Misterio de La Patria
Misterio de La Patria
Misterio de La Patria
Misterio
de la
Patria
MIGUEL CRUZ
con una Meditación sobre la Patria de
fray Mario José Petit de Murat
SAN MIGUEL DE TUCUMÁN
AL LECTOR
Concluimos con este “Misterio de la Patria”, una serie
que comenzamos con “Misterio del Amor y fue
proseguida por “Misterio de la Amistad”.
Esta vez, para hacernos acompañar por el Padre Petit de
Murat, hemos incluido unas reflexiones suyas, a las que
hemos titulado “Meditación sobre la Patria”.
Sólo nos resta agradecer a quienes, con espléndida
generosidad, han hecho posible la edición de este libro,
y se han negado, con otro gesto de nobleza, a que se
publicitase aquí nombre alguno.
Así nos pasa a nosotros hoy en día, frente a esta
inmensa realidad que es la patria.
Nos falta el órgano de percepción, no para elefantes,
sino para la mismísima patria.
Carecemos, ya no de luz, sino de vista, porque las
tinieblas han llegado a inundar de Iodo nuestros propios
ojos.
Si es verdad que los poetas, sin saberlo, saben de
muchas cosas, no hay mayor clamor sobre esta miseria
argentina, que el de Leopoldo Lugones cuando estampó
el conocido verso final de una de sus “Odas Seculares”,
invocando
Ojos mejores para ver la Patria.
Los ojos de una sabiduría perdida que debemos
rescatar.
*
Proponemos esta tarea a la juventud.
CULTIVAR LA PATRIA
1. LA PATRIA EN LOS PADRES Y EN LA
AMISTAD.
Tengamos bien en cuenta que para el hombre antiguo,
por estar en una relación más real con las cosas, la
patria jamás podía llegar a ser una ideología.
Era la patria por el contrario, algo muy concreto y real;
ya hecha, y a la vez haciéndose en el añejar de la sangre
y el fecundar de la tierra.
Sangre y tierra que entonces, como ahora, no se elegían,
es verdad, pero a las cuales uno sólo tenía derecho a
pertenecer, en la medida de intensidad con que las
consentía y honraba.
(Por eso es que para nosotros, el inmigrante sincero,
nunca llegó a ser un argentino de segunda categoría.
Porque se entendía que el que venía de afuera para
quedarse, no “elegía” sino se adoptaba a la patria, acep-
tando consentirla y honrarla. Y el que dude de esto,
piense en la estatura criolla de un irlandés como el
marino Guillermo Brown).
Estamos hablando entonces de patriotismo, y para ir
despacio por el tema, nada mejor que agarrarnos de la
mano del Padre Leonardo Castellani, que en nuestra
juventud, nos iba enseñando estas cosas así:
“El patriotismo instintivo, que es el núcleo o raíz de
todos los otros, es el apego a las imágenes que nos son
familiares y que han teñido desde la infancia nuestra
vida afectiva; el cual en los animales se llama 'que-
rencia’, engendra la ’añoranza’ y es natural en el hom-
bre, si algotro no lo impide: es natural, no es ni bueno
21
ni malo en sí mismo. Lo instintivo en el hombre es
indeterminado y puede volverse moralmente bueno o
malo, según seTALLER
ordene o no se ordene
CULTURAL por la razón”.
DEL NORTE
Hemos llegado a la médula de la cuestión.
“No ordenado por la razón, este ‘apego’ natural se
vuelve vicioso”, señalaba Castellani: es el caso del
patrioterismo.
Agreguemos que, en una razón ya no desordenada sino
desquiciada, es posible hacer desvariar hasta lo
instintivo, y por lo tanto darse otro desvío, el del
apátrida. Una aberración muy poco señalada y jamás
reprobada por quienes sólo se empeñan en subrayar
las muecas del patriotero.
El patriotismo sale de lo instintivo cuando es asumido
por la razón, y se vuelve virtud, ordenado por la recta
razón.
Y así nos venimos a encontrar con uno de los errores
que más empañan estos nuestros ojos: el patriotismo
no es un sentimiento, sino una virtud. Una virtud
gozosa a veces, que puede poner en júbilo nuestros
afectos; pero una virtud siempre, jamás un mero afecto
sentimental y conmovido.
¿Qué virtud es ésta, y en qué consiste?
Para saberlo, hay que remontar, más atrás y más
arribas las fuentes de la sabiduría; hasta encontrarnos
con Santo Tomás de Aquino, y preguntárselo a él.
*
Enseñaban los sabios antiguos, que la virtud de la
justicia consistía en el ánimo firme de darle a cada uno
lo que le corresponde como suyo y le debemos.
Pero señalaban también que hay casos en que una
deuda, aunque estrictamente rigurosa, se nos hace des-
igual; estamos obligadísimos a pagarla, pero nos exce-
de, y nunca podremos saldarla. Ponían el ejemplo de
22
padres y de hijos; un hijo jamás podrá acabar de de-
volver a sus padres lo que les debe (¡le han dado la
vida!) y sin embargo se deberá a ellos todos los días, ya
vivos, ya aun cuando estén muertos.
Pues bien; igual cosa ocurre con Dios y con la patria.
Para con Dios, nos obliga la virtud de la religión, que
nos lleva a darle el culto debido.
Para con los padres y la patria —atender bien—- la
virtud de la “pietas”, que nos hace honrarlos jus-
tamente.
A propósito hemos llamado a esta última virtud con el
nombre de “pietas” que la conocieron los romanos, en
ver de traducirla demasiado simplemente por “piedad”.
Nosotros hoy sólo entendemos por piedad, en el mejor
de los casos, una devoción a las cosas santas, inspirada
por el amor a Dios, o tener actitudes de compasión
humana nacidas del amor al prójimo: ser “piadoso”, o
“apiadarse”. El mismo Diccionario de la Lengua
Española, no va más allá.
La explicación está en que si la “pietas” es una virtud
de cumplimiento para con los padres —y la patria—,
bien se pudo aplicar por extensión para nuestras
relaciones con Dios, que, al fin y al cabo, es Padre de
nosotros de un modo eminente.
A causa de esta aparente superposición, es que vamos a
conservar aquí el uso de la palabra “pietas” al hablar de
nuestro tema, para de paso meternos en la boca y
saborear un poco, nuestras viejos palabras latinas
madres.
Vayamos, ahora sí, a las tersas y limpias líneas escritas
por Santo Tomás, con quien nos habíamos citado.
Dicen así:
“Después de Dios, los padres y la patria son también
principios de nuestro ser y gobierno, pues de ellos y en
23
ella hemos nacido y nos hemos criado.
Por lo tanto, después de Dios, a los padres y a la patria
es a quienes más debemos.
TALLER CULTURAL DEL NORTE
Y como a la religión toca dar culto a Dios, así en un
grado inferior, a la pietas pertenece rendir un culto a los
padres y a la patria.
En este culto de los padres se incluye el de todos los
consanguíneos, pues que son consanguíneos precisa-
mente por proceder todos de unos mismos padres /. . . /.
Y en el culto de la patria se incluye el de los con-
ciudadanos y de los amigos de la patria.
Por lo tanto, a éstos principalmente se refiere la virtud
de la pietas”.
Vamos a conversar sobre algunas de las luces de estas
líneas.
Notemos ante todo, que hay un orden de prioridad y
dignidad en estos deberes de amor. Estamos obligados
primero a Dios, luego a los padres, y tras ellos a la
patria porque, como enseña Santo Tomás, de los padres
recibimos la patria.
Hay por eso una estrecha relación entre la "pietas” por
los padres y por la patria.
De aquí, es que podemos hacer extensivos los deberes
para con los padres que nos pide el cuarto mandamiento
de Dios en el Decálogo, a lo que espera Dios de
nosotros para con la patria.
El cuarto mandamiento está inscripto en el libro del
Exodo, de la Biblia, y otra vez en el libro del Deu-
teronomío, que dice así:
“Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu
Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga
vida y seas feliz en la tierra que el Señor, tu Dios, te
da”.
Aquí está, patente, el lazo oscuro y profundo, con que la
24
virtud de la "pietas” une la honra a la patria en los
padres, y la honra a los padres en la patria.
Algo del misterio de la patria.
Ante todo, hay que saber qué quiere decir "honrar” a
los padres, y por qué se pide esto, y no cualquier otra
actitud menos solemne, como pensaríamos hoy que
vivimos en las superficies y en la egoísta dureza del
sentimentalismo.
Para esto, basta con ir a cualquier buen catecismo, y por
eso nosotros abrimos nuestro Catecismo Romano, el
que nos enseña qué se ha de entender por "honrar”,
diciendo así:
“No es otra cosa que sentir bien de uno, y apreciar
mucho todas sus cosas. Y esta voz honra lleva consigo
todo esto: amor, respeto, obediencia y veneración.
Pero sabiamente se puso en la ley, la palabra honra, y
no la de amor o temor, aunque los padres deben ser
muy amados y temidos.
Porque el que ama, no siempre respeta y venera, y el
que teme no siempre ama; pero el que de veras honra a
uno, lo ama y lo reverencia”.
Pero lo que realmente extraña de este cuarto man-
damiento en la Biblia, es la promesa que trae para los
que honren a los padres, y que le hizo notar a San
Pablo en una de sus cartas, que “el primer
mandamiento que contiene una promesa es éste
Cumplir lo mandado por Dios,
29
TALLER CULTURAL DEL NORTE
2. LA PATRIA COMO TAREA DE AYER, HOY, Y
MAÑANA.
Al mismo tiempo que nuestros padres nos convocan a la
vida, venimos a una patria, a nuestra patria, que es
como la cuna desde donde habremos de crecer.
Y junto a esa cuna, ya tenemos con nosotros un
patrimonio de Verdad, de Bien, y de Belleza.
De Verdad, porque de ella y en ella recibimos las
certidumbres sobre el orden sobrenatural y natural que
en esa patria se posean, cuiden y transmitan.
De Bien, por la justicia y las demás virtudes que se
hayan ido conquistando y puliendo a través de ge-
neraciones y generaciones.
Y de Belleza, por todo el gozo en la hermosura
de esa Verdad y ese Bien que la patria haya atesorado.
Esto es lo permanente de la patria, que se nos da no
como regalo, sino como herencia. Una herencia donde
van mezcladas, cierto, también mentiras, corrupciones y
fealdades. Pero herencia al fin, que no tenemos derecho
a rechazar como un obsequio defectuoso, porque no es
un obsequio. Si lo haríamos, seríamos unos des-
heredados, y quien rechaza los bienes de sus padres, su
misma sangre rechaza.
De aquí surge la tarea con la patria; la patria como
tarea.
Un pedazo de tiempo y tierra y gente; el cuándo, y
dónde, y con quiénes, Dios nos puso para el trabajo de
cultivar a la patria.
Crecer y hacer crecer allí toda Verdad, todo Bien, y
toda Belleza, dilatando lo perdurable; y arrancando día
a día, como mala hierba, miserias que nunca dejarán de
volver a crecer, amenazando siempre nuestros cultivos.
Nunca nadie recibió o recibirá al nacer, una patria ya
hecha. Hasta el primer hombre debía trabajar el jardín
de Edén. La patria, como toda cosa viva, está
haciéndose y corre el peligro de deshacerse, incesante-
mente. TALLER CULTURAL DEL NORTE
Por esto es que fray Petit de Murat, teólogo de una
magnífica docencia tucumana, nos decía:
“La patria no es un don gratuito ni regalado.
Nunca lo repetiremos bastante: no existe concepto más
intensamente dinámico que el de la patria.
A la patria se la posee en la medida en que se la esté
haciendo”.
No hay reposo en ninguna posesión definitiva, porque
eso en esta vida sólo se da como ilusión con los
despojos de una cosa muerta, de un objeto, y la patria
—insistimos— es una cosa toda viva, toda en movi-
miento.
Cuando un hombre o un pueblo no piensa así de la
patria, acarrea para él la ruina de perderlo todo y de
perderse.
También esto lo recibimos un día de la sabiduría de fray
Petit de Murat:
“Lo vemos en los pueblos, lo vemos en las personas:
basta que pensemos —atiéndanme bien esta paradoja,
que creo que es la paradoja última, final del hombre—
basta que pensemos que poseemos una cosa, para que
la hayamos perdido.
Tengo que estar alcanzando todos los días las cosas
que poseo, todos tos días”.
Si llegamos a quebrar la tensa estatura con que —por
Dios— merecemos poseer las cosas para cultivarlas,
perderemos irremediablemente esas mismas cosas.
Así la patria.
*
Toda esta tarea, no lo olvidemos, se va desgranando en
el tiempo.
Y en esto, el joven ha de reaprender que su presente, el
que le toca vivir para la patria, no viene simplemente
detrás y luego del de sus padres, y antes del de sus
hijos.
Para explicarnos de modo adecuado, vamos a recurrir al
pensamiento de un tucumano que vivió y enseñó aquí a
comienzos del siglo, y que fue Alberto Rouges. Tay vez
haya sido, en su sencilla humildad, el único filósofo de
pensamiento original en América (”filósofo de la
prioridad del espíritu”, lo llamaba nuestro amigo
Agustín Pablo Pestalardo).
Rougés entendía que no podemos aplicar las nociones
de tiempo que rigen para el mundo material, a las
realidades espirituales.
En el orden de las cosas del espíritu, el pasado no pasa,
ni ha muerto ayer; y el futuro no viene recién mañana,
ya existe hoy, como semilla viva.
El presente, nuestro hoy, no es otra cosa que el
escenario donde se desenvuelve y juega un dramático
diálogo y una no menos dramática interacción, entre el
pasado y el futuro.
Todo futuro depende de lo que ha sido el pasado y lo
que sea el presente; y todo ayer nunca es algo irre-
vocablemente dado, sino que pende necesariamente del
sentido que tome en el presente y el futuro.
Pasado y futuro, están presentes en nuestro presente,
como está en nosotros nuestra sangre, viva en su calor y
su latido, llevando en ella el calor y el latir de nuestros
padres que han sido, y el de nuestros hijos que serán.
Detrás de todo esto, hay ciertamente una reflexión
magistral del San Agustín de las “Confesiones”, cuando
dice;
“Lo que ahora es claro y manifiesto es que no existen
los pasados y los futuros, ni se puede decir con pro-
piedad que son tres los tiempos: pasado, presente y
futuro: sino que tal vez sería más propio decir que tos
tiempos son TALLER
tres: presente de NORTE
CULTURAL DEL las cosas pasadas,
presente de las cosas presentes y presente de las
futuras. Porque éstas son tres cosas que existen de
algún modo en el alma, y fuera de ella yo no veo que
existan: presente de las cosas pasadas —la memoria—,
presente de las cosas presentes —la visión—, y
presente de las cosas futuras —la expectación”—.
En el presente de la patria, ni su pasado que es historia
ha caducado, ni su futuro que es destino aún no ha
llegado.
Así, como a un árbol vivo, nutriéndose de las raíces
ayer ya enterradas, hoy ascendiendo en su savia hasta
los vástagos y el presente anticipo de mañana en las
semillas de los frutos, así, ha de cultivar la juventud a la
patria.
Y esta es la conciencia que hay que tener para el tiempo
de la patria, para la vida de la patria.