polidori
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polidori
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Folly es un vocablo inglés que se utiliza para designar «locura» o «extravagancia». Aunque a inicios del
1800 también se empleaba para designar un capricho arquitectónico o un edificio extravagante en el cual prima la
expresión artística que sobre el aspecto funcional. Traducido sería algo así como la extravagancia o capricho
arquitectónico de Beckford.
Recorrí esos metros alternando segmentos de sombras intercalados con luz de luna
que atravesaba los cristales biselados de las ventanas. Mis pasos se escuchaban apagados
sobre las alfombras. Estoy seguro de que en esos momentos algo sonaba en algún lugar de mi
cerebro, advirtiéndome que no tendría que estar ahí.
Más ruidos de maderas rompiéndose y golpes de martillo venían desde el fondo.
Efectivamente, ya no tenía duda alguna: alguien estaba en el gabinete Gótico.
Llegué a la puerta de la sala y me asomé. Iluminados por la luz de varios candelabros,
dos hombres desconocidos trataban de abrir una gran caja de madera. En las partes donde las
maderas ya no estaban, afloraba una especie de sarcófago egipcio, como los que llegaron al
Museo Británico en 1801.
Al notar mi presencia, los hombres se miraron inexpresivamente entre ellos y
regresaron al trabajo como si yo no estuviese allí.
El sarcófago parecía de escayola y se rompía bajo los martillos en grandes pedazos sin
mucho esfuerzo, generando una nube de polvo blanca y pegajosa. Por debajo parecía haber un
gran ataúd de metal.
—Solo descubran la parte superior— ordenó una voz detrás de mí.
No lo había visto. William estaba parado en el rincón más oscuro del recinto.
—Pueden retirarse— agregó cuando terminaron. Entregó a los hombres unas monedas
y los acompañó hasta una de las salidas laterales.
—Buenas noches, John Polidori. ¡Qué sorpresa!
—Pensé que habías regresado a Londres sin despedirte… —dijo William sin dejar de
observar la gran caja que aparecía entre los restos de embalaje.
—Se retrasó mi carruaje. Regresaba de un paseo por los jardines y creo que ingresé en
la habitación equivocada…
—Supuse que esta noche estaría solo.
—Mil disculpas, William. Me retiro a mis aposentos. Mañana al alba estaré camino a
Londres— me apresuré a decir sin poder dejar de mirar la caja.
—Sé que te mueres por saber qué es esto— dijo sonriendo—. Sirve whisky, enciende
de nuevo tu pipa y ven aquí a echar un vistazo— señaló apuntando su índice a la superficie gris
blanquecina de la tapa del supuesto ataúd.
Me acerqué con la inesperada alegría y entusiasmo que me invadieron al escuchar la
invitación otorgada. Me acerqué a la misteriosa caja. En bajorrelieve sobre la cubierta se
destacaba una especie de escudo heráldico circular con dos caballeros medievales montados
en un solo caballo. Abajo se leía:
Sigillum Militum Xpisti
Templarios, pensé inmediatamente.
—¿Lo que contiene la caja fue embalado por templarios?
—Y créeme que me ha costado una pequeña fortuna.
El contenido de esta caja había salido del puerto de La Rochelle en la madrugada del
13 de octubre de 1307, huyendo de la cacería de templarios desatada por Felipe IV. Este buen
rey había enviado mensajeros a todos los rincones de Francia con órdenes lacradas y la
estricta condición de que nadie abriera los sellos hasta el jueves 12 de octubre de 1307. En
esos pliegos se ordenaba capturar a todos los templarios y requisar sus bienes. La redada fue
simultánea en todo el reino, sin embargo, la gran flota templaria advertida de la maniobra
partió el 13 con las posesiones más valiosas de la Orden y nunca más se tuvo noticias de ella.
—Se dice que el Santo Grial, el Arca de la Alianza, la verdadera lanza sagrada de
Longino, los clavos de Cristo y vaya uno a saber que otras maravillas junto con abundante
cantidad de oro fueron despachadas en esas naves— terminó de explicar William.
—Conociéndote como te conozco, estimado William, puedo afirmar que ese oro no te
seduce. ¿Qué hay en esta caja?
Al parecer sin escuchar mi pregunta, golpeó con un martillo la superficie gris y la
misma se abolló con un ruido apagado.
—Es plomo. El sarcófago está forrado en plomo… —repitió con cierto asombro—. Por
eso es tan pesado.
Disfrutando del momento, William escanció whisky en su vaso y continuó:
—Cómo decíamos, la flota partió de La Rochelle con destino desconocido. Algunos
incluso dicen que llegaron a la Patagonia en América del Sur un siglo antes que Colón. Lo cierto
es que en unos de mis viajes, llegó a mis oídos un relato acerca de uno de esos barcos que
recaló en Portugal, lugar de mis más caros afectos, más precisamente, en el castillo de
Almourol y dejó enterrada allí esta caja, la caja del Pavo Real. La busqué durante años para
agregarla a mi colección. Encontrarla se transformó en una obsesión. Envié cinco equipos a
trabajar durante cinco años seguidos. Durante ese tiempo, volteamos cada piedra del castillo
para ver qué había debajo. Observa aquí— dijo señalando los bajorrelieves, a continuación del
sello templario.
—Parece un pavo real con la cola desplegada atravesado por una espada y la frase
escrita debajo parece decir... Baphé méteous— pronuncié acercando un candelabro para
poder leer mejor.
—Bafomet— ratificó William—. Y el pavo real, el pavo cristatus es el símbolo de la
resurrección, de la vida eterna, de la inmortalidad. No obstante, en la imagen está con la cola
desplegada… Qué raro ¿Verdad?
—Es cierto— dije—. Las imágenes del pavo real en la simbología cristiana siempre son
con la cola cerrada, en señal de humildad, la cola desplegada se relacionaba con la vanidad.
Creo que estamos frente a un pavo real poco cristiano— sonreí involuntariamente—. ¿Y por
qué está atravesado por esa espada? ¿Algo inmortal que puede morir?
William lanzó un largo suspiro, miró el fondo vacío de su vaso (¿el quinto, el sexto?) y
murmuró:
—Honestamente, no sé qué hay en la caja y hace años que no me atrevo a abrirla.
Creo que éste es el cuarto intento y es en el que más lejos he llegado...
Mi curiosidad estaba desatada. Olvidé el whisky y la pipa y me acerqué a la cubierta del
féretro.
—Aquí hay más letras debajo de la costra de tierra vieja y pátina de plomo.
Limpiamos como pudimos, con el puño de la camisa y con un pañuelo. Al final ya podía
leerse en latín algo que traducido diría más o menos lo siguiente:
Por aquí se alcanza la sabiduría a través de lo que no tiene respuesta
Por aquí se llega a la soledad eterna a través de la espada de la vida
Por aquí la duda no permite avanzar hacia lo que no tiene retorno
El don recibido sólo por la espada puede ser quitado
Pobre de ti si la ambición habita en tu corazón
El camino que viene no puede ser desandado
Estás advertido
Nos miramos.
William murmuró en latín y voz baja: Contestatus sum.
—Sí, milord… Estamos advertidos— expresé.
—Vámonos a dormir— dijo William, dejando el vaso vacío número diez sobre una
mesa.
—No, no, no. Nunca podré dormir tranquilo por el resto de mi vida si no abrimos ya
mismo esta caja— respondí buscando una herramienta apropiada.
William, contagiado de mi entusiasmo, tomó confianza y directamente cambió el
whisky por el hacha de cortar leña. Me dedicó una mirada mientras la elevaba por arriba de su
cabeza. Luego, asestó un golpe en un lateral de la tapa. El filo se clavó sin dificultad y, cuando
lo retiró, por la hendidura escapó un violento chorro de gas con un sonido penetrante y un
olor espantoso. Una fetidez verdosa con matices de grasa rancia, sangre podrida, sulfuros,
amoníaco y excrementos de tísico llenó la sala pegándose a las fosas nasales, la ropa, la lengua.
La náusea atenaceó mi garganta y a William no le fue mucho mejor.
—Uuuuffff, aquí han encerrado algo orgánico, mi estimado William, y está muy
corrompido.
—¡Oh, John! ¡Eso es la hediondez del demonio mismo!— articuló entre arcadas.
Ya un poco más compuestos, colocamos unos pañuelos cubriendo nuestras vapuleadas
narices y continuamos abriendo el plomo, arrancándolo a jirones, sin animarnos a ver el oscuro
interior hasta no terminar de retirar la última plancha.
Y ahí estábamos, William y yo. Asomados a esa caja, candelabro en mano tratando de
definir qué era lo que estábamos viendo.
—Parece ser la momia de un caballero templario— arriesgó William luego de casi dos
interminables minutos de silencio total.
Entre los cabellos blancoamarillentos y una tupida barba podía apreciarse un rostro
descarnado. La piel era un fino pergamino cerúleo adherido a una calavera. Los ojos cerrados,
la nariz filosa, casi transparente. La cota de malla, si bien estaba oxidada, aún brillaba en
algunos lugares. El manto que en algún momento habría sido blanco con la cruz roja era
inconfundible. Y sobre el pecho, sus manos de osamenta aferraban una espada extraordinaria,
que tenía un pomo de bronce y una hoja de casi noventa centímetros.
—La espada está impecable. Parece una de esas estatuas yacentes de los sepulcros
medievales… —murmuré en voz baja.
Me desplacé hacia los pies del sarcófago para tener una mejor visión. Era un templario
de metro sesenta, con su vestimenta de época y una espada casi inmaculada.
—¡Excepcional pieza de colección, milord!
William introdujo la mano en la caja intentando tomar la espada que aferraba el
templario. En ese momento, a la luz de los candelabros, ocurrió lo absurdo, el giro impensado.
El inicio de mi quiebre biográfico: el caballero templario abrió sus ojos e inspiró profunda y
ruidosamente.
William retiró la mano con un grito, como si en vez de una espada fuese una serpiente.
Los ojos del templario giraban casi desorbitados y su boca se abrió emitiendo sonidos
guturales, ininteligibles. Su lengua negra parecía una ciruela pasa y se movía entre los dientes
amarillos como una cucaracha bajo un zapato.
Quedé congelado por el pánico, aferrado al borde de la caja.
Súbitamente el templario se sentó sin soltar la espada y comenzó a gritar en un idioma
incomprensible. Más que palabras eran ruidos. Nos miraba con urgencia y gritaba frases de
algo que parecía latín o italiano, quizás portugués. William también gritaba y creo que yo
también.
En medio de esa confusión, el templario me apuntó con su espada y se lanzó
violentamente hacia delante, justo hacia dónde yo estaba parado. El acero penetró a la
izquierda de mi esternón, a la altura del cuarto espacio intercostal y salió por mi espalda a la
derecha de la columna vertebral. No sentí mucho dolor. Solo un golpe como un puñetazo.
El templario dio un último grito y cayó seco hacia atrás, inmóvil y con la boca abierta
mientras yo retrocedía atravesado como el pavo real de la tapa. Tomé la empuñadura con las
dos manos. Recuerdo que podía ver a los caballeros montando un solo caballo, cincelados en
el dorado pomo de la espada.
—William…— intenté decir— por Dios, William… no la retires…
Tenía pleno conocimiento de que la herida era mortal, pero si dejaba la espada en su
lugar, tendría vida uno o dos minutos más. Olvidé mencionar que aparte de escritor soy
médico y puedo asegurarles que en esa situación, me aferraba a cada segundo.
No obstante William, en su desesperación la arrancó de mi pecho de un solo tirón. El
acero salió perseguido por un chorro de sangre pulsátil que acompañó los últimos latidos de mi
corazón y luego la oscuridad. Oscuridad simple y llana, sin revelaciones, túneles de luz o
ángeles, ni siquiera una valquiria.
Desconozco el tiempo que pasó, pero en un momento la conciencia volvió a mi
cerebro, cómo despertando plácidamente de una larga siesta de invierno, de esas que al
despertar no recuerdas si es de día y estás amaneciendo o si es de noche y tienes que cenar.
Percibía que tenía los ojos cerrados y que el pecho me ardía ¡La mierda… me quemaba! Estaba
extrañamente tranquilo, hasta que recordé lo sucedido y entonces percibí el pegote de sangre
coagulada sobre el que estaba acostado. Nada tenía sentido. No podía estar aún en el mundo
de los vivos.
Abrí los ojos lentamente y vi a William sentado en el piso frente a mí, con la espada
cruzada sobre sus piernas y la botella de whisky en su mano.
—¿Cuánto tiempo estuve muerto? Escuché la pregunta que hice y caí en la cuenta de
lo ridículo que sonaba.
—Creo que estuviste muerto como una hora, aunque hace veinte minutos comenzaste
a respirar y hasta roncaste un poco.
Me senté a su lado sin esfuerzo, despegando con algo de asco los cuajarones de sangre
oscura de mi camisa de seda.
—¿Y el templario?
—Definitivamente muerto luego de atravesarte, y ahora huele peor aún.
—Por Dios… Necesito whisky.
—De esto se trataba— dijo William mirándome fijamente y pasándome la botella—. Es
la espada de la vida eterna, el pavo real, el templario de quinientos años, la advertencia— Y
haciendo ostentación de la legendaria flema inglesa agregó—: Vaya noche tan especial...
Estimado John, sospecho que ya no morirás y creo que no te envidio.
Y así fue.
William me cedió la espada porque supusimos que en algún momento, si yo atravieso
a alguien con ella, le pasaré el don de la vida eterna y moriré como lo hizo el anónimo y
emaciado templario.
Nunca pudimos saber qué fue lo que nos dijo esa noche. ¿Una advertencia?
¿Instrucciones? ¿Un hechizo para que funcionara el traspaso de la condición de inmortal? ¿Por
qué gritaba?
A la mañana siguiente partí hacia Londres con la herida ya cicatrizada y nunca más
regresé a Beckford's Folly.
Un año después en 1821, escapando de ciertos señores que querían cobrar mis deudas
de juego dispuse un suicidio con cianuro que terminó oficialmente con la vida de John Polidori.
Desde entonces voy de un lugar a otro adoptando diferentes nombres. Como afirmó
una vez, en Viena, mi analista Sigmund Freud: “Usted vive viajando desde los conflictos hacia
las mujeres”. Escapo de las guerras y me quedo a vivir donde me enamoro.
En mi calidad de Fausto accidental sin manual de instrucciones, después que el
pomposo de Wilde publicara el Retrato de Dorian Grey, pasé décadas observando la espada,
buscando señales de envejecimiento. Pero nada, ni yo ni la espada envejecemos.
La llevé al menos a tres universidades y seis museos intentando saber quién la había
hecho o dónde se había forjado o si existen algunas similares o cualquier dato que pudiera
brindarme una explicación.
Cuando connoisseur de espadas Eward Oakeshott la examinó en detalle, acomodó sus
gafas sin poder dar crédito a sus ojos: era una espada increíble, que parecía hubiese sido
terminada ayer. Tipo XIIa según la clasificación que publicaría luego en 1964.
—Por favor ¿Sería tan amable de contarme dónde consiguió esta Grete Swerdes? ¿Cuál
es la historia de esta espada, señor Smith?
Obviamente no le pude responder con la verdad.
¿Y la momia del templario? Se convirtió en polvo al poco tiempo y su ataúd se perdió
cuando la torre de la abadía se derrumbó en 1825.
Viva dónde viva, viaje donde viaje, la Templaria me acompaña, y por el momento no
me urgen deseos de atravesar ningún corazón para morir en el intento. Tengo mucho que
aprender, muchas preguntas sin contestar. Es más, creo que tengo muchas preguntas que aún
no sé cómo formular.
Una cosa más, a la caja blindada que guarda la Templaria le hice grabar la imagen de
un pavo real atravesado con una espada y una leyenda que reza:
Por aquí se alcanza la sabiduría a través de lo que no tiene respuesta
Por aquí se llega a la soledad eterna a través de la espada de la vida
Por aquí la duda no permite avanzar hacia lo que no tiene retorno
El don recibido sólo por la espada puede ser quitado
Pobre de ti si la ambición habita en tu corazón
El camino que viene no puede ser desandado
Estás advertido
La hija de la luna
Siete reyes
La Siete Reyes nació como una interpretación de una espada imperial, término que
define a una espada particular que trascendió su estatus de simple arma blanca convirtiéndose
en un símbolo conceptual del poder, la nobleza y la fuerza de un linaje real o de un reino.
Han existido numerosos ejemplos en Inglaterra, Escocia, Prusia, incluso en Oriente.
Históricamente la Siete Reyes se ubica a finales de la era vikinga e inicios de la alta edad media.
Algunos autores denominan a estas espadas transicionales, ya que son la evolución de la
espada vikinga hacia la espada medieval: el pomo se hace más simple, la hoja más ágil y la
guarda evoluciona simplificando y alargando sus brazos, quizás reflejando también el cambio
de fe, con una estética más cercana a la cruz de Cristo.
De modo que en relación a todo esto, dotamos a la Siete Reyes de una hoja ancha y
masiva en su nacimiento, de sección lenticular que se adelgaza drásticamente en su último
quinto, finalizando en una punta no muy aguzada. Un vaceo amplio la recorre en casi toda su
longitud quitándole peso sin alterar la solidez estructural. Definitivamente es una hoja
adaptada a una esgrima más “de corte” que “de punta” con la finalidad de herir con el filo a
guerreros que en ese entonces se encontraban blindados ligeramente.
La guarda está forjada en hierro y es del tipo “gaddhjalt”, denominada así por los
propios vikingos, en relación a los delgados y agudos brazos que forman la cruz. Los españoles
la llaman “cruceta de picas”. La traducción literal de gaddhjalt, sería algo así como “guarda de
pinchos”. Las primeras gaddhjalts aparecieron hacia el año 950 en lo que hoy es Noruega y se
difundieron hacia el norte y centro de Europa. Incluso se ha reportado el hallazgo de una en el
condado de Cambridgeshire y otra en el de Suffolk, en Inglaterra, Reino Unido.
Cierra la espada y contribuye al balance un pomo típico de la región del río Rhin, el
llamado “nuez de Brasil”, frecuente entre los años 950 y 1250.
La vaina es de madera forrada en cuero sobre el cual lleva clavadas siete chapas de
cobre repujado y cincelado con iconografía de reyes contemporáneos a la época.
La descripción de la Siete Reyes no estaría completa sin mencionar un evento que tuvo
lugar cuando la estábamos finalizando. Precisamente el 8 de abril de 2017 fue encontrada en
el fondo de un obstáculo de agua en el campo de golf de un hotel en Suffolk, Inglaterra, una
espada idéntica a la Siete Reyes. Un hermosa gaddhjalt apareció durante las tareas de limpieza
y dragado de la pequeña laguna. Los especialistas suponen que participó del combate de
Fornham en octubre de 1173, ya que los terrenos del actual hotel están casi sobre el que fuera
el campo de batalla. Cuando la espada salió en las noticias, la mitad del relato que se
encuentra incluido en este libro ya estaba escrito, de modo que la batalla de Fornham se
convirtió en el marco inesperado para cerrar la historia.
Ficha técnica:
Es una tipo X de la clasificación de Eward Oakeshott.
Peso total: 1,1 kilos.
Largo total: 97 cm.
Largo de la hoja: 81 cm.
Ancho a la cruz: 47,5 mm.
Espesor a la cruz: 5 mm. llegando a 2,5 al final del vaceo
Forjada en 5160
Dureza: 55 Rc
Ouroboros
Existe una conexión entre las espadas y la alquimia. La combinación de metalurgia,
química y arte con lo místico y lo mágico sin duda huelen a alquimia.
Cuando nació la idea de Ouroboros, la serpiente que devora su cola, nos llevó
directamente al oscuro laboratorio del viejo holandés Bartholomeus van Dyck, un alquimista
situado en una época en que Holanda pertenecía al Ducado de Borgoña, poco antes del
descubrimiento de América, en los albores del Renacimiento. De modo que, buscando un
modelo válido, encontramos la inspiración en una espada que se encuentra en el Bayerische
Nationalmuseum (Museo Nacional Bávaro) en Múnich: un ejemplar bien representativo de
esos tiempos en que las espadas habían evolucionado hacia una sección del tipo diamante
aplanado de cuatro mesas, haciéndose delgadas y muy agudas, finalizando en una punta
reforzada, a veces, con una cresta central. Como espada que se maneja a dos manos, su
esgrima requiere de un buen control de las técnicas defensivas (no hay escudo o arma
secundaria que cumpla ese papel) y por ello requiere de un entrenamiento bastante específico
que incluye muchas tomas de hierro, desvíos, batimentos y controles de la espada del
contrario siempre que sea posible, para evitar ser herido cuando se intenta herir. Existen
técnicas para utilizarla en todas las distancias, aunque las empuñaduras largas propias del
modelo dificultan algo las de cuerpo a cuerpo o distancias muy cortas y facilitan por el
contrario el control de la espada y su maniobrabilidad a media y larga distancia. Este tipo de
espada tiene la suficiente ligereza para hacer molinetes y fintas con facilidad, conservando la
suficiente "autoridad" en la hoja para sujetar la espada contraria cuando es necesario.
Ficha técnica:
Es una tipo XVIIIb de la clasificación de Eward Oakeshott.
Peso total: 1,25 kilos.
Largo total: 110 cm.
Largo de la hoja: 85 cm.
Ancho a la cruz: 47,5 mm.
Espesor a la cruz: 6,5 mm.
Punto de percusión: 58 cm de la cruz.
Punto de balance: 10 cm.
Forjada en acero 5160
Dureza: 58 rc.
Ragnarok
Está inspirada en una espada vikinga que se encuentra en el Reichsstadtmuseum de
Rothenburg, una ciudad del distrito de Ansbach en el Estado federado de Baviera.
Ragnarok tiene una morfología de las espadas de los siglos IX y X.
Son espadas diseñadas para ser utilizadas con una sola mano, ya que en la otra el
vikingo sostenía su escudo. Eran más aptas para el tajo y muy pobres para la punta. La longitud
breve del puño favorecía un agarre de “tipo martillo”, asegurando firmemente la mano entre
la cruz y el pomo.
La hoja tiene una estructura compleja, constituida por un centro de tres barrotes de
aceros torsionados caldeados a los filos de 300 capas cada uno, todo integrado en una lámina
que una vez pulida y tratada convenientemente revela el dibujo tan característico que poseían
estas hojas.
Las incrustaciones del pomo y la defensa están realizadas en hilos de plata con una
ornamentación basada en el estilo Oseberg, en concordancia con las tallas e incrustaciones de
plata de la empuñadura de asta de ciervo. La talla presenta bestias indeterminadas, con
prolongaciones en forma de zarcillos y una especie de extremidades prensiles que se agarran
al cuerpo de otro animal o al propio. Este estilo se repite en el ébano tallado del pasacinto o
trabilla de la vaina, confeccionada en madera de sauce y forrada en cuero.
Ficha técnica:
Es una tipo IX-X de la clasificación de Eward Oakeshott.
Peso total: 1,3 kilos.
Largo total: 95 cm.
Largo de la hoja: 81 cm.
Ancho a la cruz: 45 mm.
Espesor a la cruz: 6 mm y se afina hasta llegar a 2,5 mm. a dos centímetros de la punta
Forjada en aceros 15N20 y 5160
Dureza: 57 rc.
La espada del doctor Polidori
La espada que atraviesa al Dr. Polidori es una “templaria” muy especial. Sin embargo,
antes de seguir adelante, dedicaré unas líneas a Ewart Oakeshott, el erudito consultado en la
ficción por el Dr. Polidori bajo el falso nombre de Mister Smith, ya que utilizaré sus palabras
para describir este tipo de espada.
El señor Oakeshott (1916 – 2002) es considerado aún hoy como el referente máximo
de la espada medieval. Su visión fue innovadora permitiendo una clasificación didáctica de los
diferentes tipos de espadas y sus periodos de tiempo, haciendo muy accesible este
conocimiento a cualquier persona interesada en entender o informarse sobre todo lo
relacionado con la espada medieval. Oakeshott estudió minuciosamente miles de espadas
medievales originales y las clasificó agrupándolas en “tipos” que compartían características
similares en lo que concierne a los perfiles de las hojas y su función, así como también los
componentes de empuñadura. De modo que es posible aproximar el período histórico de una
espada en particular de acuerdo a su tipología: la tipología de Oakeshott.
Dentro de su clasificación, caracterizó al Tipo XII con una hoja ancha y plana que se
estrecha uniformemente, generalmente con una buena punta afilada y que tiende a
ensancharse por debajo de la empuñadura. El vaceo está bien definido, generalmente
extendiéndose desde debajo de la guarda por dos tercios a tres cuartos de la longitud total de
la hoja. Se han encontrado ejemplos con vaceos dobles o triples. La sección transversal es de
diseño lenticular y la longitud de la hoja usualmente se encuentra entre los setenta y cinco y
ochenta centímetros de largo. La empuñadura es un poco más larga que los tipos anteriores,
por lo general miden alrededor de once centímetros y medio. El estilo de guarda no es una
característica definitoria del tipo, con casi cualquier estilo posible. Sin embargo, una defensa
corta y recta es lo más común, a menudo con una sección transversal redonda u octagonal. El
pomo también puede ser de casi cualquier tipo, pero lo más frecuente es un disco grueso con
bordes fuertemente biselados, designado por Oakeshott como Tipo I.
Oakeshott se encontró con una serie de espadas con un diseño especial que encuadró
en lo que denominaría un subtipo del Tipo XII y lo llamó Tipo XIIa. Este diseño parece indicar
que en ese entonces se buscaba una espada más efectiva que pudiera vencer a las armaduras
más evolucionadas que aparecieron en los años 1275 y 1325. Esta es una espada de diseño
general similar pero de mayor proporción. Comparte muchos de los mismos tipos de pomo y
estilos que el Tipo XII, sin embargo, la hoja tiende a ser mucho más larga, con mayor frecuencia
de noventa y dos a cien centímetros de longitud, conservando aún la sección transversal
lenticular. La empuñadura, por lo general, también es más larga, de dieciséis y medio a
veintidós centímetros de largo. Conocidas como "grete swerdes", estas poderosas y masivas
armas fueron el comienzo de la espada larga medieval. Se cree, debido a su representación en
obras de arte contemporáneas y comentarios de época, que este tipo tiene su origen en las
áreas de Europa que cayeron bajo influencia germánica. Oakeshott originalmente clasificó
estas espadas dentro de su Tipo XIIIa, sin embargo, más tarde determinó que había un número
significativo de estas espadas que presentaban un perfil pronunciado en su hoja, así como una
longitud más completa más similar en proporción al Tipo XII, denominado finalmente a este
subtipo como el Tipo XIIa.
La espada del Dr. Polidori está forjada en concordancia con las características de este
subtipo.
Ficha técnica:
Es una tipo XIIa de la clasificación de Eward Oakeshott.
Peso total: 1,3 kilos.
Largo total: 110 cm.
Largo de la hoja: 86 cm.
Ancho a la cruz: 50 mm.
Espesor a la cruz: 5 mm.
Punto de percusión: 56 cm. de la cruz.
Punto de balance: 12,5 cm.
Forjada en acero 5160
Dureza: 57 rc.
La Hija de la Luna
La realización de esta espada se inició en mayo de 2017 durante el Sword Reflections
class, en el taller de forja Tannery Pond del artesano Zack Jonas en New Hampshire, Estados
Unidos. Las clases estuvieron a cargo del reconocido espadero Peter Johnsson. Ya de regreso
en nuestro taller de Villa Constitución en la provincia de Santa Fe, se concluyeron los últimos
detalles y la confección de la vaina, finalizándose en noviembre del mismo año. Siete meses de
trabajo arduo. Este modelo de espada en particular aparece a mediados del siglo XIV
alcanzando gran difusión en el XVI. Su diseño y cinemática fueron adaptándose a contiendas
en las cuales los combatientes estaban protegidos por varias combinaciones de prendas
acolchadas o acorazadas. Lo habitual entonces era un peto de cuero o un gambesón corto con
algunas protecciones más pesadas como la brigantina. Eran comunes también las corazas: peto
y espaldar, hombreras, brazales, musleras y las cotas de mallas. En este escenario, para ser
efectiva una espada tenía que ser tan resistente como rápida y dotada de una buena punta
reforzada, destinada a buscar uniones en la armadura o penetrar entre las tejas metálicas de
una brigantina, abrir y romper los anillos de la cota de malla y atravesar el denso acolchado
que había debajo buscando la herida. Evolucionaron con hojas largas y elegantes que son
igualmente adecuadas tanto para el corte como para la estocada y con empuñaduras que se
prolongaron hasta permitir utilizar ambas manos en la esgrima.
Ficha técnica:
Es una tipo XVIIIb de la clasificación de Eward Oakeshott.
Peso total: 1,4 kilos
Largo total: 118 cm.
Largo de la hoja: 94 cm.
Ancho a la cruz: 47,5 mm.
Espesor a la cruz: 6 mm.
Punto de percusión: 57 cm. de la cruz.
Punto de balance: 10,5 cm.
Forjada en 350 capas de 1070 y 1095
Dureza: 58 rc