Dal Masetto. Primer Amor.

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Primer amor

Author(s): Antonio Dal Masetto


Reviewed work(s):
Source: Hispamrica, Ao 13, No. 38 (Aug., 1984), pp. 63-66
Published by: Saul Sosnowski
Stable URL: http://www.jstor.org/stable/20542144 .
Accessed: 29/08/2012 16:05
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http://www.jstor.org

amor

Primer

ANTONIO DAL MASETTO

En aquellos tiempos todav?a no odiaba a nada ni a nadie. Ten?a doce


Meses
a?os y estaba enamorado.
hab?a cruzado el
atr?s, no muchos,
hab?a visto llorar a hombres
rudos
oc?ano en un barco de emigrantes,
la costa en los vapores del mediod?a,
esfumarse
mientras mir?bamos
hab?a llorado a mi vez y me hab?a escapado de popa a proa para ponerme
acerca de
a so?ar con Am?rica.
el horizonte
Escrutaba
y fantaseaba
llanuras, caballos
impetuosos,
espuelas de plata y sombreros de ala an
cha.

Lo que me esperaba al cabo de la traves?a fue un puerto como todos,


de palomas
bandadas
hierro y ?xido, anchas avenidas
y
empedradas,
m?s all? de las palomas una ciudad como un muro. Despu?s vino el tren
lento a trav?s de los campos
invernales, estaciones vac?as, campanazos
el silencio y, finalmente,
el
la partida y estremec?an
que anunciaban
pueblo. Nada de sombreros de ala ancha.
cortos por un par de
Lo primero
los pantalones
fue cambiar
ense?aron
el recorrido de la
Me
los
por
zapatos
mamelucos,
alpargatas.
clientela, me dieron una bicicleta, un canasto de mimbre y me pusieron a
del idioma y las
repartir carne. Tuve que soportar el desconocimiento
no alcanzaba a
burlas de los pibes en las que, por lo menos al principio,
no me quedaba
distinguir m?s que la palabra gringo. De todos modos
quieto y cuando ten?a uno a mano me le tiraba encima. Pero no hab?a
en esas peleas. Y en los bald?os, en las calles de
convicci?n
demasiada
fueron algunos botones.
lo
?nico
que dejamos
tierra,
de tarde y
de ma?ana,
Lo cierto es que ahora pedaleaba
pedaleaba
Ella se llamaba Renata, usaba trenzas, ten?a los ojos
estaba enamorado.
pardos y viv?a en una gran casa, con una chapa de bronce en la puerta,
donde yo tocaba timbre cada d?a para entregar el pedido. La amaba por
porque era la hija del doctor y porque era malvada.
que era hermosa,

Italia,
diz

1938; reside en laArgentina


a discreci?n.

y Fuego

desde

joven. Ha

publicado,

entre otros,

El ojo de la per

PRIMER AMOR

64

eso comentaban
Por lo menos
vecinas, cuyas hijas eran
algunas dientas
en el colegio de monjas. Nunca me pregunt? qu? clase de
sus compa?eras
ese calificativo.
Pero en esos
haberle ganado
pudieron
perversidades
se convirti? en un atributo de la perfecci?n.
meses,
para m?, la maldad
en que la vi por primera vez, Renata cruzaba la plaza
El domingo
con unas amigas, ven?an de misa. Ella caminaba en el centro, la cabeza
erguida como un l?der, hablaba muy seria y las dem?s re?an ruidosamente
a su alrededor. Vaya a saber lo que sent? realmente, pero qued? turbado y
esa noche tard? en dormirme. De alg?n modo deb? intuir que aquel en
cuentro significaba
algo especial, una nueva etapa. Hasta ese momento
me hab?a estado asomando
al pueblo y sus calles como sobre un pozo sin
no
donde
hab?a
s?lo estupor y
respuestas, ni siquiera preguntas,
fondo,
una

calma

de

estancada.

agua

Puedo

los

recordar

amaneceres

escar

sin vida, aquellos


dos caballos
r?o, las noches
chados,
tristes y pacientes bajo la lluvia en el terreno cercado por alambres de
en un asombro
por todo eso, sumergido
p?as. Viv?a como aletargado
en
cosa
No
si
m?
distante.
sab?a
estaba
alguna
exigiendo un cam
quieto y
a
la
la
bio. Era un adolescente
pero
que estaba sometido
inquieto,
prueba
ni rechazo, simplemente
casi no permit?a rebeld?as, no ped?a aceptaci?n
la quietud

me

con

rodeaba

Despu?s
averig??

que

su

del

abandono,

de encontrarme
viv?a

en

aquella

me

casa

y me

enquistaba

con Renata,
y me

anulaba.

en los d?as siguientes,


puse

so?ar

con

ella,

cuando
aprend?,

entre otras cosas, que hab?a en m? una capacidad de sufrimiento


hasta
Y me
entonces
lo repet?a a cada rato: ?Sufro,
insospechada.
estoy
nunca sanar? de este dolor?. Estaba
realmente convencido.
sufriendo,
Pero tambi?n era cierto, y seguramente
s?lo lo supe a?os m?s tarde, que
no me debilitaba,
a
todo ese desgarramiento
al contrario,
comenzaba
te?ir de colores reconocibles
y familiares esos d?as vac?os. A medida que
ese mundo
como m?o, percib?a que se iba desintegrando
la
aceptaba
separaba de todo. La esperanza
que cada ma?ana
rigidez que me
el sobresalto
renovado cada vez que ve?a a
respiraba en el aire helado,
Renata
salir del colegio entre sus compa?eras
(un delantal blanco sigui?
para m?, durante mucho
representando
tiempo, el s?mbolo del amor y de
eran cosas reales, que me devolv?an una iden
la aristocracia
pueblerina)
tidad.
De este modo,
sin saberlo ella, la presencia de Renata
iba introdu
ciendo cierto orden en mi desconcierto.
era
Me hund?a en la impotencia,
me
salvaba
menos
del
lo
al
verdad, pero
por
Seguramente,
desarraigo.
se
ni
hab?a
dado
cuenta
mi
de
Y
existencia.
a?n
m?s
principio,
siquiera
en el jard?n, es pro
tarde, despu?s de aquel primero y ?nico contacto
bable que no hubiese vuelto a fijarse en mi asedio cotidiano.
Sin em
una direcci?n.
desde esas distancias,
ella me marcaba
Y yo
bargo,
obedec?a. Mi sometimiento
consist?a en sufrir y sentirme vivo.

DAL MASETTO

ANTONIO

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calles se llenaron de actividad,


de c?lculos,
de
as?, aquellas
o
de estrategias.
con
estaba
Siempre
y?ndome
llegando, part?a
Pasaba por su
cualquier excusa, me ofrec?a para todos los mandados.
casa, por la de alguna amiga, por la iglesia, por el club, por cada sitio
en
donde
supon?a que pod?a estar. Corr?a permanentemente.
Pero,
Se desplazaba
realidad, era ella la due?a del movimiento.
y yo respond?a
a una cuadra de distancia, a cinco, a diez, como
girando a su alrededor,
si estuviese
atado con un hilo ensayando
vastos
encarando
rodeos,
finalmente
por la calle donde ella ven?a avanzando,
para cruzarla de
frente y pasar a un par de metros,
fuerte, la mayor?a de las
pedaleando
veces sin atreverme
siquiera a mirarla. Llevaba en el bolsillo una libreta
en la que anotaba: ?Martes
17, la vi; mi?rcoles
18, la vi; jueves 19, la vi
dos veces; viernes 20, la vi, me parece que me mir??.
Una ma?ana
toqu? timbre y sali? ella a atenderme. Hab?a delirado
con esa ocasi?n, pero no supe qu? hacer y todos mis planes se diluyeron.
con mis mamelucos
Me qued? mir?ndola,
color ladrillo y
inmovilizado,
las alpargatas deshilachadas.
con un tono y una torpeza que in
la carne? murmur?,
?Traigo
me hicieron
sentir avergonzado.
mediatamente
Y

horarios,

No se dign? tomar el paquete.


Se hizo a un lado y me
puerta:
ah?, sobre la mesa.
?D?jalo
Obedec?. Cuando ya me iba, o? que dec?a:

se?al?

una

?Espera.

Me

detuve.

??Por
qu? siempre me andas mirando? ?pregunt?.
las rodillas y apart? la vista. Me dije que no
Sent? que me temblaban
una
como ?sa y me esforc? por construir
habr?a otra oportunidad
tratando de armarla en un castellano decente, pero cuando la
respuesta,
tuve lista ya era tarde.
Renata.
?Ven? ?dijo
el pasillo y salimos por la puerta del fondo.
La segu?. Recorrimos
vi el jard?n que tantas veces hab?a vislumbrado
desde la calle.
Entonces
era como entrar en un mundo prohibido. Me gui? entre una do
Aquello
ble hilera de naranjos hasta la pared que separaba el terreno de la casa
vecina.

qu? es? ?pregunt?

??Sabes
?Un

rosal

?Eso

es

se?alando

con el dedo.

?contest?.
lo que

parece.

la in
Call? y advert? que era m?s alta que yo. De todos modos,
Renata se acerc? un
del comienzo hab?a ido desapareciendo.
comodidad
poco m?s al rosal y me cont? una historia:
se llamaba Renata,
?Mi
bisabuela
igual que yo. Era una mujer

PRIMER AMOR

66

bell?sima. Mi bisabuelo
tiempo sola. Se
viajaba y la dejaba mucho
Pero
enamor? de un sobrino, quince a?os menor que ella, un muchacho.
lo mat? y lo enterr? ac?, junto al muro. A la
?l la rechaz?. Entonces
semana not? que en ese lugar hab?a nacido un rosal. Tom? una tijera y lo
veces. Hasta
cort?. Pero el rosal volvi? a salir. Lo cort?. Y as? muchas
se pinch? un dedo con una
trataba de arrancarlo,
que un d?a, mientras
Cuando dio a luz advirti? inmediatamente
espina y qued? embarazada.
era
el
nacido
el
reci?n
sobrino
que hab?a asesinado. Entonces
que
pens?
en matarlo
otra vez, aunque finalmente
decidi? alimentarlo
y criarlo.
Pero el chico no paraba nunca de mamar,
jam?s estaba satisfecho.
con su leche y comenz? a chuparle la sangre. Mi bisabuela
se fue
Acab?
debilitando
y al poco tiempo muri?.
Mientras
hablaba no hab?a dejado de mirarme. Call? y en el silencio
que sigui? pude advertir por primera vez el chillido de los p?jaros. Sent?
que ese jard?n no estaba en el pueblo, sino en otra parte y que tal vez nun
ca volviese a salir de ?l. No estaba alterado,
apenas un poco deslum
hrado, extra?amente
bien, como si aquello fuese natural y me hubiese
en esos minutos
desde siempre. Por un momento,
suspen
pertenecido
didos, pude pensar que entre Renata
y yo no hab?a diferencias,
que
?ramos iguales y lo seguir?amos siendo mientras
ah?.
permaneci?semos
?Dame

la mano?dijo

ella.

Estir? el brazo. Me arrastr? suavemente,


acerc? mi mano al rosal y
me hizo pinchar
con una espina. Soport?
sin chistar,
sin moverme.
Retuvo mi dedo frente a ella para ver brotar la sangre. Entonces
busqu?
en sus ojos el placer perverso del que hab?a o?do hablar. Pero lo que vi
fue gravedad y, me pareci?, el color de la tristeza.
?Ahora

?sentenci??

vas

quedar

embarazado,

como

mi

bisabuela.
Me solt?. Un golpe de brisa trajo el olor de la primavera pr?xima y
sent? que tambi?n en m? se disolv?an durezas y entorpecimientos,
que
estaba dentro de una ceremonia y que en su voz y en su historia tal vez
hubiese una verdad todav?a incomprensible.
Renata volvi? a hablar.
??ndate

?dijo.

en el tono, ni siquiera era una orden, sino


Pero no hab?a prepotencia
la manifestaci?n
clara
de algo que deb?a ser hecho. Cruc? el
y
simple
la esquina. Apoy?
la
jard?n, sal? a la vereda y camin? hasta doblar
bicicleta contra un ?rbol, saqu? mi libreta, la abr? y aplast? la gota de
sangre sobre una hoja en blanco. Volv? a guardarla en el bolsillo de la
camisa, sobre el coraz?n. Despu?s me llev? el dedo a los labios y lo man
tuve ah?. Mont? y pedale? calle abajo, hacia el horizonte quieto y abierto
que se divisaba m?s all? de las casas.

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