El Despáchese

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El Despáchese.

El Viejo Debate del Análisis de la Demanda y el Título Ejecutivos

Una vieja discusión, más o menos informal, entre los profesores de procesal de la
Universidad Católica de Valparaíso y de la Universidad de Chile de Valparaíso, de la
primera mitad del siglo XX, y que se expresó en publicaciones de la década del ‘50 1—al
cual se han sumado y descolgados varios de uno y otro lado, y otros a nivel nacional 2—,
se ha proyectado de manera insospechada en una tensión entre juzgados civiles de
Santiago y la Corte de Apelaciones de la capital, con respecto a la extensión de las
potestades procesales de los jueces que deben resolver sobre la demanda y el título
ejecutivos, que de trasfondo carga sobre sí la calificación de la actividad que realizan
los jueces al realizar dicho enjuiciamiento —trámite de admisibilidad a tramitación o
requisitos de procedencia de la ejecución—, y la naturaleza jurídica del despáchese.

Estando a casi un cuarto de siglo del centenario de la discusión, la situación


contextual actualmente es muy diferente de aquél entonces, en que el procedimiento
declarativo ordinario era el paradigma de procedimiento que se estudiaba, y en donde el
juicio ejecutivo estaba confinado y reducido a una variación de aquél, bajo la
calificación de ser parte de los “juicios especiales”, como aparece en Casarino.
En primer lugar, de la escasa forma de procedimientos en aquel tiempo, donde
dominaba la forma escrita, la oralidad está arrinconando la escrituralidad, mediante los
procesos orales, lo que ha hecho que el juicio ordinario escrito no sea el modelo
conceptual de procedimiento en la pluralidad radical de formas. En segundo lugar,
existe una tensión muy fuerte de establecer procedimientos de ultra concentración,
como los monitorios, laboral, penal o incluso civil, que nos han enseñado que la
legislación tiene en Chile otra forma de concebir las formas procesales, de manera
radicalmente distintas al juicio ordinario de cognición. No es que no hayan estado
presentes las formas anteriores, sólo que eran meramente teóricas sin respaldo empírico
para el Derecho chileno, y no eran de relevancia para alguna parte. Sin embargo, toda
aquella situación antigua ha cambiado lo que da pie para volver a revisar el estado de
situación argumental.

1. Los civilistas señalan que el Derecho Civil dispone que si alguien se obliga,
entonces debe pagar o cumplir con su obligación para con el acreedor. Las disposiciones
normativas de tal talante, en algún sentido, constituyen unas promesas del ordenamiento
jurídico en favor del acreedor,

2. La doble faz de la garantía ejecución jurisdiccional. De acuerdo al artículo 76


de la Constitución, señala: «La facultad de conocer de las causas civiles y criminales,
de resolverlas y de hacer ejecutar lo juzgado, pertenece exclusivamente a los tribunales
establecidos por la ley». La carta fundamental establece que la función de ejecución es
una atribuida constitucionalmente a los órganos jurisdiccionales. La razón de dicha
imputación de poderes es doble. Por una parte, las personas tienen derecho a poder
realizar o concretar sus derechos con la asistencia o mediación del órgano
jurisdiccional; se trata de la extensión de la garantía de la tutela jurisdiccional hacia la

1
Vid. E. WIEGAND FRÖDDEN, “El Concepto de Procedimiento Ejecutivo en Nuestra Legislación”, en
Anales de la Universidad Católica de Valparaíso, 1955, n° 2, pp. 15 a 81, y M. CASARINO VITERBO,
Manual de Derecho Procesal, t. V, Edit. Jurídica de Chile, Santiago, n° 732, 733.
2
Vid. H. Pereira Anabalón
ejecución misma3. Por otra, es que la ejecución misma, por lo que ella implica, cómo se
le posiciona a la persona ejecutado y cómo terceros intervienen sobre su intimidad y sus
bienes, en suma en la posición de debilidad en que se encuentra, se requiere la
intervención del funcionario estatal, que cuenta con las mejores garantías para
protegerlo de sus derechos y que la ejecución recaiga en lo que jurídicamente
corresponda y no más allá, es que constituye una garantía para el propio ciudadano
ejecutado.

2. El “juicio ejecutivo” es el paradigma legal en Chile de cómo se realiza una


ejecución. Sin embargo, se trata de un término ambiguo, porque mediante dicha fórmula
queremos aludir a dos cosas. Por una parte, un procedimiento legislativo diseñado para
regular la ejecución, y, por otra, una clase de procesos, esto es, una secuencia de actos
con un objeto determinado. Esta distinción conceptual es fundamental para comprender
de lo que estamos tratando, sea de una regulación de formas o de un proceso. Si bien es
cierto que procedimiento y proceso son distintos, desde el punto de vista interpretativo
una y otra perspectiva cooperan como razones hermenéuticas en una circularidad
reflexiva para la mejor comprensión de lo que tratamos, en una relación entre norma y
praxis del juicio ejecutivo.

3. ¿En qué se diferencia el juicio de cognición del juicio de ejecución? Siempre


que el juicio esté regulado por el principio dispositivo o de oportunidad, en ambos
procesos se parte de una pretensión procesal, que pide algo al órgano jurisdiccional. Si
no fuese así, el tribunal podría proceder de oficio, como en la ejecución de sentencias en
materia de cobranza laboral —lo que califica como un contracaso que refuta la tesis más
general de que el proceso tiene por objeto resolver pretensiones de Guasp4.
Sin embargo, lo que se pretende en uno y otro caso, y el diseño legislativo del
procedimiento, de manera correspondiente, son radicalmente diversos. Ello requiere una
mira sistémica.
El sistema jurídico, esto es, el conjunto de normas y las aplicaciones proyectadas y
concretadas, requiere ser mirado como una progresión desde las normas jurídicas
legales y contractuales, que contemplan derechos y obligaciones a las personas en
general, y que requieren de una concreción práctica, esto es, que se observen los
derechos y cumplan las obligaciones individualmente consideradas, esto es, que si se
compra un celular por Juan a Pedro S.A., se pague el precio de dicho celular y se
entregue el mismo a quién corresponda. Lo anterior implica que el programa
prestacional de la obligación se lleve a efecto en la realidad práctica.
¿Cómo se puede llevar a efecto? La manera en que se lleve a efecto, puede ser de
manera normal o mediante el cumplimiento forzado, sea in natura o por equivalencia.
El cumplimiento normal de la obligación se realiza de manera espontánea, mediante el
pago íntegro de la obligación en el tiempo debido. En este caso, siendo satisfecho el
programa prestacional objetivo, el acreedor carecerá del interés objetivo, para proceder

3
Vid. M. VARGAS PAVEZ, El Derecho a la Ejecución Forzada: Noción e Implicancias a Partir de la
Jurisprudencia de la Corte Europea de Derechos Humanos, Ediciones Universitarias de Valparaíso,
Chile, 2019.
4
Como señala J. GUASP: «El Derecho dedica, en efecto, una de sus instituciones a la atención específica
de las quejas sociales, convertidas en pretensiones, tratando de dar satisfacción a la reclamante mediante
la institución que se conoce con el nombre de proceso.
El proceso no es, pues, en definitiva más que un instrumento de satisfacción de pretensiones. (…). los
tres postulados fundamentales de toda la ordenación del proceso: todo proceso exige una pretensión, toda
pretensión lleva consigo un proceso, ningún proceso puede ser mayor o menor o distinto que la
correspondiente pretensión». GUASP, Derecho Procesal Civil. p16.
al cobro judicial —sin perjuicio de lo anterior, si él considera que el pago no ha sido
íntegro en tiempo, siempre puede accionar pidiendo la tutela de su derecho.
Pero el diseño del sistema jurídico está pensado para la potencialidad de otra
circunstancia, la de la inobservancia del programa prestacional, esto es, cuando pudiese
no haber cumplimiento íntegro en tiempo y forma. Se trata de la normativa secundaria,
para efectos de la eventualidad de que una normativa primaria se estimase como
desobedecida.
Aquí surge algo de relevancia. Se ha sostenido la tesis de que el proceso parte de
la duda cognoscitiva, y que para ello existe el proceso, para despejar la duda. Pero esto
es una verdad a medias, porque está pensado desde el punto de vista del proceso de
cognición no desde el de ejecución, porque parte de la base técnica del título ejecutivo y
su carácter de verdad indubitada. Si esto es correcto, al tener una parte que es falsa, si se
le aplica la regla lógica del modus tollens, entonces la tesis es falsa y refutada como un
todo. Reformulando el asunto la teoría debe ser elaborada de manera más compleja,
desde el punto de vista sistémico, y ello explicará las diferencias de diseño.
Desde el punto de vista epistémico, efectivamente lo que ocurra en la realidad para
un tercero imparcial, que no es testigo de los hechos, es una incógnita, y no tiene en
principio mejores razones para creerle a una parte u otra. De esta guisa, cuando alguien
pretende de manera extraprocesal, que hay una deuda de otra persona para sí, por un
cierto monto, en principio no hay buenas razones para creerle a uno u otro, para el
pretendiente o pretendido. Para generar las razones públicas invocables por parte del
juez, para estimar a uno u otro en lo que dicen, se tienen los medios de prueba, bajo
ciertos requisitos. Sobre dicha base es que el magistrado puede elegir con una
racionalidad pública, y dictar su sentencia de cognición, estimatoria —de condena— o
desestimatoria.
Desde el punto de vista del diseño sistémico, al tener una sentencia de cognición
de condena, implica que se han cumplido los trámites de discusión. En el mejor de los
casos, se ha discutido por completo lo pretendido en el caso, en el peor, se ha tenido la
oportunidad de discutirlo, pero el demandado no lo hizo, sea ello en un proceso de
cognición común o en un proceso monitorio.
Recordemos que existe el principio de juzgamiento dentro de un plazo razonable
que hace que la discusión se comprima lo más posible, resguardando la complejidad del
asunto discutido, para efectos de arribar lo más pronto posible a la sentencia de término.
Esta comprensión implica que los actos y las oportunidades se restrinjan, usualmente a
una oportunidad para ventilar sus derechos; por ejemplo, una vez para contestar la
demanda, la actividad probatoria se restringe a una única instancia, salvo los
instrumentos y la confesional (aunque en laboral, por la concentración del proceso,
queda completamente restringida). Entonces, carece sentido sistémico el considerar que
si ya se tuvo la oportunidad de discutir, se vuelva pueda volver a reabrir la discusión. En
cierto sentido, aparecería como un fraude para el vencedor, que si ganó la discusión,
bajo la promesa de que sólo procede una discusión de los derechos y obligaciones,
como señala la autoridad de la cosa juzgada, tuviera volver a discutir la existencia de los
derechos y obligaciones nuevamente. Esto rige para otros procesos de cognición, que es
lo que usualmente se piensa, pero el más paradigmático de los casos es que rige
también, y, especialmente, para el proceso de ejecución. Ello es lo que tiene considera la
ley, en el artículo 237 inciso tercero del CPC cuando señala que en el juicio ejecutivo no
pueden entablarse las excepciones que pudieron entablarse en el juicio de cognición.

Pues bien, terminada la discusión, contándose con la sentencia de condena


ejecutoriada, es decir, finalizada la discusión posible, en algún momento habrá que
proceder a lo que importa: concretar y materializar un derecho y obligación. En este
punto, desde la perspectiva de la teoría general del proceso, los procesalistas tienden a
olvidar que lo importante para las personas comunes y corrientes, es la concreción del
derecho y obligación, para comprar los alimentos a fin de que ellas y sus hijos se
alimenten día a día, para pagar el arriendo mensual, para pagar sus deudas
mensualmente con los bancos, para invertir. El sistema capitalista como en el que
vivimos requiere en su funcionamiento la concreción de los derechos de manera lo más
rápida posible, de manera que sin ello, los agentes del mercado bloquean al acceso de
bienes a quien no tiene dinero inmediato. De esta manera, el procedimiento legal debe
atender a dicha consideración.
Desde el punto de vista de la teoría del diseño de los procesos legislativos, la
racionalidad instrumental indica que lo que corresponde ahora, no es diseñar un
procedimiento de más discusión. Dado que se tiene la sentencia firme en el contexto de
conocimiento, ésa constituye el título ejecutivo sobre el cual se basará el diseño del
procedimiento de ejecución y partirá el proceso ejecutivo correspondiente. Entonces,
institucionalmente lo que diga la sentencia se le considerará como la verdad de lo que
ocurrió en el mundo, por una parte, y, que es correcta la aplicación de la consecuencia
normativa prevista para el caso sub lite, esto es, prestación singular que corresponda
respecto de dos personas en particular, uno el acreedor y otro el deudor. A esto es lo que
desde la Teoría del Derecho se señala que los jueces no son infalibles, pero tienen la
última palabra acerca del Derecho vigente en un país, aplicable a un caso singular. Lo
anterior, la teoría procesal chilena lo traduce como que el título ejecutivo da cuenta de
un “derecho indubitado”, de manera que genera con una presunción de verdad. De esta
guisa, el procedimiento de ejecución parte en su diseño con la idea de presunción de
verdad, y la secuencia de actos se despliega sobre tal base lógica. Es ello lo que explica
que el sujeto pasivo de la ejecución no sea un mero demandado, sino un propiamente
ejecutado, que parte como perdedor del proceso, y que viene a intervenir con un
embargo a cuestas, y no contestando la demanda —trámite que es inexistente en el
procedimiento, porque no se discute para declarar— sino que impugnando la ejecución.
Lo anterior genera una enorme diferencia lógica con el proceso de cognición que carece
de esta presunción de verdad institucional, inclusive con la intensidad institucional
prevista en el sistema jurídico.
Por tanto, teniendo en cuenta la sentencia de condena firme, lo que corresponde es
un procedimiento destinado a la concreción del derecho y la obligación, pues el
momento de la discusión se agotó. De acuerdo a ello se da el famoso canon de E.
COUTURE de que en los juicios ejecutivos hay máxima ejecución y mínimo
conocimiento. Esto implica que el juicio de ejecución posee otra lógica institucional
que el juicio de cognición, que se ve aplicada en el diseño mismo de la reglas del
procedimiento ejecutivo, y concretada en los trámites que se llevan a efecto en los
procesos de ejecución.
De acuerdo a lo expuesto, podemos decir que el proceso de cognición es uno
realmente de conversación o diálogo, para simplemente declarar la existencia de ciertas
situaciones de relevancia jurídica y, si corresponde, disponer que se hagan ciertas cosas,
mientras que el proceso de ejecución es uno orientado más bien a la actividad,
precisamente para la concreción material del derecho y la obligación. En tal sentido, el
cuaderno estrella y principal actor de acuerdo al objetivo del proceso ejecutivo, es el
cuaderno de apremio, que precisamente es un cuaderno de actividad, destinado no a la
discusión y declaración sino a la realización del derecho y obligación involucrado. El
cuaderno ejecutivo o principal, salvo por la resolución que recae sobre la demanda y la
propia demanda, el resto es uno secundario en vista del objetivo donde ni siquiera la
notificación de la demanda tiene relevancia para el conteo del plazo para la oposición.
Otra consecuencia para la teoría general del proceso redunda en el concepto
mismo de proceso. Una parte de la teoría procesal señala que el proceso apunta a la cosa
juzgada, pero ello no puede ser generalizado a todo proceso, porque el proceso ejecutivo
por su objetivo institucional práctico o de actividad, tiene otro objetivo que no es la cosa
juzgada, sino que concretar en la práctica un derecho, mediante su materialización, sea
con la entrega o destrucción o con la suscripción de algún documento contractual. De
esta manera, queda refutado el objetivo general de la cosa juzgada para el proceso,
quedando sólo reducido ello al proceso de cognición solamente, y se corrobora la
pluralidad de objetivos, en esta perspectiva, en este cambio de lógica.
Además, dentro de este cambio de lógica, la propia sentencia definitiva de
ejecución no tiene sentido práctica que sea igual que la sentencia definitiva de
cognición, precisamente porque ya hubo sentencia definitiva de cognición, por lo que
requiere y se concreta con otra forma de diseño. Qué significa ello, que la sentencia que
acoge el proceso de ejecución es diseñada de manera diversa. La sentencia de ejecución
no va a resolver una discusión entre las partes, para ello estaba la sentencia de discusión
propiamente tal, es decir, la de cognición. Lo que la sentencia definitiva debe
pronunciarse es sobre el objeto del proceso, la pretensión procesal o el requerimiento de
ejecución del tribunal, para efectos no de terminar la ejecución, sino para conceder la
ejecución pedida, el resto es desarrollar el objetivo material del proceso, muy lejano a
cualquier declaración.
Apuntemos una última distinción. Dado que se parte de la base que estamos en
presencia de un derecho indubitado, el procedimiento y el proceso se configuran bajo la
lógica del juego del “gato y el ratón”. El legislador le da está posición de privilegio
ganada a pulso en el proceso de cognición. El ejecutante se vuelve el gato a la caza de
los bienes del ejecutado. El deudor —el ejecutado—, teniendo presente ello —
asesorado por abogados— intentará evitar la caza de los bienes escondiéndolos, si es
que puede. Esto ocurre así porque en los procesos ejecutivos la probabilidad y la
inminencia de la pérdida de los bienes propios del ejecutado son altas, por el diseño
institucional del procedimiento, lo que implica además un alto costo para el ejecutado,
que probablemente no ha pagado por falta de dinero. Teniendo en cuenta ello y para
evitar el alzamiento de los bienes, la ley le permite al ejecutante empezar la caza de los
bienes antes de que el ejecutado se entere, para que no esconda los bienes, para lo cual
le da tres instrumentos: le da el poder de realizar, por intermediación del tribunal de un
acto de afectación del destino de los bienes a la realización de los mismos o a su
entrega, el embargo; omite al ejecutado de la actividad del proceso hasta el acto de
intimación de pago que va de la mano con el embargo; y un tercer instrumento
extraprocesal, es un tipo penal para el deudor que se alce con los bienes. El ejecutado al
ser omitido del proceso, sólo puede ocupar por la tipificación del procedimiento, un
poder que se ha de calificar por relación de pertenencia a la gran clase de los medios de
impugnación, como un género propio: la oposición a la ejecución, y frente al cual es el
ejecutante el que contesta la oposición. En suma, en el juicio ejecutivo las partes se
encuentran una posición de razonable desigualdad, en vista precisamente que el
ejecutado ha perdido, no se puede repetir el juicio, se cuenta con una estimación de
verdad, y el proceso de ejecución va dirigido derechamente a concretar y materializar el
derecho y obligación que están en juego.
Lo anterior implica que el derecho de defensa del ejecutado se ve racionalmente
constreñido por tales razones jurídicas, a ciertas oportunidades que impliquen sólo un
uso razonable contra un título y una ejecución que parten de la base de la verdad de la
deuda y corrección de la ejecución. Entonces, hay una hipótesis sotovoce que es falsa en
teoría del proceso: toda pretensión debe ser contestada por el demandado, y que el
proceso se erige cuando ella se produce, ello no es así tanto porque en los procesos
monitorios legalmente vigentes en Chile eso no se da así, como porque razonablemente
en el juicio ejecutivo, ello no puede ocurrir así, por efectos de diseño objetivo de los
procedimientos y los objetivos legales y los juegos de rol que se encuentran presentes en
el trasfondo del diseño de los mismos.

Un lector atento ha lo expuesto debe preguntarse porqué se han omitido los demás
títulos ejecutivos en favor de la sentencia de condena firme, porque la explicación es
reductivista, y qué sucede con la presencia de los demás títulos ejecutivos, si alteran la
explicación. En parte sí alteran la explicación teórica por razones obvias, pero no lo
suficiente, para alterar la conclusión en lo que interesa a la teoría procesal.
La corrección fundamental de la explicación expuesta está relacionada con un
concepto designado como “caso paradigmático”. En la epistemología del siglo XX,
Wittgenstein y Kuhn han introducido este concepto para explicar como los seres
humanos comprenden los términos, en donde un caso paradigmático pasa a ocupar el
núcleo de comprensión del término, y por medio de dicha referencia se van entendiendo
otros casos que se van agregando al término y construyendo la referencia conceptual.
Así, por ejemplo, para un niño ‘N1’ el término “mamá”, ‘M’, tiene como caso
paradigmático a su propia madre ‘m’, pero claro después el niño va descubriendo que
hay otros niños que le llaman otras mujeres “mamá” y que no son la del niño, por
referencia a su propia madre entiende las otras mujeres tienen una relación o calidad
similar a la suya, de manera que aprende que su mamá es una más de muchas, aunque es
la principal o su caso paradigmático, de manera que su madre es sólo ‘m1’, y que dentro
del término caben muchas similares que son ‘m2, m3, m4, m5, … mx’. Es así que desde el
punto de vista epistemológico, también podemos construir teorías con una referencia
paradigmática que nos haga fácil la comprensión de una idea teórica más compleja, de
manera que el caso paradigmático actúa como un faro en la oscuridad de la noche para
ir descubriendo y seleccionando el sentido y extensión de la teoría que queremos
plasmar.
Teniendo en mente lo anterior, podemos apreciar que la figura de la sentencia de
condena firme, constituye el caso paradigmático de la noción de título ejecutivo. Es tal
su importancia que el legislador la pone como número 1° en el artículo 434 del CPC,
comunicando así no sólo la importancia de la figura, sino que el lector puede
comprender el resto de las figuras teniendo ya incorporado en su acervo el cómo es una
sentencia firme. Así la ley realiza una función pedagógica con la comunicación
expresiva de su normativa, y lo podemos corroborar así: «El juicio ejecutivo tiene lugar
en las obligaciones de dar cuanto para reclamar su cumplimiento se hace valer alguno
de los siguientes títulos: 1°. Sentencia firme, bien sea definitiva o interlocutoria; (…)».
Así, el legislador y los teóricos del Derecho Procesal van construyendo y
comprendiendo la construcción de la noción de título ejecutivo por referencia a éste
caso paradigmático. Y luego van comprendiendo que hay otras situaciones análogas a la
sentencia definitiva, que entregan cierto grado de certidumbre relevante mediante
ciertas garantías que requiere el legislador, para efectos de dar lugar a la procedencia a
este proceso, cuya estructura presenta situaciones tan desiguales, precisamente basadas
en la denominada “presunción de verdad” o derecho indubitable. Ésta última no es más
que una imputación de veracidad institucional de la ley, por la cual normativamente
dispone que frente a los títulos que el legislador mencione expresamente en el artículo
434 del CPC y otras leyes, los agentes del sistema jurídico, en particular los jueces,
deberán estimarlos como instaurando o dando cuenta de un derecho y obligación
firmemente establecidos, y luego se aplicará, al igual que con la sentencia firme, toda la
consecuencia de tener un derecho y obligación análogamente fijado. Por supuesto que
ello se basa en las garantías que el legislador considera suficiente para darle el carácter
análogo a la sentencia firme, como la escritura pública que requiere de todas las
solemnidades propias de dichos documentos, el acta de avenimiento cuya garantía es
estar pasada ante el tribunal competente y autorizada por un ministro de fe, los
instrumentos privados que han sido reconocidos por la parte o han sido reconocidos
judicialmente, la confesión del propio deudor ante el juez especialmente citado para
ello.
En tal sentido, es que se comprende la estimación legal de la verdad del título
ejecutivo, en términos generales. Si el título que reúne las calidades de ejecutivo da
cuenta de una obligación y derecho de manera verdadera, al modo como lo hace una
sentencia firme, entonces comprendemos que tenemos los títulos ejecutivos t1, t2, t3, t4,
t5, t6….tx. De esta manera, el proceso ejecutivo en algún sentido no necesita presuponer
que existió el proceso de declaración previo, porque hay diversos títulos ejecutivos que
no lo suponen, pero esta analogización, a la vez, sí supone que al construirse con base
en la sentencia definitiva, lo que el juicio ejecutivo viene a presuponer es que no se
necesita un proceso de cognición ni replicarlo, porque ello eventualmente podría haber
ocurrido, al estar dentro de sus supuestos la sentencia firme, que implicó que ya se dio
la oportunidad, y dado que la regulación es general, tanto para t1 como para t6, todos los
títulos se ven beneficios por integrar la misma clase conceptual de la sentencia firme.
Por lo tanto, por teoría de clase o conjuntista todos se ven beneficiados al estar
sometidos al mismo régimen jurídico. Entonces, el juicio ejecutivo, además, va a
presentar las mismas características para todos.

Entonces, si lo expuesto es correcto tenemos que desde el punto de vista del


sistema jurídico, los procedimientos de cognición y de ejecución parten de bases
distintas, uno de la duda y el otro de la certidumbre, correspondientemente, según la
presencia o no de un título ejecutivo, y así de la presencia de un derecho indubitado. Lo
anterior hace que el diseño legislativo de los procedimientos presenten lógicas
diferentes en la estructura de su regulación de las formas procesales. El procedimiento
de cognición se entiende como uno de conversación o discusión para la declaración
final; de manera correspondiente, el proceso de cognición tiene por objetivo la cosa
juzgada. El procedimiento ejecutivo es uno de actividad, son formas para la acción,
donde la discusión tiene un papel secundario; el proceso de ejecución no apunta ni tiene
por fin la cosa juzgada sino la concreción material del derecho y obligación. En los
procesos de cognición las partes se encuentran en cierto pie de igualdad, salvo en las
cargas probatorias, mientras que en el juicio ejecutivo, por razón del principio de verdad
del título ejecutivo las partes se encuentran en un pie de desigualdad.

3. Cómo aplicamos lo anteriormente expuesto al despáchese y al juego teórico en


disputa. Revisaremos los problemas de a uno.

3.1. Admisibilidad de la demanda o requisito de procedencia de la ejecución.


Presentada la demanda ejecutiva lo primero que debe dilucidarse si el tribunal realiza un
examen de admisibilidad o de los requisitos o presupuestos de procedencia de la
ejecución misma. Lo anterior parece un juego de palabras, pero veremos que los
términos refieren a una realidad más fundamental.
Tomemos las palabras de M. Casarino:
El juez «analizará previamente si concurren o no todos los requisitos necesarios
para que la acción ejecutiva pueda ser admitida a tramitación»5.
Si se observa bien, la forma en que está concebido el examen de la demanda es de
uno de mera admisibilidad, no como un examen de los presupuestos de la ejecución. La
diferencia radica en que el examen de admisibilidad está concebido a la manera del
proceso de cognición, es decir, sólo como un trámite admisibilidad para tramitar el
proceso y comenzar la discusión, que culminará con la cosa juzgada. La discusión aquí
se concreta en la oposición, como si fuera una contestación, porque todo juicio tiene por
objeto la sentencia definitiva, y porque el debido proceso implica siempre una
contestación. Están omitiendo el medio «oposición» y se están concentrando en la
materialidad de las excepciones.
Pero, ¿puede concebirse de otra manera? Por supuesto. Antiguamente, en el
Derecho chileno, era imposible concebirlo de otra forma que como lo señala esta tesis.
Pero las sucesivas reformas a los procesos permiten tener ejemplos vigentes a mano de
que frente a la demanda, admitirla no implica necesariamente admitirla a tramitación de
la discusión.
Tomemos como ejemplo las regulaciones del proceso monitorio chileno. En
materia laboral, las materias de cierta cuantía, el demandante presenta su demanda,
luego de su reclamo ante la Inspección del Trabajo (artículo 497 Código del Trabajo).
La demanda deberá interponerse por escrito y contener las menciones a que se refiere el
artículo 446 del Código laboral. Además, deberá acompañarse a ella el acta levantada en
el comparendo celebrado ante la Inspección del Trabajo y los documentos presentados
en éste (artículo 498 Código del Trabajo). Ahora bien, presentada la demanda el juez,
inaudita et altera pars del demandado, examina la demanda su admisibilidad y su
mérito, y si es positivo, la acoge de inmediato, dictando sentencia definitiva estimatoria,
sino la rechazará: «En caso que el juez estime fundadas las pretensiones del
demandante, las acogerá inmediatamente; en caso contrario las rechazará de plano.
Para pronunciarse, deberá considerar, entre otros antecedentes, la complejidad del
asunto que se somete a su decisión, la comparecencia de las partes en la etapa
administrativa y la existencia de pagos efectuados por el demandado» (artículo 500
inciso primero, Código del Trabajo). Por lo tanto tenemos la sentencia definitiva de
inmediato, y el juez hace la doble revisión indicada, porque concede lo que
resolutivamente puede conceder una sentencia. Entonces, cuándo interviene el
demandado. Luego de dictada la sentencia definitiva. La ley dispone la presencia de un
medio de impugnación especial, que denomina «reclamación». No se trata de una
contestación del demandado porque la pretensión ya fue concedida por sentencia. La
oportunidad para defenderse, se inicia cuando el demandado ya perdió el juicio. Es así
que el inciso segundo del artículo 500 del Código del Trabajo dispone: «Las partes sólo
podrán reclamar de esta resolución dentro del plazo de diez días hábiles contado desde
su notificación, sin que proceda en contra de ella ningún otro recurso».
Debe apreciarse que no es que el proceso declarativo se arme sólo con el
emplazamiento del traslado. Aquello es falso, porque no hay traslado para contestar,
precisamente porque hay una sentencia definitiva, al igual que en el juicio ejecutivo. La
fase de decisión ya se acabó. Sólo procede un medio de impugnación especial, que se
llama reclamación según lo dicho, que es tan especial como la oposición. Tanto en el
juicio ejecutivo, como en el monitorio laboral, sólo recién presentada la oposición como
la reclamación es que se abre constituye la discusión, no antes. En el juicio monitorio, al
ser oral se produce de manera concentrada, y en el juicio ejecutivo de manera
desconcentrada, pero en ambas se produce tal manera, por la razón de que en ambos de
5
M. Casarino, Manual, n° 732, p. 63.
dio una decisión final que dio lugar a la pedido, al resolver no como señala CASARINO,
para tramitar sino que para determinar los requisitos de admisibilidad y los de mérito de
la pretensión procesal.

Si la admisibilidad y los requisitos de procedencia fueran lo mismo podría


entenderse lo siguiente: que la pretensión procesal ejecutiva se ve satisfecha de manera
sentencial, mediante la sola sentencia del despáchese que da lugar, y que la oposición
implica una entrada cuando ya perdió el juicio el ejecutado. Pero aquí los partidarios de
la tesis de la admisibilidad pararían la argumentación y dirían que no. Que admisibilidad
sólo estaría dando lugar a la tramitación, no al fondo del asunto. Entonces, no es un
mero problema semántico, sino que implican cuestiones teóricas de peso, y que tienen
que ver con lo que estamos realizando.
El problema de la respuesta de la tesis de la admisibilidad es que al reconocer esta
limitación, deben recular y señalar que la tramitación no implica dar lugar al fondo, sino
a la tramitación y que el ejecutado le cabe aún interponer excepciones, al modo como la
contestación. Luego proceden a hacer dos observaciones ligadas. El despáchese
constituye una decisión de tramitación siendo una decreto o una sentencia interlocutoria
que sea base para otra sentencia definitiva o interlocutoria —a la manera de la que
recibe la causa a prueba—, y que como tal algunas cuestiones el juez no las podrá
revisar, como las de la demanda que son de los numerales 4° y 5 ° del artículo 254, al
disponerlo así el artículo 256 ambos del CPC, como otras, porque ellas quedarán para la
oposición, así como tales cuestiones quedan para la contestación en el juicio de
declaración.

Si seguimos lo dicho por J. MONTERO AROCA respecto al objeto del proceso, la


pretensión, podemos apreciar dos tipos de objeto:
«a) Objeto inmediato: La petición de la pretensión tiene como objeto inmediato
una cierta actuación jurisdiccional, que aquí no se refiere a declaración judicial
alguna, sino que atiende siempre, primero, a que se despache la ejecución, y, luego, a
una conducta física que debe producir un cambio en el mundo exterior para acomodar
la realidad al titulo ejecutivo. El contenido de la actividad puede ser muy distinto,
corno luego veremos.
b) Objeto mediato: El título ejecutivo de que se parte declara la existencia de una
obligación cuyo objeto es naturalmente una prestación, entendida ésta como
comportamiento del deudor; según el art. 1.088 CC ese comportamiento puede
reducirse a hacer, no hacer y dar alguna cosa, precisándose después que ese dar puede
referirse a cosas específicas, genéricas o dinero.»6.
El objeto mediato va dirigido a la contraparte, pero el inmediato va dirigido
directamente al Estado, y pide el despacho de la ejecución, esto es, que se proceda a
ejecutar, y luego que se realice la materialidad. Sólo la primera puede ser concedida
directamente por una resolución, la segunda si bien median resoluciones en el cuaderno
de apremio, requiere directamente de actuaciones, como son la venta o la entrega del
bien o del dinero.
Aquí vemos lo mismo que en España, una parte refiere a lo que toca al Estado, que
despache la ejecución, con sus trámites, y otra mira al entero pago.

Apreciemos lo que señala Casarino acerca del contenido de una demanda:


«cobra especial relieve en la demanda ejecutiva la enunciación precisa y clara,
consignada en la conclusión, de las peticiones que se someten al fallo del tribunal; las
6
J. Montero Aroca, Derecho Jurisdiccional, t. II,, Tirant Lo Blanch, Valencia.
que, en nuestra opinión, deben consistir en solicitar que, desde luego, se despache
mandamiento de ejecución y embargo en contra del deudor por la obligación de que se
trate, y que, en definitiva, se acoja la demanda y se rechacen las excepciones, en caso
de oposición, disponiéndose, al mismo tiempo, seguir adelante la ejecución hasta hacer
entero pago al acreedor de su crédito.»7.
La forma en que configura el petitorio de la demanda llama profundamente la
atención. Está el despáchese, que se acoja la demanda en definitiva, estimándose que la
demanda debe ser acogida en una sentencia definitiva, y por otra, que se rechacen las
excepciones, y que se siga adelante la ejecución, literalmente como si se tratase de una
proceso de discusión. Si hay oposición pide que se acoja la demanda. Lo expuesto es
completamente superficial, ya que, de conformidad con el artículo 466 del CPC, del
escrito de la oposición se da traslado para contestar o responder a las excepciones, y
quien contesta es el ejecutante. Es en ese momento en que se alega que se rechacen las
excepciones. La demanda ya fue acogida, en el despáchese —a menos que se tratara de
una mera tramitación— pero si se observa bien, la oposición no es a la demanda, sino
que directamente a la oposición. Así lo considera el legislador en el artículo 459 CPC:
«el deudor (…) tendrá el término de ocho días útiles para oponerse a la ejecución». La
demanda ya fue acogida y la ejecución realmente ya se concedió y está andando.
Cuando se pide que se rechacen las excepciones, es la oportunidad legal en que se pide
que se confirme la demanda, de conformidad con el artículo 466 CPC, porque si
rechazan la oposición a la ejecución, la sentencia sólo manda a seguir adelante la
ejecución. No es que la sentencia condena a la parte ejecutada, porque si es un juicio
ejecutivo que continúa de uno anterior, la sentencia declarativa ya condenó a la parte
demandada. Si se estima que se refiere a lo que pide la demanda, aquello ya se concedió
en el despáchese e inclusive ya se embargaron los bienes, porque son trámites previos a
la oposición, y previos a la sentencia, a menos que no se hayan encontrado bienes. Así
lo ratifica el artículo 471 CPC: «Si en la sentencia definitiva se manda seguir adelante
en la ejecución, se impondrán las costas al ejecutado».
Aquí la terminología de los autores se ha quedado un tanto retrasada. Las
sentencias definitivas se clasifican en dos grandes grupos, estimatorias o
desestimatorias, una especie de las estimatorias son las de condena, no las
desestimatorias. Por ende, no puede ser que si se acoja la sentencia, sea de condena, ni
menos si sea desestimatorias. Lo que regula el artículo 471 CPC es el contenido y efecto
de la sentencia desestimatoria, la sentencia no condena a nadie: sólo que se siga
adelante con lo ya decretado por el despáchese y consecuencialmente con el
mandamiento de ejecución y embargo, como lo dice luego el artículo 472 CPC; es decir,
que se siga adelante con la ejecución. Por ende, es una mala técnica de los procesalistas
que identifican la sentencia de condena o absolutoria.

Apreciemos un modelo estándar chileno, que son de corta y pega de lo que pide
una pretensión típica en la demanda: «Ruego: Tener por presentada demanda ejecutiva
de obligación de dar en contra de la demandada ya individualizada, ordenar se
despache mandamiento de ejecución y embargo, para que un ministro de fe requiera de
pago al deudor y para que si no cumpliera en la oportunidad, se proceda a la traba del
embargo sobre bienes suficientes para asegurar el entero pago de la obligación que
asciende de dos millones de pesos y, en definitiva, que se acoja esta demanda ejecutiva
y se siga adelante con la ejecución hasta el entero cumplimiento de la obligación
debida, con expresa condenación en costas.».

7
M. Casarino, Manual, n° 731.
Sus peticiones son la ejecución y que le paguen el dinero. Ambas peticiones
reflejan la radical diferencia entre el proceso y la pretensión ejecutivas y las de
declaración. Como dice Montero Aroca el objeto proceso del viene conformado
técnicamente por la pretensión: «Con la expresión objeto de la ejecución se está
haciendo referencia a la pretensión, esto es, a la petición fundada que se hace a un
órgano jurisdiccional, frente a otra persona, sobre un bien de la vida»8. Entonces,
acoger la pretensión implica fallar el objeto del proceso. El artículo 158 del CPC
dispone a su vez: «Es sentencia definitiva la que pone fin a la instancia, resolviendo la
cuestión o asunto que ha sido objeto del juicio». De esta manera, sólo falla el objeto del
proceso la sentencia definitiva.
Volviendo a la teoría del proceso, si generalizamos el proceso de cognición, y
estimamos que la sentencia definitiva sólo puede fallarse al final, entonces estaremos en
un error técnico y legal. De hecho, ya hemos visto que en Chile la sentencia definitiva
puede dictarse de manera inmediata en un juicio de cognición, como en el monitorio
laboral, regulado por el artículo 500 del Código del Trabajo, y sin perjuicio de ello la
ley entrega un medio de impugnación especial, como se dijo. De similar manera, el
juicio ejecutivo produce algo parecido, como si fuera impropiamente un juicio
monitorio de ejecución, sólo que la reflexión requiere de otras condiciones.
El juicio ejecutivo no tiene por objeto arribar a la sentencia definitiva, por el
contrario, dado que es de materialidad, requiere partir con la decisión misma. El objeto
del proceso que se pide al Estado es que se proceda a la ejecución derechamente, para el
efecto final de su pago. La decisión final del juez es si procede la ejecución, dando lugar
así al petitorio con respecto a la tutela judicial efectiva. Si procede la ejecución, se ha
concedido lo pedido mediante una resolución judicial.
Pensemos en el juicio ejecutivo en la obligación de no hacer, como destruir un
muro, la orden de proceder a la ejecución de la destrucción está concedida directamente
al principio. No se va a discutir si se debe o no destruir, la aceptación del despacho de la
ejecución implicará directamente la aceptación de la petición misma de destruir. En
igual sentido, la de entregar una especie o cuerpo cierto debido, también va a estar
implícita en el despáchese, porque luego no se va a discutir si se debe entregar o no en
el cuaderno de apremio, aquello ya está resuelto. Los ejemplos anteriores, tienen el
mismo sentido que el del dinero, al darle lugar a la ejecución, está ordenando que se
entregue el dinero que resulte de la realización de los bienes; lo que queda es el cómo se
va a lograr aquello. Todo ello se verá luego reflejado en la orden complementaria que
significa el mandamiento de ejecución. De esta manera, conceder el despáchese es dar
lugar al mérito de la demanda o pretensión, con respecto a las diversas peticiones que
pudiese contener en lo relativo a la ejecución. Al resolver aquello, está resolviendo el
objeto del proceso.
En tal sentido, es menester recordar que tanto en el monitorio como en el juicio
ejecutivo nada le quita de sentencia definitiva a que la sentencia se dicta al principio,
porque lo sustantivo de la definición del artículo 158 del CPC, es que se resuelva el
objeto del proceso, lo que ninguna otra resolución puede hacer.
Tómese en consideración que el juicio ejecutivo es una ejecución singular, pero
también hay ejecuciones universales o colectivas, como en la Ley de Reorganización y
Liquidación de Empresas y Personas, N° 20.720, en que con un procedimiento de
ejecución califica la ley a la resolución que provee la demanda de liquidación como de
sentencia definitiva, y continúa el proceso de ejecución, según artículo 292: «La
sentencia definitiva que acoja la demanda declarará la revocación solicitada, ordenará
la restitución y la práctica de las inscripciones y cancelaciones que fueren pertinentes».
8
J. Montero Aroca.

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