Frases Bridgerton
Frases Bridgerton
Frases Bridgerton
Todos pensaban que era graciosa, amable e ingeniosa, y nadie pensaba que no
fuera atractiva pero, al mismo tiempo, nadie quedaba maravillado ante su
belleza, nadie se quedaba sin palabras ante su presencia o escribía poesía en su
honor.
Allí estaban los hermanos Bridgerton. Altos, apuestos, musculosos, con todas las
jóvenes del país suspirando por ellos y ellos totalmente acobardados por una
mujer.
Aunque, claro, esa mujer era su madre. Tenía que tenerlo en cuenta.
Ya que no podía coquetear con ella, sabía que nunca se casaría con ella, pero,
aún así, no podía evitar inclinarse hacia ella más y más. No se dio
cuenta de lo que estaba haciendo hasta que perdió el equilibrio y tuvo que
echarse hacia
atrás para no caer.
Ante una situación en que quedan en ridículo, todos los hombres tienen la
imperativa necesidad de echarle la culpa a otra persona.
Sabía que no podría hacerla suya esa noche, que no podría hacerla suya nunca,
y necesitaba que aquellas caricias le duraran toda la vida.
Siempre he sabido que no era la mujer por la que los hombres suspiraban, pero
nunca pensé que alguien prefiriera morir antes que casarse conmigo.
Pero no lo entendería. Los Bridgerton no, porque para ellos la familia sólo era
algo bueno y verdadero. No conocían las palabras crueles y los
sueños rotos. No conocían el horroroso sentimiento del rechazo.
Si te casas conmigo, nunca tendrás hijos. Nunca podrás tener un niño en los
brazos y saber que es fruto del amor.
Podía vivir sin los hijos que todavía no habían nacido, pero no podía vivir sin
Simon.
Era mejor vivir con el hombre que quería que tener hijos con uno al que no
quisiera.
Nunca antes había creído que fuera posible sonreír cuando uno estaba a punto
de morir por falta de oxígeno. A veces, la necesidad de tocarla era tan grande
que sólo mirarla le dolía.
Era muy extraño sentir tanta felicidad por tener tan poco poder. Podía hacer
con ella lo que quisiera, y ella se dejaría.
Decir que los hombres son tercos como mulas sería insultar a las mulas.
El odio que Simón sentía por su padre era mucho mayor que cualquier atisbo de
amor que pudiera sentir por ella.
Si no quieres hijos porque no los quieres, es una cosa. Pero si te estás negando
el placer de la paternidad por un hombre muerto, es que eres un cobarde.
Una verdad universal que un hombre casado y con una gran fortuna lo que
quiere es un heredero.
Que un marido puede romper el corazón con una intensidad muy superior a la
de un mero pretendiente.
Hay poco que nos deleite más que un desafío. Y usted, señorita Sheffield, me ha
retado al más delicioso de los desafíos.
Nadie le había traído flores antes, y hasta ese preciso momento no se había
dado cuenta de cuánto deseaba que alguien lo hiciera.
Cuando le rozó la piel de la sien sin querer, ella incluso dejó de respirar. Estaba
tan cerca, había algo peculiar en aquello. Kate podía sentir el calor de su cuerpo,
el aroma limpio, enjabonado de Anthony.Y aquella sensación propagó de
inmediato por todo su cuerpo un hormigueo que la puso alerta. Le odiaba, o al
menos le provocaba un profundo desagrado y reprobación. No obstante, sintió
una absurda disposición a inclinarse un poco hacia delante, hasta que el espacio
entre sus cuerpos se vio comprimido a nada y... Tragó saliva con fuerza y se
obligó a sí misma a retrasarse. Santo cielo, ¿qué se había apoderado de ella?
No quería volver a despertarse torturado, con una erección, sabiendo que Kate
Sheffield era la causa. Quería hundirse en otra mujer hasta que todo recuerdo
de aquel sueño se disolviese y se desvaneciera en la nada.
Sabía que aquella proximidad era intencionada, que él pretendía intimidarla
más que seducirla, pero aquello no sirvió para contener los frenéticos latidos de
su corazón.
Los labios de Kate se separaron, pero era incapaz de pronunciar una palabra
aunque su vida dependiera de ello. Él no llevaba guantes y el contacto de su piel
era tan poderoso que parecía controlar todo su cuerpo. Respiraba cuando él se
detenía, dejaba de hacerlo cuando él se movía. No cabía duda de que su
corazón latía al compás del puso de él.
Precisamente el motivo por el que había elegido a Edwina para esposa era saber
que nunca se enamoraría de ella. Le gustaba, la respetaba y estaba seguro de
que sería una madre excelente para sus herederos, pero nunca la amaría.
Aquella chispa no se había encendido entre ellos.
Había algunos vínculos, acabó por comprender, que eran más fuertes que los de
la sangre. Él no dejaba espacio para esos vínculos en su vida.
A pesar de su reputación, el incidente perduraría entre nosotros. Una vez que
ha sucedido algo, no se puede borrar. El beso siempre quedaría entre ellos.
Los hombres son criaturas con espíritu de contradicción, sus cabezas y sus
corazones nunca guardan concordancia. Y como bien saben todas las mujeres,
sus actos normalmente están regidos por otro aspecto completamente
diferente.
El deseo era algo agradable, pero el deseo podía ser peligroso. Con certeza, el
deseo podía transformarse en amor con más facilidad que el desinterés.
No quería que supiera cuánto significaba para él. No hasta que Anthony mismo
entendiera por qué significaba tanto para él.
Vio a lord Bridgerton al otro lado de la estancia. O más bien pensó que le había
visto. En cuanto le avistó de pie junto a la chimenea, ella mantuvo la mirada
escrupulosamente apartada. Pero de todos modos le notaba. Era consciente de
que tenía que estar loca, pero juraría que sabía cuándo ladeaba la cabeza y que
le oía cuando hablaba o se reía. Y desde luego sabía cuándo tenía la mirada
puesta en su espalda. Era como si el cuello fuera a encendérsele en llamas.
Pero aún más extraño le pareció... que de repente no estuviera segura de que el
vizconde fuera ese desalmado y censurable mujeriego que con demasiada
facilidad había creído que era.
Dios, le encantaban las tormentas...Era difícil saber por qué. Tal vez sólo era la
prueba del poder de la naturaleza sobre el hombre. Tal vez era la energía pura
de la luz y el sonido que retumbaba a su alrededor. Fuera lo que fuera, hacía
que se sintiera vivo.
Tal vez hubiera sido un mujeriego y un vividor tal vez aún lo era pero estaba
claro que su conducta en ese sentido no era lo único que le caracterizaba. Y la
única objeción que tenía Kate para que él no se casara con Edwina era...Porque
en lo más profundo de su corazón, lo quería para ella misma.
¿Por qué diantres quería cogerla por los hombros y sacudirla y sacudirla y
sacudirla hasta que retirara cada una de aquellas fastidiosas palabras?.
Era irónico, pero la muerte no era algo que le asustara. La muerte no asustaba a
un hombre que estuviera solo. El más allá no infundía ningún terror cuando
alguien había conseguido evitar los vínculos terrenales.
No debería desearle, no debería desear a este hombre que se casaba con ella
por todas las razones equivocadas. Y no obstante le deseaba con una
desesperación que la dejaba sin aliento.
Pero resultaba difícil de digerir no ser la escogida por alguien, y una parte de
ella casi quería que él confirmara todas sus sospechas: que no la quería como
novia, que prefería mucho más a Edwina, que se casaba con ella sólo porque
tenía que hacerlo. Le dolería de un modo horroroso, pero si él lo manifestaba,
ella ya lo sabría. Y saberlo, aunque fuera amargo, siempre sería mejor que no
saberlo.
Al menos entonces calibraría con exactitud dónde se encontraba. Tal y como
estaban las cosas, se sentía sobre arenas movedizas.
Y en aquel momento, supo que le amaba. Con cada pensamiento, con cada
emoción, cada parte de su ser, le amaba. Y si él nunca le correspondía con su
amor... bien, no quería pensar en eso. No
entonces, no en aquel momento profundo.
Probablemente nunca.
Se fue sin sentir el frío, sin sentir esa lluvia que justo empezaba a caer con
fuerza sorprendente.
Se fue, sin sentir nada.
No había querido amarla. Diablos, no había querido amar a nadie. Era la cosa —
la única cosa— que le hacía temer su propia mortalidad. ¿Y qué pasaba con
Kate? Había prometido quererla y protegerla.
Era sencillo. Su mundo era Kate. Si lo negaba, tal vez dejara de respirar en aquel
mismo momento
Y en ese momento esto era más que amor. Esta mujer le hacía sentirse mejor
persona. Había sido bueno y fuerte y bondadoso siempre, pero con ella a su
lado era algo más.Y juntos podrían hacer cualquier cosa.
Tienes que vivir cada hora como si fuera la última y cada día como si fueras
inmortal. Cuando mi padre se puso enfermo, lamenté tantas cosas.
Había tantas cosas que deseaba haber hecho, eso me contó. Siempre suponía
que contaba con más tiempo. Eso es algo que siempre he llevado conmigo.
No me hace falta ser tan buena. Sólo necesito disfrutar por mí misa. Y necesito
saber que lo he intentado.
No puedes rehuir retos nuevos o evitar el amor porque pienses que tal vez no
vayas a estar aquí para cumplir tus sueños
El amor no tiene que ver con tener miedo a que te lo arrebaten. El amor tiene
que ver con encontrar a la persona que te llene el corazón, que te hace ser una
persona mejor de lo que nunca soñaste ser. Tiene que ver con mirar a tu mujer
a los ojos y estar convencido hasta lo más hondo de que ella es
sencillamente la mejor persona que has conocido.
Fue la primera vez, incluso después de todos estos últimos años esperando mi
propia muerte, que de verdad supe qué significaba morir. Porque si tú hubieras
fallecido... no me quedaría nada por lo que vivir
Creo que el corazón humano es más fuerte de lo que nosotros nos maginamos.
Te doy mi corazón
Si deseas cosas que de ninguna manera puedes esperar, sólo vas a tener
decepciones.
Pero ella le sonrió, con una ancha y radiante sonrisa que le perforó la piel y fue a
tocarle
directamente el alma.
Era un Bridgerton, y si una persona conocía a uno, por lo general eso significaba
que era capaz de reconocer a otro. Y puesto que no había nadie en Londres que
no se hubiera cruzado con uno u otro, a él lo reconocían en todas partes. Aun
cuando, pensó pesaroso, ese reconocimiento fuera simplemente como el
«Número Dos»
Cuando él la miraba a los ojos, tenía la curiosa sensación de que le veía hasta el
alma.
Decían que los ojos son las ventanas del alma. Si de verdad había encontrado a
la mujer de sus sueños, aquella con la que podía por fin imaginarse una familia y
un futuro, por Dios que
tenía que saber de qué color tenía los ojos.
Siempre tenía los ojos bien abiertos por si veía a la única mujer que le había
tocado el alma.
Seguía esperando, deseando, observando. Y aunque se decía que tal vez ya era
hora de
casarse, no lograba armarse del entusiasmo para hacerlo. Porque, ¿y si ponía el
anillo en el dedo de una mujer y al día siguiente la veía?Eso le rompería el
corazón. No, sería algo más que eso: le destrozaría el alma.
Ahora estaba clavada para siempre entre dos mundos sin ningún lugar claro en
ninguno de los dos.
Ardo por ti. Todas las noches me paso horas despierto en la cama, pensando en
ti, pensando por qué demonios estás en la casa de mi madre y no conmigo.
De pronto todo cobró sentido. Sólo dos veces en su vida había sentido esa
atracción inexplicable, casi mística, por una mujer. Le había parecido
extraordinario encontrar a dos, cuando en su corazón siempre había creído que
sólo había una mujer perfecta para él. Su corazón no se había equivocado. Sólo
había una.
La había decepcionado que él no la reconociera. Si la noche del baile de
máscaras había sido tan
mágica para él como para ella, ¿no debería haberla reconocido al instante? Dos
años había pasado soñando con él. Dos años había visto su cara en la mente
todas las noches. Y cuando él vio la de ella, vio a una desconocida.
Siempre te he amado. Creo que te he amado desde antes de conocerte.
Esta vez los dos tenían la intención; habían elegido más que pasión; se habían
elegido mutuamente.
Seduciendo a mr bridgerton
Penelope Featherington se enamoró. Fue algo, resumido en una palabra,
estremecedor. La tierra tembló, el corazón le dio un vuelco, el momento la dejó
sin aliento. Y pudo decirse, con cierta satisfacción, que el hombre involucrado,
un tal Colin Bridgerton, se sintió exactamente igual. Ah, no en el aspecto del
amor, eso sí.
Eran el tipo de ojos que atormentan los sueños de una jovencita. Y Penelope
soñaba, soñaba y soñaba.
Él le hacía sentirse más confiada, más osada. La hacía más… ella misma. O por lo
menos la ella misma que deseaba ser.
¿No es fantástico descubrir que no somos exactamente lo que creíamos ser?
Tal vez, sólo tal vez, era algo más, aunque sólo fuera un poquitín más.
Ella era capaz de ser osada y encantadora durante un fugaz momento, pero no
tenía idea de cómo continuar.
¿Bajo qué estrella mágica nacería Colin que siempre sabía qué decir? Era el
flautista
encantado que solo dejaba corazones felices y caras sonrientes a su paso.
Muchas veces he pensado que es una tontería que un hombre pida la mano de
una mujer a su padre en lugar de pedírsela a ella. No es el padre el que va a
tener que vivir con él.
No creía que ella deseara marcharse, pero sabía que lo haría. Pensaría que era
lo correcto, y tal
vez creería también que eso era lo que él deseaba. Nada podría estar más lejos
de la verdad, lo sorprendió comprender. Y nada podría haberlo asustado más.
Siempre es interesante descubrir que alguien es algo más de lo que ven los ojos,
¿no crees?
Es bueno tener algo en la vida. Algo que satisfaga, que llene las horas con una
sensación de finalidad.
Mis hermanos son... Son muy diestros. los dos tienen una finalidad en sus vidas.
Yo no tengo nada.
Pero allí era donde iba a estar Penelope esa noche, y eso significaba que allí era
donde tendría que estar él también.
—Me he pasado toda la vida olvidando cosas, no diciéndolas, sin jamás decirle a
nadie lo que realmente deseo
Las personas son como los buenos vinos. Si comienzan buenos solo mejoran con
la edad.
¿Por qué, por qué, había sido tan tonta para pensar que él era el hombre
perfecto? Se había
pasado la mitad de su vida adorando a un hombre que ni siquiera era real;
porque estaba claro que el Colin que conocía, no, el Colin que creía conocer, no
existía en la realidad. Y fuera quien fuera ese hombre, no sabía si le caía bien.
Soy algo más de lo que crees, Colin. Soy algo más de lo que yo creía.
—Eres hermosa —dijo él, y agitó la cabeza, confundido—. No sé por qué nadie
más lo ve.
que hubiera encontrado un trabajo y finalidad en su vida, pero aun con todo
eso, la amaba.
—No pasa un día sin que me vea obligado a pararme a pensar qué demonios
voy a hacer para protegerte si se descubre tu secreto. Te amo, Penelope. ¡Dios
me asista!, pero te amo.
—Te quiero. Te amo con todo lo que soy, todo lo que he sido y todo lo que
espero ser.
—Colin…
—Te amo con mi pasado y te amo por mi futuro. —La besó dulcemente en los
labios—. Te amo por los hijos que tendremos y por los años que tendremos
juntos. Te amo por todas y cada una de mis sonrisas y más aún, por todas y cada
una de tus sonrisas.
Quiero que todo el mundo sepa lo orgulloso que me siento de ti. Cuando haya
terminado no
habrá ni una sola persona en Londres que no reconozca lo inteligente que eres.
Antes pensaba que te amaba, y estoy segura de que te amaba, pero eso no es
nada comparado con lo que siento ahora
Toda su vida o, al menos, la vida que él había conocido, había estado rodeada
de melancolía. No recordaba el sonido de su risa y, de hecho, no estaba seguro
de si alguna vez había reído.
A lo mejor era mejor casarse por respeto mutuo y compañía que quedarse
soltera para siempre.
En cierto modo, sir Phillip era sólo suyo. Lo único que jamás se había visto
obligada a compartir con nadie Sir Phillip era su secreto. Sólo suyo.
Eloise contaba con que Penelope seguiría donde estaba y siendo quien era:
antes que nada, su amiga. Su compañera de soltería. Y lo peor, lo que le hacía
sentir culpable, era que jamás se había planteado cómo se sentiría Penelope si
era ella la que se casaba primero, una posibilidad a la que, sinceramente,
siempre había dado más credibilidad. Pero ahora Penelope tenía a Colin y Eloise
sabía que hacían una pareja perfecta. Y ella estaba sola. Sola en medio de un
Londres a rebosar. Sola en medio de una familia numerosa y muy cariñosa. Se
hacía difícil imaginar un lugar más solitario.
Pero si Eloise se caracterizaba por algo era por la rapidez con la que actuaba
cuando tomaba una decisión.
Porque la mujer que estaba en la puerta era joven, bastante bonita y, cuando lo
miró, vio que tenía los ojos grises más grandes y preciosos que había visto en su
vida. Podría ahogarse en esos ojos.
Y Phillip no era de los que usaban el verbo “ahogar” a la ligera, como alguien
podría creer.
Jamás se había dedicado a observar la vida, siempre había querido hacer algo,
arreglar cosas, incluso personas. Y la única vez que realmente hubiera debido
actuar, no había podido hacer nada.
-Es... muy difícil... cuando alguien muere y sólo puedes mirar, cuando no puedes
hacer nada para evitarlo.
Por un lado, era su manera de ser y, por el otro, porque era como le gustaba
hacer frente a los problemas: lidiando con ellos en vez de arrepentirse de las
cosas.
-Cuando me casé, no quería a mi mujer -dijo y después, con una voz más suave y
nostálgica, añadió-. O, si la quería, todavía no lo sabía.
-Estaba perdida. Cuando Penelope y Colin se casaron... -se dejó caer en una silla,
con la cabeza entre las manos-. Soy una mala persona. Debo de ser muy mala y
superficial porque, cuando se casaron, sólo podía pensar en mí.
-Es que, de repente, me sentí muy sola, y muy vieja. -Lo miró, preguntándose si
la entendería-. Jamás pensé que me quedaría atrás.
-Tenía que hacer algo. No podía quedarme viendo pasar la vida por delante de
mí como si nada.
-Eres una persona muy especial, Eloise. La vida no pasa por delante de ti como si
nada. Confía en mí. Te he visto crecer y he tenido que ser tu padre en ocasiones
en las que me hubiera gustado ser sólo tu hermano.
-Haces que la vida sea especial, Eloise -dijo Anthony-. Siempre has tomado tus
propias decisiones, siempre lo has tenido todo bajo control. Puede que a ti no te
lo pareciera, pero es así.
Para ser una mujer que apenas podía estar con la boca cerrada, tenía muchas
cosas que jamás había compartido con nadie.
-Siempre me ha gustado todo de ti, claro pero, por alguna razón, tu impaciencia
siempre me ha parecido encantadora. Y no es porque siempre quisieras más,
sino porque siempre lo querías todo. O querías todo para todos, y querías
saberlo y aprenderlo todo y Nunca te has conformado con la segunda opción, y
eso es muy bueno, Eloise. Me alegro de que rechazaras todas esas propuestas
de matrimonio en Londres. Ninguno de esos hombres te hubiera hecho feliz. No
hubieras sido desgraciada, pero tampoco feliz.
-Pero no dejes que la impaciencia te defina. Porque eres mucho más que eso.
Eres mucho más que eso y a veces tengo la sensación de que lo olvidas. -Sonrió;
la sonrisa afable de una madre que se despide de su hija-. Dale tiempo, Eloise.
Sé paciente. No presiones demasiado.
Ya no volvería a casa. Siempre los tendría, por supuesto, pero ya no viviría con
ellos.
Era su mujer e iba a verlo desnudo cada día durante el resto de su vida y, si
alguien tenía que saber la auténtica naturaleza de sus cicatrices, era ella. Él
podía ignorarlas, porque como estaban en la espalda no se las veía, pero Eloise
no tendría esa suerte.
Su orgullo no quería que nadie supiera que estaba deprimida, pero el corazón
necesitaba un hombro sobre el que llorar. Y, al final, pudo más el corazón..
No era de las que saltaba por la borda de un barco que se hundía, al menos no
hasta asegurarse que todos los demás estaban a salvo.
Se había pasado años evitando a sus hijos, temiendo cometer un error, aterrado
de perder los nervios. Creía que, al mantenerlos lejos de él, estaba haciendo lo
mejor para ellos, pero no era así. Se había equivocado.
Phillip se dio cuenta que Eloise tenía mucha fe en él. Tenía fe en su bondad
interior y en la calidad de su alma, cuando él había vivido atormentado por las
dudas tantos años.
Había dicho, una y otra vez, que se había casado con ella para darles una madre
a sus hijos y ahora, cuando ella había reconocido que jamás lo abandonaría
porque el compromiso con los niños era demasiado fuerte... Se había puesto
celoso.
Quería que lo quisiera. A él. Y no porque hubiera hecho unos votos en la iglesia
sino porque estuviera convencida de que no podría vivir sin él. Incluso, quizá,
porque lo amaba.
Michael casi se echó a reír. Ahí estaba, paseando por la noche con la mujer que
amaba. Qué suerte la suya.
Pero la verdad es que Michael Stirling poseía una generosidad de espíritu y una
capacidad de amar no igualada entre los hombres.
Y dónde estaba Michael? ¿Por qué no la consolaba? ¿Por qué no se daba cuenta
de lo mucho que ella lo necesitaba? A él, no a su madre, ni a la madre de nadie.
Necesitaba a Michael, la única persona que conoció a John tanto como ella, la
única persona que lo había amado totalmente.
Seguía quedándose sin aliento cada vez que ella entraba en la sala, y se
endurecía de deseo cada vez que lo rozaba al pasar por su lado, y seguía
doliéndole el corazón de amor por ella.
Se sentía muy sola. Y en lo único que podía pensar era en que su vida iba
pasando por su lado y que si no hacía algo pronto, se moriría así. Sola.
Eran muchas las cosas en la vida que causan miedo, pero la rareza no debería
estar entre
ellas.
Debería haberte escrito. Pero la verdad es que no me sentía con ánimo. Pensar
en ti me hacía pensar en John, y supongo que por entonces necesitaba no
pensar mucho en él.
Un hombre tiene que darse esos simples placeres donde y cuando puede.
Los dos tenían el mismo tipo de reputación, la de libertino «a quién diablos le
importa». Pero mientras Colin era el chico favorito de las madres de la sociedad,
que arrullaban alabando su encantador comportamiento, a él siempre lo habían
tratado con más cautela.
Pero desde hacía tiempo él sospechaba que había bastante sustancia bajo la
superficie
siempre jovial de Colin; tal vez eso se debía a que en muchos sentidos eran
parecidos, pero él
siempre había temido que si alguien era capaz de percibir sus sentimientos por
Francesca,
sería ese hermano.
ella, un infierno vivir en la misma casa. Le había resultado difícil antes, amarla
sabiendo que nunca podría ser suya, pero eso…Eso era cien veces peor.
Todos esos años había conseguido conservar la cordura por un solo motivo, sólo
uno: nadie sabía que estaba enamorado de Francesca.
Pero ahora lo sabía Colin, o al menos lo sospechaba, condenación, y no lograba
calmar
esa creciente sensación de terror que le oprimía el pecho.
Pero no podría haberse apartado ni aunque las llamas del infierno le estuvieran
lamiendo los pies
Antes hacía el amor y obtenía placer con mujeres con el fin de «borrar» de su
mente a una. Pero ahora que la había saboreado, aunque sólo fuera con un
fugaz beso, estaba estropeado.
Con John había sentido placer, pero nada parecido a eso. Jamás había soñado
siquiera que eso existiera. Y lo había descubierto con Michael. Con Michael, que
era su amigo también. Su confidente. Su amante.
Deseaba eso. Lo deseaba a él. Aun sabiendo que estaba mal, era tan mala que
no podía
parar.
Él la hacía perversa.
Y deseaba deleitarse en eso.
—¿Por qué te quedas, Francesca? —Insistió él, avanzando hacia ella con la
gracia felina
de un tigre—. No hay nada para ti aquí en Kilmartin, aparte de «esto».
Si esto ha de terminar, tendrás que ponerle fin tú. Tienes que marcharte.
Porque ahora… después de todo lo que ha pasado, no tengo la fuerza para
decirte adiós.
Quién habría pensado que ella se casaría con su mejor amigo? Eso tenía que ser
un buen presagio para la unión.
Sabía, en su corazón, que John lo habría aprobado. Le habría dado su bendición,
y en sus momentos más fantasiosos, le gustaba pensar que si John hubiera
podido elegirle un segundo marido a Francesca, lo habría elegido a él.
No deseaba que ella dijera palabras que no sentía, y aun en el caso de que
nunca lo amara como debe amar una mujer a su marido, sabía que sus
sentimientos eran más fuertes y nobles que los que albergaban la mayoría de
las mujeres por sus maridos.
Amaba a Michael. No sólo como amigo, sino como marido y amante. Lo amaba
con la misma intensidad y profundidad con que había amado a John; era
diferente porque ellos eran hombres distintos y ella había cambiado, pero
también era igual. Era el amor de una mujer por un hombre, y le llenaba todos
los recovecos del corazón.
—Me repetía una y otra vez que no, pero cuando pensé que se iba a morir, fue
demasiado para mí, y comprendí… ay, Dios, lo supe, John. Lo necesito, lo amo,
lo quiero. No puedo vivir sin él, y sólo necesitaba decírtelo.
Por un beso
Estaba jugando con fuego, y lo sabía, pero era como si no pudiera parar. Era
como si cada
frase que decía él fuera un reto y ella tenía que usar todas sus facultades para
estar a la altura.
Si eso era una competición, deseaba ganar.
Ese era el problema que tenía con él, comprendió; no se sentía ella misma
cuando él estaba cerca. Y eso era de lo más desconcertante.
¿Le gustaba no ser nunca capaz de saber lo que él estaba pensando, o que le
provocara inquietud, que la hiciera sentirse que no era ella misma?
Me parece que lo que pasa, es que cuando no te sientes así, cuando ocurre algo
que te causa inquietud… bueno, me parece que no sabes cómo llevarlo. Y
entonces huyes. O decides que no vale la pena.
La triste realidad es que la mayoría de los hombres son ovejas. Donde va uno,
allí va el resto.
Ahora que me tiene todo para usted, ¿qué desea hacer conmigo?
No debería echar de menos lo que no tuve nunca, pero a veces… debo confesar
que lo echo en falta.
¿Sabes a cuántas personas tengo yo en este mundo? ¿Lo sabes? A una, sólo a
una. Mi abuela. Y daría mi vida por ella. ¿Sabes lo que significa estar solo?. No
una hora, ni una tarde, sino saber, saber absolutamente que dentro de unos
años no tendrás a nadie. Daría cualquier cosa por tener a una persona más por
la cual ofrecer mi vida
El amor, ese amor se le había ido insinuando, sigiloso, poco a poco, adquiriendo
impulso, hasta que un día
estaba ahí. Estaba ahí, y era verdadero, y sabía que siempre lo sería.
Por lo menos yo sé por qué acepté tu proposición. En cambio tú, no tienes idea
de por qué me la hiciste.
Sabía lo que hacía esta noche. Sabía lo que significaba; sabía que era
irrevocable. Nunca me imaginé que podría lamentarlo.
—Te amo —dijo, logrando por fin elevar la voz más allá de un susurro. Se giró a
mirarla, con el corazón y el alma en los ojos—. Te quiero.
—Yo también te amo —dijo ella.
Él le cogió la cara entre las manos y la besó en la boca, una vez, profunda,
profundamente.
—Lo digo en serio —dijo—, te amo, de verdad.
Ella arqueó una ceja.
—¿Es esto una competición?
—Es lo que tú quieras —prometió él.
—Te amo —dijo.
—Me amas, ¿verdad? —musitó él, y ella comprendió que él estaba tan
sorprendido como ella por ese milagro.
—A veces te voy a sacar de quicio.
Él se encogió de hombros, esbozando su sonrisa sesgada.
—Me iré a mi club.
—Y tú me vas a sacar de quicio a mí.
—Puedes ir a tomar el té con tu madre. —Le cogió una mano y con la otra le
rodeó la cintura, de modo que quedaron unidos como en un vals—. Y esa noche
lo pasaremos maravillosamente, besándonos y pidiéndonos perdón.
Buscando esposa
Y en todo lo que podía pensar, era: Estoy arruinado. Para todas las mujeres,
estaba arruinado. Esa intensidad, ese fuego, esa sensación tan aplastante de
estar en lo correcto, nunca la había sentido.
¿Qué sentido tenía sentir una atracción tan loca, mala e inmediata, si no podía
hacer nada sobre ella? Y que no se olvidara que todo había sido unilateral.
—¿Cómo crees que puede ser posible que una persona puede elegir de quien se
enamora? —dijo Hermione apasionadamente, aunque no tan apasionadamente
lo que la obligó a incorporarse de su posición semireclinada en la cama—. Uno
no escoge. Solo pasa. En un instante.
A Lucy le gustaba ser la mejor amiga de alguien. Le gustaba tener una, también,
por supuesto, pero le agradaba saber que en todo el mundo, había alguien a
quien prefería por encima de los demás. La hacía sentir segura. Cómoda.
Lucy supo que no estaba destinada a sentirse de esa manera. Si eso existía —si
el amor existía, de la forma en que Gregory Bridgerton imaginaba— no
esperaba por ella. No podría imaginar tal vorágine de emociones. Y no lo
disfrutaría. Estaba segura de ello. No quería sentirse perdida en un torbellino, a
merced de algo que estaba más allá de su control. No quería la miseria. No
quería la desesperación. Y si eso significaba que también tenía que desterrar la
felicidad y el éxtasis, entonces así sería.
Había pensado que conocía el mundo, pero con cada día que pasaba, se daba
cuenta que entendía cada vez menos.
Todos habían pasado mucho tiempo diciéndole que el amor era algo mágico,
algo salvaje e incontrolable que llegaba como una tormenta.
¿Y ahora era algo más? ¿Era solo comodidad? ¿Algo pacífico? ¿Algo que
realmente parecía agradable?
—Se lo que significa trabajar para conseguir algo —dijo él con voz queda. Luego
se volvió hacia ella, mirándola de lleno en la cara—. Querer algo
desesperadamente y saber que no podrá ser tuyo.
¿Pero no se suponía que el verdadero amor triunfaba? ¿No había sido así para
todos sus hermanos y hermanas? ¿Por qué demonios era tan desafortunado?
Nunca amaría a otra mujer de nuevo. Nunca podría amar a otra mujer de nuevo.
No después de esto. No mientras Lucy caminara en la misma tierra. No podría
haber nadie más. Era aterrador, ese precipicio. Aterrador, y estremecedor, y...
Saltó
Ellas lo acompañaban ahora. Dos pequeñas palabras. Te amo. Nunca estaría sin
ellas.Y eso era algo maravilloso.
El amor existía. Estaba allí, en el aire, en el viento, en el agua. Uno solo tenía
que esperar por él.
Tú eres feliz. Ni siquiera sabes que lo eres, y no puedes concebir que el resto de
nosotros no lo seamos, y aunque nos esforzamos, lo intentamos y hacemos lo
mejor, nunca recibimos lo que deseamos.
—Quizás es una exageración, pero eso es todo. Me haces ser mejor, Lucy. Me
haces desear, esperar, y aspirar. Me haces querer hacer cosas.
El amor existía. Sabía que era cierto. Y estaría condenado si no existía para él.
Esto, comprendió, era el amor. Era el sentido de la rectitud, sí. Y también era la
pasión, y el maravilloso conocimiento de que podría despertarse alegremente al
lado de ella por el resto de su vida. Pero era algo más que todo eso. Era este
sentimiento, este conocimiento, esta certeza de que daría su vida por ella. No
había interrogantes.