El Secreto de Los Gatos - Marcelo Simonetti - 1

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C OLECCIÓN P LANETA A ZUL Dis ño d col cción

María d los Án l s Vargas T.

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El día en que el poeta apareció, los gatos estaban en

sus cosas.

Se lamían las patas, se arreglaban el bigote,

se frotaban el lomo contra el tronco de los árboles,

hablaban de los temas que los gatos les importan:

pescados, ratones, leche.


El poeta buscaba un lugar donde dejar sus palabras,

un lugar donde el viento no se las llevara,

un lugar donde los monstruos no se las comieran.


Si los gatos son amantes de la luna, la noche los

tejados,

sabrán apreciar un verso, pensó el poeta.

Y, casi susurrando, les dijo: «Así era la felicidad:

breve como el sueño del aromo derribado,

o el baile de la solterona loca frente al espejo roto».


Pero los gatos no sabían qué era la poesía,

se fueron saltando por los techos detrás de la gata

más elegante hermosa del vecindario, convencidos

de que

el amor gatuno valía más que las palabras de un

desconocido.
El poeta volvió su mundo.

Volvió las fuentes de soda,

las estaciones de trenes viejas oxidadas,

al olor del pan amasado,

las lentas tardes de domingo,

las ventanas empañadas,

al leve deslizarse de remos en el agua.


Los gatos se quedaron en el suyo,

trepando los árboles,

corriendo detrás de un ovillo de lana,

dejando que el sol de la tarde los adormeciera

o paseando, con la elegancia de un dandy ,

por los muros las cornisas de la ciudad.


Una tarde de otoño el poeta volvió caminar sin

rumbo,

se perdió en las calles grises,

en las palabras repetidas de los predicadores.

Pero antes de perderse del todo, los encontró.

Estaban ahí, más felinos felices que nunca.

Supuso que eran jóvenes porque jugaban:

pillarse la cola,

perseguir las bolsas de plástico que el viento

arrastraba,

saltar sobre sus patas dibujando en el aire

cabriolas saltos mortales.


El poeta se inclinó para estar más cerca de ellos.

Dijo un par de palabras que resbalaron por una

alcantarilla,

otro par de palabras se lo llevó una ventolera,

el tercer par se enredó en los rayos de una bicicleta.

El último de los versos atravesó el corazón de los

gatos más jóvenes.


«El viento trae olor terneros mojados», dijo el

poeta,

aunque los gatos no entendieron

demasiado bien qué había dicho,

se quedaron quietos,

como quien juega al un, dos, tres, momia,

mientras las palabras rebotaban dentro suyo

igual que luciérnagas perdidas.


El poeta se fue silbando,

como un desconocido puede hacerlo en el bosque,

los gatos se quedaron ahí,

sin saber qué hacer con las palabras.


Durmieron con ellas,

ntentaron hacerlas flotar en los pocillos con leche,

as persiguieron como si fueran ovillos de lana,

se engrifaron delante de ellas, les ronronearon.

ncluso les pasaron la lengua una otra vez,

esperando que ocurriera lo que había ocurrido

cuando el poeta pronunció esas palabras.

No tuvieron suerte.
«¿Y qué fue lo que ocurrió cuando el poeta dijo

lo que dijo?»,

preguntó un gato viejo sabio.

Los gatos jóvenes intentaron explicarle:

«Fue como zambullirnos en un mar de leche», dijo uno.

«Una sensación bella, como el aroma de mil

pescados», dijo otro.

«Fue como vivir en un mundo sin perros», apuntó el

tercero.
El gato viejo sabio dio vueltas sobre sí mismo.

Luego se sentó sobre un tarro de basura

pensó apoyando su frente en una de sus patas.

«No podemos quedarnos así», dijo luego de un rato.

«H que ir buscar ese poeta», ordenó con voz

de soldado.
Pero, ¿dónde viven los poetas?

Los gatos sabían dónde vivían los lecheros.

También sabían dónde vivían los dueños de las

carnicerías

o dónde tenían sus casas los millonarios los

pobres,

pero los poetas... ¿Dónde vivían los poetas?


Lo buscaron por cielo, mar ti rr . Era un ejército

de gatos

repartidos por todos los rincones de la ciudad.

Revisaron los edificios más altos, las estaciones de

metro,

as copas de los árboles, las escuelas públicas,

as alcantarillas, los cementerios, los museos

los jardines, las bibliotecas, las fuentes de sodas,

os cités, las postas de urgencia,

as botillerías las pastelerías.

También los hipódromos...

No tuvieron suerte.
Pero un día de ventoleras sol tibio,

el gato viejo sabio vio venir un hombre

que parecía un zancudo elegante.

Supuso que debía ser el poeta.

Caminó junto él con la cola levantada

se frotó contra sus piernas

hasta que el poeta se detuvo,

se inclinó lo acarició con el amor que

solo un gato puede entregar otro gato.

Entonces, le susurró al oído:

«Nunca dejaremos de correr

para acompañar los niños

saludar el paso de los trenes».


Luego, se alejó, sin mirar atrás, mientras el gato

viejo sabio

intentaba mantener vivas esas palabras,

que no se apagaran,

que no se las llevara el viento,

que no se murieran.
Como pudo, ll ó con ll s dond los otros tos,

las repitió una por una, tal como las hubiera dicho

el poeta.

Entonces, los gatos jóvenes también los gatos viejos

sintieron lo que antes habían sentido,

que aquello era como zambullirse en un mar de leche,

que en esas palabras habitaba el aroma de mil

pescados,

que oírlas era como vivir en un mundo sin perros.


Los gatos buscaron largo tiempo al poeta.

Lo hicieron por cielo, mar ti rr .

Pero el hombre que parecía un zancudo elegante

amás volvió aparecer.


Desde entonces pasean por los tejados las cornisas,

hunden sus bigotes en la leche, se lamen relamen

las patas,

buscando un poema, una estrofa, un verso.

ncluso dejan su mirada suspendida en el tiempo,

como idos,

como si lo vieran,

como si estuviera de vuelta,

como si esas palabras resonaran de nuevo,

gual que un ronroneo luminoso,

en el interior de su pecho.
El secreto de los gatos es un homenaje al poeta chileno

Jorge Teillier (1935-1996), para lo cual el autor ha citado

versos de los poemas «Bajo el cielo nacido tras la lluvia»,

«Notas sobre el último viaje del autor su pueblo natal»

«Los trenes de la noche».


Nació en Valparaíso, en 1966. Periodista y escritor, ha

publicado novelas y libros de cuentos, entre los que se

encuentra La rebelión de las letras (Planeta Lector, 2016).

Como escritor, ha ganado el Concurso de Cuentos de La

Felguera en 1999, el Premio Municipal de Santiago en

2003, el Premio Casa de América a la Narrativa Inno-

vadora en 2005, y el Premio MOL 2014 al mejor libro de

cuentos inédito.

Nació en Santiago de Chile. Es licenciada en Arte y licen-

ciada en Pedagogía en Artes Plásticas de la Universidad

Católica de Chile. Se desempeñó como profesora hasta el

año 2005, para posteriormente dedicarse completamen-

te a la ilustración. En 2012 fue seleccionada para la expo-

sición anual de ilustradores «Le immagini della fantasia»

(Italia). Ha sido parte del Catálogo Iberoamericano de Ilus-

tración (México) en 2012 y 2013. Y ha obtenido la Medalla

Colibrí de IBBY Chile en dos ocasiones: 2014 y 2018. Ac-

tualmente imparte clases en el Diplomado de Ilustración

de la Universidad Católica de Chile.

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