El Control de Nuestras Vidas Chomsky
El Control de Nuestras Vidas Chomsky
El Control de Nuestras Vidas Chomsky
No es una exageraci�n decir que los esfuerzos dedicados a controlar nuestras vidas
son una cuesti�n recurrente en la historia del mundo, con especial �nfasis en los
�ltimos siglos, escenario de grandes cambios en las relaciones humanas y en el
orden mundial. Esta cuesti�n es demasiado intensa para discutirla aqu� en su
totalidad, por lo que, en primer lugar s�lo me centrare en las actuales
manifestaciones de estos esfuerzos y en sus ra�ces, con un ojo puesto en lo que
podr�a llegar. Lo har� desde una perspectiva global, sin duda el espacio en que
estas cuestiones surgen.
Durante el a�o pasado las cuestiones de la soberan�a han surgido en dos campos.
Una tiene que ver con el derecho soberano de estar a salvo de una intervenci�n
militar. Aqu� las cuestiones surgen en un orden mundial basado en estados
soberanos. En segundo lugar aparece la cuesti�n de los derechos de soberan�a desde
el punto de vista de la intervenci�n socioecon�mica. Estos temas surgen en un
mundo dominado por empresas multinacionales, especialmente instituciones
financieras y por un esquema integral que ha sido construido para servir a sus
intereses (por ejemplo, algunos de estos asuntos surgieron inopinadamente en
Seattle en noviembre pasado)
Estas mismas ideas animaron a los granjeros rebeldes de las colonias un siglo m�s
tarde, pero el sistema constitucional fue dise�ado de modo bastante diferente. Fue
construido para bloquear tal herej�a. El objetivo era "proteger a la minor�a
opulenta frente a la mayor�a", y asegurarse de que "el pa�s es gobernado por
aquellos que lo poseen". Estas son las palabras del l�der granjero James Madison,
y del presidente del Congreso Continental y primer juez del Tribunal Supremo, John
Jay. Dicha concepci�n prevaleci�, pero los conflictos continuaron. Han adoptado
continuamente nuevas formas, de hecho est�n abiertos, y a pesar de todo, la
doctrina elitista contin�a inm�vil en lo esencial.
Un ejemplo contundente, y hay muchos, tiene que ver con el orden econ�mico
internacional, con los llamados acuerdos comerciales. La poblaci�n, en general, se
opone sin paliativos a la mayor parte de estas cosas, tal como ponen claramente de
manifiesto las encuestas, pero estas cuestiones no aparecen durante las
elecciones. No aparecen porque los centros de poder, la minor�a opulenta,
permanece unida ante la defensa de la institucionalizaci�n de un particular orden
socioecon�mico. As� que estas cuestiones no aparecen. Lo que se discute no les
preocupa en exceso. Esto es muy normal, y toma sentido a partir de la asunci�n de
que el papel del ciudadano, como ignorante y maleducado que se mete en todo, es
simplemente el de espectador. Si la ciudadan�a, como sucede a menudo, intenta
organizarse y meterse en pol�tica para participar, para presionar a favor de sus
preocupaciones, entonces hay un problema. Esto no es democracia, es "una crisis de
la democracia" y hay que superarla.
Todas estas citas son de liberales, del ala progresista del abanico ideol�gico
moderno, pero los principios son a grosso modo los mismos. Los �ltimos 25 a�os han
sido uno de esos per�odos, que llegan de vez en cuando, de importante campa�a
organizada para intentar superar lo que se percibe como crisis de la democracia y
para reducir al ciudadano a su papel ap�tico, pasivo y obediente espectador. La
pol�tica es as�.
En el campo socioecon�mico ocurren cosas similares. Se han desarrollado
paralelamente conflictos parecidos durante mucho tiempo. Durante los primeros d�as
de la Revoluci�n Industrial en EEUU, en Nueva Inglaterra, hace 150 a�os, hab�a una
prensa obrera muy activa e independiente, gestionada por mujeres j�venes
procedentes de las granjas o de los talleres de artesan�a de los pueblos.
Condenaban la "degradaci�n y subordinaci�n" del nuevo sistema industrial
emergente, que obligaba a la gente a alquilarse para sobrevivir. Vale la pena
recordar que el salario fue considerado como no muy diferente de la esclavitud ya
en esa �poca, y no solamente por los trabajadores de las f�bricas, sino tambi�n
por gran parte de la corriente intelectual dominante, como por ejemplo Abraham
Lincoln, o el Partido Republicano, o incluso las editoriales del New York Times
(lo deben haber olvidado)
Estas "reformas esenciales", tal como las denomina el Banco Mundial, est�n
impuestas en gran parte del mundo como condiciones para disponer del visto bueno
del Banco Mundial y del FMI. En los pa�ses industriales se introducen de otro
modo, y tambi�n se han revelado efectivas.
Mantiene la inflaci�n baja, ya que los trabajadores tienen miedo de reclamar m�s
salario y beneficios. Se encuentran inseguros. Esto se ve a las claras si
examinamos las estad�sticas. Durante los �ltimos 25 a�os, en este per�odo de
repliegue de crisis de la democracia, los salarios se han estancado o han bajado
para la mayor parte de la fuerza de trabajo, para los trabajadores no calificados,
y las horas de trabajo han aumentado espectacularmente; esto se comenta, por
supuesto, en la prensa econ�mica, que lo describe como "un desarrollo deseado de
trascendente importancia", con trabajadores obligados a abandonar sus "lujosos
estilos de vida", mientras los beneficios empresariales son "superlativos" y
"estupendos" (Wall Street Journal, Business Week y Fortune).
En las dependencias, las medidas son menos delicadas. Una de ellas es la llamada
"crisis de la deuda", sin atribuible a los programas del Banco Mundial y del FMI,
y tambi�n al hecho de que la parte rica del Tercer Mundo est�, en su mayor parte,
exenta de obligaciones sociales. Esto es radicalmente cierto en Am�rica Latina, y
constituye uno de los problemas principales. La "crisis de la deuda" es real, pero
vayamos un poco m�s all�. De ning�n modo es un simple hecho econ�mico. Se trata,
en un sentido amplio, de destrucci�n ideol�gica. Lo que se ha dado en llamar
"deuda" podr�a ser superado f�cilmente de varias y elementales maneras.
Una manera de superarla ser�a revisar el principio capitalista de que el que pide
prestado tiene que pagar y el prestamista tiene que tomar el riesgo. As�, por
ejemplo, si alguien me presta dinero y lo mando a mi banco en Zurich y me compro
un Mercedes, y luego ese alguien viene y me pregunta por el dinero, est� claro que
no puedo decirle: "Lo siento, no lo tengo. C�jalo de mi Vecino". Aunque uno quiera
asumir el riesgo del pr�stamo, est� claro que no puede decir "mi vecino pagar� por
m�".
Hay otros modos de eliminar la deuda y tambi�n dejan entrever que se trata de una
construcci�n ideol�gica. Otro m�todo, aparte del principio capitalista, es el
principio de Derecho Internacional introducido por EEUU cuando, seg�n los libros
de historia, "liber�" Cuba, es decir, cuando la conquist� en prevenci�n de que se
liberara ella misma de Espa�a en 1898. Una vez "liberada", EEUU cancel� su deuda
con Espa�a con el argumento perfectamente razonable de que la deuda fue impuesta
sin el consentimiento de la poblaci�n, que fue impuesta bajo condiciones
coercitivas. Ese principio entr� en el Derecho Internacional, b�sicamente a
instancias de EEUU Se llama el "principio de la deuda odiosa". Una "deuda odiosa"
es inv�lida, no hay que pagarla. Esto ha sido reconocido por el director ejecutivo
estadounidense del FMI: si ese principio estuviera al alcance de las v�ctimas, no
s�lo de los ricos, la deuda del Tercer Mundo se evaporar�a en su mayor parte, ya
que es inv�lida. Es deuda odiosa.
Pero esto no ocurrir�. La deuda odiosa es un arma muy poderosa de control que no
se puede abandonar. Para aproximadamente la mitad de la poblaci�n mundial, en
estos momentos y gracias a este m�todo, sus pol�ticas econ�micas nacionales las
dirigen bur�cratas desde Washington.
Adem�s, la mitad de la poblaci�n del mundo (no la misma de antes, aunque se puede
solapar), est� sujeta a sanciones unilaterales de EEUU, lo que constituye una
forma de coacci�n econ�mica que, de nuevo, mina severamente la soberan�a y ha sido
condenada repetidamente, hace muy poco de nuevo, por Naciones Unidas como
inaceptable. Pero parece que no importa.
Entre los pa�ses ricos hay otras maneras de llegar a resultados similares. Volver�
luego sobre ello, pero antes unas palabras sobre algo que jam�s deber�amos
olvidar: las estrategias utilizadas en las dependencias pueden ser extremadamente
brutales. Los jesuitas organizaron una conferencia en San Salvador hace un par de
a�os. Se habl� en ella del terrorismo de Estado de los a�os 80 y de su
continuaci�n a trav�s de las pol�ticas socioecon�micas impuestas por los
vencedores. La conferencia tom� buena nota de lo que denomin� la residual "cultura
del terror", que dura tras el declive del terror de facto y tiene como efecto la
"domesticaci�n de las expectativas de la mayor�a", que abandona cualquier idea de
"alternativa a las exigencias de los poderosos". Han aprendido la lecci�n: No hay
Alternativa (TINA), tal como rezaba la cruel frase de Maggie Thatcher. La idea de
que no hay alternativa es el eslogan habitual en la versi�n empresarial de la
globalizaci�n. En las dependencias, los grandes logros de las operaciones
terroristas han consistido en destruir las esperanzas que hab�an surgido, en
Am�rica Latina y en Centroam�rica durante los a�os 70, de la mano de las
organizaciones populares a lo largo y ancho de la regi�n, y tambi�n de la Iglesia,
cuya opci�n "por los pobres" le cost� severos castigos por haberse apartado del
buen camino.
Hay voces fuera del abanico, no voy a negarlo. Por ejemplo, hay una idea seg�n la
cual la gente deber�a tener derecho a "participar en las decisiones que
continuamente modifican su modo de vida en lo esencial", que no vean sus
esperanzas "truncadas cruelmente" dentro de un orden global en el cual "el poder
pol�tico y financiero se concentra" mientras que los mercados financieros
"fluct�an err�ticamente" con devastadoras consecuencias para los pobres, "las
elecciones pueden manipularse", y "los aspectos negativos y otros son considerados
completamente irrelevantes" por los poderosos. Estas citas est�n tomadas de un
cierto extremista radical del Vaticano, de cuyo mensaje anual de a�o nuevo la
prensa nacional apenas se hizo eco, y se trata sin duda de alternativas que no se
encuentran en la agenda.
�Por qu� hay tal grado de consenso en que Am�rica Latina y por extensi�n en el
mundo, no est� autorizada a ejercer su soberan�a, es decir, a tomar el control de
sus vidas? En el �mbito global, an�logamente, es el miedo intr�nseco a la
democracia. De hecho esta pregunta se ha formulado frecuentemente de modos muy
ilustrativos; en primer lugar, en el conjunto de documentos internos de que
disponemos (estamos en un pa�s bastante libre, disponemos de un rico registro de
documentos desclasificados, algunos de ellos muy instructivos) El argumento que
los recorre se ve ilustrado fehacientemente en uno de los casos m�s importantes,
una conferencia hemisf�rica a la que EEUU llam� en febrero de 1945 de cara a
imponer lo que se denomin� la Carta Econ�mica para las Am�ricas, que constitu�a
una de las piedras angulares del mundo de posguerra todav�a vigente. La Carta
hac�a un llamamiento para terminar con el "nacionalismo econ�mico (es decir
soberan�a) en todas sus formas". Los latinoamericanos deber�an evitar lo que se
denomin� un desarrollo industrial "excesivo" que compitiera con los intereses de
EEUU, aunque podr�an acceder a un "desarrollo complementario". As� que Brasil
pod�a producir el acero de bajo costo que no interesara a las empresas de EEUU.
Era crucial "proteger nuestros recursos", tal como escribi� George Kennan, aunque
ello requiriera de "Estados-polic�a".
As� que la soluci�n militar fue necesaria. Dur� 40 a�os y ha dejado la misma
cultura de terror que en sus vecinos centroamericanos.
Lo mismo aconteci� en Cuba, otro caso de actualidad. Cuando EEUU tom� secretamente
la decisi�n de deponer el gobierno de Cuba en 1960, el razonamiento fue muy
similar. Esto lo explica el historiador Arthur Schiesinger, quien resumi� para el
presidente Kennedy el estudio de una misi�n a Am�rica Latina en un informe
secreto. La amenaza cubana, seg�n la misi�n, consist�a en "la difusi�n de la idea
de Castro de solucionar uno mismo sus propios asuntos". Esto era una enfermedad
que pod�a infectar el resto de Am�rica Latina, explic� Schiesinger, donde "los
pobres y los excluidos", es decir, casi todo el mundo, "estimulados por el ejemplo
de la revoluci�n cubana, est�n exigiendo oportunidades para una vida decente". As�
que hab�a que hacer alguna cosa, y ya se sabe lo que se hizo. �Qu� tal la
"conexi�n sovi�tica"? Se mencionaba as� en el informe: "Mientras tanto, la Uni�n
Sovi�tica se deja querer, concediendo grandes pr�stamos para el desarrollo, y
present�ndose a s� misma como el modelo a seguir para alcanzar la modernizaci�n en
una sola generaci�n".
Bueno, pues esa era la amenaza. La amenaza de tomar sus vidas bajo su control, y
debe ser destruida mediante terrorismo y estrangulaci�n econ�mica, tal como hoy
d�a contin�a. Todo ello es totalmente independiente de la guerra fr�a. Seguramente
hoy se da por obvio, sin ni siquiera documentos secretos. Las mismas
preocupaciones de la posguerra fr�a llevaron al r�pido desmantelamiento del breve
experimento democr�tico en Hait� por parte de los presidentes Bush y Clinton, como
continuaci�n de antiguas intervenciones.
Hace un siglo, durante los primeros estadios de toma del poder de Am�rica por
parte de las empresas, la discusi�n sobre estos temas era bastante abierta. Los
conservadores denunciaron el proceso, describi�ndolo como un "retorno al
feudalismo" y "una forma de comunismo", lo que no es para nada una analog�a
inapropiada. Los or�genes intelectuales eran similares, basados en la idea
neohegeliana de derecho de las entidades org�nicas, juntamente con la creencia en
la necesidad de tener una administraci�n centralizada de 1os sistemas ca�ticos,
como los mercados, que estaban totalmente fuera de control. Vale la pena retener
la idea de que en lo que hoy d�a se denomina "econom�a de librecambio", una parte
muy grande de las transacciones internacionales (denominadas comercio para
despistar), probablemente alrededor del 70% de �stas, se hacen de hecho dentro de
instituciones gestionadas centralizadamente, entre empresas y entre alianzas
empresariales. Por no destacar otras formas de distorsiones radicales del mercado.
Fij�monos que estaba articulando ideas que eran lugar com�n entre la clase obrera
unos cuantos a�os antes. Lo mismo ocurri� con su llamamiento a la eliminaci�n,
sustituci�n del feudalismo industrial mediante la democracia industrial
autogestionada.
Aunque observemos que esto fue escrito en apoyo del proceso. Describ�a el proceso
como quiz�s desafortunado, pero necesario, aline�ndose en particular con el mundo
de los negocios tras los destructivos fallos del mercado de los a�os precedentes,
que convencieron al mundo de los negocios y a los intelectuales progresistas de
que los mercados hab�a que administrarlos y que las transacciones financieras
hab�a que regularlas.
En a�os recientes, las grandes empresas han venido escatimando derechos que van
mucho m�s all� de los de las personas. Bajo las reglas de la Organizaci�n
Internacional del Trabajo, las grandes empresas exigen el respeto al derecho del
"tratamiento nacional". Esto quiere decir que la General Motors, si est� operando
en M�xico, puede exigir ser tratada como una empresa mexicana. Este derecho
corresponde solamente a las personas inmortales, no es un derecho de las personas
de carne y hueso. Un mexicano no puede ir a Nueva York y exigir el tratamiento
nacional y que se le conceda, pero las grandes empresas s�.
La primera queja bajo la nuevas reglas de la OMC se formul� contra EEUU por parte
de Venezuela y Brasil, que se quejaban de que las regulaciones EPA referentes al
petr�leo violaban sus derechos como exportadores. En esa ocasi�n Washington
acept�, supuestamente por temor a sanciones, pero soy esc�ptico sobre esta
interpretaci�n. No creo que EEUU tenga miedo de sanciones de Venezuela y Brasil,
m�s probablemente la administraci�n Clinton simplemente no vio ninguna raz�n de
peso para defender el medio ambiente y proteger la salud.
Obscenas cuestiones de este calibre aparecen una y otra vez con fuerza. Decenas de
millones de personas en todo el mundo mueren de enfermedades evitables por culpa
de medidas proteccionistas escritas en las reglas de la OMC, que garantizan a las
grandes empresas privadas el derecho de fijar precios monopolistas. Tailandia y
Sud�frica, por ejemplo, que disponen de industria farmac�utica, podr�an producir
medicamentos que salvaran vidas por una fracci�n del coste del precio
monopol�stico, pero no se atreven por miedo a sanciones comerciales. De hecho, en
1998 EEUU lleg� a amenazar a la Organizaci�n Mundial de la Salud con retirar sus
cuotas si a �sta se le ocurr�a controlar los efectos de las condiciones
comerciales sobre la salud. Estas son amenazas reales.
A todo ello se le llama "derechos comerciales", pero no tienen nada que ver con el
comercio. Tienen que ver con pr�cticas monopol�sticas de fijaci�n de precios
reforzada por medidas proteccionistas que se incluyen en los acuerdos de
librecambio. Estas medidas est�n dise�adas para asegurar los derechos
empresariales, que tambi�n tienen como efecto la reducci�n del crecimiento y de
las innovaciones, naturalmente. Estas son s�lo una parte de la retah�la de
regulaciones introducidas en estos acuerdos que frenan el desarrollo y el
crecimiento. Lo que motiva estas medidas son los derechos de los inversores, no el
comercio. El comercio, por supuesto, carece de valor en s� mismo. S�lo tiene valor
si incrementa el bienestar humano.
Citando el New York Times, "se alcanz� un compromiso tras intensas negociaciones
que a menudo incitaban el enfrentamienro de EEUU contra casi todo el mundo" por
culpa de lo que se llam� el "principio de precauci�n". �De qu� se trata? El jefe
de la delegaci�n de la Uni�n Europea lo describi� as�: "los pa�ses deben tener la
libertad, el derecho soberano, de tomar medidas precautorias ante las semillas
gen�ticamente modificadas, microbios, animales, y cosechas que se sospechen
perjudiciales". EEUU, sin embargo, insisti� en aplicar las reglas de la OMC.
Dichas reglas dicen que una importaci�n s�lo puede ser prohibida si existe
evidencia cient�fica.
No sabemos adonde nos va a llevar. No s�, �qu� tal unos electrodos en el cerebro
para ver qu� pasa? Pod�is negaros, pero s�lo si pod�is esgrimir una evidencia
cient�fica de que esto os va a perjudicar". En condiciones normales no vamos a
poder esgrimir tal evidencia. La pregunta es, �ten�is derecho a negaros? Seg�n las
reglas de la OMC, no. Ten�is que ser objetos del experimento. Es una forma de lo
que Edward Herm�n llama "soberan�a del productor". El productor reina, son los
consumidores los que deben defenderse de alguna manera. A nivel interno esto
funciona, tal como Herm�n apunta. No es responsabilidad, dice, de la industria
qu�mica ni de los fabricantes de pesticidas demostrar, probar, que lo que est�n
echando al medio ambiente es seguro. Es responsabilidad del ciudadano demostrar
cient�ficamente que no lo es, y tiene que hacerlo a trav�s de agencias p�blicas
con bajo presupuesto, susceptibles de dejarse influir ante las presiones de la
industria.
Esta fue la cuesti�n que se discuti� en Montreal, y una suerte de acuerdo ambiguo
fue alcanzado. Dejemos claro que no se toc� ninguno de los principios, y esto se
puede ver simplemente observando qui�n estaba presente. EEUU estaba a un lado de
la mesa, y se le unieron algunos otros pa�ses con intereses en biotecnolog�a y
agroexportaciones de alta tecnolog�a, y en el otro lado estaban todos los dem�s,
aquellos que no ten�an esperanzas de sacar tajada del experimento. Esta era la
situaci�n, y esto nos dice a las claras qu� principios se discut�an. Por razones
similares, la Uni�n Europea favorece aranceles altos sobre los productos
agr�colas, tal c�mo hac�a EEUU hace 40 a�os (ahora ya no, y no porque los
principios hayan cambiado, sino porque el poder ha cambiado).
Hay un principio no escrito que dice que los poderosos y privilegiados deben tener
capacidad de hacer lo que quieran (por supuesto esgrimiendo nobles motivos). El
corolario es que la soberan�a y los derechos democr�ticos de la gente en este caso
deben pasar de ser (y esto es lo dram�tico) refractarios a ser objeto de
experimentos cuando las grandes empresas de EEUU pueden sacar tajada del
experimento. La invocaci�n por parte de EEUU de las reglas de la OMC es muy
natural, ya que codifican ese principio, y esto es fundamental.
Estos temas, aunque son muy reales y afectan a un gran n�mero de personas en el
mundo, son de hecho secundarios ante otras modalidades de reducci�n de la
soberan�a a favor del poder privado. Pienso que, con probabilidad, la m�s
importante fue el desmantelamiento del sistema de Bretton Woods a principios de
los a�os 70 por parte de EEUU, el Reino Unido y otros. Dicho sistema fue dise�ado
por EEUU y el Reino Unido en los a�os 40, a�os de abrumador apoyo popular a los
programas de bienestar social y a medidas democr�ticas radicales. En parte por eso
el sistema de Bretton Woods de mediados de los a�os 40 regulaba las tasas de
intercambio y permit�a controlar los flujos de capital. La idea era atajar la
especulaci�n perniciosa a gran escala y restringir la fuga de capitales. Los
motivos eran claros y se articularon di�fanamente. Los flujos libres de capital
crean lo que se ha llamado en ocasiones un "parlamento virtual" del capital
global, el cual puede ejercer su poder de veto sobre las pol�ticas gubernamentales
que considere irracionales. Esto implica a los derechos laborales, programas
educativos o de salud o pol�ticas p�blicas de est�mulo de la econom�a o, de hecho,
cualquier cosa que ayude a la gente y no a los beneficios (y por lo tanto es
irracional en un sentido t�cnico)
El sistema de Bretton Woods funcion� m�s o menos durante 25 a�os. �poca que ha
sido calificada por muchos economistas como la "edad de oro" del capitalismo
moderno (capitalismo moderno de Estado m�s propiamente). Fue un per�odo, que dur�
hasta los 70 m�s o menos, de r�pido crecimiento -sin precedentes hist�ricos- de la
econom�a, del comercio, de la productividad, de la inversi�n de capital, de
extensi�n del estado del bienestar, una edad de oro. Todo se vino abajo a
principios de los a�os 70.
El per�odo siguiente ha sido descrito como una "edad de plomo". Hubo una enorme
explosi�n de capital especulativo a muy corto plazo, que ahogaba a la econom�a
productiva. Hubo un deterioro remarcable en todas y cada una de las magnitudes
econ�micas: crecimiento econ�mico considerablemente m�s lento, crecimiento de la
productividad m�s lento, as� como de la inversi�n en capital, tasas de inter�s
mucho m�s altas (que frenan el crecimiento), mayor volatilidad de los mercados, y
crisis financieras. Todo esto tiene efectos muy severos sobre la gente, incluso en
los pa�ses ricos: estancamiento o declive de los salarios, jornadas de trabajo
mucho m�s largas (hecho particularmente remarcable en EEUU), y recorte de los
servicios. A t�tulo de ejemplo, en esta gran econom�a de la que habla todo el
mundo, la media del ingreso familiar ha retrocedido a la de 1989, que est�
bastante por debajo de la de los 70. Ha sido tambi�n una �poca de desmantelamiento
de las medidas socialdem�cratas que tanto han contribuido a la mejora del
bienestar humano. En general, el nuevo orden internacional impuesto ha concedido
un poder de veto mayor para el "parlamento virtual" de los inversores de capital
privado, llev�ndonos a un declive significativo de la democracia y de los derechos
de soberan�a, y a un importante deterioro de la salud p�blica.
Del mismo modo que estos efectos se dejan notar en sociedades ricas, son
catastr�ficos en las sociedades m�s pobres.
Son efectos que cruzan transversalmente las sociedades, no es que tal sociedad se
haya enriquecido y esta otra se haya empobrecido. Las medidas m�s significativas
comprenden sectores globales de la poblaci�n. As�, por ejemplo, echando mano de
an�lisis recientes del Banco Mundial, si tomamos el 5% de la poblaci�n m�s rica y
la comparamos con el 5% m�s pobre, el ratio era de 78 a 1 en 1988 y 114 a 1 en
1993 (siendo �ste el �ltimo a�o del que se disponen datos, ahora es indudablemente
m�s alto). Los mismos datos muestran que el 1% m�s rico tiene los mismos ingresos
que el 57% m�s pobre (2.500 millones de personas).
Para los pa�ses ricos, est� claro. Un conocido economista, Barry Eichengreen, en
su reconocida historia del sistema monetario internacional se�al�, como mucha
gente ha se�alado, que la actual fase de globalizaci�n es bastante similar a la
situaci�n anterior a la Primera Guerra Mundial, grosso modo. Sin embargo hay
diferencias. Una diferencia esencial, explica, es que, en esa �poca, la pol�tica
gubernamental no estaba "politizada" por "el sufragio universal masculino y el
surgimiento del sindicalismo y de los partidos parlamentarios obreros".