Adviento en la montaña
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Traducida a más de 10 idiomas, esta obra goza de gran popularidad en países como Alemania y Estados Unidos. Se ha afirmado incluso que sirvió de fuente de inspiración a Hemingway para escribir El viejo y el mar y que Walt Disney quiso llevarla al cine.
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Adviento en la montaña - Gunnar Gunnarson
Literatura
87
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Gunnar Gunnarsson
Adviento en la montaña
Prólogo de Jón Kalman
Traducción de Teodoro Manrique Antón
Título original:
Advent
© Instituto Gunnar Gunnarsson, 1936
© de las Ilustraciones Gunnar Gunnarsson junior
(el artista de la familia)
© del Prólogo Jón Kalman Stefánsson, 2006
© 2015
Ediciones Encuentro, S. A., Madrid
Diseño de la cubierta: Chiara Ceresa
ISBN epub: 978-84-9055-681-8
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PRÓLOGO
Jón Kalman
Crear la trama de una obra maestra, de un libro atemporal, parece una tarea sencilla. Un hombre recorre los bosques con un arma y un perro, farfulla unas cuantas cosas sobre la naturaleza, se enamora de una mujer y termina pegándose un tiro; un escritor de mediana edad decide alejarse de su obra por un tiempo, viaja a Venecia, se enamora de un joven adolescente, pierde el control sobre su vida y muere; un hombre recorre terrenos inhóspitos en diciembre acompañado de un perro y un carnero buscando ovejas, le sorprende una tormenta pero consigue regresar vivo a la civilización.
Con estas líneas he descrito el contenido de tres libros, de tres novelas. Quizás no impresionen a primera vista, pero raramente la trama de un libro se considera su parte más importante, lo más importante es cómo está escrito. Una verdad de lo más simple que, sin embargo, a menudo suele olvidarse. Los tres libros a los que he hecho referencia son Pan de Knut Hamsun, Muerte en Veneciade Thomas Mann y Adviento en la montaña de Gunnar Gunnarsson. Más adelante, de momento no sucumbiré a la tentación, me ocuparé algo más en profundidad de los libros de Hamsun y Mann, ahora, sin embargo, es Gunnar quien más me interesa. Gunnar, Benedikt, León y Recio: es un verdadero placer recorrer las montañas a la luz de la luna. Aunque en primer lugar debo dar un pequeño rodeo antes de adentrarme en la espesura tras las huellas de la Trinidad.
No hay nada como la primera impresión
La primera vez que oí mencionar el nombre de Gunnar Gunnarsson fue posiblemente en una escuela secundaria de Keflavik, aunque no lo recuerdo con claridad, especialmente porque he olvidado casi todo lo que ocurrió en aquella época. Mi primer contacto real con la obra de Gunnar fue cuando me mandaron quitar el polvo al salón de casa y la obra de Gunnar, publicada en los años sesenta, estaba allí alineada en una estantería, y tuve que tener cuidado de no tocar los libros con el paño húmedo: ocho gruesos volúmenes con letra menuda. Yo apenas contaba con trece años cuando nos conocimos en aquella casa unifamiliar de Keflavik. En años posteriores, y siempre que me pedían que pasara el paño a la estantería, acudía puntual a la cita con su obra completa, a excepción de los relatos breves. Nunca, sin embargo, abrí ninguno de sus libros hasta que diez años después, y ya en la Universidad, su obra era de lectura obligatoria. Desde que me enganché a la literatura nunca hasta entonces se me había pasado por la cabeza, por lo menos de manera seria, leer uno de sus libros. Todos tenemos nuestras limitaciones, claro que sí, pero quizás hubiera otra explicación para mi desinterés.
En la literatura de todas las naciones hay determinadas obras, llamémoslas obras fundacionales u obras cumbre, que le llegan tan dentro al lector que no es necesario hablar de ellas, si acaso sólo para recordarnos que existen. Los libros más conocidos de Gunnar, La iglesia en la montaña (Fjallkirkjan), El arao negro (Svartfugl) y Adviento en la montaña (Aðventa) pertenecen a esa categoría de obras cumbre, aunque no lo fueron al mismo tiempo. Nosotros, los que vivimos en este mar alejados de todo, no hemos sabido digerir el Premio Nobel de Literatura que le fue concedido a Halldór Laxness en 1955. Desde entonces siempre ha habido una suerte de desequilibrio en nuestras discusiones sobre literatura. Un Premio Nobel puede resultar excesivamente grande para una nación tan pequeña. Nuestra gran y única cumbre, así nos referimos a Halldór Laxness, como si en la inmensidad de Islandia no hubiera otra, como si sólo existiese la montaña Herðubreið. Como si no hubiera otras como Esja, Kaldbakur, por no hablar de Sauðafell o Reykjafell. Sin embargo, los entendidos saben que lo mejor de la obra de Gunnar Gunnarsson, lo mismo que lo mejor de Þórbergur Þórðarson (1889-1974), nada tiene que envidiarle a lo mejor de Halldór Laxness; una sencilla verdad que la concesión del Premio Nobel consiguió disimular. Algo muy distinto sería, sin embargo, negar que Halldór Laxness no dispusiera de más registros que los otros, ni que su carrera no haya tenido una mayor resonancia internacional.
En efecto, nunca había leído nada de Gunnar hasta los veinte años, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Islandia. Por supuesto que leía con entusiasmo otros autores contemporáneos, aunque si repaso la historia de la literatura islandesa, solo soy capaz de distinguir una cumbre. Aparte, quizás, del peculiar Þórbergur Þórðarson, el resto de los escritores anteriores estaban a la oscura sombra de esa inmensa montaña. Si alguna vez pensé en Gunnar, lo fue en la forma de su obra completa, de los ocho gruesos volúmenes que conocía. Su existencia estaba ligada a la de esos tomos tan poco atractivos, no a la de ninguna obra en particular. Conozco, a su vez, a muchos hombres de letras de mi generación, autores notables que dudaron, y todavía dudan, ante la perspectiva de obras tan vastas, y a menudo no saben por dónde empezarlas y se muestran reticentes a enfrentarse a tal cantidad de páginas. Además, hay otro factor que complica las cosas sobremanera: Gunnar Gunnarsson escribió la mayor parte de su obra en danés, no en islandés. Con dieciocho años se fue a estudiar a Dinamarca, hijo de una familia de campesinos islandeses, con el nada desdeñable bagaje de dos libros de poesía ya publicados. Gunnar era escritor y no quería hacer otra cosa que no fuera escribir. Para él, vivir era escribir y viceversa, pero en aquella época Islandia era un país pobre y relativamente subdesarrollado, y todavía formaba parte del reino danés. Su capital, Copenhague, era el lugar en el que los islandeses habían cursado sus estudios universitarios durante siglos.
Cuando emprendió aquel viaje Gunnar ya sabía leer en danés, aunque lo hablaba poco y apenas sabía escribirlo. Poseía, sin embargo, una gran ambición, la de ganarse la vida escribiendo, y como eso no era posible en Islandia, un buen día decidió abandonar la isla y en el espacio de unos pocos años consiguió un dominio perfecto del danés. Hasta tal punto lo dominaba, que en la década de los años veinte ya era uno de