Empecé sin querer
Por Corín Tellado
()
Información de este libro electrónico
"—¿Qué tipo de hombre es ese señor Lay? — preguntó Bette de súbito.
Megah se animó.
—Dice Nelly que es un tipo serio. Está casado con la opulenta Janet Robinson…
—Entonces ya sé quién es. Procede de Nueva York.
—Algo así.
—Dicen que es médico vocacional
—Eso parece. Vive para su trabajo. Es humano con sus enfermos. Tiene dos tardes a la semana para visitar cierta barriada donde no cobra.
—Sí, ya sé. Oí hablar de él. Parece ser que montó la clínica con el dinero de su opulenta esposa, pero ahora gana dinerales. No obstante, en fuentes bien informadas aseguran que se casó por amor y que ahora el matrimonio anda desunido."
Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
Lee más de Corín Tellado
Tu hijo es mío Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me casan con él Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Pudo más que el orgullo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dime la verdad Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una mujer fea Calificación: 4 de 5 estrellas4/5No te engañes a tí misma Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesElla no tenía la culpa Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Orgullo y ternura Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mi mala intención Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Aquel hombre y yo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Disculpo, pero no perdono Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi esposo me abandona Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSi te casaras tú conmigo... Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Aquella muchacha Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo te quiere Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Llama a tu marido Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mi frívola esposa Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Recuerdo perdurable Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me gusta tu doncella Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDivórciate de mí Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El profesor de felicidad Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEstás casado con otra Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Obligada esclavitud Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesElla será mi mujer Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Aléjate de mí Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ojos bonitos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSombras de pesadilla Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una llamada a la puerta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl doloroso ayer Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesÉl no sabía qué hacer Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Relacionado con Empecé sin querer
Libros electrónicos relacionados
Vengo a buscarle a él Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Se lo cuento a mi amigo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo te hago de menos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTengo que despreciarlo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistoria de dos mujeres Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEso no es suficiente Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVuelve aquí Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMira para ti Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSoy la mujer de Chuck Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesOtra vez contigo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSublime ayuda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo debo quererte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo me convences Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIgnoraba que fuese casado Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi hija Nancy Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa noche de los dos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIntento consolarte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSusana piensa Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo puedo odiarte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSolo me quedas tú Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesArturo y mi hermana Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDescúbreme ese misterio Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSemilla de odios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVolveré Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo le hagas caso a tu hija Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAsí no le retengo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTodo por él Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSusana Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEres el mismo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSiempre fue así Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Romance contemporáneo para usted
Vaya vaya, cómo has crecido Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Asistente Virgen Del Billonario Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Vendida al mejor postor Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Esposa por contrato Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Después de Ti: Saga infidelidades, #1 Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Resiste al motero Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Susúrramelo al oído Calificación: 5 de 5 estrellas5/5No me toques ni un pelo... ¡o te vas a enamorar! Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dos Mucho para Tí Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Una virgen para el billonario Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Besos a medianoche Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Contrato con un multimillonario, La obra completa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Yo soy tuya y tú eres mío: Volumen 2 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5A solas con mi jefe Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las tres reglas de mi jefe Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Destinada a ser su esposa Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Vendida al mejor postor II: Castelli, #2 Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una y mil veces que me tropiece contigo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Accidentalmente casada con un millonario (Parte 2) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Al final era él Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Novia del Señor Millonario Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dímelo en silencio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Alégrame la vista Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Siempre fuiste tú Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Fiesta de empresa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Tomada por el Alfa Calificación: 3 de 5 estrellas3/5En brazos del príncipe: El legado de los Logan (3) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Una noche con ella Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La cabaña Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMatrimonio por contrato: Lorenzo Bruni, #2 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Comentarios para Empecé sin querer
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
Empecé sin querer - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
Bette Chiles dudaba.
Pero Megah insistía persuasiva:
—No es fácil colocarse en un hospital, mamá. Ni tú, con ser enfermera, vas a conseguir una plaza para mí. Tengo la solicitud hecha, de acuerdo, y un día me llamarán, pero entretanto no voy a estar cruzada de brazos.
Bette ya lo sabía.
Pero le molestaba en grado extremo que Megah estudiara para enfermera, consiguiera el título y se colocara en la consulta de un médico.
Para ser enfermera de un médico particular, maldito si le hacía falta el título.
—Es un médico bueno, mamá — insistía Megah —. Me paga bien y además Nelly va a influir por mí. Ya sabes que Nelly se casa.
Claro.
Cómo no iba a saberlo.
Pero allí no se trataba de que Nelly se casara o no, sino de Megah.
Ivan y Mía escuchaban el debate en silencio.
Ivan tenía dieciséis años, era ya un hombrecito.
Mía tenía todo el aspecto de una bella adolescente, con sus diecisiete.
Los cuatro componentes del hogar se hallaban en una salita cómoda, confortable.
Ivan tenía el libro de texto abierto ante las pupilas. Mía lo mantenía cerrado y con un dedo señalaba la hoja.
Realmente el debate venía teniendo lugar desde hacía una semana.
Megah hacía todas las faenas de la casa entretanto su madre hacía las guardias en el hospital, pero Megah quería trabajar, y tenía razón.
Los chicos estaban a punto de ayudar a Megah, pero se miraban y entendían que el asunto no era para ellos.
—¿Me has dicho qué médico es, Megah?
No lo había dicho.
Lo había sabido aquel día porque se lo dijo Nelly.
—Se trata de un médico desconocido para ti, mamá. Aún es joven y es ahora cuando está empezando a darse a conocer en San Diego.
—Dame su nombre.
—Brad Lay.
La madre hizo memoria.
—Seguro que no trabajaba en hospitales — dijo la dama.
Megah movió la cabeza denegando.
—Está establecido en una avenida residencial. La mejor de la ciudad. Es médico — titubeó — como si dijéramos, de ricos. No, por supuesto, no va a hospitales. Al parecer tiene un equipo principesco, casi de un investigador… Ya me entiendes…
—No entiendo como hay médicos que no trabajen en hospitales.
—Pues éste es particular.
—Y dices que Nelly se casa, claro. Ya lo sabía. Pero imaginé que no iba a dejar el trabajo.
—Una vez casada tiene que pasar a vivir con su suegra, y ésta es una dama algo delicada, de modo que James prefiere que Nelly se quede en casa.
—Y Nelly pidió el puesto para ti.
—No.
—¿No?
Y se la quedó mirando interrogante.
—Lo pedirá si yo acepto ir.
—Ah…—animada Bette —; entonces todavía no sabes si el doctor Lay te aceptará a ti en sustitución de Nelly.
—Aprecia a Nelly. Está trabajando con él casi desde que se estableció aquí, y de eso hace años…
—No muchos —adujo Bette — puesto que, según dices, es bastante joven.
—Nelly dice que tendrá unos treinta y dos.
—No pudo hacer gran cosa — dijo Bette algo molesta—. ¿Dices que es rico?
—Lo es su mujer.
—Ah… ¿Casado?
—Eso parece, pero Nelly no conoce a su esposa ni de vista. Según cuenta Nelly él es un médico vocacional y se dedica por entero a sus enfermos. La esposa pertenece a la alta burguesía… Se divierte.
—Las hay así, sí. La vida de un médico es sacrificada, pero no todas las mujeres lo entienden.
Hubo un silencio.
Megah se inclinó hacia adelante.
—Mamá, ¿me lo permites?
Bette no estaba muy segura.
Miraba al fondo de la salita. Parecía pensativa. Ella deseaba para su hija, no un consultorio particular, sino un hospital donde aprendiera a ser una perfecta enfermera.
—Ahora vamos a comer. Después hablaremos.
* * *
Brad Lay entró en su casa y se despojó del gabán.
Lo dejó en poder del criado que le abría la puerta.
Brad estiró los puños de su camisa y avanzó por el amplio pasillo de la rica mansión.
Demasiado grande para él solo.
—Si el señor quiere un aperitivo… — dijo el criado tras él.
Brad Lay se fue hacia el mueble-bar y se sirvió él mismo sin responder al criado.
Claro, era inútil preguntar por su esposa.
Estaría jugando al póker o en reunión con sus amigos.
Miró la hora.
—Señor…
—Gracias. Me sirvo yo.
Y se quedó absorto mirando la hora que marcaba su reloj de pulsera.
Las once.
Había terminado tarde en la consulta.
Después había hecho algunas visitas particulares.
Estaba cansado.
Tenía la consulta al otro lado de la avenida residencial. A veces, para despejar la cabeza, ni siquiera sacaba el auto del garaje, salvo si hacía visitas lejos.
Se sentía, más que cansado, desilusionado.
Con la copa en la mano fue a hundirse en una butaca, en la penumbra.
Le gustaba ver las cosas bajo aquella nebulosa que producía una sola lámpara de luz difusa, erguida en una esquina del salón.
Cerró los ojos sin soltar la copa.
No era feliz. Pero tampoco podía lamentarlo demasiado.
Cuando se casó con Janet, hacía de ello cuatro años, casi, casi, en el subconsciente sabía a lo que se exponía.
No es que fuese ambicioso para casarse, eso no. Él amaba a Janet cuando se casó con ella. El que Janet tuviera dinero o no, no le dio demasiada importancia. Pero sí debió de dársela a su forma de vivir dentro de la alta burguesía.
Pero él no se la dio.
Pensó que al casarse enamorada, cambiarían las costumbres de Janet.
Claro que tal vez él mismo tenía algo de culpa. Demasiado vocacional su carrera. De un médico anónimo, instalado como un médico famoso, pronto cogió aquella fama que ya empezaba a sobrarle. Porque, la verdad, es que también le sobraban los clientes.
Pero para él ya no había pobres ni ricos.
Había enfermos.
Llevó la copa a los labios y entreabrió los ojos. Vio al criado revoloteando por allí.
—Cuando el señor quiera la comida… —indicó al tropezar con su mirada.
Brad se alzó