Hume
Hume
Hume
* "Si, convencidos de estos principios, pasamos revista a las bibliotecas, ¿qué estragos será
necesario que hagamos? Si cogemos, por ejemplo, un volumen de teología o metafísica
escolástica, preguntémonos: ¿es que contiene algún razonamiento abstracto sobre la cantidad o el
número? No. ¿Es que contiene algún razonamiento empírico sobre los hechos y la existencia?
No. Confiadlo entonces a las llamas, ya que no puede contener más que sofistería e ilusión."
* "No pueden existir argumentos demostrativos para probar que esos casos de los que no hemos
tenido experiencia se asemejan a aquellos de los que hemos tenido experiencia".
Descartes proclamó la razón como única fuente de conocimiento seguro. Pues bien, el
empirismo (de la voz griega “empeiría”, experiencia) representa la oposición consciente a ese
racionalismo, aunque tampoco es poco lo que les aproxima.
Con el empirismo, el problema del conocimiento -su origen y validez- pasa a ser el tema
previo e imprescindible antes de comenzar cualquier otra investigación. Las tesis fundamentales
del empirismo podrían resumirse como siguen:
- El origen del conocimiento es la experiencia y nuestra mente es como "una tabla rasa" antes
de tener experiencias.
- Adopción del método científico inductivo (el punto de partida son los datos provenientes del
conocimiento sensible) frente al método deductivo que sedujo a los racionalistas.
- El prototipo de ciencia es la física, referida al mundo, frente al interés por las matemáticas
manifestado por los racionalistas.
- De Dios, como de cualquiera de las sustancias, será imposible conocer su existencia, sólo se
puede creer en ella, frente a la actitud racionalista que convierte a Dios en garantía de nuestro
conocimiento mediante la doctrina de la "veracidad divina".
Nace en Edimburgo en 1711. En 1734 se retira a Francia, donde escribe su primera obra,
Tratado acerca de la naturaleza humana. Tres años más tarde vuelve a Londres a publicarla, pero
el fracaso fue total. En 1752 publica sus Discursos Políticos y crece su fama. Se le pide a la
Iglesia Anglicana que lo excomulgue por sus escritos “subversivos contra la religión y la
moral”. La Iglesia católica le incluye en el índice de los libros prohibidos.
Intenta repetidas veces hacerse con las cátedras de Ética y Lógica en la Universidad, pero
es rechazado “por sus ideas heréticas”. Otras obras importantes son: Investigación sobre los
principios de la moral, Diálogos sobre la religión natural, Investigación sobre el entendimiento
humano, etc.
El racionalismo había afirmado que en nuestro entendimiento había ideas innatas, y que a
partir de éstas se pueden deducir todos nuestros conocimientos de la realidad. Estas ideas las
tenemos sin recurrir a la experiencia. El empirismo se opone al racionalismo, al negar que en
nuestro entendimiento existan las ideas innatas. Para el empirismo todos nuestros conocimientos
proceden de la experiencia. Con anterioridad a la experiencia, nuestro entendimiento es como
una página en blanco donde no hay nada escrito, y es la experiencia la que nos va a proporcionar
el conocimiento.
Mira este folio y cierra a continuación los ojos tratando de imaginarlo. En los dos casos lo
estarás percibiendo (o conociendo), si bien entre ambos existe una notable diferencia: la
percepción del folio es más viva cuando lo vemos que cuando lo recordamos. Hume considera
que las percepciones son los elementos del conocimiento. Pero distingue dos tipos de
percepciones: las impresiones (conocimiento que nos proporcionan los sentidos en el presente) y
las ideas (huellas o representaciones mentales de impresiones que hemos tenido en el pasado).
Por tanto, las ideas provienen de las impresiones, y a toda idea le corresponde una impresión de
la que procede.
El criterio para diferenciar impresiones e ideas es la vivacidad. Las impresiones son más
vivas, las ideas son más débiles, confusas e imprecisas. Las ideas no se encuentran sueltas en
nuestro entendimiento, sino asociadas unas a otras.
2. 3. Tipos de conocimiento.
Si tomamos el caso de las matemáticas, sin negar su aplicabilidad a la ciencia, a los hechos,
insiste H. en que en sí mismas están vacías de contenido factual, empírico. Decir que “4 + 3
= 7” no es en sí mismo decir nada acerca de cosas existentes; la verdad de la conclusión
depende simplemente del significado de los términos y de si la relación entre ideas es
adecuada.
Hemos visto que, según Hume, todo nuestro conocimiento se reduce a impresiones e
ideas; nuestro entendimiento al conocer está completamente limitado por las impresiones, de tal
modo que nos impide abordar cuestiones puramente abstractas; y entre las más abstractas está el
problema de la sustancia. La sustancia es un concepto fundamental para la filosofía tradicional
desde Aristóteles hasta el racionalismo (teoría de las tres sustancias), pero al que, según H., no
corresponde ninguna impresión.
4. 1. El mundo.
Locke justificaba la existencia del mundo distinta de la mente diciendo que la realidad
extramental es la causa de nuestras impresiones.
H. no puede aceptar esta afirmación, porque la realidad no es una impresión más, sino
que está más allá de las impresiones. Yo lo único que puedo afirmar es que "tengo una
impresión", pero no puedo afirmar que a mi impresión corresponda una realidad exterior. La
realidad está más allá de las impresiones. Si la afirmo, estoy deduciendo una cosa de la cual yo
no tengo impresión alguna. Por tanto, lo único que podemos afirmar con rotundidad es que
tenemos impresiones, ...pero no podemos conocer más allá de éstas. Sobre la existencia de los
cuerpos en el mundo exterior, por tanto, lo más adecuado, ya que no podemos conocer con rigor
su existencia, será suponer su existencia. Para saber si las impresiones que tengo referidas al
mundo exterior se parecen a los objetos externos deberían presentarnos al mismo tiempo los
originales (mundo exterior) y las copias (impresiones que tengo del mundo exterior), lo cual es
inconcebible. Al ver la montaña en el horizonte podemos suponer que existe no sólo en nuestras
impresiones pero, en sentido estricto, sólo podemos suponer su existencia. Afirmarla, sería ir
más allá de nuestras impresiones, que son el límite del conocimiento humano. No podemos
concebir cómo son los cuerpos con independencia de nuestras impresiones. Todo lo que
conocemos está en nuestra mente, ¿cómo podemos saber lo que hay fuera de ella? Sólo podemos
suponerlo. Tal suposición es suficiente para vivir. La imposibilidad para conocer la existencia
del mundo exterior no conlleva su negación, sino la creencia en éste auspiciada por la constancia
y coherencia de las impresiones que tengo de éste.
4. 2. Dios.
1) La idea que tenemos de Dios es la de una sustancia infinita con todas las perfecciones.
Ahora bien, si aplicamos el criterio de validez de Hume, nos tenemos que preguntar de
qué impresión puede derivar esta idea de perfección infinita. Según H. es evidente que,
siendo nuestras impresiones puntuales y concretas, resulta difícil que podamos tener una
impresión de infinito, ya que ella misma habría de ser asimismo infinita. Por lo tanto, la
idea de sustancia infinitamente perfecta se queda sin impresión que la legitime, y hay que
4. 3. El yo.
Tanto Descartes como Locke habían afirmado la realidad del "yo" como sustancia. Su
existencia se intuye con evidencia. En el propio acto de pensar, de querer, de amar,... se capta de
manera indudable el propio yo. Ahora bien, esto no es así para H. Este pensador sigue fiel a sus
principios epistemológicos: todos nuestros contenidos cognoscitivos se reducen a impresiones e
ideas; por tanto, la cuestión será: ¿tenemos alguna impresión o alguna idea de nuestra identidad
personal, de nuestro yo? No. Luego el yo resulta imposible de conocer. El yo no es ninguna
impresión sino aquello que se supone como sujeto desde el que tienen lugar nuestras
impresiones.
Nuestras impresiones no son constantes, sino variables, sin embargo, tendemos a pensar
que el yo, la identidad personal es algo constante. Pero, sin embargo, una impresión sucede a
otra: siento dolor, después siento tristeza, después alegría,...Nunca existen todas al mismo
tiempo, sino que se suceden. Por tanto, no hay una impresión constante y permanente. Sin
embargo, nuestra identidad personal debería ser permanente. En consecuencia, no existe el yo
como sustancia distinta de las impresiones. El yo viene a ser como un conjunto de impresiones e
ideas en perpetuo flujo y movimiento que imaginamos unidas entre sí.
La cuestión, entonces es: ¿Cómo podemos explicar la conciencia que tenemos todos de
nuestra propia identidad? Por ejemplo, yo soy el mismo que esta mañana estaba en casa, que
ahora estoy en clase, que mañana iré al fútbol,... H. lo explica con la memoria: gracias a ella
conocemos la conexión existente entre las diferentes impresiones que se suceden; el error
consiste en que confundimos sucesión con identidad.
Termina comparando al yo con un teatro en el que las distintas percepciones (los distintos
actores) se suceden unos a otros, entran, salen y se mueven de mil maneras diferentes, pero con
la peculiaridad de que no sabemos exactamente en qué lugar se representa, es decir, sin
escenario.
Esta concepción del yo es coherente con sus principios radicales sobre el conocimiento,
pero el propio H. se dio cuenta de que su explicación no es plenamente satisfactoria, lo que le
llevó a una actitud resignadamente escéptica.
El sentido práctico que Hume quiso dar a su pensamiento hizo que concibiera la teoría del
conocimiento como "instrumento" adecuado para el planteamiento de su teoría moral.
¿Qué es lo que permite que a una acción particular pueda aplicársele el calificativo de
buena o mala? Unos creen que lo bueno y lo malo están en los juicios de la razón, otros que en
las acciones. Luego, se trataría de una relación de ideas o una cuestión de hecho, según la teoría
del conocimiento de nuestro autor ya vista. Hume, por el contrario, cree que no son ni una ni
otra cosa.
En general, podemos decir que un código moral es un conjunto de juicios a través de los
cuales se expresa la aprobación o reprobación de ciertas conductas y actitudes: así aprobamos
la generosidad y benevolencia, reprobamos el crimen y la opresión. La mayoría de los filósofos
se han preguntado en qué se fundamenta nuestra aprobación de la benevolencia, por ejemplo, y
nuestra reprobación o rechazo del crimen y la opresión.
Una respuesta a esta cuestión, extendida desde los griegos, es que la distinción entre lo
bueno y lo malo moralmente, entre las conductas viciosas y virtuosas, se basa en la razón: ésta
puede conocer lo que se adapta óptimamente a la naturaleza humana y a partir de este
conocimiento, determinar qué conductas y actitudes son acordes con ella; el conocimiento de la
concordancia o discordancia de la conducta humana con el orden natural es, pues, el
fundamento del que emanan nuestros juicios morales.
La moralidad, por otra parte, no es una cuestión de hecho, una simple enumeración de
fenómenos. Las acciones en sí mismas no son ni buenas ni malas. Para comprender mejor esta
conclusión a la que llega Hume, puede ponerse como ejemplo algo que seguramente nadie
dejará de rechazar: el asesinato intencionado. "Examinalo desde todos los puntos de vista y mira
si puedes encontrar un hecho, una existencia real que corresponda a lo que llamas vicio. En
cualquier modo que lo tomes sólo encontrarás ciertas pasiones, motivos, voliciones y
pensamientos. No hay ningún hecho más en este caso. Mientras dirijas tu atención al objeto, el
vicio no aparecerá por ninguna parte. No lo encontrarás nunca hasta que dirijas tu reflexión
hasta tu propio corazón y encuentres un sentimiento de reprobación, que brota en ti mismo,
respecto de tal acción. He aquí un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la
razón. Está en ti mismo, no en el objeto". Los juicios morales, por tanto, tienen su origen en los
sentimientos que nos provocan determinadas acciones. El hecho físico de matar es o puede ser el
mismo en el caso de un asesinato, de un homicidio en defensa propia o de una ejecución que
cumpla una sentencia judicial, sin embargo, ¿por qué a veces lo valoramos de modo diferente?
1. Son agradables para uno mismo: alegría, grandeza de alma, dignidad de carácter,
valor, sosiego, bondad,...
3. Son útiles para uno mismo: fuerza de voluntad, diligencia, frugalidad, vigor corporal,
inteligencia,...
Ética utilitarista. En el agrado y la utilidad coinciden todas las acciones que originan los
sentimientos de aceptación, y los de repulsa en lo contrario, por lo que es legítimo concluir que
ellos son el fundamento último de la moralidad y que, por tanto, la ética de Hume es utilitarista.
Lo cual no significa una vuelta al utilitarismo egoísta que Hobbes veía como única ética posible,
porque, según él creía, el hombre es asocial. Hume piensa, por el contrario, que la utilidad ha de
referirse a los demás en no menor medida que a sí mismo. Tomemos como ejemplo el
sentimiento de la justicia. Este nace en unas condiciones particulares de la existencia humana. Si
como sucede con el aire del que cada persona puede disponer según sus necesidades, sucediera
con todos los demás bienes, de manera que nadie careciera de nada ni tuviera que preocuparse
por el futuro, entonces no podría siquiera brotar en el corazón de los hombres ese sentido de
distribución y uso equitativo de los bienes que solemos llamar justicia. En consecuencia, la
justicia existe con vistas a algo útil, que es mantener la sociedad de los seres humanos en unas
circunstancias que sean aceptables para todos, aunque no sea siempre fácil.