Frases Bridgerton

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El duque y yo

Todos pensaban que era graciosa, amable e ingeniosa, y nadie pensaba que no
fuera atractiva pero, al mismo tiempo, nadie quedaba maravillado ante su
belleza, nadie se quedaba sin palabras ante su presencia o escribía poesía en su
honor.

Entre amigos había ciertas reglas, no, mejor mandamientos, y el más


importante era: No Desearas A La Hermana De Tu Amigo.

Allí estaban los hermanos Bridgerton. Altos, apuestos, musculosos, con todas las
jóvenes del país suspirando por ellos y ellos totalmente acobardados por una
mujer.
Aunque, claro, esa mujer era su madre. Tenía que tenerlo en cuenta.

No me he casado porque todos los hombres me ven como a una amiga.


Ninguno me ve como a una mujer de la que podrían enamorarse.

Lo que quiero decirle es que el sentido del humor de un vividor se basa en la


crueldad. Necesitan una víctima porque no saben reírse de sí mismos. Usted, en
cambio, con esa actitud crítica con usted mismo, es mucho más inteligente.

Los vividores reformados son los mejores maridos

Mientras hablaba, se giró hacia él y, en ese momento, con el viento agitándole


el pelo y las mejillas rosadas del sol, estaba tan encantadora que Simon se
olvidó de respirar.

Ya que no podía coquetear con ella, sabía que nunca se casaría con ella, pero,
aún así, no podía evitar inclinarse hacia ella más y más. No se dio
cuenta de lo que estaba haciendo hasta que perdió el equilibrio y tuvo que
echarse hacia
atrás para no caer.

Ante una situación en que quedan en ridículo, todos los hombres tienen la
imperativa necesidad de echarle la culpa a otra persona.

Simon la cogió de la mano y sonrió, y Daphne respiró satisfecha de ver que


sus ojos habían recuperado la alegría. Entonces, la satisfacción se convirtió en
algo más intenso: felicidad. Felicidad porque había sido ella la que había
borrado las sombras de sus ojos. Quería disiparlas para siempre. Si Simon la
dejara…

Un beso ha arruinado a más de una dama.

Sabía que no podría hacerla suya esa noche, que no podría hacerla suya nunca,
y necesitaba que aquellas caricias le duraran toda la vida.

De modo que besarla se convirtió en un asunto de supervivencia. Era muy


sencillo. Si no la besaba, si no la devoraba, moriría.

Siempre he sabido que no era la mujer por la que los hombres suspiraban, pero
nunca pensé que alguien prefiriera morir antes que casarse conmigo.

Si pudiera ser cualquiera, serías tú. Pero si te casaras conmigo, te destruirías.


Nunca podría darte lo que quieres. Te morirías día a día, y yo no sería capaz de
soportarlo.

Pero no lo entendería. Los Bridgerton no, porque para ellos la familia sólo era
algo bueno y verdadero. No conocían las palabras crueles y los
sueños rotos. No conocían el horroroso sentimiento del rechazo.

Si te casas conmigo, nunca tendrás hijos. Nunca podrás tener un niño en los
brazos y saber que es fruto del amor.

Simon se quedó allí preguntándose si acababa de subir al cielo o había


descendido al más oscuro rincón del infierno.

Podía vivir sin los hijos que todavía no habían nacido, pero no podía vivir sin
Simon.

Era mejor vivir con el hombre que quería que tener hijos con uno al que no
quisiera.

Estaba dispuesto a matarte por deshonrarla. Si le rompes el corazón, te


garantizo que nunca más encontrarás la paz mientras vivas. Y no será mucho, te
lo prometo.

Nunca antes había creído que fuera posible sonreír cuando uno estaba a punto
de morir por falta de oxígeno. A veces, la necesidad de tocarla era tan grande
que sólo mirarla le dolía.

Después de sufrir tanto rechazo de pequeño, posiblemente no entendía que


fuera merecedor de amor. Y, seguramente, no sabía cómo devolverlo. Pero ella
sabría esperar. Por él, esperaría para siempre.

Era muy extraño sentir tanta felicidad por tener tan poco poder. Podía hacer
con ella lo que quisiera, y ella se dejaría.

Tú dijiste que no podías tener hijos, pero la verdad es que no quieres.

Decir que los hombres son tercos como mulas sería insultar a las mulas.

El odio que Simón sentía por su padre era mucho mayor que cualquier atisbo de
amor que pudiera sentir por ella.

Simón se odiaba a sí mismo, odiaba la voz que lo había abandonado y odiaba a


su mujer porque tenía el poder para reducir su control a nada. Esta pérdida del
habla, el nudo en la garganta, la extraña sensación... había trabajado mucho
toda su vida para eliminarlos y ahora ella los había hecho aparecer otra vez, y
con fuerza.

A lo mejor había sido demasiado idealista. Egoístamente, había pensado que


podría curarlo, que podría llenarle el corazón. Pero ahora se daba cuenta de que
se había atribuido más valor del que en realidad tenía. Creía que su amor era
tan puro y bueno que Simón olvidaría inmediatamente tantos años de
resentimiento y dolor que le habían
amargado la vida. Se había creído demasiado importante. Y ahora se sentía muy
estúpida.

Estaba acostumbrado a estar solo, pero no estaba acostumbrado a esta soledad.

Si no quieres hijos porque no los quieres, es una cosa. Pero si te estás negando
el placer de la paternidad por un hombre muerto, es que eres un cobarde.

Empezaba a darse cuenta de que tenía que abrazarse a algo en la vida y a lo


mejor Daphne tenía razón; a lo mejor el odio no era la mejor, solución. Quizá,
sólo quizá, podía aprender a abrazarse al amor.

El amor por esa mujer lo llenaba. Le hinchaba el pecho, le hacía cosquillas en


los dedos y le cortaba la respiración.
—A veces —susurró—, te quiero tanto que me asusto. Te daría el mundo
entero, sabes que lo haría, ¿verdad?
—Todo lo que quiero eres tú —dijo ella—. No necesito el mundo, sólo tu amor.

—Te quiero —dijo.


Daphne bajó la mirada y sonrió.
—Lo sé.
—No —dijo él, atrayéndola más—. Quiero estar en tu corazón. Quiero... —
Todo su cuerpo se estremeció cuando toco su piel—. Quiero estar en tu alma.

—En toda mi vida, sólo has existido tú.

—Y estoy muerto de miedo. Y terriblemente emocionado. Y un millón de cosas


más que nunca me había permitido sentir hasta que tú llegaste.

—Antes de conocerte, sólo estaba vivo a medias.

—«Ahora» no tiene comparación con mañana. Y mañana no podrá competir con


el día siguiente. Tal y como me siento en este momento, mañana va a ser
mucho mejor.

Una verdad universal que un hombre casado y con una gran fortuna lo que
quiere es un heredero.

El vizconde que me amó


Y luego, de repente, un día, todo cambió. Qué curioso, reflexionó a
posterioridad, cómo la vida podía alterarse en un instante, cómo en tal minuto
las cosas eran de cierto modo y al siguiente sencillamente... no.

Él sabía que el amor verdadero existía. Cualquiera que hubiera estado en la


misma habitación que sus padres sabía que existía el amor verdadero.
Pero el amor era una complicación que deseaba evitar. No deseaba que se
produjera aquel milagro en concreto en su vida.

Que un marido puede romper el corazón con una intensidad muy superior a la
de un mero pretendiente.
Hay poco que nos deleite más que un desafío. Y usted, señorita Sheffield, me ha
retado al más delicioso de los desafíos.

Nadie le había traído flores antes, y hasta ese preciso momento no se había
dado cuenta de cuánto deseaba que alguien lo hiciera.

Durante un momento de extremo desconcierto, Anthony sintió una penetrante


punzada de... algo.
¿Algo? Sacudió un poco la cabeza. No era posible que fuera deseo. No por esa
mujer.

Se aclaró la garganta y respiró hondo con la esperanza de aclarar su cabeza. En


vez de ello, lo que percibió fue el olorcillo embriagador de su aroma, que era
una combinación peculiar de lirios exóticos y práctico jabón.

Cuando le rozó la piel de la sien sin querer, ella incluso dejó de respirar. Estaba
tan cerca, había algo peculiar en aquello. Kate podía sentir el calor de su cuerpo,
el aroma limpio, enjabonado de Anthony.Y aquella sensación propagó de
inmediato por todo su cuerpo un hormigueo que la puso alerta. Le odiaba, o al
menos le provocaba un profundo desagrado y reprobación. No obstante, sintió
una absurda disposición a inclinarse un poco hacia delante, hasta que el espacio
entre sus cuerpos se vio comprimido a nada y... Tragó saliva con fuerza y se
obligó a sí misma a retrasarse. Santo cielo, ¿qué se había apoderado de ella?

Aquel hombre ni siquiera necesitaba perseguir a las mujeres, casi se rendían a


sus pies.
Era asqueroso. De verdad, muy asqueroso.
Y aun así, Kate no podía dejar de mirar.

No quería volver a despertarse torturado, con una erección, sabiendo que Kate
Sheffield era la causa. Quería hundirse en otra mujer hasta que todo recuerdo
de aquel sueño se disolviese y se desvaneciera en la nada.
Sabía que aquella proximidad era intencionada, que él pretendía intimidarla
más que seducirla, pero aquello no sirvió para contener los frenéticos latidos de
su corazón.

Los labios de Kate se separaron, pero era incapaz de pronunciar una palabra
aunque su vida dependiera de ello. Él no llevaba guantes y el contacto de su piel
era tan poderoso que parecía controlar todo su cuerpo. Respiraba cuando él se
detenía, dejaba de hacerlo cuando él se movía. No cabía duda de que su
corazón latía al compás del puso de él.

Precisamente el motivo por el que había elegido a Edwina para esposa era saber
que nunca se enamoraría de ella. Le gustaba, la respetaba y estaba seguro de
que sería una madre excelente para sus herederos, pero nunca la amaría.
Aquella chispa no se había encendido entre ellos.

Tampoco pensaba que fuera un mentiroso. Un


mujeriego y un vividor sí, y tal vez un montón de cosas más, pero no un
mentiroso.

Sintió el más ridículo impulso de saltar hacia delante, coger la llave de la


alfombra hincarse sobre una rodilla y tendérsela a ella, para disculparse por su
conducta y rogarle perdón.
Pero no hizo nada de esto. No quería enmendar esa falta, no quería ganarse una
opinión favorable. Porque aquella chispa tan esquiva, cuya ausencia era tan
patente con su hermana, con quien se había propuesto casarse, refulgía con tal
fuerza que la habitación parecía estar iluminada como si fuera de día. Y nada
podía aterrorizarle más.

No existía otra cosa que la experiencia exquisita de sentirse acariciada y


querida; no, necesitada.

Había algunos vínculos, acabó por comprender, que eran más fuertes que los de
la sangre. Él no dejaba espacio para esos vínculos en su vida.
A pesar de su reputación, el incidente perduraría entre nosotros. Una vez que
ha sucedido algo, no se puede borrar. El beso siempre quedaría entre ellos.

Los hombres son criaturas con espíritu de contradicción, sus cabezas y sus
corazones nunca guardan concordancia. Y como bien saben todas las mujeres,
sus actos normalmente están regidos por otro aspecto completamente
diferente.

El deseo era algo agradable, pero el deseo podía ser peligroso. Con certeza, el
deseo podía transformarse en amor con más facilidad que el desinterés.

Supuso que le gustaba de alguna forma peculiar,


paradójica. Y pensó, por extraño que pareciera, que tal vez él también le
estuviera empezando a gustar de un modo paradójico..

No quería que supiera cuánto significaba para él. No hasta que Anthony mismo
entendiera por qué significaba tanto para él.

Vio a lord Bridgerton al otro lado de la estancia. O más bien pensó que le había
visto. En cuanto le avistó de pie junto a la chimenea, ella mantuvo la mirada
escrupulosamente apartada. Pero de todos modos le notaba. Era consciente de
que tenía que estar loca, pero juraría que sabía cuándo ladeaba la cabeza y que
le oía cuando hablaba o se reía. Y desde luego sabía cuándo tenía la mirada
puesta en su espalda. Era como si el cuello fuera a encendérsele en llamas.

Pero aún más extraño le pareció... que de repente no estuviera segura de que el
vizconde fuera ese desalmado y censurable mujeriego que con demasiada
facilidad había creído que era.

Un hombre encantador es algo divertido, y un hombre atractivo,por supuesto,


es algo digno de contemplar. Pero un hombre de honor... ay, Querido Lector,
tras él deberían ir las damas más jóvenes.
Y aunque no estaba demasiado dispuesta a cambiar su opinión de que era un
mujeriego y un vividor, estaba empezando a comprender que podía ser todo
eso y también algo más. Algo bueno.

Dios, le encantaban las tormentas...Era difícil saber por qué. Tal vez sólo era la
prueba del poder de la naturaleza sobre el hombre. Tal vez era la energía pura
de la luz y el sonido que retumbaba a su alrededor. Fuera lo que fuera, hacía
que se sintiera vivo.

En realidad no puedo echarla de menos porque no la conocí, pero de todos


modos hay un agujero en tu vida: un gran punto vacío; y sabes a quién le
correspondía estar ahí, aunque no puedas recordarla, aunque no sepas cómo
era y, por tanto, aunque no sepas cómo habría llenado ese hueco.

A veces nuestros temores responden a motivos que no sabemos explicar. A


veces se trata de algo que
sentimos en las entrañas, algo que sabemos que es cierto, pero que a cualquier
otra persona le parecería ridículo.

Tal vez hubiera sido un mujeriego y un vividor tal vez aún lo era pero estaba
claro que su conducta en ese sentido no era lo único que le caracterizaba. Y la
única objeción que tenía Kate para que él no se casara con Edwina era...Porque
en lo más profundo de su corazón, lo quería para ella misma.

Conocía bien la extraña y singular sensación de querer a tu familia hasta la


locura y por otro lado no sentirte capaz de compartir ellos los temores más
profundos e inextricables. Le producía una sensación de aislamiento, de estar
muy solo en medio de una multitud ruidosa y cordial.
—Sé que a veces resulta de lo más difícil compartir los temores de uno con
aquellos a quienes amas de un modo más profundo.
En aquel instante parecía que ella, con su rostro inclinado hacia él y los labios
algo separados, le conociera mejor que ninguna otra persona que hubiera
caminado alguna vez sobre esta tierra.

¿Por qué diantres quería cogerla por los hombros y sacudirla y sacudirla y
sacudirla hasta que retirara cada una de aquellas fastidiosas palabras?.

Era irónico, pero la muerte no era algo que le asustara. La muerte no asustaba a
un hombre que estuviera solo. El más allá no infundía ningún terror cuando
alguien había conseguido evitar los vínculos terrenales.

El amor era algo verdaderamente espectacular y sagrado. Anthony lo sabía. Lo


había visto cada día de su infancia, cada vez que sus padres se miraban o se
tocaban la mano.

No debería desearle, no debería desear a este hombre que se casaba con ella
por todas las razones equivocadas. Y no obstante le deseaba con una
desesperación que la dejaba sin aliento.

Pero resultaba difícil de digerir no ser la escogida por alguien, y una parte de
ella casi quería que él confirmara todas sus sospechas: que no la quería como
novia, que prefería mucho más a Edwina, que se casaba con ella sólo porque
tenía que hacerlo. Le dolería de un modo horroroso, pero si él lo manifestaba,
ella ya lo sabría. Y saberlo, aunque fuera amargo, siempre sería mejor que no
saberlo.
Al menos entonces calibraría con exactitud dónde se encontraba. Tal y como
estaban las cosas, se sentía sobre arenas movedizas.

No quería mirarle, no quería la intimidad a la que se veía forzada cuando estaba


atrapada por aquella mirada oscura. Era fácil ocultar los sentimientos cuando
ella podía mantener el enfoque en su mentón o en su hombro, pero cuando
tenía que mirarle directamente a los ojos...
Le daba miedo que pudiera ver el interior de su alma.
Quería que la mirada de Anthony se iluminara cuando ella entrara en la
habitación. Quería que recorriera la multitud hasta encontrar su cara. No hacía
falta que la amara o al menos eso era lo que se repetía a sí misma, pero quería
desesperadamente ser la primera en recibir su afecto, la primera en su deseo.

—Pídeme cualquier cosa —gimió—. Cualquier cosa que esté a mi alcance, te la


daré.
—Pues quiéreme —susurró—

Te deseo. Me muero por ti. De noche no puedo


dormir por culpa de mi deseo por ti. Incluso cuando no me caías bien, te
deseaba. Es la cosa más demencial, arrebatadora, deplorable sí, pero es así.

Y en aquel momento, supo que le amaba. Con cada pensamiento, con cada
emoción, cada parte de su ser, le amaba. Y si él nunca le correspondía con su
amor... bien, no quería pensar en eso. No
entonces, no en aquel momento profundo.
Probablemente nunca.

Se había enamorado de su esposa, y ahora el pensamiento de morir, de dejarla,


de saber que sus momentos juntos formarían un breve poema y no una novela
larga y estimulante... era más de lo que podía soportar.

Anthony se había ido, y aunque estaba segura de que regresaría en cuerpo, no


estaba tan segura de que lo hiciera en espíritu. Y se percató de que necesitaba
algo —necesitaba la tormenta— para demostrarse que podía ser fuerte, por sí
sola y
para sí sola.

Parecía decidido a mantener las distancias. Había en su interior demonios, y se


temía que eran demonios a los que él jamás se decidiría a hacer
frente en su presencia. Pero si su destino era estar sola, incluso con un marido a
su lado, entonces
juraba que sería fuerte en su soledad. La debilidad, pensó mientras dejaba que
su frente descansara sobre el liso y frío vidrio de la ventana, nunca llevaba a
ningún lado.

Se fue sin sentir el frío, sin sentir esa lluvia que justo empezaba a caer con
fuerza sorprendente.
Se fue, sin sentir nada.

No había querido amarla. Diablos, no había querido amar a nadie. Era la cosa —
la única cosa— que le hacía temer su propia mortalidad. ¿Y qué pasaba con
Kate? Había prometido quererla y protegerla.

Era demasiado tarde para cambiar el destino de su corazón. Había intentado no


enamorarse, y no lo había conseguido

Cuando un hombre amaba a una mujer, cuando la amaba de verdad, desde lo


más profundo de su alma hasta la punta de los pies, ¿no era su obligación divina
intentar hacerla feliz?

Era sencillo. Su mundo era Kate. Si lo negaba, tal vez dejara de respirar en aquel
mismo momento

Y en ese momento esto era más que amor. Esta mujer le hacía sentirse mejor
persona. Había sido bueno y fuerte y bondadoso siempre, pero con ella a su
lado era algo más.Y juntos podrían hacer cualquier cosa.

Tienes que vivir cada hora como si fuera la última y cada día como si fueras
inmortal. Cuando mi padre se puso enfermo, lamenté tantas cosas.
Había tantas cosas que deseaba haber hecho, eso me contó. Siempre suponía
que contaba con más tiempo. Eso es algo que siempre he llevado conmigo.
No me hace falta ser tan buena. Sólo necesito disfrutar por mí misa. Y necesito
saber que lo he intentado.

No puedes rehuir retos nuevos o evitar el amor porque pienses que tal vez no
vayas a estar aquí para cumplir tus sueños

El amor era la única cosa que lo hacía de verdad


insoportable. ¿Cómo podía amar a alguien, sincera y profundamente, y saber
que estábamos sentenciados?

Me enamoré de ti y entonces lo supe. Aunque esté en lo cierto, aunque mi


destino sea vivir sólo hasta la edad de mi padre, no estoy condenado. Te tengo y
no voy a malgastar ni un solo momento que tengamos juntos

El amor no tiene que ver con tener miedo a que te lo arrebaten. El amor tiene
que ver con encontrar a la persona que te llene el corazón, que te hace ser una
persona mejor de lo que nunca soñaste ser. Tiene que ver con mirar a tu mujer
a los ojos y estar convencido hasta lo más hondo de que ella es
sencillamente la mejor persona que has conocido.

Fue la primera vez, incluso después de todos estos últimos años esperando mi
propia muerte, que de verdad supe qué significaba morir. Porque si tú hubieras
fallecido... no me quedaría nada por lo que vivir

Creo que el corazón humano es más fuerte de lo que nosotros nos maginamos.

Y después se enamoró de él una vez más.


Y mientras él le susurraba dulces tonterías al oído, tuvo la más extraña de las
sensaciones, casi como si pudiera vislumbrar todo su futuro ante ella. Cada día
era más valioso y pleno que el anterior, y cada día se enamoraba y se
enamoraba...¿Era posible enamorarse del mismo hombre una y otra vez, cada
día que pasaba?

Te doy mi corazón
Si deseas cosas que de ninguna manera puedes esperar, sólo vas a tener
decepciones.

A veces deseaba que lo consideraran menos un Bridgerton y más él mismo.

Era una mujer absolutamente radiante, y de pronto Benedict comprendió que


eso se debía a que parecía condenadamente feliz. Feliz de estar donde estaba,
feliz de ser quien era.

Pero ella le sonrió, con una ancha y radiante sonrisa que le perforó la piel y fue a
tocarle
directamente el alma.

Era un Bridgerton, y si una persona conocía a uno, por lo general eso significaba
que era capaz de reconocer a otro. Y puesto que no había nadie en Londres que
no se hubiera cruzado con uno u otro, a él lo reconocían en todas partes. Aun
cuando, pensó pesaroso, ese reconocimiento fuera simplemente como el
«Número Dos»

¿Tan malo era desear esa embriagadora noche de magia y amor?

Cuando él la miraba a los ojos, tenía la curiosa sensación de que le veía hasta el
alma.

Después de esa noche, de esa increíble, maravillosa y mágica noche, volvería a


su vida de siempre. Pensaba que si fuera más fuerte, más valiente, se habría
marchado de la casa Penwood
hacía años. Pero ¿eso le habría cambiado en algo la vida?
-Esta noche estoy transformada. Mañana ya habré desaparecido.
-Entonces tenemos que envolver toda una vida en esta noche.

Desde el momento en que la vio, no, desde un


momento antes de verla, cuando sólo sentía su presencia, había notado el aire
vivo, crujiente de
tensión y excitación. Y él también se había sentido vivo, vivo de una manera que
hacía años que no sentía, como si de pronto todo fuera nuevo, resplandeciente,
lleno de pasión y sueños.

Decían que los ojos son las ventanas del alma. Si de verdad había encontrado a
la mujer de sus sueños, aquella con la que podía por fin imaginarse una familia y
un futuro, por Dios que
tenía que saber de qué color tenía los ojos.

Siempre tenía los ojos bien abiertos por si veía a la única mujer que le había
tocado el alma.

Seguía esperando, deseando, observando. Y aunque se decía que tal vez ya era
hora de
casarse, no lograba armarse del entusiasmo para hacerlo. Porque, ¿y si ponía el
anillo en el dedo de una mujer y al día siguiente la veía?Eso le rompería el
corazón. No, sería algo más que eso: le destrozaría el alma.

Él actuaba como si ella realmente le cayera bien y disfrutara de su compañía. Y


tal vez era así. Pero eso tenía el efecto más cruel de todos, porque la estaba
haciendo amarlo, haciendo creer a una pequeña parte de ella que tenía el
derecho a soñar con él.

Se había pasado la vida en el camino seguro, el camino prudente. Una sola


noche en toda su corta vida había arrojado la prudencia al viento. Y esa noche
había sido la más emocionante, la más mágica, la noche más estupendamente
maravillosa de su vida.
Puedo vivir con tu odio, pero no puedo vivir sin ti.

Y aun cuando no tenía idea de adónde pretendía ir a partir de ese momento,


tuvo la rarísima sensación de que acababa de comenzar su vida.

Ahora estaba clavada para siempre entre dos mundos sin ningún lugar claro en
ninguno de los dos.

Hay una pena profunda en tus ojos. Rara vez desaparece.

Ojalá quisieras hacerme partícipe de tus secretos.

Tus secretos te están comiendo viva. Tienes la


oportunidad de cambiar tu vida, de alargar la mano para coger la felicidad, pero
no quieres
hacerlo.

Ardo por ti. Todas las noches me paso horas despierto en la cama, pensando en
ti, pensando por qué demonios estás en la casa de mi madre y no conmigo.

Pero su necesidad de saber que estaba segura y protegida era superior a su


necesidad de tenerla
para él.

De pronto todo cobró sentido. Sólo dos veces en su vida había sentido esa
atracción inexplicable, casi mística, por una mujer. Le había parecido
extraordinario encontrar a dos, cuando en su corazón siempre había creído que
sólo había una mujer perfecta para él. Su corazón no se había equivocado. Sólo
había una.
La había decepcionado que él no la reconociera. Si la noche del baile de
máscaras había sido tan
mágica para él como para ella, ¿no debería haberla reconocido al instante? Dos
años había pasado soñando con él. Dos años había visto su cara en la mente
todas las noches. Y cuando él vio la de ella, vio a una desconocida.
Siempre te he amado. Creo que te he amado desde antes de conocerte.

Tú eres la razón de mi existencia, el motivo de que yo haya nacido.

Esta vez los dos tenían la intención; habían elegido más que pasión; se habían
elegido mutuamente.

Seduciendo a mr bridgerton
Penelope Featherington se enamoró. Fue algo, resumido en una palabra,
estremecedor. La tierra tembló, el corazón le dio un vuelco, el momento la dejó
sin aliento. Y pudo decirse, con cierta satisfacción, que el hombre involucrado,
un tal Colin Bridgerton, se sintió exactamente igual. Ah, no en el aspecto del
amor, eso sí.

El amor no correspondido nunca ha sido fácil, pero por lo menos Penelope se


acostumbró a él.

Eran el tipo de ojos que atormentan los sueños de una jovencita. Y Penelope
soñaba, soñaba y soñaba.

Mirándola más detenidamente era más atractiva de lo que él recordaba.

Él le hacía sentirse más confiada, más osada. La hacía más… ella misma. O por lo
menos la ella misma que deseaba ser.
¿No es fantástico descubrir que no somos exactamente lo que creíamos ser?

Tal vez, sólo tal vez, era algo más, aunque sólo fuera un poquitín más.

Ella era capaz de ser osada y encantadora durante un fugaz momento, pero no
tenía idea de cómo continuar.

Ella se veía adorablemente confundida, y eso lo confundió a él, ya que nunca


había pensado que
Penelope fuera ni un poquitín adorable

¿Bajo qué estrella mágica nacería Colin que siempre sabía qué decir? Era el
flautista
encantado que solo dejaba corazones felices y caras sonrientes a su paso.

Muchas veces he pensado que es una tontería que un hombre pida la mano de
una mujer a su padre en lugar de pedírsela a ella. No es el padre el que va a
tener que vivir con él.

No creía que ella deseara marcharse, pero sabía que lo haría. Pensaría que era
lo correcto, y tal
vez creería también que eso era lo que él deseaba. Nada podría estar más lejos
de la verdad, lo sorprendió comprender. Y nada podría haberlo asustado más.

Todo el mundo tiene secretos. Especialmente, yo.


REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN

Siempre es interesante descubrir que alguien es algo más de lo que ven los ojos,
¿no crees?
Es bueno tener algo en la vida. Algo que satisfaga, que llene las horas con una
sensación de finalidad.

Dos de las mejores partes de viajar son la partida y la vuelta a casa.

Mis hermanos son... Son muy diestros. los dos tienen una finalidad en sus vidas.
Yo no tengo nada.

Pero allí era donde iba a estar Penelope esa noche, y eso significaba que allí era
donde tendría que estar él también.

Hay más en ti de lo que ven los ojos, Penelope Featherington.

—Me he pasado toda la vida olvidando cosas, no diciéndolas, sin jamás decirle a
nadie lo que realmente deseo

A Colin se le ocurrieron muchísimos motivos que hacían muy inconveniente


besar a Penelope
Featherington, siendo el número uno que «deseaba» besarla.

Era hermosa. Absoluta, total y conmovedoramente hermosa. No sabía cómo no


se había fijado antes, todos esos años.
¿Estaría el mundo poblado por hombres ciegos, o simplemente estúpidos?

Las personas son como los buenos vinos. Si comienzan buenos solo mejoran con
la edad.

¿Por qué, por qué, había sido tan tonta para pensar que él era el hombre
perfecto? Se había
pasado la mitad de su vida adorando a un hombre que ni siquiera era real;
porque estaba claro que el Colin que conocía, no, el Colin que creía conocer, no
existía en la realidad. Y fuera quien fuera ese hombre, no sabía si le caía bien.

Soy algo más de lo que crees, Colin. Soy algo más de lo que yo creía.

—Eres hermosa —dijo él, y agitó la cabeza, confundido—. No sé por qué nadie
más lo ve.

—¡Por el amor de Dios, Penelope! —dijo él, cogiéndole la mano y dándole un


tirón—. ¿Te vas
a casar conmigo o no?

Casarse con Penelope era una idea


eminentemente sensata, y asombrosamente atractiva también, si se podía
juzgar por su reciente encuentro en el coche.

No se había dado cuenta de lo nervioso que lo ponía el sufrimiento de


Penelope. Y era evidente que sufría.

que hubiera encontrado un trabajo y finalidad en su vida, pero aun con todo
eso, la amaba.

Y si la dejaba salir por esa puerta en ese momento, no se lo perdonaría jamás.


Tal vez eso era la definición del amor entonces.

—No pasa un día sin que me vea obligado a pararme a pensar qué demonios
voy a hacer para protegerte si se descubre tu secreto. Te amo, Penelope. ¡Dios
me asista!, pero te amo.
—Te quiero. Te amo con todo lo que soy, todo lo que he sido y todo lo que
espero ser.
—Colin…
—Te amo con mi pasado y te amo por mi futuro. —La besó dulcemente en los
labios—. Te amo por los hijos que tendremos y por los años que tendremos
juntos. Te amo por todas y cada una de mis sonrisas y más aún, por todas y cada
una de tus sonrisas.

Quiero que todo el mundo sepa lo orgulloso que me siento de ti. Cuando haya
terminado no
habrá ni una sola persona en Londres que no reconozca lo inteligente que eres.

Antes pensaba que te amaba, y estoy segura de que te amaba, pero eso no es
nada comparado con lo que siento ahora

No me sorprendió que me enamorara de ella, lo que me sorprendió fue haber


tardado tanto tiempo.

A sir Philip con amor

Toda su vida o, al menos, la vida que él había conocido, había estado rodeada
de melancolía. No recordaba el sonido de su risa y, de hecho, no estaba seguro
de si alguna vez había reído.

No, no necesitaba a alguien perfecto. Sólo necesitaba a alguien perfecto para


ella.

A lo mejor era mejor casarse por respeto mutuo y compañía que quedarse
soltera para siempre.

En cierto modo, sir Phillip era sólo suyo. Lo único que jamás se había visto
obligada a compartir con nadie Sir Phillip era su secreto. Sólo suyo.
Eloise contaba con que Penelope seguiría donde estaba y siendo quien era:
antes que nada, su amiga. Su compañera de soltería. Y lo peor, lo que le hacía
sentir culpable, era que jamás se había planteado cómo se sentiría Penelope si
era ella la que se casaba primero, una posibilidad a la que, sinceramente,
siempre había dado más credibilidad. Pero ahora Penelope tenía a Colin y Eloise
sabía que hacían una pareja perfecta. Y ella estaba sola. Sola en medio de un
Londres a rebosar. Sola en medio de una familia numerosa y muy cariñosa. Se
hacía difícil imaginar un lugar más solitario.

Había llegado el momento de coger las riendas de su vida, de decidir su destino


en lugar de ir a un baile tras otro con la esperanza de que el hombre perfecto se
materializara ante ella.

Pero si Eloise se caracterizaba por algo era por la rapidez con la que actuaba
cuando tomaba una decisión.

Porque la mujer que estaba en la puerta era joven, bastante bonita y, cuando lo
miró, vio que tenía los ojos grises más grandes y preciosos que había visto en su
vida. Podría ahogarse en esos ojos.
Y Phillip no era de los que usaban el verbo “ahogar” a la ligera, como alguien
podría creer.

Había dejado que su mente lo convirtiera en el hombre perfecto y era muy


doloroso ver que no sólo no era perfecto sino que rozaba lo desastroso.

Sus sueños se habían quedado en eso, sueños. Ilusiones inventadas. Si no era lo


que esperaba, la única culpable era ella porque esperaba algo que no existía. Y
debería haberse dado cuenta.

Hombres. El día que aprendieran a aceptar un error, se convertirían en mujeres.


Se le rompió el corazón. Ella también tenía algunos malos recuerdos, sabía
cómo podían encogerte el corazón y atormentarte en sueños hasta que tenías
miedo de apagar la vela.

Estaba hambriento, la necesitaba y la besó como si se fuera a morir sin ella,


como si fuera su alimento, su aire, su cuerpo y su alma. Era uno de esos besos
que una mujer no olvidaba fácilmente, uno de esos besos con los que Eloise
jamás había soñado.

Él la estaba derritiendo hasta que ya no supo ni quién era ni qué estaba


haciendo. Sólo lo quería a él. Quería más. Lo quería todo. Pero no así. No
cuando la estaba usando como tabla de salvación para curar sus heridas.

Jamás se había dedicado a observar la vida, siempre había querido hacer algo,
arreglar cosas, incluso personas. Y la única vez que realmente hubiera debido
actuar, no había podido hacer nada.

-Es... muy difícil... cuando alguien muere y sólo puedes mirar, cuando no puedes
hacer nada para evitarlo.

Por un lado, era su manera de ser y, por el otro, porque era como le gustaba
hacer frente a los problemas: lidiando con ellos en vez de arrepentirse de las
cosas.

Eres una Bridgerton. No me importa con quién te cases o el nombre que


adoptes cuando estés delante de un sacerdote y digas tus votos en voz alta.
Siempre serás una Bridgerton y los Bridgerton nos comportamos de manera
honrosa y honesta, no porque sea lo que se espera de nosotros, sino porque es
lo que somos.

-Cuando me casé, no quería a mi mujer -dijo y después, con una voz más suave y
nostálgica, añadió-. O, si la quería, todavía no lo sabía.
-Estaba perdida. Cuando Penelope y Colin se casaron... -se dejó caer en una silla,
con la cabeza entre las manos-. Soy una mala persona. Debo de ser muy mala y
superficial porque, cuando se casaron, sólo podía pensar en mí.

-Es que, de repente, me sentí muy sola, y muy vieja. -Lo miró, preguntándose si
la entendería-. Jamás pensé que me quedaría atrás.

-El amor puede llegar sin hacer ruido, ¿sabes?

-Tenía que hacer algo. No podía quedarme viendo pasar la vida por delante de
mí como si nada.

-Eres una persona muy especial, Eloise. La vida no pasa por delante de ti como si
nada. Confía en mí. Te he visto crecer y he tenido que ser tu padre en ocasiones
en las que me hubiera gustado ser sólo tu hermano.

-Haces que la vida sea especial, Eloise -dijo Anthony-. Siempre has tomado tus
propias decisiones, siempre lo has tenido todo bajo control. Puede que a ti no te
lo pareciera, pero es así.

mejilla y luego le pasó el pulgar por la línea de la mandíbula-. Siempre te estás


moviendo y nunca consigo mirarte.

-¿Sabes qué pensé el primer día que te vi?


Eloise agitó la cabeza, deseando escuchar la respuesta.
-Pensé que podría ahogarme en tus ojos. Pensé -dijo, acercándose más y
respirando casi encima de ella-, que podría ahogarme en ti.

No se trataba de ayer ni de mañana. Se trataba del ahora y lo quería todo.


Eloise supo que, a partir de entonces, ya no se pertenecía a sí misma. Ahora era
de Phillip.
Dentro de un tiempo volvería a ser ella, volvería a tenerlo todo bajo control, en
plenos poderes y facultades, pero ahora era suya. En ese momento, en ese
segundo, vivía por él, por todo lo que podía hacerle sentir, por cada suspiro de
deseo, cada gemido de placer.

Para ser una mujer que apenas podía estar con la boca cerrada, tenía muchas
cosas que jamás había compartido con nadie.

-Siempre me ha gustado todo de ti, claro pero, por alguna razón, tu impaciencia
siempre me ha parecido encantadora. Y no es porque siempre quisieras más,
sino porque siempre lo querías todo. O querías todo para todos, y querías
saberlo y aprenderlo todo y Nunca te has conformado con la segunda opción, y
eso es muy bueno, Eloise. Me alegro de que rechazaras todas esas propuestas
de matrimonio en Londres. Ninguno de esos hombres te hubiera hecho feliz. No
hubieras sido desgraciada, pero tampoco feliz.

-Pero no dejes que la impaciencia te defina. Porque eres mucho más que eso.
Eres mucho más que eso y a veces tengo la sensación de que lo olvidas. -Sonrió;
la sonrisa afable de una madre que se despide de su hija-. Dale tiempo, Eloise.
Sé paciente. No presiones demasiado.

Ya no volvería a casa. Siempre los tendría, por supuesto, pero ya no viviría con
ellos.

Era su mujer e iba a verlo desnudo cada día durante el resto de su vida y, si
alguien tenía que saber la auténtica naturaleza de sus cicatrices, era ella. Él
podía ignorarlas, porque como estaban en la espalda no se las veía, pero Eloise
no tendría esa suerte.

Su orgullo no quería que nadie supiera que estaba deprimida, pero el corazón
necesitaba un hombro sobre el que llorar. Y, al final, pudo más el corazón..
No era de las que saltaba por la borda de un barco que se hundía, al menos no
hasta asegurarse que todos los demás estaban a salvo.

Se había pasado años evitando a sus hijos, temiendo cometer un error, aterrado
de perder los nervios. Creía que, al mantenerlos lejos de él, estaba haciendo lo
mejor para ellos, pero no era así. Se había equivocado.

Phillip se dio cuenta que Eloise tenía mucha fe en él. Tenía fe en su bondad
interior y en la calidad de su alma, cuando él había vivido atormentado por las
dudas tantos años.

Había dicho, una y otra vez, que se había casado con ella para darles una madre
a sus hijos y ahora, cuando ella había reconocido que jamás lo abandonaría
porque el compromiso con los niños era demasiado fuerte... Se había puesto
celoso.

Quería que lo quisiera. A él. Y no porque hubiera hecho unos votos en la iglesia
sino porque estuviera convencida de que no podría vivir sin él. Incluso, quizá,
porque lo amaba.

Se había metido en su corazón. Lo había tocado y lo había cambiado. Lo había


cambiado a él.
La quería. No buscaba el amor, ni siquiera se le había pasado por la cabeza, pero
lo había encontrado y era lo más maravilloso del mundo.

No sabes qué es estar atrapado, impotente.


Intentarlo de todas las maneras y nunca, ni una sola vez, obtener nada a
cambio. Lo intenté. Lo intenté cada

-Soy muy afortunado. Creo que he estado toda la vida esperándote.


-Yo sé que te esperaba a ti.
-Soy muy afortunado. Creo que he estado toda la vida esperándote.
-Yo sé que te esperaba a ti.

No podría escoger un día -confesó-. Contigo, Eloise, escogería cualquiera.


Cualquiera.
Le tocó la barbilla y se acercó a ella.
-Cualquier semana -susurró-. Cualquier mes. Cualquier hora.
La besó, con ternura aunque con todo el amor de su ser.
-Cualquier momento -dijo-, siempre que esté contigo.

El corazón de una bridgerton

Y le sonrió, introduciéndose otro poco más en su corazón.

Michael casi se echó a reír. Ahí estaba, paseando por la noche con la mujer que
amaba. Qué suerte la suya.

Su primer encuentro no se caracterizó por un amor o pasión avasalladores, sino


que más bien estuvo impregnado de la muy extraña sensación de haber
encontrado por fin a la única persona con la que podía ser ella misma.

Pero la verdad es que Michael Stirling poseía una generosidad de espíritu y una
capacidad de amar no igualada entre los hombres.

Estaba tan guapo, tan hermoso, a la luz de la luna, y se veía tan


insoportablemente necesitado de amor, que a ella casi se le rompió el corazón...
Y cualquiera que se tomara el tiempo para mirar lo que había debajo de esa
belleza llegaría a conocerlo tan bien como ella: como un hombre bueno,
amable, leal.
no lo había deseado, ¿verdad?
Había deseado a Francesca. Sólo eso. Pero no de esa manera. No a ese precio.
Jamás le había envidiado a John su buena suerte. Jamás había deseado su título,
ni su dinero ni su poder.
Solamente había deseado a su mujer.

Y dónde estaba Michael? ¿Por qué no la consolaba? ¿Por qué no se daba cuenta
de lo mucho que ella lo necesitaba? A él, no a su madre, ni a la madre de nadie.
Necesitaba a Michael, la única persona que conoció a John tanto como ella, la
única persona que lo había amado totalmente.

Seguía quedándose sin aliento cada vez que ella entraba en la sala, y se
endurecía de deseo cada vez que lo rozaba al pasar por su lado, y seguía
doliéndole el corazón de amor por ella.

Ella sufría, estaba de duelo, y él debería consolarla, no desearla. Buen Dios,


¿qué tipo de monstruo podía desear a la mujer de su primo, que aún no se
había enfriado en su tumba? A su mujer embarazada.
Ya había ocupado el lugar de John en muchas cosas; no podía completar la
traición ocupando su lugar con Francesca también

—No puedes abandonarla.


—Nunca ha sido mía, así que no la abandono.

Tal vez simplemente la asustaba el mañana. Y pasado mañana. Lo había perdido


todo y ahora parecía que había perdido a Michael también, y no sabía qué debía
hacer para soportarlo todo.

Se sentía muy sola. Y en lo único que podía pensar era en que su vida iba
pasando por su lado y que si no hacía algo pronto, se moriría así. Sola.
Eran muchas las cosas en la vida que causan miedo, pero la rareza no debería
estar entre
ellas.

Pero un hombre sólo puede huir de su destino durante un tiempo.

Al parecer, cuatro años no le habían servido de nada para enfriar ese


inapropiado ardor.

Lo más doloroso era que no había cambiado. No había cambiado de ninguna de


las maneras

Debería haberte escrito. Pero la verdad es que no me sentía con ánimo. Pensar
en ti me hacía pensar en John, y supongo que por entonces necesitaba no
pensar mucho en él.

Una mujer sencillamente no encuentra un amor así dos veces en la vida.

Lo miró y vio algo totalmente diferente. Vio a un hombre. Y eso la asustaba de


muerte.

No encontrarás a alguien como John. Pero podrías encontrar un hombre que te


vaya igual de bien, sólo que de un modo diferente.

Era algo en su forma de moverse. Algo en su manera de respirar. Algo en su


manera de ser.
Y no creía que alguna vez pudiera dejar de amarla.

Un hombre tiene que darse esos simples placeres donde y cuando puede.
Los dos tenían el mismo tipo de reputación, la de libertino «a quién diablos le
importa». Pero mientras Colin era el chico favorito de las madres de la sociedad,
que arrullaban alabando su encantador comportamiento, a él siempre lo habían
tratado con más cautela.

Pero desde hacía tiempo él sospechaba que había bastante sustancia bajo la
superficie
siempre jovial de Colin; tal vez eso se debía a que en muchos sentidos eran
parecidos, pero él
siempre había temido que si alguien era capaz de percibir sus sentimientos por
Francesca,
sería ese hermano.

ella, un infierno vivir en la misma casa. Le había resultado difícil antes, amarla
sabiendo que nunca podría ser suya, pero eso…Eso era cien veces peor.

Todos esos años había conseguido conservar la cordura por un solo motivo, sólo
uno: nadie sabía que estaba enamorado de Francesca.
Pero ahora lo sabía Colin, o al menos lo sospechaba, condenación, y no lograba
calmar
esa creciente sensación de terror que le oprimía el pecho.

—¿Me estabas observando?


A él se le curvaron los labios, aunque no en una sonrisa.
—Siempre te estoy observando —dijo tristemente.

Buen Dios, deseaba a Michael. Era como si la estuvieran rebanando con un


cuchillo. No debía sentir eso; no debía desear a nadie. Pero a Michael…

Pero no podría haberse apartado ni aunque las llamas del infierno le estuvieran
lamiendo los pies
Antes hacía el amor y obtenía placer con mujeres con el fin de «borrar» de su
mente a una. Pero ahora que la había saboreado, aunque sólo fuera con un
fugaz beso, estaba estropeado.

Con John había sentido placer, pero nada parecido a eso. Jamás había soñado
siquiera que eso existiera. Y lo había descubierto con Michael. Con Michael, que
era su amigo también. Su confidente. Su amante.

Deseaba eso. Lo deseaba a él. Aun sabiendo que estaba mal, era tan mala que
no podía
parar.
Él la hacía perversa.
Y deseaba deleitarse en eso.

—¿Por qué te quedas, Francesca? —Insistió él, avanzando hacia ella con la
gracia felina
de un tigre—. No hay nada para ti aquí en Kilmartin, aparte de «esto».

Te quiero. Te amo, esposa de mi primo. Te amo a ti, la única mujer a la que no


puedo tener jamás. Te quiero.

Si esto ha de terminar, tendrás que ponerle fin tú. Tienes que marcharte.
Porque ahora… después de todo lo que ha pasado, no tengo la fuerza para
decirte adiós.

Había puesto su corazón sobre la mesa. Prácticamente le había pasado un


cuchillo y pedido que se lo abriera.

Quién habría pensado que ella se casaría con su mejor amigo? Eso tenía que ser
un buen presagio para la unión.
Sabía, en su corazón, que John lo habría aprobado. Le habría dado su bendición,
y en sus momentos más fantasiosos, le gustaba pensar que si John hubiera
podido elegirle un segundo marido a Francesca, lo habría elegido a él.

No deseaba que ella dijera palabras que no sentía, y aun en el caso de que
nunca lo amara como debe amar una mujer a su marido, sabía que sus
sentimientos eran más fuertes y nobles que los que albergaban la mayoría de
las mujeres por sus maridos.

Amaba a Michael. No sólo como amigo, sino como marido y amante. Lo amaba
con la misma intensidad y profundidad con que había amado a John; era
diferente porque ellos eran hombres distintos y ella había cambiado, pero
también era igual. Era el amor de una mujer por un hombre, y le llenaba todos
los recovecos del corazón.

—Me repetía una y otra vez que no, pero cuando pensé que se iba a morir, fue
demasiado para mí, y comprendí… ay, Dios, lo supe, John. Lo necesito, lo amo,
lo quiero. No puedo vivir sin él, y sólo necesitaba decírtelo.

Gracias, Michael, por permitir que mi hijo la amara primero

Por un beso

Él no pudo dejar de sonreír, a su pesar. Nunca había conocido a nadie igual a


Hyacinth Bridgerton. Era vagamente divertida, vagamente irritante, pero era
imposible no admirar su ingenio.

—¿Y usted, señorita Bridgerton? ¿Le gusta apostar?


—Por supuesto —repuso ella, sorprendiéndolo con su sinceridad—. Pero sólo
cuando sé que voy a ganar.
Lo sepan o no, los hombres necesitan que se los atrape para casarse. Y parece
que yo carezco totalmente de esa capacidad.

—¿Tenía algo interesante que decir?


Él sonrió, y ella acusó la sonrisa.
—Siempre soy interesante —dijo él.
—Bueno, ahora quiere asustarme

Estaba jugando con fuego, y lo sabía, pero era como si no pudiera parar. Era
como si cada
frase que decía él fuera un reto y ella tenía que usar todas sus facultades para
estar a la altura.
Si eso era una competición, deseaba ganar.

Ese era el problema que tenía con él, comprendió; no se sentía ella misma
cuando él estaba cerca. Y eso era de lo más desconcertante.

Era un rompecabezas. Y ella detestaba los rompecabezas. Bueno, no, en


realidad le encantaban. Siempre que los resolviera, lógicamente

Y él sólo era un hombre. Le fastidiaba esa extraña necesidad que sentía de


impresionarlo. Deseaba hacer algo que demostrara su inteligencia e ingenio,
algo que lo obligara a mirarla con una expresión distinta a una de vaga
diversión.

¿Le gustaba no ser nunca capaz de saber lo que él estaba pensando, o que le
provocara inquietud, que la hiciera sentirse que no era ella misma?
Me parece que lo que pasa, es que cuando no te sientes así, cuando ocurre algo
que te causa inquietud… bueno, me parece que no sabes cómo llevarlo. Y
entonces huyes. O decides que no vale la pena.

La triste realidad es que la mayoría de los hombres son ovejas. Donde va uno,
allí va el resto.

Tal vez simplemente no se gustaba ella cuando estaba con ellos.

No le convenía que Hyacinth Bridgerton pensara mucho en él, porque tenía la


extraña sensación de que si lo hacía sería capaz de calarlo hasta el alma.Y no
sabía bien qué encontraría en su alma.

Ahora que me tiene todo para usted, ¿qué desea hacer conmigo?

Cuando Hyacinth sonreía, cuando sonreía de verdad, no con una de esas


sonrisas falsas que esbozaba cuando trataba de ser inteligente, se le
transformaba la cara. Se le iluminaban los ojos, le resplandecían las mejillas, y…
Era hermosa.

No debería echar de menos lo que no tuve nunca, pero a veces… debo confesar
que lo echo en falta.

—Correspóndeme al beso —musitó, mordisqueándole los labios.


—Eso hago —contestó ella, con la voz ahogada.
Él apartó la cara, sólo un dedo.
—Necesitas una o dos lecciones —le dijo, sonriendo—. Pero no te preocupes, te
haremos muy buena para esto.

Los hombres quieren castas e intactas a sus mujeres y luego se burlan de su


falta de experiencia.
No hay nada como la propia familia para hacerte sentir que no has crecido

¿Sabes a cuántas personas tengo yo en este mundo? ¿Lo sabes? A una, sólo a
una. Mi abuela. Y daría mi vida por ella. ¿Sabes lo que significa estar solo?. No
una hora, ni una tarde, sino saber, saber absolutamente que dentro de unos
años no tendrás a nadie. Daría cualquier cosa por tener a una persona más por
la cual ofrecer mi vida

—Y sé que muchas veces es bastante difícil quererme.

Siempre le había hecho pensar en un león. Seguía recordándole a un león,


aunque ahora era un león suyo, para domarlo.

El amor, ese amor se le había ido insinuando, sigiloso, poco a poco, adquiriendo
impulso, hasta que un día
estaba ahí. Estaba ahí, y era verdadero, y sabía que siempre lo sería.

En la secreta quietud de la noche, deseó


entregarse a él. Deseó amarlo de todas las maneras como puede amar una
mujer a un
hombre; deseó que él cogiera todo lo que ella podía darle. Qué importaba que
no estuvieran casados; lo estarían muy pronto.

Él era el primero para ella, y ella la última para él.

Por lo menos yo sé por qué acepté tu proposición. En cambio tú, no tienes idea
de por qué me la hiciste.
Sabía lo que hacía esta noche. Sabía lo que significaba; sabía que era
irrevocable. Nunca me imaginé que podría lamentarlo.

Había colocado su destino y su felicidad en las manos de otra persona, y


detestaba eso.

Podía intentar comprenderlo, y podía amarlo, y, tal vez, si lo intentaba con


todas sus fuerzas, podría llenar ese vacío interior de él. Lo que fuera que él
necesitaba, tal vez ella podría serlo.
Y tal vez eso era lo único que importaba.

Era el momento de ser descarada, de ser osada.


Era el momento de desafiar al león en su guarida.

En mi corazón he sido tu abuela durante años. Sólo estaba esperando que lo


hicieras oficial.

—¿Me amas? —le preguntó, en un susurro.


—Será mi muerte, sin duda, pero sí. —Exhaló un cansino suspiro, agotado
simplemente por esa perspectiva—. Parece que no lo puedo evitar.

—Te amo —dijo, logrando por fin elevar la voz más allá de un susurro. Se giró a
mirarla, con el corazón y el alma en los ojos—. Te quiero.
—Yo también te amo —dijo ella.
Él le cogió la cara entre las manos y la besó en la boca, una vez, profunda,
profundamente.
—Lo digo en serio —dijo—, te amo, de verdad.
Ella arqueó una ceja.
—¿Es esto una competición?
—Es lo que tú quieras —prometió él.
—Te amo —dijo.
—Me amas, ¿verdad? —musitó él, y ella comprendió que él estaba tan
sorprendido como ella por ese milagro.
—A veces te voy a sacar de quicio.
Él se encogió de hombros, esbozando su sonrisa sesgada.
—Me iré a mi club.
—Y tú me vas a sacar de quicio a mí.
—Puedes ir a tomar el té con tu madre. —Le cogió una mano y con la otra le
rodeó la cintura, de modo que quedaron unidos como en un vals—. Y esa noche
lo pasaremos maravillosamente, besándonos y pidiéndonos perdón.

Buscando esposa

El amor existía. Y no era una completa invención de la imaginación, diseñada


para evitar que los
poetas murieran de hambre. Podría ser algo que no se podía ver, oler o tocar,
pero estaba allí, y era solo cuestión de tiempo antes de que él, también,
encontrara a la mujer de sus sueños

Y en todo lo que podía pensar, era: Estoy arruinado. Para todas las mujeres,
estaba arruinado. Esa intensidad, ese fuego, esa sensación tan aplastante de
estar en lo correcto, nunca la había sentido.

Las mujeres eran criaturas misteriosas. Si pudieran aprender a decir lo que


realmente querían decir, el mundo sería de lejos un lugar más sencillo.

¿Qué sentido tenía sentir una atracción tan loca, mala e inmediata, si no podía
hacer nada sobre ella? Y que no se olvidara que todo había sido unilateral.
—¿Cómo crees que puede ser posible que una persona puede elegir de quien se
enamora? —dijo Hermione apasionadamente, aunque no tan apasionadamente
lo que la obligó a incorporarse de su posición semireclinada en la cama—. Uno
no escoge. Solo pasa. En un instante.

A Lucy le gustaba ser la mejor amiga de alguien. Le gustaba tener una, también,
por supuesto, pero le agradaba saber que en todo el mundo, había alguien a
quien prefería por encima de los demás. La hacía sentir segura. Cómoda.

La miraba fijamente como si pudiera ver su alma, y no se sentía ni siquiera un


poco incómoda. De hecho, se sentía extrañamente… bien.

—Si ella realmente amara a alguien —dijo él suavemente—. Se arriesgaría a


todo.
—¿Usted lo haría? —susurró ella—. ¿Lo arriesgaría todo?
Él no se movió, pero sus ojos ardían. Y no dudó cuado dijo:
—Todo.

Lucy supo que no estaba destinada a sentirse de esa manera. Si eso existía —si
el amor existía, de la forma en que Gregory Bridgerton imaginaba— no
esperaba por ella. No podría imaginar tal vorágine de emociones. Y no lo
disfrutaría. Estaba segura de ello. No quería sentirse perdida en un torbellino, a
merced de algo que estaba más allá de su control. No quería la miseria. No
quería la desesperación. Y si eso significaba que también tenía que desterrar la
felicidad y el éxtasis, entonces así sería.

Otra vez, así era ella. Queriendo la felicidad de todo el mundo.

Quería poner su vida en movimiento, extender la mano y capturar sus sueños.

Había pensado que conocía el mundo, pero con cada día que pasaba, se daba
cuenta que entendía cada vez menos.
Todos habían pasado mucho tiempo diciéndole que el amor era algo mágico,
algo salvaje e incontrolable que llegaba como una tormenta.
¿Y ahora era algo más? ¿Era solo comodidad? ¿Algo pacífico? ¿Algo que
realmente parecía agradable?

—Se lo que significa trabajar para conseguir algo —dijo él con voz queda. Luego
se volvió hacia ella, mirándola de lleno en la cara—. Querer algo
desesperadamente y saber que no podrá ser tuyo.

¿un hombre podía enamorarse estúpida e insensatamente dos veces?

Ella, quien siempre se había burlado del amor


romántico, había caído en sus redes. Completa y desesperadamente, había
caído enamorada —lo suficiente para dejar de lado en lo que creía tan
firmemente.

Sus esperanzas, sus sueños, todos los riesgos que


anhelaba tomar, habían acabado.

¿Pero no se suponía que el verdadero amor triunfaba? ¿No había sido así para
todos sus hermanos y hermanas? ¿Por qué demonios era tan desafortunado?

—Nos pertenecemos —dijo él—. Para la eternidad.


—Por favor no digas eso —dijo ella, volviendo su cabeza, para no mirarlo. Su voz
se interrumpió y se agitó—. Di lo que sea, menos eso.
—¿Por qué no?
Y entonces ella susurró:
—Porque es verdad.
—Déjame besarte —susurró él—. Una vez más. Déjame besarte una vez más, y
si me pides que me vaya, te juro que lo haré.

Nunca amaría a otra mujer de nuevo. Nunca podría amar a otra mujer de nuevo.
No después de esto. No mientras Lucy caminara en la misma tierra. No podría
haber nadie más. Era aterrador, ese precipicio. Aterrador, y estremecedor, y...
Saltó

Ellas lo acompañaban ahora. Dos pequeñas palabras. Te amo. Nunca estaría sin
ellas.Y eso era algo maravilloso.

El amor existía. Estaba allí, en el aire, en el viento, en el agua. Uno solo tenía
que esperar por él.

Tú eres feliz. Ni siquiera sabes que lo eres, y no puedes concebir que el resto de
nosotros no lo seamos, y aunque nos esforzamos, lo intentamos y hacemos lo
mejor, nunca recibimos lo que deseamos.

Creía en el amor. ¿Acaso no había sido lo único constante en su vida? Creía en el


amor.
Creía en su poder, en su bondad fundamental, en su rectitud. Lo veneraba por
su fuerza, lo respetaba por su rareza. Y sabía, en ese momento, en ese lugar,
mientras ella lloraba en sus brazos, que debía atreverse a hacer algo por él. Por
el amor.

—Quizás es una exageración, pero eso es todo. Me haces ser mejor, Lucy. Me
haces desear, esperar, y aspirar. Me haces querer hacer cosas.

—Eres la mejor persona que conozco. El humano más honorable que he


conocido en mi vida. Me haces reír. Me haces pensar. Y yo... —inhaló
profundamente—. Te amo.

El amor existía. Sabía que era cierto. Y estaría condenado si no existía para él.
Esto, comprendió, era el amor. Era el sentido de la rectitud, sí. Y también era la
pasión, y el maravilloso conocimiento de que podría despertarse alegremente al
lado de ella por el resto de su vida. Pero era algo más que todo eso. Era este
sentimiento, este conocimiento, esta certeza de que daría su vida por ella. No
había interrogantes.

No puedo evitarlo. Soy un romántico. —Se encogió de hombros—. De vez en


cuando eso me mete en problemas, pero no podemos cambiar nuestra
naturaleza, ¿verdad?

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