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Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas

—No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un
año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía
al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Al-
cudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beat-
riz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido
monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria. Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un ca- —Ese monte que hoy llaman de las ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo con-
ballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a vento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez.
escribirla, como en efecto lo hice. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la
ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Cas-
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la tilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el
aire frío de la noche. Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó
por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas. monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir
a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar
I de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemi-
gos.
—Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y
demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a
en el Monte de las ánimas. los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se
acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron
—¡Tan pronto! sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el
monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron
—A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita oca-
Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada
sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó
su campana en la capilla del monte. a arruinarse.

—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme? Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la cam-
pana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios,
corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos

 

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Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas

braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día —Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido —se apresuró
se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. a añadir el joven—. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al
Por eso en Soria le llamamos el Monte de las ánimas, y por eso he querido salir de él separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al
antes que cierre la noche. templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que vinistes a buscar a esta
tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atencion. ¡Qué hermoso
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposa-
del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, da; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y
oscuras calles de Soria. —No sé en el tuyo —contestó la hermosa—, pero en mi país una prenda recibida
compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de
II manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al jo-
de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de ven, que después de serenarse dijo con tristeza:
damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento
azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón. —Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día
de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz
seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin
miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz. añadir una palabra.

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio. Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las
viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las
iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste. Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

—Hermosa prima —exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se —Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se cel-
encontraban—; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras ebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él
de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por
que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano un pensamiento diabólico.
señorío.
—¿Por qué no? —exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquel- buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de
la desdeñosa contracción de sus delgados labios. oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:

 

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Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas

—¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué em- —¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera!
blema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma? ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

—Sí. Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo
menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso
—Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo. de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su
cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que
—¡Se ha perdido!, ¿y dónde? —preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
una indescriptible expresión de temor y esperanza.
—Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
—No sé.... en el monte acaso.
—¡Alonso! ¡Alonso! —dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o apa-
—¡En el Monte de las ánimas —murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el si- rentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
tial—; en el Monte de las ánimas!
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La her-
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda: mosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó
atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por úl-
—Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me lla- timo.
man el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los com-
bates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba
los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan en los vidrios del balcóny las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas
y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y III
en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche
volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche.... Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se
esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera
ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar haberlo hecho.
sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya
sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos —¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y en-
o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el caminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de
viento sin que se sepa adónde. los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió;
que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de

 

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Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas Obras de Gustavo Adolfo Becquer Tomo Primero ~ Leyenda 15: El Monte de las Ánimas

la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de escondió la cabeza y contuvo el aliento.
ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El
viento gemía en los vidrios de la ventana. El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un ru-
mor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire,
—Será el viento —dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por
Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio las ánimas de los difuntos.
habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los prim-
habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con eros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa
un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a
el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus
ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vi- ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio
enen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda
que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo azul que fue a buscar Alonso.
que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogánito
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas
momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: del Monte de las ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a
nada, silencio. una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca;
blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se
movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscu- IV
ridad, las sombras impenetrables.
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso de difuntos sin poder salir del Monte de las ánimas, y que al otro día, antes de morir,
azul del lecho—; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los
de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos? esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio
de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida
misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror,
una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.
pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi
imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o
hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla
de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría,

 

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