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TEMA 3.
REVOLUCIONES INDUSTRIALES Y TRANSFORMACIONES SOCIOECONOMICAS
Los gobiernos tomaron conciencia de la conveniencia de la participación de la función pública en la vida económica y social de sus países. El estado se implicó en la expansión económica del país y de sus empresas y así el devenir económico y social de las naciones europeas hacia responsable a los gobernantes, que dictaban medidas para incrementar el gasto público con relación al producto nacional y poco después de comenzar este modelo económico la crisis se apoderó de todas las economías impidiendo su expansión. Gobiernos europeos y norteamericano publicaron varias leyes para incentivar las inversiones en la que si una empresa quebraba, el inversor solo perdía el volumen de sus acciones en esa empresa y las sociedades empresariales fueron creciendo y fortaleciéndose, aunque tuvieron que aceptar la presencia de bancos y organizaciones financieras entre sus mayores accionistas mientras los gobiernos trataban de buscar salida a los productos nacionales. El capital privado que se invertía en el exterior se vio apoyado por los estados imperialistas, a los que convenían que sus empresarios e industrias se beneficiaran con su proteccionismo. Promovieron el crecimiento económico a través de las empresas públicas y privadas. En estos años se inició la transición entre el estado guardián, característico del sistema liberal, hacia el estado providencia, que se ocupaba del interés de cada ciudadano y del interés general, origen del concepto actual de estado del bienestar. El welfare state significa una combinación de democracia, bienestar social y capitalismo. El sector público comenzó a emprender funciones hasta ahora fuera de su ámbito. La industria militar, las infraestructuras y las comunicaciones experimentaron un gran desarrollo. Este incremento del presupuesto llegaría a ser irreversible. La intervención del sector público fue cubriendo nuevas parcelas que antes se situaban bajo la iniciativa privada. El estado se vio cada vez más involucrado en el desarrollo económico y social de las potencias europeas. El cambio de mentalidad de la sociedad también estuvo propiciado por los movimientos sociales como el socialismo o el anarquismo. Hasta mediados del s XVIII, la economía del mundo occidental estaba basada de forma casi exclusiva en la agricultura y el autoconsumo, no existía una organización industrial y los productos comercializables se fabricaban en talleres artesanales de mayor o menor tamaño. La transformación, iniciada en Gran Bretaña, se basó en una serie de innovaciones tecnológicas que, junto a la utilización de nuevas fuentes de energía, sustituyeron a la mano de obra por las máquinas y dieron paso a nuevos métodos de organización fabril de producción en masa, a un aumento sin precedentes del consumo, del comercio y del bienestar de la sociedad. Una característica distintiva de esta revolución fue la aplicación sistemática de los nuevos conocimientos a la producción, de forma que la ciencia precedió a la práctica y los inventores transformaron los conocimientos teóricos en procedimientos útiles. A todo este proceso de desarrollo se le ha denominado Revolución Industrial. La industrialización no se extendió simultáneamente ni de forma homogénea por todo el mundo occidental. En la 1ª mitad del siglo XIX alcanzó a EE.UU. y gran parte de la Europa occidental, llegando después de 1871 a Alemania. A partir de mediados del s XIX, se inició una nueva fase denominada Segunda Revolución Industrial, con la utilización de nuevas formas de energía como la electricidad y el petróleo. La Revolución Industrial impulsó la revolución política que terminó con el absolutismo monárquico y dio paso al liberalismo, basado en el respeto de la iniciativa individual, la existencia de una Constitución donde se contemplan los derechos de los ciudadanos, el derecho al voto y la separación de poderes. El liberalismo reguló el nuevo sistema económico, el capitalismo, para responder a las necesidades planteadas en esos momentos. El liberalismo económico se basaba en la no intervención del Estado en cuestiones financieras, empresariales o sociales y favorecía los intereses de la burguesía. La primera Revolución Industrial fue un proceso lento, en Gran Bretaña tardaría más de un siglo en completarse, no llegaría a algunos países europeos hasta finales del XIX y sus consecuencias provocaron un cambio profundo en la economía, la política y la sociedad. A partir del s XVIII la población europea empezó a crecer a un ritmo muy rápido. La presión demográfica dio lugar a la demanda de multitud de productos, impulsando la Revolución Industrial y un conjunto de avances en la agricultura para poder generar la cantidad y calidad de los alimentos necesarios. La creación de fábricas, con necesidad de personal, fue cubierta, en parte, por los obreros del campo que emigraron a las ciudades en busca de empleo. Todo parece indicar que hubo una interacción entre estos tres procesos, aumento demográfico, Revolución Industrial y avances en agricultura. Las nuevas ideas surgidas de la Revolución Francesa y propagadas en Europa por los ejércitos napoleónicos y las transformaciones provocadas por la Revolución Industrial, el ascenso y más tarde el dominio de la burguesía caracterizaron la evolución del s. XIX, en Europa y en EEUU; también se vieron afectadas las sociedades rurales tradicionales. El crecimiento económico por la Revolución industrial modificó las estructuras sociales. La industrialización produjo sus primeros efectos en el Reino Unido antes de alcanzar a la Europa occidental, EEUU y más tarde a los estados alemanes. Supuso el desarrollo de dos grupos sociales a la vez antagónicos y complementarios: los empresarios y las clases obreras. El reducido coste de inversión de las primeras máquinas y la escasa concentración en el momento del despegue de la producción industrial hicieron posible la formación de una nueva clase capitalista. En el s. XIX, los empresarios habían tomado conciencia de sus intereses comunes para reivindicar al Estado una mayor libertad y para resolver los problemas de mano de obra. La industrialización multiplicó las fuerzas de la burguesía y favoreció a una burguesía financiera que distribuía los capitales. A medida que progresaba la industrialización las inversiones eran más importantes, las máquinas más costosas y las manufacturas mayores, al tiempo que la concentración de las empresas levantaban una barrera entre patronos y obreros. La Revolución industrial modificó la estructura de la sociedad provocando el enriquecimiento de los poseedores de los medios de producción (burguesía) y el empobrecimiento de los trabajadores industriales, quienes muy pronto fueron conscientes de que su única fuerza radicaba en su unión como clase. Durante el s. XIX, la burguesía fue consolidando su poder llegando a dominar el Estado. El poder burgués se consolidó en las ciudades, que conocieron un crecimiento extraordinario. Las funciones de la ciudad se multiplicaron con la implantación de nuevas técnicas (iluminación a gas, y posteriormente la eléctrica). Los comportamientos se hicieron más individuales y las familias más reducidas. El ferrocarril con estaciones contribuyó al crecimiento de nuevos barrios. Paralelamente, la ciudad moderna acentuó las divisiones sociales y enfrentó a unos barrios ricos residenciales con otros pobres, desplazados a la periferia. La ciudad era el centro del poder: poder político (asambleas y administración estatal), poder intelectual (escuelas, bibliotecas) y poder económico (bancos y grandes negocios). La vida urbana exigía unos intercambios monetarios importantes: el dinero se ganaba, se gastaba y circulaba con mayor rapidez, su atractivo estimulaba las actividades y se identificaba con el burgués. Por ello, la burguesía utilizó el liberalismo para extender y reforzar su influencia. El liberalismo le proporcionó una nueva mentalidad. La Ilustración (s. XVIII) había introducido los nuevos conceptos de progreso y felicidad individuales: el hombre podía mejorar su condición material y su condición moral utilizando su libertad. Ciclo expansivo hasta las guerras napoleónicas. Luego hay hasta 1848 un ciclo recesivo. Los años 50 y 60 son otro ciclo expansivo. Los 70-80 crisis, son recesivos. A partir de los 90 vuelve la expansión hasta la 1ª Guerra Mundial. A comienzos del s. XIX, el liberalismo parecía subversivo por su recelo frente al Estado, las Iglesias y las tradiciones aristocráticas: la libertad individual no puede depender de la decisión exclusiva del rey. El titular último del poder es el pueblo. El poder popular, o soberanía nacional, implica la limitación de los reyes mediante Constituciones que garantizan derechos de los ciudadanos y la división de los poderes, que nunca deben estar concentrados. El derecho a legislar corresponde solo a los parlamentos (formados por distintos grupos políticos que representan a los ciudadanos). Con estos postulados el liberalismo comporta la destrucción del antiguo orden político (→ libertad individual), pero se despreocupa de las estructuras sociales y económicas. Se convierte así en ideología de una clase, la burguesía. Por eso, el temor a la revolución social inclina a los liberales (= burgueses) a interpretar en sentido restrictivo la soberanía nacional (el poder popular) con la negación del sufragio universal; solo poseen derecho de voto los grupos con un determinado nivel de riqueza o de cultura, implantando el sufragio censitario. En definitiva el poder burgués se basa en una Constitución escrita, una Monarquía limitada, elecciones y partidos políticos, el sufragio censitario, la descentralización, la igualdad jurídica y la desigualdad social. PROTOINDUSTRIALIZACIÓN El siglo XVIII no fue un periodo de espera. Tiene lugar en Europa occidental una lenta diversificación económica que prepara el posterior proceso de industrialización. Hay dos sectores económicos importantes. Los intercambios comerciales, realizados sobre todo por Francia e Inglaterra con sus posesiones coloniales, una vez superada la hegemonía de Holanda como potencia comercial; y en segundo lugar, la aparición de una potente economía agraria de carácter doméstico, la protoindustrialización o, en términos de la época, “industria rural”. El impulso comercial del XVIII consiste sobre todo en un comercio a larga distancia y se basa en dos pilares. Por una parte, los intercambios de bienes de consumo procedentes de fuera de Europa (especias, café, té, azúcar) que ya eran parcialmente (las especias) uno de los fundamentos del gran comercio medieval dominado por los venecianos desde el Mediterráneo oriental. Ahora la gran ruta comercial se establece con América, desde el río de La Plata y Brasil hasta el Caribe y las colonias británicas del norte. Aunque los viejos imperios ibéricos seguían detentando un poder formal sobre gran parte de estos territorios americanos, la presencia naval francesa e inglesa resultó ser cada vez más decisiva. Ni Lisboa ni Cádiz evitaron su papel de puertos comerciales subordinados, dedicados al comercio de reexportación de productos entre Europa y América. Por otra parte, se incorporan cada vez más a los circuitos comerciales bienes manufacturados, bien de India (tejidos indianas), bien de la industria textil doméstica europea (tejidos de lana y lino). La hegemonía comercial durante este periodo corresponde a los europeos, en especial a Francia e Inglaterra. La flota inglesa suponía más de la cuarta parte de la flota europea y era, además, la que: exportaba bienes manufacturados (54% del total) e importaba materias primas (83% del total). El desarrollo comercial del siglo XVIII contribuyó a preparar no sólo la industrialización, sino el dominio europeo del mundo durante un siglo. La aparición de una potente industria rural doméstica anterior a la revolución industrial es el hecho más destacado. Aunque no existe relación de continuidad entre protoindustrialización e industrialización (regiones como Flandes, Irlanda o Galicia serían ejemplos de ello), esta industria rural está en la base del desarrollo del gran comercio, de la especialización agraria de carácter interregional y de la acumulación de capital comercial. Las características de esta industria son tres. La primera es su actividad rural y doméstica, el proceso de trabajo se desarrolla en el seno de los hogares y de las pequeñas comunidades, sin concentración fabril. La segunda, que está especializada en el sector textil (lana y lino) y su producción está orientada al mercado extrarregional. La tercera, que su organización depende directamente del capital mercantil, que le surte de materias primas y se encarga luego de su comercialización. La organización de todo el proceso podía efectuarse bajo diferentes modalidades (Kaufssystem o putting out), según la mayor o menor autonomía de los productores domésticos, pero siempre al margen de los gremios de las ciudades. Esta combinación de tradición artesana urbana y desarrollo de una industria rural no siempre desembocó en un proceso industrializador. Pero incluso la revolución industrial ocurrida en Gran Bretaña sería inexplicable sin tener en cuenta la producción de bienes a pequeña escala. La organización fabril y las prácticas de putting out hubieron de convivir por mucho tiempo. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: EL NOMBRE Y LA COSA El comienzo de la revolución industrial no tiene fecha determinada. Para algunos autores comenzaría hacia 1760, para otros entre 1780-1790, existiendo incluso quienes la retrasan a siglos anteriores. La “cosa” es un hecho del s XVIII, aunque sus efectos no se hicieron patentes hasta el s XIX. De hecho, la revolución industrial no se caracterizó por un incremento rápido de la tasa de crecimiento, sino por haber iniciado un proceso. “Tiene más importancia la profundidad de los cambios que su rapidez”. Otro asunto es el “nombre”, dado que la palabra revolución tuvo durante mucho tiempo un significado o astronómico o político. El término, aplicado a una transformación económica difusa en el espacio y poco repentina en el tiempo, ha sido difundido después de la II Guerra Mundial. El concepto de “revolución industrial” ha sido y es muy discutido por la historiografía, porque no se trata de un fenómeno repentino, ni sus efectos son únicamente del sector industrial. Es cierto que desde mediados del XVIII se produjo una aceleración del crecimiento económico, acompañada de una profunda transformación de la organización de la producción y de la estructura de la sociedad, lo que le permite afirmar que ésta es la “transformación más fundamental experimentada por la vida humana” desde la época neolítica. Pero ¿por qué tiene lugar la revolución industrial en Europa occidental y, más concretamente, en Inglaterra? El hecho de que la Europa noroccidental (y su prolongación en América del Norte) haya sido la primera región del mundo en efectuar un proceso de industrialización, frente a otras alternativas posibles como China o Japón, se suele explicar por razones de desarrollo técnico y, sobre todo, de estructura social y política, mucho más homogénea e igualitaria en el reparto de la riqueza que la existente en los países asiáticos. La ventaja de Europa sobre otras regiones del mundo estribaba, además, en razones de tipo jurídico, cultural y religioso. La seguridad alcanzada por los derechos de propiedad y de la persona, constituyeron un incentivo importante para la inversión productiva. La separación entre los dos imperios (“César” y “Dios”) fue un hecho precoz que caracterizó la Cristiandad desde tiempos medievales frente a la fusión entre política y religión que era la norma en la mayoría de las civilizaciones del planeta. Esta diversidad de poderes fue lo que fomentó la aceptación de novedades y de invenciones. La comparación con las culturas orientales e islámicas muestra que la superioridad occidental tuvo raíces muy profundas, todas vinculadas a un hecho la “autonomía intelectual” característica de la cultura europea, frente al dogmatismo del mundo islámico y del oriental. A todo ello habría que añadir la influencia que tuvo la división del cristianismo con la reforma luterana del s XVI y el desarrollo de lo que Weber denominó como la “ética protestante”. La ética protestante, sobre todo en su variante calvinista, habría sido un factor decisivo para el nacimiento del “espíritu del capitalismo”, al ser capaz de vincular la salvación individual con la doctrina de la predestinación. Era una vía abierta para el desarrollo del individualismo. Aunque la tesis weberiana ha sido sometida a duras críticas, mantiene todo su vigor explicativo. En realidad, sería la suma de todos estos factores lo que explicaría que la revolución industrial tuviera lugar en Europa. Además, el hecho esencial es que el Occidente europeo se hallaba, a mediados del siglo XVIII, en una situación más próspera que cualquiera otra región del mundo y mejor preparada desde el punto de vista cultural y científico. Si a ello añadimos la enorme expansión comercial que logra durante el siglo XVIII, parece razonable pensar que la “chispa” de la revolución industrial haya encontrado su mecha en Occidente y, más concretamente, en una pequeña isla, Gran Bretaña. ¿POR QUÉ EN INGLATERRA? La razón de que haya sido Inglaterra la primera nación industrial no resulta evidente, ya que otros países, como Francia o los Países Bajos, reunían condiciones adecuadas para lograr un despegue industrial. Sin embargo, existen tres razones que explican el éxito británico. Una primera explicación hay que buscarla en el mundo rural y la naturaleza de las transformaciones que tienen lugar desde siglos anteriores. La agricultura inglesa presentaba a mediados del siglo XVIII un panorama sensiblemente diferente al del continente (salvo Holanda y algunas regiones de Francia), al haber experimentado ya una primera “revolución agrícola”. En la distribución de la propiedad de la tierra predominaba la alta y baja nobleza, sin presencia apreciable de la Iglesia ni tampoco de los campesinos, lo que conduce a la famosa división trinitaria de la agricultura inglesa entre landlord, farmer, labourer (propietario, arrendatario, trabajador). Esta concentración de la propiedad de la tierra fue posible a través del proceso de enclosures (cercamientos), a partir de 1760. El cercamiento afectó a 2,7 millones de hectáreas, tanto a tierras cultivadas como a espacios comunales. La política de cercamientos supuso una mejor garantía de los derechos de propiedad y una limitación de los derechos colectivos sobre la tierra. Por otra parte, hubo en la agricultura inglesa una serie de innovaciones técnicas como la difusión del Norfolk system (sustitución del barbecho por la alternancia de los cultivos de cereales con leguminosas); o la asociación estrecha entre agricultura y ganadería, mediante la estabulación y la producción de forrajes. Todo ello permitió un incremento de la productividad agraria y un nivel de producción suficiente para alimentar a una población en expansión, sin depender de la importación de materias primas alimenticias, dado el proteccionismo inglés vigente hasta la abolición de las Corn Laws (Leyes de cereales) en 1846. Ésta sería una de las ventajas fundamentales de Inglaterra para afrontar su industrialización. La segunda y decisiva razón de la revolución industrial inglesa estaría en su capacidad para afrontar la innovación técnica, o en la aplicación de una “política de la innovación tecnológica”. La división social del trabajo supone la progresiva sustitución del trabajo humano por el de las máquinas, la energía animal por la mecánica y la utilización de nuevas materias primas inorgánicas (minerales), en vez de orgánicas (vegetales). Fue precisa la aparición de una secuencia de pequeñas innovaciones técnicas. Esto es lo que sucedió en Inglaterra desde mediados del siglo XVIII. Las nociones científicas e incluso los inventos eran conocidos previamente. La novedad es que aquéllas pudieron ser convertidas en innovaciones, esto es, ser aplicadas a los procesos de producción en un proceso de “destrucción creativa”. Esta capacidad innovadora descansó, sobre todo, en la conjunción de artesanos y fabricantes con técnicos e ingenieros. La cantidad de innovaciones técnicas del periodo la refleja el número de patentes registradas en Inglaterra, que a principios del XIX es superior a cien por año. Los principales cambios tecnológicos tuvieron lugar en el sector de la energía, donde el ejemplo clásico es la máquina de vapor de James Watt. Fue la tecnología de la fuerza motriz la que concedió al mundo occidental su gran superioridad sobre el resto del mundo. En otros sectores, las innovaciones técnicas fueron asimismo importantes: en la metalurgia, con el uso del coque en los altos hornos o el pudelado del hierro, y en la industria textil, las invenciones más famosas de la revolución industrial (water frame, jenny y mule). Éstas son algunas de las invenciones mayores de la época, que esconden pequeñas innovaciones efectuadas en muchos otros sectores, desde los transportes hasta la cerámica. En conjunto, hay que tener en cuenta que lo más importante de la revolución industrial fue su capacidad para integrar pequeñas mejoras. Más que la “era del vapor” o del “maquinismo”, la revolución industrial podría definirse como la “era de las mejoras”. Es importante la conexión entre tradición, pequeña producción, saber técnico y capacidad de renovación. Características que florecieron en la Inglaterra de fines del siglo XVIII, sobre todo en el seno de pequeños talleres. Una tercera característica esencial es el tránsito hacia la producción para el mercado, en vez de para el consumo propio. Ha adquirido protagonismo el papel de la demanda, esto es, la influencia de los consumidores en la orientación de la producción, “revolución del consumo”. Para que esto tenga lugar, es preciso que exista un mercado integrado y esto es lo que sucede en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XVIII, en dos ámbitos diferentes y complementarios. Por una parte, se configura un mercado interior, basado en una demografía en expansión y un alto poder adquisitivo de la población, sin aduanas interiores y con una moderna red de comunicaciones (canales, carreteras de peaje y, desde 1830, ferrocarril). Hay crecimiento del consumo, pues “los ingleses tienen la inteligencia de hacer cosas para la gente, en lugar de para los ricos”. En cierto modo, el espacio económico inglés funcionaba como un mercado nacional. Por otra parte, la economía inglesa se benefició de un amplio mercado exterior, en expansión, basado en un gran poderío naval, un apoyo constante del gobierno y en el monopolio de las colonias ultramarinas, a lo que se unió la posición ventajosa que los ingleses tomaron sobre las colonias de los dos imperios ibéricos, especialmente en el caso de Brasil. La confluencia de estos dos grandes polos de demanda de bienes contiene la “chispa” que explica que la revolución industrial haya tenido lugar en Inglaterra y que haya tenido lugar a fines del siglo XVIII. Es la suma de un lento crecimiento interior y una expansiva economía internacional, de modo que la revolución industrial es a la vez un hecho insular y un hecho mundial. EL TALLER DEL MUNDO La revolución industrial fue un proceso global, en el que tiene tanta importancia la fabricación de pequeños objetos de uso doméstico como la producción a gran escala en el sistema fabril. Pero hay algunos sectores productivos en los que la aplicación de innovaciones tecnológicas y el crecimiento de su capacidad de producción es mayor y por ello se consideran como los sectores que “lideran” la industrialización. Estos sectores son los tres referidos a la industria textil algodonera, la metalúrgica y los ferrocarriles. La industria textil algodonera sustituye a la lana y el lino, estrangula la producción de textil de países como India, se dirige fundamentalmente al mercado exterior (90 % de la producción) y, además, se engarza con las economías basadas en las plantaciones esclavistas americanas, al ser su principal comprador: un 20% de las importaciones británicas entre 1815 y 1840 era algodón en bruto, procedente de los estados “sudistas” de EEUU. En el sector algodonero fue donde se efectuaron con mayor rapidez las innovaciones técnicas, especialmente en la fase del hilado, ya en vigor hacia 1780; también se adaptó a nuevas formas organizativas, integra la tradición gremial de los artesanos (los tejedores) con la producción masiva en fábrica. Ha sido considerado el algodón como el “sector líder” de la revolución industrial, dada su dimensión y su capacidad de arrastre sobre otros sectores económicos. La industria metalúrgica tuvo una importancia menor que el algodón en esta primera fase de la industrialización, su principal expansión tendrá lugar a mediados del XIX, tras la aplicación del método Bessemer y la sustitución progresiva del hierro forjado por el acero, producto emblemático de la segunda revolución industrial. No obstante, algunas innovaciones técnicas fueron importantes en este periodo. La sustitución del carbón vegetal por el coque o carbón mineral, permitió ahorros energéticos (la fabricación de una tonelada de hierro necesitaba 4 veces más carbón vegetal que mineral), evitó la deforestación e impulsó otras mejoras, como la construcción de hornos altos, que favorecían la combustión del coque. En los transportes hay que destacar la construcción de canales y, sobre todo, de carreteras de peaje, lo que redujo drásticamente la duración de los viajes. Pero el gran revulsivo fue la construcción del ferrocarril, cuya primera línea entre Londres y Manchester fue inaugurada en 1830, remolcada por la locomotora Rocket inventada por Stephenson. Los efectos de arrastre del sector ferroviario son muy importantes sobre la minería (por el consumo de carbón) y la siderurgia (construcción de vías). En 1850 ya había en Inglaterra 10.000 km de vía férrea. Todo esto expresa una de las obsesiones de la época, la de ganar tiempo, que sólo se logra con una eficaz red de transportes. Cuando en 1851 tiene lugar la Exposición Universal en Londres, el asombro de sus visitantes no era sólo por la innovadora arquitectura del Palacio de Cristal donde estaba situado este evento. También pudieron darse cuenta de la fortaleza alcanzada por la economía británica. Se define a la Gran Bretaña de entonces como el “taller del mundo”. Las razones eran evidentes, tanto por lo que se producía en la isla como por su capacidad de comercialización de mercancías en todo el mundo y de efectuar inversiones en otros países. Constituye el punto de referencia para el resto del mundo. A mediados del XIX, Gran Bretaña, con la mitad de población de Francia, producía dos tercios del carbón mundial y más de la mitad del hierro y del algodón; sus ferrocarriles tenían una densidad de 39,4 kilómetros por habitante, frente a los 16,6 de Alemania y los 8,5 de Francia; y sus inversiones exteriores, cien veces superiores a las francesas, eran la clave para abrir nuevos mercados en la Europa mediterránea, el Oriente Próximo y América del Sur. A partir de este momento, la economía británica mantuvo su primacía mundial hasta 1870, en que comenzó su lento declive (“climaterio” británico), a fines del XIX fue superada por Alemania y Estados Unidos como primera potencia económica mundial. Inglaterra fue la primera, pero los países continentales fueron muy tenaces a pesar de las dificultades que hubieron de superar para emularla. LA INDUSTRIALIZACIÓN EN EL CONTINENTE El proceso de industrialización en el continente europeo sigue pautas diferentes del caso británico. Es un poco más tardío, presenta modalidades nacionales y regionales muy diversas y, además, debe enfrentarse a la posición privilegiada que había conseguido Gran Bretaña. La explicación del crecimiento económico de Europa en el s XIX estaría en la existencia de factores de sustitución de los británicos, el Estado, la banca o la política económica; habría sido fundamental la capacidad de emulación de la experiencia inglesa por parte del continente, lo que le habría permitido incorporarse con más fuerza a una segunda fase de la economía industrial y así “acortar distancias”. La Europa continental dispuso de la tecnología británica, pero tuvo que afrontar grandes transformaciones internas para lograr una madurez que no es alcanzada hasta el último tercio del XIX, porque sus condiciones de partida eran más difíciles que las insulares. El peso de la sociedad agraria era más fuerte y además presentaba enormes diferencias entre la Europa occidental y la oriental, con una tardía emancipación del campesinado; la estructura social era menos igualitaria, especialmente en Europa central, con una distribución de la riqueza en la que la alta nobleza disfrutaban de enormes extensiones de tierra; las barreras políticas e institucionales, que la influencia napoleónica amortiguó pero no consiguió eliminar, así como la ausencia de una política aduanera y comercial común eran obstáculos para el desarrollo de una economía diversificada y de producción destinada al mercado. En resumen, frente a la unidad “nacional” británica, la diversidad continental suponía de entrada un factor limitador que, en la segunda mitad del siglo, acabó siendo superado. A pesar de ser un proceso diverso, según épocas y países, hay pautas comunes y aspectos diferenciadores del modelo británico. En primer lugar el “sector líder” ya no es la industria de bienes de consumo sino de bienes de equipo. Es una industria vinculada al carbón y el hierro y en conexión con la revolución de los transportes, tanto el ferrocarril como la navegación marítima, que sustituye la vela por el barco de vapor. Aunque hubo regiones europeas de gran desarrollo textil, como Alsacia o Cataluña, el papel fundamental ha sido desempeñado por la región de Bélgica, norte de Francia y la Renania alemana, con la explotación de los recursos mineros y la constitución de la gran industria siderúrgica. En segundo lugar, la financiación del proceso industrializador es más exógeno que en el caso británico. En el continente es mucho más fuerte la integración entre la banca y la industria. En Alemania la banca tiene un gran papel en la aportación de recursos a la industria pesada. Ejemplos de bancos de inversión son el Crédit Mobilier francés, o el Diskontogesellschaft alemán, al que seguirán otros tres grandes bancos, los tres “D” (Deutsche Bank, Dresdner Bank, Darmstädter Bank), sistema bancario alemán volcado en el apoyo a la industria. Este modelo de asociación entre banca e industria a menor escala se dio también en la Europa mediterránea. En tercer lugar, el papel del Estado es quizá la pauta más distintiva de la industrialización continental. Frente al protagonismo de la iniciativa privada británica, la transformación económica en el continente no sería posible sin la participación activa de los gobiernos en la dotación de recursos, captación de inversiones exteriores o en el establecimiento de políticas proteccionistas. El ejemplo más evidente es el de la Rusia zarista, cuya industrialización fue un “asunto de Estado”. Pero también influyeron los poderes públicos en la industria francesa, la belga y la alemana. En la Europa mediterránea (Italia, España, Portugal), la construcción de los tendidos ferroviarios y la instalación de los principales núcleos de la industria pesada, fue obra de inversiones exteriores y apoyo del Estado que servía de garantía para los capitalistas extranjeros. En cuarto lugar la industrialización europea es sobre todo un fenómeno regional. La existencia de desequilibrios territoriales en el ámbito europeo y la diferenciación en el interior de los propios estados nacionales es consecuencia de la propia expansión del capitalismo, que genera la existencia de regiones más adelantadas a costa de regiones atrasadas, que por lo general suministran materias primas y mano de obra a las zonas industrializadas. ‐Revolución industrial en Inglaterra (1780 ‐1850) Revolución agrícola, hubo un crecimiento de la producción gracias a la introducción de nuevos métodos de cultivos como la rotación cuatrienal y el acercamiento de las propiedades agrícolas, lo que implicaba un cultivo individualizado e intensivo, era una manera de sacar el máximo provecho a las tierras. A su vez la aplicación de una serie de innovaciones gracias al invento de nuevas maquinarias hizo que las tierras fuesen más productivas. Aunque esto último se puede considerar un factor negativo ya que la introducción de nuevas máquinas genero un excedente de mano de obra en el campo, esto supuso la marcha al mundo urbano en busca de esos espacios laborales que serán las primeras industrias. La modificación de las estructuras agrarias propias de una sociedad feudal fue una tarea lenta, pero decisiva, para poder afrontar la industrialización. La renovación de la agricultura europea acompañó el proceso de industrialización, bien aportando mano de obra para la industria, bien constituyendo un mercado en expansión para los productos manufacturados. La dimensión de las mudanzas agrarias está en estrecha relación con el entorno social e institucional en el que se producen y, sobre todo, con la organización previa de la sociedad tardofeudal, en la que existían grandes diferencias, entre las cuales la más decisiva era la que separaba a Europa occidental de la oriental. El río Elba, “telón de acero” agrario, puede ser considerado como la línea divisoria entre dos tipos de sociedad agraria. Al este del Elba predominaba un tipo de señorío, Gutherrschaft, con la existencia de servidumbre agraria y una gran prevalencia por parte de los señores. Al occidente del Elba el tipo de señorío predominante era el Grundherrschaft, bajo el cual pudieron desarrollarse amplias capas de campesinos libres y grandes arrendatarios agrarios que acabaron por ejercer un papel central en la transición del feudalismo al capitalismo. Las transformaciones que tienen lugar durante el siglo XIX afectan básicamente al ámbito de la propiedad de la tierra y su uso más que a las mejoras en su organización productiva. Sólo a fines de siglo, con la eclosión de la crisis agraria finisecular, la agricultura europea afrontará medidas decisivas para su transformación, al convertirse en asunto prioritario de las políticas estatales. Se crean entonces ministerios, se fomenta el crédito agrario, se fundan “granjas-modelo” y aparecen ligas agrarias políticas. La abolición del feudalismo fue tarea prioritaria de todas las reformas liberales agrarias europeas, a partir del ejemplo francés. La emancipación del campesinado en Europa central y oriental fue un proceso que duró medio siglo, desde las primeras medidas tomadas en Prusia (1807) y otros estados alemanes, hasta la oleada revolucionaria de 1848 (que afectó especialmente al Imperio austriaco) y al caso de Rusia en 1861. Aunque los señores fueron despojados de sus derechos políticos (impartir justicia, cobrar impuestos) pudieron convertirse en grandes propietarios El progreso del individualismo agrario. Consolidación de la propiedad privada de la tierra tras la abolición de los derechos feudales y consagración de la figura del propietario como titular único en el Code de Napoleón (1804) y demás códigos civiles de inspiración francesa. Se manifiesta también el “ataque a los comunales”, con los cercamientos de bienes y la eliminación de prácticas consuetudinarias (trabajos colectivos, derrotas de mieses, campos abiertos...). Decrece el papel de la pequeña comunidad campesina y emerge el propietario cultivador directo y el gran arrendatario. Los cambios técnicos de la agricultura europea del siglo XIX llevan a dos revoluciones agrícolas. La primera revolución, iniciada en Inglaterra, comienza a manifestarse en los países continentales, gracias a la realización de algunos avances decisivos: a) Supresión gradual del barbecho y mejora en la rotación de cultivos, con introducción de las plantas forrajeras y generalización de productos de primavera, como la patata; b) Mejora del utillaje agrícola, todavía no motorizado, e introducción de nuevos fertilizantes que sirven de eslabón entre el tradicional abono orgánico y los fertilizantes químicos. La segunda revolución agrícola comenzó en el continente hacia 1870 y constituye la respuesta que la agricultura europea ofreció a la invasión de productos agrarios procedentes de las “nuevas Europas” (Norteamérica, Argentina, Oceanía) que amenazaron con colapsar la producción agraria europea. Los cambios suponen una profundización de las tendencias de la primera revolución, añadiéndose ahora la difusión de maquinaria agrícola que permite la mecanización de parte de los trabajos agrarios (especialmente, la recolección) y la fuerte integración entre agricultura e investigación científica. Los resultados de estas dos revoluciones agrícolas no tuvieron idéntica intensidad en el espacio europeo continental. De todas formas, la productividad agrícola experimentó incrementos sustanciales en algunos países durante el siglo XIX Crecimiento demográfico, muy vinculado al aumento de producción. Inglaterra duplica su población a lo largo del siglo XVIII debido a la disminución de la mortalidad, y eso estimula a que este aumento sea otra de las bases de la Revolución Industrial. La existencia de controles fronterizos más intensos evitó la propagación de enfermedades y disminuyó la propagación de epidemias como las ocurridas en tiempos anteriores. Hubo una serie de inventos que revolucionaron tanto la industria textil con la aparición de la lanzadera volante y los telares mecánicos como en el sector agrícola con los nuevos métodos de siembra como el arado Rotherham, la sembradora Jethro Tull. Sin embargo será la máquina de vapor la que se convertirá en el símbolo de esta Revolución Industrial puesto que se aplicó a los nuevos medios de transporte el ferrocarril y el barco de vapor, lo que conllevo igualmente a una mejora en las vías de comunicación tanto por vía terrenal con la construcción de carreteras como por vía fluvial con una nueva red de canales fluviales. La aparición de estos nuevos medios de transporte favoreció sobre todo al comercio por la capacidad mayor de mercancías que tenían así como a la velocidad en la que esta era transportada. Con la introducción de los nuevos sistemas de cultivo y las innovaciones aplicadas, en cuanto a la mecanización y nuevos sistemas de transportes nos encontramos un aumento de la producción agrícola en el país y que la agricultura se incorpore en un sistema económico global de mercado, es decir, hay un excedente en la producción que se comercializa, no solo se trata de un comercio interior (dentro de Inglaterra) sino también exterior, es decir se empiezan a exportar a otros países. El capitalismo se configuró como sistema económico, beneficioso para la propiedad privada que era principalmente los nobles también denominados capitalistas, dueños de las tierras, así como las maquinarias con las que se trabajan en ellas. El resto que es lo que se conoce como el proletariado trabajaba en estas a cambio de un salario. Las relaciones laborales entre el propietario y trabajador se hicieron más estrictas, los contratos eran más cortos en el tiempo para renovarse cada vez que los dueños quisieran cambiar el precio de la materia prima. Las consecuencias sociales de la industrialización fueron la urbanización, la nueva estructura social, el valor del dinero, el trabajo industrial (declive del artesanado; la condición obrera: entre la fábrica y el suburbio; el nacimiento de la “cuestión social”) y la formación de la conciencia obrera. EL PAPEL DE GRAN BRETAÑA EN LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Gran Bretaña contaba en el s XVIII con las condiciones para iniciar la industrialización. Poseía un riquísimo imperio colonial; la población de las islas y la de las colonias estaba en expansión, tenía un alto nivel de vida y demandaba una gran cantidad de artículos; su situación oceánica le facilitaba el acceso a mercados ultramarinos y permitía el transporte de mercancías por barco; poseía una gran cantidad de materias primas adecuadas para utilizarlas en industria como carbón, hierro y agua y la carencia de madera propició la pronta utilización de combustibles fósiles. También contaba con facilidades para el transporte fluvial. Gracias al comercio, había una acumulación de capitales y las medidas librecambistas favorecían las transacciones. Los avances tecnológicos sufrieron una aceleración en el sector productivo en el que tuvo un mayor impacto fue el textil. Los británicos crearon una serie de máquinas mecánicas para mejorar la elaboración de textiles: la lanzadera volante, logrando reducir el tiempo para fabricar una pieza de tela. La mayor velocidad de producción de tejido disparó la demanda de hilo. También se inventó una forma de estampar por medio de un rodillo; se descubrió un método químico para blanquear las telas. Las máquinas movidas por vapor se aplicaron para la fabricación de algodón. La máquina de vapor supuso el mayor avance tecnológico del XVIII. En cuanto al hierro, la mayor dificultad era la transformación del mineral. La sustitución del carbón por el coque permitió la producción masiva de acero. La industria textil y la siderúrgica fueron los sectores productivos más importantes en la industrialización de Gran Bretaña. Contaba en 1850 con la red más densa de ferrocarriles, las técnicas más avanzadas en todos los sectores y la marina más importante del mundo. Prácticamente hasta el primer tercio del siglo XIX, la Revolución Industrial no se extendió fuera de Gran Bretaña. EL TRABAJO EN LAS FÁBRICAS Antes de la Revolución Industrial, las energías aplicadas al trabajo habían sido la humana y la animal, pero con la utilización de la energía liberada por la combustión de carbón se inició un nuevo sistema de producción, en el que la fábrica sustituía a los antiguos talleres. En 1771 la primera fábrica en Inglaterra a orillas del río Denvert para utilizar la energía hidráulica. Esta primera industria reunía los trabajadores, la fuente de energía y las máquinas en un solo lugar. Se redactó el primer código de comportamiento en las fábricas, para imbuir disciplina a los obreros y conseguir así una mayor productividad para obtener beneficios. Fue un primer intento para racionalizar una nueva forma de trabajo. Durante muchos años paralelamente a las fábricas subsistieron los talleres familiares donde se trabajaba a tiempo parcial, con mano de obra barata para completar la producción de las grandes industrias. Los grandes talleres artesanales con obreros especializados también continuaron trabajando hasta la plena mecanización de las fábricas a mediados del siglo XIX; algunos de sus obreros, los que no se adaptaban a las nuevas condiciones fabriles, fueron los que más se enfrentaron, con levantamientos organizados, a esta mecanización que les arrebataba su trabajo.
La segunda revolución industrial
La segunda revolución industrial se superpone a la primera en muchos sitios, pues se encuentran con procesos de la primera cuando llegan innovaciones de la segunda. El origen tiene que ver con la intensificación de algunos rasgos de la primera (ferrocarriles, por ejemplo), pero también surgen nuevas cosas. Innovaciones tecnológicas y de fuentes de energía, al incorporarse el petróleo. El petróleo a veces se mezcla con el carbón, pero para algunas el petróleo es mucho más eficiente, por ejemplo, al inventarse el motor de combustión. Este motor ya no se mueve por la presión del vapor, ahora el petróleo convenientemente refinado se mezcla con aire y se mete en una cámara donde se quema, generando una enorme temperatura que mueve los pistones. Ese sistema reduce muchísimo el tamaño de los motores y da origen a los primeros automóviles, producto de finales del XIX especialmente destacado en Chicago con Ford. Otra fuente energética es la electricidad. El primer prototipo de pila se presentó a Napoleón, pero no hay forma de producir y almacenar masivamente energía eléctrica ni de transportarla a grandes distancias hasta este momento. Ahora se electrifican las ciudades a partir de los años 60-70. La mejora de las comunicaciones no solo tiene que ver con el crecimiento masivo del ferrocarril, en el que interviene el estado para que articule el territorio y no se mueva solo por interés económico, sino que también se desarrollan el telégrafo y el teléfono. El cambio, en el contexto del imperialismo y la globalización, es radical. Una noticia tardaba en moverse de Inglaterra a la India entre semanas y meses, pero con las redes de telégrafo, basadas en la transmisión de un sonido a través de un cable y unos telegrafistas que conocen y transfieren los códigos, se pasa en 10- 15 años de necesitar semanas o meses para transmitir noticias a necesitar minutos. Cuando empiece a utilizarse el teléfono, que no será masivamente hasta el XX, ya no es un mensaje que hay que codificar, es simplemente una conversación instantánea. El efecto para la administración colonial y las decisiones empresariales es radical. Desde Londres, Berlín o NY se puede gobernar una multinacional. Estructura empresarial. El ente jurídico de la empresa ya no es el propietario sino una sociedad. Desarrollo de las grandes compañías, grandes multinacionales y las empresas por acciones. Sociedad limitada (SL): dividida en participaciones de transmisión restringida. Sociedad Anónima (SA) dividida en acciones, partes cotizables en bolsa. La gestión de esas propiedades por acciones, a través del presidente, del consejo de administración (toma las decisiones fundamentales de la empresa) y una Junta de accionistas. El presidente muchas veces no es parte de la compañía, no posee acciones, siendo trabajos muy bien asalariados, se elige a alguien con conocimientos técnicos y habilidades mercantiles. Se produce una separación entre el propietario y el negocio. Las empresas son objeto de especulación y negociación. Una de las modalidades de estas grandes compañías que permiten su crecimiento va a ser el desarrollo de la gran banca. Desde el momento en que empiezas a manejar acciones, esas acciones se venden; las inversiones empiezan a requerir crédito, pues ya no se trata de meter una tejedora en un taller sino de hacer una fábrica entera. Destacan los Rothschild, judíos. En NY en 1871 un señor llamado J.P. Morgan funda uno de los bancos más importantes de EE. UU. hasta la crisis de 2008. En Londres en 1865 para gestionar los servicios bancarios a todos los empresarios y oficiales que necesitan mover dinero de Asia a Europa se funda la HSBC (Hong-Kong and Shangai Banking Corporation) para gestionar los capitales de las Guerras del Opio y del colonialismo. En 1870, para satisfacer las necesidades de los nuevos industriales de la cuenca del Rin, en Alemania se funda, en Berlín, el Deutsche Bank. En 1864, en París, para manejar todas las inversiones del ferrocarril de Napoleón III un banco llamado Société Générale cuyo primer director es George von Siemens. Los sectores clave van a ser la minería, la siderurgia con gran producción de acero de calidad que permite los barcos de metal, máquinas y herramientas cada vez más sofisticadas, las cadenas de producción se hacen más profundas (los productos tienen muchos más pasos intermedios, desarrollándose todo un sector, el de los bienes de equipo, que se dedica a fabricar las máquinas que necesitan otras empresas para fabricar sus productos), los armamentos cambian con la producción de rifles de retrocarga, balas con pólvora incorporada, cañones en serie, obuses de precisión… todo el armamento moderno comienza a diseñarse en este periodo excepto la bomba atómica. Se desarrollan explosivos tanto industriales como militares como resultado de la industria química, sobre todo en Alemania que es la gran fábrica de armamentos. Se desarrollan los abonos químicos que incrementan la productividad del campo masivamente. Con la segunda revolución industrial, el éxodo del campo a la ciudad al introducirse los abonos químicos aumenta enormemente. Además, se ponen en roturación tierras que antes no se podían explotar con rentabilidad, sobre todo en el interior de EE. UU., la pampa argentina y Australia. Eso genera un sistema de granjas con un sistema de producción totalmente capitalista, que al sobre producir alimentos inunda el mercado internacional. Las consecuencias son un aumento de proteccionismo en los estados europeos, que ven que no pueden competir con sitios como EE. UU.; los pequeños campesinos, sobre todo del sur de Europa que no han podido hacer las innovaciones, ven como sus pequeñas explotaciones no resultan rentables, por lo que se genera una ola de migraciones transnacionales masiva de tal forma que después de la caída de Napoleón, 60 millones de europeos van a emigrar a EEUU sobre todo y en segundo lugar a Argentina. Campesinos irlandeses, italianos, búlgaros… Como consecuencia de todo esto, el aumento tecnológico es también posible gracias al desarrollo de muchas disciplinas científicas, es el momento del darwinisimo, positivismo, idea del progreso ilimitado de la humanidad… se desarrolla la medicina, la mortalidad baja, la natalidad aumenta… además, en el campo de la ciencia tiene una consecuencia en el área de las ciencias sociales: origen de la economía, la sociología, etc. Y también en el campo del arte con la invención de la fotografía que permite capturar la realidad de algo según la mentalidad positivista y manda al paro a muchos retratistas. Se produce un efecto origen/consecuencia en la cultura. El producto que mejor simboliza los adelantos tecnológicos del último tercio del XIX es el acero, que progresivamente sustituye al hierro, en los sectores del transporte (ferrocarril, barcos acorazados), la construcción, maquinaria e incluso en bienes de consumo. La expansión de su producción es enorme por las innovaciones técnicas aplicadas a su proceso de producción. El problema del acero era cómo conseguir una producción masiva y barata; fue el convertidor inventado por Bessemer, que consiste en insuflar aire caliente en vez de aplicar calor al metal, el que permitió dar un salto adelante en la producción de acero y eliminar muchas de las impurezas del hierro (excepto el fósforo); aunque este procedimiento permitió producir acero barato, se precisaban unas materias primas bajas en contenido fosfórico, que sólo existían en Vizcaya (Europa) y en Pittsburgh (EE UU). Nuevas invenciones permitieron aprovechar mejor los residuos fosfóricos y producir un acero básico, aunque en Inglaterra, gracias a su importación masiva de hierro vasco, se mantendrá la producción de acero “Bessemer” hasta la I Guerra Mundial. Esta eclosión del acero propició una enorme expansión de la industria siderúrgica que consolidó su posición en las regiones ya industrializadas como la Renania alemana, o en regiones transformadas por la acción del Estado, como Ucrania, donde se asentó buena parte de los centros fabriles del imperio ruso a fines del XIX. Esta fase industrializadora tiene en la industria química uno de los sectores importantes. La importancia de la química estriba en su carácter multifacético, dado que influye sobre ramas muy diversas (metalurgia, papel, cemento, caucho, cerámica, vidrio...), y combinada con las nuevas fuentes de energía, como la electricidad o el petróleo, permite el desarrollo de actividades como la petroquímica o la electrólisis. El desarrollo de la química está vinculado a los avances científicos y tecnológicos. Liebig en la química agrícola, Solvay en la producción de ácido sulfúrico, Nobel en la dinamita o Goodyear en la vulcanización del caucho están vinculados a este gran desarrollo de la química. En la obtención de productos inorgánicos, como la sosa, el gran avance se produce con el método Solvay, sustituyendo así al viejo método Leblanc, costoso y menos ecológico, dados sus elevados residuos tóxicos. Por otra parte, desde 1869 un grupo de químicos alemanes patentó el procedimiento para conseguir colorantes y tintes artificiales, lo que propició un desarrollo de productos químicos derivados y la constitución en Alemania de fuertes empresas. La necesidad de obtener calor, luz y fuerza condujo en la 1ª industrialización a la utilización del carbón mineral como combustible para la máquina de vapor y la calefacción. Otras fuentes energéticas serán las protagonistas del s XX: la electricidad y el petróleo, complemento del motor de combustión interna y que todavía hoy siguen siendo hegemónicas frente a otras alternativas (energía nuclear, eólica, solar, gas natural). El carbón no desapareció de repente. La electricidad es una energía que presenta ventajas frente al carbón, dada su facilidad para ser transportada y para ser aplicada según las necesidades de cada actividad. Esto permite modificar la localización de las fábricas y hacer casi ubicua la energía. Comenzó para iluminación (alumbrado urbano), pero pronto se destinó al transporte y a la industria. La máquina de vapor fue sustituida por el motor eléctrico. El petróleo, conocido como energía para usos domésticos, alcanzará su protagonismo en el XX gracias a la industria del automóvil. Las cadenas productivas se hacen más largas y complejas. El producto no se hace todo en la misma fábrica ni en el mismo taller. Una empresa hace una cosa que le sirve de materia prima a otra y así sucesivamente. Al dedicarse cada empresa a la parte que le corresponde hace que la calidad de los productos aumente y se abaratan los costes. Se destruye lo artesano. En el caso del automóvil, con innovaciones al principio de la cadena se consigue un buen producto final. En 1885 Karl Benz diseña el primer automóvil moderno (Mercedes por el nombre de la hija de uno de los socios), aplicando el motor con derivados de petróleo, y se crean innovaciones técnicas para mejorar ese producto. Louis Renault inventa los frenos de disco (que luego son importantes en camiones y ferrocarriles). Henry Ford pone en marcha el Ford T producido en masa. En 1892 Rudolf Diesel patenta un motor de combustión más robusto y eficiente (va a mover barcos, cosechadoras…) y esto mejora el inicio de la cadena de producción. Esto exige una gran perfección de las máquinas-herramienta, una división del trabajo rigurosa y la disponibilidad de instrumentos de precisión, denominada “taylorización” o “gestión científica” de la empresa, consistente en la aplicación de procedimientos mecánicos (descomposición de tareas a realizar, aislamiento del trabajador, salario proporcional al trabajo) a los procesos de fabricación, de modo que el hábito acabase por suplantar a la razón. El trabajador queda marginado de una visión global del producto que estaba fabricando. Desarrollo de las cadenas de montaje. La innovación de Ford revolucionó la industria del automóvil, y abrió el camino para prácticas comerciales nuevas como la venta a crédito, la publicidad y la producción a gran escala. La combinación de métodos de trabajo y resultados productivos desemboca en un modelo “fordista”. El fordismo implica concentración fabril, gestión científica del trabajo, producción masiva y sociedad de consumo. La concentración empresarial sobretodo en EEUU y Alemania da lugar a monopolios (que va en contra de uno de los derechos del liberalismo). La organización del capital y de empresa experimenta modificaciones con la concentración financiera y el control del mercado. Hay tres formas de concentración empresarial: El cartel, realización de acuerdos entre empresas de un sector para repartirse cuotas del mercado, deciden los precios, la cantidad… Tyussen o Krupp en Alemania. El Trust, diferentes empresas de un sector o de una cadena productiva están vinculadas en su estructura de la propiedad. Es un control del mercado. Stándar Oil Company. El holding, empresa financiera que controla o participa en otras empresas de otros sectores. Se promulgó una ley que limitaba estas prácticas. Hay mejora de los bienes de consumo y cambia la manera de vender esos bienes. Harrods en Londres era una pequeña tienda y se convierte en un gran almacén y otras compañías también abren grandes almacenes. El primero fue en París, Le Bon Marché. Hubo innovaciones en la forma de vender: reducen sus márgenes de beneficio para llegar a más gente; dejan a la gente entrar y salir libremente (sin mostrador y dependiente), la mercancía la colocan para que la gente circule entre los productos, a los que se les coloca el precio. Se intenta que la compra sea toda una experiencia, que sea un placer. Otros ejemplos son Galleries Lafayette en París, o Selfridges en Londres.
LA REVOLUCIÓN DE LOS TRANSPORTES
Hasta el siglo XIX no llegarían a aplicarse las nuevas tecnologías a los transportes y también fue en Gran Bretaña donde se iniciaron las innovaciones en este sector. Gran Bretaña contaba con un importante sistema fluvial con caudalosos ríos navegables, especialmente útil para el traslado de carbón y otros materiales pesados. Grandes obras para mejorar el sistema fluvial inglés. También se mejoró la red de ríos navegables. Por tierra se renovaron los caminos y se utilizó también el tren. La revolución en los transportes se produce con la aplicación de la máquina de vapor al ferrocarril y a los barcos. Se inició en 1825 cuando Stephenson construyó una locomotora impulsada por vapor y logró que se moviera sobre raíles, después de muchos años de intentos que no habían dado resultados. En 1856, ya en la II Revolución Industrial el convertidor de Bessemer para la producción de acero fue fundamental; a partir de entonces el acero se utilizó para la elaboración de locomotoras, raíles, cascos de barcos y toda clase de máquinas, impulsando definitivamente la industria metalúrgica. La construcción del ferrocarril constituyó el invento más importante de su época y supuso un gran estimulo para todas las actividades económicas. Las consecuencias de la utilización del ferrocarril fueron de gran importancia al abaratar el traslado de mercancías, productos agrarios y ganado, facilitando la especialización de cultivos para la exportación y dando salida a los excedentes. Dio lugar a mercados nacionales e internacionales, la apertura del comercio y la posibilidad de multiplicar los intercambios. En el terreno militar facilitó el transporte rápido de tropas y promovió la movilidad de las personas. En el transporte marítimo y fluvial, los nuevos barcos adaptan las máquinas de vapor. Los primeros vapores se utilizaron para el transporte interior por canales y ríos, luego por las líneas costeras y transoceánicas. El mejor indicador de la industrialización del continente es la expansión de los medios de transporte. Por su influencia sobre otros sectores y su capacidad para integrar amplios mercados, nacionales en primer lugar, y, luego, internacionales. Desde mediados del XIX, a los anteriores medios de transporte terrestre, como las carreteras y los canales, se agrega el tendido masivo de una red ferroviaria que une Europa desde los Pirineos al mar Negro (dado que en la península Ibérica y Rusia, el ancho de vía era diferente): de menos de 30.000 kilómetros de ferrocarril existentes en 1850 se pasa a una red diez veces superior en la I Guerra Mundial. El ferrocarril fue, además, uno de los grandes agentes de la era industrial por su influencia en la formación de mercados nacionales y en la delimitación de espacios económicos integrados, así como en el fortalecimiento de los propios estados nacionales. La primacía de los transportes terrestres, hasta la aparición del automóvil, le corresponde al ferrocarril. Pero la navegación experimenta a su vez un gran impulso. Por una parte, la navegación fluvial, dado que a partir de 1880 se retorna de nuevo a la “manía de los canales”. Cursos fluviales como el Danubio, Rin, Elba, Volga o Sena, con sus derivaciones a través de canales, constituyen potentes rutas de transporte. La cuarta parte del comercio de Alemania en 1905 se efectuaba por esta vía. Por otra parte, la navegación marítima fue el sector que experimentó mayores transformaciones durante la segunda mitad del XIX. Los viejos clipper de vela, aunque mantienen su vigencia, son progresivamente sustituidos por el barco de vapor, primero con ruedas de paleta y luego con hélice, a la vez que se construyen barcos de mayor tonelaje. Son los famosos steamers o paquebotes, para mercancías y pasajeros entre Europa y el resto del mundo. La apertura del canal de Suez, en 1869, allanó también dificultades entre Europa y el Extremo Oriente, al reducir a la mitad la duración de la ruta. Los grandes océanos, que desde los descubrimientos del siglo XV se iban haciendo cada vez más familiares, ejercen papel decisivo en la integración entre Europa y las “nuevas Europas” ultramarinas. LOS CAMBIOS SOCIALES Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN La libertad de expresión, no sólo de palabra sino de imprenta, fue uno de los principales logros de la revolución liberal, plasmado en todas las constituciones liberales, que incluían generalmente un párrafo sobre la necesidad de evitar las trabas a su ejercicio. A final de siglo, el control de la información había dejado de estar en manos de un pequeño grupo de privilegiados; los periódicos de masas ocuparon un lugar muy destacado en el panorama de casi todas las naciones europeas, actuando como vehículo de movimientos políticos, sociales e ideológicos y como cauce de información de los avances científicos o de cualquier manifestación religiosa, cultural o artística. El reconocimiento del sufragio universal (masculino) se fue generalizando desde finales del siglo en todos los países europeos y su implantación trajo consigo el fortalecimiento de los partidos de masas y su importancia en la vida política. Los avances en medios de transporte como ferrocarril, barco y telégrafo facilitaron la recepción de las noticias y la difusión de la prensa. Los diferentes inventos permitieron incrementar la producción; las nuevas rotativas y la utilización de rollos de papel continuo permitiendo imprimir más ejemplares, abaratando los costes para llegar a un público mucho más amplio; a partir de mediados de siglo se crearon las primeras agencias de noticias y de publicidad. Las nuevas técnicas utilizadas para reproducir grabados permitieron incluir ilustraciones y dieron lugar a un nuevo tipo de prensa, dedicada sólo al entretenimiento, con gran aceptación. Un nuevo tipo de prensa destinado al consumo de masas se vendía a bajo precio, abandonaba antiguas fórmulas y tenía un formato atractivo, producida por grandes empresas con tiradas enormes y mucha publicidad, llegaba a un gran número de lectores y su aceptación la acabó convirtiendo en instrumento de gran influencia, que permitiría manipulaciones de todo tipo. La “prensa amarilla”, que es como se denominó a este periodismo sensacionalista, se caracterizaba por presentar y privilegiar noticias escabrosas y catastrofistas, enredos políticos y escándalos. EL PROTAGONISMO DE LAS GRANDES CIUDADES La ciudad que existía antes de la Revolución Industrial frecuentemente estaba rodeada de murallas defensivas o muros fiscales. Lo que hoy conocemos como cascos antiguos. El crecimiento de la población fue rápido. La escasez de suelo hizo que aumentara el número de personas por vivienda y el número de viviendas por edificio; aparecieron las casas de corredor, con deplorables condiciones higiénicas; se eliminaron los espacios abiertos, tales como huertas y jardines. Agotadas las posibilidades del recinto antiguo, aparecieron los ensanches, concebidos y planificados para la burguesía y las clases medias, que ocupaban de forma planificada los terrenos situados extramuros con el consiguiente derribo de las murallas. También fueron remodelados los espacios interiores con el trazado de nuevas vías de mayor anchura y el derribo de viviendas, generalmente de ínfima calidad, sustituyéndolas por edificios modernos y suntuosos. En los extrarradios, dado su mayor alejamiento de los cascos antiguos, los precios eran más bajos y la ocupación más rápida por clases populares y obreras alrededor de las industrias que se habían establecido en ellos. Hacinamiento, insalubridad, marginalidad, deshumanización, etc. tuberculosis, tifus y cólera eran azotes que ponían en peligro a todos los pobladores, incluidos los de las clases pudientes. Lo novedoso era que el progreso había alcanzado un nivel de conocimientos técnicos capaces de encontrar nuevas soluciones. LA IGLESIA CATÓLICA Y EL MUNDO MODERNO La Iglesia católica mantuvo muchos frentes abiertos durante el siglo XIX, en correspondencia con su múltiple papel como propietaria de grandes extensiones territoriales en muchos países, liderazgo en la enseñanza y monopolio en la interpretación de textos sagrados y en la extensión de dichos textos a materias no religiosas. Desafiando su poder y autoridad surgieron y se extendieron de modo imparable nuevos enfoques. En política y economía se fueron imponiendo las doctrinas del liberalismo y del socialismo, los nuevos poderes nacionales confiscaron y vendieron propiedades eclesiásticas. Las disciplinas científicas y la filosofía positivista desplazaron a la escolástica y propusieron y justificaron nuevas explicaciones del universo, del origen del hombre e incluso la historia comenzó a utilizar el método científico. LA BANCA S XIX. La unión entre industrias y bancos: Entre 1850 y 1914 El desarrollo tecnológico posibilitó un gran aumento de la producción industrial. La expansión del ferrocarril originó el crecimiento de industrias complementarias como las del hierro, el carbón y el acero. Desde finales siglo crecieron también las industrias químicas y eléctricas. Ante este crecimiento económico, los bancos ampliaron sus actividades. Otorgaron gran cantidad de préstamos o créditos a largo plazo y, en muchos casos, los mismos bancos invirtieron capitales en las industrias. Frecuente unión entre industrias y bancos. En Francia el Credit Lyonnais. En Alemania, el Deustche Bank. El desarrollo de la industria y las grandes inversiones que ello acarreaba, entrañaron la búsqueda de capitales. Por este motivo, se desarrolló el crédito y una poderosa organización bancaria: bancos de negocios, nuevos bancos de depósito, que recibían el dinero producto del ahorro de muchísima gente. Patrón metálico de la moneda: la cantidad de dinero que se acuña está limitada por un patrón de un metal precioso, generalmente oro, y por sus reservas. Hay una tendencia a la devaluación y a la quiebra porque hay más emisión de papel moneda que reserva del metal precioso. Entonces empieza a intervenir el Estado y quitar el monopolio a los bancos. El pionero de la regulación bancaria fue Peel en Inglaterra y su ley de Peel en 1844, que exigía a los bancos una reserva de un 100% en oro para el papel moneda que emitiera y da un ligero control a los Bancos centrales sobre otros bancos. La Reserva Federal de EEUU se crea en 1913. Los bancos no dejan de hacer negocio con el dinero sino que el negocio se transforma. Desarrollan un negocio de depósito de particulares y prestan dinero, lo que aumenta la masa monetaria. Los depósitos a la vista no tienen fecha de caducidad lo que permite más préstamos y eso facilita el crecimiento económico pero también se producen quiebras en los bancos. LA EXPANSIÓN DEMOGRÁFICA La población mundial experimentó un importante crecimiento durante el siglo XIX. Además, este incremento de la población tuvo lugar sobre todo en el mundo occidental. Europa tuvo en el siglo XIX su época demográfica dorada, al ser la región del planeta pionera en llevar a cabo una verdadera transición demográfica. En el continente europeo los 200 millones de habitantes suponían un 20,4% del total mundial. El continente experimenta una pequeña explosión demográfica. La geografía de este aumento de la población no es, sin embargo, uniforme. Resulta especialmente débil en países como Francia, moderado en la Europa mediterránea (Italia y España duplican) y mucho más elevado en la Europa del norte, en la que algunos países, como Dinamarca o Gran Bretaña, triplican su población. Teniendo en cuenta la elevada emigración de Europa a América (alrededor de 30 millones de personas entre 1870 y 1914), resulta evidente el dinamismo demográfico europeo que acompaña a su proceso de industrialización, exportándolo incluso a la otra orilla del Atlántico. La población europea experimenta el tránsito hacia un ciclo demográfico moderno. La población en las épocas preindustriales tendía a mantenerse estable, pese a las altas tasas de natalidad, por efecto de las crisis de subsistencia, hambrunas y epidemias, que provocaban mortalidades catastróficas, una elevada mortalidad infantil (en algunas épocas, la mitad de los nacidos morían antes de cumplir un año) y una corta esperanza de vida. Éste era el comportamiento más frecuente de la mayor parte de las poblaciones del planeta en la época preindustrial. La ruptura de esta situación se produce por primera vez en la historia en Europa y ello le concedió a este continente una notable ventaja en su tránsito hacia la modernidad. La transición cara a un sistema demográfico moderno se basa en dos supuestos. En el mantenimiento, durante algunas décadas, de una elevada tasa de natalidad y en la reducción drástica de las tasas de mortalidad. En las primeras fases, se reduce la de carácter catastrófica y, más tarde, la infantil. El descenso de la mortalidad en s XVIII está en relación con una mejor alimentación, fruto de las primeras fases de la revolución agrícola y de la introducción de nuevos cultivos (el maíz y la patata), que permite suprimir el azote del hambre, salvo casos aislados; y, de forma paralela, con notables avances en el campo de la medicina, con el descubrimiento de vacunas como la de la viruela. Estos avances médicos actuaron como medidas preventivas de enfermedades endémicas a la vez que fomentaron algunos procedimientos terapéuticos de mayor asepsia (esterilización, desinfección, etc.). Al propio tiempo, se producen avances en el campo de la higiene gracias al creciente grado de urbanización, la mayor facilidad para los transportes y un mejor cuidado del cuerpo, así como la extensión de sistemas hospitalarios sustitutivos de las viejas “casas de misericordia”. Estos avances fueron lentos. La combinación de ambas variables es lo que ha permitido el gran incremento demográfico europeo del XIX, y la modificación de la estructura de la población: mayor esperanza de vida y tendencia al envejecimiento. Un segundo rasgo importante es la consolidación de un modelo familiar europeo, que constituye una característica diferencial de la Europa que protagoniza el proceso de industrialización más dinámico. Este modelo consiste en el predominio de la familia “nuclear”, compuesta únicamente por los padres con sus hijos, que sustituye a la familia “extensa”, en la que varios matrimonios pueden convivir bajo el mismo techo. Y consiste, en segundo lugar, en que la llegada de los jóvenes al matrimonio se produce en edad tardía, en torno a los veinticinco-treinta años. Esto supone un control indirecto de la fecundidad, lo que se refuerza con la existencia de una alta proporción de célibes. Las consecuencias que esta estructura familiar tuvo en la configuración de una sociedad industrial son muy profundas y son todavía perceptibles en la actualidad. Entre ellas, cabe destacar en especial la existencia de una gran reserva de fuerza de trabajo, incluida la femenina, dispuesta a la movilidad, la especialización y la ocupación en el trabajo artesanal e industrial. La industrialización provocó un desplazamiento de la población desde las actividades agrícolas hacia las propias del sector manufacturero, siendo este proceso especialmente intenso en los países europeos occidentales. Además, tuvo lugar el abandono definitivo de los campos europeos por parte de millones de campesinos en dirección a los países americanos o a las concentraciones urbanas europeas, que experimentan desde fines del XIX una nueva fase expansiva. Este abandono del campo fue un proceso lento y gradual, más intenso en la Europa nórdica que en la mediterránea. Crecimiento de las tareas administrativas, comienzos de una sociedad de consumo de masas y de la incipiente incorporación de la mujer al mercado laboral: una cuarta parte de la población femenina europea trabajaba fuera de casa hacia 1914. La terciarización de la economía es más intensa en los países de las “nuevas Europas” que en Europa. En Estados Unidos, Canadá o Argentina, el predominio del sector terciario sobre el primario o secundario se produce hacia 1900, el tránsito de una sociedad agraria a una de servicios. En los países europeos y en Japón, en cambio, el peso del sector industrial hasta los años 70 del s XX no fue superado por el de servicios. EL “ENSANCHE” DE LAS CIUDADES El desplazamiento de la población rural hacia las ciudades es una consecuencia de las reformas agrarias, de la mejora de las vías de comunicación y de la ampliación de los establecimientos industriales que, por lo general, tendieron a ubicarse en las ciudades. Tuvo lugar así un importante éxodo rural que provocó un descenso notable de la población activa en el sector agrario, en beneficio del industrial y de los servicios. Crecimiento de las ciudades europeas y americanas durante todo el siglo XIX. Gracias al notable incremento demográfico y a pesar de la emigración masiva, la población urbana europea pasó del 10% al 30% durante el siglo XIX. Sin embargo, la tasa más rápida de urbanización tuvo lugar en Estados Unidos, donde el porcentaje de población urbana pasó de niveles insignificantes en 1800 a más del 40% en 1910. La urbanización no fue un proceso homogéneo. Las divergencias entre países eran asimismo importantes. Inglaterra podía considerarse ya un territorio plenamente urbanizado en la segunda mitad del siglo XIX (62% de población urbana) y con una población industrial que superaba desde 1851 a la ocupada en la agricultura; en cambio, en los países continentales, tan sólo Bélgica, Francia y Alemania se situaban entre un cuarto y un tercio de la población urbanizada. Hay una evidente correlación entre industrialización y urbanización. Una de las razones es la ubicación de los centros fabriles en las propias ciudades. Algunos núcleos urbanos situados en regiones altamente industrializadas crecieron como hongos. Pero la ciudad del XIX no fue sólo un centro fabril. Algunos núcleos urbanos crecieron por su condición de ser grandes puertos o nudos ferroviarios, alojar guarniciones militares o haberse convertido en centros de ocio y turismo. Además, fue muy importante la concentración administrativa que lograron las capitales de los principales estados. Ciudades como Londres, Berlín o Viena se convirtieron en grandes centros industriales y residenciales. Y si cruzamos el Atlántico, los crecimientos de las ciudades son todavía más espectaculares, desde Nueva York hasta Chicago o Cleveland. La afluencia de población a las ciudades propició, en un primer momento, un crecimiento desordenado de las mismas, con la creación de barrios obreros insalubres y contaminados, como los de las ciudades inglesas descritos por Friedrich Engels. Pero a partir de mediados del XIX comenzó un proceso de transformación de los centros urbanos, naciendo así una cultura urbana y una cierta ordenación de su expansión. La planificación, que fue más frecuente y racional en América (Filadelfia, Washington o Nueva York), también fue conocida en Europa a pesar de la importancia que tenían algunas ciudades con estructura medieval. El ensanche de las ciudades conlleva planificar su expansión y dotación de servicios. Los gobiernos deben intervenir en el diseño. Gran parte de las urbes europeas tienen, en esta época, un plan especial de ensanche y de actuación, como Viena, Berlín, Estocolmo o Barcelona. París tiene las instalaciones y servicios necesarios para que una gran ciudad pueda funcionar (alcantarillado, agua, energía, transporte, escuelas, hospitales, etc.) y una nueva red viaria, con el tendido de grandes calles o bulevares. Esto supuso la demolición de barrios enteros, pero también el cambio más drástico al permitir expropiación de terrenos edificables, y la actuación privada, que desembocó muchas veces en la especulación inmobiliaria y en la creación de nuevos barrios y suburbios escasamente dotados. LA MOVILIDAD SOCIAL: DE ESTAMENTOS A CLASES El universo social del mundo occidental del siglo XIX experimentó fuertes transformaciones, que corrieron de forma paralela al proceso de industrialización, urbanización de la población y cambios en las relaciones sociales. Las líneas maestras de la evolución social son de diverso tipo. La primera es la rápida sustitución de la división estamental por la de clases, lo que permite lograr una mayor movilidad social, aspiración central de la burguesía revolucionaria de la primera mitad del siglo. La segunda es la progresiva sustitución de la hegemonía social y cultural ejercida por las aristocracias terratenientes a favor de las burguesías o de los grupos entonces definidos como “clases medias”. Este proceso fue lento. Un tercer aspecto novedoso es la emergencia al primer plano de las clases trabajadoras, industriales y artesanas, pero también agrarias. En conjunto, lo que define el universo social de la Europa del siglo XIX es su permanente mutación, su capacidad para modificar grupos y clases, su constante diversificación interna. Las diferencias de riqueza entre las clases sociales eran muy grandes, pero su percepción social era todavía mayor debido a los hábitos culturales heredados del Antiguo Régimen, que privilegiaban la distinción aristocrática y la separación social. Los ricos en América “prestan mucha atención a no diferenciarse del pueblo”, hablan con él e incluso comparten mesa y mantel en oficinas y fábricas. En cambio en Europa, la distancia entre las clases sociales fue norma que tardó en desaparecer. La sociedad europea es más igualitaria que la americana en la distribución de la riqueza, pero en cambio es mucho mayor su discriminación social. A partir de la industrialización y la revolución liberal se proclama la igualdad jurídica de las personas (Declaración de los derechos del hombre) y las relaciones entre personas y grupos se establecieron progresivamente en torno al concepto de clases sociales, aunque esto no suponga la igualdad económica. La pertenencia a una clase será el fruto de un proceso histórico y no de la atribución estática a la misma. No se “nace” en una clase, sino que se “deviene” miembro de ella. En conjunto, podríamos decir que el universo social del siglo XIX se caracteriza por una secuencia de cambios, pero también de pervivencias. Se desmantelan los corsés heredados del Antiguo Régimen hasta alcanzar a la propia abolición de la servidumbre, pero también permanecen muchos obstáculos para hacer efectiva una movilidad social basada en la capacidad, el trabajo y el talento. La sociedad del siglo XIX se caracteriza, pues, por hallarse en proceso de transición desde las estructuras feudales hasta las burguesas y capitalistas. Los efectos del crecimiento económico propiciado por el proceso industrializador no supusieron una amortiguación de las desigualdades económicas. Un largo debate sobre los niveles de vida de la población, como consecuencia de la industrialización con interpretaciones contrapuestas, dividiéndose entre “optimistas” y “pesimistas”, a la hora de valorar si mejoraron o no las condiciones de trabajo y la remuneración salarial de los trabajadores. Muchos historiadores han insistido en los efectos negativos de la industrialización sobre las clases trabajadoras. Pero también está admitido que a partir de mediados de siglo mejoraron notablemente las condiciones de vida y la capacidad adquisitiva de los obreros europeos. LAS ELITES DOMINANTES La hegemonía social en la Europa del siglo XIX la detentaban dos grandes grupos sociales. Por una parte, la nobleza titulada procedente del Antiguo Régimen y que tiene en la propiedad de la tierra su principal fuente de riqueza. Por otra parte, la burguesía ascendente, que combina su preeminencia en el mundo de los negocios y la industria con su participación en la tenencia de la tierra. Entre la vieja nobleza terrateniente y las grandes fortunas burguesas tuvo lugar, con frecuencia, un proceso de simbiosis, de tal modo que la nobleza acabó penetrando en el ámbito de los negocios y la burguesía luchó por su ennoblecimiento. De hecho, multitud de títulos nobiliarios fueron concedidos por los monarcas europeos durante todo el siglo XIX. Entre nobleza y alta burguesía ocuparon los principales cargos políticos, administrativos o parlamentarios de casi todos los países europeos. Además de esta mutua confluencia, ambos grupos sociales presentan otras características comunes. La más evidente es, sin duda, la de su heterogeneidad, tanto social como territorial. El peso de la nobleza era diferente en Inglaterra y en el continente y, dentro de éste, muy distinto en los países occidentales y los orientales. Cuanto más se desplaza hacia oriente, mayor fortaleza tiene la nobleza, tanto económica como políticamente. Diversidad territorial que también es patente en el caso de la burguesía, cuya hegemonía es evidente en Francia, pero menos en Alemania y en los países mediterráneos. Sin embargo la permanencia de la nobleza no es sinónimo de atraso económico. Al contrario, en las dos economías más evolucionadas en el siglo XIX, como son el Reino Unido y Alemania, la nobleza logró mantener una gran influencia económica, social y política. A pesar de las reformas agrarias realizadas en la primera mitad del siglo XIX, las capas nobiliarias consiguieron retener gran parte de sus ingresos y rentas de origen territorial a cambio de perder sus privilegios sobre las personas (señoríos y jurisdicciones). Además, fue la nobleza el principal vivero para el reclutamiento de los dirigentes de la administración y la oficialidad del ejército y la marina. Su prestigio les facilitó asimismo la participación activa en el control de la vida política, a través de las cámaras altas, generalmente no electivas. La heterogeneidad de las noblezas europeas es muy fuerte. No es sólo de carácter territorial, sino que existen grandes diferencias en el seno del grupo nobiliar. Además de la alta nobleza, existían otros sectores igualmente nobiliarios, frecuentemente poblados por los nuevos títulos concedidos en el XIX por las monarquías europeas. Pertenecen a estos peldaños más bajos de la pirámide aristocrática la gentry inglesa o una extensa nobleza local muy arraigada en el Imperio de los Habsburgo, en los países mediterráneos y entre los notables rurales franceses, los coq de village. Unos y otros tenían una cierta homogeneidad cultural. Pues era en sus gustos refinados, propios de una “sociedad de corte”, en sus comportamientos sociales y en su educación donde la nobleza europea presentaba uniformidad. Era este substrato cultural lo que mejor la definía y lo que más perduró en el tiempo. La heterogeneidad de la burguesía es, sin duda, mayor que la de la nobleza. Su condición de grupo en ascenso en el seno de las sociedades industrializadas le confería una gran capacidad de adaptación a realidades bien distintas; pero la diversidad de campos en los que hubo de actuar impide una definición tan homogénea como la que tenía la nobleza en virtud de sus títulos, de su prestigio social y de los honores que le eran atribuidos. De la burguesía forman parte los empresarios, comerciantes y banqueros, pero también los profesionales liberales o los altos cargos de las incipientes administraciones estatales. Bajo la denominación de burguesía se esconden realidades bien distintas, que dificultan tanto su consideración de una clase social estricta como la catalogación de estamento. La burguesía decimonónica se halla muy alejada del patriciado urbano forjado en la Europa medieval y moderna. En aquella situación, la unión entre ciudad y su entorno territorial era muy fuerte, de modo que este patriciado ocupaba en la ciudad una posición análoga a la de la nobleza. La modernización económica y los cambios políticos que trajo la “doble revolución” de fines del XVIII propiciaron una transformación del papel de la burguesía y la configuración de diferentes grupos sociales, que pueden englobarse bajo la denominación de burguesía, pero que presentan características internas bastante diferentes. Como sucede con otros grupos o clases sociales, también la burguesía se define mejor por los rasgos que la separan de la nobleza, del campesinado o de los artesanos urbanos que por sus elementos comunes. Actitudes comunes de la burguesía fueron su tendencia a fusionarse con las elites nobiliarias y su obsesión por distinguirse de las clases trabajadoras, rurales o urbanas. Además, a través de la elaboración de una cultura basada en el papel de la familia y en la fuerza de la vida privada, la burguesía logró forjar una cierta identidad, análoga a la nobiliar, pero más urbana. Podemos distinguir varios grupos. En primer lugar, la alta burguesía de los negocios industriales, financieros o comerciales. Las principales dinastías europeas de la banca, la industria pesada o las comunicaciones forman parte de este núcleo. A ella se debe agregar la burguesía agraria. En segundo lugar, la clase media: comerciantes, artesanos y notables rurales. Las clases medias, que también se confunden con la pequeña burguesía, constituyen la columna vertebral del sistema político liberal. UN CONTINENTE DE CAMPESINOS A pesar de la industrialización y del éxodo rural hacia las ciudades o hacia América, la Europa del siglo XIX continuó siendo un continente de campesinos. La condición de campesino no venía determinada sólo por la ocupación en la actividad agraria, sino también por su estilo de vida. Las formas de vida comunitarias, vigentes en aldeas y pueblos, configuraban una sociedad rural en la que sus enormes diferencias internas se podían atenuar gracias a estas defensas comunitarias. La situación del campesinado es, asimismo, muy diversa en el continente europeo. En Occidente se va convirtiendo progresivamente en agricultor, gracias a su condición de propietario cultivador directo o en régimen de gran arriendo. Pero también se mantienen amplias áreas de campesinado sin tierras o bajo fórmulas de cesión de la tierra de carácter precario. La consolidación del campesino europeo como pequeño propietario será un proceso posterior a la crisis de finales del XIX. Por su parte, el campesino de la Europa oriental permaneció bajo el régimen de servidumbre hasta mediados del XIX, que es cuando se produce la abolición de la misma (1848, en el Imperio austrohúngaro y 1861, en el Imperio ruso). Los decretos de emancipación no abrieron el camino hacia una redistribución de la tierra, pero constituyeron un hecho decisivo mediante el reconocimiento de la igualdad jurídica de millones de campesinos. La emancipación campesina fue el “último gran triunfo” de la monarquía sobre la nobleza. Por otra parte, desde fines del siglo XIX, amplias capas de propietarios no cultivadores directos (rentistas y absentistas) son desplazadas de la estructura agraria, al hacerse inviable una agricultura europea que, frente a la americana, debía destinar una parte importante de su producción a pagar los derechos de propiedad. De forma complementaria, masas de pequeños cultivadores se convierten en pequeños propietarios y en protagonistas de movimientos cooperativos o sindicalistas de ámbito rural. DE ARTESANOS A OBREROS El contrapunto a las burguesías fue la configuración de una variada gama de trabajadores, urbanos, industriales o de servicios, que tendieron a ser clasificados como proletariado o como “clases trabajadoras” y “peligrosas”. Gran parte de la población europea del XIX (cerca de la mitad) se agrupaba bajo este grupo de trabajadores que sólo disponían de su fuerza de trabajo para subsistir y mantener a su familia (o prole). Su denominador común es la condición de ser asalariados, pero su diversidad interna es tanta o más que la vista en otros grupos sociales. En la clase obrera están los trabajadores de la gran industria fabril (textil, siderúrgica o minera), los trabajadores a domicilio, los criados del servicio doméstico (que eran entre un 15 y un 20% de las poblaciones urbanas), trabajadores eventuales o ambulantes y los trabajadores de oficios que podían confundirse con los viejos artesanos reunidos en gremios. Aunque la ocupación en la industria ha sido más fuerte en la economía europea que en ninguna otra región del mundo, durante el siglo XIX la ocupación laboral en las fábricas era un hecho minoritario. Hacia 1900, el número de los artesanos suponía todavía un tercio del total de trabajadores en el sector industrial. El trabajador de oficio se mantuvo y ello explica buena parte de la historia del sindicalismo europeo, que en sus orígenes es, sobre todo, agrupación por oficios. Sólo una tendencia fue clara: el progresivo avance del trabajo asalariado, fruto de la reglamentación (abolición de gremios) y de la consolidación de la economía capitalista de mercado. Incluso los trabajadores a domicilio, a pesar de disponer de algunos medios de producción propios, eran fundamentalmente asalariados. Esta variada gama de ocupaciones admitía también varias diferencias de nivel, provocadas por una movilidad social. En esta movilidad influían razones de carácter étnico o religioso. Las peores ocupaciones se fueron adjudicando a los inmigrantes. Poco a poco se fue formando un grupo de trabajadores cualificados que acabaron por constituir la aristocracia obrera, dada su capacidad de mejora de sus niveles salariales y de incorporarse a tareas propias del sector servicios (gestión, administración pública); frente a ella, siguieron existiendo muchas formas de explotación del trabajador, como en el caso de las mujeres y los niños, cuyos salarios eran mucho más bajos que los de los hombres (en torno a la mitad). CULTURA Y CAPITAL HUMANO Las transformaciones económicas, sociales y políticas que experimentó Europa (y países de otros continentes con influencia europea) en el siglo XIX estuvieron acompañadas de profundas mutaciones de carácter cultural. El modo de entender el mundo circundante, las formas de la vida cotidiana, los espacios de sociabilidad, las ideas literarias y artísticas o los conocimientos científicos suponen también en el siglo XIX una ruptura clara con la sociedad del Antiguo Régimen. Fue una etapa de cambio, de mutación desde un mundo pequeño, aristocrático y rural a un mundo más abierto, urbano, burgués y trabajador. Estos cambios reflejan la nueva sensibilidad cultural acuñada por la burguesía y las clases medias profesionales, los marcos de sociabilidad donde se tejen las relaciones sociales y se pone de manifiesto el “ritmo cambiante de la vida”. Las tendencias culturales en el ámbito literario y artístico, van del romanticismo al positivismo que entra en crisis a fines del XIX. También el Ochocientos fue un siglo de mutación de la ciencia, tanto en su organización como en su aplicación al desarrollo económico y a la sustitución progresiva de la explicación religiosa del mundo por otra más racional; el darwinismo, por ejemplo, marcó una línea divisoria del pensamiento dominante de un siglo. Pero además de las relaciones y las ideas, dos grandes transformaciones sociales y culturales tienen lugar en este periodo. De un lado, un incremento del papel de la educación, fundamento indispensable para la formación de un capital humano que debe pilotar el proceso de modernización que caracteriza el siglo XIX, que al propio tiempo se torna un instrumento útil para lograr la cohesión de la población en torno a los estados nacionales o, lo que es lo mismo, la nacionalización de las masas. Y, de otro lado, la progresiva aunque limitada secularización de la sociedad, con cambios importantes en el papel de las Iglesias y una profundización del proceso de “descristianización” que había comenzado ya en el siglo XVIII en algunas regiones europeas.