Análisis de Lazarrillo de Tormes

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ANÁLISIS DEL TRATADO I

ANALISIS DEL LAZARILLO DE TORMES:


TRATADO I: “Cuenta Lázaro su vida y cuyo hijo fue”
Estructura del Tratado I
La biografía contada de Lázaro es por un lado una herencia de malos hábitos y por otro la historia
de un proceso educativo que entrena el alma para el deshonor. Siguiendo esta pauta es posible
identificar dos partes del Tratado I: por un lado la historia familiar del muchacho y por otro lado su
asentamiento con el ciego.

Su origen: la historia familiar de Lazarillo

El título del tratado nos aporta algunos datos sobre lo narrado en este capítulo. Primeramente
tenemos la mención del personaje protagónico por medio del nombre, luego dice que dirá
quiénes son sus padres, “cuyo hijo fue” y que contará su vida. En realidad, en este tratado
contará su nacimiento y el comienzo de su vida de pícaro.
El relato comienza con un “pues” que establece la relación con el Prólogo que lo antecede y nos
hace notar la continuación de un razonamiento. Sus palabras tienen un destinatario, que
desconocemos y a quien trata con respeto: “vuestra merced”.
El primer dato que aporta es el de su nombre, o más bien cómo le dicen ya que indica “ a mi
llaman Lázaro de Tormes”, no sabemos si es nombre o sobrenombre. El mismo tiene
reminiscencias bíblicas y relación con su primer oficio: ser guía de un ciego (definición de lázaro).
El segundo dato que aporta es el lugar de origen, Tormes. La forma en que el dato nos es
presentado tiene relación con la forma en que lo hacían los protagonistas de las novelas de
caballerías, notándose cierto dejo irónico, dado que su vida y nacimiento nada tienen que ver con
la de un héroe caballeresco. El sobrenombre “de Tormes” lo toma por haber nacido en dicho río,
relato que hace en forma muy veloz, como su propio nacimiento, contando este hecho sin
detalles: “preñada de mi, tomóle el parto y parióme allí”
Posteriormente nombra a sus padres, de quienes nos dice sus nombres y su lugar de origen.
Interesa resaltar la sencillez de dichos nombres: Tomé González y Antona Pérez. Son nombres
comunes, de un solo apellido que indican que no son personas de alto nivel social.
Se menciona que su padre trabaja como proveedor de un molino, “fue molinero durante quince
años”. Al recordar el hecho y mencionar al padre se observa una anticipación de que cometió
alguna falta al decir: “Mi padre, que Dios lo perdone”.
Luego del nacimiento salta, cronológicamente, hasta la edad de ocho años, lo cual gana en
verosimilitud porque es la edad de la memoria y es creíble que el protagonista recuerde lo que
sucedió: el apresamiento de su padre. La frase utilizada es que “achacaron a mi padre” lo cual
indica, por un lado cierta duda si realmente realizó o no el delito y por otro la inocencia de un
niño de ocho años. El delito se describe como “sangrías” utilizando el término popular que hace
referencias a los cortes de cirujanos o barberos para aliviar dolores. Estas sangrías (simetría con
el padrastro y con él mismo que también las realizan) hechas por el padre fueron “mal hechas”
observándose la ambigüedad del lenguaje ya que el término alude a que fue descubierto y por
otro lado señala una falta moral. A partir de allí las acciones son sucesivas y la utilización del
polisíndeton cumple la función de marcar la rapidez con la que se realizaron. Se afirma, “confesó
e no negó”, recordando la figura de Cristo y posee reminiscencias bíblicas (San Juan y San
Mateo). Asimismo se señala que “padeció persecución por justicia”, se apela al doble sentido ya
que se procura hacer referencia a la Justicia como valor, pero su sentido lineal referiría a los
ejecutores de la misma. Su castigo es el destierro, lo que lo aleja de su familia, “por el desastre
ya dicho”, observándose nuevamente la ambigüedad del lenguaje dado que el término desastre
puede aludir por un lado al acontecimiento familiar y por otro al desastre de la armada de la
expedición de Gelves. Al ser desterrado pasa a servir a un caballero y su función es la de cuidar
las mulas de carga “acemilero” y por éste motivo debe seguir a su señor cuando este va a “cierta
armada contra los moros”. La muerte le llega como “leal criado”, observándose un tono irónico
dado que se apunta a la situación desvalida de los sirvientes de los caballeros, que aún sin
desearlo debían acompañar a sus amos en las batallas.
Al morir el padre (“feneció su vida”) hecho que parece no despertar emociones en Lázaro, tal vez
por la edad que tenía cuando la separación; su “viuda madre” se ve “sin marido y sin abrigo”, es
decir necesitada de protección. Por este motivo decide “arrimarse a los más buenos” consejo que
seguirá Lázaro en el Tratado VII que tiene corte popular.
Está decisión trae aparejada un gran cambio en la vida de ambos ya que emigran del campo y
“vínose a la ciudad” (se observa cómo el futuro de Lázaro se encuentra en la manos de su madre,
ella es quien realiza las acciones). Allí alquila una “casilla” diminutivo que da cuenta de la
pobreza así como del tamaño. Se hace presente nuevamente el polisíndeton “y” para referirse a
lo rápido de las acciones. Debe salir a trabajar y se dedica a “guisar de comer a ciertos
estudiantes” y a lavar. El adjetivo “ciertos” alude a la mala fama de éstos, tan lejano de su
intención de acercarse a los buenos. Estas labores la llevaron a “ir frecuentando las caballerizas”,
frase llena de ambigüedad. El gerundio “frecuentando” y la noción de lapso temporal que implica
es complementado con la alusión de que ella y un hombre “vinieron en conocimiento”
refiriéndose a la dupla necesidad/ocasión y al sentido bíblico de estrechar relaciones
(relacionamiento sexual)
Este hombre era un “moreno de aquellos que a las bestias curaban”, la tarea que desempeña nos
indica lo descendido que se encuentran en la escala social. La relación del moreno con Lázaro se
presenta como una evolución evidenciada a través de los calificativos empleados para con el
hombre: inicialmente se habla del temor que surge por un elemento objetivo su color y por uno
subjetivo el “mal gesto”; en un segundo momento ese miedo es cambiado por cierta simpatía ya
que desde los ojos de niño se ve cómo la situación mejora por los alimentos que el mismo trae
(“vi que con su venida mejoraba el comer”) y por último surge el cariño supeditado a su
estómago “fuile queriendo bien”, el gerundio muestra la transformación gradual. Desde aquí ya
se observa el hambre como motor de la acción y de la afectividad.
De la relación entre la madre y el Zaide nace un “negrito muy bonito”. Lázaro ha asumido al
moreno como padrastro y el nacimiento de un hermano le produce alegría e incluso ayuda a
cuidarlo. Se narra un hecho gracioso relacionado con el color del Zaide, y que da lugar a una
reflexión sarcástica del pícaro adulto o del converso: “cuántos debe de haber en el mundo que
huyen de otros, porque no se ven a si mismos”; y que se ve complementado con el posterior
comentario de la falta del padrastro en tanto “esclavo del amor” con la de los frailes y los
clérigos.
Por primera vez nombre al moreno “Zaide” (Señor en árabe, irónico nombre para un esclavo. Se
enumeran los alimentos que hurtaba Zaide que era para alimentar a las bestias, observándose un
robo por necesidad. También se presenta la justificación de dicho robo mencionando por primera
y única vez en el texto al amor, “pobre esclavo del amor”. Dos son los castigos que recibe el
moreno, por un lado físico “azotaron y pringaron” y por otro afectivo ya que es separado de su
familia. Segunda separación para Lázaro por similar motivo. El propio niño es interrogado y en su
inocencia confiesa, su madre es amenazada y se aleja para por un instinto de supervivencia
(“soga tras el caldero”) y para cuidarse de las “malas lenguas”.
Se hace uso en este caso de la elipsis narrativa reduciendo los hechos a unos pocos datos
relevantes, por ejemplo la mención del mesón de la Solana y que allí terminó de criar a sus hijos
y cómo su hijo mayor la ayudaba en sus tareas. Hasta aquí se extiende la apertura del Tratado I.
En esta situación, trabajando en el mesón, es que lo encuentra el ciego. Este personaje es típico
de las novelas picarescas, vive del engaño con oraciones destinadas a distintos usos que
muestran su falsa religión y cuya característica principal es la avaricia. Este personaje será
determinante en la vida del protagonista ya que es quien lo introduce en condición de pícaro.
Al ser pedido a la madre para “adestralle”, como compañía, esta no duda y asiente
inmediatamente, “me encomendó a él”; para convencer al ciego que ha hecho una buena
elección la madre menciona el origen de Lázaro de forma irónica: su padre fue un “buen hombre”
y murió cierto en la de Gelves, pero no para “ensalzar al fe” sino porque estaba obligado a ir,
completando la ironía al referirse a Lázaro: “no saldría peor que mi padre”. La función de la
madre queda en este momento delegada y ella mismo lo llama “huérfano”, procurando mover a
piedad al ciego. Este responde con aparente afectividad y afirma que lo va a tratar “como a un
hijo”, sarcasmo que le funciona con la madre. Así Lázaro se unirá a su “nuevo y viejo amo”
(antítesis, expresión binaria su relación con el ciego es nueva pero éste es un anciano)
Cuando Lázaro se despide de su madre, ésta le da los últimos consejos al enmarcar el futuro de la
relación entre ellos “no te veré más” y le pide que sea “bueno” término que refiere tanto a lo
moral como a lo social, recordándole su misión de “arrimarse a los buenos”. Lo encomienda a
Dios y no al ciego. Esta intervención muestra que la afectividad no es característica de los
personajes madre/pícaro en la novela picaresca. Aunque no tiene la certeza, le dice a Lázaro, con
“buen amo te he puesto” aludiendo posiblemente a la bondad por un lado y por otro a que
ayudará a su hijo de salir de la pobreza. Se despide dándole un último consejo, “válete por ti
mismo” lo prepara para la soledad y los peligros que vivirá. El protagonista se aleja de su madre y
de Salamanca comenzando una nueva vida.

Vida junto al ciego. Burlas.

Es al lado de este ciego que la vida exige para mantenerse en ella: paciencia, disimulo y engaños
(“punto por arriba del diablo”). La rivalidad entre el ciego y su destrón está presente en la
narrativa popular y el autor aprovechó dicha pareja folklórica para mostrar el fracaso de una vida,
en parte por un extravío educativo. Así al final del primer tratado, predeterminado por la sangre y
guiado por el ciego, la suerte de Lazarillo ya está echada.
Dicho aprendizaje se dice habitualmente que transcurre entre dos hechos simétricos y de
carácter popular, la calabazada inicial propiciada ante el toro de piedra (del ciego hacia Lázaro) y
el golpe del poste que el protagonista le propicia a su amo. Esta correspondencia o intención de
simetría por parte de la autor, fundamentada en el hecho de que es raro que un niño de la zona
no conozca la treta inicial, se ajusta al esquema folklórico burlador/burlado. Sin embargo la
maestría del autor se centraliza en la introducción de otros elementos que alteran y complejizan
el esquema inicial. Siempre con un afán docente, las tretas intermedias no se sumarán
simplemente sino que funcionarán como piezas de un conjunto.
Es posible establecer el siguiente esquema de tretas:
1) Toro ...................... golpe
2)
No hay desenlaceFardel.....burla
3) Monedas....burla
4) Jarro....................... crueldad
5) Uvas........................ ingenio/gracia
6) Longaniza................... clímax
7) Poste....................... golpe

En la disposición de las burlas observamos que las dos primeras resultan favorables para Lázaro:
el niño debe olvidar el golpe inicial y volver a vivir descuidado de esa manera podrá sucederle el
nuevo descalabramiento del jarro del vino. Por su parte el ciego también va realizando una
evolución ya que la del fardel no es advertida y la de las blancas genera la reflexión del mismo.
En cuanto a la treta de las uvas, basado en el folklórico reparto ventajoso de alimentos hace
suponer que fue incorporado allí por su belleza y perfecta construcción mental, destacándose por
la gracia y el ingenio.
En el episodio de la longaniza se logra el climax (se observa la astucia de Lázaro de negar a
través de la verdad, y la astucia del ciego de descubrir que era él quien había realizado la
sustitución entre el nabo y la longaniza y se la había comido).
La vida de Lázaro va acompañada de la burla ascendente. La primera la del fardel el ciego no la
advierte, la segunda da reflexión del amo, la tercera se resuelve con ingenio- gracia, para que así
a través del contraste se resalte la crueldad del jarro de vino y con el castigo no inmerecido pero
sí excesivo que conduce al resentimiento de Lázaro.
Episodio del Toro de Piedra

Es el primer episodio que le sucede a Lázaro con el ciego. Se produce un desplazamiento


espacial, que implica un desapego de la historia anterior y que simboliza la ruptura con su
pasado.
La primera enseñanza del ciego apunta al hecho que el niño debe saber defender a su amo, debe
“saber un punto más que el diablo”. El golpe que le propició el ciego contra el toro de piedra
provoca un cambio en el protagonista quien “desperté de la simpleza” haciendo alusión a su
ingenuidad y complementada con la metáfora “dormido”. Asimismo recuerda el consejo de su
madre respecto a su soledad en el mundo. Por lo tanto se trata de un despertar en dos niveles:
soledad y astucia. Aquí comienza su vida de pícaro (“Después de Dios, éste me dio la vida) y la
formación que le dará el ciego será a través de refranes y crueldad para la “carrera de vivir”. Con
antítesis “siendo ciego me alumbró” y también como metáfora de nacimiento hace referencia a la
importancia de sus enseñanzas que junto a la metáfora “carrera de vivir” se alude a la
competencia y el individualismo.
Luego de una reflexión que corresponde al presente de la narración donde se presenta como
ejemplo de virtud ya que será uno de los hombres que sabe “subir siendo baxos”, pasa describir
al ciego. Lo menciona como “el bueno de mi ciego” sentimiento que cambiará con el tiempo y con
el convivir. Se produce una exageración o hipérbole al indicar que “desde que Dios creó el
mundo, ninguno formó más astuto ni sagaz”. Lo compara con un águila y hace una crítica a la
iglesia al hablar de su falsa religiosidad, la fe al servicio del engaño. Su capacidad se refleja en la
hipérbole “ganaba más en un mes que cien ciegos en un año” y se presenta como un indicador
de la avaricia que lo caracterizará y que el narrador protagonista reconoce al caracterizarlo como
“avariento y mezquino”.
En su oficio de dar oraciones sus principales “clientes” eran las damas, teniendo solución para
cada uno de sus malestares: mal casadas, las que no paría, las que estaban en trabajo de parto,
etc. Será esta avaricia y el hambre que hace padecer a Lázaro, el móvil para las “burlas
endiabladas”, que como nos anticipa, no fueron todas positivas para joven.

Episodio del Jarro del Vino

Lo característico de este episodio es el juego de astucias que se establece entre Lázaro y el ciego
y para ello es posible dividir el episodio en cuatro momentos: el primero referente a la
introducción del episodio, un segundo punto consistente en el episodio o aventura en si misma,
su desenlace y por último una conclusión o moraleja.
El narrador nos introduce en la temática al contar la pequeña astucia de Lázaro de beber unos
tragos de vino del jarro del ciego, sin que éste se diera cuenta; lo hace mediante la metáfora:
“besos callados”, aludiendo a lo silenciosa de la metodología pero al mismo tiempo al placer y
gusto que le proporcionan. Se observa la astucia y desconfianza del ciego al sustituir la visión del
nivel de la botella por una cuenta precisa de los tragos dados. Tornándose más astuto que el
ladrón, mantiene su botella entre sus manos con lo que fuerza al mozo a establecer una
estrategia superior para obtener la bebida, el ingenio no le falta a Lázaro quien se siente atraído
como un “imán” por esta bebida (comparación). La paja de centeno le servirá por poco tiempo ya
que el ciego pondrá el jarro entre sus piernas, “obligando a Lázaro” a una treta mayor. Es posible
distinguir cierta gradación tanto en la astucia de Lázaro como en la precaución del ciego. El autor
señala de forma hiperbólica la afición de Lázaro al vino, su adicción: “ Yo como estaba hecho al
vino, moría por él”. Hasta aquí se extiende la introducción, de aquí en más el autor se
centralizará en narrar el episodio en si mismo.
Dada la última precaución del ciego decidió hacer una “fuentecilla” que cubría con un tapón de
cera, que al derretirse destilaba en su boca el elixir. El ciego se sorprendía ante las constantes
faltas y a través de la intervención directa observamos a Lázaro en toda su astucia e ironía: “No
diréis, tío, que os bebo yo -decía- pues no le quitáis la mano”. El ciego cae finalmente en la burla
pero su sagacidad le aconseja ocultar dicho descubrimiento, para poder encontrar a Lázaro en el
momento de su picardía. En cuanto esto sucede se produce el primer castigo brutal. Lázaro en su
inocencia (y ya olvidado de la calabazada del toro) y sin saberse descubierto comienza a beber
como de costumbre y demuestra su placer deteniéndose en su posición “boca arriba”, tan
relajada (ojos cerrados) que resultará tan irónica. El ciego considera que es el momento
apropiado y comienza su venganza tirándole con el antitético “dulce y amargo jarro” y
transformando el elemento de placer en uno de desgracia.
En el episodio junto a esta antítesis se presentan un conjunto abundante de verbos que otorgan
movimiento a la acción así como una serie de diminutivos (fuentecilla, jarrillo) que propician el
matiz afectivo. Y en la acción que conduce a la venganza encontramos la interesante objetivación
“el pobre Lázaro” que propicia por un lado la interrupción abrupta de ese regocijo descuidado (se
retoma la primera persona en el momento que el jarrazo lo vuelve a la realidad)y al mismo
tiempo el alejamiento de la cruda realidad. Por su parte la fuerza del golpe (irónica y
antitéticamente golpecillo) es presentada a través de una hipérbole que guarda al mismo tiempo
un carácter metafórico si consideramos la posición física en que Lázaro se encontraba: “el cielo
con todo lo que hay en él hay, me había caído encima”. En esto consiste el desenlace del
episodio.
Como consecuencia de este castigo brutal Lázaro sufre la pérdida de los dientes y varios cortes
en la cara. En cuanto a las consecuencias emocionales debemos señalar que este dolor, unido a
la humillación pública que padecerá (“reían mucho del artificio”), conducen a que el ciego deje de
ser para Lázaro “el bueno de mi ciego” para convertirse en el “mal ciego”, el afecto se pierde y
desde entonces “quise mal al mal ciego”. El castigo, merecido pero excesivo, no permite que el
niño perdone a su amo y de aquí en más comenzará la venganza, pero comprendió una lección
más: deberá esperar el momento oportuno para “hacerlo más a mi salvo y provecho” al igual que
su instructor.
La conclusión se encuentra determinada por la intervención directa para nada casual del ciego
(dado que fue quien triunfó) reafirmándole el poder que el vino tiene en su vida: “lo que te
enfermó te cura”.
La relevancia de este episodio radica en que será partir del mismo el odio de Lázaro comienza a
madurar y tendrá como consecuencia en su argumento la treta final del poste. Sin embargo,
Lázaro no es el único personaje que se transforma, sino que la irritación del ciego también será
constante y progresiva. Ambos han llegado a un punto en que uno debe acabar con el otro. Será
Lázaro quien logre triunfar y lo hará con la rabia que implica el desinteresarse del amo: “no supe
más lo que Dios del hizo, ni cure de lo saber”. El esquema burlador/burlado es superado

Episodio del poste

Luego del episodio del jarro de vino Lázaro ha ido acumulando deseo de venganza pero como se
mencionó anteriormente está esperando el momento adecuando. Este le llega un día de mucha
lluvia, al anochecer el ciego le propone ir a la posada. El niño ve su posibilidad y le propone al
ciego cruzar el arroyo por donde tenga menos caudal “estrecho”. El ciego se confía y de forma
irónica, ante el consejo, le expresa el cariño que le tiene y que surge de ver lo inteligente que se
ha vuelto: “Discreto eres por eso te quiero bien.”
Lázaro siente que esta es la oportunidad del engaño, la cual se presenta por medio de la
metáfora “aparejo de mi deseo”; los elementos de la naturaleza le son cómplices y aparecen
como un complemento de su interior.
Lo ubica en frente a un pilar o poste y le dice que allí podrá saltar sin peligro. Menciona “El triste
se mojaba” observándose una anticipación del infeliz suceso para el ciego y cierto tono irónico
dado que la treta fue totalmente intencional. La persona del plural en “la prisa que llevábamos”
refiere a la del ciego por no mojarse y a la de Lázaro por salir del servicio del ciego y vengarse.
El diablo le había puesto la longaniza de aparejo y ahora será Dios quien vendrá a su ayuda ya
que “le cegó el entendimiento “ al ciego, observándose una aceptación de la astucia superior de
su amo a la cual solo puede vencer con poder divino. En este episodio se intercambian los roles
del esquema burlador/burlado.
El salto del ciego, a ciegas de entendimiento, lo lleva a pegar contra el poste , la sensación
auditiva “sonó tan recio” demuestra la fuerza del mismo y su consecuencia que el ciego cayera
“medio muerto” y “hendida la cabeza”.
Las últimas palabras de Lázaro al ciego son una burla que apunta a la pérdida de la astucia
“¿olisteis la longaniza y no el poste?”. La suerte del ciego de aquí en más no le importará y la
frialdad nace a partir de su mísera vida y es característica del pícaro quien debe “valerse por si”.
Si bien este suceso final guarda simetría con el inicio de la vida de Lázaro como pícaro, es una
respuesta psicológica al episodio del Jarro de Vino.

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