FUENTES DE LA VIOLENCIA

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El escritor y especialista en cultura Alexis Peña presenta en el presente ensayo una profunda

reflexión acerca de las causas que, a su juicio, originan la violencia. Además, el valor del mensaje
desde una perspectiva simbólica y que se expresa en una serie de estímulos mediante los cuales
toda acción que emana del poder o de cualquier ámbito de la sociedad se convierte (a pesar de su
intencionalidad) en un elemento de provocación, cuya trascendencia dependerá de las
posibilidades de descodificación de los ciudadanos, y del grado de complejidad de la coyuntura
social en la que acontezca. Por otro lado, y este es el mayor aporte de los planteamientos de este
intelectual dominicano, una lectura sociofilosófica de la violencia, expuesta como el principal punto
de partida para superar este terrible mal social, y con el cual no habíamos contado hasta ahora.
Finalmente, da cuenta de una especie de «circuito de la violencia», redimensionado por elementos
de la cotidianidad, que lejos de ser la causa real de la violencia, son meras manifestaciones de
esta, pero cuya reincidencia en el espectro social tienden a confundirlos con lo que el autor llama
las «fuentes de la violencia», un sistema de relación complejo, que tiene en el Estado y otros
sectores de la sociedad (entre ellos la Iglesia y los empresarios) sus principales generadores.

Alexis Peña

La escalada de la violencia
Más allá de la confrontación física

¿Por qué a pesar de las medidas tomadas por las autoridades la escalada de
violencia continua?¿Es necesario considerar la dimensión ontológica y
cultural en el diseño de estrategias para enfrentar la violencia? ¿Es posible
que ante el problema de la violencia estemos respondiendo de manera
equivocada? Otras cosa, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de
violencia?

Un problema social cuyas repercusiones demanda en nuestro país la urgente


atención de todos es la violencia. Cada día, cada hora, cada minuto que pasa, los
dominicanos somos testigos de diversas manifestaciones de violencia (violaciones
–incluso a menores– feminicidios, atracos, desfalco de funcionarios públicos al
Estado y robo de empresarios a entidades privadas; secuestros, confrontaciones
armadas…) que, a juzgar por su monstruosidad, la frecuencia con la que ocurren y
la impunidad de que disfrutan sus autores, podemos concluir que, de continuar por
este rumbo, nuestra ya pírrica paz podría irse a pique.

De diferentes fuentes emanan decisiones y acciones que determinan la suerte de


los ciudadanos más empobrecidos, y que explican hasta con dibujitos cómo estos
llegaron a convertirse en «seres desechables». Cada una de estas fuentes es
responsable (de manera directa o indirecta; a la corta o a la larga) de una cuota de
violencia, que podríamos constatar si lográramos determinar las causas primarias
de cada hecho y acontecimiento violento, y si ante la dificultad (o la indisposición)
material o humana de rastrear el origen de cada fenómeno, no lo juzgáramos a

1
priori como un simple «hecho aislado», como un mero dato estadístico o como un
repetitivo titular de periódico.

La violencia como manipulación


La violencia, desde el punto de vista de Aristóteles, supone la reacción de un ser
contrariado por una fuerza exterior; la corrupción de un estado natural debido a
factores externos. Este punto de vista es importante, pues nos permite ampliar la
significación del concepto violencia, lo cual nos será útil a la hora de clasificar un
hecho o situación como tal. Por ejemplo, al analizar por qué hasta ahora no
hemos establecido ninguna relación entre el surgimiento de bandas juveniles y la
programación de las plantas televisoras, que incluye seriales y películas (a todas
horas) en los que se presentan a grupos urbanos que se disputan a tiros un
territorio, una «perra» o un punto de distribución de drogas. O entre la violencia
familiar y las políticas de los gobiernos con respecto a la educación, el bienestar
económico, la salud, el trabajo y el ocio de los ciudadanos, que tienen que dedicar
cada vez más tiempo a trabajar, para generar los ingresos necesarios para cubrir
sus gastos básicos.

En esta misma dirección, el asesinato de una mujer por parte de su marido, el


secuestro de un empresario o el bandolerismo juvenil, pueden ser analizados
tomando o no en cuenta una serie de aspectos sustanciales, cuyo reconocimiento
es el primer paso para el discernimiento acerca de las soluciones más eficaces.

Un caso: el asesinato de una mujer por parte de su marido


Entendida la violencia solo como una confrontación física, en el caso del asesinato
de una mujer por parte de su marido, la violencia comenzó en el preciso instante
en que el hombre asestó el arma homicida contra su compañera, o, en muchos
casos, cuando hubo la primera agresión verbal. Así, cuando los medios de
comunicación reseñan la información fijan el «hecho violento», en su dimensión
estadística:

«Continúa la violencia: con el asesinato de una mujer de manos de su marido, esta


mañana, se elevan a 15 las víctimas de este mes» 1.

Es decir, se refieren a hechos, datos estadísticos y personas que encarnan las


víctimas y los victimarios, jamás a las causas sustanciales: las que han llevado a
cada cual a ejercer su papel en el hecho.

Esta limitación del concepto violencia hace que desaparezcan del análisis
aspectos anteriores y posteriores al «hecho violento», así como de carácter
estructural, político, social, cultural, etc., que pueden explicar las razones que han
llevado a este hombre a matar a su mujer: la frustración, producto de las
1
Direction Générale de la Coopération Internationale et du Developpement. Bilan des politiques de décentralisation en
Amérique Latine. Décembre 2005. P. 9.

2
constantes insatisfacciones originadas por un Estado que no ha sabido atender a
sus necesidades y demandas más urgentes. La marginación de una mujer, que al
no encontrar socorro en los organismos de seguridad, queda desamparada y
expuesta a los deseos de un «macho» que la abomina cada día. La respuesta de
un hombre que ha sido culturalmente educado para imponer la fuerza contra el
más débil, tal y como hacen con él. La indiferencia de un gobierno que no vela por
la felicidad de sus ciudadanos, cuya percepción por parte de éstos constituye un
atentado a las bases sobre las cuales se sustenta su dignidad como personas. O
tal vez se bebe a la debilidad del sistema educativo…

Omitidas todas estas posibilidades, la única solución que parece ser posible es de
carácter coercitiva: el apresamiento y condena del asesino, aunque con respecto
a las causas reales la indiferencia continúe siendo la misma. Y es que las causas
de la violencia no pueden reducirse a un dato estadístico, o a su encarnamiento en
una persona víctima o victimaria en particular. La violencia contempla la
participación y operación de una estructura no civil, con todas las organizaciones y
símbolos que la caracteriza. En este sentido, los actores son múltiples, y van más
allá de las personas o cualquier enunciado periodístico.

Entendido este punto, es posible suponer que cualquier medida para combatir la
violencia implica ampliar el radio de acción de nuestro análisis acerca de las
manifestaciones sociales, por ejemplo, de los «hechos violentos», y actuar con
algo más que agentes armados.

Las medidas de represión y coerción son importantes, pero son insuficientes


cuando aquello que se pretende combatir no está frente a nosotros, sino en todas
partes. Es factible aprehender al asesino de la mujer, pero es difícil encarcelar las
circunstancias que condujeron a éste a cometer tal crimen, o a ella a permanecer
tanto tiempo en la «línea de tiro» de su agresor.

Es posible expresarnos en torno a este asesino, pero ¿qué decimos del sistema
de valores que lo han llevado a considerar que la justicia no existe, que él es
indetenible, que su mujer es menos que nada y que su acción no tendrá un
castigo. ¿Cuál es la lectura de este hombre con respecto al poder ilimitado de
algún gobernante? ¿Están sus relaciones con su mujer mediatizadas por una
internalización de su significado particular acerca de que «solo los más fuertes
sobreviven» y que «no importa lo que hagas si tienes un padrino».

«Las crónicas de Riddick» 2


Riddick, el personaje principal de una película de acción, un prófugo que ha
ganado su fama por su eficiencia para asesinar, en la segunda secuela sale de su
escondite para «liberar» a su planeta natal de la maldad de un dictador, al que al
final mata y le hereda el poder. Como todo superhéroe, sus nobles razones le
2
Direction Générale de la Coopération Internationale et du Developpement. Bilan des politiques de décentralisation en
Amérique Latine. Décembre 2005. P. 9.

3
exculpan de todas las atrocidades que comete para llevar a cabo su misión, entre
estas: asesinar, suplantar la autoridad, invadir y destruir propiedades públicas y
privadas, robar y torturar. Sobre esto último, la coprotagonista –una especie de
Riddick con peluca– le confiesa que su única pasión es «jugar al que mate mejor»,
y entre ambos asesinan a todos sus enemigos.

Visto este breve resumen de la película es oportuno preguntarnos cuál sería la


lectura de un joven con un bajo grado educativo, tal vez desertor de la escuela;
con ninguna o muy poca actitud crítica; con ningún entrenamiento para interpretar
los mensajes que emiten los medios; residente en un barrio con altos índices de
violencia; miembro de una familia en la que quizás ha habido casos de agresión;
sin empleo, o con padres desempleados; miembro de un grupo de amigos o de
una banda juvenil en la que tiene que demostrar su valentía –su «hombría»–,
como un requisito para poder ingresar y permanecer allí. Si consideramos que el
imaginario de la sociedad está poblado de imágenes provenientes de los medios y
el mundo del espectáculo debemos prestar atención al efecto que una película
como esta puede tener en la juventud.

Viñetas cotidianas
Como podemos ver, la violencia no es solo el ejercicio de antisociales que
amenazan la paz pública, sino también la actitud de espectadores, atentos a los
múltiples «mensajes», que desde diversas instancias (gobierno, familia, iglesia,
escuela, empresariado, medios de comunicación, etc.) promueven su desamparo
total y generan en ellos una especie de desquiciamiento colectivo, que se
evidencia en la percepción (la peor lesión de la violencia) de que todo conspira
para aniquilarlos:

1: «Tránsito infernal»
El exasperante tapón del tránsito, en medio de un calor deshidratante y el ruido
enervante de mil bocinas, como esa discolay de aquel hijito de papi, que ha
abierto el baúl de su yipeta 4 x 4 del año, para que su reguetón estridente se oiga
hasta el infinito, de lo que se asegura subiendo al máximo el volumen, hasta que
en las cabezas de los demás solo retumbe su «¡dále, morena!, ¡dále, morena!».
Mientras tanto, el carro público en el que van está atiborrado de pasajeros, que no
pueden respirar, y al final el chofer les cobra más dinero de lo establecido, y les
deje donde mejor le parezca, en tanto que un «jefe» rebasa por la derecha y un
tráfico «macutea» por la «izquierda».

2: «Malos negocios»
El agua que no llega al barrio, porque las autoridades locales encargadas tienen
tremendo negocio con los camioneros, que venden hasta a 300 pesos el camión.

«Todavía... El agua…»
SD. La escasez de agua potable sigue afectando a miles de personas. Ayer residentes en
los barrios Independencia y La Ciénaga en el kilómetro 14 de la autopista Duarte se
lanzaron a la calles a protestar porque tienen 45 días sin agua. Un cuadro similar se

4
presenta en La Herradura y Villa Bao, en Santiago, cuyos residentes tienen siete días sin
3
el líquido. La CAASD y el INAPA prometen soluciones”.

3: «¿Y dónde está el policía?»


Los policías del destacamento local, que no atienden sus denuncias acerca del
escándalo y los tiroteos que se arman en los colmadones, y que no dejan vivir.

4: «El hombre invisible»


El portero del hospital que les cobra un «peaje» para dejarles pasar, pues ya pasó
la hora de visita, y aunque no pueden llegar antes por el trabajo –¡suerte que lo
tienen!– no son lo suficientemente «alguien» como para tenerles la misma
consideración que, por ejemplo, ese «don fulano» que acaba de pasar.

5: «Los amos de la calle»


Los dueños de talleres, comerciantes y vendedores ambulantes, que se adueñan
de las aceras, mientras los ciudadanos tienen que tirarse a la calle, exponiéndose
a que los atropellen.

6: «No somos ángeles»


Los líderes religiosos, que siempre comulgan con el poder y cuestionan la
inmoralidad y la corrupción, como si su opulencia en medio de tanta pobreza no
los hiciera sujetos de sus mismas críticas. La desfachatez de la derecha; el
anacronismo de la izquierda, que se supone son los defensores del pueblo; la
insulsez de la radio, que se supone eduque; la pornografía y la agresividad
camuflada de entretenimiento de la televisión; la inmunidad de los ricos; el
sombrío futuro de la juventud; el triste presente de los ancianos…

7: «Apagones, mentiras y videotape»


Los detestables e interminables apagones, y las mentiras de los gobernantes
acerca de todo: las causas de la crisis eléctrica, el alza de los combustibles, el
desempleo... Los diálogos nacionales inútiles, y las cumbres inútiles de
presidentes también inútiles.

8: «Muerte súbita»
El hacinamiento, las cancelaciones por disidencia y por cambio de gobierno; la
mortalidad por inanición de los niños, que se supone son el futuro; la
contaminación de los ríos provocada por empresas irresponsables y ciudadanos
inconscientes; la falta de escuelas y hospitales. Los «intercambios de disparos».
Una niña que agoniza porque una bala «pérdida» fue a dar a su cabecita mientras
dormía.

9: «La gran estafa»


La venta del patrimonio natural y cultural; la injusta distribución de las riquezas; el
alto costo de la vida; los militares que se apropian de los bienes que debían
custodiar; la injerencia de Estados Unidos; los periodistas «a sueldo»; la

3
Diario Libre, miércoles 20-06-2007, página 1.

5
proliferación de las bancas de apuestas, las máquinas tragamonedas y los
carwash. Las reformas que reducen la capacidad de adquisición de los
dominicanos y eliminan los programas sociales, con lo que disminuye también su
calidad de vida…

…¡Y tanta ira reprimida!

«Lectura comprensiva»
En la violencia podemos leer la naturaleza de la sociedad en la que tiene lugar.
Las tensiones sociales, la agresión intrafamiliar, la confrontación entre ciudadanos
organizados y la policía; las violaciones sexuales, los asesinatos; las protestas de
estudiantes; los crímenes de Estado… todas estas formas de violencia tienen su
origen en un comportamiento de la sociedad, en el tinglado de relaciones que
supone y en las instancias jurídicas, políticas e ideológicas que la sustentan.

Ninguna manifestación de la violencia, por más simple que parezca, está


desconectada de una decisión (por ejemplo, jurídica, política, económica,
militar...), de una situación (por ejemplo, la inmunidad de los corruptos, el éxito
social y económico de quienes viven de la prostitución; la violencia exhibida como
espectáculo –a todas horas, dirigida a todas las edades, en todas los formas–,
desde los medios de comunicación; y el empobrecimiento extremo contra el
enriquecimiento extraordinario); de un comportamiento (por ejemplo, las mentiras
de los políticos, la miopía, deficiencias y la falta de discurso de la izquierda; la falta
de credibilidad de la derecha; la parcialización de los jueces; la desilusión de los
jóvenes y la perversidad de empresarios y comunicadores).

Si todos los afectados por las acciones de las personas e instancias de la


sociedad llegasen a tomar conciencia acerca de cuáles son las causas y quiénes
son los responsables de su tragedia, el agravamiento de esta oleada de violencia
sería indetenible, y con ello la aparición progresiva de grupos urbanos de
antisociales y movimientos anarquistas con una mayor cobertura. Amparados,
además, en una tradición autoritaria y un sistema judicial que discrimina (de lo que
dan cuenta el deterioro de las cárceles y la condición social de los presos); y en la
notable la ausencia de líderes políticos y sociales, capaces de guiar a las
multitudes y de contener sus pasiones.

Es probable que no vinculemos a grupos como Las Naciones a este proceso de


violencia gradual que vive el país, y que en su estudio solo nos limitemos a un
cierto registro descriptivo acerca de su simbología y expresiones; o que
atribuyamos las causas de sus orígenes solo a una mera reacción de «jóvenes
desocupados», «inadaptados sociales» o «irresponsables», a la permisividad de
las leyes, a las influencias de los medios de comunicación y de culturas foráneas o
a su condición social.

6
Así, las posibles alternativas que se ofrecen al respecto son concebidas desde
una perspectiva únicamente psicológica o, en muchos casos, solo económica, sin
que esta visión fragmentada permita explorar otras posibilidades (antropológicas,
filosóficas, políticas, ideológicas, educacionales…), para descubrir su esencia y
actuar de una manera más eficaz.

Del «pau pau» policial a la seguridad ciudadana

Ante la percepción de un Estado irresponsable, que solo responde ante el caos y


la violencia, los ciudadanos recurren a la anarquía y al desorden como recursos
para llamar la atención acerca de sus problemas. Por ello, su sosiego está
condicionado a una política que logre elevar cada vez más su grado de dignidad.

La seguridad ciudadana es un complejo sistema, cuyo único propósito es ofrecer a


los ciudadanos y ciudadanas las condiciones necesarias para sobrevivir como
entes biológicos y sociales. Esto es, preservar su integridad física y elevar su
dignidad. Desde este punto de vista, la seguridad no consiste en evitar que algo
malo ocurra a los ciudadanos, pues las medidas al respecto no parten del
supuesto de que la vida es una tragedia inevitable. Su premisa es otra: lograr el
desarrollo de los ciudadanos como única fuente de su seguridad y la de la nación.

Por ello, la principal atención de la seguridad no debe recaer en la prevención del


delito y el crimen, sino en una diversidad de aspectos que coadyuvan en la
realización de las personas. En efecto, si bien ninguna persona puede sentirse
segura si su vida corre peligro, también es verdad que en “su vida”, entran en
juego otros aspectos que contribuyen a garantizar su sosiego: un medioambiente
saludable; un sistema educativo eficiente, que facilite su integración a la sociedad
con los suficientes elementos de comprensión para sobrevivir en ella, expresarse
e interactuar con sus semejantes; el acceso a infraestructuras recreativas,
servicios y bienes culturales… y, lo más importante, la percepción de que todo
está a su alcance.

Espacio público y cotidianidad


En este sentido, urge la discusión acerca de varios problemas, que tanto en la
cotidianidad como en un ámbito más general afectan de manera considerable la
vida de los ciudadanos y ciudadanas: la recuperación del espacio público (aceras,
parques y áreas verdes). La concentración de los dispositivos comerciales y
culturales, así como las redes viales y el equipamiento más especializado en el
centro de la ciudad dan cuenta de una visión urbanística para la cual la falta de
democratización del espacio público no constituye una zancadilla sutil a los
ciudadanos residentes en los barrios (el 65% de la población de Santo Domingo).

De igual manera, es necesario plantearse políticas más contundentes para


erradicar la violencia, lo que implica, entre otras cuestiones, descartar que esta
solo acontece en los territorios habitados por los ciudadanos de bajo recursos, y

7
considerar también la delincuencia institucional, que tiene lugar en el Estado y, lo
más grave, la que tiene lugar en el sector privado.

Así también, el saneamiento y modernización del sistema judicial, el mejoramiento


del sistema carcelario y la debida atención a los casos de corrupción del sector
público y privado, así como a la gran cantidad de expedientes de ciudadanos
comunes, que ameritan una revisión.

Se trata de tener una justicia tan sólida, que los ciudadanos no sientan temor
debido a la incertidumbre. Por ello, es un imperativo su modernización, sobre todo
de las instancias locales que conforman su sistema, al menos si se pretende
atender a los requerimientos de los ciudadanos, que deviene todo proceso de
convivencia pacífica, entre ellos, la lucha contra la pobreza.

Todavía más, la organización del transporte; el acceso a viviendas dignas, la


transformación del sistema educativo, a los fines de contar con una escuela más
crítica; la reforma a las leyes electorales, de tal forma que podamos erradicar de
manera definitiva esas nuevas lacras sociales que han devenido los «políticos»
mercenarios –muchos de ellos concentrados en antros que a modo de eufemismo
llaman «partidos minoritarios»–, y que de manera aberrante roban el dinero de los
contribuyentes, comercializando con las esperanzas de la gente y sin ninguna
vocación de servicio ni de poder reales.

Sociedad y derechos civiles


Un elemento que precede a toda estrategia de seguridad ciudadana es el
planteamiento acerca del tipo de ciudadano que se pretende proteger y en qué
consiste tal protección. De lo contrario, esto que llamamos seguridad puede
transmutarse en una reducción de los derechos civiles individuales y colectivos.
En consecuencia, las medidas que conlleva la seguridad no deben entorpecer el
desenvolvimiento normal de los ciudadanos, sino apoyar todas sus iniciativas, en
aras de lograr su mejoría y la realización de los diferentes sujetos que conforman
la comunidad: niños, jóvenes, adultos, envejecientes, hombres y mujeres.

Es un gran error, por ejemplo, reducir la seguridad ciudadana a la restricción de la


libertad de tránsito. O suponer que, en consecuencia, la militarización es la única
cosa que se puede hacer al respecto. O hacer uso del terror y el asesinato como
recursos para disuadir a los ciudadanos de prácticas que atentan contra la
«seguridad». La violencia, la tortura y las vejaciones de cualquier tipo, jamás
podrán ser garantías de la convivencia pacífica, sustituyendo al diálogo, la
tolerancia y la educación.

No obstante, debe existir un grado de coerción que evite que sujetos antisociales –
a pesar del uso de todos los medios de disuasión legales y éticos necesarios–,
obstaculicen la convivencia pacífica y la paz de la mayoría. En este sentido, es
conveniente ofrecer a los agentes policiales y militares, así como otros

8
encargados de la seguridad pública y privada, la capacitación, las herramientas y
los recursos necesarios para enfrentar a los criminales (en todos los lugares y
estratos de la sociedad) que día a día se especializan, poniendo en peligro la
tranquilidad y el desarrollo de los ciudadanos. Hasta entonces estos serán por su
deficiencia cómplices de los malhechores que dicen combatir.

En el caso dominicano, las ejecutorias de los gobiernos tendentes a crear un clima


de paz deben ser completadas con la creación de infraestructuras (habitacionales,
ambientales, recreativas, educativas, viales y de servicios), el involucramiento de
las organizaciones comunitarias y políticas locales, la instalación de dispositivos
de vigilancia no convencionales, y la eficientización de las instituciones públicas
destinadas a resolver los conflictos, así como la creación de otras privadas y
civiles, de carácter permanente, que colaboren en este sentido.

Desde esta perspectiva, en el diseño de una estrategia de seguridad ciudadana


que pretenda ir más allá de la «musaraña» política y el «pau pau» policial, deben
colaborar las diferentes instancias del gobierno y de la sociedad civil. El primero,
como principal responsable del bienestar de los ciudadanos y ciudadanas. La
segunda, para vigilar que se cumplan los acuerdos establecidos para tales fines.
Para ello, ambas instancias deberán establecer un sistema de colaboración e
información abierto que les permita elaborar propuestas sobre la base de una
valoración lo más próxima a la realidad.

Finalmente, se requiere de la instalación de un Estado de Derecho, sin el cual no


existe seguridad ciudadana alguna, pues las demandas de los ciudadanos solo
pueden ser atendidas cuando las prácticas cotidianas de las instituciones están
determinadas por el reconocimiento de la importancia de estos como única base
del sostén y desarrollo de la nación. Ante la falta de una real garantía a sus
derechos individuales, los ciudadanos y ciudadanas recurren a fórmulas
«alternativas» originadas en sus interpretaciones de su experiencia social. Así, la
anarquía y el desorden como recursos para lograr la atención sobre sus
problemas se sustentan en su percepción de un Estado irresponsable, que solo
responde ante el caos y la violencia.

«El valor de educar»


Un ciudadano es, en términos éticos, el resultado de la intervención de un aparato
educativo –en el que los valores son su principal materia constitutiva y la escuela
su mediación principal–, pero también de la sociedad. Esto no es nada nuevo. Lo
que podría ser una novedad es la relación que en lo adelante establezcamos entre
la violencia –con sus diferentes tipos y fuentes– y la educación, vista como el
proceso que deviene asimilación de conocimientos (de manera formal e informal;
sistemáticos o no), valores y modificación de la conducta.

Visto así, debemos concluir dos cosas: primero, que el sistema educativo en
nuestro país no está orientado a desarrollar en cada ciudadano todas las

9
dimensiones (cognoscitivas, afectivas, sociales, sexuales…) que la hacen digna
de llamarse persona, pues su formulación, además de coadyuvar a crear las
condiciones para que la sociedad satisfaga sus necesidades básicas, debe
también propiciar la plenitud –y en consecuencia la trascendencia– del ser
humano, en tanto que ente. Y segundo, que definitivamente estamos en una
aguda crisis de nuestros paradigmas éticos, lo cual se evidencia en la corrupción
que afecta a casi toda la sociedad: la podredumbre campea por todas partes y los
simuladores también; ellos asaltan en masa todas las esferas del poder (público y
privado, laico y religioso) y desde allí lo alienan y lo corrompen todo.

Mensajes y masajes
De aquí que, el plan educativo debe incluir también –en la medida de lo posible y
de lo éticamente permitido– el control de estos aspectos. Es imposible pretender
formar personas con valores intelectuales, cuando desde los medios se proyecta
como un modelo a mujeres que sustentan su éxito en su apariencia física, el
morbo y el sexo por intercambio. Ya es común leer en la prensa clasificados en los
que se ofrecen desde estripstís hasta masajes eróticos a domicilio, con «chicas
guapísimas» en las modalidades de «full y 2x1», en módicos precios que van
desde 1000 a 3,000, según las exigencias del cliente, y el «cuadre» de la
«verduga».

Usted puede visitar un spa, o bien ellas pueden ir a su casa u oficina. Puede
llamar o inscribirse previamente en un selecto «club», que ofrece, entre otros
«servicios», un catálogo impreso y electrónico de chicas nacionales (pues no se
puede perder el patriotismo) y extranjeras (con las cuales se puede tener «sexo
bilingüe»).

No sabemos cuándo empezó este «destape» en República Dominicana y es claro


que es menos importante la fecha que las causas que dieron lugar a esta oleada
de sexo que podemos observar en los periódicos y la Internet.

¿Estamos acaso ante un “despertar” sexual propio de países «desarrollados»?


¿Qué normas legales, sanitarias y administrativas regulan el comercio sexual en
nuestro país? Son algunas preguntas que valdría la pena responder al momento
de tocar, perdón, de tratar el tema.

No debemos aspirar a formar personas con inteligencia, como una condición para
lograr su felicidad y la de los demás cuando los medios de comunicación y la
sociedad en general dan cuenta de que es posible triunfar sin necesidad de
conocimiento alguno, a condición de que se incurra en todo tipo de bellaquerías y
atrocidades.

El Informe de Desarrollo Humano República Dominicana 2005 establece en la


página 9 cómo los conocimientos lejos de abrir puertas son un obstáculo para
lograr una menor condición de vida:

10
«[...] los grupos con mayor nivel educativo registran mayor desempleo [...]».

Mucho menos debemos aspirar a personas que tengan a la verdad como un valor,
cuando desde las esferas del poder (político, religioso, empresarial, intelectual,
etc.) la mentira se erige como un templo de adoración, sin el cual no tendrían
sentido las vidas y los puestos de quienes los sustentan. Esto nos lleva
indefectiblemente a un desconcierto moral de consecuencias insospechadas, pues
«[…] el desconcierto moral es el primer paso en el camino que conduce a la
inquietud, de ahí en adelante todo puede suceder»4 .

No se trata de tener un «Hermano Grande», sino de planificar la acción educativa


tomando en consideración otros aspectos externos a ella, dispersos en la
sociedad y que afectan la formación del ser humano de manera profunda. Así, al
menos sabremos a qué atenernos: si debemos esperar el surgimiento de un pro-
hombre o de un individuo “[…] desorientado ante las grandes interrogantes de la
existencia» 5.

Aprendizajes forzosos

Por eso, hoy día ya nadie se asombra ante la corrupción, y entiende como normal
cualquier hecho delictivo cometido por una autoridad; o que los procesos en los
que se ponen en juego los cimientos de la nación se hayan convertido en una
especie de bazar en el que hombres inescrupulosos, imbéciles y de naturaleza
mediocre van a buscar «lo suyo», y a hacerse de un pedazo de poder, que
después utilizarán para reducir al resto de los ciudadanos y ciudadanas a seres
igual de míseros y mediocres.

O que la Justicia esté infectada de jueces serviles, cuyas decisiones solo afectan a
quienes no poseen un apellido sonoro o una cuota de poder, mientras los
malhechores de alto vuelo andan sueltos o, en el mejor de los casos, convierten
los procesos judiciales en un espectáculo del que al final salen más fortalecidos y
reafirmados en su condición de antisociales.

Esto enseña a los jóvenes que los procesos judiciales no son más que una
patraña; un reality show que concluye con la puesta en libertad de los corruptos,
su resarcimiento ante la sociedad y la devolución de todo cuanto “honradamente”
robaron. Y que la justicia es una porquería a la que únicamente deben temer los
pobres, y que, por tanto, deben acumular riquezas –¡como sea!–, a fin de
mantenerse a salvo de ella. De igual manera, que lo importante no es ser un
servidor público eficiente en aras de contribuir al desarrollo de la nación desde su
lugar de trabajo, sino alinearse al partido con mayores posibilidades de ocupar el
solio presidencial y convertirse en un tránsfuga, cuya deshonestidad ideológica los
lleve de aquí para allá, según soplen los vientos de la conveniencia individual.

4
José Saramago: Ensayo sobre la lucidez.
5
Enrique Rojas: El hombre light.

11
A modo de conclusión

1) La violencia va más allá de una reacción que se expresa en la confrontación y


el desorden, supone también todas sus causas;

2) La escuela, la sociedad, los medios de comunicación y los actores sociales


emiten mensajes que influyen en los paradigmas de las personas, y que crean y
refuerzan actitudes violentas en la medida en que se vinculan a sus sistemas de
valores y a sus necesidades de supervivencia;

3) Urge en la República Dominicana la creación de una instancia multidisciplinaria


conformada por científicos sociales de varias áreas del conocimiento, que aborden
el problema de la violencia más allá de la mera descripción de su manifestación;

4) Nuestro país requiere de intelectuales, profesionales y creadores que asuman


la responsabilidad que trae consigo el conocimiento. No se trata solo de repetir lo
que otras personas crearon, descubrieron o hicieron. Se trata de trabajar en la
búsqueda de soluciones a los conflictos de la vida cotidiana, por más vulgares que
estos nos parezcan. Este es el aporte que la nación reclama de ellos, y les hará
dignos de la misma admiración que profesamos a los grandes hombres (¡y
mujeres!) de la historia.

5) Es preciso insuflar las acciones en favor de la paz con otros elementos que
hagan a los ciudadanos sentir la imperiosa necesidad de crecer –y creer–: el
diálogo, la diversidad, la participación, la multiculturalidad, la tolerancia, el
respecto, el reconocimiento, la libre expresión, la justicia, la equidad… de lo
contrario, cualquier intervención al respecto, en lugar de hacer posible la
superación de los obstáculos que impiden la convivencia, terminará por reafirmar y
fortalecer los antivalores cuya erradicación motivaron su formulación y ejecución.

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