Bailamos - I Acevedo

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¿Bailamos?

Me calzo los anteojos, la visera, el delantal, me siento en la computadora

dispuesta a una batalla sin cuartel contra la depresión, este terrible y caluroso

sábado del mes de febrero.

Te escribo por primera vez, aprovechando que el jueves en la plaza Boedo tengo,

otra vez, la oportunidad de contar algo el Día de San Valentín. ¿Y si no me

impusiera el deber de leer algo nuevo? ¿Escribiría esto? No lo creo. Pues no es

suficiente tener algo que decir: también hay que tener alguien a quien decírselo;

también hay que tener la oportunidad. Yo tengo las tres cosas, y tengo más. Esa

es la razón de mi buena suerte, un tema que me viene dando vueltas en la

cabeza, que viene dando vueltas en la tuya también, lo sé porque lo dijiste, en

nuestra primera, y hasta ahora, última cita. Sí. Primera y última cita. El espacio de

no saber cómo continuará nuestra breve relación es todo lo que tengo ahora, y es

un espacio considero vital y quiero expandir, pues no saber el futuro es lo que

constituye lo posible. Esto es algo que aprendí este año, leyendo En breve cárcel,

y leyendo también tus cuentos, que tocan el tema central de estos días tan

difíciles: la memoria. Vuelvo a nuestra primera cita: una cita aventurera, que ya

conté como cuatro o cinco veces a diferentes amigas. Y compruebo que, por más

que la conté, el relato no alcanzó. ¿Cómo contar una cita? ¿Qué parte del relato

significa mucho más que conocer a una persona? Mandé audios. Un audio se

transformó en dos, en tres, intentando desentrañar lo que siento, sin localizar bien

qué quiero contar, qué es lo problemático de esto; tratando, como siempre, de


montarme en cualquier suceso, sea éxito o fracaso, para que alguna cosa

trascienda.

No hay tiempo. Escribo antes de ir a un cumple en el que podríamos cruzarnos,

aunque preferiría no verte, no tengo la energía suficiente. Estarás rodeada de tus

amigas de más de cincuenta años, y dudo que puedas, como en tus cuentos,

escapar de ese círculo y llegar hacia mí, que estaré fumando porro y

alcoholizándome lo más lejos que pueda… Excepto que… en algún momento del

cumpleaños la música nos una en la pista de baile. Y en ese caso, sé que mi

cansancio desaparecerá mágicamente y no tendré que pensar para bailar cerca

de vos. Pero esto es otro tema que me inquieta, pues nunca te vi bailar, y un paso

de baile es algo absolutamente definitorio para mí.

Hoy desperté de la siesta con perfume a desodorante de hombre. Malena me

manda audios desde Alemania, y para nombrarme usa determinativos femeninos

en los que me siento extraña. ¿Qué tal si es este el último cuento en que yo

misma los uso? Leo la primera edición de Testo Yonqui de Beatriz Preciado, y el

pronombre femenino con el que Beatriz se refiere a ella no deja de sobresaltarme,

pues sé que en el futuro Beatriz no será más Beatriz. Esa sensación de algo que

se sale del centro es lo que me da náuseas todo el día, lo que no me deja comer

ni beber sin atragantarme. La solución es un despliegue de energía lo

suficientemente grande como para que mi cuerpo solicite con urgencia pan y

agua. Mi estómago pide comer, pero mi cabeza se niega a creerlo, y la

interpretación que le doy al dolor producido por el hambre es que tengo acidez, y

por lo tanto, no debería comer algo pesado, que con cerveza puedo ir tirando. Me
mantengo a base de medio bife por la noche, y la otra mitad se lo doy a lxs gates.

¡Lloren, vengas! Cerveza abundantes, pocas horas de sueño y muchas de

pantalla, y habiendo encargado a Martín que se quede con Gregorio los viernes,

pues el mes de febrero no admite viernes que no estén dedicados a las asamblea.

Esa es mi vida, este es mi mejor momento, pero en las asambleas, mi cuerpo

teclea al verme rodeada de mujeres multitudinarias. No me extraña que estando

tan descentrada no me sienta capaz de sacar adelante ninguna segunda cita.

Ahora, mientras mis amigas comen asado y papas fritas en la previa de alguna

fiesta, me siento acá, sola, quemándome los ojos con este enorme monitor. Me

doy por cenada con una birra y sigo adelante. Le digo a Male. “No hay manera de

que yo salga perdiendo en esto”. Un pensamiento muy terrible que da cuenta de lo

que cuesta quebrarse.

¿Cómo narrar una cita? ¿Será posible desgrabar los audios que mandé para

leerlos y entender qué estoy queriendo contar? ¿Podría encontrar en ellos mi voz

o datos necesarios que confirmen lo que presiento: que este será, para mí, un año

sin amor, a la manera del de Pablo Pérez? Y podría ser, si desgrabo esos audios

que logre, de manera literaria, algo como lo que hizo Puig. Copiar la voz de otrx.

Porque es claro que yo no soy la misma que grabó esos audios. Pero eso daría

lugar a la situación de tener que escuchar mi y cortarle espacio a lo que pienso

ahora, a lo que escribo, que es, supuestamente, una línea de pensamiento que

podría venir a a ordenar, a categorizar, a calmar lo que siento acerca de cómo se

narra una cita. ¿Desgrabar los audios no me traería una inquietud aún mayor de la

que siento? Claramente sí, y por eso debo hacerlo, decido: debo desgrabar estos
audios; debo hacerlo para complicarme aún más, para poder saber cómo se tiene

una cita estando fuera de sí, para poder contar una cita en este relato, para

contarla puramente, más allá de todas estas idas y vueltas que no soy capaz de

reprimir, que disfrazan el relato puro de los hechos, y, la verdad sea dicha, nuestra

cita fue muy hermosa, quiero decir que fue digna de un cuento que se narre solo a

sí mismo. Pero tampoco sería justo dejar de darle entidad a cómo me siento: estoy

a punto de romperme, como una calabaza a la que cortaron en rodajas, y que con

tan solo un golpe firme se desgajará en ocho partes, pero no tengo la disposición

de cortarme con un cuchillo o tenedor, ni de golpearme la cabeza contra la pared o

quemarme el brazo con un horno para graficar en mi cuerpo el dolor. Me asiste

ahora un tipo de locura que se somete a una razón que me hace sentir que frenar

este torrente de pensamiento (este daño material que estoy haciendo en esta

página, pues escribir es dañar), interrumpir este daño para desgrabar un audio

pasado, un audio enviado, olvidado, sería un desafío, sería bajarme del tren

ridículo de creer que puedo entenderlo todo para dar lugar a una voz dudosa, rota,

una voz mía, dirigida a otrx, una voz que no sabe lo que siente, una voz que

intenta, de manera demagógica tal vez, la verdad a través del humor y el desgarro

que se siente al querer narrar algo con la desesperación espantosa de que ese

evento ha pasado, ha terminado, y nunca, nunca volverá, y a partir de esa

despedida, quién sabe qué pasará, quién sabe qué se perderá. ¿Ese sería el

desgarro que hoy por hoy puedo darme el lujo de infringirme? ¿El castigo de dejar

de escribir lo que quiero y tener que escucharme, el castigo, el desvío, mejor

dicho, de frenar esta locura de pensamiento para escuchar lo que tuve para decir

de nuestra cita?
¿Acaso no es abusivo usar nuestra cita para representar lo que pienso acerca de

la vida y la supervivencia de una persona en un momento crítico de su vida? ¿No

es esto una falta de respeto por mi intimidad y la tuya? ¿Por qué no puedo estar

en paz conmigo misma? ¿Por qué siempre debo ganar, por qué nunca puedo

perder? ¿Por qué cada experiencia debería tener un plus, convertirse en valor por

algo más de lo que fue? Porque lo necesito, y también sé que alguien lo espera.

Debía detenerme en esto. Yo nunca había hecho semejante paréntesis para

pensar en este accionar frente al que que muchas veces, cuando lo siento como

un exceso desvergonzado, me cruzo de brazos y dejo pasar con un qué me

importa, con una carcajada, ya sabés.

¿Exponer qué? Nada que exponer. Ninguna cara está en juego acá. Hoy debería

ser capaz de escuchar mi propia voz. Pero antes de llegar a este momento que

voy construyendo como sublime, que es el de desgrabar mis propios audios donde

narro nuestra cita para poder repensarla, puedo darme el lujo de pensarlo yo sola

aquí, por mí misma, y por última vez, antes de ir a la cena de cumpleaños donde

tal vez te vea bailar.

En una primera cita busco lo familiar y también lo diferente. Lo común entre

nosotras fue: una mirada baja, gris, huidiza, un rictus serio, el pelo oscuro, la piel

blanca, la tendencia a la anorexia, un pasado que luce más penoso que el del

resto; la incapacidad de deprimirnos, pues lo que compartimos es la costumbre de

sobrevivir.
No sos la primera ni tampoco la última persona a la que tenga ganas de conocer,

aunque sí fuiste la persona con la que tuve la cita más increíble de mi vida.

Aunque, la verdad se dicha, he tenido muy pocas citas en mi vida. Este cuento,

que es como un musical, trata de nuestra primera cita. Quiero hablar de nuestra

cita, aún más allá de que a través de ella se desglose toda la locura que me rodea

por la infinita buena suerte de los tiempos que estoy pasando, que me están

enloqueciendo y haciendo pensar que este será un año sin amor. Pero en este

año sin amor que acogió a nuestra primer cita, ancha y enorme, como el Río de la

Plata que la vio caminar a la altura de Dock Sud; penumbrosa como el zaguán de

un edificio desconocido en el que nos escondimos en Dock Sud, me quedo con el

recuerdo de la mejor cita de mi vida, de la mía, al menos, y arriesgo, desde el

punto de vista formal: con diálogos, sucesos y sonidos, de la tuya también.

Y ahora, preparando el contexto de estos audios, debo contar que la primera vez

que te vi fue en una fiesta a la que fui, para variar, a cruzarme con el no de otra

chica con la que me había citado en esos días. Y otra vez se repetirá esta noche,

porque me dirijo al cumple deseando, porque necesito estar bien sola, sola de

verdad, que que me tires un gris. Querido público que me escucha: sé que

muches están acostumbradxs a que les cuente mis historias de amor cuando

están tan calientes como un pancho recién salido del kiosco.

Ahora, escucharé una canción romántica antes de interrumpir por un rato la

música para poder desgrabar mis audios y volverlo uno solo. Sí. En esla fiesta me

pareció que nuestras miradas se cruzaban, y no me gustó mucho tu gesto; evadí

tu mirada, notando, sin embargo, que tu cara me resultaba familiar. Al rato, te vi de


atrás, vi tu pelo canoso, que antes de que dejaras de teñirte era negro, vi tu saco

fucsia, un jean salido de los años setenta, entonces me di cuenta de quién eras,

una música, actriz y escritora conocida. Al darme cuenta de que eras famosa, tu

manera de mirar, tu manera de darle la espalda a la fiesta bailando muy poco, sola

con una amiga, sin sonreír ni compartir el baile con todxs como estábamos

haciendo nosotres me pareció un gesto engreído, y se lo comenté a mi amiga.

Más tarde, durante nuestra cita, te lo pregunté: ¿qué es eso de bailar de espaldas

a la gente? Y no me contestaste.

¡Ah! Estoy feliz de poder escribir este texto. Hace calor y estoy sudando tanto en

esta computadora antes de salir a comprar una visera en la avenida 9 de julio para

regalarle a la dueña del cumple. Yo no puedo bajarme de este tren. Porque de

encontrarte engreída, no sé cómo, pasé, semanas más tarde, a invitarte a una

lectura. Siento la transpiración correr por mis axilas, por mi pecho, siento ganas de

partir temprano al cumpleaños, ganas de lanzarme. Ganas de despellejarte.

Porque si desgarro tu piel, llegaré tarde o temprano a tus huesos, que es una

parte del cuerpo donde está el núcleo duro de la verdad, la verdad que nunca vas

a decir con tu voz.

Inesperadamente, me escribiste un mensaje para concertar una cita. Francisco mi

editor te dio mi número. Yo estaba en la playa. Para cuando volviera a Buenos

Aires ya tenía dos citas: la tuya fue la tercera, y, obviamente, la que más me

interesaba. ¿Qué cambios percibirás en mí después de haber visto una selfie de

belleza extrema que te mandé, donde aparezco con cara de dormida masticando

pan con mermelada en el comedor de un hotel sindical en Mar del Plata? Yo sentí
que al mandarte esa foto te estaba comentando que me habías inventado, pues la

foto era digna de tus cuentos. Creo que lo entendiste. ¿Cómo habrá cambiado la

imagen que tenías de mí desde que viste esa selfie hasta el momento en que nos

dijimos adiós en la estación Constitución a las siete y media de la mañana,

después de nuestra primera cita?

Mientras chateábamos para concertar nuestra primera cita de inmediato supe

cómo quería que fuera: ir al doque. Ver Dock Sud en busca de una imagen que

una vez soñé y que me obsesiona. Pero no te dije eso, te mentí: quiero ver el Río

de La Plata a la altura de Hudson, te dije: buscar ese paisaje mágico que

aparecen en un cuento de tu libro. Apenas llegué a Buenos Aires, te pasé a buscar

por tu casa. Saliste con una canasta con bebidas y sanguches. Subimos a tu auto

y agarramos la ruta. ¿Cómo no sentirme feliz en semejante aventura? Ah, qué

cruel la vida y el tiempo, que no nos permiten revivir los momentos más que a

partir de palabras necias como estas. Y en ese camino te confesé la verdad, y el

drama que aquí intento plantear: que estaba buscando una imagen soñada, y que

esa imagen poco probablemente existiera. Sí, lo estoy recordando, y es un

poquito, un poquito como si volviera a estar sentada al lado tuyo, sudando en la

cuerina de tu auto, prendiendo un cigarrillo, derramando cenizas en la palanca de

cambio.

La paradoja de esto es que nuestra cita fue lo más parecido a un sueño. Pues

todo, todo lo que había imaginado, se cumplió. Yo estaba en esos días, como hoy,

tan pero tan arriba en mis expectativas...Es difícil deprimirse cuando la vida te da

tanto.
Estos son los cinco audios resumidos en uno:

Yo ya me había imaginado toda la cita que yo quería hacer, por los datos que yo

tenía de R, de que vive en zona sur, y sabía que tenía auto. El hecho de que

viviera en zona sur me despertó la idea de que podíamos pasear por el doque, y

que yo podría ver la imagen de mi sueño, la calle y el edificio que se describen en

el cuento Doc 1. Le dije que la pasaba a buscar para ir a hacer un picnic (no le iba

a decir todo esto por chat, mejor decírsleo en persona), y le pareció bien. Yo me

había imaginado que íbamos a ir al doque. Que íbamos a buscar la avenida del

sueño, donde está el edificio donde vive una chica que amo. Y una vez que se me

metió eso en la cabeza no hubo manera de dejar de imaginar que podía pasar. Así

que cuando pasé a buscarla, subimos a su auto y yo estaba muy tomada por esta

idea y enseguida le dije la verdad. Que era cierto que quería ver el Río de la Plata

a la altura de Hudson, pero que en realidad lo que buscaba era ir al Dock. Lo

curioso es que a ella no le pareció raro, no le pareció delirante vagar por el dock.

Le pareció tan posible que me dijo que sí. Y como estábamos más cerca de

Hudson, fuimos primero a ver el río, porque además ahí se podía hacer pic nic.

No… no tiene explicación lo que sentí cuando llegamos al río. Fue como estar en

un cuento… En su cuento, bah… Era…(ruido de voces)... A ver, pará.

Retomo: Era… Estábamos en un paisaje totalmente abandonado del mundo, pero

al mismo tiempo estábamos viendo de lejos la ciudad. Como cuando vas a la

Reserva Ecológica. Y nos sentamos por ahí, sobre una lona. Pero hacía realmente

mucho calor. Charlamos mucho, ella me hizo muchas preguntas…Los mosquitos

nos picaban. La birra se calentaba. Comimos sanguchitos de miga. En un


momento ella me habló de su jardín, me dijo que ahí se estaba mejor, que estaba

la sombra de un árbol. Eso me alegró, porque entendí que después del paseo

volveríamos a su casa.

(Ruido de voces)

Bueno, sigo. Hablamos tanto que pasó el tiempo y yo me había olvidado por

completo del doque. Empezó el atardecer, y levantamos las cosas y fuimos al auto

y empeza a movernos de este a oeste. La puesta del sol estaba ocurriendo justo

enfrente nuestro, y ahí fue que me di cuenta de que estábamos yendo por

Debenedetti, que estábamos cerca de Huergo, y le dije que doblara por Huergo. Y

fue instantáneo. Fue doblar en Huergo, y ver que estaba ahí, ahí estaba el edificio.

Ver que ese edificio era exactamente el mismo con el que yo había soñado, y

sentir que me quedaba de piedra, que no me podía mover, que ese segundo debía

durar para siempre. Casi me desmayo al pensar que saldríamos del auto y

caminaría hacia ese edificio, pero que no caminaría sola, que caminaría con ella.

Ella caminó un tanto adelante mío. Me latía el corazón, y actué siguiéndola, sin

pensar. Cuando nos acercamos, en la puerta paraban varios pibes, entonces ella

siguió tomando la iniciativa, simuló que veníamos a ver a alguien, y entramos al

edificio. De más está decir que estábamos medio en pedo. En vez de usar el

ascensor, fuimos sin saber bien adónde, por la escalera, y no bien se puso oscuro

nos besamos.

Pero no sé cómo explicar una cosa así. Siento que la cita fue de verdad,

demasiado. Siento que, en mis fantasías, yo también me excedí. Yo estaba muy

feliz. (ruido de platos). No sé cómo explicarte (ruido de tabla de cocina). ¿Viste

cuando te pasan todo el tiempo cosas muy particulares, muy divertidas y compartir
cosas? Y después de eso, vas a pasear por un barrio donde ves la imagen de un

sueño… Yo le conté mi vida, cómo me había hecho lesbiana, cómo había decidido

que ya no sería más mujer.. Todo eso… Pero además, bueno, terminar

besándonos en ese zaguán, de esa manera… A mí no me da la cabeza. Bueno no

sé, todo eso fue como muchos estímulos para mí, y después no nos volvimos a

hablar (ruido de pelar papas). Yo lo que siento es que no voy a hacer nada, no voy

a escribirle ni invitarla; lo que siento, no quiero ser creída, lo digo de manera

objetiva, pero (ruido de cortar cebollas) pero como que me parece realmente difícil

que tengamos una cita que se más divertida y delirante que la que yo tuvimos

(risa) como que el destino debería hacer algo por su cuenta, ¿entendes, Julia?

porque, no la volvería a invitar a nada, es como si en una sola cita hubieran

pasado mil años… No sé cómo explicarte no sé, es re difícil de explicar una cosa

así.

(Fin del audio)

Qué bueno haber podido decir estas cosas. Que bueno que exista la soledad.

Pues si no estuviera sola, nada de esto podría ser escrito. Esa es también una

verdad que cuenta: que el fracaso y la soledad habilitan bastante el relato. Me

pregunto de qué manera recogiste las cenizas que dejé en el auto. A la inversa,

pienso en mi mundo, en la cantidad de cosas aventureras que me pasaron estos

días, que son cosas que vos no conocés, y que tal vez, solo tal vez, quisieras

saber, y yo podría contártelas en una segunda cita, que por ahora no imaginé.

Escribo mal, casi agramaticalmente, con mis últimas fuerzas, antes de ir a liberar

en la pista y en el baile toda mi ansiedad; hoy es un día ideal para llegar tarde a un
cumpleaños, suficientemente tarde para ver cómo bailás. Qué gracioso. Nueve

páginas he gastado sin haber cumplido del todo el propósito que me propuse al

principio. Nueve páginas para llegar a una pregunta: ¿Bailamos?

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