Collins, Mabel - Por las puertas de oro (2)

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Mabel Collins

POR LAS PUERTAS DE ORO


Through the Gates of Gold – A Fragment of Thought

1887

BIBLIOTECA UPASIKA www.upasika.com


Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Mabel Collins

Estando una vez sola y escribiendo, un visitante misterioso penetró en mi


habitación sin anunciarse, y se colocó a mi lado. Me olvidé de preguntarle quién
era, o por qué con tal libertad entraba, pues empezó a hablarme de las Puertas
de Oro. La sabiduría brotaba de sus labios y el fuego de su discurso en mí produjo
la fe. He recogido sus palabras; pero ¡Ay! No puedo esperar que el fuego que en
ellas ardía brille de igual modo en mi escrito.
M. C.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

CONTENIDO
Por las Puertas de Oro, página 4.

Capítulo Primero
La Investigación por Placer, página 5.

Capítulo II
El Misterio de los Umbrales, página 18.

Capítulo III
El Esfuerzo Inicial, página 22.

Capítulo IV
La Significación del Dolor, página 31.

Capítulo V
El Secreto de la Fuerza, página 42.

Epílogo, página 53.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

POR LAS PUERTAS DE ORO

Cada hombre posee una filosofía propia acerca de la vida, menos el


verdadero filósofo. El más ignorante de los aldeanos concibe algo de lo que
constituye el objeto de su vida, y tiene ideas definidas en cuanto al procedimiento
más o menos conveniente para lograr aquel objeto. El hombre de mundo es con
frecuencia e inconscientemente un filósofo de primer orden. Posee durante su
vida principios del más claro carácter, y no consiente en que su posición sea
destrozada por los reveses de la fortuna. El hombre de inteligencia y de
imaginación posee menos certeza, y continuamente se encuentra incapaz de
formular sus ideas acerca de aquello que más profundamente interesa a la
naturaleza humana: la vida del hombre. El verdadero filósofo es aquel que no
pone objeción alguna y que admite por completo que el misterio de la vida es
inaccesible al pensamiento ordinario, del mismo modo que el verdadero sabio
confiesa su completa ignorancia acerca de los principios que tras de la ciencia se
ocultan.

Si existe algún modo de pensar, o de algún esfuerzo de la mente que


permita al hombre apoderarse de los grandes principios que como causas existen
en la vida humana, es una cuestión que ningún pensador ordinario puede
resolver. A pesar de todo, el vago presentimiento de que los efectos que
percibimos son debidos a una causa, de que existe un orden regulando el caos, y
una sublime armonía que penetra al través de lo discorde, domina a las ardientes
almas de la tierra, y hace que anhelen por la visión de lo invisible, por conocer
lo incognoscible.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

¿Por qué ansiar y buscar aquello que está por completo fuera de alcance,
mientras los sentidos interiores permanecen dormidos?. ¿Por qué no reunir los
fragmentos que tenemos a mano, y ver si por medio de ellos podemos dar alguna
forma a aquella confusión inmensa?.

CAPITULO PRIMERO LA INVESTIGACIÓN POR


PLACER

Todos conocemos aquel algo misterioso y severo al que llamamos miseria,


que al hombre persigue, y de un modo bastante extraño, como a primera vista
parece, no le persigue vaga e inciertamente, sino con pertinacia positiva e
inquebrantable. Su presencia no es en absoluto continua, pues de otro modo
dejaría el hombre de vivir; pero su pertinacia no cesa en manera alguna. Siempre
el sombrío fantasma de la desesperación permanece detrás del hombre, pronto a
tocarle con su dedo terrible, tan pronto como hace demasiado tiempo que es feliz.
¿Quién le ha dado a este horrible espectro el derecho de vagar en torno nuestro
desde que nacemos hasta que morimos?. ¿Quién le ha dado el derecho de
permanecer siempre a nuestra puerta, manteniéndola entreabierta con su mano
impalpable y a pesar de esto horrible, pronto a entrar en el momento oportuno?.
El filósofo más grande de todos los que han vivido sucumbe al fin ante la misma;
y únicamente es filósofo, en el verdadero sentido de la palabra, el que reconoce
el hecho de que es irresistible, y sabe que, lo mismo que todos los demás
hombres, debe sufrir más o menos tarde. El dolor y la miseria constituyen una
parte de la herencia de los hombres; y aquel que presume que nada podrá hacerle
sufrir, lo único que hace es revestirse de un egoísmo frío y profundo. Esta
vestidura podrá protegerle contra el dolor; pero también lo separará del placer.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Si la paz puede encontrarse sobre la tierra, o alguna alegría existe en la vida, no


puede ser cerrando las puertas del sentimiento, que nos admiten a la porción más
elevada y más vívida de nuestra existencia. La sensación, tal como la obtenemos
por medio del cuerpo físico, nos proporciona todo aquello que nos induce a vivir
en aquella forma. Es inconcebible que ningún hombre quisiese tomarse el trabajo
de respirar, a menos que el acto llevase consigo un sentimiento de satisfacción.
Lo mismo sucede respecto de cada una de las acciones en todos los instantes de
nuestra vida; vivimos porque hasta en la misma sensación de dolor existe el
placer. Sensación es lo que nosotros deseamos. De otra manera probaríamos de
común acuerdo las aguas profundas del olvido, y se extinguiría la raza humana.
Si esto sucede con la vida física, lo mismo tiene lugar con la vida de las
emociones, la imaginación, la sensibilidad, que todas aquellas exquisitas y
delicadas formaciones que con el maravilloso mecanismo registrador del cerebro
constituyen el sutil hombre interno. Para ellos el placer reside en la sensación; y
una serie infinita de sensaciones es para ellos la vida Destrúyase la sensación que
hace que deseen el perseverar en la experiencia de la vida, y nada se ha
adelantado. Por esta razón el hombre que intenta obliterar la sensación del dolor,
y que se propone mantenerse en el mismo estado, tanto si sufre como si goza,
hiere la raíz misma de la vida, y destruye el objeto de su propia existencia. Debe
esto aplicarse lo más completamente que nuestros poderes actuales razonadores
e intuitivos nos lo permitan, a cada estado, hasta a aquel de Nirvana ansiado por
los Orientales. Esta condición puede únicamente ser una dotada de sensaciones
infinitamente más sutiles y exquisitas, si es después de todo, un estado y no
anihilación: y en armonía con la experiencia de vida acerca de la cual somos en
la actualidad capaces de juzgar, aumento en la sutileza de la sensación significa
vitalidad acrecentada; como por ejemplo, un hombre sensible y de imaginación
siente más a consecuencia de la infidelidad o fidelidad de un amigo, que lo que
puede sentir un hombre de la más grosera naturaleza física por medio de los
sentidos. Claro es, por lo tanto, que el filósofo que rehúsa sentir, no se reserva
lugar alguno de refugio; ni siquiera el distante e inaccesible Nirvana. Puede
únicamente negarse a sí mismo su herencia de vida, lo cual es, en otras palabras,
el derecho de sensación. Si prefiere sacrificar todo aquello que hace de él un
hombre, debe contentarse con una mera pereza de conciencia, lo cual es una
condición que si con ella comparamos la vida de la ostra, es ésta una vida activa.

Pero ningún hombre es capaz de llevar a efecto un hecho tal. Su existencia


continuada prueba plenamente que él todavía desea sensación, y la desea tan
positiva y activamente, que el deseo debe ser complacido en la vida física. Sería

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

más práctico no engañarse a sí mismo con la falsedad del estoicismo, no intentar


renunciar a aquello de lo cual nada le induce a uno a separarse. ¿No sería una
conducta mucho más intrépida, una manera de resolver el gran enigma de la
existencia, abrazarse a él, retenerlo con firmeza, y preguntarle el misterio de si
mismo?. Si los hombres quisiesen tan sólo detenerse, y considerar las lecciones
que el placer y el dolor les han enseñado, mucho podría conjeturarse de aquella
cosa extraña que causa estos efectos. Pero los hombres se apresuran a apartarse
de todo cuanto pueda conducirles al estudio de sí mismos o de cualquier
minucioso análisis de la naturaleza humana. A pesar de todo, debe existir una
ciencia de vida tan inteligible como cualquiera de los métodos que en las escuelas
se emplean; la ciencia es desconocida, es verdadera, y su existencia es
meramente conjeturada, meramente sospechada por uno o dos de nuestros más
avanzados pensadores. El desarrollo de una ciencia es únicamente el
descubrimiento de lo que a existe; y tan mágica e increíble es en la actualidad la
química para el mozo de labranza, como lo es la ciencia de la vida para el hombre
de ordinarias percepciones. A pesar de todo, puede y. debe existir un iluminado
que perciba el crecimiento de la nueva ciencia del mismo modo que los primeros
y torpes experimentadores en los trabajos de laboratorio ven el sistema de los
conocimientos en la actualidad obtenidos, desenvolviéndose por sí mismos del
seno de la naturaleza, para el uso y beneficio del hombre.

II
Es indudable que muchos más de los que lo hacen recurrirían al suicidio
con el objeto de librarse de la carga de la vida, si pudiesen convencerse que de
aquel modo puede lograrse el olvido. Pero aquel que duda antes de apurar el
veneno por miedo de cambiar únicamente de modo de existencia, y de
encontrarse quizás sujeto a una más activa forma de miseria, es un hombre de
más conocimiento que las almas temerarias que de un modo salvaje se arrojan
en el seno de lo desconocido, esperando sus favores. Las aguas del olvido son
algo por completo distinto de las aguas de la muerte, y la raza humana no puede
extinguirse por medio de la muerte mientras la ley de nacimiento obre. El hombre
vuelve a la vida física, del mismo modo que el bebedor vuelve a la botella de
vino; él no sabe el porqué, sabe únicamente que desea la sensación producida
por la vida, como el bebedor desea la sensación por el vino originada. Las
verdaderas aguas del olvido existen lejos, tras de nuestra conciencia, y pueden
únicamente ser alcanzadas cesando de existir en aquella conciencia, haciendo
cesar el ejercicio de la voluntad que nos llena de sentidos y de sensibilidades.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

¿Por que no vuelve la criatura hombre a aquella grande y silenciosa matriz


de la cual vino, y permanece en ella en paz como el niño no nacido que goza de
la misma antes de que los ímpetus de la vida le hayan alcanzado?. No lo hace
porque su sed por el placer y el dolor, por la alegría y la tristeza, por el amor y la
cólera, se lo impiden. El hombre desgraciado sostendrá que no tiene el menor
apego a la vida; y a pesar de esto, prueba la falsedad de sus palabras viviendo.
Nadie le obliga a vivir; el galeote puede permanecer encadenado a su remo, pero
su vida no puede ser encadenada a su cuerpo. El soberbio mecanismo del cuerpo
humano es tan inútil como una máquina cuyos fuegos están apagados, si la
voluntad de vivir cesa; voluntad que mantenemos resuelta y continuamente, y
que nos conduce a cosas, que de otro modo, el verificarlas nos llenaría de
desaliento, como, por ejemplo, el momento de la inspiración y el de la
expiración. Esfuerzos hercúleos tales como éstos los soportamos sin quejamos,
y a la verdad con placer, con tal de que podamos existir en medio de sensaciones
innumerables.

Y más todavía: la mayor parte de nosotros nos contentamos con ir hacia


adelante sin objeto, sin designio, sin la menor idea de un motivo, sin comprender
qué camino es el que estamos recorriendo. Cuando por vez primera el hombre
viene en conocimiento de esta falta absoluta de objeto, y se convence
profundamente de que está trabajando con grandes y constantes esfuerzos, y sin
ninguna idea respecto del fin hacia el que sin esfuerzo se dirige, entonces
desciende sobre él la miseria del siglo diecinueve, la miseria actual. Se encuentra
perdido, descarriado, y para él no hay esperanza. Se convierte en escéptico, la
desilusión y el aburrimiento se apoderan de él y, hace la pregunta en apariencia
incontestable: de si después de todo, merece la pena el tomarse el trabajo de
respirar, ante tales resultados desconocidos e incognoscibles al parecer. Pero
¿Son incognoscibles semejantes resultados?. Por lo menos, para preguntar algo
de menor importancia, ¿Es imposible hacer una conjetura respecto de la
dirección en la cual nuestro fin existe?.

III
Esta pregunta, hija de la tristeza y del aburrimiento, que nos parecen
constituir una parte esencial del espíritu del siglo en que vivimos, es de hecho
una cuestión que debe haber sido entablada en todas épocas. Si con la
inteligencia nos dirigimos hacia atrás, al través de la historia, sin duda alguna

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

encontraremos .que ha sido hecha siempre cuando la flor de la civilización se


había abierto por completo, y cuando sus pétalos con dificultad se mantenían
unidos. La porción natural del hombre ha alcanzado entonces su mayor altura;
ha llevado rodando la piedra hasta la cumbre del monte de la dificultad, sólo para
contemplarla rodar de nuevo hacia abajo, en cuanto ha alcanzado la cima, como
en Egipto, en Roma, en Grecia. ¿Por qué este trabajo inútil?. ¿No es suficiente
para producir un desaliento y un malestar imposibles de describir, el estar
siempre llevando a cabo un trabajo, sólo para verlo destruido?. Después de todo,
esto es lo que el hombre ha hecho al través de toda la historia todo lo lejos que
nuestros limitados conocimientos pueden alcanzar. Una cima existe a la cual
llega por medio de inmensos y colectivos esfuerzos, y en la cual resplandece la
más brillante eflorescencia de todas las cualidades intelectuales, mentales y
materiales de su naturaleza. El colmo de la perfección sensual es alcanzado. Y
entonces su energía se debilita, su poder disminuye y desciende al través del
desaliento y de la saciedad hasta la barbarie. ¿Por qué no permanece en la cumbre
de la montaña a la cual ha llegado, y mirando los lejanos montes no se resuelve
a escalar sus mayores alturas?. Porque es ignorante, y viendo un gran resplandor
a distancia, baja sus ojos deslumbrados, y vuelve atrás para continuar en la
sombría pendiente de su montaña familiar. Todavía ha existido y existe alguno
suficientemente decidido para mirar sin bajar los ojos y para descifrar algo de lo
que en el mismo se oculta. Poetas y filósofos, pensadores y maestros, todos
aquellos que son los “hermanos mayores de la raza”, han gozado de esta vista de
tiempo en tiempo, y algunos de ellos han reconocido en el resplandor confuso,
el contorno de las Puertas de Oro.

Estas puertas nos admiten al santuario de la misma naturaleza del hombre,


al lugar de donde su vida y poder procede, y en donde él es sacerdote del
santuario de la vida. Que es posible entrar, que es posible pasar al través de estas
puertas, uno o dos nos lo han demostrado. Platón, Shakespeare, y unos pocos
fuertes mas, han pasado por ellas, y en enigmático lenguaje nos han hablado de
las cercanías de las mismas. Cuando el hombre fuerte ha cruzado el umbral, ya
no se dice nada más a los que al otro lado permanecen. Y hasta las palabras que
pronuncia cuando todavía por ellas no ha pasado, están tan llenas de misterio,
que únicamente los que siguen sus pasos pueden ver brillar la luz en las mismas.

IV

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Lo que los hombres desean es saber cómo cambiar el dolor por el placer;
o lo que es lo mismo, encontrar por medio de qué procedimiento puede regularse
la conciencia, con objeto de que la sensación más agradable sea la que se
experimente. Si puede esto descubrirse por el esfuerzo del pensamiento humano,
es por lo menos una cuestión digna de tenerse en cuenta.

Si la mente del hombre permanece fija en algún asunto determinado con


la concentración suficiente, obtiene la iluminación con respecto al mismo, más
pronto o más tarde. El individuo en quien la iluminación aparece, es llamado un
genio, un inventor, un inspirado. Pero él es únicamente la síntesis de una grande
obra mental verificada en tomo suyo por hombres desconocidos, de los cuales
algunos están separados de él por grandes distancias; sin ellos hubiera carecido
del material necesario para su empresa. Del mismo modo el poeta necesita el
alimento de innumerables poetastros.

Él es la esencia del poder poético de su tiempo y de los tiempos anteriores


a él. Es imposible separar un individuo de cualquier especie, de sus congéneres.

Por lo tanto, si en lugar de aceptar lo desconocido como incognoscible, los


hombres, de común acuerdo, a él dirigiesen sus pensamientos, estas Puertas de
Oro no permanecerían tan inexorablemente cerradas. Sólo se necesita una mano
fuerte para empujarlas y abrirlas. El valor para entrar en ellas, es el mismo que
sé necesita para penetrar en lo más secreto de la propia naturaleza de uno, sin
miedo ni vacilación. En la más delicada porción, la esencia, el perfume del
hombre, se encuentra la llave con la cual estas grandes puertas se abren. Y una
vez abiertas, ¿Qué es lo que allí se encuentra?. Voces existen aquí y allí, que en
medio del largo silencio de los siglos, a la pregunta contestan; todos los que por
ellas han pasado han dejado tras de sí palabras a manera de legados para los que
son como ellos. En estas palabras podemos encontrar definidas algunas
indicaciones acerca de lo que se ve más allá de las puertas. Pero únicamente
aquellos que desean emprender este camino pueden leer el significado oculto que
tras de las palabras se esconde. Los sabios, o, mejor dicho, los comentadores,
leen los sagrados libros de diferentes naciones, los de poesía y de filosofía,
debidos a encumbradas inteligencias, y en ellos únicamente encuentran mero
materialismo. La imaginación, glorificando las leyendas de la naturaleza, o
exagerando las posibilidades psíquicas del hombre, les explica todo cuanto ellos
encuentran en las biblias de la humanidad.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Todo cuanto existe en las palabras de estos libros, existe en cada uno de
nosotros y es imposible encontrar, tanto en la literatura, como en cualquiera de
las direcciones en que la inteligencia se lance, lo que no existe en el hombre que
estudia. Esto es, por supuesto, un hecho evidente conocido por todos los
verdaderos estudiantes. Pero tiene que ser especialmente recordado, con
referencia a este asunto oscuro y profundo, desde el momento en que con tanta
facilidad creen los hombres que nada para los demás puede existir; allí donde
encuentran ellos el vacío únicamente.

De una cosa pronto se apercibe el hombre que lee. Todos los que se han
adelantado, no han encontrado que las Puertas de Oro conduzcan al olvido. Al
contrario, en cuanto el umbral de las mismas se ha cruzado por vez primera la
sensación es real. Pero pertenece a un nuevo orden, a un orden desconocido para
nosotros en la actualidad, y que no podemos apreciar sin que, por lo menos,
poseamos alguna indicación respecto de su carácter. Esta indicación puede
indudablemente ser obtenida por cualquier estudiante que se familiarice con toda
la literatura que para nosotros es accesible. Los libros y manuscritos místicos
existen, pero permanecen inaccesibles, sencillamente porque no existe hombre
alguno en disposición de leer la primera página de cualquiera de ellos que no se
convenza como los que han estudiado el asunto suficientemente. Debe existir
una línea continua al través de estos conocimientos; vemos nosotros pasar de la
más densa ignorancia a la sabiduría; es natural únicamente que podamos obtener
el conocimiento intuitivo y la inspiración. Algunos escasos fragmentos poseemos
de estos grandes dones del hombre; ¿En dónde, pues, está el todo del cual deben
ellos constituir una parte?. Escondido tras el sutil y, al parecer, infranqueable
velo, que lo oculta de nosotros, como oculta toda ciencia, todo arte, todos los
poderes del hombre, hasta que éste tiene el valor suficiente para rasgarlo. Este
valor procede únicamente de la convicción. Una vez que un hombre cree que
aquello que desea existe, tratará de obtenerlo a toda costa. La dificultad en este
caso estriba en la incredulidad del hombre. Es necesario mucho tiempo y gran
concentración del pensamiento para poderse lanzar en dirección de la región
desconocida de la naturaleza del hombre, con objeto de que las puertas puedan
abrirse y ser sus gloriosas perspectivas exploradas.

Que merece la pena de hacerse esto, suceda lo que suceda, todo debe
conducirle a creerlo al que ha hecho la triste pregunta del siglo corriente... ¿Es la
vida digna de vivirse?. Seguramente es lo suficiente para incitar al hombre a un
nuevo esfuerzo la sospecha de que más allá de la civilización, más allá de la

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cultura mental, más allá del arte y de la perfección mecánica, existe algo nuevo,
otro vestíbulo que nos admite a las realidades de la vida.

V
Cuando parece como si el fin hubiese sido alcanzado, el designio logrado,
y que el hombre no tiene ya nada más que hacer, justamente entonces, cuando
parece que lo mejor para él es comer, beber y vivir a sus anchas, a manera de las
bestias, y sumido en el mortal escepticismo, entonces, de hecho, si mirar quisiese
tan sólo, las Puertas de Oro ante él están. Con la cultura del siglo en su interior,
y habiéndose perfectamente asimilado que él es una encarnación de la misma,
entonces está en disposición de intentar el gran paso, que a pesar de ser en
absoluto posible; es intentado por tan pocos, aun entre aquellos que pueden
hacerlo. Es intentado tan raras veces, en parte a causa de las profundas
dificultades que le rodean, pero mucho más influye en lo mismo el que no se
convenza el hombre de que ésta es la dirección, en la actualidad, en la que la
satisfacción y el placer tienen que ser obtenidos.

Cada individuo se siente atraído por ciertos placeres; cada uno de los
hombres conoce que en una o en otra especie de sensación encuentra sus mayores
delicias. Y naturalmente, durante su vida, a ella de un modo sistemático se dirige
no de otra manera el girasol hacia el sol se vuelve, y el lirio sobre el agua se
inclina. Pero está luchando continuamente con un hecho terrible que oprime su
alma, o sea que tan pronto como ha obtenido su placer, lo pierde, y una vez más
tiene que andar en su busca. Más que esto, jamás en la actualidad lo alcanza,
porque en el momento final le escapa. Le sucede esto, porque procura coger lo
que es impalpable, y satisfacer la sed de su alma con la sensación, por medio del
contacto de los objetos externos. ¿Cómo puede lo que es exterior satisfacer, o tan
siquiera gustar, al hombre interno, que es el que reina en el interior, y que no
tiene ojos para la materia, ni manos para tocar los objetos, ni sentidos con los
cuales enterarse de lo que fuera de sus mágicas paredes existe?. Aquellas
encantadas barreras que le rodean carecen de límites, porque está en todas partes;
debe ser descubierto en todas las cosas vivientes, y no puede concebirse sin él
ninguna parte del universo, si éste es considerado como un todo coherente. Si
desde el principio no se concede lo anterior, es completamente inútil el
considerar la cuestión de la vida. A la verdad, la vida carece de significación, a
menos de ser universal y coherente y a menos que sostengamos nuestra

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existencia a causa del hecho de que somos una parte de aquello que es; no por
razón de nuestra propia existencia.

Este es uno de los más importantes factores en el desenvolvimiento del


hombre, el reconocer el profundo y completo reconocimiento de la ley de
universal unidad y coherencia. La separación que existe entre los individuos,
entre los mundos, entre los diversos polos del universo y de la vida, la fantasía
mental y física llamada espacio, es una pesadilla de la imaginación humana. Que
las pesadillas existen, y que existen sólo para atormentar, no hay niño que no lo
sepa, y lo que necesitamos es la facultad de distinguir entre la tan fantasmagoría
del cerebro que a nosotros únicamente concierne, y la fantasmagoría de la vida
diaria, en la cual otros también están interesados. Esta regla se aplica también al
caso más amplio. A nadie importa más que a nosotros mismos el que vivamos en
medio de una pesadilla de horror ilusorio, y que nos imaginemos solos en el
universo, y capaces de acción independiente, durante tan largo tiempo como
nuestros asociados son sólo aquellos que constituyen una parte del sueño. Pero
cuando deseamos hablar con aquellos que han llegado a las Puertas de Oro y,
empujándolas, las han abierto, es entonces de todo punto necesario, de hecho es
esencial, el distinguir y no llevar a nuestra vida las confusiones de nuestro sueño.
Si esto último hacemos, somos tenidos por locos, y nos hundimos en las tinieblas
en donde no existe más amigo que el caos. Este caos ha venido a continuación
de cada uno de los esfuerzos del hombre que la historia registra; después que la
civilización ha reinado, la flor cae y muere, el invierno y la oscuridad la
destruyen. Mientras el hombre rehúse hacer el esfuerzo de distinción que le
permitiría distinguir entre las formas nocturnas y las activas figuras del día, debe
esto suceder inevitablemente.

Pero si el hombre tiene el valor para resistir a esta tendencia reaccionaria,


y permaneciendo firme en la altura a la cual ha llegado, adelanta su pie para dar
otro paso, ¿Por qué no ha de poder encontrar lo que busca?. Nada existe que le
dé a uno motivo para suponer que el sendero termina en un cierto punto, excepto
la tradición que así lo ha dicho, lo cual los hombres han aceptado y abrazado
como una justificación para su indolencia.

VI
La indolencia es de hecho la maldición del hombre. Así como el labrador
irlandés y el gitano cosmopolita viven en la pobreza y en la miseria a causa de

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su completa ociosidad, del mismo modo el hombre de mundo vive contento por
la misma razón, en medio de los placeres sensuales. El beber vinos delicados,
comer manjares exquisitos, el amor de colores y de sonidos brillantes, de
hermosas mujeres, y de magníficos objetos en torno suyo, todo esto, para el
hombre cultivado, ni tiene más importancia ni es más satisfactorio como motivo
final de goce, que lo que son las groserías, diversiones y placeres del mozo de
labranza, para el hombre no cultivado.

No puede existir el punto final, porque la vida en cada una de sus formas
es sólo una vasta serie de delicadas gradaciones, y el hombre que decide
permanecer inmóvil en el punto de cultura que ha alcanzado, y confiesa que no
puede ir más lejos, hace sencillamente una arbitraria afirmación para excusar su
indolencia.

Existe, por supuesto, la posibilidad de declarar que el gitano vive contento


en medio de su pobreza y suciedad, y que, por lo tanto, es tan grande hombre
como el más perfectamente cultivado. Pero él únicamente es así mientras
permanece en la ignorancia; en el momento en que la luz penetra en la oscura
inteligencia, el hombre por completo a ella se vuelve. Así sucede en la más
elevada plataforma, sólo que la dificultad de penetrar en la mente, de admitir la
luz, es mucho mayor. El labrador irlandés ama su aguardiente, y mientras pueda
tenerlo, para nada se preocupa de las grandes leyes de moralidad y de religión,
que se supone gobiernan a la humanidad e inducen a los hombres a vivir con
templanza. El gastrónomo culto, se ocupa únicamente de sutiles sabores y de
exquisitos perfumes; pero está tan ciego como el simple rústico respecto del
hecho de que existe algo más allá de semejantes gratificaciones. A manera del
labrador, permanece engañado por un espejismo que oprime su alma, e imagina,
una vez obtenido un placer sensual, en el que se deleita, que puede obtener la
satisfacción suprema gracias a una interminable repetición, con lo cual por fin es
presa de la demencia. El bouquet del vino que le deleita, penetra en su alma y la
envenena, no le deja más pensamientos que los que al deseo sensual se refieren,
y se encuentra en la misma situación desesperada que el hombre que muere loco
o a causa de la embriaguez. ¿Qué beneficio ha obtenido, el bebedor, de su
demencia?. Ninguno; el dolor ha devorado, por fin, completamente al placer, y
la muerte avanza para terminar la agonía. El hombre sufre el castigo final por su
persistente ignorancia de una ley de la naturaleza, tan inexorable como la de la
gravitación; una ley que prohíbe al hombre permanecer inmóvil. Ni siquiera dos

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veces la misma copa de placer puede gustarse; la segunda vez debe contener un
grano de veneno o una gota del elixir de vida.
El mismo argumento conserva su fuerza en lo que a los placeres
intelectuales se refiere; la misma ley opera. Vemos a hombres que, en cuanto a
inteligencia, son la flor de su época, que van mucho más lejos que sus hermanos,
que a manera de torres sobresalen entre ellos, son arrastrados al fin por la rueda
fatal, girar sobre la misma, a manera de ardillas, cediendo a la indolencia innata
del alma, y empezando a engañarse a si mismos con el solaz de la repetición.
Entonces viene la debilidad y la falta de vida, aquel estado infeliz y engañoso en
el cual con demasiada frecuencia grandes hombres entran, justamente cuando la
mitad de su vida ha transcurrido. El fuego de la juventud, el vigor de la joven
inteligencia, vence la inercia interna, y hace que el hombre escale alturas de
pensamiento y llene sus pulmones mentales con el aire libre de las montañas.
Pero entonces, al fin la reacción física de él se apodera; el mecanismo físico del
cerebro pierde sus ímpetus poderosos, y empiezan sus esfuerzos a debilitarse,
sencillamente porque la juventud del cuerpo tiene un fin. Entonces es el hombre
asaltado por el gran tentador de la raza, que siempre en acecho permanece junto
a la escala de la vida, pronto a lanzarse sobre aquellos que a tales alturas llegan.
Vierte la envenenada gota en su oído, y desde aquel momento la conciencia toda
se convierte en estupidez, y queda el hombre aterrorizado recelando que para él
la vida va perdiendo sus posibilidades. Se lanza hacia atrás a un campo de
experiencia familiar, y allí encuentra alivio tocando la bien conocida cuerda de
la pasión o emoción. Y muchos, por desgracia, habiendo hecho esto, dilatan
asustados el lanzarse a lo desconocido, y se contentan con hacer sonar
continuamente aquella cuerda que con más facilidad responde. Gracias a esto,
conservan la seguridad de que la vida todavía arde en su interior. Pero por fin su
destino es el mismo que el del gastrónomo y el del bebedor. El poder del hechizo
va siendo menor de día en día, a medida que el mecanismo sensitivo va perdiendo
su vitalidad; y pretende el hombre resucitar el fervor y excitación antiguos,
haciendo con más violencias sonar la nota, abrazándose más estrechamente a
aquello que le hace sentir, apurando hasta las heces la copa envenenada.
Entonces está perdido; la locura se apodera de su alma, del mismo modo que
hace presa de cuerpo del borracho. La vida no tiene ya para él significación
alguna, y ferozmente se lanza en los abismos de la demencia intelectual. El
menos importante de los hombres que corneta esta gran locura, arrastra los
espíritus de los demás por una triste adhesión a un familiar pensamiento, por un
abrazo persistente a la rueda de molino que asegura él ser el objetivo final. La
nube que le rodea, es tan fatal como la muerte misma, y los hombres, que una

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vez se postraron a sus pies, se apartan de él apesadumbrados, y tienen que mirar


atrás, tener presentes sus primitivas palabras si quieren recordar su grandeza.

VII
¿Cuál es el remedio para esta miseria y para este consumo de esfuerzos?.
¿Existe alguno?. Con seguridad la vida posee una lógica en sí misma, y una ley
que hace la existencia posible. De otro modo el caos y la locura constituirían el
único estado a que se podría llegar.

Cuando un hombre por primera vez bebe su copa de placer, su alma queda
llena de indescriptible gozo, que causa una sensación primera y nueva. La gota
de veneno que vierte en la segunda copa, si persiste en aquella locura, es doblada
y triplicada hasta que, por fin, la copa entera es veneno, el cual es el ignorante
deseo de repetición e intensificación. Esto evidentemente significa muerte, según
de la analogía se deduce. El niño se convierte en hombre; no puede retener su
niñez y repetir y aumentar los placeres de la misma, a menos de pagar el precio
inevitable y de convertirse en un idiota. La planta clava sus raíces en la tierra y
lanza al aire sus verdes hojas; florece después y fructifica. La planta que
únicamente echa raíces u hojas, deteniéndose con persistencia en su desarrollo,
se considera por el jardinero como una cosa inútil, y debe ser arrancada.

El hombre que escoge el camino del esfuerzo, y rehúsa ceder al sueño de


la indolencia permitiendo que ésta endurezca su alma, encuentra en sus placeres
un nuevo y más delicado goce cada vez que los experimenta; una cierta cosa sutil
e indefinible que los levanta más y más de aquel estado en que la mera
sensualidad domina; esta ciencia sutil es aquel elixir de vida que hace al hombre
inmortal. El que lo prueba, y no quiere beber a menos que la copa lo contenga,
encuentra la vida más grande, y el mundo crece ante sus ojos ardientes. Reconoce
el alma en la mujer a la cual ama, y la pasión se convierte en paz; él ve en lo
interior de su pensamiento las más delicadas cualidades de la verdad espiritual,
la cual está fuera de la acción de nuestro mecanismo mental, y entonces, en lugar
de entrar en el remolino confuso de los intelectualismos, permanece sobre el
dorso vasto del águila de la intuición y se cierne en el aire sutil, en donde los
grandes poetas su intuición encuentran. Él ve en su propio poder de sensación,
de placer en el aire fresco y en la luz del sol, en la comida y en el vino, en el
movimiento y en el reposo, las posibilidades del hombre etéreo, de aquello que
no muere ni con el cuerpo ni con el cerebro. En los placeres que el arte

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

proporciona, en la música, en la luz, en la belleza; en estas formas que los


hombres repiten hasta que sólo encuentran las formas, ve él la gloria de las
Puertas de Oro, y pasa al través de las mismas para encontrar la vida nueva que
tras de ellas existe, y que embriaga y fortalece, del mismo modo que el aire puro
de la montaña fortalece y embriaga gracias a su vigor. Pero si ha ido vertiendo
gota a gota, y cada vez mas, el elixir de vida en su copa, es ya lo suficientemente
fuerte para respirar este aire intenso, para vivir en él. Entonces, sea que muera,
sea que viva en forma física, del mismo modo avanza, y con nuevos y más
delicados goces se encuentra, experiencias más satisfactorias y perfectas se le
presentan a cada bocanada de este aire purísimo que aspira.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

CAPITULO II EL MISTERIO DE LOS UMBRALES

No cabe la menor duda de que, al entrar en una nueva fase de la vida, algo
debe abandonarse. En cuanto el niño se ha hecho hombre, arroja las cosas propias
de la infancia. San Pablo da muestras en estas palabras, así como en muchas otras
que nos ha dejado, de que había él gustado el elixir de vida, y que estaba en
camino hacia las Puertas de Oro. Con cada gota del licor divino que en la copa
del placer se vierte, algo es lanzado de aquélla, para hacer lugar a la mágica gota.
Porque la naturaleza es pródiga para con sus hijos, y la copa del hombre siempre
está llena hasta los bordes. Y si él prefiere saborear aquella esencia sutil que da
la vida, debe arrojar algo de lo que en sí mismo es más grosero y menos sensible.
Debe hacerse esto diariamente, a todas horas, en cada momento, con objeto de
que el licor de vida aumente constantemente. Y para hacerlo de un modo
inflexible, debe el hombre ser su propio maestro, debe reconocer que siempre
tocante a sabiduría nada posee, debe estar pronto a practicar cualquier clase de
austeridades, y a emplear resueltamente contra sí mismo su vara de abedul con
objeto de alcanzar la meta. Es evidente para cualquiera que seriamente considera
el asunto, que únicamente un hombre que en sí mismo posea los poderes del
voluptuoso y los del estoico, tiene alguna probabilidad de entrar en las Puertas
de Oro. Debe ser capaz de experimentar y apreciar con su más delicada fracción,
cada uño de los placeres que puede proporcionar la existencia; y al mismo tiempo
poder negarse así mismo toda clase de goces, sin que la denegación le cause
sufrimiento alguno. En cuanto ha verificado el desarrollo de esta doble
posibilidad, entonces está en disposición de verificar una separación en sus
placeres, y de arrojar fuera de su conciencia todos los que en absoluto al hombre
de barro pertenecen. Una vez desechados todos éstos, allí e inmediatamente
vienen los más refinados goces que deben experimentarse. La participación de
los mismos que permitirá al hombre encontrar la esencia de vida, no es el método
que el filósofo estoico emplea. No concede el estoico que en el placer exista la

18
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

alegría, y negándose a sí mismo el uno, pierde la otra. Pero el verdadero filósofo


que por sí mismo ha estudiado la vida, sin estar limitado por ningún sistema de
pensamiento, ve que bajo la cáscara existe la almendra, y que en lugar de aplastar
por completo la nuez, como el hombre grosero que con indiferencia va a comerla,
la esencia de la cosa es obtenida, rompiendo la cáscara y arrojándola. A toda
emoción, a toa sensación se le puede aplicar este proceso; de otro modo no
constituiría una parte del desenvolvimiento del hombre y esencial de su
naturaleza. Porque allí delante de él están el poder, la vida, la perfección, y el
que en cada porción de su itinerario hacia aquel lugar existan todos los medios
que pueden ayudarle a llegar a él, puede únicamente ser negado por todos
aquellos que rehúsan reconocer en la vida una cosa distinta de la materia. Su
posición mental es tan en absoluto arbitraria, que es inútil atacarla o combatirla.
Al través de todos los tiempos, lo visible ha sido oprimido por lo invisible, y lo
inmaterial ha dominado a lo material: al través de todos los tiempos, los signos
y manifestaciones de aquello que más allá de la materia existe, han sido
esperados por los hombres materiales para comprobarlos y pesarlos. Respecto de
todos aquellos que arbitrariamente han escogido la inmovilidad, nada hay que
hacer más que dejarlos tranquilos, dando vueltas a la rueda a manera de ardillas,
y creyendo que en esto consiste la mayor actividad de la existencia.

II
No existe la menor duda respecto a que un hombre debe educarse por sí
mismo a percibir aquello que más allá de la materia existe, del mismo modo que
por sí mismo debe aprender a hacerse cargo de lo que la materia constituyente.
No hay quien no sepa que la temprana vida de un niño es un largo proceso de
adaptación, es un largo aprendizaje para comprender el uso de los sentidos
respecto a sus aptitudes especiales, es una larga práctica para el ejercicio de
órganos difíciles, complejos e imperfectos en referencia completa a la perfección
en el mundo de la materia. En el niño obra un deseo ardiente, y con decisión debe
trabajar si es que quiere vivir. Algunos niños nacidos en medio de la luz de la
tierra, la rechazan, y se niegan a emprender la tarea inmensa que ante ellos se
presenta, y que debe ser llevada a cabo si ha de ser posible la vida en la materia.
Éstos vuelven atrás a las filas de los no nacidos, los vemos nosotros abandonar
su múltiple instrumento, el cuerpo, y sucumbir al sueño. Así sucede con la
multitud inmensa de seres humanos, una vez que han triunfado, conquistado y
gozado en el mundo de la materia. Los individuos de aquella muchedumbre, que
parecen tan poderosos y confiados en sus facultades familiares, son niños en

19
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

presencia del universo inmaterial. Y nosotros los vemos, en todas partes, todos
los días, a todas horas, rehusando entrar en aquél hundiéndose entre las filas de
los que en la vida física permanecen, aferrándose a la conciencia que han
experimentado y comprendido. El intelectual desprecio de todo conocimiento
puramente espiritual es el signo más marcado de esta indolencia, de la cual
pensadores de todas las clases son ciertamente culpables.

Que el esfuerzo inicial es muy penoso, es evidente, y es la verdad tanto


una cuestión de fuerza como de actividad volitiva. Pero no existe más
procedimiento para adquirir esta fuerza, o para hacer uso de ella, una vez
adquirida, que el ejercicio de la voluntad. Es en vano el esperar nacer gozando
de grandes facultades. En el reino de la vida, no existe más herencia que la del
propio pasado del hombre. Él tiene que acumular todo lo que a aquél constituye.
Esto es evidente para cualquier observador de la vida que hace uso de sus ojos
sin cegarlos con preocupaciones, y hasta cuando la preocupación existe, es
imposible para el hombre de sentido común no apercibirse del hecho. A lo
anterior es a lo que debemos la doctrina de castigo y salvación, o bien
extendiéndose al través de épocas interminables después de la muerte, o eterna.
Esta doctrina es una mezquina y poco inteligente manera de establecer el hecho
de la naturaleza, de que lo que el hombre siembra es lo que recoge. La gran
inteligencia de Swedenborg vio el hecho tan claramente que lo abrumó con un
resultado final en armonía con esta fase de existencia: sus ideas preconcebidas
le imposibilitaban el percibir la posibilidad de nueva acción, allí en donde el
mundo de los sentidos ya no existe para la acción material. Era él demasiado
dogmático para la observación científica, y no veía que así como a la primavera
sigue el otoño, y al día la noche, del mismo modo después del nacimiento debe
venir la muerte. Él llegó muy cerca del umbral de las Puertas de Oro, y pasó por
las mismas, gracias a un mero esfuerzo intelectual, pero sólo para detenerse un
paso más allá. El relámpago de vida que allí obtuvo le pareció contener et
universo; y con ayuda de este fragmento de experiencia, edificó una teoría para
incluir toda la vida, y negó el progreso más allá de aquel estado, o cualquier
posibilidad fuera del mismo. Esto es únicamente otra forma de la fastidiosa rueda
de molino. Pero Swedenborg permanece el primero de aquella multitud de
testigos del hecho que las Puertas de Oro existen, y pueden desde las altas
regiones del pensamiento ser percibidas, y nos ha lanzado una débil ola de
sensaciones desde sus umbrales.

20
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

III
Una vez que uno ha considerado la significación de estas puertas, le es
evidente que el único camino que existe para escapar de esta forma de existencia
pasa al través de las mismas. Ellas pueden solamente admitir al hombre a aquel
lugar en el cual se convierte en el fruto cuya flor es la naturaleza humana. La
naturaleza es la más bondadosa de las madres para todos aquellos que reclaman
su auxilio; nunca causa pesadumbres a sus hijos, o desea que el número de los
mismos disminuya. Amistosamente abre sus brazos al inmenso tropel de los que
desean nacimiento y vivir en la forma; y a medida que continúan deseándolo,
una bienvenida sonriente les otorga. ¿Por qué, pues, a algunos les cierra ella sus
puertas?. Cuando una vida en su seno no ha consumido la centésima parte de los
deseos del alma por la sensación, tal como aquí la encuentra, ¿Qué razón puede
existir para su partida hacia algún otro lugar?. Con toda seguridad brotan las
semillas del deseo allí en donde el sembrador las ha sembrado. Esto al parecer
es lo único razonable; y en este hecho en apariencia evidente por sí mismo, la
inteligencia Inda ha fundado su teoría de la reencarnación, o nacimiento y
renacimiento en la materia, lo cual ha llegado a ser tan familiar para una parte
del pensamiento Oriental, que ya no necesita demostración. El Indo lo sabe, del
mismo modo que el Occidental sabe que el día en el cual vive es sólo uno de los
muchos que constituyen la momentánea vida del hombre. Esta certeza que el
Oriental posee con respecto de las leyes naturales que rigen el gran giro de la
existencia del alma, es sencillamente adquirida por hábitos del pensamiento. La
mente de muchos está fija en materias que en el Occidente se consideran como
impensables. Por esta razón el Oriente ha producido las grandes flores del
desarrollo espiritual de la humanidad; siguiendo las huellas mentales de un
millón de hombres, Buddha pasó por las Puertas de Oro, y gracias a la gran
multitud que en torno de sus umbrales se arremolinaba, pudo tras de sí dejar
palabras que prueban que aquellas puertas se abren.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

CAPITULO III EL ESFUERZO INICIAL

Muy fácilmente se ve que ni un punto existe en una vida o experiencia de


hombre, en el cual su alma esté más próxima a ciertas cosas que desde cualquiera
otro. El alma, aquella sublime ciencia que llena el aire con su deslumbrante
resplandor, está allí, tras de las puertas a las que ilumina. Pero que para dirigirse
a ellas no existe ningún sendero determinado. Se deduce inmediatamente del
hecho de que esta alma, por su misma naturaleza, debe ser universal. Las Puertas
de Oro no admiten a ningún sitio particular; lo que hacen es abrirse para dar
salida hacia un lugar determinado. El hombre pasa por ellas cuando se desprende
de su limitación. Puede romper la cáscara que le mantiene en la oscuridad, rasgar
el velo que oculta lo que es eterno, en cualquiera ocasión en que más fácil le sea
el verificarlo. Y con mucha frecuencia esta ocasión la encontrará en donde menos
se lo figure. Los hombres van en busca de la manera de escapar con el auxilio
de su inteligencia, y de derribar las leyes arbitrarias y limitadas; y procuran lograr
aquello que para ellos es inaccesible. Muchos, a la verdad, han esperado pasar
por ellas por medio de la religión, y en su lugar han dado origen a una condición
de pensamientos y sentimientos tan marcados y fijos, que, según parece, largos
siglos serían insuficientes para hacerles salir de su camino. Algunos han creído
que por medio de la inteligencia pura podía encontrarse el camino; y a tales
hombres debemos la filosofía y la metafísica, que han salvado a la raza de
hundirse en la sensualidad más completa. Pero lo que logra el hombre que
pretende vivir, únicamente por el pensamiento, es habitar en la región de las
fantasías, que insiste en dar a los demás hombres como alimento substancioso.
Grande es nuestra deuda para con los metafísicos y los trascendentalitas; pero
aquel que les sigue hasta el doloroso fin, olvidando que el cerebro es únicamente
un órgano de uso, se encontrará en un lugar en donde una triste rueda de
argumentos parece girar para siempre sobre su eje, sin ir a ninguna parte ni
arrastrar ningún peso.

22
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

La virtud (o aquello que a cada hombre le parece que es virtud, su propio


y especial modelo de pureza y moralidad), sostienen todos cuantos la practican
que es un camino para llegar al cielo. Quizás es así, con respecto al cielo del
sibarita moderno, del ético voluptuoso. Es tan fácil convertirse en un sibarita en
lo que a la pureza de vida o a los elevados pensamientos se refiere, como respeto
de los placeres del gusto, de la vista o del oído. La satisfacción es el objetivo,
tanto del hombre virtuoso como del intemperante; aunque su vida sea un milagro
de abstinencia y de abnegación, basta pensar un momento para ver que, al
emprender este sendero en apariencia heroico, sólo va en busca del placer. Con
él toma el placer un hermoso aspecto, porque todas sus satisfacciones tienen un
dulce sabor, y se complace en hacer gozar a los otros, más bien que en hacerlo él
mismo a sus expensas. Pero ni la vida pura ni los pensamientos elevados son, en
si mismos, objetivos finales, como tampoco lo es ningún otro modo le placer; y
el hombre que pretende en ellos encontrar contento, debe multiplicar sus
esfuerzos, repetirlos continuamente; todo es en vano. Es una verde planta
ciertamente, y sus hojas son bellas; pero es menester algo más que hojas. Si
ciegamente en su empeño persiste, creyendo que ha logrado su objetivo cuando
ni siquiera lo ha percibido, se encuentra entonces en aquel triste lugar en el cual
el bien es hecho por fuerza, y en donde las acciones virtuosas carecen de aquel
amor que debe brillar en torno de las mismas.

Bueno es que un hombre lleve una vida pura, como es bueno también que
lleve las manos limpias; pues de lo contrario repugna. Pero la virtud tal como en
la actualidad la comprendemos, no puede tener ninguna relación que se refiera
más especialmente a la vida futura, acerca de la cual nuestra comprensión es
limitada, que a cualquiera otro de los elementos que nos constituyen. El espíritu
no es un gas creado por la materia, no podemos nosotros morar nuestro futuro
empleando forzosamente un agente material y abandonando todo lo restante. El
espíritu es la gran vida en la que la materia permanece: no de otra manera el
pétreo mundo existe en el seno del libre y fluídico éter; siempre que rompemos
nuestras limitaciones, nos encontramos en aquella orilla maravillosa en donde
una vez vio Wordsworth el resplandor del oro. Cuando entremos allí todo lo
presente debe desaparecer igualmente: la virtud y el vicio, el pensamiento y la
sensación. Que un hombre cosecha lo que ha sembrado, debe por supuesto ser
verdad también; no tiene poder alguno para llevarse consigo la virtud, que a la
vida material pertenece; el aroma de, sus buenas acciones es un sacrificio todavía
mucho más dulce que el olor del crimen y de la crueldad. Como quiera que sea,
puede suceder todavía que, gracias a la práctica de la virtud, se encadene por sí

23
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

mismo en una caverna, en una inmutable manera de vivir en la materia, tan


firmemente que sea imposible para la inteligencia el concebir que la muerte es
un poder suficiente para libertarle y lanzarle en aquel ancho y glorioso océano,
un poder suficiente para permitirle levantar la inexorable y pesada aldaba de la
Puerta de Oro. Y algunas veces el hombre que ha pecado tan gravemente que su
naturaleza está por completo contaminada y ennegrecida por el fuego feroz de la
satisfacción egoísta está al último tan completamente consumido y carbonizado,
que del vigor mismo de la pasión brota la luz. Más probabilidades tendría
después de todo un hombre semejante de alcanzar el umbral de las puertas que
el mero asceta o filósofo.

Pero de poco sirve el llegar a los umbrales de las Puertas sin poder pasar
por ellas. Y aquello es todo cuanto el pecador esperar, puede, gracias a la
disolución de sí mismo, debida a la contemplación de su propia alma. Al menos,
esto parece ser así, inevitablemente, a causa de su condición negativa. El hombre
que levanta la aldaba de la Puerta de Oro, debe hacerlo con su propia y fuerte
mano: debe ser absolutamente positivo. Podemos ver esto por analogía. En cada
una de las cosas de la vida, en cada nuevo paso o desenvolvimiento, es necesario
que el hombre ponga en juego su voluntad más dominante, con objeto de obtener
cumplidamente lo que desea. A la verdad, en muchas ocasiones, aunque posea
todas las ventajas y aunque haga uso de su voluntad hasta un cierto grado,
fracasará completamente en la obtención de lo que pretende, por falta de la
resolución final e inquebrantable. Ningún sistema de educación en el mundo hará
de un hombre una gloria intelectual para su época, aunque sus poderes sean
grandes. Porque a menos que positivamente desee alcanzar el colmo de la
perfección, será únicamente un estéril erudito, un fabricante de palabras, una
maravilla en pensamientos mecánicos y una mera máquina de memoria. Y el
hombre que en sí mismo posee esta cualidad positiva, se levantará a despecho de
las circunstancias adversas, reconocerá y se lanzará sobre la corriente de ideas,
que constituye su natural alimento, y permanecerá por fin a manera de un gigante
en el lugar al cual ha querido llegar. Esto lo vemos nosotros prácticamente en
todas las fases de la vida. Por lo que no parece posible que el hombre que
sencillamente ha prevalecido contra las pasiones, perdiendo la parte dogmática
y miserable de su naturaleza, pueda pasar al través de estas grandes Puertas.

Pero como ni la preocupación le ciega, ni se ha adherido por sí mismo a


ningún remolino de pensamiento, ni ha introducido la rueda de su alma en ningún
surco profundo de vida, parece que si alguna vez la voluntad positiva pudiese

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

nacer en él, podría en algún tiempo, no distante para descorazonarle, levantar su


mano hacia la aldaba.

Es indudablemente la más difícil empresa, en que durante la vida podemos


vernos empujados, ésta de la cual nos ocupamos. ¡Libertad a un hombre de toda
preocupación, de todo cristalizado pensamiento o sentimiento, de todas las
limitaciones, y a pesar de todo desarrollar en él la voluntad positiva!. Mucho
tiene de milagro al parecer; porque en la vida ordinaria, la voluntad positiva
siempre está en asociación con ideas cristalizadas. Pero muchas cosas que
participan mucho, al parecer, de una naturaleza milagrosa, han sido llevadas a
cabo en la mezquina experiencia de vida concedida a nuestra actual humanidad.
Todo el pasado nos demuestra que la dificultad no es ninguna excusa para cejar
en la empresa, y mucho menos para caer en la desesperación: de otra manera, el
mundo hubiera carecido de muchas de las maravillas de la civilización.
Consideremos, por lo tanto, la cosa lo más seriamente posible, habiendo desde
luego familiarizado nuestra inteligencia con la idea de qué aquello no es
imposible.

La gran dificultad inicial es mantener vivo el interés hacia aquello que es


invisible. Debe hacerse esto diariamente, y sólo tenemos que observar la manera
cómo se verifica, con objeto de ajustar a lo mismo nuestra conducta. Todo
inventor mantiene firmemente su interés hacia aquello que es invisible; y por
completo depende de la firmeza de su concentración, el que triunfe o que fracase
en su empresa. El poeta, que en el momento de su creación, la considera como
aquello por lo cual vive, ve lo invisible y oye lo inaudible.

Probablemente en esta última analogía, existe una clave en cuanto a la


manera de conducirse para que el éxito en este viaje hacia la desconocida frontera
(“de donde” a la verdad, “ningún viajero vuelve”) se logre. Se aplica también al
inventor, y a todo aquel que sobresale del ordinario nivel físico y mental de la
humanidad. La clave existe en aquella palabra: Creación.

II

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Con frecuencia, la palabra “crear” es comprendida por la inteligencia


ordinaria como sinónima de la idea de producir algo de la nada. A todas luces,
no es ésta su significación. Mentalmente, nos vernos obligados a proveer de caos
a nuestro Creador, para que con el mismo pueda dar origen a los mundos. El
labrador, que es el productor típico de la vida social, debe tener a su disposición,
sus materiales, su tierra, su cielo, lluvia, sol y semillas para introducir en el seno
de la tierra; no puede producir nada de nada. Del vacío no puede brotar la
naturaleza; más allá, detrás, o en el interior de la misma existe aquel material con
el que se ha revestido ella, gracias a nuestro deseo por un universo. Es un hecho
evidente el que las semillas, la tierra, el aire y el agua, que las hace germinar,
existen en cada plano de acción. Si habláis con un inventor, encontraréis que
mucho más allá de aquello de lo cual actualmente se ocupa, percibe siempre algo
todavía por hacer, algo que sus palabras no pueden expresar, a causa de que
todavía no lo ha conducido a nuestro mundo presente y objetivo. El conocimiento
de lo invisible es ciertamente más definido en el poeta, y de más difícil expresión,
hasta que lo ha puesto en contacto con alguna porción de aquella conciencia que
comparte con los demás hombres. Pero en proporción estricta con su grandeza,
vive él en un estado de conciencia, que el hombre ordinario no concibe siquiera
que pueda existir: la conciencia, que en el universo inmenso habita, que en el
aire sin límites respira, que una vasta tierra y un firmamento contempla y que
arrebata semillas de plantas en proporciones gigantescas.

Este plano de conciencia es el que necesitamos alcanzar. Que no está


reservado para los hombres de genio únicamente, lo demuestra el hecho de que
héroes y mártires lo han encontrado y en él han vivido no son los hombres de
genio los que sólo a él pueden llegar. Los hombres de grande alma pueden
solamente encontrarlo.

Nada existe en este hecho que pueda conducir al descorazonamiento.


Vulgarmente se supone que la grandeza en el hombre es un don de nacimiento.
Esta creencia es debida a un modo de pensar defectuoso, a la ceguedad en lo que
a los hechos de la naturaleza se refiere. La grandeza puede únicamente alcanzarse
por el desarrollo gradual; lo cual vemos continuamente demostrado. Lo mismo
les sucede a las montañas, y a nuestro globo; son grandes a causa del modo
particular de crecimiento propio de aquel estado de la materia: la acumulación
de átomos. A medida que la conciencia inherente a todas las formas en existencia
pasa a más activas formas de vida, se hace más activa, y de un modo proporcional
adquiere el poder de crecer por asimilación, en lugar de hacerlo por acumulación.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Mirando la existencia desde este punto de vista especial (lo cual es muy difícil
mantener durante mucho tiempo, estando como estamos habituados a considerar
la vida en planos, olvidando las grandes líneas que los unen y que al través de
los mismos pasan), percibimos inmediatamente ser razonable la suposición de
que, a medida que avanzamos más allá de nuestro actual punto de partida, el
poder de crecer por asimilación irá siendo mayor, y probablemente se convertirá
en un método todavía más rápido, fácil e inconsciente. De hecho está el universo
lleno de magníficas promesas para nosotros, si consentimos únicamente en
levantar los ojos y mirar. El levantar los ojos es la primera necesidad y la primera
dificultad; puesto que con tanta facilidad nos contentamos con lo que vemos al
alcance de nuestras manos. La característica esencial del hombre de genio es que
experimenta una indiferencia relativa, en cuanto al resultado de aquello que toca,
ardiendo en deseos por aquello que a lo lejos se vislumbra en las montañas. De
hecho no necesita la sensación del contacto para despertar el anhelo. Él sabe que
este fruto distante, que percibe sin el auxilio de los sentidos físicos, es un
alimento más sutil y vivificante que cualquiera de los que aquéllos exigen. ¿Y de
qué manera es recompensado?. ¡Gusta aquel fruto!. ¡Cuán fuerte y delicado es
su sabor, y qué nueva sensación de vida se difunde por todo su ser!. Porque, al
reconocer aquel sabor, ha reconocido la existencia de los sentidos sutiles,
aquellos que alimentan la vida del hombre interno. Y es por la fuerza del hombre
interno, y por medió de su esfuerzo únicamente cómo la aldaba de las Puertas de
Oro puede ser levantada.

De hecho es únicamente por medio del desenvolvimiento y desarrollo del


hombre interior, cómo puede percibirse la existencia de estas puertas, y de todo
aquello a lo cual nos admiten. Mientras el hombre se contenta con sus groseros
sentidos, y no se preocupa en ningún modo de los más sutiles, las puertas
permanecen literalmente invisibles. Así como para el mozo de labranza el
vestíbulo de la vida intelectual es una cosa increada y no existente, del mismo
modo para el hombre de sentidos groseros, aun en el caso de que su vida
intelectual sea activa, todo lo que más allá de los mismos se oculta, es increado
y no existente, tan sólo porque no abre el libro.

Para el criado que quita el polvo de la biblioteca del sabio, los volúmenes
carecen de sentido, y ni siquiera, al parecer, contienen para él una promesa, a
menos que también sea un hombre ilustrado; no un mero sirviente. Es posible
dirigir una ojeada a la eternidad, desde el orificio de la cerradura, gracias a una
pura indolencia; indolencia mental, que es lo mismo que incredulidad, de la cual

27
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

aprenden los hombres, al fin, a enorgullecerse; la llaman escepticismo y hablan


del reino de la razón.

III
Y ahora, consideremos la manera de vencer la dificultad inicial de sostener
el interés hacia aquello que es invisible. Nuestros groseros sentidos se hacen
cargo únicamente de aquello que es objetivo en el sentido vulgar de la palabra;
pero justamente más allá de este panorama de vida, existen sensaciones mucho
más delicadas que exigen sentidos más sutiles. Aquí encontramos la primera
clave que para los peldaños necesitamos. El hombre mira desde un punto de vista
que puede considerarse como un centro, del cual parten muchos radios o líneas;
y si tiene el valor de desprenderse por sí mismo de la más simple forma de vida,
el punto, y de explorar sólo un pequeño espacio a lo largo de estas líneas o rayos,
Inevitablemente su ser se ensancha y amplifica: el hombre comienza a
engrandecerse. Pero es evidente, si aceptamos este ejemplo como fiel y
verdadero, que lo principal, lo más importante, es el explorar todas las líneas con
igual persistencia; de otra manera, el resultado seria una deformidad. Todos
nosotros apreciamos la grandeza, la majestad y dignidad propias de un árbol de
la selva, que tiene el aire suficiente para respirar, espacio para extender sus
raíces, e interna vitalidad con que verificar su trabajo incesante. Obedece a la ley
natural y perfecta del crecimiento; y el peculiar respeto que inspira, procede de
este hecho.

¿Cómo es posible reconocer al hombre interno, observar su desarrollo y


alimentarlo?.

Procuremos seguir, durante un corto, rato, el hilo que hemos encontrado;


aunque pronto las palabras serán probablemente inútiles.

Cada uno de nosotros tiene que viajar solo, y sin auxilio de nadie, no de
otra manera debe el viajero trepar solo cuando a la cúspide del monte se
aproxima. No puede allí ayudarle bestia de carga alguna, ni puede nada de lo
grosero, que con los sentidos groseros se relaciona, sostenerle allí. Pero durante
una corta distancia, pueden las palabras acompañarnos.

28
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

La lengua, en los alimentos, reconoce el grado de dulzura o de picante.


Para el hombre cuyos sentidos son de la calidad más ínfima, no existe más idea
que ésta, en cuanto a lo que a la dulzura se refiere. Pero una esencia mucho más
delicada, una sensación muchísimo más elevada del mismo orden, se obtiene por
medio de otra percepción. La dulzura en el rostro de una mujer amable, o en la
sonrisa de un amigo, es reconocida por el hombre cuyos sentidos internos poseen
una pequeña, una mera vibración de vida. Para aquel que ha levantado la aldaba
de oro, la fuente de las aguas dulces, la fuente misma de la cual toda dulzura
procede, para él mana, se ha convertido en una parte de su herencia.

Pero antes de que las aguas de esta fuente puedan ser gustadas, o cualquier
otro manantial alcanzado, o cualquier fuente encontrada, de una pesada carga
tiene que ser libertado el corazón, una barra de hierro que le oprime, y le impide
levantarse y hacer uso de su fuerza.

El hombre que reconoce el raudal de dulzura, desde su fuente al través de


la naturaleza, al través de todas las formas de la vida, ha levantado a aquélla, él
mismo se ha elevado a aquel estado en el cual ninguna limitación existe. Sabe
que es una parte del gran todo; y este conocimiento es lo que su herencia
constituye. Rompiéndolo, y desligándose del lazo arbitrario que le mantiene
encadenado a su centro personal, es como llega a su mayor edad y se convierte
en el legislador de su reino. A medida que su alma se ensancha, gracias a las
experiencias variadas, a lo largo de estas líneas múltiples cuyo centro está en el
punto en donde permanece encarnado, descubre que él está en contacto con toda
la vida, que él dentro de sí mismo contiene el todo. Y entonces sólo tiene que
ceder a la gran fuerza que llamamos el bien, adherirse con firmeza a ella con
todas las fuerzas de su alma, y entonces es velozmente arrastrado en el seno de
la corriente vasta e inmensa de la vida real. ¿Qué son las aguas que esta corriente
constituye?. En nuestra vida presente, sólo poseemos la sombra de la sustancia.
Ningún hombre ama sin llegar a la saciedad, ningún hombre bebe vino sin volver
a él sediento. El hambre y el deseo oscurecen el cielo, y hacen la tierra
inhospitalaria. Lo que nosotros necesitamos, es una tierra que produzca frutos
vivientes; un cielo que siempre esté lleno de luz, necesitando esto positivamente,
con toda seguridad lo encontraremos.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

CAPITULO IV LA SIGNIFICACIÓN DEL DOLOR

Láncese una mirada en el seno profundo de la vida, de donde viene el dolor


a ennegrecer las existencias de los hombres. En los umbrales siempre permanece,
llevando tras de sí la desesperación.

¿Quiénes son estas dos macilentas figuras, y por qué les está permitido el
ser nuestras compañeras constantes?.

Nosotros somos los que se lo permitimos, nosotros los que se lo


ordenamos, del mismo modo que ordenamos y permitimos la acción de nuestro
cuerpo; y lo hacemos inconscientemente. Si por medio de experimentos y
observaciones científicas, hemos aprendido mucho en cuanto a nuestra vida
física, del mismo modo, a lo que parece, adoptando métodos análogos,
podríamos por lo menos obtener resultados semejantes, en lo que a nuestra vida
interna se refiere.

Aparece el dolor, suaviza, rompe y destruye. Considerado desde un punto


lo suficientemente apartado, aparece como una medicina, como un cuchillo,
como un arma, como un veneno, sucesivamente. Es un utensilio, una cosa que
evidentemente es usada: lo que deseamos nosotros descubrir es quién es el que
del mismo hace uso; ¿Cuál es la porción de nosotros mismos que pide la
presencia de esta cosa tan odiosa para todas las demás?.

La medicina es empleada por el médico, el escalpelo por el cirujano; pero


el arma de destrucción es usada por el enemigo, por el que aborrece.

¿Sucede entonces que nosotros no sólo nos valemos de medios, o


deseamos hacer uso de los mismos en beneficio de nuestras almas, sino que
también intentamos la guerra en el santuario interno, y el combate dentro de
nosotros mismos?. Al parecer es así: porque a la verdad, si la voluntad del
hombre se debilitase respecto de lo anterior, no querría por más tiempo retener

31
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

la vida, en aquel estado en el que el dolor existe. ¿Por qué desea él su propio
daño?.

La contestación puede a primera vista quizás ser, que él principalmente


desea el placer, y que, por lo tanto, desea continuar en aquel campo de batalla en
donde lucha con el dolor, para vencerle, esperando siempre que el placer
obtendrá la victoria, y tomará posesión de su individuo. Este es sólo el aspecto
externo del estado del hombre. Conoce bien que en sí mismo el dolor y el placer
dominan juntos, y que aunque la guerra siempre se intente, jamás aquél será
vencido. El observador superficial deduce que el hombre se somete a lo
inevitable. Pero aquello es una falacia indigna de discusión. Pensando un poco
más seriamente, vemos que el hombre, después de todo, no existe más que por
el ejercicio de sus cualidades positivas; lógico es únicamente, el suponer que él
escoge el estado en el cual quiere vivir, por mecho del ejercicio de estas mismas
cualidades.

Concedido, pues, en consideración a nuestro argumento, que él desea el


dolor, ¿Por qué desea una cosa tan molesta para sí mismo?.

II
Si cuidadosamente estudiamos la constitución del hombre y sus
tendencias, observaremos como si en él existiesen dos direcciones definidas en
cuyo sentido se desarrolla. Es como un árbol que clava sus raíces en la tierra, al
paso que lanza sus tiernas ramas a los cielos. Estas dos líneas que parten desde
el punto central y personal, son para él, claras, definidas e inteligibles. A la una
le llama bien, a la otra mal. Pero el hombre no es, según ninguna analogía,
observación o experiencia, una línea recta. Su vida, su progreso, su desarrollo,
llámese como se quiera, no consiste meramente en seguir un campo recto u otro,
como pretenden los afiliados a las Religiones. La cuestión, el gran problema,
seria entonces fácil y estaría completamente resuelto. Pero no es tan fácil ir al
infierno como dicen los predicadores. Es una empresa tan difícil como encontrar
el camino hacia las Puertas de Oro. Puede un hombre estar sumido por completo
en los placeres sensuales, puede al parecer degradar su naturaleza entera; a pesar
de todo no se convierte en un perfecto diablo, porque todavía la centella de la
Luz Divina en su interior permanece. El pretende elegir el ancho camino que a
la destrucción conduce, y empieza valientemente su temeraria carrera. Pero muy
pronto se siente sobrecogido, refrenado por alguna de las muchas otras

32
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

radiaciones que parten del centro de sí mismo. Sufre, como el cuerpo sufre
cuando desarrolla monstruosidades que impiden su acción saludable. Él ha
creado el dolor, y se ha encontrado con su propia creación. Podrá parecer que
este argumento es de difícil aplicación respecto al dolor físico. No es así si el
hombre es considerado en un plano mucho más elevado que el que nosotros
generalmente ocupamos. Si se le mira como a una poderosa conciencia, que
origina sus manifestaciones en armonía con sus deseos, es evidente entonces que
el dolor físico resulta de la deformidad en aquellos deseos. Sin duda alguna, esta
concepción del hombre parecerá a muchas inteligencias en exceso gratuita, y que
lleva consigo un salto mental demasiado grande, hacia aquellos lugares
desconocidos en que la prueba no es posible obtenerla. Pero si la mente se
acostumbra a considerar la vida desde este punto de vista, entonces, muy pronto,
ningún otro es aceptable; los hilos de la existencia, que al observador puramente
materialista, aparecen sin remedio confundidos, se separan y rectifican, tan
pronto como una nueva forma de comprensión ilumina al universo. El arbitrario
y cruel Creador que a capricho inflige el dolor y concede el placer, desaparece
entonces de la escena; y es lo que debe suceder, porque ya es un carácter
innecesario, peor todavía, es ya un muñeco de paja, que no puede después de
todo erguirse sobre las tablas, sin que por todos lados los dogmáticos le
sostengan. El hombre viene a este mundo, seguramente, por la misma razón que
vive en una ciudad de la tierra o en otra; y después de todo, si es una exageración
el decir que esto es así, puede uno con toda seguridad preguntar: ¿Por qué no es
así? o existen para ello razones ni en pro, ni en contra a las que el materialista
pueda apelar, o que sean de peso, ante un tribunal de justicia. Pero yo aseguro en
favor del argumento, que ningún hombre, habiendo una vez considerado
seriamente lo anterior, puede volverse atrás hacia las teorías formales de los
escépticos. Sería lo mismo que si en pañales se envolviese de nuevo.

Concedido, pues, en consideración al argumento, que el hombre posee una


poderosa conciencia, que es su propio creador, su propio juez, y en cuyo interior
existen las potencialidades de toda vida, hasta el objetivo final; permítasenos
entonces considerar, por qué él mismo es quien se causa el sufrimiento.

Si el dolor es el resultado de un desarrollo desigual, de un crecimiento


monstruoso, de un adelanto imperfecto en diferentes puntos, ¿Por qué no aprende
el hombre la lección que esto le enseña, y no procura desarrollarse por igual?.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

A mi parecer, la contestación a esta pregunta seria que ésta es la verdadera


lección que la raza humana está empeñada en aprender. Quizás esto puede
parecer una afirmación audaz en exceso, en presencia del modo ordinario de
pensar, que o bien considera al hombre como una criatura hija de la casualidad,
viviendo en el caos, o como un alma encadenada a la rueda inexorable del carro
de un tirano, y lanzada al cielo o precipitada al infierno. Pero un modo tal de
pensar es, después de todo, el mismo que el de un niño que mira a sus padres
como los árbitros finales de sus destinos, y de hecho como los dioses o demonios
del universo. A medida que crece, arroja de sí esta idea, encontrando
sencillamente que es una cuestión de avanzar en años, y que él mismo es el rey
de la vida, como cualquier otro hombre.

Así es con respecto a la humana raza. Es el rey del mundo, árbitro de su


propio destino, y nadie existe que pueda decirle no. Él, que habla de Providencia
y de casualidad, no se ha tomado el trabajo de pensar.

El destino, lo inevitable, existe a la verdad, lo mismo para la raza que para


el individuo. Pero ¿Quién puede marcar su línea de acción, si no es el hombre
mismo?. Ni en los cielos ni en la tierra existe nada que dé motivo para suponer
la existencia de más ordenador que el hombre mismo, que sufre, o goza con lo
que está prescrito. Lo que sabemos acerca de nuestra constitución es tan poco,
somos tan ignorantes en lo referente a nuestras divinas funciones, que es para
nosotros imposible saber si en la actualidad estamos poco o mucho sujetos al
destino. Pero, lo que después de todo sabemos, es que, nada que dé motivo a la
existencia de un ordenador, ha sido todavía descubierto. Mientras que, si sólo
concedemos una muy pequeña atención a la vida que en torno a nosotros existe,
con el objeto de observar la acción del hombre sobre su propio futuro, pronto
percibimos este poder, como una fuerza actual en operación. Es visible aunque
nuestro campo de visión sea tan limitado.

El hombre del mundo, puro y sencillo, es de con mucho el mejor


observador práctico y filósofo con respecto a la vida, porque no está cegado por
ninguna clase de preocupaciones. Siempre se le encontrará creyendo, que según
lo que el hombre siembra, recoge. Y es esto tan verdadero, que si uno abarca el
más ancho campo de visión incluyendo toda la vida humana, se hace
comprensible la funesta Némesis que tan concienzudamente parece perseguir a
la raza humana, aquella inexorable aparición del dolor en medio del placer. Los
grandes poetas griegos veían esta aparición tan claramente que sus registradas

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

observaciones nos han dado a nosotros, observadores más jóvenes y más ciegos,
idea de la misma. No es verosímil que una raza tan materialista como la que
sobre todo el Occidente se ha desarrollado, hubiese descubierto por sí misma este
factor terrible de la vida, humana, sin el auxilio de los más antiguos poetas, los
poetas del pasado. Y con motivo de esto podemos indicar, dicho sea de paso, una
utilidad distinta que del estudio de los clásicos resulta; o sea que las grandes
ideas y hechos acerca de la vida humana que en la poesía de las grandiosas
figuras de la antigüedad existe, no se perderán por completo, como sucede con
sus artes. Indudablemente el mundo florecerá de nuevo, y pensamientos mucho
más grandes, y descubrimientos mucho más profundos que todos los del pasado,
serán la gloria de los hombres de la eflorescencia futura. Pero hasta que aquel
día lejano llegue, por mucho que apreciemos los tesoros que nos han sido
legados, nunca será lo suficiente.

Un aspecto de la cuestión existe, que al parecer y a primera vista, es


positivamente negativo, en cuanto a este modo de pensar: es el sufrimiento en el,
en apariencia, cuerpo puramente físico de los seres mudos, niños de corta edad,
idiotas, animales, y su desesperada necesidad, del poder que a consecuencia de
cualquier clase de conocimiento viene a auxiliarlos en medio de sus sufrimientos.

La dificultad que con respecto a esto en la mente se origina, procede de la


insostenible idea de la separación del alma del cuerpo. Se supone, por todos
aquellos que sólo se fijan en la vida material (y especialmente por los médicos
de la carne), que el cuerpo y el cerebro son un par de compañeros que viven
juntos, mano a mano, y reaccionan uno sobre el otro. Más allá de lo cual, ninguna
causa reconocen, y por lo tanto no permiten exista ninguna. Olvidan que el
cerebro y el cuerpo son evidentemente meros mecanismos como la mano o el
pie. Allí permanece el hombre interno el alma, haciendo uso de todos estos
mecanismos; y esto es una verdad tan evidente respecto de todas las existencias
que conocemos, como en lo que al mismo hombre se refiere. Ningún punto
podemos encontrar en la escala de los seres, en el cual el proceso de causación
que procede del alma cese, o pueda cesar. La ostra insensible debe tener en sí
misma aquello que hace que escoja la vida inactiva que la caracteriza; nadie por
descontado la escogería para él, más que el alma que en su seno se oculta, y que
le da el ser. ¿Cómo podría de otra manera estar en donde está, o existir en
absoluto?. Únicamente por medio de la intervención de un creador imposible,
llamado por un nombre o por otro.

35
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

A causa de ser el hombre tan indolente, y de estar tan poco dispuesto a


asumir o a aceptar la responsabilidad, recurre al expediente de esta falsificación
temporal de un creador. Es en verdad temporal, porque puede únicamente existir
mientras dure la actividad del poder cerebral particular que está en su lugar entre
nosotros. Cuando el hombre arroja su vida mental detrás de sí, necesariamente
abandona con ello su linterna mágica, y las placenteras ilusiones que con ayuda
de la misma ha conjurado. Debe ser aquél un muy penoso momento, y debe
producir un sentimiento de desnudez, al cual ninguna otra sensación
comparársele pueda. Al parecer podría uno mismo evitar tan desagradable
experiencia rehusando aceptar fantasmas imaginarios como entidades de carne,
sangre y poder. Le gusta al hombre lanzar sobre el Creador la responsabilidad,
no sólo de su capacidad para pecar y de la posibilidad de su salvación, sino la e
su misma vida, su verdadera conciencia. A la verdad que es un pobre Creador el
que de tal modo se contenta, que se complace con un universo de muñecos, y se
divierte tirando de sus hilos. Si es capaz de entretenerse de un modo semejante,
debe todavía estar en su infancia. Quizás es así, después de todo; el Dios que en
nuestro interior reside es todavía un niño, y rehúsa reconocer su más alto estado.
Si a la verdad, el alma del hombre está sujeta a las leyes del crecimiento, de
disminución y de renacimiento del mismo modo que su cuerpo, no hay entonces
motivo para maravillamos de su ceguera. Pero evidentemente no es esto así,
porque el alma del hombre pertenece sin duda a aquel orden de vida que origina
la hechura y la forma, y al cual estas cosas no afectan, a aquel orden de vida que
a manera de la pura y abstracta llama, arde siempre que es encendida. No puede
el tiempo cambiar o afectar a ésta, pues por su misma naturaleza es superior al
crecimiento y a la decadencia. Permanece en aquel lugar primitivo, que es el
único trono de Dios: en aquel punto del cual brotan las formas de la vida, y al
cual vuelven. En aquel lugar, el punto central de a existencia permanece, en
donde un foco permanente de vida reside como en el centro del corazón del
hombre. Por medio del desarrollo por igual, es como, primero, por el
reconocimiento de lo mismo, y después por su armónico desenvolvimiento sobre
las muchas líneas radiantes de experiencia, el hombre adquiere por fin la facultad
de llegar a las Puertas de Oro, y de levantar su aldaba. El proceso es el
reconocimiento gradual del dios en sí mismo; la meta es alcanzada cuando aquel
dios doméstico es restablecido conscientemente a su legítima gloria.

III

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Lo primero que necesariamente debe hacer el alma del hombre con objeto
de lanzarse a esta gran empresa, para descubrir la verdadera vida, es lo mismo
que ante todo hace el niño al desear la actividad de su cuerpo, debe ser capaz de
mantenerse en pie, claro es que el poder mantenerse a pie firme, de equilibrio,
de concentración, de rectitud en el alma, es una cualidad de un carácter
sobresaliente. La palabra que más gráficamente describe esta cualidad es
“confianza”.

Permanecer todavía en el seno de la vida y de sus cambios, y mantenerse


firme en el lugar escogido, es un hecho que sólo puede ser llevado a cabo por el
hombre que tiene confianza en sí mismo, y en su destino. De otra manera las
formas turbulentas de la Vida, la marea avasalladora de los hombres, las grandes
corrientes de pensamiento, deberán inevitablemente arrastrarle consigo,
perdiendo entonces aquel punto de coincidencia, desde el cual es posible lanzarse
a la grande empresa. Este acto del hombre recién nacido, debe ser llevado a cabo
conscientemente, y sin que la menor influencia exterior sobre él obre. Todos los
grandes de la tierra han poseído esta confianza, y han permanecido firmemente
en aquel lugar que era para ellos el único punto sólido del universo. Para cada
hombre este lugar es necesariamente distinto; cada hombre debe encontrar su
propia tierra y sus propios cielos.

Poseemos el deseo instintivo de remediar el dolor; pero en esto como en


todo lo demás, sólo nos ocupamos de exterioridades. Lo que hacemos es
sencillamente aliviarlo; y si hacemos más y lo arrancamos de la primera fortaleza
que ha escogido, aparece en algún otro sitio con vigor redoblado. Si
eventualmente es lanzado del plano físico, gracias a esfuerzos persistentes y
felices, reaparece en los planos mental o emocional, en donde ningún hombre
puede influir en el mismo. Que esto es así, es fácilmente visto por todos aquellos
que unen los distintos planos de sensación, y que observan la vida con aquella
iluminación adicional. Los hombres acostumbran considerar estas distintas
formas de sentimiento, como actualmente separadas, mientras que, de hecho, son
con toda evidencia tan sólo diferentes lados en torno de un mismo centro, el
punto de personalidad. Si aquello que en el centro brota, la fuente de vida, pide
alguna acción penosa, y a consecuencia de la misma causa dolor, la fuerza así
creada lanzada de una fortaleza, debe encontrar otra; no puede ser destruida. Y
todas las combinaciones de la vida humana que dan lugar a la emoción y al dolor,
existen con objeto determinado, sucediendo lo mismo en todas aquellas que dan
lugar al placer.

37
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Ambas tienen su mansión en el hombre, ambas piden la expresión de su


derecho. El maravillosamente delicado mecanismo de la forma humana, está
construido para responder a su más ligero contacto; las confusiones
extraordinarias de las relaciones humanas se desenvuelven por sí mismas, para
la satisfacción de estos dos grandes antagonistas del alma.

El dolor y el placer permanecen apartados y separados como o están


ambos sexos; y confundiéndolos, haciendo de los dos uno, es como el gozo, la
sensación y la paz profundas se obtienen; allí en donde no existe ni macho ni
hembra, ni placer ni dolor, allí el dios en el hombre domina, allí impera la vida
real.

El presentar la cuestión de este modo podrá tener demasiados puntos de


analogía con lo que el dogmático afirma sin que nadie le contradiga desde un
púlpito seguro. Pero es dogmatismo únicamente, como es dogmatismo el
recuerdo del esfuerzo de un sabio en una dirección nueva. A menos que la
existencia de las Puertas de Oro pueda probarse es real, y no una simple
fantasmagoría de visionarios fantásticos, entonces no son dignos de ellos,
después de todo, de hablar acerca de las mismas. En el siglo presente, sólo hechos
concluyentes o argumentos legítimos influyen en las inteligencias de los
hombres. Y esto es de con mucho lo mejor. Porque a menos que la vida hacia la
cual avanzamos aumente incesantemente en realidad, y sea actual, no merece la
pena que desperdiciemos el tiempo yendo hacia la misma. La realidad es la
mayor necesidad del hombre, y él la pide a toda costa, a cualquier precio. Esto
es lo que sucede; nadie dudará que esté en su derecho. Marchemos, pues, en
busca de la realidad.

IV
Una lección definida que todos cuantos han sufrido intensamente han
aprendido, nos prestará el mayor de los servicios desde este punto de vista. En el
dolor intenso se llega a un punto, en el que no puede distinguirse de su contrario,
el placer. Así es en verdad; pero pocos poseen el heroísmo o la energía para sufrir

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

hasta un grado tan extraordinario. Es aquél tan difícil de alcanzar como por el
otro camino. Únicamente unos pocos elegidos poseen la gigantesca capacidad
para el placer que les permite trasladarse a su lado opuesto. La mayor parte sólo
poseen la fuerza suficiente para gozar y para convertirse en esclavos del placer.
A pesa de todo, el hombre posee, indudablemente, en su interior, el heroísmo
necesario para la gran empresa. Si de otra suerte fuera, ¿Cómo es que hay
mártires que han sonreído en medio de los tormentos?. ¿Por qué el endurecido
pecador que solamente para el placer vive, puede por fin sentir el soplo divino
agitarse dentro de sí mismo?.

Pero con demasiada frecuencia, aquella posibilidad es anulada por la


preponderancia de la naturaleza sobrecogida: el mártir ha adquirido una pasión
por el dolor, y vive con la idea de un sufrimiento heroico; el pecador es cegado
por la idea de la virtud, y la adora como un fin, como un objetivo, como una cosa
divina por sí misma. Cuando, después de todo, sólo puede ser divina, si se la
considera como una parte de aquel todo infinito que comprende tanto al vicio
como a la virtud. ¿Cómo es posible dividir al infinito, a aquello que es uno?. Es
tan razonable conceder divinidad a cualquier objeto, como tomar una copa de
agua del océano, y declarar que éste está en aquélla contenido. No podéis
vosotros separar el océano; el agua salada es una porción del mar inmenso, y así
debe ser; pero, sin embargo, no podéis tener el mar en vuestra mano. Los
hombres desean tan impacientemente el poder personal, que están dispuestos a
colocar el infinito en una copa, y a sintetizar la idea divina en una fórmula con
objeto de poder imaginar que están en posesión de la misma. Son éstos
únicamente aquellos que no pueden levantarse y acercarse a las Puertas de Oro,
porque el gran soplo de vida les confunde; al contemplar su grandeza, el horror
les sobrecoge. El adorador de un ídolo, conserva en su corazón una imagen de
aquél, y siempre ante el mismo mantiene una luz encendida. Aquél es su ídolo
propio, y se complace con este pensamiento, aunque se incline reverentemente
ante él mismo. ¿Cuántos hombres virtuosos y religiosos no se encuentran en este
estado?. En lo más recóndito del alma, la lámpara arde ante el dios doméstico,
una cosa poseída por el adorador y a él sujeta. Los hombres se abrazan con
desesperada tenacidad a estos dogmas, a estas leyes morales, a estos principios
y sistemas de fe, que sus dioses caseros, sus ídolos personales. Pedidles que
enciendan la llama incesante sólo en honor del infinito, y se apartarán de
vosotros. De cualquier modo que desprecien vuestra protesta, en su interior deja
ésta el sentimiento de un doloroso vacío. Porque la noble alma del hombre, aquel
poderoso rey que dentro de todos nosotros reside, sabe perfectamente bien que

39
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

este ídolo casero puede en cualquier momento ser derribado y destruido; que en
sí mismo carece de toda finalidad, sin ninguna vida real y absoluta. Y con su
posesión ha sido feliz, olvidando que cualquiera de las cosas que se posean,
pueden sólo por las leyes inmutables de la vida, conservarse temporalmente. Ha
olvidado él, que el infinito es su único amigo; él ha olvidado que en su gloria
existe únicamente su mansión, y que aquél puede sólo ser su dios. Allí se siente
desamparado; pero como, en medio de los sacrificios que a su propio y especial
ídolo ofrece, encuentra un breve lugar de reposo, por esto apasionadamente a él
se abraza.

Pocos son los que tienen el valor de mirar, aunque sea de hito en hito, de
contemplar la gran desolación que al exterior de ellos mismos existe, y que
existirá durante todo el tiempo que se mantengan adheridos a la persona que
representan, al “yo” que para ellos es el centro del mundo, la causa de toda vida.
En su anhelo por un dios; encuentran la razón para la existencia de uno; en su
deseo por un cuerpo sensual y un mundo en donde gozar, existe para ellos la
causa del universo. Estas creencias pueden permanecer muy profundamente
ocultas bajo la superficie, y ser, por lo tanto, difícilmente accesibles; pero en el
hecho de que allí existen se funda la razón por la cual el hombre se mantiene
justo. Para sí mismo, él mismo es el infinito y el Dios; él sostiene el océano en
una copa. En su ilusión alimenta el egoísmo que hace la vida placentera, que
hace el dolor agradable. En este profundo egoísmo está la causa verdadera y el
origen de la existencia del placer y del dolor. Porque si el hombre no oscilase
entre estos dos, e incesantemente se recordase a sí mismo, por medio de la
sensación, que existe, lo olvidaría. Y en este hecho se funda por completo la
contestación a la pregunta: “¿Por qué da origen el hombre al dolor, para su propio
desconsuelo?”.

El hecho extraño y misterioso permanece todavía inexplicable; el hombre,


engañándose a sí mismo de un modo tal, interpreta meramente la naturaleza al
revés, y atribuye a las palabras de muerte la significación de la vida. Que el
hombre a la verdad en su interior contiene el infinito, y que en la copa el océano
realmente existe, es una verdad incontestable. Pero únicamente es así porque la
copa en absoluto no existe. Es sencillamente una experiencia del infinito,
expuesta a ser destrozada en cualquier momento. Pretendiendo realidad y
permanencia para los cuatro muros de su personalidad, es como el hombre
comete el enorme error que le sumerge en una prolongada serie de incidentes
desgraciados, e intensifica continuamente la existencia de sus formas favoritas

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

de sensación. El placer y el dolor se convierten para él en más reales que el gran


océano del cual él es una parte y en el cual su mansión existe; perpetua y
dolorosamente se golpea él mismo contra estos muros en los cuales siente, y su
yo mezquino oscila dentro de su prisión escogida.

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

CAPÍTULO V EL SECRETO DE LA FUERZA

Fuerza para lanzarse adelante es lo que en primer lugar necesita aquel que
este sendero ha escogido. ¿En dónde tiene que buscarse?. Mirando en torno de
sí no es difícil ver en dónde los otros hombres encuentran su fuerza. El orinen de
la misma existe en su profunda convicción. Gracias a este gran poder moral, nace
en la vida natural del hombre aquello que le permite, por débil que sea, avanzar
y vencer. Conquistar ¿qué?. No continentes ni mundos, sino a sí mismo. Por
medio de aquella victoria suprema se obtiene la entrada en el todo, en donde todo
cuanto puede ser conquistado y adquirido por medio del esfuerzo, se convierte
de una vez, no en algo, sino en uno mismo.

Ceñirse la armadura v lanzarse al combate, exponiéndose a una muerte


entre la confusión de la batalla, es cosa fácil; permanecer silencioso en medio de
la charla del mundo, conservar la tranquilidad durante el alboroto del cuerpo,
guardar silencio en medio de los mil gritos de los sentidos y deseos, y entonces,
despojado de toda armadura, sin precipitación, sin excitación alguna, coger la
serpiente mortal de uno mismo y matarla, no es fácil. A pesar de todo, esto es lo
que debe hacerse. Lo cual únicamente puede tener lugar en el momento de
equilibrio, cuando el enemigo está desconcertado por el silencio.

Para este momento supremo, es necesaria una fuerza tal, como la que
ningún héroe de los campos de batalla necesita. Un gran soldado debe poseer la
convicción plena y de la justicia de su causa, y de la rectitud de su método. El
hombre que combate contra sí mismo, y vence, puede únicamente hacerlo
cuando sabe que, empeñándose en aquella guerra, hace la única cosa que es digna
de llevarse a cabo; y cuando sabe que, conduciéndose de este modo, reduce a su
servicio a los cielos y al infierno. Sí, en ambos permanece. No necesita él de
cielo alguno, del cual el placer venga a manera de premio durante largo tiempo
prometido; infierno alguno no tiene en donde le aguarde la pena con la que será
castigado por sus pecados. Porque ha vencido una vez por todas a aquella astuta
serpiente en sí mismo, la cual se mueve de un lado a otro en su constante deseo
de contacto, en su carrera perpetua tras del placer y del dolor. Nunca jamás (una
vez la victoria realmente obtenida) temblará, o se llenará de gozo por cualquier

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

pensamiento acerca de lo que el futuro comprende. Todas aquellas sensaciones


ardientes que le parecían constituir las únicas pruebas de su existencia, ya no las
constituyen. ¿Cómo puede entonces conocer que vive?. Lo sabe únicamente por
argumento. Y con el tiempo no se cuida siquiera de argüir acerca de lo mismo.
Porque en él entonces reina la paz. Y en aquella paz encontrará el poder que ha
anhelado. Entonces sabrá lo que es aquella fe que puede mover las montañas.

II
La religión mantiene al hombre apartado del sendero, e impide su marcha
hacia adelante por muchas y claras razones. En primer lugar comete un error vital
de distinguir entre el mal y el bien. La naturaleza no conoce semejante distinción;
y las leyes morales y sociales impuestas por nuestras religiones, son tan
temporales como cosas pertenecientes a nuestro modo y forma de existencia,
como lo son las leyes morales y sociales de las hormigas y las abejas. Pasamos
nosotros más allá de aquel estado en el que estas cosas parecen ser finales, y las
olvidamos para siempre. Esto se demuestra fácilmente; puesto que un hombre de
amplio modo de pensar y de inteligencia, debe modificar su regla de vida cuando
habita entre gentes a él extrañas.

Estas gentes entre las cuales es un extranjero, tienen sus religiones propias
profundamente arraigadas, y convicciones hereditarias contra las cuales no
puede chocar. A menos de poseer una inteligencia abyecta, mezquina y obtusa,
ve que sus leyes y ordenanzas son tan buenas como las suyas propias. ¿Qué es
lo que entonces puede hacer, más que acomodar gradualmente su conducta a sus
reglas?. Y si después habita en medio de ellos muchos años, el filo cortante de la
diferencia se gasta, y olvida por fin en dónde su fe termina y la suya comienza.
¿Puede todavía su propio pueblo decir que ha hecho mal, si a ningún hombre ha
injuriado, y ha permanecido justo?.

No ataco yo ni a la ley ni al orden: no hablo de estas cosas con violento


disgusto. En su lugar, son tan vitales y necesarias, como lo es el código que rige
en una colmena para la prosperidad de la misma. Lo que yo deseo indicar es que
la ley y el orden en sí mismos, son completamente temporales y no satisfacen.
Cuando el alma de un hombre abandona aquella habitación que por breve tiempo
ha ocupado, no la acompañan pensamientos de ley y de orden. Si es fuerte, se
convierte en poseedora del éxtasis de la verdadera existencia y de la vida real,

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

como saben todos los que han velado junto al lecho de los moribundos. Si el alma
es débil, se acobarda y debilita, vencida por el soplo primero de la vida nueva.

¿Hablo yo de un modo en exceso positivo?. Únicamente aquellos que en


la vida activa del momento viven, que no han velado a muertos o a moribundos,
que no han recorrido los campos de batalla y contemplado los semblantes de los
hombres en su agonía postrera, lo dirán. El hombre fuerte, lleno de un gozo
inmenso abandona su cuerpo.

¿Por qué?. Porque la duda ya no le detiene, ya no le hace temblar. En el


momento misterioso de la muerte, le es concedida la libertad; y con súbito
sentimiento de deleite la reconoce. Si antes hubiese tenido la seguridad de esto,
hubiera sido un gran sabio, un hombre capaz de regir el mundo, porque hubiera
tenido el poder de gobernarse a sí mismo, y a su propio cuerpo. La liberación de
las cadenas de la vida ordinaria puede obtenerse tan fácilmente durante la vida
como por la muerte. Únicamente se necesita una convicción profunda, lo
suficiente para permitir al hombre el mirar su cuerpo, con la misma emoción con
que miraría el cuerpo de otro hombre, o los cuerpos de un millar de hombres.
Contemplando un campo de batalla, es imposible hacerse cargo de la agonía de
cada uno de los que sufren. ¿Por qué entonces sentir nuestro dolor de un modo
más agudo que el de otro?. Agrupad juntamente a la totalidad, y mirad allí, desde
un punto de vista más ancho que el de la vida individual. El sufrimiento que en
la actualidad vuestra herida física os causa, es una debilidad de vuestra
limitación. El hombre desarrollado psíquicamente siente la herida de otro, de un
modo tan agudo como la suya propia; y ni siquiera siente la suya, si es lo
suficientemente fuerte para quererlo así. Todo el que ha examinado seriamente
las condiciones psíquicas, sabe que éste es un hecho más o menos marcado en
armonía con el desarrollo psíquico. En muchos casos siente el psíquico más
aguda y egoístamente su propio dolor que el de cualquiera otra persona; pero
esto sucede cuando el desarrollo, a pesar de lo lejos que haya ido, llega
únicamente hasta un cierto punto. Este es el poder que conduce al hombre al
borde de aquella conciencia que es profunda paz y actividad vital. No puede
llevarle más allá; pero si él ha llegado a sus orillas, se libra del dominio mezquino
de su propio yo. Aquélla es la primera y grande liberación. Contémplense los
sufrimientos que nuestras miserables y limitadas experiencias y simpatías nos
causan. Cada uno de nosotros permanece completamente solo, una unidad
solitaria, un pigmeo en el mundo. ¿Qué buena fortuna podemos esperar?. La gran
vida del mundo vertiginosamente se mueve en el espacio, y a cada instante

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

estamos en peligro de ser oprimidos, y hasta de ser por ella destruidos por
completo. No existe defensa alguna contra la misma, ningún ejército oponérsele
puede, porque en esta vida cada hombre está empeñado en su propio combate
contra cada uno de los demás hombres, y ni dos pueden unirse bajo la misma
bandera. Un solo medio existe para escapar de este peligro terrible, con el cual
luchamos a todas horas. Volverse en redondo, y en lugar de resistirse a las
fuerzas, unirse a ellas, unificarse con la Naturaleza, y andar fácilmente por el
sedero. No sentir o resistir a las circunstancias de la vida, más de lo que sienten
las plantas, la lluvia y el viento. Entonces súbitamente, y con asombro, os
encontraréis que podéis economizar tiempo y fuerza, para emplearlos en la gran
batalla que sin remedio todo hombre debe librar en sí mismo, la que le conduce
a su propia conquista.

En cierto modo, podría decirse a su propia destrucción. ¿Y por qué?.


Porque desde la hora en que por vez primera prueba la realidad espléndida de la
vida, olvida más y más su propio individuo; ya no combate más por él, o excita
su fuerza contra la fuerza de los demás. Ya no tiene más interés en defenderlo o
en alimentarlo. Cuando permanece tan indiferente a su bienestar, el yo individual
crece más fuerte y más robusto, a manera de las hierbas de las praderas y de los
árboles de las selvas impenetrables. Es para él una cuestión de indiferencia el
que esto sea así a no sea. Cínicamente si es así, tiene en su mano y dispuesto un
magnífico instrumento. Y en proporción debida a lo completo de su indiferencia,
es la fuerza y la belleza de su yo personal. Esto fácilmente se ve: un jardín de
flores se convierte en una mera copia degenerada de sí mismo, si es
sencillamente descuidado. Una planta debe ser cultivada hasta el grado más
elevado, y corresponder por completo al saber del jardinero, o ser de otro modo,
puramente salvaje, silvestre, y alimentada sólo por la tierra y el cielo. ¿Quién se
interesa por algún estado intermedio?. ¿Qué valor o que fuerza existen en la
descuidada rosa del jardín, que tiene la podredumbre en cada capullo?. Las flores
enfermas o raquíticas se deben con toda seguridad a un cambio arbitrario de
condiciones, causado por el descuido del hombre que hasta entonces ha sido la
providencia de la planta en su vida antinatural. Pero existen llanuras barridas por
todos los vientos, en donde las margaritas crecen robustas, tales como ningún
cultivo puede producirlas. Cultivad, pues, hasta el mayor extremo; no olvidéis ni
una sola pulgada de vuestro jardín; no descuidéis ni a la menor de las plantas que
en él mismo crecen; no tengáis pretensiones locas, ni imprudentemente os
equivoquéis, imaginando que estáis dispuestos a olvidarlo, y exponiéndoos así a
las terribles consecuencias de las medidas a medias. La planta que es regada un

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

día y olvidada al siguiente, debe decaer o desmerecer. La planta que no espera


más auxilio que el de la misma naturaleza, mide ante todo sus fuerzas y no muere
y vuelve a ser creada, o llega a ser un grande árbol, cuyas ramas llena el espacio.
Pero no equivocarse en manera alguna, como los religiosos y algunos filósofos,
no descuidéis ninguna porción de vosotros mismos, mientras conozcáis que a
vosotros mismos pertenece. Durante todo el tiempo que el terreno es del
jardinero, su obligación es cuidarlo. Pues algún día será llamado desde algún otro
país o por la muerte misma, y en un momento cesa de ser el jardinero, su
ocupación ha terminado, sus deberes con respecto a aquél ya no existen.
Entonces sus plantas favoritas sufren y mueren, y las delicadas se confunden con
la tierra. Pero pronto, la naturaleza poderosa reclama el lugar para sí, y lo cubre
de espeso césped o de hierbas gigantescas, o alimenta algún renuevo hasta que
sus ramas sombrean la tierra. Vigilad y cuidad vuestro jardín con el mayor
esmero posible, hasta que lo abandonéis por completo, y a la naturaleza vuelva,
y se convierta en la llanura a todos vientos abierta, en donde las flores silvestres
crecen. Si entonces cerca de él pasáis y lo contempláis, nada de lo que en él
mismo haya sucedido podrá ni disgustaros ni engreíros. Porque entonces seréis
capaces de decir: “Yo soy el terreno rocoso. Yo soy el árbol corpulento. Yo soy
las silvestres margaritas”, las cuales es indiferente florezcan en donde una vez
vuestro rosal creció. Pero debéis haber aprendido a estudiar las estrellas con
algún objeto, antes de atreveros a descuidar vuestras rosas, y de omitir el llenar
el aire con su cultivada fragancia; debéis conocer vuestro camino al través del
aire en el cual huellas no existen y de allí al éter puro; debéis estar dispuestos a
levantar la barra de la Puerta de Oro.

Cultivad, os digo, y no descuidéis nada. Recordad únicamente, que


mientras cuidáis y regáis, estáis usurpando imprudentemente las atribuciones de
la misma Naturaleza. Habiendo usurpado su obra, la debéis concluir por
completo, hasta que hayáis alcanzado un punto en el cual no tenga ya ella poder
alguno para castigaron, en donde ya no os asuste, y desde el cual podáis con la
frente alta devolverle lo que a ella le pertenece. La poderosa madre se ríe para
sus adentros espiándoos, con sus ojos sonrientes y entreabiertos, pronta a reducir
inflexiblemente a polvo vuestra obra entera, si para ello le dais motivo, si os
emperezáis y vuestro descuido crece. El perezoso es el padre del loco, en el
sentido mismo de que el niño es padre del hombre. La Naturaleza ha puesto sobre
él su vasta mano, y ha arruinado por completo el edificio. El jardinero y sus
rosales son igualmente destrozados y deshechos por la gran tempestad a la que
su movimiento ha dado origen; desamparados permanecen hasta que la arena

46
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

sobre ellos se amontona, quedando en triste soledad sepultados. De este lugar


desierto la Naturaleza misma volverá a crear; y empleará las cenizas del hombre
que se atrevió a resistirla, con tanta indiferencia como las marchitas hojas de sus
plantas. Su cuerpo, su alma, y su espíritu, todos son igualmente reclamados por
ella.

III
El hombre que es fuerte, que ha resuelto encontrar el sendero desconocido,
da cada paso con el mayor cuidado. No pronuncia ninguna palabra inútil, no
ejecuta ninguna acción inconsiderada, no descuida ningún deber u oficio por
vulgar o difícil que sea. Pero al paso que sus ojos, sus manos y sus pies están
desempeñando sus obligaciones, nuevos ojos, nuevos pies y nuevas manos están
naciendo en su interior. Porque su deseo apasionado e incesante es lanzarse hacia
aquel camino en el cual los órganos sutiles son los únicos que pueden guiarle. El
ha aprendido y sabe cómo emplear el mundo físico; gradualmente su poder pasa
más allá de aquél, y reconoce el mundo psíquico. Pero tiene que aprender a
conocer este mundo y la manera de usarlo, y no se atreve a soltar la vida que es
familiar para él, hasta que se ha afirmado en aquello que para él es desconocido.
Cuando ha adquirido un poder tal con sus órganos psíquicos, del mismo modo
que le sucede al niño con sus órganos físicos, cuando por vez primera abre sus
pulmones, entonces ha sonado la hora para la gran aventura. ¡Cuán poco es lo
que se necesita, y a pesar de todo cuánto no es necesario!. No necesita el hombre
que el cuerpo psíquico esté en todas sus partes formado, como el de un niño;
necesita sólo la convicción profunda e inquebrantable que al niño impele, de que
la nueva vida es deseable. Una vez estas condiciones adquiridas, puede ya vivir
en la nueva atmósfera, y dirigir sus ojos al nuevo sol. Pero entonces debe recordar
el confortar su nueva experiencia por medio de la antigua. Respira todavía,
aunque de un modo diferente; introduce el aire en sus pulmones, y toma la vida
del sol. Ha nacido en el mundo psíquico, y depende ahora del aire y de la luz
psíquica. Su objetivo final no está aquí: esto es sólo una repetición sutil de la
vida física que tiene que pasar por él en armonía con leves semejantes. Debe
estudiar, aprender, crecer y conquistar: no olvidando jamás que su meta está en
aquel lugar en donde ni el aire ni el sol ni la luna existen.

No hay que figurarse, por esto, que en la serie de su progreso, el hombre


cambia o es movido de su sitio. Nada de esto sucede. La más fiel ilustración del
proceso es aquella en la que se le compara al levantamiento de capas de corteza

47
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

o de piel unas tras otras. Habiendo el hombre aprendido su lección


completamente, abandona la vida contemplativa o vida de adoración.

Arrojadas todas por fin, entra en el gran templo, en el cual todo recuerdo
del yo o de sensación es dejado al exterior, como los zapatos que el adorador se
quita. Aquel templo es el lugar de su propia y pura divinidad, la llama central
que aun oscurecida, le ha animado en medio de todas sus luchas. Y habiendo
encontrado esta mansión sublime, está tan seguro como los cielos mismos.
Permanece todavía lleno de todo conocimiento y poder. El hombre exterior, el
adorador, el activo, la personificación viviente, sigue su camino mano a mano
con la naturaleza, y da muestra de toda aquella fuerza soberbia de la naturaleza
silvestre en la tierra, iluminado por aquel instinto que comprende al
conocimiento. Porque en el más interno santuario, en el templo actual, ha
encontrado el hombre la esencia sutil de la naturaleza misma. No puede ya por
más tiempo existir diferencia alguna entre ellos, ni ninguna clase de medidas a
medias. Llega ya la hora de la acción y del poder. En aquel santuario interno todo
se encuentra, Dios y sus criaturas, los enemigos que de ellas hacen presa, todos
aquellos de entre los hombres a quienes hemos amado, todos aquellos a quienes
hemos aborrecido. Ya entre ellos no existe diferencia alguna. Entonces el alma
del hombre se complace con su fuerza e intrepidez y se lanza en medio del mundo
en donde su acción es necesaria y es causa de que esta acción se verifique sin
aprensión, ni miedo, ni sobresalto, sin gozó, y sin sentimiento.

Este estado es posible al hombre mientras todavía vive físicamente, pues


hombres lo han alcanzado durante su vida. Sus acciones en lo físico se relacionan
únicamente con lo divino y lo verdadero.

La vida entre los objetos materiales debe para siempre ser una forma
externa para el alma sublime; puede únicamente convertirse en la vida poderosa,
en la vida en que los grandes resultados se obtienen cuando es animada por el
coronado e indiferente dios que en el santuario reside.

La obtención de este estado es tan en alto grado deseable, porque desde el


momento en que en él se ha entrado, no más turbación, no más ansiedad, no más
duda o vacilación existen. Así como un gran artista pinta sin miedo alguno su
cuadro sin cometer jamás ningún error que le disguste, del mismo modo se
conduce con su vida el hombre que ha formado su yo interno.

48
Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

Pero esto se refiere a cuando ya en esta condición se ha entrado. El mirar


a las montañas hambrientos por saber, es el modo de entrar y el camino hacia la
puerta. La puerta es aquella Puerta de Oro asegurada con una Pesada barra de
hierro. El camino hacia el umbral de la misma, ocasiona en el hombre la
enfermedad y la indiferencia; no parece ningún sendero, parece interminable,
bordea precipicios asquerosos, él mismo se pierde en medio de aguas profundas.

Una vez cruzadas, y encontrado el camino, maravilloso parece que la


dificultad haya sido considerada tan grande. Porque el camino, cuando
desaparece, sólo gira bruscamente sobre el borde del precipicio, conserva el
ancho suficiente para el pie, y al través de las profundas aguas cuyo aspecto es
tan traidor, existen siempre un vado y una barca. Así sucede en todas las
profundas experiencias de la vida humana; cuando el primer pesar al corazón
desgarra, parece como si el sendero hubiese terminado y una confusa oscuridad
ocupase el lugar de los cielos. Y a pesar de todo, buscando a tientas, el alma pasa,
y queda vencida aquella dificultad, aquella vuelta del camino al parecer
infranqueable.

Lo mismo sucede con muchas otras formas de la tortura humana. Algunas


veces durante un largo período, o durante una vida entera, el camino de la
existencia está perpetuamente embarazado por lo que al parecer son obstáculos
insuperables; el dolor, la pena, el sufrimiento, la pérdida de todo cuanto se ama,
o tiene valor, se levantan ante el alma aterrorizada y la rechazan a cada vuelta.
¿Quién colma allí semejantes obstáculos?. La razón se encoge ante lo pueril y
mezquino de la pintura, que los religiosos ante la misma presentan. ¡El permiso
que Dios concede al diablo para que atormente a sus criaturas, para que alcancen
la fidelidad postrera!. ¿Cuándo serví ésta obtenida?. La idea comprendida en lo
anterior supone un fin, un objetivo. Allí ninguno existe. Cualquiera de nosotros
puede con toda seguridad afirmar que todo lo lejos que la observación humana,
la razón, el pensamiento, la inteligencia, o el instinto, pueden ir en lo que pueden
conocer acerca del misterio de la vida, todos los datos obtenidos muestran que el
sendero es interminable, y que la eternidad no puede ser aludida ni convertida
por el alma perezosa en un millón de años.

En el hombre considerado individualmente, o como un todo, es evidente


que una doble constitución existe. Hablo ahora en sentido general, sabiendo
perfectamente que las distintas escuelas de filosofía lo dividen y subdividen de
acuerdo con sus distintas teorías. Lo que quiero decir es que dos grandes

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

corrientes de emoción circulan al través de su naturaleza, dos grandes fuerzas


dirigen su vida: la una hace de él un animal, la otra le convierte en un dios.
Ningún bruto de la tierra es tan brutal como el hombre que sujeta su poder divino
al poder animal. Lo cual perfectamente se comprende, porque la fuerza total de
la doble naturaleza es entonces lanzada en una dirección. El animal obedece pura
y sencillamente a sus instintos, y lo único que desea es satisfacer su amor por el
placer; muy poca atención concede a la existencia de otros seres, a no ser que
para él sean motivo de placer o de dolor. Nada sabe respecto del amor abstracto
de la crueldad, o de cualquiera de aquellas viciosas tendencias del ser humano
que tienen en sí mismas su propia gratificación. Por esto el hombre que en una
bestia se convierte, tiene un poder sobre la vida un millón de veces mayor que
las bestias, y aquello que en el animal es una diversión lo suficientemente
inocente no refrenada por una divisa moral arbitraria, se convierte para él en
vicio, porque es gratificado en principio. Además lanza todos los poderes divinos
de su ser en esta dirección y degrada su alma haciéndola esclava de sus sentidos.
El dios deformado y disfrazado cuida del animal y le alimenta.

Considérese entonces si es posible cambiar la situación. El hombre mismo


es rey del país en el cual se observa tan extraño espectáculo. Permite al animal
usurpar el lugar del dios, porque por el momento el animal halaga más a su
imaginación real y caprichosa. Esto no puede durar siempre; ¿Por qué consentir
en que por más tiempo dure?. Durante todo el tiempo en que el animal domine,
tendrán lugar los más agudos sufrimientos a consecuencia del cambio de la
vibración entre el placer y el dolor, a causa del deseo por una vida física
placentera y prolongada. Y el dios en sus funciones de sirviente, concede a todo
lo anterior una importancia mil veces más grande llenando la vida física en
mucho mayor grado con los placeres más refinados, raros, voluptuosos, estéticos,
y con una intensidad de sufrimiento tan apasionada, que no conoce uno en dónde
el placer termina, y en dónde el dolor empieza. Durante todo el tiempo que el
dios sirva, se enriquecerá la vida del animal, e irá siendo cada vez más valiosa.
Pero que resuelva el rey cambiar la faz de su corte, y lanzar a la fuerza al animal
del sillón del estado, restableciendo al dios en el lugar de la divinidad.

¡Ah!. ¡Qué profunda paz la que sobre el palacio desciende!. Todo, a la


verdad, ha cambiado. Ya no existe allí la fiebre del personal anhelo o de los
deseos; ya no hay allí nada que se rebele, ni miseria; la sed de placeres o el
miedo del dolor ya no existen. No de otra manera una gran calma sobre el
tempestuoso océano desciende; no de otra manera la lluvia suave del verano

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

sobre la tierra abrasada se difunde; no de otra manera el profundo estanque en


medio de los tristes y abrasados laberintos de la selva inhospitalaria, da la vida.

Pero más que todo esto hay todavía. No sólo es el hombre más que un
animal porque en él el dios reside, sino que es más que un dios a causa de que en
él el animal existe.

Una vez sujeto el animal en su lugar debido, en el inferior, os encontráis


en posesión de una gran fuerza hasta entonces ni sospechada ni conocida. El dios
como siervo aumenta en un grado mil veces mayor los placeres del animal: el
animal como siervo concede una fuerza mil veces mayor a los poderes del dios.
Y de la unión, de la relación debida entre estas dos fuerzas en sí mismo, depende
que el hombre se mantenga erguido a manera de un rey poderoso, y pueda alzar
su mano y levantar la barra de la Puerta de Oro. Cuando estas fuerzas no guardan
la proporción debida, entonces el rey es únicamente un voluptuoso coronado sin
poder y cuya dignidad sólo causa risa, puesto que los animales no divinos, por
lo menos conocen la paz y ni el vicio ni la desesperación les desgarran.

He aquí todo el secreto. Esa unión es la que hace al hombre fuerte,


poderoso y capaz de coger con sus manos los cielos y la tierra. No se imagine
que pueda fácilmente hacerse. No le engañe la idea de que el hombre virtuoso o
religioso lo logra. Nada de eso. Ellos no hacen más que fijar un lema, una rutina,
una ley, con lo cual tienen al animal contenido; el dios es obligado a servirle
hasta cierto punto, y así lo hace, complaciéndose con las creencias y adoradas
fantasías de los religiosos con el elevado sentimiento del orgullo personal que
hace las delicias de los virtuosos. Estos vicios especiales y canonizados, son
cosas demasiado bajas y miserables para ser poseídas por el animal puro, cuyo
único inspirador es la naturaleza misma, siempre fresca como la aurora. El dios,
en el hombre degradado, es una cosa inexpresable en su infame poder de
producción.

El animal en el hombre que se ha elevado, es una cosa inconcebible en


cuanto a sus grandes poderes de servicio y de fuerza.

Olvidáis vosotros los que permitís que vuestro animal viva meramente
sujeto y mantenido entre ciertos límites, que es una gran fuerza, una porción
integral de la vida del mundo en el cual vivís. Gracias a él podréis mandará los
hombres e influir en el mundo mismo más o menos perceptiblemente según

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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro

vuestra fuerza. El dios colocado en su lugar debido, inspirará y guiará a esta


criatura extraordinaria, la educará y la desarrollará para ponerla en acción y
obligarla a que reconozca su naturaleza, con lo cual temblaréis cuando os hayáis
hecho cargo del poder que en vosotros ha despertado. El animal por sí mismo,
será entonces un rey entre los animales del mundo.

Éste es el secreto de los magos del mundo antiguo, que obligaban a la


naturaleza a servirles, y verificaban milagros todos los días para su conveniencia.
Este es el secreto de la raza futura que Bulwer Lytton nos ha pronosticado.

Pero este poder únicamente puede obtenerse concediendo al dios la


soberanía. No consintáis en que vuestro animal os gobierne, y de este modo
jamás gobernará a otros.

EPILOGO
Oculta y escondida en el corazón del mundo y en el corazón del hombre,
está la luz que puede iluminar toda vida, el futuro y el pasado. ¿No debemos
acaso ir en su busca?. Seguramente algunos deben hacerlo. Y entonces quizás
éstos añadirán lo que le falta a este pobre pensamiento fragmentario.

FIN

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