Fabulosas imposturas
Por Fabienne Bradu
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Fabulosas imposturas - Fabienne Bradu
Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.
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Esta publicación fue dictaminada por pares académicos bajo la modalidad doble ciego.
Fabulosas imposturas
Primera edición impresa, noviembre de 2024
Edición ePub: noviembre 2024
D. R. © 2024, Fabienne Bradu
D. R. © 2024, Bonilla Distribución y Edición, S.A. de C.V.
Hermenegildo Galeana 116, Barrio del Niño Jesús,
Tlalpan, 14080, Ciudad de México
editorial@bonillaartigaseditores.com.mx
www.bonillaartigaseditores.com
Bonilla Artigas Editores
ISBN: 978-607-5904-29-0 (impreso)
ISBN: 978-607-5904-30-6 (ePub)
ISBN: 978-607-5904-31-3 (pdf)
Cuidado de la edición: Bonilla Artigas Editores
Diseño de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina
Imagen de portada: Autorretrato con máscara por Felix Nussbaum, 1933
Diseño editorial: María L. Pons
Realización ePub: javierelo
Hecho en México
Contenido
Advertencia
Una impostura psicoanalítica: Antoine Bello, Scherbius, soy yo
Una impostura póstuma: Luigi Pirandello
Transformismo en el siglo XVII: las cartas de la monja portuguesa
El derecho y el revés de una medalla Thomas Mann y Joseph Roth
Una impostura en blanco y negro
Una impostura pictórica: Jusep Torres Campalans
Enrique Vila-Matas o la suerte de no llamarse como todo el mundo
Emmanuel Carrère contra el Adversario
Emile Ajar alias Romain Gary
A otrarse, dijo Fernando Pessoa
Sobre la autora
A Rodrigo Tomás
Advertencia
De entrada, quisiera aclarar: ni la moral ni la ley tienen cabida en este libro. Es más, en materia literaria, la moral y la ley no me parecen valores significativos. Todas las veces en que se enjuició una ficción en los tribunales, la libertad de expresión perdió un pedazo de su reino y los veredictos de los jueces quedaron en la historia como ignominiosos agravios. La impostura literaria que aquí se aborda, es ajena a lo anatemizado por el decoro y la justicia, y antes bien debe ser considerada como una virtud, hasta un virtuosismo, en el oficio de escribir.
La idea de este libro nació de mi hartazgo ante la proliferación de relatos autobiográficos, también llamados autoficciones cuando se adornan con mitomanías y mentiras. Se han multiplicado hasta el grado de conformar un territorio bautizado egotopía, un neologismo elocuente de la magnitud perniciosa del fenómeno. Semejante plétora narcisista ha estrechado el horizonte literario, del que se esperaría una dilatada apertura hacia regiones rebosantes de oxígeno inventivo. La impostura tiene una naturaleza lúdica y no se toma tan en serio el asunto de la identidad que, a mi juicio, se ha vuelto un tópico excesivamente lastimero. Poco se ha practicado en el ámbito hispánico, pese a que la picaresca del Siglo de Oro sea un remoto antecedente de la impostura contemporánea. Sin ser una panacea, la impostura responde a una decidida apuesta al poder de la imaginación y, por ende, al poder subversivo de la creación.
Pocos son los que se han ocupado de la impostura como una modalidad literaria innovadora, aunque su práctica no lo sea. Philippe Di Folco le ha dedicado pertinentes reflexiones en un Petit traité de l’imposture (2011), donde asegura que se trata de una proeza de la imaginación y de la audacia y, por su lado, Belinda Cannone exploró Le sentiment de l’imposture (2005) que todos hemos experimentado alguna vez. Otros estudiosos han indagado la relación entre la impostura y distintas disciplinas que son otros tantos enfoques desde donde observar el fenómeno. Son miradas parciales, pero imprescindibles para aproximarse al tema.
La definición común de un impostor se refiere a quien adopta una identidad ajena y elabora una historia de vida que no es la suya, con el objeto de pasar por otro. Un problema ético y legal se suscita cuando se apropia la identidad de otra persona, por lo general, para cometer fechorías fraudulentas. Pero, en la literatura, la identidad trocada proviene del imaginario o de remanentes de sueños infantiles, cuando todavía se juega a ser
, sin que el trueque implique un delito o un delirio.
No es mi ambición elaborar una teoría de la impostura que, por lo demás, siempre quedará por abajo del brillo de su cumplimiento. Antes bien, me interesa mostrar cómo se elabora y funciona la maquinaria de imposturas variopintas en las obras concretas que he elegido para este libro. Por supuesto, más historias podrían añadirse a esta selección y voluntariamente he dejado de lado algunas para acotar el volumen. Cuando termino un estudio, tiendo a creer que otros se sentirán atraídos por el tema y profundizarán mis tanteos que, creo yo, son bastante inéditos en la crítica contemporánea.
El orden de los capítulos es bastante aleatorio, sin jerarquía de valor, y pueden leerse por separado. Sólo al terminar el libro, me percaté que una red se había tejido entre los escritores espigados, aparentemente lejanos los unos de los otros. No forman una familia, ni una tribu, tan sólo una suerte de rizoma propiciado por las afinidades electivas de sus novelas. Asimismo, los hermana una visión de la literatura como el espacio donde desplegar la imaginación y aventurarse en un juego fascinante que los opone radicalmente a los habitantes de la egotopía.
El novelista francés Antoine Bello encabeza la procesión. Su novela Scherbius (y yo) (2018) retrata la relación de un impostor con un psicoanalista y endereza unos mitos sobre la asociación que suele establecerse entre impostura y enfermedad mental. La ficción es, por lo demás, una gozosa competencia entre los dos protagonistas, que concluye con el triunfo de la literatura sobre la ciencia psiquiátrica. Le sigue Luigi Pirandello y sus obsesivas puestas en escena de cambios de identidad, entre las cuales la impostura de El difunto Matías Pascal (1904) es, sin duda, la coronación de las muchas que se reiteran a lo largo de su obra. La realidad se ha encargado de jugarle una treta póstuma con la desaparición del físico Ettore Majorana, un émulo de Matías Pascal, que tanto fascinó a Leonardo Sciascia.
Remontando en el tiempo hasta el siglo xvii, una impostura de género se esconde tras la autoría de las Cartas de la monja portuguesa (1669) y constituye quizá uno de los primeros transformismos en la historia de la literatura. Las novelas de Thomas Mann y Joseph Roth, Confesiones del estafador Félix Krull (1954) y Confesión de un asesino (1936), constituyen los dos lados de una misma medalla en la tradición germánica. Aunque sean novelas menores en sus respectivas obras, ambas historias aspiran a inventar una picaresca contemporánea en un territorio espiritual poco proclive a la levedad y al humor.
Tres ficciones norteamericanas ilustran la corriente del passing que, acotada a la historia segregacionista del país, atañe a los negros que se hacen pasar por blancos. La primera: Claroscuro (1929) de Nella Narsen es, de hecho, la precursora del movimiento que coincidió con el combativo Harlem de los veinte en el siglo xx. Alexandra Lapierre reconstruye la biografía de Belle Greene (2021), la bibliotecaria del banquero J.P. Morgan, que optó por cumplir el passing en tiempos ligeramente anteriores a la lucha por la igualdad de derechos entre las dos razas mayoritarias de los Estados Unidos. Philip Roth y La mancha humana redondea el capítulo y muestra las derivas de la desigualdad en la actual sociedad estadunidense.
La biografía inventada por Max Aub de un pintor español, Jusep Torres Campalán, amigo de Picasso y presuntamente autor del término cubismo
para bautizar la corriente pictórica que revolucionó el siglo xx, es una de las imposturas más audaces y magistrales de la historia literaria. Desgraciadamente, es un libro castigado por el olvido, a la par de su autor desterrado, desde el franquismo, de las librerías hispánicas. La proeza de Max Aub no se limitó a redactar la vida de este pintor cubista con todas las leyes del género, sino que también pintó sus obras que se expusieron en la Ciudad de México y en Nueva York.
La presencia ibérica se completa con Enrique Vila-Matas, sin duda el más brillante y original escritor contemporáneo en lengua española, y su primera novela publicada, precisamente titulada: Impostura (1984). Desde entonces, la cuerda lúdica no ha cesado de resonar en sus ficciones y va unida a una concepción de la literatura que es un híbrido entre inventiva y reflexión, y ha sido imitado por sus epígonos con más o menos gracia. El juego también contamina su mitología vital, una oscilación entre el ser y el parecer propio de la impostura, que ha contribuido a volverlo único en el horizonte literario actual.
La reconstrucción de una impostura real por Emmanuel Carrère en El Adversario (2000) revela las dificultades para abordar una historia de esta naturaleza con los recursos de la literatura. Varias vertientes se entretejen aquí: la reconstrucción del caso que se saldó por asesinatos múltiples, el empeño del escritor por introducirse en la mente del impostor y su meditación acerca de los recursos narrativos idóneos para narrar una historia increíble, es decir, imaginar lo inimaginable y contagiar a su público el estupor que engendró el proyecto literario.
Romain Gary es, entre todos, el protagonista de una impostura que él mismo ideó y actuó hasta el final de su vida, para su propia diversión y la nuestra. Si el triunfo de la impostura descansa en el secreto, Romain Gary es el campeón de la superchería que sólo se elucidó póstumamente, pese a las complicaciones de toda índole que implicó guardar el secreto. Romain Gary creó a Émile Ajar que, en un inicio, era uno de los tantos seudónimos que había usado hasta entonces. Luego encarnó el seudónimo en un sobrino al cual dotó, además, de una biografía inventada y de una celebridad gracias al premio Goncourt que coronó la segunda novela firmada por Ajar. Gary multiplicó los vuelcos de fortuna hasta formar un apretado nudo de lazos y mentiras que sólo se deshizo después de su suicidio.
Quise concluir el libro con el indiscutible campeón de una manera única de practicar la impostura en vida y obra: el poeta portugués Fernando Pessoa y sus heterónimos. El misterio que envuelve al poeta hasta nuestros días ha hecho correr mucha tinta, en ocasiones bastante convincente pero siempre insuficiente para desentrañarlo. Coincido con Octavio Paz quien objeta a cada hipótesis: hay algo más
que necesitaría descifrarse para ofrecer una explicación cabal del fenómeno. No hallé el algo más
, pero quise mostrar cómo Antonio Tabucchi lo ciñó con imaginación, tanto en sus ensayos como en sus ficciones.
Por último, me gustaría que los lectores cerrasen el libro repitiendo las palabras finales de Romain Gary que yo misma suscribí al terminar de escribirlo: Me divertí mucho. Hasta la vista y gracias
.
Una impostura psicoanalítica: Antoine Bello, Scherbius, soy yo
De manera general, la invención
es menos peligrosa que el mimetismo.
Antoine Bello, Scherbius (et moi)
Antoine Bello (Boston, 1970) divide su vida entre Nueva York y París, entre una silla de empresario y una mesa de escritor, entre el idioma francés y el inglés, entre los hechos y la ficción, y, no obstante, es un escritor bastante único en la literatura francesa contemporánea. Cuando Antoine Bello comenzó a escribir, una editorial francesa estrenó un concurso para jóvenes escritores inéditos con el objeto de descubrir nuevos talentos. Seguro de tener dos buenos relatos en mano pero sin poder decidirse por ninguno, Bello mandó los dos: uno a su nombre y el otro, al de su hermano. Un día, la editorial llamó a su casa para anunciar que había ganado el primer lugar y lo único que se atrevió a preguntar para no revelar la impostura, fue: ¿cuál es el título del relato ganador? Así hizo su aprendizaje en materia de impostura, en realidad, bastante inocente e indolora, pero impostura al fin y al cabo.
Su primer libro, Les funambules (1996) reúne los dos relatos ganadores con otros que dormitaban en sus cajones de empresario millonario a los 25 años, fundador de la sociedad Ubiqus. En 1998, una primera novela, Elogio de la pieza faltante (2001) conquistó a un buen número de lectores que no cesará de incrementarse con la posterior trilogía: Les falsificateurs (2007), Les éclaireurs (2009) y Les producteurs (2015). Las tres novelas recaban las peripecias de una organización secreta internacional que falsifica la realidad y reescribe la Historia. Un proyecto augural del asunto de las fake news y de la impostura que pergeña Scherbius (et moi) (2018), novela que fue recompensada con el Premio literario Charles Brisset, otorgado por la Asociación francesa de psiquiatría. Es una novela llena de humor, de piruetas y campanadas, como es de esperarse de las andanzas de un impostor. El premio daría a creer que la novela fue destacada por el examen crítico de las enfermedades mentales que padece el personaje central, Alexandre Scherbius, según su terapeuta Maxime Le Verrier. Pero, en definitiva, se revela que la enfermedad de Scherbius podría atañer más a la literatura que a la psiquiatría.
Scherbius es el primer paciente que Max Le Verrier recibe en su consultorio del bulevar Saint-Germain, recién inaugurado ese día. La justicia ha condenado a Scherbius a seguir una terapia por haber cometido una grave impostura: hacerse pasar por un alto funcionario del gobierno francés, encargado de acoger a un jefe de Estado africano en el aeropuerto de París. La escena inaugural de la novela consiste en el relato de otra impostura de Scherbius, que se mofa del médico asumiendo la identidad de un eminente psiquiatra, antiguo profesor de Le Verrier, y en debatir con el novel terapeuta sobre el caso Scherbius
. La novela de Bello se compone de seis volúmenes cuya autoría ficticia compete a Le Verrier, quien a lo largo del tiempo va añadiendo apéndices a un libro original (Scherbius, 1978, Editions du Sens) que, en cada edición, reproduce el libro anterior más una revisión correctiva del caso. De esta manera, la novela de Bello resulta ser las seis ediciones de Le Verrier, que se suceden a lo largo de veintiséis años y cosechan un fabuloso éxito de ventas.
Una duda se levanta sobre el verdadero autor de la novela, en la que, sin embargo, Bello no interviene casi nunca como narrador –a lo sumo, a ratos puede confundirse con Le Verrier–, a causa de la reivindicación de Scherbius sobre los derechos de autor cosechados por Le Verrier. Si Scherbius es una suerte de biografía de Scherbius, entonces, según su lógica, éste resultaría ser el verdadero autor de la autobiografía que, a lo largo de las sesiones, reconstruye para su terapeuta. Es lo que le habría sucedido a Sigmund Freud si sus pacientes le hubiesen reclamado el uso (y abuso en el caso de El hombre y los lobos
) de sus relatos de vida. La lógica de Scherbius, quizá inobjetable desde un punto de vista literario, no lo es tanto en la perspectiva de la psiquiatría o el psicoanálisis, que se autoriza una apropiación de biografías cada vez que expone el caso de una enfermedad mental con el permiso de los pacientes. El impostor Scherbius, despojado de su propia vida, se siente irónicamente víctima de usurpación, sobre todo cuando su biografía resulta ser un best seller cuyos beneficios monetarios caen en el bolsillo del terapeuta. Hacia el final de la novela, su terco reclamo cambiará de naturaleza: ya no aspira a compartir las regalías con el terapeuta, sino el nombre en la portada del libro. Cuando Platón cita a Sócrates, es su nombre el que figura en la portada
, es el título de un artículo que Scherbius firma con el nombre de Le Verrier en el periódico Le Figaro, a modo de implacable demostración para acusar a su terapeuta de ser, de los dos, el verdadero usurpador. Si bien la novela comienza siendo, además de la biografía de Scherbius, una discusión acerca de la etiqueta a pegar sobre la enfermedad mental del paciente poco a poco abandona la psiquiatría en favor de la literatura.
En muchas de sus obras, Antoine Bello no pierde la oportunidad de recriminar a la sociedad norteamericana denunciando sus escoras en distintos ámbitos. En la presente novela, por supuesto, la psiquiatría es el objeto de la incriminación por imperialista y sumamente taxativa. Según su punto de vista:
la psiquiatría norteamericana produce demasiado, se lanza en todas las direcciones, remunera con cuantiosos emolumentos a legiones de jóvenes investigadores que no han publicado nada. Vulgariza a ultranza y ofrece al público yanqui monografías simplistas sobre temas complicados (Bello, 1913).
Asimismo, se refiere críticamente al dsm (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) que es un repertorio de los desórdenes mentales. Se reedita periódicamente con adendas y correcciones, un poco a la manera de los seis libros que Le Verrier publica sobre el caso Scherbius. La principal objeción de Antoine Bello consiste en las consecuencias que acarrean las etiquetas creadas o denegadas (por ejemplo, la homosexualidad era, hace varias décadas, una enfermedad mental) en los médicos y sus tratamientos:
[El
dsm
] Incita a la pereza. Mis colegas que hicieron del
dsm
su vulgata han dejado de ser psiquiatras aunque conserven el título. Palomean los síntomas como si llenaran una hoja de Loto, deducen una enfermedad y un tratamiento. Un día, sus recetas se escribirán solas […] Sepan, señores americanos, que los casos más interesantes son aquellos que no caben en sus casillas (Bello, 1087).
Desde el principio, Le Verrier sostiene que en psiquiatría la verdad no existe, aunque nada impide acercarse a ella
. Por otro lado, advierte que la impostura no constituye un diagnóstico psiquiátrico: muy pocos casos han sido registrados hasta la fecha para que pueda hablarse de una verdadera patología. Se suele clasificarlos por su naturaleza: estafa, diplomas imaginarios, falsos certificados de empleo, etcétera
(Bello, 78). En efecto, asegura que los anales de la psiquiatría registran menos de treinta casos de impostores y la cifra incluye a las mujeres que se disfrazaron de hombres para entrar al ejército. Por lo tanto, semejante carencia en la catalogación psiquiátrica obliga a orientar la investigación hacia la literatura, donde dos libros (o casos) figuran como inspiración sustituta: El gran impostor (1959) de Robert Crichton sobre el caso de Fred Demara y Sybil (1973), una novela de Flora Rheta Schreiber sobre las dieciséis personalidades múltiples que concentraba Shirley Ardell Mason. Ambos libros y casos fueron cuestionados posteriormente, pero no sin antes haber vendido millones de ejemplares y ocasionado (fallidas) adaptaciones cinematográficas. La sociedad norteamericana se fascinó tanto con los casos de personalidades múltiples que el fenómeno dio pie a una proliferación de enfermos en ambos lados del Atlántico. Max Le Verrier no vacila en afirmar: [Scherbius] es el paciente más fascinante que he encontrado. Para mí no hay duda de que un día su historia encontrará un lugar en los manuales de psiquiatría, entre el de Anna O. y de Phineas Gage
(Bello, 78).
La fascinación que despiertan personalidades como la de Scherbius recuerda la que describe Oliver Sacks a propósito de otro desorden mental (síndrome de Korsakov) en un paciente llamado Thompson, cuyo caso figura en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (2008). Thompson se veía obligado a
inventarse un mundo y una identidad para reemplazar lo que, a cada instante, estaba olvidado o perdido. Semejante frenesí puede dar pie a brillantes facultades de invención y de imaginación –a un verdadero genio fabulador–, porque esos pacientes están literalmente obligados a maquillarse (así como a maquillar su mundo) en permanencia (Sacks, 2264).
Un chófer de taxi que lo había paseado un día entero declara que
nunca había tenido a un pasajero tan fascinante, que el señor Thompson le había contado un sinnúmero de historias, todas divertidas, personales, llenas de aventuras fantásticas. Se antojaba que había ido a todos lados, que había tenido todos los oficios, que había conocido a todo el mundo. Me costaba creer que se pudiera hacer tantas cosas en una sola vida (Sacks, 2257).
La misma fascinación embarga al psiquiatra Le Verrier cuando escucha la vida de Scherbius o, mejor dicho, los lances de sus numerosas identidades que, literariamente hablando, semejan una picaresca clásica, entre el Lazarillo de Tormes y Arsene Lupin, así como los casos ya mencionados de personalidades múltiples para la psiquiatría. Dos lecturas se superponen como dos paralelas que, hacia el final, convergen en un solo punto. Le Verrier se admira de la inventiva de Scherbius, lo compara con un explorador sin meta, un buscador de trufas que nunca hubiera visto una
: Sueña sus criaturas con una minuciosa integridad. Sabe cómo cada una habla, se ríe, se mueve, ama. Conoce la cuenta bancaria de cada una de ellas, así como sus preferencias políticas, sus gustos culinarios y el coche que maneja. En esos momentos, es Dios
(Bello, 496).
No es solamente la innombrable variedad de la invención de la que es capaz Scherbius, la que admira a Le Verrier, sino también la velocidad con la que semejante invención se produce y se cumple. El psiquiatra busca entender cómo las ideas germinan en la cabeza de su paciente, cuáles son las fuentes de su imaginación, en pocas palabras, cuál es su método de creación, y Scherbius le puntualiza: No elaboro plan alguno, lo llevo en mí. Es muy diferente. Me limito a escoger, entre los cientos de personajes que albergo, el más adecuado a la situación. […] Hasta me sucede que abro la boca sin saber lo que va a salir de ella
(Bello, 513). La curiosidad de Le Verrier recuerda la de André Gide ante la literatura de Georges Simenon para saber cómo podía crear personajes tan diversos, las profesiones tan variadas y los medios sociales tan heterogéneos. Simenon le contestó que, antes de comenzar a escribir, se había propuesto conocerlo todo para no tener que recurrir a la documentación siempre artificial en las novelas.
Al tiempo que Le Verrier va repasando a todos los personajes que encarnó Scherbius tal un comediante que es, tal vez, otra manera de impostor como lo quería Luigi Pirandello, Le Verrier se da cuenta de que tiene ante sí, no sólo a un paciente, sino también a un competidor: Todo el arte de Scherbius consiste en sopesar los guiones eventuales en una fracción de segundo. Pues, bajo su apariencia de kamikaze, sólo lanza una moneda al aire cuando las leyes de la psicología le indican con casi certeza de qué lado va a caer
(Bello, 557). Scherbius posee además una prodigiosa memoria fotográfica: le basta fijar una hoja durante treinta segundos para que su contenido quede para siempre grabado en su memoria
(Bello, 615). Su memoria funciona con la misma pericia para los números y asegura sus entradas económicas jugando al Black Jack en los casinos, lo cual lo exime de conseguir un empleo remunerado.
Le Verrier atina más en describir el método Scherbius
que en atribuirle un trastorno mental. La enumeración caótica de los oficios que practica lo impresiona como a cualquiera de nosotros, confinados como estamos en un solo talento laboral que confundimos con una presunta vocación. La variedad y la velocidad