V Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XX
Jornadas de Investigación Noveno Encuentro de Investigadores en Psicología del
MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires,
2013.
EMPUJE DE LA MUJER.
Castro Tolosa, Silvana.
Cita: Castro Tolosa, Silvana (2013). EMPUJE DE LA MUJER. V Congreso
Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XX
Jornadas de Investigación Noveno Encuentro de Investigadores en
Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología - Universidad de
Buenos Aires, Buenos Aires.
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EMPUJE DE LA MUJER
Castro Tolosa, Silvana
UBACyT, Universidad de Buenos Aires
Resumen
En el presente trabajo nos proponemos señalar cierta manifestación clínica singular que un sujeto desarrolla frente a la invasión de
goce que implica para él lo expuesto por Lacan como empuje-a-lamujer. Para ello partimos de las elaboraciones de dicho autor en el
Seminario 20, respecto de las fórmulas de la sexuación. Puntualizamos la maniobra en transferencia que auspicia para un sujeto
esquizofrénico, un nuevo intento de estabilización.
Palabras clave
Empuje a la mujer, Sexuación, Esquizofrenia, Transferencia
Abstract
WOMAN´S PUSH
In this work we will try to pinpoint a singular clinical manifestation
that a subject develops before the invasion of jouissans, which implies Lacan’s conceptualizations on the push-to-the-woman. With
that end we will depart from this author’s elaborations on Seminar
20th, regarding the formulas of sexuation. We will determine the
maneuver in transference which enables, for a schizophrenic subject, a new attempt of stabilization.
Key words
Push to the woman, Sexuation, Schizophrenia, Transference
En el presente trabajo nos proponemos señalar cierta manifestación
clínica singular que un sujeto presenta frente a la invasión de goce
que implica lo desarrollado por Lacan como empuje-a-la-mujer. Comenzaremos desde la denominada “clínica del no-todo” que señala
la enseñanza de Lacan en el Seminario 20, a partir del cuadro de las
fórmulas de la sexuación. Subrayamos el supuesto de que la posición sexuada de un sujeto nos permite obtener la perspectiva de su
estructura; Lacan en referencia a esto mismo en El Atolondradicho
sostiene la diferenciación necesaria entre lo simbólico, lo imaginario, y lo real para que la identiicación a la proporción denominada
“hombre” o a la denominada “mujer” no sea confundida.
La relación del sujeto con el sexo (el suyo propio, el del partenaire)
no se limita a las cuestiones de género ligadas a las identiicaciones imaginarias sostenidas en lo simbólico, ya que hay en el sexo
una cara real del goce que se pone en juego. Sobre cada manera
particular de relación al sexo, Lacan sostendrá que las relaciones
son únicas, en tanto es único para cada sujeto, el modo de hacer
existir la relación sexual que no existe.
Lacan ubica en las fórmulas de la sexuación la relación de complementariedad entre los sexos que tal como dijimos, no hay. Esto
debe leerse como una imposibilidad lógica: va a situar un “desierto”
introduciendo una negación a uno de los operadores lógicos, convirtiendo así al “no-todo” como pivote central de las fórmulas. De
este modo, se abre la posibilidad de establecer una función con el
vacío, con el agujero de lo que no hay. Queda establecida entonces, la falta de un universal que -al quedar presentiicada por una
ausencia- es perfectamente situable. Para esta tarea utiliza como
recurso la cuantiicación de la función fálica en un cuadro dividido
por una línea horizontal y otra vertical, de modo que el sujeto posicionado del lado izquierdo estará signiicado todo por el goce fálico
(lado hombre), ya que allí se extiende la función fálica. De manera
excluyente, para quien tome posición del lado derecho del cuadro,
se desprende que no todo su goce estará regido por la función fálica; con esto se designa el lado mujer, vetando así la universalidad.
Cabe la pregunta sobre qué sucede con el sujeto psicótico, para
quien -si bien no ha habido inscripción del Nombre del Padre- de
todos modos se trata de un sujeto hablante. ¿Qué quiere decir esto
en términos de lo que llamamos “la clínica del no-todo”? Expresa,
en este caso, que no habrá un signiicante para el goce fálico. Enfaticemos que el psicótico, de este modo (en tanto que sujeto hablante) se encuentra dentro del lenguaje, pero fuera del discurso. Esto
es lo que sucede con aquellos sujetos que se disponen por fuera del
universo simbólico regulado por el signiicante fálico, precisando de
nuevos signiicantes que les permitan localizar algo del goce. Deducimos, entonces, que se trata de un sujeto en la psicosis cuando su
sexuación no queda regulada por la función fálica.
Este rechazo del signiicante fálico impide la inscripción del sujeto
psicótico en cualquiera de las fórmulas, en ambos lados: el que
designa la posición hombre (lado izquierdo) así como también en
el lado derecho, el cual designa la posición mujer. Para ser más
exactos, decimos que del lado izquierdo, la primer fórmula reiere
la función del padre y la segunda a quienes son nombrados como
hombre; y del lado derecho, es la segunda formula la que nombra
a la mujer. A partir de lo desarrollado por Lacan en su texto El Atolondradicho, ubicamos a la psicosis en la primera fórmula del lado
derecho del cuadro: esto es a lo que se reiere Lacan mencionando
“el sardónico efecto empuje-a-la-mujer”: mortiicante y asintótico
que se inclina en dirección de el “La” (de La mujer), sin hacer caso
de su escritura tachada. Por eso decimos que para el caso de las
psicosis no hay ninguna posibilidad de acceso a las modalidades
de relación al signiicante fálico que Lacan despliega en el resto
del cuadro.
Dejamos planteada así la imposibilidad lógica de acceso a la signiicación del falo para la psicosis, pero -del mismo modo que aseveramos que el sujeto psicótico se encuentra dentro del lenguaje
aunque fuera del discurso- también subrayamos que esto no quiere
decir en absoluto que los psicóticos no tengan nada que ver con el
sexo o que la sexualidad no los ataña de alguna manera. En seguida
veremos, en un ejemplo clínico, la particular manera que un sujeto
esquizofrénico inventa para lidiar con esto.
El empuje-a-la-mujer, entonces, se perila como la expresión que
encuentra en el psicótico la falta de regulación fálica: lo mortiica,
dejándolo a merced del goce del Otro. Tal vez este sea un momento
privilegiado para que se produzca la consulta a un analista.
Antes de acceder al material clínico, hagamos un señalamiento
diagnóstico en referencia a la estructura psicótica: en su libro de reciente aparición “La elección irónica”, Martín Alomo (2012) trabaja
entre otros conceptos inherentes a la clínica de la psicosis, el difícil
problema del diagnóstico diferencial entre paranoia y esquizofrenia. Toma prestado de la psiquiatría el término “patología de base”
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para constatar que incluso en el caso del Presidente Schreber -cuyo
diagnóstico conocido por todos es el de “esquizofrenia paranoide”debemos recordar que la patología de base de la que se trata, continúa siendo una esquizofrenia. El autor sostiene que la importancia
de señalar esta diferencia, es fundamental a la hora del manejo de
la transferencia y en la concepción de la elaboración que el sujeto
efectúe: “Devenir, como analistas, depositarios del delirio paranoide
de un esquizofrénico, tal vez nos lleve a suponer en un segundo momento -cuando somos ese “segundo analista” que teoriza los efectos
que ha producido en su práctica- que algo de la elaboración de aquel
delirio (…) funcione como condición estabilizadora para ese paciente. Quizá podamos aun teorizar el punto de estabilización, señalar una
posible metáfora delirante (…) y hasta suponer una estabilización
de suplencia para esa estructura. Sin embargo, si el diagnóstico es
esquizofrenia paranoide, se trata de una esquizofrenia. Y para el esquizofrénico, decía Lacan en 1954, “todo lo simbólico es real”. El hecho mismo de que se trate de una esquizofrenia, relativiza el alcance
de la estabilización lograda por el delirio y también el alcance de la
elaboración del delirio en el análisis”. (Alomo, 2012: 23).
Si bien es cierto que no siempre este tipo de pacientes solicitan
tratamiento, intentamos pensar qué puede ofrecer un analista en
ocasión semejante. Es sabido que conducir una cura es sinónimo
de diagnóstico y sumisión completa a las posiciones subjetivas del
paciente pero además, los psicoanalistas intentamos no retroceder
frente a las psicosis.
Francisco, de 48 años, llega a la consulta mortiicado porque no
puede dibujar más. Se siente trabado e invadido en su mente por
lo que él llama reiteraciones: dice que son ideas que se le meten
en la cabeza y que no puede parar. Le pregunto desde cuando sufre reiteraciones, cuenta: “en el 2001 escuché voces. Era Dios que
me decía ´vestite de mujer´. Fue una seducción muy fuerte que hubo
en mí, la mujer que tengo adentro mío salió y me obligó a vestirme
de mujer”. En aquella primera entrevista, Francisco informa a la
analista el diagnóstico de esquizofrenia que lo acompaña desde
su primer desencadenamiento en 1986 y también cuenta sobre la
medicación que sabe que de ningún modo dejará de tomar. Con el
correr de las entrevistas, en el despliegue de su historia, Francisco acomodará rápidamente su relato del siguiente modo: su época exitosa como dibujante, sus mayores conquistas sexuales, su
triunfo en la vida social y económica se remontan a la época en
que él se vestía de mujer. La que dibujaba, era Francis -su mujer
interior-. Compraba ropa, se cuidaba en las comidas, adornaba su
cuerpo hasta el más mínimo de los detalles. Francis vivía de su
obra y estaba muy bien posicionada en lo que llama “la movida
cultural, la vanguardia de la noche porteña”. Aclara que no es homosexual: “A mí me gustan las mujeres, y a ellas, un poco, también.
Como Francis, no me dejaban tranquilo, tenía a la mujer que quería,
las podía seducir”. A Francisco, el hombre, muy por el contrario, le
es asignada una vida de pérdidas y derrotas en su relato: la mujer
con la que se casó no quiere tener relaciones sexuales, está con él
sólo por el dinero, se siente humillado, todos lo tratan de maricón
y él se frustra. Coniesa a la analista que por momentos tiene ataques de ira en los que teme lastimar a alguien. Dice: “es Francis,
que sufre porque no puede salir”. Se le impone que debe tomar una
decisión: Francisco o Francis. Dedica varias sesiones a evaluar los
pro y los contras de ambas opciones. Desde el primero de nuestros
encuentros, Francisco trae álbumes con “su obra” para mostrarme:
las sesiones transcurren mientras yo los hojeo y él habla. Intercala
su relato contándome algunos detalles sobre de los dibujos, en ellos
sólo hay mujeres: son copias de fotografías de modelos conocidas,
pero todos los rostros comparten un rasgo en común: los ojos y la
mirada son las de Francisco. él me señala: ¿vio, doctora? Soy yo en
todas”. En la segunda sesión, al darme el álbum, Francisco riéndose
por lo bajo, me dice que lo que trajo son fotos fuertes, que tal vez
me impresione porque son fotos de él vestido de mujer. Dice: “hoy
se pudre todo, doctora”. Veo fotos 4x4 suyas con dibujos de líneas
pintadas en su rostro. Me señala: “¿vio, doctora? Ahí estoy pintado”.
Lo dice en tono pícaro, se ríe ocultando su boca con la mano. Yo le
digo: “es arte”. Francisco me dice: “sí, me puse mi arte encima…
cuando le fui así vestido de mujer al psiquiatra que me atendía él me
dijo ´listo! se fue todo a la mierda´”. También su psicóloga anterior
da por terminado su tratamiento diciéndole: “vos sos las dos cosas”.
Frase que Francisco no puede soportar, me lo hace saber pues al
relatar esto, se escandaliza. En el resto del álbum hay diferentes
monogramas con sus iniciales, algunos de ellos aparecen también
en sus dibujos como una irma. Me aclara que los monogramas los
inventó él. Me regala una tarjeta personal. Francisco reiere algunos diques para evitar que Francis salga a la luz: por un lado hace
referencia al Halopidol como la droga que la retiene. También, se lo
impide Dios a quien no le gustan las porquerías. Además, Francisco padece alucinaciones cuyo contenido también está referido a
Francis, que está apresada y sufre dentro de él. Relata un episodio
donde su esposa lo roza con el brazo en la cara al querer alcanzar
un vaso y él tiene que esconderse en el baño a llorar pues se le
habían roto todos los dientes. A partir de aquí, Francisco magniica
el recuerdo de cuando se travestía y le iba muy bien en la vida,
era feliz. Sabe que eso no puede volver a suceder, entre otras cosas, porque su cuerpo ha envejecido y porque no tiene dinero para
comprarse ropa, ni mudarse. Francis era una mujer exitosa en todo.
Le pregunto qué hace Francis además de dibujar, le pido que me
cuente de ella. Francisco me dice: “se pinta las uñas de negro y se
cuida el cabello, igual que vos”. Se retracta rápida y pícaramente:
“Doctora, esa fue Francis. Es muy picarona, Ud. le encanta, se siente
bien con su cuerpo de mujer”. Le digo: “qué suerte poder hablar
con ella”. Le comento que algo me llamó la atención porque me
tuteó… En la sesión siguiente me regala un cartelito que dice haber
encontrado y dice: “Francis la quiere, doctora”. (El cartelito dice: ser
rica, popular Francisco).
Considerando que Francisco no puede ser la mujer y el hombre
indistintamente, decido intentar alojar a ambos, a medida que vayan apareciendo. A partir de esa intervención, a veces me hace
comentarios sobre mi vestimenta, me tutea. A veces, en sesión,
Francis aparece.
Cuando la necesidad de tomar una decisión retorna, Francisco dice
que desde que viene a terapia anda más suelto, que Francis se iniltra y que en su casa todos los injurian. No soporta más estar allí,
teme devolver las agresiones físicamente. Cierra los ojos y ve cómo
los destroza a golpes a todos. Lo tortura tanta violencia contenida.
Le pregunto a quién responde esa violencia. Dice: “a Francis que
sufre por no poder salir. El hombre es tarado, ella se deiende con su
cabecita loca”. Le pregunto cómo se puede distraer él. Me dice que
él no dibuja, yo le digo que eso ya lo sé, pero que debe haber otra
cosa que pueda hacer.
En el receso de vacaciones, Francisco me llama para decirme que
su esposa lo obliga a dejar la terapia, porque lo ve muy suelto. Le
digo que ojalá podamos hablar de esto al retomar y él asiente. En
aquella sesión me avisa que si le dice a su esposa de venir a charlar
conmigo, ella se va a poner celosa y que si viene, lo mata cuando
me conozca, porque ella es desprolija y gorda. Intervengo: “¡qué
tema el físico de las mujeres!”. Francisco dice: “sí, yo también. Voy
a empezar a ejercitarme para mejorar mi cuerpo”. A partir de ese
momento, el paciente cobra cierta vitalidad corporal a raíz de una
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estricta disciplina aeróbica que cumple a raja tabla. Unas semanas
más tarde, me llama por teléfono: “Doctora, ahora que estoy más
tranquilo, voy a darle el gusto a mi esposa y voy a dejar de ir. Francis
está bien, se acuerda de Ud. Si quiere volver a salir, ¿la puedo volver
a llamar?”.
En esta secuencia clínica apreciamos ejemplarmente el particular
intento restitutivo (de solución) que le permite a Francisco domeñar
algo del goce que -aunque carente de la regulación del falo como
signiicante- le sirve momentáneamente para vérselas con aquel
efecto sardónico y mortiicante que lo invade y que es primario en el
caso de la psicosis. Observamos para él un posicionamiento sexuado diferente de aquellos que se nombran como hombres o mujeres,
y asistimos al momento en que su invento (Francis), tambalea.
El paso por el dispositivo, le permite al paciente hacer uso del cuerpo de mujer de la analista y reanuda su intento de estabilización,
relocalizando esa verdadera infección de goce que implica para él,
la mujer que empuja: mujer que sirvió como primer intento de solución para enlazarse al Otro durante algún tiempo, pero que resultó
precaria e insuiciente para afrontar el devenir de la vida de Francisco. Resulta irónico -también- que el modo de tratamiento que el
paciente inventa para responder frente al fenómeno del empujea-la-mujer, sea nada más y nada menos que una mujer (Francis)
quien al momento de la consulta, empuja a salir.
BIBLIOGRAFIA
Alomo, M. (2012) La elección irónica. Estudios clínicos sobre la esquizofrenia, Letra Viva, Buenos Aires, 2012.
Freud, S. (1912) “Sobre un caso de paranoia descrito autobiográicamente
(Schreber)”. En Obras Completas, Vol. XII, Amorrortu, Buenos Aires, 1991.
Lacan, J. (1972-73) El Seminario 20. Aún, Paidós, Buenos Aires, 1995.
Lacan, J. (1972) “El Atolondradicho”. En Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012.
Morel, G. (2000) Ambigüedades sexuales. Sexuación y psicosis, Manantial,
Buenos Aires, 2002.
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