo y me
escogiste por mi currículum penoso.
—¿Cómo pretendes que se trague eso? ¡Yo jamás hubiera hecho eso!
—Si ni te conoce en persona y tú no eres alguien malvado, creído sí y algo
egocéntrico, pero ¿malvado? No, eso es pasarse.
—Vaya, gracias, tú también eres encantadora.
—Entonces ¿qué le decimos?
—Debemos quedar profesionales, Ellie, creo que lo mejor sería contar que
te conocí siendo mi secretaria, pero que empezamos a salir tiempo después,
cuando ya te estabas formando y regresaste a la empresa como una nueva
accionista, nos comprometimos hace poco y todo lo demás.
Al final ambos acordaron aportar esa última versión, variando la parte del
currículum engañoso y omitiendo los detalles escabrosos.
Poco a poco se vieron envueltos en ese intercambio comunicativo animado
en el que rememoraban o descubrían nuevos rasgos sobre el otro al mismo
tiempo en el que descendían hasta el salón.
—Tu serie favorita no puede ser Friends
—¡Oye! Y eso ¿por qué no? —demandó saber Ellie indignada—. La
verdad es que la empecé a ver hace mucho tiempo, pero me gustaba mucho la
amistad que mantuvieron a lo largo de los años, me hubiera encantado
encontrar eso mismo para mí.
—Perdona, pero es que era una serie cuanto menos irreal.
—¿Por qué dices eso?
—¿Seis amigos que siendo adultos se ven con tanta regularidad? Más aún,
en los episodios que vi parecen pasar todo el día en la casa de alguno de ellos
sin ningún tipo de obligación de por medio o si no estarán tirados en un sofá
cochambroso de una cafetería de mala muerte. ¿Eso es realista?
—¡Solo tú te fijarías en esos detalles irrelevantes y me destrozarías la
serie! Lo importante es cómo tratan el concepto de la amistad, esa unión es
enternecedora.
—Me vas a disculpar, pero mi amistad con Enzo y Luke es muy sólida y
apenas podemos coincidir porque estamos saturados de responsabilidades.
¿Crees que tengo tiempo para dejarme recostar en un sofá raído de una
cafetería cualquiera y vivir la vida como un hedonista?
Ellie se echó a reír, no se lo imaginaba de esa guisa, más bien le hacía
llamando a sanidad para que le clausurasen el negocio.
—Bueno, en un sofá raído desde luego que no. Tú serias el cliente
insoportable que saldría huyendo a la primera de cambio, no sin antes indicar
el café y señalarles en un tono pomposo «¿esto es lo mejor que podéis hacer?
¡Yo tengo un barista michelín!»
—¡No existen los baristas michelines!
—Por supuesto que sí, en mi imaginación lo hacen, estaba esa película…
¡Ah sí! Peter Pan, que cantaban esa canción que decía yo creo en las hadas,
yo creo, sí creo —canturreó emocionada como si estuviera ante un público
infantil—. Pues esto debe ser igual, ¿no crees?
—Estás tratando de molestarme, ¿verdad?
Ellie sonrió y le guiñó un ojo, la conocía demasiado bien. Le gustaba
hacerle de rabiar, haciéndose la ingenua para algunas cosas, porque le
divertía sobremanera las expresiones descompuestas que elaboraba.
—Claro.
De repente, fueron interrumpidos por la voz jovial de Marilyn, que les
trajo de vuelta al mundo que compartían con el resto de los mortales.
—¡Vaya! Y yo que me sentía super culpable por haberos despertado, me
alegra saber que estáis de tan buen humor. Eso solo lo consigue el amor, ¿a
que sí, Dora?
—A mí no me mires, ya sabes sobre mi mala suerte con ese condenado.
—Madre —intervino el jeque, que presidía la enorme mesa en la que se
encontraban sentados—. No incomodes a nuestros invitados con tus
preguntas directas. Y vosotros, tomad asiento.
Ambos siguieron sus instrucciones al pie de la letra y se sentaron uno al
lado del otro. La boca de Ellie se hizo agua nada más observar los manjares
que la rodeaban. No conocía ni uno, pero eso no significaba que no fuera a
hincarles el diente a todos. La voz de Ethan durante una de las clases
protocolares resonó en su cabeza.
«Ellie, no debes olvidar que, en las reuniones oficiales, es de buena
educación controlar las porciones que ingieras y el tiempo de masticación»
Ellie echó un vistazo a una de las tortitas que se estaba llevando Dora a la
boca y en cuanto se desbordó de esta un poco de chocolate, cualquier
protocolo desapareció de su mente.
«Vete al diablo, Ethan. Voy a ponerme las botitas, prefiero vivir
sucumbiendo a mis deseos, que morir amargada por no poder disfrutar de los
pequeños placeres de la vida. Además, ya que no puedo trincarme a Adam,
bien puedo experimentar un orgasmo culinario».
—¡Ay qué malas pulgas tienes cada vez que madrugas, Abdel! En eso no
has cambiado ni un poquito.
Adam observaba en silencio los movimientos de Ellie cada vez más
divertido. Estaba remangándose la fina chaquetilla de tela que se había puesto
por encima esa mañana, mientras contemplaba con fervor cada uno de los
platillos repartidos por la gigantesca mesa dorada.
Parecía mucho más liberada de esa imagen que insistía tanto en proyectar
de una empresaria exitosa y esa naturalidad de la antigua Ellie, le enternecía.
—Bueno, yo quiero preguntar algo —intervino Dora, ganándose la
atención de casi todos los espectadores, salvo la de Ellie, que seguía
concentrada en analizar cuál sería su primera presa—. Me gustaría saber qué
es lo que os ha dado para despertarme tan pronto. Una cosa es empalmar
después de una noche de fiesta y desayunar a esta hora, y otra muy distinta es
hacerme levantar a estas horas.
—Debo reconocer que, aunque haya sido mi madre la que os haya
llamado, la idea de base ha sido mía.
En esta ocasión, Ellie detuvo su aproximación a la Nutella. Estudió al
señor Awad con atención, si les había mandado llamar habría un motivo de
peso tras su decisión, ¿no? Al menos así reflejaban a los jeques en las
películas y series.
—Muchacho, puedo comprender que madrugues por todo eso de la
oración, pero una ya está muy mayor para estos trotes.
—Es que si no lo hacía después no os vería.
—Y eso ¿por qué?
—He pensado que, ya que no he estado disponible durante estos dos
primeros días, podríamos aprovechar que tengo la mañana libre para disfrutar
de un paseo en yate. ¿Qué os parece?
—¿Vas a sacar el yate?
—Hace un día estupendo, estoy seguro de que a nuestros invitados les
entusiasmará la idea.
Adam sentía las mismas ganas de ver a Ellie embutida en un bikini y
soportar el ardor insaciable que eso conllevaría, que de meterse en una
piscina repleta de pirañas. Ella parecía compartir la misma opinión, pues se
metió de golpe dos pastitas en la boca con tal de no tener que responder a esa
cuestión.
—¡Yo también lo creo!
—No habréis despedido al asistente buenazo que me extendía crema en la
espalda, ¿no?
—¡Dora! —la regañó Marilyn, pero en cuanto Abdel no la prestaba
atención, le susurro—. Por supuesto que no.
Ambas amigas se sonrieron y Ellie notó que su angustia se incrementaba.
No tenía problema alguno con exhibir parte de su cuerpo delante de unos
desconocidos, había trabajado sus inseguridades durante gran parte de su
vida. Su único inconveniente/escollo era el pelirrojo que se hallaba sentado a
su lado.
Tendría que contemplarle el torso desnudo y no estaba segura de que si se
“caía” por error al mar —como nuevo sinónimo de empujar— al igual que lo
hizo el príncipe Eric de la Sirenita, ella no acabase lanzándose sobre él con
tal de hacerle el boca a boca. Si es que solo estaba esperando el momento
propicio, como esos babosos de la discoteca que entraban a cualquiera que
llevase falda.
Diablos, se había convertido en uno de ellos y no sabía explicar cómo
había ocurrido. Para lo que desde luego no estaba preparada era para que el
jeque posase su interés en ella.
—¿A usted le gusta el mar, señorita Hawk?
—¡Por supuesto que sí! Me encanta.
—¿Y lo frecuenta de forma habitual?
—No tanto como me gustaría, la verdad, pero si le soy sincera, uno de mis
sueños de adolescente era conseguir vivir en una casita frente al mar.
—¿De verdad?
—Oh sí, cuando estuve en Venecia, me prometí a mí misma que me
mudaría con mis hermanos en cuanto tuviera la oportunidad.
—Ah, es cierto. Sus hermanos, ¿qué relación tiene usted con ellos, señor
Henderson?
Ellie tosió parte de la comida que estaba ingiriendo y le dirigió una mirada
nerviosa a Adam, quien de repente se había convertido en el objeto de estudio
del señor Awad.
De todas las preguntas que habían ensayado, no se le había ocurrido
elaborar una respuesta para aquella y eso que le había informado de hasta los
gustos de sus trastos.
—Son dos jóvenes valientes, fuertes, leales y sinceros —comentó Adam
recordando los breves momentos que había intercambiado con los dos
adolescentes—. De hecho, yo soy hijo único, por lo que a veces tengo
dificultades para comprender ese sentimiento de fraternidad que los tres
comparten, pero considero que es envidiable cuanto menos. Creo que, de
haber estado en mi mano y, aunque con toda probabilidad habría terminado
matándome vivo con ellos, me hubiera gustado tener unos hermanos así.
Ellie le miró conmocionada y, conteniendo el aliento, su corazón latió un
poco más rápido de lo habitual. Aquella era su debilidad, le impresionaba que
a pesar de lo maleducados que se habían comportado Ada y Chris con él
durante las escasas veces en las que habían coincidido, Adam estuviera
mencionado los aspectos positivos que había extraído de esas ocasiones.
Suponía toda una proeza para él y más si se tenía en cuenta lo estirado que
era Adam para ciertas cuestiones relacionadas con el protocolo. El pelirrojo
que hubiera conocido la primera vez que se internase en su oficina, no tenía
nada que ver con aquel hombre que parecía transmitir cierta admiración ante
la mención de sus hermanos.
Ellie fingió que iba a coger un panecillo y le acarició la mano,
aprovechando el movimiento para susurrarle:
—Gracias.
Adam asintió sin agregar nada más, satisfecho con su respuesta. Por su
parte, el señor Awad se dirigió de nuevo hacia Ellie.
—Me alegra ver que exista una buena relación con la familia, ya que, en
caso contrario, suele funcionar bastante mal.
—Sí, bueno.
Ellie se preguntaba qué diablos pensarían los padres de Adam en el caso
de enterarse de las artimañas a las que estaban recurriendo para cerrar ese
contrato. No estaba del todo segura de que estuvieran de acuerdo en que se
hubiera autoproclamado la prometida falsa de su heredero.
Gradualmente, fueron desviando la conversación hacia otros temas
intrascendentales de la vida y la cultura de Dubái.
Cuando concluyeron el desayuno, Awad se comunicó por medio de un
móvil, informando que se iban a trasladar para que tuvieran listo el yate.
Una vez de vuelta a la habitación, Ellie y Adam comenzaron a preparar las
cosas que se llevarían al mismo.
—No puedo creer que me vaya a subir a un yate, como una famosa de esas
que salen en las revistas.
—Te aseguro que no es para tanto.
—¿Un yate?
—Sí.
—¿Has montado en muchos?
—Sobre todo de pequeño, aunque también asistí a varias reuniones de
negocio en alguno que otro.
—No me hago ni una idea de cómo ha debido de ser tu vida, siempre
rodeado de lujos y sin preocuparte por el dinero.
—No he conocido otro tipo de vida, pero puedo decirte por gente que
conozco que no es oro todo lo que reluce.
—¿En qué sentido?
—Muchas personas no pueden estar con quien aman.
El silencio que siguió a esa frase pesaba mucho más de lo que cualquiera
reconocería jamás. El escrutinio penetrante de Adam sobre ella, la inquietó.
No quería montarse películas.
Ese hombre siempre había sido así, serio e intenso, mientras que ella
tendía a ser bastante imaginativa para después estamparse contra el suelo.
—Así que las películas que veía sobre guerras familiares internas son
reales.
—Por desgracia. No es algo de lo que enorgullecerse, ni que suela salir a
la luz en los medios.
—Vamos que los tenéis comprados.
—Depende del tipo de información —confesó, pensándoselo con
detenimiento—. No siempre.
Tal y como le había dicho a Ellie había algunas secciones de la prensa que
eran llevadas en la sombra por famosos empresarios, gracias a los cuales
muchas veces se evitaban que se filtrasen ciertos trapos sucios a la luz y,
aunque él no tuviera nada que ocultar, sí prefería que sus relaciones
personales se mantuvieran en dominios privados.
—¿Qué relación tienes tú con la prensa?
—La justa y necesaria. ¿Por qué?
—Por curiosidad.
Adam compuso una sonrisa encantadora. Quizás durante su estancia había
buscado información sobre él. Dudaba que con lo curiosa que era, no lo
hubiera hecho.
Aunque era muy duro con su equipo legal para que no se filtrase ninguna
información delicada acerca de su persona, Adam estaba al tanto de que no
estaba exento de la mirada crítica de los periodistas. Como aquella vez en la
que Sasha había sido pillada besuqueándose con ese desconocido mientras él
estaba de viaje, todos los focos se habían desviado hacia él en el momento en
el que habían vuelto a mostrarse como una pareja feliz. Ese hecho habría
hecho mucho daño a Ellie en su día.
—¿Has leído algún artículo sobre mí?
—¿Yo?
—¿Quién si no?
—Si te soy sincera todo este tiempo he tratado de no hacerlo.
—¿Por qué?
Ellie agachó la mirada hacia su bolso y siguió metiendo cosas, todavía sin
responder.
—¿Ellie?
—Ya, ya lo sé. Estaba pensando cuál sería la respuesta más acertada.
—¿Y ya la sabes?
—Creo que sí.
—¿Cuál?
—Temía lo que pudiera encontrarme si decidía abrir ese cajón.
Adam contuvo el aliento, estaba ante algo importante, a lo mejor había una
ligera esperanza dentro de la tormenta en la que se encontraba. La muchacha
ni si quiera podía sostenerle la mirada, por lo que debía haber algo más.
—¿Qué es lo que temías exactamente?
—Que hubieras rehecho tu vida sin mí.
—Ellie tu marcha me destrozó, ¿cómo podrías haber creído que volvería a
salir con alguien más con tanta facilidad?
—Tú y yo nunca estuvimos juntos en realidad, Adam.
Ellie se esforzó en ocultar el hilo de dolor en su voz. Había creído
necesario que él se enterase de esa parte. No se podría arreglar nada, pero al
menos aquello le serviría para seguir adelante con su vida.
Al fin y al cabo, no había nada mejor que hablar las cosas para poder
soltarlas y liberarse.
—Si lo hicimos, te pueda gustar más o menos reconocerlo, por un breve
periodo de tiempo fuiste mi pareja, porque yo te consideré así y sé que tú
también lo hiciste conmigo.
Lejos de que esa frase conmoviera a Ellie, la molestó. No podía venir
diciéndole ahora eso después de haberla ocultado como si fuera un maldito
secreto sucio.
—¿Ah sí?
—Sí.
—Entonces, ¿serías capaz nombrarme, aunque sea a una sola persona a
quien se lo hubieras contado por propia voluntad?
Adam se quedó sin saber qué contestar, el dolor agudo que solo puede
traer la vergüenza propia le invadió, ella tenía razón, no se lo había dicho a
nadie porque le aterraba perder el apoyo de la junta y de sus propios padres.
Sasha había representado para él la apuesta segura, pues sabía que nadie la
rechazaría por ser quien era, pero Ellie… nadie hubiera visto con buenos ojos
que saliera con su secretaria. Probablemente habría terminado perdiendo la
presidencia. No era ético o moral, y a pesar de que él no se avergonzaba de
ella, la joven estaba en su derecho de creer que lo había hecho por un posible
sentimiento de humillación sobre sus orígenes humildes.
—Sabes bien que eso se debió a que estaba en un momento delicado de mi
carrera. Ellie, no necesitaba a Sasha porque hubiera sido mi pareja en el
pasado, sino por su imagen y por ser quien era. Necesitaba su apoyo en la
junta y el de su maldito padre. Si pudiera haber sido alguien libre, se lo habría
dicho a todo el mundo.
—¿Y tus amigos?
—Enzo lo sabía.
—¿Se lo dijiste tú primero?
—No hizo falta, lo dedujo él.
—¿Y Luke?
—Si lo recuerdas, en esa época él se quedó en Italia y no le vi hasta el
mismo día de la junta. Creo que extrajo esas conclusiones después de ver el
espectáculo que montamos.
—Por no decir no me lo dijiste ni a mí —comentó Ellie soltando una risa
amarga—. Jamás me pediste salir y ahora te atreves a asegurarme que
estábamos saliendo y yo sin enterarme, creyendo que seguíamos en ese
acuerdo que estipulamos.
—Sabes que no soy un hombre de muchas palabras, Ellie. En ninguna de
mis relaciones dije nada a nadie. La gente lo deducía a medida que iba
permitiendo que surgieran las cosas, pero contigo quería que fuera diferente.
—¿Diferente? ¿A qué te refieres?
—El día de la junta te ofrecí ir a cenar juntos a un restaurante, ¿recuerdas?
—Sí.
—Esa noche tenía la intención de pedirte que fueras mi novia, pero por
desgracia no tuvimos esa oportunidad.
Ante ese nuevo dato, Ellie se quedó en blanco. ¿Había planificado pedirle
salir? ¿Y todo se había frustrado por su mentira? Si lo hubiera sabido no se
hubiera enfadado tanto con él, el peso del rencor no la hubiera atenazado
durante esos dos años y habría podido respirar mejor.
De repente, se sintió un poco más liviana. Aunque le dolían ciertas
situaciones, como por ejemplo que hubiera preferido salvar su trabajo a los
corazones de ambos, esa frase le había servido para suavizar un recuerdo
angustioso del pasado.
Ahora podía darse cuenta de que, pese a que él había sido un cobarde, ella
también había pecado de la misma falta, porque no había podido ser sincera
en ningún momento, no había querido arriesgarse por miedo a perderle y
había acabado haciéndolo de igual modo.
—¿De verdad?
—Ellie en ese momento me dejé llevar, quizás como nunca me había
permitido a hacerlo, estaba viviendo todo contigo con tal intensidad que no
reflexioné demasiado. En mi estupidez di muchas cosas por sentado.
—¿Cómo qué?
—Como que lo que habíamos iniciado, no concluiría ni una vez que
regresásemos. Creí que te quedarías a mi lado. Para mí era tan difícil concebir
que pudieras desaparecer de mi vida, que cuando lo hiciste y sucedió, incluso
llegué a pensar que volverías.
—¿Cómo iba a regresar, Adam? No acabamos en muy buenos términos
que digamos. Te sentías traicionado y no podía juzgarte por ello.
—¿Y cómo podrías desaparecer sin más? Tú jamás lo hubieras hecho sin
decir la última palabra, eras así, descarada y directa. Aunque me quejase de
ello, en el fondo eso era lo que me gustaba de ti. Al no hacerlo, todo lo que
había considerado importante hasta entonces pasó a un segundo plano y mi
única prioridad era encontrarte.
—Si… como si el gran Adam Henderson se hubiera podido rebajar a una
acción tan nimia como buscarme. Sé de primera mano que tu orgullo jamás te
lo hubiera permitido.
Adam se puso serio ante esa pulla. Si no recordaba mal, le había
confesado hace tiempo que lo había hecho, aunque había estado todavía muy
borracha cuando lo hiciera. Resultaba probable que no se acordase de ello.
—¿Eso piensas de verdad?
—¿Acaso me equivoco?
—En lo de que soy orgulloso no, lo soy y mucho.
—¿Entonces?
—Pero en la otra parte no llevas razón.
—¿Por qué?
—Fui a buscarte a nuestra casa, Ellie, pero ya te habías ido, la encontré
vacía.
—Tú… ¿lo dices de verdad?
—Y no solo eso, visité hasta tu antiguo apartamento, donde se te envió la
carta de admisión, a pesar de que no sabía con certeza si habías vivido allí o
se había tratado de otra mentira.
¿Adam había estado allí? No se lo imaginaba dentro de ese espacio
diminuto al que un día había llamado hogar. Se preguntaba qué habría
pensado de ella y le atormentaba darse cuenta de que le había hecho tanto
daño que había ido hasta allí con la esperanza de hallarla. Sin embargo, había
otra palabra que le llamó la atención.
—Has dicho «nuestra», Adam.
—¿Cómo?
—Te has referido a mi casa alquilada no como «tú casa», sino como
«nuestra». ¿Por qué?
Ni si quiera se había dado cuenta de que lo hubiera dicho de esa forma. No
estaba seguro de que esa fuera la mejor manera de revelárselo, pero estaba
cansado de que hubiera tantas mentiras entre ellos. Solo quería limpiar toda
esa basura que los separaba y volver a su lado.
—Porque era la casa de mis abuelos.
Ellie dio un paso hacia atrás, impactada. Eso sí que no lo había esperado
escuchar. Sin embargo, resultaba más que factible. ¿Por qué si no el alquiler
le habría salido tan barato? Desde que de la promotora inmobiliaria la hubiera
llamado, había sospechado que el precio se ajustase tanto a lo que podía
pagar. Aunque ese no era la única pista que no había sabido ver, ahora podía
comprender el motivo por el que Adam se había movido con tanta
familiaridad por la casa.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No habrías aceptado nada que proviniera de mí.
—Eso es cierto.
—¿Lo ves? No sé cómo te las ingenias, Ellie, pero cada vez que conoces a
una persona nueva, no importa que muestre renuencia para interactuar
contigo, como me pasaba a mí en su día, tienes algo que provoca que la
vuelvas adicta a ti. Conmigo sucedió algo similar, llegué a actuar de maneras
en las que jamás hubiera esperado hacer con anterioridad.
—Creo que en eso estás exagerando.
—No. Te aseguro que no. Me acostumbré con demasiada facilidad a tu
persona, y un ejemplo claro de ello es que incluso aunque me metieras en
auténticas locuras, jamás te despedí por ello.
—Porque me necesitabas para ser tu secretaria, no podías perder tiempo
eligiendo una nueva, por eso me diste el periodo de prueba.
—No, esa es la excusa que nos daba a los dos. Luego descubrí la verdad.
—¿Y cuál es esa?
Adam se planteaba si decirle lo que llevaba tanto tiempo callando. No
creía que esa tampoco fuera la forma más idónea para hacerlo, recogiendo los
objetos que se iban a llevar al yate, pero se percató de que si seguía dilatando
el momento jamás podría decírselo, porque continuamente había problemas
que se interponían entre ellos.
—Que te a…
El teléfono de Ellie sonó con tanta fuerza, que las palabras murieron en
sus labios, interrumpiéndole una vez más. No podía creerlo, ¿por qué tenía
tan mala suerte?
Adam la observó descolgar el móvil, sin apartar su atención de él. Podía
identificar la curiosidad brillando en la profundidad de sus orbes castaños.
Con toda seguridad le exigiría explicaciones más adelante.
—Está bien, señora Awad. No se preocupe, ya bajamos.
En cuanto concluyó la llamada, Ellie intentó retomar la conversación por
donde lo habían dejado.
—¿Qué ibas a decir, Adam?
—Nada, no te preocupes, creo que deberíamos irnos. Nos están esperando,
¿no?
—Bueno sí, pero…
—Vamos, anda. No le des tantas vueltas a algo sin importancia.
Ellie estaba del todo convencida que lo que fuera que le hubiera intentado
decir era mucho más relevante de lo que pretendía hacerle creer.
***
Dubái es uno de los emiratos que se encuentra en la costa del golfo Pérsico
de los Emiratos Árabes Unidos. Los cinco y el asistente tuvieron que
desplazarse hacia baña la costa oeste de Dubái, y más en concreto hasta un
puerto privado.
Ellie se había visto toda su vida siendo asediada por las dificultades que
conllevaban una vida en un estado donde la privatización era la base de la
sociedad. Estaba tan ocupada enfocándose en pagar las facturas que no
habían dejado de acumularse antes de que empezara a trabajar para Adam o
la familia Weiss, que no había sido consciente de las verdaderas
desigualdades sociales.
Paulatinamente, a medida que empezara a trabajar para gente de una clase
socioeconómica alta, Ellie había ido tomando consciencia de la situación, y
lejos de sentir rabia, había experimentado mucha tristeza por sus hermanos,
porque mientras que ella luchaba por conseguir saldar sus deudas, personas
como Adam o sus amigos vivían una vida holgada.
No obstante, debía reconocer que pese a la forma elegante de vestir del
pelirrojo y su tendencia a frecuentar lugares caros, empezaba a ser más
consciente de que al lado de otras personas como el señor Awad, Adam no
malgastaba su dinero de manera tan exagerada.
De hecho, siendo su secretaria, no recordaba que le hubiera planificado en
su agenda ningunas vacaciones, siempre tenía algún negocio que atender.
Probablemente, esa fuera la primera vez que aparte de cerrar el negocio con
Awad, le viera libre por completo. Eso le agradaba, no que se matase a
trabajar, por supuesto, Ellie no era ninguna esclavista y repelía a todos los
individuos que lo fueran, pero le gustaba que a pesar del que había sido su
carácter clasista, por ejemplo, al negarse al viajar en una clase turista o a
frecuentar determinados restaurantes, en realidad no parecía que se diera la
gran vida al nivel en la que lo hacía la familia Awad.
Todo eso fue confirmado por ella misma, cuando pudo contemplar el
super yate que les esperaba en el puerto privado. De todos los barcos que
había podido vislumbrar en su vida —que para ser franca eran bastante pocos
— ninguno se comparaba a las proporciones de aquel que se encontraba ante
sus narices.
—A-Adam.
—¿Sí?
—¿Nos vamos a subir ahí?
—¿A dónde si no?
—Pe, pero ¿has visto eso?
—Sí.
—Ni te has inmutado.
—Ya me lo esperaba. Este tipo de personas tienen barcos con la misma
longitud que un campo de fútbol.
—¿Eso de ahí es un helipuerto?
—Sí, y una piscina.
—La piscina puedo entenderlo, pero ¿por qué alguien querría un
helipuerto? ¡Si es su barco!
—Por si se tiene que marchar con urgencia, llama al helicóptero y se va en
el momento.
—¡No lo dices en serio!
—En realidad sí.
—No estamos hablando de un taxi, Adam. ¡Es un helicóptero!
—¿Y? ¿Por qué te sorprendes tanto? ¿No viste que Enzo tenía un avión
privado?
—No, si al final el más raro de todos vas a ser tú.
—Oye, eso me ofende.
—Es que me llama la atención que, aunque te quejases tanto de la clase y
todo eso, seas de los más ricos y el que menos gastes en este tipo de cosas.
—¿Para qué? Yo invierto en cosas rentables, Ellie. Prefiero poner mi
dinero en un negocio que me haga aún más rico, que en este tipo de cosas
superfluas.
—Pues sí que vas a ser el rarito, ¿qué es lo que pretendes ser? ¿El más rico
del cementerio?
—¡Ellie!
—No te ofendas, te prefiero así. A veces me gustaría poder entender cómo
funciona la mente de los ricos.
—Dudo que lo puedas hacer alguna vez.
—¿Qué insinúas con eso?
—No, no me malinterpretes —comentó Adam con rapidez—. Me refiero a
que cuando alguien empieza desde abajo y se vuelve millonario, no suele
comprender nuestra mentalidad, por mucho que sea rico.
—No me extraña, si hasta os despreciará.
—Eso es impensable.
—¿Y por qué no?
—No digo que no lo haga en el fondo, pero dudo que lo muestre delante
de los demás. Los negocios prosperan por acuerdos y amistades. Las personas
que comienzan desde el principio son las primeras en saber que unas veces
puedes estar arriba y otras abajo.
—Un momento, ¿tú no eras de esos que creían que los “plebeyos” no
podía juntarse con los nacidos en una cuna?
—Sí.
—Y ¿qué te paso?
—Me junté con una “vasalla”.
—¡Adam! No actúes como un pez desgraciado de nuevo.
Ellie le propinó un codazo, molesta con el término tan clasista, pero él se
limitó a sonreír y negar con las manos.
—Perdona, perdona. Solo era una broma.
—¡Con eso no se juega!
—Está bien, ya lo tengo. A ver, es cierto que antes podía soltar frasecitas
que solo diría un cretino.
—Ni que lo digas.
—Eso era porque no estaba en contacto con gente como tú más allá de los
breves intercambios con el personal y, ni con esas, porque por ejemplo la
señora Spark viene de una larga generación de secretarias. La fundación
Henderson financia los estudios de sus descendientes y antepasados.
—¿Lo dices en serio?
—Sí, si mal no recuerdo ahora estaría formándose Dotty, su hija. De todas
formas, más allá de eso, antes de ti, no era alguien que se relacionase con
personas que no tuvieran un estatus mínimo. Conocía gente que había
empezado desde abajo, por supuesto, pero no éramos amigos tan cercanos,
así que siempre me ceñía a las conversaciones más banales.
—¿Entonces?
—Después de que te despidiera, empecé a fijarme más en ellos.
—¿Y bien?
—Reparé en las sonrisas falsas y en algunas expresiones sutiles, me di
cuenta de que todo lo que me habías dicho era real. No solo nosotros les
teníamos animadversión, sino que bien podía ser bidireccional. De repente,
me sentí absurdo envuelto en ese tipo de creencias arraigadas. Debo decir que
Luke también me ayudó bastante a desentrañarlos.
Adam se ahorró añadir que, a raíz de entonces, había comenzado a ver a
las personas de forma distinta. No solo fijándose en el beneficio que le
pudiera repercutir el relacionarse con ellos o por sus cuentas bancarias, sino
porque había aprendido a valorar al resto por quienes eran.
Ellie se le quedó estudiando en silencio, mientras ambos subían al yate.
Llegó un momento en el que Adam comenzó a sentirse incómodo.
—¿Qué es lo que pasa?
—Me siento orgullosa de ti, Adam Henderson. Me gusta el hombre en el
que te has convertido por ti mismo.
—Supongo que en parte te debo a ti las gracias.
—¿Por cantarte las cuarenta? No hay de qué, no pienses ni por un segundo
que voy a dejar de hacerlo.
Adam soltó una carcajada, divertido con su frescura y buen humor. Quizás
se hubiera enamorado de ella por eso, por la familiaridad con la que le
trataba, sin importarle que fuera el heredero de los Henderson. Ellie no tenía
problemas en señalarle con desparpajo cuándo se estaba comportando como
un gilipollas.
—Sí.
De repente, el capitán del barco les recibió frente a la eslora. Se trataba de
un señor mayor de unos sesenta años, que iba ataviado con un uniforme azul
marino.
—Bienvenidos. Mi nombre es Ali y seré vuestro capitán en el día de hoy.
Espero que todo esté a su gusto, señor Awad.
—Como siempre, Ali. Contigo rara vez puedo poner una pega. Mira, te
presento a mis invitados. Esta es la señorita Hawk.
Al escuchar su nombre, Ellie se puso nerviosa por cómo sería la forma de
proceder respecto al capitán y la voz de Ethan le recordó que se relajara.
—Encantada de conocerle, es un honor estar con usted, señor Ali.
—El gusto es mío.
—Y este es el señor Henderson.
—Un placer.
Ellie le dio un codazo. Él la miró sin comprender y, aprovechando que el
resto hablaba con el capitán, le preguntó en un susurro:
—¿Qué pasa?
—¿Tienes que ser tan escueto?
—¿Por qué?
—Hombre, no sé, ¿quizás porque es el señor que tendrá nuestras vidas en
sus manos?
—Es un trabajador, Ellie.
—Lo que tú digas, pero si terminamos como en Titanic, él decidirá si huir
como una rata o quedarse hasta que todos sean desalojados. ¿No será mejor
caerle bien?
—Si huye no sería muy ético por su parte. El capitán debe ser el último en
abandonar el barco.
—Claro, eso díselo al del barco italiano ese, que el tipo huyó antes que
nadie.
—Dudo mucho que eso pasase aquí. Awad se las ingeniaría para que su
cabeza rodase en menos de lo que canta un gallo. Así que por eso le has
saludado de esa forma ¿le haces la pelota para sobrevivir ante un posible
accidente?
—Pues claro, ¿qué te pensabas?
—Bueno, tengo que regresar ya a mi puesto —indicó Ali y, dirigiéndose a
ellos, agregó—: Les deseo un buen viaje.
Ambos le vieron marchar, y Haik, la mano derecha de Awad, se situó
delante de ellos.
—¿Desean que les realice una breve visita del yate?
—Se lo agradeceríamos.
La palabra «breve» para alguien como Haik debía considerarse como un
eufemismo, caviló Ellie. Cuarenta y cinco minutos fue el tiempo que duraron
recorriendo las instalaciones del superyate.
Ellie lo había cronometrado en el reloj de su móvil, al menos lo había
hecho cuando no estaba con la boca abierta por la inmensa fastuosidad de lo
que le rodeaba. Sin duda, el mundo estaba muy mal repartido.
El barco o monstruo marino, como le había apodado para su interior Ellie,
contaba con seis cubiertas en las que había repartidos varios centros de
bellezas, cuatro gimnasios, doce jacuzzis y varias piscinas, entre otros lujos.
La parte que más había gustado a Ellie había sido la piscina central, que se
hallaba rodeada por un solárium, que podía ser cerrado en caso de lluvias con
una cristalera transparente.
Asimismo, Haik les mostró un garaje que albergaba dos embarcaciones
auxiliares, varios juguetes acuáticos y ocho coches de diferentes marcas, que
Ellie solo había visto en los garajes de Adam.
Ellie le preguntó a Haik para qué les hacía falta la grúa que también se
hallaba guardada en aquel lugar. Este le había respondido que la utilizaban
para lanzar los diferentes juguetes y embarcaciones al mar, y que, si
precisaban de ellos, avisaran a la tripulación con libertad.
Por otro lado, contrario al primer vistazo que había tenido, el yate no
contaba con un helipuerto, sino con dos, para asombro de la joven. Al
parecer, estas plataformas podían convertirse en piscinas cuando no estaba
ocupada por los correspondientes helicópteros. De acuerdo con Haik, en ese
yate se podía albergar como máximo a sesenta personas, que serían repartidas
en treinta camarotes personalizados según las estaciones del año.
Cuando llegaron a sus respectivos camarotes, se percataron de que el de
uno estaba contiguo al del otro en la sección de la primavera. Dicha estación
había sido elegida por Ellie, a pesar de que Adam era más de otoño. Según la
muchacha, la primavera suponía el renacer.
El pelirrojo no estaba tan impresionado como la joven, pues él se había
criado rodeado de lujos, por lo que le resultaba normal dentro de sus
circunstancias personales. A pesar de todo, pudo reconocerle al jeque, su
buen gusto en decoración y la inmejorable atención a sus huéspedes.
Se podía tener mucho dinero, pero si no se sabía cómo ser un excelente
anfitrión no se cerraría ni la mitad de los acuerdos que se persiguieran. Esa
había sido una de las lecciones que hubiera aprendido de su madre.
De hecho, a lo largo de la mañana, Adam fue desafiado a una partida de
tenis por parte del jeque, quien deseó medirse con el pelirrojo, ante las
mujeres, quienes estuvieron unos minutos contemplándoles, hasta que se
aburrieron y se marcharon a una de las piscinas cercanas a la pista de tenis.
Ellie se tiró en una tumbona bajo el sol, sin quitarle un ojo de encima a
Adam, quien en ese momento estaba quitándose la camiseta sudada y la
tiraba al suelo, haciéndole una señal al jeque para retomar la partida.
—Madre mía, nena. Menudos abdominales tiene tu prometido. No me
extraña que apenas rechistases cuando Mary os dio la misma habitación.
¡Qué de alegrías debe darte por las noches! ¿no?
Ellie le sonrió con añoranza a Dora, quien se había sentado a su lado y la
contemplaba expectante. Esa mujer le recordaba demasiado a ella, le
encantaba la naturalidad con la que expresaba sus pensamientos.
A punto estuvo de escapársele un «ojalá», cuando recordó que tenía que
seguir fingiendo.
—Claro que sí. ¡Estamos a tope!
—Bueno, mientras no te quedes embarazada antes de la boda… Si lo
hicieras Abdel nos cortaría a su madre y a mí en pedacitos.
—¿Solo en pedacitos? Por lo poco que le conozco, creo que nos tiraría a
los cuatro al mar.
Dora soltó una risa estridente al imaginar la descripción de la joven y le
propinó una palmadita sobre la mano.
—Me caes muy bien, muchacha. Me recuerdas a mí de joven, salvo por la
parte en la que mi marido no se enamoró de mí.
Ellie captó cierta melancolía en sus últimas palabras y se puso seria. Ya
había escuchado la historia de Dora, pero ahora podía darse cuenta de que no
era odio lo que la anciana sentía por su difunto esposo, sino quizás algo
mucho más profundo de lo que parecía mostrar.
—¿Alguna vez le quiso?
—¿Crees que hubiera entrado a este mundo de mierda si no?
—¿De mierda? Todo esto es una maravilla para mí.
—Al principio lo es, te deslumbra hasta hacerte creer que es tu vida de
ensueño, pero luego te das de bruces con la realidad.
—¿Qué la gente es una cínica?
—Tú sí que me entiendes. Se nota que ya te has codeado con gente con
dinero.
—Más o menos.
Dora reparó en la mirada dubitativa que le dirigía Ellie a Adam y le apretó
la mano.
—A ti eso no te ocurrirá.
—¿Cómo dice?
—Mary y yo coincidimos en lo mismo.
—¿En qué?
—En la forma en la que el señor Henderson te mira. Si te soy sincera,
hubiera dado lo poco que tenía para regresar al pasado y que ese idiota de
Arnold me hubiera mirado de la misma manera en la que ese pelirrojo lo hace
contigo.
Ellie carraspeó incómoda. Se suponía que tenía que fingir que eran una
pareja enamorada, pero ella no estaba segura de que Adam la contemplase
como decía la anciana.
Ante el silencio de la muchacha, Dora retomó su discurso y señaló a
Marilyn, quien en ese momento estaba tomando una clase de baile en la
cubierta.
—Tú vas a vivir lo mismo que ella.
—¿Usted cree?
—Del todo. Ese brillo solo lo he visto en otra persona.
—¿En quién?
—En su marido.
—¿A qué se refiere con el brillo?
—No sabría bien cómo describírtelo, ya sabes que yo no tengo muy
buenas experiencias en el amor, como bien te contamos en su momento Mary
y yo. La cuestión es que cuando una persona está enamorada de verdad se
nota, sus ojos refulgen con un brillo especial, anhelante, exudan adoración.
La joven reflexionó sobre las palabras pronunciadas por Dora. En otras
circunstancias, le hubiera gustado decirle a la mujer que creía que estaba
exagerando, porque en realidad lo hacía, y no porque no conociera ese brillo
del que hablaba, ella misma lo había podido reconocer en su propia mirada en
el pasado, sino porque en Adam no lo achacaba al amor.
Podría parecer una insensible, pero para ella, Adam solo sentía atracción
hacia su persona. Eso era lo que movía de verdad a los hombres, el deseo y la
lujuria. Por supuesto, Ellie también le deseaba, tenía necesidades sexuales,
que hasta ahora estaban frustradas por su cercanía.
No importaba los datos nuevos que él le hubiera aportado en ese viaje,
como, por ejemplo, que hubiera ido a pedirle salir. La Ellie del pasado lo
habría achacado al amor, pero esa antigua versión estaba cansada de errar en
sus presuposiciones. La única verdad que manejaba ahora era que Adam
jamás había hablado de amor entre ellos, lo cual le hacía sentir como si fuera
una injusticia que solo ella le hubiera amado.
Ambas cayeron en silencio, sumidas en sus propios pensamientos,
mientras dejaban vagar sus vistas sin prestar atención a lo que había delante
de ellas.
Tras un rato largo en el que los dos hombres pidieron un tiempo muerto
para ir a por unos refrigerios al chiringuito que había pegado a la piscina, un
grito femenino captó la atención de tres de los huéspedes y su anfitrión.
—¡Chicas! Tenéis que ver esto.
—¡Madre! ¡¿Qué diablos está haciendo ahí arriba?! ¡Ya tiene una edad!
¡Deja de saltar en el trampolín!
La anciana se había subido en el trampolín y practicaba las diferentes
posturas que le había enseñado el instructor, mientras hacía el amago de
tirarse.
—Señora Awad —intervino uno de los animadores—. Tenga cuidado, por
favor, mi empleo depende de su seguridad.
—Tranquilo muchacho, si yo controlo.
Ellie se preguntaba en qué momento se había subido al trampolín, ¿no
estaba haciendo zumba hacía tan solo unos segundos? Contempló su reloj de
muñeca y se dio cuenta que desde entonces había pasado una hora. En esos
minutos a la mujer le habría dado tiempo suficiente hasta a presentarse a las
Olimpiadas si se ponía a ello.
—Madre mía, la hostia que se va a pegar. ¡Mary! —gritó Dora divertida
—. Déjate de tonterías, ¡no tienes la cadera para esos trotes!
—¡No os preocupéis tanto! Esto lo hacía en mi juventud.
—Sí, pero ¡no después de una sesión de zumba! ¡Baja de ahí, idiota!
—Solo quiero enseñaros eee…. ¡Ah!
Como era de esperarse, la mujer se resbaló y terminó cayendo sobre la
piscina con un grito estridente. Su hijo gritó. Horrorizado a la par que
enfurecido, Awad comenzó a repartir órdenes entre la tripulación.
Ellie asistió a la escena con creciente pavor, incluso escuchó a Dora
maldecir por lo bajo, asustada.
—¡La madre que la trajo! No sabe nadar, la muy terca nunca ha querido
aprender. Siempre se queda en la parte en la que se hace pie.
Sin embargo, Adam, acostumbrado a los accidentes de Ellie, previó la
desgracia, por lo que se había ido aproximando con cuidado hacia el
perímetro de la piscina.
En apenas unos pocos minutos, se lanzó al interior de esta y en pocas
brazadas, tomó el cuerpo de la anciana y la sacó del agua. Esta no opuso
ninguna resistencia.
—¿Está usted bien?
—¡Ay qué susto más grande me he llevado! Gracias, muchacho.
—¡Madre! ¿Acaso tienes la cabeza llena de pájaros? ¡Podrías haberte
matado!
—Solo quería demostrar que podía hacerlo…
El tono bajo de la mujer enterneció a Ellie, que se había acercado
presurosa hasta ellos y, aunque no hacía falta, porque tanto Adam como ella
estaban siendo rodeados por unos cuatro tripulantes que se habían
congregado a su alrededor para atenderla, Ellie le trajo su propia ropa. La
mujer la tomó agradecida.
Adam depositó a la anciana en el suelo y cuando esta ganó estabilidad
emitió tal grito de dolor que le hizo caer al suelo.
—¡Ay!
—¿Qué diablos pasa ahora?
Todos se alertaron de inmediato y su hijo se aproximó con rapidez.
—Cre-creo que me he torcido un tobillo Abdel, me duele mucho.
—¡Que venga un enfermero!
En apenas unos pocos minutos, uno de los tripulantes que tenía nociones
de medicina llegó y evaluó la zona afectada, que parecía muy inflamada.
Todos se quedaron callados mientras el hombre las inspeccionaba.
Al final, el tripulante declaró que necesitaba verla un médico, por lo que el
señor Awad comenzó a regañarla, mientras tanto, Dora se agachó a su lado
intranquila.
—¿Estás bien, amiga?
—Mira que eres tonta, subirte ahí encima.
Adam se acercó hasta Ellie, quien también parecía preocupada por la
mujer.
—Ya basta, Abdel. Me estás poniendo en ridículo.
—¿Eso es lo único que te preocupa? ¡Casi me da un infarto! ¿Qué es lo
que hubiera pasado si el señor Henderson no llega a acercarse hasta ahí? Y
ahora encima te tiene que ver un médico.
—Bueno sí, tienes razón, pero tenemos invitados y nos están mirando raro.
Awad se dio la vuelta hacia donde su madre le señalaba y tanto Ellie como
Adam se giraron el uno hacia el otro como dos resortes. Ambos fingieron
hablar de otros temas para que no se sintieran observados.
—Diablos, qué incómodo.
—Y que lo digas —accedió Ellie—. Esto es peor que cuando en el
instituto pillaba a dos burlándose de mí y no podía decir nada.
—¿Se metían mucho contigo en el instituto?
—Bastante.
—¿Por qué?
—Ya lo sabes, por lo mismo que lo hiciste tú en su día, por mi peso.
Adam compuso una mueca, escocido con la pulla recibida. Su actitud de
mierda para con ella era una de las cosas que no había conseguido
perdonarse. Incluso si había cambiado, le dolía darse cuenta de que se había
comportado al igual que sus abusones.
—Lo siento, Ellie…
La muchacha agrandó los ojos. Quizás había sido injusta con él, Adam
había sido una de las pocas personas que se hubieran disculpado con ella y,
aunque todavía le guardaba rencor por esas cuestiones, era hora de dejarlas
marchar.
Cuando se disponía a decirle que no pasaba nada, fue interrumpida por el
señor Awad.
—¡Señor Henderson!
El pelirrojo se giró hacia él y ambos le observaron, acercándose con
decisión hasta donde se encontraban.
—Dígame.
—Quería agradecerle por su actuación tan rápida ayudando a mi madre.
—No se preocupe. No ha sido nada.
—Para mí sí lo fue. Sé que me ha escuchado regañarla, pero eso es porque
mi madre es sagrada. Junto con mi esposa embarazada y mis hijos, es lo más
importante de mi vida. Espero que entienda el alcance de su decisión.
Adam le dirigió un breve vistazo a Ellie, quien frunció el ceño,
confundida.
—Oh, sí que lo hago, señor.
El señor Awad se percató del intercambio entre la pareja, y asintió
conforme.
—La señorita Hawk es testigo de que siempre me gusta recompensar a las
personas que me ayudan de buena fe, ¿verdad?
—Sí, pero conmigo no hacía falta, señor Awad.
—Por supuesto que sí. Por ese motivo, he decidido que una vez se
solucione el problema con mi madre, voy a firmar ese contrato con usted.
Solo tiene que esperar noticias de mi asistente Haik, tengo la esperanza de
que esto suceda muy pronto.
—Mis acciones personales no deberían influir en su decisión señor Awad.
Quizás me esté metiendo un tiro a mi propio pie por decir esto, pero antes de
invertir en nosotros debería valorar si la empresa le inspira confianza y el
beneficio que pueda extraer de ella.
—No se confunda, señor Henderson, conozco la calidad de su empresa,
puede que estén pasando por un bache difícil, pero sé ver cuándo un negocio
tiene potencial, sino ni habría accedido a reunirme con usted.
—Entonces, ¿por qué lo hace ahora?
—Porque yo solo cierro negocios cuando se me demuestra que la persona
con la que voy a trabajar posee unos valores específicos. Usted me ha
demostrado con creces que es un hombre honrado, confiable y comprometido
y, justo por eso, voy a permitir que hagáis uso de este yate a placer.
—¿Cómo?
—Lo que oyen.
—Creo que eso es exagerado, señor Awad.
—¿Usted también lo considera así, señor Henderson?
Ellie ni si quiera reparó en ello, pero Adam entrevió la amenaza velada en
la voz de Awad. Estaba al tanto de las costumbres de ese hombre y, por la
investigación que había realizado el equipo que había tratado de negociar con
él, sabía que no le gustaba que se le rechazara sus regalos.
—No. En realidad, es una excelente idea. Ellie y yo disfrutaremos a lo
grande de esta experiencia.
—¡Adam! —exclamó la joven asombrada de que hubiera aceptado—. Es
demasiado.
—Estupendo. Nosotros tendremos que irnos pronto, la verdad es que
prefiero que la asista mi doctor privado, ya he ordenado hasta el helicóptero.
—¿Y Dora? ¿Qué pasa con ella?
—Mi tía jamás se separa de mi madre. Supongo que regresará con
nosotros. De todos modos, como sé que no han disfrutado lo suficiente del
yate, ustedes pueden quedarse. Si en algún momento desean volver a la
mansión, tan solo avisen al capitán. Él les traerá de regreso.
—Espere un momento, ¿nos va a dejar aquí solos?
—¿Solos? —repitió con una sonrisa Awad—. Señorita Hawk, tiene usted
a una tripulación entera para atenderles. Lo único que les pediría es que
respetasen los camarotes asignados, al menos cuando la tripulación esté
cerca.
Para asombro de la joven, el jeque le guiñó un ojo, denotando que había
estado al tanto de la estrategia de su madre en todo momento.
Ellie quería preguntar si podría regresar con ellos, pero Adam se le
adelantó.
—Muchas gracias, señor Awad. Estamos seguros de que nos vendrá bien
para aclararnos las ideas respecto al matrimonio.
La boca de la muchacha se abrió, desencajada con su osadía. Por mucho
que odiase mentir, el tipo se estaba volviendo un experto embustero, encima
había puesto en su rostro esa expresión indescifrable propia de un actor de
Hollywood.
—Esa era la respuesta que quería escuchar, señor Henderson. Muy bien,
después de aclararlo todo, solo me queda desearles que disfruten de la
estancia.
Una vez llegó el helicóptero, Ellie se despidió llorando de las dos ancianas
y cuando quisieron darse cuenta, ambos se habían quedado solos en el
inmenso yate. Por primera vez en aquel viaje, se encontraba totalmente a
solas con Adam.
Al menos en esta ocasión dormirían en camarotes separados, ¿no?
CAPÍTULO 25
«La madre de Forrest Gump decía que la vida es como una caja de bombones
y nunca sabes cuál te va a tocar. Yo creo que se asemeja más a un centro
comercial gigantesco. Cada persona va con el objetivo de visitar una tienda
diferente o quizás solo se dejan llevar por la corriente y acaban en un lugar en
el que jamás habrían pensado llegar. Puedes coincidir con las personas más
variopintas que te puedas encontrar en tu vida diaria. Ahora me doy cuenta de
que te conocí vistiendo trajes de Hugo Boss y viajando en primera clase para
al final viajar en bicicleta como un Bryan más del barrio».
E.H
En el año 2015 un grupo de investigadores de la Universidad de
Birmingham publicó un estudio en el que se demostraban las posibles
semejanzas entre el amor y el estado de ebriedad, sobre todo en las primeras
fases del enamoramiento. La investigación consistía en administrarles
oxitocina a los participantes, ya que esta sustancia parece liberarse en el
organismo de un individuo cuando se enamora de otro u otra.
Entre las respuestas que hallaron, los objetos de estudio presentaban un
carácter semejante con la ingesta desmedida de alcohol. Las reacciones
podían ser positivas como el incremento de la autoconfianza, o bien,
negativas en la que los participantes exhibían conductas agresivas o celosas
hacia otros.
Entre las respuestas también destacaba la euforia, el miedo o el estrés.
Justo las emociones que podría experimentar alguien que tontea con el amor
durante los primeros meses.
¿El problema? Para Ellie Hawk habían pasado dos años desde que
experimentase todo eso con Adam Henderson y le hubiera gustado poder
superarle, incluso si no lo había conseguido.
Si la razón de Ellie pudiera tener la capacidad de advertir a su propietaria
de las señales, la joven estaba segura de que en la actualidad se encontraría
confeccionando un cartel gigantesco en el que se reflejaría la siguiente frase
con letras mayúsculas.
«STOP. ALERTA. PELIRROJO PELIGROSO PARA TU CORAZÓN Y
TUS BRAGAS. RIESGO PRINCIPAL: PARO CARDIORRESPIRATORIO.
AMIGA DATE CUENTA».
Y es que, aunque Ellie no entendiera de las fases del enamoramiento desde
un punto de vista científico, sí lo hacía de sus sensaciones. Tenía las manos
frías, de modo que estaba segura de que toda la sangre se había dirigido a otra
zona de su cuerpo desde que se enterase de que debería convivir con Adam.
No habría ningún problema si el hombre en cuestión hubiera sido el
charcutero del super, pero aquel tipo en cuestión era el único que la había
logrado hacer suspirar. Cada vez que estaba cerca de ella, le incrementaba las
pulsaciones como si el idiota tuviera el pedal del acelerador bajo su maldito
pie y ella fuera el maldito coche que salía disparado. Ni si quiera le haría falta
pisarlo, con su mera existencia y proximidad a su cuerpo la encendería de mil
maneras diferentes.
No importaba que su relación se hubiera suavizado, porque el ambiente
que se establecía entre ellos cuando se hallaban a solas, le crispaba los
nervios. ¿Por qué? Porque se lanzaría gustosa sobre él sin ningún miramiento
hacia sus objetivos.
Sin embargo, en ese momento no se encontraban en una tesitura
demasiado favorable, pues habían pedido la cena en el comedor principal y
ahora compartían dos platos idénticos, rodeados por el personal de Awad.
«Ellie, vamos a relajarnos, concentrémonos en comernos el revuelto y
disfrutarlo, no debe afectarnos que este hombre esté más apetecible que
cualquier tarta tres chocolates, no le saltaremos encima. Compórtate mujer».
—No sé cómo te has pedido ese revuelto de verduras, habiendo pasta —
comentó extrañado Adam, ajeno a la lucha interior de la joven—. ¿Te gusta
de verdad?
—Lo creas o no, como de todo.
Ellie no pensaba que fuera a añadir algunos de sus comentarios mordaces
del pasado, más una sombra de duda todavía albergaba en su subconsciente.
Una parte de ella temía que él respondiera algo similar a «Pues en Europa no
lo demostraste». A pesar de ello, la expresión de Adam cambió,
componiendo una sonrisa traviesa.
—¿En serio? Eso me gustaría verlo. De nuevo.
«Ahora sí que sabes seducir, qué orgulloso me siento» Susurró Deseo.
Ellie se quedó boquiabierta con esa insinuación tan pecaminosa para él y
se puso roja como el tomate que acababa de apartar a un lado en su plato. Se
obligó a reponerse con rapidez, ya que a la vista estaba de que el pelirrojo se
lo estaba pasando en grande a su costa y no pensaba consentírselo.
—Adam, ¿me estás haciendo alguna clase de proposición?
El susodicho se llevó el tenedor a la boca y masticó con extremada
delicadeza, sin apartar su intensa mirada de la de ella.
—¿Lo hago?
—Dime la verdad.
—¿Sobre qué?
—En estos dos últimos años te has apuntado a algún tipo de clases de
seducción. ¿A qué sí?
—¿Eso existe si quiera? —inquirió horrorizado y al ver el asentimiento de
la muchacha, negó—. Solo he asistido a unas pocas citas a ciegas.
La joven experimentó una sensación de debilidad. No se lo imaginaba en
algo así. Después de unos segundos, apartó el malestar que se había asentado
en su bajo vientre y decidió tomárselo con humor.
—¿Y qué tal? ¿Te gustaron?
—Dejemos claro que fui obligado, y en algunas ocasiones hasta engañado.
—Vaya, ¿quién se atrevería a forzar a alguien tan mandón como tú a
rehacer su vida?
—La culpa es de Enzo y de Luke, bueno, y de mis padres.
—Oh, oh… ¿salió bien?
—Me da vergüenza hablar de esto.
Eso captó por completo el interés de Ellie, quien sonrió como si fuera un
gato con un plato de nata entre las zarpas. ¿Vergüenza? Eso sí quería saberlo.
¿Qué podría haberle sucedido para que reaccionase tan esquivo?
—No, no. Ya has empezado contándolo, ahora no puedes echarte atrás.
—Es que es bochornoso.
—¿Me hablas a mí de situaciones vergonzosas? Tengo suficientes para
escribir un libro. Suéltalo, venga. Imagínate que soy como esas reuniones de
drogadictos, que van a contar sus problemas. La única diferencia será que
nosotros hablaremos de temas más livianos.
—No puedo creerme que hayas realizado ese símil.
—Venga, ¡dilo! —le instó emocionada— ¿Qué es lo que te ocurrió? Te
despacharon a la primera ¿verdad?
En esta ocasión el que se mostraba atónito era Adam a lo que Ellie asintió
satisfecha.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque en un principio puedes resultar un hombre de trato complicado.
—Por tu situación personal puedo comprender que me digas eso, pero a
esas señoritas les traté bien.
Ellie le contemplaba suspicaz, y se llevó un nuevo trozo a la boca. No
parecía creerle del todo, por lo que Adam se vio en la necesidad de exclamar:
—¡Es cierto!
—Adam, soy yo, te conozco bastante bien. Te cuesta salir de tu zona de
confort y, honestamente no te veo en una cita a ciegas, así que estoy segura
de que, si de verdad estuviste en una, la cagarías de alguna forma.
—Bueno, y aunque lo hubiera hecho, ¿eso justifica que te lancen una taza
de chocolate por encima?
La joven se atragantó de la risa. No podía creerse que eso hubiera ocurrido
tal y como lo narraba. Se había imaginado que cómo mínimo alguna le habría
insultado, eso es lo que había hecho ella nada más conocerle, pero ¿tirarle
chocolate?
—¿Te estás riendo?
—No.
—¡Mentirosa!
Esta vez no realizó ningún intento por ocultarlo y se rio abiertamente ante
un Adam bastante indignado.
—Vale, sí. ¿Qué es lo que le dijiste?
—Creyó que la estaba llamando gorda.
—¡Adam! Pensaba que esa costumbre tan terrible ya la habías dejado
atrás.
—Te juro que no era mi intención, de hecho, no lo estaba haciendo.
—¿Entonces?
—Yo….
Él esquivaba su mirada, así que Ellie sintió la necesidad de pincharle para
sonsacarle la información.
—¿Qué?
—Bueno, me gustó que no se privara de comer como la anterior.
—Eso sí que es raro en ti.
En el pasado siempre le estaba recriminando ese aspecto. Sin embargo,
desde que había regresado, la actitud del pelirrojo había cambiado por
completo, llegando incluso a animarla a comer.
Un momento, había algo incluso más extraño que eso en el relato, ¿qué
hacía Adam bebiendo chocolate? Quizás fuera el de la candidata, ¿no? No,
porque no había sido la primera vez que lo pidiera en ese viaje.
Al percatarse en eso, Ellie le analizó, notando unas mariposas
revoloteando en su estómago. ¿Habría estado bebiendo chocolate todo este
tiempo? Diablos, si eso era así y se debía a ella, como una parte retorcida en
lo más profundo de su interior deseaba creer, no sabría cómo reaccionar.
Se había enamorado de él cuando jamás lo hubiera imaginado posible,
repitiéndose decenas de veces que el corazón no parecía ver. Ahora algo le
indicaba que quizás existía una posibilidad, por remota que fuera, de que este
último hubiera estado más acertado de lo que habría pensado su parte
racional.
—No me mires así.
Adam estaba serio, escrutándola con pasión. En la profundidad de sus
orbes celestes, había algo que la inquietaba. Una sensación que no podría
describir con palabras y que se quedaba corta ante los diferentes nombres que
le había conferido la humanidad a lo largo de la historia.
—¿Cómo?
—Como si fueras a comerme en cualquier momento.
Ellie enmudeció, no sabía qué añadir a continuación. Su boca se había
secado y, pese a que hiciera serios esfuerzos por concentrarse en otra cosa, la
sola presencia de Adam ejercía tal magnetismo sobre ella que le resultaba
imposible apartar la mirada. Tenía la impresión de que dijera lo que fuera,
acabaría metida en un aprieto muy íntimo del que en ese momento estaría
más que dispuesta a participar. El silencio entre ellos se hizo más pesado, y
solo fue interrumpido por la presencia de uno de los camareros, que les
acababa de traer el postre que se componía de dos mahalabias.
El primero en romperlo fue Adam.
—¿Quieres tomar una copa conmigo?
Por unos segundos, Ellie recordó otro momento específico en el que Adam
le había propuesto tomar una copa. Había sido justo antes de proponerle el
acuerdo sexual. Su corazón se aceleró ante la semejanza de ese instante con el
pasado.
—¿Perdón?
—Te preguntaba si te gustaría compartir conmigo una copa de vino en la
cubierta.
No estaba segura de que fuera correcto y menos después de la situación
delicada en la que se había puesto a sí misma hacía tan solo unos días,
cuando había decidido besarle.
Aun así, una fuerza superior a ella, le instó a aceptarlo, al igual que hiciera
hacía dos años.
—Vale.
***
Después de la ligera cena, Adam y ella subieron a la cubierta. Por el
camino se toparon con unos pocos tripulantes, que les hacían una reverencia
rápida con la cabeza como muestra de respeto y procedían a seguir con su
trabajo.
Esa noche calurosa Ellie se había puesto un vestido negro translúcido.
Debajo llevaba un pantalón corto y un top negro, si uno se fijaba con
detenimiento podría apreciarlos ligeramente. La combinación era juvenil a la
par que elegante. Además, se había alisado el pelo y colocado una diadema
de perlas para darle algo más de color.
La joven le echó un vistazo de reojo a su acompañante, sintiéndose
nerviosa. Vale que solo fueran a tomar una copa, pero Adam estaba
demasiado atractivo en ese traje negro. Ya no le quedaba rastro del moratón
que le hubiera hecho Ethan, aunque sí se podía advertir una pequeña cicatriz
en la ceja. No llevaba corbata y la camisa blanca tenía dos botones
desabrochados, confiriéndole una imagen relajada.
A pesar del nuevo estilo elegante a la par que desenfadado que había
adoptado, Ellie se dio cuenta de que había echado de menos verle en traje.
Cuando al final salieron a la inmensa proa, la joven ignoró la visión de la
piscina y se enfocó en la preciosa oscuridad del cielo. Se encontraban tan
alejados de la ciudad que podían verse todas las estrellas del firmamento. Una
emoción sobrecogedora la embargó, recorriendo cada parte de su cuerpo.
Ilusionada, se adelantó y se acercó con rapidez hasta la valla que separaba
el descomunal yate del mar. Mirando hacia el cielo, se embebió de la
inmensidad de la noche estrellada y, girándose hacia Adam, se la señaló con
un dedo, poniéndose de puntillas como si tratase de alcanzarla.
—Adam ¡Mira! ¡Aquí tienes material suficiente para tus historias!
Este último la contemplaba absorto. Con el cabello removido por el
viento, la preciosa sonrisa en su rostro y esa ilusión en su mirada castaña,
Adam exhaló todo el aire contenido.
Aquella mujer era la única con la capacidad de alterar su universo
particular, su motor para seguir avanzando y tan solo la separaban de ella
unos pocos metros. Adam se sentía el hombre más afortunado por el simple
hecho de poder contar esa noche con su presencia.
Se aproximó hacia donde estaba aferrada. En la mano llevaba la botella de
vino y las dos copas, que habían pedido a la cocina. Al principio se habían
mostrado reticentes, por la estricta norma de no ingerir alcohol, pero, al final
acabaron claudicando ante la amenaza velada de avisar a su jefe y tras haber
alegado que eso no debía aplicarles a ellos, ya que no eran musulmanes.
Adam se concentró en Ellie y, descorchando la botella sin apenas
dificultad, le sirvió en silencio una copa, preguntándose cómo debía plantear
lo que había pensado.
—¿Por qué no cambiamos el plan esta noche?
—Gracias —contestó Ellie, tomando la copa que le tendía y, tras
llevársela a los labios para probarla, inquirió—. ¿Teníamos un plan?
—Había pensado uno.
Ellie le contempló, estaba sirviéndose su propia bebida y evitaba
sostenerle la mirada. De modo que esperó hasta que dejó la botella en el suelo
de madera y le encaró.
—Déjame adivinarlo, invitarme a venir aquí contigo solo ha sido una
argucia.
—Define argucia.
—Una treta, vamos, que quieres conseguir un objetivo. Quizás…
¿llevarme al huerto?
Tampoco debía actuar como una hipócrita, si esa era su verdadera
intención, Ellie no podría declarar en voz alta que una parte de ella no
deseaba sucumbir a esa posible proposición, al menos sin temor a terminar en
el infierno por ser una mentirosa nata.
—¿De qué me serviría eso, Ellie?
Sus esperanzas se desinflaron y se retrajo, dispuesta a pasar a la ofensiva.
Sin embargo, algo debió de reflejarse en su rostro, porque Adam agregó con
rapidez.
—Acostarme contigo me encantaría, desde luego, pero eso sería un
intercambio de un rato. Nada de eso puede asegurarme que te quedarás a mi
lado al día siguiente. ¿Comprendes? Si yo voy a por algo, apunto mucho más
lejos.
Ellie tragó saliva, se le había puesto el vello de los brazos como escarpias,
por lo que tuvo que frotarse el brazo. No pudo evitar lograr que una pregunta
escapase de sus labios.
—¿A dónde?
Adam no respondió de inmediato. Dio un breve sorbo a su copa y la dejó
en el suelo junto con la botella. En apariencia parecía seguro, pero Ellie captó
un brillo que indicaba nerviosismo en la profundidad de sus ojos.
De repente, Adam hizo una señal con la mano y Ellie se giró hacia atrás,
buscando a quien fuera con el que se estuviera comunicando. Reparó en que
uno de los tripulantes, que había estado apostado en la puerta por la que
habían salido, asentía con rapidez y se metía dentro del yate, dejándoles a
solas.
Extrañada por aquel breve intercambio, Ellie volvió a mirar a Adam con
una expresión interrogante en el semblante. Este la sorprendió, cogiéndola de
improvisto de la mano en la que no sostenía la copa.
Una corriente eléctrica se desató en su interior en cuanto sus dedos
entraron en contacto, y Ellie experimentó un estremecimiento por todo su
cuerpo.
El pelirrojo la contemplaba con tanto cariño, que Ellie temió desfallecer en
cualquier momento.
—Voy a apuntar a tu corazón.
Súbitamente, unos gigantescos altavoces de los que no se había percatado
en su llegada, comenzaron a sonar con la canción de James Arthur, Say you
won’t let go.
Ellie se quedó atónita cuando Adam se inclinó sobre ella, para hacerse oír
entre la música, y le pidió con suavidad:
—¿Me concederías este baile?
El corazón de Ellie latía con fuerza contra su caja torácica. Estaba segura
de que, a pesar de la música, Adam podría escuchar sus pulsaciones, pero no
lo pudo evitar. La música y el significado que implicaba la letra resonaba
entre ellos, fusionando zonas heladas por la decepción y frustración.
«Te conocí en la oscuridad
Tú me encendiste
Me hiciste sentir como
Si yo fuera suficiente
Bailamos toda la noche
Bebimos demasiado
Sujeté tu cabello hacia atrás cuando
Estabas vomitando.
Entonces sonreíste por encima de tu hombro
Por un minuto, estaba completamente sobrio
Te puse más cerca de mi pecho
Entonces me preguntaste si me quedaría
Yo te dije, ya te lo he dicho
Creo que deberías descansar un poco»
Ellie asintió ligeramente. No importaba si acababa ardiendo en el
mismísimo infierno, no habría manera alguna de negarse esa invitación.
La expresión de Adam se suavizó, aliviado de que no le hubiera
rechazado. Con sumo cuidado, le colocó una mano sobre su cuello,
invitándola a rodeárselo con la otra. La joven se sentía tan hechizada por la
música y el hombre con el que estaba, que obedeció sin apartar su atención de
él.
Adam la pegó a su cuerpo, apoyando sus manos en su cintura,
envolviéndoles a ambos en un abrazo cálido. Se sentía como si sus cuerpos
supieran lo que tuvieran que hacer ante de que lo hicieran sus propietarios.
Adam inspiró su esencia dulzona, maravillándose de que todavía le siguiera
afectando de esa forma.
Ambos se estudiaron mutuamente, con adoración y devoción contenidas.
Sus almas se exploraban, rememorando unos sentimientos que habían tratado
de controlar. Con pasos pequeños se movían al ritmo suave de la música.
La letra parecía transmitir a la perfección las palabras que ellos no se
habían sabido decirse.
«En ese momento, yo sabía que te amaba
Pero tú nunca lo supiste
Porque yo actué con calma
Cuando tenía miedo de dejarme llevar
Sabía que te necesitaba
Pero nunca lo demostré
Pero quiero quedarme contigo
Hasta que estemos canosos y viejos
Solo di que no me dejarás ir
Solo di que no me dejarás ir
Te despertaré con el desayuno en la cama
Te llevaré café
Acompañado con un beso sobre tu cabeza
Llevaré a los niños a la escuela
Me despediré de ellos
Agradeceré a mi estrella de la suerte por esa noche
Cuando mires por encima de tu hombro
Por un minuto olvida que soy más viejo
Quiero bailar contigo ahora mismo. Oh
Te ves más hermosa que nunca
Y juro que cada día estas mejor
Tú me haces sentir así de alguna manera
Estoy tan enamorado de ti
Y espero que lo sepas
Cariño, tu amor vale
Más que el oro
Hemos llegado tan lejos, amor mío
Mira cómo hemos crecido
Y quiero quedarme contigo
Hasta que estemos canosos y viejos
Solo di que no me dejarás ir
Solo di que no me dejarás ir
Quiero vivir contigo
Incluso cuando seamos fantasmas
Porque tú siempre estuviste ahí para mí
Cuando más te necesitaba»
Adam posó su frente sobre la de ella y cerró los ojos, permitiéndose
experimentar y exprimir al máximo la magnitud del momento a su lado.
Un suspiro escapó de la boca femenina y el pelirrojo ansió capturarlo para
siempre. Adam entreabrió los párpados y se la encontró de la misma forma.
Se había dejado ir con él en el vaivén emocional y musical. Su expresión era
de auténtica rendición, estaba seguro de que sería similar a la que había
compuesto él unos segundos antes.
Dejándose llevar por los sentimientos desprendidos de la música, la
muchacha se puso de puntillas y dejó recaer su cabeza contra su hombro,
apoyando todo su peso sobre él.
Adam la acogió entre sus brazos, acercándola aún más a su cuerpo si
cabía, fundiéndoles a ambos en un abrazo, que no dejaba un solo espacio
entre ellos. Amaba sentirla por completo, podía notar cada una de sus curvas
gracias a esa posición.
Deseando con todas sus fuerzas mantenerla junto a él para siempre,
aprovechó para descansar su rostro contra la curvatura del cuello femenino.
Olía tan malditamente bien, que se sentía enloquecer. La joven se removió
entre sus brazos, y Adam reforzó el abrazo, aterrado de poder perderla.
Inhalando su aroma, le murmuró:
—No abras los ojos todavía.
Nada más notar su aliento contra su oreja, los sentidos de Ellie se pusieron
alerta y apretó sus brazos. A pesar de que sus emociones estuvieran a flor de
piel, le obedeció, aunque no sin antes realizarle una pregunta:
—¿Por qué?
—Necesito decirte algo.
—¿El qué?
—Te deseo con cada parte de mi cuerpo, Ellie. Eso es algo que dudo
mucho que cambie algún día. Mis manos pican por tocarte cada vez que estás
cerca y cuando coincidimos en una habitación, mis piernas se mueven hacia ti
solas, como si tuvieran vida propia.
—A-Adam….
—Quizás creas que me estoy aprovechando del momento, y sería un
gilipollas mentiroso si te dijera que no es así, pero Dios… Te necesito a mi
lado. Quiero aprovechar este viaje para tratar de recuperarte. Solo… yo solo
quiero recobrar lo de antes, la conexión que tuvimos, y que sé que seguimos
manteniendo, porque esto… Santo cielo, Ellie, esto no lo he tenido con nadie
más. Y ¿sabes qué es lo peor de todo?
Ellie contuvo el aliento, afectada por cada una de las palabras que le
estaba susurrando contra su oído. Su voz salió como una exhalación.
—¿Qué?
—Que me aterra que en cuanto la música termine, quieras soltarme y
marcharte a tu habitación. Sé que para ti es la opción más lógica, aunque
espero que no la más fácil, y si decides hacerlo no te lo impediré.
Antes hubiera preferido cortarse una extremidad que alejarse de él. A
pesar de ello, Adam tenía razón. El simple hecho de haberle abrazado y estar
bailando con él, suponía un riesgo demasiado grande.
—¿Qué crees que ocurrirá si no me voy?
—No me aprovecharé de ti, si eso es lo que te preocupa.
—Sabes bien que no se trata de eso. En ese sentido siempre he confiado en
ti, Adam.
Le agradó escuchar eso. Adam había temido que no volviera a confiar en
él, por eso, que le confirmase que no había dejado de hacerlo, aligeró su
presión.
—La música seguirá sonando.
—¿Quieres que baile contigo hasta el amanecer?
—Solo si tú quieres hacerlo.
—Podría. Aunque estaría contradiciendo la primera regla de Cenicienta.
La suave y baja risa de Adam se coló en su pecho, trastocando con dulzura
la escasa razón que le quedaba.
—Entonces, déjame sostenerte así hasta que no puedas tenerte en pie.
—Eso no formaba parte del cuento, se suponía que a las doce una tenía
que marcharse.
—Eso es porque el príncipe era un pusilánime. No solo la deja largarse
corriendo en tacones, sino que olvida su cara y va poniéndole a todas las
mujeres el zapato de quien se supone que se ha enamorado. Menudo idiota,
¿eh?
—Supongo que sí. Tienes razón.
Las estrellas del firmamento les observaron moviéndose con lentitud,
siguiendo las últimas notas musicales.
Ambos se mantuvieron en silencio hasta que la canción finalizó. Adam
apretó su abrazo, para impregnarse y recordar el momento, antes de
permitirla elegir.
Después de unos segundos, se separó ligeramente de ella, aunque no la
soltó del todo.
—¿Qué es lo que harás ahora, Ellie? ¿Replicarás el cuento o escribirás uno
nuevo?
Ellie analizó con detenimiento sus opciones. Ahí envuelta en la calidez de
sus brazos, no deseaba marcharse nunca. La joven inspiró aire hasta que sus
pulmones ardieron y le miró a los ojos. Eran preciosos, cuando había estado
lejos de él, se acordaba de él siempre que había contemplado el cielo
despejado.
—Voy a reescribir el final.
Ellie le atrajo hacia ella y le besó, dulce y profundo. La boca masculina se
abrió para ella, permitiéndola colarse en su interior. Ambos se exploraron y
entremezclaron sus salivas, mientras sus corazones bombeaban a la misma
velocidad. Adam no cesaba de acariciarle la cara, degustándola no solo su
sabor, sino también su tacto.
La muchacha creyó que en cualquier momento colapsaría a causa del
asalto de emociones que estaba experimentando.
Diablos, deseaba fundirse en su cuerpo y satisfacer todas sus necesidades,
las de ambos. Le amaba y no tenía suficiente con ese beso, ansiaba mucho
más que eso, le quería por completo. Él lamió sus labios con una suavidad
enloquecedora, que la obligó a aferrarse a su cabello. Estaba desbordada,
extasiada con ese beso devastador bajo las estrellas.
Ninguno esperaba nada que no fuera tomarse el uno al otro con pasión
desmedida. Por supuesto, tampoco esperaron el tono de llamada estruendoso
que provino del bolso de Ellie. Este rompió el mágico clima en el que estaban
envueltos y les obligó a separarse con reticencia el uno del otro.
La joven extrajo el condenado móvil, maldiciendo para sus adentros.
Tendría que haberlo puesto en silencio. Todavía ambos seguían agitados,
respirando entrecortadamente.
Sin embargo, en el instante en el que vio el nombre que aparecía reflejado
en pantalla, su semblante cambió y también el de Adam, aunque por motivos
bien diferentes.
«Ethan»
El pelirrojo le contemplaba con una expresión interrogante. En silencio le
estaba dando a elegir y estaba segura de que no le iba a gustar su decisión.
—Tengo que cogérselo.
En esta ocasión, por su rostro pasaron diferentes expresiones, que
evidenciaron su ambivalencia interior: debilidad, decepción e ira.
Había elegido y lo había escogido a Weiss. No a él. Joder, dolía en lo más
profundo de su alma. Sin embargo, el orgullo se impuso por encima de todo.
—Tu novio parece requerir de tu presencia.
Al reparó en su tono seco, le miró. Parecía molesto y no podía culparle. Se
aborrecía por lo que le había hecho. Había vuelto a engañarle, Adam creía
que estaba saliendo con Ethan porque era una maldita cobarde que le aterraba
exponer su corazón, mientras que él le preparaba esa clase de planes, ella se
justificaba con su amigo de por medio. Sin duda, era odiosa.
—Adam… yo…
—No. Deberías cogérselo.
Adam no pudo soportar la debilidad, que aparecía reflejada en los ojos de
ella, así que, sin añadir nada más, se dio la vuelta. Si seguía mirándola se
enfadaría, no por ella, sino por lo que significaba esa llamada. Ellie no era
suya y no había forma posible de que algún día volviera a serlo. Pertenecía a
un imbécil que no sabía cómo valorarla.
—Está bien. Me iré a mi habitación.
El pelirrojo aborreció el tono inseguro de la joven al pronunciar esas
palabras. Era un desgraciado insensible que iba a dejarla marchar de nuevo.
—Vale.
—Hasta mañana, Adam.
—Hasta mañana.
Cuando creyó escucharla coger la llamada, se giró hacia ella y la observó
marchar, sintiéndose atormentado y miserable. No avanzaba, cuando creía
estar tocándola y alcanzándola, algo terminaba apartándole de nuevo.
Frustrado, se pasó una mano por el rostro, y le hizo una señal al tripulante
para que parase la lista de reproducción que había preparado para ella.
Una cosa estaba clara, sus amigos tenían razón, era un pésimo
conquistador.
***
Con las emociones destrozadas, Ellie descolgó la llamada al mismo
tiempo en el que se encaminaba a su propio camarote. Odiaba marcharse así y
dejarle solo en la cubierta, lo único que quería hacer era regresar y seguir
besándole hasta perder el sentido, pero no podía rechazar la llamada de
Ethan, porque podía ser importante.
Además, por lo poco que había visto en él, ahora Adam la despreciaría por
eso. Era un hombre que valoraba la lealtad por encima de todo, y ella estaba
engañándole de nuevo con burdas mentiras sobre Ethan.
Suspirando, se concentró en lo que fuera que tuviera que decirle su amigo.
—Buenas noches, El.
—Hola.
—Huy, ¿te ha pasado algo? Te noto rara.
—No, nada. Solo estoy cansada.
—Bueno, si quieres hablar de algo, ya sabes.
—Sí, aunque dudo que me hayas llamado por eso.
—Cómo me conoces.
—¿Ha ocurrido algo en nuestra ausencia?
Ethan se mantuvo en silencio durante unos segundos en los que Ellie se
inquietó. Su amigo se parecía a ella, a ninguno le gustaba el silencio.
—¿Ethan?
—No estoy seguro.
—Sé más específico, por favor.
—Acaba de ocurrir una especie de accidente.
—¿A qué te refieres?
—Bueno, nada mortal por supuesto. Para ponerte en contexto, ahora son
las doce de la mañana, pues hace una hora o así, en la piscina hubo una
especie de brote dermatológico.
—¿Cómo dices? ¡¿La gente está bien?!
—Sí, están realizando varios análisis a los niveles de cloro de la piscina.
Se cree que podrían haber echado más de lo recomendado.
—¿Eso puede ser debido a un descuido? O ¿crees que es John?
—Aún no estoy seguro, déjame que investigue un poco y te lo haré saber
en cuanto tenga pruebas más sólidas.
—Creo que lo mejor será que regresemos mañana mismo.
—No. Vosotros quedaos allí de momento, tenéis que cerrar ese acuerdo
como sea.
—Pero ¿qué pasa si Adam se entera de esto? Creo que debería saberlo,
Ethan. Es su empresa.
—Ya lo hemos hablado decenas de veces, Ellie. No puede enterarse hasta
que no reunamos pruebas sólidas.
—¿Y cómo piensas que se lo oculte?
—No tendrás que ocultarle nada, porque ya me he encargado yo de que
Lucy crea que se debe a causa de un accidente. Con toda seguridad, ella ya le
estará informando sobre esto. Además, es probable que si el señor Brown está
detrás de esto se las habrá ingeniado para que se declare como tal. Creo que
lo mejor será que dejemos la versión oficial como tal.
—¿Entonces? ¿Qué haremos?
—Si ha sido él, esto solo será el comienzo. De todas formas, las cámaras
habrán captado algo seguro.
—Si lo han hecho, será lo primero que hayan borrado.
—Depende del tiempo que pase, cabe la posibilidad de recuperarlas.
—Ethan, a veces me das miedo.
—Hazme caso, tengo un pálpito sobre esto.
—Está bien….
—¿Qué hora es allí?
—Las once.
—Bueno, entonces estarás a punto de irte a dormir, ¿no?
—Más o menos, sí.
—¿Todo bien con Henderson y Awad?
—Creo que sí…
Ellie no añadió que estaba casi segura de que por las últimas palabras del
jeque habían cerrado casi el acuerdo. Quizás porque en el fondo temía que
cuando lo hiciera todo terminaría entre Adam y ella.
—Lo estás haciendo bien, El. Mi padre y yo creemos en ti. Lo
conseguiremos y serás libre, te lo prometo.
Eso le hizo sentir culpable. Hacía tan solo unos minutos había besado a
Adam, sin tener en cuenta que ahora trabajaba para esos dos hombres y que
confiaban en ella para aquel trabajo. Ahí no importaban sus sentimientos.
—Gracias.
—Bueno, te dejo descansar. Ten dulces sueños.
—Gracias, hasta mañana, Ethan.
—Hasta mañana.
***
Esa misma noche, Adam se metió en su cama angustiado. Había hecho el
ridículo delante de Ellie ofreciéndole quedarse a pasar la noche a su lado. Ella
tenía novio. ¿Por qué no podía entenderlo? Era un tipo despreciable y
apestoso, sí, pero seguía siendo su pareja, por mucha relación abierta que
tuvieran.
Entonces, si la única verdad era esa, ¿por qué sus labios y cuerpo parecía
pertenecerse mutuamente?
No había pegado ojo desde entonces, reviviendo una y otra vez el beso
mantenido y su consiguiente interrupción como si se tratase de una
maldición. Para colmo, su secretaria le había contactado para remitirle un
problema con el hotel. Todavía no estaban seguros de qué podría haber
desencadenado dichos brotes alérgicos de algunas de las personas que se
habían metido en la piscina.
Los hoteles Henderson se caracterizaban por mantener los niveles de cloro
de la piscina al mínimo. Es más, incluso habían empezado a implementar
algunas piscinas de sal. Sin embargo, y aunque parecían ser casos contados,
eso solo significaba que el hotel tendría que desembolsar una buena cantidad
de dinero para compensarles, aparte de ir contra los objetivos que le había
impuesto Ellie en la junta.
Adam no podía evitar que eso le recordara a la situación de los hoteles en
Europa. ¿Se habría extendido hasta allí? Desde que pillaran a Allard, no había
vuelto a tener noticias al respecto de que hubiera un problema, pero claro,
esos dos últimos años tampoco había estado muy presente en la empresa.
Miró el reloj de su mesilla de noche. Eran las dos de la madrugada.
Tendría que estar durmiendo y no reflexionando posibles maneras de abordar
esa nueva información o lamentándose por su deseo insatisfecho.
Trató de cerrar los ojos, para conciliar el sueño. Nada, las imágenes de
Ellie entre sus brazos no querían borrarse de su memoria. Adam se removió
en la cama, esforzándose por dejar la mente en blanco.
Cuando al final lo consiguió, un grito estridente le obligó a abrir los ojos.
Con el susto aún en el cuerpo, tuvo que enfocarse, ¿habría provenido de la
habitación de al lado? Volvió a repetirse, esta vez mucho más agudo.
Sí, no cabía duda, era Ellie.
Aterrado de que le hubiera ocurrido algo, se levantó a toda velocidad sin
ni si quiera ponerse los zapatos y, descalzo, aunque con el pijama puesto,
salió corriendo y, en apenas un suspiro, abrió la puerta del camarote de la
joven de un portazo.
Otro alarido escapó de la boca de la muchacha, asustándole hasta la
muerte. ¿Qué diablos le estaba ocurriendo?
—¡NO!
Estaba todo a oscuras, por lo que no veía nada, solo la escuchaba gimotear
en lo que debía ser la cama. Encendió la luz como pudo y se aproximó
ansioso hacia esta última. Se apostó en el perímetro y comprobó que seguía
dormida. Le tocó la frente y se horrorizó al percatarse de que estaba perlada
de sudor.
La muchacha se removía agitada entre las sábanas. Adam se sentó a su
lado y le acarició la cara para intentar despertarla.
—Ellie. Despierta, estás teniendo una pesadilla. Solo es un mal sueño.
—¡No, no, no! ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!
En esta ocasión chilló como si estuviera aquejándola algún dolor
indescriptible y se incorporó de golpe, ante la desesperación creciente de
Adam.
—¡Ellie!
Adam se vio reflejado en sus ojos castaños. Sin embargo, a pesar de
haberlos abierto, parecía existir una neblina de confusión en su mirada. La
joven estaba temblando, por lo que se acercó aún más a ella y la rodeó con
sus brazos, en un vano esfuerzo tranquilizarla.
Ella apoyó la cabeza contra su pecho hasta que su respiración se regularizó
y pudo preguntar:
—¿Adam?
—Por fin reaccionas. Menudo susto me has pegado. Creí que te estaba
pasando algo.
—¿Te he despertado? Lo siento mucho…
—No, no me había dormido todavía. ¿A esto te referías cuando me decías
que tenías pesadillas?
—Sí.
—Jamás te escuché gritar en el hotel, y mucho menos de esta forma. Por
un momento pensé que te estaban haciendo algo.
—Lo siento…
—No, no te preocupes. No tienes que pedirme perdón ni mucho menos,
dudo que puedas controlarlo.
—Hubo una época en la que sí lo hacía.
—Puedo preguntarte ¿qué es lo que te pasó? ¿fue debido al accidente ese
del hotel que me contaste?
Ellie agachó la cabeza, avergonzada. A pesar de haberle dejado colgado,
Adam estaba ahí, mostrándose genuinamente preocupado, mientras le
abrazaba y calmaba, masajeándola los hombros.
Como mínimo le debía la verdad. No sabía por dónde debía de empezar a
contarle, ya que ni ella misma podía encajar las piezas del que había sido uno
de los peores días de su vida. Llevaba años intentando recordarlo, pero la
información seguía sin venir.
—Más o menos. Verás, esta pesadilla en cuestión no es nueva.
—Creía que eran varias.
—No, solo es una.
—¿Quieres contármela?
—Siento que, si hablo de ella y me vuelvo a acostar, volveré a soñar lo
mismo…
—Está bien, lo entiendo.
—Aun así, me gustaría contarte algo.
Adam le estaba descontracturando un nudo muscular para infundirle
tranquilidad y, al escucharla decir eso, cesó sus movimientos, poniéndose
alerta. Era la primera vez que se ofrecía a contarle algo de su vida privada por
voluntad propia y sentía que tenía que ver con ese escollo que siempre se
interponía entre ambos. De modo que tenía que andarse con cuidado, estaba
seguro de que la joven estaba abriéndose para él.
—Soy todo oídos.
—¿Te acuerdas de que te conté que había estado con una psicóloga
tratando el tema de mi miedo a montar en coche?
—Sí.
—Cuando me despediste hubo algo más que me llevé a parte del exiguo
finiquito que me tendiste, y que me traje conmigo de nuestro viaje por
Europa.
—¿El qué?
—Esta pesadilla. En realidad, antes de irnos a Italia, hacía muchos años
que no soñaba con eso.
—¿Dices que la volviste a tener en Roma?
—Más bien en Venecia.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Porque en ese entonces no nos llevábamos bien y eras mi jefe. Una no
va contándole sus problemas al jefe que la aborrece.
—Yo no te aborrecía, eso que quede claro, pero dime, ¿la tuviste también
en París?
—A veces. No siempre.
—¿A qué crees que es debido?
—La psicóloga que tuve en Londres creía que estaba relacionada con mi
trauma con los coches.
—Podría ser, sí. Me gustaría preguntarte, ¿qué es lo que te pasó? Siempre
quise saber por qué te daban ataques de pánico.
Ellie se puso en tensión. Ese era su tema tabú. A excepción de su
psicóloga, no lo había hablado con nadie, ni si quiera con Ada. Tuvo que
realizar un serio esfuerzo para que las palabras salieran de su boca y fueran
las correctas. Hacía tanto tiempo que evitaba esa cuestión, que se había vuelto
una experta eludiéndola, pero esta vez quería contarle la verdad. Incluso si
para ella estaba fragmentada.
—Si te soy sincera, no lo recuerdo bien. Sé lo que pasó, porque me lo
contaron, pero no cómo ocurrió. Mi cerebro ha bloqueado la información
para protegerme del dolor que supondría rememorarlo todo.
—¿Cómo puede ser eso?
—Verás, no siempre fui pobre y tuve que hacerme cargo yo sola de mis
hermanos. Hubo una época en la que conté con una familia estructurada.
Adam guardó silencio. Eso que le estaba contando jamás lo hubiera hecho
en el pasado. La melancolía que reflejaban sus palabras le bloqueó. Como no
quería presionarla, comenzó a acariciarla el cuello para animarla a seguir
hablando.
—Mis recuerdos de la época en la que todo se fue a la mierda en mi
familia son muy confusos. Soy consciente de que mi padre falleció en un
accidente automovilístico, ese día yo iba con él en el coche. Si lo sé no es
porque me acuerde de lo que pasó, sino porque me lo contó mi madre.
El pelirrojo contuvo una exclamación que pugnaba por escapar. Había
sospechado que algo grave le había debido de pasar si reaccionaba de esa
forma, pero jamás hubiera imaginado que se hubiera debido a que había visto
morir a su padre.
—¿Qué edad tenías?
—Creo que once años.
—Debió de resultarte muy complicado, ¿no?
—Los primeros meses no, porque no estaba despierta. Prácticamente no
me enteré de nada.
—¿Cómo dices?
—No recuerdo el accidente, pero sí de cuando me desperté en la cama del
hospital. Habían pasado tres meses desde que hubiera sucedido.
—¿Estuviste en coma?
—Del golpe. Los doctores le dijeron a mi madre que resultaba un milagro
que hubiera sobrevivido por cómo había quedado el coche.
—Oh, Ellie…
Ellie tragó saliva. Los ojos le escocían. Resultaba muy complicado
verbalizar ante alguien todas las emociones que se había obligado a reprimir
durante años.
—Después sí que fue muy complicado… tuve que pasar el duelo de mi
padre y, mi madre se enteró de que estaba embarazada de Chris. De repente,
nos encontramos nosotras tres contra el mundo y un nuevo bebé venía en
camino.
Adam la apretó contra su cuerpo, aunque sonase absurdo, deseaba
absorber todo el dolor que transmitía su voz. Aborrecía verla así, pero
también comprendía que este se trataba de un paso gigantesco que estaba
dando y lo hacía ni más ni menos que delante de él.
—¿Cuántos años tenía Ada cuando ocurrió?
—Dos.
—¿A partir de qué edad te empezaste a encargar de ellos?
—Cuando mi madre tocó fondo y recurrió al alcohol. Al menos, no lo hizo
de la noche a la mañana. El caso de mi madre vino precedido de una larga
depresión. Cuando las pastillas ya no le hacían el efecto suficiente, recurrió a
otras alternativas. El problema fue que la elección que ella realizó en su
momento destruyó lo que quedaba de nuestra familia.
—Cuando me dijiste que ibas a buscar piso, solo mencionaste a tus
hermanos.
La pregunta quedaba implícita. A Ellie le enterneció que no se atreviera a
realizársela directamente. Suponía que estaba intentando ser cuidadoso.
—Sí, se marchó de casa cuando tenía diecisiete años. Aunque a veces se
siente como si la hubiera echado yo.
—¿Por qué piensas eso?
—Porque la di un ultimátum, o nos elegía a nosotros o a la bebida, pero no
podía seguir gastándose el dinero que debía ser destinado a nuestra
manutención en hacerse daño.
—No debió ser fácil para una adolescente plantearle eso a su madre.
—No, no lo fue, aunque llegó un punto en el que ya llevaba yo toda la
casa como podía, así que no me sentía como si siguiera siendo una niña. Mi
madre no podía salir de la cama a menos que fuera para comprar alcohol.
—¿Y qué te dijo cuando le diste el ultimátum?
—Nada, se encerró en su habitación. Hoy en día, sospecho que ya se lo
esperaba, porque no tardó en darme una respuesta.
—¿Cuál?
—Una nota rápida en la que me dejaba a cargo de los niños.
—No puedo creerlo.
—Yo tampoco lo hice en ese momento. No me di cuenta de cuánto había
esperado que nos escogiera, aunque fuera solo por una vez.
—¿No intervino servicios sociales?
—No, porque logré mantener la pantomima como pude y me las ingenié
para que los vecinos creyeran que mi madre viajaba por trabajo. Se suponía
que íbamos a verla los fines de semana, aunque no fuera cierto. No podía
perder a los niños y que terminasen en una situación peor de la que ya nos
encontrábamos. Si me hubieran separado de ellos, me habría vuelto loca.
—¿Nadie se dio cuenta de nada?
—La gente se desentendió porque yo era lo suficiente mayor para
cuidarme sola y, por ende, supongo que para ellos eso era extensible a los
niños. Además, ya no vivíamos en la casa de antes, nos mudamos a un barrio
más bien humilde para poder costearnos las facturas, así que mis vecinos
tenían sus propios problemas con los que lidiar.
—Vaya, ¿fue entonces cuando comenzaste a trabajar?
—Sí.
—¿Y tus estudios?
—Llegué a graduarme, logré mantener esa situación hasta entonces, pero
no seguí estudiando. No podía permitírmelo y tampoco tenía tiempo para
pensar en ello, ahora tenía dos bocas que llenar. Desde el mismo instante en
el que vi esa nota, tuve que cambiar el chip, no daría un paso adelante en mi
vida, que no hubiera pasado antes por el filtro de una pregunta muy
específica.
—¿Cuál?
—«¿De qué manera va a afectar esto a mis hermanos?». Cada vez que me
la realizaba a mí misma, la respuesta aparecía ante mis ojos con una facilidad
pasmosa. No importa lo que haga o dónde esté, siempre voy a guiarme por
esa cuestión.
—Como haría una madre.
—Nunca me ha gustado decir que soy su madre. Tienen una, la misma que
yo y, aunque Rachel lo hiciera mal y le guarde bastante rencor por ello, no
deja de ser ella. Aunque no te voy a negar que en el fondo a veces me he
sentido como una madre adoptiva. Por el sencillo motivo de que yo solo me
peleo con ellos después de que hacen algo mal o pasan de mí, pero entre ellos
siempre discuten por tonterías. Yo no me puedo permitirme el lujo de
rebajarme a eso, porque, aunque Ada lo niegue y crea que es el alma
independiente de la fiesta, en realidad, los dos necesitan a alguien en quien
apoyarse o agarrarse. Incluso si ambos lo demuestran de diferentes maneras.
—¿Y quién te sujeta a ti?
—Yo sola. No necesito a nadie más.
Ellie no tardó ni un segundo en responder, ni si quiera pestañeó al hacerlo,
lo dijo con tanta naturalidad que a Adam le dolió el corazón.
—¿Y ahora?
—En este tema prefiero estar sola.
«Sola». La palabra hería con el simple hecho de escucharla. ¿No se
suponía que el gilipollas de Weiss era su pareja? ¿Qué hacía para apoyarla?
¿Proponerle relaciones abiertas para tirarse a otras? Si el idiota hubiera tenido
alguna esperanza de redimirse ante los ojos de Adam, al vislumbrar la
gravedad de la situación global en el que se encontraba la joven, esta se
destruyó por completo.
Todavía sentado en la cama, Adam le acarició el rostro con delicadeza,
aún la rodeaba con los brazos. Mientras le contaba su historia, Ellie había
reclinado su cabeza contra su hombro, apoyándose por completo en él.
—No tienes por qué hacerlo —comentó en apenas un murmullo, pero al
notar que se tensaba, agregó—. Aunque no quieras tener nada conmigo, me
gustaría poder ayudarte, de la manera en la que lo estimes pertinente.
Ellie se incorporó con rapidez, alejándose de él en la cama, y se giró para
estudiarle con intensidad.
Adam le estaba ofreciendo una alternativa, una que nadie le había
planteado antes, y que implicaba mucho más de lo que indicaban sus
palabras. Quizás no comprendiera la envergadura de la opción que acababa
de presentarle, ni de lo mucho que esta significaba para Ellie.
Un lugar en el que poder descansar por unos minutos.
Hasta entonces no se había dado cuenta de lo mucho que habría podido
herir a ese hombre con sus desplantes. Creía que pese al cariño que se tenían,
Adam no la vería con la misma profundidad con la que lo habría hecho ella.
Sin embargo, Ellie ya había dado un paso. En el instante en el que había
decidido contarle todo eso, había caminado hacia él, compartiendo unos
recuerdos que le dejaban en una posición de poder superior, porque Adam
podría haberla herido si hubiera querido. De habérselo propuesto, la habría
podido destruir en un momento y, aún a sabiendas de eso, había confiado en
él.
Y ahora le proponía eso. A pesar de todo lo que le había contado, quería
ser su sitio seguro en el universo.
Ante su silencio y análisis, Adam pareció pensar que había metido la pata
con ella, porque se apresuró a añadir:
—Lo siento. No pretendía meterme dónde no me llaman…
Ellie no podía consentir que creyera que lo que le había dicho estaba mal,
porque había sido una de las frases más bonitas que nadie le hubiera dicho
jamás. No existía ningún piropo en la Tierra para ella que pudiera compararse
a eso.
—No.
Adam frunció el ceño y los nervios de lo que se disponía a hacer la
atenazaron durante un segundo.
—¿Cómo?
El pelirrojo era su punto de inflexión, lo había sabido desde el momento
en el que se había marchado. Adam Henderson era a la vez su guía y su
ancla, pese a que se hubiera estado resistiendo a aceptarlo. Él solo había
verbalizado en lo que acababa de convertirse para ella.
Sabía que ese viaje tenía fecha de caducidad, pero no podía eludir lo que
el destino había puesto para ella en su camino. Con sumo cuidado, gateó por
la cama hasta él, quien todavía tenía abiertas las piernas, y quedaba libre el
hueco que ella hubiera ocupado antes de apartarse de él.
Ellie se sentó de rodillas, estudiándole con atención. Sus rostros estaban
tan cerca, que percibió cómo la respiración de Adam se paralizaba, envuelto
en aquel mutuo escrutinio.
—Adam.
—¿Sí?
—Gracias por tus palabras. Eres el hombre más dulce y bondadoso que he
conocido jamás.
—Lo decía en serio, Ellie.
—Lo sé. Yo también.
Parecía que el pelirrojo iba a añadir algo más, pero Ellie se lo impidió. Le
rodeó el cuello con ambos brazos, al igual que hiciera mientras bailaban, y
tras pegarle a su cuerpo con rapidez, le besó de nuevo, en esta ocasión con
ferocidad.
Amaba a ese hombre con cada fibra de su ser y, aunque no pudiera
transmitírselo con palabras, tenía la férrea intención de hacerlo con su cuerpo.
Introdujo su lengua en la boca masculina y gimió cuando notó su sabor
deliciosamente salado.
Adam le respondió de inmediato con pasión contenida, asombrado de que
ella hubiera tomado esa iniciativa, tras haberle rechazado esa noche. Sin
embargo, en el momento en el que Ellie intentó levantarle la camiseta, Adam
supo que si se lo permitía acabaría perdiéndose en su interior. Corría el riesgo
de salir herido de nuevo, y, aunque le dejaría con gusto usar su cuerpo si ella
se lo pedía, necesitaba constatar que no lo hacía a causa de que estuviera tan
mal anímicamente como para tener que recurrir a acostarse con él con el
único fin de olvidar.
Por muy deliciosa que le resultase, sería un ser despreciable si se
aprovechaba de la mujer que se acababa de abrir en canal para él. No iba a
sacar rédito de las circunstancias. Antes prefería cortarse los cojones.
Adam posó sus manos sobre los brazos desnudos de ella y la apartó con
suma delicadeza, intentando con eso evitar dañarla de la manera que fuera. La
confusión brillaba en los ojos de la muchacha.
—Ellie quizás este no sea el mejor momento. Acabas de tener una
pesadilla y me has estado contando mucha información delicada. Esto no está
bien.
—Por favor, Adam. De verdad quiero hacer esto contigo. Esta noche te
necesito…
—Y yo a ti, pero no así.
—¿Por qué?
—Porque si cruzamos esta línea no podré dejarte marchar de nuevo. Eres
mi más absoluta debilidad.
CAPÍTULO 26
«Mi tiempo a tu lado es un continuo frenesí, me enloqueces con solo tu mera
presencia. Te amo cada mañana, día, atardecer y noche»
A.H
La vida es un cúmulo de decisiones. Desde que el ser humano nace hasta
que se marcha de la tierra tiene que estar realizando elecciones. No importa la
escala de relevancia de estas. La suma de todas ellas da como resultado un
futuro específico, que será distinto al de los otros individuos. Unas pueden
ser más transcendentales que otras, pero lo que está claro es que todos los
seres humanos llegan a la meta por medio de sus decisiones. El matemático y
meteorólogo Edward Lorenz ya lo evidenciaba con su aportación del efecto
mariposa a la teoría del caos. En ella, el autor se planteaba si el aleteo de una
mariposa en otra parte del mundo podría generar un huracán por ejemplo en
Estados Unidos.
Tanto la teoría del caos como el efecto mariposa buscan demostrar que el
universo es impredecible. Pese a que su principal enfoque radica en la
meteorología, también se tiende a utilizar para analizar procesos sociales, que
van más allá del consabido causa-efecto.
Ellie no conocía acerca de esta teoría, pero si lo hubiera hecho, sin duda se
habría identificado con esa mariposa. ¿Podría ser Adam Henderson su
huracán emocional? ¿Qué sucedería si aleteaba muy rápido? ¿Destruiría su
mundo interior?
Desconocía con exactitud los efectos que podría tener a largo plazo la
elección que estaba dispuesta a tomar. De lo único que podía estar segura en
ese momento era de que quería hacerlo de igual modo. Después de haberle
contado la verdad tras su pasado, su confianza se había renovado, no solo en
ella, sino en él.
Por una vez quería dejarse llevar, arrastrarse por el caudal emocional que
ese hombre suponía para su vida.
Quizás mañana se arrepintiera de su decisión, o no, pero la vida pasaba
demasiado rápido y las dulces oportunidades como la que él le había
propuesto escaseaban.
Había dicho que era su mayor debilidad. Adam Henderson le estaba
diciendo eso a ella. Esa frase provenía de alguien que ahora la conocía con
todos los demonios que cargaba y parecía no importarle lo más mínimo.
Determinada y con el corazón henchido de amor, Ellie tomó su rostro
entre las manos.
Adam frunció el ceño, confundido con el silencio de la joven.
—¿Ellie?
—Cruzar, traspasar, romper o destruir la línea.
—¿Cómo dices?
—Quiero hacer todo eso. Contigo.
El gesto de sorpresa del pelirrojo la enterneció y, deseando demostrarle a
lo que se refería, procedió a adueñarse de sus labios entreabiertos. Le rodeó el
cuello con los brazos.
Solo bastó ese gesto silencioso para que Adam volviera a reaccionar.
Adueñándose de su barbilla, le instó a abrir los labios para colarse en su
húmeda cavidad. Tomándola con la otra mano de la nuca, la instó a tumbarse
en la cama, mientras él iba repartiendo un sinfín de besos por todo su rostro,
hasta que escuchó su risa suave y se dirigió de nuevo a su boca.
Podía estar pareciendo un idiota enamorado, pero en esos instantes poco le
importaba. Solo le preocupaba tener el suficiente tiempo para explorarla con
detenimiento. Su dulce olor le noqueaba la razón, privándole de cualquier
pensamiento lógico.
Estaba preciosa, con el pelo desperdigado por la inmensa cama, el rubor
en las mejillas, el brillo tan característico de su mirada cuando estaba
excitada y su respiración agitada parecía la mismísima Afrodita. Ante aquella
visión, Adam tuvo que obligarse a respirar de nuevo, porque había perdido el
sentido.
—¿A-Adam?
En ese tartamudeo pudo reparar que estaba haciendo serios esfuerzos por
recuperar el aliento que le había robado durante sus besos.
—Mi amor… Ha pasado tanto tiempo y no has cambiado nada. Sigues
igual de radiante que en antaño. Eres la mujer más hermosa que haya
conocido nunca.
Turbada y con los dedos temblorosos por el deseo insatisfecho, aunque
con el corazón pulsando sangre a su torrente sanguíneo a toda velocidad,
Ellie introdujo las manos entre su pelo rojizo. Disfrutando el placer que le
causaba su expresión devota.
—Adam, por favor… Necesito sentirte de nuevo, te he extrañado tanto…
La mirada de Adam estaba provocando que se sintiera arder de los pies a
la cabeza y eso que todavía iban por los preliminares. Al escucharla
verbalizar que le había echado de menos, el brillo de sus orbes aguamarinas
se transformó de unas llamas en un auténtico incendio, que amenazaba con
consumir no solo su cuerpo, sino su mismísima alma.
—Esta noche quiero volver a sentirte mía.
Adam volvió a conquistar y asediar su boca con voracidad. Los gemidos
escapaban de los labios de Ellie, quien le apretaba contra su cuerpo, deseosa
de conseguir mucho más de él.
Él no pensaba ponérselo tan fácil esa noche. No sabía si sería la única que
tendrían o no, pero no iba a arriesgarse a que se deshiciera de él sin antes
borrar de su pensamiento todo rastro de recuerdo negativo que pudiera estar
haciéndola de sufrir. Adam estaba decidido a sustituir sus recuerdos tristes,
por unos de los que le fuera imposible olvidarse. Le demostraría que existía
un mundo entero de placer que valía la pena.
Con creciente desesperación, le arrancó la camiseta de tirantes,
prometiéndose comprarle una nueva. Ellie ni si quiera realizó ningún
comentario al respecto, entregada por completo al momento que estaban
compartiendo.
En cuanto sus pechos quedaron al descubierto, la boca de Adam se secó.
No se equivocaba, no había cambiado ni un ápice su esencia. Estaba
espectacular, no importaba que con la pérdida de peso hubieran encogido un
poco, para Adam seguían siendo perfectos.
Como un hombre hambriento y atormentado, los aprisionó con cuidado y
delicadeza con una mano al tiempo que se agachaba para introducirse una
areola en la boca. Con la lengua lamió la zona exterior en círculos lentos
hasta que el pezón se endureció en su interior. Satisfecho, realizó el mismo
trabajo con el otro pecho.
Con la mano libre que le sobraba le iba acariciando desde el cuello,
bajando por el valle de sus senos, hasta el ombligo. Dibujó figuras con las
caricias sobre sus caderas, tratando de leer el braille de sus estrías al igual que
lo haría un hombre ciego. Mientras tanto, seguía alimentándose de sus pechos
con fruición. Su pene latía dentro del pantalón, tan famélico por ella como lo
hiciera en el pasado. Adam se obligó a contenerse. Todavía no era el
momento.
Aquel momento tenía que ser especial, porque habían pasado dos años
desde su último encuentro y no pensaba estropearlo por su ferviente
necesidad. Ansiaba vivir cada segundo a su lado, grabarlo a fuego en su
retina y en su corazón, porque no sabía si tendría la oportunidad de repetirse
o si esa sería la única vez que ella le permitiría tocar su cielo.
El preludio, los preliminares, es decir, verla con sus propios ojos disfrutar
con sus caricias era lo que más le excitaba, y no pensaba descargarse en su
interior hasta que no la hubiera hecho correrse para él antes.
Amaba ver el placer en su mirada y los segundos previos al clímax en el
que sus ojos se perdían en aquella espiral de sensaciones infinitas. Adam la
contempló retorcerse debajo de su cuerpo, extasiado por ser él quien
provocara esas reacciones viscerales.
Una vez ambos pezones estuvieron endurecidos, Adam descendió con
lentitud valiéndose de su lengua para seguir el mismo camino que hubieran
realizado con sus manos previamente.
—Adam…
Le excitaba sobremanera que se refiriera a él de esa forma en vez de
utilizar su apellido como hiciera en el pasado. Adoraba cómo sonaba su
nombre de su boca, Ellie le rogaba que continuara más rápido, pero él estaba
dispuesto a torturarla un poco más. Había algo en su manera de implorarle
que no sabría definir, como si fuera una necesidad latiente que le fascinaba.
El pelirrojo descendió hacia sus piernas, besando y lamiendo cada uno de
los preciosos muslos desnudos, antes de retirarle los pantaloncillos cortos del
pijama. Acarició con su lengua aquella línea que separaba la fina tela del
pantalón de la tersa carne. Un jadeó de Ellie le indicó que era el momento de
deshacerse de la prenda. En cuanto se la quitó con rapidez y descubrió lo que
le esperaba debajo de ellos, exhaló todo su aliento.
Ante él se hallaba un tanga negro de encaje con una forma de mariposa, y
a falta de una cinta simple a cada lado, habían puesto dos con las que se
acentuaban sus curvas desde un punto de vista estético. El demonio que
hubiera confeccionado esa prenda en cuestión debía haberlo hecho con un
solo objetivo en mente, que quien tuviera la oportunidad de ver ese regalo
acabase ardiendo en el infierno. Él desde luego se sentía como si hubiera
entrado en él. La imagen no podía ser más deliciosa. Sin duda, no colaboraba
en sus esfuerzos por reprimirse para que ella llegase al clímax primero.
—Por el amor de Dios, Ellie.
La muchacha levantó su cabeza para verle mejor, mostrándose
confundida.
—¿Qué pasa?
—¿Buscas matarme de un infarto?
—¿No te gusta?
—No, me encantan. Estoy por comprarte cien de estos.
Sin añadir nada más, apartó la mariposa tras depositar un suave beso sobre
ella, y sin retirarle el tanga, lamió y besó con exquisitez la carne de los labios
exteriores. Mordisqueó uno de ellos con ligereza, antes de abrírselos con
ambas manos, para descubrir ante él el mismísimo centro de su feminidad.
Su clítoris se le antojaba una delicia que deseaba catar. Ya la había
probado en las Vegas y desde entonces el recuerdo de su sabor había
permanecido en su memoria.
Acariciando sus caderas con parsimonia, capturó su nudo de placer entre
sus labios y le prodigó el mismo tipo de atenciones que hiciera con sus
pechos. Lo lamió y saboreó en círculos, permitiéndole inundarle con su
dulzura, la cual tenía la intención de convertir en salada por el squirt que
pensaba hacerle conseguir.
Por su parte, Ellie se vio siendo asaltada por un cúmulo de sensaciones,
imposibles de controlar. Un racimo de escalofríos la recorrieron de la cabeza
a los pies, agudizando sus sentidos. Sentía que estallaría por dentro en
cualquier momento. La bomba de detonación causante de los estragos a su
sistema nervioso se hallaba entre sus piernas, esforzándose con el
movimiento de su lengua en catapultarla hacia el infinito.
Ellie quería resistirse a él para prolongar el momento, aunque eso suponía
una tarea hercúlea, y más teniendo en cuenta que el único protagonista de sus
pensamientos se encontraba a escasos centímetros de distancia, desbaratando
lo que le quedaba de razón.
En cuanto Adam introdujo dos de sus dedos en su estrecho canal, Ellie se
contrajo, elevando las caderas hacia él, permitiéndole acceder a mucha más
profundidad. Adam tocó un punto específico, que desencadenó un ramalazo
de placer por todo su organismo, nublándole el juicio.
—Dime, mi amor —pidió arrastrando la voz—. ¿Qué es lo que más
ansías?
—A ti.
—¿Dónde?
—Dentro de mí.
—Entonces tendrás que hacer algo antes.
—No estoy para que me pidas demasiados favores, Adam. Diablos, eso
que estás haciendo con la lengua y los dedos me está volviendo loca.
El pelirrojo sonrió travieso sobre su sexo y propinó otro lametón que la
disparó otra ráfaga placentera.
—Antes de invadir tu cuerpo, quiero verte llegar. Déjame probar tu sabor
de nuevo, por favor.
Aquella petición le puso el vello de punta, excitada a más no poder.
Cuando retomó sus caricias y movimientos en su interior, Ellie se tensó, al
igual que lo hicieran las paredes vaginales alrededor de sus dedos y tuvo que
sujetarse en algún lado. El cabello de Adam fue la mejor opción que
encontró. Sentía que en cualquier momento saldría disparada y necesitaba un
faro, que le trajera de vuelta.
Los círculos que realizaba se incrementaron a mayor velocidad hasta
terminar chupando su centro y volver a empezar. Se convirtió en un martirio
del que no encontraba escapatoria, hasta que, exhausta de luchar contra él, se
dejó alcanzar y traspasar como un rayo, recorriendo cada recodo de sus
extremidades, asolando el exiguo razonamiento que quedaba en ella.
Un alarido involuntario amenazó con escapar de sus labios, pero antes de
que esto llegara a producirse, Adam lo capturó entre sus labios, evitando
alertar a toda la tripulación, sin dejar de trabajarle el clítoris y la vagina con
ambas manos. La joven explotó entre estas últimas y un delicioso líquido
caliente se desparramó por ellas.
Cuando expulsó todo y solo quedaba su respiración agitada, Adam se
separó de su boca, y apoyó su frente contra la de ella, sonriendo con tristeza.
—Mierda, estoy sediento y no pude hidratarme de ti. O quizás sí…
Incorporándose un poco, aunque sin abandonar su cuerpo del todo, se
llevó una de las manos a la boca y se lamió la palma con evidente
satisfacción. El clítoris de Ellie vibró por la imagen irresistible que componía
a pesar de haber sido saciado hacia apenas unos segundos.
—Eres deliciosa, cariño. Completamente arrolladora.
—Todavía no has cumplido tu promesa.
Adam soltó una risita baja y grave, que calentó a Ellie más aún de lo que
ya lo estaba. Demonio, ese hombre era un experto dinamitando su cordura.
—Tienes razón.
Desesperada con tanto preliminar y ansiosa por sentirle en su interior.
Ellie le empujó sobre la cama, para sorpresa de Adam, quien no esperaba que
ella tomara la iniciativa de esa forma tan repentina. Se subió a horcajadas
sobre su cuerpo y se acercó hasta su oído, en el que susurró:
—¿Crees que vas a ser el único que me haga enloquecer?
El deseo y la expectación brillaron en las pupilas de Adam.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Tomar lo que es mío.
Ellie se reclinó y lo besó con ímpetu al tiempo que como una muestra de
venganza personal muy satisfactoria le rompió la camiseta, Adam se recostó
contra el cabecero, todavía con Ellie en su regazo.
La muchacha le torturó de la misma forma en la que lo hubiera hecho con
ella, segundos antes, besando y lamiendo su torso musculado. Se detuvo para
prestarle especial atención al tatuaje grabado en uno de los pectorales. Ese
que le parecía terriblemente sexy y, a pesar de que no comprendiera su
significado, le recorrió cada una de las líneas con la lengua.
Cuando Adam emitió un jadeo entrecortado, sonrió satisfecha. Bajó hasta
los abdominales, que se le habían acentuado en esos dos años, los saboreó al
tiempo que le ayudaba a sacarse el pantalón. Una vez sus piernas quedaron al
descubierto, a Ellie le incomodó los boxers que les dejaban en igualdad de
condiciones.
Se los quitó con la urgencia pulsando en su interior y procedió a
deshacerse de su tanga con rapidez. La risa de Adam al observarla hacer fue
interrumpida, cuando la joven extrajo un preservativo de una de las mesillas
de noche y, rasgando la parte por la que se abría, se lo introdujo, tras pedirle
permiso con la mirada.
Adam no pudo evitar reparar en que había aprendido a ponerlos y parecía
hacerlo con bastante soltura, aunque al final, el paso de sujetar la parte
sobrante, le costó un poco y Adam tuvo ganas de sonreír, aunque se contuvo
para no ofenderla.
Un recuerdo de él enseñándole, después de muchas peticiones por parte de
ella, le asaltó, y le excitó aún más. Él había sido su maestro, y ahora parecía
que ella le había superado en esa manera descarada de actuar.
Había algo erótico en la forma en la que ella se lo ponía, que le volvía
loco. Sin embargo, no se parecía en nada a lo que experimentó en el instante
en el que la joven se dejó caer sobre él, acogiéndolo en su interior de golpe y
con profundidad. A Adam se le nubló la mirada y rechinó los dientes.
Mierda, desde esa posición estaba mucho más apretada, por lo que la
presión era insoportable. Un gemido escapó de su boca y Ellie sonrió con
satisfacción. Ella comenzó a moverse sobre él, cabalgándole e incrementando
la velocidad sobre él, mientras surcaba las olas de su propio placer.
Adam la tomó por los hombros, apretándoselos suavemente por resistirse
un poco más. No podía llegar si ella no lo hacía antes, pero diablos, hacía
tanto tiempo que no estaba en su interior, que se sentía como si a un hombre
hambriento le hubieran puesto ante un festín.
Ellie estaba jodidamente sexy con sus pechos moviéndose arriba y abajo,
al tiempo que se dejaba recaer sobre él. Tras unos minutos, notó que
alcanzaba el clímax encima de él, pues percibió sus paredes contrayéndose
alrededor de su pene henchido, amenazándole con exprimirle y ahogándole
en un mar placentero.
—A-Adam, no puedo más….
—Está bien, tranquila, yo te sostendré.
Y así lo hizo, en ningún momento la soltó. La joven tembló entre sus
brazos y Adam capturó el grito de su boca con su lengua, saboreándola, lo
que le catapultó a un nuevo orgasmo aún más poderoso que el anterior.
Todavía estaba vibrando entre sus brazos, cuando sus alientos se
entremezclaron y el pelirrojo la giró para retomar él las acometidas,
enterrándose en su interior mucho más profundo y rítmico, que le obligó a
gruñir por lo bajo. Estaba tan suave, caliente y húmeda, que le hacía perder la
razón.
Adam grabó su imagen en la retina, ella contemplándole con infinito amor
y cariño, mientras se retorcía bajo su cuerpo, experimentando un nuevo
orgasmo. Fue en esa mirada en la que se perdió y cuando su pene comenzó a
avisarle de que iba a alcanzar el clímax en cualquier momento, reforzó su
fuerza contra sus brazos.
—Mi amor, Dios…
No quiso cerrar los ojos ni cuando la oleada gigantesca de placer les
alcanzó a la vez, sino que se aferró aún más a ella, sin retirar su mirada para
capturar esa imagen maravillosa, que solo sirvió para desencadenar el clímax
más poderoso que hubiera experimentado desde hacía dos años.
El vello se le erizó e incrementando sus estocadas, dejó volar cualquier
rastro de pensamiento coherente. Poco después, culminó como si un volcán
les devastase por igual, destrozando cualquier otra emoción, ambos
pronunciaron el nombre del otro, sujetándose mutuamente, como si en ese
momento tan especial se intercambiaran hasta sus mismísimas almas.
Exhausto, aunque satisfecho por completo, se dejó caer encima de su
cuerpo, y sin todavía salir de su interior, por temor a que ella se marchase, la
abrazó con fuerza. Quería aprovechar todo lo que pudiera esa unión. Incluso
si ya había terminado, necesitaba mantenerla a su lado.
«No me eches. Déjame quedarme contigo» Rogó con desesperación en lo
más profundo de su mente.
Ellie correspondió su abrazo, rodeándole la estrecha cintura y Adam
suspiró, sintiéndose mucho más tranquilo. La besó la sien perlada de sudor
por el ejercicio improvisado que acababan de practicar y, con cuidado de que
no se deslizara nada fuera del preservativo, se salió de su interior.
La muchacha gimió ante la pérdida de su calor, por lo que, tras retirarse el
profiláctico, comprobar su estado, hacerle un nudo y tirarlo a la basura,
volvió a envolverla entre sus brazos, asegurándola con firmeza contra su
pecho.
Su respiración se había regularizado y los latidos de su corazón parecían
haberse ralentizado. Adam podía percibir cada uno de esos pequeños detalles
como si se tratase de su propio cuerpo.
Cuando creía que se había quedado dormida, ella le sorprendió dándose la
vuelta y, apoyándose sobre su pecho, le estudió con una gran sonrisa lobuna,
que provocó que un calor se propagase por sus entrañas.
—¿Qué?
—Nada.
—Si sonríes así, algo debes estar tramando. ¿Qué es?
—¡¿Yo?! ¿Tramar algo? ¡Me ofendes!
—Oh, ahora más que nunca sospecho de que estás maquinando alguna
maldad de las tuyas.
—¡Maldad dice! Como si te hubiera hecho alguna en algún momento de
mi vida.
—Bueno, en honor a la verdad, alguna sí que hiciste.
—¡Qué mentiroso! A ver, dime un ejemplo, ¿eh? Te desafío a nombrar
solo uno.
—Me vomitaste encima.
—¡Eso no es una maldad! Me mareé y terminé devolviendo, que tú
estuvieras ahí solo fue mera casualidad. Probablemente, si hubiera viajado
con otra persona habríamos terminado de la misma guisa. Tienes que mentar
otro ejemplo.
A Adam le enterneció que estuviera tomándose en serio sus palabras. Si le
había dicho esa gilipollez era porque le encantaba hacerle de rabiar, ya que
cuando terminaban discutiendo se ponía muy divertida. Fingió que se
pensaba la respuesta y, como no le venía ninguna idea, se limitó a sonreír, lo
que provocó que Ellie le pinchase el pecho de forma acusatoria.
—¿Qué? ¿Primero tiras la piedra y ahora escondes la mano? ¿eh, bellaco?
—¿Bellaco osas llamarme?
—Es que ¿me equivoco?
—¡Por supuesto que sí!
—¿En qué?
El pelirrojo enmudeció, y la joven sonrió exultante por haberse dado
cuenta de la situación, y le señaló.
—¡Ah! ¡Te pillé! Estabas mintiéndome para hacerme de rabiar. ¿A que sí?
—¿Tanto tiempo te ha tomado darte cuenta de ello?
Al reparar en la diversión que brillaba en los ojos azules del pelirrojo y su
consiguiente sonrisa, Ellie reprimió su inclinación a babearle encima.
Como alternativa más saludable, dejó paso a la indignación y decidió
cobrarse su propia venganza al respecto. Mientras le pinchaba con el dedo
por las costillas, Adam comenzó a revolverse debajo de ella, buscando
deshacerse de su agarre o al menos invertirlo.
—¿Cómo te atreves, pelirrojo sexy? ¿eh? ¿Cómo te atreves a tratar de
arruinarme la sensación postcoital después del mejor polvo de mi vida?
¿Quién te has creído que eres? Ven aquí, te voy a dar tu merecido. Con una
mujer satisfecha no se tiene que jugar nunca. Se considera pecado capital, ¿es
que no lo sabes?
Adam soltó una risita al tiempo que intentaba escapar de su agarre, pero
ella ya se había sentado a horcajadas sobre su cuerpo y apretaba los muslos,
impidiéndole huir, y no porque tuviera una fuerza desmesurada, sino porque
al aproximar tanto su sexo al suyo, le dejó sin respiración, provocándole.
—Me niego a que me traten de acosar con cosquillas como si fuera un
mero infante —ordenó sujetándola con cuidado de las muñecas, para evitar
que siguiera haciéndole cosquillas—Si lo haces, tendrás que atenerte a las
consecuencias.
Ellie se detuvo momentáneamente, mostrándose confundida.
—¿Y esas cuáles son?
—No mires abajo.
Con creciente curiosidad, le desobedeció y lo hizo. Se quedó atónita al ver
y notar una erección contra su trasero.
—¡Adam!
—Te dije que no soy un infante.
—No, ya puedo ver que no lo eres.
—Así que el mejor polvo de tu vida, ¿eh?
Una sonrisa de satisfacción y orgullo henchido se conformó en el rostro
del pelirrojo, provocando que las mejillas de Ellie adquieran una tonalidad
rojiza. No obstante, solo tuvo que recordar que era una mujer adulta y no
debía avergonzarse de eso. ¿Acaso no podía decirle al tipo en cuestión que le
había gustado el sexo mantenido?
—No pongas esa cara, ¿qué somos ahora? ¿adolescentes? ¡Si supiera que
no me iba a gustar no me hubiera vuelto acostar de nuevo contigo!
—Lo sé, es que me conmueve escuchártelo verbalizar.
—¡Adam! Esto es una tontería, por supuesto que me ha gustado.
—No solo te ha «gustado» —comentó ejemplificando las comillas de la
palabra en cuestión—. Has dicho que ha sido el mejor sexo de tu vida.
—Vale, sí. Lo dije.
Adam compuso una sonrisita de suficiencia, ante lo que implicaba esa
confesión sacada casi a punta de pistola.
—De modo que soy el que más te ha hecho disfrutar.
—¡Para ya!
Ellie le propinó un suave golpecito contra el pecho, y él fingió sentirse
mucho más herido de lo que le hubiera podido estar.
—Auch… Oye, te has pasado, eso ha dolido.
—Serás mentiroso…
—¿Por qué te molesta tanto? Me encanta poderlo constatar contigo.
—Porque siento que te estoy dando motivos para alimentar tu ego.
—¿Y eso es malo?
—¡Contigo sí!
—¿Por qué? ¿A quién no le viene bien que le refuercen de vez en cuando?
—A ti desde luego que no, se anima a las personas que están bajas de
ánimo, no a los tíos que su segundo nombre cuando nacieron fue «sin abuela»
como en tu caso.
—¡Oye! Los ricos también podemos tener la autoestima baja.
—¿Por qué? Si con la pasta que tenéis, vais y os operáis. La gente no es
fea o gorda porque quiera, sino porque son pobres normalmente, y si no, mira
Cristiano Ronaldo. El otro día me salió en el Facebook una imagen suya del
antes y del después… ¡¿le has visto?!
—No he tenido el placer.
—Madre mía, tienes que hacerlo. Espera, que voy a por mí móvil y te lo
enseño.
Ellie trató de levantarse, pero Adam se lo impidió, tumbándola de nuevo
y, pasándole una pierna por encima, la aprisionó entre su cuerpo y la cómoda
cama.
—No.
—¡Adam! ¿Qué haces?
—No quiero que te vayas.
—¿Por qué?
—Porque luego siempre sucede alguna desgracia y acabas largándote.
—¡Eso no es cierto!
—Sí que lo es. Además, soy el hombre que te ha dado el mejor orgasmo
de tu vida hasta la fecha, como mínimo deberías recompensármelo,
complaciéndome.
—Está bien.
—¿En serio?
Adam la miró, todavía sujetándola y como asintió con seriedad, decidió
confiar en ella, por lo que consideró conveniente relajar su agarre sobre su
cuerpo. Sin embargo, esto fue aprovechado por la muchacha para escapar,
que rodó hacia un lado, escurriéndose de entre sus brazos.
—¡Ahora sí que me largo!
—¡No!
—Oh, sí.
No obstante, en cuanto se levantó con demasiada rapidez, se detuvo en el
acto, percatándose de un aspecto relevante en el que no había recaído hasta
ahora. Adam se extrañó por su repentino silencio.
La joven se dio la vuelta, estudiándole con el ceño fruncido.
—Oye, acabo de darme cuenta de algo.
—¿De qué?
—Pues de que eres tú el que está en mi cama. Ale, ya puedes irte, venga,
que corra el aire.
Ante esa orden tan despectiva como déspota, el pelirrojo agrandó los ojos,
horrorizado.
—¿Disculpa? Esto es inaceptable, jamás me han echado de una cama.
Además, creo que se te olvida un dato importante.
—¿Cuál?
—Soy el hombre que te dio el orgasmo más increíble de toda tu vida.
—¡Adam me cago en tu estampa!
Ofendida y secretamente divertida, Ellie volvió a subirse encima de él para
darle con uno de los cojines que cogió de la cama.
—Oye, eso es una falta de respeto tremenda ¿Cómo vas a tratarme así?
—¡En qué momento te dije nada!
—No, si me gusta.
—¡Precisamente por eso! ¿Vas a echármelo en cara toda la vida o qué?
—Con toda probabilidad, sí.
—¡Adam!
En su mirada azulada se reflejaba tal cariño, que le cortó la respiración
durante unos segundos. Ellie cesó sus ataques y todavía encima de él, le
estudió no del todo convencida con la situación.
Dejó caer el cojín en el suelo, y tras evaluar su sinceridad, decidió darle un
voto de confianza.
—Vale, como quieras. No tengo nada de lo que avergonzarme.
—¿Puedo pedirte un favor?
—¿Cuál?
—Quédate conmigo en la cama.
—¿Por qué tanta insistencia?
—Primero, porque todavía es de madrugada, así que no me puedo
imaginar a dónde irías a estas horas tú sola, y no querría tenerte que
acompañar a ninguna parte para asegurarme de que estás bien por tu cuenta.
—Adam estamos en un yate.
—Sí, lleno de árabes que te comen con la mirada. Ni de broma te dejaría a
solas con ninguno de ellos.
—Eso es muy racista por tu parte, y que quede claro que ninguno me mira
de la forma en la que estás insinuando. Solo hacen su trabajo.
—No es racismo, son hombres como yo, y he podido identificar alguna
que otra mirada de deseo en ellos que no me han gustado un pelo.
—¿Y el segundo motivo?
—¿Cómo?
—Has dicho, primero, así que deduzco que debe de haber otro motivo por
el que no quieras que me vaya.
—Ah, sí, porque me encanta sentir tu calor contra mi cuerpo.
Atraída por esa sinceridad, Ellie se recostó sobre él de nuevo y en esta
ocasión, su atención recayó sobre el tatuaje que tenía justo encima del
corazón y le planteó la cuestión que había deseado hacerle desde que se lo
viera estando escondida debajo de su cama.
Con un dedo, recorrió cada una de las líneas que había besado cuando se
habían acostado juntos.
—Todavía no puedo creerme que te hayas hecho un tatuaje.
—¿Por qué no?
—¡No te pega nada! —negó con incredulidad—. No te imagino tumbado
en la camilla de un tatuador regañándole a la mínima de cambio.
—Bueno, no fue del todo así y el tatuador en cuestión era el mejor del
mercado.
—Ya me lo imagino. Pero, dime, ¿lo saben tus padres?
—¿Por quién me tomas? No soy ningún adolescente que se vea en la
obligación que darles explicaciones.
Ellie le contempló con una mirada sabedora y una sonrisita, que denotaba
que no le creía ni lo más mínimo. De modo que no le quedó más remedio,
que carraspear y desviar su atención a cualquier otro lugar que no fuera su
rostro, como por ejemplo a su pequeño lunar del hombro.
—De acuerdo, aún no he tenido la ocasión de mencionarlo.
—Ya claro. De momento diremos que te creo.
—Es la verdad.
—Sí, sí.
—¿Tienes alguna otra pregunta más?
—Pues sí.
—¿Cuál?
—Cuando lo vi, me parecieron unas letras super raras. ¿Qué idioma es?
No lo reconozco. ¿Ruso?
Adam esquivó su mirada, parecía bastante incómodo con la pregunta, lo
cual solo sirvió para avivar aún más la curiosidad de Ellie.
—Es griego.
—¿Y qué significa?
—No tiene un significado como tal, es más bien simbólico.
—Bueno, pues ¿qué simboliza?
El pelirrojo no respondió de inmediato, de manera que Ellie comenzó a
temer que no sabría nunca qué era lo que le había llevado a un hombre como
él a tatuarse.
—¿Adam? ¿Es que te ha incomodado mi pregunta?
—No.
—¿Entonces?
—Simboliza mis raíces griegas.
Al escucharle murmurar aquella frase, Ellie experimentó un
estremecimiento recorriendo todo su cuerpo. Quizás fuera la gravedad de su
voz, pero había algo sexy y visceral en la forma de pronunciarlo. De
cualquier modo, si pretendía añadir algo más, desapareció de su mente en el
momento exacto en el que él comenzó a recorrer con su mano cada una de
sus caderas. Se tomó su tiempo acariciándola con parsimonia, maravillándose
de su tacto.
—No te haces una idea de cuánto he extrañado sentir estas curvas —
comentó arrastrando la voz—. Esta piel.
—Adam…
—Durante estos dos últimos años, has sido la protagonista de todas mis
fantasías, Ellie. Solo tú.
Por cada resquicio de piel por la que pasaba, arrasaba con sus sentidos,
haciéndole pensar en él. Sin embargo, fue esa frase combinada con sus
caricias lo que le puso la piel de gallina. Ellie negó la cabeza, resistiéndose a
la influencia nerviosa que ejercía sobre su persona.
—No me creo que en dos años no te hayas acostado con ninguna otra
mujer.
Ellie no se había dado cuenta de cuánto le dolía ese posible caso hasta que
no lo pronunció en voz alta. A ella le había resultado imposible acostarse con
otro, y no por falta de oportunidades, sino porque pronto advirtió que
necesitaba sentir algo por la otra persona para abrirse a ella de esa manera.
Respetaba a las mujeres que podían acostarse con un desconocido una noche
y no las juzgaba, de hecho, había habido una época en la que ella había
pensado hacerlo de esa forma, pero después de haber compartido todos los
momentos que hiciera con Adam, se había dado cuenta de que para ella le
resultaba imposible. Por eso, había tirado de vibradores durante todo ese
tiempo. Le daban la satisfacción volátil que ella necesitaba, sin envolverla en
la incomodidad que supondría un acto tan intimo como aquel con un
desconocido o un amigo a quien no quisiera.
De hecho, una noche en la que habían bebido de más, después de una de
las fiestas a las que solía arrastrarla para codearse con sus amigos famosos, lo
había intentado con Ethan, pensando que le ayudaría a superar y olvidarse de
Adam.
Se habían besado, pero al igual que le había ocurrido con Luke en el
pasado, lo único que había sentido era un contacto superficial de sus labios.
Sin magia, ni un mundo que girase para ella. Alicaída por el afecto del
alcohol y por lo que implicaba esa inapetencia, le había dicho que no, para
horror de Ethan, a quien nunca se le escapaba ninguna mujer.
Ella le pidió que no volvieran a mencionar el tema y Ethan había estado de
acuerdo, porque supondría una patada a su lista intachable de conquistas.
Desde entonces, no habían vuelto a hablar de aquello. ¿Habría sido por eso
por lo que confundiera sus sentimientos? Creía que se había solucionado en
ese instante y cuando discutieron no había recaído en eso.
A pesar de todo y volviendo a la cuestión principal, imaginarse a Adam
con otra mujer en brazos que no fuera ella le afectaba más de lo que le
gustaría aceptar. Debido a eso, había evitado leer toda la prensa que pudiera
relacionarse con él.
El pelirrojo la estudiaba con intensidad, capturando su imagen en la
memoria. Se sentía insegura, podía notar la expectación en sus labios
entreabiertos. Aunque pudiera parecer confiada y segura, estaba esperando
una respuesta a tal afirmación.
—No he estado con nadie más.
Pese a lo dudoso de sus palabras, Ellie sintió una corriente de alivio
embargándola.
—¿En dos años Adam? ¿Sabes lo extraño que resulta?
—Ya sabes que soy muy selectivo. No me envuelvo con cualquiera.
Dejando a un lado lo de las citas a ciegas que te conté, si es cierto que intenté
eso de la seducción, me acerqué a algunas señoritas, pero no salió bien.
—¿Por qué?
—Porque solo pensaba en ti y en que ninguna de ellas eras tú.
Ellie se emocionó al escuchar la crudeza con la que pronunció esa frase y
se aferró a él, abrazándole más fuerte para tratar de transmitirle que a ella le
había ocurrido lo mismo. No podía añadir nada, ya que se suponía que
todavía le estaba mintiendo sobre su relación abierta con Ethan.
Molesta consigo misma y su decisión, besó a ese hombre que ahora
parecía abrirse ante ella sin ningún problema. Él le correspondió al beso
apretándola contra su cuerpo y, pasándole las manos por la suave espalda,
llegó hasta el dulce trasero de la muchacha, que le había estado torturando
con su sola cercanía.
Ellie se separó apenas unos centímetros de él y con una sonrisa, le propuso
algo que venía rondándole la mente desde que él lo hubiera mencionado.
—De forma que fantasías…. Y se puede saber ¿en qué consistían?
—¿Por qué de repente pareces tan interesada?
—Porque voy a concederte cumplir una esta noche.
En el momento en el que captó el brillo de ilusión en los ojos azulados de
Adam, Ellie supo que había sido la respuesta acertada y le subió el ánimo
hasta las nubes. Le gustaba verle así, excitado por su propuesta, parecía un
niño ante un regalo que había estado deseando todo este tiempo.
—Tengo muchas.
—Tienes que elegirlo tú, puede ser, por ejemplo, la más recurrente.
—Bueno, hay una…
—¿Cuál?
—Por una vez me gustaría ser algo más bruto, es mi fantasía más secreta,
una que no he practicado antes con nadie… Por eso no sé si será de tu agrado.
Ellie se puso en tensión, imaginándose un mar de diferentes posibilidades.
Como él se estaba mostrando tan avergonzado, trató de plantearlo con la
mayor delicadeza posible.
—¿Implica dolor o algún animal? Porque si se trata de eso…
Adam se horrorizó ante la sola mención de las alternativas que ella le
sugería.
—No, no.
El alivio la embargó y sonrió enternecida. Le gustaba que él tuviera la
confianza suficiente como para poder pedirle eso con toda sinceridad.
Diablos, a ese hombre le daría todo lo que quisiera.
Además, sospechaba que la raíz de esa fantasía se hallaba en el férreo
control sobre sus emociones que siempre trataba de mantener. Ella quería
ayudarle a sacar su lado más carnal, para que se desprendiera de la coraza que
le mantenía cautivo en la más absoluta corrección.
—Está bien. No te contengas, recuerda que es tu fantasía. Confío en ti.
Con esa frase resonando todavía en su mente, Adam se levantó de la cama
y se dirigió a por las cosas que iba a necesitar. Se hizo con un cojín,
preservativos y recogió el delicioso tanga que se había caído en el suelo
cuando ella lo tirase en pleno acto de desesperación.
Por la ventana se colaba la luz de la luna, bañando su cuerpo desnudo e
iluminando zonas que le indicaron a Ellie que él ya estaba más que preparado
para tomarla.
«Ay, Dios, ¿en dónde me he metido?»
Una vez tuvo todo lo que necesitaba, escudriñó con tal intensidad a Ellie,
que le puso los pelos de punta.
—¿Preparada?
—Sí, pero…
No le dejo tiempo para terminar la frase, sin subirse a la cama de nuevo, le
cogió ambos tobillos con las manos y la sorprendió obligándola a darse la
vuelta, dejándole de cara al colchón.
—¿Adam?
—Calla. No puedes hablar a menos que yo te lo diga.
El pelirrojo se subió sobre sus piernas a horcajadas, sintiendo su peso
hundirse sobre el colchón.
—Sujétate al cabecero y no te muevas.
Confundida, le obedeció, preguntándose qué diablos iba a hacer a
continuación. El pelirrojo empleó el tanga, para atarla al cabecero con
rapidez. Ella se removió asombrada, no había esperado que fuera a atarla. De
improvisto, él le propinó una palmada en el culo y ordenó contra su oído:
—No puedes moverte a menos que yo te lo ordene.
Un escalofrío recorrió a Ellie. Había algo magnético en hallarse totalmente
bajo su poder. Las manos le sudaban por la expectación y apretó la madera
del cabecero, tratando de quedarse lo más quieta posible.
—Ponte a cuatro.
Con las manos todavía atadas, logró adoptar la postura que le indicaba.
Adam la observó hacer, y sin añadir nada más, le pasó uno de los
almohadones bajo las rodillas de forma que su trasero quedase expuesto por
completo para él.
Demonios, era jodidamente sexy. Tenía un culo de infarto, que le había
enloquecido desde que lo viera y para su inmensa suerte, le había cedido todo
el control para que hiciera con él lo que quisiera. Adam se lo abrió con las
manos para explorar su interior. Nada más notar la acción, ella se revolvió de
nuevo, tratando de echarle una mirada rápida.
—Quieta. Si te mueves o hablas no habrá orgasmo.
Ante esa orden, Ellie sintió que se humedecía aún más y, notando las
pulsaciones en la vagina, le dejó hacer lo que quisiera. Su parte más visceral
le instaba a moverse y colaborar, por lo que tuvo que refrenarla aferrándose a
la madera, permitiéndole hacer lo que quisiera con su cuerpo.
El pelirrojo repitió la tarea por la que acababa de ser interrumpido y le
abrió ambos glúteos. Al ver la imagen que se exhibía ante él, Adam tragó
saliva. No podía creerse que fuera hacer eso, llevaba soñando con ello desde
que la conociera. Tomándolo entre sus manos, se aproximó hasta la abertura
e introdujo su rostro. Soltó uno de los glúteos, y con la mano libre buscó la
entrada a su sexo y el clítoris. Sin más dilación, comenzó a estimularlos en
círculos continuos, al tiempo que abría la boca y con la lengua degustó la
hendidura, enloqueciéndose ante su solo contacto.
Ellie gimió y jadeó mucho más fuerte que la vez anterior, aquella
sensación era totalmente diferente y, por extraño que resultase, se notaba
como si estuviera sintiéndose llena, pero a la vez no. Sin duda, era mucho
más excitante que cualquier otra caricia que hubiera podido experimentar.
Fiel a la orden que le había dado, Ellie se asió con todas sus fuerzas al
cabecero, percibiendo la proximidad de un orgasmo.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de tenerlo, no pudo evitar que se
le escapase su nombre.
—A-Adam….
Él se retiró en el acto, dejándola una sensación de vacío absoluta.
—Te dije que si hablabas o te movías no habría orgasmo.
—Joder.
—Si quieres redimirte, tendrás que contestar a una pregunta.
—¿Cuál?
—¿A quién has tenido en la cabeza estos dos últimos años?
—¿Cómo…?
—Por las noches, cuando estabas sola en tu cama y deseabas tocarte, ¿en
quién pensabas? Dime la verdad, sea la que sea.
—Adam, no creo....
—¿En quién pensabas? Contesta.
—E-en ti.
—¿No en tu novio?
—No…
Esa respuesta le satisfizo mucho más de lo que hubiera imaginado. Si se
había acostado con otros daba igual, porque había sido él quien plagase sus
sueños húmedos. Acercándose hasta su oído, le susurró con satisfacción:
—¿Cómo te tocaba? ¿Así?
Para ejemplificarlo, introdujo sus dedos en su canal vaginal, localizando el
punto g por medio de los movimientos y gemidos de la joven.
—N-no…
Adam descendió hasta el clítoris y se lo masajeó con ásperas y rítmicas
circunferencias.
—¿Aquí?
—Tú…
—Responde. ¿Te tocaba así? O quizás —murmuró, ascendiendo hasta los
senos y le pellizcó los montículos hasta que se endurecieron—. ¿Lo hacía por
aquí?
La estaba torturando, lo sabía porque ella se encontraba jadeando y
temblaba con todo el vello erizado.
—Yo…
Adam le mordió el hombro levemente, luchando por contenerse, y le
volvió a ordenar.
—Está bien. Ahora no te muevas. ¿Me has oído bien?
—Sí.
El pelirrojo regresó a su posición inicial, sentado de rodillas sobre su
trasero, volvió a abrírselo y se embebió de él. Lo besó y lamió con fruición,
al tiempo que le trabajaba el clítoris y la vagina con la otra mano. Ella parecía
realizar esfuerzos titánicos por obedecerle, y la imagen que componía
expuesta por completo para él, provocaron que la inmensa erección con la
que había estado lidiando desde hacía un rato pulsase, ansiando entrar en ella.
Adam la apartó y siguió encomendándose a su tarea con dedicación. Sabía
tan bien, era tan dulce y atrayente que le estaba enloqueciendo. Solo cuando
notó las paredes vaginales contrayéndose alrededor de sus dedos, avisándole
de un nuevo orgasmo, se retiró, dejándola por completo frustrada.
Con rapidez y urgencia, se deslizó el preservativo que había preparado a
un lado y se situó sobre ella, apoyando ambas manos contra sus caderas. De
una sola estocada profunda la penetró, lo que ocasionó que un gemido
involuntario brotase de sus labios. Esto le excitó e incrementó sus embestidas
en su interior. Le estrujaba en su conducto vaginal, despertando una opresión
enloquecedora, que amenazaba con perderse en su interior.
Gruñó y pulsó aún más fuerte. Con toda probabilidad le iba a dejar marca
en cada una de las caderas por la fuerza con la que se estaba agarrando, y
penetrándola más hondo si cabía, la montó hasta que ella ya no lo pudo
remediar más y, tensando todo su cuerpo justo en el punto que les unía, se
corrió para él. Emitió un alarido estridente, que en esta ocasión él no
reprimió, sino que se deleitó en el sonido. Aquello lo había provocado él.
Tomándole por la nuca, la atrajo con ferocidad, y con la otra mano le
obligó a alzar la barbilla hacia él, se acercó hasta su oído y le susurró:
—Di que eres mía.
—Yo…
—Dilo.
—Soy tuya….
Un sentimiento de posesión visceral se adueñó de él y, apretando aún más,
incrementó sus acometidas en su interior. Cuando su visión se empezó a
ponerse borrosa, se soltó de la cuerda de la escasa razón que le quedaba y se
dejó caer al vacío. Sujetándose a su cuerpo, se derramó en su interior como
una explosión que le arrastró a un lugar mucho más alto de lo que hubiera
alcanzado con anterioridad.
Un sitio en el que solo estaban ellos dos y nadie más.
CAPÍTULO 27
«La seguridad de saber que la persona que amas te corresponde a su vez es
mucho más valiosa que todas las riquezas del mundo. Esa tranquilidad es lo
que me hace sostenerme en pie cada mañana»
A.H
El amor, ese sentimiento que impulsa a las personas a cometer locuras por
el ser amado. A veces no se necesitan las palabras para saber que está
presente, las acciones valen mucho más que esos significantes que a veces no
logran conferir el completo significado de lo que se experimenta.
Una mirada de reojo, una sonrisa nerviosa, un apretón de manos a través
de una mesa, una botella de vino a medio tomar, risas que llenan silencios o
momentos vergonzosos, un baile frente al mar, besos que tocan y escanean el
alma contraria, abrazos que acortan la distancia de los corazones, la creación
de un lenguaje propio que nadie más conoce, y así una infinitud de ejemplos.
El surgimiento del amor comienza cuando se mira a la persona especial y
sientes que todo desaparece alrededor, perdiendo el valor que lo
caracterizaba. El ambiente cambia, electrificándose, la corriente nerviosa
indica el momento en el que saltar al abismo.
Subirse a una moto acuática requiere de gran pericia, sobre todo si lo
haces por primera vez. De esta forma, Adam y Ellie habían pasado toda la
mañana montando en una, pese a los chillidos iniciales de la joven. Al final
se había acostumbrado a la sensación de estar montando en una y,
prácticamente tuvo que pedirle a Adam a punta de pistola que la dejara
conducirla, pues el condenado se había negado repetidas veces a hacerlo,
alegando que ambos terminarían en el agua. Cuando le había conseguido
convencer a través del más puro chantaje emocional —Ellie le había
prometido llevar lo de la otra noche un poco más lejos—, acabó claudicando
poco convencido.
En cuanto le había cambiado el sitio y había tomado los mandos después
de una breve explicación por parte de Adam, Ellie había arrancado a toda
velocidad, ocasionando que en esta ocasión el que emitiera un alarido
resultase ser Adam, quien se explayó al grito de «loca insensata, ¿acaso
quieres matarnos a los dos?». La risa maléfica y de la alegría de la muchacha
fue lo único que le tranquilizó. Parecía estar disfrutado a lo grande de aquella
expedición, y, aunque todavía temía por su vida, se había aferrado a su
cintura, apretándole contra sí.
Después, a media mañana, arribaron a la playa más cercana y estuvieron
bañándose y tomando el sol en ella durante unas horas. Ellie le preguntó
cuándo había sido la última vez que había tomado vacaciones y la respuesta
de Adam la dejó patidifusa. Al parecer las últimas vacaciones que había
decidido coger habría sido las de Venecia, pero esas ni si quiera podían
considerarse como tal, ya que Ellie había estado a su lado y se suponía que
estaban trabajando. Sin embargo, el pelirrojo le aclaró que no había podido
plantearse las vacaciones en dos años, porque tampoco había hecho
demasiado por la empresa.
En algún momento del día habían olvidado el motivo que los había llevado
hasta allí. Por una vez en sus vidas, ignoraron todo lo que les rodeaba,
centrándose el uno en el otro y en la deliciosa comida que les iban sirviendo
cada vez que querían. No es que Ellie no llamase cada día a sus hermanos,
sino que todas las cuestiones laborales quedaron relegadas a un segundo
plano. Ambos deseaban exprimir cada minuto y segundo al lado del otro.
Una vez llegó la hora de la comida, ambos regresaron al yate, en el que les
seguía esperando la tripulación para continuar con el viaje. Estaban en mitad
de la comida, cuando uno de los tripulantes se acercó a ellos. Se trataba de un
chico joven, quizás de la misma edad de Ellie, calculó Adam. Era moreno con
los ojos verdes y tenía una sonrisa con la que estaba seguro seduciría a más
de una señorita. Los hombres podían reconocerse entre sí y a pesar de no
realizarse comparaciones tan estrictas como lo hicieran las mujeres, también
eran capaces de identificar cuando el otro podía estar interesado en una
mujer, y más cuando dicha fémina era el principal objetivo de todos sus
pasiones y anhelos.
Dicho de otra forma, alejándolo de la descripción formal que pudiera
realizar Adam, el tal Utba, como se había presentado, estaba más que
fascinado con Ellie. Por supuesto, el pelirrojo ya había reparado en ese tipo
de miradas con anterioridad, pero esa tarde le comenzaba a molestar, porque
él no estaba en el derecho de reclamar nada al respecto, ya que no estaban en
ninguna relación oficial. Ni si quiera sabía qué diablos eran o qué pasaría con
ellos cuando tuvieran que regresar.
Esas atenciones e intereses por parte de otros hombres, aunque fueran
sencillas y naturales, habían pinchado la burbuja de felicidad en la que había
estado sumido hasta entonces, generándole inseguridades de cara a un futuro.
Eso sin contar con el tema de Weiss, que todavía le carcomía por dentro.
Con una gran sonrisa bobalicona, el camarero se dirigió a Ellie.
—¿Le ha gustado el postre, señorita?
—Ay, sí. Estaba espectacular, me comería cinco platos más de esos.
Ellie se limpió el chocolate de la comisura de los labios y asintió con
emoción. Todo lo que tuviera que ver con la comida la encandilaba. Eso era
una característica que le encantaba que hubiera conservado a pesar de los dos
años de por medio en los que no se habían visto. Sin embargo, lo que no le
agradaba tanto era que estuviera mostrando ese tipo de expresión ensoñadora
ante otro hombre y más en concreto a uno que parecía impresionarse cada vez
que la joven agregaba alguna nueva frase.
—Si lo desea puedo traérselos.
—¿En serio?
La esperanza brillaba en la profundidad de sus ojos y el imberbe asintió
maravillado. Adam gruñó. ¿Tan fácil era conquistarla por el estómago?
Pensaba que ese refrán solo se aplicaba a los hombres, pero al parecer ella
estaba allí para demostrar lo mucho que se equivocaban todas las madres del
mundo al decir «a un hombre se le conquista por su estómago». Muy bien,
pues ahí tenían un ejemplo de que a Ellie Hawk se la enamoraba por el
mismo órgano en cuestión.
—Por supuesto, señorita. A una dama no debe negársele nunca nada, y
menos si es tan encantadora como usted.
—Oh, gracias por el halago.
Ellie se puso colorada y eso molestó aún más a Adam, quien asistía como
un silencioso espectador a la ridícula escena que contemplaba.
—Su inglés es muy bueno, ¿dónde lo aprendió?
—Mi madre era británica.
«Vamos a relajarnos, porque como no lo hagamos lo estropearás con ella y
venimos de tener días muy buenos y especiales a su lado. Debes controlarte»
Aconsejaba la Razón, preocupada, quien en algún punto de la historia parecía
haber reconsiderado su animadversión hacia la joven y ahora apoyaba lo que
fuera de esa relación.
«Por fin dices algo sabio, viejo amigo» Agregó Deseo con orgullo.
«Últimamente has estado muy desaparecido, apenas te he visto el pelo por
aquí»
«Eso es porque la ninfa me tiene muy ocupado. No es que me queje ni
nada por el estilo, porque menudas aventuras me estoy dando, solo espero
que este idiota no la cague antes de que pueda volver a divertirme». Comentó
con preocupación el componente más visceral del grupo.
Ajeno a este breve intercambio entre sus emociones, Adam intentaba
tranquilizarse. No podía montarle una escena de celos, su orgullo no se lo
permitiría, aunque eso no significaba que no pudiera mirar de reojo al
«tripuladucho» en cuestión cada vez que se dejaba caer por la mesa.
—Adam, ¿te ocurre algo?
Ellie había advertido los vistazos despectivos —muy mal disimulados, por
cierto— que le echaba al pobre muchacho. Sin embargo, el pelirrojo se limitó
a coger la copa de vino de la mesa y a beber un sorbo. A continuación, negó
con la cabeza.
—No, ¿qué me iba a suceder?
—Bueno, si no te conociera lo suficiente para saber que tú la brujería no la
practicas y que eres un hombre bastante racional, diría y corrígeme si me
equivoco, que pareciera que le acabas de echar un mal de ojo a ese pobre
muchacho.
—¿Muchacho?
Pareció como si escupiera la palabra. Pese a ello, no agregó nada más y
Ellie comenzó a inquietarse de nuevo. Utba no tardó en traer de nuevo el
segundo postre que se había pedido y la joven le sonrió.
—Qué rápido.
—Gracias, señorita. Aquí tiene. ¿Necesita algo más?
Adam lo contempló de arriba abajo y se bebió de un trago el contenido de
la copa. Al reparar en ello, Ellie arqueó una ceja.
—Por mí no, ¿Adam?
—Estoy servido.
—Entonces nada más, muchas gracias, Utba.
—Si requirieran de algo más, llámenme, vendré en seguida.
Ellie asintió con amabilidad, observándole retirarse. Le recordaba un poco
a ella. En ese tipo de trabajos la atención al cliente era clave, podía notar que
por el nerviosismo que mostraba y sus evidentes ganas de complacer que no
tenía mucha experiencia, así que debía de ser nuevo. Cuando una se
acostumbraba a trabajar cara al público, pese a que no pudiera mostrarlo,
había ocasiones en las que se perdía la fe en la humanidad. Utba le recordaba
a esa parte soñadora que había tenido cuando creía que con encontrar un
trabajo y mantenerlo su vida iría sobre ruedas, antes de comenzar a darse
hostias contra la inmensa pared denominada «vida».
—Qué servicial.
—¿Disculpa?
—Pareces llevarte muy bien con el servicio.
—Eh, supongo. En serio, Adam ¿qué bicho te ha picado?
—Ninguno, todo está bien. Solo no he podido evitar reparar en la
necesidad tan grande que tiene de complacer a los demás, y más en concreto
a ti.
—¿Qué es lo que intentas insinuar exactamente?
—Nada, me limitaba a remarcar lo evidente.
—Entonces tendrás que explicarte mejor, porque parece solo ser obvio
para ti.
—Ya te lo comenté anoche.
—¿El qué?
—No importa, de todas formas, no me corresponde ejercer ese papel.
Ellie frunció el ceño, extrañada por la frase que acababa de pronunciar.
—¿Qué papel?
—No lo entiendes, ¿verdad?
—Pues mira, no. Hace tan solo unos minutos parecíamos estar bien,
hemos pasado una mañana preciosa juntos y desde que se ha acercado el
camarero ahora toda tu actitud ha cambiado. ¿Acaso me he perdido algo? —
preguntó confundida, más al ver su expresión adusta pareció reparar en ello
—. Si es por Utba…
Adam dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco, Ellie intuía que
estaba mucho más molesto de lo que dejaba entrever.
—No es por el maldito camarero, ese hombre me da igual.
—Entonces, ¿qué es lo que te pasa?
No supo con exactitud en qué segundo del minuto que estaban viviendo
ocurrió, todo sucedió tan rápido que Ellie solo alcanzó un instante a ver el
semblante desgarrador de Adam, antes de que se quebrase por completo.
—Es por todo, por Weiss, por ti, por mí. Porque no sé qué es lo que somos
o a qué demonios estamos jugando. Cuando anoche caíste rendida entre mis
brazos, lo primero que pensé «joder, qué afortunado me siento de tener a
estar preciosa mujer a mi lado, desearía poder gritarles a los cuatro vientos
que es mía, mi pareja», mía, Ellie, pero segundos después me di cuenta de
que no lo eres, que como tu dijiste, sales con Weiss. Un tipo que ahora
probablemente estará acostándose con a saber quién diablos más, y tú y yo
estamos aquí, viviendo y compartiendo todo esto que ni en mil años
experimenté con nadie más, para luego… ¿qué? ¿eh? ¿qué es lo que nos
espera?
Ellie contempló conmocionada cómo él iba pasando por un sinfín de
emociones delante de ella, y su mente se quedó en blanco. Si pensaba lo más
mínimo, intuyó que se rompería en mil pedazos.
Le había mentido y, por pequeña que fuera el engaño, este siempre
conllevaría dolor. Ella lo sabía bien, había sido una cobarde tomando esa
decisión, porque había sido incapaz de exponerse ante él tras su regreso, lo
que no había podido imaginar era que él hubiera cambiado tanto como para
que estuviera soltándole todas esas frases.
—Dime una cosa, Ellie… ¿le quieres?
Cuando regresara a la empresa, Ellie creía que él la seguiría odiando, pero
estaba claro lo mucho que se había equivocado juzgándole todo ese tiempo.
Ahora todo le estaba explotando en la cara y desconocía por dónde debería
empezar a abordarlo.
—Adam…
Al ver la indecisión brillando en su mirada castaña, Adam lo malinterpretó
y supuso que la joven habría elegido a ese desgraciado. La ira invadió cada
una de sus terminaciones nerviosas, por lo que tuvo que sujetar una servilleta
para contenerse y no explotar. No podía permitir que su presa emocional se
quebrase, eso no sería digno de alguien como él. Sin embargo, estaba siendo
tan difícil de resistir, se sentía tan impotente…
—¿Piensas volver con él? ¿Después de todo lo que hemos compartido
juntos? ¡¿Vas a volver a su lado?! ¿Tanto lo quieres? Espera un momento…
¿Lo amas?
Ellie se llevó la mano a la boca, tratando de contener un gemido de
frustración que amenazaba con escapar.
—No lo entiendes, Adam…
—¡Por supuesto que no! ¿Cómo voy a comprender que estés con alguien
así y a la vez ayer tomases la decisión de entregarte a mí? Te conozco lo
suficiente como para saber que, de amarle, jamás harías algo semejante.
Como bien me dijiste en el pasado, tú jamás has sido de relaciones en las que
fueras el segundo plato. De hecho, cuando estuviste conmigo en su día no
toleraste mi pantomima con Sasha y eso que te había pedido tiempo, pero a
Weiss le permites acostarse con cualquiera y delante de tus propias narices.
¿Cómo va esto? ¿Tanto le amas que prefieres pasar por encima de todos tus
principios antes que decirle que no? Entonces, ¿qué he sido yo? ¿el
entretenimiento?
Desesperada, Ellie posó una mano sobre la de él, pero él le apartó y eso le
dolió más que nada.
—No, Adam, te juro que no es lo que estás pensando.
—¿Y qué se supone que debo deducir, Ellie? Solo me ataño a las pruebas.
Comprendo que ha pasado tiempo desde que nos distanciamos, pero una
persona no debería cambiar tanto en dos años.
—Tú lo hiciste… —comentó con un hilo de voz.
—Sí, lo hice, cuando acepté que te amaba, que eras la única persona que
me había removido por dentro para bien o para mal. Desde el principio me
empujaste a actuar de maneras en las que antes no hubiera ni imaginado y,
dos años después, sigues siendo la única mujer en mi vida capaz de hacer eso.
¿Cómo no iba a enamorarme de ti?
Ellie dejó de respirar en el momento en el que Adam pronunció aquellas
palabras tan contundentes que arrasaron con todo su corazón. ¿La amaba?
Hasta entonces había sospechado que la tenía cariño sobre todo porque
existía una increíble atracción y conexión entre ellos, pero ¿amor? Ellie se
había tenido que convencer a sí misma durante dos años que la única que le
quería era ella, y ahora se presentaba ahí para decirle que sí que lo hacía.
—¿Qué…?
—Joder Ellie, ¿de verdad no te has dado cuenta de lo mucho que te
quiero? Hasta el más ciego podría verlo. O ¿acaso piensas de verdad que vine
aquí contigo a fingir ser una parejita feliz? ¿Crees que no tengo nada mejor
que hacer?
—La empresa…
—Si ha llegado a esta situación ha sido porque te elegí a ti. Antepuse el
dolor de tu partida a los intereses de mi familia. ¿Crees que si no hubieras
aparecido ese día en la junta me habría importado ser destituido? Bueno, sí,
vale, me habría afectado, pero te aseguro que no hubiera sido nada
comparado a lo que sentí al verte traspasar esa puerta.
—Pero tú…
—Y diré algo más, ¿por qué te crees que no quería hacerlo al principio?
¡Porque sabía que para mí no iba a ser ninguna mentira! No tendría que fingir
amarte porque ya lo hacía. Mierda, Ellie. Para mí amarte es lo mismo que
respirar, se me hace tan fácil y natural…. No me imagino enamorándome de
nadie más que no seas tú.
—No, yo…
—En las Vegas me confesaste que me habías querido, si eso es cierto, ¿de
verdad pudiste olvidarme en dos años? Me cuesta creerlo, porque yo no fui
capaz de conseguirlo. Cada vez que trataba de hacerlo, tu recuerdo me pegaba
mucho más fuerte, impidiéndome olvidarte. ¿Tan poco signifiqué para ti?
¿Qué tiene Weiss? ¿Eh?
Para ese entonces, el corazón de Ellie se había roto en mil pedazos ante
esa declaración tan pasional. Había firmado un contrato de confidencialidad,
uno en el que no le contaría nada a Adam de la misión y le había prometido a
Simon que no implicaría su corazón de por medio. Ya había fallado en la
segunda parte, no comprometería la primera.
Sin embargo, iba a tratar de ceñirse a la verdad todo lo que pudiera,
porque él no se merecía que le siguieran mintiendo.
—Ethan me apoyó en mi peor momento, Adam. Estuvo ahí cuando pasé
una de las peores rachas de mi vida y nunca me juzgó por ello. Recogió los
pedazos rotos, pese a que no fuera su problema.
—Eso que estás describiendo es algo que haría cualquier amigo. Enzo y
Luke hicieron lo mismo por mí, ¿eso significa que les quiera románticamente
hablando o que vaya a involucrarme con ellos en una relación abierta?
—No es lo mismo. Me quedé en la calle, sin apenas dinero porque tuve
que ahorrar lo poco que me diste para pagar las facturas de un piso de mierda,
ansiosa porque no sabría si emprenderías acciones legales en mi contra y de
hacerlo cómo podría pagarlo, temerosa de no encontrar ni los trabajos
precarios a los que me había acostumbrado, aterrorizada por quedarme sin
dinero para mantener a mis hermanos. ¿Qué sería de su futuro? Me
preguntaba día tras día. Estuve completamente sola con todas esas
preocupaciones en mi mente, y un día Ethan me sacó de ahí. Tú seguías
teniendo una estabilidad económica. Creo que eso nos sitúa en puestos de
partida totalmente distintos.
Eso supuso una auténtica bofetada para Adam, quien no esperaba que
fuera a recurrir a ese argumento para justificar su amor hacia ese imbécil.
Sabía que ella tenía razón, se arrepentía en el alma de haberle reducido su
finiquito en venganza a sabiendas de que no podría denunciarle porque no
podría costearse el juicio, pero que se lo expusiera de ese modo, le dolía,
quemaba por dentro como nunca, porque hasta entonces Ellie se lo había
recriminado con menos crudeza que en esa ocasión, pero, sobre todo, le hería
porque ahora conocía por todo lo que había tenido que pasar, y que él hubiera
colaborado a ese infierno le costaba de asimilar.
—Sí, me equivoqué, fui un bastardo. Eso nunca lo he negado, me
comporté fatal contigo. Tendría que haberte dado lo que correspondía,
haberte tratado mejor, lo siento por eso.
—Sé que te arrepientes Adam, y yo no te hubiera dicho nada de esto si no
me hubieras preguntado qué es lo que siento por él. Solo deseaba ser sincera
contigo.
—Te he preguntado si le querías de verdad.
—Le quiero, sí.
Adam rechinó los dientes al escuchar la constatación de todas sus
sospechas. La partida estaba perdida y él había estado haciendo el gilipollas
todo este tiempo.
—De modo que ya le has elegido a él.
—¡Yo no he elegido a nadie! Para empezar porque no tengo esa potestad
sobre las personas.
—La vida son decisiones, Ellie. Por supuesto que sí hay que hacerlo. Uno
sí escoge con quién quiere estar, mírame, yo lo hice contigo, ¿por qué te crees
que no he vuelto a estar con una mujer? Porque mi mente y mi corazón están
repletos de ti. Es cierto, fui un cerdo egoísta y ahora mismo siento como si
nada de lo que hiciera sirviera para redimirme ante tus ojos y, la verdad, no lo
soporto. Por eso, necesito saberlo, si vas a escogerle a él, entonces dímelo
ahora.
—Adam esto no va de quien gana o pierde mi amor.
—Para mí, sí. Ellie, yo no puedo compartirte, antes preferiría morirme. No
sé cómo puede tolerarlo ese idiota, pero si lo que pretendes es que te
comparta con él, olvídalo. No puedo consentirlo, te amo demasiado para eso.
Solo de imaginarte en los brazos de otro, me entran los siete males.
—Ay, joder, Adam…
—Necesito saber que sigo en tu corazón o si la cagué tanto que ya no
sientes nada por mí. ¿Lo que hice consiguió arrancarme de ahí? ¿De verdad
lo amas a él? ¿Te he perdido de nuevo?
Ellie se hallaba en una encrucijada. Ante ella se encontraba todo lo que
hubiera deseado alguna vez, Adam le estaba dejando decidir, sincerarse por
una vez y tomar lo que ofrecía o seguir escondiéndose detrás de la figura de
Ethan, para ocultarle sus verdaderos sentimientos. Él se había abierto para
ella, y eso lo valoraba como nada que nadie hubiera podido darle. Para ella,
lo que Adam acababa de hacer era un regalo de valor incalculable.
No obstante, todavía había circunstancias que la retenían de lanzarse hacia
él como realmente ansiaba hacer. No podía revelarle nada de la información
que se había comprometido a guardar. A pesar de todo, su corazón dolía
tanto, que decidió que era buena hora para revelarle la verdad, aunque fuera a
medias. Al fin y al cabo, se lo debía.
—Quiero a Ethan, sí —asintió y al ver el semblante horrorizado de Adam,
añadió—. Aunque no de la manera en la que crees.
Pese a que Adam se mostraba receloso, un destello de esperanza surgió en
la profundidad de sus orbes celestes.
—¿Cómo dices?
—No mentía cuando dije que quería a Ethan, pero tú pusiste el ejemplo de
Luke y Enzo y, aunque no es del todo correcto, sí similar. Mi aprecio por
Ethan es casi familiar, porque me apoyó como solo podría haberlo hecho uno.
Su familia y él nos acogieron en su núcleo y hasta su madre se trasladó a
Londres y se encargó de cuidar a mis hermanos cuando yo tenía que estudiar
o trabajar.
—Ellie…
—A la pregunta de si le amo, la respuesta es no, y no será porque no lo
haya intentado. Créeme, querer a Ethan románticamente me habría ahorrado
muchos dolores de cabeza.
¿No le amaba? ¿Lo había intentado? La nueva información contradecía a
la que él había estado gestionando hasta ahora y eso generó un bloqueo
mental en el pelirrojo.
—Un momento, pero si no lo quieres como dices, ¿por qué saldrías con
él? ¿Por qué ibas a involucrarte en una relación abierta?
—Querías saber si lo que habías hecho te había arrancado de mi
corazón…. Creo que ahí tienes la respuesta, Adam….
Ellie se quedó en completo silencio, contemplándole con un gesto de
culpabilidad y remordimiento en el rostro. Le costaba horrores verbalizar la
verdad. Se mordió el labio inferior y arqueó las cejas, reflexionando sobre
cómo podría explicárselo sin fallar a los Weiss.
Sin embargo, en ocasiones como aquella los silencios transmitían mucho
más que cualquier palabra.
—Ellie, dime que no.
—Adam, yo…
—¿Pretendes que acepte que me estuviste engañando de nuevo porque me
querías?
—Verás, no tuve más remedio que hacerlo así.
—No. Dijiste que no había más mentiras entre nosotros.
—En realidad lo que te prometí era que no hablaría mal a tus espaldas de
nuevo…
—¡Iba implícito! Con nuestro acercamiento en las Vegas, ¡se suponía que
no me mentirías más! Creía que desde entonces al menos nos uniría una
amistad y la amistad implica lealtad. ¿Por qué solo puedes ser leal con los
demás?
Ellie quería gritarle que uno de los motivos por los que había regresado se
debía precisamente a un sentimiento absurdo de fidelidad. Más allá de las
promesas económicas que le hubiera hecho Simon, una parte de su interior,
esa que había luchado por enterrar con insistencia, había inclinado la balanza
hacia una aceptación a causa de la posibilidad estuviera en peligro, ya que
sabía lo mucho que la empresa había significado para él cuando le conociera.
Sin embargo, contarle eso, significaría transgredir el acuerdo de
confidencialidad que había firmado.
—Conmigo nunca pareces tener problema alguno para largarte, ¿tan fácil
te resulta dejarme atrás?
—¿Fácil?
Ellie había tenido que repetirlo, incapaz de procesar la bomba que acababa
de lanzarle sin ninguna consideración.
—Eso es lo que demuestras continuamente.
Una furia helada impactó contra el pecho de la joven. El significado que
conllevaba aquella frase resultaba mucho más doloroso para ella de lo que
pudiera haberle dicho con anterioridad.
—Tú no sabes nada —le cortó con brusquedad, se levantó como un
vendaval, apoyó ambas manos sobre la mesa con decisión y, taladrándole con
la mirada, espetó—. No tienes ni idea de la de noches que me pase llorando
por ti sobre una maldita almohada para que ninguno de mis hermanos se
enterase de que en la habitación de al lado su hermana mayor estaba llorando
por un idiota que no tuvo la valentía suficiente para decirme en su momento
que me amaba. ¿Cómo iba a explicarles que me acostaba cada noche
derramando lágrimas por haber sido una cobarde que, por miedo a perder lo
que teníamos, tampoco había sido capaz de confesarte la verdad no solo sobre
mi currículum sino también sobre mis sentimientos? ¿Crees que me resultó
sencillo dejar marchar al amor de mi vida, quién por cierto se las había
ingeniado para ponernos a todos en esa delicada posición económica? ¿Eh?
¿Quién es ahora el necio, Adam?
Adam agrandó los ojos, impresionado por la pasión y vehemencia con la
que le estaba reprendiendo, pero más aún porque le estuviera confirmando
por primera vez que le amaba. No importaba si se lo estaba recriminando, le
estaba dando la respuesta que había ansiado hasta entonces.
Su corazón se aceleró, porque si de verdad le amaba, todavía quedaría una
esperanza.
—Tú….
—Los motivos de mi regreso no te competen. Ahora bien, si mentí y puse
de excusa a Ethan no fue debido a ningún pasatiempo, sino porque me vi en
la obligación de hacerlo. ¿Te crees que iba a volver arrodillándome ante ti por
mucho que te amase? ¿Después de todo lo vivido? Te resulta muy fácil
juzgarme y sacar conclusiones precipitadas desde tu trono de cristal. Si me
conocieras como dices hacer, te habrías dado cuenta desde el principio de que
en esta historia siempre había algo más, ¡pero no! ¡Preferiste dejarme
marchar! Porque una cosa te voy a decir, yo no me fui, tú me despediste. Tú
decidiste echarme de tu vida, Adam Henderson. Y aun con todo y con eso ¡te
seguí amando, idiota!
Adam reparó en las lágrimas que acudieron a los ojos de la joven mientras
pronunciaba esa frase. Preocupado, trató de acercarse a ella, todo se había
descontrolado en apenas un parpadeo, pero Ellie dio un paso hacia atrás,
negando con la cabeza. Su rechazo físico le dolió como si fuera una puñalada.
Una de las lágrimas rodó por la mejilla femenina y Adam quiso
limpiársela. Se odió a sí mismo por haberla puesto ahí, aun así, no se acercó a
ella, quien, con infinita tristeza, agregó:
—Ahí tienes tu maldita respuesta, espero que estés satisfecho.
—Ellie…
—No. Ahora quiero estar sola. Si me disculpas…
A continuación, se dio la vuelta y salió corriendo del restaurante sin mirar
ni una sola vez atrás.
Adam no la siguió. Por mucho que deseara hacerlo, ir detrás de ella y
hablar las cosas, debía de respetarla. Además, tenía demasiado en lo que
pensar y reflexionar.
De hecho, de haber antepuesto sus deseos, estaba seguro de que con su
estallido emocional habría destruido todo lo que hubieran podido construir de
nuevo, si es que aún le quedaba algo que salvar.
***
Ellie pasó el resto de la tarde encerrada en su camarote. No deseaba salir
porque si lo hacía, podría encontrarse con Adam o mucho peor, cada esquina
le recordaría a él y ya tenía suficiente con que lo hiciera su propia cama.
Lo primero que había hecho al llegar a su habitación había sido llamar a
Simon. por supuesto, después de calmarse un poco tras la inmensa llorera que
se había pegado. Con las mejillas todavía húmedas y los ojos inflamados,
Ellie había marcado el número de Simon. Se lo habían hecho aprender de
memoria mientras recibía las clases de protocolo.
El padre de Ethan le había pedido que solo contactase con él para
emergencias, pues no existía mejor intermediario entre ellos que su hijo. A
pesar de ello, esa tarde su mundo se había roto, devastando una creencia que
ella había tomado por veraz y que ahora se le mostraba como era en realidad:
castillos de aire que se había montado para no salir más dañada.
Adam la amaba y aunque eso pudiera ser una gran noticia, se sentía
miserable porque lo había vuelto a destruir todo. Por supuesto, también había
una parte que seguía herida por sus palabras.
Jamás hubiera imaginado que terminaría confesándole su amor de esa
forma, arrinconada y dolida.
Estaba segura de que él se sentía de la misma manera al respecto. Se había
enfadado con ella por volverle a mentir, pero eso había sido mucho más
sencillo que contarle la verdad. Sobre todo, porque esta última no solo
dependía de ella, sino de personas como la que estaba tratando de contactar.
La voz de Simon Weiss contestó al tercer timbrazo y en ella se reflejaba la
sorpresa por su llamada.
—¿Ellie? ¿Ha pasado algo?
Al escuchar un tono tan familiar, Ellie se volvió a derrumbar y comenzó a
llorar desconsolada.
—Yo… yo…
—¡¿Qué te ocurre?!
—No puedo seguir así, Simon —balbuceó entre sollozos—. Yo… no
puedo.
—¿Así cómo? ¿Qué ha sucedido?
—No puedo seguir mintiéndole, por favor, sé que firmé ese acuerdo de
confidencialidad, pero no quiero seguir engañándole. ¿No podríamos decirle
la verdad? Merece saberla… Por favor, Simon….
—Mira que te lo advertí.
—Ya lo sé, sé que he fallado mucho, que no he cumplido con lo que me
encomendaste, pero no le va a pillar de nuevas, pues ya se lo dije antes…
—Sabes bien que te avisé de que no podías implicarte emocionalmente.
¿Qué ha sucedido?
—Yo…
Ni en mil años podía contarle que se había acostado con Adam. Eso
supondría su fin. Al parecer, por su llanto, tampoco hizo falta que lo hiciera.
—Ya veo.
—Simon, lo siento…
Ellie escuchó un suspiro pesado desde la otra línea y se lo imaginó
pasándose la mano por la cara como cada vez que lo hacía al saber que un
juicio estaba yendo de forma inesperada.
—Veamos, primero tienes que tranquilizarte.
—Sí.
—Respira y cuando te sientas preparada cuéntame lo que le has dicho.
Ellie no necesitó relajarse para eso, temerosa de que pudiera pensar que
había cantado un gallo cada mañana, se apresuró a aclarar la situación.
—No le he contado nada sobre la misión.
—Bueno, está bien. Eso no puede cambiar, Ellie, lo sabes bien. Por mucho
que se lo dijeras en su día, si le transmites lo que sabes, no solo pondrás en
riesgo a Adam y a su familia, sino el objetivo principal de esta misión, del
cual depende toda la empresa.
—Ya…
—No te preocupes, niña —comentó suavizando la voz—. Sé lo difícil que
esto está siendo para ti, solo puedo pedirte que aguantes un poco más, si de
verdad le quieres tendrás que hacerlo, sé que hasta ahora has estado
soportando mucho, pero pronto todo terminará. Ethan me ha contado que ha
descubierto algo. Intenta tener paciencia hasta entonces.
—Está bien…
—Ah, y una cosa más.
—¿Sí?
—Te iba a llamar Ethan para avisarte, pero ya que me has llamado tú, te lo
voy adelantando. Ya estamos muy cerca, Ellie, deberíais regresar ahora
mismo.
—¿Ahora? ¿Y cómo le planteo eso a Adam sin revelarle nada? ¡Es
demasiado repentino!
—No hace falta que se lo digas tú, Ethan se encargará de que se entere por
otra vía.
—¿Por cuál?
—No ha querido decírmelo.
—Bueno… vale. Gracias, Simon.
—De nada. Estamos en contacto.
—Sí.
—Adiós.
—Adiós.
***
Con la nueva información descubierta, Adam no sabía qué pensar, se
hallaba ante una disyuntiva emocional.
Por un lado, le tranquilizaba que ella le correspondiera en sus
sentimientos, para él había supuesto un gigantesco alivio, ya que eso
significaba, que, si no estaba con ese idiota de Weiss y que solo le amaba a
él, no había manera posible de que se hubiera acostado con Ethan, ¿no?
Sin embargo, por otro lado, había vuelto a engañarle y eso era algo que le
costaba perdonar, porque significaba que todo el rato había estado haciendo
el ridículo con ella, intentando conquistarla y recuperarla continuamente, para
que al final se hubiera debido a otro embuste más. Se había arrastrado por
ella de todas las formas posibles y no había sido capaz de confesarle la
verdad hasta que no la había presionado.
Estaba cansado de engaños y lo peor era que estaba seguro de que toda esa
pantomima no se habría acabado ahí, porque respecto el tema que le había
preguntado acerca de sus motivos tras su vuelta, todavía no le había dado una
respuesta.
Sin embargo, esa misma tarde, la llamada de su secretaria le obligó a
relegar toda cuestión personal, para concentrarse en lo que le transmitía la
señorita Martin. Al parecer, el señor Awad había acompañado a su madre y
su tía postiza de regreso a las Vegas bajo la insistencia de estas dos últimas,
quienes después de que el médico descartase rotura en el tobillo de la madre
del jeque, habían alegado que deseaban volver a retomar su viaje.
Por lo tanto, el secretario del jeque, el señor Haik se había puesto en
contacto con la señorita Martin para hacerles saber que iban a enviarle un
helicóptero que los llevaría hasta un hangar privado en donde tomarían un
vuelo de regreso a las Vegas. Tal y como le había prometido antes de
marcharse, al día siguiente, Awad estaría esperándoles para cerrar el acuerdo
del proyecto que implicaría a toda la cadena hotelera.
Cuando fue a comunicárselo a Ellie, le sorprendió encontrarla haciendo la
maleta, pero ni si quiera le preguntó al respecto. Dedujo que se habría
enterado por Weiss, que estaba con la señorita Martin en las Vegas. Salieron
del yate nada más llegó el helicóptero a recogerles con las escasas
pertenencias que habían llevado.
La tensión aumentó entre ellos el resto del viaje. Si se dirigían la palabra
era acerca de cuestiones superficiales y la respuesta solía ir seguida de un
monosílabos por cada una de las partes. Aquello le frustró mucho más y
avivó el dolor y la ira que ya sentía de por sí.
No obstante, se trató de calmar recordándose que lo más maduro y
conveniente después de una disputa tan fuerte, sería esperar a que las aguas
se calmasen. Una vez ambos se hubieran tranquilizad se daría con mucha más
fluidez la conversación que tenían pendiente.
Tras toda la tarde y noche en el aire, llegaron a Dubai a media mañana.
Adam no había podido pegar ojo al reparar que ella se había tumbado lejos de
donde él se había sentado. Le estaba evitando todo lo posible, aunque para ser
sincero, por su parte tampoco había hecho muchos esfuerzos por acercarse.
Se analizó a sí mismo, y se dio cuenta de que lo que más sentía era dolor y
vergüenza. Tenía el orgullo dañado por haber estado haciendo el gilipollas
para recuperarla.
¿Recuperar qué? ¿Alguien que siempre tuvo pero que no se atrevía a
sincerarse a pesar de que él estaba dejándose el culo por ella? Esa era la parte
que más tiraba de él y la que le impidió iniciar un acercamiento.
Después de que aterrizaran en las Vegas y se internaran en el hotel, la
parte de su interior que se había emocionado por la confesión de ella se
impuso, desterrando a un lado el orgullo, por lo que Adam se hartó de estar
esperando a que se produjera la tan temida conversación.
A pesar de que en tan solo unas pocas horas tuviera la reunión con Awad,
en lo único que podía pensar era que estaba mal con Ellie y que con esa
actitud no irían a ninguna parte. Por mucho que le doliera, alguien tendría que
romper el hielo y ella no parecía tener la intención de ser la que lo hiciera.
La joven se había adelantado arrastrando su maleta, mientras él intentaba
procesar la nueva decisión que había tomado. Todavía contemplando su
silueta, la llamó.
—Ellie.
La observó tensarse y, tras unos segundos que se le antojaron como horas,
se giró hacia él.
—¿Sí?
—¿No crees que tendríamos que hab..?
La melodía de su móvil le cortó lo que iba a decir. La expresión de Ellie
parecía igual de molesta que la suya por ser interrumpidos. Sin embargo, ella
levantó un dedo.
—Un segundo, por favor.
Extrajo su dispositivo móvil de la chaqueta roja que llevaba y contempló
el nombre que se reflejaba. Su semblante cambió, y con indecisión le miró.
—Tengo que cogerlo. Si quieres, hablamos luego.
Ambos se estudiaron con evidente incomodidad, quedando patente que
ninguno quería ser el que iniciara esa charla.
—Vale.
—Me voy adelantando. Después nos vemos.
—De acuerdo.
Quizás fuera lo mejor, se animó Adam. De nada serviría hablar en el
vestíbulo del hotel sobre sus diferencias. Lo más sensato sería hacerlo frente
a una taza de café.
Sobre todo, porque aún tenían muchas cosas que solucionar y una de las
cuestiones que más preocupaban al pelirrojo era que por mucho que le
hubiera dado vueltas al asunto, no conseguía ver un desenlace que le
satisficiera.
***
Las Vegas. 19:00 p.m.
Adam y la señorita Martin llevaban preparando la reunión que tendrían
por la tarde-noche con el señor Awad. Habían realizado una ligera comida en
una de las salas ejecutivas antes de continuar ensayando y disponiendo la
documentación que necesitarían.
Desde que habían llegado, el pelirrojo no había tenido la oportunidad de
hablar con Ellie y ni si quiera sabía en qué punto se encontraban. Apenas
quedaban un par de horas hasta reunirse con el señor Weiss y todo tenía que
salir a la perfección.
—Señor Henderson.
Adam levantó la mirada de los documentos que estaba repasando y
contempló a la señorita Martin, quien acababa de entrar de nuevo a la sala
cargando con su ropa.
—¿Sí?
—Le traigo su traje.
—Gracias, señorita Martin.
—Se lo dejo colgado aquí, para que se lo ponga en el servicio de la
esquina cuando terminemos.
El señor Henderson asintió de forma escueta y regresó su atención a los
papeles del contrato. Lucy colgó la percha que sostenía el traje sobre uno de
los percheros redondeados y estudió indecisa a su jefe. No sabía bien cómo
debía plantearle la cuestión que le venía rondando desde hacía un tiempo.
Desde que se había marchado a Dubái no había querido molestarle lo más
mínimo, ya que su jefe no podía fallar en aquel acuerdo, que también
dependía por cierto de la señorita Hawk. Por lo tanto, Lucy se había guardado
las sospechas que tenía para sí, pero ahora que el señor Henderson había
regresado y que iba a firmar el contrato, no podía seguir dilatando más aquel
asunto.
—Hmmm…. Señor Henderson.
—¿Sí?
—Yo…
Al escuchar titubear a su secretaría, extrañado porque la señorita Martin
pareciera mostrar cierta inseguridad cuando se caracterizaba por ser una
mujer reservada y taciturna, Adam volvió a prestarla atención.
—No se corte, señorita Martin. Si le preocupa algo, siempre puede decirlo
con libertad.
Un poco más animada por sus palabras, Lucy encuadró los hombros y
decidió sincerarse. Ante todo, era una profesional que se preciaba por su
lealtad absoluta hacia su empleador.
—Verá, desde que se marcharon usted y la señorita Hawk a Dubái he
notado un cambio de actitud en el señor Weiss.
—¿Un cambio de actitud?
—Sí, como me ordenó expresamente, estuve prestándole atención y no
pude evitar reparar en ciertas cuestiones de las que no me percaté cuando
llegamos.
—¿Cómo cuáles?
—Tanto la señorita Hawk como el señor Weiss parecen tener una relación
extraña, casi extravagante, diría yo.
Adam no podía creerlo. ¿Por qué hasta su secretaría tenía que sacar aquel
tema de nuevo? Bastante llevaba él encima como para que no pudieran
respetar sus horas de trabajo. Sin embargo, no iba a pagar aquella frustración
personal con la señorita Martin, por lo que, tragándose sus propios
problemas, inquirió:
—¿A qué se refiere?
—No parecen una pareja.
Genial, ahora hasta la secretaría se daba cuenta de detalles en los que él no
había sido capaz de reparar. Sin duda, la tarde se iba poniendo cada vez mejor
para sus sentimientos vapuleados. Por eso, no pudo evitar que un gruñido
escapase en su siguiente respuesta:
—Ya.
—Quizás no me he explicado bien. Dicen ser pareja, pero no se comportan
como tal entre ellos. Él… no parece respetarla.
—¿A dónde quiere llegar con esto?
Al percatarse del tono seco que había empleado su jefe, la señorita Martin
se puso recta.
—No, no, le estoy informando porque usted me pidió que le tuviera al día
si veía algo raro.
—Bien, siga entonces. ¿Ha averiguado algo más?
—Sí, bueno, como bien le he comentado antes, hice lo que me pidió y
comencé a seguir a escondidas al señor Weiss.
—¿Y?
—Al principio todo parecía normal, pero luego comenzó a reunirse mucho
con un tipo, siempre quedaban fuera del hotel y en sitios distintos. Si le pedía
que hiciera algo relacionado con el trabajo que nos encomendó y me lo
entregaba mal y tarde.
—Bueno, eso no es extraño en él. El señor Weiss es un bastardo
impredecible, que no se compromete con nada ni con nadie. Si no fuera por
su padre y sus influencias, con toda probabilidad habría terminado pidiendo
en la calle o en un centro de desintoxicación.
Lucy tragó saliva al escuchar la forma despectiva con la que se refería su
jefe a Ethan.
—La cuestión es que hay algo más, señor Henderson.
—¿Algo más que su irresponsabilidad tan afamada? Ese hombre se supera
por momentos. Debo reconocer que no le dejé a cargo de un trabajo muy
satisfactorio, y le pido disculpas por eso. Lidiar con alguien como la escoria
de Weiss nunca es fácil, pero dígame.
—No es la primera vez que le escuchó alguna conversación extraña con la
señorita Hawk.
—¿Y bien?
La señorita Martin se mostraba tan tensa frente a él, que Adam se puso en
alerta. Esperando cualquier nueva información que terminara con las pocas
esperanzas que pudieran quedarle.
—Bueno, el otro día, le escuché de nuevo hablando por teléfono, sospecho
que con la señorita Hawk. Al parecer, durante esa conversación le contó sus
sospechas sobre el asunto de la piscina.
—¿Sobre el problema con los niveles de cloro?
—Eh, sí. Solo que ellos no creían que fuera un accidente.
—¿Cómo dice?
—Por lo que me enteré, el señor Weiss creía que podría tratarse de un...
cómo lo digo…
—Hable claro, mujer.
—Sospechan que pueda ser un sabotaje y, honestamente, no me parecería
raro si se lo hubieran comunicado a alguien. De hecho, creí que lo primero
que haría el señor Weiss sería informar al departamento de seguridad o a
gerencia, pero a excepción de mí que escuché a hurtadillas esa conversación,
nadie más parece barajar esa posibilidad. ¿No le parece extraño?
—¿Qué es lo que cree usted, señorita Martin?
—No quiero precipitarme, señor Henderson, porque estoy segura de que
hubo cosas que no escuché bien, pero una de las últimas cosas que le dijo el
señor Weiss a la señorita Hawk fue que la versión oficial tendría que seguir
siendo un accidente. Y, por otro lado, a raíz de esa sospechosa conversación,
estuve investigando el pasado de Ellie Hawk en esta empresa.
Aquello agitó a Adam. Todo lo que le estaba contando la señorita Martin
no parecían ser buenas noticias que ayudaran a reforzar su confianza en Ellie.
—Eso lo conozco, sí.
—Bueno, entonces le habrá llamado la atención cómo puede ser posible
que una exsecretaria cuya imagen terminó tan mal parada en la empresa
regrese dos años después habiendo comprado las acciones de un empresario
fallecido. ¿No?
De hecho, el pelirrojo recordaba que le había extrañado que George
Morgan, quien había sido uno de los detractores de Ellie, el día que Sasha
había expuesto el verdadero currículum de la muchacha, hubiera accedido a
venderle las acciones a la misma persona de la que ese día tanto se quejó.
—Sí, fue una de las preguntas más repetidas ese día.
—Bien, por lo que estuve investigando, cuando ocurrió esa reunión tan
delicada en la que la señorita Hawk fue destituida de su cargo, tengo
entendido que la mala gestión se inició.
A Adam le disgustó que su historia fuera verbalizada por la señorita
Martin, porque eso implicaba que sus defectos acerca de esa cuestión estaban
siendo señalados por más ni menos que su secretaria.
—¿Qué diablos quiere decir con eso?
—No deseaba ofenderte, señor Henderson, solo informarle de lo que he
descubierto.
—Vale, siga.
—De acuerdo, debido a eso, durante los meses siguientes, las acciones en
bolsa se desplomaron, por lo que hubo algunos accionistas minoritarios que
pusieron las suyas en venta.
—Sí, eso lo recuerdo.
—Al pasar el primer año e ir empeorando cada vez más, muchas de ellas
se desvalorizaron, por lo que, en medio de la crisis, nadie se percató de que el
señor Morgan comenzó a reunirse a menudo con el señor Weiss.
—¿Cómo sabes eso?
—Bueno, yo… vi la agenda del señor Weiss de casualidad.
—Siga.
—Creo que ambos se las ingeniaron para aprovechar el momento de crisis
que supuso la caída de la bolsa y comprar las acciones sin que nadie se
enterase hasta meses después.
—Eso es imposible. Un traspaso de esa envergadura debe comunicarse
previamente al presidente, es decir a mí, nos habríamos enterado.
—Y lo hizo, yo misma pude ver la carta en la que el señor Morgan le
informaba de que iba a vender sus acciones. Usted lo firmó y consintió.
Adam se quedó consternado. No recordaba haber visto tal documento y
mucho menos haberlo firmado, pues lo habría comunicado de inmediato a la
junta.
No obstante, si eso había ocurrido por la época que la señorita Martin
indicaba, era más que posible que hubiera estado borracho y que al igual que
hiciera entonces, cuando la predecesora de la señorita Martin le entregaba los
documentos que tenía que limitarse a firmar, lo hubiera hecho sin haberlo
leído previamente.
No podría asegurarlo con certeza, pues, sus recuerdos de esa época eran
bastante difusos.
Sin embargo, de lo que sí se acordaba había sido de que unos días antes de
la junta en la que hubieran propuesto su destitución, su padre le había avisado
de que el señor Weiss había contactado con ellos para tratar la cuestión de la
nueva accionista. En ese momento, había creído que se trataba del padre de
Ethan, pero bien podría haber sido el idiota.
Además, al haberle transmitido su padre la noticia, Adam había dado por
hecho que él había sido el encargado de gestionarlo. Sin embargo, si era
verdad lo que indicaba la señorita Martin, Ellie habría estado siendo
accionista mucho antes de que la junta se enterase, y la culpa sería de él.
—¿Insinúa que han estado planeando algo desde hace un año?
—Sí.
—¿Por qué?
—Quizás no estén tratando de ayudarle, señor Henderson.
—¿Cómo dices?
—Es posible que sean ellos quien intentan destituirle.
Nada más escucharla pronunciar esa declaración tan contundente, Adam
supo de manera instintiva que no eran cierto. Ellie podría haberle mentido, sí,
pero jamás sería capaz de conspirar de esa forma contra él. Era consciente de
que todavía le guardaba secretos y que quizás en algunos aspectos la señorita
Martin no estaba errando, pero esa parte sencillamente no era posible.
—No lo creo.
—Pero en una conversación con su padre los escuché mencionar que usted
no debía de saber nada y que la señorita Hawk sería el medio por el que le
tendrían apartado.
—Ya, no dudo de lo que pudiera oír, pero ella no haría eso.
—¿Cómo está tan seguro de eso, señor Henderson? ¿Cómo de bien conoce
a esa mujer?
En otro momento, aquella cuestión le hubiera quitado el sueño, más
después de lo que sabía y había vivido con ella, estaba seguro de que en
aquella historia había algo más que las sospechas de su secretaria. Además, si
no le daba un voto de confianza a Ellie y volvía a dudar de sus intenciones,
nunca más podrían progresar.
Sin embargo, eso no significaba que no se lo fuera a plantear y ella tendría
que contestarle con nada más que la verdad.
—Más de lo que usted pueda imaginarse.
—¿Está seguro?
—Sí, de todas formas, no se preocupe. Mire, si le parece bien, quédese
usted en el hotel y manténgase alerta, yo iré a reunirme con el señor Awad.
No haga nada hasta que vuelva. Esta noche iremos a tomar algo con ellos y
les preguntaremos directamente. ¿Le parece?
—Como usted diga.
—Perfecto, pues no le demos más vueltas al asunto hasta entonces. Lo
más importante ahora es que todo salga a la perfección con Awad.
—De acuerdo, señor Henderson.
***
Las Vegas, tres horas antes
—Menudo bronceado más sexy, El.
Ellie sonrió, Ethan siempre era capaz de levantarle el estado de ánimo,
incluso si este hubiera estado por los suelos. Se encontraba siguiendo a Ethan
por el enorme pasillo que daba a la sección de las salas ejecutivas del hotel.
Estas se encontraban en los pisos superiores del edificio en la que se estaban
quedando.
—Gracias, rubiales.
—Te lo has debido pasar en grande en Dubái ¿eh?
Acababan de terminar de comer en el restaurante del hotel y Ellie se había
visto sometida a la tortura de tener que escucharle soltar las bromas que le
estaba gastando respecto a Henderson.
—Ethan corta el rollo. ¿Por qué nos hiciste volver con tanta insistencia?
—¿Yo? No soy yo el que marca los tiempos, Ellie.
La muchacha agachó la cabeza, apesumbrada. Ni si quiera durante de la
comida con Ethan había conseguido dejarle de dar vueltas a la situación entre
Adam y ella. En las películas todo parecía mucho más fácil cuando los
protagonistas descubrían los sentimientos que albergaban por el otro, se
besaban y felices para siempre.
Sin embargo, entre ellos había sucedido todo lo contrario, se había
instalado un ambiente incómodo que era difícil de ignorar y que le estaba
provocando auténticos quebraderos de cabeza. De hecho, no había sido capaz
de contarle nada a Ethan, pese a que este le hubiera tratado de interrogar
sobre Dubái.
Ellie se había limitado a ponerle al tanto de que habían conseguido cerrar
el acuerdo, aunque sin entrar en grandes detalles.
—Sí, tienes razón.
—¿Qué es lo que te sucede? Desde que has vuelto te he notado rara.
Apenas estás habladora y eso sí que es extraño.
—Creo que todo se ha acabado de torcer.
—¿Entre Henderson y tú?
—Sí.
—Ya te dije en su día, que el tipo no te convenía. Si tan solo me hubieras
hecho caso, te habría presentado a algún colega que por medio de una sesión
de sexo desenfrenado te habría borrado de un plumazo tu insana obsesión
hacia el pelirrojo tóxico.
—¡Ethan! Eso no me interesa, gracias.
Su amigo levantó los hombros, indiferente y se situó frente a una de las
últimas puertas, que Ellie reconocía a la perfección. Había sido una de las
salas que se le hubiera asignado por trabajar cuando llegaron al hotel y, a
pesar de que se la habían prestado a ella por ser una de las accionistas, el
único que parecía haberle dado uso hasta ahora había sido Ethan, quien se
había quedado con la llave.
Una vez abrió la puerta, Ethan encabezó la marcha y, al traspasar el
umbral, Ellie se dio cuenta de que su amigo había remodelado toda la sala,
adaptándola a su propio plan de trabajo. Había cuatro meses blancas situadas
unas frente a las otras en el centro de la estancia y en ellas se hallaban un
sinfín de documentos organizados meticulosamente por Ethan.
Adam podía pensar que Ethan Weiss era un tipo poco implicado con su
trabajo, pero Ellie sabía la verdad. La mayor parte de las veces su amigo solo
presentaba la fachada que le interesaba que vieran los demás. Pocas personas
podían decir que realmente le conocieran, porque si alguien tenía la
oportunidad de hacerlo, no tardaba en darse cuenta de que Ethan era mucho
más disciplinado de lo que aparentaba. Ellie había llegado a sospechar en
ocasiones que era demasiado inteligente para su propio bien.
Volviendo a la sala, al fondo, junto a la pared se encontraba una pizarra
blanca gigantesca con ruedas, que en apariencia no parecía contener nada.
—¡Qué bueno es tener contactos! ¿A qué sí, señora accionista? Perdona si
me he tomado la licencia de tomar prestada tu sala de trabajo, pero me gustó
porque está alejada de las demás y por aquí no suele venir nada. Ni si quiera
tú.
Ellie sonrió avergonzada, y asintió. La primera y última vez que había
estado en esa sala le había intimidado lo aséptica que se le presentaba. Por
ese motivo, Ellie había preferido trabajar en el comedor principal o en su
defecto en la piscina, le gustaba estar rodeada de gente, ya que le hacía sentir
más segura.
—No te preocupes, toda tuya. Esto era demasiado espacioso para mí y no
estoy acostumbrada a trabajar de manera tan solitaria. Bueno, dime, ¿qué es
lo que tienes?
—¿Estás preparada? Puede que maree un poco al principio.
La muchacha le observó aproximarse a la pizarra y darle la vuelta con
rapidez. Ante ella, aparecieron una serie de fotografías de varias personas
entre las que reconoció a John Brown. Todas ellas estaban conectadas por
medio de diferentes cordones de colores a los distintos puntos y palabras.
Ellie no comprendía nada de esa extraña combinación.
—Tenías razón, Ethan. No solo marea, sino que todo esto para mí es como
si me pidieras que leyese en chino. Pues ni idea, ¿sabes? Siento decírtelo,
pero mi cerebro no va tan rápido como el tuyo.
—Es normal, por eso estoy aquí para desentrañártelo. Por supuesto, las
cosas más básicas ya las sabes, por lo que no voy a empezar desde cero. Solo
desde los recientes descubrimientos.
—Vale.
—Veamos, como bien conoces, contraté un investigador que ha estado
trabajando meses antes de que llegásemos aquí.
—Sí.
—En principio no hubo ninguna irregularidad, tal y como notamos ambos
antes de que os marcharais a Dubái.
—¿Y después?
—Los primeros días no. Después sucedió lo de la piscina, como te
indiqué.
—¿Ha averiguado algo sobre eso?
—Más o menos. Desde luego, las pruebas que se hicieron a la piscina
confirmaron que los niveles de cloro estaban por encima de la media
recomendada.
—¿No ibais a comprobar las cámaras de seguridad?
—Sí, estaban limpias. Habían borrado todo.
—¿Cómo? Entonces, ¿qué es lo que habéis descubierto?
—Ese día se suponía que le tocaba entrar a su turno de mañana al señor
López, pero casualmente se encontraba indispuesto y no pudo venir a
trabajar. Al comunicarlo tan tarde, a la empresa no le dio tiempo a
reorganizar al resto de los trabajadores.
—¿Y qué hicieron?
—Contrataron los servicios de una empresa externa.
—¿Eso es común? No recuerdo leerlo en el reglamento.
—No, solo en situaciones excepcionales como esta.
—Muy bien, y ¿qué demuestra eso?
—El protocolo de actuación para este tipo de casos es recurrir a una
empresa con la que ya se haya trabajado previamente, de forma que se
garantice la calidad del servicio. Los hoteles Henderson contratan a la misma
empresa externa de mantenimiento de siempre, no importa su ubicación.
—No te sigo, Ethan.
—Verás Ellie, no caí en eso en su día, porque nos resultó complicado
acceder a las cuentas e inversiones del señor Brown, y solo nos enfocábamos
en él y sus allegados más cercanos, pero el otro día, el investigador me
comentó que normalmente esta gente suele utilizar a personas con las que no
haya forma de relacionarlos directamente.
—Bueno, sí, ¿y qué?
—Pues a partir de entonces, ambos comenzamos a buscar información
sobre posibles familiares tanto de él como de su mujer, que pudieran tener un
vínculo con la empresa subcontratada. Casualmente, el marido de una prima
hermana de la mujer del señor Brown tiene algunas acciones en esta empresa
en concreto.
—¿Cómo diablos habéis conseguido dar con eso?
—El señor Lewis, el investigador, fue expolicía y todavía tiene algunos
contactos con sus antiguos compañeros. La información es poder, sí, pero
contar con amigos dentro del cuerpo de policía, eso, Ellie, es una mina de
oro.
—Ya veo, y ¿qué pasa con la cámara de seguridad? Sin eso no tenemos
nada, ¿no?
—Bueno, en principio pudiera parecer que no, claro. Desde luego no es
una prueba que se pueda admitir en un tribunal, solo es circunstancial.
—¿Entonces?
—Pero nos sirve para deducir que no fue ningún accidente. Ahora bien,
antes me preguntabas por qué te hice venir, ¿no?
—Sí.
—Porque me acordé del día que tuviste el accidente en el ascensor con el
señor Awad.
Ellie se puso en tensión. Solo de recordarlo se le ponía la piel de gallina,
pero lo que estaba comentándole parecía que iba a ser mucho más horrible de
lo que hubiera vivido.
—Sí.
—La cuestión es que tú te fuiste antes por eso de que te había bajado la
regla, pero yo me quedé hablando un rato con el señor Awad.
—Espera, ¿tú sabías quién era?
—En ese momento no. Vestía de diferente manera a lo que acostumbraba,
aunque me percaté después, cuando Haik se acercó.
—Vaya, podrías habérmelo avisado.
—Ese día, Awad se mostró muy extrañado de que eso hubiera sucedido,
los ascensores del Venetian siempre pasan las revisiones mensuales
correspondientes y según le había informado Haik, ese mes ya había pasado
la revisión y estaba en perfectas condiciones.
—Bueno, los ascensores fallan, Ethan. De lo contrario, no existían los
accidentes, ¿no?
—Sí, ¿pero no te parece mucha casualidad que justo se os descolgase a
vosotros?
—No sé a dónde quieres llegar, Ethan.
—Es que pensé, ¿y si quizás los sabotajes empezaran mucho antes, solo
que no nos hubiéramos dado cuenta? Así que busqué cualquier desgracia que
hubiera podido pasar en el hotel, por mínima que fuera, hasta que la noche en
la que te pregunté por qué estabas en línea, me enviaste ese mensaje de las
pesadillas, que te costaba dormir desde entonces, y me acordé de la avería,
¿recuerdas? Y entonces pensé y ¿si vuestro accidente en el ascensor no se
trataba de un percance natural?
—Ethan, eso que estás insinuando me da miedo.
—Piénsalo Ellie, cuando Henderson y tú viajasteis a los hoteles de
Europa, ya habían comenzado los sabotajes.
—Sí, pero en los hoteles. Ethan. No fuera de ellos. Esto que sucedió
ocurrió en otro hotel que no pertenece a Adam, ni si quiera están
relacionados, son competencia.
—Es cierto, aunque estás omitiendo un detalle.
—¿Cuál?
—Que el señor Awad es uno de los accionistas principales de ese hotel.
—¿Y qué? ¿Qué ganaría el señor Brown atacando a Awad?
—¿Qué ganaría? Para empezar que, si al señor Awad le ocurriera algo,
Adam no podría cerrar el contrato y por tanto fracasaría en su misión.
—¿Crees que iban a por él? ¡Si ni tú le reconociste!
—La otra opción es que fueran a por ti, Ellie. Por eso prefiero pensar que
iban tras él.
—Vale, ahora explícame por qué estás convencido de eso, porque lo que
estás insinuando es bastante grave. Significa que han intentado matarme.
—O a Awad.
—¡Ethan! Me estoy poniendo de los nervios, explícamelo más
detenidamente.
—Está bien, Ellie. Perdona, a veces puedo ser un poco emotivo.
—Dirás sádico.
—Bueno, lo mismo es. Al hilo de lo que te contaba, contacté con el señor
Lewis y le conté la situación del accidente, ambos nos dejamos caer por el
Venetian y con la autorización de Awad nos dejaron acceder a las cámaras de
seguridad.
—¿Las borraron?
—No, el sistema está tan cerrado como la tumba de mi abuela. Nadie
puede entrar y salir, de forma que no pudieron adulterar las imágenes o
borrarlas.
La emoción embargó a Ellie, quizás por fin pudiera terminar con ese
infierno. Aunque todavía debía de procesar que hubieran estado a punto de
asesinarla de forma premeditada.
—Vale, ¿encontraste algo?
—Sí. Awad nos dio permiso para que nos dieran una copia, así que
imprimimos las imágenes. No te voy a hacer pasar por el coñazo de verte
veinticuatro horas de video como tuvimos que hacer Lewis y yo, pero sí
quiero que te fijes en esta fotografía de aquí.
Ellie siguió la mano con la que indicaba Ethan la fotografía en blanco y
negro de un hombre que se veía de perfil y llevaba una gorra, que le impedía
que se vieran bien sus facciones. Se encontraba al lado de un cuadro de luz y
llevaba un mono de trabajo similar a los mecánicos.
—¿Te suena?
—Podría ser. No lo sé. ¿No tienes otra imagen donde se le vea mejor?
—La mayoría de los fotogramas son así. Espera, había uno que se le veía
mejor los ojos, quizás este… —murmuró revolviendo entre los documentos
de la mesa, una vez la localizó, le pasó la foto a Ellie, expectante.
Se trataba de un chico joven. Parecía ser castaño. Con la imagen en blanco
y negro no podía entrever de qué color serían sus ojos. Desde luego, la
fisionomía de su cara le sonaba demasiado, pero no sabía de qué.
Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza y tuvo que frotarse el brazo, para
tranquilizarse.
—Me suena.
—¿De qué?
—No lo sé, pero quizás sí sea él, me resulta familiar.
CAPÍTULO 28
«Las conversaciones postpuestas siempre son las peores»
E.H

La concepción del tiempo ha sido objeto de estudio de los diferentes


pedagogos desde el nacimiento del niño hasta el desarrollo y culminación del
pensamiento racional. Aunque existen múltiples definiciones sobre el tiempo
y su entendimiento cambie de acuerdo con el prisma de la cultura desde la
que se mire, lo cierto es que existe un acuerdo general en el que su principal
característica es la abstracción. A pesar de que existen unas unidades
específicas que todos conocen (segundos, minutos, horas) y manejan, cada
individuo no vivencia igual su noción temporal. Por ejemplo, la forma en la
que vive un niño en pleno desarrollo su tiempo no se parecerá a la manera en
la que lo podría hacer una persona de edad avanzada.
Con las circunstancias extraordinarias sucede lo mismo.
El solo planteamiento de la posible sospecha sobre un ataque hacia su
persona ralentizó el tiempo de Ellie.
—¿Dices que te suena? —continuó Ethan, retirándole la foto para
estudiarla él de nuevo—. Te la he enseñado porque a mí también me parecía
familiar.
—¿De qué? ¿Crees que pueda ser el hombre con el que se reunió John el
día que nos conocimos?
—No estoy seguro, esa noche llegué antes. Seguía a Brown, mi objetivo
era él, no el tipo con el que se reunió.
Ellie se percató de que su amigo estudiaba con concentración al
desconocido.
—Sí, yo me acuerdo de que él llegó después, pero no sabría decir con
seguridad si es el hombre con el que hablaba u otra persona. ¿Tú recuerdas
algo nuevo?
A raíz de que Ellie comenzara a trabajar para los Weiss, tanto ella como
Ethan habían repasado cientos de veces el intercambio comunicativo que
habían escuchado.
—Ya lo sabes. Solo la conversación. Traté de atisbar al tipo, pero desde
mi perspectiva solo veía al señor Brown.
—¿Entonces?
—¡Ah! Creo que ya lo tengo. Dame un minuto que busque algo…
—¿De qué se trata?
—El investigador me envió varias fotos… Hm…y quizás me suene de eso.
Ethan comenzó a revolver de nuevo en la misma documentación que
antes, al final, extrajo un fajo bastante grueso de distintas imágenes.
—¡Bingo! Aquí estáis. Sabía que no podían haber ido muy lejos.
El rubio se lo tendió y Ellie las cogió para echarles un vistazo.
—A ver.
—Con razón me sonaba de algo, es el mismo tipo que se reunía con el
señor Brown una vez al mes.
—Pensaba que el señor Lewis solo estaba trabajando aquí en las Vegas.
—Sí, bueno, este es otro que le puse de forma personal al señor Brown
hace un año.
—Bien jugado, rubiales…
—Tsé, ¿qué te pensabas? ¿Qué solo era una cara bonita?
—Más o menos, sí.
—¡Ellie! Soy tu mejor amigo.
—Eso queda aún por determinar.
Ellie se rio ante la expresión horrorizada del rubio y tras unos segundos
Ethan levantó ambas manos en señal de paz.
—Bueno, como hoy me siento benevolente, te lo dejaré pasar.
La joven le ignoró y se volvió a fijar en las imágenes que sostenía.
Parecían ser de diferentes días. Casi nunca se reunían en sitios públicos,
sobre todo eran tomadas entrando y saliendo del coche del señor Brown o en
callejones. En algunas de ellas aparecía con un sobre entre las manos.
Lo llamativo de las fotos era que a pesar de que el señor Brown nunca
cambiaba, el desconocido que indicaba Ethan presentaba distintos aspectos.
—¿Estás seguro de que es el mismo? En esta parece diferente.
—Todos ellos son el mismo.
—¿Cómo lo sabes?
—Por el lunar al lado del ojo. Se repite en todas las tomas.
Ellie no se había fijado demasiado en ese detalle. Sin embargo, Ethan, con
su memoria fotográfica había captado rasgos en los que ella ni habría
reparado.
—Esto no demuestra nada, Ethan. Hay mucha gente que tiene un lunar al
lado del ojo.
—Sí, pero tienen la misma postura, Ellie —señaló, pasándole la captura
del momento en el que el desconocido salía del coche para marcharse—.
Mira las fotos de cuando está de pie y compáralas con las del Venetian, eso es
muy difícil de fingir. Hasta la forma de moverse es similar.
—Bueno, vale, pongamos que es él, ¿cuál es nuestro siguiente paso?
—Tengo que avisar al departamento de seguridad de esto. Van a tener que
estar pendientes y reforzar la seguridad, porque si las sospechas de la piscina
son ciertas y lo del ascensor no fue un accidente, significa que están
nerviosos. Además, ¿Henderson no iba a firmar el acuerdo con Awad?
—Sí —asintió Ellie preocupada, comprobando su reloj—. Le quedan unas
horas.
—¿Adam va a avisar a la junta?
—Creo que ya lo hizo, viniendo hacia las Vegas me pidió comunicárselo
él y cuando aterrizamos tengo entendido que realizó la videollamada.
—Por eso mismo. ¿Cómo piensas que va a sentarles eso?
—Ay, Dios. Ethan, ¿crees que puede estar en peligro?
—No lo descartaría.
—¿Y qué hacemos? ¡Deberíamos decirle la verdad! Ya tenemos
suficientes pruebas.
—No, necesitamos más. Si tan solo pudiéramos conseguir atrapar a este
hombre y convencerle para llegar a un acuerdo….
Su negativa molestó a Ellie. Estaba tan cansada de aquella situación, que
no pudo evitar espetarle.
—Ethan, si me metí en esto y estuve callándome todo este tiempo fue para
protegerle, de modo que te juro que como le pase algo a Adam por haberle
estado ocultando información, no me voy a quedar de brazos cruzados.
—Mira, aunque no debamos desestimar esa posibilidad, lo cierto es que
dudo que vayan a hacerle algo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? En esa misma frase acabas de asegurar
que puede ocurrir.
—Ellie, por favor, cálmate y escucha. Dudo que vayan a ser tan estúpidos
como para ir directamente a por él. Si le fueran a atacar ¿no lo habrían
intentado ya? Mira, recuerda la reunión de accionistas, ¿qué es lo que dijo el
señor Brown cuando se le preguntó sobre Henderson?
—Que se había criado con Luke y le quería como a un hijo.
—Exacto.
—Pero le ha estado mintiendo a la cara, Ethan. ¿Cómo podemos fiarnos de
su palabra si justo segundos después dijo que no le quería fuera?
—Porque la mejor mentira es aquella que siempre conlleva algo de verdad
en ella, Ellie. Mira, tú no lo puedes saber porque no has crecido con ellos,
pero yo sí. Ni mi padre ni yo dudamos de que el señor Brown no le tenga
algo de cariño a Adam, pero, además, dejando a un lado esa parte, aunque
esto es una cuestión de negocios, si algo le sucediera a Henderson, ¿crees que
su hijo se lo perdonaría tan fácil?
—Luke jamás podría perdonar algo así.
—Por eso mismo te digo que, aunque no podamos descártalo, porque
bueno, si se siente demasiado arrinconado puede ser impredecible, viéndolo
desde la perspectiva más objetiva es que no ganaría nada atacando a Adam
directamente. Solo lo convertiría en un mártir.
—Entonces, ¿se te ocurre algo?
—Sí, yo creo que su siguiente objetivo está aquí, en el hotel. En realidad,
es lo que más sentido tiene.
—¿Por qué?
—Porque si Adam está firmando el contrato con Awad, creerán que nos
hemos confiado e irán a tratar de truncar el segundo requisito que le pediste
en la junta, es decir, la imagen del hotel.
—De modo que ¿crees que van a volver a tratar de sabotearlo?
—Sí, aunque sospecho que en esta ocasión no van a limitarse solo a la
piscina. Si yo fuera él y quisiera terminar con esto de una vez por todas,
buscaría algo rápido y eficaz que tirase por tierra la imagen no solo del hotel,
sino de Henderson.
—Ethan, me das miedo, hablas como un psicópata. Sé que tiene mucho
sentido, pero ¿Cómo puedes pensar así?
Ethan sonrió seductor y le explicó:
—Hice mis prácticas como abogado de oficio, así que estuve en contacto
con gente, digamos… problemática. Ni te imaginas lo que te cuenta esa gente
cuando no tiene nada que perder.
—Vale, ¿y qué hacemos?
—Lo que te dije, yo avisaré a seguridad e intentaremos localizarle antes de
que haga algo que pueda ir a mayores.
—¿Y yo? ¿Cómo puedo ayudar?
—Sobre eso…
Parecía que a Ethan le estaba costando plantearle su papel en todo eso, por
lo que Ellie volvió a pincharle.
—Ethan, ¿qué?
—No quiero que te impliques en esto, Ellie.
—¿Cómo qué no? ¿Me hiciste volver para nada?
—No, me has ayudado mucho con esto.
—No hice nada y ahora quieres dejarme a un lado. Quiero echaros una
mano.
—Ellie el tipo alteró el ascensor en el que ibas con Awad. No quiero
ponerte de nuevo en peligro. Ya te he pedido mucho.
—Entonces, ¿qué era yo? ¿la distracción de Adam? ¿Todo eso de
ayudaros a recabar pruebas solo eran patrañas?
Ethan se rascó la cabeza. De modo que le había pillado en una mentira, y
ella sintiéndose mal por apenas haber averiguado ninguna información.
Ahora podía comprender por qué Ethan siempre insistía en hacerse cargo él
solo y se las ingeniaba para alejarla de las cuestiones relevantes. Aun así, el
rubio trató de negarlo, pese a que Ellie ya había deducido la verdad.
—De eso nada. Te acabo de decir que me has ayudado a identificar a la
mano derecha de Brown y a cerrar el trato con Awad. Lo único que te pido es
que te mantengas al margen hasta que lo pillemos.
—Ethan, ¿de veras piensas que va a venir a por mí? Yo no soy nadie.
—Por si acaso, no quiero arriesgarte a eso. Recuerda lo que te dijo mi
padre, nuestra seguridad es lo primero. Es más, como todavía tengo muchas
cosas por hacer, quiero darte una cosa para que estemos en contacto todo el
rato.
—¿El qué?
Ethan se desplazó a una esquina de una de las mesas bajo la que había un
archivador en el que Ellie no había reparado a su llegada. En cuanto lo abrió,
Ethan sacó de su interior una cajita negra y se la ofreció.
—Esto.
Extrañada, la joven la tomó, con una expresión interrogante, la abrió, pero
no encontró nada, solo lo que parecía ser un trozo de plástico aplanado y
minúsculo.
—¿De qué se trata? ¿Es el día de los santos inocentes, Ethan?
—Es un pinganillo especial.
—¿Esto? Si parece una lenteja. Apenas se ve, seguro que con lo torpe que
soy lo acabo perdiendo.
—Esa es la gracia, Ellie. Te lo tienes que colocar en el interior de la oreja,
nadie podrá darse cuenta de que estás hablando conmigo.
Ellie se emocionó al imaginarse como si estuviera en una película.
—¿Cómo los de los espías?
—Mucho más novedoso que los modelos de James Bond, pero sí, te
permitirá contactar conmigo presionando el botón inferior. No necesitas tener
el móvil contigo, porque viene incorporado con una tarjeta SIM que estará
conectada con la mía. Para descolgar o llamar solo tienes que tocarlo
suavemente. Ah, y antes de que se me olvide. Tengo otra cosa más.
—Cuántos regalos…
Ethan extrajo del bolsillo de sus vaqueros lo que parecía ser un colgante.
De hecho, se acercó hasta Ellie y se lo pasó por encima de la cabeza. La
joven lo cogió entre sus dedos para examinarlo con atención. Tenía una
apariencia circular en la que en el centro había una turmalina rosa ovalada.
Después, volvió a mirar a Ethan.
—¿Qué es esto? ¡Es muy bonito!
—No es un collar normal, aunque pueda parecerlo, te servirá por si en
algún momento te encontrases en peligro.
—¿Cómo funciona?
—Tienes que pulsar la parte rosa —explicó, aunque al ver que la
muchacha iba a pulsarlo, exclamó—: ¡No! ¡No! Ni se te ocurra hacerlo aquí.
—¿Por qué?
—Porque emite un sonido super desagradable, avisará a quien sea que se
encuentre alrededor y espantará a tu atacante. Viene con un mando también,
por si lo pierdes saber dónde está, pero ese me lo quedo yo. Para que lo sepas,
este collar lo suelen emplear algunas mujeres como parte de sus herramientas
de autodefensa.
—¿En serio?
—Sí, Tuve varias clientas que lo usaban, por eso te he conseguido uno.
Esto es muy importante, Ellie, no tiene por qué pasar nada, pero si sucede,
¿recuerdas lo que te dije en nuestras clases?
—Correr sin mirar atrás.
—Exacto. No te expongas, ni te impliques si pudieras encontrarte en
peligro. ¿Me has oído?
—Sí.
—Quiero que me lo prometas.
—Vale, te lo prometo.
—Está bien. Ahora, vete a descansar. Estoy seguro de que el viaje ha
debido ser resultar pesado, ¿no?
Ethan la acompañó de vuelta a la puerta y Ellie se dejó guiar. No le hacía
especialmente gracia que la apartase de esa forma, porque lo quisiera él o no,
ambos formaban un equipo desde el momento en el que ella había firmado el
contrato con su familia.
—Más o menos.
—Pues mejor me lo pones, vuelve a tu cuarto, pégate una buena ducha, ve
a cenar y cuando todo esto acabe te avisaré. Ah y, recuerda, cualquier cosa
que pueda salirse de la normativa me avisas y no tendrás que preocuparte de
nada, ¿vale?
—Vale.
—Venga, pues luego me pondré en contacto contigo.
Antes de traspasar el umbral de la puerta, Ellie se detuvo y se giró hacia
su amigo, para añadir:
—Ethan, escucha, ya sé que te preocupas por mí, pero lo mismo que me
acabas de decir también se aplica de manera bidireccional, ¿queda claro? Soy
tu amiga, así que, si sucede algo que te pueda poner en peligro, por favor,
contáctame sin falta. Como me entere de que no lo has hecho, te juro que te
meteré una buena tunda.
Ethan la sonrió con cariño. Durante aquellos dos años había pasado por
muchas circunstancias con Ellie y, aunque había entrado en su casa como una
trabajadora, por muy excepcional que resultase su contrato, la realidad era
que, con el paso del tiempo, la muchacha se había convertido en su mejor
amiga. Le enternecía lo noble y divertida que era.
Juntos habían atravesado por situaciones personales complejas en Londres
y se habían apoyado el uno en el otro de forma incondicional, y justo era
debido a eso por lo que la quería dejar al margen de todo eso, pues si bien no
tenía por qué suceder nada, Ethan jamás podría perdonarse si por su culpa o
la de su familia pudiera ocurrirle algo por mínimo que fuera.
—Por supuesto que sí, tonta. Serás a la primera a la que llame.
—Gracias.
Sin embargo, antes de darse la vuelta para proseguir por su camino, Ellie
aprovechó para añadir:
—Ah, una cosa más.
—¿Qué?
—Tonta lo será tu tía, y más te vale volver de una pieza o yo misma me
encargaré de asesinarte.
Ellie salió por la puerta como una reina, mientras escuchaba la risita baja
de Ethan a sus espaldas. Bueno, al menos por ahora parecía haber finalizado
su trabajo allí y si todo salía bien como esperaba, a partir de ahora tendría
mucho tiempo para descansar.
Estaba deseando finalizar con ese trabajo cuanto antes, porque una vez se
arreglasen los problemas en la empresa, Ellie volvería a ser dueña de su
propia vida, de modo que pudiera encaminarla de la manera en la que ella
quisiera sin tener que depender de los Weiss. No es que le hubiera
desagradado trabajar para ellos. La peor parte de su trabajo había sido mentir
a Adam. A excepción de eso, Ellie había sido feliz a su lado.
No obstante, la joven sabía que no podía quedarse con ellos eternamente,
ya que se sentiría una aprovechada. Se había prometido a sí misma que una
vez todo concluyese, dejaría que el destino la llevase donde quisiera. Al
menos ahora, gracias a la intervención de los Weiss en su vida podría poner
los verdaderos estudios con los que contaba, sin engañar o estafar. ¡Hasta
podría agregar experiencia en trabajos que requerían alta cualificación!
Quizás hasta fuera posible que Simon le concediera una carta de
recomendación. Volviendo a su habitación, se apuntó mentalmente
preguntárselo para cuando la situación volviera a estabilizarse.
Sabía que lo que estaba haciendo no era sano, al enfocarse en el futuro lo
que conseguía con eso era evitar pensar en su presente. Para ella era una
herramienta de evasión que utilizaba con bastante frecuencia. Le ayudaba con
los temas que no se sentía capaz de abordar, como por ejemplo el del hombre
que acababa de enviarle un mensaje nada más poner un pie en su habitación.
Ansiosa, abrió la aplicación WhatsApp y desplegó la ventana que conocía
de memoria.
El Desgraciado:
Todavía tenemos una conversación pendiente. ¿Qué te parece si quedamos a cenar esta noche en el
restaurante del hotel? Regresaré nada más termine mi reunión con Awad.

Las pulsaciones de Ellie se aceleraron. En su última comida con él, no


habían logrado entenderse y no acabaron bien las cosas entre ellos. Ambos se
habían reprochado errores del otro y ella hasta le había pedido que la dejase
sola, porque se había sentido dolida por sus palabras. Sin embargo, él tenía
razón. Ambos eran dos adultos y Ellie esta vez no iba a tomar la solución más
fácil como hubiera hecho hacia dos años.
Ellie no tardó en enviarle una respuesta. Tecleando un «ok», se quitó la
ropa y entró al servicio para darse un buen baño que calmase todos sus
temores.
En cuanto se introdujo dentro de la bañera, cerró los ojos y su debate
interior comenzó. Lo que más ansiaba era quedarse al lado de Adam para
siempre. No concebía irse cada noche a la cama con otro hombre o levantarse
y encontrarse a un desconocido que no se tratase de él. Estaba exhausta de
rechazarle y esquivarle continuamente, lo quería todo con él.
Ellie presentía en lo más profundo de su pecho que no amaría a nadie más
como lo hacía con Adam. Él lo había definido muy bien cuando le dijera que
era su más absoluta debilidad, porque Ellie lo sentía exactamente del mismo
modo.
Se tomó un buen rato en descontracturar las tensiones, mientras iba
recordando la noche que había compartido con él. Diablos, solo de pensar en
ella algo en su interior se ablandaba, tornando peligrosamente inestable su
decisión.
«Basta Ellie, no puedes dejar llevar por los genitales ni por el corazón.
Tienes que ser racional y madura».
Una imagen nítida vino a su mente. Sus dos hermanos y la eterna pregunta
que le había revelado a Adam se materializaron ante ella.
«¿Cómo afectará esto a mis hermanos?»
La respuesta apareció ante ella con la misma facilidad con la que solía
hacerlo: MAL.
Le aterraba exponerles al mundo de Adam, mucho más de lo que temía
hacerlo ella misma. ¿Y si les rechazaban? ¿Qué ocurriría si no les aceptaban
y se burlaban de ellos? Los tres provenían de una familia desestructurada, su
madre era alcohólica, por el amor de Dios, no tenían un padre y ella les había
dado la educación que había podido proveerles dentro de sus limitadas
posibilidades.
Antes no le hubiera dado demasiada importancia, consideraba que todo
eso de la clase era una soberana gilipollez, pero a raíz de que la familia Weiss
la hubiera ayudado a formarse no solo a un nivel universitario, sino para
fingir tener modales impolutos, se daba cuenta de que siempre existiría una
gran diferenciación entre ellos y el mundo del que provenía el pelirrojo.
Tampoco podía arriesgar de nuevo su estabilidad. metiéndose en una
relación que en el pasado había supuesto arrancar a sus hermanos de su hogar
y de su entorno, ya que si algo salía mal sería muy injusto para ellos
envolverles en ese vaivén emocional.
Desde el mismo momento en el que se había hecho cargo de ellos, su
prioridad había sido la felicidad de ambos.
Además, si tenía que ser sincera consigo mismo, por mucho que le doliera
reconocerlo incluso para sí, a la larga también sería injusto para Adam. Ella
no era la mujer que él necesitaba en su vida. Adam podía unirse a alguien que
le diera más complicaciones.
En una vida como la suya, Adam Henderson requeriría de una mujer que
estuviera a la altura de sus circunstancias sociales. Alguien de su clase, que se
hubiera criado desde pequeña en ese mundo y pudiera llevarla del brazo no
solo para presumirla, sino para que fuera su mano derecha en los negocios.
Como esas mujeres de varios de los amigos de Ethan, que tenían membresías
anuales en los clubs más exclusivos y se comportaban como anfitrionas
exquisitas.
Ella jamás podría ser así, por mucho que Ethan y Simon se hubieran
esforzado en enseñarle lecciones de protocolo, moda, cultura e idiomas,
distaba mucho de parecerse si quiera a cualquiera de esas mujeres.
Y no las envidiaba, hasta entonces jamás había sentido celos de sus
modales o saber estar en los eventos sociales. Se enorgullecía de la mujer en
la que se había convertido a pesar de los reveses de la vida, pues ella conocía
cada una de las vivencias por las que había tenido que pasar. Sin embargo,
hubo una época que le hubiera gustado tener los ingredientes perfectos para
ser aceptada como la pareja de Adam. Creía que ese sentimiento había
quedado atrás, pero desde que él le hubiera declarado su amor y ella se
hubiera comenzado a plantear una posible relación, este había regresado con
más intensidad que nunca y se aborrecía por ello.
Ellie tomó el móvil de la esquina en la que lo había dejado y observó su
fondo de pantalla. En él aparecía un Chris más pequeño con una inmensa
sonrisa abrazando a Ada quien miraba con una expresión de hartura a la
cámara. Solo le hizo falta dos segundos contemplando la foto, para echarse a
llorar desconsolada. No podía hacerle eso ni a los niños ni a Adam. No sería
justo para ninguno de ellos. No sería una maldita egoísta. No podía permitirse
el lujo de serlo, nunca más.
Después de estar una hora de reloj sollozando, descargando toda la
frustración e ira que sentía bajo el agua. Ellie salió de la bañera y, después de
secarse con especial esmero, procedió a la parte más importante. Escoger un
atuendo.
¿Qué es lo que una debe elegir para ponerse que va a ir a cenar con la
persona que ama y a quien va a rechazar? Aunque bueno, quizás Adam había
tomado la misma dura decisión que ella, después de haberse enterado de su
embuste. Al fin y al cabo, él tampoco se había acercado a ella durante todo el
viaje, a menos que se debiera a cuestiones laborales.
Al final, se decantó por un sencillo pantalón negro de tela y corte rectos y
una camiseta de tirantes de encaje blanca. Por encima, llevaría una blazer
azul oscura y unas manoletinas azules.
Lo último que le apetecía era arreglarse o maquillarse, sobre todo cuando
tenía otras cosas en mente, como, por ejemplo, qué tal le estaría yendo a
Ethan. Le había enviado varios mensajes, que él había contestado con un
«todavía nada».
Tras recoger sus pertenencias en un bolso que se entrecruzó en el cuerpo,
salió del edificio en el que se estaban quedando y caminó en dirección al
hotel. Podía haber tomado el recorrido del interior, el cual conectaba ambas
construcciones, pero necesitaba que el aire le despejase un poco. Aún
quedaba un buen rato hasta que Adam volviera de su reunión con Awad y
Ellie quería mentalizarse del paso tan complicado que estaba a punto de dar.
A pesar del baño que se había dado, su cuerpo se sentía pesado, como si le
costase aproximarse al hotel. En cuanto entró al vestíbulo principal, la intensa
iluminación de este la cegó momentáneamente.
Bueno, ahora solo quedaba llegar al restaurante. Atravesó el vestíbulo con
lentitud, deseosa de alargar todo lo posible el momento de tener que sentarse
a esa mesa.
Sin embargo, al pasar por los ascensores, escuchó el sonido de uno
abriéndose y la correspondiente voz metálica indicando que acababa de
llegar. Ellie experimentó un escalofrío recorriendo su espina dorsal. Quizás
fuera a causa del accidente, se dijo echándole una mirada reticente hacia el
que había a escasos metros de distancia y fue justo ahí donde lo vio.
Un hombre castaño con un sombrero y un traje de diseñador estaba
entrando en él y se estaba apoyando desenfadado sobre los pasamanos de
este. Tenía el mismo perfil que el hombre que había visto en las fotos y la
misma postura. Ethan decía que resultaba muy difícil de engañar la manera
en la que las personas estaban de pie.
Quizás se estaba equivocando, pero Dios, se parecía tanto al tipo de la
imagen, que no estaba segura de que debiera ignorarlo y más cuando el
último mensaje que había sido de Ethan había sido que todavía no le habían
encontrado. ¿Y si era él?
En ese instante el tipo se giró hacia ella y la miró directamente. Los ojos
de Ellie se abrieron desmesuradamente y un recuerdo sobresalió de toda la
neblina confusa que experimentaba.
«Tenga cuidado por donde va, señorita… No queremos que ocurra un
accidente, ¿cierto?»
Acto seguido, rememoró la noche en la terraza, minutos antes de que
conociera a Ethan.
«Jayden, por fin has llegado. No dispongo de mucho tiempo»
«He venido en cuanto me llamó»
Ahora que lo pensaba, las voces eran las mismas. Era él. El tipo de
Venecia.
Nerviosa como no lo había estado nunca, se quedó congelada sin saber
cómo debía de reaccionar ante ese descubrimiento.
Ellie rebuscó con rapidez el pinganillo que le había dado Ethan unas horas
antes. En cuanto lo localizó, se lo puso con rapidez y sin dejar de contemplar
hacia la dirección del ascensor, llamó a Ethan. Este no tardó en responder
mostrándose extrañado.
—¿Ellie? ¿Qué ha pasado?
—Ethan es él. Lo acabo de ver con mis propios ojos. Se trata del mismo
hombre que vi en Venecia, no relacioné los hechos hasta ahora, pero creo que
es el tipo al que el señor Brown se refirió como Jayden esa noche.
¿Recuerdas?
—¿Qué? —el tono de su voz había cambiado y ahora parecía agitado—.
¿Dónde?
«Puertas cerrándose» Informó la voz metálica y a Ellie le dio un vuelco el
corazón.
—En el ascensor —respondió agitada—. Están cerrándose las puertas…
—¿Dónde estás tú?
—En el vestíbulo.
—Está bien, El. Ya sabes lo que tienes que hacer, quédate, nosotros nos
encargamos.
En cuanto las puertas terminaron de cerrarse. Ellie dirigió una mirada
rápida al panel luminoso que indicaba las plantas por las que iba a pasar.
¡Estaba descendiendo! Menos una. ¿Iría al casino? No. Menos dos. ¿Al
aparcamiento?
Ellie hizo un recuento mental del número de plantas inferior que había en
aquel hotel y sus piernas comenzaron a andar solas hacia las escaleras.
—¿Ellie me escuchas?
—Sí.
—¿Has podido ver hacia dónde va?
—Al aparcamiento subterráneo.
—Vale, espérame en el vestíbulo.
—Ethan no puedo.
—¿Cómo que no puedes?
—Esto se tiene que acabar ya. No podemos perderle otra vez. Imagínate si
hace cualquier locura y no llegamos a tiempo. Nada de lo que hicimos habrá
servido y Adam perderá su empresa, peor aún, podría haber gente que saliese
herida.
—¿Qué coño estás diciendo, Ellie? —gritó enfadado Ethan—. ¡Espérame
en el maldito hall!
—Lo siento, Ethan.
—¡¿Estás corriendo?! ¡No te atrevas a correr!
Ellie descendía todo lo rápido que era capaz las dos plantas que le
separaban del aparcamiento, por lo que agregó con tono jocoso:
—Qué gracia, recuerdo que había días en los que tenías que levantarme
bajo amenazas de la cama. Supongo que tus sesiones de entrenamiento
matutino al final van a dar sus frutos.
—¿Qué cojones Ellie? ¡No puedo creerlo! Ni se te ocurra seguirle por tu
cuenta y además ¡sola! No vas preparada, ¡no sabes defenderte!
—Tengo tu colgante.
—Eso no te salvará si todo se descontrola. Ese tipo es un profesional.
¡Vuelve al jodido vestíbulo!
—Si escuchas un pitido, ya sabes dónde encontrarme.
—¡Me cago en la puta, Ellie!
—Como sigas gritándome y maldiciéndome te juro que te cuelgo.
—¡No serías capaz!
Ellie soltó una risita de los nervios, que más que a una risa sonó a un
estrangulamiento.
—La verdad es que no, porque estoy cagada de miedo.
—Y por eso mismo debes volver al maldito vestíbulo. Escucha, ya vamos
para ya, no es necesario que continúes con esto.
—Esto es parte de mi trabajo, Ethan. ¿Recuerdas? Recabar pruebas.
—¡A la mierda con eso! Sabes bien que mi padre jamás te hubiera pedido
esto.
—Sí, por eso me mentiste. Para distraer a Adam ¿verdad?
—No es el momento ni el lugar de hablar de eso, idiota. ¡Haz lo que te
digo!
—Idiota lo será tú abuela, cretino, pero en algo sí tienes razón. Mejor me
callo a partir de ahora, porque estoy llegando y no quiero hacer ruido para
alertarle.
—¡¿Alertarle?! ¡Vete al diablo, Ellie! Te juro que como te pase algo, te
mato con mis propias manos, aunque es más que posible que Adam me
decapite antes.
Al no obtener respuesta, Ethan comenzó a agitarse aún más.
—Ellie, joder, dime cuando puedas por dónde coño vas.
La muchacha bajó la voz en cuanto llegó frente a la puerta que separaba
las escaleras del aparcamiento.
—Estoy a punto de entrar al aparcamiento.
—¡Espéranos ahí entonces!
—¿Qué dices Ethan? Este tipo acaba de entrar con intenciones dudosas a
un lugar lleno de coches.
—¡Justo por eso!
—Deja de quejarte y venid a por mí.
—¡Ya estamos yendo! Si vas a hacer esta maldita locura, ni se te ocurra
quitarte el pinganillo, ¿vale?
—Sí, sí….
Ellie traspasó la puerta, y al principio no vio nada más que coches
estacionados. Al menos no parecía haber nadie. De repente, vislumbró una
silueta pasando con decisión por uno de los pasillos laterales, por lo que,
tratando de mantener un perfil bajo, se agachó y tiró por el pasillo contiguo al
que iba caminando Jayden.
La joven tuvo que correr agachada, cubriéndose entre los coches
aparcados. Se encontraba dando gracias a Dios de que el hotel estuviera
repleto de turistas que trajeran sus automóviles, cuando se percató que se
dirigía hacia una puerta lejana que ella conocía muy bien. Había sido por
donde había salido con Adam una vez regresaran de su viaje en la noria.
Las pulsaciones se incrementaron. ¿Qué coño iba a hacer ahí? Se suponía
que no podía acceder. Hasta dónde sabía Ellie, se necesitaba una tarjeta
especial que solo tenía Adam.
Una vez el tipo se iba aproximando cada vez más, Ellie se quedó rezagada,
ocultándose entre dos coches mientras lo veía proceder. Ethan no había
parado de hablarla y ella no le había contestado, hasta ese momento. Tenía
que decirle dónde estaba.
—Ethan, ¿sigues ahí?
—Sí, joder. Me tenías preocupado.
Ellie reparó en el tono de alivio de su amigo y si se encontrase en otras
circunstancias podría haber sonreído, pero ahora solo tenía el estómago
revuelto.
—No puedo hablar muy alto o me oirá, necesito que me escuches con
atención.
—Sí.
—Creo que pretende entrar al aparcamiento privado de Adam.
La joven le observó con creciente horror extraer una tarjeta similar a la de
Adam, si es que no era la misma, y aprovechó para ganar terreno.
—Está bien. Muchas gracias, Ellie. Ahora no tienes que hacer nada más,
vuelve ya, nosotros nos encargamos del resto. De hecho, estamos ya
cruzando las puertas del aparcamiento, estaremos ahí en unos minutos.
—No tenemos tanto tiempo.
—¿Cómo dices?
—Lo siento mucho, Ethan.
—¡Ellie!
En cuanto Jayden pasó la tarjeta por la ranura de seguridad, las puertas
rojizas se abrieron y entró a su interior.
Ellie sabía que solían quedarse abiertas unos segundos más, por lo que
aprovechando que el hombre se colaba por el interior, ella corrió con todas
sus fuerzas hacia ellas y con la voz de Ethan gritándola, desesperado, se
internó en el aparcamiento privado de Adam justo en el momento en el que se
cerraban a sus espaldas.
—¡¿Has entrado?! ¡HAS ENTRADO! ¡¿Cómo se te ocurre?! Te juro que
te mataré, Ellie Hawk. ¡Sal de ahí ahora mismo!
Ellie desconectó el pinganillo. Por mucho que se muriera de miedo, no
podía seguir escuchándole gritar. Tenía que ponerse en guardia. Sabía que ese
hombre era peligroso, que cabía la posibilidad de que hubiera tratado de
matarla saboteando el ascensor del Venetian, pero estaba segura de que si se
había colado en el apartamiento privado de Adam lo que pretendía hacer sería
mucho más grave que alterar un ascensor.
La joven intentó controlar su respiración como pudo y sondeó la inmensa
estancia. Atisbó a la lejanía la salida por la que había entrado con Adam
cuando devolvieran la moto y la catalogó como posible vía de escape si la
cosa se ponía fea. Resultaba imposible que pudiera salir por la puerta por la
que había entrado, ya que había visto a Adam abriéndola desde el interior del
aparcamiento con la maldita tarjeta.
Ellie se fue moviendo con cuidado, esforzándose por no hacer ruido. Era
tan grande, que le costó encontrarle. Sin embargo, le halló frente a un Ferrari
por uno de los laterales de zona céntrica de la sala.
Lo primero en lo que reparó fue que el capó del coche se hallaba abierto.
Por un momento, se le pasó por la cabeza que fuera a sabotear el coche al
igual que lo hiciera con el ascensor, no entendía mucho sobre mecánica de
choches ¿se podrían cortar los frenos desde ahí?
No obstante, en cuanto avanzó unos pasos más, reparó en que también
había abierto la tapa del depósito de gasolina, y con un bidón estaba
vertiendo en el suelo formando un camino hacia la puerta por la que habían
accedido, sin importarle que hubiera más coches.
Al darse cuenta de lo que pretendía hacer, a la muchacha se le escapó un
gritito aterrorizado y se llevó las manos a la boca. Rápidamente, se agachó
entre dos coches cercanos, en un esfuerzo por esconderse.
El tipo cesó en el acto su labor y se giró con lentitud hacia la procedencia
del sonido, escaneando la zona. Ellie escuchó sus pasos resonando en el suelo
y el terror la inundó, intentó caminar en cuclillas para no ser vista, pero el
espacio entre ambos vehículos le impedía maniobrar con soltura sin
exponerse.
Diablos, había ido ahí sin un plan en mente. ¿Qué había esperado hacer?
¿Pararle? Y ¿de dónde cojones había sacado el bidón? No le había visto
llegar con él. La respuesta la halló en la estantería repletas de diferentes
carburantes que había dispuesto Adam al final de la estancia.
«Si salgo viva de esta, voy a tener que hablar seriamente con él sobre el
pequeño detalle de servirle en bandeja posibles explosivos a auténticos
psicópatas»
Ellie contuvo el aliento, al escucharle pasar por donde se encontraba
escondida ella, su respiración se aceleró. Las lágrimas acudieron a sus ojos y
Ellie se tapó la boca para que no emitiera ni un solo sonido.
No obstante, el hombre siguió de largo y Ellie volvió a respirar como
pudo.
«Mierda, mierda, mierda… Eso estuvo cerca»
Escaneó la sala, en busca de una potencial arma que le sirviera de defensa,
cuando una voz la paralizó en el sitio.
—Vaya, vaya… ¿qué es lo que tenemos aquí? Si es un pequeño roedor
escurridizo.
Ellie se tensó como la cuerda de un violín y poniéndose de pie con los ojos
como platos, se dio la vuelta con lentitud hacia el terrorista.
Él curvó los labios en una sonrisa y divertido, agregó:
—Buh.
No tuvo que añadir nada más. El instinto de supervivencia obligó a Ellie a
salir corriendo sin una dirección planificada. Sus piernas ardían y el corazón
le latía a tanta velocidad que por un segundó creyó que se le iba a salir del
pecho.
Sin embargo, no alcanzó a llegar muy lejos, pues el tipo la agarró con
brutalidad del pelo y la arrastró de vuelta al Ferrari, donde le había visto
derramar la gasolina.
—¡Ah! Me hace daño.
—Veamos… ¿cómo va esto? ¿Ahora me espía? No la hacía de esas,
señorita Hawk.
Escucharle pronunciar su apellido sin apenas dudar, le provocó un
escalofrío. Aquel hombre de verdad la conocía. ¡¿Habría intentado matarla?!
No se sentía capaz de seguir reflexionando sobre esos asuntos en cuestión.
—Es usted muy curiosa, ¿qué pretendía viniendo hasta aquí? ¿charlar
amistosamente?
Ellie no sabía que era lo que tenía que decir. ¿Qué coño se le contestaba a
un tiparraco que bien podría ser un homicida? ¡Encima se había quitado el
maldito pinganillo y Ethan no estaría escuchando eso!
—Yo… yo…
—Siento decirle, señorita Hawk, que soy un hombre muy ocupado, tengo
mucho trabajo por delante, así que no concedo entrevistas con tanta facilidad.
Si me lo hubiera pedido con amabilidad, quizás lo hubiera reconsiderado,
pero ahora voy un poquito pillado de tiempo.
—¡¿Qué pretende hacer?!
No supo de dónde salió el valor para realizar esa pregunta. No obstante,
había leído en un artículo que en el caso de encontrarse en un secuestro lo
mejor sería ganar algo de tiempo hasta que vinieran a por ella.
—¿Acaso no le ha quedado claro con lo que ha visto? Qué extraño… la
hacía mucho más inteligente, señorita Hawk.
—¿Va a volar el edificio?
—Esa es una palabra un poco dura… Hiere mis sentimientos, señorita
Hawk. No soy un terrorista.
Bueno, eso mejor tendría que debatirlo ante un tribunal, porque Ellie no
iba a ser quien tuviera la sangre fría para discutir con un psicópata.
—¿Por qué lo hace?
—Trabajo. Solo soy un trabajador más.
—Esto no parece una labor cotidiana. ¡Ay!
Ellie gritó de dolor al volver a ser arrastrada por el pelo y lanzada sin
ninguna consideración a una esquina. El cuerpo de la joven impactó contra la
pared con fuerza, y un agudo dolor mucho peor que el tirón de pelo se
extendió por toda su espalda. Él le dio la espalda de nuevo para regresar a su
tarea.
Su instinto de supervivencia la obligó a levantarse de nuevo y retenerle.
No podía permitirle que siguiera echando gasolina o todos saldrían ardiendo.
Sin embargo, el hombre se dio cuenta enseguida y, girándose hacia ella, la
sujetó por el cuello. Ellie notó que le costaba respirar en cuanto apretó su
agarre. Los ojos castaños masculinos brillaron con evidente fastidio.
—No me haga perder el tiempo.
Dicho esto, la propinó tal puñetazo que volvió a lanzarla contra la pared a
la que le había tirado antes.
La joven se mareó, le ardía el ojo derecho y no podía pensar en nada más
que no fuera que estaba a punto de morir quemada viva. Una de las peores
formas de fallecer y le iba a tocar a ella. Volvió a intentar incorporarse, pero
ya no pudo más. Todo le estaba dando vueltas sin parar.
Como pudo, levantó la mirada hacia el hombre, quien se estaba frotando
las manos como quien acababa de sacar la basura al contenedor.
—No me juzgue, señorita Hawk. Me encantaría ponerme a debatir sobre la
moralidad que existe tras mi oficio, pero ya le dije que no me queda mucho
tiempo. Quizás en otro momento…. Ah no… verá, suelo ser un hombre
bastante discreto, mis clientes pagan sumas ingentes de dinero por eso, así
que no me gusta dejar testigos, por lo que, sintiéndolo mucho, voy a tener que
pedirla que no se mueva de aquí, hasta que acabe. Si me desobedece, en vez
de una muerte rápida, le aseguro que me encargaré de que sufra muy
lentamente. ¿Se entera?
Ellie tragó saliva atemorizada, el dolor le impedía moverse y el terror la
paralizaba. ¿Iba a morir ahí? No, no podía ser. ¿Y sus hermanos? ¿Qué
pasaría con ellos? ¿Y Adam? ¿Qué sucedería con él? La odiaría por haberse
envuelto en eso, si es que no lo hacía ya por haberle estado engañando y
ocultando información.
Jayden se agachó hasta quedar frente a ella y con un tono mucho más
amenazante que el anterior, volvió a preguntar:
—¿Ha quedado claro?
La joven no respondió, estaba tan aterrada que no conseguía que le
salieran las palabras, por lo que se limitó a asentir en silencio.
—Muy bien —canturreó, poniéndose en pie de nuevo—. Ya la he avisado,
quédese ahí. Todo terminará muy pronto, se lo prometo.
Ellie le observó dirigirse de nuevo con paso seguro hacia al Ferrari y gateó
como pudo, buscando algún objeto contundente con el que noquearle o
quizás conseguir alejarse lo suficiente. No lo sabía con exactitud. El terror se
había adueñado de sus extremidades, impidiéndola pensar con claridad.
Ni si quiera tenía el bolso, porque aquel loco la había llevado a otra parte
del estacionamiento. No podía acceder al pinganillo. Sin embargo, le consoló
que Ethan supiera dónde estaban. Tenía que aguantar.
El tipo estaba terminando con el bidón y Ellie se bloqueó en el sitio cuanto
extrajo un mechero. Lo siguiente lo vivió como si el tiempo se hubiera
ralentizado para ella.
En el mismo instante en el que aquel desgraciado prendía la llama, un
pensamiento prevaleció por encima de los demás. Ellie cerró los ojos y sintió
su corazón estrujarse, lo primero que vio fue la imagen de sus hermanos
señalando con alegría el Big Ben. Después, apareció Adam sonriéndole con
las estrellas de fondo. Ahora podía darse cuenta de que aquel brillo que había
observado en sus orbes celestes la noche en la que le había pedido bailar en el
yate, era amor.
«Adam, lo siento»
Era definitivo, iba a morir ahí y no podía hacer nada para impedirlo, ya
había evadido a la muerte suficientes veces.
Las lágrimas caían imparables por sus mejillas, cuando escuchó el grito de
Ethan atravesar la puerta.
—¡ELLIE!
La joven dirigió una mirada atemorizada hacia la entrada. Ethan debía
estar aporreando la puerta intentando acceder al interior. Temerosa de que
pudiera salir herido en el inminente incendio que se avecinaba, le chilló con
todas sus fuerzas:
—¡ETHAN VETE DE AQUÍ!
—¡Una mierda! ¡Hijo de puta! Te juro que, si le haces algo, acabaré
contigo.
El hombre ignoró las amenazas de Ethan y, girándose hacia ella con una
sonrisa, levantó el mechero en lo alto. Con parsimonia, se situó al lado de la
salida, para después comentar:
—La caballería llega un poco tarde, ¿no cree?
—¡No, por favor! ¡Piedad!
—¡Ellie aguanta! ¡Está viniendo la policía!
—Ah, entonces este es mi momento estelar.
—¡No, no!
—¡ELLIE!
—Lo siento mucho, señorita Hawk. Usted no entraba dentro de mis
planes. A veces, los daños colaterales son inevitables. En fin, son gajes del
oficio.
Dicho eso, lanzó el mechero encendido y procedió a huir por la salida sin
mirar atrás. No sin antes cerrar la puerta tras sí, encerrando en su interior a la
muchacha.
Ellie se llevó las manos al rostro, aterrorizada. Buscó un extintor y justo lo
encontró al lado de la puerta que daba al exterior, por la que se acababa de
marchar el desgraciado. Trató de levantarse como pudo y alejarse aún más de
la gasolina derramada. El fuego se produjo a tal velocidad que no le dio
tiempo a alejarse demasiado.
El imponente estallido del coche se produjo en cuestión de segundos. Este
generó una onda expansiva que alcanzó a Ellie de lleno, catapultándola contra
la esquina que había al lado del portón y provocando con ello que se diera un
fuerte golpe en la cabeza. La vista se le nubló y solo escuchó un pitido.
Los gritos de Ethan se ahogaron en el estruendo ensordecedor y la
muchacha ya no fue capaz de oír nada más.
Todo se volvió negro.
***
Había pasado una hora desde que Adam se hubiera reunido con Awad en
el restaurante del Venetian, y todo parecía estar yendo sobre ruedas. No había
podido evitar reparar en que la última vez que había quedado con él en ese
lugar le hubiera rechazado sin contemplaciones y ahora se encontrase
firmando el acuerdo que habían estado persiguiendo durante tres años.
El solo hecho de verle coger la pluma entre sus dedos y estampar su firma
sobre el papel supuso una auténtica satisfacción para Adam. Quizás eso de
mentir no estuviera tan mal en ciertas situaciones excepcionales como esa.
Además, en honor de la verdad, las intenciones de Adam era que el
embuste que había pergeñado con Ellie y el idiota de Weiss se convirtieran en
realidad nada más tuviera la oportunidad de regresar al hotel y solucionar
todo con la joven. De esta forma, era posible que cuando volviera a reunirse
con el señor Awad su pantomima se hubiera materializado y todo cayera en el
olvido.
Para eso, Adam deseaba retomar la conversación en donde la habían
dejado cuando estuvieron en el yate, ya que para él no existía otra alternativa
que la de estar juntos. Ambos habían confesado sus sentimientos y, aunque él
se hubiera dejado llevar por el enfado al haber descubierto una nueva mentira
por parte de ella, no volvería a cometer ese error. Por supuesto, tampoco la
heriría con sus palabras. Adam haría lo que fuera para convencerla de que
una vida juntos les estaba esperando, ellos solo tendrían que dar el paso, no
existía otra opción más allá que esa.
«Adam»
El pelirrojo escuchó su nombre pronunciado con suavidad y notó que un
escalofrío le recorría por todo el cuerpo. Qué extraño. No hacía frio en el
restaurante y por raro que pudiera parecer, por un momento había creído que
podría tratarse de Ellie, aunque eso era imposible porque sabía a ciencia
cierta que la muchacha se había quedado en el hotel y su cena no sería hasta
las nueve, de modo que creyó habérselo imaginado. Aun así, miró a ambos
lados por si cupiera la posibilidad de que la joven se hubiera dejado caer por
allí, más no la reconoció entre ninguna de las personas que había en el
restaurante.
El pelirrojo echó un vistazo rápido a su reloj de muñeca, las ocho y cuarto.
Después, comprobó que no le hubiera enviado ningún mensaje nuevo desde
el último que recibiera de ella, en el que le confirmaba su asistencia a la cena
en el restaurante del hotel.
La voz del señor Awad le hizo olvidarse de la sensación tan peculiar que
acababa de experimentar y se concentró de nuevo en el jeque.
—¿Qué tal con la señorita Hawk después de que les dejase a solas? Veo
que se han unido tanto que ahora no puede usted despegarse del móvil.
Adam se mostró avergonzado. Suponía una falta de respeto interactuar con
cualquier dispositivo electrónico que no hiciera falta durante las firmas de los
contratos importantes.
—Lo siento, señor Awad.
—No, no te preocupes, muchacho. Lo entiendo y si le soy honesto me
gusta mucho más ver esta faceta nueva. Yo también era así cuando me
enamoré. A las mujeres hay que cuidarlas bien, es de primero de matrimonio.
Ellas nos dan regalos mucho más valiosos de los que podamos hacerles
nosotros durante toda la vida.
—Tiene usted razón, pero aun así no estuvo bien que mirase el móvil.
—Por mí no tiene usted de lo que preocuparse. Además, esto ya estaría
hecho. Este papelucho se firma muy rápido, es una pena que levante tantos
dolores de cabeza a la gente —comentó despectivo, señalando el documento
—. Pero bueno, una cosa menos.
El jeque sonrió a Adam y este asintió con la cabeza conforme.
—Gracias una vez más por al final concedernos una oportunidad. Estoy
seguro de que, con usted, Henderson crecerá mucho más de lo que ya lo ha
hecho. De hecho, cuando lo comuniqué a la junta esta mañana, nuestros
accionistas me encargaron que le retransmitiera su agradecimiento.
Awad asintió satisfecho y Adam se sintió más liviano por haber podido
solucionarlo justo a tiempo.
—Yo también lo espero, muchacho.
—Por cierto, ¿cómo está su madre?
—Oh, gracias por preguntar. Nuestro doctor le observó el tobillo y le dijo
que hiciera vida normal. Creo que fue más el susto que otra cosa. A veces mis
tripulantes prefieren tomar todas las medidas oportunidad por si sucedieran
cosas más graves.
—Ah, vaya….
—Ah, una cosa más, antes de que cerremos todo esto y nos marchemos.
Solo quería decirle que de verdad espero que mi decisión tan laxa de dejarles
el yate haya servido para despejarles las dudas que pudieran tener y les aporte
el valor que requieren para dar el paso y formalizar por fin su unión.
En realidad, había sido gracias a ese hombre por el que al final había
descubierto que Ellie le quería, así que no le estaba mintiendo del todo, ¿no?
—S-sí, nos ayudó mucho a aclararnos las ideas, gracias, señor Awad.
—Bueno, creo que debería usted marcharse. No quiero ser el motivo de
una discusión entre una pareja. Recuerde, una vez den el paso definitivo y
contraigan nupcias, debe seguir cuidándola, no importa que ya se hayan
unido en matrimonio. El trabajo nunca debe opacar a su mujer, señor
Henderson. Tenga a bien recordarlo.
Ante la sola mención de la palabra «matrimonio», Adam experimentó una
punzada anhelante en el pecho. Esperaba que pudieran solventar sus
problemas esa misma noche, porque Adam no podía concebir una vida sin
ella a su lado.
—Lo tendré muy en cuenta a partir de ahora.
—Me alegra escuchar eso. Si necesita algo más, ya tiene el contacto de
Haik, escríbale a él con lo que sea y yo me comunicaré con usted en cuanto
pueda.
—Así lo haré. Muchas gracias, señor Awad. Adiós.
—Adiós, señor Henderson.
***
Cuando Adam llegó al hotel faltaba media hora para su cita con Ellie.
Mientras se acercaba a él, notaba el revoloteo que se había instalado en su
estómago desde el regreso de la joven a la empresa y sonrió. Solo ella podía
provocarle eso.
Sin embargo, la sonrisa se congeló en su cara, cuando atisbó el humo
proveniente del hotel. Las luces de los coches de policía y la presencia de
varias ambulancias pusieron sobre aviso a Adam. La gente corría
desesperada, tratando de escapar de las dependencias del hotel al tiempo que
eran escoltados por los del departamento de seguridad.
Adam no comprendía nada de lo que estaba ocurriendo. ¿Habría ocurrido
algún accidente en la cocina? Lo primero que hizo fue marcar el número de
Ellie que se conocía a la perfección.
Pii….Pii… Y luego saltó el contestador de voz. La voz de la muchacha
atravesó el auricular.
«Estás llamando a Ellie Hawk, si no te lo estoy cogiendo es porque estoy
ocupada, ah, y si sois vosotros los de esa maldita compañía de teléfono, os he
dicho trescientas veces que no quiero unirme. ¡Sois peores que una secta,
leñe!»
Agobiado, Adam colgó y la buscó entre la ingente cantidad de personas
que salían despavoridas del interior. Nada, no estaba por ninguna parte. ¿Le
habría dado tiempo a llegar al restaurante? O ¿todavía seguiría cambiándose
en su habitación? El desconocimiento le abrumaba.
El pelirrojo escuchó las sirenas de los bomberos a lo lejos y eso le obligó a
ponerse en marcha. No tenía tiempo que perder, debía localizar a Ellie.
No obstante, en cuanto se aproximaba a la entrada, hubo una imagen que
le llamó la atención. Los paramédicos estaban sacando a un hombre rubio
repleto de hollín. No le hubiera reconocido de no ser por el pelo y porque su
secretaria, la señorita Martin seguía a los paramédicos conteniendo el llanto.
—Ethan, Ethan….
¿Ethan Weiss había resultado herido en ese sinsentido? ¡¿Qué coño estaba
ocurriendo??! Y si Ethan había salido lesionado de lo que fuera que hubiera
sucedido, ¿dónde diablos estaba Ellie?
Ellie.
—¡Señorita Martin! —gritó angustiado—. ¡Señorita Martin!
Evitó a varias personas que en plena huida chocaron con él y consiguió
llegar hasta donde estaba su secretaria. La mujer siempre recta que hubiera
conocido meses atrás, ahora presentaba un aspecto desastroso. Tenía el pelo
deshecho y la ropa que solía estar en perfectas condiciones estaba arrugada y
perdida de hollín.
—¿Señor Henderson? —preguntó extrañada, como si le pareciera raro
verle ahí.
—¿Qué diablos ha pasado?
Nada más realizarle esa cuestión, la mujer volvió a sollozar, regresando su
atención al hombre que iba encima de la camilla.
—Yo… yo… Ethan, digo el señor Weiss, no-no lo sé…
En su agitación, Lucy no estaba expresándose como debería y eso le
comenzaba a enfermar. Lo único que le importaba en ese momento era
localizar a Ellie.
—¿Qué? ¡Dígame!
—Henderson…
Adam se giró, siguiendo la procedencia de la débil voz y se encontró a
Weiss. Estaba repleto de hollín y le habían vendado un brazo. El pelirrojo se
acercó con rapidez.
—¿Dónde coño está Ellie, Ethan?
—Tienes que encontrarla, Adam. Debes abrir esa maldita puerta.
—¡¿Qué puerta?! Explícate con propiedad.
—Estaba persiguiendo al hijo de puta ese por el aparcamiento subterráneo
y se metió a tu aparcamiento privado. No podía abrirlo, Adam —sollozó
asustado— Lo intenté, pero la puerta no cedía.
Si hace dos semanas alguien le hubiera dicho que vería a Ethan Weiss en
aquel estado, no se lo hubiera creído. Sin embargo, no tenía tiempo para
pensar en eso, porque lo que le estaba diciendo le heló la sangre en las venas.
—¿Ellie está en mi aparcamiento?
Ethan le tomó de la mano súbitamente y depositó lo que parecía ser un
mando a distancia. Después, le obligó a cerrarla.
—Toma, vas a necesitar esto.
—¿Qué diablos es?
—Ellie lleva un collar que suena, se lo di por si le sucedía algo. Debe
haber mucho humo, no la encontrarás tan fácil. Si pulsas eso, te avisará
dónde está. Tienes que darte prisa y sacarla de ahí cuanto antes. Debes abrir
esa jodida puerta ahora mismo. No te haces una idea de la situación, Adam…
todo estalló.
La angustia se instaló en el pecho de Adam, oprimiéndole los pulmones.
Luchó por apartarla, ahora no podía permitirse el lujo de bloquearse.
—¿Qué es lo que quieres decir?
La voz de Ethan se quebró en el mismo instante en el que pronunció las
palabras que demolerían por completo la estabilidad mental de Adam.
—Ellie estaba en el interior cuando todo estalló.
Ante esa declaración, el mundo de Adam se derrumbó. No podía creerlo,
por mucho que lo estuviera escuchando con sus propios oídos, no lograba
hacerlo. Adam tragó saliva. El ambiente se había enrarecido, y no supo cómo
las palabras salieron solas de su boca.
—Ella… ¿está viva?
Ethan le observaba con una expresión desgarradora, que supuso una
respuesta más que suficiente para él. Con el terror pulsando en las venas, no
controló sus formas y con más brutalidad de la que pretendía, le espetó:
—Ya hablaremos.
Sin más, salió corriendo hacia la entrada principal del hotel. Sorteó a
varios camilleros que sacaban a algunos de los guardias de seguridad que
habrían acompañado a Ethan, pero ni si quiera les dio una segunda mirada.
«No, no, no… Elllie tiene que estar bien. No puede ser cierto lo que dijo
Ethan. Quizás se haya equivocado, sí, eso debe ser»
No obstante, justo cuando iba a acceder al interior, dos policías habían
empezado a acordonar la zona y, al verle llegar, le cortaron el paso.
—Déjenme pasar.
—¿A dónde cree que va? ¿No está viendo que no puede acceder nadie?
—¡Soy el dueño! Le ordeno que me permita el paso de inmediato.
—Por mi como si es la maldita reina de Inglaterra. No voy a jugarme mi
trabajo por poner en peligro la vida de otro civil más.
—Me hago cargo de todo lo que pase ahí dentro.
—Señor, ¿usted se escucha? Nada de lo que haya ahí dentro vale tanto la
pena como para arriesgar su vida. Mantenga la calma.
A esas alturas, Adam fantaseaba con descuartizar al policía. Sin embargo,
las imágenes de Ellie sola dentro de la oscuridad impactaron contra su mente,
haciéndole perder el control.
—¡Usted no lo entiende! Mi vida entera está ahí dentro —declaró con
desespero, después gritó hacia el hotel—. ¡Ellie!
—Señor, va a tener que relajarse. Si dentro se encuentra un familiar, estoy
seguro de que la sacarán pronto. Los bomberos están a punto de entrar y los
sanitarios están trabajando a destajo.
—Me da igual, tengo que entrar.
Ignorando la orden, trató de saltarse el cordón, pero fue sujetado por los
dos agentes, que cooperaron para sacarle a rastras fuera del perímetro.
—Me parece que eso no va a ser posible.
—Si sigue obstruyendo nuestra labor, nos veremos en la obligación de
detenerle —comentó el otro agente.
—Ustedes no lo comprenden, ¡mi novia está atrapada en el subsuelo!
Al escucharle pronunciar la zona en cuestión, la expresión de ambos
policías se transformó. Ambos se miraron entre ellos y después negaron con
la cabeza.
—Lo siento señor, pero eso es imposible toda la zona ha sido alcanzada
por las llamas. Todos los accesos están inaccesibles. Nadie puede entrar ni
salir. Los bomberos harán todo lo posible, mire, están llegando ya.
—No, no…
Sus piernas temblaron y Adam tuvo que arrodillarse en el suelo e incapaz
de sostenerse por sí mismo, se sujetó la cabeza. Ambos policías le
contemplaban con compasión, pero él ni si quiera reparó en ello.
Habían insinuado que Ellie podría estar muerta. La sola idea le parecía tan
absurda, como si eso no pudiera ocurrirle a él. No importaba lo que dijeran,
Adam no les creería a menos que la viera con sus propios ojos. Una sensación
de determinación le embargó como nunca lo hubiera hecho.
Comprender que ahí no iba a conseguir nada, salvo que le detuvieran,
supuso un jarro de agua fría. Tenía que entrar de otra manera. No podía
consentir que mientras Ellie se hallaba perdida en saber qué circunstancias, él
estuviera esposado, sin poderse mover.
Antes prefería matarse que dejarla sola a su suerte. De acuerdo con Ethan,
la joven había entrado en su aparcamiento privado y no había podido abrir la
puerta, luego, todo había… no podía ni pensar la palabra. Con decisión
renovada, Adam comenzó a rodear el edificio a la carrera. Tenía que acceder
por la salida exterior antes de que llegaran a ella los bomberos. Debía
constatar por sí mismo el estado de Ellie.
Su mente iba mucho más rápida de lo que lo hacía su cuerpo. Tenía que
alcanzarla. No podía creer que cuando se había marchado del hotel a cerrar el
contrato con Awad hubiera estado sana y salva, y ahora se encontrase en….
¡Ni si quiera conocía cuál era su estado!
Según Ethan, los paramédicos no habían podido acceder al interior, por lo
que debía encontrarse sola y aterrada dentro del aparcamiento. Si es que
estaba consciente, claro, después de ver a Ethan le aterraba en qué
condiciones iba a hallarla. ¿Y si estaba inconsciente? ¡No podría llamar a
nadie! O peor… ¿y si había…? No, eso resultaba impensable.
Adam no podría gestionar su muerte ni aunque pasaran mil vidas. Si
pensaba en esa posibilidad notaba que se le nublaba la mente y le temblaban
las piernas.
Al final, prefirió escoger la opción menos dolorosa, torturarse por haber
encargado a los constructores que hicieran aquella sala reforzada. En ese
momento había tratado a sus aparcamientos como si fueran un santuario, uno
en el que recordar a Ellie. Todos tenían la misma robustez.
Sin embargo, si hubiera sabido que algún día la muchacha se quedaría
atrapada en su interior, ni se le habría ocurrido pedir que lo reforzasen tanto.
Él era el culpable de que no se hubiera abierto la puerta. Temeroso de que
alguien pudiera acceder a su templo privado, había pedido extrema seguridad.
Entonces, ¿cómo habría podido entrar el sujeto del que hablaba Ethan? El
único que tenía la tarjeta de acceso era él.
Tras unos minutos corriendo, que se le antojaron como horas, Adam
vislumbró su salida privada. El horror se incrementó al reparar en que el
humo negro estaba atravesando el portón.
Descendió a toda velocidad por la rampa y se aproximó hasta la inmensa
puerta automática. En el centro de esta había una más pequeña, que utilizaba
para acceder sin un vehículo de por medio. En el extremo había un lector de
huella dactilar y como muestra de seguridad extra se pedía una contraseña.
Adam lo pulsó y los segundos que tardó en escanearle el dedo lo vivió
como si fueran días. Cuando llegó la hora de introducir la contraseña, se pasó
una mano por el pelo, aterrado y maldiciéndose una y otra vez por haber
creído necesario tanta seguridad a causa de unos malditos coches, la tecleó.
Después, seleccionó la opción de puerta individual y esta se abrió de
inmediato.
El humo impactó contra él, impidiéndole ver nada que no fueran las
llamadas del fondo. Experimentando una creciente ansiedad ante la
incertidumbre de lo que se encontraría, Adam se quitó la chaqueta y se cubrió
la nariz y la boca.
Sin perder más tiempo, se internó en el aparcamiento. Lo primero que
sintió fue el calor sofocante que le rodeaba, no tardó en comenzar a sudar,
aquello era mucho peor que cualquier sauna en la que hubiera estado con
anterioridad. Escaneó en derredor la sala en busca de un cuerpo que conocía a
la perfección. Uno de los Ferrari se había incendiado y estaba seguro de que
ese debía ser el origen principal del fuego.
¿Acaso no funcionaban el mecanismo contraincendios? Se preguntó con
nerviosismo, acercándose hasta el lugar donde se activaba de forma manual.
Mientras tanto, llamaba a gritos a la muchacha.
—¡ELLIE!
Nada. No había respuesta a su alarido y no funcionaban los rociadores.
Adam maldijo en voz alta. El incendio parecía haberse propagado hacia la
puerta interior. El pánico se instaló en su pecho, pensando que podría hallarse
en la zona que estaba siendo consumida por las llamas. Apenas tendría unos
segundos para sacarla, porque había muchos objetos inflamables, como los
bidones de gasolina sobre las estanterías.
El panorama general resultaba caótico, la parte del techo cercano a la
puerta interior amenazaba con derruirse en cualquier momento. No sabía
hacia dónde debería de mirar, la incertidumbre y el espanto de lo que pudiera
haberle sucedido le atenazó como nunca.
—¡ELLIE! ¿Dónde estás?
Adam volvió a llamarla a gritos. El humo impedía la visibilidad. En lo que
duraron esos instantes de búsqueda infructuosa, Adam conoció el verdadero
terror. Todo lo que hubiera podido sentir hasta entonces palidecía al lado de
esa sensación de presagio nefasta. Tuvo que obligarse a sí mismo a relajarse
y estudió cada vehículo todo lo detenidamente que pudo.
Al escuchar los gritos de los bomberos atravesando la puerta de entrada
interna, comprendió que estaban tratando de sofocar el fuego, que
seguramente estaría arrasando el hotel. Eso le alivió un poco y reforzó su
decisión de continuar con su búsqueda.
Se dio cuenta de que le faltaba un coche y soltó una palabrota. Quien
quiera que fuera ese hijo de puta, se había marchado dejándola encerrada allí.
La ira se entrelazó con el dolor por su posible pérdida.
—¡Ellie, joder!
Súbitamente, recordó el objeto que le había dado Ethan y que en mitad de
la carrera se había guardado en el bolsillo del pantalón. Lo sacó con dedos
torpes y lo accionó con ansiedad. Un pitido horrible comenzó a sonar de
inmediato y Adam giró la cabeza hacia la esquina donde había visto la
motocicleta.
—¡Ellie!
Impulsado por ese nuevo descubrimiento, la alcanzó en unas cinco
zancadas y estudió la esquina que había a su lado.
La imagen que había estado ocultando su moto desbocó su corazón. Ellie
estaba tirada en el suelo con su cuerpo pegado a la pared. Tenía los ojos
cerrados y por unos instantes Adam temió que no respirase.
—¡Ellie! No, no, no….
Sin embargo, cuando se disponía a comprobarlo, escuchó una parte del
techo derrumbarse junto a la puerta, por lo que reteniendo el escaso oxígeno
que aún le quedaba, la tapó con su chaqueta y la tomó entre sus brazos.
Con la mayor rapidez que le permitieron sus fuerzas, la sacó del
aparcamiento, justo antes de que el techo acabase de desplomarse.
Sin cerrar la puerta, subió corriendo con ella por la pendiente por la que
había descendido y no se detuvo hasta haberse alejado lo suficiente del
aparcamiento. No sabía cuándo explotaría, pero no pensaba permitir que les
pillara cerca.
Con el cuerpo inerte de Ellie todavía apoyado contra su pecho, se acercó
hasta la ambulancia, que ya se encontraba a unos metros de distancia. Nada
más atisbarlos, Adam empezó a gritar con voz desgarrada.
—¡Un médico! ¡Socorro! ¡Necesita un médico!
«Tienes que estar viva, por favor, por favor»
Los paramédicos no tardaron en acercarse a él y, quitándosela de los
brazos, la subieron a una camilla. En apenas unos minutos la situaron dentro
de la ambulancia bajo la atenta mirada de Adam. Después, uno de los
sanitarios le comentó:
—Nos la llevamos ya, señor, apártese.
—No, yo voy con ella.
***
Había pasado una hora desde que hubieran llegado al hospital. Durante
todo el trayecto hasta allí, los técnicos habían comprobado los signos vitales
de Ellie y, aunque débiles al menos estaban presentes. También le habían
puesto una mascarilla con oxígeno, bajo el escrutinio de Adam, que no
cesaba de contemplarles hacer. Con todas esas medidas, habrían llegado al
hospital y desde que la metieran por la entrada de Urgencias, Adam no había
vuelto a saber nada de ella.
Sin información, el estrés y la desesperación comenzaron a hacer mella en
él.
—¡Quiero verla!
La orden de Adam resonó por toda la zona de admisión. La auxiliar
administrativa le contemplaba con expresión hastiada. Llevaba quince
minutos aguantando las exigencias de aquel hombre exasperante e insufrible.
—Señor, ya se lo he dicho varias veces, tenga paciencia. Ahora saldrá su
médico. No puede entrar, está en la unidad de cuidados intensivos.
—¡Estoy pagándoos una desorbitada cantidad de dinero y me tenéis
esperando una maldita hora! Necesito ver a mi novia. Ahora.
—No puede ser, señor. Se trata de una zona en la que no pueden entrar los
familiares.
Adam se llevó ambas manos a los pelos, experimentando unas auténticas
ganas por arrancárselos. Se sentía frustrado a la par que ansioso y esas
emociones fueron las que lo llevaron a contradecir sus normas de decoro y
patear por primera vez en toda su vida una papelera metálica. La auxiliar,
acostumbrada a tratar con ese tipo de gente, puso los ojos en blanco y siguió
a sus tareas.
El pelirrojo se sentó en un asiento cercano con la desesperación
carcomiéndole las entrañas. No sabía si Ellie estaba viva o muerta y nadie
salía para decirle nada.
Transcurrieron unos minutos en los que Adam creía morirse de la angustia
que sentía, cuando al final apareció el doctor.
—¿Familiares de la señorita Hawk?
Adam se puso de pie de inmediato y, aproximándose con rapidez, aseguró:
—Soy yo.
—¿Es usted el que lleva montando todo este escándalo un buen rato?
El pelirrojo le destinó una mirada acusatoria a la auxiliar y esta levantó un
hombro. Después, encaró al médico. Se trataba de un hombre de mediana
edad con entradas, que le estaba contemplando de forma severa.
—No me dejan verla.
—Eso no es excusa para que no se nos deje trabajar. Esto es un hospital…
—informó y tras mirar la carpeta que llevaba consigo, agregó—: Señor
Henderson. Tiene que tranquilizarse.
—¿Cómo voy a hacerlo? ¡Llevo esperando una hora de reloj y no sé nada
de ella!
—Hasta que no se calme no voy a decirle nada.
Al reparar en una auxiliar de enfermería que pasaba por allí, el médico, la
llamó:
—Josie, vaya a por un calmante.
—Sí, señor.
—¡No quiero una pastilla! Necesito información y si puede ser ver a mi
novia. Ahora.
—Entonces, siéntese por favor.
Nada más escuchar la orden del médico, Adam obedeció como un
autómata.
—Solo quiero saber si está viva, doctor. Por favor, no puede morir, no sé
qué es lo que tendrá que hacer para conseguirlo, pero no permita que la
pierda... Pagaré más si hace falta, no importa la intervención que se requiera,
ni su precio, pero por favor, devuélvamela sana y salva…
Adam se percató de que se le quebraba la voz, pero ni si quiera le
importó. Sin embargo, al reparar en ello, la actitud del médico se ablandó un
poco.
—Si, señor Henderson, sigue viva.
El alivió recorrió cada una de las terminaciones nerviosas de Adam, quien
levantó la cabeza, esperanzado.
—¿De verdad? ¿Lo dice en serio?
—Sí. Ahora la vamos a pasar a planta, necesitamos dejarla en observación.
Él frunció el ceño, extrañado, y la preocupación volvió a embargarle.
—¿Por qué? ¡¿No está bien?!
—Ha inhalado mucho humo y, además, las pruebas muestran un
traumatismo craneoencefálico severo.
Adam se levantó de inmediato al reparar en el significado que entrañaba
aquella frase.
—¡¿Se ha dado un golpe en la cabeza?! Eso no puede ser.
—Sí, hay signos de una contusión.
El pelirrojo se comenzó a pasear nervioso por el pasillo, recordando un
extracto de la conversación que habían mantenido en el yate.
«—No recuerdo el accidente, pero sí cuando me desperté en la cama del
hospital. Habían pasado tres meses desde que hubiera sucedido.
—¿Estuviste en coma?
—Del golpe. Los doctores le dijeron a mi madre que resultaba un milagro
que hubiera sobrevivido por cómo había quedado el coche».
—No, no, no….
—Señor Henderson, entiendo que esté conmocionado, le costará un
tiempo procesar la situación, pero mi consejo es que debemos tener paciencia
e ir viendo cómo va progresando.
—Usted no lo comprende —negó cada vez más estresado—. ¿Cuándo una
persona sufre amnesia no se suele decir que debe tener cuidado con golpearse
la cabeza?
—Sí, bueno…
—Ellie ya tuvo otro accidente, quizás no le consta en sus datos médicos,
pero estuvo tres meses en coma y cuando despertó no recordaba nada. Me
comentó que sigue sin acordarse de lo que sucedió.
—En tal caso señor Henderson, eso cambia las circunstancias por
completo, agrava mucho más el cuadro que contemplábamos al principio.
Tendremos que conseguir el registro de sus antecedentes médicos para saber
cómo proceder.
—¿Cómo dice? ¿A qué se refiere?
—A que no podemos saber si va a despertar ni en qué estado lo hará.
Y con esas sencillas palabras, el mundo que Adam conocía hasta entonces
se derrumbó ante sus ojos con la misma facilidad con la que lo hiciera una
torre de naipes.
CAPÍTULO FINAL
«De ti aprendí que no es la talla, no son los vestidos ni los zapatos caros, es tu
risa cálida frente a un monasterio, son tus lágrimas perdidas en el viento, tus
comentarios mordaces, tu alegría por vivir, en definitiva, eres tú. Tú eres el
amor de mi vida»
A.H

El célebre psicoanalista, Sigmund Freud consideraba que la conducta y la


personalidad de un individuo provenían de una interrelación continua entre
diversas fuerzas psicológicas que se daban en tres diferentes niveles de
conciencia: el consciente, el preconsciente y el inconsciente.
La memoria inconsciente sería ese contenedor de pensamientos, impulsos,
recuerdos o pensamientos a los que no se puede acceder por la conciencia.
Freud consideraba que el contenido reservado en el inconsciente suelen ser
emociones que en su momento fueron desagradables como podría ser el dolor
o la ansiedad. De acuerdo con este psicoanalista, esta parte inconsciente
contribuiría no solo a la conducta de la persona, sino también a su forma de
experimentar la vida.
¿Sería a causa de eso por lo que Ellie habría vuelto a revivir una y otra vez
la misma experiencia traumática que su cerebro había dejado atrás? ¿Su parte
inconsciente estaba haciendo de las suyas de nuevo y salía a flote para
recordarle que algunas cargas pesadas emocionales nunca desaparecen del
todo?
No podía creerlo, debía de ser una maldita broma. Prefería mil veces el
tipo de pesadilla infantil que habría asolado los primeros meses de su
adolescencia y después en la adultez a raíz de que comenzara a trabajar para
Henderson, que la que estaba vivenciando. Conocía esa escena, intuía cuál
iba a ser el desenlace, pero a su vez resultaba tan ajena a ella, que sentía arder
su cabeza.
La primera psicóloga que la habían atendido antes de que los escasos
retazos que quedaban de su familia se desmoronasen por completo, le habían
informado que no se esforzase por recordar, que la información llegaría con
el tiempo, pero lo cierto es que nunca lo había hecho y los recuerdos del peor
día de su vida se materializaron por medio de pesadillas infanto-juveniles.
Con la adicción de su madre de por medio, Ellie tuvo que aprender a convivir
con la angustia y, cuando el dinero comenzó a escasear, la ayuda psicológica
que tanto habría precisado para tratar se desvaneció, dejando a una Ellie
adolescente sin cobertura psicológica.
Dolía, dolía demasiado, porque sabía que en esta ocasión no se trataba de
ninguna pesadilla. Ellie luchó por retomar la consciencia y despertar, al igual
que siempre trataba de hacer cuando estaba durmiendo. Sin embargo, como
aquello no era ningún sueño por mucho que lo pareciera, no lo logró y
observó con creciente horror la escena que acontecía ante ella.
Volvía a ser ella misma, pero en esta ocasión tenía once años. Si sabía este
dato era porque, aún tenía su oso de peluche sobre la cama. Era de color
marrón claro y llevaba un lazo rojo atado al cuello.
—¡Ellie! ¿Bajas de una vez?
—¡Sí, papá!
Ellie se vio a sí misma saliendo de su habitación, cargando con el oso de
peluche y bajó por las escaleras saltando. Su yo de once años estaba
exultante, una alegría que Ellie distaba mucho de sentir.
—¡Ellie!
El corazón de la muchacha se aceleró, por el dolor y la anticipación. En
cuanto giró la esquina del vestíbulo de la casa, se dirigió al salón. La imagen
que se encontró al traspasar las puertas que daban a un espacioso salón,
rompieron el corazón de Ellie.
—¡Ya estoy aquí!
Su padre se dio a la vuelta hacia ella, cargando con una pequeña Ada de
apenas de dos años entre los brazos. No podía creerse que casi hubiera
olvidado su aspecto. Rubio con ojos azules, vaticinaba la imagen adulta de lo
que algún día sería Chris. La tristeza invadió cada uno de los resquicios de la
cordura de Ellie, destrozando con ello su alma.
Andrew Hawk se hallaba a tan solo unos pasos de ella, quería tocarlo,
abrazarlo y besarlo, pero las lágrimas no venían, a pesar de la insondable
aflicción que experimentaba.
«Papá» «Papá, te quiero»
Él no escuchó su llamado y la angustia se asentó en su estómago,
revolviéndoselo. Ellie no podía actuar como la adulta en la que se había
convertido. Su versión preadolescente era la que llevaba el timón y se odió a
sí misma por no haberle abrazado o besado cien veces ese día, por no haberle
dicho cuánto le quería, por haber sido tan egoísta.
—¿Cómo has tardado tanto? ¿Qué es lo que estabas haciendo?
Su padre estaba acariciando la cabeza de una niña de dos años que llevaba
un vestido morado. Al reparar en su hermana mayor, la pequeña estiró los
bracitos hacia ella y con una sonrisa pronunció su nombre como pudo.
—Eli.
Ellie inspiró aire profundamente y su corazón se estrujó al reconocer a
Ada. Quiso cogerla en el momento, pero su padre la dejó en el suelo y la
pequeña caminó con pasos cortos hacia ella para abrazarse a su pierna.
—Eli.
Su «yo» de once años la abrazó con rapidez, sin apartar la mirada de su
padre. Sin embargo, la pequeña no solo quería esa muestra fraternal, sino el
objeto que Ellie traía consigo.
—Osho.
—No, Ada. No puedo dártelo.
—Shi. Osho.
—No, no.
—Shii. Oshoo, buuu…
—¡Papá! Quiere a Teddy.
—Ada, venga —intervino conciliador Andrew, cogiendo de nuevo a Ada
para llevarla con sus propios juguetes—. No puede ser, es el muñeco favorito
de tu hermana.
«Idiota, déjale el maldito oso de peluche. Es tu hermana» Recriminó a su
pasado. Al parecer ese día no había sido lo suficiente egoísta decidiendo
arrastrar a su padre a la desgracia, sino que tampoco le había sabido dejar su
juguete a Ada.
—¿Al final os vais?
Esa era la voz de su madre, quien sacó su cabeza castaña por la puerta de
la cocina. Ellie contuvo el aliento. La imagen de la última vez que la había
visto antes de que les abandonara difería muchísimo de esa mujer sonriente a
la que se le formaban dos hoyuelos al lado de las comisuras de los labios. Se
parecía demasiado a Ada.
Debía de estar embarazada de Chris, solo que en ese entonces todavía no
lo sabría. Una de las cosas que más le había dolido y enternecido a la vez de
sus hermanos era lo mucho que se parecían a sus padres.
También sabía de buena tinta, que Ada odiaba haber heredado los rasgos
de su madre, a pesar de la cantidad de veces que Ellie se había esforzado por
animarla, la mediana siempre se negaba a reconocerse como la hija de Rachel
Hawk.
—Sí, Ellie se ha empeñado en ir a ese parque de atracciones nuevo.
—¿Estás seguro, Andrew? Teníamos esa comida…
—¡Mamá, por favor! Todo el mundo ha ido ya, no se habla de otra cosa en
mi clase. No puedo intervenir en ninguna conversación. ¡El año pasado se
fueron de viaje de fin de curso a Disney y yo no pude ir!
—Eso era por tu propia seguridad, Ellie.
—Da igual, mamá, ¡me estoy quedando atrás!
«Estúpida, no insistas. No importa ese maldito parque»
Ellie ardía en deseos de abofetearse a sí misma, para despertar del
egoísmo que la habría caracterizado. Aborrecía con todas sus fuerzas esa
faceta pasada.
—No pasa nada, cariño. Ya lo hemos retrasado mucho, así que está
decidido, vamos a ir hoy.
—¡Gracias, papá! —exclamó colgándose de su cuello como un monito—.
¡Eres el mejor!
—Bueno, vale. De todas formas, ya os había preparado algo rico.
Ellie se descolgó de su padre y corrió expectante a recoger el táper que le
tendía su madre.
—¿Es tu tarta de zanahoria?
Rachel sonrió y le acarició la cara. ¿Esa había sido la última vez que lo
hiciera? Se preguntó Ellie angustiada.
—Sí, corazón. Anda, diviértete con papá.
—¡Toma! ¡TARTA!
—Bueno, si ya tenemos todo, solo hace falta poner rumbo hacia allí,
¿cierto?
—¡Sí! ¡Qué emoción!
«No».
Ellie se vio a sí misma despidiéndose de su madre y de Ada y siguiendo a
su padre al exterior. No obstante, en cuanto reparó en el Honda gris, la
angustia se tornó con rapidez en el más absoluto pánico.
«¡NO, NO, NO! No te subas ahí, papá. Por favor, no necesito el dichoso
parque».
La muchacha trató de resistirse a subir a al coche. Una vez más, no sirvió
de nada. La Ellie de once años, se sentó en la parte trasera y se puso el
cinturón. Su Ellie adulta luchaba por abrir la puerta que acababa de ser
cerrada o de gritarle que se bajaran, más nada funcionó y se limitó a observar
la situación horrible que se avecinaba como una mera espectadora.
—¿Estás contenta, hija?
—¡Sí! ¡Hoy será un día fabuloso!
—Seguro que sí.
«Será el peor día de nuestra vida».
Nadie la escuchó, ninguno de los dos podía saber los hechos que conocía
ella y que habían caído en el olvido durante tantos años.
Ellie contempló cada uno de los detalles que le rodeaban, tratando de
hallar algún indicio que pudiera haberles avisado. Su padre iba conduciendo
con el cinturón puesto y ella se encontraba en asiento trasero, mientras que a
un lado había sentado a Teddy.
—¿Cómo van las cosas en clase, Ellie?
—Bueno…
Estaba en plena etapa en la que empezaba a desencajar por su físico. Ellie
podía acordarse de eso, no habría sabido situar un momento exacto en el que
eso hubiera sucedido, pero intuía que sería por esa época. Su preadolescente
se lo confirmó.
—Sarah Parker se porta bien.
—¿Solo Sarah?
—Es difícil.
—¿Por qué?
—Eh….
—Ellie, sabes que puedes contarme lo que quieras. Si no confías en tu
padre, ¿en quién lo harás?
«No lo hice en nadie más como contigo».
—Sí. Oye papá, ¿crees que soy rara?
—¿Rara?
—Sí, ya sabes, extraña.
—¿Mi hija? Mi hija es alegre, cariñosa y divertida, pero ¿rara? ¡Jamás
podría describirte así!
Ellie se echó a reír con alegría, su padre siempre conseguía levantarle el
ánimo, que le bajaban en el colegio.
—¡Exageras papá!
—¿Qué exagero? ¡No te haces una idea de lo acertado que estoy!
—Mis compañeros no opinan igual… —murmuró, bajando la voz.
—Eso es porque hay gente que no se toma la molestia de conocerte, pero
puedo prometerte algo.
—¿El qué?
—Algún día habrá alguien que lo haga, y entonces podrás hacer ese tipo
de planes con él o con ella.
—No lo creo, la gente me rehúye.
—Porque son unos ignorantes.
—Ya, claro.
—Solo espero que cuando eso suceda no te olvides de tu viejo padre.
«Jamás lo hice…»
—¡Papá!
—Bueno, ¿qué? ¿Dónde vas a querer montar primero?
—¡La lanzadera!
Ellie le echó un vistazo al reloj del coche. Las once de la mañana. Sus
pulsaciones se aceleraron con cada segundo que pasaba. Tic, tac, tic, tac.
Todo sucedió como lo había vivido en ese momento. No entendía cómo
había podido olvidarlo.
«Tu cerebro ha bloqueado el recuerdo para que no te haga daño»
Eso le había dicho la psicóloga la última vez que fuera en Londres. ¿Esa
era su memoria haciéndole pasar un mal rato? ¿Por qué en ese momento? No
recordaba lo que le había llevado ahí.
Estaban pasando un barrio residencial, así que su padre había reducido la
velocidad, aunque parece ser que no fue suficiente. La pelota apareció de
improvisto delante del coche. Después, el niño corriendo.
—A mí me gustaría…
Su padre estaba mirando por el espejo retrovisor, así que Ellie fue la
primera en verlo. Aterrada, un grito escapó de su boca.
—¡Papá!
Andrew Hawk volvió a prestar atención hacia adelante y, temeroso de que
pudiera atropellarle, dio un volantazo, que le situó en el carril contrario. La
mala suerte obró su efecto y ambos se encontraron frente a otro coche, que no
había respetado la velocidad máxima.
Apenas duró diez segundos. Diez míseros segundos en los que Ellie
vislumbró por el espejo retrovisor la expresión horrorizada a la par que
acongojada de su padre. Diez en los que se detuvo su mundo y sus sentidos se
bloquearon, permitiéndole escuchar el alarido desgarrador de su padre.
—¡ELLIE, SÚJETATE BIEN!
—¡NO! ¡PAPÁ!
Las luces de los faros del otro coche la deslumbraron, el impacto llegó, el
brillo intenso de las primeras desapareció y todo se volvió negro.
La conciencia adulta de Ellie trató de ver algo más, fijarse en si había
podido pasársele algo, como el osito de peluche ensangrentado que
encontrarían minutos después los paramédicos, pero no había nada a lo que
aferrarse.
Solo oscuridad. Una oscuridad tan desgarradora como lo estaba su propia
alma.
***
Tras varias horas desde que Adam se enterase de la condición de Ellie,
tuvo que repasar todos los acontecimientos vividos, porque todavía no podía
asimilarlo. Hacía tiempo que la señorita Martin había regresado para ayudarle
con el papeleo de la joven.
Adam notaba como si un gran peso amenazase con hacerle caer en
cualquier momento. Sin nuevas noticias sobre la condición de Ellie, se sentía
en la cuerda floja. No fue hasta que le permitieron acceder a su habitación,
cuando experimentó un ligero alivio.
Pidiéndole a su secretaria que se quedase fuera, se internó en la habitación
y nada más verla tumbada en la cama del hospital, se aproximó con rapidez y
se sentó junto a ella en la silla del acompañante. Tomó su mano y la
contempló expectante. Le habían cubierto la herida de la cabeza y tenía lo
que parecían ser múltiples quemaduras rentre los brazos y el cuello. Como
estaba tapada por una sábana de cintura para abajo, no pudo constatar si las
piernas estarían igual de afectadas. También atisbó lo que parecían ser
magulladuras en otras zonas. Sin embargo, lo que más le enfureció fue su ojo
derecho amoratado o las marcas de estrangulamiento en el cuello.
—¿Qué es lo que te ha hecho ese hijo de puta? ¿Eh? Todavía no sé quién
ha sido el cabrón que te ha dejado en este estado, pero te juro por mi vida que
no pienso dejarlo pasar.
Adam le acarició el rostro con delicadeza, la suavidad de sus caricias
difería con la rabia que estaba experimentando. No podía creerlo. Ese
desgraciado se había atrevido a tocarla.
Mientras iba contabilizando las lesiones en busca de nuevas que no
hubiera visto, pronto le asaltó una nueva preocupación que le hizo temblar.
¿Y si había aprovechado que estaban a solas para hacerle más cosas que
aquel destrozo?
Tuvo que recordarse que el doctor no le había mencionado nada de que
hubiera hallado signos de agresión sexual, así que eso le tranquilizó en parte.
El pitido de las constantes vitales al que estaba conectada y la imagen que
confería todavía conectada a la bombona de oxígeno supusieron poderosos
alicientes para que su estabilidad emocional se fragmentase por completo.
Las lágrimas acudieron en tropel y esta vez no las contuvo, se rompió en
dos y comenzó a sollozar como nunca lo hubiera hecho. Su cuerpo se agitaba
descontrolado y, tras un rato, comenzó a costarle respirar por la congestión
del disgusto.
Todavía sujetando su mano inerte, se la llevó a la mejilla y con la voz rota
le imploró:
—Ellie, por favor, mi amor, debes despertar. No puedes hacerme esto.
¿Acaso no sabes que no puedo vivir sin ti? Por favor, cariño, tienes que
intentarlo, todavía tenemos una conversación pendiente…
Adam escuchó la puerta de la habitación abriéndose, pero no retiró su
atención de la joven. Un carraspeó incómodo le indicó que se trataba de su
secretaria. Adam besó la palma de Ellie, buscando inundarse de su olor
dulzón.
—Disculpe, señor Henderson.
—Le pedí privacidad, señorita Martin.
—Sí, lo siento, sé que está muy ocupado, pero verá…
—¿Qué es tan importante?
—El señor Weiss está esperando fuera.
El pelirrojo no reparó en el tono nervioso de su secretaria al pronunciar
esa frase. Todavía con la mano Ellie todavía sobre sus labios, Adam se puso
en la más absoluta tensión.
—¿Quiere que le diga que vuelva en otro momento?
—No, infórmele de que salgo en unos minutos.
—Vale…
La señorita Martin abandonó la estancia, cerrando la puerta tras sí. Adam
se incorporó con lentitud. Una furia heladora le recorrió de pies a cabeza,
acabando con los restos del último llanto.
Se agachó hasta Ellie y le depositó un suave beso sobre la frente. Después,
murmuró contra su oído:
—Ahora vuelvo, mi amor, no te preocupes, no pienso dejarte sola otra vez.
Antes de darse la vuelta, Adam se limpió las mejillas húmedas con las
mangas de la camisa y se dirigió con determinación hacia la puerta.
Una vez la atravesó, se encontró al otro lado a Ethan hablando con su
secretaria. Weiss iba ataviado con un pijama del hospital, tenía varios
rasguños por el rostro, el brazo izquierdo estaba vendado y le habían puesto
un cabestrillo que iba sujeto al cuello.
En seguida, ellos repararon en su presencia y el rubio le miró con una
expresión culpable en el rostro. Eso bastó para cabrearle aún más de lo que ya
lo estaba.
—¿Cómo está Ellie?
—¿Cómo está Ellie?
Adam repitió sus palabras con una amenaza velada, desafiándole a añadir
algo más.
—Nadie me dice nada de ella. Yo… necesito verla.
Con aquellas palabras, el pelirrojo perdió cualquier cordura que pudiera
quedarle. La visión nubló y se abalanzó con rapidez sobre él. Sujetándole de
la pechera, lo aproximó con brutalidad a su cuerpo.
—¡Señor Henderson! —exclamó su secretaria, tratando de interponerse
para infructuosamente de separarles— Por favor, ¡está herido!
Sus esfuerzos no sirvieron de nada, porque Adam lo arrastró hacia él, sin
ver nada más.
—¿Herido? —preguntó con un tono mordaz—. Yo lo único que estoy
viendo es que está aquí parado y hablando como siempre, ¡mientras que Ellie
está conectada a un jodido respirador ahí dentro!
—Henderson… y-yo.
—Escúchame bien, gilipollas, no tienes ningún derecho a preguntar eso. Y
mucho menos cuando ha sido por tu culpa que ha terminado así. ¿Quién te
has creído que eres para ponerla en peligro? ¿Eh? La metes en no sé qué
asuntos turbios, la obligas a ocultarme cosas y ¡¿cómo único medio de
defensa solo le das un jodido collar?!
—Adam, no lo entiendes…
—¡No tengo que comprender nada, pedazo de escoria! Pienso terminar
con esto aquí mismo. ¡Vas a pagar por haber hecho que acabe en esa maldita
cama!
Adam levantó el puño, dispuesto a propinarle un potente derechazo,
cuando un grito femenino desvió su atención y la voz cortante de Simon le
paralizó.
—Suéltale.
El pelirrojo no le dejó ir de inmediato. Primero contempló a la señora
Weiss, quien había debido de ser la que gritase. Solo después reparó en los
dos adolescentes que los acompañaban. No le hizo falta otro vistazo más, les
habría reconocido en cualquier parte.
La imagen de los hermanos de Ellie destrozados surtió el efecto que
Simon seguramente habría previsto y Adam soltó a Ethan, que se apoyó
contra la pared.
El pelirrojo no podía dejar de estudiar a las dos personas más valiosas para
Ellie. El muchacho rubio se retorcía las manos con nerviosismo. Iba vestido
de negro por completo, como si fuera un chico malo de instituto, sin
embargo, su atuendo desentonaba con los pucheros que componía mientras
luchaba por contener las lágrimas que se amontonaban a sus ojos,
derramándose inexorables en silencio. Al darse cuenta de que le observaba,
Chris agachó la cabeza.
A continuación, se fijó en la mediana de los Hawk, quien le contemplaba
iracunda con los ojos todavía enrojecidos. Por unos instantes, Adam creyó
que se abalanzaría sobre él al igual que había hecho él mismo hacía tan solo
unos minutos con Ethan. Si decidía arremeterle, no se opondría, con tal de
que eso le sirviera para descargar la frustración.
Por su parte, Ada analizaba al pelirrojo que tanto había detestado desde
que su hermana hubiera sido despedida. El dolor al enterarse de que Ellie
estaba hospitalizada y la incertidumbre de lo que sucedería si su hermana
empeoraba, se habían transformado en auténtica cólera al ver al señor
Henderson sujetando de la pechera a Ethan. Al principio le había culpado por
lo ocurrido con su hermana, así que en cuanto él se había girado hacia ellos y
había mirado a Chris, quien apenas podía contener el llanto, supo que se
abalanzaría sobre él.
No obstante, después le había mirado a ella, tragando saliva con
indecisión. En ese instante, Ada entrevió el reflejo de la desesperación y la
desolación en su mirada azulada. Sus ojos agotados indicaban el mismo dolor
y debilidad desgarradores que sentían ellos. Para Ada Hawk fue como si
estuviera reflejándose ante un espejo, y tuvo una revelación: Adam
Henderson amaba tanto a Ellie como ella lo hacía. El recuerdo de su hermana
confesándole que quería a ese hombre con todo su corazón y rompiéndose en
mil pedazos por estar alejada de él le cortó la respiración, Ellie, tan llena de
vida como estaba, ahora le había ocurrido algo espantoso y nadie podía
asegurarles si iba a regresar con ellos o no.
—Ada… yo…
Por unos minutos, Adam temió que le abofetease por pronunciar su
nombre. Nunca se había dirigido a ella de manera tan informal, por lo que
cuando dio un paso hacia él, esperó el ataque inminente, más este nunca se
produjo. Todo lo contrario, la mediana de los Hawk echó a correr hacia él y,
rodeándole por la cintura, le abrazó con fuerza.
Todavía sorprendido, Adam la abrazó, correspondiendo a esa muestra de
afecto repentina. No sabía cómo había sucedido para que la hermana más
irascible y descarada de los Hawk en vez de atacarle, estuviera abriéndose de
esa forma para él, pero pensaba consolarla igualmente.
—Mi…mi hermana… —tartamudeó entre murmullos la muchacha—.
Ella… ¿sabes cómo está? Ne-necesito decirle algo a Chris…
Adam le acarició el pelo, intentando a duras penas consolarla. Incluso si
todavía tenía que hablar con Ellie para solucionar sus problemas, Adam
sentía la urgente necesidad de ocuparse de sus dos hermanos. Ahora debía ser
fuerte para ellos, no podía estar derrumbándose como un idiota.
—Sí. Te prometo que se va a poner mejor, no importa lo que tenga que
hacer para que eso suceda. Todo va a solucionarse.
Ada le abrazó con fuerza y, antes de separarse de él, le susurró una frase
que partió su corazón en mil pedazos.
—Gracias, Adam.
Cuando la mini versión de Ellie le soltó, se giró hacia Chris, quien se
había quedado rezagado contemplándoles destruido. Al pelirrojo le hubiera
gustado abrazarle, pero supo instintivamente que, si no había dado el paso
por sí mismo, no debía forzarle.
—Vamos, Chris, venga —le animó Ada con una voz suave, tendiéndole la
mano—. Vamos a ver a Ellie.
El pequeño de los Hawk se la dio y ambos se internaron por la puerta con
una determinación admirable, seguidos por la señora Weiss.
Una vez se cerró la puerta, Adam se dirigió a su secretaria, quien había
asistido a toda la escena en un segundo plano.
—Señorita Martin.
—¿Sí?
—Por favor, provea a los niños de todo lo que sea que necesiten.
Cualquier gasto cárguelo en mi tarjeta.
—Por supuesto, señor Henderson.
La señorita Martin asintió conforme y, extrayendo el móvil, se sentó en
uno de los asientos cercanos a la entrada de la habitación, como lo haría un
centinela. A excepción de que, en este caso, la guardiana en cuestión
intercambió una mirada rápida con Ethan.
Por primera vez Adam captó esa muestra de reciprocidad cercana, aunque
lo dejó pasar. Había cosas mucho más importantes que tratar. El pelirrojo
encaró a Simon Weiss.
—Vas a tener que darme un motivo muy bueno para que no os parta la
cara a ti o a tu hijo, Simon.
—En primer lugar, no te atrevas a amenazarme si no conoces la historia
completa. Y, en segundo lugar, Adam, vas a tener que tranquilízate. ¿Por qué
no vamos a hablar a un lugar más calmado?
—No me vengas con tus técnicas de derecho barato. ¡Quiero una
explicación! ¿Por qué Ellie ha terminado así? ¿Eh?
—De acuerdo, me comprometo a contártelo todo, pero no aquí.
—Está bien. Seguidme.
Adam prácticamente gruñó impaciente cuando les condujo hasta una sala
cercana a la habitación de Ellie, que en el poco tiempo que llevaba allí se
había dado cuenta estaba en desuso.
En otro momento, Adam habría apreciado las increíbles vistas que tenía,
pero en ese, se limitó a observarles tomar asiento en los sillones que había
desperdigados. Mientras tanto él se quedó de pie, con los brazos cruzados,
expectante.
—¿No vas a sentarte?
—No. Soltadlo todo ya.
—Vale. Antes de nada, quiero que quede claro que lo que le ha sucedido a
Ellie ha sido un terrible accidente con el que no contábamos.
—Al cuerno con eso, explícate mejor. ¿Quién coño le ha hecho esto?
—Bueno, para que lo comprendas mejor, debes de saber que empezamos a
trabajar con Ellie después de que la despidieras.
—¿Dónde la encontrasteis?
—Estaba trabajando en un foodtruck en Nueva York. Ethan tuvo que tirar
de contactos hasta dar con ella.
Adam se llevó una mano a la sien, intentando procesar lo que le estaban
contando.
—¿Por qué?
—Porque la necesitábamos.
—¿Para qué?
En ese momento, tanto padre como hijo intercambiaron una mirada
evidentemente incómodos. Adam perdió la paciencia y volvió a preguntar:
—Simon, ¿para qué?
—Porque ella te importaba.
—¿Cómo?
—La convencimos para que trabajase para nosotros, prometiéndole una
mejor educación para sus hermanos y un futuro prometedor para ella.
—¿A cambio de qué?
—De que nos ayudase.
—¿A qué?
—Ya lo sabes.
Aquel que acababa de intervenir era Ethan. Adam le prestó toda su
atención.
—No, no lo sé.
—Sí, lo haces. Ellie te lo dijo, pero no la creíste.
Al escucharle pronunciar esas palabras, Adam cayó en la cuenta de
inmediato y, conmocionado, tomó asiento en la silla más cercana.
Dos años antes, durante la junta en la que la despidiera, Ellie había tratado
de advertirle sobre el señor Brown. Le había asegurado que estaba detrás del
sabotaje a los hoteles. Según Ellie, John Brown, quien era un padre para él, se
había encargado de manchar la imagen de la familia Henderson. Sin
embargo, esa idea era tan absurda como improbable.
—No será posible…
—Sí, la necesitábamos para ayudarnos a desenmascarar a John Brown, el
padre de Luke.
—¡¿Vosotros la metisteis esa idea en la cabeza?!
—No es ninguna idea, Adam. Lo que te contó Ellie es muy real. Entiendo
que en ese momento no la creyeras, porque bueno, te sentías traicionado, pero
no mentía cuando intentó prevenirte.
—Cuando nos contó que te había advertido de ello, nos preocupó cómo
eso podría afectarte.
Adam todavía no lograba digerir lo que le estaban contando, aun así,
necesitaba saberlo todo.
—¿Por qué?
—Desde hace unos años venimos sospechando de algunos movimientos
sospechosos que ha hecho el señor Brown con las cuentas de la compañía,
pero no fue hasta que no se presentó ante ti para comunicarte lo de los
posibles accidentes en el resto de los hoteles que nos alertamos.
—¿Cómo?
—Verás Adam, llevamos dos años recabando pruebas que demuestran que
el señor Brown se encuentra envuelto en asuntos turbios con la compañía.
Tenemos razones más que suficientes para creer que ha estado mucho tiempo
planeando cómo destituirte.
—Pero eso no puede ser posible, Simon. John es el padre de Luke, he
crecido con esa familia. Es el mejor amigo de mi padre, al igual que Luke es
el mío.
Simon compuso una mueca, que ocultó con rapidez en una expresión
descifrable.
—No te confundas, Adam. Hay cosas que no conoces del pasado del señor
Brown y que te serán reveladas a su debido tiempo.
—¿Luke lo sabe?
—Desde hace muy poco.
Desconocía cuándo se habría enterado en realidad, pero todavía no le
habría escrito. No obstante, otra duda le atenazó.
—¿Y mi padre?
—Sí, le hemos enviado todas las pruebas que hemos encontrado hasta
ahora.
—¿Cómo las habéis conseguido?
—Algunas fueron recabadas por investigadores que pusimos y otras nos
las ha proporcionado el sujeto que puso a Ellie en ese estado.
Adam se puso en pie, ante la mención del desgraciado que se había
atrevido a golpear a Ellie.
—¿Dónde está? —bramó colérico—. ¿Quién es? ¡Lo quiero entre rejas!
¿Me escucháis? No me importa lo que tengáis que hacer para eso, pero quiero
a ese hijo de puta en la cárcel.
—Tranquilo, Adam. Lo han detenido hace unas pocas horas, le
encontraron gracias al localizador que tenías en el coche y que tan
juiciosamente proporcionaste a la policía. Después de presionarle un poco ha
accedido a testificar y nos ha dado pruebas que nos faltaban para terminar
con el asunto de la junta de un plumazo.
—¡Mi puesto me importa una mierda! Quiero a ese cabrón preso y con la
pena más alta que se le pueda dar.
—Me temo que eso no va a ser posible, Adam.
—¿Cómo qué no? ¡Vosotros no habéis visto cómo ha dejado a Ellie! ¡No
se merece ni vivir después de lo que le ha hecho!
—Lo sabemos, pero ha accedido a colaborar precisamente porque le
hemos ofrecido un trato.
Adam no podía creer lo que escuchaban sus oídos. Quizás con el ruido del
incendio había perdido un poco de audición, porque de lo contrario no tenía
ningún sentido lo que le estaban diciendo aquellos dos.
—¿Trato? —repitió asimilándolo. La palabra sonaba rara en su boca,
después bramó— ¡¿Le habéis ofrecido un trato?!
—Sí.
—¿Cómo os atrevéis a darle una oportunidad para reducirle la condena?
¡Ha estado a punto de asesinar a Ellie!
—Lo sabemos, Adam, y recibirá su castigo correspondiente.
—¡Y una mierda! Sabéis bien que van a quitarle unos añitos de encima
con lo que le habéis ofrecido.
—Cálmate, muchacho. Lo hemos hecho por un bien mayor. Este hombre
aparte de ser la mano ejecutora también simboliza la pieza clave que nos
puede aportar pruebas contundentes para que el verdadero culpable de todo
esto pague de una vez por todas.
—¡Eso me importa un bledo! ¿Acaso no entendéis lo que habéis hecho?
¿Cómo habéis consentido que una mujer inocente, sin entrenamiento alguno,
acabase intentando detener a un sicario? Pretendéis que comprenda, ¿qué?
¡Lo que habéis provocado es una locura! Por vuestra culpa casi pierdo a Ellie,
joder.
—Ella no tenía que seguirle.
—¿Cómo dices, Weiss?
—No tenía que seguirle, maldita sea —masculló Ethan—. Debía regresar
su habitación y relajarse, tal y como le indiqué, pero me desobedeció.
—¿Qué? ¿Y por qué coño le diste ese collar?
—Porque quería protegerla y no podía estar con ella, ya que estaba
buscando al tipo ese por todo el hotel. No sé cómo sucedió, pero Ellie se lo
encontró en los ascensores y le reconoció.
—¿Le reconoció? ¿Le había visto antes?
—Sí, era el tipo que se encontró en París.
—¿Qué Ellie se topó con un sicario a sueldo en París?
—Ella no lo sabía entonces, lo descubrió después. Durante la fiesta en la
que nos conocimos y tú nos viste bailar juntos. Esa noche Ellie escuchó una
conversación entre Brown y su socio. De acuerdo con lo que me contó ella,
no le había relacionado con el mismo hombre con el que se encontró en París
hasta que no le vio en el ascensor.
Al seguir el hilo de la narración, Adam se enfadó. De modo que Weiss
sabía que había un hombre peligroso por el hotel y en vez de encargarse por
sí mismo o decirle algo a él, había puesto a la joven en peligro. No podía
aceptarlo.
—¿Y no la detuviste?
—¡¿Crees que no lo intenté?! ¡Se lo repetí mil veces! Pero no sirvió de
nada, ella parecía empeñada en terminar con eso.
—¿Por qué?
—¡Por ti, idiota! —acusó Ethan irritado—. ¿Sabes lo mucho que le
importas? Todavía es algo que no me explico, porque a pesar de lo bastardo
que fuiste con ella despidiéndola y humillándola, todavía quiso protegerte,
poniendo en juego su propia vida.
Esas palabras supusieron como un jarro de agua fría para Adam, quien,
afectado, retrocedió un paso. ¿Ellie se había puesto en riesgo por él? Durante
su última conversación, la joven le había dicho que le amaba, pero había
información que no podía contarle.
—¿Vosotros la obligasteis a ocultarme las cosas? ¿Verdad?
—Sí, según nuestro plan no podías enterarte hasta que no reuniéramos las
pruebas suficientes.
—¿Por qué no?
—¿Nos habrías creído? —espetó Ethan—. ¿Al igual que hiciste con ella?
—No solo eso, Adam. Nos preocupaba que si te enterabas fueras a pedirle
explicaciones a John o a Luke.
—¿Por qué?
—Porque llevábamos varios años de investigación, antes de que Ellie se
reuniera a nosotros y si tú lo destapabas cabrían dos posibilidades y ninguna
era buena.
—¿Cuáles?
—O bien podía ponerse nervioso y tomar represalias, llegando a dañarte o
bien eliminar todo su rastro, y entonces sería imposible desmontarle.
—Sí, no ha sido fácil reunir todo lo que necesitábamos. Hasta ahora había
sido muy cuidadoso, no teníamos ninguna prueba que no fuera circunstancial
para exponerle. Salvo cuando Ellie fue expuesta.
—Sí, a partir de ese día, las acciones cayeron y, ante la inestabilidad
empresarial de tu precaria gestión, John comenzó a mover los hilos y se
volvió un poco más descuidado. Comenzó metiendo cizaña en el señor
Sullivan.
—No puede ser. Y si es así, ¿qué pinta Ellie en todo vuestro enrevesado
plan?
—Sabíamos que, en algún momento de los siguientes años, John se las
ingeniaría para que en la junta se propusiera tu destitución, así que
necesitábamos que cuando eso sucediera, se generase una distracción lo
suficientemente poderosa como para que se te pudiera dar otra oportunidad.
—Por eso la contratamos. Después de cómo acabó la última reunión en la
que la despidieras, sabíamos que su regreso y, para colmo como accionista,
despertaría controversia en la empresa.
—¿Cómo consiguió las acciones del señor Morgan? No la tenía en gran
estima a causa de lo de su currículum falso. Fue uno de los accionistas que
más la increparon.
—Sí. Verás, tú no lo sabes porque eres demasiado joven, pero George y yo
fuimos amigos en nuestra juventud. La gente desconoce este dato porque
pasamos por un… digamos bache temporal, aunque con los años
conseguimos solucionarlo. Los meses previos a su defunción, estuvo
reuniéndose con Ethan para abordar esta cuestión.
—Sí, como tú has señalado, no apreciaba a Ellie. Ni entendía por qué tenía
que venderle sus acciones, hasta que no le contamos toda la situación.
—¿Y accedió?
—Oh, sí. Ya sabes cómo era. No le gustaban las empresas inestables y tú
habías convertido la tuya en el modelo perfecto de lo que él tanto aborrecía.
Después de enterarse de lo que planeaba el señor Brown y de contarle el plan
que habíamos trazado, accedió a cedérselas a Ellie a cambio de sacar una
buena tajada.
—Siempre he sospechado que él sabía que le quedaba poco tiempo, ¿a que
sí, padre?
—Supongo.
—Un momento, pero ¿de dónde se obtuvo el dinero para comprar esas
acciones?
—De nuestro fondo personal, por supuesto.
Adam recordó los datos que le había proporcionado la señorita Martin esta
tarde antes de partir a su reunión con el señor Awad.
—Pero si era accionista desde hace un año antes de presentarse
oficialmente en la junta, ¿por qué no me enteré de eso?
—Porque me las ingenié para darle la carta a tu secretaria cuando sabía
que tendrías la suficiente cogorza encima como para no enterarte de nada de
lo que estabas firmando. Por esa época, pudimos observar que habías
adquirido ese hábito tan peculiar.
—¿Qué?
—No podíamos permitirnos el lujo de que te dieras cuenta de eso antes del
momento propicio. Además, también teníamos que preparar a Ellie.
Con eso sus sospechas iniciales quedaron confirmadas. No obstante, le
llamó la atención la última parte de la frase.
—¿Cómo preparar?
—Tenía que volver a estudiar o ningún accionista aceptaría la propuesta
que realizó en la junta, y necesitábamos que lo hicieran para acorralar a
Brown en las Vegas.
—Queríamos que se sintiera presionado para que actuara de forma
precipitada, se expusiera abiertamente y así pillarlo.
—¿Cómo pretendíais hacer eso?
—Poniéndole contra las cuerdas. Si después de todo lo que se había
esforzado para conseguir subirte a la palestra, su objetivo podía peligrar ante
la posibilidad de conseguir mejorar el hotel de las Vegas y cerrar el acuerdo
multimillonario con Awad que tanto llevabais persiguiendo, suponíamos que
se pondría nervioso y que en algún momento se volvería descuidado, como,
por ejemplo, mandando incendiar el hotel.
—O saboteando el ascensor en el que iban Ellie y Awad.
—Lo de la piscina también fue idea suya, según el sujeto al que
interrogaron.
—Vamos a ver, ¿estáis queriendo decirme que lo del ascensor no fue un
accidente y que aun sabiéndolo permitisteis que Ellie lo persiguiera?
El final de la frase fue pronunciado en lo que se asemejó a un rugido.
Ethan tomó la palabra.
—Ya te he explicado que Ellie no debía de seguirle. Desobedeció mis
órdenes directas.
—¡Me da igual! ¡La habéis usado! Os habéis aprovechado de una mujer
que tenía una familia que mantener para conseguir vuestros objetivos.
—No tuvimos otra opción, Adam —agregó Simon—. John se ha dedicado
durante estos últimos años a menoscabar y desprestigiar tu imagen pública.
Llegó un punto en el que cerrar contratos como el que firmaste con Awad
estaba comenzando a resultar complicado. Nadie quiere esa clase de director
al mando de una empresa millonaria.
—Aun así, no lo entiendo, hasta ahora todo lo que habéis mencionado
parecen son simples daños. ¿Pero esto? ¿Hacer explotar un coche?
¡¿Incendiar un garaje para quemarla viva?! ¡Qué demonios!
—De acuerdo con el socio de John recibió la orden por la mañana.
Adam relacionó la secuencia temporal con los hechos de inmediato. Su
cabeza iba a toda velocidad. Nada más aterrizar en las Vegas, había
aprovechado un momento en el que Ellie había ido al baño para informarles
de todo.
—La videollamada…
—Sí, agitaste el avispero. Tu acuerdo con Awad le enloqueció, sabíamos
que en cuanto se enterase de ello se volvería imprudente, así que le exigió
causar verdaderos estragos no solo a las infraestructuras sino también al
departamento de seguridad del hotel. Tenemos la certeza de que su objetivo
no es que muriese nadie, por eso decidió que el incendio tuviera su origen en
la parte baja, de manera que se pudiera sofocar sin que hubiera personas
cerca.
—Por supuesto, también le convenía mucho el lugar, pues al tratarse de tu
aparcamiento privado, la responsabilidad caería directamente sobre tu
persona, acelerando aún más el proceso.
—¿Os estáis escuchando? ¡Sois unos psicópatas ahí conspirando entre las
sombras! —acusó Adam incrédulo, y después señaló hacia la salida—.
¿Tanto os gustan las posibilidades? Pues bien, yo os daré una que parecéis no
haber contemplado. ¿Qué creéis que hubiera pasado con esos niños si su
hermana hubiera muerto en ese incendio? ¡¿Eh?! ¿Cómo pensabais
responsabilizaros de ellos?
—Nuestro objetivo, como tú lo llamas, era ayudaros a ti y a tu padre —
escupió Simon—. Vosotros eráis mi prioridad. Por supuesto que me
arrepiento en lo más hondo de lo que le ha sucedido a Ellie, pero llevo casi
toda mi vida trabajando para la familia Henderson. Me ayudaron cuando más
lo necesitaba y aunque haya tenido mis diferencias con ellos en el pasado, no
podía consentir que ese chupóptero de Brown se aprovechase de las
circunstancias.
—Padre.
—Está bien, Ethan.
Ansioso, Adam se pasó la mano por el pelo.
—Mira, te agradezco tus buenas intenciones, Simon y la lealtad que
pareces profesarle a mi familia, de verdad, pero con vuestra imprudencia
habéis provocado que el amor de mi vida vuelva a exponerse a una situación
tan traumática, que ni los doctores saben si podrá despertar ni en qué
condiciones lo hará. Solo por eso, no puedo perdonaros a ninguno de los dos.
Ahora, si me disculpáis, tengo dos adolescentes de los que responsabilizarme.
Sin dejarles tiempo a agregar nada más, Adam abandonó la sala
sintiéndose todavía más estresado que cuando había entrado a ella, aunque no
sin antes dar un portazo, que evidenció lo que pensaba sobre la gestión de
aquellos dos.
***
Al día siguiente, una de las auxiliares despertó a Adam, que se había
dormido en la silla, apoyando medio cuerpo sobre la cama de la joven
paciente. Se sentía destrozado. Había pasado una noche horrible, en la que le
había costado pegar ojo. Temía cerrar los ojos y que Ellie despareciera en
cualquier momento o que la máquina que indicaba sus constantes vitales
comenzase a pitar de forma continuada. Todas esas preocupaciones y miedos
estuvieron atosigándole durante toda la madrugada. No supo bien, cuándo se
quedó dormido, pero sí el sentimiento de desazón que le había embargado al
tener que enviar a los niños a uno de los hoteles en compañía de su secretaria
y la señora Weiss.
Mientras se encargaban de la limpieza personal de Ellie, Adam aprovechó
a ir a por un café. Ya había salido el sol y no quería volver a dormirse, por si
cupiera la posibilidad de que Ellie despertase y se encontrase sola en aquella
inmensa habitación aséptica.
Estaba abandonando la estancia, cuando asistió a una escena surrealista.
Todos sus músculos se pusieron rígidos y en alerta. Sus padres estaban
acercándose por el pasillo hacia la habitación. Adam frunció el ceño,
preocupado. La última conversación que tuviera con ambos, le había dejado
claro que tanto Noah como Olivia no tenían un buen concepto sobre Ellie.
Entonces ¿qué hacían ahí?
Su madre le había contactado por teléfono al enterarse de la noticia, pero
no imaginó que se presentasen allí y menos tras asegurarle que él apenas
había sufrido daño alguno.
Sin embargo, ahí estaban de todas maneras. Nada más reparar en él y su
aspecto devastado, Olivia Henderson aceleró el paso y, al alcanzarle, lo
primero que hizo fue tomarle de la mano y apretársela.
—¡Oh, Adam! Cariño…
El pelirrojo conocía a su madre, no era una mujer que fuera proclive a las
muestras desmesuradas de afecto. De modo que aquel pequeño gesto,
significaba mucho para ella.
—Adam.
El semblante de su hijo se endureció, intranquilo porque pudieran decirle
algo malo nuevo de Ellie. Esta vez no pensaba callarse, si se oponían a la
relación que tenía intención de iniciar con ella, deberían vérselas con él.
Ambos se amaban y eso era razón más que suficiente para estar juntos, nadie
más tenía que meterse en sus asuntos.
—Padre.
—¿Cómo estás, hijo? —preguntó su madre observando las ojeras
acentuadas y la camisa arrugada, además, la pernera del pantalón estaba un
poco chamuscada— ¡Tienes un aspecto desastroso! ¿Te has cambiado de
ropa si quiera? ¿Has desayunado ya?
Adam dirigió un breve vistazo a su atuendo. Había rechazado la oferta de
su secretaria para abandonar la habitación de Ellie y cambiarse. No quería
hacer nada más que quedarse sentado en esa silla a esperar que la joven
despertase, porque tenía que hacerlo. No estaba seguro de que pudiera
soportar mucho más ese calvario.
Omitiendo la cuestión acerca de su atuendo, respondió lo primero que se
le pasó por su mente embotada.
—Iba a por un café.
—Te acompañamos.
—Sí, tenemos que hablar contigo en privado.
Ante esas palabras, Adam se alertó aún más, temeroso de que le plantearan
el tema que se había imaginado nada más haberles visto aproximarse. Si iban
a hacer eso, él no se encontraba en el mejor estado emocional para
responderles con educación y respeto.
Adam les condujo hacia la sala de máquinas expendedoras. La auxiliar le
había indicado que ahí podría encontrar la taza de café que tanto necesitaba.
Tras haberles preguntado si querían uno también, sus padres negaron y
tomaron asiento en las mesas cercanas, mientras esperaban a que la máquina
automática terminase de prepararle el café solo que había seleccionado.
Después, Adam tomó una respiración profunda y, con el vaso de papel en
la mano, se dirigió con determinación hacia ellos. Como no estaba para
andarse con rodeos, planteó abiertamente la cuestión.
—¿Por qué habéis venido?
—Me tenías preocupada, Adam. Te escuché fatal por teléfono. Todo esto
es una barbaridad, lo que le ha pasado a esa muchacha….
Adam advirtió un gesto que no logró identificar en la expresión de su
madre. Poniéndose a la defensiva, espetó:
— Si habéis venido a darme vuestros motivos sobre por qué no os gusta
Ellie, desde ahora os sugiero os los ahorréis.
—¡Adam! ¿Cómo puedes pensar eso después de todo lo que ha ocurrido?
¿Qué imagen tienes de nosotros?
—Olivia, tranquilízate, es normal que esté preocupado. Recuerda lo que
hemos hablado viniendo hacia aquí.
Su madre echó un vistazo a su padre durante un segundo y asintió
conforme.
—Sí, tienes razón —concedió, a continuación, se dirigió a su hijo y le
acarició el reverso de la mano—. Adam, entiendo que esto es una situación
complicada para ti, me equivoqué atosigándote para que volvieras con Sasha.
Yo… de verdad creía que esa muchacha estaba tratando de aprovecharse de
ti. Tu padre y yo te dimos esa educación, porque conocíamos el buen corazón
que tienes y temíamos que alguien pudiera aprovecharse de ti, pero tras
habernos enterado de lo que esa chica hizo por ti… Siento no haberlo visto
antes… Eres mi hijo y yo… yo solo quería lo mejor para ti.
—Lo que tu madre quiere transmitirte, es que nos sentimos muy
agradecidos con la señorita Hawk.
—Ellie.
—¿Cómo dices?
—Se llama Ellie. Espero que vayáis acostumbrándoos a su nombre,
porque con lo que tengo planeado hacer probablemente tendréis que dirigiros
a ella por él.
Sus padres le contemplaron expectantes, más al entender el significado
que subyacía en esa frase, ambos intercambiaron una mirada conocedora y
Noah retomó su discurso.
—Esto que ha hecho Ellie por nosotros es impagable, y más aun teniendo
en cuenta el pasado que le une a nuestra empresa
—Estoy de acuerdo con tu padre, no solo ha salvado nuestra empresa, sino
que según lo que nos contó Simon, arriesgó su vida por ti. Para nosotros, eso
vale más que cualquier apellido.
—Mirad, si os soy sincero, ahora mismo no me interesa nada de la
empresa ni de nuestro apellido.
—Adam…
—Y no pienso pensar en esas cuestiones hasta que Ellie no despierte de
esa maldita cama.
—Pero…
—En la actualidad, lo único que me preocupa es que vuelva en sí y que se
recupere sin ninguna secuela.
—Lo entendemos, hijo.
—Entonces, solo me queda añadir algo más, porque a partir de ahora y
una vez Ellie haya recobrado la consciencia, no pienso volver a tratar este
tema.
—Dinos.
—La amo, sé que vosotros esperabais que me uniera a una mujer
adinerada, que estuviera a la altura y todo eso. Probablemente, para vosotros
Ellie representa todo lo opuesto a lo que me habéis inculcado, es divertida,
amorosa, amable, leal, directa y tiene un carácter del demonio cuando la
molestas. No puedo seguir postergando mis sentimientos. Quiero a esa mujer
como nunca he ansiado nada, y ¿sabéis lo más gracioso de todo? Que después
de todo lo que la insulté, desprecié y humillé, misteriosamente ella también lo
hace conmigo.
—Ay, Adam…
—Esto os lo cuento porque en cuanto se despierte de nuevo pienso pedirle
que sea mi compañera y, os aseguro que no va a ser una relación esporádica.
Estoy determinado a compartir todo lo que tengo y lo que soy con ella.
Quiero pasar el resto de mi vida a su lado, y que, si ella así lo desea, no solo
sea mi mujer, sino la madre de mis hijos. Conozco muy bien vuestra opinión
sobre ella. No me importa, siempre y cuando no se lo hagáis saber a partir de
ahora, porque si me entero de que, aunque sea una vez, la habéis hecho sentir
incómoda por sus orígenes, entonces dejaré de ser el hijo obediente y juicioso
que conocéis. Os quiero y respeto porque sois mis padres, pero si no sois
capaces de aceptar a la mujer que he escogido, entonces sintiéndolo en el
alma me vais a perder, porque como me deis a elegir, estoy dispuesto a
dejarlo todo por ella sin pensármelo dos veces.
—Adam, estamos en deuda con ella por siempre.
—Sí, no vamos a interponernos más. Solo, por favor, no vuelvas a ir a la
deriva.
Adam experimentó un alivio descomunal, al menos había conseguido
quitarse un peso de encima en lo relativo a ese asunto. De todas formas, los
mantendría vigilados hasta constatar que Ellie se sentía verdaderamente
integrada en su familia.
—Está bien, madre.
Olivia aprovechó que el ambiente entre ellos se había distendido, para
poniéndose de pie, agregar:
—Bueno, como supongo que tendréis cosas de las que hablar, me retiro,
mientras tanto iré a atender a mi futura hija.
Con aquella palabra, Adam se emocionó y le brillaron los ojos con ilusión.
Su madre tenía la intención de aceptar a Ellie. Para su sorpresa, Olivia se
inclinó y le depositó un suave beso en la cabeza antes de perderse caminando
con elegancia por el pasillo.
En cuanto se quedaron a solas, Adam se dirigió a su padre. Noah se
reclinó en la silla y por primera vez le mostró a su hijo el cansancio y pesar
con el que cargaba desde que se hubiera enterado de todo.
—Creo que va siendo hora de que te dé algunas explicaciones, ¿no?
***
Adam vivió los siguientes dos días como si se hubiera desprendido de su
cuerpo. Bajo obligación de su madre se habría duchado y cambiado de ropa,
pero aparte de eso, no dejaba la habitación de Ellie ni para comer. Cada vez
que llegaban los niños siempre eran traídos por la madre de Weiss para pasar
toda la tarde con su hermana.
El pelirrojo los vio llorar más veces de las que le hubiera gustado y en
algunas de ellas intentó consolarles hasta donde le permitieron. Entre los tres
se había establecido un clima de respeto y comprensión mutuas que tenían su
inicio y su final en la misma persona que les unía: Ellie.
Ethan también había intentado acceder a la habitación, al principio se
había negado, pero después, tras hablar con su padre y que le esclareciera
algunas cuestiones, había acabado cediendo con resignación a sus insistentes
peticiones. Intuía que era lo que Ellie habría querido y, aunque todavía no le
hubiera perdonado por ponerla en ese riesgo, el doctor le había advertido que
estaba bien que le hablasen sus seres queridos. Ellie le había dicho que le
quería como un familiar, así que, si eso le servía para ayudarle en su proceso
de recuperación, Adam lo aceptaría con gusto.
Aquella tarde la señora Weiss se llevó a los niños a merendar a la cafetería
del hospital y Adam se quedó una vez más en la habitación. De repente,
llamaron a la puerta y Adam se giró extrañado. No esperaba visita y los
enfermeros solían entrar y salir sin tocar.
—Adelante.
En cuanto la puerta se abrió, Adam contuvo la respiración, removiéndose
todas sus emociones.
—Adam…
Contempló al hombre castaño vestido de negro, que no podía sostenerle la
mirada. Le había escrito mil veces y apenas le había contestado.
—Luke, ¿qué haces ahí? Pasa.
—Yo…
—Entra.
Adam se puso de pie y, haciendo un gesto con la mano, le animó a
acercarse. El castaño se aproximó con indecisión.
—Enzo y yo estábamos preocupados, Luke.
—Sí… yo… No sabía cómo debía contestaros, tuve que procesarlo todo
—comentó decaído, después al ver la cama, agregó con urgencia—. ¿Cómo
está?
El pelirrojo agachó la cabeza, luchando con sus emociones para no echarse
a llorar delante de su amigo. Esa pregunta le destrozaba por dentro.
—No lo saben….
—¿Cómo qué no?
—No, no ha tenido mejoría…. No están seguros de si despertará. Han
hecho todo lo posible.
—Estoy seguro de que lo hará. Es una guerrera, no permitirá que le
separen tan fácilmente ´de sus seres queridos.
—Eso espero, Luke, porque sin ella no me veo capacitado para seguir
adelante. La necesito.
—Adam, te juro que ni yo ni mi hermana sabíamos nada.
Adam le estudió con tristeza. Su amigo parecía miserable, se había dejado
barba cuando los dos últimos años Luke solía afeitarse y tenía dos medias
lunas bajo los ojos.
El pelirrojo estaba al tanto de lo mucho que había admirado a su padre. Si
no le hubiera conocido como lo hacía, nadie habría podido deducir que uno
de los más afectados de toda la situación había sido él.
—Lo sé.
Esa frase bastó para que Luke se derrumbase ante él.
—Lo siento por todo. Dios, todavía no comprendo por qué si necesitaba
ayuda, no acudió a nosotros, cómo es que no nos avisó de nada. No sé cómo
gestionar todo esto, te prometo que por mucho que analizo cada fotografía y
documento, aún no puedo creerlo. ¿Cómo pudo hacerte esto a ti? —preguntó
con la voz rota y después dirigió su atención hacia la cama—. ¿O a ella? Si
tan solo lo hubiera visto a tiempo, Ellie no estaría en ese estado….
—Está bien, Luke. Tú no tienes la culpa de nada. De tenerla alguien, ese
sería yo.
—¿Tú?
—Por no haberla creído en su día o haberla dejado marchar sin solucionar
las cosas. No tendría que haberla dejado sola en el hotel, así no habría tenido
que ponerse en peligro por la jodida empresa. Si no despierta, nunca me lo
perdonaré.
—Tampoco es tu culpa, Adam, no podías saberlo y, además, Ellie tomó
esa decisión por ti.
—Justo por eso. ¿No le demostré suficientes veces que nada de eso me
importaba ya? ¿Acaso no dedujo que con su exposición innecesaria estaba
arriesgando lo más valioso que tenía?
—No deberías convertir su sacrificio por amor en una condena, Adam. Un
acto de amor tan grande es un regalo y, conociendo a Ellie, con toda
probabilidad te diría que solo tú puedes estar regañándola por salvar tu culo
amargado estando ella inconsciente.
—¡Luke!
—¿Qué? Solo deduzco sus posibles palabras.
Ambos se estudiaron en silencio, Adam solo esperaba que su amistad no
se viera dañada por eso.
—Amigo… lamento lo sucedido. ¿Te han dicho qué es lo que va a pasar
ahora con tu padre?
—Supongo que ya sabes que le detuvieron cuando intentaba huir después
de que Noah lo expusiera ante la junta… Ahora está encerrado por riesgo de
fuga. Tengo entendido que le han embargado todas las cuentas y que tanto él
como sus cómplices han sido detenidos.
—¿Qué harás ahora?
—No lo sé. Todavía no hay fecha para el juicio, pero creo que no puedo
quedarme a verlo. Seguramente me aleje un tiempo de la empresa y de todo
este mundillo.
—¿A dónde irás?
—No lo tengo decidido, quizás a Croacia o Grecia.
—¿De verdad?
—Sí, desde que vi tu nuevo tatuaje, oye como que me han dado ganas de
visitarlo.
En seguida se dio cuenta de que el castaño trataba de cambiar de tema,
camuflando el dolor que sentía con humor. Aquello no podía negárselo,
porque desconocía cómo reaccionaría él, si alguna vez se encontrase en su
tesitura. De modo, que, siguiéndole el juego, Adam gruñó.
—¿Qué pasa? ¿Ahora te burlas de mí? ¿Estás sustituyendo la ausencia de
Enzo?
El castaño suavizó su semblante.
—Madre mía, hasta que por fin has podido aceptar tus sentimientos, ¿eh?
No he conocido a dos personas tan cabezotas como vosotros. Bueno, quizás
sí… Esos otros dos idiotas. Pero, regresando al tema que nos compete,
contéstame, no se lo has dicho, ¿verdad?
Adam se rascó la cabeza, sin saber dónde meterse. Menos mal que Ellie
estaba dormida, porque no estaba seguro de su reacción si se enteraba de eso.
—Eh… ¿El qué? ¿Lo que siento?
—No creas que no lo sé, Enzo me tradujo su significado.
El jodido italiano. Lo mataría en cuanto lo viera, ese desgraciado no hacía
una buena. Vale que fuera políglota y tuviera una obsesión enfermiza con los
idiomas, pero podría ahorrarse la información privada. ¿Desde cuándo era
una cotilla de barrio bajo?
—No me digas…
—¿Te has tatuado su nombre de verdad? No sabía que en el fondo eras un
romántico.
—Yo tampoco.
Una repentina voz agrietada les obligó a girarse hacia la cama, dejándoles
atónitos. Ellie había despertado y les contemplaba con los ojos entrecerrados
todavía adormilada. El pelirrojo se aproximó de inmediato.
—¡Ellie!
A Adam no le salían las palabras, le cogió de la mano, conmocionado. La
angustia que se había instalado durante esos días infernales en su pecho se
mitigó y experimento una oleada inmensa de alivio. La joven le contempló
con cariño, cuando la vio tratar de quitarse la mascarilla, la preocupación se
adueñó de su cuerpo.
—Mi amor no te muevas, ¿puedes respirar bien? Oh, Dios mío, menos
mal, maldita sea, recé a todos los dioses de las diferentes religiones
existentes. Me aterraba que no fueras a despertar.
—No creo que pueda movilizarme mucho con todos estos cables…
—Voy a llamar a la enfermera.
Mientras Adam tocaba el timbre, Luke se acercó a la cama con lentitud.
—Hola, bella durmiente.
—Hola, tú —saludó Ellie sonriendo con debilidad—. Gracias por venir.
Como ves todavía no me he muerto.
—¡Ellie! —exclamó Adam aterrado—. No digas eso ni de broma, por
favor. ¿Sabes el susto que nos has dado a todos?
Luke aprovechó para salir de la estancia en silencio con el objetivo de
avisar a los demás, mientras tanto, Adam le realizó la pregunta más temida.
—Sí, lo siento….
—No, no te disculpes, cariño. No sabes cuánto me alegro de que te hayas
despertado.
—Tú… ¿recuerdas todo?
Cuando iba a darle una respuesta, la puerta se abrió de un golpazo y
entraron todos. Los hermanos de Ellie se lanzaron corriendo sobre la cama
con lágrimas en los ojos.
—¡Ellie!
La muchacha les rodeo con los brazos a duras penas, recibiendo su abrazo,
al tiempo que les acariciaba el cabello.
—Mis niños…
—Chicos, no atosiguéis a vuestra hermana, que se acaba de despertar —
aconsejó la señora Weiss, siguiéndoles hasta situarse detrás de ellos.
—Eso. Tened cuidado, aún está débil —indicó Simon.
Luke se estaba yendo, cuando observó a Weiss atravesar el umbral como
si fuera un rey.
—Sabes que tú y yo tenemos que hablar ¿no? —comentó Weiss
adentrándose en el interior, a lo que Adam le dirigió una mirada amenazante
—. Bueno, si tu pitbull quiere, claro.
—Cállate, Weiss.
Ellie contempló el aspecto de Ethan. Tenía el brazo vendado y le habían
puesto un cabestrillo. Todavía evidenciaba algunas quemaduras superficiales.
Sin embargo, vestía ropa de calle, por lo que no debían de haberle ingresado.
—Madre mía, Ethan, quedaste peor que yo y eso que a mí me dio de lleno.
—Si estoy mejor que tú, tonta. Solo me hice unos rasguños de nada.
—¡¿Y el brazo?!
—Este fue el resultado de mi intento por derribar la puerta, tranquila, es
una fractura simple y una quemadura sin importancia en los dedos, estoy
bien, de verdad. Me alegro tanto de que estés despierta.
La joven experimentó un sentimiento de culpabilidad por haber tomado
esa decisión tan impulsiva, pues ahora podía darse cuenta de que no solo
había salido afectada ella, sino también sus seres queridos. De repente, Ellie
se percató de una cuestión aún más importante que quedaba por resolver, por
lo que, alarmada, demandó saber:
—¿Qué ha pasado con Jayden? ¿Le tenéis?
Ethan iba a contestar, pero fue interrumpido por Adam.
—Ya te contaremos con más detalle en otro momento.
—Ellie ¿cómo se te ocurre cometer esa sandez de seguir tú sola a un
psicópata? —demandó saber Ada resentida—. Después te atreves a
regañarme a mí. ¿Qué es lo que hubiera hecho si algo te hubiera pasado? ¿eh?
Me habría quedado sola con este enclenque porrero.
—¡Oye! ¡Serás bruja! —se quejó el pequeño y se dirigió a la mayor,
abrazándola con más fuerza—. Ellie, por favor, no vuelvas a hacernos esto
otra vez…
Ellie se sentía una desgraciada por haber puesto en esa tesitura a sus
hermanos.
—Siento haberos asustado, chicos.
—La buena noticia es que Chris me ha prometido que, si despertabas, se
dejaría de meter en peleas.
—¡Ada!
La joven miró a su hermano pequeño, quien bajó la cabeza, avergonzado.
—¿Desde cuándo te has envuelto tú en otra pelea? ¿Eh?
—¿Qué está pasando aquí?
Ante la voz repentina, todos se giraron hacia el doctor y la enfermera que
acababan de entrar a la habitación.
—No puede haber tanta gente aquí, por favor, desalojen la habitación.
Tenemos que comprobar el estado de la paciente.
Casi todos obedecieron y salieron al pasillo. A excepción de Adam, que se
quedó junto a la cama como si la cosa no fuera con él. El doctor alzó una
ceja.
—Sin excepciones.
—¿Qué? ¿Yo también?
—Sí.
—Pues no habrá donación millonaria al hospital.
—¡Fuera he dicho!
Adam se marchó molesto y trató de quedarse en el umbral de la puerta
para echarle un último vistazo a Ellie. Al reparar en la actitud de rebeldía del
pelirrojo, la enfermera le cerró la puerta en las narices.
Tras un rato en el que estuvieron esperando sentados, el doctor y la
enfermera volvieron a salir y Adam se levantó, nervioso.
—¿Y bien?
—Todavía queda presencia residual de humo en los pulmones, de modo
que continuará con el oxígeno, le hemos puesto una sonda. Además, debe
quedarse en observación por el traumatismo unos días más. Tenemos que ver
cómo evoluciona su memoria durante este tiempo.
—Pero ¿está bien, doctor?
—En principio creemos que sí. Lo bueno es que ha recuperado la
consciencia y no parece mostrar lagunas, pero por si acaso nos gustaría
tenerla unos días más para descartar posibles efectos adversos.
—Muchas gracias, doctor.
—Ah, una cosa más ha pedido ver a sus hermanos —informó el doctor, y
al escucharle, ambos se precipitaron hacia la puerta, por lo que el hombre,
añadió—. Y por favor, intenten no acumularse tantos en la habitación, hay
pacientes que necesitan descansar y el ruido no les viene bien, incluida a la
señorita Hawk. De hecho, traten de que no se excite demasiado.
—De acuerdo, lo sentimos.
—Bueno, solo era eso. Si necesitan cualquier cosa o tienen alguna duda
más, no duden en consultarme.
—Vale, gracias.
Tras marcharse el doctor y la enfermera, y aprovechando que los
hermanos de Ellie tardarían un buen rato en hablar con su hermana, los
padres de Ethan decidieron ir a por un café. De tal manera que los únicos que
se quedaron en el pasillo fueron Ethan y Adam.
El pelirrojo se movía de un lado hacia otro nervioso, bajo el escrutinio
divertido de Ethan.
Estaba seguro de que el siguiente en entrar a ver a Ellie sería él, por lo que
tenía que prepararse. Ansioso, pensó en ir a comprarle flores, pero tendría
que descender hasta la entrada y seguro que le llamaban antes. No le daría
tiempo, calculó agitado.
Bueno, al menos trataría de adecentarse un poco, decidió reflejándose en
los vidrios de las ventanas y comenzó a arreglarse el pelo con el peine del que
a Ellie le gustaba burlarse.
—Madre mía, si estás hecho todo un pincel, Henderson.
—Menos bromas, Weiss.
En ese instante, escucharon unos pasos resonar por el pasillo y ambos
atisbaron a Luke caminando con rapidez. Entre las manos llevaba un ramo de
tulipanes blancos. Al alcanzarle, se lo tendió.
—Creo que vas a necesitar esto.
—Sí, sí. Gracias, Luke, justo estaba pensando en eso.
Con las manos metidas en los bolsillos, Ethan no pudo resistirse a soltarle
un comentario mordaz.
—Cualquiera diría que estás a punto de pedirle matrimonio.
—Tú mejor no hables, ya estoy al tanto de que la obligaste a fingir ser tu
pareja.
—¿Yo? —graznó Ethan dolido—. Yo no necesito obligar jamás, las
mujeres vienen a mis brazos por propia voluntad.
Adam se dio la vuelta y le encaró, contemplándole directamente.
— Te lo advierto Weiss, ni se te ocurra intentar nada más con ella.
—Madre mía, qué susceptible estás, muchacho.
—Y, además, si fuera por mí se lo pediría ahora mismo, pero estoy seguro
de que me rechazaría.
—Normal, hasta Bridget Jones te daría calabazas. Cualquiera te aguanta,
eres un amargado de mucho cuidado.
El pelirrojo le fulminó con la mirada.
—Pues no, idiota, es porque tiene dos niños a su cargo y querrá ir
despacio. Aun así, le pediré que se quede conmigo toda la vida, por lo que sí,
estoy nervioso. En mi situación ¿quién no lo estaría? —preguntó a nadie en
particular, después se dirigió a su amigo—. Luke, préstame tu camisa negra.
Nada más pedírselo, el castaño obedeció y comenzó a desabrocharse los
botones. Como el control de enfermería se hallaba cerca, hubo varias que se
le quedaron mirando con evidente deseo. Ethan le tapó con su propio cuerpo
y alzó el brazo saludándolas.
—Hey, si le miráis a él, también podéis hacerlo conmigo. ¡Estoy soltero,
bellezas! ¡Y el hospital me da un morbo!
Algunas soltaron risitas avergonzadas, mientras otras se limitaban a
dirigirles miradas hastiadas.
Por su parte, Luke, que ya se había intercambiado la ropa con Adam, le
observaba divertido. Le recordaba un poco a Enzo, y a pesar de que habían
crecido juntos, Ethan Weiss siempre había estado apartado porque su fama de
excéntrico.
—Oye tú.
—¿Qué?
—¿Vamos a por un café?
—Vale, pero sin final feliz, ¿eh? No eres mi tipo.
—Me gustan las mujeres —declaró Luke— y aunque tú bien podrías ser
una, tampoco eres mi estilo.
—¡Oye! ¡Eso es una ofenda gravísima!
El castaño le destinó un vistazo al pelirrojo, quien había permanecido
callado todo ese tiempo, yendo y viniendo por el pasillo con la camisa de
Luke puesta. Aún con las flores en la mano, de vez en cuando se atusaba el
pelo con intranquilidad.
—Adam, ¿vienes?
—¿Eh? No, no. Id vosotros. Quiero quedarme aquí por si me llama Ellie.
Ambos negaron con la cabeza al percatarse de que, al reanudar su marcha
interrumpida, Adam estaba repasando el discurso que le diría a la joven.
—Pobrecillo, macho —murmuró Luke—. No estoy seguro de si quiero
verme así algún día.
—Su dignidad está por el subsuelo, aunque claro, nunca subió de la planta
baja, ¿no?
—Oye, tampoco te pases, que es mi amigo. Un respeto.
—Sigo sin comprender ese misterio.
—Anda, tira.
—Sí, sí.
***
Para cuando los niños salieron de la habitación, Adam estaba que se tiraba
de los pelos, los cuales se había repeinado trescientas veces. Ada le estudió
de arriba abajo sorprendida por su cambio de ropa.
—Ellie quiere verte, Adam.
—S-sí, por supuesto. Ahora voy, pero antes me gustaría comentaros una
cosa rápida.
—¿De qué se trata?
—Veréis… yo… a ver —comenzó indeciso, y se enfocó en Chris—. Me
gustaría obtener tu beneplácito para pedirle salir a tu hermana.
Ambos se quedaron anonadados. Sin embargo, al reparar en lo que estaba
planteando, Ada se cruzó de brazos y señaló despectiva al pequeño, que
todavía seguía atónito.
—Discúlpame, caballero medieval, pero de entre los dos yo soy la mayor.
—Tienes razón, discúlpame —se corrigió rápido avergonzado—. En
realidad, quiero solicitároslo a ambos.
—Madre mía, me siento como si estuviera viviendo una escena de los
Bridgerton. Si hasta traes flores y todo. ¿Dónde te has dejado el caballo?
Al percatarse de las flores, Chris, levantó el pulgar aprobador.
—Seguro que a mi hermana le gustan. No sé qué significa esa palabra…
bene…
—Beneplácito, idiota.
—Eso, benenosequé, pero si vas a pedirle a mi hermana ser tu novia, por
mi guay.
—¡Chris! No entregues a Ellie con tanta rapidez.
—¿Qué? Al paso que va morirá soltera.
—Hombre tenías que ser, no haces ni una a derechas.
Ambos empezaron a discutir entre ellos, propinándose codazos uno al
otro, por lo que Adam decidió intervenir.
—Eh, chicos, creo que os habéis olvidado de mi pregunta.
Los dos le prestaron atención y Adam sonrió, inseguro, y añadió:
—Todavía me falta la respuesta de Ada.
—Oh, vamos. Por supuesto que sí, ya lo sabes pelirrojo, ahora bien, si me
entero de que le vuelves a hacer daño a mi hermana, sacaré mi bate a pasear,
¿queda claro?
—Cristalino.
—Perfecto —resolvió Ada determinada—. Vamos Chris, dejémosles algo
de privacidad.
La mediana empezó a andar por el pasillo con seguridad, mientras que el
pequeño se giraba de vez en cuando para mostrarle los pulgares levantados en
señal de ánimo.
Adam echó un vistazo al techo y rogó por algo de tranquilidad, lo que
estaba a punto de hacer iba a ser el paso más importante de toda su vida.
Aferrado a las flores, entró a la habitación.
Ellie le recibió con una sonrisa frágil y Adam reparó en la trenza que antes
no tenía. Tal y como les había avisado el doctor, le habían sustituido la
mascarilla de oxígeno por una sonda que iba directamente a la nariz. Incluso
en ese estado, era la mujer más preciosa que había conocido jamás.
—Sí, que has tardado —comentó y después señaló el pelo rojizo repeinado
hacia atrás—. Has vuelto a recaer, ¿eh? Ese peinecillo es tu mejor aliado.
—Juro que solo ha sido esta vez.
—Eso dijiste la anterior.
—Si no lo llego a hacer, parecería un indigente.
—Si solo estaba un poco alborotado, qué exagerado. Tendrías que verme a
mí cuando no me peinaba y me hacía la coleta así tal cual.
—Oh. Sí, eso lo recuerdo.
De repente, Ellie reparó en las flores y las señaló con ilusión.
—¿Esos tulipanes son para mí?
El pelirrojo se aproximó a su cama y se los tendió con cuidado. Ella no
tardó en recogerlas y ponérselas en el regazo.
—Por supuesto, ¿para quién si no?
—No sé, quizás te hayas enamorado de alguna enfermera sexy mientras
estaba en coma.
—No estabas en coma, no exageres.
—Ya me imagino los titulares, «el CEO de Henderson pillado infraganti
con una enfermera en una escena caliente en la sala de rayos X»
—¡Ellie!
—Solo intentaba de relajarte…
—¿Relajarme?
—¿Por qué estás tan nervioso?
Adam se sorprendió de que ella le hubiera leído con tanta facilidad. Ni si
quiera llevaba mucho tiempo en la habitación como para que se hubiera dado
cuenta.
—Bueno, sueles pasarte la mano por el pelo o la cara, así, mira.
Ellie imitó los gestos que había visto cientos de veces y Adam se
horrorizó.
—¡No es cierto!
La joven ignoró su negativa y se centró en las flores. A continuación, se
intentó quitar la sonda de la nariz para olerlas mejor y la preocupación le
invadió.
—No, no, cariño, no puedes quitártela. El doctor ha dicho que tienes que
estar el máximo tiempo posible con ella.
—Es que me fatiga un poco.
Adam frunció el ceño extrañado, mientras la instaba a retirar los dedos del
tubo que la proveía de oxígeno.
—No importa, necesito que te recuperes cuanto antes.
—Tú no lo comprendes, sale el vapor ese y me siento como si estuviera
inhalando popper.
—¿Qué es eso?
—Bueno, te ayuda a relajar el cuerpo y el ano. Podría decirse que es un
dilatador anal.
Al pelirrojo por poco se le salen los ojos de las órbitas, escuchando aquella
explicación.
—¡¿Cómo sabes tú eso?!
—¿Tú no?
—¡No! Parece indecente.
—¿No lo has probado entonces?
—Ellie comienzas a asustarme, ¿qué te hicieron en Londres?
—No lo aprendí en Londres, sino en un club muy liberal de Madrid.
—¿Club liberal? ¿De ahí sacaste la idea de la relación abierta?
Discúlpame, pero me parece que vamos a tener muchas cosas de las que
hablar.
La muchacha soltó una risita con la que le demostró que solo se estaba
burlando de él.
—Lo siento, uno de mis hobbies favoritos es hacerte rabiar.
—No te disculpes, la verdad es que por muy masoquista que suene, me he
llevado tal susto que hasta eso lo he echado de menos.
—No te preocupes por mí, Adam. El médico me ha dicho que con toda
probabilidad voy a estar bien. Si estás nervioso por eso...
—No.
—Entonces ¿es por el dilatador?
—¡No!
Ellie le contempló con curiosidad pasarse la mano por el cuello. Parecía
más ansioso que antes.
—Ellie…yo...sé que entre nosotros las cosas no quedaron bien en Dubái.
—Adam.
—Aun así, me gustaría hablarlo de nuevo. Me arrepiento mucho de
haberme alejado de ti durante el vuelo de regreso. Estaba enfadado por tu
mentira, pero ahora me doy cuenta de que eso era una auténtica tontería en
comparación a lo que te acaba de suceder.
—Adam, Adam.
—Estar a punto de perderte de nuevo y esta vez de forma definitiva, me ha
hecho comprender que no puedo distanciarme de ti. Tenemos que hallar una
manera de que esto funcione, porque no quiero una vida si tú no formas parte
de ella.
—Adam…
El hombre que amaba le sujetó de la mano con fervor y negó con la cabeza
con desesperación.
— No, no. Escúchame, si tu preocupación o miedo es por mis padres, mi
entorno o mi posición económica, no tienes nada que temer. Mis padres me
apoyan en esta decisión y todo lo demás me importa un bledo.
—Adam.
—Espera, por favor, y si tus dudas se deben a tus hermanos, no tienes
nada de lo que inquietarte, porque te juro que los querré tanto como te amo a
ti. Si me das una oportunidad más serán parte de mi familia. De hecho, ya los
veo como tal…
Adam la miraba con tanto amor y ruego, que el corazón de Ellie dio un
vuelco. Ella le tironeó de la mano para acercarlo a su cuerpo e
interrumpiendo su perorata, le depositó el dedo índice sobre sus labios,
instándole a callarse.
—¿Hmm?
—Sh…
Amaba aquella expresión confusa. Ellie le alisó la arruga del entrecejo
fruncido y preguntó:
—¿Recuerdas que antes me preguntaste si recordaba todo?
Al principio, el pelirrojo se extrañó, pero al reparar en la seriedad que tan
poco la caracterizaba, dedujo que aquel cambio repentino de tema tendría que
ser importante. Además, tampoco podría añadir nada más, ya que le estaba
acariciando y eso le alteraba todo orden de sus ideas.
—Sí.
—Lo recuerdo todo, Adam.
—¿Del incendio?
—No solo del incendio, sino del accidente que tuve con mi padre. Estando
inconsciente me he acordado de todo, de nuestras últimas palabras, del
impacto, de su mirada, de la sangre… —puntualizó y Adam se dio cuenta de
que iba rompiéndosele la voz, aunque tras un segundo, continuó—. Pero
sobre todo entendí algo.
—¿El qué?
—Siempre me había preguntado por qué no fui yo en vez de él. Incluso si
no lo recordaba nada, sentía que tenía que era injusto y no hallaba una
respuesta que me satisficiera. Si él no hubiera fallecido ese día mi familia no
se hubiera roto y mis hermanos ahora tendrían otra vida.
—No digas eso, Ellie… No sé qué habría sido mi vida si no te hubiera
conocido.
—Sin embargo, Ahora he comprendido algo, Adam. Mi padre era un ser
feliz, el tipo de persona que valoraba y disfrutaba cada día como algo único y
especial. Yo tuve que seguir viviendo para aprender eso y creo que, aunque
estaba convencida de que lo hacía, en realidad me torturaba poniéndome
excusas para no dar el paso y atreverme a arriesgarme ante situaciones que
me expongan al auténtico miedo.
—¿No pensarás repetir lo de seguir a un sicario? ¿no? Porque no podría
soportarlo una segunda vez.
—No, idiota. Por miedo me refiero a mi temor de amarte abiertamente.
Ahora que he tenido una segunda oportunidad, puedo entender que la vida
para muy rápido y no sabemos cuándo puede terminar. Antes de que todo
explotase, me di cuenta de que quiero pasar lo que me quede de vida contigo,
porque mi querido pez payaso, no concibo a otro compañero a mi lado que no
seas tú.
Adam agrandó los ojos, sorprendido a la par que emocionado. No la había
perdido, ella todavía seguía ahí para él y, al parecer, milagrosamente, parecía
querer quedarse a su lado.
—Espera, déjame formalizarlo.
—¿Cómo?
—Ellie Hawk, ¿aceptas pasar una vida entera a mi lado?
—Una y mil vidas.
—Por fin, gracias a Dios. Te amo, Ellie.
—Y yo a ti, mi amor.
—Todavía no puedes hacerte una idea de cuánto lo hago, pero tranquila
porque pienso demostrártelo cada día, hora, minuto y segundo que
compartamos.
Sin añadir nada más, acortó la distancia que les separaba y la besó con
pasión, posesión y cariño. Sus lenguas se rencontraron y bailaron,
reconociéndose como siempre habían hecho. Adam estaba tan concentrado en
su beso, que no vio venir el pellizco que le propinó en el trasero y que le
obligó a apartarse de ella.
—¡Auch! ¿Qué demonios, Ellie?
—De modo que ese tatuaje no se trataba de tus raíces griegas… ¿Cómo
osas a engañarme, desgraciado? ¡He estado al borde de la muerte y podría
haberme ido al otro barrio sin saber esa suculenta información! ¿Acaso no
sabes que estas cosas se dicen siempre por si las moscas?
—Así que lo escuchaste.
—Como para no hacerlo, casi os faltaron los trovadores y se habría
enterado todo el hospital, que no es que me importe claro, porque tengo esta
sensación de posesividad que me nace aquí justo en el pecho, pero….
—¿Pero?
—Ahora me tendré que tatuar tu nombre en el culo.
Adam se echó a reír y volvió a besarla con fervor. Emocionada, Ellie le
rodeó el cuello con los brazos para profundizar el beso. A continuación,
Adam la abrazó con fuerza, sosteniéndola con devoción y, con lágrimas en
los ojos, la joven miró al techo y susurró repleta de felicidad.
—Gracias papá.
***
«Oye, Deseo, parece que por fin has servido para algo». Comentó Razón.
«¿No os lo dije? Tuve que soportar todo ese montón de humillaciones y
desplantes por vuestra parte y ahora miradnos. No puedo estar más feliz, ¡el
algodón es nuestro!» Clamó Deseo triunfante.
«Mira que eres tóxico, ¿eh?» Añadió Razón.
«¿Tóxico me llamas? De eso nada, he padecido un auténtico calvario.
Dejadme saborear mi victoria. Al fin y al cabo, todo esto es gracias a mí,
porque si fuera por vosotros, no hubiéramos terminado nunca. Espero que
este tipo sepa mantenerla, si no lo hace tendré que salir a pegarle una paliza»
Prosiguió Deseo.
«¿Qué diablos estáis hablando vosotros dos?» Interrumpió una voz
desconocida «Si tenéis que dar a alguien las gracias es a mí. A ver si encima
os vais a llevar el mérito»
«Yo ya no lo soporto más, somos demasiados en esta cabeza» Interpeló
Razón disgustado.
«Pues tendrás que acostumbrarte, Razón, porque yo he venido a quedarme
y no importa lo que tenga que hacer para sobrevivir»
«Oye, que quede claro desde ahora que, si esto van a ser los nuevos
Juegos del Hambre yo apuesto por el algodón, ¿eh?» Informó Deseo.
«Cállate de una vez, Deseo, que siempre tienes que ser el protagonista,
deja al nuevo hablar. Dinos, ¿quién eres tú que viene a perturbar esta cabeza?
Ya tengo suficiente con este pesado, como vengas a dar la chapa, me largo»
Se quejó la Razón amargada.
«¿Yo? Yo no solo altero la mente, sino también el corazón. Me presento,
queridos compañeros, mi nombre es Amor»
EPÍLOGO
Seis meses más tarde
Una nunca debería dejarse vendar los ojos por sus hermanos y menos si
estos eran en cuestión los suyos, reflexionó Ellie con detenimiento,
preguntándose qué bicho raro les habría picado a esos dos.
No sabía dónde terminaría si se decidía guiar por lo mucho que los
conocía. Si elegía Ada, podría acabar en un club de striptease, aunque si lo
había hecho Chris, quizás la llevaría a una convención de videojuegos.
Se suponía que iban a tener una noche de hermanos, así que ese día no
había visto a Adam. Después de que las cosas se hubieran estabilizado en la
empresa, Ellie había abandonado la propiedad de los Weiss y se había
mudado con los niños a otro apartamento. El único motivo por el que no se
había ido a vivir con Adam era porque quería concederles tiempo a sus
hermanos para que se acostumbrasen a él. Cuando se lo había planteado al
pelirrojo, lo había entendido a la perfección y desde entonces habían hallado
un equilibrio en el que él trataba de pasar mucho tiempo con ellos, ganándose
su cariño, aunque jamás se quedaba a dormir, porque ambos habían acordado
que ninguno deseaba darles ese ejemplo a dos adolescentes hormonados.
En ese trajín, apenas encontraban hueco para el sexo, así que tenían que
aprovechar las horas de estudio de sus hermanos o las visitas de Ellie a su
despacho. Afortunadamente, Adam había conservado su puesto, y ella ahora
se encargaba de llevar la sección de Marketing. Después de que se expusiera
al señor Brown, quien seguía detenido por posible instigación al asesinato
hacia su persona, su hijo, Luke había decidido tomarse un año sabático para
procesar toda la situación, por lo que se encontraba viajando por el mundo. A
Ellie le daba mucha pena que hubiera acabado así para él. Luke era una de las
mejores personas que había conocido jamás. Sin embargo, sabía que Adam
seguía en contacto con él y que mantenían una buena relación.
Regresando a la posible noche de hermandad, Ellie no cesó de
preguntarles a dónde diablos la estaban llevando, pero ninguno soltó nada.
Resultaba demasiado extraño que esos dos se hubieran compinchado entre
ellos para no decirle ni una sola palabra. Después de varias horas volando en
el avión privado de Adam, Ellie comenzó a enfadarse.
Vale que Adam les hubiera dado libertad para usarlo, pero a Ellie le
gustaría que al menos le pidieran permiso cada vez que fueran a utilizarlo.
Bien podría parecer una mujer secuestrada, ahí con la venda en los ojos,
pero al menos le tranquilizó que estuvieran en un lugar donde se les conocía
y nadie llamaría a la policía.
—¿Estás bien, El?
—No, Ada. Estoy enfadada.
—¿Por qué? ¡Si hemos preparado una sorpresa que te va a encantar!
—¿Y esa sorpresa fantástica, ¿quién la paga? ¿eh? No habréis vuelto a
tirar de la tarjeta de Adam, ¿no?
Ante el silencio evidente de sus hermanos. Ellie rechinó los dientes.
—Vaya, menudos organizadores estáis hechos. ¡No podéis aprovecharos
así de él! No solo eso, también estáis utilizando su avión y estoy segura de
que no le habéis consultado primero antes de hacerlo.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Eres idiota, Chris? ¡Es evidente! Por el ruido de los motores.
—Ada, no insultes a tu hermano. Chris, aparte de eso, lo sé porque acabo
de escuchar a Cintia preguntaros si queríais algo.
Cintia era una de las tripulantes de cabina que había contratado Adam para
asistirles durante los viajes. Durante todo el tiempo que había trabajado para
ellos, la muchacha había desarrollado un cariño especial por Ada y Chris y
eso se notaba en que siempre les tenía reservadas sus platos o dulces
favoritos. A Ellie le encantaba la joven en cuestión.
—¿Y por qué ibas a enfadarte?
—Porque estoy segura de que le habéis vuelto a coger el avión a Adam sin
preguntarle antes si podíais hacerlo.
—¡Eso es mentira!
—¿Mentira? Os pille hablándolo entre vosotros a escondidas. Al menos
podríais haber sido más inteligentes y tratar de ocultarlo.
—Seguro que se lo contó el pelirrojo.
—¿Adam? ¡Ja! Os consiente demasiado.
Tanto Ada como Chris sabían que su hermana tenía razón. Adam les
pasaba muchas más cosas de las que Ellie podría enterarse jamás, aunque
cuando tenía que enfadarse con alguno porque se hubieran metido en algún
lío grave no se cortaba un pelo y les atizaba con la ley del hielo, hasta que
alguno de los dos finalizaba claudicando y pidiendo perdón. No es que les
diera miedo, ni nada por el estilo, pero el hombre imponía respeto con su
simple presencia.
—Bueno, ¿vais a decirme dónde me estáis llevando?
—Por décima vez, no.
—¿Adam está al tanto de vuestro secuestro hacia mi persona?
—¿Por qué? —inquirió Ada con tono mordaz—. ¿Esperas que te salve tu
príncipe azul de nuestras garras?
—No, es para deducir si tengo que asesinarle a él también como descubra
que está implicado.
—Ellie —intervino Chris, cogiéndola de una mano y apretándosela con
cariño—. No te preocupes, de verdad, te aseguro que te gustará lo que hemos
preparado.
—Solo juradme que no os habéis metido en un lío y me estáis
involucrando a mí de paso.
—Lo juramos.
—Está bien…
Ellie trató de tranquilizarse el resto de viaje y se mantuvo esperando
paciente al lugar que fuera al que le estuvieran llevando. Unas dos horas
después, descendió en lo que sería un hangar privado y la instaron a meterse
en un coche.
Ellie suspiró, ya no sentía ese terror de subirse en uno, sí seguía
experimentando cierto desasosiego en su estómago, pero nada con lo que no
pudiera lidiar con la ayuda de su psicóloga. Adam se había encargado de
ponerle a su libre disposición una profesional con la que había conseguido
avanzar mucho más hasta reducir la ansiedad a los mínimos. Por supuesto,
según esta especialista, haber recordado todo el accidente le había servido
para procesar mejor la situación y habían comenzado a trabajar por ahí.
Todavía le quedaba mucho camino por delante, pero todo llevaba su tiempo,
como le recordaba con cariño Adam antes de depositarle un beso en la nuca,
cada vez que ella se frustraba al comienzo de la terapia.
Después de un rato viajando en el coche, el vehículo se detuvo y Ellie se
dejó guiar por sus hermanos el resto de trayecto. Al principio no escuchó
nada, no sabía dónde diablos estaba. Todo estaba demasiado silencioso para
estar al aire libre.
—¿Queda mucho?
—No, ya casi estamos.
—Oye, ¿estás segura de que era por ahí, Ada?
—Sí, el mapa este indica que vamos bien. Está en el centro.
El nerviosismo de Ellie se apoderó de sus sentidos. Se la habían llevado
por la tarde y si calculaba bien la hora que sería, era más que probable que
fuera de noche. Sin embargo, el lugar parecía bastante iluminado por lo que
vislumbraba a través de la venda. No obstante, no se atrevía a estar por las
calles a altas horas de la noche.
—No me digáis que os habéis perdido, por favor.
—No, no, es Chris, que se adelanta. Tranquila, no queda mucho.
—¡Llegamos!
—A ver esa sorpre….
Ellie no logró añadir nada más. En cuanto le quitaron la venda, descubrió
que enfrente de ella se encontraba el castillo de la Cenicienta, pero por si eso
no fuera lo más impactante de todo, hubo algo que le quitó el aliento por
completo. A apenas unos pasos de ella se hallaba el amor de su vida,
disfrazado de… ¿Peter Pan? Detrás de él estaba una serie de personajes:
Mickie, Minnie, la Cenicienta, la Sirenita y la Bella durmiente. Casi todas las
princesas que había presentes tras él habían sido cuentos que él le había
destripado en el pasado.
—¡No! —negó conmocionada, llevándose ambas manos a la boca—
¡Adam!
Él se aproximaba hacia ella, mostrándose un poco incómodo. Por lo que le
conocía, estaba completamente segura de que le incomodaba haberse
embutido en ese disfraz. Quizás se debiera a ese motivo que el parque estaba
vacío. ¿Lo habría reservado él? ¿Para qué?
—Ellie, ¡por fin has llegado!
—Adam, ¿qué has hecho? ¿De qué vas disfrazado? ¿Ahora eres Peter
Pan?
El pelirrojo abrió los ojos desmesuradamente y carraspeó.
—Solo por hoy.
—¿Has sido tú el que ha planificado esto?
—Sí.
—¿Por qué?
—Sé que esto no es Disneyland París, pero recuerdo que te quedaste con
las ganas de ir cuando tuvimos que marcharnos.
—Ay Adam, ¿por eso me has traído aquí, cariño?
—Sí.
—¿Y el disfraz? —inquirió con una sonrisa enternecida—. Sé muy bien
que odias todo lo que sea llamar la atención. Aunque vamos, si has elegido
Peter Pan, yo me quedo con el de Wendy, que es un camisón ancho y la ropa
de campanilla no creo que me entre ni en el dedo meñique.
—No digas eso, para mí eres perfecta en cualquiera de los dos.
—Te quiero, Adam, pero todavía no me has explicado por qué Peter Pan,
no eres ningún niño. Todo lo contrario, a veces puedes ser un poco viejo,
cariño.
—No encontré otro personaje que me definiera tan bien...
—¿A qué te refieres?
—Ellie desde que te conocí estuve comportándome como un crío
maleducado y consentido.
—Oh, bueno, eso no te lo niego, pero no entiendo por qué dices eso, ya
hemos hablado muchas veces de todo lo que has cambiado.
—Sí, lo sé, pero creo que aún me queda un paso más que dar para madurar
por completo y poder abandonar definitivamente este disfraz.
—¿Cómo? ¿Cuál?
Adam hincó una rodilla en el suelo con decisión, La boca de Ellie cayó
abierta, tratando de asimilar la información que aportaba esa pose tan
característica, que solo había visto en las películas románticas que tanto le
gustaban.
—Ellie Hawk has estado a mi lado desde que era un cerdo insoportable y
siempre supiste ponerme en mi sitio sin dejarte amedrentar.
—A Adam… ¿Qué haces?
—Aún después de todo el daño que te ocasioné, regresaste a mi lado para
ayudarme con mis problemas en la empresa, pero todo eso empalidece con la
nueva alegría que has traído a mi vida desde que estamos juntos. Como bien
has dicho no me siento muy cómodo embutido en este disfraz, aunque puedo
hacerlo por ti, porque tú me empujas sin darme cuenta a transgredir mis
límites hasta los límites que jamás hubiera creído pasar, asombrándome y
maravillándome cada vez que logro superar uno nuevo con tu ayuda. No hay
día en el que me mire en el espejo y encuentre una sonrisa donde antes solo
había seriedad y eso es gracias a ti, Ellie. Por ti consigo despertarme un día
más y tengo ganas de vivir, para cuidar de la familia que estamos
construyendo juntos poco a poco. No sé otra manera con la que agradecerte
que estés a mi lado, Ellie, ni todo lo que me has aportado…
A esas alturas del discurso, Ellie parecía un auténtico grifo desbordado.
Luchaba por secarse las lágrimas que no dejaban de rodar por sus mejillas.
—No tienes nada que agradecerme, cariño. Tú también me haces
inmensamente feliz, desde que apareciste en mi vida me permitiste conocer
un nuevo mundo, Adam, contigo pude recorrer un montón de ciudades
bonitas y ¿sabes lo mejor?
—¿Qué?
—Las disfruté a tu lado, incluso si nos matábamos en el proceso. Ahora
que lo miro en retrospectiva, puedo ver lo bien que me lo pasé y lo feliz que
fui a tu lado. Además, no hay mañana en la que no desee despertarme a tu
lado, odio tenerte lejos de mí.
—Lo sé, mi amor. Por eso, he pensado que esto nos ayudaría a formalizar
la situación.
Adam extrajo una cajita pequeña del interior del bolsillo de su disfraz.
Cuando se lo había puesto no sabía que Peter Pan tendría bolsillos, aunque
como bien le había dicho Mickie, ¿por qué si no tendría un tirachinas?
¿dónde lo guardaría?
Cogiéndola entre ambas manos con sumo cuidado, Adam la desplegó y un
anillo de oro blanco brilló en su interior. En el centro tenía engarzado un rubí.
Nada más verlo, Ellie se echó a llorar emocionada.
Adam tuvo que contenerse para no abrazarla antes de tiempo, pues una de
las cosas que más odiaba en el mundo era verla llorar, incluso si en esta
ocasión era de alegría. O al menos eso esperaba, si le decía que no, se
moriría. No creía ser capaz de recuperarse.
—Ellie Hawk, sé que no importa cuánto tiempo pase, siempre seguiremos
matándonos vivos el uno al otro hasta por la cosa más nimia, pero también
soy consciente de que tenemos una forma peculiar de arreglarlo, que
casualmente implica la cama de por medio.
Ellie se echó a reír entre las lágrimas y el pelirrojo asintió conforme.
—¡Adam!
—Está bien, no voy a arruinar el momento.
—¡Díselo ya! —gritó Ada, que no había parado de grabar con el móvil.
—¡Qué impacientes! —espetó Ellie, saliendo en su defensa—. Dejadle
declararme su amor tranquilo, me lo merezco, leches. He pasado por un
infierno para llegar hasta aquí.
—¡Qué humos, chica!
—Shhh… Sigue Adam. No les hagas caso.
Adam soltó una carcajada, todavía arrodillado. Había contado con que su
pedida podría variar un poco de cómo lo habría imaginado. Con Ellie todo
era así, impredecible, y eso era lo que más le gustaba de ella.
—Ellie Hawk, ¿me harías el inmenso honor de ser mi mujer ante los ojos
de la ley?
—¿Me estás pidiendo en matrimonio, Adam Henderson?
—Eh… Sí. ¿No ves el anillo?
—¡Por supuesto que veo el pedrusco! Pero deberías haberlo dicho así
desde el comienzo.
—¡¿Te vas a quejar de mi propuesta?!
—Es que eso de la ley suena raro. Reconócelo.
La diversión brilló en las profundidades de los ojos de Ellie y Adam supo
que le estaba haciendo de rabiar de nuevo. ¡Hasta en su maldita propuesta!
—¡Mujer! ¿Aceptas o no?
—¿Estás loco o qué? ¿Cómo iba a poder rechazar a Peter Pan? ¡Por
supuesto que sí! ¡SIEMPRE!
En esta ocasión Ellie no se pudo contener y soltó un gritito ilusionado, que
acompañó con un pequeño salto. Se lanzó sobre Adam, que, sin darle tiempo
alguno a levantarse, fue tirado al suelo por el impacto del cuerpo femenino
sobre el suyo. El gorro de Peter Pan salió por los aires, pero a nadie le
importó en demasía. Mientras tanto, Ellie le repartía besos por toda la cara, al
tiempo que él estallaba en carcajadas, repleto de felicidad.
—Te amo. Te amo…
—Yo también, mi amor.
Los fuegos artificiales estallaron como espectadores luminosos del amor y
la unión que se llevaría a cabo a cabo a partir de ese momento.
***
Dos años después.
La vida de Ellie no había cambiado mucho. Su rutina diaria era sencilla.
Ahora trabajaba como asesora del departamento general de Marketing de los
hoteles Henderson, y más en concreto en la sede de Nueva York. Ellie
trabajaba en remoto desde casa cada mañana, hasta que llegarían Ada y Chris,
ahí comenzaría la otra jornada a tiempo completo como tutora legal.
Desde que se habían ido a vivir juntos, el pequeño de los Hawk se había
aficionado con el paso del tiempo a los animes y mangas. Ellie se sentía muy
contenta, porque al menos parecía haber abandonado las malas influencias y
su tendencia a fumar a escondidas. Milagro que se lo debía a Adam en
realidad.
Los primeros meses, Ellie no había parado de regañarle por toda la casa,
cuando creía que Adam no la escuchaba, pues la casa a la que se mudaron
tras haberse casado era la de sus abuelos. Desde el principio había intuido
que Adam sospechaba algo, pues una de las ocasiones la debió de haber
escuchado discutir con Chris, que se marchó furioso.
—¡Christopher!
—¿Qué es lo que pasa?
—¿Qué? No, nada.
El pelirrojo habría puesto los ojos en blanco y lo dejó correr. No obstante,
no pasó mucho tiempo hasta que Adam verbalizó que estaba al tanto de la
situación con el pequeño de los Hawk.
—Ellie.
—¿Sí?
—No soy un idiota, sé que algo va mal con Chris. Tengo olfato, ¿sabes?
—Ya, lo sé. No entiendo qué diablos le pasa.
—Quizás sean todos los cambios. Casarnos, la mudanza.
—Sí, puede ser…
—Aun así, no puedo consentir eso en mi casa, Ellie.
La joven se había puesto a la defensiva ante el término empleado por su
marido, por lo que puso los brazos en jarras.
—¿Tú casa? Creía que éramos una familia.
—Y lo somos, justo por eso, no permitiré que Chris se meta esa mierda en
su organismo.
Ellie se ablandó ante esa explicación. Adam era muy tradicional en
algunos aspectos. No obstante, pese a su preocupación, la muchacha se vio en
la necesidad de salir en su defensa de nuevo.
—Solo es una etapa, Adam. Todos los jóvenes fuman alguna vez.
—Ni tú ni yo lo hicimos. No veo por qué tendría que hacerlo él.
—Son circunstancias diferentes. Estoy segura de que se le pasará, no le
regañes, Adam, por favor.
Adam, que sentía debilidad por cada vez que su mujer hacía aquellos
pucheros, frunció el ceño.
—No me hagas chantaje.
—¿Lo hice?
—¡Sabes muy bien que sí!
—¿Y funciona?
El pelirrojo gruñó y le depositó un suave beso sobre la frente.
—¿Y cuándo no? Encárgate de él, antes de que lo haga yo.
Y Ellie había tratado de hacerlo. Hasta que un buen día, el pelirrojo, harto
a la par que horrorizado de que algunas estancias de la casa oliesen a maría
—ya había escuchado cuchichear al personal— se las había ingeniado para
meter a Chris en el coche, bajo el pretexto de enseñarle un lugar muy
divertido. El único problema era que Chris no había captado el sentido doble
del marido de su hermana.
Ellie no había podido creerse que le hubiera acabado llevándole a la zona
de oncología de uno de los hospitales en los que tenía acciones la familia
Henderson.
Para creciente horror del adolescente del que ahora se hacía cargo, Adam,
que no acostumbraba a tratar con ese tipo de edades, le había hecho situarse
frente a una de las ventanas de un paciente con cáncer pulmonar, que se
encontraba conectado a un respirador. Después, le había llevado a presenciar
una de las reuniones de rehabilitación sobre drogadicción. Con esas
imágenes, no necesitó decirle nada más.
Al volver a casa, Chris regresó tan impactado por lo que había visto, que
al principio Ellie se había horrorizado de que le hubiera sobre estimulado de
esa forma. Adam y ella habían discutido sobre la que cada uno creía la mejor
manera de proceder en el caso del pequeño de los Hawk, sin llegar a una
conclusión determinada.
Ellie creía que su hermano se había traumatizado tras esa experiencia, por
lo que estuvo un día entero sin dirigirle la palabra a Adam. Le costaba
asimilar que no le hubiera consultado nada antes de hacer esa locura, y más
cuando él siempre respetaba todo lo relacionado con la crianza de sus
hermanos. Desde que hubieran casado, se habían convertido en un equipo,
ninguno iba por su parte sin el otro.
Adam había adoptado un rol paterno, que Ellie le agradecía en el alma. Le
había demostrado ser un hombre implicado, colaborador y cariñoso a su
manera con dos personitas que ni si quiera eran sus hijos biológicos.
Sin embargo, en esa ocasión se había pasado de la raya. Al menos debería
haberle preguntado antes de llevarse a Chris a un sitio tan decadente. Por
supuesto, su actitud defensiva cambió en cuanto se percató de que poco
tiempo después, ya no olía la casa y su hermano parecía más centrado.
Solo hizo falta que transcurriera una o dos semanas para que Christopher
Hawk dejara de consumir porros y empezara con el anime y el manga, bajo el
asombro de sus dos hermanas mayores, quienes habrían contemplado a Adam
con renovados ojos, al tiempo que este último habría arqueado una ceja,
elevado un hombro y comentado:
—¿Por quién me tomabais? No me digáis que creíais que era un monstruo.
Hago las cosas con un motivo, aunque creáis que no.
Podría haber estado actuando como un soberbio, pero en ese entonces
Ellie había experimentado más amor por él de lo que hubiera sentido nunca, y
había acabado lanzándose a sus brazos a besarle.
—Idiota, solo por esta vez te pasaré tu falta de humildad.
—¡Oye! ¡Que sigo aquí! ¡Idos a un hotel! ¿Es que os lo pensáis montar
sobre la encimera, o qué pasa?
—Por supuesto que sí, que para algo la hemos pagado.
—Ah sí, cariño, la pedimos resistente por algo.
—Oh, tú no eras así antes pelirrojo. ¡Sin duda mi hermana ha obrado un
auténtico milagro en ti! ¡Sexo en público por dos viejales! Me largo.
Al final, Ada se había marchado, emitiendo sonidos en los que demostraba
su asco evidente, a lo que Adam se había reído por las formas de actuar tan
diferentes a la primera vez que la conociera.
Desde que se habían casado hacía ya dos años, Ellie no entendía por qué
había gente que tuviera tanto miedo al matrimonio, para ella no había
cambiado nada desde que se fuera a vivir con Adam.
No vivía en una casa frente al mar, como siempre se había imaginado,
pero no la importaba. Uno de los mayores miedos que había tenido Ellie en el
pasado había sido no verle casi nunca a causa de su trabajo.
Sin embargo, Adam había cumplido con su promesa y era mucho más laxo
en cuanto a las horas de trabajo se refería. Un ejemplo de esto podía ser que
ahora libraba todos los fines de semana, por lo que solían aprovecharlos para
visitar algún lugar o país con sus hermanos, y trataba de coger sus vacaciones
en el mes en el que los niños tenían las suyas.
Después de haberse enterado de la nueva noticia sobre el nuevo integrante
de la familia que llegaría como mucho en tres meses más, Adam le había
dejado saber que no quería ser un padre ausente, como había hecho el suyo,
por lo que se las había ingeniado para que cuando llegase el bebé, tener que ir
como mucho una o dos veces a la oficina. El resto de los días trabajaría a
distancia desde casa al igual que ella.
La casa era otro tema por tratar. Con la llegada de la nueva integrante,
Adam insistía en que se les había quedado pequeña, a pesar de que para Ellie
era perfecta, pero su marido se había negado en rotundo sobre entrar a debatir
si quiera en esa cuestión.
No obstante, había algunas cosas que sí cambiaban. Aunque le gustaba
mucho su nueva rutina, la prensa y el entorno de Adam no perdían la ocasión
para realizar alguna crítica sobre el estilo austero de vida que llevaban. Ellie
le había pedido vivir con sencillez dentro de lo posible y Adam había
accedido gustoso, por lo que a pesar de lo que pudiera parecer, no estaban
rodeado de lujos. Gracias a los cielos, pese a que sus suegros se hubieran
horrorizado al principio por su forma sencilla de vivir, no tardaron en darse
cuenta de que ella realmente amaba a su hijo y no deseaba nada más, de
modo que cuando Adam había cambiado para bien, no les quedó más
remedio que aceptar que la joven había supuesto una influencia positiva para
él. Eso sin contar con el hecho de que estaban exultantes porque por fin
pudieran ser abuelos. Desde entonces, había logrado llevarse mejor y
estrechar lazos con ellos. Sin duda, eso la había aliviado, porque Ellie era tan
familiar que le hubiera entristecido si las personas que habían traído a Adam
al mundo la odiaran de por vida.
A pesar de todo, desde el principio Adam se había mostrado taxativo sobre
ese tema en particular, tal y como le había contado Marilyn sobre su marido.
Dora no se había equivocado con Adam ni con ella cuando en Dubai les
hubiera dicho que le recordaba al esposo de su amiga. Sonrió al recordar a
sus amigas de edad avanzada. Aún seguía mensajeándose con ellas y de vez
en cuando quedaban a tomar algo cuando se dejaban caer por allí. Ambas le
habían hecho tantos regalos por el nuevo bebé, que apenas cabían en el
sótano.
Ese día en concreto era viernes. No contaba con mucho personal en su
casa, solo con el suficiente para mantener ordenada la propiedad, mientras
ella trabajase.
Adam la había regañado más de una vez por dejarles marchar cuando
todavía estaban en mitad de su jornada, pero Ellie tenía el corazón blando con
ese tema, ya que ella había pasado por ahí también.
—¿Necesita algo, señora Henderson? —preguntó Nelly, una de las
asistentas, al verla subir las escaleras hacia la buhardilla.
—Oh, no te preocupes, Nelly. Solo quería ordenar algunas cajas antes de
marcharnos.
—En su estado no debería subir ahí, señora.
Ellie sonrió
—No pasa nada, estoy embarazada, no enferma.
—El señor Henderson me matará si la pasa algo.
—Entonces será nuestro secreto.
—¿Quiere que la ayude? Todavía tengo que encargarme de esa zona, si lo
desea podría bajarle la caja que requiera. Ahí arriba hay mucho polvo.
—Conozco muy bien tus dotes de limpieza, Nelly, a mí no me engañas.
Estoy segura de que se podría comer en el suelo de la buhardilla.
Ellie le guiñó un ojo amistoso y la mujer, quien estaba acostumbrada al
trato cariñoso que prodigaba su señora, gruñó por la forma tan sencilla que
tenía de meterse a todos en el bolsillo.
—¡Señora Henderson!
—Tranquila. No tardaré en bajar.
—Bueno…
La joven desplegó la escalerilla que daba a la buhardilla y ascendió como
buenamente pudo con la barriga que le impedía los movimientos. Ignoró el
crujido que hacía bajo sus pies. Bueno, sí, con el embarazo había ganado
peso de nuevo, ¿y qué? ¿A quién le importaba? A Adam desde luego que no,
cada noche le susurraba lo mucho que la deseaba y la amaba, lo perfecta que
era para él y un sinfín de frases más, que la hacían sentirse amada y sexy, a
pesar de que sus hormonas estuvieran revolucionadas o de que no encontrase
ropa que le gustase y le sentase bien.
No le importaba lo que pudiera pensar nadie más a excepción de él. Con el
paso del tiempo, Ellie había ido trabajando su autoestima, reforzando la que
ya tenía, porque, como decía su psicóloga, trabajar la autoestima debía ser
una tarea diaria.
Una vez en el desván, comprobó que tal y como había pensado, Nelly
exageraba. Estaba en perfectas condiciones.
Ellie se enfocó en la misión que le esperaba por delante. Tenía que
encontrar la gomaespuma que había traído cuando se mudasen. Eso le
serviría para ayudar a Chris en su trabajo sobre los planetas. De hecho, para
que fuera más llamativo, quizás podría intentar hallar la purpurina de
diferentes colores que había metido en una de las cajas.
El problema residía en dar con dichas cajas. Ellie abrió y rebuscó en
aquellas que ponía material escolar, sin éxito. Había de todo, menos lo que
buscaba en realidad.
Al final se encontró a sí misma abriendo todas e inspeccionando su
contenido. No obstante, mientras descartaba las que había revisado de las que
no, en ese momento se topó con una, que llamó su atención. En el lateral
aparecía escrito la siguiente frase: Adam, uno/nueve años.
Con creciente curiosidad, Ellie la abrió. En casa de los Henderson apenas
había fotos de Adam de niño, salvo unas pocas en su habitación. Lo que más
le había llamado la atención de las pocas visitas que les hiciera, era que la
mayoría de las fotografías que tenían colgadas era de Adam de mayor.
Sin embargo, para su fascinación y regocijo, esa caja no solo contenía
fotos, sino también muchos dibujos. Le encantó ver a un Adam muy distinto
al que conociera. En ellas aparecía un Adam de bebé, otro aprendiendo a
caminar, otro jugando en la casita del árbol, otro comiendo barbacoa con dos
ancianos, que debían de ser sus abuelos. El corazón de Ellie se hinchó de
amor al ver la felicidad que refulgía en sus ojos aguamarina. Si el bebé se
parecería en lo más mínimo a su padre, estaba segura de que se moriría de
amor.
Adam le había hablado de sus abuelos y por lo que le había contado, Ellie
dedujo que le hubieran caído muy bien. Les agradecía que al menos toda su
infancia no hubiera estado manchada de responsabilidades y hubiera tenido
algo de luz dentro de toda la solitaria oscuridad en la que se había visto
envuelto.
Las recogió todas para enmarcarlas y repartirlas por la nueva casa, cuando
reparó en los dibujos. Su sonrisa se ensanchó más al ver los garabatos que
había hecho el pequeño pelirrojo a lo largo de su infancia.
—Vaya, mira lo que escondías bien…
La mayoría de ellos eran de piratas y barcos. Otros eran de sus padres,
Adam les dibujaba demasiado apartados de él y eso la entristeció, porque
intuía el posible significado: la soledad.
No obstante, en un momento dado, hubo uno que le llamó la atención por
encima de los demás. Y ¿por qué? Porque lo reconocía a la perfección.
No era de Adam, sino suyo.
En el dibujo aparecían dos pequeños, una niña diminuta con un vestido y
un niño más grande disfrazado de pirata, ambos estaban subidos en la casa
del árbol.
Por supuesto, podría haberlo confundido con otros niños diferentes, salvo
porque el pirata era pelirrojo y sus nombres aparecían garabateados al lado de
cada uno de ellos.
«Adam y Ellie».
El corazón de la joven latió más rápido y se llevó una mano a la barriga
prominente.
—Quizás no lo veas todavía, hija, pero estoy asistiendo a la mayor
muestra de que el destino existe. Ni en la saga de Harry Potter podrían haber
ocurrido tantas cosas.
No supo cuánto tiempo se pasó allí tirada en el suelo, contemplando
algunos álbumes, pero sí lo suficiente como para que le llegase la voz de
Adam, hablando con Nelly en la planta de abajo.
—¿Ha visto a la señora Henderson? No la encuentro por ningún lado.
—Sí, señor. Está en el desván.
—¡¿Qué?! ¡Le pedí expresamente que no se subiera ahí! Mira que es
cabezota. ¡Ellie!
La joven suspiró, sabedora de que con toda probabilidad le caería una
buena reprimenda. Adam se había vuelto muy protector desde que se había
enterado de su embarazo.
Volvió a meter todas las cosas en la caja y la recogió del suelo. Le
preocupaba que en algún descuido de la mudanza se pudiera perder aquel
tesoro tan valioso con el que se había topado. Le costó varios intentos hasta
que al final consiguió levantarse. Le encantaba estar embarazada, pero la
tripa le había limitado bastante la movilidad. Después, descendió, a duras
penas.
En cuanto se asomó por el hueco de la escalerilla que daba a la planta de
abajo, Ellie contempló una cabeza pelirroja, que la estudiaba frunciendo el
ceño. La muchacha trató de sonreír, evitando derrumbarse ante él. Sentía sus
emociones desbordadas después de haber encontrado la caja.
—Hola, pececito.
—¿Hola pececito? Tú… —comentó pasándose una mano por la cara—.
Un día me vas a matar de un disgusto ¿Qué haces ahí? ¿Y esa caja? Trae,
dámela, si no puedes bajarla con la barriga.
Ellie se la pasó y descendió por la escalera como pudo. Por su parte, Adam
se ablandó un poco al contemplar sus torpes movimientos bajando por ella.
La sujetó por el codo para ayudarla a terminar a llegar a suelo firme y
procedió con la perorata que tenía preparada.
—¿Cómo…?
No le dio tiempo a añadir nada más. Ellie le miró directamente y Adam
sintió que se desinflaba como un globo. Debido a la escasa luz de la
buhardilla, no había reparado en los ojos enrojecidos de su mujer, pero al
verlos, se puso en guardia.
—¡¿Qué ha pasado?! Ellie, ¿estás bien?
No contestó de inmediato, sino que lo abrazó de improvisto, volviendo a
echarse a llorar. Eso era malo, se dijo preocupado. Ellie nunca lloraba, bueno
sí, lo hacía cuando veía alguna película sentimentaloide y no paraba hasta que
la consolaba entre sus brazos, pero dudaba que ese fuera el caso. Algo
sucedía y estaba decidido a averiguarlo.
—¿Por qué estás llorando?
—Porque te amo demasiado, Adam.
La mirada azulada del pelirrojo se suavizó y afianzó aún más su agarre
sobre la cintura femenina. Hacía tiempo que no podía pegarla por completo a
su cuerpo, debido a la tripita del embarazo, un dulce recordatorio de que
pronto serían uno más en esa familia tan peculiar que habían construido.
Adam seguía amando cada una de sus curvas, no importaba que estas
hubieran ido variando, le gustaba sorprenderse con los nuevos cambios
producidos en el cuerpo de su mujer. Incrédulo de que ambos hubieran
conseguido eso, de que ella lograse albergar tanta vida en ese cuerpecito tan
redondeado.
—Yo también, mucho. ¿Por eso estás llorando?
El hecho de que él se hubiera ablandado de esa forma tan rápida provocó
que afloraran nuevas lágrimas en Ellie, que lloriqueó contra su cuello.
—Sí, porque quiero tener el tiempo suficiente para decírtelo toda la vida.
Ya sabes que yo no tengo mucha suerte, y últimamente he desarrollado una
teoría.
—¿Cuál?
—Quizás no tuviera tanta, porque me esperaba el cáliz de la suerte por
excelencia.
—¿Cómo? ¿El qué? Luego dices que el que habla enrevesado soy yo.
—¡Tú! Tú eres mi mayor golpe de suerte.
Adam la besó en la frente, enternecido y encandilado con esa faceta tan
amorosa y cariñosa de su mujer. Él, que no había recibido tanto amor desde
pequeño, se sentía como un niño pequeño cada vez que estaba a su lado.
Cuando se separaron, la observó mover la nariz, olisqueando la zona.
—¿Y ese olor? ¿Qué es? ¡Huele muy rico!
El pelirrojo sonrió encantado, la noche anterior se había desvelado
queriendo hincarle el diente a algo dulce y, temeroso de que pudiera subirle el
azúcar al comérselas tan tarde, pues el médico les había aconsejado que
limitasen la ingesta y Adam en esas circunstancias quería hacerlo todo lo bien
que pudiera, se las había negado, a pesar de haberse ganado una mirada
entristecida por parte de su mujer. No obstante, había terminado claudicando
la tarde del día después y había salido a comprarle el antojo.
—Adivínalo.
—¡Adam! No soy un perro.
—Tienes el olfato como de uno. Venga, hazlo.
La joven se lo pensó durante unos segundos y, al final, exclamó
emocionada:
—¡Ay! ¡Son tortitas! ¡¿Verdad?!
El pelirrojo asintió, satisfecho con su respuesta. El tema de las tortitas fue
suficiente para que Ellie se secase las lágrimas, que aún le quedaban y le
cogiera de la mano.
—¡Sabía que no me decepcionarías!
—Tampoco te hinches, no quiero complicaciones de última hora, por
favor.
—Vamos, vamos, ya viste los resultados del último análisis, estoy más
sana que una manzana, y solo he cogido ocho kilitos. El otro día hice
videollamada con Maddie y me dijo que no eran tantos. Además, el problema
será cuando tenga que bajarlos.
—Tampoco te agobies con eso, ya los bajarás como puedas.
—¡Ay, Adam! Te amo tanto.
—Y yo a ti.
—Por cierto, ¿a qué no sabes lo que he descubierto en el desván? ¡No vas
a creértelo!
—¿El qué?
—Pues verás…
Ambos se pusieron al día uno frente al otro mientras Ellie daba cuenta de
las tortitas y Adam se bebía un chocolate caliente con nubes. El asombro, las
sonrisas y la ilusión por el nuevo descubrimiento de Ellie, inundaron el hogar
de los Henderson.
La vida no era un cuento de hadas como había tratado de venderle Disney
toda la vida, alternaba entre momentos tristes y felices. Aún con todo y con
eso, Ellie no cambiaría nada de la suya. Ni Adam era el príncipe perfecto, ni
ella una princesa esperando ser rescatada. Solo eran dos almas que habían
tenido la inmensa suerte de coincidir en este mundo y que se disfrutaban
mutuamente, exprimiendo cada minuto, porque en eso debería consistir la
existencia, ¿no?
En disfrutar de ella.
AVANCE
En las películas suelen relacionar los entierros con la lluvia torrencial.
Entonces ¿por qué ese día era demasiado soleado? ¿no debería llover a
raudales? Parecía como si alguien quisiera reírse de ella.
Aquel era el primer funeral al que asistía y, aunque los había visto por la
tele, nunca se había parado a reflexionar en profundidad sobre el impacto que
podía tener en los asistentes.
Todas las personas congregadas alrededor de una tumba abierta, un féretro
sobre un nicho de flores, muchas personas conocidas llorando al ser amado,
otras desconocidas que se limitaban a contemplar la escena con estoicismo.
Si lo pintaban tan sencillo en las series, ¿por qué vivirlo resultaba tan
complicado?
En ese momento a Madeline Wright le hubiera gustado salirse de su
cuerpo y contemplar la escena que se desarrollaba ante ella como una mera
espectadora. Sospechaba que si lo intentaba con suficiente fuerza lo
conseguiría, apenas se sentía viva. Quizás se hubiera llevado su alma con
ella. La mano de su amiga Ellie Hawk se encontraba aferrada a la suya. Ellie
le dio un apretón tratando de insuflarla ánimos, pero ¿qué debe hacer una
cuando ya no siente nada?
—Estamos aquí reunidos para despedir a Clarissa Wright…
Despedir. Aquella palabra resonó en su mente con fuerza. Maddie no
siguió escuchando las palabras del cura. Ese término unido al nombre
completo de su hermana desencadenó todo el torrente emocional que había
contenido durante esos años.
Frustración, ira, culpa, rabia, dolor, decepción se entremezclaron en su
pecho, cortándole la respiración. Maddie creyó escuchar un «crac» en su
mente y no supo cómo de repente estaba lloviendo, solo que el sol seguía en
lo alto y la gente no se estaba empapando. Ella era la única que lo hacía y
entonces se dio cuenta de que estaba llorando por el pasado que torturaba su
presente y por este último que teñía de oscuridad su futuro.
—Maddie… —susurró Ellie rodeándole la cintura con su brazo.
Su pareja Adam Henderson se encontraba en el otro costado del foso
abierto en el que introducirían el cuerpo inerte de Clare para siempre. A su
lado y, llorando como nunca le había visto hacerlo, se encontraba el culpable
de todos sus males.
Enzo D’Angelo.
Maddie había luchado consigo misma para no mirarle ni una sola vez
desde que iniciase el entierro. No podía verle, porque de hacerlo presentía
que se rompería en dos. Y a pesar de todo lo hizo. El sonido desgarrador de
su llanto le incendiaba las entrañas. Al final tuvo que retirar su atención, no
podía aguantarlo, le dolía demasiado, caviló sin dejar de llorar con más
intensidad. Las lágrimas caían inexorables por sus mejillas y allí se quedó,
como si fuera una ballena varada en mitad de una playa. Había perdido su
mar, ella se lo había llevado con su muerte, aunque quizás solo hubiera sido
una ilusión.
Su noción del tiempo tuvo que estropearse porque no supo en qué
momento la gente comenzó a abandonar el lugar que habían tomado durante
el inicio de entierro. Solo se percató de ello cuando su amiga le apretó el
brazo, trayéndola de vuelta a la dura realidad.
—Maddie, cariño, ya ha terminado. Quizás sea hora de irnos… ¿quieres
venirte con nosotros?
Madeline contemplaba la tumba en la que acababa de ser enterrada su
hermana. Sin poder creérselo todavía. Todo resultaba tan irreal que daba
miedo.
—No, necesito unos segundos más. Ve adelantándote.
No del todo convencida, Ellie la soltó y comenzó a caminar hacia Adam y
Luke.
—Creo que no debería dejarla ahí sola —la escuchó pronunciar indecisa
antes de alejarse.
—No te preocupes, no está sola.
Al escuchar aquel dato, Maddie levantó la cabeza y se encontró al otro
lado de la fosa a Enzo D’Angelo. El silencio se cernió sobre ellos.
El italiano intentaba limpiarse las lágrimas, pero estas volvían a caer
incontroladas.
Maddie no sabía qué podía añadir, las palabras sonaban tan absurdas en un
momento como ese, que optó por callarse.
Con los ojos enrojecidos por el llanto, el novio de su difunta hermana
endureció su expresión al concentrarse en ella y pronunció las palabras que la
hundirían aún más el pozo en el que Maddie se había caído hacía tantos años.
—Estarás contenta, ¿no?
Maddie tembló como si hubiera sido impactada por un rayo, aunque bien
podría asemejarse el dolor que estaba experimentando a uno.
—¿Qu-qué dices?
El odio más profundo brilló con peligrosidad en la profundidad de sus ojos
y Maddie contuvo el aliento.
—Supongo que esto era lo que buscabas desde el principio. Espero que me
escuches con atención y que te lo grabes a fuego en tu corazón porque no voy
a repetirlo más veces. No me importa dónde tengas que esconderte, por tu
bien espero que encuentres el mejor escondrijo del mundo, porque como te
vea delante de mí una sola vez más, acabaré contigo.
—T-tú…
Las palabras no le salían, se le atascaban en la garganta por la crudeza del
ataque. Sin embargo, en cuanto el hombre pasó por su lado, se detuvo unos
segundos y escupió con desprecio:
—Asesina.
Las rodillas le fallaron y, tambaleándose, Maddie se desmoronó en el
suelo, atormentada, se sujetó la cabeza, reviviendo una y otra vez los últimos
minutos de vida de su hermana.
Una verdad prevaleció por encima de todas las demás:
Clare había muerto y ella había sido la responsable de su trágico
desenlace.
BIOGRAFÍA
Cassy Higgins es el pseudónimo de una joven autora de veinticinco años
nacida en Madrid, España.
Recién graduada en el Doble Grado Maestro en Educación Infantil y
Maestro en Educación Primaria, comenzó escribiendo en sus ratos libres,
llegando a hacer de la escritura su pasión. Entre sus novelas se encuentran
géneros variados e historias apasionadas, divertidas, sexys y románticas.
Le gusta mucho leer, los helados, el mar y andar descalza en verano.

Más libros de la autora en:


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