Teoría 2 Alberti
Teoría 2 Alberti
Teoría 2 Alberti
Eduardo Prieto
Introducción
Con De Re Aedificatoria comenzó la teoría de la arquitectura moderna, al menos
en su vertiente tratadística y normativa. Su autor, Leon Battista Alberti (1404-
1472), fue quizá lo más parecido a ese uomo universale del Renacimiento que
describiría más tarde Baltasar de Castiglione en El cortesano y que solemos
asociar —acaso con menos motivos— con otras figuras más célebres, como Leo-
nardo da Vinci. Además de arquitecto y pensador de la arquitectura, Alberti fue
clérigo, latinista, jurista, secretario papal, literato, filósofo, gramático, retórico,
inventor, matemático, geómetra, especialista en perspectiva, pintor y escultor, y
dizque —Vasari lo confirma— un formidable atleta capaz de saltar la altura de
un hombre sin apenas coger carrerilla.
Alberti encarna y aun supera el ideal de arquitecto soñado por Vitruvio: ese
pozo de saberes que sabe tanto de mecánica como de gnomómica, hidráulica y
construcción, y que sabe incardinar la práctica en la teoría. En el afán de Alberti
por dominar todos los saberes latía la reverencia por la Antigüedad clásica que
compartieron todos los humanistas y que, en lo que tocaba a la arquitectura, se
traducía en el estudio concienzudo de las lecciones del Vitruvio, cuyas copias, aún
manuscritas, circularon profusamente de biblioteca en biblioteca, de cancillería
en cancillería, durante los años de formación de Alberti.
Vitruvio, De Architectura 01
pasado, Alberti pretende superar la tradición recurriendo a la razón y a la ética, y
haciendo de la arquitectura un instrumento privilegiado para la renovación moral y
política: para lo que entonces los humanistas denominaban Renovatio Urbis. En esto
al menos, las aspiraciones de Alberti dieron cuenta de las de todo el Renacimiento.
Un tratado fundacional
A diferencia del Vitruvio —un manual con un discurso más o menos lineal que
mezcla el conocimiento teórico con los saberes prácticos y tiene un alcance muy
amplio—, De Re Aedificatoria es un texto de esencia especulativa, que se sostiene
Alberti, De Re Aedificatoria 02
en conceptos recurrentes pero dispersos a lo largo del discurso, y cuyo propó-
sito es fundacional: definir el proceso racional que puede conducir a la ‘nueva’
arquitectura. No a la periclitada arquitectura helenística de Vitruvio, por mucha
admiración que esta pudiera causar, sino a la que exigían los mecenas, requerían
los emplazamientos reales y eran capaces de construir los operarios en los dife-
rentes contextos socioeconómicos del Renacimiento.
Pese a la disparidad de los temas tratados por el autor, y la complejidad por mo-
mentos laberíntica de los conceptos acuñados para abordarlos, es posible hallar
en De Re Aedificatoria líneas argumentales claras y categorías prevalentes. Como
se acaba de ver, de los diez libros del tratado, los nueve primeros son susceptibles
de agruparse por tríos asignados a sendos conceptos —la necessitas, la commo-
ditas y la voluptas— que evocan —aunque también enmiendan y matizan— sus
homólogos vitruvianos: firmitas, utilitas y venustas.
Alberti, De Re Aedificatoria 03
compartir con Vitruvio la tesis de que la arquitectura sea una consecuencia del do-
minio del fuego o de otras técnicas primordiales; para él, el hecho de construir —y
de hacerlo fundamentalmente a través de la razón— es una consecuencia natural
de la predisposición técnica y social del ser humano.
Alberti, De Re Aedificatoria 04
civilizado; un salto en el que comienzan a desempeñar un papel fundamental las
cuestiones estéticas. ¿En qué sentido? En el sentido de que, según Alberti, los seres
humanos hallan cierta satisfacción en cuestiones como la asignación de la forma
adecuada a la función, la creación de un catálogo de edificios con usos específicos
o el hecho de que tales edificios adquieran un carácter propio o decoro. Así, la
necessitas, en cuanto satisfacción estética ligada al orden y al decoro, funcionaría
como charnela conceptual entre la pura funcionalidad de la neccesitas y esa belleza
como fin en sí mismo que Alberti describe como voluptas.
Los paralelismos, sin embargo, terminan aquí, pues el ideal de belleza orgánica de
Alberti posee una identidad propia que trasciende la simple analogía geométrica
entre edificios y cuerpos. Para el italiano, la belleza consiste en lo que denomina
concinnitas, un término latino tomado directamente de la retórica de Cicerón y
que aludía en origen al equilibrio y la elgancia en el discurso, pero que Alberti
prefirió entender unas veces como ‘equilibrio’, otras como ‘moderación’ (medio-
critas) o austeridad (frugalitas) y siempre como ‘armonía’ en general. ¿Qué tipo
de armonía? La armonía en un sentido muy concreto: la que se da en un organismo
merced a la concordancia perfecta entre sus partes, de manera que en él ni sobra
ni falta nada. Esta idea de concordancia o equilibrio orgánico —que Alberti toma
de Aristóteles— sostiene el ideal de belleza de la concinnitas, que el autor define
de una manera desalentadora, por genérica: “Cierto acuerdo y cierta unión de las
partes dentro del organismo del que forman parte”.
Alberti, De Re Aedificatoria 05
y equilibradamente entre sí y con el todo al que pertenecen, o dicho de otro manera:
que el organismo arquitectónico sea un fin en sí mismo. La segunda lectura toca a la
condición compleja y dinámica del edificio en cuanto organismo, y en este sentido
supera ampliamente el alcance de los cánones de belleza convencionales, como el
de Vitruvio. Para Alberti —como para Aristóteles—, el arte imita a la naturaleza no
tanto a través de las formas cuanto mediante los procesos que definen esas formas, y
así, el edificio, un organismo artificial que es —como afirma Alberti— una ‘especie
de animal’, tiene en común con los organismos naturales el hecho de moverse por
ciertos fines y de adaptar estos a los medios a su alcance.
La arquitectura de la ciudad
Vista la preocupación ética de Alberti, no extraña la atención que el italiano con-
cede al problema de construir el hábitat propio del bien común y la moralidad:
la ciudad. Para Alberti, no solo los edificios sino, sobre todo, las ciudades son
competencia del arquitecto en su relación con los príncipes y mecenas. Lo son en
la medida en que la “ciudad es una especie de casa enorme” y la casa “una especie
Alberti, De Re Aedificatoria 06
de ciudad en pequeño”. De ahí que, a la hora de proyectar la ciudad, el arquitecto
pueda recurrir a los mismos principios que rigen en la arquitectura: el equilibrio
entre necessitas, commoditas y voluptas, y en particular los conceptos de la regio,
el area y la partitio, que, igual que permiten distribuir las partes de la casa en un
entorno dado, permitirían distribuir las partes de la ciudad.
Así pues, todo parece ser posible para el arquitecto: incluso crear nuevas ciuda-
des racionales y bellas que contribuyan al bienestar de los ciudadanos. Con este
propósito, Alberti articula una serie de parejas contrapuestas —lo universal y lo
particular; la comunidad y el individuo— cuyo correlato arquitectónico serían las
contraposiciones entre la ciudad y la casa, el urbanismo y el edificio o el palacio
urbano y la villa. Por encima de todo, la preocupación de Alberti está en cómo
conseguir que tanto los edificios públicos como los particulares, a través del decoro
expresado por sus fachadas, puedan cualificar el espacio de la ciudad. Alberti es,
en este sentido, el primero que piensa en la composición de los alzados urbanos
en términos de continuidad y de carácter.
Por la ambición con que expone sus principios, Alberti ha sido considerado el padre
del urbanismo moderno. Se trata, probablemente, de una exageración, pero desde
luego debe reconocerse que el ímpetu racional y moral con que Alberti intenta
transformar las ciudades a través de la arquitectura —su ímpetu utópico— tiene
mucho de heroico. En este contexto, la propuesta de construir un microcosmos
armónico y racional no podría entenderse sin la denuncia de los aspectos injustos
o absurdos de la realidad. Para Alberti, la arquitectura es siempre una herramienta
transformadora tanto de la realidad física como de las conductas, de ahí que cuan-
do piensa en el espacio físico de la ciudad, Alberti piense también en el espacio
cívico que vendrá por añadidura. Esto, sin embargo, no convierte al italiano en
un reformador social. La arquitectura, para Alberti, es un “modo de hacer feliz
la existencia”, pero no un instrumento revolucionario en un sentido literalmente
político. Así queda patente, al menos, en su análisis de la ciudad, donde las partes
urbanas y los tipos de edificios se distribuyen de acuerdo al uso y a las clases
sociales a las que sirven; un modo de enfrentarse a la realidad que, lejos de poner
en cuestión la estructura socioeconómica de fondo, la convalida o, como mucho,
la ordena a través de la arquitectura.
Alberti, De Re Aedificatoria 07
arquitectos deben contentarse con administrarla bien y embellecerla para mayor
bienestar de sus habitantes y mayor gloria de sus príncipes.
‘Operum instauratio’
El idealismo moderado de Alberti —su obsesión aristotélica por el equilibrio— se
manifiesta de manera ejemplar en el capítulo x de su tratado, dedicado a un tema
de gran interés: la operum instauratio, es decir, el mantenimiento o, siguiendo la
palabra felizmente acuñada por el primer traductor español de Alberti, la ‘restau-
ración’ de la arquitectura. Aristotélico en su manera de asumir la realidad tal y
como es con el fin de mejorarla, Alberti considera que, por muchos que sean los
esfuerzos del arquitecto, los edificios acaban teniendo siempre defectos, ya sea
por la impericia del artífice, por las fallas del brazo ejecutor, por la construcción
atropellada o debido a causas externas como el “paso del tiempo, que lo vence
todo”. Este último es, para Alberti, el agente más peligroso, por insoslayable, y
también porque su acción lenta de desgaste se produce a través de la naturaleza:
a través del sol, de las heladas, de los vientos, de los terremotos, de las inundacio-
nes. “Bajo la acción de estos azotes”, sentencia Alberti, “el edificio más robusto
acaba deshaciéndose, igual que se “resquebraja y se deshace hasta la más dura
de las sílices”.
Alberti, De Re Aedificatoria 08
Antología de textos
Texto 1
El origen de la arquitectura
[IntroducciónI]
“Hubo quienes decían que el agua o el fuego constituyeron el motivo por el que se
producía el agrupamiento en comunidades de los seres humanos. Pero nosotros,
considerando la utilidad del techado y la pared, y su carácter necesario, estamos
fehacientemente convencidos de que estos factores tuvieron un mayor peso a
la hora de reunir y mantener unidos a los seres humanos. Pero debemos estarle
agradecidos al arquitecto no tanto por el hecho de habernos proporcionado cobijo
seguro y confortable contra el calor del sol, el inviernos y los hielos —con no
ser ése de ninguna manera el beneficio más pequeño—, como por haber llevado
a cabo multitud de hallazgos, en el ámbito de lo privado y lo social, de enorme
utilidad y sumamente apropiados para su empleo en la vida cotidiana.”
Texto 2
Trazado y materialización: la naturaleza intelectual de la arquitectura
[Libro I, capítulo I]
Alberti, De Re Aedificatoria 09
y líneas en una dirección y con una interrelación determinada. Puesto que ello es
así, en consecuencia el trazado será una puesta por escrito determinada y uniforme,
concebida en abstracto, realizada a base de líneas y ángulos, y llevada a cabo por
una menta y una inteligencia culta.”
Texto 3
La subdivisión o distribución de los edificios. El principio de moderación
[Libro I, capítulo IX]
Texto 4
El control del proyecto y el uso de maquetas
[Libro II, capítulo I]
Alberti, De Re Aedificatoria 10
consecuencias, lo reconocemos a la postre con el paso del tiempo; de lo cual se
deriva que o bien se lamenta toda su vida de la desgracia de haberse equivocado,
si no es posible échalo abajo y corregirlo, o bien, si se lo derriba, son criticados
el gasto y la pérdida así como tu ligereza y tu falta de juicio (…)
Por ello, siempre me convencerá la vieja costumbre que tienen los mejores
constructores, que consiste en que meditemos y sean consideradas una y otra vez
la obra en su totalidad y cada una de las medidas de todas las partes del edificio,
teniendo en cuenta el consejo de las personas más experimentadas, por medio no
sólo del diseño y el dibujo sino también con la ayuda de maquetas y reproduccio-
nes de madera o de cualquier otro material, antes de embarcarnos en una empresa
que requiere gasto y esfuerzo. Y gracias a las maquetas se consigue que puedas
ver y considerar a la perfección el emplazamiento del entorno, la delimitación
de la superficie, el número y ordenación de las partes, el aspecto de los muros,
la consistencia de la techumbre y, en definitiva, la concepción y disposición de
todo (…) Y en esa maqueta será posible, sin ninguna repercusión, poner, quitar,
cambiar, avanzar soluciones nuevas y alterar el proyecto entero, hasta que todo
esté en su sitio y reciba nuestra aprobación.”
Texto 5
El ideal de belleza: la ‘concinnitas’
[Libro VI, capítulo II]
Texto 6
Las columnas de los órdenes
[Libro VII, capítulo VI]
“Para que las columnas contribuyeran a la belleza del edificio las fijaron del modo
siguiente. Dijeron, en efecto, que en el caso de los capitales dóricos las columnas
debían ser en su base de un grosor igual a la séptima parte de su propia longitud,
desde abajo hasta arriba; en los jónicos fue su deseo que ese grosor fuera la novena
parte de su longitud; y en los capiteles corintios, la octava parte (…)
Coincidieron también en un punto, imitando la naturaleza, cual es el de
considerar que no habían de utilizarse nunca columnas que no fueran más esbeltas
en la parte superior que en la inferior. Hubo quienes llegaron a decir que había que
construirlas una cuarta parte más anchas en la parte de abajo que en la de arriba
(…)
Así pues, en estos principios coincidieron todos los órdenes. Pero noso-
tros, por nuestra parte, hemos constatado, a partir de mediciones realizadas sobre
el terreno, que no siempre fueron respetados entre nuestros antepasado latinos.”
Alberti, De Re Aedificatoria 11
Texto 7
El mantenimiento de los edificios
[Libro X, capítulo I]
“Los defectos de los edificios, tanto de los públicos como de los privados, unos
son propios y consustanciales, ocasionados por el arquitecto, otros tienes su
origen en causas externas; y, a su vez, unos pueden subsanarse con el oficio y la
inteligencia, otros no pueden subsanarse de ninguna manera (…)
Ahora bien, los que tienen su origen en causas externas a duras penas pueden ser
enumerados, en mi opinión. Entre ellos se encuentra el dicho tan conocido: el paso
del tiempo lo vence todo; y traidoras y tremendamente efectivas son las armas de
la vejez; ni pueden los cuerpos sustraerse a las leyes de la naturaleza, como para
no envejecer; hasta el punto de que algunos piensan que hasta el mismísimo cielo
es moral, puesto que es un cuerpo. Nos percatamos de cuán poderoso es el calor
del sol, lo gélido de la sombra, las heladas, los vientos. Constatamos que, bajo la
acción de estos azotes, se resquebraja y se deshace hasta la más dura de las sílices,
y que rocas enormes son arrastradas desde los riscos elevados y se hacen pedazos
por los efectos de la tempestad, hasta el punto de rodar arrastrando consigo parte
de la montaña. Añade a ello los desmanes de los hombres. ¡Válgame Dios! No
puedo dejar de sentir náuseas al ver que por dejadez (por no emplear un término
desagradable: por avaricia) de los demás se vienen abajo los edificios que por su
señalado valor había respetado el bárbaro y la furia del enemigo, o que el tiempo,
ese pertinaz destructor de las cosas, accedía de buen grado a que fueran eternos.
Añade los incendios súbitos y fortuitos, añade los rayos, los temblores de tierra,
la embestida de as aguas y las inundaciones, y los prodigiosos fenómenos, cada
día más numerosos, insólitos, inesperados, inconcebibles, que la fuerza de la
naturaleza puede causar, con cuya acción se ve dañada y perturbada la obra bien
concebida de cualquier arquitecto.”
Bibliografía
Bibliografía complementaria:
Arnau, Joaquín, La teoría de la arquitectura en los tratados, Madrid: Tebas Flores,
1987.
Germann, Georg, Vitruve et le vitruvianisme: Introduction à l’histoire de la théorie
architecturale, Ginebra: Presses polytechniques et universitarias romandes, 2016.
González Moreno-Navarro, José Luis, El legado oculto de Vitruvio, Madrid: Alianza
Forma, 1993.
Wiebenson, Dora, Los tratados de arquitectura: De Alberti a Ledoux, Madrid:
Hermann Blume, 1988.
Vitruvio, De Architectura 12