Cuatro Obras Plásticas

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MORENO RODRÍGUEZ, Ramón, en Lecturas Breves para el Curso de Literatura Española

Siglo de Oro y Neoclásica, Ciudad Guzmán, verano 2022, pp. 8-17

Comentario de cuatro obras plásticas barrocas

Las meninas

La icónica pintura titulada Las meninas, de Diego de Velázquez, fue pintada en el año 1656 y
retrata a la niña Margarita, hija del rey Felipe IV, en el taller del pintor situado en el Palacio Real
Alcázar de Madrid. Actualmente, esta magnífica obra de arte se encuentra en el Museo del Prado
en Madrid, España. La pieza forma parte del estilo barroco que contrasta la formalidad de la
familia real y su entorno con la vida cotidiana común en todos (una dualidad muy significativa
en su contexto histórico). Originalmente este cuadro se titulaba Retrato de la señora emperatriz
con sus damas y una enana. Luego de un muy lamentable incendio en el siglo XVIII, pasó a
llamarse La familia del Señor rey Phelipe Quarto. Y más tarde se titularía simplemente La
familia.
En un apartado técnico, la característica más barroca que puedo identificar en esta pintura
es sin duda alguna el manejo de la luz. Los pintores barrocos usan pinceladas gruesas para
reproducir mejor las luces y sombras con el fin de resaltar partes de la escena y, de esta forma, le
añaden naturalidad y dramatismo. Ésto es justo lo que hace el autor Diego de Velázquez: ejecuta
a la perfección la técnica, hace ese particular uso de la perspectiva jugando con los contrastes de
la luz y las sombras, ejecuta muy bien la distribución de los planos y los personajes que aparecen
en ellos con lo cual logra recrear ese ambiente familiar que tanto se le aclama a esta pieza.
Claramente aquí en esta obra de arte puedo apreciar uno de los elementos más
característicos del movimiento barroco: la emotividad y la falta de búsqueda de una belleza
idealizada (como sí se hacía en el renacimiento). Otro elemento fundamental para identificar que
claramente esta pintura es barroca es observar cómo el juego de luces y sombras mantiene una
cierta tensión que conlleva a un misterio. Me explico: toda la luz que entra del lado derecho de la
pieza solo alcanza hasta María Agustina Sarmiento, la menina que está al lado izquierdo (desde
mi perspectiva) de la infanta Margarita. Todo lo demás que no está junto a Margarita se
encuentra con apenas una mínima visibilidad, pues la luz ya no llega hasta los demás personajes
ahora poco iluminados como consecuencia. Pero hay uno en particular que causa esta tensión:
Diego de Velázquez. El pintor se pintó a sí mismo escondido detrás de lo que parece ser un
lienzo. El misterio que surge del cuadro que este personaje está pintando en Las meninas
aumenta la complejidad de la obra, pues hace que me pregunte ¿Qué estaba pintando dentro de
otra pintura? Además, detrás de él, en el fondo, pareciera que hay o un cuadro pintado con dos
personajes en él o un espejo que refleja y desvela lo que Diego de Velázquez estaba creando
sobre aquel gran lienzo. Dichos personajes son el rey Felipe IV y su segunda esposa Mariana de
Austria.
El último elemento barroco que encontré y que me gustaría resaltar es el cómo la pintura
demuestra que hay un movimiento por los detalles tan presentes en todos los personajes. Cada
uno está en una postura que para nada es alguna de reposo y esto da un efecto de estar viendo un
instante congelado en el tiempo.

Fachada de la iglesia jesuita de Tepotzotlán, Estado de México


El movimiento barroco llegó a México a principios del siglo XVII cuando éste estaba
teniendo su auge en España. Sus principales características en la arquitectura son: la elegancia, la
extravagancia y un uso excesivo de la ornamentación. El sentido de movimiento sobre la rigidez
y la dualidad de conceptos como el cielo y el infierno. Para la construcción se hace uso de la
chiluca, una piedra roja (o negra), ligera y de origen volcánico. También era muy común el uso
de la cantera de color blanco grisáceo.
El templo de San Francisco Javier forma parte del actual Museo Nacional del Virreinato y
antiguo Colegio Jesuita de San Francisco Javier, ubicado en Tepotzotlán, Estado de México. Esta
emblemática pieza de la arquitectura barroca mexicana se les atribuye a los arquitectos Diego de
la Sierra y José Durán, salvo la fachada y la torre que son obra del arquitecto Ildefonso de Iniesta
Bejarano y Durán. Dicha fachada es la encargada de exponer el barroco novohispano de México;
consta de dos cuerpos y un remate tallados en la piedra rojiza volcánica que anteriormente
mencioné (la chiluca). La parte frontal de este templo, en el cuerpo inferior, tiene dos esculturas
que representan la gloria del matrimonio cristiano y a los cuatro evangelistas. En el otro cuerpo
se puede apreciar la figura de San Francisco Javier y algunos otros santos.
El nivel de detalle que se puede apreciar a simple vista es exquisito, pues está plagada de
incontables relieves perfectamente detallados. La ornamentación está demasiado presente a tal
grado de ni siquiera dejar un solo espacio vacío en los muros. Se mantienen elementos de la
antigüedad como las formas de arco y muy mínimos frontones. Se ven muchas más líneas curvas
que rectas y la escala del edificio es enorme.
Es evidente que la arquitectura de la fachada se valió de la pintura y la escultura
propiamente barroca pues los elementos como el movimiento y la emotividad están bien
presentes en el detalle que las esculturas tienen. Cada santo está esculpido en una posición que
nos hace sentir que se quedó congelado mientras ejercía una acción (así como sucede con todos
los personajes pintados en Las Meninas). Además, es evidente que los rostros de los santos no
buscan una belleza idealizada, sino más bien, expresar emociones a través de rasgos puntuales.
Por último, quisiera señalar que no hay duda alguna de que esta fachada es propia de la
arquitectura barroca mexicana, pues, como ya mencioné individualmente, en conjunto de todos
los elementos presentes, ésta es una obra sumamente rica decorativamente hablando. Expresa
una exuberancia formal que atrapará cualquier cámara turista. Todo relieve es mayormente
ondulado, se abandonan las superficies planas y se adopta la elíptica oval. Además, tiene un
nuevo tipo de plano oblicuo para dar la sensación de movimiento en, la que es considerada, la
más estática de las artes. También valora lo dramático y lo teatral.
A pesar de parecer excesivamente cargada de material visual, la fachada logra balacear
muy bien ésto con ayuda de la profundidad que tiene, pues con ello logra dar un buen uso de los
claros y oscuros que la luz natural del sol le puede proporcionar al proyectarse en cualquier
dirección a ella. Sin duda alguna, el autor de esa obra de arte sabía muy bien lo que hacía.
Santa Teresa de Bernini (escultura)

La transverberación de Santa Teresa, mejor conocida como el Éxtasis de Santa Teresa es


un grupo escultórico en mármol propia del gran escultor y pintor Gian Lorenzo Bernini,
perteneciente al estilo barroco. Fue esculpida entre 1647 y 1652, por petición del cardenal
Cornaro, para ser colocada donde iría su tumba, en la Iglesia de Santa María de la Victoria,
Roma, donde actualmente se encuentra, en la llamada Capilla Cornaro. La expresión de Santa
Teresa en lo que se denomina su transverberación (una unión íntima con el mismísimo Dios y
por lo tanto es más que un orgasmo: como sentir “traspasado el corazón por un fuego
sobrenatural”) es lo que más resalta como el mayor elemento barroco de esta obra de arte. En
este grupo escultórico se aprecian tres elementos que denominaré protagonistas: la luz, el ángel y
la propia Santa Teresa.
Comenzaré hablando de la luz. Ésta se filtra por una ventana encima del ángel y la santa y
coloca unos rayos dorados, como si fuera el brillo que sólo el sol puede dar, pero en este caso
representa algo celestial. Luego está la figura del ángel, el cual está posado frente a Santa Teresa
y sostiene una flecha larga y dorada que apunta al corazón de la santa. El rostro de este ser
celestial expresa una cara de satisfacción revelada por una ligera sonrisa mientras sus ojos ven
directamente a la mujer. Por otro lado, está la protagonista más importante a mi parecer. Santa
Teresa está en una posición que da la impresión de que está a punto de perecer. Sus brazos caen
de su cuerpo y el rostro queda hacia arriba, aunque su cuello está inclinándose, como si también
fuera a caer. La expresión de su cara es lo más interesante, pues ahí demuestra todo lo que está
sintiendo al pasar por la transverberación. En efecto, como el título de la obra lo dice, es una cara
de éxtasis total, pero uno que duele de lo poderoso que es. Ésta, es una abrumadora sensación de
placer espiritual de la santa al servir a Dios. Bernini plasmó en ese rostro una imagen que a
simple vista podrían sugerir un placer sexual, como el de un orgasmo, pero si se observan los
demás elementos, se puede notar que en realidad la expresión de Santa Teresa desvela la
manifestación de su amor a Dios y su increíble anhelo de unirse espiritualmente a él. Todo esto
es apreciable tan solo con el rostro de ella, porque claro, hay que recordar que el barroco no
busca la belleza idealizada como se hacía en el renacimiento, sino que se enfoca en compartir
tensión, emociones y movimiento.
Los elementos teatrales propios del barroco también están presentes dentro de este grupo
escultórico y es bellísimo en conjunto. Cada uno de los personajes están en una posición que de
nuevo da esa sensación de haber detenido el tiempo justo cuando algo está a punto de pasar. La
pose del ángel sosteniendo esa flecha dorada en dirección a Santa Teresa y ésta tumbada con esa
expresión en el rostro, muestra que si se descongelara (por así decirlo) la imagen el corazón de la
santa sería atravesado por el arma del ángel. El autor, Bernini, no escatimó ni siquiera un poco en
la intensidad dramática y fuerza dinámica en esta obra. Un buen barroco.

La elevación de la cruz (pintura de Rubens)


También llamado El levantamiento de la cruz, La elevación de la cruz es un tríptico
pintado por el artista flamenco Peter Paul Rubens, que se completó en 1610-1611
aproximadamente. Esta impresionante obra de arte revela una obvia influencia del renacimiento
italiano gracias a la pintura Crucifixión, de Rafael. La pintura muestra una legítima tensión entre
una multitud de gente que trata a duras penas levantar la cruz y el cuerpo crucificado de
Jesucristo.
Considero descabellado decir que la obra de Rubens es solo una especie de plagio de la
pintura de Rafael, pues, en mi opinión, la versión barroca está mucho mejor trabajada. La de
Rafael es muy colorida, poco detallada, apenas con siete personajes y claramente se preocupó
más por la belleza idealizada que por exponer emociones en cada individuo. En cambio, el arte
barroco de Rubens muestra una escena totalmente cargada de tensión y emotividad. Aquí,
aunque de igual forma no hay muchos personajes, las expresiones de todas las personas están
llenas de significado. Y no solo sus rostros, sino también su lenguaje corporal habla de maravilla.
Cada hombre dentro de esta pintura, a excepción de Jesús, se nota con una cara de angustia,
sufrimiento y cansancio. Sus músculos están en una constante tensión lo cual revela el enorme
trabajo físico que hacen por levantar el enorme peso de la cruz con su crucificado.
La luz y las sombras (otro elemento barroco) también están muy presentes en este
tríptico. Lo que más iluminado está es Jesucristo, cuyo rostro muestra emociones como
resignación, dolor, satisfacción, como si buscara misericordia divina pues sus ojos están en
dirección al cielo. Alrededor de él, todo es ligeramente más oscuro porque claro, la divinidad de
la luz proveniente del cielo solo es para elevar al hijo de Dios. También se logra ver sangre que
emana de sus manos clavadas en la cruz. Ésto, a mi parecer, es un detalle fundamental en la obra
de Rubens. En la obra renacentista los ángeles recogen las pocas gotas derramadas por Jesús,
mientras que en la barroca el hijo de Dios se muestra como lo que es en realidad: un hombre de
carne y hueso que sufre y perece.
En esta pintura, como en todas las obras que he mencionado anteriormente, también está
presente el factor del movimiento. Cada hombre en este tríptico pintado está realizando una
acción: unos jalan, otros levantan, uno reposa y sufre, etc. Siempre hay algo sucediendo, pero
obviamente ésto no es explícito pues es una pintura y no una película. El factor clave para
comprender el movimiento plasmado por las acciones de los personajes de la pintura es su
posición. Cada una de las poses es no natural; o sea, un cuerpo en reposo no está tensando los
músculos, éstos están así porque el hombre está haciendo algo. En este caso, o carga o jala o
sostiene. El único cuerpo que pareciera no estar en movimiento es el de Jesucristo, pero en este
caso obviamente es comprensible debido a que él ya está aceptando la decisión de su padre, por
lo que solo le queda dejar que las cosas sigan su curso. El detalle tan presente que el autor
plasma en esta obra hace que todo en conjunto funcione como una puesta en escena cuyo
detonante es nada más la apreciación de quien la mira. Los elementos se mueven por sí solos.

Imágenes de las cuatro obras prácticas en orden de mención


Las meninas
Fachada del templo jesuita de Tepotzotlán
Éxtasis de Santa Teresa
La elevación de la cruz Crucifixión (renacentista, de
Rafael)

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