La voz de la adolescencia (marzo2016)
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LA VOZ DE LA ADOLESCENCIA
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
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Introducción
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CAPÍTULO 1
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La voz de la adolescencia
1. La ventana
2. Paredes en blanco, mariposas
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3. Un viaje sorpresa
4. Libre como el viento
5. El diamante escondido
6. Navega barquito
7. Desafío
8. Trance
TIPOS DE CONSULTA
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2. RELACIONES
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3. SANACIÓN INTERIOR
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CAPÍTULO 2
Cuentos de adolescentes
LA VENTANA
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La ventana
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PAREDES EN BLANCO, MARIPOSAS
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“Hijo,
Tu ausencia estos días me ha hecho reflexionar en
muchos sentidos. Estoy atravesando por un momento
muy difícil, y aunque eso no es excusa para actuar de for-
ma tan inconsciente como lo he hecho, quisiera expre-
sarte lo que siento para que logres comprender un poco
mi decisión”.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
“El comportamiento de Alicia me ha herido en lo
más profundo, porque durante diez años de mi vida he
puesto mi fe en ella, brindándole lo mejor de mí, creyen-
do en que mi amor y mi conocimiento podrían salvarla
de su enfermedad. Y ahora ella me responde con ingra-
titud. Al parecer mis esfuerzos y mi entrega han sido en
vano, lo único que he hecho es perder mi tiempo. Y no
la culpo, me culpo a mí por haber creído a ciegas en el
amor, el amor es un engaño.”
Taquicardia, temblor en mis manos, un nudo asfi-
xiando mi garganta.
“En medio de estos días de zozobra e incertidumbre,
me llamaron de la Universidad de Chicago para invitar-
me a trabajar allá como profesor. Después de una agu-
da reflexión he decidido aceptar esta propuesta. En otro
momento de mi vida ni siquiera la habría considerado, tú
sabes que a mí no me interesa la docencia, pero ahora lo
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UN VIAJE SORPRESA
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—¡Que no!
—Sí, es que cuando viniste estabas muy pequeño, te-
nías solo cinco años.
—Ya no soporto más esto, dime a dónde vamos o me
tiro del carro.
—No seas dramático Nicolás, ya falta poco.
—Me voy a tirar del carro, mira, estoy abriendo la
puerta...
—¡A la finca de tus abuelos! ¡Allá es donde vamos!
—No, papá, no me lleves allá, por favor...
—Lo sabía, por eso no te lo había dicho.
—Y me vas a dejar allá solo, ¿no? ¿Por qué me ha-
ces esto? Tú no me quieres, nunca me tienes en cuenta.
Mamá, ayúdame, dile que regresemos, por favor.
—Nicolás, no seas injusto. Yo también he sufri-
do mucho, y me siento muy solo y desamparado, no sé
cómo actuar contigo, nada me funciona, tal vez tus abue-
los puedan...
—¡Cállate!, ¿por qué siempre contestas cuando
le estoy hablando a mi mamá? ¿Por qué no dices nada
mamá?, ¿por qué ya no me hablas? Yo solo quiero volver
a mi casa, reconciliarme con Martín, ver nuevamente la
sonrisa de Alejandra y tratar de ser feliz.
—Mi Nico, tu mamá no puede oírte, no puede decir-
te nada. Tienes que aceptar que ella... ¿Y tú por qué estás
tan mojado?, ¿te orinaste?, ay Nicolás, bueno, no impor-
ta, no te preocupes, ya vamos a llegar, más bien pásate
para el asiento de adelante y me acompañas que parezco
un chofer aquí solo. No llores así Nico, por favor, ven,
eso, ven aquí, ¿quieres que cantemos la sombra?, esa can-
ción le gustaba mucho a tu mamá…, la sombra, la som-
bra, juguemos a la sombra…, ¿me vas a dejar cantando
solo?, la sombra, la sombra…, ¿quieres que contemos va-
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3. UN VIAJE SORPRESA
(INTERPRETACIÓN ORACULAR)
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LIBRE COMO EL VIENTO
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CAPÍTULO 3
Cuentos de adultescentes
EL DIAMANTE ESCONDIDO
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El diamante escondido
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El diamante escondido
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—Por mi cuenta.
—Ah, bueno, entonces yo también voy a ir por mi
cuenta.
—No es buena idea, si ellos se enteran te pueden
causar muchos problemas, te lo digo por experiencia,
a mí me acusaron de violación del reglamento del plan
vacacional, como castigo me descontaron el treinta por
ciento del salario durante tres años y me colocaron una
sanción en la hoja de vida, por eso quería hablar contigo
porque tú no sabes cómo funcionan las cosas aquí, yo
también era como tú..., al principio.
—¿Es muy difícil llegar al mar? —preguntó Vera des-
viando la conversación.
—No hay senderos muy marcados, pero no es tan
difícil llegar, lo difícil es regresar, yo casi me pierdo en
medio de la selva, por eso te digo que te olvides de esa
idea. No es posible, entiéndelo.
Vera dejó caer su mirada sobre uno de los recuer-
dos inmortalizados del joven triste. Fue la única forma
que encontró de evadir aquella retahíla de fastidiosas
advertencias que ya comenzaban a sembrar en ella el
desaliento. Pronto descubrió que en la fotografía los ojos
del joven triste no estaban tristes, por el contrario son-
reían plácidamente como Vera nunca los había visto. Esa
mirada, increíblemente provocadora, cautivó a Vera por
completo, a tal punto que se olvidó de todas las pregun-
tas, deseos y preocupaciones que unos segundos antes la
avasallaban sin misericordia. En ese instante su mundo
se redujo a esos ojos y a nada más. Tuvo miedo de alzar
la vista y encontrarse con ellos, en persona, y verlos cu-
biertos de tristeza. Tuvo miedo de sentir el mismo vér-
tigo del mediodía pero ahora sin posibilidad de escape.
Tuvo miedo de amar esos ojos y de perderse dentro de
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El diamante escondido
—No comiences.
Ahí estaba de nuevo la intrusa.
A pesar de los esfuerzos de ambos aquella intrusa se
negaba a irse. Tal vez por eso, el joven terminó por ac-
ceder al capricho mayor de Vera: ir al mar. Sucedió una
madrugada mientras miraban la proyección número 5
del salón diez, dedicada a las medusas.
“Yo quisiera ser una medusa”, dijo Vera al contem-
plar una de estas elegantes y traslúcidas criaturas ondu-
lando entre las aguas. El joven recordó, aunque no le dijo
nada a Vera, la vez en que recogió un cadáver de medusa
en medio de la playa; ¿cómo olvidarlo?, era un pequeño
cuerpo gelatinoso y transparente arrojado a la orilla del
mar; cuando lo acarició ¡zas! el cuerpo compacto, chato
y fibroso se convirtió en agua diluyéndose por completo
entre sus dedos.
“Tengo una idea”, dijo ella de pronto, “ya sé cómo
podemos ir al mar sin que nadie se entere”. El joven ter-
minó cediendo después de una hora de argumentos e
insistencias. “Está bien, está bien, me convenciste”, dijo
casi sin darse cuenta. Ahí mismo se arrepintió, pero ya
fue demasiado tarde. Vera saltaba de felicidad, como una
niña. Daba vueltas diciendo que era una medusa y que
pronto estaría danzando entre las aguas. No paraba de
hablar y de hacer planes. Todo lo tenía calculado. A la
mañana siguiente, a primera hora, el joven buscaría al
médico y le diría que Vera acababa de sufrir un ataque de
asma. Ella era asmática y sabía muy bien cómo fingir un
ataque. “Ya me siento mejor”, diría ella después del exa-
men, “creo que solo necesito descansar”. El joven le diría
al médico que no se preocupara, que él cuidaría de ella
y que si se presentaba alguna complicación lo buscaría
enseguida. Era ya bastante obvia la relación entre Vera y
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5. EL DIAMANTE ESCONDIDO
(INTERPRETACIÓN ORACULAR)
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NAVEGA BARQUITO
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Navega barquito
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6. NAVEGA BARQUITO
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DESAFÍO
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desconocido.
—Mucho gusto, yo soy Fernando—dijo sonriendo.
—Aquí, en la comunidad de la pradera, debes olvi-
darte de tu nombre. Piensa en un apodo con el que te
sientas identificado, así te llamaremos. A mí por ejemplo
me llaman Anhelo.
Mientras Fernando pensaba en algún apodo vio de
pronto visos rojos en los brazos de Anhelo. No entendía
por qué, si el paisaje tras aquel pequeño ser era verde.
“¿Cómo es posible?”, se preguntó confundido.
—¿Ya pensaste en algo? —preguntó Anhelo.
—Desafío —dijo Fernando, sin darle mucha impor-
tancia.
El Sol recogió lentamente los rayos que descansaban
sobre la Montaña y le susurró a su anciana amiga a través
del Viento: “si el nuevo visitante logra llegar algún día
hasta tu cumbre lo celebraré con un eclipse”.
La Montaña suspiró esperanzada y luego contempló
con reverencia al Sol, quien se despidió del día mientras
se hundía en el horizonte.
Esa noche la Montaña Encantada se desveló. Los
veinticinco pequeños seres transparentes que habitaban
la pradera celebraron una fiesta en homenaje a Desafío.
Hubo fogata, fiesta y tambores hasta el amanecer. En-
vuelto en un ambiente cargado de humores licenciosos y
emociones desenfrenadas, Desafío contemplaba aquella
atmósfera libertina con simpatía y extrañamiento. Podía
identificarse con esos seres excéntricos, con su ansia de
vida y libertad, pero no quería participar del baile, así
que prefirió asumir el papel de observador. Se sentía
bajo el efecto de una droga alucinógena al ver que todos
aquellos seres lucían visos particulares de color. No po-
día creer que eso fuese cierto.
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na fibrilla azul.
Al día siguiente, lo primero que vio el Sol al desper-
tar fue a Desafío lanzando una mirada retadora hacia la
cumbre de la Montaña. De pie, con el pecho orondo y
la frente altiva, aquel pequeño ser transparente se vio de
pronto asediado por un coro de seguidores prestos a es-
cuchar sus directivas. Ellos también querían llegar a la
cumbre.
De un momento a otro Desafío descubrió que era un
líder nato, además de creerse el único en ese lugar dotado
de facultades superiores. Aquellas criaturas le parecieron
débiles e incapaces de ser sus propios dueños.
“No hay que perder el tiempo”, fue su lema. Los con-
venció a todos, exceptuando al anciano, por supuesto.
Los veinticuatro persuadidos siguieron sus indicaciones
al pie de la letra: recogieron sus carpas, se aprovisionaron
de agua y comida y a las nueve en punto se marcharon.
Apacible los vio alejarse con sus pesadas cargas sobre sus
cuerpos. “Están completamente locos”, pensó, y ensegui-
da se encerró en su casa. Necesitaba hablar con su sole-
dad.
Ningún sendero, ninguna trocha, comprobaron rá-
pidamente los montañistas; solo un enorme herbazal,
tupido y seco, cubriendo la falda de la empinada coli-
na. Desafío se enfrentó a la arisca vegetación invadién-
dola de frente. Las plantas no eran muy altas, apenas le
llegaban a la cintura; solo había que agarrarse de ellas y
escalar, abrirse paso a la fuerza. Los demás siguieron su
ejemplo. Al poco tiempo los veinticinco pequeños seres
se convirtieron en una línea horizontal de arañas trepa-
doras. Todos estaban al mismo nivel, incluso Desafío.
Resultaba reconfortante mirar a lado y lado y confirmar
que no se estaba tan solo en esa lucha por alcanzar lo
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