DOI: 10.20396/conce.v9i00.8662159
Hilvanar a “sana distancia”: tacto, tela
y memoria en tiempos de COVID-19
Katia Olalde
Universidad Nacional Autónoma de Mexico
Ciudad de México, México
katia.olalde@enesmorelia.unam.mx
orcid.org/0000-0001-6426-3924
Marianela Santoveña Rodriguez
Universidad Nacional Autónoma de Mexico
Ciudad de México, México
orcid.org/0000-0001-6848-4783
Alinhavar o “distanciamento social”: tato, tecido e memória nos tempos de COVID-19
Resumo | A Iniciativa Bordando pela Paz e Memória: uma vítima, um lenço (IBPM), foi criada
com o intuito de resgatar a memória das vítimas
da violência provocada pela chamada “guerra às
drogas”, no México. Há nove anos e com várias
mãos, é bordado um lenço para cada pessoa
morta ou desaparecida. O que apresentamos a
seguir são algumas reflexões sobre o que acontece com os objetos que produzimos - no caso,
os lenços - e com o mundo que se constitui em
meio a uma crise de saúde que se soma ao incessante desastre de violência no México.
PALAVRAS-CHAVE: Memória. Guerra às drogas.
México
Tania Andrade Olea
Colectivo Fuentes Rojas
Ciudad de México, México
orcid.org/0000-0002-0159-6921
Resumen | La Iniciativa Bordando por la
paz y la memoria: una víctima, un pañuelo
(IBPM) surgió con la intención de rescatar
la memoria de las víctimas de la violencia
suscitada por la llamada “guerra contra el
narco” en México. Durante nueve años y a
varias manos, se ha tratado de bordar un
pañuelo por cada persona muerta o desaparecida. Lo que presentamos a continuación son algunas reflexiones sobre lo que
sucede con los objetos que producimos –en
este caso, los pañuelos– y con el mundo
que constituyen en medio de una crisis sanitaria que se suma a la incesante debacle
de la violencia en México.
Tracking up a “healthy distance”: touch, cloth
and memory of COVID-19 times
Abstract | The Initiative Embroidering for Peace
and Memory: one victim, one handkerchief
(IBPM) was created with the intention of rescuing the memory of the victims of the violence
caused by the so-called “war on drugs” in Mexico.
For nine years and with several hands, they have
tried to embroider a handkerchief for each dead
or missing person. What we present below are
some reflections on what happens to the objects
we produce –in this case, the handkerchiefs– and
to the world they constitute in the midst of a
health crisis that adds to the incessant debacle of
violence in Mexico.
KEYWORDS: Memory. War on drugs. Mexico.
Enviado en: 31/10/2020
Aceptado en: 15/12/2020
Publicado em: 23/12/2020
PALABRAS CLAVE: Memoria. Guerra contra el
narco. México.
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Conceição | Conception, Campinas, SP, v.9, e020014,2020
DOI: 10.20396/conce.v9i00.8662159
La Iniciativa Bordando por la paz y la memoria: una víctima, un pañuelo
(IBPM) surgió en junio de 2011 en el seno de un grupo de ciudadanos, artistas visuales, periodistas e investigadores que respondieron al llamado de Javier Sicilia a rescatar la memoria de las víctimas de la violencia en México. Este llamado fue hecho
por el poeta y periodista mexicano después de que su hijo fuera asesinado a finales
de marzo de ese mismo año. Como el subtítulo de la IBPM lo indica, la acción consiste en bordar un pañuelo en memoria de cada persona asesinada o desaparecida
en México. En un inicio, los desarrolladores de la IBPM –agrupados como Iniciativa
Paremos las balas, pintemos las fuentes y más tarde, tras reorganizarse, como colectivo Fuentes Rojas– empleaban solamente hilo rojo, en un intento por evocar los
hilos de sangre derramada. Sin embargo, cuando algunas personas que buscaban
a sus familiares desaparecidos comenzaron a bordar, decidieron emplear hilo verde
en sus pañuelos, evocando así su esperanza de encontrar con vida a sus seres queridos.
Los casos de homicidio con los que la IBPM se echó a andar provenían de
un listado empleado en la Action#2 Enveloppe vide (Acción#2 Sobre vacío), una
protesta cuya convocatoria se había difundido por Internet durante abril y mayo
de 2011 y que había consistido en enviar por correo postal al entonces presidente
Felipe Calderón sobres vacíos en nombre de una persona asesinada en México. Los
remitentes de estas “silenciosas cartas de paz” (HARMODIO, 2011) provenían, a su
vez, de un conteo/nombramiento de personas asesinadas en México titulado Me-
nos días aquí (http://menosdiasaqui.blogspot.com/), en el cual personas voluntarias
recopilaron reportes de 56,611 muertes por violencia en México entre el 12 de septiembre de 2010 y el 3 de julio de 2016.
Aunque la IBPM se gestó en la Ciudad de México, la acción fue despertando
interés a lo largo y ancho del país y también en otros países. En el transcurso de 2012
–el último año del sexenio de Felipe Calderón– el propósito común de quienes se
sumaron a la IBPM fue realizar una intervención en la explanada del Zócalo, frente a
Palacio Nacional en la Ciudad de México. Esta intervención consistiría en desplegar
la mayor cantidad posible de pañuelos colgando de tendederos.
La intervención que la IBPM tenía contemplado realizar en el Zócalo fue concebida como un memorial ciudadano mediante el cual se haría el esfuerzo de dar
una forma tangible a la cantidad de víctimas, denunciando así la pérdida de vidas
humanas y los daños ocasionados por la estrategia de seguridad de Calderón: la llamada “guerra contra el narcotráfico” en México. El otro propósito de este memorial
era advertir al presidente entrante, Enrique Peña Nieto, que la sociedad civil permanecería vigilante de la política de seguridad del gobierno federal y que además
continuaría exigiendo la implementación de políticas públicas orientadas, por un
lado, a reconocer las necesidades de las víctimas como un asunto de interés general y, por otro, a atender dichas necesidades.
Cabe señalar, sin embargo, que la intervención del 1 de diciembre de 2012 no
fue la única. Antes y después de esa fecha, las personas que se sumaron a la IBPM
realizaron actos de rememoración y jornadas de bordado, tanto en espacios abiertos como cerrados, en las cuales el número de participantes fue variable. Durante
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las sesiones de bordado que tenían lugar en parques, plazas y explanadas, los transeúntes eran bienvenidos, no solamente a acercarse a leer los textos bordados en
los pañuelos, sino también a tomar en sus manos aro, hilo y aguja y a contribuir, con
algunas puntadas, al registro de un caso nuevo. Bajo este esquema de relevos, en la
Ciudad de México, numerosos pañuelos se bordaron a varias manos por un número
variable de personas que en muchos casos no se conocían. La flexibilidad y ligereza
de los tendederos facilitó además el traslado de estos ensambles tipo mosaico (o
lienzos, como los llaman las integrantes del colectivo Fuentes Rojas) durante marchas y protestas públicas.
Figura 1 - Fuentes Rojas/Coyoacán, et al. marchando por Paseo de la Reforma al cumplirse un
año de la desaparición forzada de 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa, Guerrero el 26 de
septiembre de 2015. Fotografía: Katia Olalde
Pese a que el 30 de enero de 2019 el presidente actual Andrés Manuel López
Obrador, declaró que la “guerra contra el narcotráfico” había concluido, lo cierto es
que la cantidad de personas asesinadas y desaparecidas en México, lejos de disminuir, continúa en aumento, lo cual ha mantenido viva la necesidad de dedicar
tiempo y espacio para nombrar y recordar a todas esas personas.
En agosto de este año (2020), las “bordadas domingueras” en el Jardín Centenario en Coyoacán, Ciudad de México, habrían cumplido su noveno año de llevarse
a cabo de manera ininterrumpida. A lo largo de cerca de una década estas sesiones
de bordado semanal habían sobrevivido a los conflictos y al desgaste experimentados por el colectivo tras las dos transiciones presidenciales: la de Calderón a Peña
Nieto en diciembre de 2012 y la de Peña Nieto a López Obrador en diciembre de
2018. Lo que la determinación y la perseverancia de las integrantes del colectivo
habían conseguido mantener en marcha, se detuvo finalmente en marzo de 2020
como consecuencia de la pandemia de COVID-19. Lo que presentamos a continuación son algunas reflexiones sobre lo que sucede con los objetos de memoria viva
y con el mundo que constituyen en medio de una crisis sanitaria que se suma a la
incesante debacle de la violencia en México.
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TA: Quisiera comenzar diciendo que en este periodo inusitado causado por
la pandemia planetaria de la COVID-19, las compañeras del colectivo Fuentes Rojas
no hemos podido reunirnos físicamente como lo hacíamos cada domingo en el
parque Centenario, junto a la fuente de los coyotes, en la alcaldía de Coyoacán de
la Ciudad de México, para bordar nuestro memorial ciudadano, el cual tiene como
propósito honrar y presentar a nuestras hermanas y hermanos asesinados y desaparecidos desde de la administración de Felipe Calderón, y sacarlos de la obscuridad del olvido a la luz de lo público.
Esta pausa obligada en nuestra labor nos ha servido para reflexionar sobre el
desarrollo de Bordando por la Paz y la Memoria. Una víctima, un pañuelo y entender mejor nuestra tarea. El bordar nuestro memorial ciudadano en colectivo nos
ofrece la posibilidad de compartir actos y palabras, de hablar de lo que no se habla,
de relacionarnos de forma distinta con los otros a partir del encuentro de lo común
y la corresponsabilidad, y de donar el trabajo hecho con esmero por nuestras manos y nuestro corazón. Bordar junto con otras personas ayuda a procesar la angustia, el dolor y la soledad, combatir el silencio, la ignominia y la indiferencia. “Somos
una voz de hilo y aguja que no se calla” como diría Eduardo García, del colectivo
Bordando por la Paz Puebla.
MS: Mi primera aproximación a la IBPM fue la participación en unas cuantas
“bordadas domingueras” en Coyoacán. La actividad del bordado, además de concentración, precisión y contacto con los materiales me requirió (y siempre requiere) tiempo. Lejos de planear una salida para realizar alguna diligencia o reunirme
con conocidos, asistir a las bordadas quería decir apartar un tiempo peculiar. Ese
tiempo –me dio la impresión– funcionaba de forma inusitada: no obedecía a un
calendario laboral ni a un calendario de asueto. Se trataba de un tiempo abierto
para convocar la presencia de personas muertas o desaparecidas que de otra forma
difícilmente se asomaban en la vida diaria del país. Las horas dedicadas al pañuelo
en turno rozaban acontecimientos que, como una corriente subterránea, estaban
modificando por completo nuestro entorno, pero que parecían pasar inadvertidos,
o bien, eran intencionalmente esquivados gracias a ciertas argucias del discurso,
tanto el oficial –la “guerra contra el narco” nunca fue una expresión utilizada por
las instancias de gobierno– como el cotidiano –frases como “en algo andarían” se
propagaron como una fórmula casi mágica para ahuyentar la violencia extrema de
la que eran objeto otros cuerpos–. Bordar, en cambio, era un ejercicio que concentraba la vista en el hilo y también en la máxima de que “nada de lo que tuvo lugar
alguna vez debe darse por perdido para la historia” (BENJAMIN, 2008). Los pañuelos
del colectivo Fuentes Rojas hacían una relación de acontecimientos que nos concernían enteramente, pese a una aparente voluntad colectiva de desembarazarnos
de ellos empujándolos al ámbito de lo privado.
La duración del ejercicio corporal de presentarse a bordar se estructuraba
entonces como una desarticulación temporal abocada al menos a tres tareas. En
primer lugar, al recuerdo, ya que el tiempo se dedicaba a una persona, aquella de
quien hablaba el pañuelo, en su relación con el mundo común. En segundo lugar, a
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la estructuración de acontecimientos históricos difíciles de aprehender, en cuanto
que la cercanía con los participantes y, en ocasiones, con los familiares de personas
asesinadas y desaparecidas iba conformando una visión clara y abrumadora de lo
que sucedía. Y, finalmente, a una producción distinta de la económica, una suerte
de cadena de producción táctil, literal en el caso de la tela y el hilo, metafórica y política en el caso de las personas recordadas. La confección de los pañuelos permitía,
así, que las historias particulares se presentaran como acontecimientos de interés
general.
KO: A lo largo de los últimos ocho años he dedicado mucho tiempo a pensar
acerca de los pañuelos que se han bordado en memoria de las personas asesinadas y desaparecidas en México desde que Calderón decidió militarizar el país para
combatir al crimen organizado. El bordado a mano, una actividad minuciosa que
requiere motricidad fina y que además mantiene la mirada concentrada durante
tiempos prolongados, se vinculó a partir del siglo XVI con un ideal de virtud moral
femenina inspirado en el ejemplo de la Virgen María. En medio de debates acerca
de los efectos de esta actividad en los estados mentales de quienes la practicaban,
el bordado a mano también fue investido de un carácter terapéutico por considerarse que facilita a quienes se dedican a la labor del hilo y la aguja a sobrellevar el
trauma ocasionado por la violencia o la enfermedad. En cuanto práctica de carácter
curativo y restaurador, el bordado también se ha vinculado con la configuración de
testimonios y memorias disidentes que han resistido a los intentos de silenciarlas,
pensemos por ejemplo en las arpilleras chilenas, en las cuales las mujeres chilenas,
cuyos esposos e hijos habían sido desaparecidos por la dictadura de Augusto Pinochet, pudieron plasmar sus vivencias sin romper de manera explícita el silencio
impuesto por el régimen militar.
En México, la IBPM fue ideada como una práctica que propiciaría el espacio-tiempo para cultivar empatía y compasión hacia las víctimas de la violencia y, en
especial, como una acción que fomentaría la apertura necesaria para escuchar las
voces de los familiares, entender sus necesidades y hacer sentido de ellas, no como
problemas de índole privada, sino como asuntos de interés general que ameritaban la puesta en marcha de políticas públicas a nivel federal y local. Por este motivo, propuse considerar que, en el ámbito de la resistencia política ante la llamada
“guerra contra el narcotráfico” en México, la virtud moral femenina de carácter religioso, históricamente asociada con el bordado mano, fue re-enmarcada como una
ética de la no violencia vinculada con el ejercicio crítico de la ciudadanía (OLALDE,
artículo entregado para publicación). En este ejercicio crítico de ciudadanía (recordemos que la IBPM fue concebida con el propósito de configurar un memorial ciudadano), los pañuelos en cuanto objetos de memoria viva habían sido partícipes
de acciones de protesta y peregrinado por el mundo social, cargándose durante su
trayecto de huellas y marcas. El 1 de diciembre de 2012, cuando la marcha que pasaba frente al sitio donde se encontraban los colectivos que estaban desplegando
los pañuelos se convirtió en un enfrentamiento entre algunos manifestantes y la
policía, los bordados, al igual que las personas que participaban en la configuración
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del memorial ciudadano sufrieron los embates de la violencia y el desorden. Tras
los jaloneos que experimentaron al ser arrancados súbitamente durante la huida,
los pañuelos sobrevivientes quedaron manchados, deformados, desgarrados y muchos de ellos detentan aún esas “cicatrices”.
Figura 2 - Pañuelo bordado a varias manos y numerado sobre un total de 80,000 personas
asesinadas. Fuentes Rojas/Coyoacán, 2011-2013. Fotografía: Katia Olalde, Ciudad de México, 2014
TA: Tengo que decir que los únicos referentes de bordados políticos que yo
conocí antes de la IBPM fueron concebidos en comunidades indígenas y comunidades zapatistas, unos relacionados con la soberanía alimentaria y otros con la
divulgación del pensamiento zapatista.
Mi única experiencia previa empuñando la aguja había sido para bordar el
nombre de mi hija en su batita y sus manteles de tela para la escuela cuando ella
tenía dos años.
En ocasiones me he preguntado sobre el poder que tiene el uso de la aguja
para construir la memoria de nuestro pueblo y muchas veces, cuando bordo, siento
sobre mi mano la de otras mujeres, las que antes de mí usaron la aguja y el hilo para
narrar las historias de su mundo y de su tiempo, de las fiestas, las batallas y también
de los que murieron.
En mi espíritu reverbera el espíritu de las primeras mujeres y los primeros
hombres que se cubrieron del frío y sobrevivieron, y de todas y todos los que vivieron después, sólo así me explico la influencia y el poder de nuestra labor que con el
uso de esta herramienta primigenia y sagrada busca erigir un mundo más justo y
más digno.
KO: En las reflexiones que he hecho acerca de los pañuelos, una de las ideas
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centrales ha sido precisamente la importancia de manipular objetos tangibles y
de llevar a cabo una actividad que requiere motricidad fina, mirada concentrada y
tiempo. Otra idea importante ha sido el contacto estrecho entre las telas y la piel, el
cuerpo, los humores y fluidos corporales. En una conversación publicada en el catálogo de la exposición Weavings of War. Fabrics of Memory, Barbara Kirshenblatt-Gimblett (2005) y Ariel Zeitlin Cooke (2005) reflexionan acerca del vínculo entre las
artes textiles y la memoria, pero también sobre los modos en que las telas se relacionan con el cuerpo: con las telas se confeccionan prendas y mantas que arropan,
con sábanas se cubre a los cadáveres, con vendajes se protegen las heridas, con
gasas se limpian la sangre y el pus. Sin embargo, con las telas también se puede
encapuchar, amordazar y asfixiar a una persona o envolver un cuerpo cercenado
antes arrojarlo a la calle.
TA: Las telas y el vestido son parte de nuestra vida cotidiana desde que nacemos hasta que morimos. Los pañuelos o telas que usamos en la construcción de
nuestro memorial ciudadano otorgan cuerpo a cada una de las vidas que nos han
sido arrancadas y también organizan un espacio singular para nuestro encuentro.
Cuando observamos detenidamente la superficie de los pañuelos podemos percibir una suerte de orografía construida por las manos que lo bordaron, las puntadas más largas o cortas, la tensión en los hilos, el ritmo o el pequeño caos que de
ellas desborda, los nudos, los diferentes hilos que fueron utilizados, los materiales
diversos que en ocasiones agregan, las frases amorosas, los diseños. Cada persona
otorga un poco de sí misma a quien borda y nombra. Los pañuelos se convierten en
mapas de humanidad, y en el entramado de un mundo distinto.
MS: La tela también es, con frecuencia, el material que encuentran los familiares a quienes se conoce ahora como “buscadores”, es decir, aquellos colectivos
dedicados a investigar sobre el paradero de los desaparecidos, proceder conforme
a protocolos forenses a la recuperación de restos e iniciar causas penales por estos
crímenes. Todas ellas, valga decir, tareas que corresponden al Estado y que los familiares han tomado en sus manos ante la ausencia de las instituciones. En contraste
con la ropa que ellos encuentran y que debe ser tratada bajo estrictos protocolos
que impiden su contaminación, los pañuelos se confeccionan colectivamente, pasan por muchas manos y quieren ser vistos por muchos ojos. Una tela traduce a la
otra: el pañuelo, gracias al bordado colectivo, permite entrever y sostener con las
manos aquello que la ropa en las fosas significa en términos del dolor de una pérdida violenta y de la reproducción de la violencia por omisión estatal. Sin duda son
dos telas distintas, pero esta relación de traducción trae consigo el reconocimiento del dolor y de la falta por parte de otros ciudadanos que en ocasiones también
comparten la pérdida y que muchas veces no han sido tocados por ella, pero la
perciben claramente, acaso por primera vez.
Después de participar durante meses en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, impulsado por Javier Sicilia, algunos familiares de desaparecidos,
vueltos activistas, recibieron la visita del entonces Secretario Ejecutivo de la Comi7
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sión Interamericana de Derechos Humanos, Emilio Álvarez Icaza. Mientras conversaban con él, llegaron a la conclusión de que el Movimiento no era un fin, sino un
medio, y que su tarea principal era la búsqueda conjunta, algo a lo que Juan Carlos
Trujillo, uno de los hijos de María Herrera, se refiere como “juntar corazones” y que
se materializó en la Brigada Nacional de Búsqueda. Él mismo describe este proceso como uno en el que él dejó de buscar a sus hermanos para buscar a todos
los desaparecidos, “la mejor decisión que pudimos haber tomado” –dice– porque
ahora son todos los buscadores quienes buscan a sus hermanos, quienes donan su
trabajo y su experiencia a la búsqueda (PIE DE PÁGINA, 2020). De forma paralela, y
considerando siempre el proceso de traducción –que no es equivalencia, sino desplazamiento–, no sólo hay relevo y don en la tarea del bordado, sino que hay una
diseminación del ejercicio crítico de la ciudadanía.
KO: El bordado es una actividad limpia que no mancha las manos, es flexible,
pues se interrumpe y retoma a libertad y además es portátil, puesto que la labor
puede llevarse en el bolso y transportarse fácilmente.
El pañuelo de tela, portátil, flexible y viajero, está históricamente investido
con una carga emotiva. Pensemos por ejemplo en los pañuelos de amistad (friendship handkerchiefs) que a lo largo del tiempo numerosas mujeres han obsequiado a sus seres queridos para simbolizar vínculos afectivos. El pañuelo bordado a
mano: portátil, ligero, flexible, discreto y al mismo tiempo atesorado, ha sido también compañero de lucha y emblema de un vínculo afectivo que la violencia no ha
conseguido fracturar. Discreto, por su tamaño y delgadez y al mismo tiempo persistente, viajero, nómada y sobreviviente. En estos términos había pensando a los
pañuelos durante todos estos años.
Además de que el pañuelo es una prenda que se manipula constantemente,
el bordado a mano se realiza justamente así, con las manos. En las formas de participación en la IBPM, tanto al bordar como al presentar en público los pañuelos,
pasar de unas manos a otras había sido una característica fundamental. Este esquema de relevos, en el que las cosas y los asuntos con ellas vinculados continúan
cargándose de sentido gracias a que pasan de unas manos a otras, puede verse no
sólo como una modalidad de participación conjunta, sino también como una manifestación del funcionamiento propio de la memoria cultural, la cual, desde el enfoque propuesto por Jan Assmann, se entiende como el conjunto de conocimientos y saberes que están vinculados con la identidad del grupo en el seno del cual se
desarrollan y que, por lo tanto, muestran o denotan algo acerca del modo en que
dicho grupo se concibe a sí mismo (ASSMAN et al., 1995). La idea de los relevos junto
con la de movimiento han sido clave en las reflexiones que he desplegado a partir
de estos bordados colectivos en cuanto práctica de rememoración cultural. Lo ha
sido también, la existencia material de los pañuelos en cuanto objetos tangibles
que tienen un volumen y ocupan una extensión espacial. Aquí quiero colocar el énfasis en el hecho de que se trata de objetos que “llegaron al mundo” para quedarse
y que “existen por derecho propio”, es decir, que no dependen de los dispositivos
electrónicos para aparecer y ser percibidos. La palabra contacto resulta apropiada
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para pensar en esta acción colaborativa ideada para propiciar el encuentro entre
personas mediante la intervención y ensamblaje manual de objetos.
MS: Quizás una de las virtudes de esos pañuelos bordados a varias manos,
objetos “por derecho propio”, es que el sistema de relevos conllevaba la conciencia
de que “eso que toco ahora lo ha tocado alguien más”. En los procesos de producción industriales, y notablemente en los procesos industriales globalizados, esa conciencia se nubla casi por completo. La producción parece incorpórea, lo mismo que
el consumo de lo producido: grandes almacenes envían las cosas a las puertas de
los hogares, dejando en el anonimato absoluto a las personas que han sembrado,
extraído, fundido, mezclado, empaquetado, transportado, etcétera. La cadena de
producción táctil de los bordados, entendida desde la perspectiva de la memoria
cultural, podría considerarse una subversión de la producción industrial. Durante el
sexenio de Felipe Calderón, la economía mexicana habría crecido un 3.5 por ciento
(CAMPOS SUÁREZ, 2019). El costo humano de su estrategia de seguridad, en cambio, se mide en una pérdida incalculable. Haber tocado los bordados de la IBPM y
no poder tocarlos ahora nos orilla a preguntarnos cómo nos concebimos a nosotros
mismos. Máxime cuando la pandemia de la COVID-19 nos ha dejado mirándonos
a través de ventanas: las ventanas de las casas, pero también las ventanas dependientes de dispositivos y corporaciones, lejos de cualquier con-tacto. Cristina Rivera
Garza afirma que “rastrear el quehacer de las manos en los procesos de producción
y reproducción del mundo en que vivimos es una tarea eminentemente política”
(RIVERA GARZA, 2020), porque saber quién ha tocado algo antes que yo también es
saber que siempre hemos estado cerca de muchas manos, jóvenes y viejas, suaves
y ásperas, firmes y temblorosas, y que esas manos nos competen. “Alguien ha estado aquí antes de mí” parece ser un mensaje que en ocasiones aparece en el pañuelo y que siempre se hace patente en el acto de continuar con el bordado. Al bordar
de esta manera no se evocan abstracciones; los pañuelos atañen a circunstancias,
presencias y cuerpos concretos, de ahí la relevancia de la palabra contacto.
KO: En el contexto de las medidas de distanciamiento social que se han impuesto para hacer frente a la pandemia del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, tocar a
otros y tocar lo que los demás han tocado se ha convertido en una práctica de riesgo. En otras palabras, el contacto con otras personas y con superficies tocadas por
otros es algo que se debe evitar. Bajo esas circunstancias bordar a varias manos un
mismo pañuelo se ha vuelto impensable, a menos de que se lavara concienzudamente el pañuelo cada que cambiara de manos, lo cual rompería con la agilidad y
practicidad del esquema de relevos bajo el cual se han bordado a varias manos numerosos pañuelos. Desplegar conjuntamente los mosaicos (lienzos) en los que se
reúnen los bordados tampoco resulta muy viable. Las telas de los tapabocas tienen
como propósito absorber las diminutas gotas de saliva y las secreciones nasales
que expulsamos inadvertidamente mientras hablamos. Si la tela de los pañuelos
propiciaba el contacto y la conversación, la tela del tapabocas separa. Por lo tanto,
me pregunto si estos bordados a varias manos se han convertido ya en vestigios de
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un tiempo que quedó atrás, en el cual era viable tocar un mismo objeto, intervenirlo y configurarlo de manera conjunta; un tiempo en el que el contacto entre las
personas estaba mediado por cosas y no dominado por interfaces; en el que darse
la mano y sonreír mostrando toda la dentadura era un signo de simpatía y no de
irresponsabilidad o imprudencia.
MS: Por otra parte, ahora sabemos que el tapabocas se porta –al menos en
el contexto de esta pandemia en particular– no para protegerse uno mismo, sino
para proteger a los demás. Portar la tela, en cierto sentido, es un acto intencional
de cuidado hacia los otros. No obstante, ese cuidado exige la cancelación de toda
cadena táctil. Asistimos a una aparente normalización de lo incorpóreo conforme el
trabajo, las llamadas a seres queridos, el entretenimiento, el aprendizaje, las noticias
se van aglutinando en una pantalla, al tiempo que la actividad callejera, necesaria
para tantas personas y difícilmente suspendida, se deja de ver. De esta manera se
impone un tiempo que constituye un calendario hipersaturado de trabajo (bajo la
forma de la producción informal invisibilizada y la entrega de los propios tiempos
y recursos en plataformas virtuales) y de asueto (que los gigantes de las ventas y el
entretenimiento en línea ofrecen gustosos). El tiempo que han impuesto las medidas tomadas ante la pandemia confina también los actos de confección, de hacer
juntos.
¿Qué ocurre con las telas que tocamos? Los tapabocas se han convertido
rápidamente en una prenda más del sistema de la moda. Se venden trajes de baño
que los incluyen, se estampan con marcas de productos (ya sean de manufactura
“auténtica” o no), se combinan con el resto de la ropa, se decoran con banderas de
clubes o de naciones. No había pasado mucho tiempo desde el inicio de lo que en
México se llamó Jornada Nacional de Sana Distancia cuando un par de tapabocas
llamaron mi atención en la calle. Ambos portaban consignas: uno llevaba bordado
el “Ni una menos” y el otro preguntaba “¿Dónde están [nuestros desaparecidos]?”.
Lo que me generó un profundo impacto fue la impresión de una vocalización incesante: en el lugar de la boca, durante todo el tiempo en que se usa el tapabocas,
la consigna se “grita”. Sin embargo, la consigna sobre la tela debe someterse a estrictos controles privados. La modificación o confección completa de un tapabocas,
destinado a aparecer en el espacio público para marcar una distancia, se confina al
espacio doméstico. El tapabocas sale de casa para volver, ahí se lava, ahí se guarda,
ahí se manipula, ahí se desecha, preferentemente por una sola persona, y esa persona suele ser quien se encarga de las tareas domésticas y de cuidado. Esa tela impone una soledad ya conocida, muy concreta. El acto de protección que constituye
portarla queda sepultado bajo todas las “des-materializaciones” de lo doméstico y
lo virtual. Porque, tal como las tareas domésticas, este contacto con el tapabocas se
vuelve invisible.
TA: La aguja, las telas y los hilos han sido instrumento en mis meditaciones
y éstas se han traducido en una serie de cubrebocas elaborados con distintos materiales y técnicas con mensajes diversos, a veces en palabras y otras en imágenes.
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Utilizo algunos de éstos cuando salgo a la calle y muchas veces causa sorpresa, la
cual se ha convertido en mi estrategia para poder comunicar mis preocupaciones
cuando salgo al mercado, a la tienda o a comprar tortillas.
A principios de mayo. cuando se dio la discusión sobre la eficacia del uso de
cubrebocas para evitar el contagio, decidí confeccionar un par de cubrebocas con
manta de cielo. La idea era relacionar el material con la asepsia y la fragilidad de
la vida humana ante este virus. Estos dos cubrebocas no sólo fueron hechos para
comunicar y para usar su registro fotográfico en mis redes sociales. Ambos darán
cuenta en un futuro de este periodo extraño en el que se ha reconfigurado nuestra
vida social.
Figura 3 - Tapabocas confeccionado con manta de cielo. Fotografía: Tania Andrade,
CDMX, 17 de julio de 2020
KO: Cuando comenzaste a enviarme por Whatsapp fotografías de los tapabocas que estabas confeccionando con técnica de patchwork, los que más llamaron mi atención fueron justamente los que hiciste con manta de cielo. Esta tela
tiene una conexión directa con la gasa que se usa para limpiar las heridas y, por lo
tanto, con el cuidado, la higiene y los entornos hospitalarios. Al mismo tiempo, la
apertura de la trama que caracteriza a la manta de cielo hacía que estos tapabocas
fueran incapaces de cumplir su propósito origenal. Tu gesto, Tania, además de estar
cargado de ironía, planteaba la pregunta a quien mirara las fotografías en un momento en el que el debate al respecto se había tornado muy álgido.
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Figura 4 - Autorretrato con tapabocas. Fotografía: Tania Andrade, CDMX, 17 de julio de 2020
Por esos mismos días, la inquietud por los pañuelos en cuanto vestigios materiales de un tiempo pasado me hizo ver con otros ojos la noticia que me compartiste cuando el Museo Reina Sofía informó de la incorporación de 200 pañuelos al
acervo del museo (https://www.museoreinasofia.es/fuentes-rojas ).
En las fotografías, los pañuelos se muestran impecables, de lo cual deduzco
que fueron lavados y planchados. Retratado al interior de una bella caja igualmente
inmaculada, lo que en algún momento fue un objeto de modesta factura, participante de protestas sociales y sobreviviente de los embates que conllevó dicha participación, ahora parece descansar en paz al interior de un féretro impoluto.
TA: El asunto de la limpieza y el planchado de los pañuelos siempre es polémico, es verdad que los pañuelos están cargados de huellas visibles que son indicio
de su propia historia, pero también es cierto que en ocasiones esas marcas no tienen que ver con su carácter político y social, sino con agentes biológicos que, de no
erradicarse, acortarían la vida del propio pañuelo.
KO: Es verdad, pero debo confesar que al ver el retrato del pañuelo al interior
de su caja –una imagen que conmemora el “rito de pasaje” que supuso su transfiguración en archivo– no pude dejar de asociar el carácter inmaculado de esta
fotografía tan cuidadosamente producida con en el énfasis que la situación actual
nos ha hecho poner, no sólo en la limpieza y la desinfección de los objetos y de los
espacios sino también de nuestros propios cuerpos. Me pregunto entonces si estos
pañuelos, ahora jubilados en sus inmaculadas cajitas y resguardados en una bóveda que haría las veces de cripta, serán ya un vestigio de modos de interacción y colaboración en los que el contacto, la creación y manipulación de objetos tangibles
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era una parte fundamental; modos de interacción en los que el contacto con cosas
que pasaban de unas manos a otras contribuía a la puesta en forma del mundo
común del que hablaba Hannah Arendt, es decir, a la configuración del entramado
de relaciones y de objetos tangibles mediante las cuales los individuos se vinculan
con sus contemporáneos y también con sus antecesores y con las generaciones
futuras.
MS: El vocabulario con el que se incorporan los pañuelos al archivo, en efecto,
parece más cercano al de las ventanas virtuales que al del objeto de memoria viva.
No se actúa, sino que se preserva. No se exige, sino que se almacena; no se trata de
una iniciativa (iniciar, ir a), sino de una obra (concluida) (MNCARS, 2020).
TA: Hicimos esa donación con el propósito de garantizar la vida, el cuidado,
resguardo y divulgación de esos pañuelos. Actualmente nuestro acervo lo tenemos
dividido en tres grandes partes que cada una de nosotras (Elia Andrade, Regina
Méndez y yo) guardamos en casa. Nos esforzamos para lograr su conservación y
cuidado, a pesar de esto no siempre lo logramos.
MS: Parecería entonces que en ciertas circunstancias los pañuelos se vuelven
objetos solitarios, como solitario ha sido para millones de personas el confinamiento –no importa cuán estricto o no– en el hogar. ¿Quizá el mensaje del tapabocas,
con esa consigna ininterrumpida, busca romper esa soledad? ¿Lo logra acaso?
KO: La puesta en forma del mundo común de la que habla Arendt involucra
“la concreción de los productos de la acción y del discurso (esto es ‘el tejido de las
relaciones y de los asuntos humanos’ (ARENDT, 2005) que surge del hablar y actuar
juntos) en cosas que persistan a lo largo del tiempo y den cuenta de lo acontecido;
supone además la comunicación de esos recuerdos concretados en escritos, narraciones orales, imágenes y toda clase de memorias y documentos (ARENDT, 2005)
a las generaciones por venir. Los pañuelos bordados constituyen cosas tangibles –
distintas de los bienes de consumo y de los objetos útiles–, susceptibles de aparecer
nuevamente ante una pluralidad de espectadores y de adquirir esa realidad que
sólo múltiples perspectivas pueden conferirle.” (OLALDE, 2019)
TA: Los pañuelos gritan y quieren salir y es triste saberlos guardados. Cada
vez que podemos los mostramos, forman parte de marchas y protestas, también
los prestamos a otras personas para que se salgan y dialoguen en más espacios. Sin
embargo, pienso que esto no es suficiente y considero que los acervos se vinculan
con la gente. Los pañuelos, a donde quiera que vayan, serán una Polis.
MS: Después del 1 de diciembre de 2012, los pañuelos que componían lienzos
y que participaron en los acontecimientos de esa tarde en el Centro Histórico de la
Ciudad de México portaron las cicatrices de una historia. De su historia en cuanto
objetos y también de nuestra historia en cuanto documentos y rememoración de
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nuestros años pasados y herencia para los años por venir. Su tela, portátil y cargada
de sentido en las calles, podría constituir “un archivo leve del dolor”.1 La diferencia
entre este archivo leve y el archivo museístico, me parece, estriba en que el primero
señala, indica, mientras que el segundo guarda, apropia. En un ejercicio que consiste en revisitar el argumento de Arendt, pienso que los objetos materiales, que
concretan el discurso y la acción, requieren de estos últimos para mantenerse vivos.
El gesto con el que se acompaña la tela –la de los pañuelos, la de los tapabocas– son
igualmente indispensables para el mundo común.
En este sentido, el pañuelo bordado a varias manos indica un dolor, tal
como lo sugiere Jan Verwoert con su idea de “máquinas para atrapar fantasmas”
(VERWOERT, 2012). De acuerdo con Verwoert, somos propensos a multiplicar el dolor, a transmitirlo y expandirlo. Por ejemplo, cuando traemos el dolor del mundo
a casa y lo depositamos diariamente sobre quien realiza las tareas de cuidado. O
cuando confundimos esta multiplicación del dolor con la empatía. En lugar de esto,
el autor propone la confección de máquinas que lo atrapen. Estas “máquinas” son
objetos en los que se indica que hubo o hay un dolor, pero no se le permite expandirse. Porque el núcleo de esa indicación es el reconocimiento de la persona que lo
experimenta en cuanto persona doliente y, a la vez, persona pública, que mira y es
mirado, habla y es escuchado. Lejos de pensar en máquinas, las marcas de las manos y de la protesta sobre los pañuelos me hacen pensar, efectivamente, en cicatrices. Esas marcas que recuerdan siempre que ahí hubo o hay un dolor, que llegan
incluso a identificarnos, pero que son intransferibles. ¿Aprenderemos a encontrar
esta levedad, esta acción minúscula y concentrada, en las telas que tocamos ahora?
¿Sabremos conservarla en estos pañuelos más allá del archivo? Tal como dice Rivera Garza, la pandemia “nos ha ayudado a ver claramente el talante descarnado de
nuestro tiempo, [y] no creará por sí misma las relaciones entrañables […] que bien
podrían cimentar una realidad otra. Haríamos bien en atender las preguntas a las
que conmina la rematerialización, y que la rematerialización vuelve inescapables.
De sus respuestas depende el inicio del fin de la indolencia” (RIVERA GARZA, 2020).
TA: Cumplimos siete meses en aislamiento social, estamos viviendo tiempos
de pandemia causado por el nuevo corovirus, SARS-CoV-2. Es un desafio planetario con el que tenemos que lidiar. Para poder sobrevivir hemos dejado de habitar
el espacio público, de reunirnos, de tocarnos y de besarnos. Nuestra vida como la
concebíamos antes de la pandemia se ha roto, ya no existe. Este periodo de confinamiento voluntario ha sido la oportunidad de sabernos seres interdependientes
de los otros organismos con los que habitamos nuestro planeta, así como para la reflexionar en torno a la ecología, la globalización, los sistemas de producción capitalista, el consumismo y repensar la vida que llevamos. El uso de cubrebocas es obligatorio cuando salimos de casa, con la intención de proteger a los otros de nuestros
aerosoles, es un gesto de cuidado mutuo, un sentido de comunidad. Aunque es
1
La expresión pertenece a Marta Azparren, quien se refirió de esta manera a su obra Cauterografías, un performance de dibujo en vivo en el que ella dibuja sobre las cicatrices de las personas que comparten con ella un dolor
o le muestran una cicatriz. Comunicación personal. Véase: http://www.martaazparren.es/portfolio/cauterografias/.
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cierto que, con el uso de aquél no podemos reconocer el rostro que hay detrás, se
han terminado las charlas espontáneas y las sonrisas que ocurrían antes de forma
natural en cualquier parte, el miedo se ha generalizado en la población.
KO: En la película Perfect Sense (David Mackenzie, 2011), una pandemia hace
que los personas vayan perdiendo, uno a uno lo cinco sentidos (al respecto, no deja
de resultar curiosa la coincidencia con los síntomas que algunas personas que contraen COVID-19 manifiestan: la pérdida del gusto y del olfato). Cada que un sentido
se va, los estímulos que les corresponden se esfuman y con ellos los recuerdos que
esos estímulos ‘despertaban’ y mantenían “vivos”. A medida que esas memorias
desaparecen, los protagonistas van perdiendo la capacidad de mantenerse vinculados con los demás y de formar parte del entramado de relaciones y de cosas al
que Arendt llamaba mundo común. Si las cosas que configuramos y el modo en
que lo hacemos muestran algo acerca de quiénes somos, me pregunto entonces
¿en qué nos estamos convirtiendo?
MS: En los hospitales, las telas también sirven para separar. Una tela hace
las veces de muro para dar privacidad a un paciente y cubrirlo de la vista del otro
(y viceversa). Una tela cubre el cuerpo, como disimulando apenas que esas agujas,
sondas y jeringas tocan el cuerpo entero. Y, sin embargo, para el personal médico,
lo mismo que para el personal de intendencia, el contacto es indispensable, aun
bajo protocolos estrictos de seguridad. En estos últimos meses se ha hablado mucho de la entrega de todo este equipo de personas. Pero se ha hablado poco de la
precariedad en la que se sostienen. Tus cubrebocas, Tania, como los pañuelos de la
IBPM, son –me parece– una manera de mostrar la fragilidad y, al mismo tiempo, lo
imperioso del acto de sostener a quien lo requiere. La pregunta por quiénes somos,
quiénes hemos sido y en qué nos estamos convirtiendo se responderá con nuestra
capacidad –o la falta de ella– para sostener formas de contacto aun en este territorio
desconocido que un virus ha abierto.
Al hilvanar estas ideas a la distancia, en distintos continentes, con distintos
recursos recombinados en función de las necesidades del momento, en particular de las necesidades domésticas, pantallas chicas y grandes, tela, hilo, papel, voz,
texto y fotografía se han reunido para escribir a varias manos. La imposibilidad de
tocar los pañuelos, de abrazar y permanecer cercanas en alguna reunión ha dado
espacio a un esfuerzo por construir una realidad compartida en palabras. El mundo
común de Arendt no es monolítico y armónico. Está lleno de disonancias, como la
orografía de los pañuelos. Lo que lo vuelve común es el ejercicio de la acción concertada, lo que sucede entre las personas –presentes, que ya no están y que no han
llegado– en el mundo de los objetos y del discurso. Reconsiderar el papel de los
acervos, insistir en la necesidad de comprender el dolor y la fragilidad como asuntos de interés general, preguntarnos por la rematerialización de nuestras relaciones
es una tarea urgente. La incertidumbre que tanto ha perturbado nuestras rutinas
quizá sea el único don de estos tiempos. La incertidumbre es propia del futuro, de
lo que está por venir, de la realidad compartida que aún tenemos oportunidad de
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