0 DBY Un duro invierno
0 DBY Un duro invierno
0 DBY Un duro invierno
Versión 1.0
04.03.13
Título original: A Bitter Winter
Autora: Patricia A. Jackson
Ilustraciones: Mike Vilardi
Publicado originalmente en Star Wars Adventure Journal 5 y después online en
Hyperspace.
Publicación del original: febrero 1995
***
—¡He hecho la carrera de Kessel y he sobrevivido al espectáculo! He
aparecido en los tablones de anuncios de Mos Eisley; pero no soy ningún
héroe, sólo un pícaro solitario. Dulce dama, ¿tienes algo especial para mí?
Sorprendido por el coro jactancioso, Drake se despertó. Desorientado,
se cayó de la cama, envuelto en las mantas. Al levantar la cabeza hacia las
sombras que se desvanecían, se golpeó con fuerza la frente contra el
armazón de la cama. Invocando varias maldiciones socorranas, se masajeó
la contusión y se sentó en un revoltijo de mantas y almohadas. Recordando
mentalmente sus pasos, recordó el mensaje desesperado que le había
llevado al lejano mundo de Tatooine y su enloquecido intento de romper las
reglas del hiperespacio para llegar a las coordenadas prescritas en el tiempo
señalado.
Habían pasado varias horas, de acuerdo con su indicador, y el confuso
socorrano no recordaba haber dado la orden de partir. De repente, su mente
evocó las imágenes inquietantes del rostro gris e hinchado de Toob y la voz
confusa de Tait Ransom y la tormenta de arena que se acercaba. Cruzando
la puerta a trompicones, corrió por el pasillo mientras el coro estridente
resonaba en la sección de popa de la nave.
—¡No desapareceré en ningún censo Imperial! ¡No, no trabajaré en las
minas del Emperador! ¡No tengo miedo a dar el Salto Final yo solo,
mientras pueda desear cielos despejados a todos mis compañeros! —Un
verso melódico de wookiee sonó a mitad del estribillo—. ¡Buena chica,
Nikaede! Ahora voy a buscar a Drake —gruñó Toob—. Tú ve a la cabina y
pon rumbo a Redcap.
—¿Redcap? —dijo Drake para sí mismo, escuchando el silbido de las
placas de la cubierta deslizándose en su posición. Asomándose al pasillo de
acceso, vio cómo Nikaede desactivaba el último de los escudos de las
bobinas del impulsor. Toob estaba cerca, mirándola—. ¿Por qué Redcap?
—¡Drake! —exclamó Toob con sincero afecto. Su rostro aún estaba
enrojecido por la fiebre, su voz áspera e inflamada por la infección—. ¿Qué
te pasa, muchacho? Parece que hubieras visto un fantasma.
Cruzando sus brazos sobre el pecho, Drake se apoyó contra el mamparo.
—No estoy tan seguro de no haberlo hecho.
Sonriendo alegremente, Toob se acercó cojeando hasta él, golpeando la
frente del joven socorrano con la palma de su mano.
—¿Puede un fantasma hacer esto? —bromeó. Se volvió hacia la
wookiee—. Establece un rumbo a Redcap. ¡A toda potencia!
Nikaede vaciló. A pesar de que el viejo le caía bien y se había
acostumbrado a confiar en él, incluso en ausencia de su capitán, era reacia a
traspasar los límites de la lealtad.
Drake sonrió, con su fe en la amistad renovada.
—Adelante, Nik. Redcap.
—Tienes aquí un buen primer
oficial, Drake. La mejor
mecánica que he visto a este lado
del Borde Exterior.
Antes de que se le olvidase su
pregunta, Drake susurró:
—¿Qué hay en Redcap,
Toob? Y no empieces a echar
balones fuera para evitar
contestarme. Esta es mi nave —
afirmó con seriedad—. Si estás
hasta el cuello de estiércol de
bantha, quiero saber cómo y por
qué.
—Me parece justo —
reconoció Toob. Por un
momento, Drake pudo ver a
través de las gruesas cicatrices y
la piel escamosa al antiguo Toob,
de ojos marrones, sonrojado, y siempre sonriendo con picardía—. Es el
cargamento más grande de especia que tú o cualquier otro contrabandista
hayáis visto jamás. ¡Especia suficiente para convertirme en rey! Vaya, con
mi parte, podría comprar esta bola de polvo y convertirla en una casa de
retiro. Y te diré algo Drake; voy a asegurarme de que Marji te dé una tajada
del negocio.
—¿Marji?
—Saylor Marjan, un amigo mío de los viejos tiempos. —De pronto su
rostro se ensombreció, mostrando las señas de la enfermedad y la
preocupación—. Hablando de esos días, tengo algo para ti. —Extrayendo la
cadena y las chapas metálicas del bolsillo de su chaleco, Toob entregó las
identificaciones militares a Drake—. Eran de tu papá —susurró el
corelliano—. Escuché que hizo su fortuna hace unos años y pensé que
querrías tenerlas.
Drake tomó la cadena, contemplando en silencio los grabados metálicos
del nombre de su padre, su rango y su unidad.
—¿Un coronel? —preguntó extrañado—. ¿Fue uno de los Bha'lir
Negros? ¿Esto es real?
—¿Te parece real, muchacho? —le regañó Toob. Había brusquedad en
su voz—. Tu papá podía superar a un caza TIE con una mano en el
acelerador y la otra en una botella de whisky corelliano. Le llamaban la
Plaga Socorrana…
El ojo del contrabandista se apagó sin previo aviso. Cayó de rodillas,
apoyándose pesadamente contra la pared del pasillo.
—Te tengo —exclamó Drake, sujetando la forma desplomada contra su
cuerpo.
—¿Qué ha pasado? —murmuró Toob.
—Creo que será mejor que te acuestes hasta que lleguemos a Redcap.
—Ayudar a Toob a volver a su habitación, se defendió de la protesta que
estaba a punto de pronunciar el contrabandista, añadiendo—: Podrás
contarme todo sobre los Bha'lir Negros y cómo mi padre terminó siendo
coronel.
—Bueno, lo que vas a escuchar es auténtico —insistió Toob—. Por mis
bandas de sangre, es una historia verdadera.
***
A doce kilómetros de distancia, por debajo de la estrecha quebrada
montañosa, la boca ensanchada del Cañón Tyma comenzaba a desaparecer
debajo de una manta errante de nubes rosa lavanda, un peculiar fenómeno
exclusivo de los grises y sombríos cielos de Redcap. El abismo infame se
bifurcaba y giraba extendiéndose varios cientos de kilómetros, cruzando el
rostro estéril y enrojecido de la superficie del planeta, formando las únicas
repisas de aterrizaje posibles dentro de un rango de 20 kilómetros de
distancia de los asentamientos al borde de la montaña.
Dejando el Inquebrantable seguro y oculto en la región de la cuenca,
Drake cedió una botella de raava socorrano y unas pocas células de energía
a modo de trueque, a cambio de un par de olai. Abandonadas tras la
disminución de los recursos minerales y el cierre de las minas, las criaturas
eran lejanas descendientes de las que habían trabajado en las minas.
Agresivos pero persistentes, los animales habían pasado casi una década
evolucionando dentro del ambiente hostil de Redcap, multiplicándose y
diseminándose a través de la superficie del planeta.
Drake miró la cabeza pesada del olai, moviéndose de izquierda a
derecha con cada zancada. Los bulbosos cuernos huecos, que crecían y se
enroscaban alrededor de la cabeza y el cuello de la criatura, le daban la
impresión de que el animal se esforzaba por llevar su propia masa. Exhausta
y de mal humor, la montura cabeceó en señal de protesta, rociando su pecho
y sus patas con espuma. Sus dientes rasparon ruidosamente sobre la broca
de metal, apretó y tiró de las riendas, lanzándose a sí misma y a su jinete
sobre las piedras del suelo.
Aflojado en una caída anterior, más abajo en la montaña, un taco roto
resonaba ruidosamente chocando contra el resto de la herradura de la bestia.
Drake escuchó el tintineo, reviviendo la casi letal caída. Movió receloso la
cabeza, deseando no haber aceptado nunca el impetuoso desafío de Toob de
echar una carrera para subir la montaña. Castigándose a sí mismo, Drake se
dio cuenta de que en la mente de Toob, él era todavía un niño y el
contrabandista lo había utilizado en su beneficio.
Todavía sacudido por el choque, Drake presionó firmemente los talones
contra el costado de su montura y la instó a galopar hacia el estrecho
barranco. Desplomado sobre la silla, el rostro febril de Toob brillaba por el
sudor y el contrabandista gruñó algo ininteligible. Drake suavemente quitó
las riendas de las manos flojas del corelliano y sujetó una cuerda de guía a
la brida del olai.
Molesto por la fuerza seductora que el anciano ejercía sobre él, Drake
dio un fuerte taconazo al costado del olai, ignorando una mancha de arcilla
roja que cruzaba sus gafas de vuelo. Sus ojos seguían un camino errante de
vagos recuerdos de la infancia… recuerdos oscuros que le saludaban con
una promesa de ayuda y de seguridad en la buena voluntad de un viejo
amigo. Si sus instintos eran correctos, encontraría refugio en el pequeño
pabellón de caza, que se encontraba a pocos metros del camino principal,
ubicado al cobijo de las puertas del asentamiento Juteau.
Más allá del rústico tejado y el modesto corral, Drake podía ver la
silueta velada de las casas, refugios y tiendas. A lo largo de la carretera
principal, se habían activado varias lámparas de incandescencia, espantando
a todas las sombras salvo a las más persistentes. Desde los oscuros cielos
nocturnos, caía una ligera llovizna, dificultando los pasos al andar. El clic
de las garras metálicas de los olai resonaba con estrépito contra el camino
lleno de baches, mientras entraba en los patios delanteros. Y a pesar de los
increíblemente afilados tacos de sus herraduras, los animales tropezaban
con frecuencia.
Drake guió a su montura hasta la cerca del corral y se detuvo. Rígido y
con el trasero dolorido por la cabalgada, liberó los pies de los estribos y
desmontó. Con deliberada lentitud, pasó suavemente sus manos sobre la
ancha espalda del olai, contemplando la magnitud del daño sobre su piel
negra. Severamente golpeada por la caída, la criatura se estremeció bajo su
toque, lanzando una vacilante mirada de crítica a su jinete. Vívidamente
consciente de sus propias llagas, emocionales y físicas, Drake sonrió y le
rascó el liso hocico aterciopelado.
—Vaya, pero si es el mismísimo Príncipe de Socorro en persona —
susurró una sombra tenue—. Y uno de los monarcas caídos de Corellia.
Drake resopló, reconociendo el acento familiar de otro héroe de la
infancia.
—Ol'val, Fahs —saludó, aceptando el firme apretón de manos del
issori.
Lejos de su mundo acuático, Issor, la clarísima melena rubia de Fahs se
había vuelto de un gris lúgubre por el tiempo y la mala salud. La llevaba
con orgullo en un moño ceremonial, ocultando la mancha pálida de la calva
en la coronilla de su cabeza. El coste de la vanidad hacía aparecer el liso y
redondeado contorno de su rostro, donde la evolución había hecho
desaparecer las orejas primordiales. Vestido con unos desteñidos pantalones
de pirata color beige, su piel y el cabello mostraban el calvario de una vida
pasada en la superficie de arcilla bermellón de Redcap. Profundamente
curtidas y con músculos prominentes, las largas y delgadas extremidades
del Issori, acentuaban su figura alargada, dando una fuerza visible a la
aparentemente frágil altura. En las sombras, Drake observó un ligero
temblor en los finos dedos palmeados, prueba de haber pasado demasiado
tiempo en la cantina local, más que en actividades útiles.
Fahs sonrió generosamente; una calidez genuina se extendió por todo su
rostro arrugado pero encantador.
—Aún no eres un hombre, pero vives la vida de un hombre. Te ves bien
para ser un pícaro común, Drake Paulsen.
—Eso es porque no soy tan común —bromeó el socorrano. Inclinando
la cabeza hacia Toob, susurró—: ¿Tienes sitio para nosotros?
—Siempre. —Acercándose al costado del olai, el issori apoyó
suavemente a Toob contra él y deslizó al contrabandista inconsciente desde
la silla a su hombro—. Tranquilo, viejo, tranquilo —susurró en respuesta al
murmullo incoherente del corelliano.
Drake lo siguió hasta la puerta de la cabaña, vacilando en el estrecho
marco. Acostumbrándose a la oscuridad, examinó el familiar interior, donde
había pasado numerosos veranos en compañía de los amigos de más
confianza de su padre. Reacio a ir más lejos, se retiró a las sombras del
exterior, junto a los olai, que necesitaban un poco de atención.
Pasó casi una hora antes de que Fahs resurgiera del refugio.
—¿Hace cuánto tiempo que está así?
—Desde que salimos de Tatooine, y antes de eso no estoy seguro. —
Drake se apoyó en el poste de la cerca, descansando su frente contra la
madera llena de nudos—. Jabba ordenó a Tait que lo arrojasen en algún
lugar del desierto. Algo sobre mala suerte si Toob moría en el palacio.
Fahs se rió.
—Jabba es según Jabba actúa; y nunca nadie lo acusó de ser compasivo.
—Alguien debería enseñar a esa babosa…
—Alguien debería dejarlo tranquilo —le regañó Fahs suavemente—.
Tienes mucho potencial, Drake. Consigue unos pocos años luz más a tus
espaldas y, con el tiempo, puede que tengas la oportunidad de darle al viejo
gusano lo que se merece.
—Me importa un bledo Jabba. Ahora mismo, Toob es mi mayor
problema. ¿Qué está pasando, Fahs? ¿Qué le pasa? —Exasperado, Drake
lanzó una piedra sobre los corrales de los olai, a las zarzas en el lado
opuesto—. Es como si se estuviera volviendo loco poco a poco.
—Podría decirse así —respondió Fahs, poniendo en orden sus
pensamientos—. En mi mundo, los poetas lo llaman melanncho, una
tristeza tan grande que hace que los hombres se vuelvan locos. Nuestra
especie prima, los odenji, quedó casi destruida por ella algunos siglos atrás.
—El issori pasó el peso de una pierna a otra, mirando el cielo nocturno—.
Cuando comencé a trabajar en Corellia, los mineros —resopló con orgullo
—, que no sabían nada de artes, lo llamaban por otro nombre… brekken
vinthern.
—Un roto… ¿un duro invierno? —tradujo Drake.
—Es un duro invierno, cuando un contrabandista llega al final de sus
días. De ahí es de donde viene el dicho. Lo llaman así porque pocos llegan a
sobrevivir. —Cruzando sus brazos sobre su pecho, Fahs bostezó—. En ese
entonces, era común en mineros que trabajaban en las operaciones de los
núcleos radiados o en contrabandistas que pasaban demasiado tiempo
trabajando con piezas de motor contaminados.
—Entonces, ¿qué va a pasarle?
—Bueno, Drake —comenzó Fahs, pensativo—, los hombres que sufren
esta enfermedad no suelen morir mientras duermen. Una vez vi a un pirata
que la tenía recibir más de 40 puñaladas antes de salir de la pelea.
—¿Contra quién peleaba?
—Contra él mismo. Pensaba que el Imperio le había impregnado con
miles de pequeñas balizas transpondedoras. Así que empezó a arrancárselas.
Drake tragó saliva con esfuerzo, luchando por comprender.
—¿No hay nada… alguna cosa que podamos hacer?
—Hay una cosa. —Fahs frunció sus delgados labios y se quedó mirando
la espesa arcilla bajo sus pies. Una expresión severa y distante envolvió su
rostro, que ya no era hermoso, sino más bien siniestro en las sombras—. Se
encuentra en las etapas finales de
la enfermedad. En las últimas
horas, puede que ni siquiera te
conozca. Puede volverse contra ti
de mala manera. Revivirá el
pasado, confundiéndolo con el
presente, y puede que incluso te
tome por un viejo enemigo.
—Y cuando eso suceda —
preguntó Drake—, ¿qué debo
hacer?
El issori no dudó.
Inclinándose hacia el rostro de
Drake, respondió:
—Asegúrate de que es tu
dedo el que está en el gatillo, y
no el de un extraño. —Fahs se
alejó, refugiándose en las
sombras—. Sólo hay dos clases
de sacrificios en esta vida: los que se ofrecen de buen grado y aquellos que
deben sufrirse. A veces, es difícil saber la diferencia.
—¿Cómo puede saberse?
—Cuidamos de nosotros mismos, Drake. Cuando llegue el momento, lo
sabrás.
Aturdido, Drake tembló, evitando la mirada constante del Issori.
Mirando más allá de la oscuridad de los corrales de los olai, vio una sombra
moviéndose a lo largo del perímetro del corral. La figura se detuvo,
observándolos durante un largo rato antes de saludar con la mano.
—¿Quién es ese?
—El teniente Noble Calder —susurró Fahs—. Pilota naves de escolta
para el Aremin. Están registrando la zona en busca de contrabandistas. —
Guiñando un ojo en tono de broma, añadió con un bufido—: ¿Crees que ha
encontrado alguno? —El issori atrajo a Drake hacia sí, masajeando los
tensos hombros del muchacho—. Calder es un hombre bueno para ser
Imperial, Drake. No lo juzgues por lo que ves.
—Buenas noches, Fahs —saludó una voz suave—. ¿Cómo va la noche?
—Va bien —contestó Fahs, aceptando la mano del Imperial y dándole
un firme apretón—. Teniente Calder, este es un buen amigo mío. Drake.
—Drake —le saludó Calder, ofreciendo su mano en sincera señal de
amistad.
Drake esperaba que su sentido de contrabandista entrase en erupción
con sospechas y alarmas. Cuando sus ojos se fijaron en el traje de vuelo
negro, una inesperada ola de calma re recorrió, pacificando su corazón que
latía con fuerza.
—Realmente no soy tan mal tipo —escuchó reír al imperial—. Todo
está en el uniforme.
Drake se echó a reír, estrechando la mano del oficial.
Extrañamente tranquilo, sonrió ante el hermoso rostro y la mata de pelo
blanco que lo coronaba. Sus profundos ojos azules estaban separados por
una nariz inusualmente angulosa, compensando la severidad de un rostro
aristocrático.
Apretando suavemente el hombro de Drake, Calder bromeó.
—¿Qué estás haciendo con este viejo bribón? No eres más que un niño.
—Tiene 17 años —dijo secamente el Issori—. Ya es un hombre en
nuestro mundo.
Irguiéndose, Calder suspiró.
—¿Los contrabandistas no creen en la infancia, Fahs?
La respuesta fue inesperadamente cortante.
—Uno tiende a crecer rápidamente a este lado del Imperio.
—Todo depende de las decisiones que tomes. —Guiñando un ojo, le dio
a Drake unas palmaditas en la cabeza—. Buenas noches.
Continuó su camino por la carretera de montaña, retirándose a través de
las puertas del asentamiento hacia las tierras comunes.
Cautelosamente, Drake susurró:
—Hablando de contrabandistas. ¿Conoces a un tal Marjan Saylor?
—Conozco ese nombre —respondió Fahs—. No he visto a esa persona
durante una década o más. Lo conocí en Arapia cuando Toob y yo fuimos a
cobrar una deuda para un señor del crimen llamado Saadoon-Kauldi.
—Saadoon-Kauldi —rió Drake con escepticismo.
—Te sorprendería saber para quién llegamos a trabajar en aquel
entonces, mi joven amigo. En cualquier caso, resulta que era Marjan quien
debía el dinero. Como era amigo suyo, Toob se dejó engañar ese tonto y le
convenció para transportar una carga de especia a través del sector Elrood,
lo que ayudaría a pagar la deuda y tal vez les proporcionase un beneficio.
—Frunciendo los labios, Fahs sonrió con el recuerdo—. Lo logramos.
Conseguimos el dinero para Saadoon. Pero lo que obtuvimos como
beneficio no resultó suficiente para arreglar una, ni mucho menos las cinco
brechas en el casco que sufrimos. —El issori sacudió la cabeza con
cansancio—. Marjan estaba loco. Pero ¿quién estaba más loco, Toob o él?
Honestamente no sabría decirlo.
—Toob le mencionó a él y algo acerca de un cargamento de especia de
gran tamaño. Por eso insistió en venir a Redcap.
—Es la enfermedad. No te preocupes, Drake. Saylor y Toob eran
amigos, hace mucho tiempo. Tuvieron una discusión hace casi 20 años y no
se han hablado el uno al otro desde entonces. —Tomando a Drake por los
hombros, Fahs condujo al agotado socorrano hacia la puerta de la choza—.
Creo que te vendría bien un trago de mi sopa, receta de mi vieja madre —
dijo riendo entre dientes—. Lo mejor para un día frío y húmedo.
—Suena bien —contestó Drake, adormilado. En silencio, entraron en la
cabaña y cerraron la puerta, echando el cerrojo tras ellos.
***
Drake se despertó de un sueño agitado. El calor que emanaba de la
chimenea era sofocante, casi vivo con una esencia tangible. Incapaz de
respirar, el socorrano se puso rápidamente sus botas y salió de la cabaña,
escapando a las oscuras nieblas nocturnas. Subiendo a la cerca del corral, se
quedó mirando la gran boca del Cañón Tyma, hipnotizado por el intrincado
laberinto de barrancos semi-subterráneos y pasos de montaña ocultos,
destacas por sombras de mármol color marfil y huecos negros abiertos,
expuestos bajo la tenue luz de las estrellas.
La quietud de la noche quedó rota por el lejano rugido del motor de un
deslizador terrestre, reverberando desde los acantilados y proyectando ecos
por toda la montaña. Cuando el vehículo se acercó, Drake saltó de la valla,
poniéndose a cubierto detrás del abrevadero. Vio como los faros del
deslizador atravesaban la oscuridad, avanzando temblorosos de un lado a
otro mientras la nave giraba, casi chocando contra las puertas del
asentamiento antes de enderezarse en el camino.
El conductor rodiano chilló cuando una botella de daranu se le resbaló
de las manos y se estrelló contra la barra de la dirección. Desesperado por
salvar a las últimas gotas, el rodiano frenó bruscamente, casi haciendo que
él mismo y sus pasajeros salieran despedidos del vehículo. Junto a él, en los
asientos delanteros, un sullustano ululó varias agitadas maldiciones cuando
su frente chocó contra el salpicadero dejando una notable abolladura en la
guantera.
Desde el asiento trasero, dos hombres humanos aullaban de placer.
—¡No te preocupes, Nio! —gritó uno de ellos en básico—. Toma —
lanzó otra botella al eufórico rodiano—, toma otra. ¡Hay muchas más dónde
salió esta! —Saylor Marjan se balanceó precariamente antes de sentarse de
nuevo en su asiento. Poco después, gritó—: ¡No puedo creer que hayas
metido a un niño en este asunto, Toob! ¿En qué estabas pensando?
—Deja que yo me preocupe por el muchacho —respondió una voz
ronca—. Cambiaría a cualquiera de vosotros por él, exprime-reactores. —El
contrabandista se calló, asaltado por un ataque de tos.
—Mientras pueda volar como escolta en mi Z-95 —se retractó Marjan
—, le daré una parte justa.
—Eso es todo lo que pido —jadeó Toob—. Ahora vayamos. —De
repente, el rodiano aceleró el motor y el deslizador terrestre viró, rozando la
pared de la montaña y agitando a sus pasajeros. Marjan juró con
vehemencia, golpeando al conductor en la cabeza con un puño carnoso.
Refunfuñando obscenidades, arrebató la botella de las manos temblorosas
del rodiano y la hizo añicos sobre su cabeza escamosa—. ¡Ahora hazlo
bien! —gruñó. Tembloroso, pero constante, el deslizador reanudó su curso,
acelerando por la carretera de montaña por los senderos debajo del borde
del cañón.
Frenético, Drake atravesó el pequeño recinto, volcando en su carrera un
banco de trabajo con piezas de motor abandonadas. Se detuvo deslizándose
cuando Fahs surgió de la puerta, y balbuceó:
—¿Lo has…?
—Lo he oído —dijo con brusquedad Fahs, entregando al socorrano su
bláster, su camisa y su chaqueta.
—¡¿Cómo ha podido salir de la cama siquiera?! —preguntó Drake
mientras se vestía la camisa.
—Es la naturaleza de la enfermedad —respondió Fahs, mirando
ansiosamente el sendero—. Arriba, abajo, totalmente impredecible,
especialmente en las últimas etapas.
—¿Adónde crees que se dirigen?
—Al Bantha Risueño, probablemente.
Abrochándose el desintegrador alrededor de la cintura, Drake corrió
hacia los corrales de los olai.
—Tomaré por el Risco Garish y les adelantaré.
—Las lluvias lo han arrasado —advirtió Fahs, conduciendo uno de los
olai detrás de él—. Es un suicidio seguro, incluso en un olai. —Cuando
Drake se acomodó en la silla, el ansioso issori susurró—: Ten cuidado.
Drake Dejó asomar una sonrisa tranquilizadora, conjurando los temores
del issori y los suyos propios.
—Cuidaré de él. —Activando el foco de luz en el arnés de su montura,
silbó para darse ánimos y la espoleó para ponerse en camino, galopando
imprudentemente hacia la estrecha boca de los pasajes del cañón más allá
del asentamiento.
—Sé que lo harás, muchacho —suspiró Fahs, exhausto. Vio cómo la luz
del foco se hacía cada vez más tenue sobre el camino del risco—. Sé que lo
harás.
Apenas una hora después de salir al risco, Drake se inclinó sobre el
cuello de su montura y golpeó las riendas contra sus hombros sudorosos.
Podía ver el Bantha Risueño justo debajo de él, y pudo escuchar el
característico estallido de disparos bláster provenientes de esa dirección.
Tiró de las riendas para dirigir su montura fuera de la pista, hacia las laderas
rocosas sobre la taberna. Desconectando el foco que le proporcionaba luz,
se abrió camino poco a poco por la peligrosa ladera, examinando
desesperadamente las sombras y el arco de fuego láser que surgía desde
cada lado del establecimiento.
A la izquierda, pudo distinguir el diseño blanco sobre negro de la
armadura de los soldados de asalto imperiales cuando los disparos bláster
iluminaban brevemente la zona de detrás de la barra. Frente a ellos, vio los
restos humeantes de un rodiano y un sullustano tendidos en el barro. El
sullustano todavía estaba vivo, su brazo malherido le colgaba a un lado
mientras se arrastraba hacia sus compañeros, que estaban atrapados detrás
del deslizador terrestre. Un disparo perdido puso fin a sus luchas.
—¡Esta vez te las tienes que arreglar tú sólo, Marji! —gritó una voz—.
¡No me corresponde solucionar esto!
Reconociendo la dura calidad de la voz de Toob, Drake guió su montura
en esa dirección. Desde su posición ventajosa, vio que los soldados de
asalto se disponían a cargar contra los contrabandistas superados en número
y armamento. Usando el fuego disuasorio en su beneficio, retrasaban el
ataque mientras otro destacamento de soldados de asalto se ponía en
posición en el flanco exterior.
Drake galopó desde la tierra alta, haciendo un atrevido sprint cruzando
la línea de fuego mientras decenas de soldados imperiales apuntaban.
Fustigando su montura, esquivó un frenesí de salvas de bláster haciendo
que el temperamental olai saltase sobre el deslizador terrestre incapacitado.
Tirando ferozmente de las riendas, Drake le hizo dar media vuelta,
balanceándose sobre su incómodo cuello mientras el animal se encabritaba.
—¡Vamos, Toob! —gritó, haciendo momentáneamente contacto visual
con Marjan.
Pálido de histeria, Marjan gritó:
—¡No puedes abandonarme, Toob!
Agarrándose al estribo, Toob siseó.
—¡Maldice tu suerte, Marji! —Salvajemente, golpeó al contrabandista
en la cabeza con su bota, manchando su rostro con barro rojo.
***
Temiendo tener lesiones de las que no era consciente, Drake hizo una
mueca, sin intentar moverse. Probando cada una de sus extremidades, se
convenció de que no había ningún daño permanente e hizo el esfuerzo de
incorporarse.
—¿Drake?
—¡Toob! —jadeó, encogiéndose cuando el sonido de su propia voz
explotó dentro de su cráneo.
—¿Quién te enseñó a montar, muchacho?
—Tú —gruñó Drake—. Me compraste un dewback de Tatooine,
¿recuerdas?
El corelliano se rió entre dientes al recordar.
—Bueno, eres todo un espectáculo —ayudó al muchacho a ponerse en
pie—. ¿No hay nada roto?
—No. —Drake hizo un mohín y a continuación preguntó, cortante—:
¿Te importaría decirme de qué iba todo esto?
—Tiroteo —resopló Toob, retirando las alforjas del cuerpo del olai.
—¿Un tiroteo? ¿Con las tropas imperiales?
—¡Bueno, yo no lo empecé! —se defendió el contrabandista, sonriendo
maliciosamente—. Pero tenía la intención de terminarlo. ¿Qué dem…?
¡Vaya! —De repente, la yegua olai se agitó, dando violentas sacudidas con
sus pies. Rotas en la caída, sus patas delanteras se derrumbaron bajo el
animal en un extraño ángulo y cayó cuan larga era en el suelo arcilloso.
Brotaba sangre de su boca y sus orejas, y una mezcla de fluidos goteaba de
su nariz. Resoplando y gruñendo de agonía, trató de incorporarse de nuevo,
logrando erguirse sobre sus patas traseras. Desesperada y agotada, se dejó
caer al suelo y rugió con tono inseguro. Relinchando lastimosamente, miró
a sus jinetes humanos, pidiendo ayuda—. Tranquila, vieja amiga —le
susurró Toob suavemente—. ¿Drake?
A través de la oscura maraña de su flequillo castaño, Drake se quedó
mirando las sombras más allá de la yegua olai. Vacilante, pulsó el seguro de
su bláster y presionó la pistola contra su funda.
—Vamos, Drake, no la dejes sufrir —se oyó la voz suave de Toob
contra el viento. Tomando fuerza de la familiar empuñadura, sacó la pistola
y disparó, matando instantáneamente a la yegua olai. Estremeciéndose
brevemente, sus retorcidas extremidades cesaron en sus luchas… y quedó
inmóvil.
Dando la espalda al cadáver, Toob dijo con voz áspera:
—Tal vez quieras llamar a tu compañera wookiee y hacerle saber que
estamos llegando.
—No puedo —dijo Drake con voz mansa—. El comunicador está
destrozado. ¿Recuerdas que caímos por la montaña?
El destrozado rostro de Toob esbozó una mirada de confusión.
—¿Lo hicimos?
—¿No te acuerdas?
Encogiéndose de hombros para restarle importancia, Toob echó a andar
por el sendero.
—Eso no importa ahora. Volvamos a la nave. Creo que a ambos nos
vendría bien un buen trago ahora mismo.
Turbado, Drake caminó detrás del contrabandista, siguiendo el sendero
iluminado por las estrellas.
—¿Sabes, Toob? —comenzó con cautela—, estando retirado y todo eso,
es posible que quieras pensar en bajar un poco el ritmo. Tal vez crearte un
grupo de amigos decentes.
Sin volverse a mirarle, Toob gruñó:
—¿Qué? ¿Únicamente porque tengo un solo ojo bueno y unos kilos de
más, tengo que dedicarme a la agricultura?
—Bueno, no, pero tienes que admitir que esta pequeña acrobacia en la
montaña podría haber sido fatal.
—Estás empezando a hablar como mi hermano: cuidadoso,
calculador… aburrido.
—No te haría daño que escuchases algunas de sus lecciones. —Drake
titubeó, luego añadió—: Si le hubieras escuchado, nunca habríais ido a ese
almacén en Ottega.
Toob se detuvo abruptamente, gruñendo.
—¡Karl fue porque quiso! ¡Nadie le pidió que fuera!
—¿Qué se suponía que debía hacer, Toob? —tanteó Drake—. Él es tu
hermano. Alguien tenía que guardarte las espaldas.
—¿Eso es lo que te dijo?
—Eso es lo que pasó, Toob, y todo el mundo lo sabe.
En sombrío silencio, recorrieron los últimos kilómetros descendiendo la
accidentada garganta del cañón, siguiendo el trazado del paisaje del Surco
del Pliegue, un fenómeno geográfico de grietas y fisuras de múltiples
niveles que podían disimular y albergar gran número de cargueros ligeros y
pequeñas naves espaciales. Amarrado en una robusta cornisa, a pocos
metros del suelo de barro arcilloso, los puntales de apoyo del
Inquebrantable mostraban la mancha bermellón de la base del suelo, prueba
de su estancia en el sombrío planeta rojo.
Nikaede caminó a grandes zancadas a través de la rampa, con su voz
atronadora sonando desde el pasillo interior, reverberando en los cuartos
cercanos. Drake sonrió. Era sin lugar a dudas una bienvenida tradicional
wookiee. Preparándose, no se resistió y sintió cómo era elevado varios
centímetros del suelo en los poderosos brazos de la wookiee. Exhausto,
simplemente se relajó en la explosión torrencial de pelaje negro y plateado.
Depositando a su capitán de nuevo en el suelo, Nikaede gimió con tristeza,
mirando los moretones y rasguños que cubrían su rostro. El olor de la
sangre era penetrante y gimoteó pidiendo una explicación.
—Más tarde —susurró Drake, mirando más allá de ella. Sin hacer
comentarios, Toob pasó junto a ellos y entró en la nave. Poco después, el
corelliano reapareció, echándose una bandolera de paquetes de energía por
encima de su hombro—. ¿Toob? —Drake corrió tras él, tomando
suavemente al contrabandista de la manga—. ¿Qué estás haciendo?
Toob sacudió el brazo para soltarse.
—Voy a terminar lo que otro empezó. —Reanudó su marcha hacia el
sendero de la montaña, gruñendo irritado para sí mismo. Dando golpecitos
con el pie contra el suelo de roca, impaciente, se detuvo al borde de la
cresta—. ¡Vamos, muchacho! ¡Estoy listo para ir!
—¿Ir? —Drake se quedó sin aliento, temblando.
Ajustando su bláster en su funda, el corelliano gruñó:
—Será igual que aquella vez cuando tu papá y yo nos las vimos con
policías del sector en Bnach.
—Toob. —Drake tragó saliva—. Bnach es un planeta prisión imperial.
Nadie va allí…
—Bueno, tal vez fue el puerto espacial Manda en un… en una… —Se
detuvo, aturdido por los recuerdos confusos—. Qué más da. No importa. No
voy a quedarme aquí quieto mientras que hombres buenos como Ziv Banks,
Lu Esi y Tenke Hurn son abatidos a sangre fría.
—Toob, esas personas están muertas. Me contabas historias acerca de
ellos y lo que finalmente pasó con ellos, ¿recuerdas? Ziv murió en un
tiroteo en la Dama Naranja en Nar Shaddaa. Lu estrelló su carguero sobre
Vedis IV, huyendo de las autoridades del sector. Y Tenke estaba contigo
cuando explotó aquel detonador en Ottega. No sobrevivió.
Toob comenzó a caminar con paso inseguro, obviamente desorientado.
—Algunos de los mejores contrabandistas a este lado de Corellia…
¡quién los necesita! —se quejó—. ¡Podemos ocuparnos nosotros mismos de
ese búnker imperial!
—¡Toob! —presionó Drake—. ¡No hay ningún bunker imperial!
—¡Te has vuelto cobarde, Marji! ¡Maldita sea tu suerte! —Toob extrajo
el bláster de su funda. Configurado para un disparo letal, apuntaba al pecho
de Drake—. ¡Cobarde! Pero siempre has sido así, ¿verdad?
Haciendo un gesto a su primer oficial para que se apartase, Drake
declaró:
—Mírame, Toob. No soy Marjan.
El rostro del corelliano se ensombreció cuando una ola de confusión
abrumó sus turbados sentidos. Vacilante, bajó el desintegrador.
—¿Kaine? ¡Kaine, hijo mío! ¿Qué estamos esperando? Vamos a acabar
con unos cuantos soldados de plástico. ¡Por los viejos tiempos!
Recordando las advertencias del issori, Drake respondió con cautela:
—Toob, por favor. Kaine era mi padre. Ahora está muerto, ¿recuerdas?
Un profundo sentimiento de lástima invadió al joven pirata mientras
trataba de hacer que el contrabandista regresase a la realidad actual.
—¿Muerto? —murmuró Toob incoherentemente, luchando con el
concepto—. Entonces… entonces, ¿tú quién eres? ¡Algún gamberro! —
gritó, levantando de nuevo el bláster a la altura del pecho—. ¡Escuchaste
hablar de mí y viniste a ver si el viejo todavía tenía pasta, ¿eh?! Pensaste
que podrías ganar un poco de maldito dinero y hacerte un nombre
eliminando al viejo Toob Ancher. ¡Bueno, pues no en esta vida, chico!
Esquivando ágilmente el primer disparo, Drake agarró a Toob por el
brazo y se agachó debajo de él mientras el segundo disparo se perdía,
pasando muy cerca de Nikaede, quien se tiró al suelo para cubrirse. Drake
intentó sacudirle el brazo para que soltase el arma; pero perdió el agarre.
Antes de que pudiera esquivar al desequilibrado corelliano, sintió cómo la
dura culata del bláster le golpeaba cruzándole la barbilla. Tambaleándose,
cayó al suelo, y la sangre brotó de la comisura de su boca.
—¡Nikaede! ¡Quieta! —gritó Drake a la wookiee. Poniéndose en pie a
trompicones, Drake levantó los brazos en señal de rendición.
—¿Quién eres? —susurró Toob, con su furia abruptamente disminuida
—. Límpiate esa sangre de la cara y deja que te vea.
Drake se frotó la sangre de su boca.
—Toob, soy yo —susurró, no pudiendo ocultar el dolor en su voz—.
Drake, ¿recuerdas?
—¿Drake? —gimió Toob—. ¿Qué estás haciendo? —Desconcertado,
miró el bláster en su mano y la hinchazón en la barbilla de Drake—.
¿Qué… he hecho?
—Nada —le susurró Drake—. No ha pasado nada.
—¿Nada? —jadeó Toob. Dando la espalda al joven socorrano, miró
hacia la oscuridad más allá de la cresta. Indignado por la idea de la traición,
arrojó el bláster contra las rocas—. Nunca debería haber abandonado
Tatooine. Debería haber… debería haberme apuntado a la cabeza con un
bláster y… —Exasperado, dijo con voz áspera—: Vete, Drake.
Asegúrate de que es tu dedo el que está en el gatillo… no el de un
extraño. Drake avanzó, recordando el consejo del issori.
—¿Toob? —preguntó con incertidumbre.
—Vete a la cama, muchacho —respondió Toob con reprobación—.
Hablaremos de nuevo por la mañana.
En contra de su mejor juicio, Drake se rindió al niño pequeño dentro de
él, el niño atemorizado que admiraba y adoraba al impetuoso Corelliano.
Desorientado y obediente, se retiró a la nave.
—Vamos, Nik.
Muy agitado, luchó por empujar a la enfurecida wookiee al interior de la
nave, tirando de la piel y el pelaje para obligarle a subir por la rampa.
Frotándose la cara hinchada con una mano temblorosa, Toob se maldijo a sí
mismo. Recordando las palabras de una vieja balada de contrabandistas,
cantó suavemente:
—¿Quién teme el aliento amargo del invierno? Un hombre que nunca
ha conocido el frío. Dulce dama, no hay nada más frío —hizo una pausa,
masajeándose su preocupada frente— que el corazón de un contrabandista
que ha envejecido.
Experimentando la sensación de pérdida y desolación del corelliano
moribundo, Drake le acompañó, susurrando en silencio el estribillo.
—Cae la noche y estoy lejos de mi hogar. Atrapado entre la cuna y la
tumba. Atrapado entre la cuna y la tumba.
***
Cuando las manos suaves de Nikaede le sacudieron, Drake se agitó.
—¿Qué? —murmuró, aturdido y rígido por sus aventuras. La wookiee
ladró suavemente, empujando el comunicador a sus labios—. ¿Quién?
—¡Drake!
Reconociendo a Fahs, pero no el pánico en su voz, Drake espetó:
—¡Toob! ¡Otra vez no! ¿Dónde…?
—No te molestes en buscarlo. Ni siquiera está en el planeta. —Fahs
hizo una pausa dramática—. De alguna manera se las arregló para hacerse
con un Cazador de Cabezas Z-95. ¿Qué se trae entre manos, Drake?
—No tengo ni idea —respondió Drake, alcanzando sus botas—. No
puede estar muy lejos.
—Bueno, pues date prisa. Todas las frecuencias imperiales están
alborotadas.
—Lo encontraremos. —Lanzando el comunicador a un lado, Drake
corrió por el pasillo a la cabina de vuelo—. Amplifica la red de sensores y
busca rastros iónicos recientes —
ordenó, mientras la wookiee se
instalaba a su lado. Ágilmente,
sus manos comenzaron a activar
interruptores de vuelo y a
encender módulos de control—.
Lo sé —respondió Drake con un
susurro a las quejas de la
wookiee sobre el viejo—. Sólo
ten paciencia conmigo.
El Inquebrantable flotó
precariamente por encima de la
superficie de la cresta,
deslizándose con destreza bajo el
techo dentado hacia la boca
abierta de la Cuenca del Cañón
Tyma. A pesar de la interferencia
de la densa estratosfera de
Redcap, Nikaede localizó
fácilmente el rastro de combustión iónica. Examinando los datos de los
sensores, lo confirmó y amplió el barrido del sensor para incluir el espacio
circundante sobre el planeta. Con un gemido desesperado, hizo un
descubrimiento inquietante.
—¡Lo has encontrado! —vitoreó Drake—. ¿Dónde? —Una caprichosa
exclamación de la wookiee le puso nervioso, al igual que los cuatro blips no
identificados en la pantalla del sensor—. Sintoniza su frecuencia.
—Escuadrón Veerpal, ¿dónde están? —gritó una voz desesperada—.
¡Estamos bajo ataque! ¡Respondan inmediatamente!
Nervioso, Drake observó cómo el ordenador de vuelo de a bordo
recorría rápidamente su biblioteca de esquemas, confirmando la presencia
de un Galeón Estelar Imperial y un Cazador de Cabezas Z-95. Acercándose
rápidamente desde el otro lado del planeta, dos cañoneras de asalto
imperiales se acercaban a gran velocidad para enfrentarse al intruso.
Nikaede gimió, un gemido de pánico que reverberó en la parte posterior
de su garganta. Con tristeza, leyó la información a su capitán.
—Dos cañones de iones, dos cañones láser y dos lanzamisiles con ocho
misiles de conmoción cada uno. —Era el turno de Drake de gemir.
Acelerando los motores del Inquebrantable, guió el carguero en un curso de
intercepción hacia las naves de asalto imperiales.
El Galeón Estelar tenía el aspecto de estar recién fabricado, con su
casco brillante blanco marfil en el hueco oscuro del espacio. La nave nunca
había visto combate real… lo que era obvio por el manejo incompetente de
sus turboláseres. El galeón y su tripulación dependían en gran medida de su
depredador escolta que llegaba ahora desde el planeta. A juzgar por las
marcas de explosiones que recorrían el otrora prístino casco del galeón, era
evidente que el Cazador de Cabezas y su piloto habían hecho bien su
trabajo con varios misiles de conmoción hábilmente colocados.
Conforme Drake se acercaba a toda velocidad, reconoció los amplios e
irregulares giros y espirales defensivos del contrabandista, que dejaban a los
artilleros del galeón sin una posición de disparo clara. Las maniobras eran
todas las características de Corellia, el planeta natal legendario que había
creado a hombres como Toob Ancher, su hermano Karl, y una serie de
pintorescas figuras que ahora vivían en las sombras de la ley galáctica.
Contra un piloto así, las defensas del galeón eran casi inútiles.
Drake sintió que se le encogía el corazón cuando las naves de guerra se
pusieron en formación, persiguiendo al Z-95 solitario en un vector recto.
Esquivando un disparo perdido de los frustrados artilleros, Drake dirigió al
Inquebrantable hacia la refriega, eludiendo hábilmente los disparos de los
defensores imperiales. Incrementando la potencia de los escudos de popa,
dejó todas las armas apagadas. Si los imperiales le estaban monitorizando,
se darían cuenta de que el carguero ligero no representaba una amenaza por
el momento.
Ajustando la subida de tensión en el generador de escudo, Nikaede
gruñía con ansiedad. A la wookiee de voz suave no le gustaba que
estuvieran tan cerca de la nave imperial. Colocó entre ambos la pantalla de
datos modificada, mostrando a Drake los blips que aparecían en la matriz de
sensores.
—¡Los veo! —refunfuñó Drake mientras el caza estelar que iba en
cabeza se acercaba hacia ellos, acelerando—. Abre el comunicador. Quiero
que escuchen nuestras transmisiones. —Manipulando el sistema de
orientación, colocó al Inquebrantable detrás del Cazador de Cabezas
fugitivo, mientras una descarga de las cañoneras batía las defensas de su
escudo, más fuertes—. ¡Toob! —gruñó Drake—. ¡¿Qué estás haciendo?!
—¡Igualar el marcador, muchacho! —respondió con risas el careliano
—. Punto por punto; vida por vida. ¡Ahora sal de mi camino! ¡Estás
interfiriendo mi escáner de objetivo!
Ladeó bruscamente la nave, siguiendo con un picado extremo, antes de
estabilizarse en un curso con el que pretendía volver al galeón.
Imitando fácilmente la maniobra, Drake dijo airado:
—Tendrás que hacerlo mejor que eso, Toob. ¡Esto es una locura! Ahora
detente y… —Los impulsores de maniobra del caza se apagaron
bruscamente con un chisporroteo, haciendo que la pequeña nave se
detuviera. Para evitar una colisión, Drake giró los controles, llevando al
Inquebrantable hacia arriba y lejos del peligro, abriendo el camino para que
las naves de asalto se precipitaran para realizar una primera pasada—.
¡Toob! —gritó con frustración.
—Carguero no identificado —crujió una voz por el comunicador—.
Nuestras lecturas indican que es el Inquebrantable. Retírese y abandone la
zona. Esto es un asunto imperial. Su indiscreción podría resultar en…
—¿Calder? —jadeó Drake.
—Vaya, vaya, vaya —canturreó Calder—. Mi pequeño amigo de
Redcap. Buen trabajo en el Bantha Risueño.
Sorprendido por el frío sarcasmo del imperial, Drake compartió una
mirada de aprensión con su primer oficial. Voluntariamente, se separó de la
persecución, permitiendo que las naves de asalto le acorralaran.
—Escuche, Calder, no tenemos mucho tiempo.
—En eso tienes razón, chico —resopló el Imperial—. El tiempo se
agota para tu amigo, y para ti también, si continúas interfiriendo.
—¡Está enfermo! —protestó Drake—. ¡Ahora mismo no se le puede
considerar responsable de sus actos!
—Tres artilleros muertos y cinco técnicos heridos dicen que sí se puede.
—Sólo déjeme hablar con él.
—Tengo mis órdenes, Drake.
Trazando un amplio arco, la nave de asalto de Calder se apartó, dejando
a la nave restante para contener al Inquebrantable. Ejecutando impecables
maniobras de defensa imperial, el piloto persiguió al escurridizo Z-95,
presionando al contrabandista hasta que finalmente Toob abandonó la
esperanza de desplegar los misiles y comenzó a escapar de una muralla de
disparos láser procedentes de los cañones de la cañonera.
Eludiendo su guardia, Drake se deslizó bajo la nave y salió disparado
hacia la escena, dejando al sorprendido piloto detrás de él.
—¡Calder, retírese! —gritó por el comunicador—. ¡Retírese ya!
Siguió la empecinada persecución del imperial a través del borde de la
atmósfera de Redcap y luego de vuelta a través del espacio hacia al galeón,
reconociendo la trampa que había tendido. De repente, Toob frenó el Z-95,
aplaudiendo mientras la cañonera pasaba de largo junto a él hacia las llamas
de los gigantescos motores del galeón. Haciendo caso de la advertencia
demasiado tarde, Calder se apartó, triturando una de sus cinco alas en el
borde del sistema de motores del galeón. La nave de asalto giró fuera de
control, dando vueltas por el espacio abierto antes de que el piloto imperial
pudiera recuperar el mando del módulo de vuelo.
Drake esperó a que la cañonera de Calder pasara con su pirueta a través
de su línea de fuego y luego activó sus láseres delanteros, tomando a Toob
por sorpresa. Los disparos dieron en el blanco con precisión, desactivando
los motores del Z-95, pero dejando el caza intacto. Toob disparó sus láseres
principales y lanzó el último de sus misiles de conmoción, sin ningún
resultado. Sin sus motores, el Cazador de Cabezas estaba muerto en el
espacio, a la deriva a merced de la resaca gravitacional de Redcap.
Sin aliento, Calder guió cañonera lisiada de vuelta al campo de batalla.
—Te voy a dar una opción, chico. La única opción que mis órdenes
permiten. —Hizo una pausa—. Tu gatillo o el mío.
—¡Me han atrapado, muchacho! —dijo Toob con una risa maniaca,
liberándose de los cinturones de seguridad. Estaba tan desorientado, que no
se había dado cuenta de que el disparo que le había inhabilitado provenía
del Inquebrantable—. ¡Pueden abatirme, pero no antes de que se lo haga
pagar caro! ¡Ja, ja!
—Toob, escúchame.
Haciendo caso omiso de la voz temblorosa de Drake, Toob se removió
en el asiento del piloto.
—Tengo que escapar.
Tiró de la manilla de apertura de la carlinga. Una sirena de alarma sonó
ruidosamente, señalando el peligro inminente de descompresión.
—¡Toob!
—El cierre está bloqueado —gruñó el corelliano, cuando el dispositivo
falló. Volvió a pulsar el interruptor, con el sudor nublando su ojo
cibernético—. No puedo quedarme esperando a que vuelvan. —
Examinando las marcas de los disparos, se echó a reír—. Me tienen
atrapado, muchacho. Si pudiera… —tiró del cierre— conseguir… soltarlo.
Aún podría conseguir escapar. Manipulando aún la abrazadera soldada,
comenzó a cantar—: He hecho la carrera de Kessel y he sobrevivido al
espectáculo…
—¿Drake? —gruñó Calder con impaciencia.
Asegúrate de que es tu dedo el que está en el gatillo y no el de un
extraño. Fortalecido por esas inquietantes palabras, Drake susurró:
—Espere.
Caminando lentamente por el estrecho pasillo hasta la cuna de la nave,
Drake se deslizó por la escalera del artillero. De mala gana, se abrochó el
arnés de la torreta y encendió el arma pesada. Centrado en el Z-95 lisiado,
podía sentir cómo la imagen del ordenador de adquisición de blancos le
quemaba las retinas.
Con pánico frenético, Toob continuó sus intentos desesperados por
escapar de la carlinga, a pesar de carecer de traje ambiental. Enfurecido por
la zona confinada, se quitó el casco y comenzó a golpear su cabeza contra la
junta, astillando el vidrio reforzado. De repente, se detuvo y se quedó
mirando desde la cabina empañada, a través de una gran extensión de
configuraciones y colores, hacia la única forma reconocible que su mente
era capaz de comprender, el Inquebrantable.
—Tranquila, vieja amiga —canturreó Toob, oyendo los gritos de la olai
moribunda en su mente—. Vamos, Drake —susurró—. No dejes que sufra.
Drake apretó el gatillo. Una explosión de energía sacudió el Z-95
incapacitado y lo hizo estallar en una bola de llamas que implosionó al
quedarse sin oxígeno. La explosión propulsó restos y metralla por una
amplia zona de espacio. Masajeándose el puente de la nariz, Drake cerró los
ojos mientras una lágrima le caía sobre la mejilla.
—Aremin, al habla el teniente Calder confirmando la baja de un hostil.
El escuadrón Veerpal se retira. —Mientras la segunda nave de asalto
aceleraba de vuelta al planeta, el piloto imperial se quedó unos instantes
entre los escombros quemados por las explosiones—. Escucha, Drake, si te
sirve de consuelo, tu amigo no te dejó muchas alternativas. Era tu gatillo
o…
—Lo entiendo —interrumpió Drake—. Créame, ha sido mejor así. —
Tragando el nudo que tenía en la garganta, susurró—: Gracias.
—Cielos despejados, Inquebrantable. Calder fuera.
La nave de asalto tembló por el espacio, volviendo a su puesto de
mando, en algún lugar bajo la atmósfera.
***
A pesar de la densa cubierta de nubes, unos rayos de sol perdidos lograron
perforar el gris, difundiendo calor por el suelo frío y árido del conocido
Cañón Tyma de Redcap. Anclado en la estrecha pista de aterrizaje, el
Inquebrantable y su contraparte, un YT-1300 llamado Gloria, parecían
extrañamente fuera de lugar: diminutos, insignificantes dentro de las crestas
de un kilómetro de profundidad y las plataformas continentales del gran
cañón.
El casco de la Gloria era rosa, manchado por sus dos años de retiro en
la superficie del planeta, escondido en la cuenca donde ninguna autoridad
del sector ni rival podía encontrarlo. Y ahí se había quedado, mientras que
su capitán viajaba por la galaxia en compañía de amigos. Aún capaz de
surcar el espacio, el matriarcal carguero parecía emitir un aura que Drake
sólo podía definir como el íntimo orgullo de una nave de contrabando. Cada
grieta en su blindaje, cada placa de escudo descolorida, cada brecha que
podía advertirse en su casco celebraba la riqueza de su historia, simbólicas
medallas de su excepcional carrera.
Agotado y desmoralizado, Drake se apoyó en la Gloria, presionando su
frente febril contra el casco fresco de la nave. Con ingenuidad infantil,
arrojó su voluntad y toda su convicción contra el carguero ligero, en un
esfuerzo por infundirle la vida de su capitán. En cualquier momento, si se
concentraba lo suficiente, Toob saldría caminando por la rampa y lo
saludaría con una fuerte palmada en la espalda o tal vez con un estribillo de
alguna obscena balada de contrabandistas.
Junto a él, Fahs acariciaba con cariño el carguero, realineando una de
sus patas de atraque con una patada.
—Esta nave le sirvió bien, desde el día en que la obtuvo… hasta el día
en que la retiró aquí en el valle. —Frunciendo los labios, pasó los dedos por
los bordes irregulares del carguero—. Una vez hizo la carrera de Kessel en
20,5 parsecs, ¿sabes?
Estrechando los ojos con aire suspicaz, Drake se quedó mirando al
issori, pensando en la crueldad de esa broma.
Fahs se echó a reír con espíritu alegre.
—Supongo que hoy en día eso es paso de bantha. Pero en aquel
entonces —agitó la cabeza mientras los recuerdos pasaban por su mente
desordenada—, entonces… era algo. La Dama de Nar Shaddaa, solían
llamarla. Eso fue antes de los días de Tait Ransom o Elias Halbert, incluso
de ese joven, Solo. Esos chicos ni siquiera habían nacido cuando esta
misma nave —dio una palmada al carguero con orgullo— entretenía a la
realeza del inframundo y asomaba la nariz ante las autoridades de sector de
toda la galaxia. —Rascándose la nuca, Fahs tarareó nerviosamente una
melodía sombría—. Supongo que no querrás volar con ella de vuelta a
Socorro. Yo no tengo mucha necesidad de una nave, hoy en día… y sé que a
Ancher le haría ilusión volver a verla.
—No estoy listo para ir a casa, Fahs —susurró Drake, evitando los ojos
del issori—. Todavía no.
Sintió que la sombra de Nikaede caía sobre él y escuchó su llanto
lastimero. Inclinándose hacia el caluroso apoyo de la wookiee, el joven
socorrano pasó los dedos por el casco de la Gloria por última vez.
—Lo entiendo, Drake. Los viejos tienen sueños y los jóvenes los viven.
—De pie en la rampa, Fahs posó como si fuera un escenario—. La juventud
hace que cada corazón sea un rey y cada aventura una corona que
conseguir. —Distraído, rió para sí mismo y suspiró, como si se hubiera
quitado un gran peso de encima—. Nunca he estado en Socorro. Escuché a
Toob hablar de él. Supongo que podría ir allí, deteniéndome de camino a
Nar Shaddaa. No me importaría compartir un momento con algunos viejos
amigos. —Entrecerrando los ojos, miró hacia el cielo de la mañana—.
Había una chica bonita que solía gustarme. Atendía la barra en esa taberna
de la esquina llamada la Dama Naranja… —Esbozó una sonrisa pícara—.
Bueno —rió el issori, ruborizándose profusamente—, aquello fue en otra
época… otra aventura… hace mucho tiempo. —Con un guiño, tecleó la
secuencia de cierre de la rampa—. Cielos despejados, principito… lleva tus
coronas con orgullo.
Protegidos bajo el Inquebrantable, Drake y Nikaede observaron
mientras el anticuado carguero se agitaba precariamente sobre la pista de
aterrizaje improvisada, ascendiendo tembloroso bajo el control de Fahs.
Redescubriendo los cambios sutiles del módulo de vuelo, el issori estabilizó
el carguero, alzándose bruscamente sobre los bordes del cañón hacia la
atmósfera nublada que cubría el planeta.
Drake suspiró, encontrando una paz interior proporcionada por el
ingenio del issori.
—¿Cómo de rápida crees que es? —preguntó, mirando con cariño al
Inquebrantable. Nikaede se encogió de hombros, murmurando múltiples
ecuaciones y teorías cuánticas—. Sólo hay una manera de averiguarlo —
reflexionó el socorrano. Silbando una melodía jovial de una balada de
contrabandistas, recibió con una cálida sonrisa el gruñido desafiante de la
pragmática wookiee—. Establece un curso hacia el sistema Kessel.