Dragón, Ray Bradbury
Dragón, Ray Bradbury
Dragón, Ray Bradbury
Ray Bradbury
La noche soplaba en el escaso pasto del páramo. No había -Ah… -el segundo hombre suspiró-. Qué tierra de pesadillas.
ningún otro movimiento. Desde hacía años, en el casco del Todo sucede aquí. Alguien apaga el Sol; es de noche. Y
cielo, inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro. Tiempo entonces, y entonces, ¡oh, Dios, escucha! Dicen que este
atrás, se habían desmoronado algunos pedruscos dragón tiene ojos de fuego y un aliento de gas blanquecino; se
convirtiéndose en polvo. Ahora, sólo la noche temblaba en el le ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando
alma de los dos hombres, encorvados en el desierto, junto a la rayos y azufre, quemando el pasto. Las ovejas aterradas,
hoguera solitaria; la oscuridad les latía calladamente en las enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas
venas, les golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros
sienes. de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, a
la salida del Sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los
Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros
cerros. ¿Cuántos caballeros, pregunto yo, habrán perseguido a
despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones
este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos también
anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración
nosotros?
débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Al fin, uno de
ellos atizó el fuego con la espada. -¡Suficiente, te digo!
-¡No, idiota, nos delatarás! -¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en
qué año estamos.
-¡Qué importa! -dijo el otro hombre-. El dragón puede olernos a
kilómetros de distancia. Dios, hace frío. Quisiera estar en el -Novecientos años después de Navidad.
castillo.
-No, no -murmuró el segundo hombre con los ojos cerrados-.
-Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos… En este páramo no hay Tiempo, hay sólo Eternidad. Pienso a
veces que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido,
-¿Por qué? ¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!
la gente no habría nacido todavía, las cosas estarían
-¡Cállate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde cambiadas, los castillos no tallados aún en las rocas, los
nuestro pueblo al pueblo vecino. maderos no cortados aún en los bosques; no preguntes cómo
sé; el páramo sabe y me lo dice. Y aquí estamos los dos, solos,
-¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa!
en la comarca del dragón de fuego. ¡Que Dios nos ampare!
-¡Espera, escucha!
-¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!
Los dos hombres se quedaron quietos.
-¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde
Aguardaron largo tiempo, pero sólo sintieron el temblor nervioso vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde va. Ay,
de la piel de los caballos, como tamboriles de terciopelo negro vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.
que repicaban en las argollas de plata de los estribos,
Enfundado a medias en el corselete de plata, el segundo
suavemente, suavemente.
hombre se detuvo y volvió la cabeza.
En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de -Sí; invoquemos su nombre.
nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga
En ese instante, el dragón rodeó un cerro. El monstruoso ojo
arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para
ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras
contar el tiempo. En el corazón del viento nuevo había soles
con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido
negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol
quejumbroso y, con ímpetu demoledor, la bestia prosiguió su
otoñal, más allá del horizonte. Era un viento que fundía
carrera.
paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y
espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El -¡Dios misericordioso!
viento era mil almas moribundas, siempre confusas y en
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado y el hombre
tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no
voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó y
era sitio para el hombre y no había año ni hora, sino sólo dos
el monstruo negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de
hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas,
distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo
tempestades y truenos blancos que se movían por detrás de un
siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y
cristal verde; el inmenso ventanal descendente, el relámpago.
debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves
Una ráfaga de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no
de humo enceguecedor.
hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres que
aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío. -¿Viste? -gritó una voz-. ¿No te lo había dicho?
-Mira… -murmuró el primer hombre-. Oh, mira, allá. -¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!
A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un -¿Vas a detenerte?
rugido: el dragón.
-Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme
Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos en este páramo. Me pone la carne de gallina. No sé que siento.
en silencio. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche
-Pero atropellamos algo.
desierta y el dragón, rugiendo, se acercó y se acercó todavía
más. La deslumbrante mirilla amarilla apareció de pronto en lo El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.
alto de un cerro y, en seguida, desplegando un cuerpo oscuro,
Una ráfaga de humo dividió la niebla.
lejano, impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un
valle. -Llegaremos a Stokel a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?
-¡Pronto! Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del cielo desierto. El
tren nocturno, de fuego y furia, entró en un barranco, trepó por
Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.
una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el
-¡Pasará por aquí! norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y
un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire
Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron
quieto.
sobre los ojos de los caballos.
-¡Señor!