Contexto Literario Novohispano

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Helena Judith López Alcaraz

CONTEXTO LITERARIO NOVOHISPANO


INVESTIGACIÓN SOBRE PRINCIPALES AUTORES DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
 SIGLO XVI

1. Francisco Cervantes de Salazar (1513 o 1514-1575)


Considerado como el mejor exponente de la vida cultural novohispana, iniciado
según los moldes literarios que llegaron a la Península. Nació en Toledo. Estudió
humanidades desde su temprana juventud y cursó Derecho Canónico en
Salamanca. Desempeñó el cargo de secretario de latín del Cardenal García de
Loaysa, presidente del Consejo de Indias. Tradujo al español obras de Hernán
Pérez de Oliva, Luis Mexiá y Juan Luis Vives. Asimismo, enseñó retórica en la
Universidad de Osuna. En 1551 arribó a la Nueva España para impartir clases de
latín, ocupación que ya había ejercido en su patria de origen. Cuando se abrió la
Real y Pontificia Universidad de México, se le confió que inaugurará los cursos y la
cátedra de retórica. Algunos años más tarde, se doctoró en artes y teología. Fue
ordenado sacerdote en 1555. Cronista de la Ciudad de México, nombrado por el
Cabildo, fungió como Canónigo Catedralicio y fue rector de la Universidad
capitalina en dos ocasiones.
Su obra como cronista, profesor, poeta y traductor le granjeó el mérito de ser
considerado el padre del humanismo mexicano. Cuando murió el célebre rey
Carlos V, compiló y publicó el Túmulo imperial, conjunto de textos en prosa y en

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verso entre los que figuran algunos escritos propios. Fue autor, de igual forma, de
Crónicas de la Nueva España y de unos Diálogos latinos.

2. Francisco de Terrazas (1525-1600, fechas dudosas)


Hijo del soldado homónimo que acompañó a Hernán Cortés en la Conquista, fue el
primer poeta que nació en la Nueva España. Por desgracia, existen pocos datos
biográficos sobre él, de ahí que las fechas de su nacimiento y deceso son
aproximadas. Citado como “excelentísimo poeta toscano, latino y castellano”, se
sabe que fue escritor bien conocido tanto en la Nueva España como en la
Península. Otros poetas lo mencionan elogiosamente, entre ellos don Miguel de
Cervantes Saavedra, quien lo encomia en La Galatea.
Seguidor de la escuela sevillana, la obra lírica de Terrazas gira en torno de la
hermosura y crueldad de la amada, tema central del petrarquismo que se hallaba
en boga. De ella han llegado hasta nosotros nueve sonetos, una epístola en
tercetos, diez décimas y algunos fragmentos (setenta y cinco octavas) del poema
épico Nuevo Mundo y Conquista, que sigue la pauta de las composiciones líricas
del siglo XVI para las guerras de Conquista. A juicio de los críticos, descuella el
episodio de los amores entre Huitizel y Quetzal, tanto por su valor poético como
por la carga romántica de los pasajes.
Los poemas de Terrazas evidencian su gran conocimiento y habilidad para crear
sonetos a la manera de Petrarca y la capacidad para jugar con el sentido textual.

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3. Eugenio de Salazar y Alarcón (1530-1602).


Nacido en Madrid, fue hijo del militar y cronista Pedro de Salazar y de Aldonza
Vásquez de Carrión. Estudió leyes en Alcalá de Henares y Salamanca y obtuvo su
título en la de Sigüenza. Contrajo nupcias, en 1557, con doña Catalina Carrillo en
Toledo. En 1560 asumió el cargo de fiscal en la Audiencia de Galicia.
Posteriormente trabajó como gobernador de Tenerife y la Palma en Canarias,
hasta 1574, cuando viajó por mar hasta Santo Domingo para ser oidor de la
Audiencia. Al cabo de dos años, se le designó como procurador fiscal y promotor
de justicia en Guatemala. A juzgar por el soneto dedicado a la virreina Blanca
Enríquez, marquesa de Villamanrique, el literato debió arribar a territorio
novohispano antes de 1580. Entre julio de 1581 y mediados del año siguiente,
siguiendo su carrera en el mundo del Derecho, fue elegido como fiscal de la Real
Audiencia y ascendido a oidor en 1589. En 1591 obtuvo el grado de doctor en la
Universidad de México, a la cual rectoró de 1592 a 1593. Consejero de Indias
entre septiembre de 1599 y febrero de 1600, volvió a España, donde murió.
Salazar dejó escritos varios estudios y tratados jurídicos (descritos en su
testamento); varias cartas en prosa, su Silva de varia poesía y una prolífica
producción poética, la cual desafortunadamente permaneció inédita. Su trabajo
literario se condensa en las epístolas susodichas, modelo del género y en su
Epístola a su amigo Fernando de Herrera, en la que canta a la Ciudad de México y
se detiene, particularmente, en los valores del ambiente cultural. No menos
relevantes es su magnífica Descripción de la Laguna de México, extensa
composición en octavas reales en la que destaca el color local con un tono de
poema bucólico de evidentes reminiscencias clásicas.
Algunas de sus obras publicadas se conservan en la Real Academia de la Historia
de Madrid y en la Biblioteca Nacional.

1
A falta de ilustración del autor en cuestión, se ha incluido su rúbrica.

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4. Fernán González de Eslava (1534-1601)


Autor dramático y lírico, sacerdote católico español perteneciente a la orden
agustina, afincado en México. De origen toledano, se trasladó a México en 1558.
Al poco tiempo profesó en la congregación religiosa antedicha. Se ordenó
presbítero en 1579. Para ese momento, ya se había ganado un buen lugar como
poeta y dramaturgo; una prueba de la magnitud de su fama reside en el pago de
mil doscientos pesos en oro por un texto escrito especialmente para la festividad
de Corpus Christi.
Logró integrarse tan bien en la cultura criolla de la Nueva España que fue capaz
de recrear con maestría el lenguaje popular mexicano, repleto de localismos e
indigenismos. Su producción dramática engloba dieciséis obras conocidas
como Coloquios, todos ellos compuestos por un único acto y formulados en verso
(salvo dos excepciones), divididos en dos o más jornadas, cuyo tema eran pasajes
del Evangelio o la Eucaristía.
De hecho, nuestro autor es conocido máxime por su obra de carácter religioso.
Sus composiciones se encuadraban casi siempre dentro de lo tradicional, de
manera que las cuestiones bíblicas, doctrinales o hagiográficas menoscaban su
espontaneidad poética. Con todo, tal cualidad no perjudica su logro de ser un
eminente versificador con influencia italiana y un hábil usuario de los recursos
formales y la lengua culta.
Cabe mencionar que se le siguió un proceso judicial debido a que se juzgó que
uno de sus entremeses y alguna copla encerraban una intención satírica –y a decir
verdad, González de Eslava sí incorporaba elementos irónicos y mordaces en sus
obras– en contra de las autoridades virreinales.

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La producción lírica de este “simpático poeta”, como lo calificó Marcelino


Menéndez y Pelayo, se sitúa en el marco de la tradición de los cancioneros
religiosos, y más bien parece acarreada instintivamente en la lengua poética de su
época, con sus conocidas virtudes expresivas y sus ingeniosidades un tanto
retraídas.

5. Juan Pérez y Ramírez (1554-año desconocido)


Se trata del primer dramaturgo nacido en el Nuevo Continente, puesto que la única
suya que se conoce fue representada el 5 de diciembre de 1574 con motivo de la
consagración episcopal del tercer arzobispo de México, Pedro Moya de Contreras.
Hijo de un conquistador hispano –según lo acredita una carta enviada a Felipe II–,
cursó estudios canónicos y recibió muy joven la ordenación presbiteral. Un informe
del prelado ya mencionado señala que conocía el náhuatl y el latín y que era
“buen poeta en romance”.
La obra dramática a la que aludimos, Desposorio espiritual entre el pastor Pedro y
la Iglesia mexicana, es una comedia pastoril en la que, de modo simbólico, se
explica la unión del arzobispo, en su función de apacentador de la grey católica,
con sus fieles, la Iglesia de la diócesis que le acaba de ser confiada, a quienes
encarna una pastora llamada Menga. Se trata, indudablemente, de una influencia
del Renacimiento italiano.

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 SIGLO XVII
1. Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1581-1639)
Se debate sobre si nació en Taxco, Guerrero (ciudad que lleva su apellido) o en la
Ciudad de México, aunque está más extendido el primer dato a raíz de que su
progenitor gozaba de una posición afianzada en el Real de Minas de Tasco. Cursó
estudios en la Universidad de México y de ahí pasó a la de Salamanca, en
España, donde se graduó como abogado. Muy situación financiera en la madre
patria se tornó insostenible, por lo que se vio obligado a retornar a la Nueva
España, sólo para volver al cabo de nuevas vicisitudes laborales y económicas en
su terruño, en 1613, año en que se estableció en Madrid. Ya no pisaría suelo
novohispano.
Sus creaciones literarias distintivas concluyeron en 1626, cuando consiguió trabajo
como relator provisional en el Consejo de Indias. Con ello se cerraba un largo
intervalo de sufrimiento: el escritor había batallado en demasía para abrirse paso
como autor lírico en un entorno dominado por la pluma de Lope de Vega en el
que, para colofón, tuvo que enfrentarse a hostilidades por su condición de indiano
y su aspecto físico poco agraciado –era de corta estatura, encorvado de pecho y
espalda, y además pelirrojo–que, tristemente, le costó frases ofensivas e
ignominiosas, entre ellos despiadados epigramas atribuidos a Lope, la descripción
de “pechuga con pantorrillas” que le hizo Francisco de Quevedo y denuestos de
Tirso de Molina y Luis de Góngora y Argote.

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Durante sus últimos años, a partir del nombramiento en el Consejo, sólo se limitó a
efectuar la compilación de sus obras para publicarlas en dos volúmenes, en 1628
y 1634 respectivamente.
Si bien escribió algunos poemas de circunstancia, fue su obra como dramaturgo la
que lo colocó junto a los otros tres grandes literatos del Siglo de Oro español:
Lope de Vega, Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca. Aunque no fue tan
fructífero como ellos, pues sólo produjo 26 piezas, sí consiguió aportar
argumentos novedosos y originales. Supo entretener a un público aficionado a la
prodigalidad y al color a través de un manejo escénico moderado, pero
hondamente filosófico. En especial, y en esto reside significativa parte de su
mérito literario, creó e instauró la comedia de caracteres.
Las primeras obras de Ruiz de Alarcón de inscriben dentro de las comedias de
enredo, como La cueva de Salamanca o El desdichado en fingir. Otra
característica propia del dramaturgo novohispano fue su aspiración de analizar la
personalidad y mostrar el desarrollo de ésta mediante argumentos lógicamente
estructurados que exploran la psicología de los personajes, tal como sucede en La
verdad sospechosa, La prueba de las promesas, Las paredes oyen o Mudarse por
mejorarse.
Finalmente, los críticos distinguen otras dos tipologías de obras en la evolución del
teatro alarconiano: la denominada comedia heroica, en la que el juego escénico se
desenvuelve alrededor de la nobleza de sangre de los personajes (El tejedor de
Segovia y Los pechos privilegiados) y las creaciones que combinan la acción
complicada y las transformaciones psicológicas de los que intervienen en el
argumento.
De igual forma, como si lo anterior no bastase, influyó notablemente en el teatro
clásico francés (Corneille), italiano (Carlo Goldoni) y español (Agustín Moreto y
Leandro Fernández de Moratín, entre otros). No en vano alcanzó, aunado a lo
expuesto en los párrafos previos, un lugar privilegiado en la literatura universal.

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2. Bernardo de Balbuena (1562 o 1568-1627)


Nació en Valdepeñas, Toledo. Viajó muy joven a la Nueva España y participó en
varios concursos poéticos, en los que logró varios triunfos. Habiendo elegido la
carrera eclesiástica, ejerció su ministerio en Guadalajara, San Pedro Lagunillas
(en el actual estado de Nayarit) y visitó la Ciudad de México en diversas
ocasiones. Doña Isabel de Tovar y Guzmán, residente en Culiacán, le solicitó
datos sobre la capital, pues pensaba visitarla, y Balbuena le contestó con su
espléndido poema Grandeza mexicana (1604).
A semejanza de muchos hijos de conquistadores, partió a España con el objetivo
de hacer valer derechos en forma de dignidades dentro de la Iglesia. Doctorado en
Teología por la Universidad de Sigüenza, en 1608 publicó Siglo de oro en las
selvas de Erífile, novela pastoril con marcada influencia italianizante, en la que
combina la prosa y el verso.
Recibió el cargo de abad en Jamaica en 1610 y luego el de obispo de Puerto Rico.
Arribó a su sede hasta 1623 luego de participar en el Concilio Provincial de Santo
Domingo. En 1624, publicó el famoso y a la vez extensísimo poema caballeresco
Bernardo o Victoria de Roncesvalles, basada en la epopeya carolingia acerca del
legendario Bernardo del Carpio.

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Balbuena perdió su biblioteca a causa del incendio provocado por los piratas
holandeses que incendiaron San Juan en 1625. Murió dos años más tarde.

3. Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700)


Vio la luz primera en la capital del Virreinato novohispano. Su padre había sido
preceptor del príncipe Baltasar Carlos en España. Su madre estaba emparentada
con el connotado Luis de Góngora y Argote, por lo que Carlos usó ese apellido.
Ingresó a la Compañía de Jesús a los quince años y emitió los votos simples dos
años después en el noviciado de Tepotzotlán. Salió de la orden al cabo de siete
años, pero mantuvo siempre buenas relaciones con los jesuitas. A los 27 años
ganó por oposición la cátedra de astrología y matemáticas en la Real y Pontificia
Universidad de México. A la par que siguió estudios de Lógica, se ordenó
presbítero.
Don Carlos encarnó la erudición del barroco y se cultivó en múltiples disciplinas,
incluso en el ámbito científico. Fue, en verdad, un autor prolífero. Su culteranismo,
tan vehementemente apreciado por Alfonso Méndez Plancarte, se revela con
esplendidez en sus composiciones, desde la Primavera indiana (1668), un poema
en honor de la Virgen de Guadalupe, y Triunfo parténico (1683), en el que

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reconoce a los más destacados escritores de finales del siglo XVII, hasta el
Oriental planeta evangélico. Esta última es una epopeya sacro-panegírica en
honor de San Francisco Javier, publicada en el año de su muerte.
Un ejemplo diáfano de su prosa, pormenorizada tanto en la descripción como en la
acción, radica en Infortunios de Alfonso Ramírez (1690), una narración
autobiográfica de viajes y aventuras marítimas que incorpora en ocasiones el tono
de la picaresca y que convierte a Sigüenza en precursor de la novela.
Tras ser designado Capellán del Hospital del Amor de Dios, instaló ahí una
biblioteca y gabinete de trabajo con instrumentos científicos, pinturas,
antigüedades indígenas y manuscritos. Era un estudioso de las lenguas
precolombinas. Cuando sobrevino el incendio del Ayuntamiento de la Ciudad de
México en 1692, pagó a sus amigos para que le ayudaran a rescatar sus
preciados libros y códices.
En el ocaso de su vida reingresó a la Compañía de Jesús, a la que legó sus
bienes.

4. Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695)


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Nació en la hacienda de San Miguel Nepantla, de la que eran propietarios sus


abuelos. Niña prodigio, aprendió a leer a los tres años y a los ocho ya sabía latín.
A esa misma edad escribió su primera loa, con motivo de la fiesta del Santísimo
Sacramento.
En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por sus
aptitudes inusuales y su precocidad, a los catorce años fue dama de honor de
Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Amparada por los
marqueses de Mancera, resplandeció en la corte virreinal novohispana por su
sapiencia, su viva inteligencia y su destreza versificadora. Su celebridad era tal
que, a instancia de los profesores universitarios, el virrey organizó un examen en
el que cuarenta catedráticos la interrogaron. Salió airosa.
En 1667, Juana Inés entra al convento de carmelitas descalzas de México, pero lo
abandonó a los cuatro meses debido a problemas de salud. Intentó de nuevo, esta
vez en el convento de San Jerónimo, donde profesó definitivamente en 1669. Allí,
gracias a que la regla jerónima no era tan severa como la carmelitana, pudo
dedicarse de lleno al estudio y a sus deberes como religiosa pero también a
alternar con la sociedad. Era visitada en su celda por diversos personajes
encumbrados, desde sacerdotes, damas de la corte, el nuevo virrey y el no menos
acreditado Carlos de Sigüenza y Góngora.
En su aposento, asimismo, llevó a cabo experimentos científicos, reunió una
nutrida biblioteca (de la que el obispo Aguiar y Seijas le mandó deshacerse),
compuso obras musicales y escribió una vasta obra que comprendió diversos
géneros, desde la poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la
influencia de Luis de Góngora y Calderón de la Barca), hasta opúsculos filosóficos
y estudios musicales. Incluso cumplía con encargos de villancicos para la Catedral
y otros templos.
Uno de muchos episodios memorables de su trayectoria vital y poética estriba en
el comentario refutatorio que hizo del sermón del sacerdote Antonio Vieyra sobre
las “finezas de Cristo”, bajo el título Carta athenagórica. El obispo de Puebla,
Manuel Fernández de Santa Cruz, le respondió bajo el seudónimo de Carta de sor
Filotea de la Cruz, en la que pone de relieve su talento y alaba la claridad de su
juicio lógico, la insta a que deje los libros y se dedique a la oración humilde, ya que
la reflexión teológica estaba reservada a los hombres. En la Respuesta a Sor
Filotea de la Cruz (es decir, al eclesiástico poblano), Sor Juana refiere su vida y
reivindica el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo
les es lícito, sino muy provechoso». La Respuesta además es una manifestación
de su prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales
podemos concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa, y
considerable información bíblica y teológica.

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Por fin, la religiosa jerónima cedió a las presiones del obispo Aguiar y Seijas y
vendió su biblioteca. Las ganancias obtenidas fueron repartidas entre los pobres.
Murió atendiendo a sus hermanas en religión durante una epidemia.
Aunque su producción literaria parece inscribirse dentro del culteranismo de
inspiración gongorina y a veces en el conceptismo de Quevedo, preferencias
particulares del barroco, la agudeza y singularidad de nuestra biografiada, llamada
la Décima Musa, la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente.
Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación
castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la
Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz (1692)
y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), con una biografía del
jesuita P. Calleja.
Mención aparte merece Primero sueño, poema en silvas de casi mil versos
dispuestos a semejanza de las Soledades de Góngora en el que Sor Juana
retrata, simbólicamente, el impulso del conocimiento humano, que sobrepasa los
límites espaciales y temporales para trocarse en un ejercicio de puro y libre deleite
intelectual.

Fuentes consultadas
BIOGRAFÍAS Y VIDAS (2004-2022). Bernardo de Balbuena. Biografías y vidas. La
enciclopedia biográfica en línea.
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/balbuena.htm
BIOGRAFÍAS Y VIDAS (2004-2022). Francisco de Terrazas. Biografías y vidas. La
enciclopedia biográfica en línea.
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/t/terrazas.htm
BIOGRAFÍAS Y VIDAS (2004-2022). Sor Juana Inés de la Cruz. Biografías y vidas. La
enciclopedia biográfica en línea.
https://www.biografiasyvidas.com/biografia/j/juana_ines.htm
FERNÁNDEZ CONTRERAS, R. (2001). Literatura de México e Iberoamérica. (2ª ed.)
México: McGraw-Hill. pp. 95-164
REAL ACADEMIA DE HISTORIA (s.f.). Eugenio Salazar de Alarcón. Real Academia de
la Historia. Gobierno de España. https://dbe.rah.es/biografias/6118/eugenio-
salazar-de-alarcon

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REAL ACADEMIA DE HISTORIA (s.f.). Fernán González de Eslava. Real Academia de


la Historia. Gobierno de España. https://dbe.rah.es/biografias/11041/fernan-
gonzalez-de-eslava
REAL ACADEMIA DE HISTORIA (s.f.). Juan Pérez Ramírez. Real Academia de la
Historia. Gobierno de España. https://dbe.rah.es/biografias/11041/fernan-
gonzalez-de-eslava
REYES, A. (1960). Fernán González de Eslava. Enciclopedia de la literatura en
México. Obra de consulta: Letras de la Nueva España. Fondo de Cultura
Económica. http://www.elem.mx/autor/datos/3844
TENORIO, M. L. (2010). Francisco Cervantes de Salazar. En: Poesía novohispana.
Antología. (2 tomos) México: El Colegio de México. Enciclopedia de la
literatura en México. http://www.elem.mx/autor/datos/4817
TENORIO, M. L. (2010). Juan Pérez Ramírez. En: Poesía novohispana. Antología.
(2 tomos) México: El Colegio de México. Enciclopedia de la literatura en
México.

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