Collins, Mabel - Por las puertas de oro (2)
Collins, Mabel - Por las puertas de oro (2)
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Mabel Collins
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
CONTENIDO
Por las Puertas de Oro, página 4.
Capítulo Primero
La Investigación por Placer, página 5.
Capítulo II
El Misterio de los Umbrales, página 18.
Capítulo III
El Esfuerzo Inicial, página 22.
Capítulo IV
La Significación del Dolor, página 31.
Capítulo V
El Secreto de la Fuerza, página 42.
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
¿Por qué ansiar y buscar aquello que está por completo fuera de alcance,
mientras los sentidos interiores permanecen dormidos?. ¿Por qué no reunir los
fragmentos que tenemos a mano, y ver si por medio de ellos podemos dar alguna
forma a aquella confusión inmensa?.
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
II
Es indudable que muchos más de los que lo hacen recurrirían al suicidio
con el objeto de librarse de la carga de la vida, si pudiesen convencerse que de
aquel modo puede lograrse el olvido. Pero aquel que duda antes de apurar el
veneno por miedo de cambiar únicamente de modo de existencia, y de
encontrarse quizás sujeto a una más activa forma de miseria, es un hombre de
más conocimiento que las almas temerarias que de un modo salvaje se arrojan
en el seno de lo desconocido, esperando sus favores. Las aguas del olvido son
algo por completo distinto de las aguas de la muerte, y la raza humana no puede
extinguirse por medio de la muerte mientras la ley de nacimiento obre. El hombre
vuelve a la vida física, del mismo modo que el bebedor vuelve a la botella de
vino; él no sabe el porqué, sabe únicamente que desea la sensación producida
por la vida, como el bebedor desea la sensación por el vino originada. Las
verdaderas aguas del olvido existen lejos, tras de nuestra conciencia, y pueden
únicamente ser alcanzadas cesando de existir en aquella conciencia, haciendo
cesar el ejercicio de la voluntad que nos llena de sentidos y de sensibilidades.
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
III
Esta pregunta, hija de la tristeza y del aburrimiento, que nos parecen
constituir una parte esencial del espíritu del siglo en que vivimos, es de hecho
una cuestión que debe haber sido entablada en todas épocas. Si con la
inteligencia nos dirigimos hacia atrás, al través de la historia, sin duda alguna
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
IV
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
Lo que los hombres desean es saber cómo cambiar el dolor por el placer;
o lo que es lo mismo, encontrar por medio de qué procedimiento puede regularse
la conciencia, con objeto de que la sensación más agradable sea la que se
experimente. Si puede esto descubrirse por el esfuerzo del pensamiento humano,
es por lo menos una cuestión digna de tenerse en cuenta.
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
Todo cuanto existe en las palabras de estos libros, existe en cada uno de
nosotros y es imposible encontrar, tanto en la literatura, como en cualquiera de
las direcciones en que la inteligencia se lance, lo que no existe en el hombre que
estudia. Esto es, por supuesto, un hecho evidente conocido por todos los
verdaderos estudiantes. Pero tiene que ser especialmente recordado, con
referencia a este asunto oscuro y profundo, desde el momento en que con tanta
facilidad creen los hombres que nada para los demás puede existir; allí donde
encuentran ellos el vacío únicamente.
De una cosa pronto se apercibe el hombre que lee. Todos los que se han
adelantado, no han encontrado que las Puertas de Oro conduzcan al olvido. Al
contrario, en cuanto el umbral de las mismas se ha cruzado por vez primera la
sensación es real. Pero pertenece a un nuevo orden, a un orden desconocido para
nosotros en la actualidad, y que no podemos apreciar sin que, por lo menos,
poseamos alguna indicación respecto de su carácter. Esta indicación puede
indudablemente ser obtenida por cualquier estudiante que se familiarice con toda
la literatura que para nosotros es accesible. Los libros y manuscritos místicos
existen, pero permanecen inaccesibles, sencillamente porque no existe hombre
alguno en disposición de leer la primera página de cualquiera de ellos que no se
convenza como los que han estudiado el asunto suficientemente. Debe existir
una línea continua al través de estos conocimientos; vemos nosotros pasar de la
más densa ignorancia a la sabiduría; es natural únicamente que podamos obtener
el conocimiento intuitivo y la inspiración. Algunos escasos fragmentos poseemos
de estos grandes dones del hombre; ¿En dónde, pues, está el todo del cual deben
ellos constituir una parte?. Escondido tras el sutil y, al parecer, infranqueable
velo, que lo oculta de nosotros, como oculta toda ciencia, todo arte, todos los
poderes del hombre, hasta que éste tiene el valor suficiente para rasgarlo. Este
valor procede únicamente de la convicción. Una vez que un hombre cree que
aquello que desea existe, tratará de obtenerlo a toda costa. La dificultad en este
caso estriba en la incredulidad del hombre. Es necesario mucho tiempo y gran
concentración del pensamiento para poderse lanzar en dirección de la región
desconocida de la naturaleza del hombre, con objeto de que las puertas puedan
abrirse y ser sus gloriosas perspectivas exploradas.
Que merece la pena de hacerse esto, suceda lo que suceda, todo debe
conducirle a creerlo al que ha hecho la triste pregunta del siglo corriente... ¿Es la
vida digna de vivirse?. Seguramente es lo suficiente para incitar al hombre a un
nuevo esfuerzo la sospecha de que más allá de la civilización, más allá de la
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
cultura mental, más allá del arte y de la perfección mecánica, existe algo nuevo,
otro vestíbulo que nos admite a las realidades de la vida.
V
Cuando parece como si el fin hubiese sido alcanzado, el designio logrado,
y que el hombre no tiene ya nada más que hacer, justamente entonces, cuando
parece que lo mejor para él es comer, beber y vivir a sus anchas, a manera de las
bestias, y sumido en el mortal escepticismo, entonces, de hecho, si mirar quisiese
tan sólo, las Puertas de Oro ante él están. Con la cultura del siglo en su interior,
y habiéndose perfectamente asimilado que él es una encarnación de la misma,
entonces está en disposición de intentar el gran paso, que a pesar de ser en
absoluto posible; es intentado por tan pocos, aun entre aquellos que pueden
hacerlo. Es intentado tan raras veces, en parte a causa de las profundas
dificultades que le rodean, pero mucho más influye en lo mismo el que no se
convenza el hombre de que ésta es la dirección, en la actualidad, en la que la
satisfacción y el placer tienen que ser obtenidos.
Cada individuo se siente atraído por ciertos placeres; cada uno de los
hombres conoce que en una o en otra especie de sensación encuentra sus mayores
delicias. Y naturalmente, durante su vida, a ella de un modo sistemático se dirige
no de otra manera el girasol hacia el sol se vuelve, y el lirio sobre el agua se
inclina. Pero está luchando continuamente con un hecho terrible que oprime su
alma, o sea que tan pronto como ha obtenido su placer, lo pierde, y una vez más
tiene que andar en su busca. Más que esto, jamás en la actualidad lo alcanza,
porque en el momento final le escapa. Le sucede esto, porque procura coger lo
que es impalpable, y satisfacer la sed de su alma con la sensación, por medio del
contacto de los objetos externos. ¿Cómo puede lo que es exterior satisfacer, o tan
siquiera gustar, al hombre interno, que es el que reina en el interior, y que no
tiene ojos para la materia, ni manos para tocar los objetos, ni sentidos con los
cuales enterarse de lo que fuera de sus mágicas paredes existe?. Aquellas
encantadas barreras que le rodean carecen de límites, porque está en todas partes;
debe ser descubierto en todas las cosas vivientes, y no puede concebirse sin él
ninguna parte del universo, si éste es considerado como un todo coherente. Si
desde el principio no se concede lo anterior, es completamente inútil el
considerar la cuestión de la vida. A la verdad, la vida carece de significación, a
menos de ser universal y coherente y a menos que sostengamos nuestra
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
existencia a causa del hecho de que somos una parte de aquello que es; no por
razón de nuestra propia existencia.
VI
La indolencia es de hecho la maldición del hombre. Así como el labrador
irlandés y el gitano cosmopolita viven en la pobreza y en la miseria a causa de
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
su completa ociosidad, del mismo modo el hombre de mundo vive contento por
la misma razón, en medio de los placeres sensuales. El beber vinos delicados,
comer manjares exquisitos, el amor de colores y de sonidos brillantes, de
hermosas mujeres, y de magníficos objetos en torno suyo, todo esto, para el
hombre cultivado, ni tiene más importancia ni es más satisfactorio como motivo
final de goce, que lo que son las groserías, diversiones y placeres del mozo de
labranza, para el hombre no cultivado.
No puede existir el punto final, porque la vida en cada una de sus formas
es sólo una vasta serie de delicadas gradaciones, y el hombre que decide
permanecer inmóvil en el punto de cultura que ha alcanzado, y confiesa que no
puede ir más lejos, hace sencillamente una arbitraria afirmación para excusar su
indolencia.
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Mabel Collins – Por las Puertas de Oro
veces la misma copa de placer puede gustarse; la segunda vez debe contener un
grano de veneno o una gota del elixir de vida.
El mismo argumento conserva su fuerza en lo que a los placeres
intelectuales se refiere; la misma ley opera. Vemos a hombres que, en cuanto a
inteligencia, son la flor de su época, que van mucho más lejos que sus hermanos,
que a manera de torres sobresalen entre ellos, son arrastrados al fin por la rueda
fatal, girar sobre la misma, a manera de ardillas, cediendo a la indolencia innata
del alma, y empezando a engañarse a si mismos con el solaz de la repetición.
Entonces viene la debilidad y la falta de vida, aquel estado infeliz y engañoso en
el cual con demasiada frecuencia grandes hombres entran, justamente cuando la
mitad de su vida ha transcurrido. El fuego de la juventud, el vigor de la joven
inteligencia, vence la inercia interna, y hace que el hombre escale alturas de
pensamiento y llene sus pulmones mentales con el aire libre de las montañas.
Pero entonces, al fin la reacción física de él se apodera; el mecanismo físico del
cerebro pierde sus ímpetus poderosos, y empiezan sus esfuerzos a debilitarse,
sencillamente porque la juventud del cuerpo tiene un fin. Entonces es el hombre
asaltado por el gran tentador de la raza, que siempre en acecho permanece junto
a la escala de la vida, pronto a lanzarse sobre aquellos que a tales alturas llegan.
Vierte la envenenada gota en su oído, y desde aquel momento la conciencia toda
se convierte en estupidez, y queda el hombre aterrorizado recelando que para él
la vida va perdiendo sus posibilidades. Se lanza hacia atrás a un campo de
experiencia familiar, y allí encuentra alivio tocando la bien conocida cuerda de
la pasión o emoción. Y muchos, por desgracia, habiendo hecho esto, dilatan
asustados el lanzarse a lo desconocido, y se contentan con hacer sonar
continuamente aquella cuerda que con más facilidad responde. Gracias a esto,
conservan la seguridad de que la vida todavía arde en su interior. Pero por fin su
destino es el mismo que el del gastrónomo y el del bebedor. El poder del hechizo
va siendo menor de día en día, a medida que el mecanismo sensitivo va perdiendo
su vitalidad; y pretende el hombre resucitar el fervor y excitación antiguos,
haciendo con más violencias sonar la nota, abrazándose más estrechamente a
aquello que le hace sentir, apurando hasta las heces la copa envenenada.
Entonces está perdido; la locura se apodera de su alma, del mismo modo que
hace presa de cuerpo del borracho. La vida no tiene ya para él significación
alguna, y ferozmente se lanza en los abismos de la demencia intelectual. El
menos importante de los hombres que corneta esta gran locura, arrastra los
espíritus de los demás por una triste adhesión a un familiar pensamiento, por un
abrazo persistente a la rueda de molino que asegura él ser el objetivo final. La
nube que le rodea, es tan fatal como la muerte misma, y los hombres, que una
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VII
¿Cuál es el remedio para esta miseria y para este consumo de esfuerzos?.
¿Existe alguno?. Con seguridad la vida posee una lógica en sí misma, y una ley
que hace la existencia posible. De otro modo el caos y la locura constituirían el
único estado a que se podría llegar.
Cuando un hombre por primera vez bebe su copa de placer, su alma queda
llena de indescriptible gozo, que causa una sensación primera y nueva. La gota
de veneno que vierte en la segunda copa, si persiste en aquella locura, es doblada
y triplicada hasta que, por fin, la copa entera es veneno, el cual es el ignorante
deseo de repetición e intensificación. Esto evidentemente significa muerte, según
de la analogía se deduce. El niño se convierte en hombre; no puede retener su
niñez y repetir y aumentar los placeres de la misma, a menos de pagar el precio
inevitable y de convertirse en un idiota. La planta clava sus raíces en la tierra y
lanza al aire sus verdes hojas; florece después y fructifica. La planta que
únicamente echa raíces u hojas, deteniéndose con persistencia en su desarrollo,
se considera por el jardinero como una cosa inútil, y debe ser arrancada.
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No cabe la menor duda de que, al entrar en una nueva fase de la vida, algo
debe abandonarse. En cuanto el niño se ha hecho hombre, arroja las cosas propias
de la infancia. San Pablo da muestras en estas palabras, así como en muchas otras
que nos ha dejado, de que había él gustado el elixir de vida, y que estaba en
camino hacia las Puertas de Oro. Con cada gota del licor divino que en la copa
del placer se vierte, algo es lanzado de aquélla, para hacer lugar a la mágica gota.
Porque la naturaleza es pródiga para con sus hijos, y la copa del hombre siempre
está llena hasta los bordes. Y si él prefiere saborear aquella esencia sutil que da
la vida, debe arrojar algo de lo que en sí mismo es más grosero y menos sensible.
Debe hacerse esto diariamente, a todas horas, en cada momento, con objeto de
que el licor de vida aumente constantemente. Y para hacerlo de un modo
inflexible, debe el hombre ser su propio maestro, debe reconocer que siempre
tocante a sabiduría nada posee, debe estar pronto a practicar cualquier clase de
austeridades, y a emplear resueltamente contra sí mismo su vara de abedul con
objeto de alcanzar la meta. Es evidente para cualquiera que seriamente considera
el asunto, que únicamente un hombre que en sí mismo posea los poderes del
voluptuoso y los del estoico, tiene alguna probabilidad de entrar en las Puertas
de Oro. Debe ser capaz de experimentar y apreciar con su más delicada fracción,
cada uño de los placeres que puede proporcionar la existencia; y al mismo tiempo
poder negarse así mismo toda clase de goces, sin que la denegación le cause
sufrimiento alguno. En cuanto ha verificado el desarrollo de esta doble
posibilidad, entonces está en disposición de verificar una separación en sus
placeres, y de arrojar fuera de su conciencia todos los que en absoluto al hombre
de barro pertenecen. Una vez desechados todos éstos, allí e inmediatamente
vienen los más refinados goces que deben experimentarse. La participación de
los mismos que permitirá al hombre encontrar la esencia de vida, no es el método
que el filósofo estoico emplea. No concede el estoico que en el placer exista la
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II
No existe la menor duda respecto a que un hombre debe educarse por sí
mismo a percibir aquello que más allá de la materia existe, del mismo modo que
por sí mismo debe aprender a hacerse cargo de lo que la materia constituyente.
No hay quien no sepa que la temprana vida de un niño es un largo proceso de
adaptación, es un largo aprendizaje para comprender el uso de los sentidos
respecto a sus aptitudes especiales, es una larga práctica para el ejercicio de
órganos difíciles, complejos e imperfectos en referencia completa a la perfección
en el mundo de la materia. En el niño obra un deseo ardiente, y con decisión debe
trabajar si es que quiere vivir. Algunos niños nacidos en medio de la luz de la
tierra, la rechazan, y se niegan a emprender la tarea inmensa que ante ellos se
presenta, y que debe ser llevada a cabo si ha de ser posible la vida en la materia.
Éstos vuelven atrás a las filas de los no nacidos, los vemos nosotros abandonar
su múltiple instrumento, el cuerpo, y sucumbir al sueño. Así sucede con la
multitud inmensa de seres humanos, una vez que han triunfado, conquistado y
gozado en el mundo de la materia. Los individuos de aquella muchedumbre, que
parecen tan poderosos y confiados en sus facultades familiares, son niños en
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presencia del universo inmaterial. Y nosotros los vemos, en todas partes, todos
los días, a todas horas, rehusando entrar en aquél hundiéndose entre las filas de
los que en la vida física permanecen, aferrándose a la conciencia que han
experimentado y comprendido. El intelectual desprecio de todo conocimiento
puramente espiritual es el signo más marcado de esta indolencia, de la cual
pensadores de todas las clases son ciertamente culpables.
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III
Una vez que uno ha considerado la significación de estas puertas, le es
evidente que el único camino que existe para escapar de esta forma de existencia
pasa al través de las mismas. Ellas pueden solamente admitir al hombre a aquel
lugar en el cual se convierte en el fruto cuya flor es la naturaleza humana. La
naturaleza es la más bondadosa de las madres para todos aquellos que reclaman
su auxilio; nunca causa pesadumbres a sus hijos, o desea que el número de los
mismos disminuya. Amistosamente abre sus brazos al inmenso tropel de los que
desean nacimiento y vivir en la forma; y a medida que continúan deseándolo,
una bienvenida sonriente les otorga. ¿Por qué, pues, a algunos les cierra ella sus
puertas?. Cuando una vida en su seno no ha consumido la centésima parte de los
deseos del alma por la sensación, tal como aquí la encuentra, ¿Qué razón puede
existir para su partida hacia algún otro lugar?. Con toda seguridad brotan las
semillas del deseo allí en donde el sembrador las ha sembrado. Esto al parecer
es lo único razonable; y en este hecho en apariencia evidente por sí mismo, la
inteligencia Inda ha fundado su teoría de la reencarnación, o nacimiento y
renacimiento en la materia, lo cual ha llegado a ser tan familiar para una parte
del pensamiento Oriental, que ya no necesita demostración. El Indo lo sabe, del
mismo modo que el Occidental sabe que el día en el cual vive es sólo uno de los
muchos que constituyen la momentánea vida del hombre. Esta certeza que el
Oriental posee con respecto de las leyes naturales que rigen el gran giro de la
existencia del alma, es sencillamente adquirida por hábitos del pensamiento. La
mente de muchos está fija en materias que en el Occidente se consideran como
impensables. Por esta razón el Oriente ha producido las grandes flores del
desarrollo espiritual de la humanidad; siguiendo las huellas mentales de un
millón de hombres, Buddha pasó por las Puertas de Oro, y gracias a la gran
multitud que en torno de sus umbrales se arremolinaba, pudo tras de sí dejar
palabras que prueban que aquellas puertas se abren.
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Bueno es que un hombre lleve una vida pura, como es bueno también que
lleve las manos limpias; pues de lo contrario repugna. Pero la virtud tal como en
la actualidad la comprendemos, no puede tener ninguna relación que se refiera
más especialmente a la vida futura, acerca de la cual nuestra comprensión es
limitada, que a cualquiera otro de los elementos que nos constituyen. El espíritu
no es un gas creado por la materia, no podemos nosotros morar nuestro futuro
empleando forzosamente un agente material y abandonando todo lo restante. El
espíritu es la gran vida en la que la materia permanece: no de otra manera el
pétreo mundo existe en el seno del libre y fluídico éter; siempre que rompemos
nuestras limitaciones, nos encontramos en aquella orilla maravillosa en donde
una vez vio Wordsworth el resplandor del oro. Cuando entremos allí todo lo
presente debe desaparecer igualmente: la virtud y el vicio, el pensamiento y la
sensación. Que un hombre cosecha lo que ha sembrado, debe por supuesto ser
verdad también; no tiene poder alguno para llevarse consigo la virtud, que a la
vida material pertenece; el aroma de, sus buenas acciones es un sacrificio todavía
mucho más dulce que el olor del crimen y de la crueldad. Como quiera que sea,
puede suceder todavía que, gracias a la práctica de la virtud, se encadene por sí
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Pero de poco sirve el llegar a los umbrales de las Puertas sin poder pasar
por ellas. Y aquello es todo cuanto el pecador esperar, puede, gracias a la
disolución de sí mismo, debida a la contemplación de su propia alma. Al menos,
esto parece ser así, inevitablemente, a causa de su condición negativa. El hombre
que levanta la aldaba de la Puerta de Oro, debe hacerlo con su propia y fuerte
mano: debe ser absolutamente positivo. Podemos ver esto por analogía. En cada
una de las cosas de la vida, en cada nuevo paso o desenvolvimiento, es necesario
que el hombre ponga en juego su voluntad más dominante, con objeto de obtener
cumplidamente lo que desea. A la verdad, en muchas ocasiones, aunque posea
todas las ventajas y aunque haga uso de su voluntad hasta un cierto grado,
fracasará completamente en la obtención de lo que pretende, por falta de la
resolución final e inquebrantable. Ningún sistema de educación en el mundo hará
de un hombre una gloria intelectual para su época, aunque sus poderes sean
grandes. Porque a menos que positivamente desee alcanzar el colmo de la
perfección, será únicamente un estéril erudito, un fabricante de palabras, una
maravilla en pensamientos mecánicos y una mera máquina de memoria. Y el
hombre que en sí mismo posee esta cualidad positiva, se levantará a despecho de
las circunstancias adversas, reconocerá y se lanzará sobre la corriente de ideas,
que constituye su natural alimento, y permanecerá por fin a manera de un gigante
en el lugar al cual ha querido llegar. Esto lo vemos nosotros prácticamente en
todas las fases de la vida. Por lo que no parece posible que el hombre que
sencillamente ha prevalecido contra las pasiones, perdiendo la parte dogmática
y miserable de su naturaleza, pueda pasar al través de estas grandes Puertas.
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Mirando la existencia desde este punto de vista especial (lo cual es muy difícil
mantener durante mucho tiempo, estando como estamos habituados a considerar
la vida en planos, olvidando las grandes líneas que los unen y que al través de
los mismos pasan), percibimos inmediatamente ser razonable la suposición de
que, a medida que avanzamos más allá de nuestro actual punto de partida, el
poder de crecer por asimilación irá siendo mayor, y probablemente se convertirá
en un método todavía más rápido, fácil e inconsciente. De hecho está el universo
lleno de magníficas promesas para nosotros, si consentimos únicamente en
levantar los ojos y mirar. El levantar los ojos es la primera necesidad y la primera
dificultad; puesto que con tanta facilidad nos contentamos con lo que vemos al
alcance de nuestras manos. La característica esencial del hombre de genio es que
experimenta una indiferencia relativa, en cuanto al resultado de aquello que toca,
ardiendo en deseos por aquello que a lo lejos se vislumbra en las montañas. De
hecho no necesita la sensación del contacto para despertar el anhelo. Él sabe que
este fruto distante, que percibe sin el auxilio de los sentidos físicos, es un
alimento más sutil y vivificante que cualquiera de los que aquéllos exigen. ¿Y de
qué manera es recompensado?. ¡Gusta aquel fruto!. ¡Cuán fuerte y delicado es
su sabor, y qué nueva sensación de vida se difunde por todo su ser!. Porque, al
reconocer aquel sabor, ha reconocido la existencia de los sentidos sutiles,
aquellos que alimentan la vida del hombre interno. Y es por la fuerza del hombre
interno, y por medió de su esfuerzo únicamente cómo la aldaba de las Puertas de
Oro puede ser levantada.
Para el criado que quita el polvo de la biblioteca del sabio, los volúmenes
carecen de sentido, y ni siquiera, al parecer, contienen para él una promesa, a
menos que también sea un hombre ilustrado; no un mero sirviente. Es posible
dirigir una ojeada a la eternidad, desde el orificio de la cerradura, gracias a una
pura indolencia; indolencia mental, que es lo mismo que incredulidad, de la cual
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III
Y ahora, consideremos la manera de vencer la dificultad inicial de sostener
el interés hacia aquello que es invisible. Nuestros groseros sentidos se hacen
cargo únicamente de aquello que es objetivo en el sentido vulgar de la palabra;
pero justamente más allá de este panorama de vida, existen sensaciones mucho
más delicadas que exigen sentidos más sutiles. Aquí encontramos la primera
clave que para los peldaños necesitamos. El hombre mira desde un punto de vista
que puede considerarse como un centro, del cual parten muchos radios o líneas;
y si tiene el valor de desprenderse por sí mismo de la más simple forma de vida,
el punto, y de explorar sólo un pequeño espacio a lo largo de estas líneas o rayos,
Inevitablemente su ser se ensancha y amplifica: el hombre comienza a
engrandecerse. Pero es evidente, si aceptamos este ejemplo como fiel y
verdadero, que lo principal, lo más importante, es el explorar todas las líneas con
igual persistencia; de otra manera, el resultado seria una deformidad. Todos
nosotros apreciamos la grandeza, la majestad y dignidad propias de un árbol de
la selva, que tiene el aire suficiente para respirar, espacio para extender sus
raíces, e interna vitalidad con que verificar su trabajo incesante. Obedece a la ley
natural y perfecta del crecimiento; y el peculiar respeto que inspira, procede de
este hecho.
Cada uno de nosotros tiene que viajar solo, y sin auxilio de nadie, no de
otra manera debe el viajero trepar solo cuando a la cúspide del monte se
aproxima. No puede allí ayudarle bestia de carga alguna, ni puede nada de lo
grosero, que con los sentidos groseros se relaciona, sostenerle allí. Pero durante
una corta distancia, pueden las palabras acompañarnos.
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Pero antes de que las aguas de esta fuente puedan ser gustadas, o cualquier
otro manantial alcanzado, o cualquier fuente encontrada, de una pesada carga
tiene que ser libertado el corazón, una barra de hierro que le oprime, y le impide
levantarse y hacer uso de su fuerza.
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¿Quiénes son estas dos macilentas figuras, y por qué les está permitido el
ser nuestras compañeras constantes?.
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la vida, en aquel estado en el que el dolor existe. ¿Por qué desea él su propio
daño?.
II
Si cuidadosamente estudiamos la constitución del hombre y sus
tendencias, observaremos como si en él existiesen dos direcciones definidas en
cuyo sentido se desarrolla. Es como un árbol que clava sus raíces en la tierra, al
paso que lanza sus tiernas ramas a los cielos. Estas dos líneas que parten desde
el punto central y personal, son para él, claras, definidas e inteligibles. A la una
le llama bien, a la otra mal. Pero el hombre no es, según ninguna analogía,
observación o experiencia, una línea recta. Su vida, su progreso, su desarrollo,
llámese como se quiera, no consiste meramente en seguir un campo recto u otro,
como pretenden los afiliados a las Religiones. La cuestión, el gran problema,
seria entonces fácil y estaría completamente resuelto. Pero no es tan fácil ir al
infierno como dicen los predicadores. Es una empresa tan difícil como encontrar
el camino hacia las Puertas de Oro. Puede un hombre estar sumido por completo
en los placeres sensuales, puede al parecer degradar su naturaleza entera; a pesar
de todo no se convierte en un perfecto diablo, porque todavía la centella de la
Luz Divina en su interior permanece. El pretende elegir el ancho camino que a
la destrucción conduce, y empieza valientemente su temeraria carrera. Pero muy
pronto se siente sobrecogido, refrenado por alguna de las muchas otras
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radiaciones que parten del centro de sí mismo. Sufre, como el cuerpo sufre
cuando desarrolla monstruosidades que impiden su acción saludable. Él ha
creado el dolor, y se ha encontrado con su propia creación. Podrá parecer que
este argumento es de difícil aplicación respecto al dolor físico. No es así si el
hombre es considerado en un plano mucho más elevado que el que nosotros
generalmente ocupamos. Si se le mira como a una poderosa conciencia, que
origina sus manifestaciones en armonía con sus deseos, es evidente entonces que
el dolor físico resulta de la deformidad en aquellos deseos. Sin duda alguna, esta
concepción del hombre parecerá a muchas inteligencias en exceso gratuita, y que
lleva consigo un salto mental demasiado grande, hacia aquellos lugares
desconocidos en que la prueba no es posible obtenerla. Pero si la mente se
acostumbra a considerar la vida desde este punto de vista, entonces, muy pronto,
ningún otro es aceptable; los hilos de la existencia, que al observador puramente
materialista, aparecen sin remedio confundidos, se separan y rectifican, tan
pronto como una nueva forma de comprensión ilumina al universo. El arbitrario
y cruel Creador que a capricho inflige el dolor y concede el placer, desaparece
entonces de la escena; y es lo que debe suceder, porque ya es un carácter
innecesario, peor todavía, es ya un muñeco de paja, que no puede después de
todo erguirse sobre las tablas, sin que por todos lados los dogmáticos le
sostengan. El hombre viene a este mundo, seguramente, por la misma razón que
vive en una ciudad de la tierra o en otra; y después de todo, si es una exageración
el decir que esto es así, puede uno con toda seguridad preguntar: ¿Por qué no es
así? o existen para ello razones ni en pro, ni en contra a las que el materialista
pueda apelar, o que sean de peso, ante un tribunal de justicia. Pero yo aseguro en
favor del argumento, que ningún hombre, habiendo una vez considerado
seriamente lo anterior, puede volverse atrás hacia las teorías formales de los
escépticos. Sería lo mismo que si en pañales se envolviese de nuevo.
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observaciones nos han dado a nosotros, observadores más jóvenes y más ciegos,
idea de la misma. No es verosímil que una raza tan materialista como la que
sobre todo el Occidente se ha desarrollado, hubiese descubierto por sí misma este
factor terrible de la vida, humana, sin el auxilio de los más antiguos poetas, los
poetas del pasado. Y con motivo de esto podemos indicar, dicho sea de paso, una
utilidad distinta que del estudio de los clásicos resulta; o sea que las grandes
ideas y hechos acerca de la vida humana que en la poesía de las grandiosas
figuras de la antigüedad existe, no se perderán por completo, como sucede con
sus artes. Indudablemente el mundo florecerá de nuevo, y pensamientos mucho
más grandes, y descubrimientos mucho más profundos que todos los del pasado,
serán la gloria de los hombres de la eflorescencia futura. Pero hasta que aquel
día lejano llegue, por mucho que apreciemos los tesoros que nos han sido
legados, nunca será lo suficiente.
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Lo primero que necesariamente debe hacer el alma del hombre con objeto
de lanzarse a esta gran empresa, para descubrir la verdadera vida, es lo mismo
que ante todo hace el niño al desear la actividad de su cuerpo, debe ser capaz de
mantenerse en pie, claro es que el poder mantenerse a pie firme, de equilibrio,
de concentración, de rectitud en el alma, es una cualidad de un carácter
sobresaliente. La palabra que más gráficamente describe esta cualidad es
“confianza”.
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IV
Una lección definida que todos cuantos han sufrido intensamente han
aprendido, nos prestará el mayor de los servicios desde este punto de vista. En el
dolor intenso se llega a un punto, en el que no puede distinguirse de su contrario,
el placer. Así es en verdad; pero pocos poseen el heroísmo o la energía para sufrir
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hasta un grado tan extraordinario. Es aquél tan difícil de alcanzar como por el
otro camino. Únicamente unos pocos elegidos poseen la gigantesca capacidad
para el placer que les permite trasladarse a su lado opuesto. La mayor parte sólo
poseen la fuerza suficiente para gozar y para convertirse en esclavos del placer.
A pesa de todo, el hombre posee, indudablemente, en su interior, el heroísmo
necesario para la gran empresa. Si de otra suerte fuera, ¿Cómo es que hay
mártires que han sonreído en medio de los tormentos?. ¿Por qué el endurecido
pecador que solamente para el placer vive, puede por fin sentir el soplo divino
agitarse dentro de sí mismo?.
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este ídolo casero puede en cualquier momento ser derribado y destruido; que en
sí mismo carece de toda finalidad, sin ninguna vida real y absoluta. Y con su
posesión ha sido feliz, olvidando que cualquiera de las cosas que se posean,
pueden sólo por las leyes inmutables de la vida, conservarse temporalmente. Ha
olvidado él, que el infinito es su único amigo; él ha olvidado que en su gloria
existe únicamente su mansión, y que aquél puede sólo ser su dios. Allí se siente
desamparado; pero como, en medio de los sacrificios que a su propio y especial
ídolo ofrece, encuentra un breve lugar de reposo, por esto apasionadamente a él
se abraza.
Pocos son los que tienen el valor de mirar, aunque sea de hito en hito, de
contemplar la gran desolación que al exterior de ellos mismos existe, y que
existirá durante todo el tiempo que se mantengan adheridos a la persona que
representan, al “yo” que para ellos es el centro del mundo, la causa de toda vida.
En su anhelo por un dios; encuentran la razón para la existencia de uno; en su
deseo por un cuerpo sensual y un mundo en donde gozar, existe para ellos la
causa del universo. Estas creencias pueden permanecer muy profundamente
ocultas bajo la superficie, y ser, por lo tanto, difícilmente accesibles; pero en el
hecho de que allí existen se funda la razón por la cual el hombre se mantiene
justo. Para sí mismo, él mismo es el infinito y el Dios; él sostiene el océano en
una copa. En su ilusión alimenta el egoísmo que hace la vida placentera, que
hace el dolor agradable. En este profundo egoísmo está la causa verdadera y el
origen de la existencia del placer y del dolor. Porque si el hombre no oscilase
entre estos dos, e incesantemente se recordase a sí mismo, por medio de la
sensación, que existe, lo olvidaría. Y en este hecho se funda por completo la
contestación a la pregunta: “¿Por qué da origen el hombre al dolor, para su propio
desconsuelo?”.
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Fuerza para lanzarse adelante es lo que en primer lugar necesita aquel que
este sendero ha escogido. ¿En dónde tiene que buscarse?. Mirando en torno de
sí no es difícil ver en dónde los otros hombres encuentran su fuerza. El orinen de
la misma existe en su profunda convicción. Gracias a este gran poder moral, nace
en la vida natural del hombre aquello que le permite, por débil que sea, avanzar
y vencer. Conquistar ¿qué?. No continentes ni mundos, sino a sí mismo. Por
medio de aquella victoria suprema se obtiene la entrada en el todo, en donde todo
cuanto puede ser conquistado y adquirido por medio del esfuerzo, se convierte
de una vez, no en algo, sino en uno mismo.
Para este momento supremo, es necesaria una fuerza tal, como la que
ningún héroe de los campos de batalla necesita. Un gran soldado debe poseer la
convicción plena y de la justicia de su causa, y de la rectitud de su método. El
hombre que combate contra sí mismo, y vence, puede únicamente hacerlo
cuando sabe que, empeñándose en aquella guerra, hace la única cosa que es digna
de llevarse a cabo; y cuando sabe que, conduciéndose de este modo, reduce a su
servicio a los cielos y al infierno. Sí, en ambos permanece. No necesita él de
cielo alguno, del cual el placer venga a manera de premio durante largo tiempo
prometido; infierno alguno no tiene en donde le aguarde la pena con la que será
castigado por sus pecados. Porque ha vencido una vez por todas a aquella astuta
serpiente en sí mismo, la cual se mueve de un lado a otro en su constante deseo
de contacto, en su carrera perpetua tras del placer y del dolor. Nunca jamás (una
vez la victoria realmente obtenida) temblará, o se llenará de gozo por cualquier
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II
La religión mantiene al hombre apartado del sendero, e impide su marcha
hacia adelante por muchas y claras razones. En primer lugar comete un error vital
de distinguir entre el mal y el bien. La naturaleza no conoce semejante distinción;
y las leyes morales y sociales impuestas por nuestras religiones, son tan
temporales como cosas pertenecientes a nuestro modo y forma de existencia,
como lo son las leyes morales y sociales de las hormigas y las abejas. Pasamos
nosotros más allá de aquel estado en el que estas cosas parecen ser finales, y las
olvidamos para siempre. Esto se demuestra fácilmente; puesto que un hombre de
amplio modo de pensar y de inteligencia, debe modificar su regla de vida cuando
habita entre gentes a él extrañas.
Estas gentes entre las cuales es un extranjero, tienen sus religiones propias
profundamente arraigadas, y convicciones hereditarias contra las cuales no
puede chocar. A menos de poseer una inteligencia abyecta, mezquina y obtusa,
ve que sus leyes y ordenanzas son tan buenas como las suyas propias. ¿Qué es
lo que entonces puede hacer, más que acomodar gradualmente su conducta a sus
reglas?. Y si después habita en medio de ellos muchos años, el filo cortante de la
diferencia se gasta, y olvida por fin en dónde su fe termina y la suya comienza.
¿Puede todavía su propio pueblo decir que ha hecho mal, si a ningún hombre ha
injuriado, y ha permanecido justo?.
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como saben todos los que han velado junto al lecho de los moribundos. Si el alma
es débil, se acobarda y debilita, vencida por el soplo primero de la vida nueva.
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estamos en peligro de ser oprimidos, y hasta de ser por ella destruidos por
completo. No existe defensa alguna contra la misma, ningún ejército oponérsele
puede, porque en esta vida cada hombre está empeñado en su propio combate
contra cada uno de los demás hombres, y ni dos pueden unirse bajo la misma
bandera. Un solo medio existe para escapar de este peligro terrible, con el cual
luchamos a todas horas. Volverse en redondo, y en lugar de resistirse a las
fuerzas, unirse a ellas, unificarse con la Naturaleza, y andar fácilmente por el
sedero. No sentir o resistir a las circunstancias de la vida, más de lo que sienten
las plantas, la lluvia y el viento. Entonces súbitamente, y con asombro, os
encontraréis que podéis economizar tiempo y fuerza, para emplearlos en la gran
batalla que sin remedio todo hombre debe librar en sí mismo, la que le conduce
a su propia conquista.
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III
El hombre que es fuerte, que ha resuelto encontrar el sendero desconocido,
da cada paso con el mayor cuidado. No pronuncia ninguna palabra inútil, no
ejecuta ninguna acción inconsiderada, no descuida ningún deber u oficio por
vulgar o difícil que sea. Pero al paso que sus ojos, sus manos y sus pies están
desempeñando sus obligaciones, nuevos ojos, nuevos pies y nuevas manos están
naciendo en su interior. Porque su deseo apasionado e incesante es lanzarse hacia
aquel camino en el cual los órganos sutiles son los únicos que pueden guiarle. El
ha aprendido y sabe cómo emplear el mundo físico; gradualmente su poder pasa
más allá de aquél, y reconoce el mundo psíquico. Pero tiene que aprender a
conocer este mundo y la manera de usarlo, y no se atreve a soltar la vida que es
familiar para él, hasta que se ha afirmado en aquello que para él es desconocido.
Cuando ha adquirido un poder tal con sus órganos psíquicos, del mismo modo
que le sucede al niño con sus órganos físicos, cuando por vez primera abre sus
pulmones, entonces ha sonado la hora para la gran aventura. ¡Cuán poco es lo
que se necesita, y a pesar de todo cuánto no es necesario!. No necesita el hombre
que el cuerpo psíquico esté en todas sus partes formado, como el de un niño;
necesita sólo la convicción profunda e inquebrantable que al niño impele, de que
la nueva vida es deseable. Una vez estas condiciones adquiridas, puede ya vivir
en la nueva atmósfera, y dirigir sus ojos al nuevo sol. Pero entonces debe recordar
el confortar su nueva experiencia por medio de la antigua. Respira todavía,
aunque de un modo diferente; introduce el aire en sus pulmones, y toma la vida
del sol. Ha nacido en el mundo psíquico, y depende ahora del aire y de la luz
psíquica. Su objetivo final no está aquí: esto es sólo una repetición sutil de la
vida física que tiene que pasar por él en armonía con leves semejantes. Debe
estudiar, aprender, crecer y conquistar: no olvidando jamás que su meta está en
aquel lugar en donde ni el aire ni el sol ni la luna existen.
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Arrojadas todas por fin, entra en el gran templo, en el cual todo recuerdo
del yo o de sensación es dejado al exterior, como los zapatos que el adorador se
quita. Aquel templo es el lugar de su propia y pura divinidad, la llama central
que aun oscurecida, le ha animado en medio de todas sus luchas. Y habiendo
encontrado esta mansión sublime, está tan seguro como los cielos mismos.
Permanece todavía lleno de todo conocimiento y poder. El hombre exterior, el
adorador, el activo, la personificación viviente, sigue su camino mano a mano
con la naturaleza, y da muestra de toda aquella fuerza soberbia de la naturaleza
silvestre en la tierra, iluminado por aquel instinto que comprende al
conocimiento. Porque en el más interno santuario, en el templo actual, ha
encontrado el hombre la esencia sutil de la naturaleza misma. No puede ya por
más tiempo existir diferencia alguna entre ellos, ni ninguna clase de medidas a
medias. Llega ya la hora de la acción y del poder. En aquel santuario interno todo
se encuentra, Dios y sus criaturas, los enemigos que de ellas hacen presa, todos
aquellos de entre los hombres a quienes hemos amado, todos aquellos a quienes
hemos aborrecido. Ya entre ellos no existe diferencia alguna. Entonces el alma
del hombre se complace con su fuerza e intrepidez y se lanza en medio del mundo
en donde su acción es necesaria y es causa de que esta acción se verifique sin
aprensión, ni miedo, ni sobresalto, sin gozó, y sin sentimiento.
La vida entre los objetos materiales debe para siempre ser una forma
externa para el alma sublime; puede únicamente convertirse en la vida poderosa,
en la vida en que los grandes resultados se obtienen cuando es animada por el
coronado e indiferente dios que en el santuario reside.
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Pero más que todo esto hay todavía. No sólo es el hombre más que un
animal porque en él el dios reside, sino que es más que un dios a causa de que en
él el animal existe.
Olvidáis vosotros los que permitís que vuestro animal viva meramente
sujeto y mantenido entre ciertos límites, que es una gran fuerza, una porción
integral de la vida del mundo en el cual vivís. Gracias a él podréis mandará los
hombres e influir en el mundo mismo más o menos perceptiblemente según
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EPILOGO
Oculta y escondida en el corazón del mundo y en el corazón del hombre,
está la luz que puede iluminar toda vida, el futuro y el pasado. ¿No debemos
acaso ir en su busca?. Seguramente algunos deben hacerlo. Y entonces quizás
éstos añadirán lo que le falta a este pobre pensamiento fragmentario.
FIN
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